Estudios y Otras Practicas Intelectuales
Estudios y Otras Practicas Intelectuales
Estudios y Otras Practicas Intelectuales
Derechos Humanos; Sociologia; Movimiento Indigena; Globalizacion; Poder; Cultura; Feminismo; Culturas Populares; Democracia; Consumo; Libro http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/gt/20100916014721/mato.pdf Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 2.0 Genrica http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.0/deed.es
Temas
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) Conselho Latino-americano de Cincias Sociais (CLACSO) Latin American Council of Social Sciences (CLACSO) www.clacso.edu.ar
PRESENTACION Y RECONOCIMIENTOS
Este volumen rene un conjunto de treinta y dos ensayos especialmente preparados por los miembros del Grupo de Trabajo (GT) Cultura y Poder (antes Cultura y Transformaciones Sociales en Tiempos de Globalizacin) del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Estos textos constituyen versiones revisadas de las ponencias presentadas por colegas de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Estados Unidos, Mxico, Per, Puerto Rico y Venezuela en la 3ra. Reunin del Grupo de Trabajo realizada en Caracas del 29 de noviembre al 1 de diciembre de 2001. La reunin cont adems con la participacin de otro colega que por razones ajenas a su voluntad no pudo preparar el texto para su publicacin en este volumen, pero cuya ponencia y participacin enriquecieron las deliberaciones del grupo. Se trata de Jos Manuel Valenzuela Arce del Colegio de la Frontera Norte, Tijuana, Mxico. La reunin, a la que asistieron complementariamente unos veinte cursantes del Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Central de Venezuela y de la Universidad del Zulia, as como un pequeo grupo de tesistas de pregrado, result sumamente satisfactoria por la calidad del debate, el excelente clima de trabajo y la camaradera que vincul positivamente a todos los participantes. Poco antes de la realizacin de esta 3ra Reunin, el Comit Directivo de CLACSO aprob la solicitud de cambio de nombre del GT del de Cultura y Transformaciones Sociales en Tiempos de Globalizacin (bajo el cual habamos realizado las dos primeras reuniones, en 1999 y 2000 respectivamente) al de Cultura y Poder. Este cambio de nombre, como el temario mismo de esta Reunin, reflejan el desarrollo del Proyecto Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Este Proyecto comenz a desarrollarse como una iniciativa personal, a la cual en 1999 se sum un pequeo grupo de colegas, en su mayora de la Universidad Central de Venezuela y de la Universidad Nacional de Crdoba. As, al comienzo este proyecto fue desarrollndose de manera paralela a los ciclos de intercambios anuales que luego daran lugar a la 1ra. y 2da. Reunin del GT Cultura y Transformaciones Sociales en Tiempos de Globalizacin. Sin embargo, dado que el Proyecto fue creciendo de manera significativa y que crecientemente fue incorporando a colegas que haban venido participando de esas dos primeras reuniones del GT, ste acab por acoger al Proyecto en su seno, y posteriormente incluso decidi cambiar su propio nombre al de Cultura y Poder, dando as inicio a un nuevo ciclo de trabajo del GT. De este modo, esta 3ra. Reunin se dedic a debatir a partir de los trabajos que los colegas venan desarrollando en el marco del Proyecto. Cada colaborador del Proyecto vena trabajando en un texto orientado a poner de relieve algunas contribuciones al Campo de las Prcticas Intelectuales en Cultura y Poder realizadas desde Amrica Latina. Tal era, en breve sntesis, el objetivo central de cada uno de los ensayos. Como resultado de este largo proceso, la mayora de los ensayos contenidos en este libro son terceras, cuartas y hasta quintas versiones de trabajos que antes se presentaron y debatieron en seminarios, reuniones de trabajo ms reducidas, paneles de congresos en varios pases e intercambios sostenidos por correo electrnico. Incluso, versiones anteriores de diecisiete de los ensayos incluidos en este libro fueron publicadas en nmeros editados de las revistas Revista Venezolana de Economa y Ciencias Sociales (vol. 7, nro. 3, 2001) y RELEA - Revista Latinoamericana de Estudios Avanzados (nro. 14, 2001). Dadas las caractersticas de este proceso, es necesario destacar que este volumen no es, ni debe tomarse como, indicativo de la vastedad y diversidad del campo, es slo un esfuerzo por comenzar a mapearlo, y ello por dos razones. La primera de ellas est asociada precisamente a esa gran vastedad y diversidad, de las cuales, en cualquier caso, no es posible dar cuenta en un volumen. La otra es que esta coleccin resulta inevitablemente sesgada debido a varios factores. Por un lado, debido a que el Proyecto que ha dado origen a este volumen se inici desde el mbito universitario, y esto no slo de
manera general sino tambin ms especfica, es decir desde ciertas tradiciones intelectuales, y a partir de ciertas redes de trabajo y colaboracin y no de otras, e incluso a partir de un texto mo que expresaba de manera condensada las ideas expuestas ms ampliamente en este artculo. Esto explica que, independientemente de los esfuerzos realizados para lograr una cobertura ms amplia del campo, muchos de los artculos incluidos refieren reiteradamente a las publicaciones de un grupo de autores relativamente reducido, mientras que las contribuciones de muchos otros intelectuales significativas para este campo no son siquiera referidas. Por otro lado, esta coleccin tambin resulta sesgada (y limitada) debido a que en general resulta muy difcil lograr que intelectuales que desarrollan sus prcticas fuera de la academia puedan hacerse del tiempo para escribir textos sobre sus experiencias de trabajo, o las de sus colegas. Esto se debe, a su vez, a varios factores, algunos de ellos se explican porque estas personas suelen tener otras prioridades, demandas y urgencias que atender; otros, complementarios, se explican porque para muchos de quienes desarrollan sus prcticas en esos otros mbitos, este tipo de proyecto y publicacin no constituye una prioridad. Esto ltimo se relaciona, al menos en parte, con la divisin del trabajo intelectual establecida, la cual obviamente no afecta slo a quienes estn en la academia sino tambin a quienes estn fuera de ella. No obstante, afortunadamente, hemos logrado concitar el inters y la participacin de algunos intelectuales que no desarrollan sus prcticas dentro de la academia, sino ms all y/o fuera de ella, como por ejemplo en el movimiento feminista, o en el de derechos humanos. Hemos organizado el libro en tres secciones. La primera contiene un nico texto y la hemos llamado Estudio Introductorio, pues este ha sido concebido como articulador del conjunto. De hecho, este ensayo es una versin varias veces revisada y expandida del texto que dio inicio al Proyecto, y en base al cual se iniciaron los intercambios con cada uno de los colaboradores. La segunda, la hemos llamado simplemente Ensayos y contiene veintiocho textos, cada uno de los cuales representa la manera particular del respectivo autor de entrar en dilogo con las principales ideas del texto articulador, y as de responder a la propuesta de poner de relieve algunas contribuciones al Campo de las Prcticas Intelectuales en Cultura y Poder realizadas desde Amrica Latina. Finalmente, la tercera, a la que hemos llamado Postfacios contiene tres ensayos, cada uno de los cuales ofrece la visin propia del respectivo autor sobre el conjunto de artculos del libro, as como sobre la propuesta conceptual que los ha reunido, o simplemente ofrece una cierta lectura transversal de la coleccin. La realizacin de esa reunin y la publicacin de este libro han sido posibles gracias a las contribuciones de diversas personas e instituciones cuyos aportes deseo reconocer y agradecer. Desde su creacin en 1999 y hasta la fecha la sede institucional de la coordinacin del GT ha sido el Programa Globalizacin, Cultura y Transformaciones Sociales, del cual tambin soy Coordinador y que est adscripto al Centro de Investigaciones Postdoctorales (CIPOST) y al Doctorado en Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias Econmicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela (UCV). El apoyo recibido de distintas instancias de la Facultad y de la Universidad para el desarrollo de nuestras labores ha sido un factor clave en la posibilidad de llevar adelante todas las actividades del Programa y en particular las relativas a la coordinacin del GT. En el marco de este Programa hemos creado un equipo de trabajo constituido por la prof. Illia Garca, la prof. Sary Levy y la tesista Gloria Monasterios, quien adems es coordinadora de comunicaciones electrnicas tanto del Programa como del GT (facilitadora electrnica como denomina CLACSO a esta funcin), quienes han contribuido entusiasta y eficientemente tanto a la realizacin de la reunin, como a la preparacin de este volumen. En lo que hace particularmente a la produccin de este volumen es tanto un deber como un placer destacar el esmerado trabajo de Gloria Monasterios en la asistencia a mis labores de coordinacin y de la antroploga Rosaura Valera en la edicin de los textos, as como el inters y dedicacin puesto en sus labores especficas por Luz Mrquz y Nuncia Moccia en el diseo y composicin de las pginas, por Evans Briceo en el diseo de cartula y por Miguel Angel Garca en la impresin. El compromiso de estos amigos en la produccin del libro supera ampliamente los lmites del inters comercial.
Es un placer reconocer y agradecer tambin el apoyo que hemos recibido del CIPOST y del Doctorado en Ciencias Sociales, de la Directora y Coordinadora Acadmica de la Comisin de Estudios de Postgrado (CEAP) de la Facultad de Ciencias Econmicas y Sociales, as como del Decano y Coordinadoras Acadmica y Administrativa de la Facultad propiamente dicha. La colaboracin de los miembros del equipo de la Secretaria Ejecutiva de CLACSO tambin ha sido muy valiosa para hacer posible las actividades del Grupo de Trabajo y la publicacin de este volumen. La realizacin de esta 3ra. Reunin y la publicacin del presente volumen han sido posibles gracias a aportes econmicos del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), la Corporacin Andina de Fomento (CAF), el Fondo Nacional de Ciencia, Tecnologa e Innovacin (FONACIT) de Venezuela, del Consejo de Desarrollo Cientfico y Humanstico (CDCH) de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y de la Comisin de Estudios de Postgrado (CEAP) de la Facultad de Ciencias Econmicas y Sociales (FACES) de la UCV. As mismo, el apoyo institucional del Instituto de Cultura Brasil Venezuela, y en particular de su directora la Dra. Maria Candida Ferreira de Almeida, tambin ha resultado importante para la consecucin de estos objetivos. Deseo expresar mi agradecimiento y el de todos los miembros del GT a estas instituciones sin cuyo concurso no hubiramos podido mantener los intercambios que han conducido a la preparacin del presente volumen, ni publicado el mismo. Deseo reconocer y agradecer el entusiasmo, compromiso, calidad humana y buen humor con que los colaboradores del Proyecto y miembros del GT abordaron su participacin en nuestras actividades, as como la confianza que han depositado en m como Coordinador. Crear y sostener un Grupo de Trabajo, lo mismo que un Proyecto con tantos colaboradores, es tarea de todos sus miembros y como tal la hemos abordado. Desde este punto de vista estas experiencias han sido tanto o ms valiosas que los resultados que este libro presenta. Han constituido espacios propicios para desarrollar relaciones de intercambio y colaboracin intelectual y han abierto y continan abriendo caminos que se multiplican y que afortunadamente no sabemos a donde conducen. Finalmente, quiero destacar que esta publicacin no es ms que el resultado de un momento de un proyecto iniciado hace ya unos cinco aos, es decir de un proceso. Este proceso no slo ha hecho posible la preparacin de este libro, sino que adems ha dado lugar a la construccin de diversos espacios de intercambio y debate, tanto va el Grupo de Trabajo de CLACSO, como en diversos simposios y seminarios. Ahora, con esta publicacin se abre un nuevo perodo de este proceso, en el cual estas reflexiones circularn no slo a travs del medio impreso y las presentaciones orales, sino tambin a travs de la pgina de Internet que hemos creado a tal efecto (www.globalcult.org.ve), la cual permitir conocer opiniones sobre lo expuesto e ideas acerca de cules otras prcticas incluir en futuras publicaciones, as como la posibilidad de abrir foros de discusin. Daniel Mato Coordinador del GT Cultura y Poder de CLACSO
Resmenes
Parte I: Estudio Introductorio Mato, Daniel: Estudios y otras prcticas intelectuales latinoamericanas en cultura y poder
Con la idea de prcticas intelectuales procuro cuestionar el sentido comn resultante de la hegemona que la institucionalidad acadmica y las industrias editoriales han venido ejerciendo sobre la representacin de la idea de intelectual, as como poner de relieve la existencia e importancia de amplia diversidad de formas que asumen las prcticas intelectuales. Con el par conceptual cultura y poder busco poner de relieve la importancia de un conjunto particular de prcticas intelectuales, aqullas que se articulan en torno a lo cultural (simblico social) en lo poltico y de lo poltico (de poder) en lo cultural. Complementariamente presento una crtica de la idea de Estudios Culturales Latinoamericanos centrada en el uso descontextualizado y descontextualizante en Amrica Latina de la idea de Cultural Studies. Argumento que este uso acaba por empobrecer el impulso crtico que esa propuesta tena originalmente en su medio. La puesta en contexto (latinoamericano) de esa idea permite apreciar las limitaciones de las prcticas acadmicas disciplinariamente encuadradas, as como de la idea de estudios. Esto a su vez permite valorizar un conjunto ms amplio de prcticas intelectuales latinoamericanas que se caracterizan por poner en cuestin no slo las fronteras disciplinarias, sino incluso las fronteras entre las prcticas encuadradas dentro de la academia y las que las trascienden o se desarrollan en otros contextos institucionales.
Parte II: Ensayos: Antonelli, Mirta : La intervencin del intelectual como axiomtica
El argumento de este ensayo es que Jelin, Garca Canclini y Mato vienen produciendo proyectos epistemolgicos y tericos en tanto dispositivos tico-polticos que pueden ser ledos como diferentes modos de definir la intervencin del intelectual y sus prcticas en especficos contextos de relevancia. Analizo cmo construyen, interrogndose acerca del agenciamiento de sujetos y contenidos de derechos, nuevos escenarios de/para la interlocucin. Esta interrogacin se tematiza en Jelin a propsito de las relaciones entre derechos humanos, ciudadana y sociedad en las experiencias postdictatoriales del Cono Sur; en Garca Canclini, en torno a identidades, Estado, capital y mercado, en los no isomrficos procesos de globalizacin en Amrica Latina; y en Mato, respecto de las producciones de representaciones identitarias tnicas y raciales y sus polticas, en el contexto de Amrica Latina y el Caribe en dinmicas de interconexin.
Baptista, Selma: A construo cultural e poltica da etnicidade no Peru: Jos Carlos Maritegui, Jos Mara Arguedas e Rodrigo Montoya
Este texto trata da trajetria de trs intelectuais peruanos e, de que maneira muito especial, a relao entre socialismo e etnicidade esto a entrelaadas. Delineia a concepo de socialismo mgico, presente de forma incipiente nas idias do antroplogo e novelista Jos Mara Arguedas, nos anos sessenta, e analisa sua retomada pelo tambm antroplogo e novelista Rodrigo Montoya, nos anos noventa. O objetivo fundamental deste texto contextualizar esta noo, e, como decorrncia, refletir sobre a possibilidade de um certo ethos cultural, decorrente de uma tradio de esquerda, herdeira da influncia de Jos Carlos Maritegui, a qual vem formando uma comunidade intelectual bastante especfica no Peru
Basile, Teresa: La Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo: emergencia de nuevas prcticas en cultura y poder en la Argentina de la posdictadura
En este artculo abordo el anlisis del proyecto educativo de la recientemente fundada Universidad Nacional de las Madres de Plaza de Mayo, en tanto me permite estudiar uno de los modos en que cultura y poder se relacionan en el contexto de la posdictadura argentina. Dicha Universidad retoma los legados de Paulo Freire y Pichn-Rivire a fin de proponer una pedagoga orientada hacia la transformacin social y basada en una fuerte articulacin entre el conocimiento y las prcticas sociales.
Bermdez, Emilia: Procesos de globalizacin e identidades. Entre espantos, demonios y espejismos. Rupturas y conjuros para lo propio y lo ajeno
El presente trabajo tiene como objetivo relevar algunas de las contribuciones que desde el mbito acadmico han realizado y continan realizando Nstor Garca Canclini, Jess Martn Barbero y Daniel Mato a la teora y comprensin de los procesos de construccin de identidades y de globalizacin en Amrica Latina. En ese sentido, se intenta poner de manifiesto; Primero, las rupturas que, los tres intelectuales mencionados, realizan con las maneras como tradicionalmente han sido concebidos los procesos de construccin de identidades y diferencias en Amrica Latina as como con las visiones apologticas o demonizadoras de los procesos de globalizacin. Segundo, se muestran algunas de las propuestas tericas que fundamentan las posiciones de los investigadores sealados en relacin a la discusin sobre el tema planteado y tercero, a manera de conclusin, se realiza un resumen de las posiciones epistemolgicas y metodolgicas ms importantes de sus trabajos y que a nuestro juicio constituyen las herramientas que les permiten no sucumbir a posiciones dogmticas y tradicionales, ni a fetichizaciones acerca de los procesos de globalizacin y de construccin de las identidades.
Del Sarto, Ana: La sociologa y la crtica cultural en Santiago de Chile. Intermezzo dialgico: de lmites e interinfluencias
Este ensayo traza las influencias recprocas registradas en Chile entre la crtica cultural, representada fundamentalmente por Nelly Richard y Willy Thayer, y la sociologa renovada propuesta por Jos J. Brunner, Norbert Lechner y Martin Hopenhayn. En 1987, como consecuencia de la reciente apertura democrtica, se formaliza un dilogo que se mantuviera soterrado durante los aos de la dictadura, entre corrientes estticas neo y post-vanguardistas y la sociologa de la cultura, dilogo del cual tanto la sociologa como la crtica cultural saldran definitivamente transformadas. Una demostracin ms de que en estas pocas de crisis epistmicas, en las cuales es imposible evitar las impregnaciones discursivas, tanto las ciencias sociales como las humanidades no pueden ya practicarse en un coto cerrado.
El Achkar, Soraya: Una mirada a la educacin en derechos humanos desde el pensamiento de Paulo Freire. Prcticas de intervencin poltico cultural
Muchos han querido reducir el pensamiento de Paulo Freire al mtodo de alfabetizacin; sin embargo la visin crtica, la intuicin poltica sobre el ejercicio del poder, las posibilidades histricas de cambio, la visin del futuro no como lo inexorable confrontan esa visin para abrir paso a una propuesta poltico pedaggica liberadora del silencio, con afn de intervencin poltico-cultural, desde el dilogo y el ejercicio de la autonoma y con la mirada puesta en los excluidos del sistema. Este ensayo es un atrevimiento de mi parte, una aproximacin, desde mi experiencia como activista de derechos humanos en Venezuela y Amrica Latina al contexto socio-histrico y al contexto de saber de Paulo Freire.
intervencin, polticamente comprometida con las comunidades afrovenezolanas y con la transformacin de las mismas.
Garca, Jess Chucho: Encuentros y desencuentros de los saberes. En torno a la africana latinoamericana
Los estudios sobre el resultado cultural africano han sido focalizados en tres visiones. La primera es la acadmica que comenz con los llamados pioneros y tuvo posteriormente su sistematizacin con Melville Herskovits, influenciando a la mayora de los estudiosos que se formaron bajo el patrn del funcionalismo norteamericano. Varias disciplinas se sumaron para abordar la africana: antropologa, historia, etnologa, lingstica, psicologa. La segunda visin fue la intelectual, acadmicos o no, pero escribieron ensayos en torno a la temtica cultura de las culturas afroamericanas, as como el abordaje desde las perspectivas de la potica, la literatura, entre otros, destacando con ello el movimiento de la negritud, luego la mulatez y el mestizaje. Entre lo acadmico y lo intelectual se tendieron puentes que conectaron intercambios y visiones muchas veces concordantes otras veces no. Por ultimo esta la visin desde el sujeto, desde el actor afrodescendientes que se autoreconoce y exige intervencin en los espacios acadmicos, polticos y sociales. Las tres visiones tienen puntos de conexin en experiencias concretas pero aun muy alejadas para sumar nuevas bsquedas de interpretaciones de las realidades de las comunidades afrodescendientes en las Amricas y el Caribe.
Grimson, Alejandro y Mirta Varela: Culturas populares, recepcin y poltica. Genealogas de los estudios de comunicacin y cultura en la Argentina
Este trabajo reconstruye la historia de las principales lneas de investigacin y de debate sobre las audiencias en la Argentina, desde los primeros aportes a fines de la dcada del sesenta hasta los debates contemporneos. Se consideran lneas con diferentes nfasis tericos y polticos (semiticos, comunicacionales, culturales, nacionales) y ciertas publicaciones como Lenguajes, Crisis y Comunicacin y Cultura. A travs de la cuestin de la recepcin se lee una parte importante de los desplazamientos conceptuales del campo comunicacional y cultural en los ltimos treinta aos. En particular, el cambio de una concepcin que buscaba acentuar en la recepcin la dimensin poltica de la cultura hacia ciertas concepciones que encuentran en la recepcin un artilugio argumentativo para legitimar la supuesta libertad de los sujetos en el sistema de consumo.
Juhsz-Mininberg, Emeshe: Ninguna de las anteriores: (dis)continuidades conceptuales sobre identidad nacional en el caso de Puerto Rico
Este artculo examina cmo los variados aportes de Juan Flores, Arlene Dvila, Luis Rafael Snchez, Agustn Lao y Juan Manuel Carrin elucidan los retos tericos y prcticos de conceptualizar la nacin en el caso de Puerto Rico y, ms ampliamente, la comunidad puertorriquea en su multiplicidad de localizaciones geogrficas. Los textos comentados en este artculo plantean el imperativo de reconceptualizar las categoras de cultura, nacin y ciudadana en del discurso hegemnico sobre la identidad puertorriquea. Dan cuenta de la necesidad de ampliar lo que se entiende por el trmino puertorriqueo, especialmente para incluir la dispora en tanto dimensin integrante de la identidad nacional. Los trabajos discutidos en este artculo apuntan en su conjunto a la situacin de Puerto Rico y la comunidad puertorriquea como una situacin epistemolgicamente fronteriza que ofrece ricas posibilidades tericas para planteamientos ms amplios sobre cultura y poder, pertinentes a los actuales procesos de globalizacin.
Maccioni, Laura: Valoracin de la democracia y resignificacin de poltica y cultura: sobre las polticas culturales como metapolticas
El presente artculo revisa las transformaciones que durante el perodo de la transicin a la democracia en el Cono Sur experimentaron las nociones de cultura y poltica, transformaciones que implicaron, simultneamente, una nueva manera de concebir las polticas culturales como metapolticas. Esta nueva perspectiva que en este texto aparece representada por Jess Martn Barbero, Jos. Nun y Eduardo Grner se opone a otras dos posiciones en el debate en torno a las polticas culturales que convoca a los intelectuales en ese momento: una que piensa las polticas culturales como intervencin a nivel de las formas institucionales (Jos .Joaqun Brunner), y otra que destaca la importancia de las intervenciones a nivel de los contenidos (Beatriz Sarlo). Y se opone no slo porque, a diferencia de estas ltimas, logra incluir a los sectores populares como sujetos activos de estas intervenciones sino porque, fundamentalmente y contra toda tentacin populista, los incluye poniendo en crisis, a partir de la recuperacin poltica del sentido comn, su condicin de subordinacin al orden hegemnico.
Mignolo, Walter: El potencial epistemolgico de la historia oral: Algunas contribuciones de Silvia Rivera Cusicanqui
La contribucin al pensamiento critico y social en Amrica Latina, y en particular desde la dcada del 60, ha sido considerable. El lmite cronolgico no significa que antes de la dcada del 60 no haba nada de vala. El punto de referencia cronolgico tiene que ver con el cambio del orden mundial que se produce despus de la segunda guerra mundial con el lugar de Estados Unidos como nuevo pas hegemnico en la historia del capitalismo. Y, en consecuencia, el reemplazo de la misin civilizadora por una nueva misin, modernizacin y desarrollo. La introduccin de las ciencias sociales en Amrica Latina form parte del paquete de desarrollo y modernizacin. La filosofa de la liberacin, la teologa de la liberacin, el concepto de colonialismo interno emergieron como un esfuerzo y una necesidad para pensar los problemas polticos y sociales en los bordes de las ciencias sociales. Esto es, sin poderlas ignorar pero tampoco sin acatarlas al pie de la letra. La teora de la dependencia (Cardoso, Faletto, Marini), que ocup la atencin durante dos dcadas, fue reemplazada hacia finales de los 70 por las teoras de la transicin hacia la democracia (ODonnel). Estas teoras, dependencia y transicin, fueron preocupaciones que emergieron en la regin Atlntica. En la regin Andina, las cuestiones en debate no eran solo la dependencia y la transicin, sino la dependencia y transicin en pases fuertemente pluriculturales. La cuestin del bilingismo y del Estado multicultural (Alb) y el
potencial epistemolgico de la historia oral (Rivera Cusicanqui) formaron parte del paquete de descolonizacin frente a los nuevos diseos de desarrollo y modernizacin. En este artculo me ocupo de presentar las contribuciones de la sociloga Boliviana Silvia Rivera Cusicanqui. Un aspecto importante de mi artculo no es slo la de situar sus contribuciones en el panorama del pensamiento crtico-social, en Amrica Latina, sino de subrayar que sus contribuciones son muy importantes para los debates contemporneos internacionales sobre descolonizacin, racismo, pluriculturalismo y los lmites coloniales de las formaciones disciplinarias. Por esa razn, hago referencia a la obra de Frantz Fanon y a la influencia que ella tiene hoy en filsofos caribeos (como el jamaiquino Lewis Gordon, hoy en la Brown University). El proyecto descolonizador de la filosofa de Lewis Gordon es paralelo al de descolonizacin de las ciencias sociales en Rivera Cusicanqui.
Pajuelo, Ramn: El lugar de la utopa. Aportes de Anbal Quijano sobre cultura y poder
Este artculo brinda una revisin de las principales contribuciones de Anbal Quijano a la investigacin y el debate sobre cultura y poder en Amrica Latina. La trayectoria intelectual de Quijano quien desde los aos 60 es uno de los principales representantes del pensamiento crtico latinoamericano destaca por su originalidad terica, amplitud temtica y coherencia en la crtica radical del poder. Se propone la distincin de tres momentos temtico-cronolgicos principales en su obra, los cuales corresponden a su participacin en la formulacin de la teora de la dependencia (dcadas de los 60 y 70); en los debates sobre modernidad, democracia e identidad (dcada de los 80); y sobre eurocentrismo y colonialidad del poder (dcada de los 90 hasta el presente). Considerando esos momentos sucesivos de su trayectoria intelectual, el artculo se centra en la discusin de algunos problemas centrales en su pensamiento, tales como: el significado y perspectivas del fenmeno de cholificacin en el proceso cultural del Per y la regin andina; las relaciones entre dominacin y cultura en el marco de la situacin de heterogeneidad y dependencia de las sociedades latinoamericanas; la encrucijada histrica entre modernidad, identidad y utopa en la racionalidad contempornea; la influencia del eurocentrismo en la formulacin de conocimiento; y la persistencia de la colonialidad como principal factor constituyente de las relaciones de poder en el sistema mundial del capitalismo. Finalmente, se brindan algunas consideraciones sobre los alcances de la nocin de colonialidad del poder para la formulacin de un nuevo debate cultural latinomericano.
Poblete, Juan: Trayectoria crtica de Angel Rama: la dialctica de la produccin cultural entre autores y pblicos
De entre los varios libros que pueblan la produccin ramiana, destacan en su esfuerzo por pensar las dinmicas culturales del continente, los dos ms sistemticos y abarcadores: La ciudad letrada y Transculturacin narrativa en Amrica Latina. . En este trabajo examino este ltimo en el contexto de sus otros tres libros principales: el ya citado La ciudad letrada, y Rubn Daro y el modernismo; y Las mscaras democrticas del modernismo , pues se sealan en ellos algunas constantes que tendrn un impacto en el anlisis de Transculturacin narrativa. Este libro puede ser descrito, en efecto, como la continuacin y profundizacin de la dialctica entre autor y lectores que opera tanto en sus anlisis de Rubn Daro y la cultura del modernismo , como en La ciudad letrada. Dialctica entre productores directos (el creador) y productores indirectos (el pblico), all donde la obra aparece simultneamente como un ejercicio creativo individual y una labor social y colectiva que constituye sus condiciones de posibilidad y sus fuentes de alimentacin.
SantAnna, Catarina: Poder e cultura: as lutas de resistncia crtica atravs de duas experincias tetarais
Proponho apresentar dois tipos diferentes de ao teatral com objetivos sociais e polticos ainda existentes em duas grandes cidades do Brasil a segunda e a terceira mais populosa, Rio de Janeiro e Salvador: uma experincia concebida por Augusto Boal em seu exlio poltico nos anos 70 e uma outra criada por uma companhia de atores negros, o Bando de Teatro Olodum, em
1990, Salvador, Bahia. Com apoio terico em estudos de intelectuais brasileiros para realizar nossa anlise. Boal criou o Teatro do Oprimido como resistncia represso poltica das ditaduras militares latino-americanas, mas extrapolou a Amrica do Sul. Faz micro-poltica em grupos e comunidades sem o direito de falar, de ter a sua personalidade, sem o direito de ser. Trabalha hoje com favelados, prisioneiros, com o MST-Movimento dos Sem-Terra, negros, mulheres, homossexuais, empregadas domsticas etc, inclusive atravs da forma teatro legislativo, para construo e encaminhamento de leis. Diferentemente dos afro-norte-americanos e dos afro-europeus, os afro-latino-americanos no tm uma identidade tnico-racial especfica, devido a um processo de absoro em uma identidade nacional. O Bando de Teatro Olodum discute as construes tnico-culturais identitrias do negro, o que supe dois movimentos: (A) numa direo para dentro da prpria cultura brasileira descontruir o mito da democracia racial construdo pelo Estado, por uma cadeia de estudos acadmicos e por registros histricos escamoteadores e equivocados com reflexos nas Leis, numa ideologia do reconhecimento social do indduo e no do grupo, na valorizao mtica, romantizada da cultura negra (da africanidade, no da negritude) pelos grupos dominantes e pelo Estado; com a apropriao de smbolos, idias, objetos, a mercantilizao do diferente e extico como atrativos tursticos capazes de gerar divisas; discernimento na cultura globalizada denominada negra, de uma homogeneizao de produes culturais de etnias africanas bem diferentes, misturadas sob a escravatura, incluindo a elementos oriundos da cultura indgena; relaes difceis com o MNU-Movimento Negro Unificado, que tem agendas comuns com ONGs nacionais e internacionais, fundaes estrangeiras e organizaes ativistas negras internacionais. (B) um movimento para fora da cultura brasileira: construo de uma identidade negra transnacional negros na dispora, circulao globalizada de bens simblicos, intercmbios de ao poltico-cultural, pesquisa acadmica, globalizao de bens simblicos, consumo em que predomina o sentido Sul>Norte (EUA, Europa) e no o do Atlntico negro com a frica inspiradora mtica, mas no de modernidade.
Sovik, Liv: O Haiti aqui / O Haiti no aqui: msica popular, dependencia cultural e identidade brasileira na polmica Schwarz-Silviano
A instaurao do regime militar em 1964, com forte apoio dos EUA, junto com o crescimento das indstrias culturais e da sociedade de consumo no decorrer dos anos 60, fizeram surgir um debate em torno de dependncia cultural e identidade nacional. A cultura de massa, especialmente a msica popular, transformou-se em um campo privilegiado para esse debate, em um perodo que marcou muito a poltica e esttica da cultura de massa brasileira. Ensaios escritos em torno do ano 1970, pelos crticos literrios Roberto Schwarz e Silviano Santiago, ainda so referncia para a atual discusso da dependncia ou dominao cultural e identidade brasileira. Refletem sobre literatura e identitade a partir de estrutura econmica e histria colonial e, argumentar-se- aqui, foram formados pela discusso da msica popular. Este texto descreve o debate em torno da msica, com ateno especial ao surgimento do tropicalismo, e discute a relevncia desses ensaios e seu eventual aproveitamento ainda hoje para a anlise da cultura de massas, dependncia cultural e identidade brasileira.
texto concluye con algunas interrogantes a un proyecto que considero se encuentra en pleno desarrollo.
Tinker Salas, Miguel y Maria Eva Valle: Cultura, poder e identidad: la dinmica y trayectoria de los intelectuales chicanos en los Estados Unidos
El movimiento Chicano/a de la dcada de los setenta en los Estados Unidos engendr una tradicin intelectual, que aun despus de treinta aos, sigue siendo controvertida. Aunque reuna serias divergencias, el movimiento luch para que las universidades incorporaran la experiencia chicana en su currculo, y a su vez, transformar las relaciones de poder y dominio que existan entre la sociedad dominante y los chicanos/as. Este ensayo examina cmo el desarrollo de esta tradicin intelectual refut el tradicional paradigma asimilacionista, redefiniendo, adems la experiencia migratoria ms all de lo europeo, logrando as replantear el concepto de ciudadana en los Estados Unidos. Adems, con el uso del nombre chicano/a, esta corriente intelectual promulg un trmino anti-hegemnico que incorporara sus aportes histricos y afirmara su identidad tnica. Esta corriente intelectual nunca logr una unidad interna, y ms bien sigui fragmentada por cuestiones de clase, raza, gnero, poltica, sexualidad e incluso diferencias generacionales. Aunque los/las intelectuales chicanos/as han reorientado su discurso hacia nuevos temas, todava enfrentan mltiples retos, en particular su capacidad de analizar cmo la globalizacin y la inmigracin transnacional ha transformado el carcter de la poblacin de origen mexicano en los Estados Unidos.
Vargas Valente, Virginia: Los feminismos latinoamericanos en su trnsito al nuevo milenio. (Una lectura poltico personal)
Hacia el final del milenio, la segunda ola del movimiento feminista en Amrica Latina se vio confrontado a una serie de profundas transformaciones en los contextos nacionales, regionales y globales. Estos cambios afectaron y desarticularon las dinmicas feministas de las dcadas anteriores, trayendo nuevas dinmicas y nuevas formas de existencia, mas relacionadas con los cambios y las dinmicas del nuevo milenio. Son estos procesos de transformacin lo que se analizan en este articulo, desde las mismas actoras que reflexionan sobre su prctica, poniendo en el centro de la reflexin una e las tensiones ms tenaces de los movimientos sociales: posicionar sus propuestas como derechos a ser reconocidos y garantizados con el riesgo de perder su perspectiva transformadora, o mantenerse en una autonoma defensiva, sin negociar, con el riesgo de permanecer aislados de las dinmicas democrticas de transformacin de las sociedades. Autonoma, democracia, Estado y sociedad civil, procesos de institucionalizacin, agendas de los movimientos sociales, son algunas de las categoras utilizadas a lo largo del artculo.
Walsh, Catherine y Juan Garca: El pensar del emergente movimiento afroecuatoriano. Reflexiones (des)de un proceso
Ecuador se autoidentifica como pas pluricultural. Sin embargo y a pesar de que la Constitucin de 1998 otorga una serie de derechos colectivos a los pueblos indgenas y afroecuatorianos, no existe un mayor reconocimiento de la actual diferencia tnica y cultural, especialmente con relacin a los pueblos negros. Como recientemente expres una mujer negra, existe una indomana en el pas que resalta lo indgena y no permite ver la diferencia o heterogeneidad afroecuatoriana. No obstante, los pueblos afroecuatorianos ha venido reconstruyendo en los ltimos aos, un proceso sociopoltico basado en sus propios conocimiento y saberes, en repensar la ancestralidad, la negritud y la identidad dentro del presente. Desde las organizaciones de base en las comunidades de Esmeraldas y la Valle de Chota-Mira, grupos de mujeres negras y grupos de negros urbanos, se
evidencian un emergente sentido comn a pesar de fuertes diferencias, pasos no slo hacia la construccin de un movimiento sino hacia la construccin de un plural pensar afroecuatoriano. Esta ponencia ofrecer unas reflexiones sobre una iniciativa que ha contribuido al fortalecimiento de este sentido comn y emergente pensar. En el ao 2000, el Proceso de Comunidades Negras y el Consejo Regional de Palenques conjuntamente con la Universidad Andina Simn Bolvar, Sede Ecuador (UASB) empezaron una iniciativa dirigida al dilogo y debate sobre la realidad actual de los pueblos afroecuatorianos y sus nuevos procesos identitarios y organizativos. Inicialmente pensada como una serie de eventos del carcter acadmico y pblico, esta iniciativa se convierto en un espacio permanente el Taller Afro en el cual, durante a lo largo del ao, alrededor de 50 representantes de los pueblos negros de todo el pas han discutido y debatido sobre asuntos de identidad, territorio, ancestralidad, etnoeducacin y derechos colectivos. El hecho de ser un espacio neutral, es decir un espacio acadmico, pblico y no organizacional o gremial, ha permitido e impulsado una amplia participacin afroecuatoriana como tambin una participacin no afro, as ayudando superar las diferencias organizativas, grupales y regionales que histricamente han caracterizado el movimiento y, a la vez, abriendo una conciencia no afro. Al reflexionar sobre y desde este proceso, el nico de este carcter en el Ecuador, y por medio de un anlisis de transcripciones y propuestas escritas, la ponencia pretender identificar algunos elementos centrales a un emergente pensar afroecuatoriano en el cual confluyen diferencias identitarias, sociales, culturales y polticas. Su propsito es dual: por un lado documentar el proceso iniciado con miras hacia su desarrollo futuro, y por el otro lado, explorar las polticas de conocimiento ntimamente ligados a cuestiones de cultura y poder.
Conference, Birmingham, en junio de 2000, en la que se debati la creacin de una Asociacin Internacional de Estudios Culturales. Lo importante en estos dos casos, a mi modo de ver, son las relaciones de poder que atraviesan las tentativas de los intermediarios de promover sus agendas intelectuales y polticas.
