Magallón Anaya
Magallón Anaya
Magallón Anaya
Extraido de:
http://www.cialc.unam.mx/pensamientoycultura/biblioteca
%20virtual/diccionario/index.htm
Presentaci�n
�ndice de T�rminos
El modo como hemos procedido para organizarlo podr�a describirse como sigue:
enlistamos
t�rminos que la propia experiencia de investigaci�n dentro de nuestras tradiciones
intelectuales nos han
se�alado como relevantes y reiterados, solicitamos a aquellos/as colegas que
trabajan en esas �reas que
los delimitaran, definieran y caracterizaran en un primer momento para examinar
luego con algo m�s de
detalle la peripecia del t�rmino, su g�nesis, c�mo fue inventado, adoptado-adaptado
o reconceptualizado
y hasta deformado. Finalmente, solicitamos una sugerencia bibliogr�fica que pudiera
servir para acceder
a las principales fuentes y para actualizar la discusi�n. En principio, no quisimos
que nadie se pusiera a
investigar para redactar el t�rmino a su cargo, sino que apelamos al conocimiento
ya adquirido sobre el
tema. En otras palabras, se ha tratado de compartir el resultado de investigaciones
largamente elaboradas
por los/as autores/as.
Los/as colaboradores/as han aceptado, con loable actitud, cooperar para una labor
com�n
efectuada en equipo y con m�stica de equipo a partir de la convicci�n de que el
trabajo excede a cualquier
investigador/a individual, por capaz que sea, y que compartir o socializar lo
investigado no s�lo beneficia
a los/as dem�s, sino al/la mismo/a investigador/a y enriquece la tarea com�n.
Integran este equipo
investigadores/as provenientes de diversas generaciones y tambi�n con muy distinto
grado de
experiencia y entrenamiento intelectual. Aqu�llos/as que tienen una larga y
prol�fica carrera acad�mica
han accedido a colaborar con j�venes que cuentan con todo el �mpetu de la edad y el
deseo de aprehender.
El conjunto muestra, me parece, un robusto entramado generacional con fortaleza
intelectual y con alto
rigor. Quiz� no sea exagerado advertir que estamos en presencia de una muestra del
vigor del esfuerzo
de reflexi�n filos�fica que se desarrolla en nuestro medio en este momento. Est�
dem�s se�alar que cada
autor/a se hace responsable de su texto y que sus opiniones no se asumen como del
conjunto de la obra.
Por supuesto, aqu� topamos con una primera dificultad que exige atenci�n de inicio.
Diccionario de
Filosof�a Latinoamericana... �qu� podr�a entenderse por tal? No es el lugar de
hacer una discusi�n
completa de todos los meandros que presenta esta cuesti�n tan peliaguda. Para los
fines presentes, apelo
a la bonhom�a del/la lector/a para se�alar con alto grado de provisoriedad (tanta
como el texto deje en
suspenso) que por tal hemos entendido la reflexi�n filos�fica elaborada con una
perspectiva
latinoamericanista expl�cita. Vale decir �para no trasladar sentidos no aclarados
de una palabra a otra�
la de aquel filosofar ocupado y preocupado por dar cuenta de la propia experiencia
hist�rica y cultural
situada en la realidad latinoamericana. Si se vale apelar a lo que me dicta mi
propia aproximaci�n: al
esfuerzo de pensar la realidad a partir de la propia historia cr�tica y
creativamente. Es esta tradici�n la
que hemos querido relevar aqu�. Lo cual no implica, por el momento, abrir o reabrir
ning�n juicio de
valor sobre toda otra forma de practicar la filosof�a en Nuestra Am�rica.
Entre los resultados no buscados pero sumamente apreciables se podr� advertir sobre
grupos
terminol�gicos obsoletos y que deber�an ser abandonados. Porque han dado ya de s�
lo que podr�an dar,
porque se han sobrecargado con sentidos y matices distorsionantes, porque quiz�
nunca tuvieron la
pertinencia que se les atribuy�. Hemos buscado afanosamente la cr�tica, pero no ha
sido posible
expresar�a adecuadamente en todos los casos.
En general, se ha tratado de remitir los t�rminos a los/as autores/as que los han
propuesto o
utilizado m�s frecuentemente. Esto no quiere decir que sean los/as �nicos/as en
ponerlos en circulaci�n,
pero s� los/as autores/as m�s relevantes en cuanto a los usos estudiados.
Esperamos que as� este primer resultado colectivo permita apreciar a la filosof�a
en su esfuerzo por
recoger la experiencia cultural espec�ficamente latinoamericana en la teor�a.
Estamos seguros de que
una difusi�n amplia de esta obra permitir� su enriquecimiento y su correcci�n
progresivos. Por ello,
gestionaremos tambi�n ediciones en otros idiomas: portugu�s, ingl�s, franc�s y
alem�n, adem�s de una
versi�n en CD Room.
(SMLCB)
A priori hist�rico
(SMLCB)
ALTERIDAD.
Este t�rmino se aplica al descubrimiento que el �yo� hace del �otro�, lo que hace
surgir una amplia gama de
im�genes del �otro, del �nosotros�, as� como visiones del �yo�. Tales im�genes, m�s
all� de m�ltiples diferencias,
coinciden todas en ser representaciones �m�s o menos inventadas� de gentes antes
insospechadas, radicalmente
diferentes, que viven en mundos distintos dentro del mismo planeta.
El hombre percibe su finitud, entre otras cosas, porque depende del encuentro con
lo otro, con lo que no es
�l. El yo en cuanto yo se topa con su vaciedad o falta de contenido. Sin contacto
con los objetos, con lo que se
enfrenta y opone, no pasar�a de ser una autorrealizaci�n vac�a que ser�a
ciertamente capaz de pensarse, pero a la
que tendr�amos que designar como un pensamiento vac�o. En esta perspectiva la
m�xima oposici�n se da en el
encuentro con el �otro�, que es la forma suprema y m�s apropiada de participaci�n
del hombre en lo otro, la
relaci�n �intersubjetiva� o �interpersonal�. El enorme influjo de la relaci�n
intersubjetiva en la formaci�n del yo
podr�a mostrarse en el fen�meno del lenguaje, la tradici�n, el trabajo, etc�tera.
Lo que nosotros hacemos a los otros
y �stos nos hacen a nosotros, eso es lo que somos.
(MASO)
AM�RICA
Desde el siglo XVI se usaron muchos top�nimos, algunos de utilidad local, que se
fueron generalizando
poco a poco: Tierra Firme, Paria, Caribana. Pedro M�rtir de Angler�a acu�� la
expresi�n Mundus Novus en sus
D�cadas, y en los croquis de Bartolom� Col�n y Alejandro Zorzi se us� Novo Mondo.
La palabra Am�rica fue propuesta por otros alemanes: el can�nigo impresor Gaultier
Ludd, el cart�grafo
Mart�n Waldseem�ller y el joven humanista y poeta Mat�as Ringman, todos ellos del
Gimnasio de Saint-Di� (o San
Deodato), quienes el 25 de abril de 1507 propusieron con �xito el nombre del
continente, en un c�lebre y raro
texto, la Cosmographiae Introductio cum quibusdam Geometriae ac Astronomiae
Princip�s ad eam rem
Necesariis; insuper quatuor Americi Vespucii Navigationes (Introducci�n con
aquellos principios de Geometr�a y
Astronom�a necesarios a este fin, adem�s de las cuatro navegaciones de Americo
Vespucci), peque�o folleto de
escasas 52 p�ginas y del que hoy existe un solo ejemplar, donde asentaron, al
reverso de la p�gina 15:
Ahora que estas (tres) partes de la tierra (Europa, Asia y �frica) han sido
verdadera y ampliamente descritas, como
en seguida se ver�, y que otra cuarta parte ha sido descubierta por Americum
Vesputium, no veo con qu� derecho
alguien podr�a negar que por su descubridor Americo, hombre de ingenio sagaz, se la
llame Amerigen o mejor
Americi que es como decir Americam, as� como Europa y Asia tomaron nombres de
mujeres.
Al margen izquierdo del folleto, en apostilla, se escribi� por vez primera, con la
actual ortograf�a espa�ola,
la palabra Am�rica, con tilde, nombre euf�nico y multilingual que facilit� su
r�pida difusi�n.
Tuvo tanto �xito este folleto, que la segunda edici�n hecha por el mismo Ludd
apareci� apenas cuatro
meses despu�s, el 29 de agosto del mismo a�o. Y en otras obras, como la publicada
en 1507, Speculum Orbis y en
el Globus Mundi Declaratio (1509, Strasburg), se llama al continente Am�rica, sin
dar mayores razones. La nueva
palabra fue acogida casi de inmediato por los sabios de la �poca, Stobnicza,
Sch�ner, Apianus, Boulenguer,
Leonardo da Vinci, etc.
A su vez la palabra Colombia fue recogida por Francisco de Miranda en 1806 y por
Sim�n Bol�var desde
1813, y se oficializ� en 1819 cuando fue creada la Rep�blica de Colombia. Desde sus
comienzos el uso de la
palabra Colombia tuvo una proyecci�n continental.
A mediados del siglo XIX se emplearon otros t�rminos, generalmente con intenci�n
pol�tica:
Hispanocolombia (J. M. Samper), Hispanoam�rica, Am�rica Espa�ola y, con mayor
�xito, Am�rica Latina (J. M.
Torres Caicedo).
(GVM)
AM�RICA LATINA.
. Es un neologismo que, como sustantivo compuesto alude a una parte del continente
americano; geogr�ficamente
comprende desde el R�o Bravo (M�xico) hasta la Tierra del Fuego, e incluye las
islas del Caribe. En el plano
sociopol�tico y cultural latinoamericanista esta expresi�n refiere a una entidad
aut�noma en relaci�n con la
Am�rica de habla inglesa (Sajona). Como acepci�n a esta definici�n, Arturo Ardao
dice que la expresi�n Am�rica
Latina designa al conjunto de las Am�ricas de lengua espa�ola, portuguesa y
francesa y ha pasado a ser la
preferente denominaci�n pol�tico-cultural de un continente, resultando subsidiaria
de ella la expresi�n Am�rica del
Sur o Sudam�rica y Am�rica Central o Centroam�rica.
Para llegar a la concepci�n que hoy se tiene sobre la idea y el nombre de Am�rica
Latina el tiempo ha
resultado considerable, pues en su etapa de gestaci�n se le denomin� de muchas
maneras. A este respecto, Ardao
anota que �la idea y el nombre de Am�rica Latina pasa por un proceso de g�nesis que
recorre las mismas tres
etapas que la idea y el nombre de Am�rica. En el caso de Am�rica lo constituy� el
descubrimiento; en el de
Am�rica Latina el proceso fue m�s lento y doloroso�.
Dado que se est� analizando el nombre de Am�rica Latina, s�lo se dice respecto de
Am�rica que este
t�rmino fue propuesto para designar al continente por el can�nigo impresor Gaultier
Ludd, el cart�grafo Mart�n
Waldsee M�ller y por el humanista y poeta Mat�as Ringman, los tres del Gimnasio de
San Deodato, el 25 de abril
de 1507, en un folleto de 52 p�ginas de nombre Introducci�n a aquellos principios
de Geometr�a y Astronom�a
necesarios a este fin, adem�s de las cuatro navegaciones de Am�rico Vespuccio.
(v�ase: Am�rica).
Como se anot� en la definici�n, el t�rmino Am�rica Latina s�lo se explica en su
origen, en relaci�n con la
Am�rica Sajona; aunque es prudente advertir que el t�rmino Am�rica Latina no surgi�
como nombre, sino
evolucion� primero como idea a partir del an�lisis de la latinidad. Ardao dice que
esta idea tiene dos grandes
acepciones: la primera �alude al orbe cultural del lat�n en tanto oper� como idioma
vivo en la antig�edad y
comienzos del Medioevo, con todas sus variantes internas desde la alta a la baja
latinidad�. En una segunda,
...alude al arte cultural generado por los idiomas llamados neolatinos o latinos a
secas, que surgen en la Europa
Medieval para expandirse, despu�s del Renacimiento por todos los continentes (...)
como su correspondiente
lengua ep�nima la primera es una latinidad muerta. Como sus correspondientes
lenguas de expresi�n y
significaci�n, tambi�n con todas sus variantes internas, desde las originarias
europeas a las ultramarinas, la
segunda es una latinidad viva pero no por ello deja de existir una estricta
continuidad hist�rica. (Ardao, 1965).
Esta segunda empez� a partir de un centro geogr�fico cubriendo �reas cada vez m�s
extensas, siendo la
primera, la joven Roma, le sigui� Italia, el Mediterr�neo, Europa y despu�s el
mundo, las cinco partes en �pocas
que abarcan desde la antig�edad hasta el siglo XX.
la primera idea �como idea� de una Am�rica Latina, debi� esperar a mediados del
siglo XIX para surgir. Fue as�
porque la idea matriz de una Europa Latina pese a mentar una realidad mucho m�s
antigua, fue s�lo en el mismo
siglo, en forma pr�cticamente simult�nea, que a su vez surgi�. Queremos decir que
fue entonces que por primera
vez se manifest� en su literal enunciaci�n, la idea de latinidad �en la moderna
acepci�n� y uso de concepto
historiogr�fico, a la vez que de categor�a de la filosof�a de la historia, de la
filosof�a de la cultura y hasta de la
filosof�a pol�tica (Ardao, 1993).
Con la cita anterior se puede decir que de haber existido la idea de latinidad en
y para nuestro continente no
se habr�a dejado de lado. De la misma manera que se ha rastreado a Tocqueville se
pueden hacer observaciones en
otro de los grandes viajeros que llegaron a la regi�n hispanoamericana: Alexander
von Humbolt (1769-1859), en su
obra Viajes a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. X, cap�tulo XXVI,
publicada en 1825 (p. 140),
hace referencia a Europa Latina, no as� a una Am�rica Latina:
Asimismo y s�lo para no dejar de lado al c�lebre Hegel (1770-1831), pues este
t�rmino parecer�a manco,
se puede observar que en su ya cl�sico: Lecciones sobre filosof�a de la historia
universal (producto de sus lecciones
dictadas entre 1822-1830) hace uso de los hombres de Am�rica refiri�ndose a �sta
como: �Nuevo Mundo�,
�Am�rica del Norte�, �Am�rica del Sur�, aunque s�lo fuese para dejarlos fuera de su
teor�a sobre la evoluci�n del
esp�ritu. En el citado texto dice: �Am�rica debe apartarse del suelo en que, hasta
hoy, se ha desarrollado la historia
universal. Lo que hasta ahora acontece aqu� no es m�s que el eco del viejo mundo y
el reflejo de ajena vida, (...)
Esta masa de esclavos se ha establecido junto a los germanos; pero este elemento
aun no figura en la serie de la
evoluci�n del esp�ritu y no necesitamos detenernos en �l�.
Abstracci�n hecha del lejano antecedente del franc�s Michel Chevalier, de 1836,
Torres Caicedo es, en
efecto, en cuanto hemos podido verificar, el hispanoamericano que con m�s temprana
conciencia de su porvenir
hist�rico, aplic� a nuestra Am�rica �en espa�ol� �el calificativo de latina�, para
repetir aqu� sus propias palabras
de 1875; aplicaci�n convertida r�pidamente por el mismo, en el nombre de Am�rica
Latina. S�lo que, tambi�n en
cuanto hemos podido verificar lo hizo por primera vez en 1856, no en 1851, como por
error �o acaso por errata
tipogr�fica� en aquellas mismas palabras se expresa.
Esta fecha se puede constatar si se analizan los escritos de Torres Caicedo entre
1851 y 1855, pues en estas
fecha utiliza Am�rica o Am�rica Espa�ola, incluso el 5 de junio de 1856 en su
art�culo �Agresiones de los Estados
Unidos� publicado en el Correo de Ultramar, expresa: �Jam�s se hab�a sentido con
m�s imperio que hoy la
necesidad de llevar a cabo el gran pensamiento de Bol�var: la confederaci�n de las
naciones de la Am�rica
Espa�ola�. En el mes de junio, motivado por las mismas razones que Caicedo, el
chileno Francisco Bilbao da un
paso m�s al hablar de la raza latinoamericana: �Hoy las guerrillas avanzadas
despiertan el Istmo... He ah� un
peligro. El que no lo vea, renuncie al porvenir. �Habr� tan poca conciencia de
nosotros mismos, tan poca fe en los
destinos de la raza latinoamericana?�. Empero, si bien en este escrito Bilbao
empieza a adjetivar a la raza de
nuestra Am�rica no da el paso definitivo. Y fue hasta el 26 de septiembre de 1856,
que en el poema titulado �Las
dos Am�ricas�, publicado en Venecia por Torres Caicedo, que en su primera estrofa,
parte IX, se lee: �La raza de
la Am�rica Latina al frente tiene la sajona raza�.
Esta reiterada menci�n del nombre de Am�rica Latina se hace en virtud de que a
partir de 1860 se extendi�
la falsa creencia de que la denominaci�n �Am�rica Latina� fue acu�ada por los
ide�logos de Napole�n III, con el
fin de justificar su intrusi�n en M�xico. En relaci�n con esto, Ardao anota: �Tal
equivocada creencia tiene por
fuente un estudio publicado en 1968 por el investigador norteamericano John L.
Phelan, bajo el t�tulo de
Panlatinismo, la intervenci�n francesa en M�xico y el origen de la idea de
Latinoam�rica�.
Se puede seguir buscando y rastreando el origen del nombre de Am�rica Latina; sin
embargo, para el
prop�sito del presente trabajo s�lo resta anotar que la primera etapa del nombre de
nuestra Am�rica se cierra en
1870, fecha en que la denominaci�n Am�rica Latina es aceptada por propios y
extra�os
Ardao, Arturo. Am�rica latina y la latinidad, UNAM-CCyDEL, M�xico, 1993. Ardao,
Arturo. �La idea de
la Magna Colombia de Miranda a Hostos�, en Ideas en torno de Latinoam�rica, vol. I,
UNAM-UDUAL, M�xico,
1986. G�mez Robledo, Antonio. Idea y experiencia de Am�rica, FCE, M�xico, 1958.
Hegel Wilhelm, Georg
Friederich. Lecciones sobre filosof�a de la historia universal, trad. Jos� Gaos, 4�
ed. Revista de Occidente, Madrid,
1974. Phelan L., John. �El origen de la idea Latinoam�rica�, en Ideas en tomo de
Latinoam�rica, vol. I, UNAM-
UDUAL, M�xico, 1986. Thierry, Agust�n. Consideraciones sobre la historia de
Francia, trad. Jos� Luis Romero,
Ed. Nova, Buenos Aires, 1974. Toqueville, Alexis de. La democracia en Am�rica, 2�
ed. FCE, 1963.
UNAM.Conciencia y autenticidad hist�rica. (Escritos en homenaje a Edmundo
O�Gorman), M�xico, 1968.
(IPP)
AMER�STICA.
(GVM)
ANAL�CTICO.
Desde esta perspectiva, el fil�sofo mismo es anal�ctico cuando asume una posici�n
�tica que le lleve a
descender del elitismo acad�mico para saber o�r la voz que viene desde la
exterioridad de la dominaci�n.
Asimismo, la adopci�n del enfoque anal�ctico marca para Dussel el inicio del
filosofar aut�ntico en
Am�rica Latina y un nuevo momento en la historia de la filosof�a mundial, en la
medida en que supera la imitaci�n
del pensamiento de la totalidad �que incluye a los cr�ticos europeos de la
dial�ctica�, para convertirse en
filosof�a de los pueblos pobres, en filosof�a de la liberaci�n humana.
(RGC)
ANALOG�A
En Am�rica Latina han habido intentos recientes de teorizar que toman como
vertebraci�n un paradigma
anal�gico del conocimiento. Tales han sido los argentinos Juan Carlos Scannone y
Enrique Dussel, el colombiano
Germ�n Marqu�nez Argote y el mexicano Mauricio Beuchot Puente. Tanto Scannone como
Dussel hablan de la
analog�a en forma anal�ctica, esto es, un m�todo que integra la analog�a tomista a
la dial�ctica, pero tratando de
superar la dial�ctica hegeliano-marxista e incluso la heideggeriana. Va m�s all� de
la dial�ctica de la totalidad,
hacia la consideraci�n de las diferencias particulares. De esta manera se podr� dar
lugar a las diferencias culturales
latinoamericanas y, sobre todo, liberar al pobre y oprimido. Ayudar� a romper las
hegemon�as, en las que hay
centro y periferia, descentr�ndolas para que haya relaciones m�s equitativas.
(V�ase: Anal�ctico).
(MBM)
ANARQUISMO
Aguirre B., Gonzalo. Ricardo Flores Mag�n. Antolog�a, UNAM, M�xico, 1972. Barret,
Rafael. �Mi
Anarquismo�, en Vi�as, David, Anarquistas en Am�rica Latina, Ed. Kat�n, M�xico,
1983. Cappeletti, Jos�
�ngel.Hechos y Figuras del Anarquismo Hispanoamericano, Ed. Madre Tierra, Madrid,
1990. Flores M. Enrique.
�Por qu� somos anarquistas�, en Frente al enemigo, Antorcha, M�xico, 1988. Ortiz
Castro, Ignacio. Pensamiento y
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
obra de Plotino C. Rhodakanaty, Tesis de licenciatura en Filosof�a, UNAM, M�xico,
1983. Rhodakanaty, C.
Plotino.�Regeneraci�n social�, en El Combate, (M�xico), n�m. 484, 8 de agosto 1877.
(IOC)
ANTIARIELISMO
. T�rmino derivado de la expresi�n sugerida por Arturo Ardao en 1977. Mito Anti-
Ariel. Tendencia te�rica que
consiste en realizar una interpretaci�n equivocada del Ariel de Jos� Enrique Rod�,
tergiversando el mensaje de esta
obra con diversosfines.
La expresi�n mito Anti-Ariel apareci� por primera vez en el texto: Del mito Ariel
al mito Anti-Ariel de
Arturo Ardao. La intenci�n de �ste es denunciar las lecturas (e interpretaciones)
m�ticas del Ariel de Rod� que han
sido realizadas por diversos autores (y constituyen una expresi�n del
antiarielismo). Para Ardao, el mito es una
�ficci�n imaginativa dinamizada por el sentimiento, a fin de orientar en alg�n
sentido las inteligencias y las
voluntades�. Es decir, el mito Anti-Ariel surge por motivos particulares y en
funci�n de objetivos espec�ficos,
dependiendo del autor. Se trata de una especie de manipulaci�n del Ariel, en la
cual la deformaci�n del sentido de
la obra sirve para afianzar las tesis del autor en cuesti�n.
En este sentido, cabe se�alar que las lecturas m�ticas del Ariel no aparecen como
estudios particulares
dedicados a la obra de Rod�. Al contrario, es en el contexto de estudios de la m�s
diversa �ndole donde se rese�a
elAriel y se proporciona una interpretaci�n tergiversada de su sentido y mensaje.
En este punto llegamos a lo que es la clave de b�veda del mito Anti-Ariel en todas
sus versiones: la equivocada
creencia de que para Rod� Am�rica Latina es Ariel o la residencia de Ariel o est�
representada o simbolizada por
Ariel; con el a�adido, a la vez, de que Ariel mismo, para Rod�, representa o
simboliza el sue�o o el ensue�o. Ello,
en contraste con Estados Unidos, ciertamente simbolizado en su obra por Calib�n,
desde que es en efecto, a su
juicio, �la encarnaci�n del verbo utilitario� (Ardao, 1968: 133).
As�, el mito Anti-Ariel tiene como caracter�stica m�s propia el sugerir que Rod�
quiso representar a
Am�rica Latina con la figura de Ariel, deseando indicar con ello una �naturaleza
espiritual� de nuestro Continente.
Tal desenfoque, largamente reiterado no s�lo por los antiarielistas, sino tambi�n
por muchos arielistas, se
origina en la b�sica incomprensi�n de esta circunstancia: la intenci�n de Rod� en
el Ariel se dirige primariamente a
combatir lo calibanesco �en el sentido que �l le daba� de Latinoam�rica, y s�lo
secundariamente, por lo que
ten�a de ejemplo paradigm�tico a la vez que de pernicioso modelo, lo calibanesco de
Norteam�rica (Ardao, 1968:
133).
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
De este modo, el antiarielismo consiste, concretamente, en una tergiversaci�n del
mensaje del Ariel de
Rod�, e incluso en una minusvaloraci�n de esta obra, motivada por una lectura
defectuosa o por una interpretaci�n
deficiente, la cual se inscribir�a dentro del conjunto que Ardao denomina mito
Anti-Ariel.
Ardao, Arturo. �Del mito Ariel al mito Anti-Ariel�, en Nuestra Am�rica Latina,
Ediciones de la Banda
Oriental, Montevideo, 1968. Rangel, Carlos. Del buen salvaje al buen
revolucionario, 1976. O�Gorman,
Edmundo.M�xico. El trauma de su historia, UNAM, M�xico, 1977.
(CLP)
ANTIUTOP�A Y ANARQUISMO MEXICANO
. Es la reacci�n, consciente o inconsciente, que tiene como objeto la conservaci�n
y reproducci�n del sistema
econ�mico-pol�tico-social. En su analog�a entre el campesino y el utopista, Flores
Mag�n, simult�neamente,
detecta la antiutop�a o contrautopia:
La tierra recibe con cari�o. El cerebro de las masas humanas reh�sa recibir los
ideales que en �l pone el sembrador.
La mala yerba, las malezas representadas por los ideales viejos, por las
preocupaciones, las tradiciones, los
prejuicios, han arraigado tanto, han profundizado sus ra�ces de tal modo y se han
entremezclado a tal grado, que no
es f�cil extirparlas sin resistencia, sin hacer sufrir al paciente. (Flores Mag�n,
1910: 18 y 19).
�Esas �malezas� son las diversas ideolog�as que hay en la sociedad y esa �mala
yerba� es la ideolog�a
dominante o superideolog�a? Podr�a aceptarse as�. Contra las ideolog�as y la �gran�
ideolog�a tendr� que
enfrentarse �la simiente-ideal� o la utop�a, en un medio de antemano desfavorable
para su sembrado, su cuidado y
cosecha. Y, si �la simiente-ideal est� dotada� de gran �vitalidad�, de �vigorosa
potencia� que logra �brotar�, las
malezas est�n ah� para aprovechar �los jugos�, las substancias ben�ficas, por ello
logran enraizar con mucho
trabajo �las ideas nuevas�.
Los ideales nuevos no arraigan f�cilmente, de ello habr� que estar consciente,
para asumir una actitud
realista. Ese realismo que hay en el pensamiento anarquista mexicano lo aleja de
caer en la ingenuidad; la
contrafuerza de la antiutop�a hace que la concretizaci�n de la utop�a sea relativa
y no absoluta; en este sentido,
podemos hablar de un relativismo ut�pico.
Esa antiutop�a: las diversas ideolog�as (las malezas) y esa gran ideolog�a (la
�mala yerba�) est�n plasmadas
en �las instituciones que son conservadoras�. Se manifiestan en �el cerebro de las
masas� que se resisten por lo
general a los nuevos ideales y por eso son �conservadoras� tambi�n; de tal manera,
hay una �actitud conservadora�
de la misma sociedad; as�, puede verse que antiutop�a es conservadurismo.
Para Flores Mag�n, el movimiento hist�rico de la sociedad siempre ha sido acci�n-
reacci�n, revoluci�n-
contrarrevoluci�n o utop�a-antiutop�a o bien utopistas-antiutopistas. La utop�a una
vez concretizada, con el tiempo,
se vuelve status quo (antiutop�a), el cual es defendido por �los hombres serios�
(antiutopistas) de ese momento
hist�rico; a tal antiutop�a emerge otra utop�a (con sus utopistas) cuestion�ndola y
present�ndola como alternativa
posible.... De tal modo, si la antiutop�a es conservaci�n, la utop�a es irrupci�n
que se torna conservaci�n o
antiutop�a... As�, Flores Mag�n afirma: �los hombres �serios� (antiutopistas) se
escandalizan al o�r nuestras
palabras; los timoratos y los hombres �serios� (antiutopistas) de ma�ana las
aplaudir�n...� (Flores Mag�n, 1910: 8).
Visto as�, la historia humana se mueve de modo dicot�mico: utop�a-antiutop�a; de
ah� que acepte la tesis de Carlos
Malato: �Todo hombre es a la vez el reaccionario de otro hombre y el revolucionario
de otro tambi�n� (Flores
Mag�n, 1889: 8).
Pueden existir simult�neamente varias utop�as, pero llega el momento en que sea
una la �representativa�,
por ser la que mejor plasme los intereses y aspiraciones de la gran mayor�a de la
poblaci�n (consenso), hasta
rechazar a la minor�a dominante. A esa acci�n �representativa� (utop�a) le surge
una reacci�n tambi�n
representativa (antiutop�a): �El miedo a lo desconocido entra con mucho en la
resistencia... a los ideales nuevos...�
implementada por la frase que �anda de boca en boca�: �vale m�s malo por conocido
que bueno por conocer�. Son
amargos los frutos de las viejas ideas (1910).
ANTROPOFAGIA
Metaf�ricamente, es al deglutir las formas del arte de Europa que estos escritores
brasile�os figuran su
pasado. El modernismo libera entonces de una manera aleg�rica una serie de datos
hist�ricos, sociales y �tnicos, en
forma de im�genes y s�mbolos que dan gran fuerza a sus obras y a su lenguaje. Como
se�ala Antonio Candido, en
el proceso antropof�gico existe un sentimiento de triunfo y de encuentro profundo
del mestizo que por un momento
rompe la ambig�edad fundamental: �de ser un pueblo latino, de herencia cultural
europea, pero �tnicamente
mestizo, situado en el tr�pico e influenciado por las culturas primitivas,
amerindias y africanas� (Candido, 1991:
220). Sin embargo, ese primer resultado de la antropofagia no deja de mantener un
alto grado de humor e iron�a
como lo ve Luiz Costa: �Associando agudeza e humor. 0 Manifiesto antrop�fago tem
como base uma quest�o
existencial: a de ajustar a experi�ncia brasielira da vida com a tradi��o que
heredamos. 0 problema era como
alcan��lo. Provavelmente, a quest�o encontra sua melhor formula��o na glosa
tropical da frase shakespeariana:
Tupi, or not tupi that is the question� (Costa, 1991: 26). (Asociando agudeza y
humor. El Manifiesto antrop�fago
tiene como base una cuesti�n existencial: la de ajustar la experiencia brasile�a de
la vida con una tradici�n que
heredamos. El problema era c�mo alcanzarlo. Probablemente, la cuesti�n encuentra su
mejor formulaci�n en la
glosa tropical de la frase schakesperiana: Tupi, or not tupi that is the question).
El hecho resulta de algo que tambi�n sucede, por ejemplo, en la obra de Lezama
Lima. Existe una
ingenuidad que se troca confianza en uno mismo, en el paisaje y en el pasado, el
cual se est� dispuesto a reconstruir
con plena certeza en su fuerza constitutiva presente. Oswald de Andrade escribi� en
su Manifiesto Antrop�fago:
�N�nca fomos catequizados. Vivemos atrav�s de um direito son�mbulo. Fizemos Cristo
nascer na Bahia. Ou em
Bel�m do Par�. (Nunca fuimos catequizados. Vivimos a trav�s de un derecho
son�mbulo. Hicimos nacer a Cristo
en Bah�a. 0 en Bel�m de Par�) y m�s adelante, �Contra as historias do homen que
come�am no Cabo Finisterre. 0
mundo n�o datado. N�o rubricado. Sem Napole�o. Sem C�sar�. (Contra las historias
del hombre que comienzan
en el Cabo Finisterra. El mundo no fechado. No firmado. Sin Napole�n. Sin C�sar).
Para de ah� pugnar por la
memoria propia, con la que se juega y se dispone a engullir todas las lenguas del
mundo. �Contra o mundo
revers�vel e as id�ias objetivadas. Cadaverizadas. 0 stop do pensamento que �
din�mico. 0 individuo v�tima do
sistema. Fonte das injusti�as cl�ssicas. Das injusti�as rom�nticas. E o
esquecimento das conquistas interiores�.
(Contra el mundo reversible y las ideas objetivadas. Cadaverizadas. El stop del
pensamiento que es din�mico. El
individuo v�ctima del sistema. Fuente de las injusticias cl�sicas. De las
injusticias rom�nticas. Y del olvido de las
conquistas interiores).
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
Andrade, Mario de. Macuna�ma, (la. ed. 1928), Biblioteca Ayacucho, Venezuela, 1979.
0 movimento
modernista, Casa do Estudante do Brasil, R�o de Janeiro, 1942. Andrade, Oswald de.
