Güiraldes
Güiraldes
Güiraldes
El trece de febrero de l886, en casa de sus abuelos Guerrico, nace Ricardo Güiraldes. Es
el segundo hijo del matrimonio de Manuel Güiraldes y Dolores Goñi y lleva el nombre
de los médicos que asistieron el nacimiento: Ricardo Gutiérrez y Guillermo Udaondo.
En 1887 la familia viaja a París donde residirán los siguientes cuatro años y donde nace
el hijo menor José Antonio. Ricardo y sus hermanos, Manuel y José Antonio, hablan
usualmente el francés, siendo para ellos el español como una segunda lengua.
En 1890 regresan a la Argentina que atraviesa por entonces una fuerte crisis económica
y donde, ese mismo año, tiene lugar la Revolución del 90. Ricardo vive en casa de sus
abuelos Güiraldes en el actual barrio de Caballito durante el otoño y el invierno y el
resto del año en la estancia de su padre “La Porteña” en San Antonio de Areco .
Las familias de sus padres son antiguos vecinos de la zona, ya que un bisabuelo de su
madre ha sido el fundador del pueblo. Es entonces que conoce allí al personal de la
estancia, entre otros Víctor Taboada, José Hernández, Ramón Cisneros, Crisanto Núñez
y Nicasio Cano, quienes le impresionan y causan admiración. En esos días comienza a
escribir una suerte de diario de la vida en la estancia que él mismo ilustra.
Se educa con institutrices, hasta que en 1897 es puesto bajo la dirección educativa de
Lorenzo Cevallos, un notable ingeniero mejicano exiliado en nuestro país. El asma lo
obliga a permanecer dos años en Quequén. Finalmente en 1904 se recibe de bachiller e
ingresa en la carrera de Arquitectura. Es entonces cuando comienzan sus lecturas de
Nietzsche, Spencer, Dickens, Darío, Balzac, Zola, Flaubert y otros importantes autores
que influirán en su formación intelectual. Luego, para profundizar el idioma castellano,
lee autores españoles como Bécquer, Espronceda, Campoamor y otros.
En 1905 cambia la carrera de Arquitectura por la de Derecho y trabaja en un juzgado.
Los aplazos, unidos a su poco interés, hacen que abandone sus estudios. Tampoco toma
los trabajos que le ofrecen y se va interesando cada vez más en la literatura, para
preocupación de su padre. En esa época predomina el modernismo y Lugones es el
autor argentino de mayor prestigio, aunque, desde principio de siglo otros importantes
autores como Almafuerte, Carriego y Payró aportan estilos diferentes que son aceptados
por las nuevas generaciones. A la vez, en el panorama político han surgido desde fines
del siglo anterior nuevas fuerzas como el radicalismo, el socialismo y el anarquismo.
Poco antes de la celebración del Centenario en 1910, Ricardo viaja a Francia con su
amigo Roberto Levillier, lo que trae desavenencias familiares ya que su padre es por
entonces intendente municipal de Buenos Aires donde se realizarán las grandes
celebraciones por los cien años del 25 de mayo de 1810. El viaje, empero, es importante
para el futuro escritor, quien ya en Granada, camino a Francia, comienza a hacer
anotaciones que serán borradores de El cencerro de cristal y principalmente de Raucho.
Desde París y en compañía de su amigo Diehl realiza un viaje por Europa y Oriente que
incluye Italia, Grecia, Constantinopla, Egipto, India, China, Japón, Rusia y Alemania.
Cuando regresa, su padre no desea costear su vagabundeo y por ello, Ricardo se refugia
un tiempo en casa del escultor Alberto Lagos. Transcurre para él una época de
desaliento en la que poco y nada escribe. Posteriormente declarará que en París había
decidido convertirse en escritor.
Hacia 1912 en Buenos Aires integra un grupo de artistas y escritores que se reunen en el
taller de Alejandro Bustillo. El grupo lo integran Diehl, Lagos, Victoria Ocampo,
Alberto Girondo y otros. Allí se relaciona con Adelina del Carril , con quien se casa en
1913.
Luego del casamiento la pareja va a la estancia “La Porteña” que esta dirigida por
entonces por don Segundo Ramírez. En él, Güiraldes encuentra su personaje dentro del
ambiente que conoce y quiere entrañablemente. Entre sus Cuentos de muerte y de
sangre ,ambientados en escenarios rurales hay uno protagonizado por Don Segundo.
