Talamonti Leo - Universo Prohibido
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Talamonti Leo - Universo Prohibido
“No creo que exista otro libro que contenga tal cantidad de hechos extraños,
inquietantes, maravillosos.” (DINO BUZZATI)
«Hay otros mundos,
pero están en éste»
ELUARD
Leo Talamonti
UNIVERSO PROHIBIDO
PLAZA & JANES, S.A.
Editores
Título original:
UNIVERSO PROIBITO
Traducción de
VICENTE VILLACAMPA
A finales del lejano 1912 tuve ocasión de hacer, lo mismo que numerosos
científicos «oficiales» de varios países, un estudio minucioso, in situ, de los famosos
«caballos pensantes» de Elberfeld, en Alemania. Omito repetir aquí lo que pienso
acerca de aquel «pensamiento» equino, y me contento con consignar que «todos»
los estudiosos reunidos en Elberfeld (entre ellos había algunos de gran fama)
declararon, sin excepción —por escrito—, tras las «pruebas concluyentes»
efectuadas por mí mismo y luego por los demás, que las «respuestas» dadas por
aquellos caballos se obtenían «en ausencia de señales» de cualquier género por
parte de su dueño o de los asistentes, asimismo «ignorantes» uno y los otros del
problema propuesto respectivamente al sujeto examinado. Pues bien, hace poco
tiempo, el «redactor científico» de una notable revista italiana fue capaz de escribir
que «como todos saben» (!), los famosos caballos «sólo respondían» guiados por las
señales de su amo.
Así, pues, que nadie venga a decirme, con afirmaciones apodícticas, que
ciertas cosas «no existen», cuando, por experiencia propia, ha sido bien establecida
su existencia. Pero, bien entendido, no se le pueden echar demasiadas culpas a un
divulgador por reflejar los prejuicios corrientes. Desde el punto de vista de cierto
intelectualismo de postura, la situación de ese divulgador es, sin duda, la más fácil,
aparte de que es la destinada a atraerse casi universales simpatías, en una época
que celebra con fervor los triunfos de la ciencia, aun ignorando, por lo general,
cuáles sean con exactitud las tareas, los límites y las posibilidades reales de la
investigación científica.
Tanto mayor es, por ello, mi complacencia al ver publicada una obra como
la presente, tan llena de agilidad y tan falta de prejuicios, que hace justicia a los
aspectos ignorados de la Naturaleza y que demuestra cuán infundadas y
preconcebidas son las negativas de los escépticos a la vista de ciertos fenómenos
raros e inexplicables. El libro se debe a la pluma de un periodista empeñado, desde
hace muchos años, en el estudio y en el tratamiento de cierta problemática
científica que incluye, en particular, la fenomenología paranormal. Se trata de una
obra esencialmente divulgadora, en el sentido de que se propone, en su clara
simplicidad, poner la delicadísima, y en algunos aspectos candente, materia
parapsicológica al alcance de quien aún ignora la existencia de su problemática o
está mal informado. El lector verá con cuánta eficacia se cumple este propósito.
Por otra parte, sería desconocer algunos méritos fundamentales de este libro
si nos limitáramos a considerarlo exclusivamente desde el punto de vista de su
simple y notable eficacia divulgadora. No obstante las naturales exuberancias
propias de un estilo desenvuelto y brillante —como conviene, precisamente, al
divulgador—, y no obstante el escaso respeto que siente por la terminología oficial,
así como por los acostumbrados criterios de distribución de la materia, es
innegable la seriedad científica que inspira esta obra, seriedad que aún se pone
más de manifiesto por las justas preocupaciones epistemológicas del autor. Entre
los motivos fundamentales a los que tales preocupaciones parecen vinculados, hay
que señalar, en primer lugar, la visión unitaria que tiene el autor de «un mundo
sensible y extrasensible a la vez», visión que la misma ciencia deberá terminar,
tarde o temprano, por decidirse a adoptar, para los fines de ese necesario realismo
que es conditio sine qua non para una exhaustiva y cumplida representación del
Universo.
He aquí por qué creo poder afirmar que este libro va mucho más allá de su
función puramente divulgadora, y tiene algo notable que decir incluso al
restringido público de los parapsicólogos y de cuantos sienten un verdadero
interés (sin prejuicios) por ciertos problemas básicos de la filosofía de la ciencia.
Espero que aquéllos no dejarán de encontrar esta obra, al menos, «estimulante», en
razón de las mismas perspectivas que abre, de los principios y reflexiones que
sugiere, de las insospechadas y, empero, convincentes conexiones que descubre en
fenómenos clasificados usualmente en categorías separadas. Libro en verdad
«informativo», pues, en el sentido más rico del término y para cualquier lector
serio, acerca de lo desconocido que hay en nosotros y en torno a nosotros. Si la
ciencia quisiera desconocer esta vasta extensión de «desconocido natural», no haría
sino abandonarla a las más deplorables interpretaciones extracientíficas, con daño
acaso irremediable para el progreso del conocimiento humano.
De ahí los temores sin fundamento y las resistencias instintivas; de ahí las
justificaciones ingeniosas a las que recurren los secuaces de un fácil racionalismo
que es, exactamente, la negación de la racionalidad auténtica, es decir, de la que
tiene el valor de empeñarse en la comprobación de los propios límites inevitables.
Los espíritus simples se forjan la ilusión de que el saber científico ha alcanzado sus
más elevadas cúspides, constriñendo a límites muy modestos el ámbito de lo
desconocido; pero la realidad es muy distinta, como sabe cualquiera que se ocupe,
no digamos de la problemática paranormal, sino de investigación científica en
general. Que la ciencia esté llamada a progresar indefinidamente a lo largo de la
modesta y segura vía que le compete, es un hecho cierto e innegable, mas
justamente por eso su diálogo con lo desconocido jamás podrá agotarse.
WILLIAM MACKENZIE.
Presidente honorario
Pero, ¿es posible —gritarán esos hombres— que alguien sostenga todavía
hoy que es posible indagar fuera de los laboratorios, ridiculizando el sagrado ritual
de los métodos «ortodoxos» de investigación? ¿Es posible que alguien sitúe en el
mismo plano un hecho verificado «científicamente» y un hecho puro y simple, tal
vez referido por gente extraña a las filas de la ciencia, o acaso por algún científico
respetable en el ámbito de su especialidad, pero «inmaduro» para este tipo de
investigaciones? ¡Graves ligerezas, vive Dios! Y no menos escandalosa es la
independencia demostrada respecto a la terminología usual y a las tradicionales
divisiones de la materia, para no hablar del estilo ligero, desenvuelto y
voluntariamente desprovisto de hermetismos, lo cual, ciertamente, no concuerda
con la seriedad de una problemática delicada, cuyo tratamiento debería estar
rigurosamente prohibido a los «no adeptos de los trabajos».
CAPÍTULO PRIMERO
EN PRINCIPIO ERA EL SUEÑO
Muy a menudo se nos pregunta en que momento se sueña: si de día, entre las
continuas ilusiones, o bien de noche, cuando el reino del sueño nos transmite, dulce y
continuamente, la verdad y la realidad.ANIA TEILLARD.
Poco a poco, el sueño y su simbolismo se están convirtiendo en un punto obligado de paso
hacia el conocimiento de la estructura misma del Universo.MARIANNE VERNEUIL.
Dos tipos diversos de conciencia
Según lo que resultará de los hechos que iremos examinando poco a poco,
los procesos mentales de este otro tipo de conciencia están desvinculados de la
lógica corriente; aparte de sus percepciones, son independientes de los sentidos,
libres de las restricciones del espacio y, por fin, desligados de las del tiempo. El
hecho de que se trate de fenómenos subjetivos no implica necesariamente que sean
ilusorios, dado que es posible, a veces, establecer referencias precisas entre ese tipo
de percepciones y los aspectos de la realidad ordinaria a los que se refieren. No se
trata de que el lector nos crea sin más, pues él podrá formar juicio de la validez de
tales asertos sobre la base de los hechos, y entonces acaso esté en posición de
responder con mayor conocimiento de causa a aquellas antiguas preguntas poco
antes bosquejadas, así como a alguna otra no menos importante.
De relativa frecuencia parecen ser los sueños que anuncian sucesos trágicos
o dramáticos, como aquel famoso que hizo presagiar al presidente Lincoln su
trágico fin inminente, y el caso no menos famoso (al menos, para los italianos) de
don Gaetano Dall’Olio —un joven profesor del seminario de Bolonia—, a quien le
fue anunciado en un sueño el próximo fallecimiento del Papa Benedicto XV, y la
sucesiva elección para el solio pontificio del cardenal Achille Ratti 5. De las
premoniciones de desventuras (en particular, colectivas), nos ocuparemos
profusamente en otro capítulo; aquí, nos limitamos a observar que la aparente
relativa frecuencia de los acontecimientos oníricos infaustos puede depender, tan
sólo, del hecho de que éstos quedan mucho más impresos en la memoria
consciente, acaso en razón de su propio contenido terrorífico o trágico. Y no sólo en
la memoria individual, sino también en aquella que se inscribe, a veces con los
contornos de la leyenda, en aquel registro de recuerdos que viene representado por
la tradición escrita y oral6.
Hace pocos años, una muchacha de Predore (Bérgamo) soñó que se dirigía
al puesto de lotería, llevando consigo un cofrecillo de joyas y unos lingotes de oro.
En sueños, encontró al canónigo don Giovanni Gentile —muerto el año anterior—,
y he aquí que éste tomó dos lingotes del montón y, luego, dijo: «Mire, si
estuviéramos en 1990, este oro valdría cuarenta y un millones.» Al día siguiente,
los habitantes de Predore jugaron los números 2, 41 y 90 en la «rueda de Génova»,
escogida entre las otras porque la sílaba «Gen» figura, asimismo, en el nombre del
difunto. El resultado fue que la administración de lotería tuvo que distribuir, en
conjunto, veinticinco millones a cierto número de habitantes del pueblecito.
Los «grandes sueños» tienen de particular que son en extremo vívidos (lo
cual es signo de una activa participación o «hipervigilancia» de cierta parte de la
esfera consciente) y, además, comunican al sujeto una emoción profunda que le
empuja, una vez despierto, a hacer algo o, cuando menos, a contar a los demás el
asunto soñado10. He aquí un insólito episodio referido por Federico Boutet 11. Un
niño de seis años, que duerme en la habitación de los padres, a las once de la noche
se despierta y prorrumpe en gritos agudísimos. No hace más que repetir: «¡Se
quema...! ¡“La Hêtraye” se quema!» («La Hêtraye» es la propiedad rural en la que
el pequeño ha pasado ya muchas vacaciones.)
Según nos lo atestigua la experiencia común y nos refieren las crónicas, los
sueños verídicos son relativamente frecuentes, pero sólo pocos de ellos quedan
consignados en la Historia. Está el sueño de Garibaldi, al que le pareció, durante
una siestecita, que asistía al funeral de su madre. Esto sucedió el 19 de marzo de
1852, mientras el general se hallaba embarcado en un navío que atravesaba el
Pacífico, rumbo a un puerto de Asia. También fue éste un mensaje muy preciso,
porque la madre de Garibaldi murió aquel mismo día. No menos puntual resultó
el trágico anuncio nocturno que le llegó por los mismos misteriosos caminos a la
patriota comasca Giuseppina Perlasco, en el momento en que los austríacos
ahorcaban a su enamorado —Luigi Dottesio—, desde hacía tiempo incriminado
por conspiración contra el Imperio austrohúngaro.
Podemos referir con muchos detalles otro caso ocurrido en Miami, en 1961.
Se trata de la pesadilla nocturna de una señora que ve el cuerpo de su marido
(James A. Young) abandonado en la vía pública, y «sabe» que ha sido asesinado.
Pero no haríamos sino repetirnos. Creemos poseer ya indicios suficientes de que el
sueño, así como suprime las barreras del tiempo, ignora, asimismo, las del espacio.
Para fenómenos como éstos se acostumbra a hablar de telepatía, que se concibe
como el efecto de un contacto intermental establecido entre personas lejanas, y es
una explicación que conviene muy bien a muchos casos. Pero hay otros en los que
no existe (y puede demostrarse) una persona cualquiera a quien poder atribuir la
«transmisión» (llamémosla así) de las imágenes captadas por el durmiente, y en
tales casos no queda sino hacer remontar los fenómenos de percepción a distancia
a un autónomo y no menos misterioso poder cognoscitivo de la psique profunda.
Un tema fascinante que deberá ser afrontado en sus muchos aspectos y del que se
tratará, en particular, en los capítulos II y VI.
Al cabo de unos días, llegó una carta del frente. El padre de Jetty explicaba
que había sufrido atrozmente a causa de la sed, debido a una interrupción en los
suministros de agua, pero que la sed se había apagado de manera inexplicable por
efecto de un sueño muy extraño durante el cual le había parecido que se hallaba de
regreso en casa y que se le ofrecía un hermoso vaso de cerveza que Jetty había
adquirido para él. Acerca de este episodio existe un estudio detallado de G.
Schmeidler y E. Frommer12, del que resulta que las divergencias entre ambas
versiones son mínimas. No parece que la hipótesis de la telepatía baste para
explicar todos los enigmas que se derivan del caso.
Los antiguos tenían en gran honor el misterio del sueño, que consideraban
como el instrumento más importante de que dispone la divinidad para
relacionarse con la inteligencia humana y señalarle sus propias directrices en un
lenguaje simbólico y de interpretación no siempre fácil 14. Será interesante, a
continuación, ver cómo la misma hipótesis, expresada en términos naturalmente
distintos, aflora de nuevo en algunas de las más modernas concepciones.
Aristóteles escribía: «Desde el momento en que el yo (del durmiente) no puede
dirigirse por sí solo, y que su voluntad se manifiesta impotente para regular y
coordinar imágenes, sentimientos e impresiones, resulta que el impulso directo de
las potencias supremas puede manifestarse abiertamente.»
Puede suceder que en algún caso de este tipo, el sueño haga emerger, al
nivel de la conciencia, antiguas noticias olvidadas, o que transmita el fruto de
elaboraciones inconscientes de noticias adquiridas de alguna manera (lo cual sería
ya de notable interés, por otra parte), pero no creemos que tal hipótesis pueda ser
forzada hasta el punto de poderla aplicar a todos los casos de visiones oníricas
retrospectivas. Hay uno bastante notable que fue narrado por el doctor Binus y,
luego, comentado por Myers, en el que se trata de una tal Anna Simpson, de Perth,
a la que se apareció repetidas veces en sueños una mujer del pueblo, ya difunta,
que, en todas las ocasiones, le hizo la misma extraña petición. Deseaba que Anna
encontrara a un sacerdote católico dispuesto a pagar una deuda suya de tres
chelines y seis peniques, que había dejado pendiente. Se efectuaron investigaciones
y se llegó a saber que no sólo existía en verdad aquella deuda, sino que su cuantía
coincidía con exactitud. Se comprende que sucesos como éste no están destinados a
dejar muchas huellas en la débil trama de la memoria colectiva, pero se conocen
otros episodios más famosos, y vale la pena consignar alguno de ellos.
Una vez, el escritor Paul Brunton se hizo encerrar durante una noche en la
Gran Pirámide, donde tuvo visiones que le revelaron la exacta solución de algunos
problemas de egiptología por entonces aún sin resolver, y parece que las sucesivas
pesquisas de otros estudiosos no han hecho sino ratificar cuanto él había
«verificado» mediante aquellos estados oníricos o, al menos, oniroides 17. El mismo
Brunton recoge, de fuentes indiscutibles, la narración de un caso análogo sucedido
al profesor Herman V. Hilprecht, de la Universidad de Pennsylvania. En el curso
de un sueño sugestivo y movido, aquél supo qué interpretación exacta dar acerca
del origen de dos fragmentos de ágata procedentes de las ruinas de la antigua
Nippur, primera capital del reino babilonio.
Aquel sueño lo indujo, sin más, a rectificar una primera interpretación suya
que ya había propuesto en un estudio sobre el tema, y la rectificación se produjo en
la etapa de corrección de galeradas. Adviértase que Hilprecht, para sus estudios,
sólo había podido disponer de los dibujos de aquellos dos fragmentos de ágata. A
continuación, cuando pudo estudiarlos con comodidad en el Museo Imperial de
Constantinopla, tuvo las pruebas definitivas de que las complejas noticias que le
habían sido reveladas en sueños eran perfectamente exactas. Y aquí conviene
recordar los méritos científicos de Hilprecht, que fue el primero en descubrir
grandes cantidades de tablillas de arcilla incisas con caracteres cuneiformes
propios de la civilización babilonia, y también el primero en intentar provechosas
aproximaciones a aquella lengua. Un aspecto interesante de la aventura onírica
aquí reseñada consiste en la forma particular asumida por el sueño retrospectivo.
Dice Esquilo que la mente del durmiente «tiene los ojos penetrantes». Es
verdad que la ciencia no tiene mucha consideración hacia la verdad descubierta
por los poetas, pero —como dice Huizinga— «cuando la vida no puede ser
comprendida en conceptos lógicos (lo que todos deben admitir) y se debe expresar
más de lo que la concepción lógica permite, la palabra corresponde al poeta». Hay
problemas que para resolverlos es oportuno hacer converger la voz de los poetas
con la de los estudiosos, y utilizar posiblemente también las aportaciones de
aquella gran maestra de la vida que es la tradición en sus líneas más genuinas. No
obstante la sistemática evaluación de los sueños que a partir del siglo de las luces
han practicado los espíritus «fuertes», la observación de Esquilo acerca de la mayor
penetración explicada por la mente del durmiente halla aún hoy vigencia en aquel
famoso adagio según el que «el sueño trae consejo».
Bastante notables son los casos del danés Niels Bohr, Premio Nobel de
Física, y del canadiense Frederick Grandt Banting, Premio Nobel de Medicina:
ambos descubrieron, a través de un sueño, el camino a seguir para resolver cierto
problema que atormentaba a la propia mente diurna. Gracias a una visión onírica
por completo fantasmagórica, que simbólicamente mostraba un sistema planetario
sujeto a ciertas evoluciones particulares, Niels Bohr comprendió qué
modificaciones debían introducirse en el modelo atómico de Rutherford a fin de
poder delinear otro que tuviera en cuenta también premisas teóricas establecidas
por la teoría de los cuantos. De aquí el origen de un nuevo modelo atómico
universalmente aceptado que lleva hoy su nombre. Banting conoció por un sueño
los procedimientos a seguir para poder aislar en el laboratorio la insulina, único
remedio eficaz de que la Medicina ha podido disponer hasta hace pocos años en su
lucha contra la diabetes.
Se sabe que el sueño también es amigo de los artistas, a favor de los cuales
pone a disposición las potencias latentes del sueño creativo. Para empezar, puede
citarse el caso de un famoso personaje creado por R. L. Stevenson, que debía su
nacimiento a una serie de sueños: el doctor Jekyll. En el transcurso de un sueño, un
insigne narrador de cuentos —Hans Christian Andersen— imaginó las hazañas
contadas luego por él en la fábula Los vestidos del emperador. También los músicos
tienen acceso al manantial secreto. En la breve duración de una siesta, Ricardo
Wagner soñó que era arrastrado por la impetuosa corriente de un río, pero el
fragor de las aguas sonaba como un canto, y era exactamente el tema melódico que
había buscado largo tiempo para convertirlo en el preludio de El oro del Rin.
He aquí otros dos episodios análogos al referido por d’Esperance, pero que
a los ojos de algunos aparecerán acaso bajo una luz más respetable, en razón de las
fuentes de que provienen. Jung narra la historia de un perito mercantil que había
intentado inútilmente, durante muchos días, ver claro en el caso de una bancarrota
fraudulenta. Una vez, se fue a la cama después de haber trabajado hasta la
medianoche, y se durmió normalmente. A las tres de la madrugada, su mujer se
dio cuenta de que se había levantado y se dirigía a su gabinete de trabajo.
Entonces, ella se levantó a su vez y le siguió. El hombre se sentó en su escritorio,
estuvo tomando apuntes durante un cuarto de hora y, luego, se volvió a dormir. A
la mañana siguiente, no recordaba en absoluto el episodio, pero allí estaban sus
apuntes que hablaban con claridad y que resolvían, de manera definitiva, el
intrincado caso que tantas preocupaciones le había causado (v. op. cit.).
Un episodio similar fue narrado en su tiempo por Myers 21. Hace referencia a
un contable que también se levantó por la noche como sonámbulo y que (tómese
nota), a oscuras, escribió en un folio de papel todos los datos precisos para aclarar
cierto error de transcripción que había cometido un mes antes, y que desde hacía
ya tiempo había renunciado a buscar. La analogía que subsiste entre los numerosos
episodios aquí referidos no puede ser casual, pues aquélla representa una clara
invitación a buscar el significado general que se oculta detrás de semejantes
situaciones típicas, si bien del todo insólitas.
Cómo suceda esto, sólo puede ser objeto de conjeturas. Puede ocurrir que la
mente, liberada del pesado vínculo diurno con el mundo circundante, se recoja
mejor en sí misma, a fin de aclarar con exactitud los problemas que debe resolver,
«o sea, que entre en un estado de “hipervigilancia” vuelto, no hacia el mundo
externo, sino a un plano distinto de realidad accesible sólo desde el interior» 22.
Como quiera que se interpreten los fenómenos, se impone la evidencia de un
hecho: que en el vasto territorio del inconsciente no sólo existen los impulsos
instintivos y elementales, sino que hay, también, un conjunto de fuerzas y recursos
que tienden, en condiciones particulares, a integrar las fuerzas y recursos
conscientes y a colmar las lagunas asimismo en el plano intelectual y cognoscitivo.
Por añadidura, en ocasiones dan, en este campo, resultados que superan con
mucho las posibilidades normales del sujeto.
Todo esto nos induce a reconsiderar, bajo una luz más moderna, y teniendo
en debida cuenta los hechos hasta ahora expuestos, las diversas concepciones y
juicios que, de vez en cuando, han sido expresados acerca del sueño, según una
variedad más bien extensa de puntos de vista que van desde las aprioristas
posiciones de cuantos niegan a aquél toda importancia, hasta las de quienes
quisieran limitar arbitrariamente a un ámbito muy restringido el significado de la
función que el sueño explica en la vida del hombre. Este tipo de consideraciones
nos alejará por un momento de la problemática particular de los «grandes sueños»,
pero, al mismo tiempo, nos llevará a encuadrarla en la más amplia del sueño en
general, que hoy, mucho más que en el pasado, atrae la atención de estudiosos
incluso extraños al campo de la psicología analítica.
Éste es un terreno que aún debe ser explorado, pero puede entreverse su
perfil desde ahora a la luz de los ejemplos ya considerados (los sueños que
inspiran; los que resuelven dificultades prácticas; los que permiten encontrar
objetos extraviados, y así sucesivamente), o bien sobre la base de cuanto algunos
psicoanalistas nos han revelado a propósito de aquellos sueños particulares
llamados «de orientación», en el curso de los cuales jóvenes sujetos se preparan
para el ejercicio de futuras vocaciones profesionales que aparecen, de momento,
muy distantes de sus actitudes, preferencias y posibilidades, y que, sin embargo,
encontrarán rigurosa aplicación en un futuro lejano (cfr. Baudouin, op. cit.).
Hasta aquí, las luces que sobre el misterio del sueño pueden sernos
proyectadas por la psicología de lo profundo. Pero están todavía las, nada
despreciables, debidas a la investigación neurofisiológica, que en tiempos recientes
ha logrado establecer la existencia de correlaciones muy interesantes entre ciertos
aspectos del mismo misterio (algunos de los cuales tienen una relevancia objetiva y
pueden ser, incluso, indagados en el laboratorio). Particularmente dignas de nota
son las nuevas y geniales investigaciones efectuadas por Kleitman y Dement acerca
del sueño como fenómeno concurrente al sueño fisiológico, y a tales
investigaciones se debe el que, hoy, el mismo fenómeno pueda ser encuadrado en
una perspectiva más exacta incluso desde el punto de vista evolucionista 26.
Para ver hasta qué punto esto es exacto, no queda sino poner algún ejemplo.
He aquí que una plácida ama de casa de Salerno interrumpe de improviso sus
faenas domésticas, llama un taxi y manda que la conduzcan a la carretera de
Teggiano, donde encuentra a su hijo tirado y exánime en una cuneta, y junto a él su
motocicleta, que había sido el instrumento de la desgracia. Nadie había avisado a
la mujer, que actuó impulsivamente a raíz de una especie de sueño a ojos abiertos,
en el curso del cual creyó oír la voz del hijo que le pedía socorro y le indicaba,
además, la localidad donde el accidente se había producido. Era la víspera de
Navidad de 1955; trágica Navidad para la señora Rosa P. De este episodio se
ocuparon largamente las crónicas periodísticas30.
Fue el tercer caso el que disipó las dudas que me quedaban. Un día, tras
haberme buscado inútilmente varias veces, me repitió por teléfono la narración que
ya había hecho a una persona de mi familia. Durante tres horas, entre las cinco y
las ocho de la mañana, había permanecido en un estado de duermevela durante el
que había «asistido» a una escena apocalíptica, y su voz, al contármela, aún
temblaba. Le había parecido, en primer lugar, que una montaña se precipitaba en
el mar. Luego, se dio cuenta de que no se trataba del mar, sino de un lago, y que el
agua de éste, proyectada al exterior por el desplome de la montaña, iba a verterse
por todo alrededor. De ello se seguían daños y destrucciones incalculables.
Cuarenta y ocho horas después, aconteció la horrenda tragedia del Vajont.
Los ocultistas tienen una concepción, entre psíquica y espacial, que no está
desprovista de interés: el Akasa. Nos encontramos siempre en el campo de las
concepciones «oceánicas» de la psique, en el que se incluyen tanto el «inconsciente
universal» de Edward von Hartmann como el «inconsciente colectivo» de Jung. En
términos más simples, también puede hablarse de universo psíquico 38 o
«dimensión del sueño», dado que no se puede acceder a él sino en aquel particular
estado de conciencia que, a veces, aflora en el sueño. Según un antiguo parangón
que se remonta al Mahabharata, esta realidad desconocida corresponde justamente
a un océano del que la vida individual surge como una ola, para correr sus breves
aventuras en el universo sensible (y puede suceder que su cresta espumeante ni
siquiera sospeche la existencia de la profundidad de la que se ha elevado).
(7) Como nos ocuparemos de aclarar en otra parte del libro, en ciertos casos
de ganancias por así decir “prefijadas” en la lotería o en rifas, acaso pueda
invocarse la intervención de un factor psicocinético en lugar del precognitivo.
(16) V. TWEEDALE, Les fantômes que j’ai vus, París, La Colombe, 1954.