�Manifiesto Antrop�fago�
(1a. ed, Maio de 1928), en Revista de Antropofagia, S�o Paulo, Ponta de langa,
1945. Obras Completas, t.V,
Editora Civilizac�o Brasileira, R�o de Janeiro, 1971. Bopp, Raul. Movimentos
modernistas no Brasil, Livr. S. Jos�,
R�o de Janeiro, 1966. Candido, Antonio. �Literatura y cultura de 1900 a 1945�, en
Cr�tica Radical, 1a. ed., 1950,
Biblioteca Ayacucho, Venezuela, 1991. Costa Lima, Luiz, �Antropof�gia e Controle do
Imaginario�, en Pensando
nos tropicos, Editora Rocco, Brasil, 1991. Gomes, Roberto. Cr�tica da raz�o
Tupiniquim, Criar edi��es, Ciritiba,
1986. Nunes, Benedito. �Antropof�gia ao Alcance de Todos�, en Andrade, Oswald de.
�Do Pau-Brasil et
Antropofagia e �s Utopias�, Obras Completas, t. VI, Editora Civilizacao Brasileira,
Brasil, 1978.
(COM)
ARIELISMO
. Derivado de la obra Ariel del pensador uruguayo Jos� Enrique Rod� (1871-1917). El
arielismo expresa una visi�n
idealista de la cultura latinoamericana como modelo de nobleza y elevaci�n
espiritual en contraposici�n a la
cultura de los Estados Unidos como ejemplo de sensualismo y groser�a materialista.
El arielismo rodoniano est�
fundado en una concepci�n elitista: la minor�a selecta de los mejores debe guiar a
la sociedad siguiendo un ideal
desinteresado, lo que redunda en una mayor unidad latinoamericana.
(HGAL)
ARRAIGO
Los t�rminos aludidos forman parte de las reflexiones que Reyes, como ensayista y
fil�sofo de la cultura,
dedica a los temas americanos, sobre todo en sus a�os de madurez y finales de 1930
a 1959.
Las �nicas leyes para crear algo realmente original �deben ser la seriedad del
trabajo� y �la sinceridad
frente a s� mismo�. Para Reyes, lo universal no implica el descastamiento o
desarraigo de lo nuestro. As�, el arraigo
a lo nacional no desemboca �en el pensar de Reyes� en un nacionalismo estrecho o
�jicarismo�. �Lo que yo
haga pertenece a mi tierra en el mismo grado en que yo le pertenezco. Nada m�s
equivocado que escribir en vista
de una idea preconcebida sobre lo que sea el esp�ritu nacional�.
Para Alfonso Reyes, las obras de arte, la filosof�a misma, no son coordenadas
geom�tricas destinadas a fijar
el domicilio de su creador. �Creer que s�lo es mexicano lo que expresa y
sistem�ticamente acent�a su aspecto
exterior del mexicanismo es una verdadera puerilidad�. De acuerdo con un
nacionalismo estrecho, en M�xico no
podr�amos trabar conocimiento con las matem�ticas, porque no hay una manera
mexicana de multiplicar el dos por
dos, ni puede sacarse otro producto que el universal de cuatro.
(GEV)
AUTONOM�A
Adam, Amderle. �Naci�n, etnia, clase: conceptos latinoamericanos del siglo XX�, en
Revista de Historia de
las Ideas, n�m. 11 / 12, Segunda �poca, Quito, pp. 11-18, 1991-1992. Arico, Jos�.
Mari�tegui y los or�genes del
marxismo latinoamericano, M�xico, Siglo XXI Editores (Cuadernos de pasado y
presente n�m. 60). Barre, Marie-
Chantal. Ideolog�as indigenistas y movimientos indios, Siglo XXI, M�xico, 1983; �La
presencia ind�gena en los
procesos sociopol�ticos contempor�neos de Centroam�rica�, en Nueva Antropolog�a,
n�m. 37, M�xico, abril, pp.
107-127, 1990. Bonfil Batalla, Guillermo. �El concepto de indio en Am�rica: una
categor�a de la situaci�n
colonial�, en Anales de Antropolog�a, M�xico, UNAM, vol. IX, pp. 105-124, 197 1;
idem. (comp.). Utop�a y
revoluci�n. El pensamiento pol�tico y contempor�neo de los indios en Am�rica
Latina, M�xico, Editorial Nueva
Imagen, 1988; idem. M�xico profundo, M�xico, Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes, 1989. Breton, R. Les
etnies, Par�s, PUF, 1981. Brise�o, Juan. �La organizaci�n comunal y la lucha por la
tierra�, en Papeles de la Casa
Chata, 5, M�xico, CIESAS, pp. 21-30, 1988. Coronado, Gabriela. �Formas de
comunalidad y resistencia
ling��stica�, en Papeles de la Casa Chata, 1, M�xico, CIESAS, pp. 25-37, 1986. D�az
Polanco, H�ctor. La cuesti�n
�tnico-nacional, M�xico, Editorial Fontamara, 1988; Autonom�a regional. La
autodeterminaci�n de los pueblos
indios, M�xico, Siglo XXI, 1991; (comp.). Etnia y naci�n en Am�rica Latina, M�xico,
Consejo Nacional para la
Cultura y las Artes, 1995; �Autonom�a, territorialidad y comunidad ind�gena.
Perspectivas del Estado multi�tnico
en M�xico�, en Democracia y Estado multi�tnico en Am�rica Latina, Pablo Gonz�lez
Casanova y Marcos Roitman
Rosenmann (coords.), M�xico, UNAM-ClICH y La Jornada Ediciones, pp. 139-175, 1996.
�Documentos de
Barbados, Declaraci�n de Barbados por la liberaci�n del ind�gena� (documento
mimeografiado en cuatro hojas, ha
sido publicado en diferentes lugares con ligeras variantes en la redacci�n), tomado
de La Quiebra Pol�tica de la
Antropolog�a Social en M�xico (antolog�a de una pol�mica), varios autores,
editores: Carlos Garc�a Mora y Andr�s
Medina, M�xico, UNAM, 1986, t. II, pp. 519-525, 1971; Declaraci�n de Barbados II,
en Bonfil B., G., Utop�a y...
Op. cit., pp. 413-416, 1977. Dom�nguez, Marcelino. �Poder comunal: instrumento de
autodesarrollo. Caso de
Cacalotepec Mixe, Oaxaca�, El medio milenio, 3, Oaxaca de Ju�rez, junio, pp. 27-34,
1988. D�az, Floriberto. �La
comunalidad: m�s all� de la democracia�, en Ojarasca, 13, M�xico, octubre, pp. 53-
57, 1992. Fontana, Josep.
�Estado, Naci�n e Identidad�, Barcelona (mimeo), 1996. Garc�a Mora, Carlos y Andr�s
Medina (eds.). La quiebra
pol�tica de la antropolog�a social en M�xico. II La polarizaci�n, M�xico, UNAM,
1986. Guerrero, Javier y Gilberto
L�pez y Rivas. �Las minor�as �tnicas como categor�a pol�tica de la cuesti�n
regional�, en Bolet�n de Antropolog�a
Americana, n�m. 5, pp. 35-49, M�xico, Instituto Panamericano de Geograf�a e
Historia, 1982. Medina, Andr�s. La
etnograf�a y la cuesti�n �tnico-nacional en Centroam�rica; una primera
aproximaci�n, Instituto de Investigaciones
Antropol�gicas-UNAM, 1993. Ord��ez Cifuentes, Jos� Emilio Rolando. �Etnicidad y
derechos humanos de los
pueblos indios�, en Cr�tica jur�dica, M�xico, Instituto de Investigaciones
Jur�dicas/UNAM, n�m. 14, pp. 57-91,
1995 A; �Conceptualizaciones jur�dicas en el Derecho Internacional P�blico moderno
y la Sociolog�a del derecho:
�indio�, �pueblo� y �minor�as��, en Cuadernos del Instituto de Investigaciones
Jur�dicas 3. Antropolog�a Jur�dica,
Instituto de Investigaciones Jur�dicas/UNAM, pp. 47-86, 1995 B; �La antropolog�a
cr�tica latinoamericana y las
propuestas del movimiento indio en torno a la cuesti�n �tnica nacional�, en
Cuadernos del Instituto de
Investigaciones Jur�dicas, V Jornadas Lascasianas. Etnicidad y Derecho, un di�logo
postergado entre los cient�ficos
sociales, M�xico, UNAM, pp. 87-122, 1996. Pe�a, Guillermo de la, �El empe�o
pluralista: la identidad colectiva y
la idea de naci�n en el pensamiento antropol�gico�, en Etnia y naci�n... D�az-
Polanco, H. (comp.), 1995. Op. cit.,
pp. 79-103, 1995. P�rez, Antonio. �Precisiones sobre el concepto de COMUNIDADES
IND�GENAS�, en Jornadas
sobre �comunidades ind�genas�, Madrid, Instituto de Humanidades y Comunicaci�n
�Miguel de Unamuno�, pp. 7-
15, 1996. Rend�n Monz�n, Juan Jos�. Introducci�n al estudio y desarrollo de la
resistencia india, Oaxaca, Casa de
la Cultura de Juchit�n, 1992. Ribeiro, Darcy. Fronteras ind�genas de la
civilizaci�n, M�xico, Siglo XXI, 1971;
Indianidades y venutop�as, Buenos Aires, Serie antropol�gicas, Ediciones El Sol,
CEHASS, 1988; �El indio y el
brasile�o�, en Democracia y Estado..., Gonz�lez C., P., y Roitman R. Coords. Op.
cit., p�gs. 237-257, 1996. Serna
Moreno, J. Jes�s Mar�a. �La cuesti�n �tnica en el Caribe Centroamericano, algunos
elementos para la discusi�n�,
en Cuadernos Americanos, n�m. 47, septiembre-octubre, pp. 130-148, 1994; �La
cuesti�n �tnica en la Am�rica
Central contempor�nea, visi�n general y el caso de la costa atl�ntica de
Nicaragua�, revista Quadrivium, UAEM,
junio, 1996. Solar, Jorge et al. Estado y naci�n, FLACSO, Guatemala, 1993.
Stavenhagen, Rodolfo. Derecho
ind�gena y derechos humanos en Am�rica Latina, El Colegio de M�xico/Instituto
Latinoamericano de Derechos
Humanos, 1988; �Comunidades �tnicas y Estados Modernos�, Am�rica Ind�gena, M�xico,
vol. XLIX, 1989; �Los
derechos ind�genas: algunos problemas conceptuales�, Nueva Antropolog�a, M�xico,
vol. XIII, n�m. 43,
noviembre, 1992; �Los derechos ind�genas: nuevo enfoque del sistema internacional�,
en Cuadernos del Instituto
de Investigaciones Jur�dicas 3. Antropolog�a Jur�dica, Instituto de Investigaciones
Jur�dicas/UNAM, pp. 87-119,
1995. Valencia, Enrique. �Indigenismo y etnodesarrollo�, en Anuario del Instituto
Indigenista Interamericano,
M�xico, p�g. 41, 1984; �Etnodesarrollo y perspectivas �tnicas�, en Cuadernos del
Instituto de Investigaciones
Jur�dicas 4. Etnicidad y Derecho, un di�logo postergado entre los cient�ficos
sociales, M�xico, Instituto de
Investigaciones Jur�dicas/UNAM, pp. 11-22, 1996. Villoro, Luis. Los grandes
momentos del indigenismo en
M�xico, M�xico, CIESAS, SEP, Lecturas mexicanos, 1987; �Los pueblos indios y el
derecho de autonom�a�,
Cuadernos del Instituto de Investigaciones Jur�dicas, a) Derecho Ind�gena, n�m. 4,
M�xico, UNAM, pp. 123-140,
1996. Zavaleta Mercado, Ren�. Lo nacional popular en Bolivia, M�xico, Siglo XXI
Editores, 1983.
(JMSM)
BOLIVARISMO
. Esta palabra establece una sutil distinci�n entre los bolivarianos, calidad
pasiva que, bien puede representar a los
habitantes de los actuales seis pa�ses liberados por Bol�var, como son Bolivia,
Colombia, Ecuador, Panam�, Per� y
Venezuela, o a los temas de investigaci�n o estudios relativos al Libertador. Por
otra parte, la palabra bolivaristas
califica a quienes han hecho del ideario y pensamiento de Bol�var un plan pol�tico
y una militancia integracionista.
(GUM)
BOVARISMO NACIONAL
El maestro Caso retorna la idea del bovariano de Jules de Gaultier, pero la hace
extensiva a los pueblos, a
sus leyes y a sus constituciones; as� lo vemos expresado en sus escritos como �El
conflicto interno de nuestra
democracia� (1913); �La doctrina de Wilson, sin Wilson� (1914); �Jacobinismo y
positivismo� (1915) y �El
bovarismo nacional� (1917). Caso descubre que los pueblos de nuestra Am�rica han
sido bovaristas, al igual que
otros pueblos. As� como el genio y el snob son dos bovaristas, lo son tambi�n
aquellos hombres que han logrado
modificar las condiciones de la historia para imponer a las masas sus sue�os. Los
d�biles, los ni�os, las mujeres,
los hombres, los h�roes, los m�rtires, todos, todos vamos imponiendo a la vida
nuestro ideal. �Los pueblos como
los individuos tambi�n son bovaristas. A veces piensan que son diversos de como son
en realidad. Pero si se creen
libres llegar�n a serlo alg�n d�a... La vida es, en suma, m�s tolerable con
bovarismo que sin �l. Constre�idos en
nuestra individualidad, nos devorar�a la desesperaci�n de no salir nunca de nuestra
propia miseria� (Caso, 1976:
70).
El bovarismo es bueno pero insuficiente. Hay que ir m�s all� del bovarismo, del
so�ar, del vivir dentro de
los sue�os. Por desgracia, la historia de M�xico y de Hispanoam�rica es la historia
de un infecundo bovarismo
nacional.
Caso, Antonio. �El bovarismo de la ley�, en Obras completas, t. II, UNAM, M�xico,
1973. Caso, Antonio.
�El bovarismo nacional; M�xico: alas y plomo�, en Obras completas, t. IX, UNAM,
M�xico, 1976. Gaultier, Jules
de. Le bovarisme, Par�s, 1902. Gaultier, Jules. Le g�nie de Flaubert, Par�s, 1913.
Palante, G. La Philosophie du
bovarisme, Par�s, 1912. Zea, Leopoldo. �Caso y el bovarismo nacional�, en
Dependencia y liberaci�n en la cultura
latinoamericana, Cuadernos de Joaqu�n Mortiz, M�xico, 1974.
(V�ase: Arraigo).
(MMA)
CALIB�N
..
Personaje de la obra dram�tica de William Shakespeare (1564-1616) La Tempestad
(1611), caracterizado por el
autor como �un salvaje y deforme esclavo y cuya imagen ha sido retornada por la
intelectualidad latinoamericana
como met�fora de Am�rica Latina.
(CASV)
CALIBANISMO
Despu�s de Dar�o, el uruguayo Jos� Enrique Rod� publica en 1900 su ensayo Ariel,
en el que polariza
.como el nicarag�ense. la simbolog�a Ariel-Calib�n. En Rod�, Ariel es el genio del
aire que representa la parte
noble y alada del esp�ritu; es �el imperio de la raz�n y el sentimiento sobre los
bajos est�mulos de la
irracionalidad�; Calib�n, por su lado, es �la sensualidad y la torpeza, con el
cincel perseverante de la vida�. La
mayor�a de las interpretaciones sobre el Ariel han tendido a afirmar que Rod�
identifica su �calibanismo� con el
naciente imperialismo norteamericano y el esp�ritu noble de Ariel con las
aspiraciones de la cultura
latinoamericana. Trabajos posteriores, como son los ensayos del argentino Emir
Rodr�guez Monegal, �Las
metamorfosis de Calib�n� (1977) y del uruguayo Arturo Ardao, �Del mito Ariel al
mito Anti-Ariel� (1986),
demuestran que no hay una sola cita en el Ariel donde aparezca Am�rica Latina como
residencia de Ariel. El mito
Ariel, que orientaba las inteligencias y voluntades de Latinoam�rica hacia el
idealismo y romanticismo, se
convierte en Ardao en el mito Anti-Ariel, es decir, que la propuesta de Am�rica
Latina como Calib�n parte desde
Rod�, desde Ariel: �La intenci�n de Rod� en el Ariel se dirige primeramente a
combatir lo calibanesco .en el
sentido que �l le daba. de Latinoam�rica, y s�lo secundariamente, por lo que ten�a
de ejemplo paradigm�tico a la
vez de pernicioso modelo, lo calibanesco de Norteam�rica�. Ardao concluye,
��Calibanesca Am�rica Latina para
Rod�? Si� (Ardao, 1986: 140). De ah� que sea sintom�tico que Rod� haya firmado
art�culos con el seud�nimo de
�Calib�n�, como es el caso de �Nuestro desprestigio�, publicado en 1912.
Estudio de los caracteres propios del mexicano. Fue Ezequiel A. Ch�vez, fil�sofo
mexicano (1868-1946), uno de
los primeros que estudi� la caracterolog�a del mexicano. Su �Ensayo sobre los
rasgos distintivos de la sensibilidad
como factor del car�cter del mexicano� ha servido, indudablemente, como base e
inspiraci�n a estudios posteriores
sobre el tema. De las referencias que en �l realiza Ch�vez a algunos de sus
contempor�neos puede deducirse que
Bulnes, Miguel S. Macedo y el Dr. Macouzet hab�an realizado, tambi�n, ciertas
observaciones sobre el car�cter del
mexicano.
Los chicanadians y otros grupos que intentan construir una nueva identidad �tnica
en Canad�, nos conduce
a considerar que la �b�squeda como un proceso de selecci�n, exclusi�n y represi�n
llevada a cabo por grupos de
elite, cercanamente identificados con el proyecto central de naci�n, intenta
desviar la atenci�n sobre dichos
grupos� (Bruce-Novoa, 1990: 23) para vender la ilusi�n de un Canad� unido,
indisoluble y sin fricciones �tnico-
raciales.
En este contexto, los chicanadians pueden ser vistos �como parte de una lucha
hist�rica entre fuerzas
centralizantes y descentralizantes, entre grupos mayoritarios y minoritarios, y
entre las imposiciones de un
gobierno central y una resistencia perif�rica� (Bruce-Novoa, 1990: 23).
No est� muy distante el d�a en que la cultura chicanadian utilice el t�rmino con
un nuevo orgullo, al igual
que lo hicieron los chicanos en Estados Unidos en los a�os sesenta, porque la
cultura chicanadian es un nuevo caso
de identidad que debe ser revalorizado, ponderado y aceptado como una instancia que
representa una resistencia a
un proceso de aculturaci�n, as� como una nueva s�ntesis cultural en pleno auge de
desarrollo entre Canad�, Estados
Unidos y M�xico.
(AR)
CHICANISMO
Una de las demandas prioritarias de los chicanos, en la d�cada de los sesenta, fue
la del acceso a los
espacios educativos en todos los niveles, mismos que se abrieron merced a una lucha
basada en el radicalismo
cultural que tomaron como bandera de lucha y como causa, y que tuvo una repercusi�n
muy profunda en la
comunidad.
El nacionalismo cultural que usaron para defenderse del sistema tuvo efectos
negativos y positivos, sobre
todo en la capa intelectual chicana, ya que dicho nacionalismo cre� �un contexto
opresivo que restringi� la
habilidad para responder a cuestionamientos sociales, sobre todo respecto a un
movimiento nacionalista y a ellos
mismos� (Villanueva, 1985: 17).
Lo que si queda claro es que la filosof�a del Movimiento Chicano tuvo que ser
nacionalista por necesidad,
ya que buscaba una identidad como mecanismo de defensa frente a la sociedad
estadounidense dominante. El
concepto de cultura para los chicanos fue importante, pues s�lo ella pudo
proporcionarles esa herramienta b�sica
que los lig� a su �herencia mexicana� en el contexto de los Estados Unidos, a
partir de un sentimiento genuino de
orgullo y solidaridad, originando una comunidad de activistas pol�ticos e
intelectuales.
(AR)
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
CHICANO/A (adj.)
Por otro lado, se maneja tambi�n la hip�tesis de que chicano viene, por met�tesis,
de la voz (xinaca >
chinaca) que posiblemente se formara de la siguiente forma: (sinako > chinako >
chicano) (Villanueva, 1980: 25).
Sin embargo, para otros autores m�s recientes, chicano �es cualquier persona de
ascendencia mexicana que
reside permanentemente en los Estados Unidos quiera o no usar el t�rmino� (Bruce-
Novoa, 1987: 221).
Chicano abarca todo un universo ideol�gico que sugiere no s�lo la audaz postura de
autodefinici�n y
desaf�o, sino tambi�n el empuje regenerativo de autovoluntad y de
autodeterminaci�n, potenciado todo ello por el
latido vital de una conciencia de cr�tica social; de orgullo �tnico-cultural; de
concientizaci�n de clase y de pol�tica
(Villanueva, 1980: 11).
Bruce-Novoa, Juan. �Testimonio, como M�xico, se escribe mejor con X�, en Encuentro
Chicano M�xico
1987. Memorias, editor Axel Ram�rez, CEPE-UNAM, M�xico, 1987, pp. 279-289. Ram�rez,
Axel
(comp.).Encuentro Chicano M�xico 1988, CEPE-UNAM, M�xico, 1992. Ram�rez, Axel
(coord.). Chicanos: el
orgullo de ser. Memoria del Encuentro Chicano M�xico 1990, CEPE-UNAM, M�xico, 1992.
Ram�rez, Axel. La
comunidad chicana en Estados Unidos: Retrospectiva Hist�rica, Ediciones La Viga,
Biblioteca Preparatoria 7,
M�xico, 1992, n�m. 4. Villanueva, Tino (Compilador). Chicanos: Antolog�a hist�rica
y literaria, FCE, Col. Tierra
Firme, M�xico, 1980.
CIENCIA BARROCA
(SM)
CIRCUNSTANCIALISMO
(MJSM)
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
CIVILIZACI�N Y BARBARIE
(HGAL)
COLIBR�
Por lo dem�s, para decir a�n una palabra sobre su pretensi�n de ense�ar c�mo debe
ser el mundo, la filosof�a llega
siempre demasiado tarde. Como pensamiento del mundo s�lo aparece en el tiempo
despu�s de que la realidad ha
cumplido su proceso de formaci�n y se ha terminado. Lo que ense�a el concepto lo
muestra necesariamente igual
la historia, de modo que s�lo en la madurez de la realidad aparece lo ideal frente
a lo real y se hace cargo de este
mundo mismo en su sustancia, erigido en la figura de un reino intelectual. Cuando
la filosof�a pinta su gris sobre
gris, entonces ha envejecido una figura de la vida y, con gris sobre gris, no se
deja rejuvenecer, sino s�lo conocer;
el b�ho de Minerva s�lo levanta su vuelo al romper el crep�sculo (Hegel, 1993: 61).
Desde una obra temprana como la Fenomenolog�a del esp�ritu, Hegel marca su postura
respecto a dos
puntos centrales; por un lado, �la filosof�a debe guardarse de pretender ser
edificante� (Hegel, 1981: 11); y, por el
otro, �sta es el producto �ltimo y acabado del desenvolvimiento del Esp�ritu
Absoluto. Augusto Salazar Bondy,
Arturo Andr�s Roig y Horacio Cerutti, fil�sofos latinoamericanistas, han
reaccionado con severas cr�ticas frente a
esta posici�n.
Contra el veredicto del gran fil�sofo alem�n, nosotros creemos que la filosof�a
puede ser y en m�s de una ocasi�n
hist�rica ha tenido que ser la mensajera del alba, principio de una mutaci�n
hist�rica por una toma de conciencia
radical de la existencia proyectada al futuro. Cabe hablar de su sentido pr�ctico
de la filosof�a en cuanto el pensar
totalizador se proyecta al esclarecimiento de la existencia y a la apertura de
horizontes in�ditos de la historia. La
cr�tica se hace as� constructiva de mundos nuevos despu�s de haber cancelado todos
los fantasmas de la ilusi�n
hist�rica (Bondy, 1968: 125).
Para este autor, la filosof�a es la mensajera del alba pero sigue siendo el pensar
totalizador y producto
�ltimo de la historia.
La contrapropuesta de Roig aparece publicada por primera vez en 1973. Dice respecto
a la visi�n hegeliana
de la filosof�a, que en realidad se trata de un �discurso conservador que no
expresa lo que ha de realizarse sino lo
realizado, y esto porque la estructura real es vista como un �resultado�, y sobre
todo porque la filosof�a se ha
declarado impotente en cuanto poder rejuvenecedor, es decir, en cuanto saber de
denuncia.� Y agrega que la
filosof�a de la liberaci�n latinoamericana en contraposici�n a la filosof�a
hegeliana, no es un �pensar crepuscular�
sino un �pensar matinal�, �su s�mbolo, no es el b�ho que levanta su vuelo al
atardecer, sino la calandria que eleva
sus cantos a la madrugada� (Roig, 1973: 223 y 230).
Estas met�foras han sido retornadas recientemente por David Crocker, se refiere a
ellas con el t�rmino
�ornitolog�a de la liberaci�n� (Crocker, 1993:77). En respuesta a esta expresi�n,
Cerutti aclara que:
(MRRF)
Comit� Editorial
Coordinadores
EDICI�N ELECTR�NICA
Omer Buatu
David G�mez
Carlos Mondrag�n
Roberto Mora
Digitalizaci�n
Carlos Guevara
Hipertexto
COMPA��A DE JES�S (LABOR FILOS�FICA EN AM�RICA)
Es posible que los muchos a�os transcurridos desde el desembarco de Col�n basten
para explicar una de las
caracter�sticas m�s desconcertantes de las obras jesuitas. No hay en ellas ning�n
interrogante teol�gico ni filos�fico
respecto a la aparici�n de un nuevo continente; el problema del origen de los
indios les es totalmente ajeno y
tampoco les atormenta el hecho de que los indios hayan vivido m�s de quince siglos
sin conocer el Evangelio. Su
actitud no puede ser m�s pragm�tica: existen unas tierras nuevas, pobladas por
gente diferente, y la tarea que la
Compa��a ha aceptado es incorporar a este continente y a sus habitantes a la
civilizaci�n. Pero no hay
cuestionamiento alguno acerca del porqu� de las diferencias o semejanzas entre unos
hombres y otros. Las escasas
noticias que sobre los indios ofrecen estas primeras relaciones lo mismo podr�an
aplicarse a cualquier otro pueblo
de misi�n. Son verdaderos clich�s, menciones hechas de paso que, desde luego, no
hacen referencia a ning�n tipo
de experiencia. Aceptan sencillamente la visi�n providencialista de la historia y
no intentan explicar el sentido de
los ocultos designios de Dios a los hechos. Por ello puede decirse que los jesuitas
no se enfrentaron a una
problem�tica nueva, sino que su quehacer filos�fico transcurri� por la usual v�a
acad�mica, es decir, desarrollaron
su labor filos�fica principalmente como maestros de filosof�a en su colegio y s�lo
a�os despu�s en la universidad,
de Lima o de M�xico.
Por otra parte, el Papa hab�a concebido a los colegios de la Compa��a c�tedras de
facultades mayores, aun
en los lugares en que hubiera universidad. Esto llev�, cuando menos en la ciudad de
M�xico, a un enfrentamiento
entre los jesuitas y la universidad que se rehusaba a reconocer los estudios hechos
en tales colegios. Finalmente, en
1579, una orden de Felipe II puso fin al conflicto entre ambos establecimientos.
Sin embargo, a pesar de que sus
miembros tomaban parte en los actos p�blicos organizados por la universidad y de
que los dos fil�sofos jesuitas
que m�s fama alcanzaron �Rubio y Ortigosa� recibieron el grado de doctor en la
universidad, la Compa��a no
acept� tener c�tedra en ella, �por temor �seg�n dice un historiador moderno� de que
se introdujeran en los suyos la
ambici�n o las competencias en la oposici�n de c�tedras� (Decarme, 1941: 140). De
hecho, en M�xico, los jesuitas
no pertenecieron al claustro universitario sino hasta 1723 cuando se cre� una
c�tedra Su�rez que deb�a ser le�da por
uno de ellos.
Es importantes hacer notar que la escol�stica que lleg� al Nuevo Mundo fue una
escol�stica renovada que
no hab�a echado en saco roto los trabajos de Erasmo y Vives en cuanto a la
fidelidad de los textos, ni las criticas a
la escol�stica decadente. Sus ediciones y traducciones corrigieron una gran parte
de la tradici�n y adem�s, dado
que muchos de los pensadores empe�ados en esta revisi�n eran espa�oles (Vitoria,
Cano, Soto, B��ez y, m�s
adelante, V�zquez y Su�rez), lo que se estudiaba tanto en la universidad como en
los colegios era una metaf�sica
renovada de la cual, sin embargo, se exclu�an las �nuevas ciencias�.
(ECF)
COMUNICACI�N ALTERNATIVA
No hay acuerdo que permita ofrecer una definici�n sobre lo que ha de entenderse
por comunicaci�n alternativa. La
situaci�n se complica, sobre todo, cuando se trata de precisar lo espec�fico de lo
alternativo. �Est� esto
determinado por los contenidos, los instrumentos, la emisi�n, la voluntad de
cambio, la oposici�n al poder,
etc�tera?
Con todo, se puede decir que la comunicaci�n alternativa lleva consigo algunas
marcas o rasgos que le son
propias: lo alternativo del proceso en relaci�n con la comunicaci�n dominante, su
inserci�n en lo pol�tico con
objetivos democr�ticos y su voluntad de cambio social. Desde ah�, y en forma por
dem�s provisional, podr�a
adoptarse como definici�n aqu�lla que la refiere a todo �proceso animado por la
acci�n de los comunicadores que,
a partir de una opci�n definida dentro del espacio de los conflictos sociales,
emerge como espiral, desde el polo
nacional popular, conformando respuestas diversas ante las formas dominantes
creadas por el capitalismo en su
fase transnacional� (Reyes Matta, 1983: 240) y ahora en su nueva fase globalizada.
Una comprensi�n m�s cabal del t�rmino es posible si se rastrea su g�nesis. Los
llamados medios de
comunicaci�n aparecen en los pa�ses del norte industrializado y fueron
conform�ndose, desde sus or�genes, como
monopolios. Su avance vertiginoso se consolid� en la d�cada de los sesenta. La
sociedad de masas hab�a cobrado
ya carta de ciudadan�a. Surgi� entonces la llamada industria cultural denunciada,
entre otros, por los te�ricos de la
Escuela de Frankfurt: Adorno y Horkheimer.
La denuncia del modo de operar de los medios se concret� en una corriente te�rica,
nunca unitaria por lo
dem�s, y en numerosas experiencias de comunicaci�n �otra�. Se buscaban v�as
te�ricas, modos pr�cticos y medios
eficaces para romper con el esquema autoritario y crear otro de corte democr�tico,
que propiciara la participaci�n y
la interacci�n de los sujetos involucrados en procesos de comunicaci�n.
Bol�var mismo, en carta a Sucre del 12 de mayo de 1826, le dice: �el gobierno de
los estados particulares
quedar� al presidente y vicepresidente con sus c�maras, con todo lo relativo a
religi�n, justicia, administraci�n
civil, econ�mica y, en fin, todo lo que no sea relaciones, guerra y hacienda
nacional�.
En pocos textos se explic� m�s claramente Bol�var que en las instrucciones que dio
en 1822 a Pedro Gual:
En 1836, bajo la influencia del general peruano Andr�s de Santa Cruz, se cre� la
Confederaci�n Peruano-
Boliviana, de ef�mera existencia porque los habitantes del sur del Per� s�lo la
quer�an con Bolivia, mientras Chile
y Argentina, que hostilizaban a la Confederaci�n, le declararon la guerra.
Derrotado Santa Cruz en Yngay (1839)
por los chilenos, Bolivia se separ� de la Confederaci�n y �sta qued� disuelta.
Juan Bautista Alberdi propuso en 1844 un Congreso General Americano con la idea de
iniciar una
confederaci�n; en 1848 se suscribi� en Lima un tratado concreto para hacer la
uni�n, y en 1856, en Santiago, se
repiti� el tratado. Mientras tanto, en Par�s, Francisco Bilbao le�a a un grupo
interesado en la integraci�n americana
su proyecto de 18 puntos, y en Bogot�, Nueva Granada, Jos� Mar�a Samper y Gonzalo
Tavera presentaban ante las
c�maras el Proyecto de ley para el restablecimiento de la Rep�blica de Colombia.
Jos� Victorino Lastarria en Chile
y Justo Arosemena en Panam� propugnaban, en la d�cada de los sesenta, por la
confederaci�n. En 1865, el
colombiano Jos� Mar�a Torres Caicedo public� su libro Uni�n Latinoamericana,
pensamiento de Bol�var para
formar una Liga Americana, seguido de muchos art�culos alusivos en la prensa
europea. Augusto C�sar Sandino,
en 1935 propon�a abiertamente la erecci�n de una gran alianza republicana
latinoamericana para realizar el sue�o
de Bol�var.