En 1915 somete a juicio de Lugones los citados cuentos y El cencerro de cristal en el
que conviven prosa y verso. El consagrado autor le solicita más trabajo, especialmente
de puntuación. En el curso de ese año aparecen ambos libros. Es criticado por “El
cencerro” donde, como dijimos, alternan prosa y verso, cosa a la que el ambiente
literario del momento no estaba acostumbrado. No obstante, visto retrospectivamente,
algunos consideran a Güiraldes precursor de formas expresivas nuevas. Varios de los
cuentos habían sido publicados, a instancias de Horacio Quiroga en la revista “Caras y
Caretas”. Tampoco los Cuentos de muerte y de sangre tienen buena recepción y
Güiraldes, decepcionado, arroja a un pozo en “La Porteña” las ediciones casi completas
de los dos libros.
En 1916, con su esposa Adelina y con Alfredo González Garaño y su mujer, viaja por el
Pacífico hacia las Antillas. Las anotaciones que hace durante toda la travesía dará origen
con el tiempo a la novela Xaimaca. De regreso completa la redacción de Raucho,
iniciada en 1910 en Granada y que se publica en 1917. También escribe en 1917 lo que
él llama “un capricho teatral” que Adelina le aconseja no publicar. Luego, con González
Garaño trabajan en un ballet que llamarían Caaporá y que no llega a concretarse por la
enfermedad del bailarín Nijinsky a quien habían apalabrado para representarlo.
En 1918 publica en “El cuento ilustrado” que dirige Horacio Quiroga una novelita que
se titula Un idilio de estación y que más tarde se editará con el título de.Rosaura.
Luego de la guerra vuelve a París con su esposa. Trabaja mucho en Xaimaca y se trata
con el escritor Valery Larbaud, a quien admira y que le brinda su amistad. Larbaud está
en contacto con los grandes escritores franceses de ese tiempo como Gide, Saint John
Perse, Claudel y otros a los que lo presenta, escribiendo además un artículo sobre
Ricardo Güiraldes en “La Nouvelle Revue Francaise” en el que le augura un destacado
papel en la literatura del nuevo continente. Estimulado por Larbaud y varios escritores,
Güiraldes toma conciencia de su valor como literato.
Tras un viaje a Mallorca, los Güiraldes regresan a París donde Ricardo escribe los diez
primeros capítulos de Don Segundo Sombra. Al fin, en 1920 retornan a la Argentina. Ya
en el país pasan un mes en la estancia de Dolores y Ricardo recorre los cangrejales que
le inspiran un poema y un capítulo de Don Segundo Sombra.
Entre 1921 y 1922 escribe los Poemas solitarios, de los cuales tres se publicarán en
Proa y el resto póstumamente. A fines de 1922 se publica Rosaura. Entre 1923 y 1924
continúa con Don Segundo Sombra y por intermedio de Oliverio Girondo se relaciona
con Cané, Vignale, Borges, Brandán Caraffa y otros escritores. A fines de 1923 se
publica Xaimaca.
Raucho
Ricardo Güiraldes comenzó a escribir los borradores de ésta, su primera novela, durante
su viaje de 1910 a Europa y Oriente, más específicamente en la escala que hace en
Granada y se los conoció al principio entre sus relaciones como “El cuaderno de
Ricardito”. Recién les dará forma definitiva en 1917 año en que se publica la novela.
En Raucho están presentes muchos de los rasgos que, más elaborados, caracterizarán
años más tarde a su Segundo Sombra. En efecto, el tema de la vida en el campo
bonaerense, con sus paisajes, personajes, labores y costumbres particulares, así como la
terminología empleada con numerosos vocablos propios de la campiña rioplatense,
prueban el vasto conocimiento que Güiraldes tenía de ella.
La historia de Raucho es sencilla: hijo de un estanciero ama la vida y las tareas en el
establecimiento de su padre cuya rudeza y el sacrificio que implican las asume como
una “lección de vida”. Son de destacar las imágenes que nos brinda de las distintas
estaciones del año, la invasión del campo por una manga de langostas y otras.