(21) F. H. MYERS, Human Personality and its Survival of Bodily Death, Londres,
1903.
(25) “Para comprender el sueño, es preciso admitir que la vida psíquica está
compuesta de planos superpuestos correspondientes, sin duda, a la sucesión de los
centros nerviosos.” (BAUDOUIN, op. cit., p. 36.)
(27) Una de las experiencias de que hablamos ha sido referida por el doctor
Justinus Kerner, médico de cabecera de la médium Federica Hauffe, conocida
como “la vidente de Prévorst”. Mientras se encontraba inmersa en el “sueño
magnético profundo”, en el curso del cual manifestaba sus más altas dotes de
clarividencia, la mujer dictó esta frase, estupendamente evocadora de esas
realidades desconocidas que se agitan en el fondo de nuestro ser: “Mi cerebro no
sabe nada; es mi espíritu el que habla. Y si yo, en estado de vigilia, con mi cerebro
pudiera saber lo que dice mi espíritu, moriría.” (J. KERNER, Die Seherin von
Prévorst; trad. francesa del doctor DUSART, La Voyante de Prévorst, París, Chaumel,
1900.) Análogas observaciones han sido hechas por el doctor Pagenstecher a
propósito de ciertas experiencias en cuyo decurso la médium María Reyes de Z., de
quien se ocupó largamente, caía en estado letárgico. Todo esto parece valorizar
algunas doctrinas orientales que enseñan la pluralidad de los estados de
conciencia, entre los que está comprendida la “conciencia letárgica”.
(29) Cfr. lo que escribe JUNG en Realidad del alma, cap. 9, “Alma y muerte”:
“Así como nuestra imagen del mundo ha tenido que liberarse del prejuicio del
geocentrismo, necesitaremos de un gran esfuerzo de naturaleza casi revolucionaria
para liberar la psicología de las cadenas de las concepciones mitológicas y, luego,
del prejuicio de que sea tan sólo un epifenómeno de los procesos bioquímicos que
se desarrollan en el cerebro, por una parte, y una simple cuestión personal, por
otra. En un sentido, la correlación con el cerebro no prueba en absoluto que la
psique sea un llamado epifenómeno, una manifestación secundaria dependiente de
manera casual de los procesos bioquímicos que se producen en lo abstracto; en
otro sentido, sabemos lo bastante hasta qué punto la función psíquica puede ser
afectada por procesos manifestados en el cerebro. Este hecho es tan importante,
que la deducción de la epifenomenalidad psíquica aparece casi inevitable. Pero los
fenómenos parapsicológicos nos invitan a la cautela, puesto que indican una
relativización del tiempo y del espacio por obra de factores psíquicos que pone en
duda la explicación prematura e ingenua del paralelismo psicofísico.”
CAPITULO II
LOS VAGABUNDEOS DE LA MENTE LIBRE
Cuando volví a casa de Pasqualina, dos años más tarde, iban conmigo tres
amigos, uno de los cuales padecía desde años atrás de ciertas molestias crónicas en
el abdomen. El otro era su médico de cabecera, y el tercero, el director
cinematográfico Federico Fellini, que necesitaba documentarse acerca de la
«dimensión mágica de la realidad». La vidente se sumergió, como de costumbre,
en el trance, visitó largamente al enfermo con el ritual de siempre y, luego, pidió
papel y lápiz y dibujó el punto preciso del paquete intestinal donde estaba
localizada aquella afección, respondiendo con precisión a todas las preguntas del
médico. Frente a tanta misteriosa sabiduría, éste no pudo por menos de inclinarse,
pero lo más sorprendente era la seguridad digamos «profesional» demostrada por
aquella aldeana sencilla, reservada y modesta.
La ciencia y lo inexplicable
Quien esto escribe sabe muy bien que historias como la presente carecen de
toda relevancia científica. Aparte de testimonios aislados, lo que los estudiosos
quisieran es que tales fenómenos inexplicables pudieran observarse y reproducirse
a placer. No siempre es esto posible, pero en el caso de Pasqualina Pezzola es
exactamente así. Acerca de sus facultades insólitas existen dos publicaciones
redactadas por estudiosos calificados que la han sometido a experiencias de todo
género. En orden cronológico, el primer estudio sobre la vidente fue realizado por
la doctora Giuseppina Mancini, que forma parte del Comité científico de la
«Società Italiana di Parapsicologia», y se remonta a más de veinte años. La otra
aportación se debe al doctor Piero Cassoli, ex presidente del «Centro Studi
Parapsicologici», de Bolonia.
Una vez, Cassoli y Marabini quisieron ver, con una experiencia decisiva,
hasta qué punto las noticias referidas por la vidente eran independientes de sus
recuerdos y pensamientos. Y ello para poder excluir la hipótesis de una eventual
comunicación telepática. De Porto Civitanova, donde se encontraban, se pusieron
en contacto telefónico con la clínica boloñesa de Sant’Orsola, y preguntaron si
estaba ocupada la cama 16, situada en la habitación 14 del departamento de
ginecología. No quisieron saber nada más. Una vez obtenida la respuesta
afirmativa, rogaron a Pasqualina que se dirigiese a visitar a la persona desconocida
que yacía en aquel lecho. Y he aquí el resultado:
La doble alineación
He aquí por qué los partidarios del materialismo —que sostienen que todos
los fenómenos psíquicos son manifestaciones particulares de cierto tipo de materia
organizada, y que están subordinados de manera inevitable a la existencia y
funcionamiento de un aparato nervioso y de un órgano cerebral— se encuentran
desorientados frente a hechos que, por el contrario, parecen demostrar
precisamente lo contrario: la autonomía de algunos procesos psíquicos respecto a
los presuntos «soportes» del psiquismo y del pensamiento. Esto determina que los
seguidores de las teorías fisicalistas o bien no admitan la existencia de fenómenos
como los aquí descritos, o bien aplacen la explicación por tiempo indeterminado,
esperando que los adelantos futuros de la Física puedan hacerla posible, pero esto
constituye un acto de fe que no sabemos cuándo ni si efectivamente podrá ser
confirmado por los hechos. Nuevos avances de la Física están ya en marcha, pero
no progresan en el sentido esperado por los fisicalistas, sobre todo en cuanto que
esa ciencia, al afrontar los grandes problemas del átomo y del Universo, ha tenido
que abandonar los tradicionales esquemas mentales propios del sentido común y
de la lógica cartesiana.
Cuando, por el contrario, se tiene la valentía de abandonar el campo
fisicalista3 para acceder a una de tantas hipótesis que se dirigen hacia el principio
fundamental de la autonomía de la psique respecto al presunto soporte
indispensable nervioso y cerebral, el aspecto absurdo de los fenómenos en cuestión
desaparece. En la alineación de esta parte encontramos a insignes filósofos y
psicólogos como Henri Bergson y William James; a pensadores católicos
contemporáneos como Gabriel Marcel y Raphael Sanzio Bastiani, y a tantos otros.
Bergson supone que la mente tiene posibilidades ilimitadas de conocimiento no
dependientes de los sentidos ni subordinadas a las categorías espaciotemporales, y
que el cerebro existe exclusivamente para «hacer de filtro» de tales conocimientos
potencialmente propasados y, por tanto, para evitar que se prevenga a la mente
consciente de todo aquello que estorbara el curso normal de la vida en el universo
de las tres dimensiones.
Violación de secretos
NOTAS — Capítulo II
(2) Apenas han sido ligeramente modificados en la forma, para hacerlos más
asequibles.
(3) Que algunos tienden a identificar, no se sabe bien con qué fundamento,
con el ámbito mismo de la ciencia. Véanse, a este propósito, las consideraciones
desarrolladas en el último capítulo.
(7) BORIS NOYER, Reflexions sur l’inconnu, en Soleil, n.º 5-6, 1963.
(20) En los treinta y cinco años durante los que Cayce ejercitó sus facultades
paradiagnósticas, tuvo ocasión de tratar más de 30.000 casos. Su actividad fue
patrocinada por una entidad constituida al efecto en 1931: la “Association for
Research and Enlightment”.
(21) MAX KROENIG, Gibt es ein Fortleben nach dem Tode? (citado por
MOUFANG en Magier, Maechte und Mysterien, Heidelberg).
CAPÍTULO III
LAS INCURSIONES MENTALES EN EL PASADO
¡Nada muere! Una rosa que ha florecido una vez, florece para siempre.J. W.
DUNNE. Los objetos cuentan
Fragmentos de Historia
En realidad, las cosas no son tan simples como les parecían a esos dos
estudiosos. La «memoria de los objetos» no es más que una imagen pintoresca,
aunque dé muy bien la idea de un objeto sobre el que cuenta, a quien sepa
entenderla, su historia desconocida. No es la memoria de las cosas la protagonista
de la psicometría, sino la del sensitivo, que se alarga de modo indefinido más allá
de las experiencias personales hasta incluir en su propia esfera un pasado que no le
pertenece, pero que aún le es accesible en virtud de clarividencia retrospectiva: una
verdadera forma de viaje mental al pasado5.
En este cuadro se sitúa la realidad mental de los viajes al pasado, una realidad
que, a veces, se impone con dramática evidencia, como en el famoso caso de María
Reyes de Z. Las evocaciones psicométricas logradas por esta dama mexicana bajo
la hábil dirección del doctor Gustav Pagenstecher —un cirujano y ginecólogo
alemán emigrado a México— tenían la precisión de un documental
cinematográfico y la intensidad dramática de los episodios realmente vividos 9. Una
carta de adiós escrita por un náufrago a sus lejanos seres queridos y confiada a una
botella que había sido pescada muchos años después del acontecimiento, provocó
en María la identificación con el autor de aquel dramático mensaje.
Sin saber nada del asunto, la sensitiva describió con extraordinario realismo
la desesperación de los pasajeros de un trasatlántico hundido en 1917 por los
alemanes en pleno Atlántico: el frenético apresurarse de oficiales y marineros, la
explosión de las calderas, la oscura desesperación del náufrago que había escrito la
carta, cuyo pensamiento estaba fijo en su mujer y en sus hijos lejanos... Un botón de
la bocamanga del emperador Maximiliano suscitó en la vidente una visión
colorista y movida de los grandiosos festejos con los que el pueblo de Ciudad de
México acogió, a su llegada, al soberano y a su real consorte. Un guijarro de
mármol recogido en el Foro romano, junto a los restos del templo de Cástor y
Pólux, suscitó la visión de aquellas ruinas, de las que luego, a requerimiento de los
experimentadores, la sensitiva hizo un dibujo preciso. El mismo guijarro,
presentado en otras ocasiones, evocó siempre las mismas imágenes.
Hay que tener presente que María Reyes daba sus respuestas mientras
permanecía con los ojos cerrados y sumida en el trance, así que no veía en absoluto
el objeto, si bien lo estrechaba entre sus dedos. En consecuencia, no podía dejarse
influir por su aspecto. El doctor Pagenstecher, por su parte, tuvo cuidado de
controlar la verosimilitud de los relatos de la sensitiva cada vez que ello fuera
posible, y siempre encontró una concordancia al menos genérica con los datos
suministrados por la Historia y por los testimonios. Aparte de esto, la mujer estaba
muy lejos de poseer la cultura enciclopédica que hubiera necesitado para poder
inventar con semejante riqueza de detalles realistas las aventuras contadas por ella.
Pese a su categoría social, doña María Reyes de Z. no era más que una buena y
simple madre de familia con varios hijos por los que debía velar.
Chilló de espanto. Rogó al joven oficial de guardia que hiciera algo, pero
éste no conseguía ver nada, aparte las acostumbradas y vacías extensiones de un
mar apenas encrespado por la brisa. Entonces, Elizabeth se desesperó, lloró y, al
fin, escondió la cabeza entre los brazos del oficial, en espera de la colisión fatal.
Pero ésta no se produjo, y cuando la niña volvió a alzar los ojos, vio el desconocido
bajel navegar tranquilo por el otro lado, como si hubiera pasado sin consecuencias
a través de la nave moderna.
En lugar de la gente rumorosa del siglo XX, había ahora personajes con
atavíos setecentistas y tocados con tricornio. Sólo que lejos de tener el aspecto
abierto y gentil reflejado en la iconografía de la época, algunos de ellos estaban,
evidentemente, agitados por un fervor y un ansia incomprensibles. Entre las
muchas particularidades advertidas, y sobre las que conviene detenerse, figuraba
la de un hombre sentado y de aspecto repugnante, tan desfigurado estaba su rostro
por la viruela. De improviso, oyeron pasos precipitados y vieron a un distinguido
gentilhombre de elevada estatura, con la peluca ensortijada y grandes ojos oscuros,
que se dirigía a las espectadoras. Era tan hermoso que parecía surgido de un
retrato antiguo. Su vestimenta se completaba con una esclavina y sombrero de
anchas alas, ambos en desorden a causa de la carrera.
Sobre esta extraordinaria aventura, las dos muchachas escribieron una larga
y minuciosa narración que tuvieron cuidado de firmar con nombres
convencionales, para escapar a las desagradables consecuencias de la previsible
incredulidad general. El trabajo fue publicado en Londres por «MacMillan and
C.º», en 1911, y tuvo el honor de suscitar, al mismo tiempo, el vivo interés de la
Prensa (Times, Morning Post, Daily Telegraph) y el de los estudiosos de
metapsíquica. El profesor Hyslop, de la Sociedad inglesa para las Investigaciones
psíquicas, le dedicó un largo comentario. Por lo general, los testimonios sobre los
hechos extraordinarios, tras haber suscitado un poco de atención en su momento,
pronto son olvidados y nadie osa volver de nuevo a ellos, y por eso el polvo del
tiempo va haciendo cada vez más difuminados y menos atrayentes sus contornos.
Pero este caso resulta tan interesante, que la curiosidad de los estudiosos respecto a
él aún no se ha apagado, como lo demuestran los recientes trabajos de Pierre
Devaux, de G. W. Lambert y de Serge Hutin15.
Experiencias de este tipo habían sido ya efectuadas por María Reyes de Z.,
con conclusiones ricas en detalles sugestivos y muy inverosímiles 18. A veces, como
se ha visto en el capítulo I a propósito de Paul Brunton y del doctor Hilprecht,
estas visiones inspiradas por el ambiente se prestan, en apariencia, a acreditar
interpretaciones de tipo espiritista, pero nosotros estamos de parte de Maeterlinck
y creemos, como él, que todas las visiones retrospectivas, más o menos dramáticas,
nacen «de nuestro desconocido viviente», sin ninguna necesidad de la intercesión
de entidades verdaderas o presuntas.
Trece años más tarde, el mismo Evangelio copto fue sometido al examen de
la señora Sandra Bajetto, que, inmediatamente, se identificó con su ex poseedor.
Tomó entre las manos, sin abrirla, aquella especie de caja y pronto su rostro se
tornó serio y grave. «Siento la necesidad de arrodillarme —empezó a decir—.
¡Tengo que hacerme perdonar mis pecados! Ya he expiado, pero no es bastante.
Veo una construcción redonda, con una gran cúpula blanca, y debo llegar hasta ella
de rodillas, como hacen otros penitentes junto a mí. Estamos en una región más
bien cálida, donde se habla una lengua para mí desconocida. La gente va vestida
de blanco... Las mujeres deben estirarse los vestidos al caminar...» Cualquiera que
conozca el folklore etíope no podrá por menos de apreciar las dos versiones
distintas y complementarias. El pequeño Evangelio me había sido regalado por un
hombre religiosísimo —un tal Saladinghil Uoldesadigg— que vivía como ermitaño
en los bosques de eucaliptos que existen en torno a Addis Abeba, pero yo nada
sabía de los pecados que tenía que expiar, ni del número de veces que podía haber
besado aquel librito.
»Pero tal vez el caso más curioso sea el de una vieja cartera que “no se
dejaba tocar”. Por más que me esforzaba en acercarle la mano, me sentía rechazada
por una fuerza superior a mi voluntad.» ¿A quién podía haber pertenecido aquella
cartera? Acaso —observa la sensitiva— a un señor avaro y sospechoso, con la idea
fija de que pudieran robarlo. Como las imágenes que acuden a nosotros en sueños,
también los objetos «interrogados» por los sensitivos hablan, pues, el lenguaje
universal de los símbolos.
(8) WHATELY CARINGTON dice, a su vez, que las hipótesis son como los
dulces, cuya bondad no puede ser determinada por el aspecto, sino sólo cuando se
comen. Análogamente, las hipótesis son juzgadas según los hechos (Telepathy,
Londres, Methuen and Co.).
Había sido una alucinación, una de esas que, según una opinión difundida,
y compartida también por la médium, sería de pésimo augurio. Pero no era éste el
caso. Una hora más tarde, apareció Lord Colin en carne y hueso y se presentó con
el mismo aspecto de antes, con el perfumadísimo ramo de lilas en una mano y el
inseparable perro que meneaba el rabo a su alrededor. El hombre se excusó y
precisó que hubiera llegado una hora antes, si no se lo hubiera impedido un
contratiempo. Para casos como éstos, hay quien habla de alucinaciones de
«telepatía precognitiva»; otros, de alucinación telepática pura y simple; otros más,
de desdoblamiento; pero acaso nuestras distinciones sean demasiado sutiles
respecto a la sustancial unidad del fenómeno fundamental, que consiste en una
liberación temporal de las estrecheces del espacio y del tiempo, gracias a un
particular estado de conciencia que es el mismo que hemos visto aflorar en los
«grandes sueños».
Ya hemos hecho referencia a los hechiceros mixtecas (v. capítulo II), pero sus
prácticas no son sustancialmente distintas de las de sus colegas de Laponia, de la
Siberia nordoriental, de la Tierra de Fuego o de Polinesia 10. Parece que en Laponia
los hechiceros saben predecir cuándo se aproxima el oso blanco o cuándo el hielo
está a punto de romperse. Los brujos de la tribu de los «negrillos» se sumergen en
trance para enviar a su propio espíritu al futuro, en una especie de viaje
espaciotemporal que les permite establecer con exactitud la suerte de todos
aquellos que participarán en la partida de caza. En su monumental libro 11, el padre
Trilles nos da una descripción inolvidable de las prácticas mágicas en virtud de las
cuales un brujo pigmeo consigue escrutar en el futuro inmediato. Circundado por
los guerreros de su tribu, dispuestos ya para la inminente batida de caza del
elefante, el hechicero juguetea con un montoncito de huesos (los «huesecillos del
destino») y, luego, describe minuciosamente las fases de la futura partida,
informando a cada uno de los presentes las satisfacciones, los disgustos o los lutos
a él reservados por la empresa.
«Es tal la eficacia realista con que el hombre representa aquellas escenas que
han de suceder —explica el misionero— que, sin más, dan la ilusión de que
aquellos acontecimientos se están desarrollando realmente ante él.» Y concluye: «Y
ahora llegamos a la circunstancia más impresionante que las demás, con mucho. Se
trata de que la representación aludida se verifica luego hasta en los más mínimos
detalles para la localidad a la que debía afectar y para los hombres caídos en la
lucha, para los heridos, para el número de elefantes muertos, para aquellos que
lograrán salvarse y para el número de colmillos de marfil cobrados. ¡Todo cuanto
había sido previsto ha resultado exacto; todo se ha realizado! Queda por tratar del
papel puramente ritual y simbólico de los «huesecillos del destino», parecido al de
los llamados «espejos mágicos» en uso entre otros pueblos. O sea, que se trata de
objetos destinados a facilitar, mediante el mecanismo de los reflejos condicionados,
el acceso a aquel distinto estado de conciencia que abre las puertas del pasado o
del futuro.
Queda por ver entre qué límites semejante concepción puede hallar
comparación en los modelos del Universo propuestos por físicos y matemáticos.
Hay diversos esquemas teóricos que pueden servir, comenzando por el elaborado
en 1887 por Hinton, que hablaba de «un maravilloso conjunto en el que todo
cuanto ha existido o existirá coexiste». Se trata de algo que ya conocemos: el
inmóvil «panorama sin tiempo», sólo que Hinton suponía que era «el panorama»
el que se movía y no el observador. Explica, en efecto: «Procediendo por su
camino, este conjunto deja en nuestra conciencia relampagueante, encerrada en el
restringido espacio de un solo instante, un recuerdo tumultuoso de mutaciones y
vicisitudes que existen sólo para nosotros»16.
Son, pues, los mismos físicos y matemáticos quienes nos invitan a ampliar
los conceptos sobre los que se basaba la ciencia prerrelativista, y es una invitación a
la que deberían ser particularmente sensibles los parapsicólogos, dada la evidente
imposibilidad de explicar los fenómenos paranormales según los conceptos
propios de la ciencia ochocentista17. En este cuadro, la posibilidad aun esporádica
de la precognición no conduce ya al absurdo de conocer «aquello que todavía no
existe», sino, por el contrario, de un respiradero que se abre algunas veces sobre el
panorama del futuro, o sea, lo que «existe» en una dimensión superior, llámese
«atemporal» o «supratemporal»18. «La dificultad de ver cosas que no están
“presentes” desaparece, puesto que éstas pueden considerarse existentes aunque
sean pasadas o futuras», escribe a este propósito Luigi Fantappiè en una nota
ilustrativa de su «esquema de existencia total». Se comprende que el concepto de
existencia se extiende así más allá de los límites accesibles al sentido común (o sea,
lo que Huizinga llama «la razón en su vieja forma»)19.
NOTAS — Capítulo IV
(6) “Una vez admitido el concepto de que una alucinación telepática, al ser
creada por el perceptor”, escribe Tyrrell, en defensa de su concepto según el cual
las alucinaciones pueden ser compartidas por muchas personas, incluso en ausencia de
cualquier expresión física externa de la aparición alucinatoria (v. op. cit. en la nota
precedente).
(7) Revue Métapsychique (1921), pp. 380-383. Como hace observar a este
propósito BOZZANO en Guerre e profezie, Milán, 1953, p. 54, el primero de tales
mensajes mediúmnicos fue enviado al doctor Geley, a París, y al doctor Jules
Roche, unos dos meses antes de que se realizaran los sucesos previstos.
(8) Profesor V. BEONIO BROCCHIERI, de la Universidad de Pavía,
Prolusione all’anno accademico 1956-57 presso il Centro Studi Parapsicologici di Bologna,
en suplemento “Parapsicologia” a Minerva Medica, número 48, 16 de junio de 1957.
(14) No creemos, por otra parte, que semejante experiencia pueda conseguir
algo. Dunne era, es indudable, un sensitivo, como lo demuestra el notable número
de sueños precognitivos que tuvo (v. op. cit.).
(18) J. HUIZINGA, op. cit. “La razón, en su forma antigua, ligada como está
a la lógica aristotélica, no consigue ya marchar al mismo paso que la ciencia.”
CAPÍTULO V
EL DIÁLOGO SECRETO CON EL YO PROFUNDO
El inconsciente puede reservar mensajes esenciales para los oídos que sepan ponerse
a la escucha.JUNG. Los curiosos enredos de la suerte
El escritor belga, por su parte, no creía que nos pudiéramos salvar por efecto
de lo que llama la «clemencia del azar». Y, en efecto, observa: «Es muy natural
suponer que en el hombre exista un no sé qué capaz de olfatear la desgracia; que un
instinto oscuro, pero en algunos eficacísimo, intervenga para alejarlo del peligro.
(...) Se trata de una clase de pánico sordo y oculto en el inconsciente que,
exteriormente, no se traduce más que por una veleidad, un capricho, un incidente a
menudo pueriles e inconscientes, pero irresistibles y providenciales.» Se trata,
pues, de una manifestación precognitiva que, por una u otra razón, no llega a
inscribirse claramente en el plano consciente. En consecuencia, se detiene, por así
decirlo, a medio camino.
A propósito de este caso, muchos prefirieron, tal vez, creer que la reina de
Inglaterra posee un ojo más ejercitado y vigilante que el de sus amigos oficiales de
Marina. Pero quien esté dispuesto a dar crédito a los desconocidos recursos de la
Naturaleza, no tendrá, por el contrario, ninguna dificultad en suponer que la gracia
soberana posee, entre muchos otros, el don del «presentimiento justo en el
momento justo». Los presentimientos son pequeñas cosas, y pertenecen a una
materia muy discutible, pero si no pueden tener ningún lugar en el simple y
ordenado universo de los racionalistas, en cambio lo tienen preferente en la vida
práctica donde hasta el elemento más insignificante contribuye a formar un vasto y
significativo propósito.
El presentimiento es como un susurro, como un bisbiseo de la que
Maeterlinck llama «la vida que lo sabe todo sin tener conciencia de ello», dirigido a
la otra, «que todo lo ignora aun teniendo inteligencia» 3. Escribe Giovanni Papini:
«Todo aquel que tenga un poco de práctica en la introspección espiritual siente en
sí ‘voces’ que no son su voz, siente murmurar instigaciones e incitaciones que, un
momento antes, le resultaban desconocidas, imprevisibles e increíbles 4.» Lo que el
ilustre escritor apenas ha notado es que las «instigaciones» a menudo son
saludables. Un caso muy semejante al de Luigi D., de Asola (Mantua), que hemos
referido en el capítulo I, fue registrado con muchos detalles por Camille
Flammarion. Se trata de un individuo que, una noche, experimentó el imprevisto e
inexplicable impulso de trasladar su lecho de una habitación a otra, después de lo
cual, el techo de la estancia apenas abandonada por aquél, se hundió de la manera
más inesperada. Acerca de este particularísimo género de sensaciones, impulsos o
caprichos que parecen irracionales, mientras que, en realidad, son la expresión de
advertencias premonitorias que no logran traducirse al claro lenguaje de la
conciencia, ha sido acumulado mucho material informativo y documental por
Louisa Rhine.
Supongamos que les acuda a la mente la palabra «arco iris». Les bastará con
buscar lo que su mente asocia espontáneamente a aquella palabra (por ejemplo:
nube, lluvia, sol, cielo), y, luego, mirarán si la lista de los caballos contiene por
casualidad un Nube o un Sol. Podría tratarse del caballo bueno... Se trata,
indudablemente, de una broma, pero no deja de ser instructiva por cuanto aclara
las extrañas relaciones que existen entre la conciencia diurna y aquella otra, y del
éxito de las cuales dependen muchas más cosas de las que se cree.
Y júzguese ahora hasta qué punto las características salientes de tales hechos
premonitorios se repiten más o menos regularmente en situaciones distintas. Tres
días antes de que en el circuito de Monza se produjera un desastre análogo al de Le
Mans, una tal señora M. B., de Florencia, vio, en sueño, algunos detalles y se
identificó con las víctimas. Permaneció obsesionada por aquella pesadilla, de la
que hablaba de vez en cuando con sus familiares. Tres días más tarde, en un
semanario, vio reproducida la misma escena que había soñado: un auto de carreras
volcado en el prado adyacente a la pista, con el número cuatro que resaltaba sobre
el rojo de la carrocería.