(GVM)
CONFESI�N
(MZ)
CONTRAPODER
. El t�rmino debe entenderse, para los fines de la nueva filosof�a de la historia
latinoamericana, con el significado
cr�tico de enjuiciamiento sistem�tico del fen�meno del poder en el marco de las
luchas sociales por la libertad, la
justicia y los derechos humanos.
(JSM)
CREENCIA
.. El fil�sofo mexicano Luis Villoro (1922- ) utiliza el t�rmino creencia como �un
concepto epist�mico� que define
como �un estado disposicional adquirido, que causa un conjunto coherente de
respuestas y que est� determinado
por un objeto y situaci�n objetiva aprehendidos�. Villoro distingue dos tipos de
creencias: las �creencias b�sicas�
que conforman el trasfondo y el supuesto de nuestro entendimiento del mundo y las
creencias de las que damos
razones y que se adquieren por otras creencias o por nuestra experiencia en el
mundo.
�Por qu� se cree? Villoro responde de tres maneras. Por antecedentes, que son
aquellos hechos sociales,
culturales, psicol�gicos que colocan a los sujetos en posici�n de aprehender. Por
motivos, que es �todo aquello que
mueve o induce a una persona a actuar de cierta manera para lograr un fin� (1982:
103). Por razones, es decir, por
argumentos que pudieran explicar l�gicamente la creencia.
Villoro distingue dos tipos de creencia: aqu�lla que Ortega llama �ideas�, que
�son las opiniones de las que
podemos dar razones y que podr�amos abandonar si �stas dejaran de convencernos�
(1995: 138) y ��las creencias
propiamente dichas� ...aquellas de las que no solemos dar razones expl�citas pero
est�n supuestas en todas las
opiniones que tenemos� (1995: 138). Estas �ltimas son creencias latentes en los
sujetos sin que necesariamente se
manifiesten expl�citamente, �son condiciones b�sicas de cualquier pensar sobre el
mundo� (1984: 48). Villoro
denominar�a a las creencias latentes �creencias b�sicas�, que ser�an aquellas
creencias evidentes, herederas de la
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
sociedad en la que vive y compartidas por todos sus miembros. Para Villoro, la
manera de ver el mundo y de
situarse ante �l estar�a condicionado por un �n�cleo de creencias b�sicas�, las
cuales constituir�an el �trasfondo
incuestionable� y el �supuesto colectivo� sobre el que se levanta nuestro
entendimiento en una �poca determinada
o una cultura, y que condensar�an lo que denomina la �figura del mundo�. Contrario
a Ortega, argumenta que las
�creencias b�sicas�, aunque no son orientadas por razones expl�citas, pudieran
justificarse racionalmente en un
momento dado, pudiendo alterarse si no se encontraran razones suficientes para
seguir creyendo en ellas. Respecto
al concepto de ideolog�a, piensa que �es necesario trazar una l�nea de demarcaci�n
en las creencias no cient�ficas,
entre las justificadas en argumentos que acuden a razones practicas y las que est�n
distorsionadas por motivaciones
particulares� (1993: 338-339), ya que �si ambas clases de creencias forman parte de
las �ideolog�as� ya no servir�a
ese concepto para orientarnos en la critica de las creencias que funcionan como
instrumento de dominio� (1993:
339).
Al final del texto Creer, saber, conocer, el autor postula una ��tica de las
creencias� fundada en la
realizaci�n de una vida libre y racional, apoyada en la liberaci�n de sujeciones
hist�ricas a las cuales se enfrenta el
conocimiento y el ser humano.
Villoro, Luis. Creer, saber, conocer, Siglo XXI, M�xico, 1982; El concepto de
ideolog�a y otros ensayos,
FCE, M�xico, 1985; �Octavio Paz: Sor Juana y su �figura del mundo��, en En M�xico,
entre libros, FCE, M�xico,
1995; �La noci�n de creencia en Ortega�, en Jos� Ortega y Gasset, FCE, M�xico,
1984; �Respuesta a
discrepancias y objeciones�, en Epistemolog�a y cultura. En torno a la obra de Luis
Villoro, IIF, UNAM, M�xico,
1993.
(GEOB)
CRIOLLO
a) Socio-econ�mico-pol�tico
Ya desde los siglos XVI y XVII comienzan en Am�rica los problemas entre criollos y
peninsulares. En
general, el criollo estaba descontento en relaci�n con la administraci�n de la
riqueza y de los cargos p�blicos que
llevaban a cabo los espa�oles. El criollo se sent�a con capacidad suficiente para
desempe�ar dichos cargos, a los
que dif�cilmente ten�a acceso. Varios son los testimonios referentes a este
problema: la famosa pol�mica sobre la
�alternativa� es un claro ejemplo. La �alternativa� dispon�a que en el gobierno de
las comunidades religiosas
�alternasen� los frailes criollos y los peninsulares. Sin embargo, esto no se
cumpl�a, la mayor�a de las veces.
Aunque las leyes no establec�an diferencia alguna entre estas dos clases de
espa�oles... vino a haberlas de hecho, y
con ella se fue creando una rivalidad declarada entre ellas... casi todos los altos
empleos, tanto porque as� lo exig�a
la pol�tica, cuanto por la mayor oportunidad que ten�an de solicitarlos y
obtenerlos... los criollos los obten�an rara
vez... a pesar de haberse mandado por el rey que ocupasen (los criollos) por mitad
los coros de las catedrales...
hab�a prevalecido la insinuaci�n del arzobispo Don Alonso N��ez de Haro... para que
s�lo se 1es confirieran
empleos inferiores, a fin de que permaneciesen sumisos y rendidos (Alam�n, 1985-
I:18).
�Pele�is por vuestra Patria? Pero �Ay! qu� vuestra Patria, la Am�rica, la Madre
leg�tima que os concibi� en su
seno, y os alimenta con su subsistencia, no tiene hasta ahora m�s, que motivo de
quexa (sic) contra vosotros, a
quienes mira como hijos desnaturalizados y rebeldes que han tomado las armas contra
ella (Severo, 1964: 1).
b) Cultural-filos�fico
Por otra parte, el fil�sofo ecuatoriano Francisco Javier de Santa Cruz y Espejo en
su obra El nuevo Luciano
de Quito (1779) se refiere ir�nicamente al criterio espa�ol de la �poca, sobre
Am�rica: �...saliendo de Espa�a,
Se�or m�o no hay cosa buena�, aclarando que su frase debe entenderse como una burla
�contra los espa�oles
vulgares que niegan a los criollos doctri-a, el que puedan adquirirla y a�n la
nobleza de los talentos� (Santacruz,
1779: 55).
Alam�n, Lucas. Historia de M�xico, vol. I, Libros del Bachiller Sans�n Carrasco,
M�xico, 1985, 3 vol.
D�az de Gamarra y D�valos, Fray Juan Benito. Elementa Recentioris Philosophiae,
(Elementos de Filosof�a
Moderna), vol. I, trad. y notas de Bernab� Navarro, UNAM, Centro de Estudios
Filos�ficos, M�xico, 1963. L�pez
C�mara, Francisco. La g�nesis de la conciencia liberal en M�xico, 2a. ed., UNAM,
Facultad de Ciencias Pol�ticas
y Sociales, Serie Estudios, M�xico, 1969. Manrique, Jos� Alberto. �Del barroco a la
Ilustraci�n: el mundo
barroco�, en Historia General de M�xico, El Colegio de M�xico, vol. 1, 1987. Rovira
G., Ma. del
Carmen.Ecl�cticos portugueses del siglo XVIII y algunas de sus influencias en
Am�rica, 2a. reimp., UNAM, FFyL,
Seminario de Filosof�a Moderna, M�xico, 1979. Santa Cruz y Espejo, Francisco Javier
de. El Nuevo Luciano de
Quito, Cl�sicos Ecuatorianos, Quito, 1943. Severo Maldonado, Francisco. El
Despertador Americano. Primer
peri�dico insurgente, Introducci�n Antonio Pompa y Pompa, INAH, M�xico, 1964. Tanck
de Estrada, Dorothy. La
Ilustraci�n y la Educaci�n en la Nueva Espa�a, Antolog�a, El Caballito, SEP,
M�xico, 1985. Villoro, Luis. El
proceso ideol�gico de la revoluci�n de Independencia, 4a. ed. UNAM, Coordinaci�n de
Humanidades, M�xico,
1984.
(CRG)
(GEOB)
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
DEMOCRACIA
En Am�rica Latina m�s que una novedad hist�rica siempre ha sido una vieja
aspiraci�n. Desde la �poca de la
Independencia hasta nuestros d�as los pa�ses latinoamericanos no han podido
esquivar el desaf�o democr�tico. En
Am�rica Latina, la democracia ha mostrado a lo largo de este siglo una fragilidad
continua y desde ah� surgi� una
serie de problemas en torno a la ingobernabilidad, legalidad, legitimidad, derechos
humanos, etc�tera. Hoy en d�a,
la cuesti�n democr�tica se ha vuelto una de las preocupaciones centrales de la
filosof�a pol�tica latinoamericana.
Es conveniente hacer un rastreo hasta los or�genes del t�rmino democracia (del
griego demokratia).
Originalmente se refer�a a una condici�n especifica pol�tico-social creada por los
griegos donde los ciudadanos
deber�an disfrutar de la igualdad pol�tica para poder ser libres al gobernar y ser,
a su vez, gobernados. La palabra,
por primera vez utilizada por Herodoto, sugiere un demos constituido por los
ciudadanos libres de la polis que, en
realidad, era una comunidad (Gemeinschaft) y significaba �poder popular�. El
concepto aristot�lico de koinonia
politike se refer�a al t�rmino de una asociaci�n de sujetos aut�nomos libres de
dominaci�n, capaces de establecer
comunicativamente sus objetivos y normas que regulan sus interacciones por
intermedio de padrones de la justicia.
As�, la propuesta aristot�lica entend�a la pol�tica como la doctrina de la vida
buena y justa (la pol�tica como
continuaci�n de la �tica) relacionada con la praxis, ya que su fin era organizar la
polis de tal modo que se diera un
orden de relaciones virtuosas entre sus ciudadanos. En la �poca moderna la
democracia ha sufrido muchas
modificaciones con la intenci�n de ampliar su contenido te�rico y normativo. El
significado anal�tico-pragm�tica
de la democracia se ha ido desarrollando a trav�s de diferentes modelos de la
democracia (Held, 1992). Sin
embargo, fuera de las severas divergencias te�ricas entre diferentes tendencias,
ramas y escuelas del pensamiento,
existe un habitual consenso acerca de los factores que hacen (re)producir un orden
democr�tico de la sociedad. En
primer lugar, est�n las instituciones y principios democr�ticos constitucionalmente
establecidos y garantizados
como elementos formales del orden democr�tico tales como: el ciudadano, sufragio
universal, sistema
multipartidista, Estado fuertemente fundado en derecho y la divisi�n del poder,
instituciones parlamentarias, la
prensa y medios de comunicaci�n libres, etc�tera. En segundo lugar, se encuentran
las ideas-valores de la
democracia de la gran �poca moderna como elemento esencial del orden democr�tico,
que tiene principalmente un
papel regulativo (en el sentido kantiano). Estas ideas son: el papel, la dignidad y
(auto)respeto del individuo, la
protecci�n de su prevac�a, libertad, igualdad, justicia social, solidaridad,
tolerancia, seguridad, bienestar, etc�tera.
Y finalmente, un orden democr�tico de la sociedad comprende una praxis democr�tica
(como una s�ntesis de los
elementos esenciales y formales de la democracia), praxis de la gente como
ciudadanos y como poblaci�n en toma
de decisiones en todos los niveles de la sociedad y todas las esferas de la misma,
de manera directa o indirecta.
Estos tres factores marcan por lo menos tres v�as de democratizaci�n: la del
Estado, la de la sociedad civil y la que
se refiere a la relaci�n entre ambos.
(DMN)
DEPENDENCIA
Una buena parte de las criticas vertidas al uso del t�rmino dependencia en la
definici�n sociol�gica,
econ�mica, pol�tica y cultural de la historia de Am�rica Latina ha echado mano de
recursos filol�gicos y
precisiones sem�nticas, con el fin, ya sea de comprender o desmontar el significado
preciso del t�rmino en los
enfoques dependentistas. Ejemplo de ello es la critica de Jorge Casta�eda y Enrique
Hett, en su obra: El
economismo dependentista, en la que se cuestionan, desde una �ptica influida por el
marxismo estructuralista, los
supuestos epistemol�gicos impl�citos en el dependentismo y que, seg�n los autores,
el uso recurrente e
indiscriminado del concepto, en ausencia de una definici�n previa del mismo,
produce un efecto de lectura a trav�s
del cual las estructuras que dan origen y reproducen la dependencia latinoamericana
generan un c�rculo
eternamente repetitivo que termina por negar la historicidad de la regi�n.
Por ello, vamos a referirnos al contexto, la g�nesis y uso del concepto en los
principales representantes del
dependentismo, as� como a las objeciones y el debate que tal vertiente de
pensamiento produjo en la reflexi�n de
las formaciones econ�mico-sociales latinoamericanas.
En el horizonte del pensamiento latinoamericano, destacan la Comisi�n Econ�mica
para Am�rica Latina
(CEPAL) que emerge en 1948, y una vertiente dentro del marxismo que surge en los
a�os sesenta estimulada por el
triunfo de la revoluci�n Cubana, como las principales visiones que, a lo largo de
tres d�cadas, orientaron el debate
en el an�lisis de las sociedades latinoamericanas.
A partir de los a�os sesenta, cuando los resultados arrojados por el proceso de
industrializaci�n de nuestras
econom�as no fueron los esperados, apareciendo nuevos problemas como por ejemplo el
de la marginalidad, la
CEPAL pasar� a considerar, como aspecto central de sus propuestas, la cuesti�n de
las reformas y f�rmulas que
coadyuvaran a romper los cuellos de botella que obstru�an el crecimiento y la
distribuci�n equitativa del ingreso.
Fue as� que el encuentro del desarrollismo y el marxismo en torno a los problemas
descritos, estaban
motivados por intereses cognoscitivos y orientaciones pol�ticas diferentes, lo que
a la postre producir� conclusiones
no s�lo distintas, sino en momentos contrapuestas.
Ahora bien, junto al impacto de la revoluci�n Cubana, el golpe de Estado dado por
las fuerzas armadas en
el Brasil de 1964, y la contrainsurgencia golpista que se generaliza a lo largo de
la d�cada de los setenta en la
mayor parte de los pa�ses del cono sur, orient� a los intelectuales, sobre todo de
orientaci�n marxista, a
confrontarse no en forma exclusiva con las tesis de la CEPAL, sino a producir
tambi�n una enconada discusi�n al
interior de la intelectualidad vinculada a la izquierda latinoamericana; sobre todo
respecto a los problemas
derivados de la crisis del capitalismo y sus secuelas: el fracaso de las pol�ticas
desarrollistas, la crisis de la
estrategia planteada por los partidos comunistas en la regi�n, la inviabilidad del
nacionalismo burgu�s y, como
resultado de todas esas estrategias fallidas, los procesos de contrainsurgencia en
buena parte del subcontinente.
Antecedentes pr�cticos de tales replanteamientos fueron: el surgimiento de nuevas
organizaciones de izquierda
influidas por la revoluci�n Cubana, cuyos planteamientos eran abiertamente
radicales; la difusi�n en tales
organizaciones de la obra del Che Guevara; la exaltaci�n de la lucha armada como
�nica v�a para fundamentar el
principio maximalista del derrocamiento del capitalismo y la instauraci�n del
socialismo; la cr�tica de la t�ctica y
estrategia de los partidos comunistas (llamados por muchos voceros del
dependentismo marxista como izquierda
tradicional), cuyas tesis se basaban en un colaboracionismo de clases con los
sectores nacionalistas de la burgues�a,
y que se expresaban en el apoyo dado a buena parte de los reg�menes populistas
instaurados en algunos pa�ses del
subcontinente.
Sin embargo, fue Ruy Mauro Marini quien plante�, por primera vez, desde una �ptica
estrictamente
marxista, los elementos para la construcci�n de una teor�a marxista de la
dependencia, en la cual analiz� la forma
en que se especifican las leyes tendenciales del desarrollo capitalista en la
regi�n. As�, las leyes del capitalismo
dependiente expuestas por Marini en Dial�ctica de la dependencia, texto publicado
en 1974, son las siguientes:
1. Am�rica Latina se integro plenamente al mercado mundial despu�s de los
movimientos de
independencia. Ese per�odo corresponde al desarrollo de la revoluci�n industrial en
Inglaterra, consolid�ndose, a
partir de entonces y sobre bases s�lidas, la divisi�n internacional del trabajo, en
la cual Inglaterra se especializa en
la producci�n manufacturera, y los pa�ses dependientes en la producci�n de materias
primas y alimentos. Tal
integraci�n de Am�rica Latina al mercado mundial configurar� una estructura
productiva particular en la regi�n
que se consolid� en la etapa de la econom�a primario-exportadora, propiciando desde
entonces un intercambio
desigual entre los pa�ses dependientes y los industriales.
DERECHO NATURAL
. Por derecho natural se entiende una realidad (o verdad) eid�tica abstracta que,
en el plano ontol�gico, le antecede
a todo derecho positivo y que es v�lido independientemente del derecho ejercido por
la costumbre y/o la voluntad
humana. El derecho natural es cognoscible o bien por la revelaci�n o brucen por la
raz�n natural humana. Dicho
derecho expresa su realidad, por ejemplo, en los Diez Mandamientos. Seg�n algunos
te�logos y juristas, la
condici�n de posibilidad para conocer la verdad de la fe cristiana, y por ella, el
derecho natural, es tener alma. Por
eso, en nuestra historia se apel� al derecho natural para proteger a los indios y
m�s tarde a todos los marginados, de
la prepotencia y arbitrariedad del poder social, pol�tico y b�lico.
El concepto de derecho natural fue acu�ado en la antig�edad por Cicer�n, aunque
como noci�n tiene
antecedentes en los cl�sicos griegos. Siglos m�s tarde fue asumido y elaborado por
la filosof�a Escol�stica. Pero
mientras que Cicer�n lo deriv� de la naturaleza y el Logos del Cosmos, los
escol�sticos lo fundamentaron en la
raz�n y/o voluntad divina del Dios cristiano.
En nuestra Am�rica el debate acerca del derecho natural se inicia en relaci�n con
los indios, especialmente
ante la crueldad de los conquistadores, y con los problemas de la evangelizaci�n.
Algunos misioneros (Las Casas,
Vasco de Quiroga, p. ej.) apelaron al derecho natural para defender la vida, la
seguridad, la libertad (no ser
esclavos), cierta formas de propiedad y lazos de familia de los indios. Dichos
autores argumentaron partiendo del
reconocimiento de que los indios son seres humanos dotados de alma, de raz�n y de
la capacidad para la virtud
para conocer el derecho natural. Ya Las Casas sosten�a que los indios gozan de
raz�n, de capacidad moral y
pol�tica, habilidad mec�nica y buena disposici�n. Observa que muchos indios pueden
gobernar bien a los espa�oles
en la vida econ�mica y pol�tica, y en la vida mon�stica, ense�arles buenas
costumbres, pues los indios no carecen
de raz�n para gobernar sus casas y sus aldeas. De ellos no se puede decir que no
sean humanos, pues eso
significar�a un error en la creaci�n divina. �Todas las naciones del mundo son
humanas�. Con esto, los frailes
iniciaron en Am�rica Latina una tendencia filos�fica que seguir� siendo vigente
hasta nuestros d�as.
Sin embargo, la noci�n del derecho natural tambi�n sirvi� como ideolog�a para
justificar la matanza y la
esclavitud de los indios. Varios autores aplicaron la doctrina del derecho natural
a la realidad social f�ctica
siguiendo el argumento de Arist�teles, seg�n el cual algunos hombres son �esclavos
por naturaleza�, y otros lo son
por �convenci�n humana�. Por ejemplo, Sep�lveda sostiene, bas�ndose en el derecho
natural, que lo imperfecto
debe ser sometido a lo perfecto, implicando que el espa�ol es m�s perfecto que los
indios porque tiene uso de
raz�n, justificando as� �la inferioridad y la servidumbre natural� de los indios. Y
bas�ndose en Tom�s de Aquino,
argumenta que es �til al siervo ser regido por el m�s sabio. Tambi�n Juan Maior,
invocando a Arist�teles, sostiene
que los salvajes de Am�rica son siervos por naturaleza. Desde el siglo XVI se
presenta as� la problem�tica entre la
�prudencia/civilizaci�n y la barbarie�.
DERECHOS HUMANOS
De los derechos humanos b�sicos se derivan otros. Del derecho a la vida se deriva
el derecho al alimento,
vivienda, educaci�n, trabajo, recreo, etc�tera. Del derecho a la libertad se deriva
el derecho a elegir un grupo
pol�tico y afiliarse a �l, a elegir el modo de vida a seguir, la libertad de
creencias, de expresi�n, de movimiento,
etc�tera.
Beuchot, Mauricio. Filosof�a y Derechos Humanos, Siglo XXI, M�xico, 1993. Mues de
Schrenk, Laura.�El
Problema de la Fundamentaci�n de los Derechos Humanos�, en Dianoia, a�o XXXI, n�m.
31, UNAM, M�xico,
1985. Mues de Schrenk, Laura. �Los Salvajes de Am�rica y de Europa�, en Teor�a,
(UNAM, M�xico), 1982. Nino,
Carlos Santiago. Introducci�n de la filosof�a de la acci�n humana, EUDEBA, Buenos
Aires, 1987.
(LMS)
DIGNIFICACI�N
. T�rmino empleado por Ricardo Flores Mag�n (1873-1922) para sustentar parte de su
teor�a filos�fico-social, en la
cual sostiene que la especie humana lograr� cabalmente aquello que se ha denominado
dignidad humana, siempre y
cuando la existencia del hombre concreto est� fincada en el bienestar de la
libertad.
Hasta ahora, afirm� Flores Mag�n, �es triste reconocerlo, pero es verdad. La
dignidad humana y el humano
orgullo... palabras, palabras, palabras, para emplear las expresiones del personaje
shakespereano� (Flores Mag�n,
1920: 81).
�Qu� entiende por bienestar y libertad, con los cuales se logra la dignificaci�n
del ser humano? Flores
Mag�n entend�a la �dignidad humana� no como una declaraci�n de principios
abstractos, no como asunto formal
sino real y concreto; por ello es que sostiene un principio universal fundamental:
�el derecho a la vida�. El derecho
a la vida es tener acceso al bienestar y bienestar debe entenderse como la
participaci�n inalienable del ser humano
a una vida material e intelectual para poder desarrollar todas sus facultades
potenciales. Por el mero hecho de
�venir a la vida� es suficiente para tener �derecho a vivir�, �sin m�s obligaci�n
que la de permitir a los dem�s seres
humanos que hagan lo mismo, dedic�ndose todos a la conservaci�n y fomento de la
riqueza social� (1910: 51).
Pero este �derecho a la vida�, como puede observarse, no es gratuito, el trabajo
ser�a parte fundamental en la
producci�n de riqueza de la sociedad y la participaci�n de todos es definitiva.
Derecho a la vida, entonces, debe entenderse como bienestar; as�, �el bienestar
dignifica� al ser humano; sin
embargo, el bienestar es s�lo una parte de la dignificaci�n humana, la
complementar�a es �la libertad�. Libertad
entendida en su m�s amplio sentido en relaci�n con su pensar y actuar. Por ello,
afirm� en 1911 lo siguiente: �...la
necesidad social m�s urgente en M�xico es la dignificaci�n de la raza por el
bienestar y la libertad� (Flores Mag�n,
1911: 38); por supuesto, esta reflexi�n que proviene de un anarquista no se
circunscribe a fronteras geogr�ficas,
sino que se extiende a cualquier lugar y tiempo donde haya opresi�n y miseria.
Flores Mag�n, Ricardo. �Carta de Ellen White�, en Ricardo Flores Mag�n. Su vida.
Su obra y 42
cartas.Editores Mexicanos Unidos, M�xico, 1976. Flores Mag�n, Ricardo. �La cadena
de los libres�, en Art�culos
pol�ticos 1910, Editorial Antorcha, M�xico, 1983. Flores Mag�n, Ricardo. �La
verdadera revoluci�n�, Art�culos
pol�ticos 1911. Editorial Antorcha, M�xico, 1986. Flores Mag�n, Ricardo. �Por el
derecho a vivir�, en Art�culos
pol�ticos 1914, Editorial Antorcha, M�xico, 1982. Flores Mag�n, Ricardo. �En pos de
la libertad�,
en Discursos.Editorial Antorcha, M�xico, 1979. �La dignidad de la persona humana�,
en Documentos del Concilio
Vaticano II,La Editorial Cat�lica (BAC), Madrid, 1975.
(IOC)
ECLECTICISMO O FILOSOF�A ELECTIVA
(MGSJ)
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
EGO�SMO CONSCIENTE.
Entre burgueses y proletarios, seg�n Pr�xedis G. Guerrero, una ley natural los
mantiene ligados a una sola
tendencia: �el mejoramiento individual�; ah� estriba el verdadero inter�s de cada
ser humano; tomando conciencia
de esto, precisa obrar racionalmente, sobreponi�ndose a los prejuicios de clase y
dar la espalda a romanticismos,
pues �Ni la Caridad, ni el Humanismo, ni la Abnegaci�n� tienen suficiente poder
como para �emancipar a la
humanidad, como lo tiene el Ego�smo Consciente� (Guerrero, 1910: 96). Las clases
dominantes deben entender
que en momentos coyunturales cr�ticos, la transformaci�n del sistema es inevitable
y que vale m�s para sus propios
intereses facilitar esa transformaci�n que oponerle resistencia reacia; as�, la
problem�tica social que agite en todos
los momentos en todos los rincones del mundo perder�a su aspecto de tragedia y se
resolver�a suavemente en
beneficio para todos: expoliados y marginados obtendr�an bienestar y felicidad, los
privilegiados perder�an con lo
superfluo el temor a perderlo todo y, sin duda, son estos �ltimos los que mejor
parte obtienen.
Ricardo Flores Mag�n afirm� en 1911 que Pr�xedis G. Guerrero fue �el alma del
movimiento libertario� en
M�xico. Efectivamente, labor� tanto con la pluma como con la acci�n.
Internacionalmente, en 1910, fund� la
�Liga Panamericana del Trabajo� que �(...) toma como campo de acci�n el Nuevo
Continente y las Islas que le
rodean, sin perjuicio de apoyar y contribuir solidariamente a los movimientos
obreros de otras partes del mundo
(...)� (Guerrero, 1910: 123).
Tal concepto tambi�n es aceptado por Ricardo Flores Mag�n, quien afirma en 1922:
�(...) la individualidad,
lo �nico que entra en la construcci�n de la grandeza y esplendor del Universo�
(Flores Mag�n, 1922: 184).
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
Guerrero G., Pr�xedis. Art�culos de combate, Ed. Antorcha, M�xico, 1984. Stirner,
Max. El �nico y su
propiedad,Ediciones Orbis, Espa�a, 1985. Wilde, Oscar. El alma del hombre bajo el
socialismo, Fondo de Cultura
Econ�mica, M�xico, 1989. Flores Mag�n, Ricardo. �Carta a Ellen White�, en Su vida.
Su obra, Editores
Mexicanos Unidos, M�xico, 1976.
(IOC)
EMANCIPADORES MENTALES
Es el t�rmino acu�ado por el fil�sofo mexicano Leopoldo Zea (1912), con el cual
define a un grupo de pensadores
latinoamericanos que se ocupan de hacer tomar plena conciencia de la necesidad de
libertad a los pueblos de
nuestra Am�rica, reci�n emancipados. Vali�ndose, para tal tarea, de una educaci�n
centralizada, generada por el
Estado, con miras a formarles una personalidad de tipo nacionalista.
Desde la perspectiva de estos pensadores, las revoluciones de independencia
llevadas a cabo en el
continente s�lo hab�an logrado una emancipaci�n pol�tica, mas no una emancipaci�n
mental. En otras palabras:
los pueblos emancipados a trav�s de las armas segu�an atados espiritualmente a las
viejas costumbres de la
Colonia; esto es, a la servidumbre y al vasallaje. Era necesario formar a los
hombres en la libertad, hacerlos
conscientes de que ya no ten�an ning�n yugo, para que as� se despojaran de las
nuevas tiran�as y del abuso de poder
surgidos en toda Latinoam�rica.
As� pues, la libertad de los pueblos � el ideal m�s alto de las gestas
revolucionarias � no hab�a sido
alcanzada; al contrario, �stos segu�an sufriendo un sinf�n de injusticias en manos
de los distintos dictadores a lo
largo de toda Hispanoam�rica. Hab�a que acabar con esto definitivamente. Era el
momento de aprovechar la
oportunidad para emanciparse, de no hacerlo as�, se seguir�a en un estado de
servidumbre a la sombra de
extranjeros y de los mismos hispanoamericanos que impon�an su poder de gobernantes
absolutos.
Hab�a que cumplir tal tarea con un claro proyecto educativo, que respondiera a la
problem�tica concreta de
los pueblos latinoamericanos. Se podr�a prescindir de todo tipo de conocimiento que
no estuviese relacionado con
el proyecto emancipador de educaci�n.
La educaci�n era entendida como una �herramienta� de transformaci�n de la realidad
(a partir de un cabal
conocimiento de ella), con miras a alcanzar la realizaci�n plena de la libertad de
los seres humanos de nuestra
Am�rica.
La filosof�a adoptada por estos pensadores tiene como premisa considerar que: todo
ser humano, por el
simple hecho de serlo, es libre, y por tanto, se encuentra en pleno derecho de
ejercer su propia libertad. Cualquier
sujeci�n a un amo o se�or es inconcebible desde esta perspectiva. El pueblo, como
representaci�n del conjunto de
libertades individuales, es el soberano, y no, por el contrario, un s�lo hombre
(monarqu�a) o un grupo de hombres
(oligarqu�a).
El progreso europeo hab�a sido generado, seg�n los emancipadores, por las fuerzas
democr�tico-liberales
que representaban el fortalecimiento de la libertad humana y, en consecuencia, iban
desplazando, con gran �xito, a
las viejas costumbres medievales: la tiran�a, la esclavitud y el vasallaje.
Si esto se hab�a logrado en Europa, pod�a ocurrir tambi�n en Am�rica. Hab�a que
apostar todas las ideas y
las acciones a la realizaci�n del proyecto liberal, de esta forma se acabar�a con
la pugna emprendida hacia ya m�s
de treinta a�os contra las fuerzas retr�gradas del pasado colonial por los
insurgentes de los movimientos
independentistas.
Algunos a�os antes de que se cumpliera medio milenio del arribo de Crist�bal Col�n
a nuestro hemisferio,
las instituciones espa�olas de cultura comunicaron y convocaron a las del resto del
mundo, especialmente a las
luso e hispano parlantes, la decisi�n de, y la invitaci�n a mover por todos los
medios (reuniones cient�ficas,
conferencias, publicaciones, seminarios, cursos, investigaciones, radio y
televisi�n culturales y noticiosas, etc�tera)
el inter�s por estudiar y valorar, en suma por reflexionar con seriedad y hondura y
a la luz del presente, acerca de
aquel memorable acontecimiento que al ensanchar la geograf�a abri� paso a la
formaci�n de grupos humanos
nuevos, criollos y mestizos que constitu�an lo que son hoy Angloam�rica y
Latinoam�rica. Esta ultima bien
llamada as�, ya que otras denominaciones como Iberoam�rica, Hispanoam�rica,
Euroam�rica, Indoam�rica y m�s,
no engloban aquello que, sin apelaci�n, es com�n a los pueblos del sur del R�o
Bravo y a las grandes islas del
Caribe, esto es, la herencia cultural de ra�z latina. Con razonable anticipaci�n se
aprestaron a la tarea convocada,
Espa�a, varios pa�ses latinoamericanos y otros de habla distinta, ya que el famoso
periplo de 1492 tuvo mucho que
ver con trascendentales acontecimientos ineludibles en la Historia del mundo
moderno y contempor�neo,
verbigracia: la aparici�n de los Estados Unidos de Am�rica, la apertura de las
rutas del Pacifico y la inclusi�n de
sus culturas isle�as al �mbito de la Historia universal, la posibilidad de conocer
c�mo es la Tierra en su totalidad;
adem�s, los viajes ib�ricos fueron acicate para impulsar otros muchos, lo que
aceler� la competitividad mercantil,
los avances t�cnicos navieros, la carrera armamentista, el aumento de la riqueza
alimenticia, y por fin la dilataci�n
del espacio hacia las luces y sombras de la modernidad. En raz�n directa de la
universalidad del hecho se pens� la
conmemoraci�n del mismo y su finalidad concreta: ensanchar en forma simult�nea el
conocimiento hist�rico
cr�tico y m�s justo de los pueblos involucrados, y el entendimiento, la solidaridad
y el respeto mutuo entre todos
ellos. El asunto no fue f�cil; surgieron discrepancias desde las primeras reuniones
� 9 al 13 de julio de 1984 �
efectuadas en Santo Domingo, Rep�blica Dominicana, a las que acudieron las
Comisiones Nacionales de los pa�ses
de Am�rica y Espa�a, entre otras, para exponer y discutir sus puntos de vista en
torno a la recordaci�n del
acontecimiento. Desde ya, aparecieron las diferencias, una de las primeras y m�s
ac�rrimas fue la que present� la
delegaci�n mexicana, formada por Miguel Le�n Portilla, Jos� Mar�a Muri� y Alberto
Lozoya, quienes propusieron
no hablar del descubrimiento de Am�rica, sino del encuentro de dos mundos. No se
pretend�a una simple
sustituci�n de t�rminos, sin �(...) una transformaci�n del contenido ideol�gico que
se encuentra amparado por cada
vocablo� (1988, n�m. 2: 186).