Luego, tentado por la vida mundana se traslada a Buenos Aires donde hace vida de
“chico calavera”, alcanzando luego sus propósitos cuando su padre accede a enviarlo en
viaje a París. La ciudad lo fascina desde su llegada y un compatriota lo lleva a conocer
el París nocturno.
Lo que sigue es previsible: amores y placeres se suceden continuamente. El jugar
desenfrenadamente lo hace agotar su dinero y reclamar a su padre la herencia materna
que le corresponde y también despilfarra en el juego. Desesperado, reniega de París y
cuanto esta ciudad le ha significado. Cae en un delirio del que lo rescata Rodolfo, un
antiguo amigo de viaje en París quien salda sus deudas, lo trae de regreso a su patria y
lo deja de encargado en su propia estancia. Allí Raucho se siente redimido de los vicios
que lo llevara a la miseria y la vergüenza, ya que se encuentra con lo que siempre amó:
la tierra que lo cobijara en su infancia y juventud.
Rosaura
En 1919, Ricardo Güiraldes publica su novela Rosaura enla revista “El cuento
ilustrado” que dirige Horacio Quiroga y a pedido de éste. En la revista se la denomina
Un idilio de estación .
Esta novela , escrita en pocos días, está dedicada a Lolita única hermana de Ricardo y
muy querida por él. Se trata, como dice el mismo Güiraldes de una obra
intencionalmente tierna, cursi, melancólica ... La niña que se suicida por el mocito
hermoso y cruel”.
Es de elemental argumento: una joven de pueblo se enamora de un forastero que ve en
el tren. Luego entre ellos se desarrolla una relación platónica que frustra el padre del
mozo, importante estanciero de la zona , quien decide que no prospere. Después de un
tiempo, la muchacha descubre al joven en el tren junto a otra mujer. La desilusión y el
sentimiento de abandono la llevan al suicidio que concreta arrojándose bajo el tren.
Aunque de importancia menor en la producción de Güiraldes, la novela conserva de
alguna forma su constante de oponer la rivalidad entre el campo y la ciudad y las
características que diferencian a los personajes según provengan de uno u otro medio.
La publicación de Rosaura se produjo recién en 1922.
Xaimaca
En 1916 y 1917 Ricardo Güiraldes y Adelina del Carril viajan por el Pacífico hasta
Jamaica en compañía de Alfredo González Garaño y su esposa. Las impresiones
recibidas durante el viaje van siendo registradas por Güiraldes y serán esas notas la
base sobre la que más tarde desarrollará su obra Xaimaca (antiguo nombre de Jamaica)
que será publicada en 1923.
Xaimaca es el relato de la particular relación que surge entre Clara Ordóñez y Marcos
Galván quienes se conocen cuando realizan un viaje a Chile en ferrocarril y que desde
allí se continuará en barco hasta las Antillas. Clara Ordóñez, casada y separada de su
esposo, viaja en compañía de su hermano y Marcos, fuertemente atraído por la mujer se
acopla en Chile al itinerario de aquellos alentado por el mismo hermano de Clara.
La obra se limita a contar lo que va ocurriendo entre los tres viajeros, especialmente en
la relación entre Marcos y Clara, cuya mutua atracción va en aumento, intercalando
además bellas descripciones de los paisajes por que transita su recorrido. Hacia el fin
del viaje, el hermano de Clara advirtiendo lo que sucede se interpone entre ambos y
Marcos decide abandonar la relación que amenaza plantear, en especial a Clara, serios
problemas en su vida social y familiar. El platónico enamoramiento concluye
melancólicamente.
En Xaimaca Güiraldes se deja llevar, más que en sus otras obras, por la fuerte atracción
que ejercen en él las imágenes, así como las impresiones que éstas producen en su
ánimo, por lo que las va intercalando en el relato lineal, el cual, limitado de acción en sí
mismo, se ve colmado por un lirismo que excede el que conviene a una estructura
novelística. Estructura que, como veremos, Güiraldes manejará acertadamente en Don
Segundo Sombra.
