Folleto Ricardo Güiraldes

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RICARDO GÜIRALDES

HOMENAJE

MARTÍN FIERRO
Periódico quincenal de arte y crítica libre
(Proyecto de número, diciembre 1927)
Autores Varios

PEÑA DEL LIBRO “TRENTI ROCAMORA”


BUENOS AIRES - REUNIÓN CINCUENTA Y CINCO - 10 DE NOVIEMBRE DE 2007
EDICIÓN ESPECIAL
INTRODUCCIÓN

Los textos incorporados, tipeados a máquina –con anti-


gua e idéntica tipografía–, tienen diversas anotaciones limi-
nares, diferentes letras y formarían parte del material atesora-
do por Evar Méndez, Director del Periódico Martín Fierro,
para dedicar una edición especial a Ricardo Güiraldes.
Quien estas líneas escribe no conoce el destino de los
originales; tampoco si hay otros actualmente ubicables.
Sólo puede aseverar que las colaboraciones de Norah Lan-
ge y de Leopoldo Marechal son inéditas.
Se presume que algunos de estos artículos pudieron
haber sido publicados en el periódico El Mentor, año IV,
N° 274. San Antonio de Areco, Imprenta Colón, 1928. (Léa-
se: Yatra con Sri Ricardo (I) Antología por Ramachandra
Gowda, Cuadernos con Memoria n° 2-2; página 182, Pro-
ducciones Mapu-Shraddha”, El Bolsón-Epuyén).
A ochenta años de la ausencia terrestre del notable
escritor y en fecha cercana a la celebración del Día de la
Tradición se agradece a Susana Lange el envío y transcrip-
ción del material, para ser publicado y distribuido en la
Peña del Libro “Trenti Rocamora”.
MARÍA DE LOS ÁNGELES MARECHAL
Buenos Aires, 01-11-2007

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En el último Nº de “Martín Fierro” (Num. 44-45) 31-
VIII/15-XI-1927, en la pag. 3, se encuentra este aviso:

HOMENAJE A RICARDO GÜIRALDES

“El próximo número de Martín Fierro –de salida in-


minente–, con importante aumento de páginas y gran can-
tidad de material literario y gráfico, estará consagrado por
nuestra joven intelectualidad, en unión con los más valio-
sos escritores argentinos y extranjeros residentes entre
nosotros, y además uruguayos, brasileños y otros america-
nos, a honrar la memoria de Ricardo Güiraldes, nuestro
querido e ilustre compañero extinto”.
“Lugones, Rojas, Larreta, Galvez, Korn, Rébora, Re-
yes, Henríquez Ureña, González Lanuza, Pereda Valdéz,
Sorrentino, Delfino, Ocampo, Borges, Rojas Paz, Prebis-
ch, Hurtado, Lascano Tegui, Lange, Scalabrini Ortiz, Ma-
rechal, Molinari, Brandán Caraffa, Olivari, González Tu-
ñon, Arlt, Petit de Murat, Gijena van Marcke, D. Roca, E.
J. Bullrich, Méndez, etc., y los pintores Norah Borges,
Pettoruti, Tapia, Palomar, colaborarán en este número ex-
traordinario; en el cuál además figurarán fotos y escritos
diversos de Güiraldes, y dibujos de Alberto Güiraldes, para
las obras de su primo hermano”.

4
Hoja facsimil: listado tipeado y manuscrito.

5
Señor:
.....................
Mi distinguido amigo:

Por acuerdo entre varios compañeros, colaboradores


amigos de “Martín Fierro”, hemos resuelto incluirlo a Ud.
entre los colaboradores activos de un homenaje del perió-
dico a la memoria de Ricardo Güiraldes, y esperamos que
se digne aceptar. Requerimos de Ud.

1. Una colaboración para el periódico, acerca de la per-


sonalidad y la obra de Ricardo Güiraldes; artículo no
más extenso de una columna, si fuera posible, a entre-
gar antes del 15 de Noviembre, máximo plazo para ce-
rrar el número de homenaje, y que se le ruega no deje
para último momento; cuanto antes entregue, será me-
jor.
2. Su asistencia a la Dársena Norte para esperar el vapor
Ávila donde embarcaron el 26 de Octubre los restos de
Güiraldes, y que debe llegar (ver los diarios) entre el
10 y 12 de Noviembre, a fin de acompañarlos hasta el
cementerio.
3. Propaganda entre los escritores y los elementos jóvenes
para que asistan a esta póstuma demostración de sim-
patía hacia el que fue la más vigorosa y representativa
figura del grupo de “Martín Fierro”, al contacto de cuya
emulación surgió esa obra nuestra “Don Segundo Som-
bra”, timbre de honor para nosotros.
4. Su asistencia a una reunión el día viernes 4 y otra el
martes 8 del corriente, para ultimar los detalles de asis-

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tencia al entierro y designación de compañeros que ha-
brán de tomar la palabra en el acto, reunión a efec-
tuarse en el local de “Martín Fierro” de 6 a 8 p.m. Por
lo menos se le ruega su asistencia a una cualquiera de
estas reuniones, en vísperas de la llegada de los restos.

Como un acto de solidaridad intelectual, de humanita-


rismo, pido a Ud. que ponga el mayor interés y entusiasmo
en esta tarea que le requiere “Martín Fierro”, a quien dan
ejemplo de simpatía y admiración hacia Güiraldes los más
brillantes escritores franceses, ya que no los argentinos.

Saluda a Ud. con su invariable amistad y toda simpa-


tía su affmo. y S.S.