Uno de los desastres sobre los que estamos mejor documentados en cuanto
a los «ecos anticipados» que provocó es el hundimiento del Titanic, el famoso
trasatlántico que se fue a pique el 14 de abril de 1912, en el curso del viaje
inaugural, a causa de una colisión con un iceberg. El 10 de abril, una tal señora
Marshall, que vivía a orillas del estrecho de Solent, subió con su marido y otros
allegados al techo de su casa para presenciar el paso del que era considerado el
trasatlántico mayor y más moderno, además de «innaufragable». En un momento
dado, como si fuera víctima de una crisis nerviosa, la mujer se puso a gritar; decía
que la nave se hundiría antes de llegar a destino y que «veía» centenares de
personas lanzarse al agua helada. Trataron de calmarla, pero la mujer seguía
gritando: «¡No estéis aquí mirándome, haced algo! ¿Estáis tan ciegos que vais a
permitir que se hunda?» Debía de ser una vidente bien dotada, pese a no haberse
dado cuenta nunca (como les sucede a algunos).
Aún más desconcertantes son los casos en los que el sujeto manifiesta
espontáneamente, en forma, lo más a menudo simbólica, una especie de oscuro
conocimiento sobre las particularidades futuras de su propio fin. Según Jung, el
conocimiento de la muerte es propio del inconsciente, para el cual semejante
acontecimiento no representa, en realidad, un drama. Pero la mente consciente, en
nombre de un instinto vital muy comprensible, rehúsa darse por enterada,
ayudada en ello por el mecanismo de la «censura». Y de aquí, probablemente, su
habitual incapacidad para descifrar y comprender las «advertencias» que, sin
embargo, se manifiestan, a veces, de varias y significativas maneras.
Se dice que Julio César, en la noche que precedió a los fatales idus de marzo,
había conversado largamente con sus comensales acerca de un asunto destinado a
adquirir muy pronto actualidad para él: qué muerte era preferible. El dictador
sostuvo su preferencia por un fin rápido y violento, y, como todos saben, fue
contentado al cabo de pocas horas. De nada valieron las súplicas de Calpurnia,
puesta sobre aviso por un claro sueño premonitorio, y tampoco el vaticinio del
clarividente, que lo previno de la inminencia del atentado. Murió a causa de las
puñaladas de los conjurados.
Todo esto nos recuerda la opinión de uno de los más agudos investigadores
del fenómeno precognitivo —el doctor Eugène Osty—, el cual estaba convencido
de que cada uno de nosotros guarda, en el fondo de su propio inconsciente, una
especie de «registro» del propio futuro. Asimismo, los sueños premonitorios de
muerte entran en este orden de ideas. Y los hay que se han hecho célebres, como el
de Abraham Lincoln y el del naturalista Walter Reed. Al pintor Millais le sucedía
que veía habitualmente números (13 y 1896) dibujarse en las telas en las que estaba
trabajando (una confidencia hecha por Robert Browning a Violet Tweedale); y
murió, en efecto, el 13 de julio de 1896. «Es probable —escribe Pierre Devaux— que
la videncia desempeñe un papel casi continuo en nuestra vida cotidiana.
Rechazada, sobre todo en el hombre corriente, por la racionalidad de la vida
consciente, se atenúa entonces en presentimientos.»
NOTAS — Capítulo V
(11) WALTER LORD, La última noche del Titanic, Barcelona, Éxito, 1958.
(21) CHARLES NÖEL MARTIN, Les vingt sens de l’homme devant l’inconnu,
París, Gallimard, 1960: “Se repite sin cesar que el Universo es muy simple, que la
Naturaleza debe ser descrita con poquísimos símbolos y relaciones. Yo no lo creo.
Somos nosotros quienes simplificamos, sobre todo, debido a nuestra incapacidad
para concebir más de una idea a la vez.”
CAPÍTULO VI
LA CLARIVIDENCIA Y LOS CONTACTOS INTERMENTALES
Es desconcertante que un extraño penetre en nuestro corazón más
profundamente que nosotros mismos.MAURICE MAETERLINCK.
En marzo de 1961 encontré por primera vez al doctor Gustavo Adolfo Rol,
un cultivado y cortés caballero de Turín que se interesa mayormente por la pintura
y los objetos napoleónicos, de los que posee una interesante colección. Le había yo
telefoneado desde Milán un miércoles por la tarde, y se había mostrado de acuerdo
en que nos encontráramos en su casa dos días más tarde, o sea, el viernes siguiente,
a las 21:30. Pero yo anticipé mi partida a causa de otros asuntos, y llegué a Turín a
primeras horas de la tarde del jueves. Apenas me había instalado en un hotelito
escogido al azar entre los muchos que se encuentran en las proximidades de Porta
Susa, cuando recibí una llamada telefónica del doctor totalmente inesperada:
—He cambiado de idea. Venga esta noche a la misma hora que habíamos
fijado para mañana.
Por el momento, debo pasar sobre las pruebas aún más asombrosas que me
ha dado el doctor Rol —en esa y en otras ocasiones—, a propósito de muchas de
sus capacidades que desafían todas las explicaciones en términos conocidos. Nos
ocuparemos de ellas a su debido tiempo. La predicción sobre los acontecimientos
de Cuba, a la que nos hemos referido en el capítulo IV, me fue hecha por él, en el
transcurso de uno de nuestros numerosos encuentros posteriores. Si la notoriedad
de este hombre no es pareja a las increíbles facultades que posee, se debe al hecho
de que se permite poquísimas excepciones a la regla —que se impuso hace tiempo
— de no dar ningún pretexto a la curiosidad fútil y superficial, y de no dar pábulo
a interpretaciones que él no comparte. Debo confesar que a mí mismo me hubiera
resultado muy difícil decidirme a hablar de estas experiencias, de no haber podido
apoyarme en algunos testimonios autorizadísimos1.
Como primera precaución, Robert-Houdin vendó con sus propias manos los
ojos de Alexis, con el especial cuidado que saben poner en estas cosas los expertos
en trucos ilusionistas, después de lo cual le entregó un mazo de naipes sin estrenar
que había llevado consigo. Didier no tardó en barajarlo de cualquier manera,
extrayendo al azar una carta tras otra y «leyéndolas» sucesivamente, sin
descubrirlas. Houdin tomó entonces un libro, lo abrió y rogó al clarividente que
leyera, no aquella página, sino ocho más allá, a cierta altura señalada por él con el
dedo. Aquí, se produjo un pequeño malentendido. Alexis leyó, en efecto, a aquella
altura, pero no en la página. La frase era: «Après ces tristes cérémonies...»
La señorita Laplace, una médium famosa que se prestó durante ocho años a
las experiencias de Osty, había comenzado a dar que hablar desde pequeña. Tenía
seis años cuando, un día —a la hora del almuerzo—, se puso a gritar de improviso:
«¡Tía Clotilde ha muerto!» Y era verdad. En otra ocasión, aceptó con desgana un
pez de chocolate que le había sido llevado como regalo por un visitante. Invitada
por los suyos a dar las gracias, gritó al hombre estas palabras: «Señor, no te quiero
porque pegas a tu mujer.» A continuación, se supo que la niña tenía razón 7.
Waldner habla de un tío sacerdote que leía con tanta claridad en la mente de sus
penitentes, que llegaba a precederlos en la descripción de sus faltas; hubiérase
dicho que las conocía mejor que ellos. La señora De Berly, otra gran médium que
vivía en un estado casi continuo de «conciencia difusa», daba la impresión a sus
interlocutores de tener muchos recuerdos en común con ellos, como si su
individualidad se disolviera en la ajena.
Como en los sueños auténticos, estas visiones obedecen en gran parte a las
leyes de la semántica onírica, alcanzando incluso éstas arquetipos simbólicos de
validez personal o colectiva. Para dar un ejemplo, diremos que, en pleno día, la
vidente de Prévorst tenía macabras visiones de ataúdes abiertos, dentro de los
cuales «veía» a las personas sobre las que estaban madurando los infaustos
decretos del destino. Ossowiecki advertía «zonas oscuras» en torno de los ojos de
aquellos a quienes les quedaba poca vida. Tenhaeff habla de clarividentes que
distinguen en forma simbólica los órganos afectados de los pacientes, de tal
manera que ven, por ejemplo, el corazón tal como se representa en las barajas de
póquer; las venas, como tubos; los nervios, como hilos telefónicos. La sensitiva
Wiese expresaba sus propias respuestas mediante signos y esbozos para
interpretar, y algo parecido hace la sensitiva Mary Tomeo, de Bolzano, con sus
«dibujos precognitivos» de carácter alegórico, que han atraído la atención de
algunos estudiosos16.
La «clarividencia de Estado»
Los casos son muchos. Otro clarividente famoso —el doctor Maximilian
Langsner, que recorrió incansable el mundo y acabó sus días en Alaska accedió
muchas veces a colaborar con la Policía de varios países, a condición de que se
sintiera empujado, en cada ocasión, «por cierto impulso interno». Por fortuna para
la Policía canadiense, Langsner sintió el impulso en cuestión en un caso
particularmente grave que, de otra manera, hubiera quedado sin solución: cuando
consiguió identificar por medio de la clarividencia al insospechado autor de un
sangriento crimen perpetrado en los alrededores de Edmonton. La Policía
canadiense se valió también de los servicios del clarividente Cayce (v. cap. II), que
resolvió de inmediato un caso muy intrincado.
Aún hoy, el método inaugurado por Rhine les parece a muchos el único
instrumento disponible para investigar con criterios severamente científicos en el
campo paranormal, pero hay todavía quien hace reservas sobre un planteamiento
tan rígido y exclusivista. Puede decirse, asimismo, en líneas generales, que se está
desarrollando un proceso de cauta revisión, tendente a reconsiderar los anteriores
entusiasmos incondicionales, y de ello dan fe, de un lado, las críticas promovidas
por muchos sobre los criterios exclusivistas adoptados por algunos seguidores de
Rhine, y por otro, el renovado interés por los fenómenos paranormales que tienen
lugar «en el gran laboratorio de la vida», como diría Mackenzie. Según hemos
visto, y veremos aún en otros capítulos, han vuelto a florecer, en efecto, y hasta se
han ido multiplicando, las encuestas sobre fenómenos espontáneos, y entre los
primeros en dar ejemplo se cuenta el mismo matrimonio Rhine (sobre todo, la
esposa, Louisa).
En cuanto a las verdaderas críticas, las hay que tienden a incidir sobre la
misma validez teórica del método, como son las de Spencer Brown, de las que se
ha hecho eco, en Italia, Marabini 23. Otras, por el contrario, apuntan sobre ciertas
insuficiencias comprobadas. En la Conferencia Internacional de Parapsicología de
Utrecht, en 1953, el académico francés Gabriel Marcel se expresaba así: «La
pobreza de los resultados obtenidos, si pensamos en la enorme masa de trabajo
movilizada en este campo, debería ser materia de reflexión.» Hay, además, quien
sostiene, como Warcollier, que los métodos estadísticos «son los menos apropiados
para favorecer la emersión de lo paranormal». Según su opinión, «esta clase de
tests no son más que una trampa en la que no cae el pájaro raro», y ello parece
confirmado por los fracasos que Tenhaeff ha advertido al aplicar el método de
Rhine a Gerard Croiset, y en el que ha incurrido el mismo Rhine en algunas de sus
experiencias con Eileen Garrett.
Análogas críticas han sido expresadas en Italia por los profesores Giovanni
Schepis y Francesco Egidi24.
NOTAS — Capítulo VI
(2) L’inganno senza fine, en Scienza e Vita, núms. 171, 172, 173 (1963).
(7) Citado por Gastone De Boni en L’uomo alla conquista de l’anima, “Luce e
Ombra”, 1961.
(8) Cuando, en 1923, fue estudiado por el doctor Geley, del “Institut
Métapsychique International”, Ossowiecki suministró una interesante descripción
de las impresiones subjetivas recibidas por él en espera y en el curso del
semitrance. La señal de que se aproximaba aquel peculiar estado de conciencia le
era dada por una sensación de calor en la cabeza y de frío en las manos. “En
seguida, pierdo entonces en gran parte la conciencia de lo que me circunda, y veo,
oigo, siento y digo lo que se me pide que revele.”
(11) LÉVY-BRUHL, Les fonctions mentales dans les sociétés inférieures, París,
1912. El autor presenta el fenómeno de identificación como una característica
particular de la mentalidad aún vigente entre los pueblos que viven en estado
natural. Gracias a tal mentalidad, que el autor define como primitiva, el individuo
puede sentirse uno con otra persona, con animales y hasta con toda la Naturaleza
(v. lo observado a este propósito en el cap. IX de la presente obra).
(21) He aquí un caso referido por el profesor B. Riess, del Hunter College de
Nueva York, y de quien habla Rhine en un artículo. En una serie de 1.850 pruebas
con cartas Zener, una muchacha que se encontraba a varias separaciones de
distancia del experimentador, alcanzó una media de 18,24 concordancias sobre el
máximo posible de 25. Y en cierta ocasión, consiguió la puntuación de 25 sobre 25.
Pero el carácter excepcionalísimo de este caso ha sido subrayado por los mismos
autores.
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO VII
LOS CONOCIMIENTOS QUE NO NOS PERTENECEN
Quisiera hacérsenos creer, a veces, que sólo por medio de la inteligencia podemos
conocer la verdad...... Más allá de los sentidos y de los procesos racionales de la vida mental,
existe una región llena de riqueza, de significado y de verdad, pero sólo accesible por la vía
del espíritu.EDMUND W. SINNOTT. Prodigios de la sintonía psíquica
El yogui vio cómo se dirigía Teresa, en una lengua desconocida y con labios
temblorosos, a una presencia invisible, mientras sus vendas y el blanco vestido se
teñían de púrpura a causa de la sangre, que correspondía a los estigmas 1. En un
momento dado, el yogui «entró» a su vez en aquel sueño retrospectivo, como si
acudiera a la misma cita mental en un punto lejano del pasado. Y he aquí su
descripción: «Estando en perfecta sintonía con ella, empecé yo también a ver las
escenas de su visión. Ésta representaba a Jesús llevando su cruz entre la multitud
que lo escarnecía. En un momento dado, Teresa levantó la cabeza, consternada: el
Señor había caído bajo el terrible peso.»
Hay que observar que algunos niegan resueltamente que dos mentes
puedan compartir sus propios contenidos, pero nosotros sabemos ahora qué
pensar acerca de tan fáciles negativas2. Existen, en la materia, testimonios
numerosos, de todos modos, convergentes y precisos. La viajera y estudiosa
Alexandra David-Neel, por ejemplo, que nos habla de los contactos mentales que
se establecen entre los cultivadores tibetanos de ciencias psíquicas 3, afirma que
éstos «se muestran unánimes en atribuir el origen del fenómeno a una
concentración muy intensa de pensamiento que llega hasta el estado de trance». A
su vez, el insigne orientalista Giuseppe Tucci describe en estos términos el insólito
procedimiento utilizado por algunos lamas tibetanos para comunicar a sus
discípulos su propia experiencia iniciática: «Algunas iniciaciones se producen sin
explicación directa: maestro y discípulo se sientan juntos, recogidos en meditación,
y es preciso que estén en sintonía tan perfecta que, poco a poco, las ideas y las
enseñanzas de uno afecten al otro sin que sea pronunciada una palabra.»
Así, pues, las mentes pueden comunicarse algo más que pensamientos y
visiones; pueden, sin más, intercambiar un patrimonio de experiencias íntimas y
complejas, acaso intraducibles a palabras. Hablar de telepatía o de diapsiquia
parece inadecuado en estos casos. ¿Cómo se hace para sintonizar tan
perfectamente con las mentes ajenas? Uno de los motivos por los que el antiguo
secreto parece, entre nosotros, haberse perdido, radica probablemente en el hecho
de que el fenómeno es incompatible con las pretensiones de autonomía absoluta
asumidas por la personalidad consciente, lo que equivale a decir que se han roto
todos los puentes tendidos a las profundidades del ser, donde se esconden los
caminos misteriosos que existen entre los individuos4.
Alguno invoca razones biológicas. La Biología enseña que las especies
vivientes están afectadas por problemas de selección evolutiva. De las alas que los
lejanos antepasados de los pingüinos debían de tener, ahora ya no quedan más que
muñones. También los avestruces tenían alas, pero, poco a poco, la fuerza de los
músculos pectorales se transfirió a las patas, con el resultado de que los avestruces
de hoy corren a velocidades increíbles. También nosotros hemos optado «por las
piernas», y, en efecto, nos trasladamos a velocidades inauditas, pero acaso aún sea
demasiado pronto para determinar si la elección ha sido en verdad feliz y
definitiva, como algunos parecen sostener. Según Tudor Pole5, deberemos tender a
la «comunión» más bien que a la «comunicación», pero es evidente que sucede lo
contrario. El espíritu de los tiempos idolatra la velocidad, exaspera los
individualismos y repudia las nostalgias de unidad que, sin embargo, afloran a
través de las concepciones religiosas y filosóficas, casi por un continuo e insistente
reclamo a las realidades humanas fundamentales.
Pero están los rebeldes. Están aquellos que van contra corriente, puesto que
prefieren mantener los contactos con las profundidades del ser. Hace pocos años,
Lyzelle Reymond, una francesa culta e inteligente, abandonó de improviso
Occidente para marcharse a vivir a la India, con la familia de un brahmán 6. Una de
las primeras enseñanzas que recibió de su guru fue ésta: «No hay ninguna lección
que aprender ni ninguna tarea que realizar. Todo está compendiado en la máxima
‘cuando yo te hablo, tú eres mi pensamiento; cuando tú me hablas, soy yo tu
pensamiento, como único es el techo que está sobre nuestras cabezas’. El águila,
antes de levantar el vuelo no piensa que debe echarse a volar; simplemente, se
arroja al abismo y siente que está volando.»
Lyzelle Reymond «se arrojó», y pronto supo que estaba volando. He aquí
los prodigios de aquella «sintonía psíquica» a que se refería el yogui Paramahansa
Yogananda: algo que puede ser efecto no tanto de una disposición mental como
espiritual, que nos recuerda los ya expresados planteamientos metafísicos del
misterioso problema representado por el conocimiento intuitivo (o «unitivo» o
«participacionista»), y nos recuerda también las ideas de Warcollier sobre la
«unicidad de la raza humana» y las de Gabriel Marcel acerca de la inexistencia de
barreras al nivel del inconsciente. No son muchas las voces que van contra
corriente y arrojan vislumbres sobre el misterio del ser, y a las pocas que lo hacen
conviene escucharlas.
Richet refiere el caso de Laura Edmonds, hija del juez que fue miembro del
Tribunal Supremo de Justicia del Estado de Nueva York y presidente del Senado
de los Estados Unidos. Aparte la lengua materna, sólo conocía un poco de francés,
pero ello no le impidió conversar algunas veces en griego moderno, otras en polaco
y en húngaro y, por fin, en ciertas ocasiones, en algún dialecto indio. Esta
capacidad de hablar lenguas desconocidas (xeneglosia) es un fenómeno raro que se
produce casi siempre en el curso de sesiones mediúmnicas y cuando el médium
alcanza las condiciones del trance. El clarividente Cayce, de quien nos hemos
ocupado en el capítulo II a propósito de sus inexplicables capacidades
diagnósticas, se expresaba, cuando estaba en trance, en la lengua del consultante,
cualquiera que fuese. Mirabelli, un sujeto sudamericano estudiado por Ringger, no
conocía más que el portugués; sin embargo, en el curso del trance conseguía
expresarse corrientemente en inglés e italiano. Capacidades análogas tuvieron el
médium Alfred Peters y otro aún más famoso: Valiantine.
Hemos visto que la facultad de revivir el pasado con todo cuanto éste ha
contenido y contiene (incluso lo psíquico) pertenece a algunas mentes clarividentes
y se manifiesta en una especie de sueño verídico (v. el caso de María Reyes de Z.),
en el transcurso del cual se produce, asimismo, la identificación con otros sujetos y,
por fin, con las cosas inanimadas. He aquí, pues, una hipótesis más simple y menos
antropomórfica que puede darnos razón de ciertas aventuras azarosas
intertemporales de configuración espirita, como en el caso de Margaret Bevan, una
anciana señora londinense que pinta retratos de personas muertas y
completamente desconocidas para ella. Según las conclusiones de calificados
estudiosos, en el 90% de los casos habría sido posible verificar la exacta
correspondencia de aquellos retratos con fotografías de fallecidas tiempo atrás. Un
personaje invisible guiaría (adviértase) la mano de la señora Bevan, obligándola a
pintar aun a pesar suyo. Es cierto que los contactos con el pasado son, a veces,
también borrascosos, y pueden producir consecuencias muy extrañas. Iris Cànti,
una señora de Milán, no quería de ningún modo hacer de pintora, pues tenía
inclinaciones del todo distintas, y, sin embargo, se siente de vez en cuando
«obligada» a tomar los pinceles y a pintar sin tener nunca la idea precisa de lo que
va a hacer. Si trata de rebelarse, pierde al punto la tranquilidad.
Para obligarla —dice— hay unas «fuerzas ocultas», y he aquí que una vez
más volvemos al viejo daimon socrático y a las modernas interpretaciones que
pueden darse de él. Tal como están las cosas, el resultado de la «pintura por
coacción» de Iris Cánti tiene, indudablemente, interés, si bien sus cuadros se
sustraigan a toda tentativa de clasificación según los términos pictóricos conocidos.
Son cuadros que parecen introducirnos en un mundo irreal y fabuloso en el que
predomina un solo elemento que actúa de protagonista absoluto: el símbolo. Se
trata de símbolos fantásticos y sugestivos que se renuevan sin cesar en formas y
combinaciones siempre distintas, si bien conservando, creemos, cierta
convergencia de significados alegóricos en el sentido de la sabiduría esotérica
india, materia absolutamente ignorada por la pintora.
Otro caso interesante está en Bolonia. Hace algunos años, una modesta
zurcidora, empujada por un impulso imprevisto, se llevó a su casa un pedazo de
arcilla recogido a orilla del Reno, tras lo cual, por sugerencia de una «entidad» no
bien definida, comenzó a modelar con aquel material, siguiendo una técnica que
nadie le había enseñado nunca. Poco a poco, de aquel trabajo salió una cabeza que
parecía realizada por un escultor de talento: la de su hijo. Hablamos de Maria
Lambertini, un sujeto mediúmnico del que ya nos ocupamos en el capítulo I a
propósito de otro fenómeno. Siempre guiada por la misma entidad, modeló a
continuación un fauno de clásica elegancia y, luego, una serie completa de figuras
más o menos demoníacas, entre ellas, ciertos vampiros de cara sonriente. Téngase
en cuenta que Maria Lambertini no poseía ningún conocimiento especifico que
pudiera justificar no sólo semejante vocación tardía e imprevista dada su cultura,
sino tan siquiera la particular dirección asumida por su producción.
Sin embargo, las extrañas flores pintadas por Machner y sus curiosos
«paisajes marcianos» eran, indudablemente, sugestivos, si bien no menos
improbables. Más complejo es el caso de Frank Lowley, que era ya muy versado en
el arte del dibujo aun antes de que se manifestaran en él los impulsos irreprimibles
de dibujar de una manera muy distinta de la que le era usual. «He visto algunos de
sus dibujos de la época anterior a que se produjera el fenómeno: dibujaba con
minucioso cuidado, con mano firme y toque preciso, con delicadeza, a la inglesa»,
refiere Egidi. A partir de 1931, Lowley comenzó, al contrario, a dibujar de pronto
«a velocidad fulminante, con mano estremecida y convulsa, con un temblor más
fuerte en el brazo izquierdo inactivo que en el derecho, un caos de signos sin saber
lo que hacía».
Es «la otra cara del yo» la que impone, pues, a la mente consciente sus
visiones, sus sueños que gravitan indiferentemente en la órbita de la realidad
paranormal o en la de la fantasía, y la que obliga a estos artistas metapsíquicos a la
transcripción pictórica inmediata de aquellas imágenes. En sustancia, la pintura
metapsíquica es la capacidad que poseen algunos de pintar los propios sueños a
ojos abiertos, y esto, lejos de disminuirla, la sitúa en el mismo plano que el arte en
general, del que, por otra parte, se diferencia por el grado de intensidad con que
participa en dicha creación el inconsciente, que actúa como amo absoluto.
Están, como ya hemos dicho, las hipótesis que trascienden al individuo y las
que, por el contrario, quisieran trasladarlo todo a su proporción y a su medida.
Jung está en contra de estas últimas. Excluye que las obras de arte dignas de este
nombre pueden brotar del subconsciente (una especie de depósito para los
contenidos psíquicos rechazados por la conciencia diurna), y declara que el origen
de toda auténtica inspiración creadora es mucho más profunda, y que debe
buscarse «en aquella esfera de la mitología inconsciente cuyas imágenes
primordiales son patrimonio común de la Humanidad». He aquí una autorizada
toma de posición, en contra de las conocidas tesis de la creación artística
considerada como simple elaboración automática y subconsciente de elementos ya
adquiridos. Como las hipótesis de William James y de Wathely Carington, también
la de Jung —que, por otra parte, refleja otros puntos de vista y se expresa con
terminología distinta— trasciende, en cualquier caso, las dimensiones individuales.
Escribe, por ejemplo, Jacques Buge —un literato ya citado por nosotros, que
ha tratado de penetrar a fondo en los secretos creativos de algunos poetas más o
menos inquietos y anticipadores de realidades desconocidas—: «Todo se desarrolla
como si un arquetipo de la obra a realizar preexistiera en un punto misterioso, y
como si el trabajo del poeta consistiera en aproximarse a ese punto mediante
tentativas sucesivas. Se trata de conectarse con el futuro, con algún futuro
anterior.» Y Olivier Quéant, otro joven que también ha ido en busca de realidades
contrarias a los lugares comunes adquiridos, acepta, por su parte, la hipótesis
bergsoniana del cerebro considerado como simple órgano físico de eslabonamiento
(«un relé que permite a nuestros centros nerviosos recibir mensajes venidos de un
mundo inmaterial...») y afirma: «Todo cuanto sabemos, presentimos o adivinamos
no nos pertenece directamente, pues no es más que el reflejo de algo que existe bajo
forma imponderable y absolutamente inconcebible, extrahumana, en la central del
conocimiento: este éter de la inteligencia suprema y universal (op. cit.).»