Valery Larbaud y Jules Supervielle le elogian su musicalidad y la belleza de las
imágenes que transmite, en tanto que Pablo Rojas Paz la considera “la obra más europea
de Ricardo Güiraldes, donde cuajan todas las técnicas de última hora”. Por
manifestaciones del mismo autor se sabe que le costó concluirla según su proyecto y al
darla a la imprenta le escribe a Valery Larbaud: “Estoy harto de ella, me aburre como
una querida vieja...” Todo el empeño puesto en Xaimaca no alcanzaba a satisfacerlo.
No es fácil hablar de Don Segundo Sombra. Mucho y muy bien se ha dicho sobre esta
obra emblemática de la literatura argentina. Por lo tanto, sin pretender hacerlo de una
manera exhaustiva ni mucho menos original, intentaremos comentarla de modo que
resulte, al menos, actual y comprensible a quienes ahora se acerquen a ella.
A no ser por Don Segundo Sombra, la obra literaria de Ricardo Güiraldes sería de
dudosa memoria. Tal vez fuera actualmente un autor remoto, sólo frecuentado por
eruditos o historiadores de nuestra literatura. En cambio, por ella ha tenido desde su
publicación un amplio y general reconocimiento.
Esto no es difícil de comprender si se indaga el sentido que para el propio autor tuvo
toda su obra. Vista en conjunto, la producción literaria de Ricardo Güiraldes es una
búsqueda constante de la creación que lo represente auténticamente en sentido y forma.
De allí los tanteos y ensayos que hemos visto al considerar sus anteriores escritos, cada
uno de los cuales comporta un intento de alcanzar ese propósito y sobre los cuales,
en oportunidades, ha dejado caer sus propios juicios disconformes.
En Don Segundo Sombra, esas tentativas, en razón de haber dado con el tema que puede
manejar con excepcional destreza y alcanzado a la vez su propia madurez literaria para
abordarlo, se conjugan, se ordenan finalmente y el resultado es una obra magistral. A tal
punto que se ha dicho a propósito de ella y de Ricardo Güiraldes que nunca un escritor
argentino ha recibido por una sola obra semejante cantidad de juicios y críticas, la
inmensa mayoría obviamente elogiosos
En el relato se integran con singular armonía el atinado vocabulario, la pintura veraz de
los personajes, los diálogos escuetos y las descripciones vívidas y exactas cuyas
metáforas se ciñen al espíritu del texto sin desbordarlo. El tema y los personajes definen
el estilo como si guiaran al autor; no dan espacio, como dijera el propio Güiraldes “a
perfeccionar la expresión”, añadiendo enseguida “he dejado que el tono sea el de un
simple relato.”
El argumento es sencillo. lineal. y relatado en primera persona. Fabio Cáceres, un hijo
natural que desconoce su origen y hasta su nombre, vive con dos tías solteras que
hostigan su adolescencia. Su vida es sólo sazonada por sus idas al pueblo y las
relaciones que entabla con la gente de allí a quienes divierte con su ingenio. Pero ya en
el segundo capítulo se cruza con un gaucho que le causa profunda impresión. Es don
Segundo Sombra, excepcionalmente descrito, cuyo conocimiento precipita un cambio
radical en la vida del muchacho quien, con sus catorce años, decide seguirlo en busca de
otra existencia para sí: la del verdadero gaucho. Se conchaba en la estancia a que va don
Segundo y logra salir con él y otros hombres en el primer arreo de ganado que se
presenta, comenzando así su vida de resero.
Aunque dirá más adelante que don Segundo lo ha llevado como a un abrojo prendido en
su chiripá, es notorio que aquél, interiormente, acepta ser su guía en el aprendizaje de la
vida campera en que el joven se empeña. Cinco años después hace un bello inventario
de lo vivido y aprendido junto a quien llama su “padrino”. Allí Güiraldes enumera las
labores en que el gaucho es ducho (arreos, domas, cuidado de lo suyo y de sus animales,
etc.), así como el orgullo de desempeñarlas con baquía y aceptando animoso el
sacrificio que implican. Ello deja el concepto ético de trabajo y lucha, de no dejarse
vencer por las dificultades de la existencia aunque sean las más duras.
Llega después súbitamente la inesperada herencia que lo transforma en un hombre rico,
de lo cual recela en principio por temor de que, el aceptarla signifique perder su
condición de gaucho en la que siente residir su dignidad de hombre. Los consejos de
don Segundo y de su tutor y la franca amistad con el hijo de éste, hacen que acepte su
nueva situación.