7
MARTÍN FIERRO
Periódico quincenal de arte y crítica libre
Dirección y Administración:
Tucumán 612, 3º. Buenos Aires, R.A.*

Noviembre 12 de 1927

Señora
Adelaida del Carril de Güiraldes

Distinguida señora:
A la que fue la amantísima compañera, la alentadora
incesante, la colaboradora silenciosa, la creyente imper-
turbable en el genio de Ricardo Güiraldes, los que fuimos
sus amigos y camaradas de “Martín Fierro”, los que en los
últimos años le vimos animarse al contacto de la confianza
que en su talento y su obra comenzaba a demostrarle la
juventud, hasta que él quiso superarse y satisfizo esa con-
fianza con el admirable “Don Segundo Sombra”, sus ami-
gos de las horas de lucha y las primeras horas de su pre-
gusto de gloria, tan merecida, deseamos hacerle llegar, hoy
que Ud. nos devuelve a la tierra su compañero sin vida, la
expresión de nuestro más profundo pesar.
En esta ocasión, además le afirmamos que sabremos
cumplir con nuestro deber de solidaridad intelectual, hon-
rando como se debe la memoria de su esposo, nuestro ilus-
tre amigo.
Saludamos a Ud. con nuestra mayor consideración.

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* [Publicada tambien en “Martín Fierro” (Num. 44-45) 31-VIII/15-
XI-1927, artículo “Martín Fierro” y Güiraldes. Ver edición facsimilar,
Fondo Nacional de las Artes, pag. 376, donde contiene las siguientes
firmas: Alberto Prebisch, Evar Méndez, Pablo Rojas Paz, Jorge Luis
Borges, Leopoldo Marechal, Raúl Scalabrini Ortiz, Francisco Luis
Bernárdez, Ricardo E. Molinari, A. Xul Solar, Emilio Pettoruti,
Leopoldo Hurtado, Norah Lange, Nicolás Olivari, Guillermo de Torre,
Ulises Petit de Murat, Francisco A. Palomar, Pedro V. Blake].

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MARTÍN FIERRO
Periódico quincenal de arte y crítica libre
Dirección y Administración
Tucumán 612, 3º. Buenos Aires. R.A.*

Noviembre 12, 1927

Señor
Don Manuel J. Güiraldes

Estimado Señor:
Los que fuimos con su hijo, Ricardo Güiraldes, com-
pañeros de lucha por una renovación estética, literaria y
artística en el país, por puro amor al progreso y la cultura
nacional, y que vimos encarnarse en él gran parte de las
aspiraciones comunes, cuyo ejemplo nos fortalecía, y en
quien admiramos el sostenido impulso de creación origi-
nal a despecho de la indiferencia o el desaire de sus con-
temporáneos, su inquebrantable honradez intelectual, su
profunda fe en nuestro pueblo y nuestra tierra que en su
magnífica obra final supo interpretar con tan alta poesía
hasta constituir con ella el pedestal de su propio monu-
mento: sus camaradas del periódico y los amigos de “Mar-
tín Fierro” que lo contó en sus filas desde el primer instan-
te, en esta tristísima ocasión en que Europa nos devuelve
su cuerpo sin vida deseamos hacer llegar al varón intacha-
ble padre de tan bien templado varón, el testimonio de nues-
tro más profundo dolor por su pérdida: el designio de es-
perar sus restos y acompañarlos a su última morada, y el

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de honrar su memoria con un número especial del periódi-
co en el cual situarán la figura de Ricardo Güiraldes todos
los jóvenes escritores y cuantos fueron sus admiradores y
son los creyentes de su obra.

Saludamos a Ud. con la mayor consideración.

* [Publicada tambien en “Martín Fierro” (Num. 44-45) 31-VIII/15-


XI-1927, artículo “Martín Fierro” y Güiraldes. Ver edición facsimilar,
Fondo Nacional de las Artes, pag. 376, firmado por los mismos].

Autorretrato Ricardo Güiraldes, 1922

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Elogio de “Don Segundo Sombra”1

Martín Fierro es el alba más olorosa


a campo de nuestras letras.

Es, si se quiere, con “Facundo”, casi


toda la mañana mas genuina de campo,
alma y cielo argentinos.

Don Segundo Sombra, es la tarde


desde el alba; es la noche desde el alba,
más genuina y olorosa a campo argentino.

Más sincera y más honda en el


querer, en el padecer y en el soñar.

Don Segundo es una sombra que se


va hacia la noche en el poema y en la
realidad.

Viene del alba y de lo hondo de


las huellas pampeanas, envuelto en las “seis
penas” de su guitarra, andando el cansancio
de leguas infinitas.

¡Jinete heroico de trabajos y lejamás!

Viene del alba y de las agrestes soledades


–pampa, alma y cielo– para irse.

12
Para irse con las “seis penas” de su guitarra
hacia la noche del silencio y del olvido.

Don Segundo Sombra es la tarde


desde el alba; es la noche desde el alba,
más genuina y olorosa a campo argentino
de nuestras letras.

TOBÍAS BONESATTI BAHÍA BLANCA, 1927.


1
De “Espiral”, libro de motivos líricos, de próxima
aparición.

CARTA A LA MUJER

Qué pequeño me siento, mujer mía.


Inseguro me pienso de vivir tu afecto.
Una sonrisa bonachona he sido
en el alma grandota de Ricardo,
Todavía te acuerdas del criollo perfecto?
El estaba presente en nuestros sueños;
en nuestros sueños de vivir soñando,
en nuestros sueños de soñar viviendo.
Tu adolescencia quiso ser Rosaura.
Si eras huraña y complicada
como las capitales que tuvieron tu vida,
el libro de Güiraldes te abrió un camino al alma.
Y por ese camino nos fuimos a “Xaimaca”.