Mxico y Venezuela), a travs de los cuales se distribuyen dineros en relacin precisamente a tales tipos de indicadores. Estos reconocimientos fortalecen una idea de investigacin que se pretende objetiva y avalorativa, y que sin duda es marcadamente academicista. Incluso algunos de quienes disputamos esa idea de investigacin, nos hemos visto en situacin de concursar y luego de aceptar tales dineros, pues ellos resultan complementarios de los cada vez ms insuficientes salarios pagados al personal universitario, y porqu en no pocos casos esos dineros son los nicos ingresos posibles para dedicarse a la investigacin. Por estas razones muchos de quienes no compartimos esa idea de investigacin hemos participado, activa o pasivamente, en el establecimiento y/o legitimacin de estos sistemas llamados de estmulo a la investigacin. Estos estmulos, lejos serlo a todo tipo de investigacin, lo son slo a ciertos tipos de ella, en general normada segn valores y criterios propios de las llamadas ciencias duras (fsica, qumica, biologa, etc.). No sugiero que estos sistemas sean intiles, al contrario seguramente ayudan a fortalecer la actividad de investigacin en estos pases. El problema, cuando se mira a esos sistemas de estmulo a la investigacin desde las llamadas humanidades y ciencias sociales, es cul tipo de produccin de conocimientos tiende a resultar fortalecido y qu consecuencias tiene esto respecto de aquellas prcticas intelectuales que no producen conocimientos que estos sistemas consideran legtimos, sino otros. Al decir otros, me refiero a aquellos que no se expresan en artculos acadmicos, sino que, por ejemplo, son parte constitutiva de procesos sociales, y que los intelectuales involucrados no se interesan en publicar para que sean ledos por acadmicos, sino en comunicar directamente a los actores sociales involucrados. En definitiva, con este ejemplo aludo a conocimientos que son en algn sentido comparables con los que los especialistas de reas como ingeniera, qumica o biologa suelen patentar (lo cual si es reconocido y premiado por los mencionados sistemas de estmulo), pero que los intelectuales que actan en campos como el de cultura y poder slo encuentran posible y estimulante poner en juego con los actores sociales. El caso es que una de las consecuencias de estos discursos modernizadores y de los sistemas de estmulos a la investigacin sustentados en ellos, es que tienden a estimular la disociacin de las prcticas intelectuales de sus relaciones con las de otros actores sociales, sea de movimientos sociales, o de lo que sea pero que implique cualquier tipo de prctica extracadmica; a menos que como parte del proceso se contemple la publicacin en medios acadmicos arbitrados que certifiquen, entre otras cosas, la neutralidad axiomtica de esas publicaciones. Estos sistemas tienden a deslegitimar las prcticas intelectuales que no estn orientadas a la produccin de publicaciones arbitradas; es decir que no se estructuren desde una cierta lgica de una supuesta excelencia acadmica que se construye a imagen y semejanza de la de las llamadas ciencias fsico-naturales, y as pretendidamente neutral, objetiva, etc. As, estos discursos modernizadores tienden a deslegitimar ideas tales como las de sostener algn tipo de relaciones con actores sociales extracadmicos, y a desvincular el trabajo intelectual de la reflexin tica y poltica. De este modo, esta orientacin casi siempre acaba por dejar de lado incluso algunas prcticas intelectuales claramente originadas en el mbito acadmico pero que acaban por trascenderlo, como las de carcter aplicado propias de diversas disciplinas (antropologa, sociologa, psicologa social, educacin, trabajo social, etc.), o las encuadradas en ideas de investigacin accin participativa (Fals Borda,1986), u otras orientaciones abiertamente intervencionistas. El caso es que esta tendencia academicista de la academia no slo deslegitima intelectualmente las prcticas intelectuales extra acadmicas, sino que en el mismo acto deslegitima socialmente las prcticas acadmicas. Y el caso es tambin que de este modo las universidades cada vez se distancian ms de las sociedades a las cuales se supone deberan servir. En este punto en particular, el del aislamiento acadmico, los discursos modernizadores se encuentran con la desesperanza y el nomeimportismo que segn algunos caracterizaran a los tiempos actuales y a los por venir. Tiempos que quienes as ven las cosas suelen llamar postmodernos; y en tal sentido frecuentemente no slo post-grandes picas humanas, sino tambin post-cualquier afn de cambio, y por tanto de intervencin. As, estos discursos proclamadamente postmodernistas suelen promover actitudes intelectuales que si bien dan el paso necesario de la autoreflexin sobre el trabajo intelectual, y el tambin necesario de la crtica a la ciencia y a las lgicas de las disciplinas acadmicas, asumen estos pasos necesarios como suficientes, y de este modo tienden a sumir el trabajo intelectual
en la auto-contemplacin, y con ella en el aislamiento respecto de las sociedades que constituyen su entorno ms inmediato. En este aislamiento es precisamente dnde se encuentran con los discursos modernizadores. El problema que las concepciones academicistas no han logrado comprender es que tanto las propias preguntas de investigacin, como los modos de produccin de las investigaciones (lo que usualmente se llama mtodos), dependen en ltima instancia de opciones epistemolgicas, las cuales estn asociadas a posiciones ticas y polticas que dependen entre otros factores del tipo de relaciones que se sostiene o se aspira a sostener con actores sociales extra acadmicos. Las posiciones ticas y polticas son constitutivas del piso epistemolgico y de las perspectivas tericas de nuestras investigaciones; y as tambin de las preguntas y de los mtodos. De este modo lo son tambin de los resultados de las investigaciones, y ello tanto respecto de su contenido, como de su forma: publicaciones. Las preguntas de investigacin no son las mismas, ni tampoco los mtodos, si lo que se pretende es escribir estudios, sino objetivos al menos distanciados, que si se pretende producir algn tipo de saber til a los intereses de algn actor social. De las respuestas a preguntas del tipo Para qu y para quin/es investigar? depende qu investigar, cmo, con quines, en el marco de cules relaciones, con cules propsitos. As como tambin dependen decisiones tales como si la investigacin en cuestin acabar en una publicacin en papel y tinta o qu cosa (un video, un cassette de audio, un programa de accin, un programa educativo, etc.), y cmo pensamos que tales cosas deberan o podran circular y/o ser tiles, a quines, qu importancia tendran los resultados y cul los procesos/experiencias. De estas respuestas depende tambin Cmo evaluar estas experiencias? Mediante cules procesos? Con la participacin de cules tipos de actores sociales? Con cules indicadores? Concurrentemente con estas consideraciones, me parece que debemos tomar en cuenta algunos aspectos particulares de los procesos de globalizacin contemporneos que pueden resultar especialmente significativos para nuestra reflexin. Me refiero, en particular a dos aspectos, aunque, como se ver enseguida, el segundo es un caso particular del primero: a) La creciente importancia de redes de relaciones transnacionales en la produccin de ideas y programas de accin social y poltica significativos. Estas redes pueden estar conformadas por actores sociales esparcidos por el mundo (no me refiero a su mera existencia en Internet, que es slo un medio) pero frecuentemente son organizadas y sostenidas por actores localizados en Estados Unidos y/o en unos pocos pases de Europa Occidental, quienes de este modo tienen ciertas ventajas en el planteamiento de las ideas en torno a las cuales se articulan, as como en la proposicin de sus programas de accin. b) La creciente importancia de redes que relacionan a intelectuales individuales, grupos de trabajo, instituciones acadmicas, asociaciones profesionales, publicaciones profesionales y acadmicas, fundaciones, agencias gubernamentales e inter-gubernamentales, etc. Este es un caso particular del sealado en el literal anterior: La existencia de estas redes transnacionales no es nueva en la historia, lo que ocurre es que en los actuales tiempos de globalizacin la cantidad e importancia de estas redes se han acentuado. Ello no slo gracias a las tecnologas comunicacionales y digitales disponibles, sino tambin a otros factores propios de la segunda postguerra, como por ejemplo la expansin de organizaciones intergubernamentales y no-gubernamentales dedicadas a construir redes de diverso tipo a nivel mundial, el casi-fin del colonialismo, el casi-fin de la guerra fra, y el extraordinario desarrollo de formas de conciencia de globalizacin las cules no importa si podran calificarse de verdaderas o falsas, sino que en cualquier caso llevan a los actores a actuar cada vez a escalas ms globales (2). Es necesario indicar que el desarrollo de estas redes de relaciones transnacionales no es ni bueno ni malo en s mismo. A modo de ejemplos, sugerentes en este sentido, puede mencionarse que en la actualidad existen redes de este tipo tanto organizadas en torno a ideas racistas, como en defensa de los derechos humano, pero este no es tema de estas pginas (3).
El que s es el tema de estas pginas, y a propsito del cual haca referencia a la importancia de estas redes transnacionales de produccin de sentido y de accin, es el de la ascendencia y establecimiento de ciertas ideas y corrientes tericas. Ms especficamente, mi inters al plantear la necesidad de tomar en cuenta estos aspectos de los procesos de globalizacin contemporneos se remite particularmente a la creciente ascendencia en medios latinoamericanos de las agendas modernizadoras del sector ciencia y tecnologa, como a la de algunas corrientes tericas que se han constituido en modas (por ej.: el posmodernismo, los cultural studies, entre otros), y muy especialmente al desarrollo y combinacin entre s de algunas tendencias resultantes de la hegemona de las ideas neoliberales y de las reformas sociales asociadas a ellas (lo cual incluye polticas econmicas, sociales y culturales). Respecto de las tendencias asociadas a las reformas de inspiracin neoliberal, me parecen particularmente significativas para esta reflexin tanto las de reduccin del gasto pblico (en especial pero no slo en reas como la educacin universitaria), como la de la profundizacin de algunas formas de divisin social del trabajo y la profesionalizacin (diferenciacin, regulacin) de algunas prcticas antes claramente intelectuales (en el sentido de marcadamente polticas), hoy transformadas y codificadas cada vez ms como profesionales (ms tcnicas, ms instrumentales, aparentemente apolticas). Con esto ltimo me refiero particularmente a las que llevan a cabo no pocos colegas (es decir graduados universitarios en diversas disciplinas de las llamadas humanidades y ciencias sociales) tanto en organismos gubernamentales nacionales y provinciales (los menos y cada vez menos), como en organismos municipales y en organizaciones no-gubernamentales (los ms, aunque cada vez menos). El caso es que la combinacin de todas estas tendencias parece redundar, entre otras cosas, en una menor y escasa incorporacin de colegas jvenes a las universidades, y en la creciente tendencia a que estos colegas jvenes cuando logran conseguir trabajos relacionados con lo que estudiaron acaben trabajando no como intelectuales (segn la figura ms en boga tiempo atrs que en nuestros das) o acadmicos (segn la figura que viene ganando posiciones), sino como profesionales en organismos municipales y/o en organizaciones no-gubernamentales. Lo importante del caso es que muchas de las prcticas desarrolladas por intelectuales que trabajan en organismos gubernamentales y en organizaciones no gubernamentales, as como aquellas que desarrollan intelectuales-activistas en movimientos sociales, y artistas en diversos mbitos, tienen componentes analtico interpretativos, aunque estos no asuman la forma de estudios. Pero, no slo eso, sino que adems muchas de ellas suponen formas de produccin de conocimientos o saberes (en casos como el del movimiento indgena frecuentemente asentados sobre tradiciones milenarias) que no slo la academia ms convencional no logra ver debido a las grngolas disciplinarias, sino que tampoco lo logran las ms novedosas perspectivas transdisciplinarias. Incluyendo entre estas ltimas a los denominados estudios culturales que adems de reclamar para s la condicin de transdisciplinarios, o de no-disciplinarios, expresan al menos retricamente intereses polticos. Frecuentemente, parece que su nombre los condiciona y se quedan en lo de estudios. Pero las prcticas intelectuales que deslegitima, o no logra ver la academia, no son necesariamente novedosas. Por el contrario, en Amrica Latina como en general en el llamado mundo Occidental ellas tienen ya una larga historia. Esa historia nos remite a momentos histricos en los cuales la divisin del trabajo estaba menos establecida no slo entre disciplinas, sino tambin entre la academia y su exterioridad. La profundizacin e institucionalizacin de esas formas de divisin del trabajo y profesionalizacin de las prcticas intelectuales han sido elementos propios del avance de la Modernidad. De all precisamente que esto no sea exclusivo de Amrica Latina. Pero a la vez tambin el tiempo histrico en que esto se desenvuelve es peculiar de Amrica Latina, ms an, lo es tambin de sus diferentes subregiones. Como tambin es peculiar de Amrica Latina las maneras en las cuales en la actualidad se expresan continuidades con, y recreaciones de, esas prcticas histricamente anteriores, y tambin son peculiares de Amrica Latina las formas en las cuales ese esquema de divisin del trabajo es consciente o inconscientemente transgredido hoy en da.
El reto que tenemos planteado es cuestionar conscientemente estas formas de divisin del trabajo y de exclusin y/o invisibilizacin de algunas prcticas intelectuales. El campo de las prcticas intelectuales en cultura y poder es vasto y no me propongo acotarlo, sino solamente sugerir su vastedad y diversidad. Las enumeraciones de ejemplos que ensayar en las prximas pginas, lo mismo que las provistas por los estudios que conforman esta coleccin, slo tienen carcter ilustrativo. El intento al ofrecer esos ejemplos y al reunir los textos que componen la coleccin es slo el de hacer visible un poco de lo mucho que habitualmente no vemos. Incluso, es necesario apuntar que, debido a que el proyecto que ha dado lugar a la publicacin de esta coleccin se ha originado y desarrollado en el marco de instituciones acadmicas, resulta que sta ilustra ms sobre prcticas que se desarrollan desde la academia que sobre otras que se desarrollan fuera de ella.
Entre estas otras prcticas intelectuales, quizs las ms obvias podran ser las que tienen lugar en el mbito docente (no siempre asociadas a la investigacin), o bien en la creacin codificada en las diversas artes y/o en las llamadas industrias culturales, as como algunas de las que se desarrollan en el marco de organizaciones y movimientos sociales y en agencias gubernamentales y organizaciones nogubernamentales. Diferentes tipos de prcticas intelectuales responden a intereses particulares y condiciones contextuales especficas, particulares. En este marco, este ensayo, as como otros en este libro, pone de relieve algunas prcticas intelectuales que transgreden las fronteras de la academia y/o de la escritura, y que o bien toman lugar fuera de esas fronteras, o bien lo hacen dentro y fuera, como por ejemplo las de numerosas intelectuales feministas, y las de sus colegas en movimientos como el indgena y el afrolatinoamericano, o los movimientos de derechos humanos, o los asociados a la defensa de los derechos de personas con orientaciones sexuales socialmente discriminadas, as como algunas de creacin y accin en/desde las artes, u otras asociadas al diseo de polticas pblicas, etc. El debate que se plantea es de crucial importancia en los contextos acadmicos y polticos contemporneos en Amrica Latina (y, de otros modos, seguramente en el mundo, pero en el presente texto mi argumentacin se limita a casos latinoamericanos) caracterizados por la reestructuracin y resignificacin en algunos campos, y la profundizacin en otros, de los esquemas de divisin del trabajo intelectual anteriormente establecidos. En el caso particular del campo de cultura y poder podemos decir que actan fuerzas contrapuestas. Por un lado tenemos el avance de algunas crticas y desarrollos transgresores de las fronteras disciplinarias (entre otros los as llamados estudios culturales y algunas corrientes postmodernistas) pero que, sin advertirlo, acaban naturalizando las fronteras entre las prcticas intelectuales que se desarrollan dentro y fuera de la academia. Por otro, tenemos que esta divisin es crecientemente reforzada y recodificada a travs tanto de algunos discursos autoidentificados como postmodernos, como en Amrica Latina a travs de ciertos discursos y polticas pblicas modernizadores para los mbitos educativo y de ciencia y tecnologa. Los resultados del fortalecimiento y recodificacin de esta divisin entre el adentro y el afuera de la academia resultan diversos para diferentes disciplinas pero, en general, entre otros efectos, suponen la deslegitimacin intelectual de las prcticas que se desarrollan fuera de la academia y la deslegitimacin social de las que se desarrollan dentro. Por otra parte, tenemos que como ya explicaba ms arriba las reducciones de los presupuestos pblicos, y en particular universitarios, tienden a disminuir las oportunidades de empleo acadmico, mientras por esas mismas reducciones de presupuesto pblico crecen, de manera relativa, las oportunidades de empleos profesionales en municipios y organizaciones no-gubernamentales operando con fondos internacionales los cuales acaban convirtindose en espacios para el desarrollo de prcticas intelectuales. A la vez, en el marco de la creciente pauperizacin de las sociedades latinoamericanas, las organizaciones y movimientos populares tambin crecen como espacios de prctica intelectual. El desajuste entre, por un lado, las fuerzas que tienden a profundizar la divisin del trabajo intelectual y, por otro lado, las demandas de mercado y las demandas polticas que exigen la revisin de esa divisin, afecta los contextos sociales en los cuales desarrollan sus actividades las universidades latinoamericanas y explica algunos de los conflictos que estas atraviesan (particularmente las grandes universidades pblicas) a su interior y en sus relaciones con esos contextos sociales. Es en el marco de estos procesos que la idea de Estudios Culturales Latinoamericanos entra en escena en las universidades latinoamericanas. La entrada en escena de esta denominacin plantea problemas, retos y oportunidades que tiene especial relevancia para el campo de las Prcticas Intelectuales en Cultura y Poder, por lo que resulta provechoso analizarla extensamente.
Culturales
Hace slo unos aos, Jess Martn Barbero una de las voces ms reconocidas como exponente de lo que algunos llaman Estudios Culturales Latinoamericanos y otros Latin American Cultural Studies aclaraba: Yo no empec a hablar de cultura porque me llegaron cosas de afuera. Fue leyendo a Mart, a
Arguedas que yo la descubr, [...]. Nosotros habamos hecho estudios culturales mucho antes de que esa etiqueta apareciera (1997:52). Por su parte, Nstor Garca Canclini, otra de las voces ms reconocidas en ese campo, al ser interrogado para la revista Journal of Latin American Cultural Studies sostuvo: Comenc a hacer Estudios Culturales antes de darme cuenta que as se llamaban (1996:84; mi traduccin, D.M.) . Mientras que Beatriz Sarlo, al ser inquirida por esa misma revista respondi: En Argentina nosotros no los llamamos Cultural Studies. Ms an, con Carlos Altamirano hemos creado una Maestra [...] y la hemos llamado Sociologa de la Cultura y Anlisis Cultural, no Cultural Studies que es un trmino que ha sido puesto en circulacin masiva por la academia estadounidense (1997:90; mi traduccin, D.M.). Ms recientemente, Renato Ortz, en su respuesta a una encuesta organizada por la Universidad de Stanford, publicada luego en la revista Punto de Vista, de Buenos Aires, explicaba: El cuestionario propuesto por la Universidad de Stanford me cita como uno de los ms sobresalientes latinoamericanistas dedicados a los estudios culturales, lo que me proporciona gran satisfaccin. Sin embargo, a pesar de estas pruebas, la imagen que tengo entre mis colegas brasileos no se ajusta a esta definicin. Para ellos soy, simplemente, socilogo, antroplogo, [...] (2001:36) Por quMartn-Barbero, Garca Canclini, Beatriz Sarlo y Renato Ortz hacan estas declaraciones? Por qu eran interrogados y por qu se vean en la necesidad de aclarar esto? Desde hace poco menos de una dcada asistimos en Amrica Latina a un proceso acelerado de institucionalizacin de eso que algunos colegas latinoamericanos han comenzado a llamar Estudios culturales latinoamericanos. Este proceso viene ocurriendo en dilogo y relacin, y a veces tambin como consecuencia, del proceso de institucionalizacin de lo que nuestros colegas que trabajan en universidades de Estados Unidos, Inglaterra y Australia llaman en ingls Cultural Studies y de lo que algunos de ellos de manera complementaria denominan Latin American Cultural Studies. Jess Martn Barbero, Nstor Garca Canclini, Beatriz Sarlo y Renato Ortz emitieron las opiniones que reproduje ms arriba al ser interrogados en el contexto de este proceso de institucionalizacin. Se trata de un proceso muy particular y significativo para la configuracin que va tomando a nivel mundial este campo, para el establecimiento del sistema de valores y de supuestos ticos, polticos y epistemolgicos en que se asienta, para el sistema de categoras de anlisis, preguntas y modos de investigacin que se consideran parte del mismo y los que no, para el sistema de autores que se consideran fundadores y/o referencias ineludibles, etc. Pero no slo estos colegas tan ampliamente reconocidos han sido interrogados en estos trminos y sus trabajos ledos como Cultural Studies. Esto tambin nos ha pasado a otros, o en todo caso, al menos tambin me ha sucedido a m. Ms aun, mi elaboracin crtica sobre este asunto y la formulacin de la idea de estudios y otras prcticas intelectuales latinoamericanas en cultura y poder (y as del proyecto que ha dado origen a este libro) se han dado no slo como consecuencia de mis intereses y posiciones en el mbito digamos estrictamente latinoamericano, sino tambin, y al menos en parte, en respuesta a esas interpelaciones. Es decir que, de un modo u otro, se han dado en dilogo con ellas. Resultan en parte de mi sorpresa al encontrarme con que algunos colegas de Estados Unidos insistan en llamar Cultural Studies a lo que yo vena haciendo en Amrica Latina y llamaba simplemente una perspectiva transdisciplinaria. Lo que haca, y que entonces hacamos y an hacemos muchos en Amrica Latina, encontraba antecedentes en los escritos y prcticas de algunos intelectuales y artistas latinoamericanos, pero tambin de intelectuales franceses, alemanes, italianos, e incluso estadounidenses. En todo caso, esta sorpresa me condujo no slo en una reflexin crtica respecto del uso de la traduccin de la denominacin Cultural Studies al castellano que algunos comenzaban a hacer, sino tambin en el establecimiento de dilogos sumamente enriquecedores con varios de estos colegas de habla inglesa. Destaco esto de manera pormenorizada y deliberadamente en el cuerpo principal de este texto y no en una nota al pie porque me parece necesario poner de relieve, una vez ms, que de ningn modo propongo contraponer alguna suerte de esencia latinoamericana a unos supuestos designios imperiales de nuestros colegas de habla inglesa, o de otras hablas extranjeras. Tampoco me propongo sugerir que las prcticas intelectuales latinoamericanas son de ningn modo puras y vrgenes de todo contacto con otras tradiciones intelectuales. No, de ningn modo. No se trata
de negar el potencial de fertilidad de los aprendizajes intersocietales, o, si se prefiere, interculturales. Por el contrario, pienso que es provechoso cultivarlos. Pero de lo que si se trata es de tener conciencia tanto de las diferencias de contextos institucionales y sociales, como de las de tradiciones intelectuales, para de este modo poder dialogar provechosamente y apropiarse consciente y creativamente de todo aquello que se juzgue conveniente. Es necesario comprender que el proceso de institucionalizacin de los as llamados Cultural Studies tiene carcter transnacional y se da a escala mundial. Y que esto ocurre en un tiempo histrico marcado por la existencia de significativas relaciones de poder entre instituciones acadmicas e individuos de diferentes reas del mundo, en el cual la expresin y publicacin de ideas en idioma ingls ejerce particular influencia en el curso de la configuracin del canon, o de los paradigmas fundamentales, del campo. Esto se debe particularmente, tanto a la preexistencia de relaciones de poder intersocietales que responden a factores histricos de muy larga data, como a ciertas diferencias contemporneas especficas en trminos de magnitud y recursos entre las universidades, editoriales y mercados profesionales y lectores entre diversas reas del mundo, algunas de las cuales en ltima instancia se relacionan al menos parcialmente con algunos de esos factores histricos. Pero, no slo el uso del idioma ingls vs. el castellano o el portugus marca diferencias en el poder de definicin del campo y sus paradigmas, tambin las marca el uso de estas lenguas coloniales hoy oficiales de los estados latinoamericanos vs. la expresin en lenguas indgenas que caracteriza las prcticas de no pocos intelectuales indgenas en varias sociedades latinoamericanas; particularmente, pero no slo, en pases cuya poblacin indgena representa poco ms o menos la mitad de las respectivas poblaciones nacionales, como por ejemplo en Ecuador (ver en este volumen Dvalos 2002), Bolivia y Guatemala. Las diferencias de poder tambin se relacionan con el hecho que las prcticas basadas en medios acadmicos tienen a la escritura como principal medio vs. otros medios utilizados por intelectuales fuera de la academia: la oralidad presencial y/o diversos medios visuales, de audio, y audiovisuales. Este conflicto no es nuevo en Amrica Latina y de hecho ha sido un elemento importante en las reflexiones de Angel Rama (ver en este mismo volumen Poblete 2002). Desde luego, este problema trasciende el mbito latinoamericano y ha sido objeto de abundante bibliografa. Significativamente, aunque con una perspectiva muy distinta a la de Rama, este tema ha sido un eje importante en el trabajo de Richard Hoggart (1958), quien es sealado como uno de los fundadores de los Cultural Studies en Gran Bretaa. En todo caso, lo importante es que no es slo el ingls vs. otras lenguas, sino tambin la escritura vs. la oralidad y otros medios -- y esto adems tambin es significativo en los pases de habla inglesa, aunque en la actualidad no suele discutirse este asunto en ellos. Podramos decir que existe al menos una cierta influencia del proceso de definicin del campo y su institucionalizacin que se da en EEUU e Inglaterra en lo que ocurre al respecto en Amrica Latina. Podra argumentarse que lo opuesto tambin ocurre. Sin embargo, los alcances y modos en que se dan una y otras influencias son muy diferentes, y esto se debe, nuevamente, a la preexistencia y permanente reproduccin de relaciones de poder entre las sociedades en cuestin, sus sistemas educativos e instituciones acadmicas, as como en el mercado editorial. As, no es de extraar la preeminencia de representaciones y referencias del campo producidas en ingls. Pero adems y por lo antes dicho respecto de la hegemona de la escritura como medio y meta tampoco debe sorprendernos la tan paradjica como indiscutida hegemona de la idea de Estudios (Studies) para definir un campo de prcticas intelectuales cuyo carcter poltico ha sido enfatizado tanto por quienes hoy se autoidentifican como partcipes de l, como por aquellos frecuentemente sealados como sus fundadores (Williams, Hoggart, Hall) en las narraciones de la historia del campo, las cuales indefectiblemente suelen remitir sus orgenes a las prcticas del grupo de intelectuales del Birmingham Centre for Contemporary Cultural Studies (ver por ej: Turner 1992). Es qu acaso un campo proclamadamente poltico slo da lugar a Estudios? Quedaron las prcticas extramuros del grupo de Birmingham en el olvido? Es qu slo se puede participar en este campo produciendo Estudios? Qu sucede con otras formas de prctica intelectual? Dnde quedan: las prcticas no escritas en el seno de movimientos sociales, las prcticas en artes visuales, en msica, en cine y video, etc? Volver sobre este escrituro-centrismo ms adelante
en este texto, pero antes me parece necesario continuar con la argumentacin de orden digamos geopoltico. Desde luego, esta no es la primera vez en la historia de las ideas, las disciplinas, o las teoras que los paradigmas, o el canon, se forman con fuerte incidencia de relaciones jerrquicas entre diversas comunidades acadmicas o intelectuales. No obstante, que no sea la primera vez que ocurre no es razn para silenciarlo. Pero, adems lo que ocurre en este perodo histrico, que como deca ms arriba podemos caracterizar como tiempos de globalizacin, es que estas relaciones jerrquicas operan sobre un sistema de redes ms extenso y con intercambios ms intensos. Las investigaciones que he venido realizando sobre redes de otros tipos de actores sociales por ejemplo organizaciones indgenas, cvicas, ambientalistas, etc. me han permitido observar cmo gracias a una mayor disponibilidad de diversos tipos de recursos, los actores con capacidad de actuar a niveles globales no slo promueven sus propias representaciones y orientaciones de accin a travs de sus relaciones bilaterales con actores locales, sino tambin a travs de la promocin de eventos y redes de trabajo entre actores locales de numerosos pases que de este modo resultan convocados y organizados en torno a las representaciones de esos actores que actan a niveles globales. As, estos actores, que en este sentido podemos llamar globales, participan en condiciones ventajosas en los procesos transnacionales de produccin de representaciones significativas. Esto no necesariamente implica que los actores que podramos llamar locales adopten sin ms las representaciones que promueven los actores globales, pero s que elaboran sus propias representaciones en el marco de esas relaciones trasnacionales. De este modo, resulta que las representaciones que orientan las acciones de esos actores locales se relacionan de manera significativa, aunque de formas diversas, con las de los actores globales. Si bien en algunos casos esto implica la adopcin de ciertas representaciones y de las orientaciones de accin asociadas a ellas, en otros significa crtica, rechazo o resistencia, en otros negociacin, en otros apropiacin creativa. En fin, el estudio de casos verifica tanto que las relaciones son ineludibles, como que se establecen distintos tipos de relaciones entre estas representaciones y orientaciones de accin. Esto lo he observado tanto en casos de produccin de representaciones de identidades y diferencias tnicas y raciales, como de ideas de desarrollo sostenible, sociedad civil y otras (para estudios de casos ver por ej.: Mato 1999, 2000a y 2001a). Lo que vengo observando en ltima instancia como participante, crtico s, pero de un modo u otro participante me lleva a pensar que algo anlogo est ocurriendo con la produccin transnacional de representaciones del campo que a nivel mundial se viene nombrando como Cultural Studies. Las voces que tienen mayor poder para establecer qu es y qu no es este campo, el sistema de inclusiones y exclusiones (de temas, enfoques, autores, etc.) son las que se expresan mediante publicaciones en ingls. As se ha venido configurando un canon que aunque se exprese en varios idiomas y luego incluso incorpore otras voces, resulta que bsicamente se escribe en ingls, o que se escriba en el idioma que se escriba, de todos modos se produce en el contexto de las instituciones acadmicas de Estados Unidos, Inglaterra y Australia (entre las cules hay diferencias que no es posible comentar en este texto), y que se legitima, disemina y reproduce a travs de las respectivas industrias editoriales y mercados de estudios de postgrado. Como parte de estos procesos transnacionales en Amrica Latina podemos observar relaciones muy diversas con esto que ocurre en ingls o incluso en espaol pero el marco de universidades de los Estados Unidos. Algunas de ellas son simples importaciones, gestos de autosumisin irreflexiva, otras suponen negociaciones de sentido muy diversas con lo que ocurre en ingls, otras implican diversas formas de resistencia. El nfasis que aqu hago en la necesidad de tomar en cuenta las referencias contextuales se debe a que de unos modos u otros la produccin de discursos es condicionada por los contextos de produccin (Foucault,1980 [1970]). A nadie se le escapar que los desafos, problemas, condicionamientos y tradiciones intelectuales que marcan las prcticas de quienes teorizan y dan clases por ejemplo en algunas de las universidades privadas y ricas de Estados Unidos y hacen sus vidas en el marco de esa sociedad nacional, esa economa nacional, ese mercado y ese Estado, son significativamente diferentes de los que marcan las prcticas de quienes lo hacen desde cualquier universidad pblica de Amrica
Latina, esas diversas sociedades, economas, mercados y Estados. Desde luego tambin hay diferencias entre distintos tipos de instituciones dentro de Estados Unidos, as como entre pases latinoamericanos, y tambin al interior de estos. Y desde luego, lo sostenido no supone asumir que los intelectuales latinoamericanos constituiramos un conjunto homogneo que se confundira con las masas populares o los grupos subalternos de los respectivos pases, ni tampoco que los de Estados Unidos, constituiran otro que se confundira con la CIA. Obviamente no se trata de plantear ninguna simplificacin ni dicotoma de este tipo. Sino, de reconocer la existencia tanto de heterogeneidades y conflictos al interior de cada uno de esos dos conjuntos, como de condiciones y demandas contextuales (de las universidades, de actores sociales, de agencias de financiamiento, etc.) marcadamente diferentes para uno y otro. En consecuencia, no se trata de pensar en la existencia de dos tipos puros de prcticas intelectuales, sino en una amplia diversidad de casos, incluyendo sobreposiciones, trnsitos e hibrideces. Ahora bien, en el caso especfico de los Latin American Cultural Studies (LACS) mantengo el nombre en ingls porque me refiero al campo que se construye en ingls la relacin contexto-discurso es un asunto ms complejo y a la vez ms delicado polticamente que en el de los Cultural Studies (CS) sin adjetivo. Ms complejo porqu en la constitucin del canon de este subcampo tambin participan voces que hablan desde Amrica Latina, o al menos que son originarias de Amrica Latina aun cuando en la actualidad algunas hablen desde instituciones acadmicas de pases de habla inglesa. Y ms delicado polticamente porque los LACS no slo estn conceptualmente vinculados a los CS, sino tambin a lo que en ingls se llaman Area Studies (estudios de reas, o regiones, del mundo), y esto agrega nuevos ingredientes. Particularmente, por la herencia que cargan los Area Studies de su origen asociado a proyectos imperiales, a la produccin de conocimientos para uso en las metrpolis acerca de pueblos y naciones dominadas, o que se proyecta dominar. Esta herencia, a la que se enfrentan y cuestionan muchos de nuestros mejores colegas de Estados Unidos y Gran Bretaa, marca, no obstante, el sistema fundante de construccin de objetos de estudio, preguntas y modos de investigacin de los Area Studies (4) El caso es que, dadas esas relaciones transnacionales de carcter jerrquico que involucran relaciones de poder, el canon y/o los paradigmas de qu son y qu no son CS, e incluso LACS, cules orientaciones de trabajo (ticas, epistemolgicas y polticas) son incluidas, y cules no, en la conformacin del campo se forma en buena medida en Estados Unidos y/o en el contexto de relaciones de diversa ndole con la academia estadounidense. La academia estadounidense ha canonizado particularmente un libro de Martn Barbero ( De los medios a las mediaciones) y dos de Garca Canclini (Culturas hbridas y Consumidores y ciudadanos) como paradigmas (en el sentido restringido que daba Thomas Kuhn a este trmino en su clsico La estructura de las revoluciones cientficas , el de realizaciones ejemplares que sirven de referencia a una comunidad acadmica) de los LACS. Pero lo ms interesante del caso es que en ocasiones incluso las obras de estos dos autores, las cuales se han traducido al ingls y se utilizan en numerosos cursos en EEUU son digamos subalternizadas. As, por ejemplo a Nstor Garca Canclini en ms de un foro le han pedido que explique la relacin de su obra Culturas Hbridas con la idea de hibridacin de Homi Bhabha (intelectual nacido en la India pero que ha desarrollado su vida acadmica en Inglaterra y Estados Unidos y cuya lengua de trabajo es el ingls). Esto me lo coment el mismo Garca Canclini a la salida de uno de estos foros, quien adems me explic que para la poca en que escribi Culturas hbridas, como para la poca en que le formularon por primera vez esa pregunta, el no haba ledo a Bhabha. La existencia de estas relaciones de poder entre la academia estadounidense y las de diversos pases latinoamericanos tiene diversas consecuencias. En primer lugar, ocurre algo que ya ha sido expresado por numerosos colegas latinoamericanos: que muchos de quienes trabajan en el marco de instituciones acadmicas de Estados Unidos frecuentemente no consideran los aportes tericos hechos desde Amrica Latina, o que cuando lo hacen los asumen subordinados a los que se escriben en ingls (por ej.: la pregunta acerca de Bhabha formulada a Garca Canclini). Ntese que mi argumento al respecto no refiere al lugar de nacimiento de unos u otros autores, sino a la lengua y al marco institucional de trabajo. Desde este punto de vista resulta irrelevante el lugar de nacimiento de un autor
(para el caso del ejemplo antes mencionado, el de Homi Bhabha). Por otro lado, mi argumentado, al enfocar especficamente en el contexto social e institucional de produccin, a la vez que en el idioma de expresin escrita, abre espacio para el anlisis de un amplio campo de situaciones polivalentes que incluye tanto obras traducidas al ingls, como otras que son escritas y publicadas directamente en ingls por autores que residen en pases no angloparlantes (entre los cuales me incluyo). Este desconocimiento, este no-reconocimiento, en no pocos casos ocurre simplemente por incapacidad de algunos colegas angloparlantes para leer castellano o portugus. En otros, responde, al menos en parte, a una suerte de ignorancia arrogante, institucionalmente cultivada y asociada a las relaciones de poder a escala mundial, las mismas que algunos de estos mismos colegas critican con referencia a Estados y corporaciones transnacionales, pero sin extender su reflexin a sus propias prcticas. Afortunadamente hay numerosas excepciones. El caso es que esta prctica de no-reconocimiento afecta las posibilidades de circulacin internacional del trabajo de los investigadores latinoamericanos que publican en castellano y portugus. Adems, debido a la existencia de actitudes colonizadas en Amrica Latina, esto tambin incide en las posibilidades de reconocimiento e incorporacin de estos aportes en Amrica Latina. Al menos por parte de quienes esperan que las contribuciones de autores latinoamericanos sean reconocidas en Europa o Estados Unidos para recin entonces considerarlas seriamente. Esta es una peculiaridad que se relaciona con nuestra historia colonial y nuestro presente digamos neocolonial, postcolonial, subordinado, o como deseemos llamarlo. Pero sto no slo se debe a nuestra mentalidad colonizada, sino tambin a dificultades prcticas relacionadas por ejemplo con el escaso intercambio de informacin entre nuestras universidades y editoriales (lo cual no est desvinculado de ese tipo de mentalidades); la casi inexistencia de revistas acadmicas y/o de artes e ideas con buena distribucin a nivel abarcadoramente latinoamericano; la menor disponibilidad de becas para que los colegas de un pas latinoamericano hagan su formacin de postgrado en otro pas de la regin, en comparacin con las que hay para hacerlo en EEUU y algunos pases europeos; y otras circunstancias anlogas. Estos problemas se relacionan con un complejo conjunto de factores que de hace tiempo han preocupado a algunos intelectuales latinoamericanos, y que han dado lugar a varios intentos de respuesta. No obstante, esas respuestas hasta ahora han resultado insuficientes, por lo que requieren nuestra mayor atencin, cada vez ms urgentemente en vista de los retos que plantean los procesos contemporneos de globalizacin. Hasta la fecha la irrupcin de la denominacin Estudios Culturales Latinoamericanos en espacios universitarios de Amrica Latina generalmente ha sido consecuencia de entrecruzamientos entre las prcticas de acadmicos e intelectuales de Amrica Latina con las de colegas, universidades, asociaciones acadmicas, editoriales y revistas acadmicas de Estados Unidos y Gran Bretaa. Esto no puede ni debe ser calificado en trminos de bueno o malo, sino que debe ser analizado de manera especfica en los diversos contextos en que tiene lugar y desde los puntos de vista de diferentes comunidades intelectuales y sus intereses. Por ejemplo, personalmente valoro el que la irrupcin de esta idea y el sistema de relaciones transnacionales asociado a ella contribuya a debilitar las rigideces de las disciplinas y el poder de sus instituciones guardianas (sociedades profesionales, escuelas y departamentos) y a favorecer el desarrollo de iniciativas transdisciplinarias, as como tambin a desafiar los discursos sobre la supuesta objetividad de las ciencias sociales (como sabemos, nada ms subjetivo que tal pretendida objetividad). Pero, en cambio, me preocupa que esta idea y sistema de relaciones tiendan a estimular la sobrevaloracin de las tendencias intelectuales de los centros y la vinculacin a ellas, a la vez que a desestimular (o al menos a no-estimular) la vinculacin con las prcticas crticas en cultura y poder desarrolladas por intelectuales locales en una amplia diversidad de movimientos sociales y en otros mbitos ms all de las universidades. Fascinacin por lo metropolitano que ya ha ocurrido anteriormente, slo que ahora es facilitada por las prcticas crecientemente globales de los colegas e instituciones del Norte, por las tecnologas digitales y electrnicas aplicadas a las comunicaciones, a la vez que por la creciente escasez de recursos locales para realizar investigacin, becas de estudio, etc.,
asociados a las restricciones aplicadas a las universidades pblicas en el marco de las polticas neoliberales de reduccin del gasto pblico. Me preocupa lo que esto muchas veces supone en trminos de autocolonizacin intelectual y desarticulacin de redes locales, as como la seduccin que ejerce la posibilidad de cierta politizacin de carcter meramente retrico en los discursos acadmicos, pero que no se acompaa de iniciativas prcticas por construir mediaciones con actores sociales locales. Peor an, que es crecientemente reforzada por los sistemas de estmulo a la investigacin cientfica que en varios pases latinoamericanos (por ej: Argentina, Brasil, Colombia, Mxico y Venezuela) se han establecido como polticas de Estado y que mediante recompensas monetarias y de otros tipos tienden a reforzar la divisin del trabajo intelectual entre dentro y fuera de la academia. Sin embargo, la situacin es polivalente. Por un lado tenemos que en varios pases latinoamericanos se ha venido incorporando la idea de Estudios Culturales Latinoamericanos (o sus acotaciones subregionales o nacionales) en nombres de revistas, encuentros y congresos, seminarios, ttulos y contenidos de artculos y libros. En buena parte de los casos, la adopcin de este nombre no es acompaada de una reflexin crtica, o al menos esta no se hace explcita. Y adems, en no pocos de ellos es posible observar diversos indicadores de continuidades fuertes con los Cutural Studies, esos que se hace en ingls, o incluso que se narra el mito fundador que coloca su origen en Birmingham, Inglaterra. Al decir indicadores me refiero a referencias bibliogrficas, conferencistas principales de eventos, adopcin de temas, etc. Los ejemplos no son pocos, pero me parece innecesario hacer sealamientos particulares, pues el objetivo no es entrar en polmicas personalistas, sino promover la reflexin al respecto. Por otro lado, existen otros tipos de casos en los cuales si bien se observa la adopcin del nombre sin una reflexin explcitamente crtica al respecto, no obstante no se observan indicadores de que los Cultural Studies sean vistos como referencia fuerte, o como origen genealgico. Por el contrario, en algunos de estos casos es posible observar que bajo el nombre Estudios Culturales Latinoamericanos (o sus acotaciones subregionales o nacionales) se incluyen mayormente, cuando no exclusivamente, producciones intelectuales locales, e incluso no slo del tipo estudios, sino tambin del tipo otras prcticas. El conocimiento directo de algunos casos con estas caractersticas, me ha llevado a pensar que quizs razones de tipo prctico y/o estratgico llevan a algunos colegas a adoptar la denominacin Estudios Culturales Latinoamericanos, sin por ello necesariamente adoptar el sistema de representaciones del campo, canon y paradigmas propios de los Cultural Studies o de los Latin American Cultural Studies. Desde este punto de vista, es posible asumir que el problema no es el nombre que le damos al campo, sino el concepto del mismo que manejamos. Puesto de otro modo, creo que es necesario evitar la naturalizacin de la idea de Estudios Culturales que no es sino la traduccin de la de Cultural Studies. Pienso que la utilizacin de esta denominacin no slo construye una asociacin dependiente con lo que ocurre en ingls, sino que adems naturaliza la exclusin (coloca fuera de los lmites del campo) de prcticas muy valiosas en cultura y poder, las cuales guardan relaciones poltica y epistemolgicamente significativas con los contextos sociales y con los movimientos sociales latinoamericanos. Y esto ltimo ocurre, entre otras cosas, porque el proyecto de los Cultural Studies, esos que se hacen en ingls, ha venido academizndose a la vez que despolitizndose. Esto incluso lo sealan as algunos de los ms destacados partcipes de este campo (ver por ej. Grossberg 1998). En efecto, la creciente importancia acadmica de los Cultural Studies en Estados Unidos y Gran Bretaa se ha dado combinadamente con una prdida de importancia de la condicin poltica que se supone le era propia. Su carcter poltico ha venido disolvindose en una retrica de la poltica y los asuntos de poder que no permite ver las prcticas de los actores sociales, que en ingls se denominan social agents. As, buena parte de los Cultural Studies, esos que se hacen en ingls, ha devenido agentless, es decir sin actores sociales; mero asunto de anlisis de textos y discursos, que en el mejor de los casos son puestos en contextos respecto de los cuales de todos modos no se estudian prcticas sociales especficas. Pero, adems, uno de los problemas del campo particularmente en Estados Unidos es que los colegas no han encontrado formas efectivas de superar los esquemas de divisin del trabajo que separan a las prcticas acadmicas de esas otras prcticas en cultura y poder
que se dan fuera de la academia. Si acaso, han encontrado como incluir lo que se hace en algunas artes y en los medios, o en las llamadas industrias culturales. Pero no han encontrado cmo integrar en el proyecto lo que hacen por ejemplo muchos intelectuales en diversos mbitos extra acadmicos (feministas, chicanos, afroestadounidenses, latinos, de derechos humanos, etc.), al punto que en entrevistas sostenidas con algunos de ellos incluso se han referido a los Cultural Studies como un proyecto conservador, cuando no abiertamente reaccionario. Y uno de los problemas de importar esa denominacin es que ella viene cargada de esos problemas. Pero ms an, pienso que la importacin acrtica y descontextualizada de la idea de Cultural Studies no slo resulta inconveniente por todo lo que desconoce de los contextos latinoamericanos a los que se la pretende incorporar, sino que incluso resulta inapropiada con relacin a la propia idea de Cultural Studies originalmente acuada por el grupo de intelectuales de Birmingham, y al menos tambin con algunas de las corrientes actuales ms fuertes en este campo en los Estados Unidos. Vemos: Qu son los Cultural Studies, esos que se hacen en ingls?. Pienso que una manera posible de definirlos de manera sinttica es diciendo que esta etiqueta se aplica a un campo sumamente heterogneo de prcticas acadmicas e intelectuales (y especialmente a aqullas) cuya retrica enfatiza su carcter nodisciplinario, inter o transdisciplinario segn los casos, que estudian asuntos de cultura y poltica, o lo poltico de lo cultural y lo cultural de lo poltico y que se reconocen contextualmente especficas. Ms all de la sealada diversidad, puede decirse que se trata no obstante de una suerte de corriente o tradicin intelectual (vase por ej.: Burgin 1990, Grossberg 1993, Hall 1996, Nelson, Treichler y Grossberg 1992, Storey 1996, Turner 1992). De este modo podra decirse que una diferencia significativa entre la corriente de los Cultural Studies y el campo de las Prcticas Intelectuales en Cultura y Poder, es que este ltimo campo incluye tambin otras corrientes intelectuales. Esto quiere decir que aun cuando en este escrito utilizo la idea de campo para referirme a ambos casos, esta tiene segn los casos diferentes alcances. En uno este campo slo comprende las prcticas que corresponden a la mencionada corriente (la de los Cultural Studies), es decir es un campo relativamente restringido cuando se lo compara con el otro campo, el de las Prcticas Intelectuales en Cultura y Poder. En concordancia con lo anterior, en mi opinin, incluso si se deseara postular la existencia en Amrica Latina de un campo al cual considerar comparable con el proyecto de Cultural Studies, la manera de hacerlo no sera incluyendo en l aquellas prcticas intelectuales que se apropian (creativamente o no) de las lneas de trabajo (y bibliografa) inicialmente generadas por los intelectuales del Centre for Cultural Studies de Birmingham, o por sus seguidores en ese pas, Estados Unidos, Australia y Nueva Zelandia. En todo caso, hacerlo de este modo equivaldra a imaginar que tal campo es simplemente una importacin hecha desde una suerte de continente vaco, lo cual no hara ms que reiterar actitudes colonizadas. En caso que, en cambio, se deseara postular la existencia de tal campo pero desde una perspectiva no-colonizada, entonces cabra incluir en el mismo todas aquellas prcticas intelectuales de carcter no-disciplinario, o transdisciplinario, que estudian y/o intervienen reflexivamente en asuntos de cultura y poltica/poder, y que lo hacen en relacin a condiciones contextuales y coyunturales especficas, cualquiera sea su genealoga intelectual, y/o su historia institucional.