Don Segundo se queda con él tres años en la estancia heredada, pero luego “resultaba ya
imposible retenerlo” y en consecuencia se marcha. Fabio lo acompaña un trecho, se
despiden como siempre y el alejamiento de don Segundo da lugar a los hermosos
párrafos finales del libro.
La obra, al crear un arquetipo, supera los límites locales y alcanza una dimensión
humana universal y comprensible a quienes accedan a ella. Empero el arquetipo y su
medio ya no se corresponden totalmente con la realidad en el momento que Don
Segundo se publica. Al respecto dice Jorge Luis Borges: “Ricardo Güiraldes cantó lo
que fue, lo que pudo haber sido, su don Segundo Sombra, no lo que era cuando él
redactó su elegía”. De tal forma que la novela no es sólo una simple acumulación de
recuerdos, sino la particular recreación que Güiraldes hace de ellos y el carácter vital
que les imprime, lo cual, literariamente, es acreedor de todo elogio.
Publicaciones póstumas.
Poemas solitarios.
Se editaron en 1928, tres de ellos ya habían sido publicados en “Proa”, como señalamos
anteriormente. Están fechados en “La Porteña” en 1921, 1922 y 1924. Todos ellos
remiten a la soledad espiritual ante la naturaleza, los demás y la propia existencia.
Poemas místicos.
Editado también en 1928. Es muy breve ya que consta solamente de cuatro poemas.
Únicamente en el cuarto, hace mención de Dios, lo que los muestra más personales que
propiamente religiosos.
Pampa.
Edición de 1954. Los seis poemas que contiene llevan los siguientes títulos: Pampa,
Poema, Me voy, El río, Tropa y Benteveo. Los temas coinciden con sus títulos y las
imágenes que ellos despiertan en el autor. Fueron escritos en 1913, 1920, 1922 y 1925.
Poemas.
Se trata de trabajos diversos que figuran en sus Obras Completas, seguramente reunidos
allí por su compilador, el poeta Francisco Luis Bernárdez, extractados de algunas
publicaciones en las que Ricardo Güiraldes colaborara o facilitados por amigos o
familiares del autor. Contiene poesías breves, algunas en rima asonante y una serie de
poemas llamada Cuadros de la ciudad. También aparece el poema Cangrejal.
Seis relatos.
Aparte de los poemas arriba aludidos, aparece en las Obras Completas un tomito
editado en 1929 con este título. Casi todos ellos tienen bastante similitud con los
Cuentos de muerte y de sangre. La edición incluye un poema de Alfonso Reyes
dedicado a Ricardo Güiraldes.
Otros escritos.
Completan las obras de Ricardo Güiraldes los Estudios y Comentarios que son artículos
que fueran publicados en “Martin Fierro”, “Proa”, “La Nota” y otras con que colaboró y
son de temas variados y sobre personajes de su tiempo. A éstos siguen sus Notas y
Apuntes, también de temas diversos y su copioso Epistolario, de gran interés, en
particular el dirigido a otros intelectuales y en el que suelen reflejarse sus sinceros
juicios sobre los trabajos propios y ajenos.
Ricardo Güiraldes fue el prosista que supo presentar en su emblemática obra "Don Segundo
Sombra" la verdadera estampa gauchesca. Pero ya con él nos encaminamos hacia el
posmodernismo, en virtud de que su pluma se expresa con metáforas y con una marcada
vocación lírica. El personaje de Don Segundo es el de un paisano tenaz y bondadoso que guía y
enseña a su joven resero, quien es sin duda la proyección en otro personaje de la propia
adolescencia del autor de la obra. El rasgo saliente de la prosa en tiempos del modernismo fue
que a través de ella, los escritores -narradores, críticos y ensayistas- expresaron ideas,
concepciones éticas y estéticas acerca del mundo que los rodeaba. También cabe pensar que
la mencionada obra de Güiraldes fue una tesis sobre el hombre y su hábitat, sobre la solitaria
vida campera que, sin embargo, puede iluminarse a partir de la existencia de un personaje
como Segundo. En el campo de la novela, se destacó sin duda Payró, quien también fue
dramaturgo, pero sin alcanzar en este último género la capacidad que reveló en la narrativa.