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Yo volqué mi ternura en Clara Ordóñez,
sabiendo que era nuestro el amor de los otros.
Tu veías la pampa en mis miradas
y yo en tus labios encontraba el trópico.
Así fue de alargada aquella dicha.
de Buenos Aires al cinturón del mundo.

Todo ha cambiado.
Tu cada día más lejos,
más distante de aquí y de mi recuerdo.
Y Ricardo se ha muerto.
El, que mereció mujer y amigo.
El, que fue un pedazo de todo mi entusiasmo.
Los has amado en mí, mujer querida?
Clara, Rosaura: lo has amado?

Rosaura, Clara:
que lástima te hayas ido,
tan bien que te quedaba mi cariño.

Ricardo:
que lástima que te hayas muerto,
tan bien que te quedaba el mundo.

AUGUSTO MARIO DELFINO

En el Río de la Plata, Octubre 10 de 1927.

14
Corresponde a la portada diseñada por Alberto Güiraldes,
San Antonio de Areco, Francisco A. Colombo, editor, 1922.

15
Buenos Aires, 29-XII-1927.

Querido Evar Méndez:


Le notifico, por escrito, mis nuevas señas que le di
telefónicamente. Y adonde le agradecería me verificase ese
Nº de “Nouvs. Letts”. Con “Une heure avec Montherland”.
Estoy haciendo el artículo sobre Güiraldes, para Martín
Fierro.
Cordialmente, Guillermo De Torre

La Calera, Octubre 12-1927


Sr. Evar Méndez:
Estimado Director:
Ahí le envío un trabajo que la muerte lamentada de
Ricardo Güiraldes, me ha inspirado.
Para mí no tiene otro valor, que el de la sinceridad;
quizás Ud. Le encuentre algo más y vea la publicación; si
le parece malo, mandándomelo, porque es la única copia
que tengo; total, uno más, para mi archivo...!
Sin otro particular, soy siempre el amigo de Martín
Fierro.
Atte. S.S.

RAFAEL GIJENA VAN MARCKE

Nota: ¿Podré considerar como una aceptación su silencio?


Vale.

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EVOCACIÓN EN HOMENAJE A GÜIRALDES

Allí donde la pampa se ama con el cielo


y la serenidad es el viento.

En ese confín donde tantas veces los ojos de los


hombres, disputaron al alba una preminencia
y abrevaron emoción en los pincelazos
del último sol.

Allí donde el bastidor es extremadamente azul


y la paz es el aire,
está un hombre,
y

llega otro hombre.


(los dos son gauchos)

–¡Fierro!
–¡Sombra!
–El mismo, como sabe?
–Lo esperaba amigo; no podía demorar. En la época
de mis correrías Ud. era ya mocito; calcule pues si andaba
rumbeado.
–Después? No se acuerda Ud.? nos supimos encontrar;
me pidió Ud. unos consejos; yo era ya viejo y pensaba en el
descanso y le di un atadito, con mis últimas experiencias.
–Le tenía fe al mozo; yo no sé... quizás por instinto, y
yo nunca me había equivocado.
–Así decían por allá con lo que me dio y todo lo suyo que
brotaba en la pampa como fruto de la tierra y en el pecho de

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los pocos que le quedaban al llano como troncos viejos, re-
verdecidos con sus sentencias y en el refugio que abrió la
soledad del paisano: los boliches; me fui haciendo digno, sí,
digno de Ud. Yo era gaucho debí haber brotado un día, como
un árbol, en la pampa, por eso le di mi ternura de hijo; y
empecé a sentirlo a Ud., mi padre. También me encontré solo;
más solo que Ud. Fierro. Mis últimos años fueron desolados
como la llanura nuestra, la de entonces, amigo porque ahora...
–Yo pude quedarme otro tiempo allá; pero para que? Si
algunas veces tuve el orgullo de sentirme rey, me avergoncé
ya viejo, de ser un rey sin súbditos; la pampa y mi potro, los
únicos que me quedaban, ya los sentía acabarse... Y pensé
en otra pampa, aunque no fuera rey me acordé de Ud. Don
Martín... Cuántas veces, en el descanso de los arreos, echa-
do panza abajo sobre los copinillos, la cabeza en la horqueta
de las manos, los codos en la almohada de los pastos, se me
iba el sueño corriendo hasta donde el pasto debía hacerle
cosquillas al cielo y alargaba mi mano, inconsciente, como
en el deseo infinito de palpar una emoción, la emoción nue-
va que sentía de otra pampa, más grande y más lindamente
triste que esa de nuestra vida de reseros. Ya vé Don Martín,
me ha tocado el turno; ahora vengo a hacerle compañía.
–Falta me estaba haciendo Don Segundo y de esas
novedades de mis pagos, que parece lo han entristecido,
hasta hacerle a su nombre, también.
–Así es, mejor amigo; nosotros hijos de la pampa, que
hicimos del miedo, el incentivo de nuestro coraje, hemos
criado cola, para que el progreso, nos diera la patada, como
al perro sin dueño y salir con el rabo entre las piernas,
convencidos de nuestra inutilidad, de que estorbamos.
–Triste, amigo Sombra, triste pero cierto; pero todo tie-
ne justificación; aunque los hombres han inventado para su