debemos trabajar deliberadamente. Si logramos mirar hacia adentro, a la vez que hacia los varios afueras, podremos desarrollar visiones ms ricas e integradas. Pienso que en este sentido la idea de antropofagia propuesta por el intelectual brasilero Oswald de Andrade (1890-1954), sobre la que se abunda en uno de los textos de este mismo volumen (Ferreira de Almeida 2002) puede resultarnos estimulante. Sin embargo, para lograr esto es necesario reflexionar crticamente al respecto. Tal elaboracin crtica debera dar cuenta de procesos histricos largos, en los cuales no podemos obviar la crtica de actitudes colonizadas en nuestras historias colectivas como pueblos y como comunidades intelectuales. Estos procesos y actitudes constituyen un tema demasiado extenso y complejo para poder tratarlo adecuadamente en estas pginas. En cambio, s es posible abordar ac, al menos brevemente, algunos problemas asociados a la existencia de relaciones de poder y jerarquas entre la investigacin y produccin terica en diferentes lenguas y pases. Comenzar retomando una reflexin que ofrece Walter Mignolo tras narrar la importacin de las ideas de Freud a Calcuta alrededor de 1920 por el Dr. Grindrasekhar Bose, quien naci en Bengala en 1886 (Mignolo,1997:9-10). Al respecto Mignolo sugestivamente comenta:
[...] lo que ms nos interesa aqu no es la produccin sino la subalternizacin de conocimientos [...] De lo que se trata en ltima instancia en la exportacin-importacin de formas de conocimiento y de prcticas disciplinarias es de la subalternizacin lo cual, en el rea del conocimiento, supone el borroneo de las condiciones de emergencia de una prctica disciplinaria o de consumo y su adaptacin o implantacin en otras reas geogrficas con distintas memorias y necesidades (1997:12-13).
En otro texto suyo, Mignolo nos ofrece una observacin conexa con la anterior. All afirma que tanto la teora como el pensamiento se ubican en lenguajes especficos y en historias locales (1996:24) e insiste en que la lengua en la cual se producen los conocimientos marca las posibilidades de diseminacin de estos. Mignolo tambin sostiene que existen lo que l llama complicidades entre lenguajes, colonialismo y culturas de estudios acadmicos (1996:26) y apunta que el espaol y el portugus son idiomas que se cayeron del carro de la modernidad y se convirtieron en idiomas subalternos de la academia (1996:27). En mi opinin el problema tiene dos dimensiones. Una es la utilizacin que hacen los acadmicos que producen en las lenguas dominantes (dira que cada da ms esto se aplica especialmente al ingls) de los saberes que se producen en otras lenguas. La otra se refiere a la importacin desde otras reas lingsticas de la produccin intelectual en ingls. Me parece necesario enfatizar que en estas dos dimensiones participan individuos e instituciones de lado y lado, dicho esquemticamente del Norte y del Sur. He examinado la utilizacin que hacen antroplogos y otros estudiosos de EEUU que se especializan en Amrica Latina de la bibliografa que se produce en Amrica Latina y que se publica en castellano y portugus. Al respecto he observado que salvo honrosas excepciones en la mayora de los casos esta bibliografa es tomada como proveedora de informacin, es decir como discursos de informantes (por utilizar este cuestionable trmino tan fuertemente establecido en la antropologa), pero que muy pocas veces esta produccin es considerada por sus aportes tericos, es decir como discursos de colegas. En estos textos la formulacin terica se hace en referencia a bibliografa producida en ingls (a veces tambin la producida en francs, sea directamente de esta o a travs de traducciones). Mayormente, la bibliografa en espaol y portugus, cuando se utiliza, ocupa el lugar de proveedora de informacin, se usa como fuente de testimonios o puntos de vista de locales. En general a estos textos en castellano y portugus se les niega la posibilidad de aportar a la teora. (5) Yo no creo que en el caso que nos ocupa sera pertinente hablar de una relacin de subalternizacin. Como lo argumentaba anteriormente en este mismo texto, me parece que podemos analogar el caso de la produccin de ideas en los mbitos de los Latin American Cultural Studies y de los Estudios Culturales Latinoamericanos a otros casos de produccin trasnacional de representaciones y otras producciones culturales que he estudiado especficamente con relacin a representaciones de ideas ciudadana, sociedad civil, identidad, etnicidad y raza a los que haca referencia en pginas
anteriores. Al respecto, refera que esos estudios me haban llevado a concluir que no necesariamente los actores que podramos llamar locales adoptan sin ms las representaciones que promueven los actores globales, pero s que elaboran sus propias representaciones en el marco de relaciones trasnacionales con ellos. As, resulta que las representaciones que orientan las acciones de esos actores locales se relacionan de manera significativa, aunque de formas diversas, con las de los actores globales. Si bien en algunos casos esto implica la adopcin de ciertas representaciones y de las orientaciones de accin asociadas a ellas, en otros significa crtica, rechazo o resistencia, en otros negociacin, en otros apropiacin creativa (para estudios de casos ver por ej.: Mato 1999, 2000a y 2001a). Como ya argumentaba pginas atrs, algo anlogo est ocurriendo con la produccin transnacional de representaciones del campo que a nivel mundial se viene nombrando como Cultural Studies. Las voces que tienen mayor poder para establecer qu es y qu no es este campo, el sistema de inclusiones y exclusiones (de temas, enfoques, autores, etc.) son las que se expresan mediante publicaciones en ingls. Se ha venido configurando un canon que aunque se exprese en varios idiomas y luego incluso incorpore otras voces, resulta que bsicamente se escribe en ingls, o que se escriba en el idioma que se escriba, de todos modos se produce en el contexto de las instituciones acadmicas de Estados Unidos, Inglaterra y Australia (entre las cules hay diferencias que no es posible comentar en este texto), el cual se legitima, disemina y reproduce a travs de las respectivas industrias editoriales y mercados de estudios de postgrado. Como parte de estos procesos transnacionales, en Amrica latina podemos observar relaciones muy diversas con esto que ocurre en ingls o incluso en espaol pero el marco de universidades de los Estados Unidos. Algunas de ellas son simples importaciones, gestos de autosumisin irreflexiva, otras suponen negociaciones de sentido muy diversas con lo que ocurre en ingls, otras implican diversas formas de resistencia. A mi modo de ver, en este sentido lo que ocurre puede verse de una manera ms provechosa como la entrada en escena de representaciones de la idea de Cultural Studies a un campo ms amplio, de carcter transdisciplinario y crtico que tiene una larga historia en Amrica Latina, de all precisamente las palabras de Garca Canclini, Martn Barbero, Sarlo y Ortz a que haca referencia pginas atrs.
exhaustivamente, sino slo conceptualmente, y por eso apelo a la denominacin genrica de prcticas intelectuales en cultura y poder. Para ilustrar mejor la idea de otras prcticas, aquellas que no son slo o propiamente estudios, ms adelante en este mismo texto sealar un conjunto numeroso pero necesariamente acotado de experiencias de este tipo. Algunas de ellas adems son tratadas en los restantes textos incluidos en este volumen y en las publicaciones del Proyecto Estudios y otras prcticas latinoamericanas en cultura y poder (por ejemplo los textos en este mismo libro de Basile 2002, Dvalos 2002, El Achkar 2002, Ferreira de Almeida 2002, Illia Garca 2002, Jess Chucho Garca 2002, Juhasz 2002, SantAnna 2002, Tinker Salas y Valle 2002, Vargas 2002, Walsh y Garca 2002). Sin embargo, es necesario destacar que este volumen no puede tomarse como indicativo de la vastedad y diversidad del campo, sino slo de un esfuerzo por comenzar a mapearlo, y ello por dos razones. La primera de ellas est asociada precisamente esa gran vastedad y diversidad, de las cuales, en cualquier caso, no es posible dar cuenta en un volumen. La otra es que esta coleccin resulta inevitablemente sesgada debido a varios factores. Por un lado, debido a que el Proyecto que ha dado origen a este volumen se inici desde el mbito universitario, y esto no slo de manera general sino tambin ms especfica, es decir desde ciertas tradiciones intelectuales, y a partir de ciertas redes de trabajo y colaboracin y no de otras. Esto explica que independientemente de los esfuerzos realizados para lograr una cobertura ms amplia del campo, no obstante resulta que muchos de los artculos incluidos refieren reiteradamente a las publicaciones de un grupo de autores relativamente reducido. En cambio, por ejemplo, no hay ningn artculo sobre las importantes contribuciones de Orlando Fals Borda (1986) y en general de quienes trabajan en la perspectiva conocida como Investigacin Accin Participativa, como tampoco los hay sobre muchas otras tradiciones de trabajo de dentro y fuera de la academia. Por otro lado, este sesgo (y limitaciones) se deben tambin a que en general resulta muy difcil lograr que intelectuales que desarrollan sus prcticas fuera de la academia puedan hacerse del tiempo para escribir textos sobre sus experiencias de trabajo, o las de sus colegas. Esto, a su vez, se debe a varios factores, algunos de ellos se explican porque estas personas suelen tener otras prioridades, demandas y urgencias que atender; otros, complementarios, se explican porque para muchos de quienes desarrollan sus prcticas en esos otros mbitos, este tipo de proyecto y publicacin no constituye una prioridad. Esto ltimo se relaciona, al menos en parte, con la divisin del trabajo intelectual establecida, la cual obviamente no afecta slo a quienes estn en la academia sino tambin a quienes estn fuera de ella; o quizs responda a que este Proyecto no ha sido formulado de una manera que logre atraerlos en la cantidad y diversidad deseadas. No obstante, afortunadamente, hemos logrado concitar el inters y la participacin de algunos intelectuales que no desarrollan sus prcticas dentro de la academia, sino ms all y/o fuera de ella, como por ejemplo en el movimiento feminista, o en el de derechos humanos. Respecto de las que s son estudios, o que al menos incluyen estudios, quizs un elemento caracterstico de muchas de ellas es que las iniciativas de investigacin no comienzan con la pregunta Qu investigo? sino Para qu investigo?, y tambin acerca de si investigo sobre ciertos actores o grupos sociales, o con esos actores o grupos sociales, al menos como proyecto y dependiendo de los actores. Estas dos ltimas preguntas son de carcter tico y poltico, y ellas condicionan de entrada las preguntas de investigacin, la aproximacin epistemolgica, la elaboracin terica y los planteos de mtodo (ver Mato 1996, 1997, 2000b, 2001a y 2001b). En cualquier caso, apuntar que resulta difcil identificar rasgos caractersticos de alcance general, justamente porque partimos de reconocer que estas prcticas (denominacin inclusiva tanto de estudios como de otras prcticas), as como las formas de relacin que pueden observarse entre ellas (incluyendo complementareidades y conflictos), responden a procesos histricos especficos de diversos contextos, tanto de dilatada trayectoria como ms reciente. Estos procesos se vinculan en ltima distancia tanto con la historia larga de estas poblaciones humanas (incluyendo en esto procesos que se inician con la conquista, colonizacin, importacin de esclavos africanos, descolonizacin, colonialismo interno, etc.) como con procesos ms recientes (los proyectos de modernizacin, el auge y declinacin
de las izquierdas latinoamericanas, las dictaduras militares, la guerra fra en diversos escenarios locales, los avances de los movimientos indgena, feminista, afrolatinoamericano, de derechos humanos, en las artes, etc.). En la mayora de las sociedades latinoamericanas (tambin en otras, pero no son esas otras el referente de mi argumentacin) este campo histricamente ha exhibido y tambin en la actualidad muestra vnculos entre lo que ocurre en las universidades y lo que ocurre fuera de ellas. Este campo, que es complejo y polifactico, raramente nombrado como tal pero reconocible, est siendo afectado por la entrada en escena de la produccin transnacional de representaciones de la idea de Cultural Studies y su asociada Estudios Culturales Latinoamericanos. Por supuesto, siendo tan vasto el campo, la incidencia de la entrada en escena de esta denominacin y manera de organizar, reagrupar y resignificar prcticas no tiene tanta importancia en todos sus mbitos especficos, sino que la tiene especialmente en algunos. Por ahora la tiene particularmente en algunas universidades, slo que en ellas se forman muchos de los intelectuales que simultnea o posteriormente actan en otros espacios sociales. En Amrica Latina, importar esa denominacin y el academicismo que la acompaa nos podra llevar a perder de vista la importancia para el campo que nos ocupa de las contribuciones de algunas importantes marcas genealgicas del campo, como por ejemplo las de Simn Rodrguez, Jos Mart, Fernando Ortz, Jos Carlos Maritegui, Jos Mara Arguedas y muchos otros (ver en este volumen Baptista 2002 y Ros 2002), o los aportes ms recientes de intelectuales como Paulo Freire (ver en este volumen El Achkar 2002), Anibal Quijano (ver en este volumen Pajuelo 2002), Orlando Fals Borda (1986) y otros que han mantenido y mantienen prcticas dentro y fuera de la academia y que por tanto no necesariamente hacen estudios. Pero adems tambin nos podra llevar a perder de vista los aportes realizados desde de diversos movimientos teatrales y/o por creadores teatrales, como por ejemplo los casos de Augusto Boal y Olodum (ver en este volumen SantAnna 2002) o Eduardo Pavlovsky (1994), o los de movimientos e intelectuales indgenas y afrolatinoamericanos en casi todos los pases de la regin (ver en este volumen Dvalos 2002, Illia Garca 2002, Jess Chucho Garca 2002, Walsh y Garca 2002), el movimiento feminista (en este volumen Vargas 2002), el movimiento de derechos humanos (ver en este volumen Basile 2002 y El Achkar 2002), diversos movimientos de expresiones musicales (la nueva cancin, los rock crticos, etc.), el trabajo de numerosos humoristas grficos (Quino, Rius, Zapata, y otros), el de cineastas (novo cinema brasilero y otros), etc. Ms adelante, sealar algunos otros ejemplos de tipos de prcticas que pienso no podemos perder de vista al pensar en el amplio campo de las prcticas intelectuales en cultura y poder.
propios espacios sociales es de algn modo representativo de lo que sucede (o tarde o temprano acabar sucediendo) en el resto del mundo. O, alternativamente, parecen asumir que sus interpretaciones acerca de lo que sucede en otras latitudes tienen valor universal, sin advertir que ellas necesariamente estn marcadas por los contextos institucionales y sociales en los cuales desarrollan sus prcticas. As, muchos de esos textos no resaltan sus marcas de lugar, ni ofrecen una reflexin sobre las peculiaridades de su lugar de enunciacin, sobre el contexto institucional y social de produccin de sus ideas, y sobre como estas condiciones contextuales condicionan (y limitan) sus ideas respecto del mundo. Pienso que, en contraste, una caracterstica de quienes pensamos el mundo desde espacios sociales no-metropolitanos es que, desemoslo o no, es difcil no tener conciencia de que el mundo es amplio y diverso. O, cuanto menos, de que existen esos otros espacios sociales a los que a falta de mejor denominacin vengo denominando metropolitanos, as como otros espacios no-metropolitanos, que no obstante son muy diferentes al propio, por ejemplo en Africa y Asia en particular, pero tambin en Europa y Oceana. A partir de all es bastante inmediato desarrollar una cierta conciencia de que nuestras interpretaciones son slo miradas, o perspectivas parciales o especficas, y que en tanto tales estn marcadas por el lugar de enunciacin (el cual desde luego no se define tan slo por coordenadas geogrficas, que son las nicas que por el momento estoy poniendo de relieve). Ac puede resultar til hacer una breve digresin a propsito de esta conciencia de que Africa y Asia tambin existen. Pienso que otro elemento distintivo es que, de unos u otros modos, quienes vemos el mundo desde localizaciones no-metropolitanas tenemos que enfrentar el desafo de pensar no slo en circunstancias locales, sino tambin en cmo estas se relacionan con relaciones de poder que en diferentes momentos se han caracterizado como metropols-colonias, pases imperialistas-pases dependientes, centro-periferia, etc. Este es un desafo terico que tambin deberan afrontar nuestros colegas localizados en instituciones metropolitanas en relacin con las dinmicas de sus contextos sociales e institucionales (y ello no simplemente por razones ticas o polticas, sino para mejorar sus formulaciones tericas), pero que salvo contadas excepciones parecen ignorar. El caso es que las llamemos como las llamemos (y este asunto aunque no es un problema menor, no puedo tratarlo en este ensayo) la articulacin de las relaciones de poder a escalas nacionales con las que se dan a escala mundial constituyen para nosotros un asunto ineludible como en general se reconoce en Amrica Latina. Pero, la consideracin de este tipo de articulaciones no slo ha constituido un asunto ineludible en Amrica Latina, sino tambin en otras reas no-metropolitanas del mundo. Al menos, as pude observarlo recientemente en el congreso de la red Inter Asia Cultural Studies, realizado en Fukoaka (Japn) en diciembre de 2000, organizado por el colectivo de la revista Inter Asia Cultural Studies. En efecto, al analizar los temas tratados y debatidos en esa reunin, como al revisar los artculos publicados habitualmente en esa revista es posible derivar tres conclusiones. En primer lugar que pueden identificarse algunos temas en comn con los tratados en el campo de cultura y poder en Amrica Latina, como por ejemplo los relativos a relaciones centro-periferia; problemas derivados de la historia colonial; autoritarismo; militarismo; terrorismo de Estado; problemas asociados a los esquemas de guerra fra y seguridad nacional; derechos humanos; reformas neoliberales; democratizacin; movimiento obrero; entre otros. En segundo lugar que la mayora de estos temas estn ausentes en las revistas de Cultural Studies que se producen desde Estados Unidos e Inglaterra. En tercer lugar, que tambin se tratan otros temas que s son comunes tanto con los tratados en el campo de cultura y poder en Amrica Latina, como con los de publicaciones de Cultural Studies de Estados Unidos e Inglaterra, como por ejemplo los relativos a etnicidad; identidades; gnero; teora y movimiento feminista; sexualidad; internet; cultura popular; industrias culturales; consumo cultural; polticas de museos; modernidad y posmodernidad; globalizacin; etc. (6) . En otras palabras, una vez ms, parece que los contextos marcan de unos u otros modos las producciones intelectuales. Y tambin, que hay ciertos temas que aparentemente slo poseen inters (o resultan visibles) en contextos sociales nometropolitanos, o esto al menos es lo que puede observarse en Asia y Amrica Latina, lamentablemente no tengo referencias de lo que ocurre en este plano en Africa, o en otras regiones no-metroplitanas.
Otra peculiaridad de las miradas desde esta parte del globo a la que usualmente llamamos Amrica Latina es que adems stas suelen expresar un inters no slo por el espacio social inmediato (por ejemplo, la sociedad local o nacional de la cual forma parte el/la investigador/a en cuestin) sino, adems, una preocupacin por Amrica Latina. Por supuesto, esta no es una constante, esta preocupacin o inters vara de una localizacin geogrfica, poltica e institucional a otra. En algunos casos debido al aislamiento relativo esta es menor, en otros es menor debido a tradiciones de ensimismamiento, en otras a la vastedad de algunas de las sociedades nacionales latinoamericanas (como la mexicana y la brasilera) o a la diferencia de lengua (la brasilera). Sin embargo incluso en esas sociedades nacionales solemos encontrar miradas abarcadoramente latinoamericanas. Es que esta preocupacin o inters suele presentarse an cuando se tenga conciencia de que este nombre no constituye una entidad natural sino una idea; una idea histrica, complicada y conflictiva, que esconde mltiples diversidades y exclusiones, de la cual hay diversas representaciones, pero an as una idea claramente instalada en nuestras formas de conciencia. A propsito me parece necesario recordar que, como sabemos, Amrica Latina no es una entidad natural, ni tampoco un todo homogneo. La consolidacin de la idea de Amrica Latina no ha estado desligada de las prcticas de la diplomacia francesa. Especficamente ha sido el intelectual francs Michel Chevalier quien hacia 1836 promovi la aplicacin de la idea de latinidad a esta regin del mundo (ver Ardao 1980). Pero adems, y an dejando de lado esta historia, es necesario poner de relieve que esta parte del globo es sumamente diversa en trminos sociales, econmicos, polticos y culturales, y que esta diversidad no slo puede observarse entre pases, sino tambin al interior de ellos, entre regiones, grupos sociales, y marcos institucionales (Mato,1998a). As, es necesario pensar que las prcticas comprendidas al interior del campo que vengo llamando Estudios y Otras Prcticas Intelectuales en Cultura y Poder han de resultar sumamente diversas a lo largo y ancho de esa porcin del continente americano que solemos llamar Amrica Latina, e incluso al interior de las diversas sociedades nacionales. Pero an as, es posible observar que, como afirmaba ms arriba, las elaboraciones de la mayora de los intelectuales latinoamericanos, adems de referirse a los espacios locales o nacionales que constituyen el foco ms especfico de sus trabajos de investigacin, suelen incluir reflexiones cuyo referente es Amrica Latina, as en su conjunto. A propsito de esta imagen de autoidentificacin y en conexin con la idea de un campo latinoamericano en cultura y poder, me parece necesario hacer una digresin para aclarar a que aludo al decir intelectuales latinoamericanos. En primer lugar me refiero a quienes desarrollan(mos) sus(nuestras) prcticas en ese espacio del mundo que se despliega al sur de los Estados Unidos y que convencionalmente suele denominarse Amrica Latina. No obstante, hay que reconocer que este contingente es muy numeroso y diverso y que entre quienes formamos parte de l hay quines desarrollan sus vidas y sus prcticas en espacios marcadamente locales, quienes lo hacen en grandes ciudades muy vinculadas a circuitos internacionales, quienes hemos vivido en ms de un pas de la regin, o incluso fuera de ella, quienes formamos parte de esa creciente legin de colegas que viajamos permanentemente dentro y fuera de la regin (ver en este volumen Ydice 2002), y quienes han estudiado en universidades metropolitanas pero han regresado a Amrica Latina. Por otra parte, estn tambin quienes habiendo nacido en este espacio han migrado fuera de l y por eso desarrollan sus vidas y sus prcticas en otros espacios del globo, pero continan considerndose a s mismos latinoamericanos. Obviamente, los casos de este segundo tipo estn marcados tambin por su relacin a distancia y por las especificidades de los marcos sociales e institucionales en los cuales estos latinoamericanos migrados producen sus interpretaciones. Pero esto no quita que muchas de estas personas tambin elaboren sobre Amrica Latina como conjunto, y que lo hagan en formas que no slo deben diferenciarse de las de quienes lo hacen/mos desde adentro, sino tambin de las elaboraciones de aquellos otros que antes que como latinoamericanos se autoidentifican como latinoamericanistas, y cuyas elaboraciones no slo estn marcadas por esos marcos institucionales y sociales extralatinoamericanos, sino tambin por otras afiliaciones afectivas, y porque al menos en trminos prcticos sus vidas personales y las de sus familiares no dependen en tan gran medida de lo que ocurra en las sociedades de la regin, y ello independientemente de sus sensibilidades personales
respecto de la regin en su conjunto o de espacios especficos de ella (ver Mato 1996). Por otro lado, tenemos el caso de aquellos que no han migrado, sino que hoy hacen sus vidas en Estados Unidos porque los territorios de base de sus familias de origen de un modo u otro han sido anexados por Estados Unidos. Este es el caso en particular de las poblaciones mexicanas del antiguo norte de Mxico, que a partir de 1848 se convierte en el sur de los Estados Unidos, quienes segn los casos optan por autodenominarse mexicoamericanos, chicanos, o simplemente mexicanos. Del seno de estas poblaciones, como del de las que se combinan con ellas a travs de migraciones relativamente recientes, ha emergido y contina emergiendo una intelectualidad sumamente activa y productiva, que de diferentes modos se ve desafiada y estimulada a dar cuenta de la diferencia y a encontrar modos de responder a los mltiples mecanismos de discriminacin que afectan estas poblaciones (ver en este volumen Tinker y Valle 2002). Otro caso particular lo constituyen los intelectuales puertorriqueos, cuyo territorio de origen no fue propiamente anexado, sino asociado (segn el vocabulario oficial) dando lugar a la profundizacin del movimiento migratorio entre la isla y los Estados Unidos, pero ahora en condiciones polticas, econmicas y culturales, que como en el caso de los chicanos retan y estimulan permanentemente a esta intelectualidad a responder creativamente (ver en este volumen JuhszMininberg 2002). Mientras que prcticamente la totalidad de los intelectuales chicanos que publican escritos lo hacen en ingls, en el caso de los intelectuales puertorriqueos esto es ms complejo. Los de la isla suelen hacerlo en castellano, y los que habitan en Estados Unidos tarde o temprano acaban hacindolo en ingls. Ellos, como las poblaciones de las cuales emergen, son adems una de las principales fuentes de produccin del cada vez ms conocido nuevo idioma, el Spanglish. A propsito del Spanglish, y como acotacin final a las reflexiones sobre la produccin de representaciones de la idea de Amrica Latina en que he enmarcado las consideraciones precedentes, es necesario apuntar la creciente importancia que la denominacin identitaria Latinos viene tomando no slo entre poblaciones hispanoparlantes de Estados Unidos, sino tambin entre algunos grupos sociales (sobre todo de jvenes) de las sociedades tradicionalmente llamadas latinoamericanas. Este texto no es el espacio apropiado para abundar al respecto, pero en relacin con lo anterior es necesario sealar el asunto, as como apuntar la importancia al respecto de las industrias de la televisin, el disco y el entretenimiento, en combinacin con los movimientos de poblacin debidos a migraciones, anexiones y asociaciones antes mencionados (Mato 1998a). De todos modos, dado que estamos hablando de formas de conciencia, estas generalizaciones esbozadas en el prrafo anterior deben tomarse slo como tales. Es necesario entender que hay muchos casos particulares y, sobre todo, que no hay determinismos o determinaciones que permitan ubicar a priori a ningn caso particular. Tampoco el lugar de nacimiento o el marco social e institucional resultan determinantes, ni hacen a las prcticas mejores o peores, ni ms o menos autnticas. Tales calificaciones no slo son cuestionables en si mismas, sino que adems de nada nos sirven en esta elaboracin. Pero lo que no podemos perder de vista es que los marcos sociales e institucionales condicionan, marcan, nuestras prcticas, aun cuando lo hagan de maneras diversas. En todo caso, y para continuar con la argumentacin del porqu resaltar la marca latinoamericana de estos estudios y otras prcticas, deseo enfatizar que calificarlos de este modo supone asumir tambin que estas maneras de mirar diversas pero en ms de un sentido a la vez semejantes provienen mayormente de contextos sociales entre los cuales es posible sealar algunas similitudes y conexiones, histricas y contemporneas. Los vnculos entre las historias de estos contextos en muchos casos se remontan a perodos anteriores a la mera existencia del nombre Amrica Latina y encuentran sus orgenes en las experiencias coloniales, y en los movimientos anticoloniales de principios del siglo XIX. Los presentes de estos contextos, tambin encuentran entre s muchos rasgos semejantes, los cuales, cuando se toman en cuenta todos juntos, los diferencian a su vez de los de otras regiones del globo: marcas y diferenciaciones sociales semejantes an vigentes dejadas por la experiencia colonial (incluido el colonialismo interno, y la existencia de digamos mentalidades colonizadas), lugares semejantes en los sistemas internacionales de divisin del trabajo y de relaciones de poder; procesos semejantes de ajuste estructural de inspiracin neoliberal; formas de exclusin social semejantes; procesos semejantes de democratizacin tras experiencias dictatoriales, o ms en general autoritarias,
muchas tan recientes que todava son presente; tradiciones autoritarias aun vigentes; y tantos otros rasgos que sera difcil enumerar en un prrafo sin caer en una retrica aburrida y superficial. Esas historias y presentes tanto validan la idea de Amrica Latina como nos obligan a asumir perspectivas crticas al respecto. Se trata de una tarea frtil a la cual estamos cada vez ms acostumbrados, y que entre otras exigencias de mtodo implica no asumir la idea de Amrica Latina como si sta designara un espacio social homogneo y geogrficamente delimitado. Sino, asumirla como una imagen o representacin que refiere a un campo social pleno de diferencias, en constante transformacin y sin lmites espaciales precisos, en cuyo marco, obviamente, no podra esperarse que emerja una suerte de pensamiento comn. As, la idea de estudios y otras prcticas intelectuales latinoamericanas que aqu pretendo destacar slo seala la conciencia de que estos estudios y otras prcticas intelectuales de un modo u otro estn marcados por los contextos sociales en los cuales han sido producidos o se desarrollan, y que estos forman parte de esa regin del mundo que convenimos en llamar Amrica Latina. Y convenimos en llamarla as aun cuando al menos algunos tenemos conciencia de que alberga a numerosos y significativos grupos de poblacin que poco o nada tienen de latinos, como por ejemplo los pueblos indgenas de la regin, o los descendientes de los antiguos esclavos africanos, o los migrantes no-latinos provenientes de todo el globo pero en especial de algunos pases de Europa, Asia y Oriente Medio. Y que incluso an convenimos en llamarla as cuando no pocostenemos consciencia de la existencia de grupos de poblacin como los de los chicanos, o los de los puertorriqueos que habitan (o incluso han nacido) en Estados Unidos, o los de los muchos que han migrado a ese pas, o a Espaa, o a otros pases. Obviamente, resaltar la cualidad latinoamericana de estos estudios y otras prcticas intelectuales no agota toda marca significativa. Slo destaca una caracterstica, aunque ello no suponga la ignorancia de otras que tambin pueden ser relevantes.