(5) W. TUDOR POLE, The silent road, Londres, Spearman. Algunos extractos
de la obra se reproducen en La route du Graal, de SIMONE SAINT-CLAIR, París, La
Colombe, 1963.
(8) WALTER FRANKLIN PRINCE, The case of Patience Worth, Nueva York,
University Books, 1964. V., también, el artículo de RUBY YEATMAN en Ligth,
diciembre de 1956.
CAPÍTULO VIII
LOS ALBORES DE UNA CONCIENCIA DISTINTA
Del mismo modo que Ovidio no podía por menos de expresarse en versos,
hay alguno que dice resultarle imposible «vivir sin música» 2, y alguno que no
puede dejar, con medios improvisados, de aprender lenguas vivas y muertas,
aunque en su casa no haya nadie para darle ejemplo 3. En Viena, en el otoño de
1917, se exhibía un jovencísimo campeón de ajedrez capaz de jugar (y,
generalmente, también de vencer) seis partidas al mismo tiempo: era el niño
polaco Rezeszewski. No tenía planes de juego ni analizaba previamente sus
movimientos; simplemente, decía que confiaba en su «sentido del ajedrez» como
otros se atienen al sentido de la música, o al de las lenguas, o al de las relaciones
numéricas. Y se divertía tanto, que de buen grado hubiera pasado todo su tiempo
en esa ocupación, si se lo hubieran permitido. A continuación, como les sucede a
tantos músicos precoces, perdió la pasión exclusiva por el ajedrez y, con ella,
también la habilidad superior que le había asistido de niño.
Esta puntualización —que coincide con otras análogas hechas por algunos
calculadores del estilo de Shakuntala— nos dice, en sustancia, que en estos sujetos
coexisten y colaboran dos distintas modalidades de pensamiento y de conciencia:
la del yo consciente —que se vale de los acostumbrados procedimientos lógico-
deductivos— y la potencia trascendente de un psiquismo profundo que no tiene
necesidad de cálculos porque, como dice Mackenzie, tiene «el sentido intuitivo del
número». Según este autor, los calculadores de este tipo son sensitivos, y sus
demostraciones entran en el ámbito de los fenómenos «seguramente paranormales,
o sea, procedentes de una fuente distinta, no racional»6.
Pero hay aspectos aún más significativos del fenómeno, en el sentido de que
demuestran qué poca parte tiene en él la estructura mental consciente, o sea, la
inteligencia y la cultura. Según Binet, Inaudi estaba por debajo de la inteligencia
media normal. Myers y Tocquet nos dicen que el calculador belga Oscar Verhaege
(hoy en la cuarentena) fue considerado de joven como un retrasado mental; que
Thomas Fuller, un esclavo negro de Virginia, murió a los ochenta años sin haber
aprendido nunca a leer y a escribir; que el inglés Jedediah Buxton nunca consiguió
garabatear su propia firma; que el americano Zerah Colburn fue siempre el último
de la clase. Más interesante aún es el hecho de que las posibilidades del yo
profundo, que en otros campos de lo paranormal se nos han aparecido bajo una luz
enigmática y aleatoria, aquí «parecen, por el contrario, al servicio sistemático de la
mente consciente», como si la Naturaleza hubiera encontrado, al cabo, el modo de
coordinar en una relación estable y duradera los dos planos de la psique, aunque
sea para una finalidad que a muchos podrá parecerles desprovista de toda
relevancia biológica.
Por desgracia, existe una regla férrea que induce a desconfiar de los seres
«distintos» de aquéllos que, en una época dada, representan la norma, y a verlos
bajo la luz de la patología. La idea del genio como expresión contigua a la locura,
que se remonta a Lombroso, es demasiado rica en reconfortación implícita para
cuantos consideran pertenecer a la mayoría normal, como para que pueda ser
reconocida por lo que es: un mito grosero. Pero es un mito que se disfraza y se
adapta a los tiempos. Según los lugares comunes de cierta psicología, toda
indulgencia respecto a ejercicios mentales que constituyan fines en sí mismos
puede hacerse sospechosa de esconder una fuga neurótica de la realidad, y la
misma sospecha recae sobre el ejercicio de facultades insólitas y no inscritas en el
cuadro de las actividades de inmediata y reconocida utilidad social. Toda la
literatura erudita acerca de las facultades paranormales está penetrada de
semejante prejuicio, que comporta una implícita descalificación de los raros
individuos en los que se encarnan dichas facultades.
Acaso el fenómeno no tiene una relevancia social directa, pero podría ser
importante desde cualquier otro punto de vista. Es preciso considerar que los
caminos de la evolución son, por lo general, impenetrables. Escribía Myers: «Nadie
puede explicar la evolución sin suponer tácitamente que la Naturaleza tienda, de
alguna manera, a desarrollar la inteligencia, y que tal vez tenga la necesidad de
desarrollar la alegría. Sin embargo, ello no se cumple en un corredor como el
conejo, ni en un conquistador invencible como el microbio de la gripe.» He aquí a
un precursor auténtico de Teilhard de Chardin. Calculadores aparte, es cierto que
el yo de superficie nunca podrá romper del todo los vínculos con aquel otro tipo de
conciencia y de pensamiento que está latente en nosotros, y del que cada uno, de
una manera más o menos oscura, advierte la presencia. Y puesto que todo lo que no
puede ser suprimido está destinado a perfeccionarse, convendría ser cautos antes de
determinar, con un criterio simplista, que los calculadores mentales u otras
personas dotadas de facultades insólitas deban interesar sólo a la patología mental.
Como dice Jean Charon, que, por lo demás, sólo se refiere a los calculadores
mentales, no cabe excluir que estos seres «intuitivos» representen los primeros
albores del psiquismo humano de mañana. Ello presupone que las facultades
suprarracionales, hoy latentes y de las que se tiene indicio sólo en particulares
estados de «superconciencia», podrían encontrarse coordinadas de manera estable
con las facultades conscientes.
Cuando el joven húngaro fue interrogado por Pauli, resultó que el nivel de
sus conocimientos matemáticos era claramente inferior al trabajo realizado por él.
Podía suponerse un plagio de ideas, pero la encuesta emprendida de inmediato
permitió encontrar los apuntes circunstanciados sobre cuya base aquel «intruso de
la matemática» había elaborado su teoría.
Pero aún no nos hemos referido a los aspectos más singulares de este caso.
Arigó no se limita a operar sólo los abscesos y los pequeños quistes subcutáneos,
sino que extrae cálculos del hígado y de los riñones; extirpa tumores de órganos
internos e interviene con particular habilidad las afecciones quirúrgicas del ojo.
(1) AIMÉ MICHEL, Les jeunes prodiges, en Science et Vie, n.° 357, junio 1962.
(6) En una entrevista sobre el tema, el profesor Mackenzie declaró: “Es muy
distinto el caso de los auténticos «calculadores prodigio» (del tipo de Inaudi, por
ejemplo) del de los sensitivos capaces de tener y expresar el sentido intuitivo del
número «fuera de todo cálculo». Los primeros son, según creo, sujetos
excepcionales, pero normales; los otros presentan, por el contrario, fenómenos
seguramente paranormales, o sea, procedentes... (etcétera).” En efecto, esta
distinción tiene un alcance más teórico que práctico, dado que algunos
calculadores —como se dice en el capítulo siguiente— emplean a la vez ambos
procedimientos; Inaudi, por ejemplo.
(10) El hecho de que entre los calculadores mentales —como entre los
clarividentes y los médiums— hayan existido personas con taras físicas o
nerviosas, no basta para justificar ciertas generalizaciones arbitrarias. Deseamos
recordar aquí que personalidades eminentes por genialidades y actitudes
científicas como Euler, Gauss, Arago y Ampère fueron —temporalmente o para
toda la vida— calculadores mentales, y que cualidades mediúmnicas o afines las
tuvieron, de un modo u otro (aparte el caso casi legendario de Sócrates) Goethe,
Lincoln, Napoleón, Mark Twain, Byron, Tennyson, Víctor Hugo, Sante De Sanctis,
Dunne, Franklin Morton Prince y Jung. Gabriel Marcel ha referido episodios muy
interesantes de su propia mediumnidad. Finalmente, a Einstein se atribuye haber
hecho levitar mediumnísticamente una mesa.
Todo esto no impide que la mediumnidad suela presentarse bajo una luz
claramente patológica o, al menos, regresiva, basada en viejos clisés que se
remontan al tiempo en que los sujetos mediúmnicos, por la actividad intensiva a
que eran sometidos en las sesiones espiritistas, presentaban alteraciones notables
de la personalidad y desarreglos concomitantes del sistema nervioso. El concepto
de mediumnidad como expresión de constitución anómala y, por tanto, como
manifestación patológica, afirmado con vigor por Morselli, Binet y Janet, tiene aún
hoy sus sustentadores (si bien con enfoque distinto) en Boschi y Levi-Bianchini,
que hablan de “mesocefalosis”. El doctor Alain Assailly ha determinado, sin más,
un “síndrome mediúmnico” en correlación con determinadas disfunciones y
fenómenos patológicos. CHAUVIN (op. cit.) afirma, de manera expeditiva, a
propósito de los médiums, que “muchos, si no todos, son psicópatas” (p. 82).
Juicios más serenos y objetivos los encontramos, por el contrario, en Martiny y en
neuropsiquiatras como Mendicini, Disertori, Urban, Hagenbuckner, Walber y
otros.
(11) V. artículo Les matématiciens n’en font qu’a leur tête, en Science et Vie, 1962.
(12) Cfr. Bollettino del Centro Ricerche Biopsichique di Padova, VII, n.º 10,
octubre de 1963.
TERCERA PARTE
CAPITULO IX
LOS QUE SE ENCUENTRAN A SI MISMOS
Toda profundización en sí mismo y toda mirada hacia el interior implica, al mismo
tiempo, ascenso, expansión y contemplación hacia la verdadera realidad
exterior.NOVALIS.
El núcleo consciente del soldado regresó muy pronto «a la base», tras lo cual
el infante reanudó la guardia en las mismas precarias condiciones que lo habían
llevado al colapso. Acerca de este episodio existe un relato de Sir Oliver Lodge que
apareció en 1929 en el periódico oficial de la «Sociedad Inglesa para las
Investigaciones Psíquicas». Por supuesto, no se trata del único testimonio de esta
clase; hay muchos otros recogidos y estudiados por diversos autores, y todos ellos
—pese a la gran heterogeneidad de circunstancias— presentan características
comunes.
Según el informe que dio luego, tuvo la impresión de que las piernas y los
brazos ya no tenían peso, y, luego, la misma sensación se difundió al resto del
organismo. Entonces, se vio a sí misma desde afuera, como si hubiera salido del
cuerpo, y se dio cuenta de que flotaba en el espacio. «Al contemplar mi cuerpo que
yacía allá abajo..., me impresionó su aspecto sufriente y otros pequeños detalles...,
entre ellos, ciertas manchas en el abrigo. “Esto debe de ser la muerte”, pensé
entonces; pero, en aquel preciso momento, sentí vibrar en mí una inmensa alegría
de vivir. Hasta me parecía que vivía muchísimas vidas en una sola... Acudió el
guarda del cementerio, me tocó la mano y el rostro, me sacudió y echó a correr
asustado. “¿Cómo se las arreglará mi marido sin mí?”, pensé en ese momento. Y
decidí regresar a mi cuerpo, si ello me resultaba posible.»
El continente desconocido
Estas latitudes ignotas sólo han sido exploradas hasta ahora por los grandes
místicos y por cuantos han seguido —según las técnicas establecidas por cada una
de las religiones— los caminos largos y difíciles de la ascesis espiritual. A ellos les
debemos los pocos, pero significativos, testimonios de que disponemos a este
respecto. El de los grandes místicos es lenguaje oscuro, y no podría ser de otro
modo, a causa de la audacia de las perspectivas que abre hacia realidades que
carecen de denominador común con respecto a las accesibles a la inteligencia, pero
precisamente por esto se trata de un lenguaje fascinante.
He aquí por qué al-Husain ibn Mansur, llamado al-Hallag («el cardador»)
murió tras un largo y atroz suplicio en el curso del cual no experimentó ningún
sufrimiento, inmerso como estaba en la contemplación extática de lo que él llamaba
el Único (y decía estar «solo con él»)12. Lenguaje oscuro el de el Cardador, pero el
hecho interesante, y ciertamente significativo, es que en estas oscuridades de los
místicos encontramos, de vez en cuando, puntos de referencia que permanecen
invariables pese a la diversidad de las premisas doctrinarias y de los marcos
ambientales.
También la ascética oriental conoce muy bien este fenómeno de «ruptura del
plano» y de «paso del conocer al ser» que se realiza en aquel estado de
concentración supremo y extático que es, asimismo, unión, conjunción y
autorrevelación del «yo»: el samadhi. He aquí cómo lo explica Chatterji, un maestro
de filosofía esotérica india: «Se trata de un estado de beatitud imposible de
describir, en el que las percepciones de la unión y la separación son simultáneas;
en el que nosotros somos, al mismo tiempo, nosotros mismos y todo cuanto es» 14.
El yogui Ramacharaka escribe, a su vez: «El yo experimenta la verdad del existir
realmente, de tener sus propias raíces en la suprema realidad del Universo y de
formar parte de él. Ignora qué sea esta realidad, pero la siente verdadera y real y
diferente de cualquier otra cosa en el mundo... Algo trascendental que sobrepasa
toda experiencia humana»15.
Hay algunos autores que subrayan, con énfasis, las partidas pasivas de este
balance, empezando por Huizinga18. Éste, tras haber dejado sentado que el
«conocimiento» puede dejar tras de sí la razón, reivindica el valor de «aquellos
modos de inteligencia que, más allá del impulso de pensar y concebir lógicamente,
querían entender, por medio de la intuición y de la contemplación, aquello que a la
inteligencia le había sido vedado». Y añade: «La palabra griega gnosis y la sánscrita
jnâna ilustran con bastante claridad cómo la mística más pura es un conocimiento.
Es siempre el espíritu el que se mueve en la esfera de lo inteligible.»
Las voces adversas son más fuertes. La mística tiene en contra no sólo la
indiferencia de la cultura oficial, sino también el desprecio de cuantos, ignorando
la existencia de una esfera suprarracional, presumen de poder encuadrar el
fenómeno místico entre las innumerables manifestaciones de lo irracional. Más
insidiosa aún es la hostilidad de ciertas corrientes psicoanalíticas, las cuales —de
ordinario— han presentado el fenómeno místico bajo la etiqueta de la inmadurez y
de la regresión21. Es un arma poderosa en un mundo que tiende hacia el
aplastamiento y la standardización de una cultura estrechamente ligada a las
mitologías y a las modas del tiempo. Pero a estas mismas corrientes se les pueden
contraponer otras de inspiración jungiana que afirman, por el contrario, la utilidad
y la insustituible función de la experiencia mística, considerada como
manifestación del normal dinamismo del inconsciente.
NOTAS — Capítulo IX
(11) Ibídem.
(16) Técnicas del yoga. “... En la técnica del yoga, se han conservado —en
estado viviente y no ya mitificado— las experiencias, las nostalgias y los esfuerzos
de la humanidad arcaica.” (Ibídem.)
(20) W. T. STACE, Religion and the modern mind, Nueva York, Lippincott,
1952. Refiriéndose a los grandes místicos de las distintas religiones, Stace observa
que todos ellos han referido experiencias personales “... en el curso de las cuales
tuvieron la sensación de trascender los límites del conocimiento humano ordinario
y de alcanzar un estado en el cual experimentaban un sentimiento de unidad con
todo el Universo, y también de paz, beatitud y liberación indescriptibles”. Según el
filósofo de Princeton, todo individuo tendría en sí una aptitud potencial para
realizar experiencias semejantes, pero sucede raras veces que alguien tenga la
voluntad de someterse a la disciplina necesaria para alcanzar tal fin.
(21) Para algunos representantes de la corriente freudiana, la “participación”
oceánica aparece como un residuo del estadio de indiferenciación que precede a la
formación del yo, o sea, en sustancia, como un retorno a un estado de conciencia en
el que el sujeto y el objeto aún no se distinguen. Otros hablan de “narcisismo
extático” o de “infantil dependencia de figuras omnipotentes”. Otros más (Otto
Fenichel) hablan de mosoquismo.
CAPÍTULO X
LAS POSIBILIDADES INSOSPECHADAS DEL CUERPO HUMANO
Así, pues, el mismo fuego puede quemar o no, según la misteriosa voluntad
que se dirige hacia ese personaje «nuevo y distinto» que emerge en el estado de
éxtasis o trance, y que conocemos con el nombre de daimon, «el yo secreto», «el yo
trascendente», «el huésped desconocido», y hasta este momento lo habíamos
considerado como el protagonista de todo conocimiento inexplicable. Ahora,
veremos hasta qué punto es capaz de señorear el cuerpo y de potenciar sus
facultades mucho más allá de los límites reconocidos.
Conviene precisar aquí que las doctrinas y las prácticas yóguicas presentan
dos aspectos principales, desde el momento en que producen, como dice Mircea
Eliade, no sólo santos, sino también brujos. Sabemos ya que los auténticos ascetas
tienden de manera exclusiva a la iluminación suprema y a la liberación del «yo»
arcano, alcanzable mediante la cúspide extática del samadhi. Es muy cierto que
incluso los ascetas, en el curso de las diversas etapas iniciáticas, descubren la
existencia de facultades insólitas fisicopsíquicas (los llamados «poderes») y
consiguen utilizarlas, pero su uso no es ambicionado por sí mismo, hasta el punto
de que es considerado como una «tentación». Lo que sucede es que los verdaderos
ascetas son pocos, y muchos, por el contrario, los que persiguen la adquisición de
los poderes como instrumento de afirmación personal. Éstos se dejan seducir
exclusivamente por las posibilidades que les ofrece, por ejemplo, el hatha-yoga a
quienes practican los 84 siddhis (o iddhis), o también las llamadas «Seis Doctrinas
secretas», que los lamas tibetanos hacen remontar a Narota, o las «Cinco Elevadas
Ciencias» del budismo primitivo.
Por el contrario, en los fenómenos de los que nos estamos ocupando, los
misterios del cuerpo se confunden con los del espíritu. No podría ser de otra
manera, desde el momento en que uno y otro forman un todo armonioso en el que
cualquier distinción radical representa una convención arbitraria y plena de
consecuencias. Una de éstas, por ejemplo, es la impotencia que experimentaría el
fisiólogo cuando tuviera que explicar en los términos propios de su ciencia (como
le sucedió, en su época, al Premio Nobel Charles Richet) fenómenos sobre cuya
naturaleza nos hemos venido ocupando, y otros aún más desconcertantes que
conoceremos a su debido tiempo. Son fenómenos en los que la psique actúa como
protagonista absoluta, dado que puede suspender la validez de leyes fisiológicas e
incluso físicas, como en los casos ya considerados de incombustibilidad, de
levitación y en tantos otros aún, de los que no hemos podido ocuparnos, porque su
exposición y discusión requeriría volúmenes. Entre las capacidades sorprendentes
y raras del cuerpo humano, figuran, también, las de despedir luz; crear perfumes
extraños a su fisiología ordinaria; alargarse temporalmente o transfigurarse hasta
adquirir fisonomías por completo distintas; vivir sin ninguna nutrición durante
períodos extraordinariamente prolongados; y refugiarse en la anabiosis, simulando
las apariencias de la muerte20.
Ningún fisiólogo puede dar razón de hechos como éstos, que, sin embargo,
están comprobados de manera cierta, del mismo modo que no podría explicar el
misterio de la visión extrarretínica, otra posibilidad latente y muchas veces
descubierta, aunque negada en cada ocasión por los escépticos, y de nuevo puesta
de manifiesto en algunos recientes y espectaculares casos 21. Ninguno de tales
fenómenos viola la Naturaleza; son, tan sólo, el producto de peculiares estados de
conciencia en los que el yo latente y secreto —el daimon que hay en nosotros—
puede manifestar sus poderes, alcanzados por una Naturaleza más amplia y
generosa que la que podemos conocer si permanecemos anclados en el mero
universo físico.
Fue Alexis Carrel quien reveló, en los años treinta, que «la enorme
superioridad del progreso que se ha verificado en las ciencias de la materia
respecto al de las ciencias relativas a los seres vivientes es uno de los
acontecimientos más trágicos de la historia de la Humanidad». Por desgracia, el
fenómeno se ha ido acentuando. Antes que Carrel, Bergson ya se había preguntado
qué hubiera sucedido si la ciencia moderna, en lugar de hacer converger todas sus
fuerzas en el estudio de la materia, las hubiera encauzado en la dirección del
espíritu; si la psicología hubiera podido contar con algún genio de la categoría de
Kepler, Galileo y Newton. «Hubiéramos dispuesto de una Psicología de la que no
podemos hacernos hoy ninguna idea..., y hubiera sido, respecto a nuestra actual
Psicología, lo que la Física moderna respecto a la de Aristóteles. Extraña a toda
idea mecanicista, e incluso incapaz de concebir semejantes explicaciones, la ciencia
no hubiera descartado a priori ciertos hechos. (...) Una vez descubiertas las leyes
más generales de la actividad espiritual, hubiéramos pasado a investigar las de la
Biología, pero de una Biología vitalista y por completo distinta de la nuestra; una
Biología que, tras las formas sensibles de los seres vivos, hubiera buscado la fuerza
interior e invisible de las que aquéllas constituyen las manifestaciones.»
NOTAS — Capítulo X
(7) PIERRE DEVAUX, Les fantômes devant la science, París, Magnard, 1954.
(8) Cfr. la importante obra del Padre THURSTON sobre los fenómenos
físicos del misticismo (v. nota 14, cap. II). Es interesante el concepto general
afirmado por Thurston —y compartido por otros autores católicos—, según el cual
las facultades excepcionales de que han dado muestras muchos grandes místicos
no pueden considerarse, en sí mismas, como “dones carismáticos” y, por tanto,
como signos de santidad. Como es sabido, el requisito fundamental con el que se
trata de establecer la existencia de tales signos, en los procesos de beatificación y
canonización, está representado, por el contrario, por el grado de “heroicidad” de
las virtudes practicadas en vida.
(10) V. nota 8.
(11) V. nota 5.
(13) Texto budista que enseña a alcanzar los cinco jhâna, o sea, los
particulares estados de conciencia a los que se llega mediante la técnica meditativa
propia de tal corriente ascética. El poseer el cuarto jhâna permitiría el desarrollo de
los poderes psíquicos tales como la clarividencia, la clariaudiencia, los poderes de
levitación y transformación, etcétera.
(14) Se trata del Illustrated London News de junio de 1936, que dedicó tres
páginas a la ilustración de un fenómeno de levitación realizado por un yogui en
presencia de una reunión de 150 personas. Las fotografías, tomadas en tres fases
distintas del experimento, y desde ángulos diferentes, muestran al yogui en
posición horizontal, a un metro, más o menos, del suelo, con la mano apenas
ligeramente apoyada sobre un bastón (citado por BARERA en Un mondo misterioso,
Bompiani, 1942.)
(21) Hace unos cuarenta años, el académico francés Jules Romains demostró,
con una serie de experiencias, que ciertos individuos —cuando se encuentran en
particulares condiciones psíquicas— pueden desarrollar una “visión
extrarretínica” que puede localizarse en varios puntos del cuerpo (las más de las
veces, en las yemas de los dedos). La ciencia académica ignoró las teorías de
Romains, pero, precisamente, hace poco, han sido descubiertos sujetos dotados de
la misma facultad; el caso más famoso de entre ellos es el de Roza Kuleshova, una
muchacha rusa de Nizhni Taguil, de la que han hablado los periódicos de todo el
mundo. El americano profesor Richard Youtz, profesor de Psicología del Barnard
College, ha estudiado, a su vez, un tema análogo: el de Patricia Stanley. Las
primeras noticias de visión extrarretínica se remontan a 1785, y son numerosos los
textos en los que se hace mención de personas dotadas en tal sentido. En tales
facultades concurren, probablemente, factores psíquicos y fisiológicos, ambos de
naturaleza paranormal. Cfr. art. de LEO TALAMONTI, Gli occhi della pelle, en
Scienza e Vita, marzo de 1963.)
CAPITULO XI
EL OTRO «YO» QUE NACE DE LOS SUEÑOS
Toda nuestra vida pasa a través del cuerpo, pero nosotros no estamos en nuestro
cuerpo.OLIVIER QUÉANT. Goethe encuentra un fantasma
Puede enunciarse una hipótesis a propósito de este caso. Tal vez, en los
accesos de delirio febril, el Rojo revivía con particular intensidad los recuerdos de
su ambiente de trabajo, donde hubiera deseado encontrarse, y aquí conviene
recordar que el sueño, según Freud, es la satisfacción ficticia de un deseo
reprimido. Lo que el ilustre fundador del psicoanálisis no hubiera admitido es que
la realidad existencial del sueño (el delirio es un sueño de particular intensidad)
pueda interferir de una manera más o menos tangible algunos aspectos de la
realidad externa al individuo (lo que sabemos que sucede, algunas veces). La
clarividencia (v. capítulo II) nos ha acostumbrado ya a las excursiones de la mente
más allá de los límites accesibles a la persona, pero aquí hay algo más que la
proyección mental pura y simple, desde el momento que en el lugar mentalmente
«visitado» hay alguien que ve o cree ver al mismo sujeto de la proyección. En esta
alternativa (ver o creer que se ve), se compendia precisamente el dilema que
trataremos de resolver en sucesivos momentos de esta exposición.
Según Tyrrell, que es el teórico más sutil y audaz de las alucinaciones, todo
el mundo puede creer que ve algo que en realidad no existe, con tal de que su
psiquismo inconsciente se preste a operar el engaño. Hay muchos motivos por los
que el inconsciente puede prestarse a ello, y uno es haber recibido por vía
telepática una «información» procedente de una realidad inaccesible a los sentidos.
Entonces, el inconsciente se apodera de esa información y la elabora según sus
propios esquemas, como haría un realizador sobre la base de un argumento
cinematográfico. El resultado es un pequeño filme que la mente del perceptor
proyecta con su propio y exclusivo beneficio.
Por eso puede bastar, según el autor, un contacto intermental para hacer ver
un fantasma que no está. «La personalidad del perceptor posee todos los recursos
necesarios para hacer ver a la mente consciente una figura cualquiera, sin ninguna
ayuda exterior y física», escribe. Y añade: «El aparato responsable de todo esto es,
en gran parte, psicológico y aparece dotado de un asombroso poder creativo» 4. Es
una teoría atractiva y sugestiva, y muchos son los hechos que parecen confirmarla,
pero también hay otros más a los cuales, como veremos, no puede adaptarse.
Demos la preferencia a los primeros.