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comodidad, una palabra, que la meten en todos los lados y
lo explica todo: la ley, y esta debe ser la ley devolución, que
le oí decir las otras tardes al gaucho Ameghino; se andaba
paseando solo y hablaba en voz alta. A veces me sabe venir
a acompañar para los amargos.
–Yo no le he buscado razones Don Martín; me bastó, la
única de sentirme un día, más solo y más inútil que nunca
para venirme mi único afecto se acabo con un amigo perdi-
do… también el progreso, debe haber sido, era guacho el
pobre y me quiso como a mi padre. Yo no hice más que
corresponderle era mi esperanza. ¡La esperanza de la pam-
pa! Cuando se despidió, nuestra última carta estaba jugada...y
habíamos perdido la partida Se fue para su vida aunque su
vida estaba en la pampa ¡Si lo sabía él! Era gaucho; en su
corazón debía escucharse el zumbido del pampero…
–Él debió comprender, que esa despedida, significaba más
que una separación. Él, yéndose, era la vida que avanza. Yo,
Sombra borrándome con el día, como un crepúsculo era un
epílogo; el epílogo de una tradición que se acaba; el final de
la novela gaucha... Ricardo Güiraldes, así lo bautizaron des-
pués. Ahora me sentaré a esperarlo, hasta que vuelva; ese
mundo le debe haber quedado estrecho; su Alma nutrida de
llano y de espacio infinito ha de sentir la asfixia de un encie-
rro y va a venir sólo ¡él mismo! Siguiendo mi huella, va a
venir como yo, campeando horizontes, para estos pagos, abier-
tos como otra pampa, dilatada grande, infinita… Vendrá bus-
cando el puesto entre los suyos jinete con el potro celoso de
otrora. Llegará a la vida que el hubiera querido vivir tendida
como un poncho en el campo abierto; la vida de su alma, su
alma hecha de pampa y de cielo; el alma del gaucho.
RAFAEL GIJENA VAN MARCKE

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ÚLTIMO POEMA A RICARDO GÜIRALDES

para Martín Fierro

Eras tan sabio que contigo nació o murió la palabra.


Eras tan bueno que contigo nacieron y murieron
los crepúsculos tiernos.

Yo era joven y tenía los ojos llenos de Rusia.


Recién nacidos al mundo y arañados de panoramas extran-
jeros.
Tu los vaciaste y los llenastes de Pampa.
Tu corazón de grande no cabía en la Pampa.
Tu casa estaba a unos metros tan solo de la Pampa.

Ayer ha muerto Don Segundo Sombra.


Los arados están a media asta.
El cielo está a medio horizonte
y a media vidalita la guitarra.

Inútil que volvamos al resplandor del hueco de tus manos


a la digna mansedumbre de tus ojos aindiados
de tanto barajar los horizontes de tu Patria y la mía tan
querida.
Pero estás en nosotros repartido como la luz del sol está en
el mundo.
Inútil que pronuncien tu nombre los que ayer vapulearon tu
talento,
Tu nombre que se atrevió a romper un silencio de cretinos
perfumándolo y santificándolo.

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Tu eres de nosotros como lo es la tierra florecida
y la ciudad que tu también amabas lanceando el cielo
con sus enormes edificios –Sólo tu corazón era tan alto.

Cuando cantabas con la guitarra


lindo jilguero pampeano
un crespón para la guitarra
y la canción a media mano.
Yo, poeta de Buenos Aires
ordeno que se haga el ocaso
sobre la ciudad y que nadie
pretenda modular un canto.

Al canto lo llevó a la muerte


el gaucho Ricardo Güiraldes!

Inútil que volvamos a golpear en tu pecho luminoso.


RAÚL GONZÁLEZ TUÑON

Tapa del libro “Don Segundo Sombra”


Editorial Proa, B. A. 1926

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“DON SEGUNDO SOMBRA”

Después del Vizconde de Lascano Tegui y de An-


drés Chabrillón, se descubre en 1915 Ricardo Güiral-
des con “El Cencerro de Cristal”, y contribuye con
modo más firme a asentar el reinante comienzo reno-
vador, ya que llegaba de Europa notablemente interio-
rizado de las últimas expresiones literarias, desde el
cubismo hasta el ultraísmo. Güiraldes, es quien ya está
personificando el principio evolutivo que dió ambien-
te a esta época, después de “Rosaura”, “Raucho” y
“Xaimaca”, creó el más vivo relato argentino, “Don
Segundo Sombra”, en el que se afirma cultor de vidas
arraigadas y torturado penetrador de la pampa (No he
podido olvidarme del tipo ruso al leer “Don Segun-
do”. Y esto quizás se explique porque uno y otro apren-
dieron a sobrellevar el sufrimiento que da la extensión
y la soledad. Lo cual no quita que sean distintos, tanto
como la pampa y la estepa. Aquél es múltiple hasta la
nerviosidad irritable; éste, reposado, aumenta su tran-
quilidad intensa y angustiosa con la contemplación de
la pampa).

Güiraldes señala, con toda la verdad, que el tipo ar-


gentino se define. Su última obra es un libro estable, y
como tal, define un estado natural. Del alma de “Don
Segundo Sombra” parte una filosofía sólida y verosí-
mil, producto de un ambiente extenso. La mirada de su
ahijado acusa tenazmente la claridad que ha de alcanzar

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en lo por venir, con su raigambre de verdades. Uno in-
funde la enseñanza real, como los maestros griegos, que
fueron los más humanos: y otro hace aprovechamiento
de tales beneficios para adquirir la conducta de un hom-
bre que puede llegar a una sabiduría. Don Segundo tie-
ne el perfil neto de los hombres seguros. Su vivacidad
alcanza las nubes y su silencio un tono inmortal. El fon-
do apenas romántico del muchacho, restringido por el
golpeteo de la realidad, lo presenta en dirección hacia
la belleza, cuando entrevé una vida estudiosa, como com-
pensación de tanta dureza.