En el terreno de la dramática, ninguna duda cabe de la privilegiada posición de Florencio
Sánchez, a pesar de los valores indiscutibles de Gregorio de Laferrére. Pero no fue en los
géneros de la ficción, sino en la crítica y el ensayo -como hemos advertido- donde hallamos a
los más importantes escritores del período. Con la prosa en épocas del modernismo se
abrieron los portales a la vida diaria y al realismo cotidiano, para plasmar en descripciones
subjetivas todo aquello que por ser humano, nos pertenece y nos identifica.
Durante los últimos años del siglo XIX se produce una gran renovación en las
prácticas literarias y en las corrientes estéticas, cuyo principal escenario es Buenos
Aires, que aceleradamente comienza a introducir los ritmos de la ciudad moderna.
Momento de grandes cambios políticos, culturales y sociales que, originados en gran
medida por las olas inmigratorias, producen un proceso de creciente urbanización y
alfabetización, un desarrollo comercial y administrativo, y varias formas de
democratización que van creando las bases del moderno público masivo. La existencia
de este público, nacido de las campañas de alfabetización, se articula con el
surgimiento de la prensa popular, cuyas primeras manifestaciones son el aumento
decisivo de la oferta periodística y la proliferación de revistas. En esta expansión de la
prensa se ubica el nacimiento de la revista Caras y caretas (1898), dirigida por José
Sixto Alvarez (1858-1903) —más conocido como Fray Mocho—, cuyo gran hallazgo
es la mezcla miscelánea de caricaturas e ilustraciones junto con gran cantidad de
temas nacionales y extranjeros que abarcan desde noticias sociales, notas de interés
general, pastillas sobre la moda, hasta consejos sanitarios. Junto a esta mezcla de
notas, la revista publica textos literarios, provenientes también de estéticas diferentes:
modernismo, literatura costumbrista, realista o rural
Esta revolución estética se inició en la Argentina en 1893, año en que por vez primera
llega a Buenos Aires el nicaraguense Rubén Darío. El poeta ya era conocido en
nuestro medio por su libro Azu/, que publicó en 1888 durante su estada en Chile, y por
sus colaboraciones enviadas al diario "La Nación", a partir de 1889. Fue recibido
como un maestro y agasajado en el culto ambiente intelectual y por la bohemia de la
ciudad. Se ha comprobado que el modernismo debe sus comienzos al cubano José
Martí (1853-1895) y al mexicano Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), que iniciaron
a través de la prosa un proceso de actualización literaria, antes que Darío hiciera
conocer sus libros Azu/ —en prosa y verso— y Prosas profanas, en verso.
El escritor nicaraguense fue un conocedor profundo del idioma castellano y basado en
su vinculación con los poetas franceses de las escuelas simbolistas y parnasianas
renovó la métrica y combinó versos que hasta su época eran inconciliables —el
endecasílabo y el alejandrino— y utilizó el de nueve sílabas, muy poco empleado. Se
considera a Darío como el maestro del modernismo, el primer gran poeta exquisito de
nuestro idioma —según Rodó— cuya influencia se esparció por América y España.
La tendencia modernista expresó una voluntad de cambio y también de
disconformidad a lo español, reaccionó contra la expresión fácil para inclinarse al
virtuosismo y su génesis no fue directamente importada de Europa, sino que surgió de
un proceso literario americano y argentino. Por vez primera —escribió Amado
Alonso— América asume la dirección poética en la lengua española. El movimiento
literario no sólo recibió influencias de los parnasianos y simbolistas franceses, sino
también de las mitologías griega, germánica, nórdica y precolombina.
Los modernistas renovaron el lenguaje poético y por medio de símbolos e imágenes
expresaron con otro sentir la realidad. Muy sensibles y guiados por la imaginación se
refugiaron en mundos del pasado irreal o lejano. Por esto, lo exótico es uno de los
caracteres de esta escuela que incluyó en su temбtica la Grecia eterna, el lejano
Oriente, Francia en la época borbónica y mitos clásicos, germánicos y precolombinos.
En el año 1890 y en un escrito, es Rubén Darío el que se refiere al modernismo como
una corriente del pensamiento literario y poco más tarde —en 1899— esta palabra fue
incorporada al Diccionario de la Real Academia Española a instancias del sabio
polígrafo Menéndez y Pelayo.