He aquí un testimonio del señor Paolo F., de Nimis (Udine), que escribe:
«En el curso de la última guerra, mientras me hallaba de servicio como funcionario
de carrera en la administración civil del África oriental, caí prisionero de los
ingleses, que me trasladaron a Tripolitania. En los años de soledad y silencio que
pasé, primero, en el Fezzan y, luego, en la Sirte, me hice capaz de ver lo invisible y
oír lo inaudible... Una vez, se me apareció un pariente mío que residía en el Friul,
quien me mostró su brazo derecho amputado a la altura de la mano; y aún
sangraba. Al mismo tiempo, me dijo: “Fíjate en lo que me ha pasado.” Mucho
tiempo después, pude saber que una bomba le había arrancado una mano.»
Al día siguiente, supo con estupor, por la misma Lena, que ésta no se había
levantado para nada de la cama, pero que había permanecido despierta mucho
tiempo hacia la mitad de la noche, pensando con preocupación en la ropa
amenazada por el viento. He aquí un amable fantasma que nace del duermevela de
una persona que se plantea un conflicto entre el sentido del deber, que le impone
hacer algo, y la fatiga (o la pereza), que se lo impide. Cuando los conflictos, sean
pequeños o grandes, se trasfieren del plano consciente al inconsciente, buscan un
desahogo ficticio y simbólico, y, por lo general, lo encuentran en el sueño, como ya
sabemos. ¿Cuántos sonámbulos ejecutan de noche lo que no han podido hacer en
el curso de la jornada?
Un «fantasma» en la iglesia
Hace dos años, conocí a un ex oficial de carrera del Ejército —el comandante
F. P., de Nápoles—, quien me suministró este interesante informe. Se trata de un
episodio que se remonta a la Primera Guerra Mundial, cuando F. P. era un joven
teniente y se hallaba en primera línea en los efectivos del 138.º regimiento de
Infantería (10.ª Compañía, 3.er Batallón, mandado por el comandante Migliaccio).
«En la tarde del 23 de marzo de 1917, mientras mi sección se hallaba empeñada en
una acción encaminada a la toma de Castagnavizza, en la tercera oleada de asalto
fuimos diezmados por el fuego enemigo de obstrucción; a mí me hirieron en las
manos. Como llegué a saber a continuación, aquella misma tarde, en mi lejana casa
de Salerno, se oyó un estruendo fortísimo. Al mismo tiempo, se rompieron los
cristales del balcón, y cayeron al suelo todos los libros situados en los anaqueles
del estudio.
Fantasmas en el mar
«Al mismo tiempo —cuenta el príncipe—, vi muy claramente una mano que
surgía de detrás de mi espalda para trazar en la carta náutica la ruta indicada. No
cabía duda: aquélla era la mano bien conocida de nuestro comandante, con sus
gruesas venas azuladas henchidas y el anillo con su escudo de armas.» Esta vez, el
oficial obedeció casi automáticamente a la orden misteriosa y súbita, y, luego,
corrió en busca de un poco de compañía, a fin de sustraerse a la presión
insoportable de algo desconocido que había conseguido, sin más, hacerle olvidar
su sentido del deber. La navegación prosiguió sin incidentes. A la mañana
siguiente, el cielo, ya serenado, permitió establecer la situación, y, entonces, los
cálculos demostraron que aquella desviación había sido providencial, pues sin ella
la nave hubiera ido, con seguridad, a estrellarse contra los escollos.
Este episodio recuerda otro que se desarrolló también en el mar y que fue
referido por su mismo protagonista al capitán J. S. Clarke, quien, a su vez, dio
cuenta de él a Robert Dale Owen, autor de un libro muy conocido entre los
estudiosos de la materia8. Robert Bruce —un escocés de treinta años— se había
embarcado como segundo oficial en un mercante que se dirigía a Nueva
Brunswick, punta extrema del Canadá en el Atlántico septentrional. Faltaban unas
treinta horas para la arribada, y la navegación se había hecho más difícil a causa de
las brumas, que, en aquellas latitudes, podían ocultar el peligro de los hielos
flotantes.
«¡Rumbo Noroeste!»
Esta ignorancia no debe sorprendernos, pues encaja entre los aspectos más
característicos de aquella problemática onírica apuntada en el capítulo primero.
¡Qué poco sabemos de nuestros sueños! Lo que solemos recordar (si es que
llegamos a recordarlo) son las secuencias oníricas en las que están interesados los
niveles superficiales de la conciencia, en tanto que olvidamos, o ignoramos del
todo, aquellos sueños más profundos de los que es protagonista exclusivo el yo
impenetrable y secreto: el daimon. En este tipo de excursiones mentales con efectos
físicos (y, más propiamente, telecinéticos), hay motivo para creer que la
interferencia consciente sea tanto más desdeñable cuanto más apremiante es la
acción a distancia ejecutada por el llamado «doble», lo cual se incluye en un
principio de orden general que afecta a todos los eventos parapsíquicos9.
El sueño que siguió no es más que una realización simbólica de aquello que
el sentido del deber pretendería que hiciera el reverendo. En efecto, soñó que
regresaba a casa, que abría la puerta, que subía la escalera y que se encontraba con
su padre. Al mismo tiempo, éste oyó el rumor de la puerta y, luego, el de los pasos
en la escalera. Finalmente, vio a su hijo que se dirigía hacia su habitación. Lo buscó
por todas partes, pero no lo pudo encontrar.
NOTAS — Capítulo XI
(9) Según James H. Hyslop: “Siendo igual todo el resto, más profundo es el
trance y mejores son los fenómenos.” Hereward Carrington: “Cuanto menor es la
interferencia consciente, tanto más importante es el resultado, y, en muchos casos,
la intervención del trance lo mejora en gran manera.” También es verdad al revés.
Por ejemplo, en el caso de María Reyes de Z., cuanto más apremiantes eran las
preguntas que se le formulaban, más se profundizaba su trance, hasta adquirir
aspectos de verdadera letargia.
CAPÍTULO XII
LOS VOLUNTARIOS DEL DESDOBLAMIENTO
—No, no era yo quien yacía en el lecho, sino mi cuerpo. Pero ¿qué es el cuerpo? Mi
“yo” estaba allá, en la altiplanicie de Yemvi.UGEMA UZAGO. Un explorador de la
dimensión ignorada
Por el contrario, hay quien no poseyendo tales dotes por naturaleza, trata de
desarrollarlas en si mismo mediante algunas técnicas particulares del tipo de las
enseñadas por el yoga sutra y el yoga tantra, de las que ya nos hemos ocupado con
anterioridad. Está claro que para un occidental moderno, el aspecto problemático
de tales prácticas viene representado por la posibilidad de conciliarlas, sin peligro
de desequilibrios, con una mentalidad y con un sistema de vida que forman ya
parte de nuestra naturaleza adquirida, y que no dejan mucho margen para tan
desacostumbradas formas de evasión. Ello no impide que existan aún hoy espíritus
deseosos de aventurarse en este género de experiencias a título de curiosidad o de
investigación, como existían también en el siglo pasado y en los comienzos de éste,
según documentos antiguos y recientes (los hay que se remontan a De Rochas y al
profesor Schrenk-Notzing, además de las recogidas por Sylvan Mudoon y
Hereward Carrington).
Entre los pueblos primitivos, con la idea del desdoblamiento (con y sin
componente exterior y visible) se conecta invariablemente la de un «viaje del alma»
que, a menudo, se realiza con fines prácticos: llamar a personas lejanas; descubrir a
un ladrón; localizar la caza en sus escondrijos. Puede decirse, en suma, que la
facultad de desdoblarse, que es propia de algunos individuos en este sentido más
dotados (chamanes, brujos), representa, ni más ni menos, aun dentro de límites
muy modestos, un factor de compensación para las lagunas de organización
técnica propias de tales pueblos. Al hechicero dayak incumbe, por ejemplo, la
obligación de ir en busca de medicinas y remedios apropiados para los enfermos,
lo que hace en estado de trance, en una sesión entre mágica y espiritista.
A este propósito, escribe Mauss: «Los circunstantes ven, sí, el cuerpo del
mago presente, pero éste se halla ausente en espíritu e incluso en cuerpo, dado que
su doble no es un puro espíritu y puede, incluso, actuar físicamente en el lugar a
donde se ha trasladado por su voluntad directa 7.» El mismo Mauss habla del barn
—otra especie de mago, que desempeña su cargo oficial en la tribu australiana de
los kurnai—, que puede «mandar su alma a espiar a los enemigos que avanzan».
También los chamanes tunguses «envían el alma»; y encontramos análogas
creencias entre las tribus de los lapones, entre los indígenas de la Tierra de Fuego y
entre algunas poblaciones del México central.
Esta escritora habla, por ejemplo, de una mujer de una aldea del Tsawarong
que había permanecido inanimada durante toda una semana. En todo aquel
período, había vagabundeado a placer, asombrada del hecho de sentirse en
posesión de un «cuerpo» sumamente ágil, ligero y capaz de moverse con rapidez
extraordinaria. «Le bastaba querer trasladarse a un lugar cualquiera, para
encontrarse en él de inmediato. Podía atravesar los ríos caminando por encima del
agua, traspasar las paredes..., etcétera.» Precisa aún la escritora: «Una sola cosa le
era imposible: cortar un cordón de materia casi impalpable que la mantenía unida
a su antiguo cuerpo..., tendido en su yacija.» Análogas creencias están difundidas
en Costa de Oro, según el testimonio del médico inglés J. Shepley 9.
El caso fue referido de viva voz por el muy conocido padre Trilles a Olivier
Leroy, que lo publicó en su libro aparecido en el año 1927, pero ya veinte años
antes había sido dado a conocer a través de otra fuente francesa 10. El protagonista
es un tal Ugema Uzago, hechicero y jefe de la tribu de los yabiku. Un día, aquél
advirtió al misionero católico que debía trasladarse aquella misma noche a la
altiplanicie de Yemvi, a un lugar situado a cuatro «largas jornadas» de marcha. Por
tratarse de un traslado inmaterial, que debía realizarse por virtud mágica, se
produciría de manera instantánea. Para convencer al hombre blanco de sus
poderes reales, Ugema Uzago aceptó de buen grado el encargo que éste quiso darle
para ponerlo a prueba. Por el camino, debería ordenar a un tal Esaba, amigo del
misionero, que llevara lo antes posible a este último un paquete de cartuchos para
su fusil de caza.
Téngase en cuenta que Esaba residía en Ushong, una aldea situada a tres
«largas jornadas» de marcha. Por la noche, el hechicero y el misionero se
encontraron en la cabaña destinada a los rituales. Ugema Uzago se desnudó, se
untó con un ungüento especial y comenzó a danzar en torno a una pequeña
hoguera, a la que arrojaba puñados de sustancias aromáticas. Al mismo tiempo,
recitaba una serie interminable de invocaciones. Al fin —eran las 21 horas—, el
hechicero se tendió en una yacija y cayó en un sueño cataléptico que se parecía de
manera impresionante a la muerte. El misionero permaneció velándolo hasta la
mañana siguiente. Apenas despierto, Ugema Uzago le contó que había llevado a
cabo ambos objetivos de su «viaje»; en primer lugar, se había dirigido a Ushong,
para ejecutar el encargo recibido; luego, había proseguido hacia el altiplano de
Yemvi, donde había participado en una reunión de brujos convocada por un no
mejor identificado «maestro».
(7) V. MARCEL MAUSS, Saggio di una teoría generale della magia, en Teoria
generale della magia e altri saggi, Turín, Einaudi, 1965.
(9) Proceedings of the S.P.R., vol. XIV, pp. 343-347, citado en The Psychic
World, de H. CARRINGTON. Para hechos específicos de análogo alcance, tomados
de la misma fuente, v. también, Popoli primitivi e manifestazioni supernormali, de
ERNESTO BOZZANO, Bocca, 1953, página 99 y siguientes.
CUARTA PARTE
CAPÍTULO XIII
LOS MENSAJES VISIBLES DEL PASADO
¿Qué es lo que continúa el camino tras la muerte del cuerpo...? Es el deseo de vivir...
(De un dicho tibetano.) Cita con lo desconocido
Hay cierta especie de desconocido cuyos confines, por lo general, están bien
custodiados, y, sin embargo, alguien, de vez en cuando, consigue violarlos. Hace
pocos años, el doctor Naegeli Osjord, distinguido neuropsiquiatra al par que
atento estudioso de fenómenos paranormales, tuvo la insólita audacia de irse a
dormir completamente solo a cierto castillo alemán que estaba, y está, infestado
(así se dice) de desconocidas y turbulentas entidades «de la otra orilla». Antiguas
historias de crueldades que no pueden relatarse, propias de los tiempos
medievales, se atribuyen a aquel tétrico edificio, y, en particular, a determinado
grupo de estancias del primer piso, otrora habilitadas como prisión. La pieza
mayor, que hoy sirve de auditorio, era, en los siglos XI y XII, la sala del tribunal,
donde se administraba la dudosa justicia de los señores feudales. En las estancias
contiguas eran custodiados, cargados de cadenas, los destinados a sufrir tortura y
los condenados que aguardaban la ejecución.
Ésta es la simple crónica de los hechos. Y ahora pasemos sobre los fáciles
comentarios a los que se prestaría el inaudito coraje del doctor Naegeli Osjord, y
sobre la obvia posibilidad de que había soñado o de que, como consecuencia de
ello, había sufrido toda una serie de alucinaciones. Incluso un neuropsiquiatra
puede soñar, en efecto, como una persona cualquiera, pero también puede
sucederle —¿por qué no?— como a la más humilde de las mujeres, que realice
algún sueño verídico en sentido retrospectivo (v. capítulo I). El lado más
interesante de esta aventura consiste, ante todo, en la completa identificación del
sujeto con el personaje soñado, pero también es éste un fenómeno que conocemos,
pues hemos aludido a él en los capítulos III y IV.
Hay quien sueña, de noche, que está conversando con un difunto, como le
sucede a Jacopo Alighieri (v. capítulo I), y quien vive una experiencia en el curso
del trance, como es el caso de Pasqualina Pezzola, pero también hay quien vive a
ojos abiertos el mismo tipo de sueños, como le ha sucedido a Natuzza, a Nicolai y a
tantos otros médiums más o menos famosos. Alguno, por fin, se ensimisma hasta
tal punto con la situación que evoca, que se identifica con el desaparecido hasta el
extremo de dejarse «poseer» por él, como en el caso ya examinado del doctor
Naegeli Osjord.
En este momento, Delta debe pagar el inevitable tributo a los dolores y a las
penas temporalmente «heredados» de la personalidad del desaparecido. Y,
entonces, el temblor, la expresión dolorosa y extraviada y el profuso sudor
evidencian hasta qué punto el sueño alucinatorio vivido por Delta tiene un
contenido realista. Por fin, el sensitivo describe los sentimientos, los propósitos y,
al cabo, las últimas acciones de la persona desaparecida, brindando así a la Policía
la posibilidad de dar con aquélla (se trata, las más de las veces, de ahogados o
suicidas).
Vuelve, pues, a sus pinceles, pero su atención pronto se ve distraída por los
fortísimos golpes que resuenan aquí y allá en las paredes. Al fin, he aquí que
aparece el imprevisible autor del alboroto: es la sombra de un viejo sacerdote de
rostro encogido y mirada afligida, incluso desolada y desoladora. Aquella sombra
se dirige hacia el altar mayor, se acerca a la lámpara votiva y la apaga con un
soplido vigoroso, para, después, diluirse con la misma rapidez que la llamita.
Maxo Vanka había oído hablar a los habitantes de Millvale y al mismo padre
Zagar acerca de aquel habitual frecuentador de la iglesia, pero no se había
preocupado. ¿Puede causar algún mal un espectro al que no se tema? La respuesta
a esta pregunta la supo el pintor en el instante mismo en que las notas del órgano
resonaron de nuevo en la nave. Entonces, se sintió invadido por una angustia sin
razón que, de hecho, no era miedo, sino una especie de sufrimiento «extraño» que
parecía surgir de profundidades desconocidas. Y ¿quién podía ser el autor de
aquel contagio psíquico sino «él»?
Por otra parte, Myers fue también el primero en subrayar cuán absurdo
parece el comportamiento de ciertos fantasmas, empeñados tan sólo (como el
anciano sacerdote de Millvale) en repetir los gestos que ejecutaron en ciertos
momentos cruciales de la vida, o bien en expresar preocupaciones en extremo
triviales, incluso desde el punto de vista terrenal. De hecho, Myers comparó este
fenómeno, con el contenido de sueños agitados y confusos 13. También es cierto que
los sueños (los de los vivos, entiéndase) producen, a veces, el curioso efecto de
proyectar a distancia una contrafigura bien visible para su protagonista: el llamado
«doble». Entrando en este orden de ideas también a propósito de los fantasmas de
difuntos, cabría suponer que fueran éstos, asimismo, el fruto de sueños o bien de
pesadillas, corrientes en la mente de desaparecidos que hayan alcanzado la
dimensión de la eternidad. (Esta alternativa, evidentemente, conduciría a excluir la
otra, delineada en la primera parte de este capítulo, según la cual la mente
soñadora, por el contrario, sería la de un médium vivo que trata de evocar
inconscientemente, y hasta de representar, un episodio «registrado» en el gran
archivo del pasado.)
En un caso característico del que fue testigo Violet Tweedale (op. cit.), una
médium incorporó, en dos ocasiones sucesivas, a las dos entidades que infestaban
la bellísima villa de Castel a Mare, en Warberries. En primer lugar, a la de un feroz
asesino que, cincuenta años antes, en aquella misma casa, había cometido un
homicidio doble. Luego, a la entidad de una de sus víctimas, y precisamente una
joven cuyo espectro aún vagaba por el lugar al cabo de más de medio siglo,
haciendo oír, de vez en cuando, sus terribles alaridos. Y he aquí cómo las
interpretaciones «que se parecen» caen en contradicción consigo mismas. En un
caso como éste, no tendría ningún sentido suponer que el espíritu de la víctima
inocente deba correr también la misma suerte sufrida por el perseguidor: o sea que
se encuentre forzada a infestar por tiempo indeterminado cierta localidad, y a
repetir sin fin los actos principales de una antigua y olvidada tragedia. Si no
temiéramos extendernos demasiado, podríamos citar muchos otros casos análogos,
referidos por autores muy serios, y hasta alguno de Miss Garrett, que ha sido
protagonista directa de ellos. Pero no añadiremos nada nuevo.
Eran dos niñas y un niño pequeño. Cuando los vio por vez primera,
encuadrados en el vano de la puerta de su casa, Eileen los miró con interés,
contrariada entre el intenso deseo de ir a jugar con ellos y el temor de infringir la
prohibición de la temible tía. Pero, al día siguiente, los niños continuaban allí,
empeñados en mirar a Eileen con aquella mezcla de curiosidad y timidez que es
propia de las criaturas. Y, entonces, se decidió, al fin, a reunirse con ellos. Este fue
el comienzo de una amistad que duró mucho tiempo (hasta la edad púber) y
conoció capítulos movidos, como sucede siempre entre niños. Jugaban, se
perseguían y se confiaban pequeños secretos, todo como en la vida ordinaria, de no
haber sido por dos importantes diferencias. En primer lugar —asegura la médium
—, aquellos compañeros suyos de juegos «estaban hechos de luz» y, además,
sabían hacerse comprender por Eileen sin necesidad alguna de palabras, sino de
pensamiento a pensamiento.
Como se ve, no todos los fantasmas son teóricos ni todos reflejan situaciones
trágicas o dramáticas. Eso depende del hecho de que cada contacto mental con el
pasado constituye un fenómeno complejo que se desarrolla, al menos, en función
de dos variables: la tendencia inconsciente de la mente mediúmnica a orientarse
hacia determinadas situaciones retrospectivas, gracias a lo que Tyrrell llama
«telepatía retrocognitiva»; y el concurso creativo del inconsciente, que se inserta en
ese proceso con sus capacidades de interpretar el tema suministrado por el pasado
y de reelaborarlo en sentido más o menos dramático, además de con el uso de los
símbolos más apropiados. De tales elementos puede derivar, por supuesto, un
resultado híbrido que está a caballo entre la realidad y la fantasía (entendiendo aquí
por «realidad» algo que está desplazado en el tiempo). Tal es la génesis probable
de aquellos pequeños, providenciales fantasmas evocados por la mente infantil de
una niña que tenía una desesperada necesidad de compañía.
Y aquí surge un problema de solución tanto más difícil cuanto que se refiere
a la línea de separación entre lo que es patológico y lo que no lo es. ¿Por dónde
discurre exactamente esa línea? No hay duda acerca del hecho de que la
personalidad de algunos conocidos videntes haya presentado aspectos y
fenómenos que se incluyen en el ámbito de la patología, pero también es verdad
que el diagnóstico de neurosis que, por ejemplo, ha sido dictaminado a propósito
de Garrett puede, a veces, aparecer como una solución expeditiva y sumaria para
liquidar lo que, simplemente, es «distinto». Es cierto que las incursiones demasiado
frecuentes en la dimensión prohibida del Universo no convienen en absoluto al
equilibrio de quien desee permanecer anclado con firmeza en el mundo sensible,
de manera que queda en suspenso la melancólica pregunta que se formula Garrett
en su libro, a propósito de las frágiles bases en las que la psiquiatría se funda para
juzgar las evocaciones retrospectivas o fantásticas de los médiums: «¿Y cuántas
fantasías le están permitidas al individuo, antes de que se encuentre clasificado
como neurótico?»
(2) Interesantes datos sobre el tema en cuestión han sido recogidos por el
profesor Nicola Pende, el profesor Annibale Puca, el doctor Valenti y otros
numerosos médicos y estudiosos. En particular, el profesor Puca, director del
hospital psiquiátrico de Reggio Calabria, tuvo ocasión de comprobar, en los dos
meses que tuvo en observación a Natuzza Evolo, la autenticidad de numerosos
fenómenos paranormales.
(4) No son muchos los psiquiatras dispuestos a reconocer que más allá de
las alucinaciones patológicas, cuyo origen se busca exclusivamente en el psiquismo
del enfermo, puede haber otras de origen externo, que consisten en percepciones
extrasensoriales propiamente dichas, de tipo telepático o clarividente, favorecidas
por una particular sensibilidad del sujeto. Entre los psiquiatras y psicólogos que
admiten tal distinción citemos a los profesores Tenhaeff, Urban, Hagenbuckner,
Naegeli-Osjord, Disertori y Assagioli. Hay otros, por supuesto. En general, se trata
de estudiosos que se ocupan de parapsicología, y por eso mismo se encuentran en
contacto directo con los fenómenos que demuestran lo fundado de tal distinción.
(8) La suposición según la cual los fantasmas (cualquier cosa que sean)
tengan, en cualquier caso, necesidad de los vivos para manifestarse, parece reforzada
por indicios bastante precisos; entre ellos, el gasto de energías nerviosas e, incluso,
térmicas que su aparición implica, con perjuicio de los asistentes (de ahí la
sensación de frío a que se alude en muchas crónicas mediúmnicas y también de
apariciones espontáneas; v., por ejemplo, el informe del que se hace referencia en la
nota 16 próxima).
(9) Para apoyar tal concepto está toda la casuística de los médiums
vinculada al consabido ritual espiritista, caracterizado por la “cadena” de los
participantes, y al cual se unen, en ocasiones, manifestaciones psicofísicas
paranormales, como el movimiento de objetos, apariciones de fantasmas
materializados, etcétera. De ello se tratará en el próximo capítulo e incluso en
otros.
(11) Las primeras noticias bien documentadas sobre los encuentros de Maxo
Wanka con el espectro de Millvall aparecieron en el Harper’s Magazine de 1938. Al
margen de los previsibles ecos periodísticos acerca de tales visiones, surgieron
numerosos testimonios, pormenorizados y precisos que brindan, asimismo, una
luz muy fidedigna.
(15) W. CARRINGTON, en la obra ya citada (v. nota 8 al cap. III), escribe: “...
demasiado comúnmente se acepta sin discusión cuanto escuchamos acerca de que
el hombre sobreviva a la muerte, ya sea afirmando o negando, y nuestras dudas se
concentran en la cuestión de si ello es más o menos cierto, en tanto que, a mi modo
de ver, deberíamos, por el contrario, preocuparnos por aclarar lo que entendemos
por supervivencia...”. Y añade: “... puede suceder que cuando nos preguntamos si
«el hombre sobrevive a la muerte o es aniquilado», planteemos a la Naturaleza una
cuestión imposible que deriva de la aplicación demasiado ingenua de una
analogía...”. Concluye: “... debemos resignarnos a la perspectiva de que nuestras
indagaciones, como máximas, nos dan respuestas sólo condicionales, graduadas o
cuantitativas”.
(16) V. art. de HANS HOLZER sobre El fantasma del condado de Rockland (en
inglés), redactado con material informativo procedente de los archivos de Eileen
Garrett y aparecido en Tomorrow, vol I, número 3, 1953.
(20) Sir A. CONAN DOYLE, The Edge of the Unknown, citado por G. DE
BONI, op. cit.
(21) Véase RENÉ GUÉNON, Le Règne de la quantité et les signes des temps,
París, Gallimard, 1945 (cap. 27: “Résidus psychiques”).
CAPÍTULO XIV
LOS FANTASMAS NACIDOS DE LOS SUEÑOS MEDIÚMNICOS
Estamos tan lejos de conocer todas las fuerzas de la Naturaleza y sus múltiples
modalidades de acción, que seria poco filosófico negar la existencia de ciertos fenómenos, tan
sólo porque no pueden ser explicados en el estado actual de nuestros
conocimientos.LAPLACE.
Es un mal menor el que un hombre de ciencia sea inducido a error por un impostor,
pero es más grave si, por respeto humano o por temor a equivocarse, la ciencia se niega a
buscar la verdad.H. THIRRING. Entrevista con el fantasma
Por desgracia, se trata de una actitud tanto más insidiosa en cuanto que
opera por debajo de la mente consciente y, por tanto, no permite a quien la adopta
darse cuenta de los motivos reales por los que se siente inducido a negar. En su
base, está el repudio instintivo de todo cuanto no puede ser explicado según los
esquemas de la ciencia de hoy. La conclusión paradójica es que existen fenómenos
importantísimos, pero raros, a los que les está reservada la misma suerte que a los
parientes pobres, de los que algunos se avergüenzan. Así que se prefiere
ignorarlos3. En cambio, se trata, como hemos dicho otras veces, de hechos de gran
relevancia científica, pues demuestran que los citados esquemas científicos no son
lo bastante abiertos como para abarcar toda la realidad.