Vemos que el asunto fue tra�do y llevado para bien o para mal, en verdad la
discusi�n no termin� jam�s;
corri� tinta para defender e imponer o para atacar y no permitir el cambio
sugerido, lo cierto es que cada cual
sigui� usando la denominaci�n de lo que pas� en 1492 de acuerdo a lo que m�s
cuadraba a sus intereses
intelectuales, a sus tradiciones, a sus conocimientos, fueran �stos hist�ricos,
filos�ficos, antropol�gicos,
filol�gicos, o a sus ignorancias; el apoyo o la desaprobaci�n de lo sugerido se
lig� tambi�n a convicciones pol�ticas
y a simples simpat�as o antipat�as. En este pa�s �M�xico� se realizaron programas
al respecto, pero fueron siempre
acciones sueltas, no se conform� nunca en plan nacional coordinado. Muchas de las
actividades realizadas
resultaron encasilladas, de poca difusi�n y trascendencia, de poca movilidad para
ser entendidas por todos los
sectores. Actos hubo en la conmemoraci�n que fueron chispazos luminosos y hasta
geniales unos, y baldes de agua
fr�a otros, seg�n de quien proven�an. Para referirse a lo que pas� el 12 de octubre
de 1492, se usaron t�rminos de
toda laya: rid�culos, chuscos, peyorativos y a veces laudatorios, en todos los
casos in�tiles, por ejemplo: tropez�n,
encontronazo, choque, principio de genocidio y la violaci�n, o bien glorioso,
santificador, excelso, etc�tera. En
todo caso �encuentro y/o descubrimiento� la pol�mica fue una sacudida, a querer o
no, hizo volver los ojos y el
�nimo hacia el principio de todo, de todo lo que es hoy nuestra Am�rica para, por
fin, entenderla en su
esencialidad, como lo que es y no otra cosa.
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
Corominas, Joan, y Jos� Pascual. Diccionario cr�tico etimol�gico castellano y
hisp�nico, Madrid, Gredos,
1987, 5 t. vol. II. Cuervo R. J. Diccionario de Construcci�n y r�gimen de la lengua
castellana, Par�s, A. Roger y F.
Chernoviz, Libreros Editores, 1886, 2 t. Aznarez, Carlos y Norma N�stor. 500 a�os
despu�s: �descubrimiento y
genocidio?, Nuer, Espa�a, 1992. Bernard, Carmen (comp.). Descubrimiento, conquista
y colonizaci�n de Am�rica
a 500 a�os, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Fondo de Cultura
Econ�mica, M�xico. Beuchot,
Mauricio. La querella de la conquista: una pol�mica del siglo XVI, Siglo XXI,
M�xico. Cesares, Julio. Diccionario
ideol�gico de la lengua espa�ola. Desde la idea a la palabra; desde la palabra a la
idea, 16� ed., Gustavo Gil�,
Barcelona, 1989. Colombres, Adolfo. A los 500 a�os del choque de dos mundos:
balance y prospectiva; 1492-
1992, Sol, Buenos Aires, 1989. Cook, Ramsay. 1992 and all that: making a garden out
of a wilderness, Robarts
Centre for Canadian Studies, Ontario, 1993. Zamudio, Luz Elena. Am�rica-Europa: de
encuentros, desencuentros
y encubrimientos, memorias de II Encuentro y Di�logo entre dos mundos: 1992,
Universidad Aut�noma
Metropolitana Iztapalapa, M�xico, 1993. Cuadernos Americanos, Nueva �poca, n�m. 2,
a�o I, vol. 2, UNAM,
M�xico, marzo-abril 1988, Cuadernos Americanos, Nueva �poca, n�m. 9, a�o II, vol.
3, UNAM, M�xico, mayo-
junio 1988.
(BRG)
ENSAYO
. El ensayo es un g�nero literario y de reflexi�n, por eso h�brido, esquivo a las
definiciones. Se reconoce como tal a
partir de Essais (1580), textos del pensador franc�s Michel de Montaigne (1533-
1592), cuyo t�tulo dio nombre al
g�nero.
Desde entonces hasta el presente, de acuerdo con los matices est�ticos del
Romanticismo, el Realismo de
tintes positivistas, el desva�do Naturalismo, el original Modernismo, los
Vanguardistas y los Posvanguardistas, la
n�mina de nuestros pensadores y ensayistas ha ido ampli�ndose sin detenciones.
Baste citar unos pocos nombres:
Andr�s Bello, Sim�n Rodr�guez, Esteban Echeverr�a, Domingo F. Sarmiento, Jos�
Victorino Lastarr�a, Francisco
Bilbao, Jos� Mar�a Luis Mora, Juan Mar�a Montalvo, Eugenio Mar�a de Hostos, Manuel
Gonz�lez Prada, Jos�
Mart�, Jos� Enrique Rod�, Jos� Carlos Mari�tegui, Jos� Vasconcelos, Ricardo Rojas,
Pedro Henr�quez Ure�a,
Alfonso Reyes y muchos y eminent�simos m�s, que construyeron la tradici�n
intelectual de nuestra Am�rica. En la
inmediata contemporaneidad baste citar textos como El Laberinto de la Soledad
(1950) de Octavio Paz; Las venas
abiertas de Am�rica Latina (1971) de Eduardo Galeano; o el anticipo posmoderno de
reflexi�n ensay�stica, en
M�xico, que es La jaula de la melancol�a (1987) de Roger Bartra, todos en este caso
de gran extensi�n.
Como es sabido, los pensadores de Hispanoam�rica, Iberoam�rica, Latinoam�rica �sin
agotar nuestras muy
diferentes nominaciones�, y hoy ya fijada designaci�n de Am�rica Latina y El
Caribe, han compartido su quehacer
intelectual, profesional y literario con el periodismo cultural y pol�tico, con
cargos p�blicos, incluso presidenciales,
con actividades revolucionarias en bastantes casos y con la docencia. Este
ejercicio diverso de pr�cticas y
discursos, especialmente en el siglo XIX, resultaba contrario a la estricta figura
de la especializaci�n. Por otra
parte, en un contexto hist�rico-social m�s occidentalizado que propiamente
Occidental, surgieron nuestras
vacilantes y pobr�simas naciones m�s del deseo y de la Letra del sector criollo que
de la voluntad institucional
mayoritaria y de la pr�ctica ciudadana socialmente articulada. Desde su
�descubrimiento�, su largo per�odo
colonial y su penoso y siempre obstaculizado proceso independiente, �Am�rica es un
Ensayo�, titulo de un trabajo
de Germ�n Arciniegas. A pesar de su importancia intelectual y literaria, nuestro
ensayo no ha sido suficientemente
explorado ni estudiado en sus correspondientes temas disciplinarios. El inicio de
los estudios sobre nuestra
producci�n ensay�stica �investigaci�n que sigue siendo muy pobremente abordada� fue
el que realiz� el cubano
Medardo Vitier (1886-1960) con el t�tulo Del ensayo americano, publicado en 1945.
(ALG)
ESCOL�STICA
En el siglo XII hab�a escol�sticos c�lebres, como Roscelino, Pedro Abelardo y San
Anselmo, y las escuelas
se distribu�an en torno a la pol�mica de los universales. Despu�s, en la segunda
mitad del siglo XIII y en la primera
del XIV, se da la madurez de este movimiento. En el �mbito de los dominicos, junto
con cierto grupo de seguidores
de San Alberto Magno, se da la escuela tomista de Santo Tom�s de Aquino, que, tras
algunas oposiciones y
suspicacias, se coloc� como la oficial de la orden. Por ese tiempo los franciscanos
hab�an tenido como principal
escolarca a San Buenaventura, pero tuvo un seguimiento m�s fuerte Juan Duns Escoto,
quien fue cr�tico de Santo
Tom�s y de todos los anteriores. En la misma orden franciscana surgi� Guillermo de
Ockham, que fue cr�tico
tambi�n con Escoto, y fund� una fuerte escuela nominalista. Por eso a partir del
siglo XIV se deline� una triple
escuela, dos de reales o realistas y una de nominales o nominalistas. Las dos
reales eran la de Santo Tom�s, para
quien los universales ten�an fundamento en las cosas, pero s�lo potencial, dado que
se pon�an en acto s�lo por la
acci�n del intelecto; y la de Escoto, que era m�s realista, ya que dec�a que los
universales ten�an fundamento en las
cosas ya en acto, aun cuando un acto diminuto. Y la nominalista era la de Ockham,
para quien los universales no
ten�an fundamento en la realidad sino solo en el entendimiento. En el siglo XVII,
la escuela ockhamista decae y es
suplantada por la del jesuita Francisco Su�rez, que ten�a no pocos rasgos de
nominalismo.
As�, en la Am�rica Latina de la Colonia se dan tres escuelas rivales, ellas son
las que configuran
laescol�stica latinoamericana: la tomista, seguida por los dominicos, mercedarios,
agustinos, carmelitas y la mayor
parte de los cl�rigos diocesanos; la escotista, seguida por los franciscanos, y la
suareciana, seguida por los jesuitas.
Ejemplos de estas escuelas en Am�rica Latina son: tomistas, Alonso de la Vera Cruz
y Tom�s de Mercado;
escotista, Alfonso Brise�o y Francisco Acevedo; suarecianos, Diego Jos, Abad y
Francisco Xavier Alegre. Entre
ellos se dan, igual que en Europa, acres pol�micas, a veces por cuestiones de
detalle. La degeneraci�n de las
discusiones hizo que la escol�stica se hundiera en una decadencia muy fuerte, sobre
todo cuando llega la filosof�a
moderna.
A finales del siglo XIX, con el papa Le�n XIII, surge la neoescol�stica, sobre
todo el neotomismo. Por
ejemplo, neotomistas en el M�xico del siglo XX fueron Oswaldo Robles, J. M.
Gallegos Rocafull, I. Guzm�n
Valdivia, R. Preciado Hern�ndez y Fernando Sodi Pallares; escotistas, Fidel de
Jes�s Chauvet y Santiago Campero;
suarecianos, Julio D�vila y J. G. Mor�n. Tomistas fueron, adem�s, en Argentina,
Mons. O. N. Derisi, J. E. Bolz�n,
Celina Lertora, Carlos I. Massini y H�ctor Hern�ndez.
Beuchot, Mauricio. El tomismo en el M�xico del siglo XX, M�xico, UNAM, 1996.
Robles, Oswaldo. �El
movimiento filos�fico neoescol�stico en M�xico�, Filosof�a y Letras, n�m. 24, 1946.
Sanabria, Jos� Rub�n.
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
Beuchot, Mauricio. Historia de la filosof�a cristiana en M�xico, Universidad
Iberoamericana, M�xico, 1994. Zahar
Vergara, Alfonso. �El tomismo en el M�xico contempor�neo�, Filosof�a y Letras, n�m.
36, 1949.
(MBP)
EST�TICA
En la primera mitad del siglo XIX, Michel Chevalier agente de Napole�n III, en una
serie de viajes a
Am�rica, distingue sociedades distintas. Una, la del sur, cat�lica y latina, y
otra, al norte, protestante y anglosajona.
La distinci�n sirvi� para los afanes panlatinistas de Napole�n III y,
parad�jicamente, si no se habl� nunca de una
Europa latina, si ocurri� lo propio con la Am�rica latina que hoy en d�a, como
nombre compuesto, ha sustantivado
el adjetivo y da nombre a un conjunto de sociedades heterog�neas como naciones.
S�lo que esta dimensi�n pol�tica
viene acompa�ada de la correspondiente est�tica. Jos� Mar�a Torres Caicedo,
colombiano, historiador literario y
amigo de Chevalier, ante la necesidad de dar nombre preciso a sus trabajos cr�ticos
sobre la literatura de las
sociedades de la Am�rica no protestante ni anglosajona, resuelve esto a partir de
un criterio est�tico que es el de
intitular a uno de ellos como La literatura de la Am�rica Latina (1789).
Juan Acha, peruano, te�rico del arte, a la par que ha apelado a la construcci�n de
una est�tica propia de
Am�rica Latina, ha se�alado genealog�as hist�ricas procedentes para la advertencia
de las artes latinoamericanas:
de Pream�rica a la Colonia (1530), de la Colonia a la Rep�blica (1810-1850) y de
Am�rica Republicana a la
tercermundista (1950-1990). De tal genealog�a, Juan Acha, a su vez, desprende
criterios relacional-axiol�gicos de
consideraci�n critica: vinculaci�n, de la religi�n con las est�ticas nacionales;
relaci�n de las
culturas est�ticaspropias con la idea de la identidad de lo nacional y
latinoamericano, y valoraciones de las artes
latinoamericanas en contraposici�n con las europeas.
La est�tica como teor�a y Am�rica Latina como comunidad sociocultural son
recientes, hist�ricamente
hablando. La pertenencia de su relaci�n supone un car�cter de consideraci�n
indisoluble, de modo tal que lo que
Miguel Rojas Mix ha llamado �convivencia discr�nica� (1986), refiri�ndose a la
coexistencia de valores propios y
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
ajenos en las artes de Am�rica Latina, conduce a advertir el proceso hist�rico que
Am�rica Latina guarda en com�n
respecto a las naciones que, am�n de un centralismo econ�mico y pol�tico, imponen
c�nones est�ticos bajo la
legitimante de una invariabilidad cultural protestada como universalismo y que
niega, por supuesto, los valores
social/concretos de las artes latinoamericanas. Tal invariabilidad cultural es la
del eurocentrismo, que como
culturalismo, afecta en definitiva no s�lo a la resoluci�n de c�digos art�sticos
latinoamericanos, sino a la
particularidad de sus axiolog�as constituyentes, a la construcci�n de sus
categor�as de cr�tica te�rica y a su
consiguiente desarrollo conceptual de correspondencia social y cultural necesarias.
(MAEB)
�TICA DEL DESARROLLO
. La �tica del desarrollo determina los fines y normas del desarrollo econ�mico y
social, para hacer de �l algo
integral, que ayude a la �ascensi�n de todos los hombres hacia lo m�s humano en
todas sus dimensiones,
econ�mica, biol�gica, psicol�gica, social, cultural, ideol�gica, espiritual,
m�stica, trascendente�. Una de sus
principales tareas es la valoraci�n critica de los unes y medidas fundamentales de
los modelos alternativos abiertos
para el desarrollo de una naci�n especifica. Adem�s, busca determinar los supuestos
�ticos de un desarrollo
sostenido, justo y equitativo, cuyos valores fundamentales se orientan a satisfacer
las necesidades humanas b�sicas,
la democracia participativa, el respeto por el medio ambiente y la oportunidad
igual para el desarrollo personal.
b) Establecer los mejores presupuestos asequibles para que el mayor n�mero posible
de hombres y de
pueblos goce de una vida humana digna exige una distribuci�n proporcionada del
bienestar y la aplicaci�n de la no
reciprocidad y de la asistencia en caso de ineficacia de otros m�todos.
(V�ase: Dependencia).
(MASO)
�TICA M�NIMA
ETNIA
. .
�Lo �tnico� suele confundirse con �lo cultural�: lo propio de un grupo dotado de
identidad. Esta acepci�n,
adem�s de autorreferente, implica que la identidad de un grupo era un datum
inmutable y no problem�tico. En
cambio, en otros autores, la tematizaci�n de la etnicidad implica referentes
m�ltiples y problem�ticos. Por ejemplo:
1) los miembros de un grupo �tnico o etnia comparten la creencia de que tienen un
origen com�n (un ancestro
com�n, o un lugar donde nacieron todos sus ancestros...). Esta creencia no
necesariamente se funda en �hechos�. 2)
El grupo �tnico suele tener ciertos rasgos distintivos �lenguaje, religi�n,
vestido, artes, costumbres alimenticias,
instituciones...� que pueden ser �nicos o no: lo importante es que los perciban
como propios. 3) No tiene sentido
hablar de etnicidad si no existen �otros� �los que no forman parte del grupo pero
con �l interact�an�; por ello, la
etnia es siempre parte de una totalidad social que la trasciende: la sociedad
pol�tica. 4) Sin embargo, lo �tnico no es
reducible a lo familiar o vecinal, en el sentido que no implica un contacto
continuo entre los miembros de la etnia.
5) La etnia no se constituye necesariamente en un autor colectivo. 6) Por todo lo
anterior, el contenido de las
categor�as �tnicas sufre variaciones situacionales, aunque, 7) las categor�as
mismas (los nombres colectivos) son
emblem�ticos: identifican a las personas y a las colectividades (Pe�a 1995: 87-88).
Hay tambi�n quien contrapone �grupo �tnico� con la �naci�n�, lo que en realidad
implica una impugnaci�n
del Estado nacional vigente. El antrop�logo Andr�s Medina (1993) ha hecho notar que
al hablar de �grupo �tnico�
se considera a la lengua como aquello que lo caracteriza (criterio censal manejado
sobre todo por las agencias
gubernamentales), y se le ha definido como �una comunidad de lengua, de cultura y
tradici�n, de organizaci�n
corporativa interna; puede contar con una base territorial...� (Guerrero, J. y G.
L�pez y Rivas, 1982: 40). Pero
donde el concepto adquiere una elaboraci�n te�rica extrema, con un formalismo muy
grande, es en una propuesta
�te�rico-metodol�gica� que establece una tipolog�a universal; en ella el grupo
�tnico es un sistema sociocultural
basado en una estructura de organizaci�n comunal, �...estos grupos �tnicos existen
objetivamente como un
archipi�lago de unidades comunales o de pueblos que poseen los elementos
socioculturales comunes�; y,
finalmente, �los �grupos nacionales� o nacionalidades presentan �un complejo
clasista fuertemente diferenciado� y
se orientan a constituirse como Estado-naci�n aut�nomo y soberano� (D�az Polanco,
1984). En otra l�nea de
an�lisis se ha buscado fundar un discurso y ciertas reivindicaciones a partir de lo
que se ha dado en llamar
�comunalidad�; es decir, el espacio significativo en t�rminos de la reproducci�n de
las identidades �tnicas de los
pueblos indios es el de la comunidad cuyas caracter�sticas se definen en �la
comunalidad�, la que tiene cuatro
referentes fundamentales: la tenencia de la tierra, el trabajo, el gobierno y la
fiesta comunales. Tambi�n se
consideran importantes, aunque en otro nivel, la lengua y la cosmovisi�n.
Interesante esta propuesta porque nace
del propio movimiento indio (v�ase a Rend�n, J. J., Dom�nguez, M., 1988; D�az
Floriberto, 1992). A ello habr�a
que agregar que la antigua comunidad agraria en Am�rica Latina ha cambiado
radicalmente con los crecientes
movimientos migratorios hacia los centros urbanos. Se ha convertido �ltimamente en
una entidad social y cultural
mucho m�s sensible a las vicisitudes pol�ticas y econ�micas nacionales. En Ribeiro
(1971, 1988, 1996) la etnia
aparece como una identidad din�mica extremadamente sensible a las transformaciones
hist�ricas y en un
movimiento de g�nesis, transfiguraci�n y muerte o desaparici�n que permite
recuperar la riqueza y complejidad del
fen�meno �tnico. Llega a decir: �La unidad esencial del fen�meno humano es la
comunidad �tnica, que es el lugar
en que el hombre se produce� (Ribeiro, 1996: 237). La evoluci�n terminol�gica ha
sido importante. Hasta hace no
mucho tiempo a�n para los antrop�logos los ind�genas eran poblaciones, sociedades y
culturas, pero nunca pueblos
y comunidades. La palabra comunidad se ha empezado a emplear recientemente. En un
an�lisis lexicol�gico del
t�rmino comunidad frente a la marginaci�n que produce la modernidad como fuerza no
organizada y un capital
global omnipotente, ser marginal significa hoy ser comunitario (P�rez, 1996: 7-15).
En este orden de ideas, ahora,
m�s que hablar de etnias o grupos �tnicos se hace referencia a los pueblos indios.
(JMSM)
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
EUTOP�A
. Palabra usada por Tom�s Moro en 1516, en De optimo reip. Statu, deque nova �nsula
utop�a, libellus uere aurens,
donde su protagonista Rafael Hitlodeo propone una salida decorosa para el Estado
inhumano, de modo que
�deber�an en justicia llamarme eutop�a�, eutopia merito sum vocanda nomine.
Curiosamente se ha generalizado
m�s la palabra utop�a que es la parte cr�tica y negativa del contenido de su famoso
op�sculo.
El texto completo de los seis versos que encabezan la Utop�a de Moro dicen as�:
Las dos palabras latinas, construidas con elementos griegos, no aparec�an en los
Diccionarios de la
Academia de la Lengua Espa�ola antes de 1884.
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
Temeroso Bol�var de intentar una rep�blica excesivamente generosa en sus principios
sociales, en 1815,
cuando aun estaba distante en tiempo y espacio la victoria, escribi� con toda
intenci�n: �Es �sta una vana
especulaci�n, estoy resucitando inoportunamente los sue�os de Moro y Fenel�n?
Pero despu�s, desde 1819, cuando defin�a el objeto del Estado moderno que se
acababa de fundar, pensaba
abiertamente en t�rminos de Estado Feliz, estado eut�pico. En el Discurso de
Angostura acu�� una de sus m�ximas
m�s celebradas: �El sistema de gobierno m�s perfecto es aquel que produce mayor
suma de felicidad posible,
mayor suma de seguridad social, y mayor suma de estabilidad pol�tica (...) Son
derechos del hombre: la libertad, la
seguridad y la igualdad. La felicidad general, que es el objeto de la sociedad,
consiste en el perfecto goce de estos
derechos�. Pero cuando Bol�var empez� a percibir los desastres de una mala
administraci�n us� el
vocablo utop�aen una carta a F. de P. Santander del 8 de octubre de 1826:
��Qu� debo yo hacer? �Y qu� debe hacer Colombia? Yo, por servir a la patria,
debiera destruir el magnifico
edificio de las leyes y el romance ideal de nuestra utop�a. Colombia no puede hacer
otra cosa, fallida como est�,
sino disolver la sociedad con que ha enga�ado al mundo, y darse por insolvente�.
(GVM)
EXTERIORIDAD
A partir de estas premisas, Dussel analiza las distintas formas que adopta la
exterioridad en contraposici�n
con la totalidad dominadora, en los niveles geopol�tico y geoecon�mico (periferia-
centro), econ�mico (trabajo
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
vivo-trabajo muerto), pol�tico (pueblo-oligarqu�a), religioso (posici�n
infraestructural-posici�n superestructural),
er�tico (mujer oprimida-varon dominador) y pedag�gico (cultural popular-cultura
imperialista y de masas).
(RGC)
FEMINISMO
Esta crisis, en los a�os 1990-1996, ha provocado la fractura del feminismo en por
lo menos tres corrientes:
la reformista que busca el acceso al poder de las mujeres en la estructura social
vigente; la progresista que
cuestiona la tendencia pol�tica de la regi�n y exige beneficios para las mujeres.
Ambas reconocen al Estado como
un interlocutor. La corriente radical sigue una pol�tica aut�noma centrada en la
idea de que es necesaria la
transformaci�n civilizatoria del mundo por las mujeres.
Bartra, Eli. Frida Kahlo; mujer, ideolog�a y arte, 2� ed., Icaria, Barcelona,
1994. Bedregal, Ximena et
al.�tica feminista, La Correa Feminista, M�xico, 1994. Barbieri, Teresita de.
Movimientos feministas. Grandes
tendencias pol�ticas contempor�neas, Universidad Nacional Aut�noma de M�xico,
M�xico, 1986. Hierro, Graciela
(comp.). La naturaleza femenina, Universidad Nacional Aut�noma de M�xico, M�xico,
1985. Lavr�n,
Asunci�n.Las mujeres latinoamericanas; perspectivas hist�ricas, Fondo de Cultura
Econ�mica, M�xico, 1985,
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
colecci�n Tierra Firme. Vitale, Luis. Historia y sociolog�a de la mujer
latinoamericana, Fontamara, Barcelona,
1981, colecci�n Ensayo Contempor�neo.
(FGC)
. T�rmino acu�ado por el fil�sofo mexicano Luis Villoro, la �figura del mundo�
funciona como el �supuesto
colectivo� y �trasfondo incuestionable� que sostiene la mentalidad de una �poca o
de una cultura y sobre la cual se
levantan las dem�s creencias colectivas, actitudes, valoraciones y programas de
vida. La figura del mundo es un
concepto que condensa el n�cleo de creencias b�sicas comunes a una �poca o cultura.
(V�ase: Creencia).
(GEOB)
FILOSOFEMA
. .
(VMR)
FILOSOF�A AFROAMERICANA
Es toda filosof�a que tiene como punto de partida la cultura americana que en
alguna de sus manifestaciones est�
te�ida por la rica presencia cultural de �frica. El t�rmino afroamericano no debe
hacernos pensar en un enclave
aut�nomo. Con ello no se est� se�alando una divisi�n en la que quedan por un lado
lo africano, lo indio y lo
europeo. Lo americano, en realidad, es la fusi�n de lo indio, lo europeo, lo
africano y mucho m�s. Por eso, la
llamada Latinoam�rica podr�a ser denominada Afrolatinoam�rica, ya que desde el
momento del encuentro ente el
latino y el americano est� presente tambi�n el africano. Los movimientos culturales
de estos �ltimos tiempos en
Am�rica han inducido a los americanos a asumir todas sus tradiciones, pues en la
medida que conocemos m�s
nuestra identidad somos, a un tiempo, m�s espec�ficos y m�s universales.
Las culturas africanas fueron vertidas por fuerza en las culturas americanas. Sin
embargo, por aut�noma
que parezca, cada cultura es inseparable del campo cultural global con el que se
relaciona y que la configura,
aunque tambi�n se desarrolla de manera particular y original. Pero, no es posible
borrar de un plumazo todo un
legado hist�rico afro que la realidad revela diariamente. Este legado aunque fuera
�vergonzoso� es parte de la
identidad americana y debe ser tomado en cuenta en el momento de elaborar la
llamada filosof�a latinoamericana.
De este modo, lo afroamericano es una de las formas espec�ficas que configura la
cultura global americana.
Desde la conquista hasta hoy, los pa�ses americanos han estado orientados hacia la
asimilaci�n de los
valores de la cultura occidental pero, por otra parte, la b�squeda de la identidad
de las poblaciones mestizas es hoy
d�a un prop�sito vital. La historia es, en estos �ltimos tiempos, la de las
dificultades o logros para consolidar un
proyecto de cultura nacional que tome en cuenta lo multi�tnico y lo pluricultural
del continente. Para eso se
necesita una relectura de la historia que vuelva a dar a cada grupo su valor real,
lectura hecha desde la base de la
pir�mide y no a partir de los vencedores. La afirmaci�n del patrimonio colectivo
mediante el reconocimiento de
otras nociones que se derivan de �l, como es la cultura popular, permitir� la
incorporaci�n de la parte afro a lo
latinoamericano y dar� raz�n del mestizaje al hacerlo m�s comprensible,
conceptualiz�ndolo como un proceso
global que produjo una multitud de bienes culturales como las lenguas criollas,
tradiciones orales, religiones
sincr�ticas, m�sica y bailes que hacen parte fundamental del ser del
afrolatinoamericano.
(MKM)
FILOSOF�A COLONIAL
La �poca moderna se cierne desde finales del siglo XVII, pasa por el XVIII y llega
a la Independencia, a
principios del siglo XIX. En las postrimer�as del XVII se ve en autores como
Sig�enza, que ya hacen una
utilizaci�n decidida de Descartes, Gassendi y otros racionalistas. Los empiristas
llegan m�s despacio y son
incorporados m�s lentamente. Por ejemplo, se ve esto en los jesuitas, en la segunda
mitad del siglo XVIII. Jos�
Campoy, Diego Jos� Abad, Francisco Xavier Clavijero y Francisco Xavier Alegre son
muestras de ello. Cuando
los jesuitas son expulsados, en 1767, otras �rdenes los sustituyen, como los
oratorianos, entre los cuales descuella
Juan Benito D�az de Gamarra y D�valos. En el mismo exilio, y ya a principios del
siglo XIX, siguen los jesuitas su
proceso de modernizaci�n, e incluso influyen en Europa, como lo hizo Andr�s de
Guevara y Basoaz�bal. Por ese
tiempo, muchos de los pensadores de la independencia supieron combinar su formaci�n
escol�stica con las ideas
modernas, y hasta hubo algunos completamente modernos. Con ello se apoy� las ideas
de emancipaci�n y termin�
la era colonial.
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
Beuchot, Mauricio. Historia de la filosof�a en el M�xico colonial, Herder,
Barcelona, 1996. Gallegos
Rocafull, Jos� Manuel. El pensamiento mexicano en los siglos XVI y XVII, UNAM,
M�xico, 1951 (2� ed. 1974).
Navarro, Bernab�. La introducci�n de la filosof�a moderna en M�xico, El Colegio de
M�xico, M�xico, 1948.
(MBP)
FILOSOF�A CRISTIANA
Tal vez quien dio la respuesta m�s sensata y aceptable fue Gilson, quien dec�a
que, m�s que una filosof�a
cristiana propiamente tal, lo que hay son cristianos que hacen filosof�a. Pero el
filosofar, tomando en consideraci�n
la religi�n cristiana, no implica que la revelaci�n le servir� de norma positiva,
de modo que asertos de ella le sirvan
de premisas sino de norma negativa, en el sentido de que no puede ir en contra de
ella, y eso le marca limites.
En Europa, uno de los que trat� expl�citamente de hacer una filosof�a cristiana
fue el pensador italiano
Michele Federico Sciacca. En Am�rica Latina han defendido esta idea de filosof�a
cristiana Alberto Caturelli,
Agust�n Basave y Jos� Rub�n Sanabria. El primero, argentino, sigue muy de cerca a
Sciacca y se inspira en muchas
de las tesis de este autor. El segundo, mexicano, pertenece a la corriente de San
Agust�n, m�s que a la de Santo
Tom�s, en la l�nea de Sciacca. El tercero, tambi�n mexicano, gran conocedor del
pensamiento de Sciacca, mantuvo
una relaci�n muy cercana a �l y difundi� sus ideas; asimismo, dirigi� la
elaboraci�n de una historia de la filosof�a
cristiana en M�xico.
(V�ase: Escol�stica).
(MBP)
FILOSOF�A DE LA HISTORIA
Tiene raz�n Villoro. Un proyecto es, ante todo, el �mbito donde se libra la
contienda por la identidad. De
modo semejante, los individuos buscan encontrarse en la realizaci�n de sus
proyectos que ponen en obra sus
prioridades, preferencias, valores. No pod�a ser de otra manera: la comunidad se
establece por analog�a con los
destinos individuales. Y viceversa. He aqu� una de las cuestiones a dilucidar por
la nueva filosof�a de la historia
latinoamericana cuya consolidaci�n est� a�n por verse, sin menoscabo de aprovechar
siempre las investigaciones
de punta, como son las de la ontolog�a heideggeriana sobre la estructura temporal
del �ser-ah�.
(V�ase: Contrapoder).
(JSM)
FILOSOF�A DE LA LIBERACI�N
(RGC)
FILOSOF�A DEL CUERPO
. Con este nombre se designa una corriente del filosofar latinoamericano que surgi�
alrededor de los a�os ochenta,
propone construir una reflexi�n te�rica en torno al cuerpo como la categor�a
central de un discurso filos�fico que
retorne los temas centrales de la Filosof�a (Antropolog�a Filos�fica, �tica,
Metaf�sica, Epistemolog�a, Filosof�a de
la Historia y la Cultura, entre otros) y los repiense en la perspectiva de la
corporeidad.
Propone una ruptura sem�ntica con la noci�n tradicional del cuerpo en tanto que
dimensi�n f�sica del ser
humano. En su lugar presenta una visi�n hol�stica que incorpora los aspectos
perceptibles e imperceptibles del
Hombre bajo dicho concepto. El ser humano es un cuerpo, no tiene un cuerpo. Rechaza
por igual las nociones
dualistas y materialistas. Para evitar las adherencias ideol�gicas de ambos tipos
de doctrinas sugiere la categor�a de
�valencias corporales�, propiedades naturales del cuerpo humano que se expresan
paralelamente como
�necesidades� y �capacidades�. Las dos se dividen en tres subniveles
interrelacionados en orden ascendente:
biog�nicas, sociog�nicas y noog�nicas o personalizantes.