El arte de Ricardo Güiraldes es interpretación de


vida interior, de esa vida íntima de un pueblo con la
evidencia de sus angustias y de su filosofía; de un pue-
blo atravesador de llanuras, que menosprecia frivolida-
des para tener la seguridad de poder alcanzar un estado
de conciencia. Si “Martín Fierro” enseña el alma impre-
cisa e inestable del argentino que comenzaba a conocer
su independencia, “Don Segundo Sombra” la presenta
depurada y definidamente humana.

ANTONIO GULLO

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PARA RICARDO GÜIRALDES EN SU MUERTE

Ricardo Güiraldes ha muerto, pero la costumbre del


olvido no será para su nombre.

Acaso, allí arriba, como habrá de suceder con los es-


píritus selectos, el cielo no le será queja, sino el mejor y el
último triunfo. Aquí abajo, meditamos en la grandeza de
su obra, y sabemos que la muerte adelantó con clara injus-
ticia, su golpe de silencio, sobre esa vida tan amplia para
la belleza.
Con su muerte, no se realiza el olvido. Más bien, todo
Buenos Aires ha despertado a esa especie de anhelo espiri-
tual por conocerle mejor.

Su obra tiene el cariño de las cosas realizadas por ca-


riño y no por actuación. Se advierte todo el llamado de la
tierra estrujado entre sus manos y luego vertido en frases
que sacuden su enorme fuerza sobre las páginas de “Don
Segundo Sombra”.

Como siempre, el silencio descendió a sus ojos, cuan-


do el mundo llegaba a saberlo suyo. Acaso sea la muerte el
sueño que Dios reserva para los que ya sienten en sí el
anhelo realizado.

Si es así, Ricardo Güiraldes no merece ninguna triste-


za, ninguna dulzura de lágrimas en señal de pesar en algu-
na soledad secreta.

24
Su obra pasará de una mano a otra, como pasan las
caricias.

Lo sabremos escuchando cada esfuerzo, mientras


aguardamos la aclaración: de tanto horizonte incierto.

Nuestra admiración, callada de golpe, porque se hizo


enorme, nos será camino, camino difícil y tal vez inaccesi-
ble para quienes no saben ver más allá de la espera.

Ayer teníamos su nombre: Ricardo Güiraldes. Hoy po-


seemos su muerte, y entonces, su nombre, como toda sabidu-
ría realizada en el dolor, no se hallará nunca en el olvido...

NORAH LANGE

25
EPITAFIO A RICARDO GÜIRALDES

Su amistad dio la sombra de un árbol.


El elogio no fue costumbre en su boca sino perfume
de su corazón, y generosidad más corriente que el agua,
más pura que el agua también.
En los días de inevitable desesperanza, o cuando el
azar de la lucha nos tornó violentos, su figura tuvo entre
nosotros una seguridad de planta que sabe su destino: por
eso su figura terminaba en sonrisa, como la planta se ter-
mina en flor.
Conoció todos los registros de la vida: amó, sufrió,
agrandó así su tamaño de hombre.
Y dijo su amor y su pena; y el tamaño de su voz era su
tamaño de hombre; y ésta fue su grandeza.
Amado de la Gloria, llegó tarde a la cita; porque siem-
pre llegan tarde los muy amados.
Es un ejemplo que colocamos, arriba, sobre nuestras
cabezas.
Que tales cosas digan sobre nosotros, si algún día lo
merecemos.

LEOPOLDO MARECHAL

26
EN LA ETERNIDAD DE GÜIRALDES

Luz feliz hoy lo guarda de mundo al afectuoso.


A este del fuerte abrazo y brújula en la estima.
Estaba en sus palabras y era el último
para tomar de voces compañeras.
Desde su vida al cielo no anduvo mucha andanza.
El mejor de su pampa lo recuerda este poema.
Ahora restañamos dulzura de su herida
y de su herida estrella claridad restañamos.
Muerto de horas trabaja con afectos lejanos
y su felicidad sube las primaveras
sobre estos campos que lo rememoran
mirándose en un canto
cuando el llano se olvida de la luz
y algún pájaro empieza la tristeza...
Esto, en la tarde que anda deshecha en los juncales.

Seña de eternidad
cierta en su vida más que en esta imagen.
Ya se ha vuelto un virtuoso del espérame
como luna en las aguas y brisa de la sombra.
Ahora he visto un ángel tejiendo la mañana
para sus campos de pasión aislada.
Un reflejo de patria entra en su sueño...
Orbitas de ternura describiendo
lunas aventureras lo acompañan.
Con su emoción regula
el destino suspenso de las aves
y la constancia lenta de las flores.

27
Una estrella insistente sobre el llano
hoy es su explicación y comentario.

Una música criolla se andaba por las calles


de la ciudad porteña,
cantar de bebedores clareaba las tabernas,
y era la medianoche de los poetas
y el brazo que se ataba de amistad,
y era el habla velada por el júbilo.
Él, amistoso, estábase
con la mirada grande, con la vehemencia próxima
como yo de mi sombra.

Para historiar su pecho de tiernas perdiciones,


los acontecimientos que pasan por su voz,
y el alma retirada como un alma,
viene un fulgor adicto a sus pupilas.
Todo lo que se apega al corazón de alguno,
letra ardiente o silencio de este mundo,
lo adivinan tal vez, y lo conmueven...
Y este verso lo busca por los cielos.
Nada nos aumentara de claridad como esa
indolencia luciente. Perdido en tanto amor
es ámbito de prados, cruz de llama. Alabanzas
lo representan por la bella vida.
Ardan estas palabras en su honor.

CARLOS MASTRONARDI

28
GÜIRALDES

Quede para otras plumas más sancionadas que la mía,


el espacio que me ofrecieron, sino en su totalidad, en par-
te, y sea por ello más agregado el elogio de Ricardo Güi-
raldes, ya que su descubrimiento sería tardío.