Pero adems, y asociadamente con lo anterior, hay otras diferencias que se relacionan con la diversidad de contextos sociales en los cuales las prcticas intelectuales y profesionales se desarrollan. Por un lado, tenemos diferencias en cuanto a los marcos institucionales de las disciplinas y del quehacer investigativo. Es decir: investigacin slo en universidades o tambin afuera; fuerza/importancia de los departamentos, publicaciones, y congresos para establecer cnones; polticas de asignacin de fondos; diferentes formas en que hacen sus carreras los investigadores de Estados Unidos y los de diferentes pases de Amrica Latina; tendencias hacia el trabajo ms o menos disciplinariamente encuadrado, y/o hacia el trabajo transdisciplinario, en unos y otros contextos. Por el otro, tenemos diferencias que se relacionan con ser digamos intelectuales en Amrica Latina o acadmicos (scholars) en Estados Unidos. Obviamente, en Estados Unidos tambin hay intelectuales (en el sentido que va ms all del frecuente encierro de los acadmicos en la vida universitaria y en los campus universitarios, los cuales en muchos casos constituyen suertes de islas dentro de espacios urbanos, o frecuentemente suburbanos), pero no podemos perder de vista que la bibliografa sancionada/reconocida como de Cultural Studies en ingls es producida mayormente por acadmicos (scholars) que salvo pocas excepciones no desarrollan prcticas fuera de las universidades, sino exclusivamente en ellas. Esto precisamente ha llevado a no pocos intelectuales y activistas de Estados Unidos a criticar a los Cultural Studies. En cambio, tenemos que las prcticas de buena parte de los intelectuales latinoamericanos se desarrollan fuera, o al menos ms all, o afuera y adentro, del mbito convencionalmente acadmico. Esta diversidad de articulaciones no slo resulta significativa desde un punto de vista poltico, sino tambin por su poder para estimular desarrollos tericos innovadores. Pues incide no slo en la eleccin de temas, sino tambin en la reflexin tica y epistemolgica que condiciona a las preguntas y modos de investigacin o de produccin de otros tipos de prcticas y discursos. Estos tipos de estmulos o de retos son los que subyacen o alimentan las contribuciones hechas por numerosos intelectuales latinoamericanos, como por ejemplo las tratadas en los artculos de esta coleccin. Entre otros, podemos destacar, por ejemplo, los retos para la investigacin y para la elaboracin terica que implican el inters y/o la experiencia en la formulacin de polticas culturales para los Estados y/o para diversos movimientos sociales (ver en este mismo volumen por ej.: Antonelli 2002, Basile 2002, Dvalos 2002, El Achkar 2002, Illia Garca 2002, Jess Chucho Garca 2002, Maccioni 2002, Mignolo 2002, Ochoa Gautier 2002, Rosas Mantecn 2002, Vargas 2002, Walsh y Garca 2002, Wortman 2002, del Sarto 2002). O tambin los retos que produce el inters y/o experiencia de participar activamente en debates pblicos y/o en el diseo de polticas para las artes y/o los medios y las llamadas industrias culturales (ver en este mismo volumen por ej.: Bermdez 2002, Grimson y Varela 2002, Hernndez 2002, Maccioni 2002, Rosas Mantecn 2002, SantAnna 2002, Del Sarto 2002, Sovik 2002, Wortman 2002). O, de maneras diversas, los retos relacionados con el compromiso, cuanto menos emocional y en ocasiones prctico, planteados por experiencias sociales difciles de definir en pocas palabras pero en todo caso reminiscentes de colonialismo como las que deben afrontar los intelectuales puertorriqueos y chicanos (ver en este volumen por ej.: Juhsz-Mininberg 2002, Tinker y Valle 2002), o, de otros modos los de casi cualquier pas latinoamericano (Baptista 2002, Dvalos 2002, Ferreira de Ameida 2002, Illia Garca 2002, Jess Chucho Garca 2002, Mignolo 2002, Pajuelo 2002, Walsh y Garca 2002). Efectivamente, es comn en diversos medios intelectuales latinoamericanos hacer explcitos los intereses de intervencin en el diseo de polticas de diversos actores sociales, incluso pero no slo de los gobiernos nacionales y sus agencias, sino tambin con una amplia diversidad de actores sociales, la cual incluye adems organismos internacionales, as como organizaciones de derechos humanos, indgenas, afrolatinoamericanas, feministas, de educacin popular, de animacin sociocultural, y/o diversos movimientos sociales. Debe destacarse que este tipo de inters e involucramiento no es una novedad en el mbito latinoamericano. Por el contrario, este constituye una suerte de constante histrica, que se remonta a la poca de los movimientos independentistas y de fundacin de las nuevas repblicas; as lo ilustran algunos de los estudios de este Proyecto (ver en este volumen por ej.: Ros 2002, Ydice 2002). En
consecuencia, tambin lo ha sido la necesaria reflexin sobre el papel de la escritura y de los intelectuales de la cultura escrita, de la ciudad letrada (ver en este volumen Poblete 2002). Sin embargo, para no caer en idealizaciones, es necesario subrayar que este inters no slo, o no siempre, ha obedecido a ciertas maneras de entender el trabajo intelectual, sino tambin a la relativa escasez de puestos de trabajo en las universidades, o a las dedicaciones parciales que stas ofrecen como posibilidad, as como a las bajas remuneraciones pagadas por estas que fuerzan a no pocos intelectuales a buscar actividades econmicamente complementarias. El caso es que en las sociedades metropolitanas buena parte de quienes se dedican a las as llamadas Humanidades y Ciencias Sociales desarrollan sus prcticas casi exclusivamente en mbitos acadmicos y viven de su trabajo, y as, cabe llamarlos acadmicos. En cambio, en Amrica Latina sucede que es menos frecuente que quienes nos dedicamos a estos campos limitemos nuestras prcticas exclusivamente al mbito acadmico. Y esta es precisamente una de las razones por las cuales en nuestro medio es ms frecuente autoidentificarnos como intelectuales que como acadmicos. Y como consecuencia de esto y de los regmenes autoritarios que han gobernado a los pases de la regin, tambin resulta que en lugar de vivir de sus (nuestros) trabajos, muchos intelectuales han sido muertos debido a su trabajo, otros han estado en prisin, otros hemos tenido que migrar o exiliarnos. Estos tipos de circunstancias marcan de diferentes formas la produccin de la mayora de los intelectuales latinoamericanos. Si procuramos definir el campo, ya no como es consciente o inconscientemente usual en relacin o con referencia a los Cultural Studies que se hacen en ingls, sino a las experiencias histricas en Amrica Latina (incluyendo las contemporneas), parece necesario comenzar por cuestionar la naturalizacin de la palabra Estudios, al menos como excluyente, para abrir lugar a la idea de Otras Prcticas Intelectuales en Cultura y Poder. De cules prcticas? De todas? La idea de prcticas intelectuales incluye a la idea de estudios. Realizar estudios constituye un cierto tipo de prctica intelectual. Pero la idea de estudios no agota el campo de posibilidades de la de Prcticas Intelectuales, tambin hay otros tipos de prcticas intelectuales. No hay oposicin entre las ideas de estudios y las de otras prcticas intelectuales. Ahora bien, es necesario puntualizar que la reflexin ofrecida en este texto, como la que ha dado lugar al Proyecto del cual surge el presente volumen no tiene como referencia todos los tipos de estudios, ni tampoco todos los tipos de otras prcticas intelectuales, sino aquellos que de manera sinttica podemos nombrar como en cultura y poder. As, el campo que propongo hacer ms visible incluye estudios, como por ejemplo los que publican autores como Nstor Garca Canclini, Jess Martn Barbero, Nelly Richard, Beatriz Sarlo, Silviano Santiago, cuyos nombres son ya paradigmticos al hablar de estudios culturales latinoamericanos, y tambin los de otros autores menos conocidos pero cuyos trabajos muestran algunas continuidades con los de estos autores (a modo meramente indicativo ver en este volumen por ej.: Antonelli 2002, Bermdez 2002, Grimson y Varela 2002, Hernndez 2002, Maccioni 2002, Rosas Mantecn 2002, del Sarto 2002, Sovik 2002, Sunkel 2002, Wortman 2002). Aunque, de todos modos, conviene destacar que la mayora de los nombrados no slo escriben libros, sino que a travs de diversos mecanismos e iniciativas se involucran en la formulacin de polticas culturales (ver Antonelli 2002, Ochoa Gautier 2002). Tambin incluye los estudios hechos por otros colegas que aunque muy conocidos por otros pblicos, hasta el momento han resultado menos visibles, sino invibles, desde la idea de estudios culturales, pero que se hacen visibles al pensar en trminos de cultura y poder, como por ejemplo los de Lourdes Arizpe, Roger Bartra, Guillermo Bonfil Batalla, Adolfo Colombres, Manuel Moreno Fraginals, Elizabeth Jelin (ver Antonelli 2002), Anibal Quijano (ver Pajuelo 2002), Rodolfo Stavenhagen, y muchos otros. Y desde luego tambin incluye las prcticas de numerosos creadores literarios y ensayistas, as como de proyectos editoriales, ya conocidos como por ejemplo Carlos Monsivais, Eduardo Galeano y revistas como la argentina Crisis fundada por Galeano, entre muchas otras. Sin embargo, por todo lo expuesto, el campo no se limita a la produccin de escritos, a lo que hacemos dentro los mrgenes de la ciudad letrada (Rama 1985, Poblete 2002), sino que incluye ms. Incluye otras prcticas que estn ah y habitualmente no logramos ver, y que por lo mismo debemos
hacer ms visibles. Me refiero, por ejemplo, a las que desarrollan muchos intelectuales fuera de la academia que aunque tambin tienen carcter analtico interpretativo estn orientadas a la accin, acompaando o apoyando a diversos actores sociales, y tambin otras que su slo enunciado desestabiliza un tanto los estereotipos que manejamos de qu es y qu no es un intelectual. Como deca pginas atrs es imposible nombrar todo el campo en su vastedad, diversidad y dinamismos, por lo que aceptando a priori la imposibilidad de ser exhaustivo, puede ser til aadir a los anteriores algunos otros ejemplos ilustrativos de a qu tipos de prcticas que van ms all de la academia, o que tienen lugar totalmente fuera de ella estoy aludiendo. Aludo por ejemplo a las de Mariategui y Arguedas (ver Baptista 2002), Paulo Freire (1970,1973) (ver Basile 2002, El Achkar 2002) y Orlando Fals Borda (1986) (sobre cuyas prcticas no fue posible conseguir un artculo para esta coleccin), y a las de numerosos intelectuales latinoamericanos que han mantenido y mantienen prcticas dentro y fuera de la academia y que por tanto no necesariamente, o no siempre ni slo, hacen estudios. Pero adems, tambin a las de diversos movimientos teatrales y sus tericos activistas, como por ejemplo Augusto Boal (1980) y el Grupo Olodum (ver SantAnna 2002), Eduardo Pavlovsky (1994) y otros; o la del movimiento zapatista en Mxico con su magistral manejo de lo simblico; los movimientos e intelectuales indgenas en casi todos los pases de la regin, pero particularmente en Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia y Guatemala, y algunas de sus figuras pblicas del peso de Rigoberta Mench y Lus Macas (ver Dvalos 2002); el movimiento afrolatinoamericano, con su diversidad de intelectuales y organizaciones (ver Illia Garca 2002, Jess Chucho Garca 2002, Walsh y Garca 2002); el movimiento feminista y sus intelectuales no slo en la academia (ver Vargas 2002); el movimiento de derechos humanos; el de vctimas y familiares de vctimas de la represin (El Achkar 2002); diversos movimientos organizados en torno a expresiones musicales (la nueva cancin, los rock crticos, etc.); movimientos de artistas visuales que frecuentemente trascienden este adjetivo (por ejemplo la Nueva Escena en Chile); el trabajo de numerosos humoristas grficos (Quino, Rius, Zapata, y otros), el de cineastas (novo cinema brasilero y otros); experiencias en proceso de diversos tipos alternativos de universidades, como la Intercultural de los Pueblos Indgenas, en Ecuador (ver Dvalos 2002) y la de las Madres de la Plaza de Mayo, en Argentina (ver Basile 2002), experiencias en educacin popular y animacin sociocultural, etc.
ineludiblemente asociada a los contextos sociales e institucionales en los cuales se ha originado, crecido y establecido. Algunos comentarios recibidos tras presentaciones orales de estas ideas me han llevado a la conclusin de que es necesario aclarar de forma explcita que esta crtica no responde a ningn tipo de sentimiento xenfobo, sino exclusivamente a problemas derivados de la apropiacin descontextualizada de la idea originalmente producida en ingls. Esta importacin descontextualizada acaba por empobrecer el impulso crtico que esa propuesta intelectual tuvo originalmente en su medio, y acaba por convertirla en una tendencia acadmica ms. Slo que, adems en una tendencia frecuentemente academicista, que para peor se engalana con una retrica de cultura y poltica. Y es precisamente esta retrica pretenciosa y sin consecuencias prcticas lo que me preocupa y motiva en parte mis argumentos. La puesta en contexto (latinoamericano) de esa propuesta permite precisamente argumentar, entre otras cosas, acerca de las limitaciones tanto de las prcticas acadmicas disciplinariamente encuadradas, como de la idea de estudios. Esto adems ayuda a visibilizar y valorar un conjunto ms amplio de prcticas intelectuales que exhiben rica historia y presente en Amrica Latina, y que se caracterizan por poner en cuestin no slo las fronteras disciplinarias, sino incluso las fronteras entre las prcticas encuadradas dentro de las disciplinas acadmicas y las que las trascienden o se desarrollan en otros contextos institucionales. Frente al acelerado proceso de institucionalizacin de los as llamados Estudios Culturales Latinoamericanos me parece necesario evitar que esta se convierta en una nueva experiencia de autosubordinacin, la cual en este caso afectara particularmente al campo de Prcticas Intelectuales en Cultura y Poder. Sin embargo, ms all de intentar conjurar ese peligro, me parece provechoso tomar ese proceso de institucionalizacin como un reto y una oportunidad. Una oportunidad para reflexionar acerca de nuestras prcticas, y acerca de las relaciones entre nuestras prcticas y los contextos en que vivimos y con los de colegas y potenciales aliados de otras latitudes. Un reto y una oportunidad para procurar visibilizar ms claramente el campo de Prcticas Intelectuales en Cultura y Poder que desde tiempo atrs (para algunos desde el siglo XIX) hemos venido construyendo en Amrica Latina, y que encuentra correspondencias e intersecciones en otras regiones del globo. En algunas regiones del mundo esos correspondientes nuestros hablan ingls, algunos de ellos se autoidentifican con la idea de Cultural Studies, otros se autoidentifican de otras formas, pero cruces significativos entre las ideas de cultura, poltica y poder caracterizan sus prcticas. En otras regiones hablan otras lenguas y se autoidentifican a travs de diversas denominaciones. Sabemos que un campo de Prcticas Intelectuales no es una teora, ni una corriente, ni una escuela; y tambin que como todo campo de prcticas sociales es diverso y que en l palpitan disputas y tienen lugar conflictos. Esto no debe desalentarnos, sino al contrario estimularnos a explorar esas diferencias y a aprender de ellas. Frente a la creciente institucionalizacin de los Cultural Studies, y con ellos de los as llamados Latin American Cultural Studies en los pases de habla inglesa, pienso que no es vlido traducir de manera literal y descontextualizada la denominacin en ingls, y as, hablar de Estudios Culturales Latinoamericanos. Traducir de tal manera, puede conducir, y en ocasiones conduce, sea de manera consciente o no, a adoptar: la idea y el sistema de intereses de investigacin, mtodos, bases epistemolgicas y referencias de autores y obras fundadoras, a los cuales buscarles similitudes directas en Amrica Latina. Traducir la idea de tal manera descontextualizada puede conducir, y en ocasiones conduce, a descubrir entre nosotros a unos pocos autores elegibles, para, junto a sus obras, colocar las de quienes ms recientemente han adoptado como referencias cannicas lo que se hace en ingls. Traducir de esa forma, puede conducir, y en ocasiones conduce, a que sea con esta imagen del campo en mente que nos preguntemos quines han sido nuestros predecesores en Amrica Latina, y que as construyamos una representacin de un campo de prcticas intelectuales, o simplemente acadmicas, que no sera sino una versin adjetivada de los Cultural Studies que se hacen en ingls; que son de los que en definitiva proviene esa marca registrada. Los cuales, adems, mediante esta misma operacin ven confirmada su centralidad, su condicin metropolitana.
A m me parece que esa versin adjetivada geo-regionalmente no puede ser sino un espejo deformado de las propuestas de los Cultural Studies que se hacen en ingls y de los Latin American Cultural Studies que surgen como combinacin de los Cultural Studies con la tradicin de los Latin American Studies. No propongo adoptar una posicin esencialista, aislacionista, ni folklorizante. No, no se trata de eso. Al contrario, propongo una posicin abierta, de dilogo e intercambios transnacionales. Propongo que veamos al proceso de institucionalizacin de los Cultural Studies que se hacen en ingls sin vocacin de autosubordinacin, sino simplemente con consciencia de contexto, de diferencia, de relaciones de poder, con actitud crtica y mirada transdisciplinaria. As, podramos ver cmo (ver las formas en las cules) la institucionalizacin de ese movimiento puede constituirse para nosotros en una oportunidad de intercambios intelectuales y construccin de alianzas para impulsar renovaciones de inters en el mbito de las universidades y sociedades latinoamericanas, y que a nuestra vez tambin podemos brindarle a ese movimiento propuestas renovadoras. Pienso que antes que traducir descotextualizadamente la idea de Cultural Studies resulta epistemolgica, tica y polticamente ms fructfero mirar a nuestro alrededor ms inmediato y encontrar las maneras de nombrar todo eso que en trminos de cultura y poder est pasando y que viene pasando desde hace ya mucho tiempo de hacerlo ms visible y aprender de y con esas otras experiencias cercanas. Nombrar instituye, y al instituir se generan mecanismos de produccin, circulacin, control y delimitacin de los discursos (Foucault, 1980), y de las prcticas, claro, y con ellos tambin sistemas de legitimacin y reconocimiento. Es por eso que insisto en nombrar a este campo, dinmico, en movimiento, y sin lmites precisos: Estudios y Otras Prcticas Intelectuales en Cultura y Poder , usando o no, segn los casos la acotacin georegional Latinoamericanas. As, la perspectiva que propongo est orientada a hacer posible la visibilizacin de un campo de prcticas intelectuales ms amplio que el habitualmente referido con las ideas de Cultural Studies y de Estudios Culturales. Un campo que es transdisciplinario, crtico, orientado a la intervencin y contextualmente referido. Particularmente por esto ltimo refiero mi argumentacin a Amrica Latina y no a lo que ocurre en ingls. No obstante, tanto por lo argumentado en pginas anteriores respecto de los dilogos transnacionales en que participamos, los cuales creo deseable profundizar, como por lo ya comentado sobre lo observado en Asia, pienso que la perspectiva propuesta debe verse a escala mundial, y as hablar simplemente del Campo de Estudios y Otras Prcticas Intelectuales en Cultura y Poder, sin adjetivos regionales, excepto cuando se necesario precisar en tal sentido. El planteo de que este tipo de prcticas intelectuales ya existan, y existen, y tienen dinmicas propias en Amrica Latina las cuales responden a factores propios de esta parte del mundo no supone la ausencia de vnculos con lo que ocurre en Europa, Estados Unidos, y tambin en Asia y Africa (en ciertos perodos histricos), y adems, de ninguna manera responde a una invocacin de esencialismo latinoamericano. De lo que se trata es de comprender que existen desde hace tiempo lneas/tradiciones de trabajo que trascienden/atraviesan las fronteras disciplinarias y que tienen aproximaciones polticas a lo cultural y culturales a lo poltico y ello con objetivos y/o prcticas efectivas de intervencin, para valorarlas, para revisarlas, para profundizarlas, para aprovecharlas. Citando nuevamente a J. Martn Barbero Amrica Latina no se incorpora a los estudios culturales cuando se pusieron de moda como etiqueta, sino que tienen una historia muy distinta (1997:53). Y esto de la historia muy distinta remite en otras palabras a marcos institucionales diferentes y como parte de historias sociales, polticas e intelectuales diferentes. Lejos de proponer este planteo como una forma de cerrarnos al dilogo, pienso que es potencialmente muy provechoso establecer dilogos transnacionales con nuestros colegas de habla inglesa (y tambin de otras hablas). Tenemos mucho que aprender, mutuamente, unos de los otros. Tenemos muchas posibilidades de colaborar unos con los otros. Compartimos la actitud crtica, la tendencia a trabajar transdisciplinariamente, el inters en intervenir en las dinmicas sociales, y una visin poltica de lo cultural y cultural de lo poltico. Pero para ello es necesario estar claros acerca de
dnde estamos parados, de lo especfico de los contextos y de los procesos en que participamos, de hacia dnde queremos ir. Pienso que la reflexin y debate acerca de lo especfico de los contextos y de los procesos en que participamos, y de hacia dnde queremos ir nos lleva necesariamente a revisar las relaciones que nuestras universidades sostienen con diversos sectores sociales. La visibilizacin y anlisis del campo de Prcticas Intelectuales en Cultura y Poder (que incluye Estudios pero no se agota en ellos) puede resultarnos til no slo para revisar esas relaciones, sino tambin los contenidos y modos de enseanzaaprendizaje institucionalmente sancionados en los estudios sociales y humansticos de la mayora de las universidades latinoamericanas ms reconocidas. Adems, como sabemos, ya hay otros modelos de universidades y otros modos de enseanza-aprendizaje actualmente en desarrollo en universidades ms pequeas, ms nuevas, ms locales, y a veces de carcter marcadamente innovador como dos de los analizados por sendos artculos en este volumen, la Intercultural de los Pueblos Indgenas del Ecuador (Dvalos 2002) y la de las Madres de la Plaza de Mayo (Basile 2002). De esas experiencias tambin pueden surgir sugerentes vas para articular tres mbitos de la vida universitaria que frecuentemente suelen estar institucionalmente separados y rara vez integrados en las universidades latinoamericanas ms grandes y reconocidas: docencia, investigacin y extensin. En este sentido, pienso que es necesario articular formas en las cuales los contenidos y formas de la docencia y extensin se beneficien ms abiertamente de lo que muchos de nosotros hemos logrado avanzar tanto en nuestras perspectivas de investigacin (transdisciplinarias e innovadoras en ms de un sentido), como en nuestras relaciones con actores sociales extra acadmicos (7).
NOTAS
(1) Las ideas presentadas en este texto se han visto enriquecidas por comentarios recibidos en diferentes foros en que he expuesto versiones anteriores del mismo. Siento el deseo y el deber de reconocer y agradecer esos aportes mencionando al menos esos espacios y algunos aportes en particular. Un espacio particularmente enriquecedor ha sido el de los seminarios sobre el tema que desde 1997 he ofrecido regularmente en el Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Central de Venezuela, y de manera puntual en otras universidades: Nacional de Crdoba (Argentina), Simn Bolvar (Caracas), Pontificia Universidad Javeriana (Bogot); de Barcelona y Complutense de Madrid. Asimismo, tambin han resultado enriquecedores los comentarios recibidos en algunos encuentros internacionales: 3 ra Conferencia Internacional de Cultural Studies, Birmingham (Inglaterra), 2000; Congreso de Inter Asia Cultural Studies, Fukoaka (Japn), 2000; la tres reuniones del Grupo de Trabajo Cultura y Poder (antes Globalizacin, Cultura y Transformaciones Sociales) del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), Caracas, 1999, 2000 y 2001; el Seminario Geopolticas de Conocimiento en Amrica Latina y el Encuentro Internacional sobre Estudios culturales latinoamericanos: retos desde y sobre la regin andina, ambos en Quito, 2001. Los comentarios y sugerencias ofrecidos por los cerca de treinta colaboradores del Proyecto Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder han sido particularmente provechosos, como sus ensayos han sido incluidos en este mismo volumen omito nombrar aqu a cada uno de ellos. Finalmente, tambin deseo agradecer los comentarios ofrecidos por: Jess Martn Barbero, Michiel Baud, Emiliano Crdenas, Arturo Escobar, Nstor Garca Canclini, Lawrence Grossberg, Stuart Hall, Kuan Hsing Chen, Sary Levy, Gloria Monasterios, Yoshinobu Ota, Alejandra Reguera, Yolanda Salas y Rosaura Valera. Huelga decir, no obstante, que soy el nico responsable por los desaciertos de este texto. (2) He argumentado ms extensamente acerca de la idea de tiempos de globalizacin y sus principales caractersticas, en
particular la de la idea de conciencia de globalizacin en publicaciones anteriores, en algunas de ellas adems he analizado ejemplos de redes transnacionales de actores globales y locales, aunque la mayor parte de estos estudios no incluyen la participacin en ellas de instituciones acadmicas, sino de organizaciones indgenas, de la sociedad civil, y actores globales diversos como fundaciones internacionales, agencias bilaterales, organizaciones intergubernamentales, bancos multilaterales, etc. (por ej.: 1999, 2001a y 2001b).
(3)
He analizado los problemas de fetichizacin de la globalizacin, que expresan tanto los discursos apologticos como los
demonizadores de la misma en algunas publicaciones anteriores (por ej.: 1999, 2001b). (4) Limitaciones de espacio me impiden explayarme ac sobre este tema que he tratado en ocasiones anteriores (ver por
ejemplo Mato 1998b y Mato 2000b). (5) He expuesto sto en una carta pblica a los colegas de la Society for Latin American Anthropology ( Anthropology
Newsletter 1996) y en una carta conjunta con el colega Henry Dietz a los de la Latin American Studies Association ( LASA Forum,1998). Tambin he argumentado ms sobre este asunto e impulsado una respuesta crtica a travs de un nmero especial de la revista Identities el cual incluy un dossier sobre Chiapas (ver Mato 1996). (6) Para una exposicin ms amplia acerca del encuentro de la red Inter-Asia Cultural Studies, y notas comparativas entre
las prcticas de estos colegas y las que desarrollamos en Amrica Latina ver Mato 2001c. (7) La publicacin de este volumen colectivo responde precisamente al inters compartido por reflexionar sobre las
caractersticas e importancia de este campo en Amrica Latina, as como por hacerlo ms visible. En el marco de este inters esta publicacin no es ms que el resultado de un momento de un proyecto iniciado hace ya unos cinco aos, es decir de un proceso. Este proceso no slo ha hecho posible la preparacin de este libro, sino que adems ha dado lugar a la construccin de diversos espacios de intercambio y debate, tanto va el Grupo de Trabajo de CLACSO que, de este modo, incluso adopt la denominacin de Cultura y Poder, como en diversos simposios y seminarios. Ahora, con esta publicacin se abre un nuevo perodo de este proceso, en el cual estas reflexiones circularn no slo a travs del medio impreso y las presentaciones orales, sino tambin a travs de la pgina de Internet que hemos creado a tal efecto (www.globalcult.org.ve), la cual permitir conocer opiniones sobre lo expuesto e ideas acerca de cules otras prcticas incluir en futuras publicaciones, as como la posibilidad de abrir foros de discusin. En vista de las nuevas posibilidades de circulacin de estas reflexiones es necesario reiterar ac lo que ya he advertido pginas atrs: Este volumen no es, ni puede tomarse como, indicativo de la vastedad y diversidad del campo, es slo un esfuerzo por comenzar a mapearlo, y ello por dos razones. La primera de ellas est asociada precisamente a esa gran vastedad y diversidad, de las cuales, en cualquier caso, no es posible dar cuenta en un volumen. La otra es que esta coleccin resulta inevitablemente sesgada debido a varios factores. Por un lado, debido a que el Proyecto que ha dado origen a este volumen se inici desde el mbito universitario, y esto no slo de manera general sino tambin ms especfica, es decir desde ciertas tradiciones intelectuales, y a partir de ciertas redes de trabajo y colaboracin y no de otras, e incluso a partir de un texto mo que expresaba de manera condensada las ideas expuestas ms ampliamente en este artculo. Esto explica que, independientemente de los esfuerzos realizados para lograr una cobertura ms amplia del campo, muchos de los artculos incluidos refieren reiteradamente a las publicaciones de un grupo de autores relativamente reducido. En cambio, por ejemplo, no hay ningn artculo sobre las importantes contribuciones de Orlando Fals Borda (1986) y en general de quienes trabajan en la perspectiva conocida como Investigacin Accin Participativa, como tampoco los hay sobre muchas otras tradiciones de trabajo de dentro y fuera de la academia. Por otro lado, tambin resulta sesgada (y limitada) debido a que en general resulta muy difcil lograr que intelectuales que desarrollan sus prcticas fuera de la academia puedan hacerse del tiempo para escribir textos sobre sus experiencias de trabajo, o las de sus colegas. Esto se debe, a su vez, a varios factores, algunos de ellos se explican porque estas personas suelen tener otras prioridades, demandas y urgencias que atender; otros, complementarios, se explican porque para muchos de quienes desarrollan sus prcticas en esos otros mbitos, este tipo de proyecto y publicacin no constituye una prioridad. Esto ltimo se relaciona, al menos en parte, con la divisin del trabajo intelectual establecida, la cual obviamente no afecta slo a quienes estn en la academia sino tambin a quienes estn fuera de ella (o quizs responda a que este Proyecto no ha sido formulado de una manera que logre atraerlos en la cantidad y diversidad deseadas). No obstante, afortunadamente, hemos logrado concitar el inters y la participacin de algunos intelectuales que no desarrollan sus prcticas dentro de la academia, sino ms all y/o fuera de ella, como por ejemplo en el movimiento feminista, o en el de derechos humanos.
Referencias bibliogrficas
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Nota
* Daniel Mato, Universidad Central de Venezuela. Correo electrnico: [email protected]
Desde El Ojo Mocho, revista de Crtica Cultural, cuyo nombre mismo debe leerse en clave de cida irona respecto de Punto de Vista, dirigida por Sarlo, ambas editadas en Buenos Aires, un editorial del ao 94, (1994, n 5, 3-7), planteaba sin concesiones, un diagnstico alarmante: las Ciencias Sociales estaban conformando un estrato de docentes disciplinados y disciplinadores; investigadores empiristas cuyos datos slo aguardaban la ratificacin de lo obvio, a cambio de subsidios y capital simblico, mediante el credencialismo del sistema cuantitativo de produccin; y expertos integrados buscando amparo bajo el abrasador sol menemista, en nombre de los servicios de la universidad a la sociedad; segn la lgica economicista y mercantil de la academia-factora. El diagnstico era explcitamente de carcter poltico: no se trataba de una queja nostlgica, y menos an de una reivindicacin corporativa de cientficos sociales deseosos de poder protagonizar debates acadmicos ms atractivos; sino de un problema poltico de mxima envergadura, el de revertir la sustraccin de decisiones polticas generales del mbito crtico del espacio pblico, por la ampliacin de espacios de confrontacin y elaboracin de proyectos alternativos. Los editorialistas formulaban as un enunciado-consigna, frente a la sentencia hegemnica de la retrica del fin de la historia de los 90, en sus distintas variantes (Antonelli, 2000c). La consigna era una axiomtica: es preciso que haya posibilidades de pensar el cambio; ncleo duro e irrenunciable de la dimensin poltica de las teoras no domesticadas por esa retrica y herederas de un legado para el cual las apuestas entre saber/poder han sido modos de intervenir fuera de la academia. El espacio de productividad que supone la intervencin es un borde, una zona de riesgo, una interseccin atravesada por fuerzas, dismiles, asimtricas, ante las cuales es preciso decidir el para qu/para quines de la prctica. Complejo modo de llegar al punto de partida de la primera versin de mi trabajo: las figuras de los intelectuales, y la pregunta respecto al para qu de sus prcticas. Es que, como ya lo deca Barthes, la insistencia significa. En efecto, he insistido en recorrer las producciones de Jeln, Garca Canclini y Mato en tanto dispositivos tico-polticos que pueden ser ledos como diferentes modos de definir la intervencin del intelectual y sus prcticas en especficos contextos de relevancia. En sus proyectos analizo cmo construyen espacios de confrontacin, negociacin, deliberacin, para disputar la sustraccin de esos espacios que las hegemonas deniegan; interrogndose acerca de la emergencia de sujetos y contenidos de derechos. Considero aqu las construcciones de nuevos escenarios de/para la interlocucin, siendo sta ltima condicin de posibilidad para que actores excluidos alcancen la condicin de sujetos con eficacia simblica, cuya palabra produzca efectos pblicos y cuyas acciones adquieran eficiencia poltica (cf. Virginia Vargas en este mismo volumen). Este trabajo no busca ser prescriptivo; el lector tender ms y otros puentes, marcar ms y otras, distancias entre los proyectos. Tampoco suscribe a una potica de autor. Dos razones explican el que haya mantenido la organizacin interna de mi escritura: el reconocimiento, en mi posicin de analista, de los campos de efectos que estos intelectuales han abierto, tanto en sus numerosas contribuciones y publicaciones, como la productividad que han generado y sostenido en programas y redes de trabajo; y el no querer borrar las huellas de sus condiciones institucionales y rituales de produccin, esto es, mostrar en Birmingham que los estudios sobre cultura y poder en Amrica Latina no responden a paradigmas o modelos de realizacin. Sostengo que en sus especificidades, es reconocible, sin embargo, un principio axiomtico: es necesario que el futuro acontezca. Si para la deconstruccin, este enunciado es indecidible, para la intervencin intelectual tal enunciado es indeconstruible por decisin tica. Es preciso que haya el derecho a tener derechos, tal el axioma que sostiene Jeln a propsito de las relaciones entre derechos humanos, ciudadana y sociedad en las experiencias postdictatoriales del Cono Sur. Es necesario reinventar la poltica; consigna de Garca Canclini, en torno a identidades, Estado, capital y mercado, en los no isomrficos procesos de globalizacin en Amrica Latina. Es necesario que los que as se encuentran, negados del derecho primordial a la palabra, reconquisten ese derecho, axioma de Paulo Freire que Mato asume como heredero, respecto de las producciones de representaciones identitarias tnicas y raciales y sus polticas, en el contexto de Amrica Latina y el Caribe en dinmicas de interconexin.
La convocatoria al seminario de CLACSO se realizaba das despus de las elecciones democrticas en Argentina, las primeras en diez aos. Y a diez aos de la accin solidaria de CLACSO con los cientficos sociales perseguidos por razones ideolgicas, desde los golpes en Chile y Uruguay, (Ansaldi,1986:14-16). De una manera emblemtica, el seminario de CLACSO muestra el modo en que la indagacin relacional entre derechos humanos, sociedad civil y estado, es resignificada en/por el contexto de relevancia que involucra a los intelectuales latinoamericanos respecto de las dictaduras, campo y perspectiva que reintroduce la dimensin tica del problema y las formas de intervencin, es decir, la dimensin estratgica, es decir, la tica en la poltica, operando como criterio de crtica frente a todo orden institucionalizado (Lechner, op.cit.:99). Si la emergencia y las definiciones constituyentes de los derechos humanos pueden ser datadas e historizadas, en sus diferentes modulaciones y alcances, (Lechner), la historia de los derechos humanos en Amrica Latina tiene adems una especificidad, en buena medida establecida como periodizacin ante el corte institucional y el desgarro y mutilacin del tejido social producido durante las dictaduras de los 70. Segn Jeln, Amrica Latina, hasta esa dcada, haba producido una ampliacin de los derechos concernientes a la ciudadana social, proceso que sufrir el trgico anacronismo de las dictaduras, instalando en las transiciones democrticas, la ineludible tarea de garantizar la democracia formal. El
activismo en torno a los derechos humanos y civiles es indito, tanto como lo fuera la magnitud de la represin. De all que en los desarrollos de las ciencias sociales, la produccin de los 80 estuviera fuertemente dirigida a prestar atencin a los procesos de democratizacin de las instituciones. Y recin en los 90, el nfasis estar colocado en los procesos a nivel societal (Jeln,1996). Pero es tambin en esta dcada cuando la bsqueda de la expansin de la ciudadana trascendiendo la esfera formalmente poltica, se entrama a las polticas econmicas de la liberalizacin en el marco de las transformaciones del estado en sus versiones ms crudamente minimalistas, en estrategias de vacancia y de retiro de los bienes comunes. De modo que en el actual escenario de lo que se trata es de los desafos tericos de relacionar los derechos humanos con la democracia y la ciudadana, por una parte, y con los mercados y el capitalismo por otra (Jeln,1996:19). La nocin de ciudadana resonaba como rplica crtica al decisionismo del estilo menemista:
[] desde una perspectiva analtica el concepto de ciudadana hace referencia a una prctica son los problemas comunes y cmo sern abordados. (Gunsteren,1978:116) (itlicas mas, M.A.) conflictiva vinculada al poder, que refleja las luchas acerca de quines podran decir qu en el proceso de definir cules
La ausencia de fundamentos, la contingencia de valores alternativos, lejos de producir una no accin, interpelan a la constitucin de un espacio de debate tico-poltico en el que, desde el reconocimiento de lo contingente, se acuerde la necesidad de intervenir tanto a nivel de la (provisional) definicin misma de democracia como para definir las posibilidades y posiciones de intervencin del intelectual: Tampoco es menor en orden a la problemtica referida a la ampliacin de la base social de la democracia:
[] para la prctica de la lucha contra las discriminaciones y las opresiones: el contenido de las reivindicaciones, las prioridades polticas, los mbitos de lucha pueden variar, siempre y cuando se reafirme el derecho a tener derechos y el derecho al debate pblico del contenido de normas y de leyes (Jeln,1996:118).