Otros t�picos son examinados desde esta categor�a integradora. Entre los m�s
interesantes se encuentran las
nociones de espacio y tiempo, as� como la cultura, en tanto que extensiones
interpretativas del cuerpo.
Lugar especial ocupa el concepto de Derecho. Rico Bovio cuestiona las tesis
normativistas, sociol�gicas y
axiol�gicas que ofrecen distintas respuestas en torno a su naturaleza y presenta la
alternativa de concebir al
Derecho como un macrosistema comunicacional que establece las estructuras para
garantizar la estabilidad social.
(ARB)
FILOSOF�A LATINOAMERICANA
. .
. Nombre gen�rico can que se conoce la producci�n filos�fica elaborada con una
perspectiva latinoamericanista
expl�cita. La expresi�n remite al resultado del esfuerzo por filosofar desde las
necesidades � prioritariamente
sociales y pol�ticas � de esta regi�n geocultural y con el horizonte del proyecto
que lleva por nombre m�s
abarcador y aceptable: Nuestra Am�rica.
(HCG)
FUNDADORES
..
viven espont�neamente el pensamiento de la �poca, los que lo van forjando. Son unas
pocas cabezas (...) No
reciben el impulso ajeno y si lo reciben, no lo necesitan. La corriente central del
tiempo pasa por ellos, su voz es la
voz del instante. Son los protagonistas del drama. En el momento en que act�an no
es siempre f�cil identificarlos,
porque coexisten con los continuadores del momento anterior, que tienen a su favor
representar ideas ya admitidas
y habituales, y con los que encarnan nociones nuevas pero, como luego se advirti�,
no eran la expresi�n de la
conciencia filos�fica del tiempo (1936: 34).
Pero, Romero en su exposici�n no aborda autores como el uruguayo Jos� Enrique Rod�
(1871-1917), quien
desde la literatura cre� una teor�a y filosof�a de la cultura latinoamericana, el
arielismo. Por tal motivo otros
autores han agregado m�s nombres al t�rmino Fundadores (Varios autores, 1970).
(RMM)
GENERACI�N
Sin embargo, es de observarse que Ortega y Gasset no fue el primero que us� el
concepto de generaci�n, de
hecho tiene una larga historia. Estaba ya presente en los fil�sofos presocr�ticos
como Emp�docles, Anax�goras y
Dem�crito; pero fue Arist�teles el que lo desarroll� con mayor precisi�n. Para el
estagirita la generaci�n es el
cambio del no ser al ser; el cambio absoluto implica una generaci�n absoluta y el
cambio relativo implica una
generaci�n relativa. Tal interpretaci�n fue aceptada por los escol�sticos
medievales. Tom�s de Aquino, siguiendo a
Arist�teles, consideraba que una generaci�n es un �llegar a ser�. A lo largo de la
historia del pensamiento
occidental el concepto generaci�n se ha ramificado y refinado adquiriendo, incluso,
derivaciones l�gicas y
biol�gicas. Pero fue Ortega el que dot� al concepto de una nueva vitalidad y
sentido: propone una teor�a de las
generaciones como instrumento d� investigaci�n hist�rica, el cual permite acceder a
la comprensi�n de la historia,
a su investigaci�n y estudio desde una perspectiva vital y din�mica.
Empero, pueden ubicarse los pa�ses donde la teor�a de las generaciones fue
mayormente desarrollada o
parcialmente utilizada: Argentina, Per� y M�xico. En Argentina el fil�sofo e
historiador de las ideas Arturo Andr�s
Roig la utiliz� para fundar su concepci�n de las etapas intelectuales de su pa�s en
sus libros Breve historia
intelectual de Mendoza (1966) y La filosof�a de las luces en la ciudad agr�cola
(1967). De forma m�s ce�ida al
esp�ritu orteguiano, Jaime Perrioux la implement� en su obra Las generaciones
argentinas (1970). En el Per� la
teor�a de las generaciones fue principalmente aplicada en el terreno literario como
se muestra en los libros de los
siguientes destacados cr�ticos literarios: Jorge Pucinelli, en Esquema de las
generaciones literarias
peruanas(1951); Augusto Tamayo, en Literatura peruana (1965); Luis Alberto S�nchez,
en La literatura
peruana (1966). Por su parte, en M�xico la teor�a orteguiana fue instrumentalizada
por algunos historiadores para
hacer luz sobre sucesivas generaciones pol�ticas e intelectuales que configuraron
al pa�s desde la centuria pasada,
como puede observarse en las obras de Luis Gonz�lez y Gonz�lez: Los artificios del
cardenismo (1979) y La ronda
de las generaciones (1984). Finalmente, Enrique Krause hace algo semejante en sus
textos: Caudillos culturales de
la Revoluci�n mexicana (1976) y Daniel Cos�o Villegas: una biograf�a intelectual
(1980), en los cuales aplica de
manera acertada y original el m�todo de las generaciones.
Ferrater Mora, Jos�. Ortega y Gasset: etapas de una filosof�a, Seix Barral,
Barcelona, 1973. Ortega y
Gasset, Jos�. El tema de nuestro tiempo, 1981, Alianza, Madrid; En torno a Galileo
(Esquema de la crisis),
Alianza, Madrid, 1982. Tzvi Medin. Ortega y Gasset en la cultura hispanoamericana,
Fondo de Cultura
Econ�mica, M�xico, 1984.
(V�ase: Circunstancialismo).
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
(MJSMJ)
G�NERO.
El g�nero, o los g�neros, no son un en s�, sino el producto de c�mo las culturas
masculinas han determinado
la diferencia sexual. Asimismo, explican las distinciones gen�rico-sexuales por las
cuales las dimensiones
negativas de la vida son atribuidas a lo femenino, cuya devaluaci�n es �una de las
caracter�sticas esenciales de la
producci�n cultural originada dentro de una estructura de car�cter patriarcal que
tambi�n se destaca como
organizaci�n dominante en la mayor�a de las culturas� (Guerra, 1994: 11).
Amor�s, Celia. 10 palabras clave sobre mujer, Estella, Verbo Divino. 1995. Guerra,
Lucia. La mujer
fragmentada: Historia de un signo, Casa de las Am�ricas, La Habana, Cuba, 1994.
Lamas, Marta. El g�nero: la
construcci�n cultural de la diferencia sexual, Miguel �ngel Porr�a-PUEG/UNAM,
M�xico, 1996. Rubin, Gayle.
�El tr�fico de mujeres: notas sobre la econom�a pol�tica del sexo�, en Nueva
Antropolog�a, vol. VIII, n�m. 30,
M�xico, noviembre de 1986, Scott, Joan W. �El g�nero: una categor�a �til para el
an�lisis hist�rico�, en Lamas,
Marta. El G�nero: la construcci�n cultural de la diferencia sexual.
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
(FGC)
HERMEN�UTICA
La lectura de los diarios como una oraci�n matutina del hombre moderno, impecable
hombre de cuello
blanco, perfumado, asc�tico y esterilizado.
(EMO)
HIPERI�N
. Hiperi�n es el nombre de un grupo de fil�sofos mexicanos que se propusieron
situar la filosof�a en lo concreto y
con ello crear una filosof�a mexicana aut�ntica. El grupo naci� con la preocupaci�n
de ligar lo concreto con lo
universal, para elevar a universal la propia realidad. Este prop�sito queda
simbolizado en el mito griego de
Hiperi�n, hijo de la Tierra y el Cielo, lo Concreto y lo Universal.
El grupo Hiperi�n, integrado centralmente por Emilio Uranga, Luis Villoro, Jorge
Portilla, Ricardo Guerra,
Joaqu�n S�nchez McGr�gor, Salvador Reyes Nevares y Fausto Vega, fue impulsado
directamente por Leopoldo
Zea e indirectamente por Jos� Gaos. El grupo dio a conocer en M�xico el
existencialismo franc�s en un ciclo de
conferencias realizado en 1947. Tambi�n organiz�, dos a�os despu�s, otro ciclo de
conferencias titulado �Qu� es el
mexicano?
Influidos por las filosof�as, del compromiso y acaso por esa nostalgia de la
propia tierra que H�lderin
atribuye a Hiperi�n, los integrantes del grupo se dieron a la tarea de esclarecer
filos�ficamente su circunstancia
nacional para comprenderse en ella. Para lo cual, intentaron comprender la historia
y cultura mexicanas con
categor�as filos�ficas propias.
(RGC)
Los disc�pulos de Gaos y Romero har�n obra perdurable bajo la gu�a audaz de los
maestros. Paradigm�tica,
como expresi�n del modo inicial de elaborar esta historia de las ideas, ser� la
tesis de Zea, elaborada bajo la
direcci�n de Gaos, sobre el positivismo en M�xico. Ah� quedar�n delineadas las
modalidades de trabajo que har�n
fortuna posteriormente. Una historia de las ideas enlazada con una reflexi�n sobre
la naturaleza y destino de la
filosof�a en Nuestra Am�rica, la cual, para Zea, se expresar� como filosof�a de la
historia americana.
A�os m�s tarde, el paname�o Ricaurte Soler, en un breve pero sustancial trabajo,
indicar� la necesidad de
articular los m�ritos de la tradici�n de la historia de las ideas con los aportes
de la teor�a de la dependencia (Soler,
1975); Intentaba potenciar los aportes de ambas vertientes del trabajo intelectual
latinoamericano para avanzar
cualitativamente. Es importante a�adir, en un art�culo editado en 1977, algunas
sugerencias procedimentales en
relaci�n con la periodizaci�n, la ideolog�a, las series, etc�tera. (Cerutti
Guldberg, 1986). Arturo Roig, por su parte,
ven�a planteando desde esos a�os la necesidad de una ampliaci�n metodol�gica de la
historia de las ideas, la cual
tomara en cuenta un estatuto epistemol�gico com�n entre la experiencia de la
alteridad y la historiograf�a, adem�s
de desolidarizar a la historia de las ideas de la filosof�a de la historia, viendo
en �sta una v�a interesante pero no la
�nica ni exclusiva para el desarrollo te�rico de la regi�n (Roig, 1991). Por lo
dem�s, elementos de la semi�tica, de
la teor�a del discurso pol�tico, del psicoan�lisis, de la hermen�utica, etc�tera,
han ido enriqueciendo los aportes de
la historia de las ideas. Quiz� convenga distinguirla de otras tradiciones
disciplinar�as, porque lamentablemente su
denominaci�n no ayuda mucho y confunde cuando se trata de considerar los aportes de
la arqueolog�a del saber, de
la intellectual history, de histoire des mentalit�s, etc�tera, sin que
necesariamente el campo quede deslegitimado
por estas propuestas. La distinci�n espec�fica de la historia latinoamericana de
las ideas proviene justamente de
aquellos rasgos que subrayan la importancia del sujeto colectivo de las ideas, la
historicidad ineludible de la
producci�n intelectual, el modo de contextualizar, la materialidad de la inserci�n
institucional de las ideas, su
conexi�n inicial con los procesos de constituci�n y consolidaci�n de los estados
nacionales, sus relaciones con lo
pol�tico y el estado, etc�tera. Queda mucho por hacer en este campo,
particularmente correlacionar ideas filos�ficas
con historia de las ciencias y la tecnolog�a, religiones, econom�a, literatura,
etc�tera.
(HCG)
HISTORICISMO
El fil�sofo uruguayo Arturo Ardao (1912) dibuj� con claridad los perfiles del
historicismo a partir de su
influencia en Am�rica:
Alfaro L�pez, H�ctor Guillermo. La filosof�a de Jos� Ortega y Gasset y Jos� Gaos.
Una vertiente del
pensamiento latinoamericano, UNAM, M�xico, 1992. Ardao, Arturo. �El historicismo y
la filosof�a americana�,
en Zea, Leopoldo (compilador). Antolog�a de la filosof�a americana contempor�nea,
Costa Amic, M�xico, 1968.
Magall�n Anaya, Mario. Dial�ctica de la filosof�a latinoamericana, UNAM, M�xico,
1991. Mir� Quesada,
Francisco. Despertar y proyecto del filosofar latinoamericano, FCE, M�xico, 1974.
Nicol, Eduardo. Historicismo y
existencialismo, FCE, M�xico, 1960. Nicol, Eduardo. El problema de la filosof�a
hisp�nica, Tecnos, Madrid, 1964.
Roig, Arturo Andr�s. Teor�a y cr�tica del pensamiento latinoamericano, FCE, M�xico,
1981. Zea,
Leopoldo.Esquema para una historia de las ideas en Iberoam�rica, UNAM, M�xico,
1956.
(V�ase: Circunstancialismo).
(HGAL)
IDENTIDAD
. B�squeda y expresi�n de lo propio. La identidad constituye la piedra angular del
pensamiento filos�fico
latinoamericano. Sin embargo, por parad�jico que resulte, la escasa precisi�n
conceptual del t�rmino dificulta el
an�lisis del tema. Esta noci�n, tan indefinible como imprescindible, fusiona
componentes objetivos y subjetivos.
Establece un v�nculo entre lo dado y el imaginario colectivo.
Estos movimientos dieron como resultado nuevos estados nacionales, los cuales,
desde ese tiempo,
concibieron la idea de sus nacionalidades. Mas la invenci�n de la naci�n implicaba,
necesariamente, un problema
educativo cuyo objetivo era dotar de significado al ciudadano. Las formas como las
nuevas rep�blicas llevaron a
cabo la transformaci�n social requerida para dotar de contenidos espec�ficos la
idea de naci�n, no fueron an�logas.
En Argentina, Juan Bautista Alberdi (1810-1884) propuso el traslado masivo de
europeos, principalmente
anglosajones, para eliminar aquellos rasgos culturales propios que imped�an acceder
al afamado desarrollo
industrial.
En las postrimer�as del siglo XIX, el cubano Jos� Mart� (1853-1895) y el uruguayo
Jos� Enrique Rod�
(1872-1917) se�alaron de nueva cuenta las viejas interrogantes sobre la unidad
continental o la cultura
latinoamericana respectivamente. La oposici�n a la industrializaci�n, a su modelo
social y pol�tico, es el trasfondo
de sus disertaciones. Sin embargo, las poblaciones indias y negras del continente
siguieron excluidas de las
m�ltiples reflexiones sobre la latinidad.
(DRL)
IMPERIALISMO DE LAS CATEGOR�AS
Seg�n el propio Leopoldo Zea, Gaos estimular� una serie de investigaciones que, a
partir de una Historia de
las Ideas, se har� patente la anhelada identidad de nuestros pueblos. Entre los
libros que Gaos dedica a esta
problem�tica figuran: El Pensamiento Hispanoamericano (1944), Antolog�a del
Pensamiento de Lengua espa�ola
en la Edad Contempor�nea (1945), Filosof�a mexicana de nuestros d�as (1954),
Pensamiento de lengua
espa�ola(1947) y En torno a la filosof�a Mexicana (1952). Es precisamente, en esta
�ltima obra y en su primera
parte intitulada: �La historia de las ideas en M�xico�, donde Gaos desarrolla el
concepto de imperialismo de las
categor�as.
Seg�n Gaos, la historia de la filosof�a en M�xico deber�a formar parte de la
historia de la filosof�a general,
historia que se ha concebido, universalmente, como aqu�lla que se refiere a las
filosof�as y fil�sofos originales por
antonomasia; pero si consideramos que en nuestra historia no hay tal
originalidad .como a menudo se ha dicho.
entonces �sta no parece poder ser parte alguna de la historia de la filosof�a
general. Gaos piensa que semejante
conclusi�n es absurda, por lo que es necesario hacer una revisi�n critica de estas
ideas y forma de pensar. Tal
revisi�n revela a Gaos que si en la historia de las ideas prescindios de la
circunstancia que la provoca y del
designio que la ha inspirado, entonces tendremos de ella s�lo un perfil vago y
completamente abstracto. De esta
manera, las ideas est�n adscritas, seg�n Gaos, irremediablemente a la situaci�n o
circunstancia frente a la cual
representan su activo papel y ejercitan su funci�n.
De estos an�lisis emprendidos por Gaos se concluye que no hay una historia de las
ideas abstractas sino de
ideas concretas y circunstanciales. Pero esta historia de las ideas no es sino una
parte de la �nica historia que hay
en vigor, a saber; la de la historia humana en su totalidad, en su propia
integridad.
Por otra parte, para Gaos, la historia tiene una estructura din�mica, una
articulaci�n. El historiador necesita
reconstruir, rearticular la historia, prescindiendo de lo omitido al hacer sus
selecciones, soldando directamente los
cabos de lo seleccionado. Estas articulaciones se efect�an a partir de categor�as.
Ahora bien, las categor�as
hist�ricas son propias o aut�ctonas de un territorio determinado. Sin embargo, el
esp�ritu humano viene mostrando,
a lo largo de la historia, una tendencia a extender las categor�as aut�ctonas de un
territorio a otro. As�, �en los
dominios de la Historia se presenta aquella tendencia como imperialismo de las
categor�as aut�ctonas de una parte
de la historia sobre otras partes de �sta, incluso sobre todas las dem�s de la
historia universal� (Gaos, 1980: 34).
(V�ase: Importaci�n desde dentro e importaci�n desde fuera, Historia de las ideas,
Pensamiento
latinoamericano).
(GEV)
IMPORTACI�N DESDE DENTRO E IMPORTACI�N DESDE FUERA
Seg�n Gaos existe una gran diferencia entre el importar ideas filos�ficas con
esp�ritu de metropolitano (esto
es, de espa�ol que viene a la colonia o bien mexicano que tiene un �esp�ritu de
colonial� o lo que es lo mismo, que
acepta los dictados filos�ficos y los valores de Espa�a) y esto seria el �importar
desde fuera� y el mexicano con
esp�ritu de �espontaneidad, independencia y personalidad nacional y patri�tica�,
que importa �desde dentro�,
sintiendo la aut�ntica realidad mexicana, aquellas teor�as filos�ficas que
aplicadas a su circunstancia pueden lograr
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
una praxis transformadora; en este segundo grupo �predominan ideas y valores
espec�ficamente mexicanos� (Gaos,
1952, V. I: 56), est� formado por aqu�llos �que tienen plena conciencia de la
personalidad nacional y la voluntad
patri�tica de lograr su independencia� (Gaos, 1952, V. I: 56). En este grupo se
sit�an Gamarra, Espejo, los jesuitas
mexicanos Alegre, Clavijero, Abad, M�rquez, Teresa de Mier, Francisco Severo
Maldonado, Hidalgo, en su
c�lebre Disertaci�n... y tantos otros.
el �desde fuera� y el �desde dentro� no quiere decir desde fuera o desde dentro de
las tierras de la colonia, no se
refieren al espacio; quieren decir desde fuera y desde dentro del esp�ritu
mexicano, fuera del cual est� no s�lo el
esp�ritu de metropolitano, sino tambi�n el esp�ritu de colonial, mientras que
dentro de �l est� �nicamente el esp�ritu
de espontaneidad, independencia y personalidad nacional y patri�tica; se trata de
una nueva categor�a puramente
humana de la Historia (Gaos, 1952, V. I: 56).
(CRG)
IN IXTLI IN Y�LLOTL
Debido a que el ser humano nace sin el rostro y el coraz�n definidos, de ah� que
el ideal supremo de la
educaci�n sea la Ixtlamachiliztli, �acci�n de dar sabidur�a a los rostros� y la
Yolmelahualiztli, �acci�n de enderezar
los corazones�, y esto es tarea de los tlamatinime (v�ase) y de los padres el
�hacer sabios los rostros y firmes los
corazones� a trav�s de la educaci�n para conquistar el supremo ideal del hombre y
la mujer n�huas de �ser due�os
de un rostro y de un coraz�n�. �El hombre maduro: coraz�n firme como la piedra,
coraz�n resistente como el
tronco de un �rbol; rostro sabio, due�o de un rostro y un coraz�n... La mujer ya
lograda... la femineidad est� en su
rostro� (C�dice Matritense de la Real Academia, fol. 109 v).
Se requiere un hombre que llore, que eleve al dios su emoci�n... Atended al cultivo
de las artes: el arte de la pluma,
del labrado de la madera, que �ste es el remedio de la pobreza y de la
indigencia... Atended muy principalmente al
surco y al ca�o de riego... Vive con los dem�s en paz y quietud... A nadie
desprecies y a nadie te opongas... No te
exhibas como un sabelotodo y que digan lo que digan... Y aun estando a punto de
perecer, no des el mismo pago a
los que en ese estado te pusieron.
Los n�huas antiguos consideraban que con una personalidad o un rostro y un coraz�n
formados
aut�nticamente a trav�s de lo �nico verdadero que hay en la tierra, in x�chitl in
cu�catl, se pod�a escapar del sue�o
del tlalt�cpac, lo que est� sobre la tierra, debido a que flor y canto al darle
neltiliztli o ra�z y sentido a su vida en
este mundo transitorio lo capacitaba para encontrar su propia verdad.
(RNN)
IN X�CHITL IN CU�CATL
Garibay Kintana, �ngel Ma. Llave del n�huatl, Porr�a, M�xico, 1961. Le�n Portilla,
Miguel. �Manuscrito
Cantares Mexicanos�, fol. 9 v-11 v y 16 v, en Los Antiguos Mexicanos a trav�s de
sus cr�nicas y cantares, FCE,
M�xico, 1983. Le�n Portilla, Miguel. �Manuscrito Romances de los Se�ores de la
Nueva Espa�a�, en El
pensamiento prehisp�nico.Estudios de Historia de la Filosof�a en M�xico, UNAM,
M�xico, 1963, pp. 47-53, 63-
68. Le�n Portilla, Miguel. La Filosof�a N�huatl estudiada en sus fuentes, UNAM,
M�xico, 1983. Le�n Portilla,
Miguel. Literatura de Mesoam�rica, SEP, M�xico, 1984. Le�n Portilla, Miguel. Quince
poetas del mundo
n�huatl,Diana, M�xico, 1994. Magall�n Anaya, Mario. Dial�ctica de la filosof�a
latinoamericana. Una filosof�a en
la historia, UNAM, M�xico, 1991. Su�rez Alarc�n, Jos� Antonio. �La sabidur�a
Amerindia�, en La filosof�a en
Am�rica Latina, B�ho, Santaf� de Bogot�, 1993.
(RNN)
INDIGENISMO
El indigenismo toma cuerpo y figura al paso del tiempo, se va perfilan do como una
preocupaci�n por los
indios al lado de las complejas y varia das tareas socioecon�micas, pol�ticas,
culturales, morales, de salud,
etc�tera. que conforman el quehacer de la gente e instituciones de un estado, es
pues l�cito hablar de indigenismo
desde los primeros momentos de la administraci�n espa�ola. La pol�tica indigenista
de la Corona est� en las Leyes
de Indias, en documentos oficiales, .c�dulas, ordenanzas, bandas, breves., en los
libros de insignes
humanistas .Las Casas, Montesinos, Vitoria. y pr�cticamente en casi toda la
correspondencia de virreyes,
oidores, capitanes, generales, jueces, alcaldes y dem�s funcionarios. El
indigenismo colonial fue una permanente
actitud ideol�gica, institucional, pr�ctica a veces, y te�rica las m�s, con
modalidades diversas: paternalismo
cristiano con la dinast�a austriaca, despotismo ilustrado Borb�n, igualitarismo
.s�lo qued� escrito. en las
Cortes de C�diz (Caso, 1973: 72 y 55) y una postura entre confusi�n y olvido a lo
largo del siglo XIX; los nuevos
pa�ses latinoamericanos en la b�squeda de su nueva identidad, la de ciudadanos
libres y soberanos, hicieron de la
pol�tica de gobierno su principal actividad. Los ind�genas quedaron rezagados, la
preocupaci�n indigenista perdi�
pie ante la avalancha de golpes de Estado, intervencionismo extranjero, dictaduras,
bandolerismo y otras
calamidades. En el siglo XX el indio fue ya motivo de serios, organizados y
modernos programas de los gobiernos
y la iniciativa privada; reaparece entonces el indigenismo como todo un quehacer no
s�lo importante, sino
obligado, de la pol�tica nacional que requiere un esfuerzo multi e
interdisciplinario, para resolver la situaci�n del
indio �en torno a sus problemas como individuos o como colectividad tanto en lo que
toca a su vida intelectual
como a la an�mica, material, social, etc�tera� (Ballesteros, 1961: 8).
(BRG)
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
INDIGENISTAS, POL�TICAS
(JMSM)
INDOAM�RICA.
Indoam�rica fue asumida por las corrientes indigenistas de izquierda, como una
categor�a que significaba la
identidad etnocultural del continente por sus componentes raciales y/o culturales
nativos, al mismo tiempo que
operaba como clave de autocton�a ideopol�tica, oscilando en sus muchas variaciones
entre el mito de origen y la
utop�a autonomista. Las ra�ces bolivarianas y vasconcelianas de los idearios y
s�mbolos indoamericanos no siempre
fueron expl�citos, pero s�, su abierta oposici�n a las concepciones europe�stas y
panamericanistas en boga durante
la primera mitad del siglo XX.
Indoam�rica tuvo m�s �xito que las otras categor�as identitarias alternativas ya
referidas entre los a�os
veinte y cuarenta; su fuerza radic� en su densidad sem�ntica al sustantivizar el
espacio continental, pero tambi�n
por apoyarse en la proyecci�n intelectual de sus autores y propagandistas. En la
segunda mitad de los a�os veinte
se pueden encontrar las primeras se�as indoamericanas, en el pensamiento de Haya de
la Torre y Mari�tegui,
coexistiendo al lado de otros t�rminos como Am�rica Latina o Am�rica Indoibera sin
conflictuarse entre s�. Haya
de la Torre fue su principal abanderado. En los a�os treinta esta categor�a en
construcci�n logra sus m�s puntuales
elaboraciones: en Ecuador, Monsalve Pozo (1934); en Per�, Haya de la Torre (1935);
en Chile, Lipzch�tz (1937), y
en M�xico, Corzo (1938). Sin embargo, la gravitaci�n del pensamiento de Haya de la
Torre sobre estos autores no
puede ser desde�ada, aunque no anula ciertas vetas de originalidad en los autores
mencionados.
Las invasiones de las razas sajonas, ib�ricas y negras, como las asi�ticas y el
resto de Europa, que nos han llegado,
nos llegan y llegar�n, han contribuido y contribuyen a contextuar la Am�rica nueva.
Empero, pervive bajo todas
ellas la fuerza de trabajo del indio. Si en Cuba ha sido extinguida y en la
Argentina o Costa Rica muy absorbida, el
indio sigue siendo la base �tnica y social econ�mica de Am�rica, tanto el que vive
dentro de la civilizaci�n en el
presente, como el que en inmenso n�mero se agrupa todav�a en primitivas
organizaciones tribales. Con la raza
india se fundir�n muchas otras, pero nuestra Am�rica encontrar� su definici�n y su
camino antes que esos setenta y
cinco millones de ind�genas hayan desaparecido (Haya, 1961: 26-27).
D�cadas m�s tarde y con motivo del Quinto Centenario, un colectivo de antrop�logos
propuso
infructuosamente desde M�xico otra categor�a alternativa sustantivadora: Amerindia,
marcada con fuertes tonos
etnicistas, la que no sobrevivi� al momento conmemorativo en que emergi�.
Corzo, �ngel M. Ideario del Maestro Indoamericano, DAPP, M�xico, 1938. Haya de la
Torre, V�ctor
Ra�l.�A d�nde va Indoam�rica?, Editorial Ercilla, Santiago, 1961. Lipasch�tz,
Alejandro. Indoamericanismo y
Raza India, Editorial Nacimiento, Santiago, 1937. Monsalve Pozo, Luis. Indoam�rica,
Universidad de Cuenca,
Ecuador, 1934. Tejera, Humberto. Maestros Indoiberos, Ediciones Minerva, M�xico,
1943. Teysser,
Ezequiel. Am�rica Indohispana y Yanquilandia, Ediciones Claridades, M�xico, 1941.
Indoam�rica, �rgano de la
c�lula del APRA en M�xico, M�xico, 1928, n�ms. l al 8. Indoam�rica, �rgano del
Frente Indigenista de Am�rica
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
(dir. Jos� Fa-vio Crespo), M�xico, n�ms. 1-5. Am�rica India, vocero del movimiento
�Reintegraci�n Econ�mica
Mexicana� (dir. R. J. Dur�n), M�xico, 1929-1930, n�ms. l al 3.
(RMB)
INFLUENCIA
. Palabra derivada del lat�n influere, fluir, correr (un l�quido), infiltrarse.
Frost, Elsa Cecilia. Las categor�as de la cultura mexicana, UNAM, M�xico, 1972.
Roig, Arturo
Andr�s.Filosof�a, universidad y fil�sofos en Am�rica Latina, UNAM, M�xico, 1981.
Rovira, Ma. del
Carmen. Ecl�cticos portugueses del siglo XVIII y algunas de sus influencias en
Am�rica, UNAM, M�xico, 1979.
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
Soler, Ricaurte.Estudios sobre las ideas en Am�rica, Imp. Nacional, Panam�, 1960.
Zea, Leopoldo. El pensamiento
latinoamericano, 1965. Zea, Leopoldo. El positivismo en M�xico.
(CLP)
INVENTAMOS O ERRAMOS
o Inventamos o Erramos.
Vale la pena destacar el estilo literario del fil�sofo, pues �ste obedece a lo que
llama la insurrecci�n
gramatical o semiol�gica que deb�a efectuarse para complementar la independencia
mental de la Colonia. Con
Inventamos o Erramos don Sim�n Rodr�guez critica los tres errores que en su �poca
se intentaban impulsar desde
distintas posiciones ideol�gicas para acabar con el atraso general en que la
Metr�poli hab�a dejado sus colonias, a
saber: el comercio, las colonias y los cultos. Por esta raz�n Rodr�guez, en un tono
ir�nico, llama a estas soluciones
las enfermedades del siglo que se traducen en: una sed insaciable de riqueza, que
se declara por tres especies de
delirio
traficoman�a
colonoman�a
i cultomania
(MRRF)
JEITO.
T�rmino que designa una conducta brasile�a, la cual implica una toma de postura
frente a valores establecidos. En
la unidad del acto llamado jeito se distingue una constante revaloraci�n tanto
interior como exterior, es decir, la
confrontaci�n del sujeto frente al valor y del comportamiento frente al pr�jimo.
Jeito. Del lat�n jactus que significa lanzar. La palabra tiene una multiplicidad
de significados y posibles
traducciones; sin embargo, las m�s comunes son: forma, manera, modo, aptitud. En
Brasil el jeito �� um modo e
um estilo de realizar (es un modo y una forma de realizar) (DaMatta, 1994: 99). Es
uno de los fen�menos
culturales m�s caracter�sticos de Brasil y dif�cilmente encontrar�amos en otros
pa�ses latinoamericanos un t�rmino
que tuviera un sentido y significaci�n equivalentes. Jeito es un t�rmino
polis�mico, lo cual conlleva algunos
problemas para una definici�n un�voca; en torno a �l, a�n no existe una discusi�n
te�rica respecto a sus
implicaciones, tanto negativas como positivas. Con los autores que han trabajado el
jeito de manera te�rica
encontramos una acepci�n que lo presenta como un comportamiento critico: �jeito
expressaria um elemento
importante da vida e urna atitude fundamental de muitos/as ativistas dos movimentos
sociais� (el jeito expresa un
elemento importante en la vida y una actitud fundamental de muchos/as activistas de
movimientos sociales)
(Helmann, 1995: 9). El jeito es para algunos autores una forma de soluci�n m�s all�
del problema emergente, pero
aun cuando se pretende que el jeito se conforme como un elemento fundamental en la
construcci�n critica, tanto
te�rica como social, se deslizan dos elementos que conforman una de sus
definiciones, por un lado, la
improvisaci�n: �O jeito exprime por exemplo urna certa forma da gentileza ou
finura, de creatividade e talvez at�
de esperteza para conseguir algum intento; � a arte de improvisac�o� (El jeito
expresa, por ejemplo, una cierta
forma de agudeza o finura, de creatividad y hasta de habilidad para conseguir un
prop�sito; es el arte de
improvisar) (Helmann, 1995: 9). Por otro, la conciliaci�n o la concordia: �Na forma
cl�ssica do �jeitinho�, soticita-
se precisamente isso: un jeitinho que possa conciliar todos os intereses, criando
urna relac�o. aceit�vel� (En la
forma cl�sica del jeitinho diminutivo de jeito se requiere una actitud, un modo que
pueda conciliar a todos los
intereses, creando una relaci�n aceptable) (DaMatta, 1994: 100). La critica m�s
severa a estos dos momentos del
jeito la idea de una transici�n pacifica y continua en la conformaci�n del
pensamiento y la sociedad brasile�a, lo
cual posibilita la introjecci�n de cierto grado de dependencia.