Yo no tuve la suerte de intimar con él. Diferencias de


grupo... Pero hoy deseo dar forma a esa simpatía que se
volcaba de su ser. Y dejo confesado: la noticia de su muer-
te me apesadumbró como hasta ahora la de escritor algu-
no. Y aquí, ya me he quedado inhábil. Todo lo dirá mejor
el compañero que me sigue...

RICARDO E. MOLINARI

LA REVISTA DE MÚSICA

Noviembre 17, 1927

Mi querido Evar,
Le envío dos carillas a máquina para el número de
Ricardo Güiraldes. Es todo lo que mi tristeza pudo tradu-
cir en letra.
Salud, Nicolás Olivari.

Nota: (Las dos carillas no estaban).

29
“DON SEGUNDO SOMBRA”,
de Güiraldes

En vano encontraríamos en la novela argentina, un


ensayo tan aproximado a la realidad del campo, como “Don
Segundo Sombra” de Ricardo Güiraldes. Las tentativas
más o menos acertadas de Benito Lynch (en Raquela, hay
una descripción nunca bien alabada de un incendio en el
campo) no llegan a satisfacer la plenitud de visión esceno-
gráfica que tenemos derecho a exigir de un novelista ca-
bal. El valor de un más ó menos es todavía un valor, en la
tabla de la aproximación crítica y nadie nos puede negar el
derecho de reclamar una realización integral, alejada en
un todo de medias tintas.

El campo no es un panorama de compleja e intrincada


visualidad; su vasta extensión, limitada por horizontes ja-
lonados, ofrece cuatro ó cinco motivos de una monótona
uniformidad; los mismos cielos sobre los mismos ranchos,
el mate, la china y la guitarra. Sacar de ahí variedad es
empresa difícil: por eso el buen catador debe buscar el de-
sarrollo en intensidad; el drama debe estar puesto en la
crudeza de esa vida insosegada de los reseros, en el cho-
que brusco de los potros y en el coraje quisquilloso que
sale a relucir en la punta de los facones. Creo que Ricardo
Güiraldes ha sabido verter con pocos y verdaderos episo-
dios la intensidad dramática del campo argentino. El ma-
yor mérito de su manera de novelar reside en esa unión de
conjunto que capta enseguida en la pobreza episódica del

30
campo. Nada de suntuosas decoraciones; un decorador en
el campo fracasaría y si es “rococó” como Enrique Larreta
su fracaso es más rotundo.

Basta comparar la vigorosa creación de Güiraldes, con


la endeble y fofa arquitectura de ese novelón de “Zogoibi”.
Larreta no ha hecho más que trasplantar andamios de arqui-
tectura colonial, a un ambiente de palo á pique. Güiraldes,
en cambio, no pretende que narraciones llenas de sabion-
dez, correrse al siglo XVI español para enriquecer con un
lenguaje erudito las conversaciones parcas y densivas de la
gente del campo, pone en la boca de sus personajes la mane-
ra propia de cada cual, no injerta en un ambiente rural falsos
actores desarraigados en el medio, que vivan con el pensa-
miento en otra parte y odiando la sagrada monotonía del
campo; se va en derechura a la claridad acogedora del cielo
argentino, describe la vida sencilla y natural de la estancia.
Los personajes de Enrique Larreta se parecen a los de Virgi-
lio, que imitando al rudo Teócrito, ponía en ellos una ele-
gancia y un refinamiento que a simple vista gritaban su cor-
tesanía, en su reciente escapada de los palacios de Augusto.

Las escenas violentas subyugan a Güiraldes. La pa-


sión brutal, el goce rápido, son estados de espíritu, en cuya
pintura se complace. Ya en “Raucho”, encontramos epi-
sodios fuertes, como el amor-posesión de Raucho joven,
por la chica a quien su madre explota en su provecho: son
estas escenas de un naturalismo crudo que espantarían a
un escritor refinado como Enrique Larreta, pero que en
Güiraldes están muy bien. No es Don Ricardo el hombre
de campo que aúna la cultura y la crudeza y que se hace
simpático por su manera franca, desprovista de doblez.

31
El episodio en que se revela “Don Segundo Sombra”
como hombre guapo es un ejemplo de la bizarría de Güi-
raldes para describir escenas fuertes, sobrias, sin el abuso
de lo patético.

En la pulpería “La Blanqueada”, Don Segundo Som-


bra da una prueba única de esa serenidad que es el acierto
del coraje gaucho, de esa tranquilidad inmutable que rige
con paciencia las bravatas del maula: “Don Segundo se
detuvo un momento en la puerta, mirando a diferentes par-
tes. Comprendí que estaba habituando sus ojos a lo más
oscuro, para no ser sorprendido. Después se dirigió hacia
su caballo caminando junto a la pared.

El tape Burgos salió de entre la sombra y creyendo


asegurar a su hombre tiróle una puñalada firme, a partir-
le en el corazón. Yo vi la hoja cortar la noche como un
fogonazo.

Don Segundo, con una rapidez inaudita, juntó el cuer-


po y el facón se quedó entre los ladrillos del muro con
nota de cencerro.

El tape Burgos dió para atrás dos pasos y esperó de


frente el encontronazo decisivo.

En el puño de Don Segundo relucía la hoja triangular


de una pequeña cuchilla. Don Segundo, cuya serenidad
no se habrá acertado, se agachó, recogió los pedazos de
acero roto y con su voz irónica dijo:

32
–Tome amigo y hágalo componer, que así tal vez no le
sirva ni pa carniar borregos”.