Sin entrar en consideraciones acerca de las actuales polmicas en torno a diferentes posturas ticas y sus derivas polticas, interesa aqu sealar que, en la perspectiva de Jeln, el campo de las prcticas de intervencin conciernen al debate acerca de la definicin misma del ciudadano, en procura de dislocar la demarcacin entre los incluidos/excluidos de esa categora, y tambin acerca de los contenidos de la ciudadana, es decir, los derechos del ciudadano incluido. Ahora bien, Jeln parte del reconocimiento de un desfase constitutivo entre: la formalidad de la ley y la realidad de su aplicacin, entre la formalidad de la ley y la conciencia y las prcticas de los derechos; entre legislacin y diferentes niveles de discriminacin (no isomorfismo), y entre implementacin de polticas y superacin de las situaciones reales. Es en este hiato donde radica la posibilidad misma de distintos modos de intervencin en la especificidad de los contextos y del estado de los conflictos en ellos. Esta intervencin es doble: la que define las prcticas del investigador y las que se procuran inteligir en los actores sociales. Esta cuestin es la que orienta su interrogante acerca de cmo se construyen los sujetos de derecho en sus prcticas, representaciones y sistemas institucionales, desde una perspectiva de la formacin del sujeto basada en el aprendizaje de las expectativas recprocas en los vnculos con los otros, en la relacin especular entre responsabilidades y derechos mutuos. De igual modo, en lo relativo a los condicionantes contextuales y situacionales, estos tienen dos niveles: el nivel de delimitacin del objeto de investigacin y la integracin de redes y dilogos entre investigadores insertos en esos dismiles contextos y situaciones. Tal es el caso del Proyecto Memoria 4, del cual Jeln es coordinadora acadmica. Pero tambin es central, en las nuevas formas de construccin de una cultura democrtica, como espacio de cruce entre los actores sociales, incluidos los intelectuales, las nuevas formas de afirmacin y gestin ciudadana. De lo que se trata, entonces, es de pensar la reconstruccin del accionar colectivo en el espacio pblico, campo de alta densidad de sentidos en torno a representaciones de justicia y derechos. En particular, ese accionar se establece en relacin con el Estado como garante y sostn de un sistema de relaciones sociales, en el contexto de la transicin. En ella, las representaciones en torno al poder judicial como autoridad legtima se consolidan en
concomitancia con el juicio a los excomandantes, para operarse luego un desplazamiento hacia la neutralizacin5 de su potencialidad en el marco de las sucesivas leyes que iran cancelando sus efectos jurdicos. El problema es ms complejo cuando de los sectores populares se trata. As como en relacin con la violacin de los derechos humanos por las dictaduras, la solidaridad y la responsabilidad son ms claramente interpretables, incluso en su exigencia de justicia al Estado y en la legitimidad que un tercero instituye frente a los reclamos (Jelin y Hershberg,1996) cuando de la justicia en la cotidianeidad popular se trata, la naturalizacin de la desigualdad plantea interrogantes de otra ndole. Los que conciernen a la dimensin poltica organizacional en la promocin y ampliacin de de prcticas ciudadanas y la construccin de espacios pblicos legtimos para la expresin de sus demandas de derechos. En este cmo fisurar la hegemona naturalizadora de la desigualdad se abre ese campo etnogrfico no balizado del investigador, que problematiza su intervencin desde una perspectiva cultural de la democracia focalizada en las percepciones y prcticas de los actores sociales en la vida cotidiana.
hbridas (1990). La modernizacin sera, an, una matriz de inteleccin y posicin poltico-intelectual, para diagnosticar y pronosticar acerca de los escenarios y procesos de exclusin en Amrica Latina, planteando la problemtica de las identidades fuera de la reductora dicotoma entre, por un lado, las posturas esencialistas, y por otro, las celebratorias o condenatorias posturas mercantilistas que conceptualizan el mercado como nico regulador social y como mero homogeneizador cultural. Si la heterogenidad multicultural y multitemporal, como rasgo especificador de estos escenarios, es la resultante, no slo de las diversidades (tnicas y regionales) sino de las desigualdades, la actual situacin de regresin y dependencia puede ser interrogada desde los cuatro procesos que comprende y permiten comprender la modernidad: renovacin, emancipacin, democratizacin y expansin, en las actuales condiciones estructurales de la globalizacin. Una nueva conceptualizacin de las relaciones entre desigualdades/hibridaciones requiere del anlisis de la descentralizacin asimtrica de los mercados globalizados, cuyas especificidades no pueden ser reducidas a las variables explicativas del colonialismo o imperialismo, de las industrias culturales y comunicacionales (no slo como agentes econmicos sino posibilitadores de intercambios multi e interculturales), y de la reconfiguracin del Estado, no de su cancelacin. La nocin de ciudadana cultural, ser central en la posibilidad de pensar una estrategia poltica con al menos dos alcances en cuanto a los derechos concernidos: a) la ampliacin de la figura del legado iluminista expandida ahora a los derechos a la vivienda, a la salud, a la educacin y b) la resemantizacin del consumo de los bienes simblicos en tanto foros donde se desarrollan redes de intercambio de informacin y aprendizaje de la ciudadana (Garca Canclini,1995:19-20). La nocin de consumo es desarrollada en otras colaboraciones de este volumen. En mi exposicin slo enfatizar que esta resemantizacin slo puede vincularse con la de ciudadana si se realiza por fuera de las concepciones sociolgicas de lo irracional, de la mera racionalidad econmica, de las sociologas basadas en las teoras de la manipulacin socio-discursivas, especialmente las que hacen del consumo el lugar de la condena a la reproduccin de la estratificacin y segregacin social. En este punto, que ya he tratado en otro lugar (Antonelli,1994), hay una explcita distancia de Garca Canclini con respecto al modo en que Bourdieu conceptualiza y analiza los aspectos simblicos y estticos del consumo (Bourdieu,1988). La racionalidad segregatoria del miserabilismo al que condena la reproduccin simblica, debe ser puesta en discusin desde la racionalidad integrativa y comunicativa de una sociedad (Garca Canclini,1995: 45). Sobre esta cuestin, quisiera hacer tres observaciones: la primera es que an socilogos muy prximos a las teorizaciones de Bourdieu, como Grignon y Passeron (1991), buscaron repensar estos aspectos fuera de la condena a la que pareca confinar Bourdieu, extrapolando la nocin de estilo a la racionalidad del consumo no reductible al verticalismo y fatalismo de la reproduccin imitativa; la segunda, ligada a la anterior, es que Garca Canclini, dentro del marco en el que Bourdieu pensaba las relaciones de poder, no hubiera podido sustentar, entonces, la resemantizacin del consumo, ni, luego, su posterior nocin de trabajo/productividad. Finalmente, quisiera llamar la atencin sobre el estatuto precario y problemtico de los datos. Nadie podra negar la dura investigacin emprica de Bourdieu y su copiosa produccin y sistematizacin. La cuestin es desde dnde y cmo se construyen los datos, a pesar de los protocolos consensuados, y qu se lee a travs de ellos. Su llamado a resemantizar el consumo se planteaba en el contexto de la euforia globalizadora, en esa nueva escena sociocultural (Garca Canclini,1995:34) en la que se asiste a una:
[] concentracin de las instancias de decisin en elites tecnolgico-econmicas y genera un nuevo rgimen de exclusin de las mayoras:[...] la distribucin global de los bienes y de la informacin permite que en el consumo los pases centrales y los perifricos se acerquen. Somos subdesarrollados en la produccin endgena para la produccin de los medios electrnicos pero no en el consumo. (Garca Canclini,1995:30) (itlicas mas, M.A.).
A pesar de asignarle al consumo un valor cognitivo y poltico, en tanto ejercicio de estrategias de accin; y de reconocerle a los estudios de consumo el mostrar que las diferencias culturales pesisten en los hbitos de consumo y, en tal sentido, configuran comunidades interpretativas, hay, sin embargo, un malestar poltico en este momento terico de Garca Canclini: ste se advierte, a mi juicio, en la
cautela crtica frente a ciertas conceptualizaciones de sociedad civil deudoras de una miope y eufrica matriz individualista neoliberal; en relacin con las polticas privatizadoras de los Estados latinoamericanos en los 80 (en Argentina en los 90) en el marco de la racionalidad econmica del capitalismo transnacional; y, por ltimo, en la potencialidad de la nocin de ciudadana trans o supranacional articulada en el consumo como fuerza emergente en los procesos culturales y en las transformaciones sociopolticas. En este caso, porque el emergente, slo restitua un protagonismo diferido en las polticas exclusorias en, al menos, dos niveles: la exclusin en las instancias de produccin/distribucin de bienes y la indeseada complicidad en la que incurriran teorizaciones que no involucraran a los estados en la reconfiguracin de lo pblico. Este malestar, casi a modo de bisagra en la dimensin poltica de su produccin intelectual, puede observarse en sus conferencias de 1996, en Buenos Aires, en el escenario de una Argentina transida por la transformacin neoliberal del Estado. Garca Canclini denunciaba entonces las contradicciones del capitalismo y la complicidad poltica en la condensadora frase de Martnez de Hoz: la gente no es viable (Garca Canclini,1999:63). Argumentaba que, si el marxismo haba pensado que los ciudadanos se transformaban y organizaban en la produccin, en el nuevo escenario, ese lugar lo ocupaba el consumo: Lo malo es consumir poco (Garca Canclini,1999:56). Pero, a la vez que ratificaba el proceso de modernizacin ligado al consumo de bienes y mensajes culturales, con profusos estudios y datos, mostraba la retraccin, la asimetra entre la dbil produccin propia (entrecomillado que cauciona respecto a su alcance regional, asimtrico en su misma integracin), y la exgena, asimetra que, en trminos culturales, se traduce en la baja representacin de las culturas nacionales o latinoamericana y la fortsima presencia de Estados Unidos, y la concentracin tecnolgica y reorganizacin (monoplica) de los mercados que subordina los circuitos nacionales a sistemas globales ( Garca Canclini,1999:38). En una lectura contrastiva con las ltimas producciones (Garca Canclini,1999 ; Garca Canclini y Moneta 1999) es ese malestar poltico que dejaba planteada la multidisciplina del consumo el que se puede leer ahora como una de las condiciones tericas del actual nfasis puesto en la produccin (Garca Canclini y Moneta,1999:9-19,33-56). Si las industrias culturales atraviesan la vida cotidiana, inciden en la organizacin socio-poltica, y revisten una innegable importancia econmica, entonces, deben ser objeto de polticas culturales. El desafo es que para debatirlas y disearlas hay que re-pensar el Estado, en sus nuevas configuraciones geopolticas y en los procesos de integracin, as como los nuevos modos de construccin de una esfera pblica que regule el mercado, cuyo carcter errtico ha quedado expuesto en la retraccin y vacancia de los Estados minimalistas. La fuerza emergente es ahora una cuestin poltica, es la fuerza del trabajo en la produccin de la industria cultural. En esa productividad, los intelectuales aparecen como puntos de pasaje y operadores de proyectos regionales como parte de programas poltico-econmicos; de redefinicin de las polticas culturales, involucramiento de los Estados, y programas de investigaciones, relevamientos de datos, configuracin y recuperacin de archivos, etc., que las posibiliten. Esta fuerza poltica articulada a la produccin repondra un proyecto poltico heredero del marxismo, en el sentido de apropiacin de un discurso de la modernidad que es, a la vez, condicin de posibilidad e imposibilidad para pensar el nuevo escenario de las desigualdades. Y repone de otro modo la construccin del espacio pblico, en una modulacin de escalas que concierne una mutacin estructural: lo macropblico de los procesos de globalizacin e integracin regionales. Esto implica: trascender la dimensin del Estado-Nacin, sin suprimirla sino dislocndola, (Garca Canclini,1999d:39); reconceptualizar los lugares y circuitos en los que se produce lo pblico y la redefinicin del rol de los Estados como rbitros del mercado y reguladores de los contenidos y de las instancias de produccin, circulacin y consumo de bienes culturales, fuera del intervencionismo y el paternalismo, pero pensando tambin desde y para intervenir en, las persistentes y nuevas asimetras y desigualdades que la hegemona reproduce. La restitucin del arbitraje estatal replica, estratgicamente, aquello que la lgica del capital exige: la libre circulacin. El rasgo radicalmente democrtico reside ahora en la ampliacin de productores y circuitos de difusin. Si en el comienzo del arco que delimit para abordar fragmentos de la produccin de este autor, el consumo era una categora para pensar la democratizacin, en el lmite con que (provisionalmente) lo cierro, Garca Canclini ha repensado el consumo interrogndose acerca de su formacin. Si la asimetra de mercados y la abstencin de los estados en las industrias culturales ha sido una doble alianza formadora de gusto, el consumo es ahora el lugar para interrogar y discutir la intervencin deseable en el mercado,
repensando el proyecto de la modernidad en el nuevo escenario, desde una explcita exhortacin que es, a la vez, una axiomtica: Es preciso reinventar la poltica. (Garca Canclini,1999 b:124).
Su microfsica vuelve visible las condiciones de la interconexin, positividad a la que Mato interroga en torno a las representaciones, especialmente las identitarias tnicas y raciales, en tiempos de globalizacin. La construccin social de la realidad social concierne procesos materiales, histricos y por lo tanto dinmicos y polticamente significativos. Es en este campo de reflexin que Mato opera una radical desnaturalizacin de las representaciones identitarias que han legitimado las desigualdades, discriminaciones y marginaciones. En las imgenes, esas puntas del iceberg, se visibilizan los modos en que se gestionan dichas representaciones, los impactos y efectos que producen entre agentes de diversos niveles y posiciones, dinmicas en las que se pone en juego y se despliegan las representaciones identitarias resultantes de procesos que entran en juegos de rechazo, aceptacin, negociacin, etc., y producen efectos prcticos y polticos que atraviesan las agendas y los programas de accin dotando al presente de sentido histrico a la vez que sustentan el imaginario del futuro como proyecto. Mato enfatiza de manera particular el presente de las dinmicas, como asimismo la apertura futura a transformaciones en curso, nfasis que se traducira en el detallismo con el que observa las instancias de circulacin de las representaciones, y no slo su produccin y efectos. Quizs porque es en la circulacin donde la red de distancias entre produccin y efectos exhibe las asimetras, las desigualdades de capital material y simblico, poder instituyente y legitimador, de los actores y sus escenarios. Desde ella se visibilizan los procesos de construccin de un lxico-vocabulario estratgico que habilita a los propios actores en tanto interlocutores y negociadores en espacios polticamente decisorios, a partir de jugar las condiciones de aceptabilidad que posibilitan que sus discursos entren en el espacio de gestin, es decir, en contextos polticamente significativos. Por otra parte, esta poltica basada en las condiciones de aceptabilidad de la actuacin no slo descoloca al intelectual como representante portavoz de los excluidos, segregados discriminados, etc., sino que condiciona a la vez la posicin de los agentes con el poder y la capacidad de decisin en y de la negociacin, ya que los recoloca como escuchas y respondientes ante un lxico compartido, respecto del cual se juegan sus semantizaciones, valores, y programas de accin. La microfsica restituye la dinmica de las prcticas sociales de actores concretos, entramados en redes de interconexin y , en tal sentido, los actores involucrados, an los estados, dejan de ser
conceptualizados como meros puntos de pasaje de los flujos annimos; son instancias de responsabilidad e injerencia, mirada que recorre toda la produccin de Mato. Es significativo el modo en que el Estado es desplazado en esta microfsica; el rgimen de mirada desde los mrgenes/marginados, hace de stos los actores de la escena, mientras que el Estado aparece tangencial pero fuertemente eslabonado a las alianzas que explican la exclusin. Mato ha dejado de interrogar al Estado sin absolverlo (Mato,1997:177). Mato argumenta con nfasis la necesidad de revertir la herencia colonial en antropologa y en los llamados estudios de reas, al menos, por las siguientes razones: dichos conocimientos han producido sistemas de representaciones, valores y creencias respecto del otro, desde las sociedades occidentales desarrolladas; tales sistemas han posibilitado las legitimaciones exclusorias de los Estados respecto a diversos segmentos poblacionales; legitiman an hoy la desigualdad social y econmica y la discriminacin cultural en polticas culturales de los estados, e informan a los agentes globales y tambin alternativos y sus agendas (Mato,1997:173 y ss.). Mato denuncia los efectos de los estudios del otro en la produccin y reproduccin de la hegemona y sus exclusiones. Es en este dominio que interpela, tambin, a una crtica radical de la nocin de subalterno en su dimensin ticopoltica; por las consecuencias que conlleva la reificacin de la conceptualizacin de los excluidos; y por las implicaciones de estudiarlo y producir conocimiento de/sobre tal construccin. El entrecomillado del trmino subalterno es una caucin y a la vez una estrategia de Mato, para jugar las condiciones de aceptabilidad de su performance en el contexto del debate con el Latin American Subaltern Studies Group, en la conferencia Cross-genealogies and subaltern knowledges, realizada en Duke Universtity, octubre de 1998:
Me siento insatisfecho con el uso de la expresin subalterno, porque me parece que tiende a reificar la condicin social que nombra. A mi modo de ver, tal trmino puede reforzar la idea de que los grupos sociales con los que estamos vinculados en nuestra investigacin son, actualmente, grupos subalternos , o subordinados, de gente. Esta reificacin corre el riesgo de debilitar las capacidades polticas de estos grupos sociales para construir sus propios proyectos socio-polticos.[] en este momento no tengo una categora alternativa para proponer. Es por esta crtica y limitacin que en este trabajo uso la palabra subalterno entre comillas (Mato, 2000) (Mi traduccin, MA).
La interpelacin respecto a para quines y para qu fines sera polticamente productivo es slo una aparente interrogacin, pues en ella subyace la aseveracin de que tales construcciones y conocimientos lo son para las actuales articulaciones hegemnicas de poder. (Mato, 2000). Como reverso, hay un campo de experiencia en Amrica Latina que desde esta poltica del saber se ha definido por la intervencin, donde la produccin de conocimiento es condicin de la intervencin sociopoltica (Mato 1997). El proyecto de Mato se inscribe en dicho campo retomando la prctica de una herencia y la herencia de una prctica, en las actuales condiciones de interconexin. Se tratara de una relevante inversin: hacer visibles las dinmicas de los poderes desde y para las resistencias. A mi juicio, es precisamente esta inversin la que vuelve polticamente significativa la microfsica en tanto metfora para pensar las relaciones hegemnicas de poder como multiformes:
Se puede reemplazar el estudio del Otro (por ejemplo,el subalterno por el estudio con ese Otro.) Si tal ambicioso proyecto no es posible para algunos de nosotros, se puede al menos cambiar el estudio del subalterno por el de las prcticas de los agentes globales, como el Banco Mundial o la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo, y las articulaciones de poder que los conectan con agentes hegemnicos domsticos/locales. Este importante desplazamiento de foco puede producir conocimiento que ayude a los grupos sociales concernidos a aprender sobre las articulaciones global-local de poder, las prcticas de agentes hegemnicos y domsticos, y cmo estas prcticas pueden impactar en sus vidas (Mato, 2000) traduccin, M.A.). (mi
Este desplazamiento concierne una praxis que procura, a la vez, un trabajo dialogstico con los excluidos, en la herencia freireana. Creo que este mismo desplazamiento puede ser extrapolado, por analoga, para entender de qu manera Mato interviene en las actuales relaciones hegemnicas que atraviesan y formatean la divisin del trabajo intelectual trasnacional. En tal sentido, entre las microfsicas de (inter)locucin del pueblo Ember y la (nuestra) de los intelectuales subalternos invisibilizados/ventriloquiados o reificados, hay una analoga estructural de la cual, el campo de efectos que ha ido abriendo el proceso mismo de produccin de este volumen, sus dismiles y asimtricos escenarios, rituales, oficiantes, lenguajes, podra ser ilustrativa. Se puede figurar al culturalista como un broker (mediador), (cf.Ydice, 2001), pero la mediacin, Tiene el mismo sentido y valor cuando se acta desde espacios hegemnicos que cuando se lo hace desde espacios subalternos? Para preservar el matiz diferencial que supongo en esos asimtricos escenarios, y desde el espaol, decido llamar medianero a este que estudia etnogrficamente a los agentes globales y sus articulaciones transnacionales entre global/local, para informar a los agentes locales que, desde posiciones asimtricas y desiguales, intervienen en las (inter)locuciones. Esta denominacin, creo, conlleva una significacin ms estrictamente ligada al espacio de accin/lugar de enunciacin del intelectual que interviene en/desde su localizacin, y la axiomtica en la que se legitima. En la (postulada) analoga, el intelectual intervencionista es un medianero etngrafo que se desplaza, no sin dificultades, entre ambos escenarios, el de los agentes hegemnicos, y el de los excluidos, destinatarios de una informacin polticamente relevante para sus luchas y negociaciones. Se comprende que, por lo mismo, buena parte de la experiencia vital de su dialogismo, est llamada al silencio estratgico.
Comentario Final.
Sin pretensin de conclusividad, considero que el anlisis precedente permite conceptualizar el contexto de relevancia como dispositivo interpelante, de produccin y de posibilidad, que orientan la bsqueda del para qu de la prctica. Este dispositivo tiene anclaje tanto en un lugar de enunciacin como en un espacio de accin, en el que Amrica Latina refiere, al menos, a: 1) un espacio de prcticas epistemolgico-tericas, con una tradicin intelectual, an no sistematizada pero no por ello inoperante, en la cual las relaciones entre saber y poder han sido constitutivas de las luchas fuera de la academia; 2) un contexto tico-poltico de interpretacin y asignacin de sentidos a un conjunto de conceptos polticamente relevantes, en relacin con las particularidades cuanti y cualitativas de los procesos exclusorios inflingidos a grupos, comunidades y poblaciones; procesos que, tanto desde un punto de vista histrico-estructural como legal e institucional, han sido configurados desde la experiencia de las diversas formas y momentos de colonialidad en los que no han cesado de rearticularse las relaciones entre culturas e identidades en condiciones de discriminacin y desigualdad; 3) un campo de experiencias socio-polticas trans-subjetivas entramadas a las narraciones y funciones de los estados de nuestros pases respecto de diferentes poderes exclusorios, y actualmente atravesados por, y coimplicados en, la asimtrica globalizacin del capitalismo transnacional y la hegemona discursiva (triple alianza acadmico-poltico-meditica) neoliberal. Las distintas formas de violencia que llamamos exclusin remiten a escenarios de fuerzas cuyas especificidades cobran valor y sentido, a la vez, como proceso y situacin, diacrona en la sincrona; pues Amrica Latina no es una entidad ni tampoco una homogeneidad. La metfora dramtica slo se vuelve pertinente desde representaciones de los excluidos en tanto actores capaces de accin; respecto de los cuales los intelectuales que interrogan las variables que articulan cultura y poder se interrogan, a la vez, las posibilidades de gestionar a favor de dichas fuerzas. En todo caso, estos campos de fuerzas contextualmente referidos parecen, metafricamente, delinear las figuras de los intelectuales como puntos de pasaje, operadores y vectores de fuerzas. Si, entre otras cosas, la hegemona concierne una naturalizacin de la apropiacin/expropiacin, por diferentes modos, medios y estrategias, del repertorio mismo de lo pensable, lo imaginable, lo deseable y lo decible, esto es, una confiscacin cristalizadora de la dimensin imaginario-simblica de las prcticas, incluidas las de los intelectuales,
entonces, ante este hurto de significacin 7, la intervencin puede imaginarse como una prctica de corsarios. Del citado editorial de El Ojo Mocho, en relacin con la intervencin de los intelectuales, me he reservado un axioma final: es necesario reivindicar la digna capacidad de estremecerse. Sino ante los excluidos, ante la obscenidad de la hegemona.
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Notas
* Mirta Antonelli, Universidad Nacional de Crdoba, Argentina. Correo electrnico: [email protected] y [email protected] 1. Los planteos que expongo en este texto han sido elaborados y discutidos en distintos momentos y mbitos. Una primera formulacin surgi en el marco del seminario ofrecido por Mato en la Universidad Nacional de Crdoba, Argentina. Su reescritura dio lugar a la ponencia Social Justice as a key word. Three approaches: E. Jeln, N.Garca Canclini, D. Mato, presentada en la sesin Current Studies on Culture and Power in Latin America (or what our English Speakers Colleagues would call Latin American Cultural Studies), organizada por Daniel Mato, en el marco de la 3 rd Crossroads in Cultural Studies Conference, Birmingham, Reino Unido, junio 22 al 26. (2000):Agradezco muy especialmente a Nstor Garca Canclini y a Daniel Mato sus pertinentes observaciones sobre esa versin. Una reformulacin complejizada de ese texto, Nuevos escenarios/nuevas interlocuciones. Para repensar las exclusiones. Elizabeth Jeln, Nstor Garca Canclini, Daniel Mato, en prensa en Revista Latinoamericana de Estudios Avanzados, 2001, n 14, Walsh, Virginia Vargas, Laura Maccioni, Ana Ochoa Gauthier y George Ydice. 2. La CONADEP es creada en diciembre de 1983 por decreto presidencia1 87/83. En el decreto 158 del mismo ao el Poder Ejecutivo ordena someter a juicio sumario a las juntas militares. Las actuaciones de dicha comisin, con los testimonios de los sobrevivientes de los centros clandestinos de detencin, tortura y desaparicin, sera editado como libro por la Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA) en 1984. Cf. El Informe de la Comisin Nacional sobre Desaparicin de personas NUNCA MS. 3. Nun seala que durante los cuatro aos iniciales de la presidencia Menem los de las privatizacionesse promulgaron 250 decretos de necesidad y urgencia, no previstos en la Constitucin, mientras que en los 120 aos de historia institucional precedente solo hubo 23. A la vez, la redistribucin excluyente de la propiedad es la de mayor magnitud en los ltimos 150 aos de la Argentina. 4. El Programa Memoria, del cual Elizabeth Jeln es coordinadora acadmica, integra varias lneas o proyectos: red de formacin de recursos humanos en investigaciones relativas a memorias traumticas en los procesos de construccin democrtica en el Cono Sur y su proyectualidad para el entramado de redes con otros pases de otros continentes, el intercambio con investigadores de distintas filiaciones institucionales, la creacin y formacin en curso de la Biblioteca Memoria, que peridicamente difunde un boletn con los ltimos aportes acompaados por recensiones bibliogrficas. Pero adems Jeln viene participando de comisiones intersectoriales de debates tendientes a la institucionalizacin de espacios de memoria. "Conceptos tericos de Memoria desde diversas pticas que contribuyan a definir el propsito del Museo". En: Organizacin Institucional y Contenidos del Futuro Museo de la Memoria (Autores Varios). Buenos Aires. Coleccin Memoria Abierta. (2000). 5. Dicha neutralizacin opera productivamente en la cristalizacin del imaginario del desamparo, anudada a la impunidad y la corrupcin, la prdida de legitimidad de las instituciones polticas, jurdicas, a la vez que promover nuevas formas de gestionar los reclamos. (Antonelli, 2000b). 6. Garca Canclini, Nstor (1995): Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalizacin . Mxico: Grijalbo. Esta edicin incluye la Introduccin a la edicin en ingls. El dilogo Norte-Sur en los estudios culturales, 11-21. Todas nuestras referencias remiten a esta edicin. 7. Cito aqu una condensadora frase de Laura Maccioni, expresada con total relevancia en la reunin del Grupo de Trabajo en Cultura y Poder de CLACSO, en Caracas, a propsito de la diferencia de temporalidades entre la academia y la poltica. fue enriquecida por las devoluciones de los colaboradores de este volumen, en la reunin de Caracas. En particular, agradezco los interesantes aportes de Catherine
A construo cultural e poltica da etnicidade no Peru: Jos Carlos Maritegui, Jos Maria Arguedas e Rodrigo Montoya.1
Selma Baptista*
Introduo
A avaliao crtica de trajetrias intelectuais, dentro da proposta delineada neste conjunto de artigos, vem de encontro com uma etnografia do pensamento antropolgico, decorrente da tentativa de vencer a rapidez do tempo que consome, inapelvelmente, a memria social e cultural. 2 Esta crtica parte em busca das representaes intelectuais, das formas atravs das quais a questo da identidade nacional se reproduz ao longo de um determinado tempo, bem como procura refletir sobre o papel da Antropologia desenvolvida nestes contextos e nestes processos. Neste sentido, sua inspirao decorre das idias de vrios antroplogos, nacionais e estrangeiros, buscando, a partir da, comprovar certas teses, ampli-las talvez, descobrir outras. 3 Mas , tambm, fruto do encontro com a realidade de outro pas, com a descoberta de que h, entre nossas formas de representao do nacional e da nossa disciplina, muitas semelhanas e algumas diferenas instigantes para a composio de uma abordagem comparativa da antropologia dos/nos pases latino-americanos. Estas perguntas e procuras esto acontecendo j h alguns anos, criando uma rea de pesquisa promissora e muito ampla porque, justamente, se constituiu enquanto fruto da famosa indagao: [...] e quando os outros somos ns?. Por sua vez, a complexidade das possveis respostas est ligada ao aprofundamento do conhecimento das realidades chamadas perifricas, levado a cabo por pesquisadores nativos, contraposta ao conhecimento produzido sobre contextos anteriormente colonizados e pesquisados por intelectuais metropolitanos. Sem dvida, esta nova situao levou ao descobrimento e valorizao das tradies intelectuais nacionais e ao seu sistema de referncias que, cada vez mais, parecem constituir um amplo reservatrio de possibilidades interpretativas. Neste sentido, no parece difcil compreender esta relao como uma luta de paradigmas e tradies pela hegemonia explicativa que, mesmo tendo seus epicentros nos pases centrais, irradiam-se constantemente aos pases perifricos, na maioria das vezes gerando novas polmicas, muitas vezes como produtos hibridados de novas nuances, todas revelando profundas razes em problemticas nativas. Este seria o caso, por exemplo, do indigenismo peruano dos anos 20, fortemente influenciado pelo marxismo, mas adaptando-o s necessidades interpretativas do pas, especialmente a partir do trabalho precursor de Jos Carlos Maritegui. Portanto, a proposta de uma crtica cultural de cunho antropolgico aparentemente est se constituindo como uma ponte que se distancia do simples interesse pela descrio de outros culturais, indo em direo considerao das experincias etnogrficas como experimentos que, quando tomadas coletivamente, sugerem a possibilidade de relacionar inmeras crticas dispersas num certo contexto
com outras, em contextos diferentes, de forma comparativa, diluindo de certa maneira a oposio centro/periferia (Clifford,1986). A idia de um socialismo avant la lettre no Peru faz parte das tradies intelectuais e polticas do pas, dentro de um conjunto de mediaes culturais, lato sensu, direcionadas para a construo da nacionalidade. Compreender estas representaes acerca desta concepo de nacionalidade significa avaliar o peso que o elemento tnico desempenhou e desempenha at hoje no pensamento social, a despeito ou exatamente devido s profundas transformaes produzidas pela urbanizao, pela industrializao e pelos movimentos migratrios inter e intra-regionais. Captar as formas destas representaes implica em perceber como os intelectuais peruanos entenderam e entendem a problemtica da etnicidade e atentar para algumas das questes que fazem com que existam muitas portas para o que se coloca como o grande tema: compreender, interpretar a modernidade perifrica peruana. Percorrendo este caminho percebemos que a questo da etnicidade estava presente desde os primrdios desta histria, compondo o que se poderia pensar como uma marca duradoura deste ethos cultural: o impacto da Conquista, a colonizao da sociedade andina e a mestiagem de maneira geral. Habitou a alma e a mente dos liberais da Independncia chegando virada do sculo no mago dos debates intelectuais dos 900. Marcou o espao do socialismo peruano no mundo marxista dos anos 20, passando pelos consensos e dissensos das geraes de 45 e 60, permanecendo como marco nas anlises das mudanas provocadas pelo velasquismo a partir dos anos 70. A dcada dos 80 tem suas peculiaridades muito em funo dos transtornos causados pela violncia nos Andes e nas cidades, pela nova face urbana, resultado dos quase quarenta anos de migraes internas e pela informalidad econmica, principalmente nos centros urbanos mais populosos. tambm o perodo em que se acentuam os debates partidrios. 4 Esta densa trajetria acabou configurando um pensamento original, certamente compartilhado, em grande medida, por outras naes andinas, estreitamente ligado s concepes de dependncia, desigualdade e heterogeneidade que as vrias geraes de intelectuais tiveram, mais explcitas, pelo menos a partir dos anos 20 (Franco,1985). Neste sentido, esta gerao inicial foi um marco indiscutvel porque, como portadora de uma autoreflexo moderna no Peru, foi a primeira a apontar para uma profunda interrelao entre os fatores econmicos, polticos, sociais e culturais. Sem dvida, sob a influncia de um pensamento metropolitano marcado pelo marxismo, mas no apenas pelo marxismo, e esta uma caracterstica que merece consideraes. As primeiras dcadas do sculo assistiram ao aparecimento de uma vanguarda urbana, limenha, estimulada pelos primeiros sinais de uma incipiente classe operria, que tambm foi influenciada por uma intelectualidade regional, especialmente cusquenha, muito ligada s correntes indigenistas. Mas a influncia revolucionria europia tambm se fez sentir, tanto em relao aos anarquistas, que voltaram a lutar pela organizao dos trabalhadores, quanto aos ideais socialistas, pedra-de-toque na luta antiimperialista . Muito se poderia dizer sobre a revoluo urbana pela qual Lima vai passar nesta poca e que acabou por transform-la, efetivamente, no locus desta proximidade imaginativa da revoluo de que fala Perry Anderson (1984). No entanto, imprescindvel dirigir o olhar para a serra, pela importncia que ela exerceu nas posies assumidas por Maritegui, em funo do seu potencial utpico. Pela primeira vez na histria intelectual do pas algum foi capaz de propor e buscar a totalidade da Nao, como caracterstica fundamental desta modernidade perifrica. Escrevendo sobre os ensaistas peruanos do perodo de 1848/1948, Luis Enrique Tord esclarece a importncia destes 100 anos na construo do que poderamos chamar de uma tradio: durao em que se desenvolveu o pensamento de Manuel Gonzlez-Prada, as primeiras colocaes indigenistas
dentro da Universidade de San Marcos, e o mpeto indigenista em Lima, Cuzco e Puno, fazendo aparecer inmeras revistas, livros, posicionamentos polticos (Tord,1978). E justamente por ter-se constitudo numa tradio nunca deixou de apresentar-se como um campo cheio de ambigidades e de conflitos, fundamentalmente pelo fato de ter sido, ao mesmo tempo, campo do literrio e do poltico (ver:Kristal,1991). Foram, portanto, inmeras as caractersticas que levaram aproximao entre socialismo e indigenismo, na medida em que, sendo a massa camponesa ao mesmo tempo indgena, esta vai, aos poucos, surgindo como o embrio do socialismo peruano. Tambm no ser por acaso que as questes antropolgicas/polticas tero, em momentos muito especiais, um tratamento literrio de grande repercusso.5 Escrevendo na mesma poca que Maritegui, Hildebrando Castro Pozo, tambm socialista convicto, no se restringiu a trabalhos de cunho cientfico e poltico: na sua novela Renuevo de Peruanidad, ttulo certamente estranho para uma novela, insere um Prlogo, por ele mesmo chamado de prlogo polmico, em que faz questo de discutir temas sociais, raciais e culturais. 6 A produo literria de Maritegui ficou sempre em segundo plano, seja porque ele mesmo a considerou de menor valor, ligada sua auto-denominada edad de piedra, seja porque seus editores levaram sua classificao muito a srio, a verdade que poucos crticos debruaram-se sobre ela. O que se releva mais so suas posies de crtica literria. No entanto, numa entrevista dada em 1926, pergunta Cmo cambiaron sus rumbos y aspiraciones literarias y se definieron en la forma que hoy se han definido?, ele respondeu:
Soy poco autobiogrfico. En el fondo no estoy muy seguro de haber cambiado [...] Si en mi adolescencia mi actitud fue ms literaria y esttica que religiosa y poltica no hay de qu sorprenderse. Esta es una cuestin de trayectoria y una cuestin de poca. He madurado ms que cambiado. Lo que existe en m ahora, exista embrionaria y larvadamente cuando yo tena veinte aos y escriba disparates de los cuales no s por qu la gente se acuerda todava. En mi vida he encontrado una fe. He ah todo. Pero la he encontrado porque mi alma haba partido desde muy temprano en busca de Dios. Soy un alma agnica, como dira Unamuno (Ramos,1926).
Esta f, que o prprio Maritegui coloca como religiosa e poltica, jaz no fundo deste manancial revolucionrio que tantos frutos inspiradores tem dado no Peru e, por que no dizer, na Amrica Latina como um todo. Ao voltar da sua experincia/exlio na Europa, Maritegui entregou-se definitivamente ao estudo da realidade peruana, usando o marxismo como mtodo de anlise, intensificando tambm seu trabalho com lderes sindicalistas. Acentua-se sua ao escrita, dentro do ensasmo poltico, quando voltou a escrever para a revista Mundial, Variedades, Mercrio Peruano e tambm para publicaes estrangeiras. Em setembro de 1926 apareceu sua to sonhada revista Amauta, em cuja apresentao esto suas famosas palavras, declarando ser um homem de filiao e f, e que por esta razo a revista rechaaria tudo o que fosse contrrio sua ideologia, ou que no tivesse ideologia alguma. Ali tambm revelou sua adeso a um estilo muito especfico de indigenismo, forjado naquele contexto:
[...] El ttulo no traduce sino nuestra adhesin a la Raza, no refleja sino nuestro homenaje al Incasmo. Pero especficamente la palabra Amauta adquiere con esta revista una nueva acepcin. La vamos a crear otra vez. El objeto de esta revista es el de plantear, esclarecer y conocer los problemas peruanos desde puntos de vista doctrinarios y cientficos. Pero consideraremos siempre el Per dentro del panorama del mundo [...]7
O mesmo contexto que deu ao seu socialismo uma feio particular: ainda que acreditasse na ruptura revolucionria, e que o espao ideal para a revoluo fosse mesmo as cidades, por volta de 1929, seguia resolutamente em direo ao seu confronto final com a III Internacional. Enfatizando o potencial
revolucionrio do mito e sua capacidade de arrastar as massas ao, e ao mesmo tempo realizando uma trajetria de volta em direo ao Per profundo, vai dizer:
[...] lo que afirmo, por mi cuenta, es que de la confluencia o aleacin de indigenismo y socialismo, nadie que mire al contenido y a la esencia de las cosas puede sorprenderse. El socialismo ordena y define las reivindicaciones de las masas, de la clase trabajadora. Y en el Per las masas la clase trabajadora son en sus cuatro quintas partes Indgenas. Nuestro socialismo no sera, pues, peruano, ni sera siquiera socialismo si no se solidarizase primeramente con las reivindicaciones indgenas. En esta actitud no es postiza, ni fingida, ni astuta. No es ms que socialista (Maritegui,1988:217). no se esconde nada de oportunismo. Ni se descubre nada de artificio, si se reflexiona dos minutos en lo que es socialismo. Esta actitud
Procurando compreender sua Nao, e ao mesmo tempo fazer do socialismo uma ligadura entre tradio e modernidade, foi compondo um contraponto de muitas e variadas oposies: em primeiro lugar, no dilogo que estabeleceu entre uma certa idia de vanguarda (comprometida) e (o) indigenismo, entre o Ocidente e o mundo andino, entre a reivindicao de uma heterodoxia e a exaltao da disciplina, entre o nacional e o internacional. E foi esta maneira peculiar de articular marxismo e nao que o levou a propor um marxismo to original, como o de Gramsci ou de Lukcs, graas ao qual o Peru encontrou um lugar na geografia do marxismo ocidental, ainda que no tivesse uma genealogia perfeita, pois ao lado de Marx e Engels figuravam Benedetto Croce, Piero Gobetti , Henri Barbusse e Sorel. 8 No final de 1915, um ataque a uma fazenda em Puno, liderada por Rumi Maqui, um sargento que resolvera apoiar os camponeses e dirigir um levante indgena, traz novamente tona energias utpicas adormecidas. Embora fcilmente sufocada, esta efmera rebelio anunciava, por sua vez, uma alternativa: o renascimento de uma utopia. Escreveu Maritegui:
[...] la vida nacional llega indudablemente a una etapa interesantsima. Se dira que asistimos a un renacimiento peruano. Tenemos arte incaico. Teatro incaico. Msica incaica. Y para que nada falte nos ha sobrevenido una Revolucin incaica (1917).