El primero en presentarse era uno que decía ser médico oriental, llevaba
turbante y se hacía llamar Amahur. Luego, venía la «hermana Belén», una
mujercita anciana con el rostro arrugado como una fruta marchita. Por fin, aparecía
un locuaz «doctor Del Castillo», con un invariable corbatín de cinta. Entre los
visitantes que se presentaban más raras veces y que se callaban dignamente —
como si trataran de conservar el incógnito—, había un cruzado medieval, un
guerrero de espada muy luminosa, un imponente sacerdote con estola de seda
recamada de oro y otro tipo al que Tibón definió como «inolvidable», el cual se
presentaba con la cabeza adornada con una fulgurante diadema de doce puntas de
diversa intensidad y luminosidad. (Hay algo —se diría— de «tebeístico» en estos
«cortometrajes» proyectados por la mente mediúmnica de don Luisito.)
Nada cuesta suponer que los varios centenares de testigos que han firmado
las actas de las sesiones sean, todos, gente desprevenida, ingenua y emotivamente
vulnerable. Tantas cosas pueden suponerse, cuando el buen sentido se pone de
lado para hacer prevalecer aquella tendencia irracional e inconsciente al repudio
integral de los hechos que estorban las certezas adquiridas. Pero si dicho repudio
es comprensible cuando proviene de los representantes del saber oficial, que nada
saben de la vasta extensión de los territorios desconocidos para la ciencia,
maravilla no poco cuando es proclamado por parapsicólogos que temen —si se
interesan por los fenómenos paranormales físicos— «contaminar» la pureza de la
investigación parapsicológica.
En el curso de una sesión dirigida por el gran Eugène Osty, junto al médium
se materializó un vivaz animalillo que saltó inmediatamente a la espalda de su
vecino, para, luego, trasladarse, en una rápida sucesión de saltos, a las espaldas de
los demás; era una ardilla. Artífice de ese prodigio fue Guzik, un médium polaco
que, evidentemente, debía de sentir debilidad por la Naturaleza y por las criaturas
de los bosques. En otra ocasión, en efecto, hizo aparecer un oso, bajo cuyo peso el
pavimento tembló. Una vez que consiguió materializar un perrito, éste tuvo
tiempo, antes de diluirse en la nada, de morder en un dedo al profesor Léclainche,
y le dejó la señal11.
El misterio crucial parece ser precisamente éste: cómo estas criaturas del
sueño (o sea, dependientes, al menos según nuestros esquemas mentales, de una
actividad psíquica extraña a aquéllos) consiguen vivir con una vida propia y
autónoma, en el ámbito mismo del sueño que las ha creado 13. Los hechos nos
colocan ante este arduo y fascinante problema, y nos obligan, asimismo, a
sobrepasar las interesantes teorías de Flournoy para dirigir nuestra atención desde
el psiquismo individual al colectivo, y desde el plano puramente psíquico al
psicofísico, dado que estos fantasmas tienen una corporeidad, aunque sea
transitoria.
Todo esto es muy interesante, pero el verdadero problema es otro. Más aún
que el saber cuántas veces haya trampeado Florencia Cook, sería importante
determinar —aparte de toda generalización arbitraria— si esa médium no ha
producido acaso materializaciones «al menos alguna vez». Y lo mismo puede
decirse a propósito de Eusapia Palladino, de Guzik y de todos los grandes
médiums acusados de fraude, los cuales, es cierto, lo cometieron, pero también han
producido fenómenos auténticos, como ha sido verificado autorizadamente por
Tocquet, Mackenzie y otros ilustres estudiosos que, tal vez, constituyen los últimos
testigos objetivos de una época pasada.
Errores y debilidades pertenecen al orden humano de cosas; así, pues, no
hay por qué asombrarse si, incluso, un ilustre científico como Charles Richet se
haya dejado engañar por una médium. Sin embargo, ha habido simples
investigadores (entre otros, Osty y Geley) que han sabido sorprender con las
manos en la masa a los falsarios, y precisamente debemos a ellos la verificación de
interesantísimos fenómenos de la naturaleza de los aquí descritos. Pues bien,
¡bastaría un solo hecho auténtico, entre tantos otros, para poner en entredicho todo
un sistema de presuntas certidumbres científicas! Acaso los tiempos aún no están
maduros, pero cuando la evolución del pensamiento científico haya superado las
rémoras actuales, es muy probable que los hechos sobre los que hoy pende la
acusación de «inexistencia» serán, al fin, rehabilitados. Y, entonces, puede tenerse
la certeza de que nadie recordará el nombre de los contables del misterio, en tanto
que no serán olvidados los hombres esforzados que, aunque sea entre
incertidumbres y errores humanísimos —«y sin preocuparse de razones de
prestigio»—, abrieron el camino al conocimiento de leyes naturales desconocidas y
de grandioso alcance: los Myers, Geley, Osty, Richet, Crookes, Crawford y tantos
otros.
(2) Tan grande era su autoridad en aquellos dos campos, que se recurría a él
para consultas, incluso del extranjero. Lo demuestra, entre otras cosas, el hecho de
que la voz Illusionismo, en la Enciclopedia Treccani (italiana) ha sido redactada por
él.
(17) Véase GASTONE DE BONI, op. cit., p 100 y ss. El autor da el informe de
dos interesantes sesiones mediúmnicas que tuvo ocasión de presenciar en 1948 en
Londres, y en 1951 en Estocolmo.
(18) Escribe EMILIO SERVADIO en Planète, 23, p. 165: “Si es cierto que
muchos no están lo bastante defendidos contra la aspiración inconsciente de lo
maravilloso y lo oculto, no es menos verdadero que demasiada gente se pone en
guardia contra lo que no es racional o no entra de manera clara en los esquemas
preestablecidos de pensamiento.”
CAPÍTULO XV
LAS CRIATURAS VIVAS DE LA MENTE
Es difícil determinar por dónde discurre la línea fronteriza que debería separar la
imaginación de lo que se cree sea la realidad. ¿Acaso no existe?WELLESLEY TUDOR
POLE. La importancia de creer en las hadas
La Navidad de 1920 llevó a los ingleses un regalo agradable: las hadas. Por
supuesto, no se lo llevó a todos, sino tan sólo a las personas inclinadas a cierto tipo
de fantasías que psiquiatras y psicoanalistas juzgarían con mucha severidad. El
regalo lo llevó un artículo aparecido en el número especial navideño del Strand
Magazine, artículo importante que se cree iba firmado por dos autores, y que uno
de éstos era Sir Arthur Conan Doyle, el idolatrado creador de Sherlock Holmes. El
título, que ocupaba varias columnas, advertía: Un acontecimiento que inaugura una
nueva Era: han sido fotografiadas las hadas. Se explicaba el caso de dos jovencitas de
Cottingley —un pueblecito rural del Yorkshire— que aseguraban ver
habitualmente a las hadas, y haberlas fotografiado en cinco ocasiones distintas.
Las fotografías en cuestión —cuya autenticidad parecía haber sido avalada
por un técnico de la «Kodak»— mostraban a ciertos pequeños seres femeninos y
alados que aparecían, sin más, minúsculos junto a una u otra de las dos
muchachas. En una de las fotos figuraba también un hombrecillo decididamente
desgarbado y grotesco: un gnomo. Una de las dos muchachas —Elsie Wright—
había jugado desde niña con gnomos y hadas, en los prados y bosques de
Cottingley, pero había comprendido muy pronto que era la única en verlos (según
su narración). Sólo tras la llegada de una coterránea suya de Australia —Francis
Griffith—, las hadas se habían dejado ver de ésta, y de aquí la iniciativa de
fotografiarlas.
El aspecto insólito de la aventura era que los dos autores del artículo no
habían adoptado las acostumbradas cautelas propias de ciertos publicistas que son
muy hábiles en utilizar todos los aspectos sensacionales y hasta increíbles de una
noticia, si bien teniendo cuidado de hacer comprender, aunque sea entre líneas,
que no pueden avalarla por completo. El parecer explícito de Sir Arthur y del otro
autor era que las hadas existían de verdad, que ambas muchachas podían verlas en
virtud de su clarividencia o segunda visión, y que una de las dos jovencitas —
Griffith— estaba dotada, además, de mediumnidad de efectos físicos, hasta el
punto de poder conferir a las etéreas criaturas aquel cierto grado de
materialización necesario para impresionar las placas fotográficas1.
Además de tener más eco de lo que sus mismos autores hubieran podido
prever, el artículo dividió la opinión pública inglesa en dos grupos: el de los
«inocentistas», dispuestos a jurar la autenticidad de los hechos e, incluso, de las
fotografías, y el otro —el de los «culpabilistas»—, plenamente convencidos de lo
contrario. Aludes de cartas se precipitaron sobre las mesas de los redactores de los
periódicos más difundidos, escritas por lectores que tomaban posición en favor de
una u otra de las dos tesis preferidas. Y no fueron pocas las de quienes escribían
para atestiguar haber visto, a su vez —en muchas ocasiones—, a las hadas. Una
nueva savia acudió, pues, a vigorizar las antiguas pero inmortales leyendas acerca
de sílfides, ondinas, elfos, genios, gnomos y tantos otros seres míticos que han sido
creados por la insaciable sed de soñar que ha padecido siempre la Humanidad.
He aquí cómo se organizan los sueños y comienzan a vivir con vida propia.
Opiniones no discrepantes las encontramos expresadas por ocultistas de otros
países: el alemán Rudolf Schwarz, por ejemplo, y la francesa Anne Osmont 2. Según
Schwarz, en el mundo ultrasensible «existen, en verdad, las hadas, los gnomos, los
dragones, los demonios y todos los demás seres de los que se habla en las leyendas
y en las fábulas». Osmont, conocida ocultista desaparecida hace poco, se atiene a la
definición más común de «espíritus elementales», y nos los presenta, un poco
vagamente, como «fuerzas presumiblemente conscientes, que presiden las varias
manifestaciones de los elementos naturales». Dado su carácter caprichoso e
imprevisible, considera su deber poner en guardia al lector: «Tened cuidado: o los
domináis y los sometéis desde el primer momento, o estaréis sometidos a ellos.» Y
la autora, naturalmente, presenta todo el aspecto de quien ha conseguido
dominarlos a la perfección.
No resultaba claro, para los padres del muchacho, qué era el «Reino del
Topo», pero los amiguitos estaban muy bien informados a tal respecto, y ardían en
deseos de poder entrar también ellos. Una vez, en ausencia de los dueños de la
casa, fueron satisfechos. Franek los reunió a todos bajo el improvisado toldo, y allí
permanecieron quietos aguardando, apretándose uno contra otro. También había
una muchachita apenas un poco mayor, la niñera de una hermanita pequeña de
Franek. Y, entonces, al fin, oyeron y vieron las magias del Topo. Anunciados por
los injustificados chasquidos de una vasija de cerámica, y por el inesperado sonido
de un relojito de péndulo estropeado desde tiempo atrás, se oyeron con claridad
los pasos amortiguados del Topo, que entraba. Pero, por desdicha, se escondía en
una nubecilla azulada. Eran, está claro, los primeros pasos inconscientes de Franek
Kluski en el arte de objetivar sus propios sueños, por los que después llegaría a ser
famoso.
Son las consecuencias del monismo físico del que la ciencia está embebida
aun sin saberlo ella misma, si bien algunos científicos profesan, a titulo privado, el
dualismo. Como sabemos, Oriente, en cambio, tiene la ventaja de poseer una visión
global e indiferenciada de la realidad psicofísica, en la que los fenómenos de los
que hablamos son considerados tan «naturales» como todos los demás. En el Tíbet,
por ejemplo, se cree que basta la concentración del pensamiento para hacer
«coagular» las imágenes creadas por él, hasta hacer derivar verdaderos fantasmas
autónomos: los tulpa. Los testimonios más seguros al respecto nos llegan de
viajeros y estudiosos que han podido tener una experiencia directa de ello:
Amaury de Riencourt y Alexandra David-Neel.
A esta última le resultaba difícil tomarse en serio las consejas sobre tulpas,
pero cambió de idea cuando un día recibió la visita de un artista tibetano
especializado en pintar ciertas divinidades de aspecto terrible y grotesco, pero
eficaces para chocar a la imaginación de la gente simple. Con gran sorpresa por su
parte, vio que el hombre era seguido de manera bien discernible —aunque un
poquito nebulosa— por una de sus creaciones espantosas. Cuando la mujer tocó la
aparición, ésta se desvaneció en seguida. Lo curioso es que el artista ignoraba que
llevaba junto a sí a aquella especie de parásito «astral», pero, cuando lo supo, no se
sorprendió, y hasta adoptó el aire de encontrar la cosa de lo más natural. Desde
hacía tiempo —explicó—, estaba trabajando en un cuadro que representaba aquel
personaje, y precisamente aquel día se había dedicado a él mucho rato. Por
añadidura (y esto nos parece importante), «le dedicaba un culto asiduo».
Una versión de este género no podía ser creída bajo palabra. En
consecuencia, David-Neel quiso comprobarla con los hechos. Según las reglas
aprendidas de los maestros tibetanos, la escritora sabía que la fabricación de los
tulpas está basada en los poderes de la concentración mental; o sea, que puede
decirse que son los hijos de la imaginación sostenida por la voluntad, y fijada
bastante largamente sobre un único objetivo que debe visualizarse mentalmente.
Lo primero que hizo la viajera, pues, fue buscar un modelo que imitar. Lo encontró
—cuenta— en la persona de un lama «bajo y corpulento, de aspecto inocente y
jovial». Y he aquí la continuación del episodio, que, una vez más, pone en
evidencia la tenacidad de esta mujer excepcional: «Al cabo de algunos meses, el
buen hombre se había ya formado. Poco a poco, se “fijó”, y se convirtió en una
especie de comensal. Para aparecerse no aguardaba a que yo pensara en él, incluso
se solía mostrar cuando yo tenía la mente ocupada en algo del todo distinto.»
Pero es conveniente dejar para una psicología más valiente y, por supuesto,
aún por venir, la misión de responder a las grandes preguntas que se dibujan en
este orden de consideraciones, o sea, hasta qué punto el arte creativo está
subordinado a la capacidad de autoalucinarse, y hasta qué punto el artista está
libre respecto de sus visiones creativas. Por el momento, tan sólo estamos
autorizados a sospechar que las criaturas nacidas del «rapto artístico» —y de otras
formas particulares de colaboración del psiquismo subconsciente con el yo
superficial— gozan de una autonomía tal vez superior a la que el intelecto
consciente estaría dispuesto a conceder, y que tal autonomía puede tener, en
ocasiones, efectos en extremo insólitos.
Un día, el padre Trilles (v. op. cit.), cuando aún era misionero entre los
pigmeos del África ecuatorial, refirió al hechicero de la tribu que había sido
robado. Éste fue a buscar un espejo y dijo al sacerdote: «¿Quieres ver al ladrón?
Mira aquí dentro.» «Miré en el espejo, y con gran sorpresa por mi parte vi el rostro
de aquel mismo a quien yo suponía el ladrón», escribe el misionero. Testimonios
análogos los tenemos de otros viajeros. Como de costumbre, la cuestión opinable
es si tales fantasmas son puramente alucinatorios o tienen consistencia objetiva.
Parece que el psicoanalista Nandor Fodor no tiene dudas al respecto. En efecto,
escribe en su monumental Encyclopaedia of Psychical Science: «Se conocen ejemplos
en los que las imágenes aparecidas en el cristal resultan mayores si se observan con
una lente de aumento18. En otras circunstancias, han sido vistas reflejadas en un
espejo; en otras, aún, han sido observadas por varias personas al mismo tiempo.
Finalmente, se ha llegado incluso a fotografiarlas. Así, pues, en el cristal vibraba
algo etérico.»
Aparte ciertos modos de expresarse que parecen reflejar puntos de vista hoy
ya superados, la circunstancia en verdad decisiva es la última, o sea, el hecho de
que aquellos fantasmas hayan sido fotografiados. ¿Existen o no las fotografías de
fantasmas, y, más genéricamente, las de las criaturas nacidas del pensamiento? He
aquí un tema candente en torno al cual se ha formado un ambiente que no es el
más propicio para el establecimiento de la realidad de hecho. En efecto, se
enfrentan, por una parte, la credulidad desarmada, y, por la otra, una seriedad
arrogante y pretenciosa que niega a priori toda posibilidad de ese tipo. En nombre
de esa seriedad ha sido decretada, por ejemplo, la no autenticidad de las fotos de
aquellas graciosas criaturitas creadas por la imaginación de Elsie Wright y Francis
Griffith19.
En otro caso, del que tuvo que ocuparse el profesor Egidi, describe este
científico circunstancias tales, que queda muy poco margen para la duda 23. Por otra
parte, no nos encontramos frente a uno o pocos episodios. Numerosas crónicas, y
de procedencia diversa, nos hablan de estos extraños documentos fotográficos en
los que aparece «algo» que no debería haber estado allí. En París, hay una comisión
a propósito presidida por Monsieur Lemoine, y compuesta por expertos
especializados en diferenciar las fotografías paranormales auténticas de las falsas.
Respecto a los trabajos de esa comisión, los parapsicólogos De Cresac y Chevalier,
ambos ingenieros, escriben: «Una vez eliminados los casos en los que el supuesto
fantasma no resulta, en realidad, sino de la interpretación emotiva y complaciente
de alguna alteración casual de la película, “siempre quedan fotos evidentemente
enigmáticas”.»
Sobre todo, añadimos, por el hecho de que los dogmáticos del positivismo
están sistemáticamente empeñados en negar la existencia del misterio y su función
vital, que consiste en poner en crisis, de tanto en tanto, ciertas presuntas verdades
científicas, para obligar a los estudiosos a buscar otras nuevas y más amplias. Sin el
estímulo de lo desconocido —del auténtico desconocido—, el saber oficial se
transformaría muy pronto en un mausoleo de falsas certezas embalsamadas. Y, por
el contrario, la historia del pensamiento científico demuestra que la ciencia es un
gran taller en el que se construye continuamente, pero donde, al mismo tiempo, se
desmantela todo cuanto ya ha envejecido. No podría construirse sin haber
demolido antes24.
NOTAS — Capítulo XV
(5) Véase (citado por TOCQUET en Les pouvoirs secrets de l’homme) el Compte
rendu des séances faites avec le médium Franek Kluski hecho por el coronel N.
OKOLOWICZ, Varsovia, 1928.
(8) Véase JULIUS EVOLA, op. cit., p. 208, y LÉVY-BRUHL, op. cit., páginas
91-92.
(11) Según declaraciones hechas hace algunos años por el mariscal del Aire
inglés Lord Dowding, en el curso de conferencias pronunciadas por él en
Canterbury y en otros lugares, las hadas serían pequeños seres alados y sexuados
de 30 cm. de estatura. Asimismo, ha afirmado que también algunos de sus amigos
ven a las hadas y conversan con ellas. Se trata, evidentemente, de creencias
derivadas de las teorías de los autores citados en las notas 1 y 2, aún muy lejos de
extinguirse. Según lo que entiende el autor del presente libro, tan insólitas
opiniones tienen seguidores en Italia y en otros países. Creencias relativas a otros
seres míticos como gnomos y ondinas sobreviven aún en distritos rurales de
Polonia y Bretaña. En Laponia, se cree en la existencia de los uldra. Un ejemplo de
cómo el psiquismo colectivo puede crear y, en cierto sentido, “animar” entidades
imaginarias, lo dan las aventureras crónicas napolitanas relativas a “o munaciello” y
a “Enrico o pesce”, otro célebre fantasma “institucional”, del que incluso Benedetto
Croce se ha ocupado en un escrito. Hasta ahora, toda manifestación de este tipo ha
sido liquidada sumariamente bajo la etiqueta de la superstición. En efecto, se ha
ignorado que también las creencias supersticiosas pueden dar vida a personajes
capaces de ser, de algún modo, “vivificados” (aunque no sea más que en el sentido
de una vida sui géneris) por el psiquismo colectivo.
(12) V. artículos varios del profesor TENHAEFF en los núms. 1-5 (1955) de la
publicación Tijdschrift voor Parapsychologie.
(22) Para otros casos de este tipo, v. también el art. de LEO TALAMONTI
sobre I messaggi visivi dal pasato en Scienza e Vita, marzo de 1962.
(24) Escribe a este propósito Morselli: “Lo que ayer fue considerado como
ciencia, podrá ser rechazado mañana por el pensamiento, y lo que por un tiempo
más o menos largo fue rechazado por la ciencia, podrá convertirse, en el futuro, en
opinión generalizada, postulado y hasta axioma.” Y Remo Cantoni: “Nuestra
ciencia podrá aparecer a una Humanidad futura, y más evolucionada que la
nuestra, un saber aún infantil y dogmático.”
QUINTA PARTE
LA RELACION MAGICA
CON EL MUNDO EXTERIOR
CAPÍTULO XVI
LOS OBJETOS QUE EXPRESAN ALGO
Estamos en relación mágica con la Naturaleza. La próxima transformación biológica
de la Humanidad creará seres conscientes de esa relación.JEAN ROSTAND. Los
objetos mensajeros
Más extraño aún es que los relojes y despertadores existentes en casa del
barón profesor F. A. Schrenck-Notzing —catedrático de metapsíquica— se pararon
todos en el momento de su muerte, que se produjo en la clínica donde había sido
internado algunos días antes para ser operado de apendicitis. Al salir de casa para
reunirse con su marido, la baronesa Schrenck-Notzing advirtió el primer hecho
insólito: el monumental reloj de péndulo de la antecámara estaba parado. Miró su
propio reloj de bolsillo y también se había parado a la misma hora. Pidió, entonces,
a un criado que mirara el reloj de sobremesa: también éste había detenido sus
manecillas, como los otros.
Para la cultura oficial, sucesos como éstos no admiten más explicación que
la standard de la «coincidencia fortuita». Pero se trata de una explicación pobre y,
como tal, el determinista Laplace, maestro de Napoleón, no la hubiera aceptado. Él
no creía en la casualidad (y no es posible quitarle la razón). Es ya dudoso que
semejante explicación se pueda admitir en cualquier episodio aislado, pero es
cierto que aquélla no sirve si los casos son tantos que permiten a cada uno llenar
un volumen5. Ciertas explicaciones superficiales y standard constituyen simples
expedientes para defenderse de la mordedura de lo inexplicable. Por otra parte,
quien no las acepta incurre automáticamente en acusaciones y descalificaciones de
diverso género: desde la más simple —que invoca la superstición—, a la que se
nutre de varios pretextos culturales, que hace amplio uso de etiquetas freudianas
para decretar un estado de neurosis y de regresión, como ya hemos tenido ocasión
de examinar a propósito de otros temas (v. cap. IX).
Los episodios referidos en la primera parte del capítulo nos dicen que
también en el plano de la vida ordinaria se verifican hechos extrañamente
vinculados entre sí, fuera de toda causalidad de orden físico. Precisamente
basándose en las múltiples analogías observadas entre el micro y el macrocosmos,
dos estudiosos de formación muy distinta —como el Premio Nobel de Física
Wolfgang Pauli, y un auténtico explorador de las profundidades humanas como
Carl Gustav Jung— han dado vida a esta revolucionaria teoría del «sincronismo»,
que representa una nueva manera de interpretar los sucesos del Universo fuera del
rígido determinismo imperante en la ciencia 10. Se trata de una aventura arriesgada
del pensamiento; una tentativa interesante de atravesar el muro de
impenetrabilidad que parece circundar algunos fenómenos.
Como tal, puede y debe levantarse acta de esa teoría, en consideración a las
perspectivas que pueda ofrecer. Pero, por el momento, tal vez no sea indispensable
conformarse a esquemas tan radicalmente innovadores. La aparente
inexplicabilidad de ciertos fenómenos puede estar vinculada a la restricción del
campo en el que se acostumbra a buscar las causas. Pero si se ensancha el mismo
campo hasta incluir en él las posibles causas psíquicas de sucesos físicos
determinantes, la inexplicabilidad cesa, en parte, y por añadidura se salva el
principio de causalidad que, entre ciertos límites, es inseparable del pensamiento
occidental, aunque ya no es posible aceptarlo según las antiguas formulaciones,
demasiado rígidas. Y, ahora, podemos volver a los objetos que se asocian
misteriosamente al psiquismo humano, como si estuvieran animados por alguna
«intención».
Las primeras en emprender el vuelo fueron las cubiertas de las camas, a las
que una fuerza invisible arrancó y proyectó por el aire, donde flotaron largamente
como velas agitadas por el viento, y, luego, la inquietud se transmitió a las piezas
de vajilla, al ajuar de cocina y a los alimentos que habían sobrado de la frugal cena.
Los gritos de Cristina pronto hicieron correr a los montañeses más valientes y
animosos del vecindario: Vittorio Jannon, Arnaldo Sibille, Camilo Ramàt,
Alessandro y Albino Sibille. Pero, ¿qué podían hacer ellos contra la vajilla animada,
contra la paja extraída inexplicablemente de los colchones y volteante en el aire
junto con los restos de la ensalada? Más impresionante aún es el perverso
comportamiento de una lámpara que se apagaba cada vez, apenas encendida,
como por efecto de un soplo misterioso; finalmente, cansada del juego, se levantó
por el aire y se alejó, levitando, por los campos.
Los montañeses que habían acudido eran gentes con los pies en el suelo y,
en verdad, nada dispuestas a dejarse impresionar.
Hace unos siglos, una afirmación como ésta hubiera sido mucho más que
peligrosa. En 1959, una sucesión de incendios también misteriosos atrae la atención
pública hacia la perdida comarca rural de Aspio, en la provincia de Ancona. Un
enviado de la SIP verifica las circunstancias, que presentan todo el aspecto de no
poderse explicar en términos usuales 17. En 1961, los amantes de lo desconocido se
entusiasman con las crónicas procedentes de Brembate (Bérgamo), que tienen por
objeto los acontecimientos inexplicables que suceden en casa del señor Guglielmo
Locatelli. Se habla de una escoba que trabaja sola; de cajones de la cómoda que se
abren de golpe y, una vez cerrados, vuelven inmediatamente a abrirse; de
colchones inquietos que se niegan a mantenerse en posición horizontal; de jarrones
de flores que se posan en el suelo con calma, procedentes de los alféizares. Y no
faltan, por supuesto, las piedras que penetran de vez en cuando en la casa, para
posarse con relativa suavidad sobre los objetivos previamente seleccionados, tras
haber seguido increíbles trayectorias.