Segura serenidad criolla, que me recuerda un cuento


que oí una vez en el campo. Un paisano era molestado con-
tinuamente por otro, un poco chispeado, en presencia de
amigos de ambos, que contemplaban asombrados la sere-
nidad del agredido, que no contestaba los insultos de su
agresor. Al fin, después de un rato largo de insultos, el pai-
sano se dirigió a los testigos presenciales y les dijo solem-
nemente:
–Conste, que fue el finado el que me provocó.

Hay también en Güiraldes otras cualidades que lo des-


tacan como el mejor cantor en prosa del poema del campo.
La poesía de “Don Segundo Sombra” la encontramos en
las leyendas de “Dolores” y “Miseria”. Ahí en la narración
popular, zahumada de diablos y de brujas, hay un filón de
poesía que Güiraldes supo explotar en su provecho. Y, si
algo falta, para completar sus cualidades óptimas de narra-
dor, citaré, solamente la descripción de una batalla de can-
grejos, que no tiene nada que envidiar en intensidad dra-
mática a las famosas batallas de “La Ilíada”.

Un reparo único: “Don Segundo Sombra”, toda se


desarrolla hacia fuera, no hay ni un asomo de análisis inte-
rior, la descripción ocupa un lugar demasiado importante
en la obra y presenciamos su desenvolvimiento como una
cinta cinematográfica.
ILDEFONSO PEREDA VALDÉS

33
PARA ESTA AUSENCIA DE RICARDO

Tenía eso de parejo que es lo más difícil en la perfecta


hombría.

Se le iba el corazón en apretones de manos y miradas


y hasta en la voz enronquencida de sus últimas guitarras.

Por eso lo queríamos todos y lo nombrábamos herma-


no en el alma y Ricardo en los labios. Así fue en el vaso
compartido y la derecha amistad.

Se cuadró ante los otros y ante la eternidad y dicién-


dose Güiraldes escribió Don Segundo Sombra.

Seguramente para nombrar tarde que es víspera de


madura noche.
El mismo había dicho: Pregustación de muerte.

Sus ojos tristes desflecaron una cuantas rutas más (el


mar tiene algo de llano) antes de adormecerse.

Ahora el recuerdo es su presencia más clara.

La ausencia lo nombra en Dios.

ULISES PETIT DE MURAT (HIJO)

34
Queridísimo Evar:

Le remito la nota sobre Güiraldes, le ruego que le sa-


que todos los gringuismos y reciba Usted un fuerte apre-
tón de mano de su af. y dev.
LAMBERTI SORRENTINO

MERIDIANO DE BUENOS AIRES

Bajo este título “la Fiera Letteraria” la mas autorizada


y difundida publicación italiana de Literatura y Arte – del
27 Noviembre 1927, publicaba la siguiente nota de nues-
tro colaborador Lamberti Sorrentino.

Los restos de Ricardo Güiraldes, el gran escritor ar-


gentino muerto el mes pasado en Francia, en una villa de
Arcachon adonde se había retirado para combatir una atroz
enfermedad, han desembarcado en su patria, y descansan
en San Antonio de Areco.

El gobierno, los escritores, los artistas, el pueblo de


Argentina han podido rendir los extremos dignos homena-
jes al Señor de la Pampa, y el corazón de los jóvenes que
lo querían como a un hermano mayor, y lo veneraban como
a un símbolo de la más gloriosa tradición patria, se han
ensombrecido de una tristeza que el tiempo tardará en di-
sipar.

La noche antes de su muerte estábamos en la redac-


ción de “Martín Fierro” y hablábamos de él, hacíamos el

35
elogio de su “Don Segundo Sombra”, y Franco Ciarlanti-
ni aceptaba para los tipos de la Editorial Alpes la traduc-
ción italiana tan deseada por el autor de la obra que mu-
chos consideran la ola de aliento universal que haya pro-
ducido Sudamérica en los últimos tiempos.

Se me consienta un recuerdo personal. Cuando el año


pasado al terminar la lectura de una copia aun fresca de
tipografía de la novela escrita en el idioma que se habla en
la campaña argentina, con el corazón en tumulto, dije a
Güiraldes que intentaría traducir al italiano aquella prosa
descarnada y coloreada, impregnada de todo el sueño y
toda la soledad y toda la tristeza de la Pampa, sus ojos
negros y brillantes me fijaron con simpatía, y con su voz
intensa y su sonrisa paternal díjome que “Don Segundo”
merecía la versión en el idioma del gaucho Garibaldi.

–¿Comprenderán mi libro? ¿Y se podrá traducir?


–Trabajaremos juntos.

Era un niño grande. Con el gaucho que “llevaba aden-


tro sacramente como la custodia lleva la ostia”, tenía en sí
la juventud de su tierra e iba no maestro sino compañero
entre los jóvenes de las vanguardias literarias [dispusto],
él maduro a perdonar los excesos mas allá de los cuales
veía posibilidades de revelaciones puras. Sereno y altivo,
en su porte aristocrático revelaba algunas simplicidades
propias del hombre del campo.

36
Y en verdad la figura del Gaucho no podía en tiempo de
demolición encontrar más grande y puro artista que la injer-
tase con una novela genial a la sensibilidad moderna, asegu-
rando a la vida eterna de la obra de arte los elementos esen-
ciales de ambiente y de vida que, mestizo indioespañol, lo
generaron, y con el cambio de los cuales desaparece y se
convierte en leyenda, o, según la definición de argentinos
de hoy que viven en la ciudad, “en un estado de alma”.

La crítica ha colocado el “Don Segundo Sombra”,


como obra genuinamente argentina, al lado del “Martín
Fierro” de José Hernández y del tumultuoso “Facundo”
de Faustino Sarmiento.

