El Poder Politico
El Poder Politico
El Poder Politico
Para BURDEAU, el Poder es una fuerza al servicio de una idea. "Es una fuerza
nacida de la voluntad social preponderante, destinada a conducir el grupo hacia
un orden que estima benéfico y, llegado el caso, capaz de imponer a los
miembros, los comportamientos que ésta búsqueda exige".
La coacción que el Poder ejerce en todo grupo social, así como el derecho de la
colectividad a imponer normas, constituyen hechos evidentes y constantes más
allá de las justificaciones que se buscan para razonarlos. La fuerza de que
dispone el Estado es tan ostensible que domina por simple demostración, sin
que el Poder necesite recurrir a ella en la generalidad de los casos.
La idea del poder ha sido obsesiva en muchos pensadores alemanes, sobre todo
desde el siglo diecinueve. "La voluntad de poder" fue exaltado por NIEZTCHE y
primó como teoría sicológica y racial con el nazismo. Cuando el Estado resulta
un ente ávido de poder, ello conduce, inevitablemente, a la dictadura en lo interno
y a la guerra en lo exterior. La política se explica por la aspiración al poder y a la
ostentación de él, lo que pervierte con frecuencia todo sistema de valores y lleva
a constatar que los recursos jurídicos de nada sirven frente a los hechos de
poder.
FUNCIÓN DE DIRECCIÓN:
La razón primordial del poder y por lo tanto la del Estado mismo, consiste en la
necesidad de una Dirección que asegure la unidad de acción social, sea de una
mente que formula el orden antes de imponerla.
FUNCIÓN DE ESPECIALIZACIÓN:
FUNCIÓN DE COACCIÓN:
La función compulsiva del Poder es, sin duda, la que más impresiona y la más
visible. De otro lado, es casi imposible concebir el derecho sin la nota de
coercitividad, en virtud de la cual la norma se impone independiente de la
voluntad de los obligados, pues la regulación jurídica es inexorable y no depende
del acuerdo con el sujeto. Es por ello que generalmente concebimos al Estado
como un aparato coactivo, aunque sustancialmente su función es de dirección.
Dada la naturaleza del hombre que obedece normalmente a estímulos egoístas,
no basta que el Poder establezca un orden sino que debe imponerlo en muchos
casos por la fuerza. Por lo común, el Poder no necesita emplear la fuerza porque,
conociendo los asociados que ella es incontrastable, obedecen las normas
respaldadas por los medios de compulsión que el Poder ejercita en caso de
resistencia. El empleo de la coacción sólo es necesario cuando hay infractores
del orden jurídico, lo que es menos frecuente en los pueblos de cultura
homogénea. Pese al progreso material logrado, y en parte por efecto del mismo,
el tipo actual de nuestra civilización hace cada día más necesaria la función
coactiva del Poder, en razón de la creciente agresividad antisocial.
Entre el Estado como poder y el Derecho como norma, existe una relación pero
no una dependencia, pues aunque el Estado garantiza el Derecho y lo respalda
con su fuerza coactiva, las normas jurídicas son siempre del Derecho y no del
Poder.
Una fuerza organizada, ejercida por una autoridad superior a todos y que mira el
bien común, es evidentemente preferible a las fuerzas particulares, dispersas y
antagónicas, que emplearían los hombres si el Estado no existiera.
La unidad social previa al Estado nace por obra del poder y de la convivencia.
En puridad, son los gobiernos los que pueden ser clasificados en regímenes de
jure y regímenes de facto, según se posesionan del poder conforme el
ordenamiento jurídico o quebrantando sus reglas.
Cualquiera que sea su origen, el Poder necesita contar con adhesión pública,
siquiera sea en su forma de asentimiento tácito, pues de lo contrario establece
un régimen de fuerza que es inestable. El grupo que ejerce el poder tiende a
convertir su gobierno de hecho es un gobierno de derecho, sea que provenga de
un golpe de Estado o de una revolución.
Un gobierno puede mantenerse por la fuerza durante largos períodos, pero sólo
en los casos en que una raza más ilustrada domina a otra. En cierto grado de
civilización, es imposible que subsista un gobierno que tenga en su contra a la
enorme mayoría de la nación.
La "Razón de Estado" es la máxima del obrar político, la ley motor del Estado, a
fin de mantenerlo vigoroso. Pueden los políticos discrepar en cuanto a los medios
para alcanzar los objetivos del Estado, pues en cada momento histórico hay una
línea ideal de obrar, o sea una razón de Estado ideal.
La política tiene por fin al gobierno y dirección del Estado; para sus relaciones
se sirve de técnicos y administradores que hacen posible la ejecución de los
planes concebidos por los políticos.
Bertrand Rusel afirma en su obra "El Poder" que éste tiene en el mundo del
espíritu la misma importancia que la energía en el mundo de la física.
Por tanto, el Estado debe ser mirado esencialmente, como agrupación política,
o sea como un ente de poder, antes que como ordenamiento jurídico.
La política está constituida por puntos de vista sobre la justicia. Los partidos y
los grupos presionan en el sentido de aquello que consideran justo, aunque no
lo sea objetivamente. La política actual se cubre de un substrato ideológico y
todo obrar tiene tras de sí, más o menos conscientemente, un pensamiento.
Nuestra época es una transición del Estado Liberal al Estado Social, siendo
perceptible una mayor participación del pueblo en el poder. Se quiere pasar de
la democracia gobernada a la democracia gobernante. Las construcciones
formales están cambiando su contenido, para no quedar vacías de verdad. Tanto
el pensamiento del derecho natural del Siglo XVIII como el derecho racional de
Kant, concibieron una organización estatal con raíces individualistas.
LA REVOLUCIÓN Y EL MOVIMIENTO:
Pero cuando el orden no muestra capacidad para introducir los cambios que la
tensión social exige, se presenta el fenómeno denominado revolución. Consiste
en el cambio brusco de estructuras, sea raíz de un simple golpe de estado o bien
tras una subversión radical, que se enfrenta a las fuerzas del Gobierno y las
domina.
No es imposible, aunque si improbable, efectuar una revolución dentro de la
libertad, o sea mediante la ley, respetando las formas de la democracia
representativa. En la esencia de la revolución, no está la violencia, pero
generalmente le acompaña, como sucedió en la revolución francesa, la rusa, la
mexicana, la china y la cubana. La experiencia de algunos países no
desarrollados es contradictoria al respecto, pues la transformación se ha
realizado de maneras diversas, inclusive sin derramamiento de sangre. A partir
de la experiencia cubana, los regímenes instaurados con el propósito de cambiar
las estructuras rápidamente se denominan "gobiernos revolucionarios", tales
como los de Argelia, Perú, Guinea e Irak.