Para Maritegui os indgenas, que ele chamava de camponeses, poderiam assumir as idias socialistas e conjug-las s suas aspiraes messinicas justamente porque estas haviam sido capazes de manter e preservar esse antigo coletivismo andino. Assim, paradoxalmente, no atraso da sociedade peruana ele via o caminho para a modernidade que era, justamente e ao mesmo tempo, a justificativa para a proposta socialista no Peru.8 Apesar da desmistificao que posteriormente se fez deste comunismo agrrio, baseado nas ressonncias do Imprio Incaico sustentado por Maritegui, este exagero, por assim dizer, foi imprescindvel na formulao de uma via prpria para o socialismo peruano, indo-americano, pensado a partir das lutas no campo, da sobrevivncia do messianismo andino e do coletivismo como forma de organizao indgena (ou camponesa). O encontro com o andino levou-o tambm a relevar a importncia da histria de um pas no qual a dura carga de frustraes se torna, ao mesmo tempo, sustento para a esperana. 9 Jos Maria Arguedas chegou a Lima para estudar Humanidades na Universidade de San Marcos em 1931, um ano aps a morte de Maritegui. Em termos intelectuais, dois antecessores so importantes para compreender a trajetria de Arguedas: por um lado, Maritegui, e por outro, Luis Valcrcel. Valcrcel tambm chegou a Lima em 1930, convidado por Snchez Cerro para dirigir o Museu Bolivariano (Valcrcel,1981). Fatos diversos fizeram com que, por volta de 1945, sua idia de um Museu Nacional, elaborada em 1931, viesse a concretizar-se. Esta idia procurava responder necessidade emergente e crescente de produzir uma viso de conjunto do processo histrico peruano. Mas que tambm encaminhasse uma
diretriz integradora dos diversos e dispersos museus capitalinos, concentrando a viso, integrando os esforos e incentivando a investigao. Da a criao de dois institutos dentro do Museu: o Instituto de Arte Peruano e o Instituto de Investigaciones Antropolgicas e Histricas. Com Valcrcel introduziu-se na vida acadmica limenha a abordagem indigenista cusquenha, calcada na importncia da completa imerso na vida indgena para melhor compreend-la, contrapondoa, portanto, com as diversas perspectivas com que a intelectualidade limenha se aproximava da cultura peruana antiga, fruto do acesso s referncias mais atualizadas das cincias humanas, produzidas na Europa e Estados Unidos, mas sem o contato direto com a regio serrana. Este mesmo esprito acompanhou-o na conduo do curso de Historia del Per-Incas, que ele formulou para a Faculdade de Letras da Universidad de San Marcos, no incio de 1931. A histria deste perodo, dos embates polticos e das pesquisas, revelam-nos como e porque o pas estava realmente sendo re-descoberto pela etnologia como o estudo da realidade viva:
Con la etnologa se introdujo el estudio del presente y, por necesidad inmediata, la proyeccin hasta el futuro en nuestras investigaciones de la cultura peruana antigua (op.cit:323)
Realmente, a situao dos indgenas contemporneos recebia um novo olhar e, em lugar da intuio, podiam contar com uma metodologia que, a partir do presente, lanava luzes sobre o passado permitindo, por sua vez, a construo de uma imagem de pas e de nao que se projetava em direo ao futuro. A nova preocupao com a mudana social/cultural representou a perspectiva que o indigenismo peruano assumiu, quase vinte anos depois da novela/testemunho ideolgico Tempestad en los Andes do prprio Valcrcel, quando ento ele prprio afirmava o ressurgimento da raa indgena:
[...] la cultura bajar otra vez de los Andes. No mueren las razas. Podrn morir las culturas, su exteriorizacin dentro del tiempo y del espacio. La raza keswa fue cultura titikaka y despus ciclo Inka. Perecieron sus formas [...] Pero los keswas sobreviven todas las catstrofes [...] en lo alto de las cumbres andinas brillar otra vez el sol magnfico de las extintas edades [...] (op.cit.,s/data).
Portanto, para balizar o aparecimento de um novo indigenismo peruano poderamos tomar como marcos dois livros de Valcrcel: Tempestad en los Andes (1927) e Ruta Cultural del Per (1945), fruto de marcantes experincias sociais e intelectuais:
[...] de haber sido una corriente de denuncia y crtica, y despus de haber anunciado la indigenizacin del Per, el indigenismo se converta ahora en una escuela de pensamiento. Nosotros no habamos buscado el cambio total, sino la valoracin y el respeto hacia la cultura indgena. A pesar de que desaparecieron las condiciones para la denuncia y la propaganda en favor de los indios, qued vivo el sentido esencial: la conservacin de los valores culturales autctonos. (op.cit: 325)
Era, enfim, o momento de cruzar a fronteira em direo modernidade, sem perder os vnculos com a tradio. Comeou a delinear-se a preocupao com o fato de que, embora as mudanas econmicas introduzidas no pas desde o sculo XVI no tivessem podido alterar a conscincia coletivista da populao indgena, isso no significava que estas mesmas populaes no tivessem o direito aos benefcios das inovaes modernas. Desta maneira, aquele estudo preferentemente voltado s questes histricas, ao conhecimento do passado, comeou a dedicar-se mais ao presente. Assim, seguindo o prprio percurso de Valcrcel percebemos como o indigenismo foi se tornando uma escola de pensamento: em primeiro lugar, pelo seu carter cientfico devido s novas disciplinas que foram sendo introduzidas nos cursos de Etnologia, e em segundo lugar, pelo seu carter prtico, j que a avaliao etnolgica passou a ser condio prvia para qualquer formulao de projetos voltados s populaes indgenas. preciso lembrar que esta perspectiva incorporou-se aos fins
desenvolvimentistas a partir de 1946, com a criao do Instituto Indigenista Peruano, rgo vinculado ao Ministrio de Justia e Trabalho do qual Valcrcel foi o primeiro diretor. 9 Comeou a crescer, ento, o interesse pela populao indgena, especialmente no que se refere s suas manifestaes culturais: alm do Instituto de Arte Peruano, do Museo de la Cultura Peruana, o Ministerio de Educacin Pblica passou a contar com um departamento de folklore na parte de Direccin de Educacin Artstica que, com a ajuda de milhares de professores espalhados por todo o pas, passou a recompilar materiais folclricos. Escrevendo no perodo do ps-guerra, sua percepo da economia peruana positiva, na medida em que estaria sendo acelerada a destruio do feudalismo:
[...] el nombre y la fama del Per, alcanzarn nuevos y definitivos resplandores, afianzndose las penosamente adquiridas caractersticas de su vida internacional [...] son rasgos propios de la personalidad del Per en sus relaciones externas: un profundo sentido de convivencia armnica y una exquisita sensibilidad para percibir lo justo[...] (Valcrcel,1965:24).
Enfim, ainda que mantenha sua antiga posio ideolgica, esta aparece agora bem mais matizada, pelo menos, por duas outras fortes influncias: o socialismo e a etnologia como formas de compreenso e transformao da realidade. Jos Maria Arguedas foi aluno de Valcrcel em 1931, antes do perodo em que, por razes polticas, aconteceu o fechamento da Universidade de San Marcos. Depois, quando ela foi reaberta, em 1935, Arguedas precisou deixar os estudos para trabalhar. Nesta fase est envolvido com a literatura: em 1935 publicou sua coletnea de contos Agua, bem como Los Escoleros e Warma Kuyay. Participando da militncia anti-fascista acabou sendo preso. Desta experincia resultou seu romance El Sexto (nome da priso onde esteve) e, logo em seguida, apareceu Canto Kechwa. Em 1938 comeou a escrever Yawar Fiesta. Voltando aos seus estudos, trabalhou durante alguns anos como professor secundarista, retornando cena intelectual limenha em 1953 como chefe do Instituto de Estudios Etnolgicos do Museo de la Cultura, e secretrio do Comit Interamericano de Folklore, tornando-se, desta maneira, editor da revista Folklore Americano. Em 1956 produz seu primeiro trabalho de peso em Etnologia, conseguindo seu ttulo de bacharel no ano seguinte. Em 1959 chega sua tese doutoral na Espanha e, de volta ao Per, passou a lecionar na Universidade de San Marcos. Nos anos sessenta a situao poltica agravou-se em todo o continente e no Peru a represso militar produz inmeras vtimas. Arguedas continua a produzir literatura, de cunho indigenista e libertrio, ao mesmo tempo em que aprofunda seus conhecimentos antropolgicos, lecionando e criando discpulos. Em funo de um convnio/projeto para pesquisar a literatura oral peruana ele passou a lecionar na Universidad Agraria La Molina. Afastado da militncia poltica desde que havia sado da priso , no se envolve com nenhum partido poltico. Seu esforo concentra-se na ansiada percepo, compreenso e interpretao do seu pas, tanto na literatura quanto na Etnologia.10 Desta poca at 1969, ano em que cometeu o suicdio, passou por perodos bem produtivos e outros em que sucumbia diante de sua doena psquica, uma profunda depresso que o acompanhava j havia muitos anos. Seu ltimo trabalho, uma novela inacabada, pode ser pensada como um paradigma da relao intelectual e emocional, consubstanciado numa escritura em que tanto a literatura quanto a antropologia so invocadas de forma profunda e inexorvelmente entranhadas (Arguedas,1990). Some-se a tudo isso as tenses do contexto social, poltico e intelectual decorrentes das presses do debate sobre o engajamento poltico dos intelectuais latino-americanos e teremos, quem sabe, a possibilidade de compreender as seguintes palavras de Arguedas:
Fue leyendo a Maritegui y despus a Lenin que encontr un orden permanente en las cosas; la teora socialista no slo dio un cauce a todo el porvenir sino a lo que haba en m de energa, le dio un destino y lo carg an ms de fuerza por el mismo hecho de encauzarlo. Hasta dnde entend el socialismo? No lo s bien. Pero no mat en m lo mgico (1969).
A compreenso do que seria este mgico para Arguedas , certamente, desafiante. Entre inmeros comentadores da sua obra, gostaria de destacar duas posies antagnicas que consubstanciam uma polmica bastante relevante e, duradoura: por um lado, Vargas Llosa, acusando Arguedas de ser o contrutor de uma utopia arcaica na medida em que teria mitificado uma suposta dualidade cultural do pas que, no fundo, era apenas sua, espcie de personagem obcecado em viver uma fronteira ultrapassada, e, portanto, construtor de sua prpria mitologia. De certa maneira, o que Vargas Llosa apresenta a figura de um homem paralisado, desgarrado entre dois mundos que seus dois zorros representam:
[...] el de un hombre aferrado a cierta antigedad, a un mundo campesino, impregnado de ritos, cantos y costumbres tradicionales [...] mundo arcaico que l conoci de nio, que estudi como folklorista y etnlogo y que, como escritor, idealiz y reinvent. Y del otro lado, el de un intelectual convencido de que la lucha por la justicia y la modernidad era necesaria y que adoptara [...] la forma de una revolucin marxista. Arguedas presinti siempre que ambas adhesiones eran incompatibles (Vargas Llosa,1980).
Em 1976, no famoso prlogo coletnea de artigos escritos por Arguedas entre 1940 e 1969, Seores e Indios, ngel Rama, ao contrrio, afirmava que a unidade da produo arguediana resultava do fato de estar centralizada no ndio peruano, do seu carter francamente nacionalista, e da ampliao desta viso pela incluso, crescente, dos estratos de ndole mestiza, prolongamento daquela cosmoviso original (Rama,1976). Assim, se no primeiro livro de contos, Agua (1935), e na primeira novela, Yawar Fiesta (1941), ele permanecia de costas para as normas da referida modernidade, nos trabalhos subseqentes Arguedas partiu em busca de um registro mais adequado percepo da nao enquanto totalidade, como sugere Rama (1982), embora nas obras subseqentes continuasse com a concentrao anterior, onde se reiteravam os mesmo temas.11 Desta maneira, se de alguma forma o mgico em Arguedas sugere a Vargas Llosa uma certa irracionalidade, um descompasso com seu tempo, uma relao negativa entre mito e utopia, para ngel Rama, aquele universo arguediano fixo, prototpico, repetitivo, sugere um jogo de permanncia e leves variaes, um verdadeiro modelo simblico no qual a criao artstica est situada no centro da transculturao.12 Nele, este pensamento interminvel, no sentido estruturalista, se configura numa convico apaixonada de que o pas s teria salvao e sada atravs da recuperao da cultura indgena, dos valores ancestrais, reproduzindo, de incio, o mesmo esquema dicotmico de dominadores/dominados, logo complexificado pela problemtica das classes sociais, influncia ntida de Maritegui e das leituras socialistas. Portanto, diferentemente de Vargas Llosa, Rama percebe a superao da mencionada utopia arcaica atravs de um modelo que englobaria referentes lingusticos, literrios, sociolgicos/antropolgicos e mticos. Desta maneira, Arguedas estaria dotando o sistema regional de novas potencialidades, ligadas funo que a novela vai adquirindo no contexto latino-americano, ou seja, como instrumento privilegiado tanto em relao ao processo de transculturao quanto emergncia de um narrador oriundo de uma pequena burguesia ansiosa por lutar pelos valores autctones, mediadora dos dois mundos. Neste sentido, possvel imaginar este mgico arguediano como decorrncia e, por outro lado, como funo mediadora deste carter de fronteira, nos vrios sentidos sugeridos at agora: o artstico, o cultural e o poltico.
O antroplogo e novelista Rodrigo Montoya Rojas decidiu estudar Antropologia depois de um encontro com Jos Maria Arguedas, que era amigo do seu pai. Serrano de Puquio, chegou em Lima nos anos sessenta, para freqentar a Universidade de San Marcos. Seguiu uma carreira acadmica de muito xito sendo atualmente professor emrito da referida universidade. Em 1994, j afastado da militncia poltica desde 1978, trouxe aos crculos intelectuais um trabalho de sntese da questo tnica e poltica de ressonncias muito diretas com a obra de Arguedas e de Maritegui. Alm da inteno explcita de fazer um balano ideolgico das tendncias polticas do pas, contando a histria de uma excluso fundante da sociedade peruana, apresenta sua proposta de um socialismo mgico: um projeto de transformao, agora realmente ligado ao entendimento da diversidade tnica e cultural, postulando-o como a nica sada para uma sociedade democrtica (Montoya,1994). Desta maneira, a idia de uma utopia andina, formulada originalmente por Manuel Burga e Alberto Flores Galindo, reaparece vrios anos depois como utopia da diversidade.13 Que mudanas teriam ocasionado esta passagem, e o que ela significa em termos sociais e intelectuais? O fio condutor parece apontar para a questo da violncia enquanto componente estrutural da histria peruana, fruto da excluso da populao indgena e mestia. Mas tambm diz respeito a uma avaliao da intelectualidade peruana, colocada em termos de uma perspectiva crtica dos projetos, tanto da direita quanto da esquerda, objetivando sua superao em direo a uma democracia plena, a uma cidadania para todos. Trabalhando com a questo tnica ele aponta a profunda relao entre messianismo/milenarismo e a poltica, que no Peru no seria uma atividade profana e sim profundamente condicionada pelo fator religioso.14 Na realidade, esta seria a chave para a compreenso do que Montoya chama de horizonte utpico, ou seja, uma combinao de utopia andina e socialismo, fruto de um processo de mitificao da histria incaica e sua apropriao pela poltica. Sua ambio poltica e intelectual assenta-se numa questo muito clara:
a lo largo de mis trabajos trato de responder a la pregunta general 'cul es el proceso de articulacin entre el capitalismo y el complejo universo indgena del pas'?
Ao mesmo tempo, Montoya v na utopia andina uma resposta totalizadora ao localismo, enquanto resqucio do Imprio Incaico, projetando a idia de um homem andino enquanto uma totalidade de traos comuns, expressando uma histria imaginada ou desejada e no a realidade de um mundo fragmentado. Seria, desta maneira, o conjunto de projetos para enfrentar esta realidade, o ponto de encontro entre a memria e o imaginrio. O que parece importante salientar que esta utopia necessita da existncia, real ou imaginria, desta pluralidade/diversidade, enquanto ao mesmo tempo precisa postular uma andinidade que d unidade s suas proposies. Enfim, o localismo pode ser compreendido como fonte identitria e, ao mesmo tempo, como aquilo que precisa ser superado. Na realidade, a idia de uma diversidade/pluralidade tnica est naturalmente ligada uma concepo espacial especfica: grupos diversos, ligados aos seus lugares de origem ou, pelo menos,
aos locais que lhes foram destinados para viver. Portanto, localismo ligado diversidade pressupe fragmentao. Da a necessidade de super-lo numa concepo unitria de identidade que seja capaz de manter a idia de diversidade/pluralidade, atrelada a uma concepo espacial que independa do contexto real. A recriao de uma identidade tnica numa metrpole como Lima, por exemplo, passa a supor que ela seja capaz de lidar simultaneamente com a diluio de um localismo geogrfico enquanto suporte de identidade, e a recriao de espaos concretos e/ou imaginrios onde ancor-la. Neste caso, interpretar a histria peruana apresenta-se como a prpria caracterizao desta utopia da diversidade a qual, por razes bvias, encontra em Arguedas sua mais autntica expresso. Contar a histria desta excluso, como afirma Montoya, implica tambm em constru-la e, portanto, utopia andina e utopia da diversidade tornam-se as duas faces de uma nica moeda: uma que retoma o passado, outra que aponta para o futuro, atravs da proposta do socialismo mgico. Este carter mgico atribudo ao socialismo, ou pelo menos a este socialismo, tem tambm em Arguedas sua referncia e legitimao: sua escritura, misto de revoluo e assombro, de xtase e desiluso, tambm uma escritura de fronteiras, um territrio potencialmente aberto a (re)interpretaes. Em termos da sua importncia poltica, ele foi o grande defensor da criatividade do povo peruano e, como vimos, procurou construir uma viso de totalidade do pas. Segundo Montoya, nas palavras do discurso No soy un aculturado est toda a inspirao para se compreender a possibilidade da coexistncia do socialismo e do pensamento mgico, ou seja, da tradio com a modernidade. E neste sentido que caminha sua concepo de um socialismo mgico, no qual existe um encontro impostergvel entre a poltica e os inmeros movimentos sociais, entre o respeito pela diferena e a luta pela autodeterminao.
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Notas
* Selma Baptista, Universidade Federal do Paran, Brasil. Correo eletrnico: [email protected] 1. Jos Carlos Maritegui nasceu em Moquegua, um porto fluvial ao sul do Peru, em 14 de julho de 1894 (a autora Maria Wesse, que escreveu a biografia que faz parte das obras completas, d como data de nascimento 1895, mas seus filhos comemoraram seu centenrio em 1994) e morreu em Lima, no dia 17 de abril de 1930. Jos Maria Arguedas nasceu em Andahuaylas no dia 18 de janeiro de 1911. Morreu em Lima, no dia 2 de dezembro de 1969. Rodrigo Montoya nasceu em Puquio, nos anos quarenta, e vive em Lima. 2. Neste sentido, ver os artigos de Mirta Alejandra Antonelli, Walter Mignolo, Ramn Pajuelo, Juan Poblete, entre outros. 3. Cf. R. Cardoso de Oliveira (1988) Por uma etnografia das antropologias perifricas. In: Sobre o pensamento antropolgico, Tempo Brasileiro, Rio de Janeiro (1995); Notas sobre uma estilstica da antropologia. In: Estilos de antropologia, Ed. Unicamp, Campinas; Ruben, Guillermo R. (1992) A teoria da identidade na antropologia: em exerccio de etnografia do pensamento moderno. In: Roberto Cardoso de Oliveira. Homenagem . Unicamp/IFCH, Campinas; (1988) Teoria da Identidade: uma crtica. In: Anurio Antropolgico 86. 4. O MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) nasceu em 1959, como dissidncia do APRA. Em 1965 inicia uma ao guerrilheira, sendo derrotado no comeo de 1966. O VR (Vanguardia Revolucionaria) nascido em 1965, compe-se de vrios ncleos radicais sados do PC-Unidad, do Accin Popular e do trotskismo. Ambos vo ser os troncos centrais da chamada nueva izquierda. Nos anos 70 sofrem novas divises. Em 1977, no auge dos movimentos sociais e da abertura democrtica, as vrias faces do MIR, do VR, e do PCR (Partido Comunista Revolucionrio) vo convergir na UDP (Unidad Democratico Popular). Em 1980, a UDP une-se com o PC-Unidad e o Patria Roja, bem como com outros grupos menores formando a IU (Izquierda Unida), que vai atravessar os anos 80, chegando aos 90, num confronto bilateral, tanto contra o Sendero Luminoso, que se dizia herdeiro das idias de Maritegui e Arguedas, como contra a direita, encarnada no movimento Libertad de Vargas Llosa e Fujimori.
5. Esta outra face da mesma tradio altamente estimulante. Devemos considerar, neste caso, a passagem do prprio Maritegui pela literatura, e a presena marcante de Valcrcel, que antes de tornar-se um antroplogo, escreveu literatura indigenista. Na sua esteira vo estar outros, como, por exemplo, Castro Pozo, Arguedas e Rodrigo Montoya. 6. Ver Hildebrando Castro Pozo (s/data). Edio do autor: como trabajo mercancia, esta obra pertenece al autor, quien se reserva todos los derechos de reproduccin, total o parcialmente. El precio es inalterable: 50 centavos en Lima, 60 en provincias. 7. A palavra amauta pode ser traduzida como lder intelectual. Em quchua significa homem sbio, mestre (cf. Glossrio, escrito por Martin Lienhard, para o dossi sobre Arguedas, publicado por Eve-Marie Fell, citado na bibliografia.) 8. A avaliao do que veio a chamar-se marxismo ocidental bastante ampla, no cabendo nos propsitos deste artigo. Nesta genealogia, relida por autores importantes como Perry Anderson, seus nomes nem constam. No entanto, numa genealogia do marxismo latino-americano, como a que faz Raul Fornet-Betancourt, entre outros, ali esto estes pensadores que exerceram grande influncia na formao poltico-filosfica de Maritegui. Alm dos franceses Henri Barbusse e Romain Rolland, destaca-se Georges Sorel (1847-1922), e, entre os italianos, Benedetto Croce (1866-1952) e Piero Gobetti (18971926), este, por exemplo, citado pelo prprio Maritegui como uma das cabeas com as quais me sinto em mxima sintonia (apud: Raul Fornet-Betancourt, pg.157). 9. Interessante observar que, nesta relao especfica entre socialismo e etnicidade, esta categoria de camponeses na realidade dissimula a noo de etnicidade. , sem dvida, uma formulao datada, marcada pelas questes da poca. 10. Na sua opinio teria que haver um quarto tomo do Capital, onde, junto com o marxismo enquanto expresso mais alta do pensamento crtico da modernidade, estaria, tambm, a tradio histrica de cada pas. 11. Os dois projetos mais conhecidos desta poca so: Vicos e Puno Tambopata. Estas atividades levaram criao do Plan Nacional de Integracin de la Poblacin Aborgen, de 1959. 12. Sua novela Los Rios Profundos apareceu em 1964. 13. Diamantes y Pedernales ( 1954), Los Ros Profundos (1958), La agona de Rasu iti (1962), Todas las Sangres ( 1964), Amor Mundo (1967) e, finalmente, a obra pstuma, El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971). 14. Para uma apreciao crtica da obra de Angel Rama sugerimos a leitura do texto de Juan Poblete 15. Vale lembrar: Buscando un Inca, de Tito Flores, de 1988, e, Nacimiento de una utopia. Muerte y resurreccin de los Incas, de Burga, de 1986. 16. Note-se a a relao com o pensamento de Maritegui e de Arguedas.
La Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo: emergencia de nuevas prcticas en cultura y poder en la Argentina de la Posdictadura 1
Teresa Basile *
Preliminares
Por qu he elegido abordar la recientemente fundada Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo ante la invitacin de Daniel Mato a participar en este proyecto? Mi eleccin fue inspirada en lo que considero el gesto ms relevante de su propuesta (Mato 2000,2001): indagar los procesos de institucionalizacin de los llamados Estudios Culturales latinoamericanos desde su propia especificidad y no desde el modelo especular de los Cultural Studies y sus variantes. De all que su primera apuesta haya sido el cambio de nombre por el de Prcticas intelectuales latinoamericanas en cultura y poder en tanto este cambio implica una vasta operacin desplegada a fin de evaluar las particularidades de estas prcticas en Amrica Latina. Este giro me permiti abandonar una serie de preconceptos provenientes no tanto de los Cultural Studies en sus versiones inglesas como de aquellas imperantes en la academia argentina y tambin me incit a visualizar otro tipo de prcticas diferentes en el campo argentino dominado por el perfil del intelectual crtico, desvinculado de movimientos sociales. La ya notable actuacin de este movimiento social las Madres de Plaza de Mayo y su reciente fundacin de una Universidad abren otros perfiles para indagar procesos especficamente latinoamericanos de institucionalizacin de nuevas prcticas que vinculan el conocimiento con la praxis social. Mi eleccin tambin se apoya en las siguientes cuestiones: 1) Las Madres de Plaza de Mayo surgidas durante la dictadura constituyen una organizacin social polticamente relevante en el contexto de la posdictadura argentina ya que efectan una serie de demandas en torno a las herencias de la dictadura en democracia, aunque sus prcticas van ms all de estos lmites. Conforman un grupo representativo que vehiculiza una agenda en torno a la memoria, los desaparecidos, la defensa de los Derechos Humanos, los problemas de la Justicia, las regulaciones de la democracia, los planes econmicos, entre otros, y adems las Madres condensan a nivel simblico una serie de imaginarios en torno a lo sucedido durante la ltima dictadura argentina. 2) Sus actuaciones en la esfera pblica calzan en el concepto de prcticas privilegiado por Mato ya que alternan actos polticos de protesta de diversa ndole como sus famosas rondas en la Plaza de Mayo con el despliegue de una actividad cultural nucleada ahora en la Universidad Popular, pero de larga data (organizacin de eventos culturales, publicaciones, peridicos, etc.). El recorrido de las Madres disea un trayecto que va desde la lucha poltica a la fundacin de la Universidad Popular. Un recorrido por dems interesante y que nos llevara a preguntarnos por las nuevas modalidades de lucha de los movimientos sociales en la coyuntura de una democracia posdictatorial an deficitaria que tolera los actos de protesta pero no la lucha armada bajo clulas terroristas, y que adems requiere el conocimiento y manejo de nuevos espacios de legalidad a travs de los cuales tramitar las demandas de justicia, espacios que se van a desplegar en la Universidad Popular. Resulta claro que, fracasados los movimientos revolucionarios y sin posibilidad de rearticularlos en el espacio democrtico, las prcticas transformadoras ensayan otras vas. 3) No resulta sencillo describir el carcter representativo de Las Madres bajo las categoras de actores locales o nacionales ya que el trmino local remite generalmente a comunidades previamente existentes, con una historia, creencias y costumbres compartidas. Este no es el caso de las Madres cuya emergencia fue el resultado de una coyuntura histrica
precisa: el accionar sistemtico del terrorismo de Estado durante la ltima dictadura llev a la organizacin de las madres con el fin de encontrar a sus hijos secuestrados. Este origen sign la identidad de las Madres como representantes de las vctimas de la dictadura y trascendiendo una postura poltica definible en trminos de la izquierda. Luego su historia fue variando y el grupo liderado por Hebe de Bonafini se fue politizando y definiendo su posicin ideolgica, como luego veremos. Tampoco la categora "nacional" me sirve ya que Las Madres no representan a la Nacin, sino que son el resultado de una poltica del Estado, ms precisamente del terrorismo de Estado. Como actoras representantes de un sector y de un momento coyuntural, sin embargo han adquirido un reconocimiento internacional que les permite intervenir en foros y debates transnacionales. 4) Finalmente, el proyecto de la Universidad Popular se liga a una tradicin latinoamericana, la de Paulo Freire y tambin a la de Enrique Pichn-Rivire, que se ofrece como un antecedente en el cual las prcticas pedaggicas se vinculan con los procesos de transformacin social. Este proyecto educativo condensa una serie de crticas que atraviesan el presente de la democracia argentina y en este sentido resulta pertinente para visualizar las particularidades que los Estudios sobre Cultura y Poder adquieren en la Argentina y que la diferencian en el contexto de Amrica Latina.
Esta universidad propone un tipo de conocimiento que, en contraposicin al que se postula como terico y especulativo, se ancla en la experiencia y ahonda sus dimensiones polticas. Su origen se encuentra en la experiencia sufrida por las Madres durante la dictadura. En esta experiencia convergen tanto el legado revolucionario de sus hijos como sus propias luchas por recuperarlos llevadas a cabo en colaboracin con las numerosas instituciones que, durante la dictadura, lucharon por la defensa de los Derechos Humanos. Frente a posturas propensas a soslayar e incluso negar la lucha poltica y el perfil ideolgico de sus hijos, las Madres rescatan el legado revolucionario de ellos para convertirlo en una utopa que gue la praxis de sus luchas, protestas y reclamos. Se trata de una utopa para la transformacin revolucionaria que incluso resignifica el trmino de subversivo en su capacidad para cambiar el orden vigente.
Hebe de Bonafini, lder de esta agrupacin de las Madres de Plaza de Mayo y Rectora de la Universidad Popular 3, sostiene: El sueo de nuestros hijos era transformar la realidad siniestra de un pas hecho pedazos. Nuestro sueo es transformar esto que nos toca vivir hoy (Bonafini,1999:2) La memoria es el nexo entre los hijos y las Madres, la memoria es la que convierte en resurreccin la muerte de sus hijos que ellas se niegan a enterrar como un gesto poltico: Enterrar a sus hijos sera, en definitiva, para el poder, enterrar los sueos de sus hijos ( Zito Lema, 1999b:3). El pasado truncado de los sueos revolucionarios de los hijos desaparecidos se convierte en una deuda pendiente y la deuda en lucha por una sociedad ms justa. Como quera Walter Benjamn, el pasado exige su redencin: El pasado lleva consigo un ndice temporal mediante el cual queda remitido a la redencin. Existe una cita secreta entre las generaciones que fueron y la nuestra. Y como a cada generacin que vivi antes que nosotros, nos ha sido dada una flaca fuerza mesinica sobre la que el pasado exige derechos (Benjamn,1989:178). Vicente Zito Lema reconoce esa deuda: Para m no es un desafo menor; debo dar cuenta ante mis compaeros cados, debo rendir cuenta antes mis compaeros de ctedra desaparecidos. Una generacin que crey en la revolucin y pele por ella. Debemos hacernos cargo de esa herencia (Zito Lema,1999a). En la experiencia de las Madres como punto de origen del saber radica la ntima imbricacin entre cuerpo y palabra, entre praxis y teora que reunifica e integra la fragmentacin del ser humano 4. Es un saber que se articula en una densidad temporal, atravesada por un pasado en que los sueos truncados de sus hijos se convierten en deuda pendiente, por un futuro en el cual se proyectan nuevamente las utopas y sueos de un pas ms justo y por un presente en que las deudas del pasado y los sueos del futuro afilan el perfil crtico y sostienen la protesta cotidiana. Es un saber anclado en la espesura de lo real, interesado en las demandas sociales, en los reclamos constantes a la justicia, en las luchas. Contra ciertos paradigmas posmodernos que diluyen las utopas, niegan la historia y decretan el fin de las luchas de clases y los ideales revolucionarios, la Universidad Popular rescata aquellas consignas revolucionarias de los aos 60 para, en otra coyuntura y con otras armas, hacerlas vigentes. Frente a un conocimiento fragmentado, disciplinario, desinteresado, especulativo, terico; la Universidad Popular procura un saber cargado de memorias, de historias de vida, de nombres y apellidos, de rostros y cuerpos, de reclamos por la justicia, de protestas por la verdad, de ideales. E incluso resulta todo un gesto poltico la reasuncin de cierta terminologa de la izquierda, fundamentalmente contra algunas corrientes del postmodernismo que la dan de baja, en el uso de conceptos como dependencia, imperialismo, lucha de clases, utopa, liberacin, explotacin etc. James Petras (Petras,2000) critica el uso de ciertos trminos, incluso por la intelectualidad de izquierda, que como globalizacin pretenden ocultar viejas categoras an vigentes. En este sentido, entonces, la reposicin de conceptualizaciones de los aos 60 en los programas de las carreras tiene una clara intencin poltica y se opone a los intentos de vaciamiento ideolgico (Fuchs,2000). Sin embargo, la continuidad del sueo revolucionario de sus hijos nacido en la coyuntura histrica de los aos 60 y 70, se reformula necesariamente en otros trminos en el horizonte del presente. No se trata ya, necesariamente de una lucha armada; la revolucin se puede continuar de diferentes modos ha dicho Hebe en un programa televisivo y sus prcticas de protestas, marchas, rondas, petitorios testimonian un cambio notable. No menos notable es haber fundado una universidad.
Legados
El legado del pedagogo Paulo Freire se instala en el centro de las propuestas de esta universidad a travs de un proceso de reacomodacin y resignificacin atento a la coyuntura del presente de la Argentina, y en el encuentro con otros legados como el de la Psicologa Social de Enrique PichnRivire 5. Las coincidencias entre las perspectivas de la pedagoga de la liberacin de Paulo Freire y la psicologa social de Enrique Pichn-Rivire quienes se conocieron slo tardamente resultan todo
un sntoma de poca, emergentes del pensamiento de izquierda en Amrica Latina y en armona con los movimientos revolucionarios en su etapa triunfante. Mientras Paulo Freire trabaja en la educacin de grupos teniendo permanentemente en cuenta las dimensiones psicolgicas que como la introyeccin de la figura del opresor dentro del oprimido o la internalizacin de los mitos con los que la ideologa hegemnica procura sostener su sistema de dominio obstaculizan la educacin para la liberacin; Enrique Pichn-Rivire coloca en el centro de su Psicologa Social los problemas de la educacin. Desplaza la tarea teraputica hacia los conflictos que traban el proceso de aprendizaje conducente a provocar el cambio, la liberacin 6. La Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo retoma ambos legados en el punto en que ambos coinciden: si para Freire se trata de una pedagoga de la liberacin, Pichn-Rivire se ocupa del aprendizaje para el cambio. Ms an, es el proyecto poltico cultural de esta Universidad el que pone en contacto ambas propuestas y las vuelve convergentes y complementarias. Cul sera el giro, cules las reacomodaciones que los legados pedaggicos de Paulo Freire y de Enrique Pichn Rivire requieren para volverse operativos en la presente coyuntura argentina? Cules son, en definitiva, las caractersticas que determinan los conceptos de educacin y conocimiento vigentes en esta Universidad?.