Es la novela del niño que venciendo a si mismo y domi-


nando todas las adversidades se hace gaucho: en ella se re-
flejan con realismo humano a la manera de Gorki, con épica
de la naturaleza a la manera de Kipling, los elementos de la
vida en la Pampa antes que pululara de máquinas agrícolas
y Fords: indivisibilidad del caballo con el hombre, violencia
y fatalismo de primigenios instintos sanguinarios, lucha y
resignación, ocasos sin reflejos y fulmíneos como parpa-
deos, tristeza de canciones cuyo eco civilizado llegó a la
vieja Europa en la música de los tangos, y por fin la eterna
[malincolia] del horizonte oceánico, desesperadamente igual,
y que hace decir al Centauro Martín Fierro:

Pa’ mi la tierra es chica


Y podía ser mayor.
LAMBERTI SORRENTINO

37
UNA HERMOSA VIDA

“Las grandes vidas son deseos de juventud


realizadas en la edad madura”.
A. DE VIGNY

Mi lastimada simpatía elude la innecesaria delación


de méritos de la obra de Ricardo Güiraldes y me incita a
exaltar la perseverante dedicación que le permitió llegar a
realizarla.

No la obra; que se queda para siempre entre nosotros,


sino la vida que se nos fue es la que demanda las palabras
más altivas de mi elogio.

Su novela final es ya extraña al tiempo y a las perso-


nas y toda muy grande ponderación que se le adose debe
llevar un prudente corolario que, sin rebajar admiraciones,
detenga a los imitadores de profesión.

En cambio, la vida de Ricardo Güiraldes se alza entre


nosotros, con una repercusión más honda de inmediato es-
tímulo. Como el primer modelo digno de ser ofrecido a las
nuevas generaciones literarias. No me refiero a la Vida que
es un enfático relámpago entre dos noche, una pausa entre
dos infinitos, sino a la Vida que se disgrega cotidianamen-
te en requerimientos menudos pero susceptibles de torcer
las voluntades mejor definidas.
-o-

38
Un instante de campo argentino moría sin remisión
arrollado por el avance codicioso de las ciudades.

La conquista había terminado. El rescoldo del último


vivac languidecía bajo las cenizas y era preciso un manda-
to muy perentorio para reanimar transitoriamente la som-
bra sangrienta del último caudillo.

El campo estaba solitario. Los héroes, los gauchos y


los cuatreros habían emigrado. Hasta los indios, cansados
de tantas correrías, se acomodaban con humildad en las
vitrinas de los museos etnográficos y en los cuentos de
Ada Elflein.

La pampa bravía de la leyenda era sí una llanura man-


sa tendida sin dobleces frente al cielo en la actitud oferen-
te de una virgen.

Era una llanura fecunda, aún no dividida en predios,


que permanecía estéril, como una gran curiosidad sin deli-
mitar.

Era una llanura desteñida y triste que los primeros ex-


tranjeros espiaban con avidez, detenidos en su impulso por
el recuerdo de los fantasmas desterrados.

Un solo hombre habitaba esa tierra indecisa. En él se


resumían las tradiciones y se anudaban las nobles cualida-
des de una raza que todavía conjugamos en futuro. Pero

39
sojuzgado por el hechizo de los horizontes, ese hombre
con alma de viento tenía la bella inutilidad de un mito.

Los cuatro puntos cardinales guardaban la huella de


su paso. Se llamaba Don Segundo Sombra.

-o-

Fijar en una materia estable la escurridiza movilidad


de Don Segundo, enseñar el lenguaje de sus gestos disper-
sos en menesteres de vagancia, colorear su perfil sin relie-
ves, hacer amar a un hombre tan ausente de afectos, tal fue
la tarea cuya responsabilidad asumió Güiraldes, fiel a la
solicitud de sus fervores juveniles.

Su vida fue un largo y apasionado debate entre el tema


propuesto y los procedimientos de ejecución. Don Segun-
do era un ser algo desdibujado, sin manifestaciones exte-
riores, silencioso, difícil de captar en una definición.

Afloran en las obras anteriores de Güiraldes reflejos


de las tentaciones que debió salvar, y las influencias aje-
nas confiesan en imágenes aisladas o en sus modos cons-
tructivos las inclinaciones sucesivas de su inteligencia, en
la lucha de obstinada aproximación.

Varían sus maneras de decir, pero los temas permane-


cen invariables, orillando el contorno de su novela, recor-
tándola poco a poco con escenas camperas, anotaciones poe-

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máticas, croquis de temperamentos, narraciones, todos aho-
ra bien claros ejercicios y tanteos preparatorios de su traba-
jo final. “Xaimaca”, quizá imposición de aprendizaje, es su
única infidelidad.

Güiraldes desdeñó el éxito que, en disciplinas distan-


tes de su arte constructivo, le ofrecían los periódicos, y
que a él le hubiera sido fácil conquistar. Los cazadores de
oportunidades, adunados en sospechosos intercambios de
ditirambos, no comprendieron el sentido de su probidad.
Las atriciones tardías no excusan la malignidad de los que
pudieron constituir obstáculos insalvables. Felizmente, las
grandes vocaciones se satisfacen en su propia realización.
Restringido en los límites de revistas casi anónimas, al
margen de halagos personales, su constante superación, su
labor perseverante y su invariable honestidad intelectual,
al mismo tiempo que la figura de Don Segundo, forjaron
para sus días la unidad de una vida tan grande que noso-
tros no podemos divisarla en toda su amplitud.

¡Ojalá su ejemplo asista nuestros abatimientos!

R. SCALABRINI ORTIZ

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