A partir de estas dos l�neas que se dibujan en torno a cito podemos reconocer dos
tendencias de
interpretaci�n que se complementan. Por un lado, la que se refiere a la
contribuci�n critica y hasta radical de los
textos que ocupan. Por otro, la inserci�n de la problem�tica socio-cultural
brasile�a en cada caso en el movimiento
com�n de la sociedad y la cultura latinoamericanas, lo que permitir�a retornar e
identificar uno de los sentidos mas
relevantes.
Buarque de Holanda, Sergio. Raizes do Brasil, Jos� Olympio editora, R�o de
Janeiro, 1936. Candido,
Antonio. Cr�tica radical, prol. Agust�n Mart�nez, Biblioteca Ayacucho, Venezuela,
1991. Cruz Costa, Joao. A
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
filosofia no Brasil, Livraria do Globo, Porto Alegre, 1945. DaMatta, Roberto. O que
faz, o Brasil, Brasil, Rocco,
R�o de Janeiro, 1994. Elia, S�lvio. El portugu�s en Brasil, Historia Cultural.
MAPFRE, Madrid, 1992. Ferreira,
Aur�lio Buarque de Holanda. Novo dicion�rio da l�ngua portuguesa, 2� ed. rev. e au-
mentada, Rio de Janeiro,
Nova Fronteira, 1993, c1986. Gomes, Roberto. Cr�tica da raz�o Tupiniquim, Criar
edic�es, 9� ed., 1987.Hellmann,
Michela (ed.). Movimentos sociais e democracia no Brasil. �Sem a gente n�o tem
jeito, Marco Zero, Brasil, 1995.
(SED)
LIBERALISMO.
3) Establecer los cimientos para el desarrollo de una nueva econom�a que fuera
capaz de superar al sistema
econ�mico formado a trav�s de los largos siglos de dominaci�n colonial.
Como es de suponerse, una empresa de esta envergadura era m�s que tit�nica. Pero
se debe reconocer que
el simple hecho de pretender ajustar estos ideales a una realidad en la cual
pr�cticamente hab�a que inventar todo
como lo era la realidad latinoamericana en sus violentos or�genes independentistas,
s�lo pod�a ser posible gracias a
una apasionada vocaci�n libertaria que se conjug� con un desmesurado voluntarismo
que caracteriz� el liberal
prototipo de los nuevos estados independientes. Fueron los ideales independentistas
los que m�s contribuyeron a
establecer los cimientos del proyecto liberal en Latinoam�rica. Pues fueran esos
ideales los que legitimaran y
contribuyeran junto a la importante historiograf�a liberal del siglo XIX
latinoamericano, a forjar la identidad de
las nuevas naciones.
(JVD)
LIBERTAD
(V�ase: Democracia).
(JVD)
L�GICA COLONIAL
Del siglo XVII es el padre jesuita Antonio Rubio, autor de una bien conocida
L�gica Mexicana (1605), que
fue reimpresa muchas veces en Europa y fue libro de texto en Alcal�. En esta obra
contin�a la influencia
humanista, que le fue transmitida por Vera Cruz y Mercado, y que recibi� en Alcal�,
donde hab�a estudiado. Se
centra en el texto cl�sico de Arist�teles; de modo que ya no se trata de una obra
sumul�stica, sino de un comentario
al Estagirita.
Redmond, Walter y Mauricio Beuchot. La l�gica mexicana del siglo de oro, M�xico,
UNAM, 1985.
Redmond, Walter y Mauricio Beuchot. La teor�a de la argumentaci�n en el M�xico
colonial, M�xico, UNAM,
1995.
(MBP)
MAYOR�AS POPULARES.
El fil�sofo vasco salvadore�o Ignacio Ellacur�a define el concepto y realidad de
mayor�as populares como:
2) Aquellas mayor�as que no s�lo llevan un nivel material de vida que no les
permite un suficiente desarrollo
humano y que no gozan d� manera equitativa de los recursos hoy disponibles en la
humanidad, sino que se
encuentran marginados frente a unas minor�as elitistas, que siendo la menor parte
de la humanidad utilizan en su
provecho inmediato la mayor parte de los recursos disponibles.
bastar�a con estar de acuerdo con la caracter�stica primera para aceptar que nos
encontramos ante un desaf�o te�rico
y pr�ctico de primera magnitud. Pero la urgencia �tica de acci�n sube de grado en
la medida en que aceptamos la
justeza de las otras dos caracter�sticas. Ahora bien, esa justeza me parece en lo
fundamental inapelable, aunque la
correcta y completa explicaci�n del fen�meno exija an�lisis y teor�as discutibles
(1982: 792).
Ellacur�a afirma que �si en Am�rica Latina se hace aut�ntica filosof�a en su nivel
formal en relaci�n con la
praxis hist�rica de la liberaci�n y desde los oprimidos que constituyen su
sustancia universal es posible que se
llegue a constituir una filosof�a latinoamericana as� como se ha constituido una
teolog�a latinoamericana, una
novel�stica latinoamericana, que por ser tales, son adem�s universales� (1985: 64).
(VFG)
MESIANISMO
(MASO)
MESTIZAJE.
El gran mestizaje biol�gico fue una realidad desde los primeros a�os de la
conquista. Varias fueron las
causas, pero una determinante se puede atribuir a la casi nula presencia de mujeres
espa�olas y a la condici�n de
sumisi�n de las indias. �Espa�a no rechaz� la consanguinidad�, desde 1503 �el
gobernador Ovando recibi� en
Santo Domingo la instrucci�n real de procurar el casamiento de espa�oles con
indios...� (Basave, 1992: 17).
El arquetipo del mestizo, sin duda alguna, es el Inca Garcilaso de la Vega quien
declara: �mestizo me llamo
a boca llena� (Flores, 1986: 56). En �l no s�lo confluyen la sangre espa�ola y la
sangre india, sino que se funden
dos culturas distintas: la europea y la prehisp�nica. Su obra, reconocida tanto en
los Andes como en la Pen�nsula,
anuncia una de las principales caracter�sticas de la ideolog�a del mestizaje: la
coexistencia �arm�nica� de dos
mundos.
A finales del siglo XVIII y principios del XIX se articula de manera m�s clara
dicha ideolog�a y se
modifica la idea de lo que deb�a ser el mestizo. El criollo, en su intento por
reafirmar su condici�n de habitante
leg�timo de Am�rica, valora por encima de la mezcla de sangres la influencia que
ejerce la �naturaleza americana�
en el �nuevo hombre�; as�, �lo americano� se convierte en un mecanismo legitimador
de una �nueva memoria
hist�rica�. Ese �americano�, por dem�s intangible, singulariza al criollo frente al
peninsular, de ah� su intento por
recuperar una herencia prehisp�nica �expropiando un pasado ind�gena� (Brading,
1983: 42). Estas referencias a un
�pasado ind�gena� tuvieron distintas caracter�sticas seg�n el espacio geogr�fico.
La fuerza simb�lica de la
apropiaci�n de los �valores prehisp�nicos� se puede encontrar en la obra de
Francisco Javier Clavijero (1731-
1787)Historia antigua de M�xico.
(DRL)
MILENARISMO.
a) Colectivo, en el sentido de que debe ser disfrutado por los fieles como
colectividad.
As�, se puede afirmar que la idea del Milenio .la instauraci�n del reino de Dios
en la Tierra. ha
ejercido un importante rol en la historia de la humanidad desde la �poca de las
grandes di�sporas del pueblo
hebreo. El Milenio ha desplegado tambi�n su fascinaci�n en Am�rica Latina, a partir
del siglo XVI, acompa�ando
el descubrimiento y la conquista de los dominios americanos por los espa�oles; sin
embargo, el Milenio y el
Apocalipsis a �l asociados tuvieron vida propia en Am�rica, ellos no fueron la
simple repetici�n del proceso vivido
en Europa. El choque con una realidad tan radicalmente nueva como la de la Am�rica
descubierta por Col�n no
pod�a dejar de modificar profundamente las viejas tradiciones heredadas de las
fuentes antiguas: el Antiguo
Testamento, las profec�as sibilinas, la C�bala hebrea .primero. y la cristiana
.despu�s.. En la
transformaci�n de las concepciones milenaristas en Am�rica jug� un rol fundamental
en el encuentro de los
hombres americanos: los �indios� descubiertos en el nuevo continente, lo que
condujo a la formulaci�n de la idea
por algunos de los m�s influyentes profetas del milenarismo cristiano en Am�rica,
de que los indios descend�an de
los jud�os del Antiguo Testamento y que su reaparici�n en la historia era el
anuncio del fin de los tiempos. Los
indios jud�os, redescubiertos luego de vagar perdidos durante milenio y medio, eran
la se�al que Dios enviaba a la
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
humanidad de que el retorno del Mes�as estaba pr�ximo y de que hab�a que preparar
el camino para la instauraci�n
de su reino en la tierra. Estas ideas jugaron un papel muy importante en la
construcci�n de la imagen del indio y
cabe preguntarse hasta qu� punto no siguen ejerciendo .transfiguradas de muy
diversas maneras. alguna
influencia en la historia presente. La escatolog�a milenarista estuvo presente en
el desarrollo de la empresa
colonizadora de Am�rica desde sus inicios. Algunos autores, como J. L. Phelan y
Georges Baudot, afirman que el
proyecto de evangelizaci�n de los religiosos franciscanos para Am�rica Latina puede
ser catalogado como
milenarista, afirmaci�n que fundamentan al decir que dichos religiosos acogieron
las ideas de Joaqu�n de Fiore y al
depositar sus esperanzas en la edificaci�n de un reino milenario en Am�rica; sin
embargo, parece que tales
afirmaciones tienen su origen en una confusi�n al no distinguir con claridad entre
milenarismo y escatolog�a
cristiana. Sea lo que sea de todo esto, lo que s� se puede afirmar es que el
milenarismo en sus varias facetas ha
estado presente en Am�rica Latina desde los inicias de la colonizaci�n.
(MASO)
MITO.
Una de las caracter�sticas de los pueblos de Am�rica Latina es su enorme riqueza en
pensamiento m�tico, un hecho
que exige estudio si queremos comprender la diversidad cultural latinoamericana.
En este aspecto los estudiosos de Am�rica Latina siguen en general las teor�as
cl�sicas en torno al mito. Sin
embargo, pocos fen�menos y pocos t�rminos han sido entendidos e interpretados de
maneras tan distintas como el
fen�meno y el t�rmino mito. En el lenguaje corriente �m�tico suele ser todo aquello
que se opone a �verdadero� o
�real�; sin�nimo de ficci�n, de falsedad o de fabulaci�n m�s o menos fant�stica y
desenfrenada.
Durante mucho tiempo se consider� al mito como una creaci�n pueril y aberrante de
la humanidad �primitiva�,
producto de la imaginaci�n, y que pertenec�a a un estrato inferior de la vida
espiritual. Estas interpretaciones
cambiaron. En la actualidad se considera que el mito es presentaci�n de la realidad
de manera simb�lica y afectiva,
en especial sobre-cuestiones cosmol�gicas o cosmog�nicas. Los mitos constituyen una
forma de entender la realidad,
en ellos se plasman las concepciones que los hombres tienen de su existencia,
proyectan en ellos la experiencia de
su vivir: de su vivir social, de su relaci�n con el cosmos y de su relaci�n con la
divinidad. Casi todos los estudiosos
actuales est�n de acuerdo en afirmar que el mito es una forma original de
pensamiento m�s a�n, un modo humano
estar en el mundo cuyo estudio puede revelarnos ciertos secretos profundamente
arraigados en el esp�ritu del hombre
y a los que s�lo se puede llegar a trav�s del estudio de los relatos m�ticos; y han
puesto de relieve la funci�n que
cumple el mito en la vida social: el mito es el fundamento y el principio
unificador de la organizaci�n social y di
todas las expresiones culturales: el lenguaje, el arte, la poes�a y la religi�n de
los pueblos llevan grabada la impronta
de sus concepciones mitol�gicas. Para los miembros del grupo, el mito contiene una
�verdad� superior a cualquier
otra que pueda provenir de la experiencia. Y es esta �verdad� la que confiere
sentido a las cosas y a la existencia del
hombre, de manera que toda la actividad humana, hasta en sus menores gestos,
aparece vinculada a una realidad
trascendente,'que no se puede ver ni tocar, pero que no cesa de manifestar su
presencia, su eficacia y su inagotable
vitalidad. Adem�s, nos muestran c�mo la visi�n m�tica de la realidad puede
determinar la conducta e influir
decisivamente sobre las actitudes que se asumen frente a determinados seres y a�n
frente a la existencia toda. El
an�lisis de las culturas muestra la tenacidad y la constancia con que los mitos y
las representaciones m�ticas aparecen,
se transforman y vuelven a aparecer transfigurados en los puntos m�s diversos del
tiempo y del espacio. As� se pone
de manifiesto que el mito reporta al hombre una utilidad vital y responde a una
necesidad profunda de su naturaleza,
aunque no es f�cil determinar con precisi�n de qu� necesidad se trata. De cualquier
manera, esa necesidad est�
vinculada con el problema del sentido �ltimo de la realidad y, muy especialmente,
el del sentido que es preciso dar
a la propia vida. Una de las funciones que cumple el mito consiste precisamente en
crear un horizonte de sentido.
Como definir qu� se entiende por mito es una tarea ardua, nos limitaremos a se�alar
algunas caracter�sticas esenciales
del mismo. Si falta alguna de estas se podr� hablar de mito en un sentido m�s o
menos vago, pero no tendremos un
autentico mito:
Dumezil, Georges. Mito y epopeya, Seix Barral, Barcelona 1971. Gil, Juan. �Col�n y
su tiempo�, �El Pac�fico�,
�El Dorado�, Mitos y utop�as del Descubrimiento, Alianza, M�xico, 1989. Garc�a, J.
L. Constitutivos �ticos del
hombre a trav�s de los ciclos m�ticos arcaicos, Universidad Complutense, Madrid,
1972. Levi-Strauss, Claude. El
pensamiento salvaje, FCE, M�xico, 1970. Levi Strauss, Claude. �Lo crudo y lo
cocido�, Mitol�gicas I,FCE, M�xico,
1972. Levi-Strauss, Claude. �De la miel a las cenizas�, Mitol�gicas II, FCE, 2�
ed., M�xico, 1972. Levi-Strauss,
Claude. �El origen de las maneras de mesa�, Mitol�gicas III, Siglo XXI, 5� ed.,
M�xico, 1984. Levi Strauss, Claude.
�El hombre desnudo�, Mitol�gicas IV, Siglo XXI, 3� ed., M�xico, 1983. L�pez Austin,
Alfredo. �Algunas ideas
acerca del tiempo m�tico entre lo antiguos n�huas�, en Historia, religi�n,
escuelas. XIII Mesa Redonda, Sociedad
Mexicana de Antropolog�a, M�xico, 1975. L�pez Austin, Alfredo. Los mitos del
tlacuache,Alianza Editorial
Mexicana, M�xico 1990.
(MASO)
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
. .
(NMMA)
NEGRITUD
. Definida por diversos autores como un proceso de desalienaci�n, como una esencia,
como un modo de ser negro,
un estilo est�tico, como una toma de conciencia o una rebeli�n, la negritud grosso
modo es un movimiento
intelectual de rehabilitaci�n, autoafirmaci�n y reivindicaci�n de las culturas
negroafricanas y negroamericanas.
La palabra empez� a tomar forma por los a�os treinta de este siglo en el Par�s de
la entreguerra. Los
c�rculos de estudiantes negros provenientes de las colonias francesas comenzaron a
organizar desde el coraz�n
mismo de la metr�poli un movimiento cultural hasta entonces in�dito. Fue en 1932
cuando vio la luz un panfleto
elaborado por tres j�venes de la Martinica (Jules Monnerat, Etienne Lero y Ren�
Menil) que bajo el nombre
deL�gitime D�fense se lanzaba abiertamente contra �el mundo capitalista, cristiano,
burgu�s y contra la opresi�n
colonial y el racismo�. En esta publicaci�n los j�venes intelectuales declaraban su
�filiaci�n con el materialismo
dial�ctico de Marx�, aceptaban sin reservas el surrealismo y estaban dispuestos a
�utilizar la inmensa m�quina para
disolver la familia burguesa� que Freud hab�a puesto en movimiento. El caldo de
cultivo se preparaba, los j�venes
negros comenzaban a hablar de emancipaci�n.
Dos a�os despu�s, en el mismo Par�s, otros tres j�venes estudiantes negros
publicaban la revista L�Etudiant
Noir, en ella afirmaban que la historia de los negros hab�a sido un drama en tres
actos: �primero esclavizados�,
despu�s formados en la asimilaci�n, y en el tercer acto �los j�venes negros de hoy
no quieren ni esclavitud ni
asimilaci�n. Ellos quieren emancipaci�n�. Los responsables de la revista eran: Aim�
C�saire de la Martinica,
L�opold S�dar Senghor de Senegal y Leon Damas de la Guyana. Es en este ambiente de
abierto enfrentamiento al
orden neocolonial, que los j�venes agrupados en torno a L�Etudiant Noir concibieron
el t�rmino negritud.
muerto de la tierra
De esta manera los dos niveles que manej� Sartre en su texto: el esencialista y el
materialista hist�rico
permitieron que posteriormente las dos corrientes enfrentadas al interior de la
negritud acudieran indistintamente al
texto del fil�sofo franc�s remarcando siempre la parte con la que no estaban de
acuerdo.
C�saire, Aim�. Cuaderno de un retorno al pa�s natal, Era, M�xico, 1969. Depestre,
Ren�. Buenos d�as y
adi�s a la negritud, Casa de las Am�ricas, La Habana, 1980. Fanon, Frantz. Los
condenados de la tierra, FCE,
M�xico, 1963. Fanon, Frantz. Por la revoluci�n africana, FCE, M�xico, 1965. Fanon,
Frantz. Peau noir masques
blancs, Du Senil, Par�s, 1971. Janheinz, Jahn. Las literaturas neoafricanas,
Guadarrama, Madrid, 1971. Kesteloot,
Lilyan. Les �crivains noirs de langue fran�aise: naissance d�une litt�rature.
Editions de l�Universit� de Bruxelles,
Bruxelles, 1963. Sartre, Jean Paul. �Orph�e Noir�, prefacio a Anthologie de
nouvelle po�sie n�gre et malgache de
langue fancaise, PUF, Par�s, 1948; Senghor, L�opold S�dar. Libertad, negritud y
humanismo, Tecnos, Madrid,
1970.
(SUQ)
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
NELTILIZTLI.
Vocablo n�huatl que etimol�gicamente connota �la cualidad de estar siempre, bien
cimentado o enraizado�.
Equivale al concepto de �verdad�.
Dando un paso m�s, reflexionando sobre si mismos, les surge una interrogaci�n m�s
honda y angustiosa:
"�Acaso son verdad los hombres? Por que si no, ya no es verdadero nuestro canto.
�Qu� est� por ventura en pie?
�Qu� es lo que viene a salir bien?� (Cantares Mexicanos, fol. 10 v). Es as� como
empiezan a elaborar una serie de
doctrinas para responder acerca de la verdad de los hombres. Varios son los temas
que responden a este problema
clasificados seg�n el punto de vista desde el cual se aborde al hombre. Visto como
objeto, como una realidad
existente, comprende los siguientes aspectos: origen, naturaleza y facultad (libre
albedr�o), y su destino despu�s de
la muerte. Si lo vemos como sujeto actuante en el mundo, abarca los temas
siguientes: educaci�n; principios �ticos,
jur�dicos y est�ticos; conciencia hist�rica y el arte. Desarrollemos brevemente
cada uno. En cuanto a su origen, la
primera ra�z fundamentadora la encuentra en la divinidad: Omet�ctl. �Acaso lo
determin� el Se�or y la Se�ora
dualidad?... Lleg� el hombre y lo envi� ac� nuestra madre, nuestro padre, el Se�or
y la Se�ora de la
dualidad�(C�dice Florentino, Lib. VI, fol. 120 r). La constituci�n o esencia del
hombre es expresada a trav�s del
difrasismoin ixtli in y�llotl que connota el concepto de persona. En cuanto al
albedr�o humano, desde la religi�n,
cre�an en el influjo de los signos y fechas del tonal�matl o libro de los destinos;
un destino nefasto pod�an
modificarlo por el control de s� mismos (monotza) o por negligencia perder un
destino propicio; filos�ficamente,
los tlamatinimejuzgaban que el destino era modificable por la educaci�n concebida
como creadora de rostros y
humanizadora de voluntades. La religi�n ense�aba que la supervivencia o destino en
el m�s all� no depend�a del
tipo de vida terrenal que hab�an llevado, sino del g�nero de muerte que tuvieran y
pod�an ir al Tlalocan, lugar de
Tl�loc, a donde vive el Sol, al Chichihuacuauhco, en el �rbol nodriza o al Mictlan,
lugar de los muertos; dando un
paso m�s y separ�ndose de esta concepci�n, los tlamatinime dudan del destino final:
��estamos all� muertos, o
vivimos a�n? �Otra vez viene all� el existir? (Cantares Mexicanos, fol. 61 v),
otros se sienten impotentes para
develar el misterio: ��Ya nada medit�is!, Todos, si meditamos si recordamos, nos
entristecemos aqu� (Cantares
Mexicanos, fol. 14 v), en cambio otros insisten en meditar sobre dicho tema:
�Meditadlo, oh pr�ncipes de
Huexotzinco... �todos pereceremos, no quedar� ninguno!� (Cantares Mexicanos, fol.
14 v), y logran un acercado
planteamiento del problema al preguntarse cu�les son las posibilidades del hombre
ante su forzoso destino de
�tener que irse�, a las que responden de tres maneras diferentes: la primera afirma
que no hay m�s vida que �sta,
por lo que todo termina con la muerte, la segunda acepta que el destino est� en el
Mictlan o Ximoayan, donde hay
sufrimientos, y la tercera gracias al lenguaje de flores y cantos acepta el
car�cter de experiencia �nico de esta vida,
as� como el misterio que rodea al m�s all�, donde existe la felicidad. De gran
importancia era
la tlacahuapahualiztli o educaci�n, pues iniciaba en el hogar y continuaba en el
Calm�cac, hilera de casas o en
el Telpochcalli, casa de j�venes, en las que los tlamatinimecuidaban la formaci�n y
autocontrol del yo de los
j�venes para dar sabidur�a a los rostros y firmeza a los corazones. En estos
centros educativos se daban los
cimientos de la vida moral y jur�dica al inculcarles respeto a los ordenamientos
jur�dicos. Cabe se�alar que el
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
derecho y su aplicaci�n est�n inspirados en la doctrina de la persona humana; para
vivir moral y virtuosamente era
necesario el rigor, austeridad y ocupaciones continuas en cosas provechosas. Los
n�huas prehisp�nicos tuvieron
muy arraigada su conciencia hist�rica, ya que recordaban hechos antiguos: �Ahora
nosotros, �destruiremos la
antigua regla de vida? La de los chichimecas, de los toltecas, de los acolhuas, de
los tecpanecas...� (Coloquios y
doctrinas de los doce). El arte se comprende desde el sistema �tico, porque propone
un verdadero desarrollo
integral del hombre que lo lleva a poseer un coraz�n dialogante,nonotzani, y un
coraz�n endiosado, yolt�otl, y
tambi�n desde flores y cantos que lo llevan a forjar un mundo endiosado por el
arte, construido penosamente por
el Tolt�catl para dar sentido a su existencia.
(RNN)
NEOLIBERALISMO
(JVD)
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
NEOTOMISMO
. El papa Le�n XIII, a finales del siglo XIX, se preocup� por revitalizar el
tomismo. Emiti� la enc�clica Aeterni
Patris (1879), en la que recomendaba el estudio de la filosof�a de Santo Tom�s en
el mundo intelectual cat�lico.
Otros pont�fices, a principios del siglo XX hicieron lo mismo. As� se promovi� el
neotomismo, con centros de
estudio tan prestigiosos como la Universidad Cat�lica de Lovaina y la Universidad
del Sacro Cuore en Mil�n.
Hubo autores que le dieron lustre, como el Card. Zeferino Gonz�lez, el Card.
Desiderio Mercier, Jacques Maritain,
�tienne Gilson y otros. El principal inter�s que se ve�a en esta corriente era el
integrar la ciencia y la filosof�a
contempor�neas en el tomismo; que no fuera una pieza de museo, sino una corriente
activa de pensamiento, que
ofreciera una alternativa viable al hombre actual.
En la d�cada de los treinta, Jes�s Guisa y Acevedo trajo de Lovaina las ense�anzas
del Cardenal Mercier y
su grupo, de una manera pol�mica y combativa. M�s reposada y cient�fica fue la
actitud de Oswaldo Roble quien
en los a�os cuarenta, aplic� el tomismo de manera especial a la psicolog�a,
inclusive al freudismo, aunque tambi�n
fue cr�tico de �l en ciertos puntos.
Jos� S�nchez Villase�or sostuvo por esos a�os pol�mica con el historicismo,
representado
fundamentalmente por Jos� Gaos. H�ctor Gonz�lez Uribe trabaj� en filosof�a del
derecho y en filosof�a pol�tica,
con un texto c�lebre sobre teor�a del Estado, publicado por la editorial Porr�a.
Miguel Villoro tambi�n cultiv� la
filosof�a del derecho y elabor� un texto sobre ese tema para la misma editorial.
Fernando Sodi Pallares se centr� en
la metaf�sica; Miguel Mansur Kuri, en la est�tica y la filosof�a de la educaci�n, y
Jos� Rub�n Sanabria en teodicea,
pero tambi�n ha mantenido posturas cr�ticas del propio tomismo.
En Argentina, han descollado los tomistas Octavio Nicol�s Derisi, Jos� Alfredo
Casaub�n, Juan E. Bolz�n,
W. R. Dar�s, Guido Soaje Ramos, H�ctor Hern�ndez y Carlos I. Massini Correas. En
Chile, Juan Antonio Widow,
Mirko Skarica y Ciro Sehmidt Andrade. En Per�, Antonio Pe�a Cabrera. En Brasil,
Miguel Reale y Estanislaus
Ladusans.
Beuchot, Mauricio. El tomismo en el M�xico del siglo XX, UNAM, M�xico, 1996.
Sanabria, Jos� Rub�n y
Mauricio Beuchot. Historia de la filosof�a cristiana en M�xico, UIA, M�xico, 1994.
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
(V�ase: Escol�stica).
(MBP)
NORMALIDAD FILOS�FICA
(RMM)
OBJETO DE LA FILOSOF�A
Ellacur�a no tuvo tiempo para hacer un desarrollo integral de estas tesis; sin
embargo, aclar� qu� es lo que
quiso decir con ellas y en qu� se fundamentan esas ideas. Las principales
aclaraciones son tres:
En esa misma argumentaci�n, Ellacur�a aclara que por dif�cil que sea su
realizaci�n, la filosof�a que �l
propone y tiene por objeto la realidad hist�rica, no pretende menoscabar ese
espec�fico summun de realidad que es
la persona. Y aunque las relaciones entre historia y persona sean mutuas pero no
un�vocas, parecen m�s
englobantes las de la historia (1990: 44).
Ellacur�a hace una cr�tica de todo idealismo, desde sus manifestaciones en los
presocr�ticos hasta sus
expresiones contempor�neas, expresiones cercanas en uno u otro sentido a lo que
Zubiri pensaba comosubjetivismo
idealista (1990: 45).
Estos son los pivotes sobre los cuales se inicia la b�squeda de una filosof�a que
intente decir lo que es la
realidad �ltimamente y lo que es la realidad como un todo. C�mo repercutir� esta
nueva concepci�n del objeto en
la estructuraci�n misma de las categor�as filos�ficas es un problema grave que
tiene alcances monumentales y hay
un car�cter social en esa tarea.
(VFG)
ORIGINALIDAD
(RMM)
PANAMERICANISMO
. Modelo de ideolog�a de integraci�n econ�mica, pol�tica y cultural de los pa�ses
americanos bajo la hegemon�a de
Estados Unidos, de conocida inspiraci�n monro�sta, en definida oposici�n al
latinoamericanismo de ra�z
bolivariana que s�lo abarcaba en sus inicias la unidad entre las rep�blicas
hispanoamericanas, y con el cual suele
confundirse en su aplicaci�n terminol�gica siendo conceptos muy diferentes. Para
salvar esa diferencia sustancial
se han apelado a diversos procedimientos, como llamar �old� al latinoamericanismo
que va desde el Congreso de
Panam� (1826) hasta la primera Conferencia Panamericana (1889-90), llamado �new�.
(SEMP)
PARALELISMO
. De paralelo y �sta del vocabulario de la geometr�a: l�neas rectas equidistantes
en todos sus puntos. Relaci�n que
implica cierto grado de semejanza en la estructura de obras o en el desarrollo del
pensamiento de autores o
movimientos filos�ficos, cada uno de los cuales es, al menos, relativamente
independiente del otro.
El t�rmino paralelismo (y paralelo) constituye una importante categor�a
historiogr�fica, aunque poco
utilizada, para la historia de la filosof�a y de las ideas filos�ficas en Am�rica
Latina.
Respecto al primer elemento, cabe aclarar que el paralelismo implica cierto grado
de similitud entre, al
menos, dos obras o pensamientos. Se puede destacar la semejanza de contenidos
te�ricos, de t�rminos, de motivos
o de fines. Dicha semejanza ha sido especialmente enfatizada cuando se presenta
entre un fil�sofo europeo y un
fil�sofo latinoamericano, aunque puede aplicarse en cualquier otra correlaci�n.
Por otro lado, para afirmar una relaci�n de paralelismo, no basta mostrar la
semejanza de pensamientos; es
necesario, adem�s, probar al menos una relativa independencia de uno respecto al
otro. Esto es, debe probarse que
la constituci�n y/o el desarrollo de determinadas obras o pensamientos se presenta
sin que el uno haya tenido una
relaci�n significativa con el otro.
De este modo, aparece una de las primeras caracter�sticas propias del t�rmino
paralelismo: no privilegia a
alguno de los elementos involucrados en la relaci�n. Al contrario del uso del
t�rmino influencia, el cual, la mayor�a
de las veces admite la connotaci�n de �semejanza en el pensamiento�, la mayor parte
de las veces implica el
privilegio de uno de los elementos de la relaci�n como el que modifica al otro.
Como se puede deducir por lo dicho hasta este punto, a pesar del uso en extremo
limitado que se ha hecho
del t�rmino paralelismo �ste abre nuevas posibilidades a la investigaci�n y a la
interpretaci�n del pensamiento
filos�fico latinoamericano.
(CLP)
PATRIARCAS.
Fue Francisco Romero (1891-1962) uno de los primeros autores del siglo XX en
utilizar el t�rmino
patriarcas para designar algunas personalidades importantes en la historia del
�mbito cultural latinoamericano. Sin
embargo, Romero nunca defini� lo que �l designaba con el concepto de patriarcas.
As�, uno de los casos m�s
interesantes es la referencia al cubano Enrique Jos� Varona (1849-1933) al
se�alarlo como uno de los �patriarcas
de la cultura en nuestra Am�rica� (1942: 12). Con el mismo titulo designa al
peruano Alejandro O. De�stua (1849-
1945), al que describi� como �maestro y patriarca de la filosof�a en el Per� (1943:
77). Ahora bien, un aspecto a
destacar es que de las ocasiones en las que Francisco Romero escribi� sobre los
patriarcas una es por dem�s
significativa: la referencia a su mentor y amigo Alejandro Korn (1886-1936). All�
apunt�: �Korn es ya un bien en
nuestra cultura uno de nuestros patriarcas recientes (subrayado nuestro) y su
presencia tutelar ha de prolongarse sin
t�rmino: as�, todo tiempo venidero ser� de alg�n modo su tiempo� (1947: 241). Con
ello quiso dejar asentado que
son los patriarcas hombres ilustres, que han existido en nuestra historia desde la
�poca de la Colonia.
El peruano Francisco Mir� Quesada (1918) es, quiz�, uno de los pensadores
contempor�neos que m�s ha
utilizado el t�rmino de patriarcas. Este autor emple� el concepto para fundamentar
una periodizaci�n de la historia
de las ideas filos�ficas en Latinoam�rica. As�, escribe: �Desde los patriarcas
hasta nuestros d�as, han transcurrido
apenas tres generaciones� (1974: 41). Es obvio que los patriarcas son los hombres
que Romero design� con el
titulo de Fundadores, mientras que la siguiente generaci�n para Mir� Quesada es la
que �l llama �Forjadores�, en
la que incluye a Francisco Romero y Samuel Ramos (1897-1959). La tercera generaci�n
la dividi� en dos grupos:
1) Afirmativo, para quienes la filosof�a debe abordar los temas de la propia
realidad, y 2) Asuntivo, en donde el
trabajo consiste en hacer filosof�a de car�cter universal. Mientras que la cuarta
generaci�n la integr� con disc�pulos
de la tercera. A�os m�s tarde, este autor se�al� en una nota a pie de p�gina que
�Es dif�cil saber qui�n fue el
creador de la denominaci�n patriarcas, pero es, a todas luces Francisco Romero
quien contribuy� a su difusi�n y
aceptaci�n general� (1992: 206).