Recontextualizacin
Hablamos ya de un proceso de recontextualizacin a travs del cual los legados de la Pedagoga de la liberacin y de la Psicologa Social se acomodan a los requerimientos de la Argentina del presente. En esta recontextualizacin confluyen: por un lado aquellos factores de la realidad argentina actual que son objeto de la mirada crtica de la Universidad Popular, en especial las polticas econmicas neoliberales y las herencias del terrorismo de Estado de la dictadura, y por el otro las consecuencias de la prdida de poder de las organizaciones de izquierda y sus metodologas de lucha en Argentina, dado que estos sectores fueron los que perdieron la guerra sucia durante la dictadura. a) Derechos Humanos
En este sentido, la lucha por los Derechos Humanos se convierte en uno de los ejes ideolgicos ms fuertes en la lucha por la liberacin y transformacin de la sociedad en el panorama de la Argentina neoliberal y conduce muchas de las prcticas sociales que se llevan a cabo en su nombre. La Universidad Popular ofrece la carrera de Derechos Humanos y Polticos (3 aos) junto con seminarios sobre el tema. Concebida en el cruce con el legado de la pedagoga de la liberacin, los Derechos Humanos aparecen como una de las vas privilegiadas para llevar a cabo la lucha por la transformacin hacia una sociedad ms equitativa. La importancia y centralidad de los Derechos Humanos en el seno de la Universidad Popular es una de las marcas ms notorias del modo en que la lucha revolucionaria se articula en el presente de una democracia neoliberal. Es decir, los modos de lucha han abandonado la va armada, la formacin de clulas guerrilleras, los operativos en la clandestinidad para reorientarse por el camino de la justicia internacional de los Derechos Humanos, iniciada con la Declaracin Universal de los Derechos Humanos (1848) y continuada hasta nuestros das por tratados y pactos internacionales que determinan su aplicacin en forma ampliada. Algunos vnculos de la Universidad Popular con ciertas ideas de los Derechos Humanos presentan una serie de reacomodaciones y paradojas. Si bien histricamente la apelacin a los Derechos Humanos se inicia en plena dictadura a travs de la lucha de las Madres y otras organizaciones de Derechos Humanos para recuperar a sus hijos evidenciando una notable capacidad para organizarse como fuerza opositora con visibilidad pblica en un clima de fuerte censura; una vez finalizada la dictadura la lucha no termina. En democracia se sigue levantando la bandera de los Derechos Humanos en oposicin ahora a una poltica gubernamental sustentada en el olvido y la impunidad a travs de las leyes y decretos de Obediencia Debida, Punto Final e Indulto 7. Esta continuidad pone en evidencia las incapacidades de la
democracia frente a las redes de poder heredadas de la dictadura que an siguen presionando a los gobiernos. Otra de las paradojas radica en que si bien fueron las Madres junto con otros organismos de Derechos Humanos quienes histricamente restringieron los derechos humanos a las violaciones cometidas durante la dictadura y as sancionaron una significacin que remita al terrorismo de Estado, sin embargo son ellas mismas quienes ahora cuestionan ese uso restringido del trmino y lo amplan (siguiendo en definitiva la letra de las declaraciones, pactos y tratados) a la violacin de todo tipo de derecho humano incluyendo los derechos econmicos, sociales, culturales, civiles, polticos, del nio, de la mujer, contra la dominacin racial, tal como puede observarse en las currculas de las carreras y seminarios que la Universidad ofrece. En esta perspectiva la Universidad ofrece como otra de sus carreras Economa Poltica y Social (3 aos) dirigida a la crtica del actual sistema econmico que, no olvidemos, es una continuacin de la poltica econmica neoliberal inaugurada durante la dictadura. La apelacin a los Derechos Humanos en la Argentina de hoy pone en cuestin la idea misma de una democracia que no slo no supo an saldar las deudas del terrorismo de Estado de la dictadura, sino que actualmente contina violando los derechos ms elementales del ciudadano en democracia. De este modo el estudio de los Derechos Humanos aparece como una herramienta fundante de la pedagoga de la liberacin en el marco de la democracia argentina ya que en su nombre se argumentan las crticas a la validez misma de este neoliberalismo democrtico y se efectan los reclamos por el respeto de los derechos que permitan imaginar una sociedad ms justa. La Universidad formula este proyecto alternativo donde sea factible imaginar un pas ms justo, tal como lo expresa Alicia Cabezudo en su fundamentacin al Seminario Educacin y Derechos Humanos:
La violencia estructural y la indiferencia gubernamental hacia necesidades vitales y derechos fundamentales de la poblacin nos hace difcil vislumbrar el futuro con esperanza []. Debemos incorporar (en la educacin) aquellos principios y valores que posibiliten convertirnos en agentes sociales de cambio, activos, dinmicos y transformadores. La enseanza y puesta en prctica de los Derechos Humanos nos otorga esta posibilidad y nos abre un campo de anlisis, concientizacin y accin en la actualidad argentina (Cabezudo,2000).
b) Educacin popular Otro de los legados proveniente de la Pedagoga del oprimido de Paulo Freire consiste en la formacin de educadores sociales capaces de contribuir en los diversos proyectos de educacin popular. La educacin popular entendida como una pedagoga de la liberacin tiene como fin ltimo la creacin del hombre nuevo como parte esencial de la creacin de una nueva sociedad 8 (Korol,2000 a) Para este propsito, la educacin se ocupa fundamentalmente de promover un proceso de concientizacin en los sectores populares que cuestione el sistema de dominacin y as participen eficazmente en la transformacin social. La pedagoga de Paulo Freire se vuelve un instrumento que ayuda a la integracin de la formacin poltica como una de las tareas organizativas constitutivas de estos movimientos (Korol,2000b) Las primeras experiencias de Paulo Freire en Brasil y Chile, que dieron lugar a la publicacin de su Pedagoga del oprimido (1970), se llevaron a cabo en un momento de ofensiva, organizacin y fortalecimiento de las fuerzas populares, en el clima triunfalista de la revolucin cubana y del gobierno de Allende. Sus experiencias pedaggicas fueron dirigidas a un sector bastante delimitado, los obreros rurales y urbanos. Por el contrario, implementar una educacin popular en la actual Argentina, significa tener en cuenta un panorama completamente diferente. Los sectores populares han sufrido una serie de prdidas en su poder poltico y econmico, han pasado de una lucha ofensiva a una tctica defensiva. La atomizacin tanto de los sectores de izquierda como de las organizaciones populares de todo tipo a las cuales se fueron sumando las nuevas minoras como feministas o ecologistas, han complicado an ms la posibilidad de unificar o articular las diferentes agrupaciones.
A la carrera de Educacin popular (2 aos) y al Seminario Teora y prctica de la educacin en la Argentina (1 ao), dedicados a formar educadores para los sectores populares, concurren alumnos que proyectan cooperar en los planes educativos de los ms diversos grupos. A diferencia del trabajo de Paulo Freire en contacto directo con grupos de obreros rurales o urbanos, la Universidad se ocupa de formar a quienes van a ocupar la funcin de educadores sociales: quienes colaboran en movimientos populares sindicales, movimientos barriales, centros estudiantiles; trabajadores sociales, docentes de instituciones educativas pblicas que estn disconformes con sus tareas, aquellos que realizan programas de alfabetizacin entre campesinos o participan en los programas educativos de los trabajadores desocupados, feministas, integrantes de sociedades de derechos humanos, entre otros. El legado de Freire se reacomoda a las necesidades de una Universidad que se interesa en la formacin de actores educativos. Esta caracterstica la aleja del trabajo concreto con grupos marginales tan caracterstico del pedagogo brasilero y que an cobra importancia en otros procesos educativos. La comparacin con la Red de Apoyo por la Justicia y la Paz que funciona en Venezuela, resulta significativa ya que en este ltimo caso se trata de promover un proceso de liberacin con la ayuda de las herramientas pedaggicas de Freire trabajando con vctimas y familiares de vctimas de un modo directo, tal como describe Soraya El Achkar en el artculo que forma parte de esta misma publicacin. Frente al panorama de atomizacin y diversificacin de las agrupaciones populares que hemos descrito, me interesa revisar las respuestas que esta carrera propone en su currcula. El trabajo de aprendizaje centrado en grupos es un aporte de la Psicologa Social de PichnRivire a esta carrera ya que permite desarrollar la cohesin, la integracin de sus miembros a travs de la solidaridad y la tolerancia. Paulo Freire ya percibi esta necesidad sealando la divisin como una estrategia del sistema de dominacin que divide para oprimir y frente al cual las masas deben organizarse para la accin transformadora. En la fundamentacin de la carrera se acenta la importancia del trabajo en grupos: Pretende integrar en la labor pedaggica, los aportes provenientes de la psicologa social, basada en la concepcin del grupo como el lugar de aprendizaje y de creacin de conocimientos y es una pedagoga de lo grupal y lo solidario, frente a los que reproducen el individualismo y la competencia (Korol,2000 a). La tolerancia se va acentuando cada vez ms en las teoras de Paulo Freire. Ya en la dcada de los 90 Freire reformula su Pedagoga del oprimido en la Pedagoga de la esperanza. Un reencuentro con la Pedagoga del oprimido (1992) atento a los cambios operados en esas dcadas. Por un lado percibe en su viaje a USA la emergencia de nuevas minoras sectorizadas, y por otro lado evala las causas de la cada del gobierno de Allende acusando el problema de la atomizacin de la izquierda. Frente a estos problemas propone dos conceptualizaciones: la tolerancia como virtud revolucionaria que consiste en convivir con quienes son diferentes para poder luchar contra quienes son antagnicos (Freire,1992:36) y la unidad en la diversidad a travs de la cual sea posible que las llamadas minoras reconozcan que en el fondo ellas son la mayora. El camino para reconocerse como mayora est en trabajar las semejanzas entre s y no slo las diferencias y as crear una unidad en la diversidad (Freire,1992:147). En esta lnea la carrera de Educacin Popular recupera e integra, a travs de la acentuacin del dilogo tan promovido por el pedagogo brasilero, a las nuevas minoras:
Es una pedagoga que [] acepta el dilogo con los saberes provenientes de las diversas ciencias sociales y de las distintas ideologas que promueven la liberacin como la teologa de la liberacin, el feminismo, la ecologa y el pensamiento proveniente de la resistencia indgena, negra y popular (Korol,2000a).
El programa de la carrera incluye, adems, las experiencias de educacin popular en Argentina contenidas en la fundacin del movimiento obrero argentino, desde los anarquistas hasta el pensamiento de Agustn Tosco y las propuestas desarrolladas por la Confederacin General del Trabajo (CGT) 9 de los Argentinos y confronta con otras experiencias educativas latinoamericanas del pasado y del presente planificadas en los marcos de la revolucin cubana, la experiencia chilena, los procesos revolucionarios en Nicaragua, las experiencias del Movimiento Sin Tierra de Brasil y del Ejrcito Zapatista de Liberacin Nacional en Chiapas.
La Psicologa Social
La Psicologa Social desarrollada por Enrique Pichn-Rivire se constituye en el otro gran legado que la Universidad Popular hace suyo y reformula acentuando sus dimensiones polticas en atencin a la trama del presente. La Universidad Popular cuenta con la escuela de Psicologa Social, Psicodrama y Sociodrama de 4 aos de duracin. Ya apuntamos la importancia del grupo que la Universidad de las Madres retoma del cuerpo de la Psicologa Social, veamos ahora su concepcin educativa. La Psicologa Social dicho en trminos muy sintticos se ocupa del comportamiento social del ser humano en sus interrelaciones con el medio y procura desarrollar sus capacidades crticas y creadoras. Parte del trabajo con grupos operativos definidos como grupos centrados en la tarea de aprendizaje. Lo que interesa en este proceso de aprendizaje que el grupo lleva a cabo es clarificar los obstculos que surgen y ponen en escena las resistencias al cambio. La Psicologa Social es una herramienta para vencer estas resistencias al cambio, explicitando los miedos y los estereotipos que la ideologa hegemnica ha generado en la subjetividad de los participantes, a fin de lograr un cambio operativo. De este modo la Psicologa Social es una de las principales herramientas para el proceso de concientizacin del individuo. En palabras del mismo Pichn- Rivire:
Es un tratamiento o mtodo para movilizar los ncleos estereotipados que dificultan el aprendizaje. El sujeto puede aprender con mayor libertad por la ruptura del estereotipo, puede entonces estar en un continuo progreso. El propsito del grupo operativo es lograr un cambio (Pichn-Rivire,1971:239).
En Implacable interjuego del hombre y del mundo (Pichn-Rivire,1971:169-172) Pichn-Rivire desplaza las problemticas del grupo de aprendizaje a los movimientos sociales. Analiza los conflictos suscitados ante la emergencia de un movimiento revolucionario y la resistencia de las fuerzas reaccionarias que procuran mantener el status quo. Toma como ejemplo el impacto revolucionario de la obra de Freud, pero sin descartar la posibilidad de movimientos revolucionarios de ndole ms poltico-social. Es en esta lnea en donde la Universidad Popular va a dirigir las propuestas de la Psicologa Social, repolitizando sus perspectivas de los movimientos revolucionarios, de all la articulacin que el programa curricular propone con los diversos movimientos revolucionarios latinoamericanos y argentinos como Movimiento Sin Tierra de Brasil, los piqueteros 10, Movimientos de Educacin Popular, Madres de Plaza de Mayo, Movimiento de trabajadores desocupados, etc. (Grande y Kozi,2000b 3). El aprendizaje en la tarea del cambio de la sociedad como propuesta de la Psicologa Social calza con los intereses de la Universidad Popular y se inscribe en la historia de las Madres. As lo perciben Alfredo Grande y Gregorio Kozi:
Por qu sostenemos la necesidad de transmitir la Psicologa Social en la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo? La imaginacin utpica y la concrecin de sueos libertarios, sostenidos en el marco histrico social por las Madres, nos desafa a alcanzar juntos un proyecto prctico conceptual transformador (Grande y Kozi,2000a).
El legado de Pichn-Rivire es abordado tanto desde la lucha de las Madres como desde la coyuntura especfica de la Argentina del presente. Es a travs de esta doble apropiacin que la Psicologa Social se repolitiza y contextualiza a fin de clarificar los mecanismos de la ideologa neoliberal encarnada en el Estado argentino que legitima a la sociedad de la violencia y la explotacin y exclusin de vastos sectores colectivos (Grande y Kozi,2000a).
Las prcticas
El concepto de integracin permite describir la ndole del conocimiento que fundamenta las propuestas de la Universidad Popular, la trama que sostiene ese saber. Integracin que vincula tanto los diferentes saberes disciplinarios y sus valores entre s como las relaciones entre teora y praxis y, finalmente, procura afianzar los lazos entre los individuos y los diversos grupos.
a)
Integracin disciplinaria
Siguiendo a Habermas (1989:131-144) una de las caractersticas que signan la modernidad ha sido el proceso de separacin de las esferas del saber en cuanto resultado de las resquebrajaduras de un mundo organizado por la palabra divina. Proceso paulatino que ha desembocado en la progresiva fragmentacin de los saberes en disciplinas y cuyo riesgo mayor radica en las plurales desvinculaciones que estas disciplinas mantienen en especial con respecto a la tica. Desde entonces el inters por establecer vnculos entre los diversos conocimientos, por poner en contacto valores que han sido separados de una totalidad ya perimida ha respondido, en ocasiones, a una percepcin de la integridad de los seres humanos y del mundo, cuya fragmentacin ha llevado a las polticas de la barbarie, a los avances cientficos en la carrera armamentstica, al desarrollo extremo de ciertas investigaciones cientficas como las que habilita la secuenciacin del mapa del genoma humano 11 que no encontraban o no encuentran en la tica un freno a su desarrollo. Las carreras, seminarios y talleres ofrecidos por la Universidad Popular resultan un intento por reponer los vnculos de las disciplinas con la tica elaborando sus propuestas curriculares en los cruces disciplinarios o los espacios transdisciplinarios. Otro riesgo de la fragmentacin disciplinaria, sealada insistentemente por una ya larga tradicin crtica, ha sido la pretendida pureza de las ciencias naturales y exactas frente a las perspectivas polticas y, en este sentido, los programas elaborados en la Universidad Popular evidencian el inters por sealar las implicancias polticas muchas veces ocultas bajo su pretendida autonoma.
Evidentemente lo que est en juego a la hora de hablar de propuestas multi o transdisciplinarias es la concepcin del ser humano que subyace en toda pedagoga. Si la especializacin propende a la formacin de tcnicos eficientes requeridos por los avances de las sociedades industriales y postindustriales, aquellos que sealan y evalan los riesgos, aquellos que sufren las consecuencias de sistemas que no los contemplan en sus estructuras, aquellos que luchan por una transformacin desde los mrgenes de la hegemona anteponen los valores ticos y las dimensiones polticas al desarrollo tcnico. Para Paulo Freire: la educacin ser tanto ms plena cuanto ms sea un acto de conocimiento, un acto poltico, un compromiso tico y una experiencia esttica (Freire,1996:129).
Cuando se trata del arte que ocupa un lugar importante en las ofertas de esta Universidad Popular el intento de establecer vnculos con la tica y la poltica no resulta una tarea sencilla, amenazada por los reduccionismos. Las fundamentaciones de los programas reflexionan sobre estos vnculos percibiendo la problematicidad de los mismos. En la fundamentacin a su seminario Literatura Argentina y Poltica, Alberto Szpunberg ya advierte la conflictividad que provoca la articulacin de los valores estticos con los ticos y con las significaciones poltico-sociales cuando seala Las relaciones entre la literatura y la sociedad siempre han sido objeto de polmicas acusando las limitaciones tanto de las posturas esteticistas como sociolgicas en cuyos extremos ni uno ni otro enfoque revelan la ntima relacin entre tica y esttica. Frente a ellas propone:
El siguiente Seminario pretende ofrecer un abordaje a la literatura argentina que, al mismo tiempo que supere la tradicional dicotoma de esteticismo vs. sociologismo, revele los distintos niveles de anlisis posible del hecho literario estticos, psicolgicos, sociolgicos, etc. y la interrelacin permanente y siempre fluida que existe entre ellos (Szpunberg,2000:1-2).
b)
Otro de los aspectos fundamentales de la integracin remite a los vnculos entre el conocimiento y las prcticas sociales, entre teora y praxis cuya modalidad se define por la orientacin de la carrera. El saber como un conocimiento tcnico especializado es superado por un saber interesado, que ofrece inters a la realidad vigente. Esta direccionalidad del saber se sustenta en la idea de una educacin para la liberacin del ser humano en sociedad. En las carreras ms vinculadas al arte y la educacin se propone la oferta de una formacin que conecte a sus egresados con las prcticas
culturales que se llevan a cabo entre los sectores populares, en los centros barriales, en los centros estudiantiles, en las organizaciones culturales de diferentes grupos como ya sealamos. La Escuela de Arte (3 aos) dirigida hacia el desarrollo del teatro, propone formar artistas capaces de encarar proyectos populares, activos socialmente y con su filo crtico apuntando a una sociedad en que el arte es fundamentalmente encarado como mercanca (Serrano, 2000a:1). La preferencia por el teatro se debe a su posibilidad para impactar de un modo ms inmediato en la realidad as como por su capacidad de integrar los diferentes aspectos del ser humano. En sus propuestas es tambin visible la tensin entre los valores estticos y sus relaciones con el contexto poltico-social:
La formacin que impartiremos abordar el teatro como un producto ms de la praxis humana, que ocurre en un contexto social e histricamente determinado []. Se trata pues de trabajo humano absolutamente contaminado de la circunstancia histrico-social. Aspiramos a evitar la inefabilidad de un presunto arte proveniente nicamente de los insondables abismos de un sujeto puro al igual que queremos dejar de lado los pragmatismos antiestticos y utilitarios. El arte teatral [] es un arte particularmente vinculado a los valores ticos y polticos de su poca, y esto de ningn modo implica dejar de lado especificidad esttica y sus valores intrnsecos (Serrano,2000a:1).
La articulacin entre conocimiento y praxis social es una preocupacin constante en todas las carreras ya que en definitiva la Universidad surge de un movimiento de protesta como lo son las Madres. Psicologa Social se ofrece como promotora de agentes de cambio; Derechos Humanos orienta su educacin hacia la transformacin del actual ordenamiento social; Economa Poltica se presenta en vistas a una labor educativa militante. Las vinculaciones entre conocimiento y prcticas sociales presuponen la comprensin del ser humano en ntima relacin con su contexto histrico. En su pedagoga de la liberacin, Paulo Freire contempla como dato inexcusable la situacin existencial del sujeto y su saber de experiencia hecho a la hora de diagramar los temas generadores. Pichn-Rivire habla del hombre en situacin, visto en su cotidianidad, propone el anlisis de los sujetos en su realidad inmediata, en sus condiciones concretas de existencia en las cuales la subjetividad es un fenmeno social e histrico. La relacin entre el ser humano y su contexto histrico est contemplada en ambos pensadores en una doble direccionalidad: la determinacin del medio sobre el sujeto, vista como una inmersin acrtica en el sistema de dominacin (Paulo Freire) o como la presencia de obstculos y estereotipos que traban su desarrollo (Pichn-Rivire) frente a la capacidad transformadora y creativa del sujeto. Producido y emergente, en tanto determinado, pero a la vez productor, actor, protagonista (Pampliega y Rivire,1970:11). Es justamente en este pasaje de una situacin de dominio a otra de liberacin donde acta la educacin como herramienta de concientizacin y percepcin de los elementos de la ideologa hegemnica que traban la tarea transformadora, de anlisis de los mitos introyectados en la conciencia colonizada y de los estereotipos de la sociedad capitalista, un paso necesario para la asuncin responsable del oprimido como sujeto de su propia liberacin. La educacin se convierte en este momento en desarrollo de las capacidades crticas ms que en la acumulacin de conocimientos. Mientras Paulo Freire propone la concienciacin como insercin crtica en la realidad, indispensable para el compromiso responsable de los sujetos en el proceso de transformacin y como modo de escapar tambin a la manipulacin propagandstica de ciertas vanguardias de
izquierda; Pichn-Rivire concibe un proceso de esclarecimiento de los miedos y estereotipos que obstaculizan la tarea orientada al cambio y define los alcances de su concepto de aprendizaje sustentado en una didctica que caracteriza al aprendizaje como la apropiacin instrumental de la realidad para modificarla (Pichn-Rivire,1971:209). Paulo Freire condensa en dos palabras esta doble perspectiva del conocimiento denuncia y anuncio, la crtica al sistema de dominacin junto con la apuesta a la esperanza de cambio. c) Integracin y solidaridad
El concepto de integracin alcanza una ltima significacin, no slo se refiere al contacto entre las disciplinas y a la relacin entre teora y praxis, alude adems a los vnculos entre los miembros de la sociedad y los participantes de agrupaciones. El desarrollo de la solidaridad se reitera como una necesidad en los fundamentos de las carreras. Ya hablamos de la centralidad e importancia del trabajo en grupo tomado de Pichn-Rivire as como de los problemas que Freire sealaba en las polticas de las minoras y de la izquierda. Aqu slo quiero agregar las implicancias polticas que adquiere en ambos pensadores el concepto de grupo. Para Paulo Freire, la ideologa hegemnica utiliza como herramienta para ejercer la dominacin la divisin de los sectores oprimidos, entonces se hace necesaria la integracin como tctica ofensiva, como modo de cohesionar las fuerzas en la accin liberadora. En Pichn-Rivire, el trabajo a partir de lo grupal resulta un modo de oponerse y superar el individualismo de la sociedad capitalista que provoca la alienacin del sujeto. Ambos argumentos aparecen en las propuestas curriculares de las carreras, a modo de ejemplo cito la fundamentacin de la carrera de Psicologa Social: La retraccin del sujeto al individualismo extremo pontificndose la indiferencia hacia el otro, es uno de los efectos del terrorismo econmico que surge de la ideologa neoliberal encarnada en el Estado argentino (Grande y Kazi,2000a).
Cabra entonces pensar en la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo como un proyecto educativo fuertemente politizado a partir de la experiencia de lucha de las Madres y en este sentido surge a modo de interrogante en qu medida el peso de esta presencia que le da direccionalidad al conocimiento no corre el peligro de convertirlo en una ideologa monolgica, en una creencia que es necesario compartir y que de algn modo traba no la crtica que se dirige al contexto sino la autocrtica, la disidencia dentro de la misma Universidad. Paulo Freire ya reflexion sobre este problema: defendi la idea de la educacin como una prctica necesariamente directiva pero siempre atento y crtico frente al autoritarismo de izquierda advirti contra sus riesgos:
Mi cuestin no es negar la politicidad y la direccionalidad de la educacin, tarea imposible, sino, asumindola, vivir plenamente la coherencia de mi opcin democrtica con mi prctica educadora, igualmente democrtica. Mi deber tico, en cuanto uno de los sujetos de una prctica imposiblemente neutra, es expresar mi respeto por las diferencias de ideas y posiciones (Freire, 1992:75).
partir de un movimiento social es lo que marca su ndole y determina la estrecha vinculacin entre conocimiento y prcticas sociales. Si la nota compartida por los Estudios sobre cultura y poder en Amrica Latina, siguiendo las lneas de Daniel Mato, es el compromiso con la crtica de las formas hegemnicas, con la deslegitimacin de las relaciones establecidas del poder y con el avance hacia la construccin de formas ms justas de vida social, entonces la Universidad Popular responde a estos compromisos. Pero lo que resulta fundamental deslindar es frente a qu formas hegemnicas se enfrenta, cul es el sistema de dominio que combate y cul es el proyecto de esa sociedad ms justa. Dicho en los trminos propuestos por Daniel Mato, los Estudios Latinoamericanos sobre Cultura y Poder estn basados contextualmente. La contextualizacin de los Estudios sobre Cultura y Poder permite analizar dos cuestiones: las imbricaciones entre las propuestas culturales y el contexto sociopoltico al que se refieren, pero tambin las diferencias existentes en los Estudios sobre Cultura y Poder en los diferentes pases o regiones de Amrica Latina. Mato seala acertadamente la dificultad e imposibilidad de considerar a Amrica Latina como una unidad ms o menos homognea, de all que resulte igualmente difcil considerar los Estudios sobre Cultura y Poder como un todo homogneo y debamos intentar disear cules son las agendas particulares que regionalizan y dan cuenta de la diversidad de Amrica Latina, sin descontar las posibles conexiones que ulteriormente podamos entrever. Sera necesario reflexionar, entonces, sobre la particularidad de esta propuesta de la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo que determina su lugar y significacin en el contexto argentino al tiempo que la diferencian de otros proyectos educativos latinoamericanos. Responder esta cuestin en todos sus alcances sobrepasa el espacio de este artculo, pero s me interesa sealar el carcter funcional de este proyecto en relacin al contexto de la posdictadura. Qu quiero decir con las palabras funcional y posdictadura? Frente a los conflictos que atraviesan la historia de otros pases latinoamericanos y que han sido analizados a travs de los debates sobre colonialismo/postcolonialismo, modernidad/ postmodernidad u occidentalismo/postoccidentalismo12. Argentina puede indagarse en el presente a partir del par dictadura/ posdictadura, ya que es la matriz de la dictadura en tanto sistema de dominio la que articula gran parte de las actuales demandas. Las secuelas del terrorismo de Estado atraviesan el presente de la democracia e incluso la implementacin de planes econmicos en el marco de la poltica neoliberal es percibida como una nueva modalidad de terrorismo de Estado 13. En este contexto, la posdictadura emerge como un discurso crtico que evala tanto las herencias de la dictadura como las regulaciones de la democracia neoliberal. Me apropio del significado que hace del post no tanto una dimensin temporal como una perspectiva crtica radical frente a los sistemas de dominacin 14. A diferencia de otros pases de Amrica Latina donde los conflictos y las herencias coloniales constituyen una matriz importante, sostengo que el par dictadura/posdictadura sirve como una de las perspectivas de anlisis para comprender las relaciones entre Cultura y Poder en Argentina 15. En el contexto de la posdictadura entendida como una perspectiva crtica, tanto la agrupacin de las Madres de Plaza de Mayo, como su Universidad Popular emergen como instituciones organizadas y con presencia en la esfera pblica, capaces de articular una acabada sntesis de este perfil crtico. Hemos sealado la importancia de los Derechos Humanos como eje desde el cual se argumenta el discurso crtico y de qu modo esta defensa pas desde las demandas provenientes de las violaciones de los derechos humanos durante la dictadura hacia las violaciones de todo tipo de derechos que la implementacin de los planes econmicos ha provocado en la poblacin. En qu medida se puede sostener que la Universidad Popular resulta funcional a la posdictadura? En la medida en que logra institucionalizarse y hacerse presente en la esfera pblica, ocupando un espacio dejado vacante desde los comienzos de la dictadura, capitalizando las demandas de un sector de la izquierda. Lo cierto es que las Madres lograron convertirse en un smbolo a nivel nacional e internacional, smbolo de una crtica radical a los sistemas dictatoriales. Para finalizar pero al mismo tiempo para dejar perspectivas abiertas que permitan continuar el dilogo sobre los diversos modos en que cultura y poder se relacionan productivamente, quiero mencionar otras alternativas. Junto al proyecto de la Universidad Popular de las Madres de Plaza de
Mayo, hay que considerar otras propuestas, otras agrupaciones, otros procesos de institucionalizacin, tanto dentro de movimientos sociales de diversos tipos que integran proyectos culturales a sus prcticas, como de instituciones culturales ya consolidadas y estoy pensando en las universidades nacionales que buscan articular sus investigaciones con las prcticas sociales. Se hace necesaria una primera distincin entre aquellos intelectuales de izquierda orgnicos que de un modo ms o menos comprometido se vinculan con organizaciones polticas y con movimientos sociales (la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo oper como un factor aglutinante de intelectuales de izquierda al convocarlos a un proyecto comn) y quienes se presentan como intelectuales crticos, ms independientes y menos orgnico frente a las agrupaciones polticas institucionalizadas como es el caso de Beatriz Sarlo y su revista Punto de vista. En este escenario sera necesario incluir el trabajo de Elizabeth Jeln, abordado por Mirta Antonelli en esta misma coleccin. Si la postdictadura es un espacio crtico que se abre en la democracia argentina colocando en el centro de su agenda las herencias de la dictadura y sus recontextualizaciones en democracia las demandas de respeto por los derechos humanos de todo tipo, los problemas de la justicia an sin resolver, las crticas a todo tipo de terrorismo de Estado, la revisin de la historia nacional y el papel de los militares en ella, la necesidad de recuperar la memoria frente a polticas del olvido, los nuevos modos de dominacin a travs del neoliberalismo econmico, entre otros entonces es posible verificar en otros pases del Cono Sur una agenda similar. En esta lnea resulta esclarecedor el trabajo de Ana del Sarto sobre Chile, incluido en este tomo. Los procesos dictatoriales iniciados en la dcada de los setenta siguieron pautas similares tal como se advierte en la aplicacin del Plan Cndor, un plan destinado a coordinar las prcticas represivas en el Cono Sur; las aperturas democrticas de los ochenta vuelven a reinstalar vnculos entre los pases del rea ya que comparten una similar coyuntura histrica no slo en cuanto a las herencias de sus dictaduras, sino adems en las polticas econmicas neoliberales. Es, en esta historia compartida, en esta agenda comn de problemas que podemos extender la nocin de posdictadura hacia el Cono Sur para vincular tanto similitudes como diferencias entre las problemticas que enfrentan estos pases.
Referencias bibliogrficas
La pgina virtual de la organizacin de las Madres de Plaza de Mayo y de la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo es: http://www.madres.org. All aparecen las actividades de la Universidad y varias de sus publicaciones. En varias citas no he colocado referencias a las pginas porque me remito a textos sacados de este sitio. AAVV (2000) El Suplemento, Ao I, No.1, julio. (Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo, Buenos Aires). Ver: http//www.madres.org. AAVV (1999-2000) Conferencias dictadas en los Seminarios organizados por las Madres de Plaza de Mayo y publicadas por el peridico Pgina/12, desde el 24 de septiembre de 1999 hasta el presente. Ver: http//www.madres.org. Antonelli, Mirta (20002) La intervencin del intelectual como axiomtica. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder . Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela. Peridico de Las Madres de Plaza de Mayo (diciembre 1999) Buenos Aires: Editorial de las Madres de Plaza de Mayo. Ver: http://www.madres.org. Asociacin Madres de Plaza de Mayo (1995) Historia de las Madres de Plaza de Mayo , Buenos Aires: Editorial de las Madres de Plaza de Mayo.
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Notas
* Teresa Basile, Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Correo electrnico: [email protected] Basile, Teresa (2002) La Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo: emergencia de nuevas prcticas en cultura y poder en la Argentina de la posdictadura. En: Daniel Mato, coord.: Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela. Este trabajo es una reformulacin de Educacin y poltica. La Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo. Revista Venezolana de Economa y Ciencias Sociales , Vol. 7, N 3: 131-150, 2001.
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La Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo, cuya sede se encuentra en la ciudad de Buenos Aires, se fund
oficialmente el 6 de abril del 2000. Sus miembros directivos son: Rectora: Hebe de Bonafini; Director Acadmico: Vicente Zito Lema; Presidente del Consejo Acadmico Nacional: Osvaldo Bayer; Presidente del Consejo Acadmico Internacional: James Petras. Ofrece tres tipos de actividades: carreras, seminarios y talleres. Durante el ao lectivo del 2001 estas actividades son las siguientes: Carreras: Psicologa Social, Psicodrama y Sociodrama (4 aos); Derechos Humanos y Polticos (3 aos); Investigacin Periodstica (3 aos); Economa Poltica y Social (3 aos); Arte (3 aos); Teatro (3 aos); Cine Documental ( 3 aos); Educacin Popular (2 aos); Cooperativismo (2 aos); Diseo Grfico (2 aos) y Psicodrama (3 aos). Seminarios (anuales): El adulto mayor, una nueva perspectiva crtica; Lectura metodolgica de El Capital; Literatura y Poltica; Literatura y Psicoanlisis y Psicoanlisis, marxismo y capitalismo. Talleres (anuales): Pintura; Mural; Arte Participativo y Arte Callejero; Fotografa; Narrativa (prosa, poesa y teatro. La oferta del ao anterior (2000) fue similar. Previa a su fundacin la Universidad Popular brind una serie de Seminarios, desde el 7 de agosto de 1999, con conferencias de destacados intelectuales argentinos y ocasionalmente del exterior. Estas conferencias fueron -y an son- publicadas por el peridico argentino Pgina/12 y pueden encontrarse asimismo en la pgina de Internet http://www.madres.org. Dichos seminarios fueron: I Seminario de Anlisis crtico de la realidad argentina (1984-1999); I y II Seminario sobre Arte, locura y sociedad; Anlisis del plan econmico de la Alianza; Ftbol: pasin y perversin; Las alternativas al plan econmico de la Alianza; La locura en la Argentina. Asimismo y durante el receso del ao lectivo, la Universidad ofrece seminarios y talleres de verano. Esta Universidad tambin organiza diversos tipos de eventos culturales como presentacin de libros, recitales, musicales, exposiciones de arte, ciclos de cine y videos, conferencias y debates y actos polticos como marchas de protesta. Tanto la Universidad como la organizacin de las Madres de Plaza de Mayo cuentan con una serie de publicaciones: El Suplemento, la revista Locas. Cultura y utopa, y un Peridico.
3
La Asociacin Madres de Plaza de Mayo surgi durante la dictadura argentina como una agrupacin de protesta y reclamo por
la desaparicin de sus hijos bajo el terrorismo de Estado. Su presidenta, Azucena Villaflor De Vicenti, fue secuestrada y asesinada durante la dictadura. Ya en democracia surgieron divergencias en el seno de esta agrupacin en torno a las medidas que el gobierno constitucional tom frente al problema de enjuiciar a los responsables del terrorismo de Estado. En este sentido el Presidente Alfonsn cre la CONADEP (Comisin Nacional sobre la Desaparicin de Personas) dirigida a recopilar datos y testimonios sobre la desaparicin de personas para el ulterior juicio a los militares. Esta medida fue una de las causas que cre la fractura dentro de la agrupacin. Mientras Hebe de Bonafini quien se opuso a lo resuelto por el Presidente Alfonsn conserv el nombre de Asociacin Madres de Plaza de Mayo convirtindose en su lder; otro grupo de madres se nucle bajo la denominacin de Madres de Plaza de Mayo-Lnea Fundadora. La Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo pertenece a la primera de estas agrupaciones.
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Como asegura Vicente Zito Lema: esa experiencia donde el sufrimiento es una fuente de saber [] rompe esa fragmentacin de
que el conocimiento es una especulacin por la que nadie paga nada. Como bien deca Artaud, cada palabra se paga con el hueso []. Y desde ese saber del cuerpo, concreto, cotidiano, histrico, las Madres saben mucho (Zito Lema, 1999 b).
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Enrique Pichn-Rivire (1907-1997) fue un gran renovador de la psiquiatra en Argentina promoviendo el pasaje desde el
Psicoanlisis a la Psicologa Social e integrando as la Sociologa a los estudios del psicoanlisis. Su obra alcanz un gran influjo en la dcada de los sesenta. Fue el fundador de la Escuela de Psicologa Social, concibiendo a esta ltima como una democratizacin del Psicoanlisis.
6
A propsito sostiene Enrique Pichn-Rivire Otro tema que desarrollamos extensamente en relacin con el grupo operativo es si
se trata o no de un grupo teraputico, entendiendo que toda conducta derivada surge de un trastorno del aprendizaje, de un estancamiento del aprendizaje y La terapia no es el objeto principal del grupo operativo de aprendizaje, pero algunas de sus consecuencias pueden ser consideradas teraputicas en la medida en que instrumentan al sujeto para operar en la realidad (Pichn-Rivire,1971:218-219).
Durante la presidencia del Dr. Ral Alfonsn (1983-1989), con la cual se inauguraba la democracia en la Argentina, luego del
extenso perodo de la dictadura militar (1976-1983), se constituy la CONADEP (Comisin Nacional sobre la Desaparicin de Personas) que aport la documentacin necesaria para el desarrollo del juicio a las juntas militares de la dictadura. Luego de las condenas a los altos jefes militares, deba continuarse por la cadena de mandos hasta llegar a los ejecutores ltimos. Sin embargo, una serie de alzamientos militares (los "carapintadas") presionan y conducen a la sancin de una serie de leyes ante el temor suscitado por la amenaza de otro golpe de Estado: la ley de Obediencia Debida (1987) exculpaba a los oficiales intermedios y a los ejecutores directos de los delitos de lesa humanidad y la Ley de Punto Final (1987) suspenda definitivamente la prosecucin de las causas. Durante el gobierno justicialista, el Presidente Dr. Carlos Menem (1989-95), promulg un Indulto que liber a los jefes militares condenados en el juicio a las juntas militares mencionado.
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La fuerte herencia de los conceptos de Paulo Freire es visible en la siguiente cita del mismo texto: Es una poltica del dilogo, y
no del discurso monoltico. Es una pedagoga de la pregunta, y no de las respuestas preestablecidas. Es una pedagoga de lo grupal y de lo solidario, frente a las que reproducen el individualismo y la competencia. Es una pedagoga de la creacin colectiva de conocimientos, y no de su transmisin vertical. Es una pedagoga de la libertad, y no una pedagoga que refuerce la dominacin. Es una pedagoga de la democracia y no del autoritarismo. Es una pedagoga de la esperanza, frente a las que afirman el fatalismo histrico. Es una pedagoga de la praxis, que funda su saber en la prctica social e histrica de los pueblos y concibe su criterio de eficacia en la transformacin de la misma. Es una pedagoga que basndose en los fundamentos filosficos del marxismo, y en su ncleo central, la dialctica revolucionaria, acepta el dilogo con los saberes provenientes de las diversas ciencias sociales y de las distintas ideologas que promueven la liberacin, como la teologa de la liberacin, el feminismo, la ecologa, y el pensamiento proveniente de la resistencia indgena, negra y popular (Korol,2000b).