Pocos casos de mediumnidad espontánea con efectos físicos han sido tan
espectaculares como el de Teresa Costa. Ello no ha impedido, sin embargo, a las
infaltables voces incrédulas, erigir la acostumbrada barrera de sospechas. Hay
siempre alguien que se cree más astuto y perspicaz que muchísimos otros y trata
—aunque sea inconscientemente— de afirmar su propia importancia a través del
descrédito arrojado sobre los jueces y sobre los testimonios ajenos. El periodista
francés Jean-Louis Chardans debía escribir un libro acerca de las multiformes
manifestaciones de los fraudes, quiere decirse, una de esas obras, en las que todo
cuanto sobrepasa, aunque sea por poco, lo habitual y lo sabido es presentado bajo
el presunto ropaje del engaño más o menos hábilmente organizado.
Sin embargo, de todos los fenómenos paranormales con efectos físicos, éste
es el más frecuente, el más conocido incluso de los profanos, y el que se produce
con características análogas en todas partes, en los países técnicamente avanzados
y en los otros. Una ininterrumpida serie de testimonios al respecto ha llegado hasta
nosotros desde las épocas más remotas, como puede comprobar fácilmente quien
consulte algunas obras acerca de este tema 18. El flujo de las crónicas sobre las gestas
de los extravagantes espiritejos que trastornan las casas, continúa. Mientras
estamos escribiendo, por ejemplo, noticias que pueden interpretarse en este
sentido proceden del Piamonte, y concretamente, de Mombercelli d’Asti y de
Altessano.
Pero aquél fue un caso excepcional. Por regla general, los Poltergeist causan
molestias inextricables no sólo a sus víctimas directas, sino también a los oficiales
de Policía y a los magistrados encargados de proceder contra los desconocidos
turbadores, según ha informado muy bien el comandante Émile Tizané, del
Cuerpo de Gendarmería francés. Durante veinticinco años, Tizané se ha dedicado a
la tarea de seleccionar y recoger, en los archivos de la Policía y de la Magistratura,
los documentos relativos a las hazañas de esa inasible entidad que preside los
desórdenes inexplicables («la desconocida presencia en el crimen sin causa», la
llama Tizané). De semejante esfuerzo ha resultado una documentación de gran
interés no sólo desde el punto de vista de los estudios sobre la materia, sino
también desde los puntos de vista policíaco y judicial.
Si así fuera, don Carlo Ulcano habría funcionado como «acumulador» para
todos los descontentos más o menos contenidos, para todas las inquietudes
inevitablemente latentes en toda comunidad, dándoles un desahogo palpable y
concreto. La hipótesis de Fodor está basada en el dinamismo psíquico inconsciente
de un solo individuo; aquí, por el contrario, estamos introduciendo a un personaje
nuevo: aquella «superentidad» de que se ha hablado precisamente a propósito de
las sesiones mediúmnicas, la cual, como sabemos, es autónoma, distinta de cada
personalidad singular y tendencialmente estable. En cierto sentido, es como
legitimar las convicciones de los hermanos en religión de don Carlo, quienes lo
consideraban endemoniado; sólo que se hubiera tratado de un demoniejo
provisional a cuya creación habrían colaborado inconscientemente también ellos.
El diablo tradicional es otra cosa muy distinta; lo sabemos.
Fue uno de los ciclos infestatorios más largos y mejor documentados que
nunca se hayan registrado en los anales de la mediumnidad física, y, como tal,
suscitó no sólo el interés de la Prensa (hablaron y hablaron ampliamente los más
importantes periódicos de Italia), sino también el de los estudiosos 25. En algunas
manifestaciones incluso estuvieron presentes autoridades ciudadanas. Dos meses y
medio duró la lucha extenuante de Riva contra los autores invisibles de tanto
desorden, y, por entonces, había perdido el buen humor y la alegría de vivir. En un
momento dado, se decidió a despedir a su joven ayudante, porque supuso que
pudiera tratarse de un médium y que fuera el responsable involuntario de aquellos
desórdenes. Pero no sirvió de nada. Al final, se rindió, abandonó aquel local y
trasladó su taller a otro sitio.
Persecuciones de Poltergeist mucho más graves que éstas han sido descritas
por Hereward Carrington y por el padre Thurston, pero no creemos que sea
oportuno insistir sobre un tema interesante, pero más bien siniestro. Poco a poco,
nuestra atención se ha ido trasladando de los objetos «vivos» a las fuerzas
desconocidas que se sirven de ellos. Aun admitiendo que las entidades
responsables de las persecuciones aquí referidas sean filiaciones más o menos
autónomas del psiquismo humano individual o colectivo, es preciso reconocer que
asumen, a veces, las inquietantes características de auténticas entidades maléficas.
Todo esto demuestra hasta dónde se extiende aún, en esta segunda mitad del siglo
XX, la jurisdicción de lo desconocido. Y acaso incluya también una invitación a
dejar un poco de margen disponible más allá de toda hipótesis teórica, por
satisfactoria que ésta parezca.
(1) Light, 1898, p. 65. El testimonio es del mayor A. Romier. Citado por
BOZZANO en La psiche domina la materia, Verona, 1948.
(4) De The International Psychic Gazette, 1925, citada por DE BONI, op. cit., p.
394.
(9) “Cada palabra, cada frase... oídas por un hombre preocupado por un
motivo cualquiera al que sea extraño el otro que habla, podía convertirse, para
quien las oía, en un signo profético, que los griegos llamaron un cledón”, escribe A.
BOUCHÉ-LECLERQ en Histoire de la adivination dans l’antiquité, París, 1880. Estas
creencias se basaban en la difundida convicción —que en los estoicos tenía rango
de concepción de la vida—, según la cual “una simpatía universal cósmica, une a
todos los seres del Universo, de tal modo que no puede existir ningún hecho que
no se vincule por medio de relaciones necesarias con todo el conjunto de los hechos
pasados, presentes y futuros”. Siempre según tal concepto, la impenetrabilidad de
las citadas relaciones a la razón humana no es óbice para que existan. “El hombre
no puede levantar un dedo sin que se sientan los efectos en el mundo entero.” (Cfr.
ROBERT FLACELIÈRE, Devins et oracles grecs, Presses Universitaires de France,
París.)
(23) Ya Myers, como verdadero precursor, había escrito que la mayor parte
de ciertas presuntas obsesiones diabólicas podría reducirse “a una forma de
dirección temporal del organismo por parte de un fragmento más o menos
importante de la personalidad que se destaca del resto de ésta y degenera, por
virtud de autosugestión, en una hostilidad hacia la personalidad principal, acaso,
incluso, capaz de alcanzar y manipular mejor que ésta ciertas «impresiones de
reserva» o hasta ciertas influencias supranormales”. Y, prudentemente, añadía que,
tal vez, esta explicación “no es válida en todos los casos”.
Ya no es con el mero sentido común como puede llegar a descubrirse las leyes de la
materia y de la energía.CHARLES-NOËL MARTIN. Las proezas de Stasia
¿Qué puede resultar de una asociación mediúmnica de este tipo, sino una
entidad que sepa hacer cuentas de manera más rápida y precisa que el mismo
Poutet? Pero ésta no es más que una de las habilidades menores de Stasia, como se
hace llamar. Los rasgos de semejante personificación mediúmnica son más que
insólitos: en primer lugar, porque hace saber que no es el alma de un difunto, y,
además, porque se diría que no tiene otra ambición fuera de dar desahogo a sus
capacidades trascendentes. Los instrumentos auxiliares que precisa son pocos y
simples: una mesita (que sirve para las comunicaciones basadas, como de
costumbre, en la tiptología); algunos mazos de cartas renovados a menudo (y no
raras veces sin desprecintar); y una pequeña ruleta. Una sola vez se sirvió Stasia
también de un gato presente por casualidad, para hacerle golpear con la patita el
mismo mensaje de respuesta que hubiera podido comunicar por medio de la mesa.
Elizabeth d’Esperance, que, como sabemos, fue una de las médiums mejor
dotadas en este sentido, nos describe, por ejemplo, la fatigosa lucha que se
desarrolló, en el curso de cierta sesión, entre un espectador robustísimo y una
frágil mesita. Aquél pretendía inmovilizar el objeto cuando éste se movía, y, al
contrario, quería moverlo y se mantenía quieto. Venció siempre la mesita. En otro
caso referido por la misma fuente, la mesa mediúmnica danzó al perfecto ritmo de
la música, hasta cuando se interpretaba el himno nacional americano. Se detuvo en
seco apenas el músico se permitió atacar los primeros compases del himno inglés.
Sin embargo, Elizabeth d’Esperance estaba convencida de que los responsables de
semejantes manifestaciones eran los espíritus de personas difuntas, «los grandes
amigos del Gran Más Allá», como los llamaba2.
Médiums y prestidigitadores
Las premisas sospechosas son éstas. En primer lugar, creemos que las leyes
del mundo físico son absolutas, o sea que deben ser válidas en todos los casos y en
toda circunstancia, pero esto podría no resultar verdad. Estamos convencidos,
además, de que la ciencia investiga la realidad (toda la realidad) y, por el contrario,
ello puede no ser exacto. Por fin, creemos en la existencia de una sustancial
diferencia entre lo «físico» y lo «psíquico», y, en cambio, puede darse el caso de
que semejante diversidad no exista. Si se derrumbaran estas tres premisas, muchos
de los fenómenos inexplicables nos parecerían normales, sin más, y nuevas
perspectivas se abrirían hacia un universo muy diferente del convencional, pero
más conforme a la realidad de cuanto pueda serlo el universo simplista construido
por la ciencia de los últimos dos siglos y delineado, en particular, por el esquema
de Haeckel.
Si tales hipótesis fueran exactas, nos hallaríamos, pues, frente a una vasta
categoría de «entidades» o «personificaciones» —inocuas o maléficas—, que tienen
un origen común en el psiquismo colectivo, y que muy bien podían rehabilitar las
antiguas creencias en entidades demoníacas, genios, etc. Evidentemente, no basta
haber condenado al ostracismo algunas palabras para suprimir la realidad a que
hacen referencia.
(2) Escribe el doctor Locard: «Visto bajo este aspecto de danza de muebles,
el Más Allá aparece como una nursery o asilo infantil.» No obstante, que la mayor
parte de los médiums han tenido y tienen una visión espiritista de los fenómenos
(lo que los ayuda a producirlos), ha habido y hay clarísimas excepciones. Escribe,
por ejemplo, Garrett: «He visto millares de apariciones de llamados difuntos, con
aspecto de la más vívida realidad, y he recibido sus comunicaciones, si bien aún no
sé de veras de dónde vienen.» Según un testimonio atribuido al doctor Philip
Davis, médico de cabecera del gran médium Home, éste, en uno de los últimos
días de su vida, declaró: «No, un médium no puede creer en los espíritus. ¡Es,
precisamente, la única persona que nunca puede creer en ellos!» María Reyes de Z.
desconocía, a su vez, por completo, las doctrinas espiritistas, como le sucede hoy a
Pasqualina Pezzola.
(4) Véase el artículo del citado escritor en Saturday Review del 15 de abril de
1956.
(8) III parte del trabajo ya citado del autor en Scienza e Vita, n.° 173, junio de
1963.
(9) TOCQUET, en la obra ya citada (pág. 291), escribe: «Fuera de los casos de
infestación que aún se producen en nuestra época, estamos asistiendo en la
actualidad a una verdadera decadencia de los grandes fenómenos físicos de la
mediumnidad y hasta a su desaparición. Parece que hoy no exista en todo el
mundo ningún médium de efectos físicos digno de ser tomado en consideración.»
(14) Véase À la surface des choses, de JEAN PERRIN, París, Hermann, 1940.
(15) Cfr. TODDI, op. cit., y CHARLES-NOËL MARTIN, op. cit.
Todo esto implica una revisión crítica cada vez más profunda del concepto
de espacio, cuya validez (en los términos propios del sentido común) había sido ya
puesta en tela de juicio por el idealismo kantiano y, luego, por Schopenhauer.
Escribe LUDOVICO GEYMONANT en la revista ya citada: «... Nosotros, cuando
aceptamos las normales formulaciones del concepto de espacio, inadvertidamente
sufrimos la influencia de la tradición, que nos ha transmitido ciertas fórmulas
como si fueran indiscutibles. Y, por desdicha, estas fórmulas tradicionales han
torcido la efectiva comprensión del espacio. (En el fondo, nos han llevado a
encerrarnos y a acoger como absolutas determinaciones que acaso sólo eran
particulares, dejando escapar otras que se apartaban de la formulación común.)
Para poner coto a esta situación, debemos esforzarnos en formular con mucho
rigor lógico relaciones topológicas en extremo generales.» Es, precisamente, lo que
ha hecho el profesor Fantappiè.
CAPÍTULO XVIII
MAGIA SIN RITUALES
Mens agitat molem.VIRGILIO (Eneida, VI, 727.) Los objetos que obedecen
Esta fuerza mágica que anima los objetos y los reduce a la obediencia pasiva
ha tenido algún reconocimiento, también, por parte de estudiosos vinculados a los
métodos modernos de investigación. Pero, naturalmente, ha tenido que cambiar de
nombre y someterse a las técnicas «cuantitativas». Orillada la antipática palabra
«magia», que recuerda los tiempos del oscurantismo y de la superstición, hoy se
habla de ella como de un efecto psicocinético (P. K. según la notación abreviada
utilizada por los anglosajones), y se ha convenido que se incluya en el ámbito del
llamado «factor PSI» (otra denominación moderna con la que Thouless y Wiesner
se han propuesto designar el enigmático complejo de las facultades psíquicas).
Las primeras experiencias fueron intentadas por Rhine, a fin de verificar una
hipótesis suya, según la cual la habilidad de algunos jugadores profesionales —los
que, a veces, parecen dominar los dados y las cartas— podría deberse a la
intervención de un influjo psicocinético más o menos consciente. Comenzó a hacer
arrojar los dados a su propia esposa, con el acuerdo de que tratara de influir
mentalmente en la puntuación, pero los resultados fueron negativos. Como se ha
dicho a propósito del método Rhine aplicado a la percepción extrasensorial (v. cap.
VI), la valoración de los resultados es de orden estadístico y se basa en la
confrontación del porcentaje de los éxitos realmente conseguidos y el de los éxitos
que podrían obtenerse por azar, según ciertas fórmulas dadas por el cálculo de
probabilidades.
Por supuesto, este tipo de valoración estadística sólo tiene valor si se refiere
a un número bastante elevado de experimentos, y por eso Louisa Rhine tuvo que
arrojar no menos de novecientas veces los dados antes de que su marido
consiguiera establecer la escasa aptitud de ella para la profesión de jugadora...
Pero, a continuación, operando con otros sujetos, Rhine obtuvo resultados más
favorables para su hipótesis, hasta el punto de verse inducido a creer que la había
demostrado, lo que implicaría que la facultad psicocinética, aunque sea con
notables variantes entre uno y otro individuo, existiera de forma más o menos
latente en todos. Confirmaciones de esta tesis llegaron también de otros
experimentadores. Particularmente, notable es la de Forwald, quien había
experimentado con el lanzamiento simultáneo de varios dados hechos de
materiales distintos (acero, madera y baquelita), con el acuerdo de que el sujeto
tratara de influir en la puntuación de una sola de las tres categorías. En efecto, los
resultados superaron notablemente la media de los éxitos casuales, y esto sólo
sucedió con los dados influenciados por el pensamiento del jugador2.
Según los datos y gráficos publicados por los autores, los resultados
alcanzados por ellos podrían considerarse como una prueba convincente de la
hipótesis de Rhine3. Otros aparatos más complejos han sido experimentados por
Hardy en el «Institut Métapsychique International», pero con resultados no
probatorios o, sin más, negativos. Un aparato electrónico especial de elevada
sensibilidad está a punto de ser realizado por Aimé Michel. La valoración total de
tales esfuerzos no es fácil, dada la diversidad de las opiniones manifestadas por los
estudiosos, algunos de los cuales parecen convencidos, como hemos visto, de haber
dado con la prueba deseada, en tanto que otros, al contrario, manifiestan algunas
reservas4. Parece que del conjunto de las pruebas han surgido algunas indicaciones
interesantes, ya sea en el sentido de un descenso rítmico de los resultados
favorables, debido, probablemente, al cansancio psicológico del sujeto operante (el
llamado «efecto de declinación»), ya en el sentido de la importancia que revisten, a
los fines del éxito de tales experimentos, el interés mostrado por el sujeto, su
eventual entusiasmo y su optimismo.
El problema que se plantea es éste: ¿es posible que una fortuna tan
sistemática dependa del mero azar? Dejemos las explicaciones demasiado fáciles
para quien pueda contentarse con ellas. Precisamente porque la diosa Fortuna
tiene los ojos vendados, no puede admitirse que consiga beneficiar de manera tan
sistemática a un solo individuo entre tantos. Está claro que debe haber un factor
imponderable y, sin embargo, eficaz. De individuos como Brigg-Karrer se oye
hablar de vez en cuando, y se sabe que son «fichados» por los regentadores de
casas de juego, que no gustan de sus visitas. No poseen sistemas; tienen,
simplemente, la «seguridad de vencer», que implica un optimismo ilimitado y una
no menos ilimitada confianza en uno mismo, dotes que tienen raíces en lo
profundo y ponen en movimiento fuerzas misteriosas.
Ese «algo» es el factor psicocinético, estudiado con fortuna incierta por los
parapsicólogos modernos en sus laboratorios, pero que irrumpe, de súbito y
poderosamente, en la vida de todos cuantos alcanzan con rapidez el éxito en las
tres direcciones más ambicionadas: la política, los negocios y el amor. Basta
considerar con atención y sin prejuicios el ascenso rápido y fulgurante de ciertas
figuras que están hoy entre la Historia y la leyenda, para darse cuenta de que la
vida se ha plegado a sus deseos no sólo por razones de voluntad, de intuición, de
inteligencia, de capacidad, de habilidad, de olfato o de atractivo sexual, sino por
alguna otra razón más misteriosa y profunda. He aquí un vasto capítulo para una
parapsicología sociológica aún por venir.
El mismo fenómeno fue observado algunos años más tarde, en el estudio del
profesor Tanagras, por el antropólogo Lidio Cipriani, de la Universidad de
Florencia, y parece que la señorita Gheorghiu había perfeccionado sus dotes,
puesto que lograba provocar, entre otras cosas, «una rápida sucesión de rotaciones
completas de la aguja en torno a su propio eje» 10. Según lo que refiere Cipriani, la
brújula se encontraba encerrada en una doble caja de vidrio, y el experimento se
desarrollaba a plena luz diurna, «con exclusión evidente de toda interferencia
clandestina». En el pasado, habilidades análogas a las de Clio Gheorghiu fueron
demostradas, con la brújula, por algunos médiums famosos, como Kluski y
d’Esperance, lo que nos demuestra que nunca hay nada nuevo del todo en este
campo.
Parece más razonable, pues, suponer que esa coordinación intervenida, que
presupone también un equilibrio funcional más estable, sea un producto natural y
todavía perfectible de la evolución, aunque lleva inevitablemente consigo los
inconvenientes de las fases transitorias. Henos, pues, enfrentados con la necesidad
práctica de distinguir de los médiums (que no han alcanzado tal estadio) a estos
sujetos psicocinéticos capaces de controlar las facultades latentes del yo secreto. Se
nos ocurre que podríamos llamarlos «magos», pero es un término que, aun
haciendo justicia a la exactitud de algunas intuiciones de la Era precientífica, está
cargado, no obstante, de oscuras resonancias y, como tal, no agrada ni siquiera a
los interesados (sobre todo, a algunos de ellos a los que conocemos bien). Por otra
parte, la distinción aquí propuesta se revela, en la práctica, más ardua de lo que
parece en teoría, dada la existencia de sujetos en los que los leves descensos del
«nivel de vigilancia» pueden pasar del todo inadvertidos. En conclusión, es muy
difícil decir dónde termina el médium y dónde comienza el sujeto psicocinético, o
«mago», como prefiera decirse.
Ese procedimiento no era nuevo, pues ya había sido aplicado en 1947 por el
francés Paul Vasse (doctor en Medicina) y por su esposa, Christiane, en una serie
de impecables experiencias realizadas con plantas, bajo los auspicios del «Institut
Métapsychique International», de París 19. En tiestos corrientes rectangulares llenos
de tierra, había sido sembrado trigo en dos zonas bien diferenciadas, en las que las
posibilidades de desarrollo eran teóricamente iguales. Durante un cuarto de hora
diario, ambos experimentadores se situaban junto a cada tiesto, a un metro, más o
menos, de distancia, y dirigían a las siembras de la zona privilegiada palabras
como éstas: «Me gustáis; estáis creciendo bien», y a las de la otra zona les
dedicaban términos opuestos. Pero, aún más que las palabras, contaba el empeño
puesto por la imaginación en la representación mental de la lozanía de unos
cultivos y del raquitismo y la dificultad de los otros.
Por más reservas que pueda inspirar tan insólita iniciativa desde
determinados puntos de vista, corresponde, en sustancia, a los experimentos de
Vasse, e incluso representa una versión más refinada, dado que la plegaria es, por
definición, la manifestación de un deseo enriquecida, por añadidura, con el calor
emotivo y vivificada por la fe. Plegarias de vida y de muerte se entretejían, pues,
en aquel templo bajo la dirección sin prejuicios del doctor Loehr, y —lo que cuenta
más— alcanzaron plenamente la finalidad que se proponían, confirmando y hasta
superando los resultados ya obtenidos por los esposos Vasse (lo que se explica,
según creemos, por el poder superior del psiquismo colectivo). Crecieron esbeltas
y lozanas las plantitas vivificadas por las plegarias amorosas y, por el contrarío,
vegetaron fatigosamente —o murieron sin remisión— los brotes condenados por
las «plegarias del odio»21.
El director estaba paseándose con el doctor Rol por el parque del Valentino,
cuando su vista percibió una de las típicas escenas del ambiente: un niñito de
pocos meses dormido pacíficamente en su cochecito, y la niñera que también se
adormilaba en el banquito de al lado. En un momento dado, un abejorro zumbante
se aproximó a la cuna, y Fellini temió que el insecto pudiera picar al niño. Puesto
que la mujer continuaba durmiendo plácidamente, estaba a punto de echar a correr
él mismo, cuando el doctor Rol se le adelantó con una iniciativa imprevisible:
levantó la mano con un gesto imperioso hacia el inoportuno abejorro, y éste cayó
fulminado.
(4) “En todo caso, ateniéndonos a los resultados experimentales, es más bien
difícil, en la actualidad, tomar posición de manera definitiva en pro o en contra de
la hipótesis del profesor Rhine”, escribe TOCQUET (op. cit., p. 226).
(7) Los teóricos que han alcanzado mayor éxito son Samuel Smiles, para
quien es, esencialmente, fruto de abnegación y tenacidad, y el inglés Mark Caine,
que a todo esto ha añadido notas más modernas de falta de apriorismos. Pero la
experiencia demuestra que más allá de las, por otra parte necesarias, dotes
personales de voluntad, tenacidad, capacidad y flexibilidad, actúa un factor
imponderable que justifica, al menos, el éxito arrollador de personas que, desde el
punto de vista de las dotes citadas, aparecen peor dotadas que otras. En ciertos
ambientes militares, se acostumbra a atribuir su justa importancia a un factor
imponderable que, genéricamente, se acostumbra a llamar “fortuna”, pero que, por
lo sistemático de su acción, puede ser considerado, en cambio, como algo que entra
en el orden de ideas aquí señalado. En el curso del último conflicto, la “Fundación
Rockefeller” financió con largueza, en los Estados Unidos, un Instituto de
Investigaciones sobre la Personalidad, en el que un equipo de psicólogos dirigido
por el doctor Donald Mac Kennan cuidaba, desde este particular punto de vista, de
la selección de los militares destinados a misiones especialmente arriesgadas e
importantes.
(14) Escribe, además: “Cuando el hombre admita poder dirigir las energías
sobre la psique, no sólo en sentido material..., sino también físico, a fin de influir y
hacer mover las cosas inanimadas..., entonces comprenderá que puede desafiar
impunemente las leyes del azar y de la probabilidad.” (Op. cit.)
(20) Episodio referido por el ya citado PAUL MONET (v. cap. XV) y
reproducido por MENDICINI en op. cit.
SEXTA PARTE
LA MENTE DIFUSA
CAPÍTULO XIX
LOS PEQUEÑOS COMPAÑEROS DE VIAJE
Aquel perro era Héctor. Cuando el Hanley hubo levado anclas, fue
encontrado tumbado ante la cabina del comandante, como un pasajero clandestino
que, una vez seguro de no poder ser desembarcado, se pone, de pronto, bajo la
protección de la máxima autoridad de a bordo. Pese a que era un extraño para
todos, fue bien acogido, incluso festejado, pero él no correspondió a esas
expansiones, tal vez porque tenía otra cosa muy distinta en la cabeza. Al fin y al
cabo, era el perro de un segundo oficial, y, por tanto, estaba acostumbrado a ser
considerado con respeto. En cuanto a protección, sólo aceptó la de Harold Kildall,
como si supiera que ostentaba el mismo grado que su amo.
La orientación «telepsíquica»
Y, ahora, vayamos en busca de algún otro hecho que pueda corroborar estos
nuestros puntos de vista. Cierto día de 1940, un funcionario del condado de
Summersville, en Virginia occidental, le regaló a su hijito —un muchacho de doce
años— un palomo herido que había encontrado en el patio de su casa. El ave fue
alimentada y cuidada con tanto cariño, que muy pronto se hizo inseparable del
muchacho. Al llegar el invierno, aquél tuvo que ser internado en el hospital de
Philippi para ser sometido a una intervención quirúrgica. Philippi se encuentra a
unos cien kilómetros de Summersville. Una semana después del ingreso, en el peor
momento de una noche de tormenta de nieve, el muchacho enfermo oyó un ligero
repiqueteo procedente de la ventana: era su palomo, que había acudido de
improviso a reunirse con él.
Más adelante, añade: «Aquí actúa algo así como un “telepsiquismo”, o sea,
una infinita e inmaterial extensión superorgánica y superindividual.» Se trata, en
suma, de la hipótesis PSI, pero con la novedad de que el autor la considera como
apoyo «normal y directo» de todas las relaciones entre los organismos animales, lo
que es bastante razonable, si se piensa que estos últimos no tienen otra manera de
comunicarse entre sí. En efecto, explica Cipriani 5: «Por cuanto se desprende de mis
experiencias acerca de los pájaros y de fenómenos como la migración de las
especies, las nociones, sin tener en cuenta las barreras materiales, pasan de un
inconsciente a otro o del ambiente al inconsciente individual, informando a la
totalidad de los interesados sobre situaciones de carácter biológico y cósmico. Al
nivel del inconsciente, nada obstaculiza, evidentemente, la reciprocidad de
conocimientos, en cuya virtud todo organismo se convierte, en este sentido, en un
libro abierto para los otros organismos.»