Por su parte, el uruguayo Arturo Ardao (1912) se�al�: �En el fondo [Romero],
conceb�a a aquellos
�patriarcas� � expresi�n suya tambi�n � s�lo como los fundadores de la lograda
normalidad, o en otras palabras, de
lo que era su personal presente filos�fico� (1982: 22). Se echa de ver que para
Ardao, fundadores y patriarcas son
sin�nimos. Para brindar consistencia a esta equivalencia, Ardao se basa
principalmente en dos p�rrafos de Romero,
en donde este �ltimo se�ala: �Desde la �poca de la Colonia no han faltado
expresiones,, a veces sumamente
interesantes de la preocupaci�n filos�fica� (1952: 11), y m�s adelante al escribir
Romero sobre la actividad de los
fundadores y su momento hist�rico, observ� que: �las (corrientes) que las
precedieron, hab�an contado con algunos
de los hombres m�s eminentes de nuestro pensamiento filos�fico y aun de toda
nuestra cultura: baste recordar, al
lado de los nombre citados, los de un Bello, un Varela, un Luz y Caballero, entre
otros� (1952: 13). Para Ardao,
estas citas expresan que los fundadores o patriarcas si bien en forma de
excepciones o casos aislados existieron ya
en la �poca de la Colonia.
(RMM)
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
PENSAMIENTO.
Arturo Andr�s Roig, coincidente en muchos sentidos con el fil�sofo espa�ol Jos�
Gaos, se�ala que para la
constituci�n de un pensamiento filos�fico se requiere asumir las pautas propias de
ese pensar. O sea, aceptar una
forma de �convenio� respecto de lo propuesto, en este caso particular la
organizaci�n de un valor de �programa�,
es un tipo de �a priori� diferente del formal-l�gico de car�cter kantiano. �Ese
valor se muestra en su plenitud si
pensamos que el filosofar es una funci�n de la vida y que la vida humana no es algo
dado, sino algo por hacerse,
por parte de quien la va viviendo, y que implica formas de deber ser en relaci�n
con la naturaleza eminentemente
teleol�gica de la misma. Este tipo de �a priori� no supone un sujeto puro de
conocimiento, sino que parte de otra
comprensi�n de la �subjetividad� (Cfr. Roig, 1981: 13). Es una �subjetividad�,
encarnada, enraizada en la realidad
sociohist�rica, cuya categor�a fundamental es la temporalidad en cuanto
historicidad.
(MMA)
POBRE
El principio de opci�n por los pobres con una especial carga axiol�gica ha
significado un reto en los
�mbitos cristianos de nuestros pa�ses, motivando al hombre creyente a asumir una
actitud ante el fen�meno
escandaloso y mayoritario que presentan los pobres en Latinoam�rica. Este modo de
implicar, en una unidad, fe y
vida, Evangelio-liberaci�n, ha tra�do en Am�rica Latina la expansi�n de una
eclesiolog�a, que pretende ser
novedosa, es decir, una iglesia que surge con el aporte de la fe de los pobres. A
los contenidos que la tradici�n ha
asignado a este concepto, la teolog�a de la liberaci�n ha privilegiado algunos,
lleg�ndose a afirmar que lo
innovador en este caso se trasluce en una visi�n del pobre, b�sicamente, como
sujeto hist�rico nuevo, dotado de
fuerza hist�rica, facultad evangelizadora e iniciativa de cambio suficientes, con
vistas a su mejor desenvolvimiento
en un orden social distinto, donde la injusticia y la desigualdad no tengan lugar.
As�, los pobres han irrumpido en la
conciencia humana y en la conciencia cristiana, lo que ha permitido una nueva forma
de hacer teolog�a, que
partiendo de una fe que, al mismo tiempo que es vivida y pensada, se objetiva en un
quehacer eclesial de
solidaridad con los despose�dos; teniendo en cuenta las circunstancias de miseria y
opresi�n reinantes en Am�rica
Latina la teolog�a de la liberaci�n ha convertido el quehacer de solidaridad en uno
de los problemas centrales de su
reflexi�n teol�gica, o sea, ha asumido el grave desaf�o que constituye la pobreza,
a trav�s de una especial
identificaci�n con el sujeto que la experimenta y padece en carne propia. Ha sido,
sobre todo Gustavo Guti�rrez
quien ha puesto de relieve esa �fuerza hist�rica� de los pobres en la sociedad y en
la Iglesia (1979). La teolog�a
latinoamericana ha entendido al pobre como el �lugar teol�gico� condicionante de
toda la s�ntesis cristiana. Es ah�
donde se encuentra la innovaci�n metodol�gica y la variaci�n tem�tica de la
Teolog�a Latinoamericana. M�s a�n,
la praxis eclesial y la reflexi�n teol�gica orientadas por la opci�n por los pobres
marcan un cambio decisivo en el
devenir hist�rico del cristianismo. Con esta opci�n por los pobres se ha producido
la gran y necesaria revoluci�n
copernicana en el seno de la Iglesia universal; con ella se define un nuevo lugar
hist�rico-social desde el que la
Iglesia desea estar presente en la sociedad y construirse a si misma, saber, en
medio de los pobres, los nuevos
sujetos de la historia (Cfr. Boff, 1981). La reflexi�n �tico-teol�gica forma parte
de ese gran proyecto de reformular
el mensaje cristiano desde la opci�n por los pobres, al afirmar que el pobre es el
�lugar �tico-teol�gico�. Sin
embargo, al decir que el pobre es el �lugar �tico-teol�gico� preferente, no se
quiere afirmar que �l sea la fuente
constitutiva ni la fuente cognoscitiva de la moral, sino el �mbito de la realidad
en que primaria y fundamentalmente
acaece la aut�ntica moralidad. La condici�n del pobre, en cuanto condici�n pobre,
es el lugar privilegiado en el que
se manifiesta la sensibilidad �tica y en el que surge la praxis moral. Tanto la
sensibilidad �tica como el empe�o
moral pasan siempre por el tamiz de la situaci�n en la que vive el pobre. Esta
opci�n por el pobre no rechaza la
sabidur�a moral acumulada a lo largo de la historia, significa que el lugar
preferente desde donde se vive y se
formula la �tica es la realidad del pobre; sin embargo, vivir y formular la moral
desde el pobre no supone reducir el
tema �tico a la realidad de la pobreza, tampoco se trata de plantear la moral con
la r�gida metodolog�a de una
�opci�n de clase�, al estilo del marxismo de la ortodoxia dogm�tica y de la
escol�stica leninista. La opci�n por el
pobre no hace de los pobres una �clase privilegiada�, portadora �nica del devenir
hist�rico y con pretensiones de
dictadura imperialista. Los intereses de los pobres no han de ser interpretados
como �intereses de clase� en
permanente conflicto con otras clases opuestas. La preferencia por el pobre es
criterio moral en un sentido
primordial, no anula las estructuras formales de la �tica ni reduce el contenido de
la moral al tema del pobre, ni
hace de los intereses de �stos una opci�n de clase. As�, esta manera de entender la
opci�n por los pobres conduce a
un replanteamiento radical de la moral. La estructura formal y los contenidos
concretos del universo �tico quedan
transformados desde su ra�z; as�, la �tica de la liberaci�n brota de la
�indignaci�n moral�; la praxis liberadora tiene
una dimensi�n pasional o p�tica. Cuando la estimaci�n moral est� marcada por la
preferencia del pobre, detecta la
injusticia estructural creando as� un resorte incontenible de praxis liberadora. El
criterio de la praxis liberadora se
convierte en la sensibilidad �tica omnipresente que orienta el discurso teol�gico-
moral sobre los problemas
concretos. Este criterio de la praxis liberadora puede ser reformulado de varios
modos: para A. Fierro, se concreta
en la liberaci�n del hombre y en la humanizaci�n del medio: �recta pr�ctica es
aquella que cumple con la vocaci�n
de toda pr�ctica: liberar al hombre y humanizar el medio� (1979: 185). Para E.
Dussel, es la trascendentalidad
radical del otro en cuanto pobre y oprimido; trascendentalidad que se concreta en
el �criterio absoluto de la �tica:
�Libera al pobre, al oprimido!� (1981: 525). Para P. Richard, en la promoci�n de la
vida del pobre frente a la
muerte impuesta por el dominador: �El criterio fundamental para el discernimiento
�tico es la vida humana del
hombre real concreto� (1982: 109).
(MASO)
PO�TICA.
..
Para terminar se considera necesario decir que el t�rmino proviene del lat�n
po�tica, que a su vez proviene
del griego poi�tike, cuya ra�z, poien, significa �hacer�. T�rmino vasto que en su
�rea de estudio engloba tanto al
calificativo de creaci�n humana (principalmente una obra art�stica), conducida en
su factura hasta un nivel cercano
a lo perfecto, como a la concepci�n de la teor�a estructuralista de Roman Jakobson,
abocada a considerar todo texto
literario estrictamente en cuanto a su valor ling��stico.
Dentro de esta serie de acepciones existen tres muy vinculadas entre s�:
Es de acuerdo al primer inciso como est� concebida la primera po�tica (en cuanto
conjunto de reglas para la
escritura) de que se tiene noticia, la de Arist�teles. Esta obra, antes que ser el
origen de la moderna clasificaci�n de
formas y g�neros literarios, propone que la cualidad est�tica trascendente con que
se emplea la palabra es lo que
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
distingue a la poes�a del resto de los discursos ling��sticos. En ella Arist�teles
maneja el concepto de imitaci�n
(m�mesis) para describir la labor literaria. Escribir, por tanto, es hacer una
imitaci�n de algo por medio de la
palabra (cap. 1). Sin embargo, el hacer po�tico va m�s all� de la funci�n
imitativa: constituye una funci�n
creadora. Dentro de esta l�nea, Alfonso Reyes, en El deslinde, define poes�a como
�creaci�n humana en general� o
�creaci�n verbal en m�sica o en verso�, y luego desliza una tercera que es a la que
se adhiere: �cierta manera de
literatura, no necesariamente en verso� (1963: 35).
(JGM)
POSITIVISMO LATINOAMERICANO
Fue en Am�rica Latina donde se concret� el ideal del fil�sofo franc�s Augusto
Comte (1798-1857), quien
postul� que el esp�ritu humano debe renunciar a conocer el ser mismo de las cosas
(negando toda metaf�sica) y
atenerse s�lo a las verdades que se obtienen por medio de la observaci�n y la
experiencia. Seg�n Comte la funci�n
de las ciencias de la naturaleza es descubrir las relaciones constantes entre los
hechos y los fen�menos. De ah� que
su inquietud es posibilitar o trasladar la metodolog�a de las ciencias de la
naturaleza o positivas, como �l las
denomin�, al terreno de los fen�menos sociales. Con este af�n el fil�sofo cre� la
f�sica social, como llam� en un
principio a la sociolog�a, cuya funci�n es descubrir c�mo unificar al ser humano
con la naturaleza a trav�s de la
formulaci�n o descubrimiento de las leyes que rigen la vida de las sociedades. Con
estas ideas Comte propuso la
creaci�n de una nueva religi�n, la de la ciencia, pues s�lo ella garantizar�a la
elaboraci�n de una nueva sociedad,
donde los te�logos y fil�sofos tradicionales desaparecieran para dejar paso a los
cient�ficos. Esta filosof�a, si bien
en Europa no se acept� totalmente, si dej� una profunda huella en el coraz�n y en
la mente de los pensadores
latinoamericanos, pues �stos necesitaban una filosof�a que funcionara en los
momentos de transici�n que viv�an los
pueblos latinoamericanos. Por esto el positivismo, como dice �scar Ter�n (1983), se
convirti� en una �especie de
umbral ideol�gico que, desde M�xico a la Argentina, no se limita al campo
filos�fico, sino que incide sobre la
pol�tica y la pedagog�a�. A este respecto Leopoldo Zea, citando a V�ctor Massuh,
dice que el positivismo:
junto con el consenso espont�neo que las grandes masas de la poblaci�n dan a la
direcci�n impuesta a la vida
social, por el grupo social dominante, surge igualmente el aparato de coerci�n
estatal que asegura �legalmente" la
disciplina de aquellos grupos que no �consienten� ni activa ni pasivamente. No
obstante, consenso y coerci�n,
saber y poder no deben ser concebidos como capas exteriormente superpuestas, sino
como flujos fusionados que
circulan con distintas intensidades por el conjunto de la sociedad (Ter�n, 1983).
(IPC)
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
POSMODERNIDAD
Tambi�n a este contexto pertenece la gran acogida de los llamados Cultural Studies
en Am�rica Latina
desde mediados de los ochenta. Estos estudios, impulsados en Europa por te�ricos
ingleses muy cercanos a la
Nueva Izquierda de los a�os sesenta (R. Williams, R. Hoggart, E. Thompson),
desestabilizaron las fronteras que
defin�an las pertenencias de los saberes a c�nones predeterminados (sociolog�a,
antropolog�a, literatura, etc�tera) y
pusieron en duda la universalidad del m�todo cient�fico, la pureza del saber
te�rico y la divisi�n jer�rquica entre
cultura �alta� y cultura popular. Tales desplazamientos se posicionaban
cr�ticamente frente al concepto de
ideolog�a (la idea de la �falsa conciencia�) manejado por el marxismo tradicional
y, principalmente, frente a la
visi�n negativa de la cultura de masas defendida por la escuela de Frankfurt. En
Am�rica Latina se destacaron los
trabajos de N�stor Garc�a Canclini, Jes�s Mart�n-Barbero, Carlos Monsiv�is, George
Y�dice, Renato Ortiz,
Marilena Chaui, Nelly Richard, Beatriz Sarlo y Guillermo Bonfil Batalla. A pesar de
sus diferencias, casi todos
estos autores compart�an el concepto de la simbolicidad cultural de lo social, el
inter�s por una redefinici�n del
espacio p�blico en tiempos de la globalizaci�n, as� como un rechazo al sistema de
exclusiones inherente a la
�cultura superior� y los saberes human�sticos. Al igual que los estudios
subalternos y la teor�a poscolonial en los
Estados Unidos los estudios culturales buscaron religar las pr�cticas te�ricas a la
intervenci�n pol�tica en favor de
los excluidos, y funcionaron, desde este punto de vista, como un �posmodernismo de
izquierdas� en Am�rica
Latina.
(V�ase: Poscolonialismo).
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
(SCG)
POSCOLONIALISMO
Una posici�n diferente fue adoptada por la historiadora Patricia Seed, quien
procur� mostrar las ventajas
hermen�uticas del posestructuralismo para un an�lisis del per�odo colonial en
Am�rica Latina. La cr�tica al
humanismo tradicional y a su h�roe, el sujeto soberano, conlleva un desplazamiento
de nociones que hab�an
funcionado durante a�os como fundamentos del an�lisis literario: la �intenci�n� del
autor, el �significado original�
del texto y la autoridad de la cultura �letrada�. Esto permite a los investigadores
abordar el problema de las formas
de recepci�n y apropiaci�n de los signos coloniales por parte de las comunidades
colonizadas, superando de este
modo la divinizaci�n de los saberes human�sticos. De lo que se trata, seg�n Seed,
es de mostrar cu�les fueron las
formas discursivas de autorrepresentaci�n de los subalternos, atendiendo a una
experiencia socio-pol�tica diferente
de aqu�lla que pretendieron los autores del texto o sus int�rpretes ortodoxos de la
cultura letrada. En esta misma
l�nea se sit�an las reflexiones de Peter Hulme, quien critica, sin embargo, la
falta de atenci�n prestada por Edward
Said y otros te�ricos poscoloniales hacia Latinoam�rica. Hulme destaca el hecho de
que fueron autores
latinoamericanos, y espec�ficamente caribe�os, los verdaderos precursores de la
teor�a poscolonial: Franz Fanon,
Aim� C�saire, Edouard Glissant, Fernando Ortiz y Roberto Fern�ndez Retamar. El
Caribe fue la �nica regi�n de
Latinoam�rica en donde hubo un exterminio completo de la poblaci�n nativa, lo cual
favoreci� el surgimiento de
narrativas anticolonialistas que no acentuaban la defensa del autoctonismo, sino
las zonas de contacto, las
identidades transversas y los espacios h�bridos. No en vano surgieron all� los
conceptos de �transculturaci�n�,
�contrapunteo� y �Calib�n�, que deslegitimaban la pureza, teleolog�a y
unidimensionalidad de las representaciones
europeas.
El te�rico m�s conocido del �Lat�n American Subaltern Studies Group� fue, sin
lugar a dudas, el
semi�logo argentino Walter Mignolo. A diferencia de los otros miembros del grupo, y
en concordancia con las
tesis de Jorge Klor de Alva, Mignolo piensa que el modelo indio de teorizaci�n
poscolonial no deber�a ser utilizado
para un an�lisis de situaciones coloniales en Am�rica Latina, pues corresponde a un
�locus muy espec�fico,
anclado en las herencias coloniales brit�nicas. Lo que debe preguntarse es si,
an�logamente a lo realizado por los
poscoloniales indios, tambi�n en Latinoam�rica existieron teor�as capaces de
subvertir las reglas del discurso
colonial desde las herencias coloniales ib�ricas. Mignolo est� convencido de que a
partir de 1950, una vez
quebrantado el antiguo orden colonialista europeo, surge en Am�rica Latina una
serie de teor�as que desplazan
el"locus enuntiationis" del primero hacia el tercer mundo, rompiendo de este modo
con los paradigmas
universalizantes definidos por la modernidad. Ampliando las tesis de Peter Hulme,
quien reduc�a
elposcolonialismo latinoamericano a ciertos discursos surgidos en el �rea del
Caribe, Mignolo se refiere al �giro
epistemol�gico� realizado por te�ricos como Ra�l Prebisch, Darcy Ribeiro, Leopoldo
Zea, Rodolfo Kusch,
Enrique Dussel y Gustavo Guti�rrez. Los discursos de estos autores son
poscoloniales "avant la lettre", porque
acaban con el concepto euroc�ntrico de que solamente los pa�ses del primer mundo
son capaces de producir
conocimientos. Seg�n Mignolo, la producci�n de discursos te�ricos para Am�rica
Latina, sobre Am�rica Latina y
desde Am�rica Latina, consigue ipso facto deslegitimar el proyecto colonialista de
la modernidad.
(SCG)
PRAGMATISMO
El taylorismo gira en torno a la idea protestante de que cada hombre tiene una
vocaci�n (de vocare llamado
interior), misi�n, aquello para lo cual naci� seg�n sus aptitudes y capacidades.
(V�ase: Liberalismo).
(EMO)
PRAXIS
.
Aric�, Jos�. Marx y Am�rica Latina, Alianza Editorial Mexicana, M�xico, 1982.
Cerutti Guldberg,
Horacio.Filosof�a de la liberaci�n latinoamericana, FCE, M�xico, 1983. L�wy,
Michael. El marxismo en Am�rica
Latina,Ediciones Era, M�xico, 1982. Mari�tegui, Jos� Carlos. Siete ensayos de
interpretaci�n de la realidad
peruana,Ediciones Solidaridad, M�xico, 1969. S�nchez V., Adolfo. Filosof�a de la
praxis, Grijalbo, M�xico, 1980.
(DMN)
PRAXIS HIST�RICA
Una vez alcanzado un concepto tan abarcador de la praxis hist�rica queda expuesto
que la teor�a en cuanto
momento de esa praxis o, m�s radicalmente, la inteligencia humana misma, queda
afectada por la historicidad. As�,
el viejo problema del conocimiento queda planteado desde el punto de vista de su
historicidad. Para ello se necesita
�una interpretaci�n de la inteligencia como inteligencia hist�rica�.
.
El t�rmino hace referencia a la acci�n del filosofar aplicada al ser propio del
habitante de Latinoam�rica, a su
realidad y a su filosof�a en interrelaci�n con el contexto hist�rico y cultural que
la produce. Tambi�n a la
articulaci�n entre el enfoque sistem�tico y el hist�rico en el tratamiento de una
cuesti�n.
(VMR)
PROGRESO
A finales del siglo XIX el fil�sofo y pol�tico positivista mexicano, Justo Sierra,
pasaba a referirse al
�progreso� en varios de sus discursos. Seg�n su opini�n un fil�sofo franc�s �(...)
hab�a encontrado la f�rmula m�s
bella de la verdad. El hombre se llamaba Condorcet; la f�rmula: el progreso�.
Pasando a referirse a la circunstancia
mexicana, Sierra afirmaba que la Escuela Nacional Preparatoria significaba �una
afirmaci�n en medio de la duda
de todos�; estableciendo una relaci�n entre el �progreso� y el orden, concluye,
dirigi�ndose a los alumnos
preparatorianos: �vosotros como el fil�sofo girondino (Condorcet) habl�is de las
incontrastables leyes del orden y
del progreso. Grande y sencillo es nuestro secreto: la ciencia� (Sierra, 1977-V:
19). De acuerdo con sus palabras el
�progreso� consist�a en el desarrollo cient�fico.
�De qu� nos sirve el progreso intelectual sin el progreso moral?, �de que nos
sirven nuestros portentos de
mec�nica, sino hab�is aumentado en el c�liz de la vida humana ni una sola gota de
concordia y de justicia? (...)
Para m� la cuesti�n es premiosa y terrible; s� bien que la ciencia no ha prometido
la felicidad, sino la verdad; pero
eso es retirar el problema, no resolverlo, y por eso bendigo a la ciencia cada vez
que la veo como en el curso de los
trabajos que hoy se clausuran, inclinarse ante la miseria y la desgracia social, y
buscar el remedio; ese es su aspecto
divino y consolador (Sierra, 1977-V: 197).
Al referirse al �progreso� material afirma que �ste es base del econ�mico y ellos,
seg�n Sierra, conducir�an
a M�xico a alcanzar el progreso social.
Pasa a referirse a lo que el llama �la pasi�n por el progreso�. �Esa es una pasi�n
reflexiva, pero
dominadora; es la de los hombres en la plenitud de sus facultades, es la vuestra:
la pasi�n de remover en las
sociedades los obst�culos a todo desenvolvimiento sano, la pasi�n del progreso�
(Sierra, 1977-V: 355).
(CRG)
PROVIDENCIALISMO
Su�rez Fern�ndez, Luis. Corrientes del pensamiento hist�rico, Eunsa, Navarra 1996.
Frost, Elsa
Cecilia.Este nuevo orbe, CECYDEL-UNAM, M�xico 1996. Mendieta, Jer�nimo Fray.
Historia eclesi�stica
indiana, S. Ch�vez Hayhoe-Misiones, M�xico, 1945, 4v. De Torquemada, Juan, Fray.
Monarqu�a indiana, Porr�a,
M�xico, 1969. Phelan, John L. El reino milenario de los franciscanos en el Nuevo
Mundo, UNAM, M�xico, 1972.
(MASO)
PUEBLOS INDIOS
En cuanto a las categor�as �ind�gena� e �indio�, habr�a que decir que la primera
se aplica a grupos humanos
con las caracter�sticas que m�s abajo se�alamos, pero que viven en cualquier parte
del mundo. Indio, en cambio, se
reserva �nicamente para aquellos ind�genas que habitan en Am�rica. Pueblos
ind�genas y pueblos indios, como
denominaciones aceptadas, se han establecido internacionalmente a partir de la
autoidentificaci�n (conciencia de
su identidad) como criterio fundamental para determinar a qu� grupos se aplica.
Recurramos entonces a lo que
dicen los propios ind�genas al reservarse el derecho de definir qui�n es persona
ind�gena. El Consejo Mundial de
Pueblos Ind�genas dice al respecto: �Bajo ninguna circunstancia debemos permitir
que unas definiciones
artificiales... nos digan quienes somos�. Por tanto propone:
Pueblos ind�genas son los grupos de poblaciones como los nuestros que, desde tiempo
inmemorial, habitamos las
tierras que vivimos, conscientes de poseer una personalidad propia, con tradiciones
sociales y medios de expresi�n
vinculados al pa�s heredado de nuestros antepasados, con un idioma propio y con
caracter�sticas esenciales y �nicas
que nos dotan de la firme convicci�n de pertenecer a un pueblo, con nuestra propia
identidad, y que as� nos deben
considerar los dem�s (Proemio, Declaraci�n del Consejo Mundial de los Pueblos
Ind�genas. Citado por J. E. R.
Ord��ez Cifuentes, 1995 B: 56).
4. Las tensiones que engendran su presencia discriminada y oprimida que choca con
los postulados de
igualdad social y de democracia pol�tica (D�az Polanco, 1995: 14).
(JMSM)
RACISMO
. Teor�a que sostiene la superioridad de ciertos grupos �tnicos frente a los dem�s.
El racismo no se entiende sin
referencia a la discriminaci�n y al prejuicio racial.
La historia nos ense�a que el dominio socio-econ�mico y pol�tico sobre los pueblos
lo ejerci� el grupo
conquistador imponiendo sus leyes de explotaci�n, sin que durante siglos se pensara
siquiera en justificar
moralmente ese derecho del m�s fuerte. Pero, lleg� un momento en que fue necesario
buscar o inventar otras
razones que permitieran, con visos de justicia, seguir explotando a estos pueblos
calificados desde este momento
como grupos som�tica y ps�quicamente inferiores y, en consecuencia, sujetos por ley
natural y l�gica a la tutela de
los que se autonombraban pueblos y razas superiores.
Hasta finales del siglo XVIII, la intolerancia fue m�s ideol�gica o religiosa que
racial. Gobineau (1816-
1882) fue el primero en plantear en forma sistem�tica la doctrina de la
discriminaci�n racial, recurriendo a
supuestos argumentos y pruebas de tipo antropol�gico, biol�gico y psicol�gico,
teor�a que el Tercer Reich alem�n
llev� a su m�xima expresi�n instaurando el culto a la raza elegida, la aria, y
Herbert Spencer se encarg� de hacer
una formulaci�n doctrinal del racismo a trav�s del darwinismo social. Los nombres
de Penka C., Woltmann L.,
Vacher de Lepouge, Chamberlain H. S., Ammon O., Poesche T. encabezaron en Europa,
en la segunda mitad del
siglo XIX, el movimiento racista a favor de la superioridad del blanco caucasoide
frente a los grupos de color.
Anta Diop Cheik. Nation n�gre et culture. Pr�sence Africaine, Par�s, 1955. Varios
autores. Cultura negra y
teolog�a. DEI, Costa Rica, San Jos�, 1986. Bastide Roger. Las Am�ricas Negras.
Alianza Edit. Madrid, 1969.
Comas, Juan. Razas y racismo. SepSetentas 43, M�xico, 1972. Fanon, Frantz. Peau
noire, masques blanches.Par�s,
Seuil, 1952. Kohlbrugge, J.H.F. Le cerveau suivant les races. Bull. et M�m. Soc.
Anthrop. Par�s, tome 6,
1935. La�nnec Hurbon. Le barbare imaginaire. Port-au-Prince, Hait�, De. Henri
Deschamps, 1987. Merton y
Montagu. Crime and the Anthropologist. American anthropologist, vol. 42, 1940.
UNESCO. El racismo ante la
ciencia moderna. Testimonio cient�fico de la Unesco, Ediciones Liber. Ond�rroa,
Vizcaya, 1961. Vallaois, Henri
V�ctor. Les noirs sont-ils une race inf�rieure? Nourry, Par�s, 1928.
(MKM)
RAZA C�SMICA.
Significa una estirpe nueva, de s�ntesis, integral, definitiva, matriz, una quinta
raza que funde o fusiona a todas las
dem�s precedentes, al negro, al indio, al mongol y al blanco, hecha con el genio y
con la sangre de todos los
pueblos, m�s capaz de verdadera paternidad y de visi�n universal (...)�
(Vasconcelos, 1948: 30). En Iberoam�rica
surgir� y consumar� la unidad por el triunfo del amor fecundo y la superaci�n de
todos los divisionismos habidos a
lo largo de la historia de la humanidad. �Los pueblos llamados latinos, por haber
sido m�s fieles a su misi�n divina
de Am�rica, son los llamados a consumarla. Y tal fidelidad al oculto designio es la
garant�a de nuestro triunfo�
(Vasconcelos, 1948: 27).
Mientras las otras razas han pretendido ejercer y mantener una supremac�a cada una
en diferentes �pocas de
la humanidad explotando a las dem�s por diferentes medios, la c�smica mediante la
educaci�n y la cristiandad
promover� el amor y la armon�a, generando as� una fuerza vital que le dar� una
superioridad no lograda por
ninguna otra estirpe hasta la fecha.
Cerca del r�o Amazonas se levantar� Univers�polis, lugar de la raza c�smica, desde
donde saldr�n las
predicaciones y escuadras y los aviones que propagar�n las buenas nuevas. Sus
aviones y ej�rcitos ir�n por todo el
planeta educando a las gentes para su ingreso a la sabidur�a. La vida fundada en el
amor se expresar� en forma de
belleza. Pero si el Amazonas es conquistado por los sajones, entonces se fundara
all� Anglotown, de all� saldr�n las
armadas guerreras para imponer en el mundo la ley severa del predominio del blanco
de cabellos rubios y el
exterminio de sus rivales oscuros (Vasconcelos, 1948: 35).
Vasconcelos postula una Nueva ley de los tres estados, seg�n �sta: la humanidad ha
seguido un proceso
gradual de superaci�n: lo. El estado material o guerrero; 2o. Intelectuales o
pol�ticos, en el cual nos encontramos, y
3o. El espiritual o est�tico, correspondiente al de la raza c�smica.
En el estado material los pueblos combaten o se juntan sin m�s ley que la
violencia y el poder�o relativo, el
hombre se subordina a la necesidad, no hay elecci�n, el fuerte toma o rechaza
caprichosamente, as� viven la horda
y la tribu de todas las razas. En el estado intelectual o pol�tico tiende a
prevalecer la raz�n a partir de la cual,
artificiosamente, se aprovechan las ventajas conquistadas por medio de la fuerza y
se establece una filosof�a; todo
imperialismo requiere de una filosof�a y de una ciencia que lo justifique, la
mezcla �tnica obedece especialmente a
las conveniencias �ticas o pol�ticas del momento, en nombre de la religi�n se
imponen dogmas y tiran�as. �La
caracter�stica de este segundo per�odo es la fe en la f�rmula, por eso en todos
sentidos no hace otra cosa que dar
norma a la inteligencia, limite a la acci�n, fronteras a la patria y frenos al
sentimiento. Regla, norma y tiran�a, tal es
la ley del segundo periodo en que estamos presos, y del cual es menester salir�
(Vasconcelos, 1948: 39). En el
estado espiritual o est�tico la conducta del hombre se gu�a por el sentimiento
creador, el gusto y la belleza, ya no
por la pobre raz�n que explica pero no descubre. �Las normas las dar� la facultad
suprema, la fantas�a; es decir se
vivir� sin norma, en un estado en que todo cuanto nace del sentimiento es un
acierto. En vez de reglas, inspiraci�n
constante (...)� (Vasconcelos 1948: 39). En esta �ltima etapa se vivir� el j�bilo
fundado en el amor.
Fell, Claude. Jos� Vasconcelos. Los a�os del �guila (1920-1925). Educaci�n,
cultura e iberoamericanismo
en el M�xico posrevolucionario, UNAM, M�xico, 1989. Vasconcelos, Jos�. La raza
c�smica, Espasa Calpe
Mexicana, col. Austral n�m. 802, 18a. reimp., M�xico, 1995. Vasconcelos, Jos�.
Obras completas, Libreros
Mexicanos Unidos, col. Laurel, t. II, M�xico, 1958. Vera y Cuspinera, Margarita. El
pensamiento filos�fico de
Vasconcelos, Extempor�neos, Col. Latinoam�rica, M�xico, 1979.
(MRG)
REALIDAD.
...el propio de los hombres y pueblos que as� se expandieron. Pero en esta
expansi�n el pensamiento europeo-
occidental tropez� con una realidad dif�cilmente domesticable a sus propios y
exclusivos enfoques racionales.
Am�rica Latina, Asia y �frica fueron encubiertas por un razonar que respond�a m�s a
los modos de ser de los
centros de poder, que a la realidad con que este razonar se hab�a tropezado en su
expansi�n (Zea, 1938: 373).
(VMR)
REALIDAD HIST�RICA
La filosof�a pretende ocuparse de lo que es �ltimamente la realidad, de lo que es
la realidad en cuanto tal.
Esa totalidad de lo real exige una total concreci�n y esa total concreci�n est�
determinada por su �ltima realizaci�n
y a su vez cobra su �ltima realizaci�n en la historia y por la historia, la
realidad hist�rica como verdadero objeto de
la filosof�a. As�, podr�a ensayarse una excesiva y apretad�sima s�ntesis de lo que
Ellacur�a considera que es el
objeto de la filosof�a como punto de partida, el cual contiene una idea filos�fica
fundamental en su filosof�a.