Para que la tendencia modernista cobrase impulso fue necesario que sus seguidores
utilizaran en favor de la escuela, revistas literarias, periódicos, diarios, libros y
tertulias culturales. La primera en iniciar la lucha por la difusión fue la "Revista de
América" —de efimera existencia— que fundaron Rubén Darío y Jaimes Freyre en
1894, con el propósito de convertirla en órgano de la generación nueva. Al año
siguiente comenzó la publicación de la revista semanal titulada "Buenos Aires" y, en
1896, "La Biblioteca", a iniciativa de Paul Groussac, estudioso francés que si bien no
adhirió al movimiento, pues respondía a la orientación ideológica de la generación del
80, permitió que en sus páginas colaboraran varios representantes del modernismo.
En 1898 apareció la revista el "Mercurio de América" que fundó Eugenio Díaz
Romero y cuya finalidad era mantener el espíritu de la innovación. Entre sus
colaboradores figuraron Darío, Leopoldo Lugones, Leopoldo Díaz, José Ingenieros y
otros. También deben citarse las revistas tituladas "Atlántida", "La Quincena" y "La
Montaña", esta última de tendencia anarquista fundada por Lugones e Ingenieros.
En la difusión de los objetivos literarios modernistas colaboraron los diarios "La
Prensa" y "La Nación", al publicar trabajos de escritores argentinos y versos originales
de poetas franceses. Otros impresos difusores fueron "El Almanaque Sud-Americano"
(1877) y "El Almanaque Peuser" (1888).
El Ateneo de Buenos Aires o asociación de carácter literario y artístico, surgió como
centro de difusión cultural en una de las periódicas reuniones que se efectuaban en la
residencia del poeta Rafael Obligado. En el trascurso de una asamblea realizada el 23
de julio de 1892 nació bajo la presidencia provisional de don Carlos Guido y Spano.
A principios de abril del año siguiente, El Ateneo se instaló en el edificio situado en la
Avenida de Mayo esquina Piedras, presidido ahora por el poeta Calixto Oyuela, quien
en el mes de agosto —en una reunión que contó por vez primera con la asistencia de
damas—pronunció un discurso sobre el tema: La raza en el arte.
Aunque la institución estaba dirigida por un grupo de tradicionalistas, permitió el
diálogo con las nuevas corrientes estéticas, quienes finalmente no tardaron en imponer
sus principios renovadores.
La mayor parte de los escritores de la generación que dio impulso al modernismo en la
Argentina cultivaron indistintamente la prosa y el verso, en consecuencia no sería
correcto separarlos para su estudio de acuerdo con su forma de expresión, sin
embargo, pueden dividirse teniendo en cuenta el aspecto en que más se destacaron
dentro de su labor literaria. La escuela modernista prolongó su influencia en nuestro
medio hasta la época de la muerte de Rubén Darío (1916) para luego dar curso a otras
corrientes estéticas .
Entre el grupo de poetas debe citarse a Leopoldo Lugones, Leopoldo Díaz, Ricardo
Jaimes Freyre —nacido en Bolivia aunque publicó casi toda su obra en nuestro país—,
Eugenio Díaz Romero, Antonio Lamberti, Carlos Ortiz, Martin Goycoechea
Menéndez, Carlos Becú, Matías Behety y Diego Fernández Espiro. Entre los prosistas
Angel de Estrada —que también fue poeta—, Enrique Larreta, Alberto Ghiraldo y
Manuel Ugarte
Revistas literarias
El creciente interés del público por obras en prosa y en verso de autores nacionales
motivó la publicación —en la segunda década de la presente centuria— de tres
antologías literarias: Nuestro Parnaso creada por Erneslo Barreda, Anlología
contemporánea de poetas argentinos de Ernesto Morales y Diego Novillo Quiroga, y
una selección efectuada por Manuel Gálvez con el título de Los mejores cuentos.
Poetas y prosistas
Dentro del modernismo destaca José Martí, cuya visión futurística le permite explorar
sitios inexplorados. Según Schulman, es el poeta-mago que consigue agrupar la
renovación modernista con la esencia de la crisis social de su época (Schulman, 1982:
16). Martí fue un hombre sensible y diferente, un hombre que no temió la muerte, sino
la traición.