Wamar pertenecía al capitán Maris Galli, de Turín. Desde que el amo había
partido para la guerra de Abisinia, el perro había caído víctima de una sombría
desgana, como si presagiara acontecimientos muy tristes. Pasaron meses. Un día —
el 27 de junio—, Wamar dio súbitas señales de gran inquietud: se paseaba por la
casa aullando de modo lastimero, mientras que su mirada consternada parecía
contemplar acontecimientos dolorosos e invisibles. Continuó comportándose así
durante todo el día, y, luego, cambió bruscamente de actitud y fue a tumbarse a la
habitación de su amo, a los pies de su cama vacía, y allí permaneció con los ojos
cerrados, emitiendo, de vez en cuando, algunos débiles gañidos. Le llevaron
alimento, pero lo rehusó. A veces, se levantaba para ir a frotarse contra un armario
en el que estaban guardados los vestidos del amo, y, luego, volvía a echarse,
sacudido de tanto en tanto por temblores. Se mostraba indiferente a las llamadas, a
las caricias, a todo.
Tal vez la violencia enfática de ese gesto iba dirigida, más que nada, contra
una voz interna que aconsejaba a Descartes no fiarse demasiado de ciertas
distinciones y especulaciones suyas clarísimas, pero discutibles (así aparecen hoy)
desde más de un punto de vista. En todo caso, es cierto que las tesis cartesianas
tuvieron seguidores entre todos cuantos desde entonces consideraron a los
animales como autómatas, y que, en consecuencia, no tuvieron ningún
inconveniente en comportarse cruelmente con ellos, puesto que los lamentos de
una bestia «no difieren del crujido de una rueda o de un muelle que se rompen» 14.
Hoy, los tiempos han cambiado, por supuesto, pero algo del antiguo prejuicio
subsiste en ciertas ostentaciones de superioridad que el hombre no descuida nunca
hacer respecto de sus pequeños compañeros de viaje.
A los herederos del prejuicio cartesiano los encontramos hoy entre los
defensores del sentido común (y no hay, en verdad, un caso en que haya sido el
propio Descartes quien lo haya elogiado). Es del todo cierto que el animal está en
posición de inferioridad clarísima por lo que se refiere a las dotes del intelecto
consciente y raciocinante, pero nosotros no sabemos qué profundidad alcanza, por
debajo del nivel consciente, el psiquismo animal, del que tan sólo logramos captar
alguna manifestación externa de tipo antropomórfico. Tampoco podemos excluir
que dicho psiquismo tenga libre acceso —mucho más que el nuestro— a regiones
desconocidas de las que el sentido común apenas sospecha la existencia.
Tal vez tenga razón Boris Noyer cuando escribe: «La búsqueda tenaz de
toda forma de psiquismo parece mucho más urgente, para el hombre, que
construir y pilotar naves espaciales, con la esperanza de alcanzar nuevos mundos
poblados por eventuales superhombres.»
(5) Véase L. CIPRIANI, Vita ignorata degli uomini e degli animali, Milán, 1952,
p. 498.
(8) ERNESTO BOZZANO, Gil animali hanno un’anima?, Milán, Bocca, 1952.
(11) V. La telepatía nella storia e nel mito, del profesor FRANCESCO EGIDI, en
Parapsicologia, vol. I, Roma, 1961.
(12) Una encuesta sobre los hechos (v. BOZZANO, op. cit.) fue realizada por
La Stampa de Turín, que publicó el resultado.
CAPÍTULO XX
LOS ANIMALES, ESOS SONÁMBULOS
Al igual que los hombres, los perros también sueñan. ¿Qué puede soñar un
perro? Se dice que estos animales mueven, a veces, mientras duermen, las patas,
como si revivieran las caminatas efectuadas de día, y las aventuras excitantes de la
caza o del juego. Todo esto es sabido, pero no es tan sabido que el sueño de un
perro puede tener efectos muy extraños, exactamente igual que los de ciertos
hombres. El perro del neuropsiquiatra Nandor Fodor no tenía nada de particular,
excepción hecha de que sabía hacer un jueguecito divertido. Cuando veía el piano
abierto, saltaba invariablemente al teclado para tocarlo a su manera, con gran
diversión de la hija, de pocos años, del amo, por más que el resultado musical
fuera muy discutible.
Por desgracia, a los ojos de Fodor padre aquel perro tenía un grave defecto:
era enemigo declarado de sus libros. Donde encontrara alguno, se lanzaba sobre él
y lo destrozaba con uñas y dientes, no sin tragarse algún pedazo. Una verdadera
desesperación. El amo terminó por verse obligado a deshacerse del can y a
regalarlo a personas amigas, lo cual fue un mal trago para todos, comprendido el
perro. Pasó algún tiempo. Una noche, Nandor Fodor se despertó y oyó arañar la
puerta de su habitación, como solía hacerlo, a veces, el perro exiliado cuando aún
tenía su yacija en el corredor. Luego, oyó trotar aquí y allá por la casa, así como
otros ruidos inconfundibles en el salón.
Tenía que ser él, no cabía duda. Pero, ¿cómo era posible, dadas las
circunstancias? Mientras estaba dando vueltas a tales pensamientos, resonaron
algunas notas desordenadas y características del piano, del tipo de las que el
instrumento emitía bajo las «caricias» de las patas caninas... Sin embargo, el piano
estaba cerrado y en la casa no estaban más que marido y mujer y la hija dormida.
¿Qué clase de misterio era aquél? He aqui la opinión del estudioso, expuesta en un
artículo suyo que apareció en su día en el órgano oficial de la «Sociedad Americana
para las Investigaciones Psíquicas»:
Según sus amos, Snooker se había mostrado siempre como «el más intrépido
y despreocupado de los perros». Desde aquella noche, en cambio, comenzó a
mostrarse temeroso y circunspecto, hasta el punto de que un lejano ruido de
motores bastaba para aterrorizarlo y hacerle buscar refugio en el portal abierto más
próximo. Antes, para cruzar la calle, se mostraba decidido y ligero como una saeta;
ahora, se mostraba dudoso e incierto, como si hubiera sufrido él mismo, en su
carne, los efectos del accidente que había sido fatal para Napper. Nos parece que
aquí hay materia de reflexión. Diríase que Snooker, cuando no podía tomar parte
personalmente en las correrías de su inseparable compañero, participaba en ellas
«en espíritu» (y esperemos que la frase no aterrorice a nadie). Sobre este hecho hay
un cuidado informe de la señora Mabel Robenson1.
Una noche, vio, en sueños, a su viejo sabueso Bob que yacía echado sobre un
lado, entre los juncos de un estanque. El animal se estaba muriendo. Por un
fenómeno de identificación no distinto, sustancialmente, del referido a propósito
de Snooker y Napper, el escritor, siempre durmiendo, comenzó a emitir sonidos
inarticulados y lamentosos, como los de un animal herido. Y no puso fin a ellos
hasta que su esposa, para sustraerlo a aquella pesadilla, le despertó. A la mañana
siguiente, advirtieron que Bob había desaparecido. Lo buscaron y encontraron el
cadáver en el estanque, a dos kilómetros de la villa que habitaban los señores
Haggard. El hecho de que el sabueso tuviera el cráneo destrozado y las patas rotas
hizo suponer que había sido atropellado por el tren2.
La vidente I. R., de quien nos hemos ocupado varias veces, tenía esa
facultad desde niña. Luego, la perdió al comienzo de la edad adulta. Sus recuerdos
de infancia están ligados a la granja del caserío donde nació, a la hilera de aves que
corrían a su encuentro en cuanto aparecía, como para disputarse sus atenciones; al
caballo que se arrodillaba espontáneamente para dejarle que lo montara; al perro
—mansísimo— que, una vez, mordió la mano de la madre cuando ésta estaba
pegando a la niña. Cuando a I. R. le sucedía, a veces, que se dormía en la rama baja
y ancha de un árbol, abrazada estrechamente al tronco, se despertaba
invariablemente entre un batir de alas: eran los gorriones, que se habían
posesionado de su persona y se paseaban a sus anchas por la cabeza y por los
hombros; alguno hasta se le metía en el bolsillo.
Bozzano (op. cit.) cuenta de un niño subnormal que desde la edad de dos
años «conversaba» con los pájaros y acudía cada día, a horas fijas, entre los árboles
del jardín, para hablar largamente con ellos. A la llegada del chiquillo, el gorjeo se
volvía de pronto gozoso y se elevaba de tono. Si aquél faltaba a la cita, los pajaritos
se callaban, mortificados y desilusionados. Aquel niño se hizo hombre, pero nunca
consiguió adquirir la normalidad mental, y acaso se debió a que perduraba su
primitivo candor el poder conservar la amistad de las avecillas hasta la edad de
treinta años, en que murió a causa de la enfermedad del pecho que lo minaba
desde hacía largo tiempo.
Nos permiten aceptar, por ejemplo, cuanto se narra del papagayo del
profesor Kohler, del que habla el naturalista austríaco Konrad Lorenz. También ése
era un animal al corriente de las intenciones ajenas, y lo demostraba con los
hechos. Como papagayo bien educado, saludaba invariablemente con un «¡Adiós!»
a todo visitante al que veía a punto de marcharse. Pero si alguno, para ponerlo a
prueba, tan sólo «fingía» que se iba, cuando, en realidad, tenía la intención de
quedarse aún, aquel avisadísimo pájaro no se dignaba siquiera abrir el pico 7. ¿Era
inteligente el papagayo? El equívoco, en estos casos, surge cuando se tiende a
atribuir al animal una inteligencia de tipo humano, o sea, consciente. Es indudable
que a los animales se les ha dado también una parte de inteligencia a título
individual y consciente. De ello dan fe, por lo demás, los interesantes estudios
sobre los delfines, sobre el comportamiento del pulpo común (Octopus), sobre los
lenguajes de ciertos volátiles y sobre los medios de comunicación de las abejas 8.
Más adelante, escribe el citado autor: «Lo que sorprende, sobre todo, es la
facilidad, la prontitud, casi diría que la alegre despreocupación con que el extraño
matemático da las soluciones. La última cifra apenas ha sido trazada por la tiza,
cuando ya el casco derecho golpea las unidades, seguido de inmediato por el
izquierdo, que golpea las decenas.» Estas demostraciones fulminantes ya las
conocemos por haberlas visto en los calculadores mentales. Prosigue Maeterlinck:
«Ningún signo de atención o reflexión. Ni siquiera se llega a captar el momento en
que el caballo mira el problema, y la respuesta parece surgir automáticamente de
una inteligencia invisible.» Sabemos ya qué pensar acerca de esta inteligencia «que
no se ve» y que brota de lo profundo.
Hay una sola hipótesis que pueda dar razón de los diversos fenómenos
considerados hasta el momento, de las conciencias inexplicables, de las
extraordinarias demostraciones que superan ampliamente el nivel biológico del
sujeto que las da. Una hipótesis ya enunciada implícitamente, y sobre la que
volvemos ahora de manera definitiva, es la de la mediumnidad animal. Todos los
animales son médiums, porque todos viven inmersos en un particular estado de
conciencia que se relaciona con el sueño. «El estado de vigilia del animal se acerca
mucho al sonambulismo del hombre», escribe el doctor Ochorowicz, recalcando un
parecer ya expresado por Cuvier. Y Maeterlinck: «No teniendo ninguna noción del
espacio y del tiempo, vive (el animal) en una especie de sueño perpetuo» 16. De ahí
la conclusión de Mackenzie, según el cual «los “animales pensantes” son
auténticos veladores parlantes de cuatro patas. Con la gran diferencia, sin
embargo, de que se trata de “veladores vivientes” y. por tanto, provistos, por
encima de todo, de las reacciones biopsíquicas propias de su condición»17.
Son las «entidades polipsíquicas» las que hablan por boca de estos animales
prodigio, entidades que, al mismo tiempo, tienen sus raíces en el personaje
humano que actúa como instructor, y en los animales a él confiados. Lo cual no
impide que éstos puedan alcanzar por otros caminos —al igual o más que las
personas individuales— la Mente Difusa. Cuando Rolf hablaba de «Alma
Originaria», no creíamos que revelara sus propias convicciones teosóficas, sino que
reflejaba los análogos puntos de vista de alguien que estaba muy próximo a él. Del
mismo modo, probablemente, puedan ser juzgadas las sapientísimas salidas de Peg
o las de otros varios sujetos de la variada galería de perros y gatos sabios de las que
se han ido ocupando las crónicas en los últimos decenios.
Al igual que las cebras, también hay animales de otras especies que son
«teleguiados». Todos, acaso, en lo que se refiere a la obediencia a las directrices que
no pueden estar contenidas en el ácido desoxirribonucleico. Por eso los animales
son «sonámbulos». Pero entre los insectos sociales es donde el fenómeno de la
dependencia individual respecto de directrices «externas» adquiere una evidencia
clarísima y una relevancia tales, que se imponen a cualquiera que esté dispuesto a
considerar el fenómeno con la mente libre de prejuicios. Está el caso de los termes,
por ejemplo. La construcción de un termitero, cuando se considera según los
puntos de vista del intelecto humano y consciente, requiere no sólo conocimientos
técnicos y arquitectónicos no comunes, sino también dos habilidades de carácter
organizativo que no pueden ser el fruto del reducidísimo psiquismo individual de
cada insecto: una sagaz división de tareas entre cada uno de los obreros, y una
perfecta coordinación de los diversos cometidos con vista de la finalidad global.
La evolución no se detendrá
NOTAS — Capítulo XX
(2) Véase Journal of the Society for Psychical Research, octubre 1904.
(4) Según GUGLIELMO BONUZZI (cfr. Gli animali si vogliono bene, Bolonia,
Cappelli), el brigadier Maimone, instructor de Dox, admitió —si bien tras iniciales
y explicables reticencias— poder comunicar telepáticamente con un perro suyo
que, en efecto, ejecutaba directrices y órdenes impartidas por su dueño con el
pensamiento. (Cfr. también lo que escribe ALBERTO SPAINI en Il Messaggero del 8
de febrero de 1964.)
(5) En las páginas 85-86 del ya citado Les pouvoirs secrets de l’homme, el ilustre
autor niega tajantemente la tesis del ruso Bejterev, según la cual «es posible una
inducción psíquica del hombre al animal». En casos como los citados a propósito
de Dúrov, los animales obedecerían, en su opinión, a señales hábilmente
camufladas y perceptibles sólo por aquéllos. Esta teoría la sostienen algunos
especialistas refiriéndose a los caballos de Elberfeld, pero se halla en contraste con
la realidad de los hechos y con la opinión más difundida entre los observadores
calificados. En el caso particular de TOCQUET, su convicción se concilia mal con la
visión más o menos panpsiquista que resulta de su libro La vie dans la matière et
dans le cosmos, París, 1950. Esta opinión se nos aparece más bien como una de las
corrientísimas manifestaciones de repugnancia a extender la acción del factor PSI,
como si ello constituyera una violación del orden natural (tesis en contraste con las
teorías de Cipriani y de Mackenzie).
(6) Cfr. el ya citado artículo I limiti della Metapsichica (véase nota 9 del
capítulo anterior), pág. 11.
(8) Escribe CHARLES-NOËL MARTIN (op. cit., página 30): «Los animales
nos parecen desprovistos de inteligencia e incapaces de comunicarse entre sí de
manera coherente, pero los conocimientos acumulados desde hace algunos años
comienzan a hacer tabula rasa de semejantes absurdos que se resisten a morir. Cada
especie animal posee el primer código de mensajes vocales, probablemente muy
complejo. A menudo, el hombre se ha puesto en situaciones ridículas respecto al
juicio de sus propios descendientes, con afirmaciones que sólo son el fruto de su
ignorancia y de su obcecación antropocéntrica.»
APÉNDICE
La verdadera ciencia no suprime nada, sino que, automáticamente, busca las cosas
que no comprende y las mira cara a cara, sin turbarse. Negar los hechos no equivale a
suprimirlos; eso sería tanto como cerrar los ojos para hacerse la ilusión de que aquéllos no
existen.CLAUDE BERNARD.
...puesto que no es posible, de otra parte, reducir todos estos hechos a las exigencias
del experimento impuestas a las ciencias físicas y, en parte, a las biológicas, será menester
ampliar el concepto de ciencia, y reconocer que el experimento repetible a voluntad no es el
único criterio de una investigación digna del nombre de científica.WILLIAM
MACKENZIE. La doble alineación de los estudiosos
Quien sea tributario de esta forma mentis no puede dudar ante el problema
planteado por los fenómenos que hemos ido considerando, puesto que éstos,
simplemente, no existen, motivo por el que las creencias relativas a ellos «deben»
ser fruto de superstición, de ignorancia y de mentalidad retrógrada. Ni siquiera
tras la introducción del método estadístico cuantitativo imaginado por Rhine, que
ha tratado de someter algunas clases de hechos indóciles a las exigencias
metodológicas de la ciencia moderna, el escepticismo académico se ha plegado; por
el contrario, ha tenido excusa para encopetarse aún más. Hay ejemplos
sintomáticos. Hace años, la autorizada revista Science publicó un artículo del
químico doctor George R. Price, de la Universidad de Minnesota, en el que,
refiriéndose a los fenómenos de percepción ultrasensorial investigados por la
escuela de Rhine, sostenía que se convencería de su realidad sólo cuando se
efectuará experimento ante un jurado de doce personas declaradamente
incrédulas, y con la observancia de ciertas precauciones complicadas descritas por
el mismo Price3.
Encontramos, por ejemplo, a un Julian Huxley, que nos asegura que los
fenómenos de conocimiento paranormal no pueden explicarse de ninguna manera
ni es posible incluirlos en el cuadro general de una teoría científica; a un Robert
Amadou dispuesto a afirmar, como ya sabemos, que «ningún fenómeno
paranormal de efectos físicos ha sido nunca demostrado científicamente» 5; y a
otros varios imitadores y seguidores. De ello se deduce (desde su mismo punto de
vista) que si los fenómenos físicos existen, deben permanecer confinados en un
limbo que es el de la incertidumbre y de la suposición. Parece de veras extraño que,
en esta avanzada segunda mitad del siglo XX, pueda llegarse a una tan arbitraria
confesión de completa impotencia científica para indagar en determinado sector de
la realidad. En la larga historia de la ciencia, muchos han sido los replanteamientos
y los cíclicos retornos a posiciones que parecían superadas, pero nunca se ha visto
un batiburrillo tan contradictorio de veleidades cientifistas y de renuncias
aprioristas a la investigación, como el que rezuma esta lacónica afirmación hecha
por el profesor L. G. Voronin, titular de la cátedra de actividad nerviosa superior
de la Universidad de Moscú, en polémica con el profesor Vasíliev y otros
estudiosos rusos de la telepatía: «Un hecho que no puede ser reproducido no
pertenece a la ciencia. Por eso, la telepatía no puede ser considerada un problema
científico.» (Cfr. Science et Vie, enero-febrero 1964.)
En sus formas más exasperantes, esta tendencia rigorista llega, sin más, a
descalificar, con incauto y sumario juicio, todo el paciente trabajo de observación e
investigación que, aun entre inevitables errores, infatuaciones e interpretaciones
incluso, tal vez, delirantes, ha sido realizado en más de ochenta años de estudios
psíquicos6, en ese férvido y aventurero período durante el cual a este tipo de
estudios le fueron atribuidos los nombres más diversos (el más afortunado de los
cuales fue el de «metapsíquica», acuñado en 1923 por Richet). Para los rigoristas
del método, la Era científica, en el estudio de los fenómenos paranormales, se ha
iniciado, pues, tan sólo en torno a 1930, y por mérito de la tendencia «cuantitativa»
ideada por la escuela americana, tendencia que, luego se ha convenido en llamar
«parapsicológica». En tiempos más o menos recientes, más de un ex sostenedor
entusiasta de la metapsíquica se ha alineado en la nueva fila que François Masse
llama «de los jóvenes», y hasta aquí nada hay que objetar, porque es evidente que
todo el mundo está sujeto a evolucionar y a madurar las propias ideas.
Hay críticas aún más drásticas. El físico inglés Cecil J. Maby, miembro de la
Academia de Ciencias de su país, protesta vigorosamente contra el error
fundamental de que está viciada la investigación parapsicológica, que consiste, en
su opinión, en la presunción —no subrayada por ninguna prueba concreta— según
la cual los fenómenos de la vida, de la mente y del espíritu pueden ser
considerados en los términos propios de la ciencia mecanicista y materialista, y que
consiste, por otra parte, en pretender que dichos fenómenos pueden ser
localizados, definidos, mesurados y analizados según los mismos procedimientos
utilizados para las manifestaciones físicas14.
El fetiche de la repetibilidad
Por fin —y henos aquí en el punto crucial—, se ha creído que los fenómenos
eran observables y repetibles a placer, como suele pasar en Física, pero, luego, se
ha descubierto que ciertas categorías de fenómenos, a primera vista condicionados
por un estrecho determinismo de tipo fisicoquímico, se revelan inobedientes a
nuestras pretensiones de repetirlos en sentido exactamente prefijado, dado que
dependen de variables demasiado numerosas, incontrolables y fugaces. En este
punto, conviene alejarse por un momento de la parapsicología para adentramos en
un campo lejano donde han sido establecidas, recientemente, premisas que son, tal
vez, de importancia general, por lo que se refiere a las cuestiones de método en la
ciencia.
NOTAS — Apéndice
(18) “La sensibilidad aguda de los médiums reacciona con prontitud a las
corrientes más o menos simpáticas. Esta es, probablemente, la razón de los
frecuentes fracasos de las comisiones académicas nombradas de vez en cuando
para examinar las facultades de determinado médium... Quien conozca hasta qué
punto los «desafíos» o la indiferencia paralizan la manifestación de facultades
infinitamente menos complejas y sútiles (p. ej.: las facultades artísticas creativas, las
mnemónicas, etc.), comprenderá, sin más, cuán fundada está la observación.”
(SERVADIO, op. cit., pp. 39-40.)
Y Tocquet (op. cit., p. 109): “... ¿Cuál es el hombre común que podría, por
ejemplo, dormirse en su propio lecho o ejercitar funciones sexuales si una docena
de profesores universitarios provistos de diversos aparatos de control se instalaran
junto a él, en espera de que el fenómeno se produjera? Pues bien, los fenómenos
metapsíquicos son infinitamente más delicados, y parece que para su producción
es indispensable un ‘clima’ psíquico favorable.”
Una alegoría de buen augurio. Sólo cuando la obra está concluida, las
entidades revelan a Iris Cànti lo que podríamos llamar significado «oficial» de los
cuadros pintados por ella. Según las explicaciones dadas a propósito de la alegoría
que reproducimos que se titula La salvación de la Humanidad, los ojos estilizados
(abajo) representan «la raíz del saber divino»; la llama (centro) es la del amor
celeste que calienta el corazón humano; las manos son las de la Providencia, que lo
protegen. En cuanto al augurio más feliz, viene representado por las cinco palomas
de la paz. Las otras producciones de Iris Cànti parecen, a veces, inspiradas por un
simbolismo de tipo reencarnacionista.
Amaba los números y los pájaros. Se trata del industrial francés Lidoreau,
desaparecido hace poco: un sujeto estudiado por el profesor Tocquet, y presentado
incluso en la Televisión. Cada noche, para calmar los nervios antes de coger el
sueño, Lidoreau se proponía un problema de análisis indeterminado de notable
complejidad, y lo resolvía en un instante. Otra de sus grandes pasiones la
constituían los pájaros, que obedecían inexplicablemente a su requerimiento.
Hacían volar las piedras. Hace algunos años, dos niñas de Omignano (Vallo
di Lucania) —las hermanas Alida y Santina De Matteo— se convirtieron en el
centro de un prolongado caso de mediumnismo caracterizado por lluvias de
piedras, levitaciones de piezas de vajilla y vuelo de otros objetos domésticos. Los
fenómenos paranormales de este tipo se encuentran entre los más frecuentes que se
conocen, como resulta del aluvión de crónicas que se ocupan del asunto. Hechos
análogos han acaecido, por ejemplo, en el verano de 1965, en Altessano y en
Mombercelli d’Asti. En la foto contigua vemos a la pequeña Alida
entendiéndoselas con una «piedra voladora».
Las huellas de fuego. A veces los fantasmas dejan trazas físicas de sus
apariciones, como en el caso de las huellas de fuego impresas hace siglos en los
vestidos que se hallan en la iglesia del Sacro Cuore, en Roma. A la izquierda: la
señal dejada por la mano de la difunta sor Clara Scholers (muerta en 1637) en el
delantal de su hermana de claustro María Herendorps, del monasterio benedictino
de Vinnenberg. A la derecha: impronta análoga dejada en la camisa de dormir de
José Leleux, de Wodecp Mos (Bélgica) por su madre difunta, que se le apareció la
noche del 21 de junio de 1789.
Las criaturas vivas de la mente. He aquí otra pequeña hada que danza en
torno al rostro de Frances Griffith. Parece que las dos niñas estaban
verdaderamente convencidas de ver a las hadas y de jugar con ellas. Muy
probablemente, se trataba de un sueño con los ojos abiertos: uno de esos sueños
mediúmnicos que, en sujetos particularmente dotados, producen el insólito efecto
de conferir una consistencia semimaterial a las imágenes evocadas por la mente.
Los sueños creativos del médium. Fotografía de un presunto fantasma que
se habría materializado en Turín, el 19 de noviembre de 1909, en el curso de una
sesión con la notable médium Linda Gazzera, a la que alguien acusó de haber
cometido fraude en más de una ocasión. La aparición fue precedida de fuertes
golpes dados contra la mesa. Según el acta de la sesión, se habían tomado todas las
medidas posibles de control.
El misterio de las casas encantadas. Pero existen también casas en las que
las manifestaciones de lo ignoto continúan verificándose en ciclos que se repiten
cada decenio o, incluso, cada siglo. Tal es el caso famoso del Jardín botánico de
Siena (foto superior), que la opinión popular ha relacionado con una antigua
leyenda de contenido trágico; o el de la «casa endiablada de Cumiana» (foto página
siguiente), donde nadie consiguió habitar tras la muerte de un presunto «mago»
que la había construido, y ello debido a que era frecuentada asiduamente, según la
opinión común, por espíritus malvados y por demonios. Por fin, fue demolida.
Un juego organizado desde la otra orilla. Una vez, en presencia del mismo
médium con efectos físicos, las gafas del señor Alfredo Beltrame, de Treviso, se
desprendieron por sí solas de su natural soporte y desaparecieron. Tras búsquedas
largas y afanosas, fueron halladas por el mismo propietario en el interior de su
automóvil, que había dejado aparcado tras haberlo cerrado herméticamente y
haberlo bloqueado con un dispositivo antirrobo.