Empero, el camino que propone Ellacur�a para arribar a ese esclarecimiento te�rico
parte de analizar lo que
Hegel, Marx y Zubiri han entendido como objeto de la filosof�a y pasando por ellos,
pero yendo m�s all�, plantea
�l mismo que se considere la realidad hist�rica �no ya la historia� como el objeto
adecuado de la filosof�a.
lo que ocurre es que esa totalidad ha ido haci�ndose de modo que hay un incremento
cualitativo de realidad pero de
tal forma que la realidad superior, (...) no se da separada de todos los momentos
anteriores del proceso real (...). A
este �ltimo estadio de la realidad, en el que se hacen presentes todos los dem�s,
es al que llamamos realidad
hist�rica (...). Es la realidad entera asumida en el reino social de la libertad;
es la realidad mostrando sus m�s ricas
virtualidades y posibilidades (Ellacur�a, 1990: 42-43).
Estas ideas fueron expuestas en cinco tesis que definen la reflexi�n filos�fica
que el mismo Ellacur�a
calificaba de �realismo materialista abierto� �mismo t�rmino que usaba para definir
a la filosof�a zubiriana� con la
aclaraci�n del mismo autor de que �stas son expuestas �no tanto para determinar
c�mo se debe ense�ar filosof�a o
c�mo se debe investigar filos�ficamente, sino para determinar sobre qu� se debe
filosofar, sobre el todo filos�fico
desde el cual deben verse las partes filos�ficas y en el cual �stas deben resumirse
so pena de perder la unidad de lo
real y, en definitiva, la realidad misma de lo real� (Ellacuria, 1990: 30-31).
(VFG)
RESISTENCIA.
El t�rmino resistencia procede del verbo latino resistere y lleva en s� la idea de
oposici�n/resistencia. Psicol�gica:
reacciones, cuyas manifestaciones son opuestas a las esperadas. De cualquier
organismo frente a un est�mulo.
Filos�fica: relaci�n que guarda el ser humano hacia los cuerpos f�sicos que tiene
ante s� (sentido f�sico), pero m�s
aun en relaci�n con los posibles y diferentes modos de reaccionar ante ellos
(sentido metaf�sico, gnoseol�gico y
psicol�gico).
(MJCC)
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
RITMO.
Del lat�n rhythmus, y �ste del griego rythm�s, fluir. Grata y armoniosa combinaci�n
y sucesi�n de voces, cl�usulas
y pausas o cortes en el lenguaje po�tico o prosaico. Fig. Orden acompasado en la
sucesi�n de las cosas.
(GEG)
ROMANTICISMO.
SENTIMIENTO DE INFERIORIDAD.
Con la ayuda del psicoan�lisis adleriano, Samuel Ramos identifica dos tipos
psicol�gicos urbanos, que
manifiestan el sentimiento de inferioridad de distinta manera: el �pelado� y el
�burgu�s mexicano�. El �pelado�,
exento de todo privilegio y prerrogativa social, acusa el mayor grado de
sentimiento de inferioridad, manifiesto en
la protesta viril. El �burgu�s mexicano� trata de evitar el desprecio y la
humillaci�n haciendo alarde de su
inteligencia y su conocimiento en forma importuna. Ambos presentan los siguientes
caracteres antropol�gicos:
ocultamiento del propio ser ante s� mismos, excesiva susceptibilidad patri�tica,
desfasamiento entre la realidad y lo
deseado, desconfiados, intolerancia al desprecio y la humillaci�n, desarmon�a
interior, temerosos de que se
descubra su aut�ntico ser.
El sentimiento de inferioridad es concebido por Samuel Ramos tambi�n en t�rminos
de complejo de
inferioridad. El sentimiento de inferioridad es una configuraci�n antropol�gica
construida a partir de los
acontecimientos hist�ricos, generando una conceptuaci�n filos�fica, legal y
cient�fica sobre la naturaleza ind�gena
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
y la de los avecinados en Am�rica. El complejo de inferioridad es la vivencia y
manifestaci�n psicol�gica del
sentimiento de inferioridad de los grupos sociales.
B�jar Navarro, Ra�l. El mexicano, UNAM, M�xico, 1979. D�az Guerrero, Rogelio.
Psicolog�a del
mexicano, Trillas, 5� ed., M�xico, 1990. Gonz�lez Navarro, Mois�s. Los extranjeros
en M�xico y los mexicanos en
el extranjero, Colegio de M�xico, 3 vols., M�xico, 1994. Molina Enr�quez, Andr�s.
Los grandes problemas
nacionales, Era, 4� ed., M�xico, 1983. Ramos, Samuel. El perfil del hombre y la
cultura en M�xico, O.C., vol. I,
UNAM, M�xico, 1975. Ramos, Samuel. �En torno a las ideas sobre el mexicano�, en C.
A., a�o X, vol. LVII, n�m.
3, mayo-junio, 1951, pp. 103-114. Varios autores. Estudios de historia de la
filosof�a en M�xico, UNAM, 3� ed.,
M�xico, 1980.
(EMG)
SEXISMO.
En Am�rica Latina se utiliza sobre todo como sin�nimo de machismo, entendido como
rechazo violento o
desinter�s y menosprecio por todo lo femenino. No obstante, se trata de una
categor�a elaborada por el feminismo
internacional de los a�os sesenta, con analog�a a la palabra racismo, para definir
el orden pol�tico y simb�lico que
construye el modelo de lo humano con un sexo, discriminando al otro.
Las culturas sexistas reconocen valor s�lo a las actividades remuneradas. Las
carreras, cargos y profesiones
clasificados para hombres y para mujeres, se diferencian no tanto por su nivel de
responsabilidad sino por la
desigualdad de salarios y, por lo tanto, de reconocimiento.
Amor�s, Celia. �Rasgos patriarcales del discurso filos�fico: notas acerca del
sexismo en filosof�a�, enHacia
una cr�tica de la raz�n patriarcal, Antropos, Madrid, 1982. Hern�ndez R., Ma. Adela
y Mendiola,
Salvador.Apuntes de Teor�a de la Comunicaci�n, UNAM, M�xico D. F., 1995. Irigaray,
Luce. Yo, t�,
nosotras, C�tedra, Madrid, 1992. Rubin, Gayle. �El tr�fico de mujeres: notas sobre
la econom�a pol�tica del
sexo�, Nueva Antropolog�a, vol. VIII, n�m. 30, M�xico D. F. noviembre de 1986. Sau,
Victoria. Un diccionario
ideol�gico feminista, Icaria, Barcelona, 1981.
(FGC)
SISTEMA DE CONEXIONES.
Esta noci�n tiene como base la idea de que toda �poca hist�rica posee un car�cter
estructural. Es decir, el recorte
de un espacio hist�rico puede ser considerado para su estudio como una totalidad
que se desarrolla y en la que sus
elementos se encuentran articulados y en movimiento. Las objetivaciones culturales
que resultan de la actividad de
los seres humanos en la prosecuci�n de sus fines son parte y producto de esa
estructura hist�rica. Analizar qu� tipo
de relaci�n mantienen entre s� en el momento hist�rico concreto en que se producen
para comprender su funci�n
social dentro del sistema epocal al que pertenecen, es cuesti�n que el investigador
deber� de llevar a cabo
revalorizando, entre otras cosas, el papel del sujeto hist�rico en su proceso de
hacerse a s� mismo.
El historiador de las ideas y fil�sofo argentino Arturo Andr�s Roig (1922) retoma
esta expresi�n hegeliana,
haciendo una cr�tica de los presupuestos sobre los que se construye esta filosof�a.
Trata de volver a pensar acerca
de la naturaleza y funci�n de la filosof�a y de los cambios en el rubro de la
historiograf�a filos�fica que devienen,
en tanto se ponga en evidencia la injustificada preeminencia del sujeto sobre el
objeto, el concepto respecto a la
representaci�n y la esencia sobre la existencia.
(SMLCB)
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
El Yv� mar�e� �previo al contacto tup�-guaran� con los blancos europeos� era
concebido ciertamente
como un lugar geogr�fico, ya al Este, ya al Oeste, en el que se alcanzaba el pleno
aguiy�-bienestar, consistente en
el encuentro con los antepasados, la abundancia de comida, la superaci�n de la
muerte y el triunfo sobre los
enemigos en un contexto l�dico de canto y fiesta sin fin; �plenitud de su modo de
ser aut�ntico�, seg�n Meli�
(1989). El acceso al Yv� mar�e� se realizaba a trav�s de un largo oguat�-andar bajo
la conducci�n de un cham�n-
profeta o kara� (�se�or�, �hombre sabio�, etc�tera) (Nimuendajd, 1978: 29) en quien
se encarnaba Mair�,
�anderike�. Tamoi o Hyapuguasdva, h�roes culturales �esencialmente �andantes�,
fundadores de casas comunales
y de los primeros mandiocales y maizales� (Branislava, 1975: 149). En estas
ocasiones los kara� pronunciaban
elocuentes discursos para anunciar un mba�-megu�-infortunio, convocar al abandono
de las chacras y el orden
social y emprender un aguat�-andar hacia el Yv� mar�e�v con la esperanza de la
inmortalidad, la abundancia y
elaguiy�-bienestar. Ellos se transformaban en profetas y anunciaban el fin del
mundo por un cataclismo universal;
en ellos se reencarnaban los h�roes civilizadores y m�ticos, ten�an el poder de
transformar a los hombres en
animales; resucitar a los muertos; hacer crecer y fructificar abundantemente los
cultivos (chacras); se comunicaban
con los esp�ritus; eran buenos cantores y oradores que pronunciaban discursos
fervorosos para incitar a la guerra, la
valent�a, a la victimaci�n o a migraciones santas; en fin, eran considerados como
dioses, nacidos de mujer, sin
padre humano (Ruiz de Montoya, 1980; Jean de Lery, 1961 [1880]; Lozano, 1754
[1970]; N�brega, 1844;
D�Abbeyille, 1614; Figueroa, 1904; Nimuendajd, 1978 [1914]; Metraux, 1927, 1930).
Estos dos �ltimos etn�logos
anotan que la b�squeda del Yv�-mar�e� se habr�a intensificado con la llegada del
blanco europeo portador de
enfermedades, opresi�n y muerte; hechos representados como un verdadero mba�-megu�-
infortunio.
A comienzos del siglo XX, una de las migraciones hacia la Tierra sin Mal m�s
conocida ha sido la de los
Apapokuva-guaran� del Mato Grosso tan bien estudiada y presentada por Nimuendajd
(1978 [1914]). Los
apapokuva como otros guaran� vecinos del Paraguay emigraban hacia el Este, hacia el
mar, �nicamente motivados,
seg�n Nimuendajd, por �el temor de la destrucci�n del mundo y la esperanza de
alcanzar la �Tierra sin Mal�, antes
de dicha destrucci�n� (1978: 121). Cuando ellos llegaban a la costa del mar,
superando el espanto que les causaba,
retroced�an tierra adentro, �edificaban una casa de danza y empezaban seriamente a
bailar, con el objeto de llegar
al Yv�-mar�e� a trav�s del agua�. (Nimuendajd, 1978: 123). Para algunos guaran�,
una vez aligerado el cuerpo por
la danza, se elevar�an por el aire �con toda la casa de danza y descender�an en el
Yv�-mar�e�. �As� (concluye
Nimuendajd) han bailado cientos de ind�genas a orillas de la mar, llenos de
entusiasmo y esperanzas; luego ven�a el
terrible desenga�o y el chaman se ve�a en la imperiosa necesidad de dar una
explicaci�n del fracaso de la empresa.
Hab�a habido alg�n error que hab�a destruido el �hechizo� y que a menudo cerraba
para siempre a los peregrinos el
camino al m�s all� (Nimuendajd, 1978: 123).
En la actualidad, este fen�meno se ha reiterado entre los tup�-cocama de la
Amazonia peruana (Regan,
1983; Ag�ero, 1994). Alrededor de 600 tup�-cocama de la regi�n pr�xima al encuentro
del r�o Ucayali con el r�o
Mara��n, siguieron al profeta Francisco da Cruz, venido de Brasil en 1971, y a�n
hoy, 1997, contin�an
prepar�ndose, en �villas� o nuevos pueblos fundados por ellos en el centro de la
selva, para emigrar al r�o Ju�,
afluente del I�a (Putumayo), de lado del Brasil, donde se encuentra �Villa
Alterosa� o la Ciudad Santa. Aqu�, ellos
esperan poder vivir en la abundancia, en igualdad social y moral, y escapar de la
muerte que ser� provocada por un
inminente diluvio de fuego.
(OAA)
TLAMATILIZTLI.
Respecto al primer punto, algunos niegan su existencia tal vez por su ignorancia
respecto al tema, por
prejuicio racional o porque consideran que la �nica forma de filosofar es la
griega-occidental, la cual es
sistem�tica, l�gico-racionalista y universal. En cambio, nosotros aceptamos su
existencia porque consideramos que
la filosof�a es el conato de explicar los problemas profundos existenciales del
hombre, por lo que �ste filosofa sin
necesidad de ajustarse a los modelos griego-occidentales o de situarse en
determinada regi�n geogr�fica, ya que lo
que importa es un problema que se ha de enfrentar en la relaci�n del hombre con su
mundo; adem�s, cada cultura
tiene su modo particular, propio e incomunicable de ver el mundo, a s� mismo y a lo
que lo trasciende. Al respecto,
el fil�sofo mexicano Leopoldo Zea en su Introducci�n de la Filosof�a, se�ala:
(RNN)
TLAMATINIME.
T�rmino n�huatl que literalmente significa �los que saben algo o los que saben
cosas�. Anacr�nicamente equivale
al concepto �fil�sofos�.
(RNN)
TOLT�CATL.
Los tlamatinime conceb�an su arte a trav�s del m�todo flores y cantos como
aplicable simb�licamente al
universo y a la vida entera. Esta concepci�n refiere su origen a los toltecas y
persist�a en el siglo XV y principios
del XVI en Texcoco, Chalco y Huexotzinco. Difiere de visi�n m�stica-guerrera.
Sobre este tema hay varios aspectos a considerar: el origen hist�rico del arte, la
descripci�n del artista,
predestinaci�n y caracter�sticas personales, y las diversas clases de artistas.
La predestinaci�n se manifestaba en dos formas: por una parte deb�a tener una
personalidad bien definida,
es decir, ser due�o de un rostro y un coraz�n, para esto deb�a acudir a los centros
educativos: las cuicacalli o casas
de canto o a los calmecac, hilera de casas; por otra parte, haber nacido en un d�a
favorable para los artistas seg�n el
calendario adivinatorio; esto supon�a cierta capacidad innata. As� pues, el artista
deb�a tomar en cuenta su destino,
hacerse digno de �l, amonestarse a s� mismo y aprender a dialogar con su propio
coraz�n (moyolnonotzani), porque
de lo contrario todo lo perder�a.
El que nac�a en esas fechas (Ce X�chitl: Uno Flor...), fuese noble o puro plebeyo,
llegaba a ser amante del canto,
divertidor, comediante, artista. Tomaba esto en cuenta, merec�a su bienestar y su
dicha (...) en tanto que tomaba en
cuenta su destino, o sea, (...) se amonestaba a s� mismo, y se hac�a digno de ello.
Pero el que no se percataba de
esto, si lo ten�a en nada, despreciaba su destino (...) por esto acaba con su
felicidad, la pierde (No la merece). Se
coloca por encima de los rostros ajenos (...) se engr�e, se vuelve petulante (...)
necio y disoluto su rostro y su
coraz�n (...) (Cantares Mexicanos, fol. 300).
Con todo lo que hemos se�alado, vemos que el buscador de flores y cantos aprender�
a dialogar con su
propio coraz�n (moyolnonotzani), luchar� por introducir a la divinidad en su
coraz�n (yolt�otl) para que su
pensamiento y acci�n lo lleven a endiosar las cosas (tlayoltehuiani), es decir,
crear en cuanto tolt�catl las obras de
arte, y en cuanto sabio penetrar por la v�a de las flores y los cantos en los
secretos del saber. El artista siempre ten�a
presente al pueblo, pues pretend�a �humanizar el coraz�n de la gente�, �hacer
sabios sus rostros� y ayudarles a
descubrir su verdad o ra�z en la tierra y de este modo dar sentido a su vida. El
arte del M�xico Antiguo era un
medio de integraci�n del pueblo con los antiguos ideales de la religi�n y la
cultura. Era la presentaci�n pl�stica de
las grandes doctrinas, transfiguradas en s�mbolos e incorporadas a elementos
materiales.
(RNN)
TRANSTERRADOS (EMPATRIADOS).
El t�rmino fue acu�ado por el fil�sofo espa�ol Jos� Gaos (1900-1969). Designa a
aquellos fil�sofos y pensadores
que llegaron a M�xico como consecuencia de la derrota de la Rep�blica Espa�ola
(1836-1939). El significado de
este neologismo sugiere un hecho preciso: los espa�oles encuentran en M�xico una
continuidad ling��stica y en
gran parte cultural, lo cual les permite proseguir y ampliar sus obras realizadas
en Espa�a. M�xico se constituye en
la �extensi�n� y el �destino� de la patria misma, para denominarse empatriados. Es
decir, se entiende como
empatriado el no haber dejado la tierra patria por otra extranjera, m�s bien es el
traslado de una tierra de la patria a
otra. Esta extensi�n y destino aleja al t�rmino de lo que se entiende por
desterrado, para especificarse en el de
transterrado.
La historia del t�rmino se remonta a la llegada de los maestros del exilio espa�ol
a M�xico en 1939. Seg�n
la interpretaci�n de uno de los fil�sofos m�s sobresalientes de este grupo, Jos�
Gaos, los exiliados espa�oles se
pudieron integrar con facilidad en M�xico, por lo que este pa�s tiene de espa�ol.
El acercamiento entre los
refugiados republicanos y el pueblo mexicano sac� a la luz muchos de los aspectos
hisp�nicos que se encontraban
soterrados en la �personalidad� de M�xico y en Hispanoam�rica. Pero en esta misma
condici�n hisp�nica de
M�xico e Hispanoam�rica jug� un papel en este proceso integrador, lo que los
espa�oles mismos tra�an tambi�n de
mexicanos. Gaos se�ala que los espa�oles hicieron un nuevo descubrimiento de
Am�rica, donde se dio un
acercamiento mutuo y de posibilidades de entendimiento por impulso y uni�n de ambas
partes �...Por fortuna, lo
que hay de espa�ol en esta Am�rica nos ha permitido conciliar la reivindicaci�n de
los valores espa�oles y la
fidelidad a ellos con la adhesi�n a los americanos� (Gaos, 1949).
Abell�n, Jos� Luis (comp.). El exilio de 1939, Taurus, 6 vol. Madrid, 1976-1978.
Abell�n, Jos� Luis. La
filosof�a espa�ola en Am�rica, Guadarrama, Madrid, 1966. Abell�n, Jos� Luis. El
exilio espa�ol en M�xico. 1939-
1982, Salvat-Fondo de Cultura Econ�mica, M�xico, 1983. Gaos, Jos�. �Confesiones de
Transterrado�,
enUniversidad de M�xico, n�m. 521, M�xico, junio 1994, pp. 3-9. Gaos, Jos�. �Los
transterrados espa�oles de la
filosof�a en M�xico�, en Filosof�a y Letras, n�m. 36, M�xico, octubre-diciembre,
1949, pp. 207-231. Gaos,
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
C:\Users\Alex G%C3%B3mez\Desktop\retorno.gif
Jos�.Confesiones Profesionales, Fondo de Cultura Econ�mica, �Tezontle�, M�xico,
1979. Gaos Jos�. �La
adaptaci�n de un espa�ol a la sociedad Hispanoamericana�, en Revista de Occidente,
n�m. 38, Madrid, mayo 1966,
pp. 168-178. Salmer�n, Fernando. �Sobre el pensamiento de Jos� Gaos. La filosof�a
pol�tica de los transterrados�,
enUniversidad de M�xico, n�m. 521, M�xico, junio de 1994, pp. 10-18. Xirau, Ram�n.
�Los fil�sofos espa�oles
�transterrados��, en Varios autores. Estudios de historia de la filosof�a en
M�xico. UNAM, M�xico, 1985, pp. 295-
318. Zea, Leopoldo. �La filosof�a mexicana de Jos�, Gaos�, en Universidad de
M�xico, n�m. 521, M�xico, junio
1994, pp. 19-25. Zea, Leopoldo. �Jos� Gaos, espa�ol transterrado�, en Gaos, Jos�.
En torno a la filosof�a
mexicana. Alianza Editorial Mexicana, M�xico, 1980, pp. 7-12.
(MMA)
TZANTZISMO.
UTILIDAD.
Del lat�n �utilitas�, calidad de �til, provecho que se saca de algo. La filosof�a
entendida como algo �til para el
hombre.
...es posible llegar a conocimientos muy �tiles para la vida, y... en lugar de la
filosof�a especulativa, ense�ada en
las escuelas, es posible encontrar una pr�ctica, por medio de la cual, conociendo
la fuerza y las acciones del fuego,
del agua y del aire, de los astros de los cielos y de todos los dem�s cuerpos que
nos rodean, tan distintamente como
conocemos los oficios varios de nuestros artesanos, podr�amos aprovecharlas del
mismo modo, en todos los usos a
que sean propias, y de esa suerte hacernos como due�os y poseedores de la
naturaleza (Discurso del
M�todo, 6a parte: 80).
Los fil�sofos y estudiosos mexicanos, innovadores, ecl�cticos, que se abren a la
filosof�a moderna manejan
tambi�n este concepto de utilidad. Orientados por dicha filosof�a, y en una
cuidadosa y cauta aplicaci�n de ella a su
circunstancia hist�rica, as� como en un prudente alejamiento del pensamiento
escol�stico tradicional, es como el
concepto de utilidad adquiere presencia en el discurso filos�fico americano.
Ahora bien, como la filosof�a ha sido dispuesta para la verdadera utilidad del
hombre, y tal es el fin cuales son los
medios, se sigue que las especulaciones demasiado sutiles de los peripat�ticos
acerca de temas que no pueden ser
indagados por la raz�n humana o al menos no pueden aportar nada de provecho al
g�nero humano, tanto menos
pertenecer�n al estudio de la sabidur�a, cuanto menos unidas est�n con la verdadera
felicidad del hombre (D�az,
1963: 26).
Puede advertirse que Gamarra, en primer lugar, distingue la filosof�a que dar�
utilidad al hombre, esto es la
moderna, de aqu�lla contenida en las �especulaciones demasiado sutiles de los
peripat�ticos� y en segundo lugar,
enriquece el concepto de utilidad al interior del discurso filos�fico, pues dicha
filosof�a no s�lo dar� �utilidad� al
hombre, sino tambi�n �verdadera felicidad�. En Los errores del entendimiento humano
vuelve sobre el tema: �No
importa explicar ahora m�s despacio, cu�les sean estas cosas in�tiles que se
estudian. Ellas son bien notorias a los
linces, y los topos nunca las ver�n aunque las pusi�ramos delante� (D�az, 1963:
49).
�La verdadera sabidur�a consiste en tener los conocimiento de todas las cosas
necesarias y �tiles� (D�az, 1947: 49).
Un siglo m�s tarde, el liberal mexicano Jos� Ma. Luis Mora establece la
coincidencia entre filosof�a y
utilidad. En su breve escrito �Rasgo encomi�stico de la filosof�a�, afirma y se
lamenta de que:
(CRG)
UTOP�A.
�Lugar que no existe�, pero que en Am�rica halla concreci�n geogr�fica e hist�rica
desde el descubrimiento,
pasando por los procesos de independencia, hasta los proyectos sociales o sue�os de
soberan�a, autonom�a y
justicia social a�n pendientes en Nuestra Am�rica. T�rmino polis�mico y escurridizo
que cruza por las fronteras de
la literatura, la pol�tica y la filosof�a. El Nuevo Mundo aparece en la tradici�n
latinoamericanista como el topos en
el que el Viejo Mundo viene a realizar sus sue�os. Am�rica se convierte de �utop�a
para otros� en �utop�a para s�
de la independencia a nuestros d�as.
Utop�a, obra paradigm�tica del g�nero ut�pico escrita por el canciller ingl�s
Tom�s Moro en 1619.
Francisco de Quevedo traduce el t�rmino como �no hay tal lugar� en 1627.
Ezequiel Mart�nez Estrada, siguiendo la idea propuesta por Don Jes�s Silva Herzog,
demuestra que el
espacio geogr�fico y humano descrito en Utop�a es la Cuba que Pedro M�rtir de
Anglier�a conoce porque es
acompa�ante de Col�n en el segundo viaje (1493) y que presenta en las D�cadas del
Mundo Nuevo, obra publicada
completa en lat�n en 1630, pero que ya circulaba en manuscritos en Venecia (1504) y
en Sevilla (1711) y que
Tom�s Moro seguramente conoci� (Mart�nez Estrada, 1963: 4-8).
Alfonso Reyes en La �ltima tule y No hay tal lugar analiza la tradici�n ut�pica
literaria y su importancia
para Am�rica; adem�s, incorpora en el an�lisis filos�fico de la utop�a las nociones
de presagio de Am�rica y de
latierra que antes de ser descubierta fue so�ada. Ambos ensayos, aunque publicados
parcialmente desde 1955,
tocan tem�ticas que Reyes ven�a trabajando desde 1924 (Reyes, 1960: l l-62 y 337-
389).
Puede decirse que constantemente, tal autor rechaza identificar el t�rmino utop�a
como �sue�o irrealizable�,
en el sentido de imposibilidad; en ella cabe la posibilidad.
Flores Mag�n ahonda en ese primer nivel y matiza al rechazar utop�a como
�ingenuidad�, y mucho menos
acepta la exacerbada actitud de tildarla de �locura�. De tal modo, para este
pensador anarquista es inaceptable lo
mordaz y extremoso de lo �popular� o cotidiano: �lunaticidad�, �ingenuidad�,
�locura� y otros. La entiende como
sue�o (en el sentido de aspiraci�n), mas no �sue�o irrealizable�, no mera ilusi�n.
Ahora, en el nivel
epistemol�gico, la utop�a puede aceptarse como �sue�o�; pero sue�o posible de
realizarse. La utop�a es caminar en
corto hacia adelante, en sentido de avance y no sin obst�culos. Rechazando la
connotaci�n negativa y/o peyorativa,
Flores Mag�n afirma en 1911:
��Utop�a!�, gritan los malvados. �Sue�o irrealizable�, dicen los (...) que tienen
miedo a lo desconocido. Ni utop�a
ni sue�o irrealizable. Cada vez que los progresistas quieren dar un paso adelante,
los rezagados, los timoratos, los
que necesitan sentir los codos de los dem�s y los que tienen inter�s en que no
cambien las condiciones sociales y
pol�ticas existentes, lanzan ese grito fat�dico: ��Utop�a!� (Flores Mag�n, 1911:
36).
(IOC)
UTOPISTA Y ANARQUISMO MEXICANO.
Todo parece indicar que la �nica doctrina que ha definido al utopista es el
anarquismo mexicano: se trata de un
so�ador o idealista� (con cualidades morales que lo distinguen: amor a la
humanidad, esp�ritu de sacrificio, rebeld�a
justificada, honestidad...); es el sujeto que buscar� distinguir y aprehender
aspiraciones leg�timas del ser humano y
para el ser humano, buscando concretizarlas. Encarna la utop�a. El utopista es un
sembrador de ideales y su
consecutor.
Para el campesino, la maleza con que encuentra plagada la tierra antes de echar la
semilla es un problema y
despu�s el yerbajo. Para el utopista, las malezas est�n representadas por los
�viejos ideales�, costumbres, prejuicios,
instituciones... que no es f�cil �arrancar� por estar tan enraizados, incluso,
tales ra�ces se han entrelazado y se vuelven
m�s resistentes y por lo mismo la tarea de �desyerbar� o de �desenraizar� la �mala
yerba� es m�s dif�cil y no sin
riesgo de �hacer sufrir al paciente�. No obstante, no le queda otra alternativa m�s
que seguir sembrando: �aunque el
rayo truene en las alturas, en donde residen los �rbitros de los destinos humanos�
(Flores Mag�n, 1922: 126); es
decir, a pesar de los hombres que est�n en el poder y de la plutocracia del mundo,
que son los que deciden (y han
decidido desde siempre) el destino de la mayor parte de la humanidad.
El utopista no detiene su labor: camina hacia �un futuro que mira con los ojos de
su mente. (...)�. Previsi�n.
La utop�a implica un ver m�s all�; es de alg�n modo �insertarse� en el futuro sin
olvidarse del presente. Se trata,
como se�ala Mario Magall�n: �de una propuesta puenteada entre la historia pasada y
el futuro, a partir del presente�
(Magall�n, 1991: 88). Es por ello que �l es un �modelador del futuro (...)� y va en
su consecuci�n para concretizarlo,
�sta ha sido su tarea desde tiempo inmemorial: �siembra la semilla que hace avanzar
a la humanidad, aunque con
grandes tropiezos, hacia ese futuro que �l ve con los ojos de su mente� (Flores
Mag�n, 1910: 127).
(IOC)
VERSO LIBRE.
Los moldes po�ticos cl�sicos conformados por mediciones sil�bicas fijas, acentos
dominantes y temas
preestablecidos �m�s las reglas combinatorias de los elementos anteriores �han
sufrido transformaciones a lo largo
de distintos per�odos hist�ricos dentro del curso de la civilizaci�n occidental. Al
alejamiento consciente de estas
constantes cl�sicas, que dio origen a la creaci�n de nuevas formas expresivas, en
prosa o en verso, se le conoce
como verso libre.
En el siglo XIX, Andr�s Bello fue el primero en advertir sobre los extremos de la
variedad r�tmica (de la
rima), respecto a las vocales acentuadas y sus diferentes combinaciones en el
verso. En su obra Principios de la
ortolog�a y la m�trica, sugiri� la conveniencia en la variaci�n de las mismas
�cinco en el idioma espa�ol�, e
introdujo el termino �disonancia� en oposici�n a las ya conocidas rimas asonante y
consonante, de las que asegur�
�producen desagrado al o�do cuando se extienden m�s all� de lo indispensable�
(Bello, 1955). Pero es hasta Kahn y
Laforgue cuando estas apreciaciones adquieren la forma de una nueva po�tica donde
descansar� el tratamiento de
nuevos temas y conexiones emotivas, emergentes en la �poca de las Vanguardias. El
replanteamiento filos�fico a
la luz de aquella sociedad, inmersa en el avance cient�fico y tecnol�gico, conmovi�
la conciencia universal, y por
ende, la expresi�n art�stica. El planeta se divid�a y con �l sus regiones.
Los hechos que se precipitaron durante los a�os de las dos Guerras Mundiales
fracturaron la conciencia que
se ten�a del mundo. �ste ya no era un cosmos cerrado y por ende los g�neros tambi�n
perdieron su estructura
cerrada y los deslindes n�tidos.
Hoy se confunde el verso libre con la l�rica desbordada. Ezra Pound, el mejor
exponente de este g�nero en
lengua inglesa, asegur� que el verso libre �es el menos libre de todos los versos�,
aduciendo al alto grado de
dificultad que supone el dominio cl�sico, para evitarlo en cualquiera de sus
formas.
YUXTAPOSICI�N.
El t�rmino es una invenci�n del fil�sofo mexicano Leopoldo Zea (1912). Lo usa para
se�alar la relaci�n que existe
entre dos culturas. Significa superponer una cultura sobre la otra sin alteraci�n,
o una al lado de otra aunque �stas
sean distintas y contradictorias. Yuxtaponer o superponer es mantener los
conflictos propios de lo diferente que se
superpone. Esta definici�n la aplica para analizar los v�nculos entre la cultura
europea y la latinoamericana.
Mientras que asimilar es igualar, hacer de cosas distintas una sola; la
yuxtaposici�n mantiene los conflictos propios
de lo diversamente superpuesto. En tanto que la asimilaci�n es s�ntesis, la
superposici�n significa lo contrario, se
coloca una cultura sobre otra, cubri�ndola, ocult�ndola, sin que se realice el
fen�meno de la asimilaci�n.
...la cultura americana lleva en sus entra�as una serie de formas culturales que ha
ido asumiendo al ponerse en
relaci�n los pueblos que, por diversas circunstancias hist�ricas, han entrado en
contacto con ella. Formas culturales
que son, a su vez, expresi�n de situaciones y actitudes humanas tan diversas, que
puestas las unas junto a las otras
resultan contradictorias. Contradicci�n que ha originado esa superposici�n de
culturas que parece ser una de las
primeras caracter�sticas de la cultura en esta Am�rica. Se habla de superposici�n
porque es precisamente lo
contrario de la asimilaci�n cultural (Zea, 1983: 65).
(LFGC)