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La CGT es una institucin argentina que nuclea a todos los sindicatos del trabajo por gremios. Los piqueteros son grupos de protesta que, en la democracia neoliberal argentina, reclaman a travs de una serie de prcticas,
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en especial el corte de las principales rutas, por medidas econmicas que mejoren la situacin de los trabajadores argentinos.
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La Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo ofreci un seminario sobre "Genoma Humano: aspectos sociales y
Ver al respecto las propuestas de Walter Mignolo (2000). En varias oportunidades aparecen referencias a las polticas econmicas en el marco del neoliberalismo como una extensin del
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terrorismo de Estado. A modo de ejemplo: La retraccin del sujeto al individualismo extremo pontificndose la indiferencia hacia el otro, es uno de los efectos del terrorismo econmico que surge de la ideologa neoliberal encarnada en el Estado argentino. Ello es un correlato evidente del Terrorismo de Estado genocida (Grande y Kazi, 2000a) y [] la democracia neoliberal les permitir a esos mismos poderes impunes que prolongan legalmente el genocidio econmico, sealar y acusar como terroristas a las respuestas y las reacciones de las poblaciones contra el despotismo econmico legalizado []. Se puede entonces concluir afirmando que el terror impune subsiste como fundamento del Estado de Derecho. Ya los Estados del primer mundo no necesitan ejercer directamente el terror en los pases del tercer mundo para conservar su poder y expropiar sus riquezas: les basta la democracia que implanta la legalidad de una economa asesina para obtener los mismos fines" (Rozitchner,2000).
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Ver al respecto las reflexiones de Walter Mignolo (2000). Propongo el par dictadura/posdictadura como una matriz importante en el Cono Sur (Basile, 2000).
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Procesos de Globalizacin e Identidades. Entre espantos, demonios y espejismos. Rupturas y conjuros para lo propio y lo ajeno
Emilia Bermdez *
Introduccin En Amrica Latina, si algn tema ha ocupado y caracterizado la reflexin y el debate que sobre los problemas culturales han hecho los intelectuales, es el tema de las identidades. Y es que no puede ser de otra manera porque, por un lado, desde el mismo momento en que las oligarquas criollas iniciaron los procesos de emancipacin de Amrica Latina lo hicieron pensando en cmo construir alrededor de las ideas de patria y nacin una unidad cultural que le diera identidad a las nacientes repblicas (Murillo,1991:67; Zea,1999:12) y, por otro lado, porque la angustia ontolgica del latinoamericano, trminos con los que denomin el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri la persistente bsqueda de la identidad (Tinoco,1992:17), se expres a finales del siglo XIX y principios del siglo XX en una rica tradicin ensaystica y artstica y en un debate cultural y poltico entre diversas corrientes de pensamiento, entre las que se destacaron el modernismo, el costumbrismo, el criollismo y el positivismo, cuyos solos ejemplos rebasaran el propsito de este trabajo. As mismo, a principios del siglo XX y en oposicin a la tradicin nacionalista intelectual y poltica latinoamericana (Zea,1999:13), los pensadores crticos incorporan al debate poltico cultural, las teoras socialistas y anti-imperialistas y, a la luz de estos paradigmas tericos y polticos, acuan las tesis del colonialismo cultural y de la dependencia y dominacin cultural para explicar los problemas de las identidades latinoamericanas. As, independiente de las diversas corrientes ideolgicas en que se sitan los pensadores latinoamericanos, lo relevante es que el tema de las identidades es constitutivo del debate intelectual latinoamericano y podemos decir que es uno de los rasgos que definen la particularidad de las reflexiones de nuestros pensadores dentro fuera de lo que se ha llamado la academia. Es como lo ha venido planteando Leopoldo Zea el dramatismo de la inteligencia latinoamericana en busca de su identidad (1986:217). Dramatismo no slo lleno de angustias, sino de conflictos entre diversos actores y sus distintas representaciones e intereses por perfilar una identidad como unidad como diversidad. Es lo que une y enfrenta visiones distintas entre Civilizadores (Sarmiento en Argentina o Gallegos en Venezuela) con indigenistas como Maritegui en Per. Es lo que une y distancia al criollismo, modernismo o folclorismo y su intencin de justificar la existencia de una unidad cultural soportada en el pasado heroico y en la tradicin inmutable. Es lo que enfrenta en Amrica Latina, desde las primeras dcadas del siglo XX, a actores con visiones polticas y proyectos distintos de nacionalismos. Por un lado, los que enarbolaron el nacionalismo para justificar el proyecto de los gobiernos nacional populistas, que se instauraron en varios pases de Amrica Latina desde la dcada de los cuarenta y por el otro, los intelectuales y lideres polticos de izquierda para quienes el nacionalismo era la defensa de la soberana nacional frente al extranjero y la reivindicacin de las culturas populares y la liberacin de los procesos de dominacin y dependencia cultural (Chacn,1975)1. En tiempos de globalizacin (Mato,1995) esta angustia ontolgica sigue acompandonos y en el marco de esta permanente preocupacin y de representaciones y posiciones intelectuales aun distintas y encontradas es que nos ha parecido interesante proponer, a los organizadores de esta publicacin
colectiva, el anlisis de algunos de los planteamientos que sobre las identidades y los procesos de globalizacin realizan Nstor Garca Canclini, Jess Martn Barbero y Daniel Mato. Propuesta que obedece; en primer lugar, a que como sostendremos y trataremos de fundamentar en las pginas siguientes, estos intelectuales, desde nuestro punto de vista, han contribuido a elaborar nuevas maneras de analizar los procesos de interaccin simblica a partir de la crtica y ruptura constante con la forma como algunos intelectuales y lideres polticos latinoamericanos haban venido encarando la permanente interrogante sobre quin y qu somos. Sus aportes, tanto desde el punto de vista terico como epistemolgico, constituyen una contribucin invalorable para cualquier intento de construir una teora de las identidades y diferencias en Amrica Latina y para la comprensin de los procesos de construccin de las identidades en tiempos de globalizacin. En segundo lugar, nos ayudan a alejarnos de las visiones fatalistas en la medida en que desafan al paradigma de la bsqueda de nuestras identidades en cosas perdidas o en meros objetos coleccionables, para ayudar a situarnos en el anlisis de la dinmica cambiante de los procesos de construccin de las identidades y sus actores. En tercer lugar, contribuyen, tambin, a fundamentar una posicin intelectual y conscientemente comprometida con las transformaciones socio polticas en Amrica Latina, sin prejuicios ni romanticismos, pero con claro compromiso con los sectores populares de nuestros pases. Posicin que observamos en ellos al encontrar, en la mayora de sus escritos, una constante preocupacin por entender lo que ocurre en los imaginarios de los sectores populares latinoamericanos 2 y en los esfuerzos que hacen por realizar aportes tericos que sirvan para el diseo de polticas culturales y comunicacionales ms democrticas. En cuarto lugar, porque consideramos que relevar las rupturas y aportes de nuestros intelectuales latinoamericanos nos ayuda a comprender mejor que las reflexiones y los temas por ellos propuestos, al menos en el campo de las identidades, no obedece a la necesidad de acomodarse a una moda intelectual tal como lo supone Reynoso3 (2000:245-246) al referirse descalificativamente a la produccin intelectual de Garca Canclini. Mas bien esos cambios se deben como lo expresa Daniel Mato (1999b:11), a un compromiso tico y poltico que no tiene que ver con la apropiacin de las prcticas intelectuales que se generan en el Centro para los Estudios Culturales de Birmingham, ni de sus seguidores en los Estados Unidos, sino que son parte de tradiciones intelectuales de larga historia en Amrica Latina. Por ltimo, porque los planteamientos de Nstor Garca Canclini, Jess Martn Barbero y Daniel Mato tienen influencia en nuestro mbito acadmico y en la prctica docente que ejercemos en nuestras universidades y en nuestro trabajo de investigacin y por ende en nuestros estudiantes.
De las rupturas
A nuestro entender, un recorrido por la produccin intelectual de Nstor Garca Canclini, Jess Martn Barbero y Daniel Mato sobre el tema de las identidades y los procesos de globalizacin, nos hace comprender que sus aportes se construyen a partir de rupturas con respecto a: a) La miopa y la visin del pastiche de razas derivados de las teoras del mestizaje y del tradicionalismo folclrico que an estn presentes en la visin hegemnica de los actores polticos y en la historia cultural oficial de los pases latinoamericanos y que remiten constantemente a buscar nuestra identidad en el entrecruzamiento de lo indio, lo negro y lo blanco metropolitano y en el pasado, olvidando que las identidades no son ni biolgicas, ni heredadas sino fundamentalmente sociales y cambiantes. b) El modernismo y las ideologas del nacionalismo que suponen que de lo que se trata en Amrica Latina es de construir una identidad nacional homognea soportada en las ideas de patria, nacin y tradicin que reduzca la conflictividad derivada del mestizaje. c) Los demonios que desatan los tericos de la dependencia cultural para quienes los procesos de dominacin cultural, llevan indefectiblemente a los sectores dominados a la alienacin de su identidad4 y los que actualmente han construido algunos intelectuales y algunos movimientos sociopolticos en relacin a los procesos de globalizacin (OSAL,2001).
d) La influencia que ejercieron las posiciones mecanicistas y dualistas del marxismo que condujeron en muchos casos a entender lo que ocurra en lo cultural como un simple reflejo de las condiciones econmicas y de las diferencias de clase que se generan a nivel de la propiedad de medios econmicos, y/o a suponer la existencia contradictoria de un arte burgus y un arte popular 5. En esta misma lnea, rompen con aquellas teoras que ubican el problema de las identidades en una separacin y distincin entre cultura de lites/cultura popular o cultura de masas/cultura popular. Tambin, con el dualismo que sita el problema de las identidades en Amrica Latina en la defensa de lo propio referido a lo autntico y el rechazo a lo ajeno, en un momento cuando lo que predomina es el entrecruzamiento tnico, de temporalidades, de espacios y de imaginarios globales y locales. Se trata de una oposicin tanto a las visiones universalizantes, como al provincianismo cultural presente en algunos grupos y movimientos culturales. e) Los espantos y la visin romntica construidos por los defensores del indigenismo y de la cultura popular, para quienes la identidad entendida como lo autntico, lo propio y lo bueno slo existe y hay que buscarla en las culturas populares y sus tradiciones y quienes slo ven en los procesos de globalizacin amenazas para la identidad cultural de esos sectores. f) La visin fatalista de la posmodernidad que preconiza la existencia del hombre fractal (Baudillard,1987), la cual imposibilita ver los potenciales procesos de reconstruccin de lo colectivo a partir de nuevas formas de estar juntos en los distintos espacios de sociabilidad que se generan en las diferentes y complejas prcticas de los actores. Es importante sealar que ese proceso de rupturas incluye, en el caso de Garca Canclini y Martn Barbero, el exorcismo de algunas de sus propias posiciones dualistas iniciales encontradas en sus primeros escritos. En el caso de Garca Canclini, la presencia del dualismo marxista que le llev a proponer en su obra Arte popular y sociedad en Amrica Latina (1977), un anlisis basado en el concepto de clases sociales y a mirar con esos lentes las relaciones de poder que se construyen en el campo artstico. Posicin que es abandonada, tal y como podemos ver expresado en el texto Culturas hbridas (1990), obra que, a nuestro entender, constituye una autocrtica respecto a sus posiciones anteriores. Lo mismo encontramos en algunos momentos en la obra De los medios a las mediaciones de Martn Barbero (1997); especficamente en los anlisis sobre la resistencia cultural de los sectores populares, dejando evidenciar incluso, ciertos rasgos de romanticismo. Sin embargo, en sus escritos posteriores, sin olvidar su preocupacin por lo que ocurre con los imaginarios de los sectores populares, encontramos un anlisis ms centrado en los cambios que se estn produciendo en los referentes tradicionales de las identidades y en el cmo los sectores populares resignifican sus prcticas a partir de esas nuevas experiencias y no en unos supuestos procesos de resistencia, que es lo que parece desprenderse de su anlisis acerca de la enculturacin o dominacin de las clases populares por la burguesa capitalista. (1987:103-104-133). Distinto es el caso de Daniel Mato, quin pasa de la economa (su disciplina de origen y en la cual trabaja hasta 1982) a los estudios sociales y culturales ms tardamente6 y con el acto de constriccin ya realizado y con la penitencia cumplida, debido a que mantiene una constante vigilancia epistemolgica (Mato,1991) sobre su propio proceso de produccin de conocimiento, para no dejarse atrapar por los fetiches de las identidades, ni por los demonios de la globalizacin.
especfica, que cada uno de esos trminos tiene en las teoras de estos intelectuales, hasta llegar a convertirse en categoras que les permitan hacerse cargo de la heterogeneidad cultural latinoamericana y de los procesos de construccin de las identidades, diferenciando lo que tienen de imaginarios compartidos y diferentes y el carcter conflictivo que los actores globales y locales le imprimen a la dinmica de su construccin.
Las identidades: viejas y recientes noticias de Nstor Garca Canclini sobre la hibridacin
Si algn referente conceptual es permanente en el anlisis de Garca Canclini acerca de las identidades es la nocin de hibridacin 7. Sin embargo, dicha nocin ha sufrido un proceso de metamorfosis constante que tiene que ver con los distintos momentos en que contextualmente transcurre el pensamiento de este autor y con sus diferentes interlocutores. Se definen al menos tres momentos distintos de construccin del concepto de hbridos que, al mismo tiempo, dan cuenta de tres maneras diferentes de mirar el proceso de construccin de identidades. Un primer momento, en el cual, centrado en una perspectiva marxista historicista (y no habindose producido rupturas con el dualismo de clases) de analizar las relaciones simblicas de poder a partir del arte, la nocin de hbridos le sirve como argumento para oponerse a sus interlocutores: los idelogos del nacionalismo y del tradicionalismo, quienes, segn l, soportaron el poder de las burguesas nacionalistas, al proveerles de una ideologa cohesionadora de las clases sociales, que esconde los enfrentamientos, a travs del manejo de concepciones homogeneizantes y ahistricas de las identidades (Garca Canclini,1977:101-104). La nocin de hbridos es, en este contexto del pensamiento del autor, sinnimo de mestizaje y sincretismo cultural y es una categora distintiva del proceso cultural americano (Garca Canclini,1977:100). Nos interesa tambin puntualizar que, en ese momento, an dentro del esquema dualista, sobre el cual soporta sus concepciones del arte y las identidades, Garca Canclini (1977) pone de relieve el carcter dinmico, cambiante y conflictivo de la construccin de los procesos identitarios. Las identidades son vistas como un proceso histrico resultado de la actividad de cada pueblo que puede ser modificada y que no constituyen un destino fatal (Garca Canclini,1977:104). Un segundo momento, que ubicamos alrededor de la aparicin del texto Culturas hbridas ([1990]2001), en donde sin dejar completamente de lado a sus anteriores interlocutores, cuestiona las distintas posiciones dualistas8, las visiones romnticas de las culturas populares y las patrimonialistas. El concepto hbridos sirve as, precisamente de conjuro contra todo tipo de dualismo. Pero, a nuestro modo de ver, aqu, Garca Canclini, separa la nocin de hbrido de la idea de mestizaje. Lo hbrido refiere a un atributo de la complejidad de las sociedades modernas debido al entrecruzamiento y yuxtaposicin de temporalidades, de signos, smbolos y objetos culturales y, las identidades latinoamericanas, al construirse en estos procesos hbridos, adquieren ese atributo:
Los pases latinoamericanos son el resultado de la sedimentacin, yuxtaposicin y entrecruzamiento de tradiciones indgenas [] del hispanismo colonial catlico y de las acciones polticas, educativas y comunicacionales modernas (Garca Canclini,1990:71).
En el marco del anlisis de la modernidad cultural, la ciudad, el consumo cultural, las migraciones, y los procesos de desterritorializacin y territorializacin 9, producto del desarrollo creciente de las llamadas nuevas tecnologas, pasan a ser los procesos a travs de los cuales, Garca Canclini analiza la hibridacin cultural. En el contexto de trasnacionalizacin y de creciente complejidad de las sociedades modernas, el anlisis de la constitucin hbrida de las identidades es desplazada hacia la discusin terica posmoderna de la integracin o fractalidad y de las transformaciones en las nociones de espacio territorial y tiempo cronolgico. Es decir, hacia el examen y cuestionamiento de los referentes y maneras como estamos acostumbrados a pensar los procesos de construccin de las identidades. Segn Garca Canclini, (1990:268) en la modernidad, los medios pasan a ocupar un papel creciente en la integracin
del imaginario urbano disgregado y las identidades pasan a construirse cada vez ms en los espacios ntimos. Nuevamente, invita a romper con la visin sacralizada de lo patrimonial y con las versiones de lo autntico que asocian las identidades a la pertenencia a un territorio y a la coleccin de objetos del pasado y centra su anlisis en los procesos de transformacin de las identidades a partir de las nuevas interacciones culturales de los actores y de las relaciones de poder que all se construyen. (Garca Canclini,1990:177-190). Un tercer momento, en el cual aparece ya la categora globalizacin y el anlisis de las identidades es ubicado en el contexto de los procesos de globalizacin y de la creciente multiculturalidad. En este sentido, aparecen nuevos interlocutores, aquellos que tienen la visin de que la globalizacin implica un simple movimiento de homogeneizacin sustitutiva de lo local, aquellos que ubican el problema de las identidades en el dilema de posiciones entre lo propio y lo ajeno. (Garca Canclini 1995, 1996, 1997, 1999a, 1999b, 2000) y algunos actores globales que como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional pretenden, segn l, establecer su lgica homogeneizadora a travs del mercado (2001:20)10.
Para Garca Canclini (1995,2001) en tiempos de globalizacin se vuelve ms evidente la constitucin hbrida de las identidades tnicas y nacionales y de la multiculturalidad, porque la globalizacin no es un simple proceso de homogeneizacin sino de reordenamiento de las diferencias y desigualdades sin suprimirlas. Por eso la multiculturalidad es un tema indisociable de los movimientos globalizadores (1995:13). El objeto de estudio no es la hibridez sino los procesos de hibridacin (2000:5, 2001:6) 11; procesos de hibridacin que junto a las estrategias de reconversin por parte de sectores sociales hegemnicos o populares llevan a relativizar cada vez ms la nocin de identidades y, en consecuencia a clausurar las pretensiones de establecer autenticidades, as como, a poner en evidencia el riesgo de establecer identidades locales autosostenidas y radicalmente opuestas a la sociedad nacional o la globalizacin (2001:6). En tiempos de globalizacin, Garca Canclini sigue profundizando en el anlisis sobre el cambio de los referentes espacio-temporales con los que estamos acostumbrados a examinar los procesos de construccin de las identidades. Para l, en la era de la globalizacin, las identidades se construyen en el espacio de las comunidades trasnacionales y desterritorializadas (1995,1996), en la esfera de la comercializacin de bienes culturales y en el consumo de smbolos y objetos transnacionales. Pero, lo anterior no significa que los procesos de globalizacin arrasen con los procesos locales de construccin de las identidades12 (1996); puesto que las naciones y las etnias siguen existiendo, aunque la tendencia sea a dejar de ser productoras de cohesin social (1995:129). As, que de lo que se trata en tiempos de globalizacin, no es del riesgo de la desaparicin de las identidades locales sino de entender como se reconstruyen las identidades tnicas, regionales y nacionales en procesos globalizados de segmentacin e hibridacin cultural (1995:129) y el carcter conflictivo de su construccin (2001:14). Para entender esos procesos de hibridacin de las identidades, es necesario salir de la oposicin global-local y situarse en las distintas maneras cmo los sujetos se imaginan la globalizacin y en el cmo a partir de all construyen distintas maneras de representarse y narrar sus identidades (1999a:30). En este sentido Garca Canclini puntualiza el carcter relacional de las identidades. Las identidades dependen de la situacin en que nos coloquemos (1997:83). Por ello, para l, el dilema hoy no puede estar tampoco en un nuevo dualismo que nos pondra en el terreno de escoger entre globalizarnos o defender la identidad, (1999a,1999b) sino en cmo encarar la heterogeneidad, la diferencia y la desigualdad. (1999b:65, 2001:14).
desordenada en que se perciben los objetos culturales y la constitucin de mosaicos hechos de objetos mviles de tiempos y espacios diferentes (Martn Barbero 1998a:48,1998b:57). Adems, para l, los procesos de globalizacin econmica y tecnolgica de los medios y las redes electrnicas vehculan una multiculturalidad que hace estallar los referentes tradicionales de identidad (Martn Barbero,1998a:36). En los procesos de globalizacin los sujetos construyen sus identidades de amalgama de universos culturales y de temporalidades ms flexibles y referentes culturales menos estables. As, para Martn Barbero, las nociones de tiempo, espacio, historia, comunidad son transformados por la dinmica que los actores le imprimen a los procesos de globalizacin y por las nuevas maneras de construir su sociabilidad (1998a,1998b). Segn Martn Barbero, las identidades en los procesos de globalizacin ya no se leen ni se escriben como antes y, por lo tanto, tampoco se representan de la misma manera. Para l estamos en presencia de nuevas formas de la cultura que ponen en evidencia nuevas formas de organizacin de la misma y que consisten en un descentramiento cultural derivado de un proceso de desgaste de las representaciones, desgaste de la memoria y de desanclaje. A las identidades que resultan de esos procesos de des-centramiento y des-ordenamiento cultural tambin las denomina palimpsestos. En su ltima versin, palimpsesto es una metfora que desafa toda nuestra percepcin adulta como nuestros cuadros de racionalidad y que se asemeja a ese texto en que un pasado borrado emerge, tenazmente aunque borroso, en las entrelineas que escriben el presente. Es la identidad que se gesta en el doble movimiento deshistorizador y desterritorializador que atraviesan las demarcaciones culturales (Martn Barbero 1998c:32,2000b). Sin embargo, al igual que como lo plantea Garca Canclini, contradictoriamente, las culturas regionales y locales se revalorizan y exigen sus derechos a construir sus imgenes y contar sus relatos (2000a:336). En este sentido, afirma que las identidades no son homogneas ni excluyentes; son una construccin que se relata (2000a:337) y en la diversidad de relatos es que, al mismo tiempo, las identidades se construyen (2000a:337). Para Martn Barbero la idea, el vnculo entre narracin e identidad, no es slo expresiva, sino constitutiva y es en la diversidad de relatos que las identidades culturales se construyen (Martn Barbero,2000a: 337). Relatos que como explcitamente l lo expone hoy se ven atravesados por el hegemnico lenguaje de los medios masivos en el doble movimiento de las hibridaciones apropiacin y mestizaje y de las traducciones: de lo oral ya no slo a lo escrito sino a lo audiovisual y lo informativo (2000a:337).
naturales, ni tampoco reflejo de las condiciones materiales (1994:16). Se trata, adems, de construcciones permanentes en toda sociedad, no exentas de conflictos y disputas. Por el contrario, segn Mato, las identidades se construyen a partir de la lucha entre distintos actores por promover sus representaciones (1994:17,1996a:15). Enfocando el anlisis de las identidades en los actores y sus prcticas, las identidades resultan ser posicionales y no absolutas y, dependiendo de esa posicionalidad y de su experiencia, los actores construyen sus representaciones (Mato, 1995). En los tiempos de globalizacin, Mato se ocupa del carcter complejo que los actores globales y locales le imprimen a la dinmica de sus interacciones y a los procesos de construccin de identidades. Identidades que se elaboran a partir de los referentes simblicos venidos de espacios sociales distintos y de experiencias distintas y, por lo tanto, dan lugar a la construccin de relatos diferentes (Mato,1995). Se opone, este autor, a las visiones que fetichizan los procesos de globalizacin y, desde el debate con algunos tericos de la globalizacin y con las representaciones que distintos grupos sociales tienen sobre ella, hace aportes significativos para entender los procesos de construccin de las representaciones que los actores realizan sobre sus identidades en tiempos de globalizacin. En este sentido, Mato pone de manifiesto a travs de distintos estudios empricos (1994,1996b, 1997,1998) que las identidades en tiempos de globalizacin son producidas en un contexto complejo de crecientes interrelaciones y en donde participan una diversidad de actores locales, nacionales, trasnacionales, y globales. En los tiempos de globalizacin, las identidades se construyen a partir de un doble movimiento que responde a la dinmica conflictiva de los procesos de globalizacin. Se asiste a una tendencia creciente a la homogeneizacin y, al mismo tiempo, se estimula la diferenciacin y la aparicin de movimientos tnicos y particularismos y a intensos conflictos multitnicos (1995). Asimismo, en la era de la globalizacin los procesos de construccin de las identidades pueden estar vinculadas a un lugar o a varios lugares (Mato,1995:23). Se trata, segn sus propias palabras, de procesos complejos y polivalentes (1995:25). Para Mato, a diferencia de Martn Barbero y Garca Canclini, en ningn momento se trata de interacciones des-territorializadas, en virtud de que, los procesos de globalizacin no anulan la interpretacin y simbolizacin de la experiencia de diversos actores en espacios territoriales especficos (Mato,2001:153-155). Para Mato, el complejo movimiento de los actores en los procesos de globalizacin slo permite hablar de tendencias y no de verdades absolutas (1996a). Segn l, los procesos de globalizacin pueden definirse como una tendencia que no se reduce a un fenmeno relativo a los medios o a los negocios, ni de flujos relativamente autnomos, ni a un fenmeno desterritorializado, ni est exento del conflicto por el poder, ni es productora de homogeneizacin cultural (2001:159-172). Los procesos de globalizacin son procesos sociales complejos de alcance planetario que tienden hacia la interconexin entre los pueblos del mundo y sus instituciones; de modo que los habitantes del planeta en su totalidad tienden a compartir un espacio unificado, ms continuo que discreto, en virtud de mltiples y complejas interrelaciones, y ello no slo desde el punto de vista econmico, sino tambin poltico, social y cultural. (Mato,1996a:12). En estos procesos intervienen distintos tipos de actores (locales, nacionales, trasnacionales y globales), quienes a travs de sus prcticas promueven esos procesos de globalizacin y sus representaciones (2001). Para finalizar es importante sealar que, desde el momento en que Mato inicia sus trabajos empricos acerca de los procesos de construccin de representaciones de identidades, ha evidenciado explcitamente el vnculo constitutivo entre los procesos de construccin de identidades y las prcticas discursivas, manifestadas por los actores a travs de las narraciones y los relatos (1994, 1995, 1997,1996a,1996b, 1998).
De los conjuros
Centrados en una posicin epistemolgica que deliberadamente no se sita en ningn paradigma en especfico para no dejarse atrapar, por los obstculos epistemolgicos de las disciplinas (Foucault,1980:27-31), Garca Canclini, Martn Barbero y Mato se sitan en una perspectiva
transdisciplinaria como alternativa a los anlisis que convierten a las ciencias sociales en ghettos que fragmentan el conocimiento y no permiten visualizar la complejidad de los procesos de construccin simblica de la sociedad en tiempos de globalizacin (Garca Canclini 1990,1995; Barbero 1998a,1998b; Mato 1996a, 1999a, 1999b, 2001). Se trata adems de una posicin epistemolgica que: - Concede centralidad al anlisis de los actores y sus prcticas para comprender la lgica de las relaciones de poder ,las transformaciones sociales y las posibilidades de intervencin. (Mato 1995, 1999a,1999b,1999c,2000, 2001). - Convierten a la heterogeneidad cultural en el objeto principal de sus reflexiones y de esta forma evitan caer en generalizaciones abstractas y homogeneizantes acerca de las identidades en Amrica Latina. - Partiendo de la idea de que las representaciones que los actores tienen de sus identidades se construyen a partir de la interaccin en distintos contextos y sobre la base de diferentes y diversos referentes, revalorizan el papel de las narraciones y de las prcticas discursivas de los actores, para de esa manera no perder de vista, ni terica, ni metodolgicamente, el estudio de la pluralidad y mostrar el carcter posicional y relacional de las identidades. - Se centran en la naturaleza conflictiva de los procesos de construccin de identidades para poner en evidencia el carcter dinmico y cambiante de las mismas y evitar el ahistoricismo que suponen las visiones tradicionalistas que buscan en el pasado los orgenes de la identidad. - Por ltimo, una posicin epistemolgica que rechaza el objetivismo y plantea sin romanticismos y abiertamente su compromiso con las transformaciones culturales de Amrica Latina y con los sectores ms vulnerables, posicin evidenciada en sus expresas preocupaciones por comprender qu pasa en el imaginario de los sectores populares y en el diseo de propuestas polticas que promuevan los procesos de democratizacin y el respeto a la pluralidad poltica y cultural. De esta forma, tambin, conjuran las posiciones apocalpticas respecto a la desaparicin de las identidades por un imaginario nico globalizado y a las posiciones posmodernas de una inevitable fractalidad. En resumen, las obras de estos tres intelectuales que aqu hemos analizado constituyen, una invitacin a buscar nuevas vas de entendimiento de los procesos culturales desafiando las inercias del pensar (Martn Barbero 1998a,1998b) y despojndonos de las grngolas que nos impiden asumir los retos que plantea al conocimiento y el cambio en las maneras de conocer que exige la complejidad social. (Garca Canclini 1995, 1997, 1996, 1999a, 1999b; Barbero 1998a, 1998b, 1999, 2000a; Mato 1994, 1995, 1999a, 1999b, 2001). Se trata de la transformacin en los referentes con los cuales estamos acostumbrados a abordar los procesos de construccin de las identidades y los procesos de globalizacin. La invitacin que nos extienden estos intelectuales incluye superar el desencanto con los procesos de transformacin, al que ha sucumbido una buena parte de la intelectualidad latinoamericana y a exorcizar el dogmatismo y la animacin de las categoras, para evitar demonizar los procesos de globalizacin (Mato 1996a, 2001). Rechazando las posiciones de los crticos apocalpticos, Nstor Garca Canclini, Daniel Mato y Jess Martn Barbero, se centran en los cambios para comprenderlos y desde all aportar bases tericas para proponer el diseo de alternativas polticas 14.
A manera de reflexin
Por supuesto, que muchas preguntas quedan abiertas en este proceso de anlisis acerca de la contribucin de estos intelectuales latinoamericanos al estudio de los procesos de construccin de las identidades en nuestros pases. Por ello, consideramos importante continuar la reflexin a partir de algunas interrogantes tales como: De qu manera es posible tender puentes que nos permitan pasar, desde nuestras lgicas intelectuales, a la interpretacin de lo que ocurre en los procesos de construccin simblica de las identidades de los sectores populares y sus prcticas? Creemos que a partir de la
comprensin de los procesos de construccin de los imaginarios de los sectores populares se puede entender su gramtica y lograr interpretar y comunicarnos con la experiencia de vida sobre la cual construyen las representaciones de sus identidades colectivas. Tarea imprescindible para proponer alternativas polticas distintas a los discursos neo-populistas de algunos lderes polticos latinoamericanos actuales y a las identidades construidas en las prcticas homogeneizadoras de los mercados. Cmo leer y ubicar las categoras de pueblo, etnia y nacin en los procesos de construccin conflictiva de las identidades en tiempos de globalizacin? Cmo hacer compatible la heterogeneidad cultural con los procesos de construccin de identidades colectivas, an necesarios en Amrica Latina?. Estas y muchas otras inquietudes nos asaltan, slo podemos decir que queda abierto el derecho de palabra.
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Notas
* Emilia Bermdez, Universidad del Zulia, Venezuela. Correo electrnico: [email protected] Bermdez, Emilia (2002) Procesos de Globalizacin e Identidades. Entre espantos, demonios y espejismos. Rupturas y conjuros para lo propio y lo ajeno . En: Daniel Mato, coord. : Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela.
Significativo resulta este trabajo de Alfredo Chacn en el cual se recogen diversos artculos de intelectuales de izquierda sobre el
proceso de dominacin y dependencia cultural de Amrica Latina desde una perspectiva marxista. Por ejemplo, Quijano, Vasconi y otros incluyendo al propio Chacn.
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Esta contribucin al entendimiento del imaginario de los sectores populares y otros aportes son sealados tambin por Roberto
Debo confesar explcitamente que el trabajo de Reynoso en el cual realiza una critica descalificadora del trabajo intelectual de
Nstor Garca Canclini, se convirti en una razn ms para centrarnos en los aportes de estos intelectuales latinoamericanos. A nuestro modo de ver, el cambio en las posiciones de Garcia Canclini son parte de un proceso de reflexin , madurez intelectual y esfuerzos por entender la dinmica cambiante de nuestras sociedades en una perspectiva epistemolgica transdisciplinaria y sin dejarse atrapar por dogmatismos ni fundamentalismos.
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La teora de la dependencia cultural tuvo una enorme influencia sobre nuestros intelectuales y sus representaciones de los
procesos culturales. La idea de la existencia de una cultura dominante y de una cultura dominada, aunque con diversos matices se hizo muy presente. Ejemplo significativo de esto lo constituyen el libro de Alfredo Chacn citado en la nota 1 de este mismo trabajo.
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El propio Garca Canclini (1977) cae prisionero de esa influencia tal y como lo sealaremos ms adelante. Sus publicaciones en este campo ocurren a partir de 1988. Tanto que el trabajo presentado en la 2da. Reunin del Grupo de Trabajo de CLACSO Cultura y Transformaciones Sociales en
Tiempos de Globalizacin, celebrada en Caracas, Venezuela, del 9 al 11 de noviembre del 2000, analiza este concepto con el titulo Noticias recientes sobre la hibridacin y que hemos tomado para subtitular el anlisis que aqu se hace sobre su concepcin de las identidades. Texto que, adems, fue reelaborado y publicado en el pasado ao 2001 como introduccin a la ltima edicin de Culturas hbridas con el titulo Las culturas hbridas en tiempos de Globalizacin (Garca Canclini, 2001:1-23).
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Podemos decir que incluso esta crtica podra significar una autocrtica no explicita a su propio dualismo, presente en la
separacin que establece entre arte popular y arte burgus en el texto Arte popular y sociedad en Amrica Latina (1977).
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Con los trminos desterritorializacin y territorializacin Garca Canclini denomina la prdida de la relacin natural de la
cultura con los territorios geogrficos y sociales, y al mismo tiempo ciertas relocalizaciones territoriales relativas, parciales, de las viejas y nuevas producciones simblicas (Garca Canclini,1990:288).
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Tomando en cuenta que en nuestros pases se viven no slo tiempos de globalizacin, sino tambin de implantacin polticas
neoliberales , la discusin acerca de los procesos de hibridacin tiene aqu una clara intencin poltica. El mismo autor expresa que reivindicar la heterogeneidad y la posibilidad de mltiples hibridaciones es un primer movimiento poltico para que el mundo no quede preso bajo la lgica homogeneizadora con que el capital financiero tiende a emparejar los mercados a fin de facilitar las ganancias. Exigir que las finanzas sean vistas como parte de la economa, o sea de la produccin de bienes y mensajes, y que la economa sea redefinida como espacio de disputas polticas y diferencias culturales es el paso siguiente para que la globalizacin, entendida como proceso de apertura de los mercados y los repertorios simblicos nacionales, como intensificacin de intercambios e hibridaciones, no se empobrezca como globalismo, dictadura homogeneizadora del mercado (Garca Canclini, 2001).
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Reconociendo que la discusin epistemolgica acerca del concepto de culturas hbridas fue insuficientemente tratado en la
versin inicial del texto culturas hbridas (1990), Garca Canclini (2001:3) define a la hibridacin como procesos socioculturales en las que estructuras prcticas discretas, que existan en forma separada, se combinan para generar nuevas estructuras, objetos y prcticas. En lo particular creemos que lo novedoso del planteamiento de Garca Canclini en esta vuelta a la discusin sobre el concepto de hibridacin es que enriquece la idea de interconexiones con la de reconversin para fundamentar an ms la dinmica cambiante de las identidades.
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Es importante apuntar que en el anlisis acerca de la oposicin global-local Garca Canclini autocrtica la manera tan absoluta
como maneja en el texto Culturas hbridas el trmino desterritorializacin argumentando que siempre necesitamos definir quienes somos y tener ciertos arraigos que nos provean de certezas. (Garca Canclini,1997:81)
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Sin embargo esta nocin no tiene aqu el peso que tiene en sus escritos posteriores cuando da cuenta de la manera como
ciertos grupos sociales reconfiguran sus identidades en la era de los procesos de globalizacin.
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Para profundizar en el estudio de los aportes de estos intelectuales, vese en esta misma coleccin Antonelli, Mirta.(2002) La
intervencin del intelectual como axiomtica . Tambin, Grimson, Alejandro y Mirta Varela (2002) Culturas populares recepcin y poltica. Genealogas de los estudios de comunicacin y cultura en la Argentina .
Esa tarea sistemtica, brutal, violenta de destruir el saber ancestral era el correlato de aquella otra por la cual la poblacin aborigen era subyugada a las nuevas condiciones econmicas y sociales. No slo haba que dominar los cuerpos sino tambin sus almas. Incluso el debate entre Seplveda y De las Casas, acerca de la existencia del alma humana y por tanto el reconocimiento a su condicin ontolgica de seres humanos para los aborgenes del Abya Yala, estuvo matizada por las nuevas consideraciones de poder y dominacin emergentes a raz de la conquista europea. Finalmente los criterios econmicos fueron determinantes para que les sea reconocido el status ontolgico de seres humanos. Si los indios tenan alma entonces eran seres humanos, y si eran seres humanos entonces podan pagar impuestos a la corona. La matriz conceptual que hizo posible este debate y estas conclusiones se mantienen an intactas y relevan, justamente, del proyecto de la razn moderna. Para los conquistadores esa alma de los indios era un papel en blanco en el cual se deban inscribir y registrar los designios de la voluntad divina, que no eran otros que la del capitalismo naciente. Esos designios fueron inscritos sobre la piel con una violencia jams vista en la historia. La tarea de escribir en ese papel en blanco implicaba borrar todos los imaginarios simblicos, todos los referentes culturales, todas las posibilidades ideolgicas, todos los monumentos histricos, toda la memoria sagrada de los pueblos conquistados. De ah la sistematicidad por destruir todo rastro cultural que posibilite un reconocimiento de esa memoria ancestral. Destruir una cultura es destruir su memoria. Un pueblo sin memoria es un pueblo sin races histricas y sin capacidad de respuesta. Es un pueblo que puede ser fcilmente sometido (Rhor,1997). La resistencia acude justamente a la recuperacin de la memoria para construir el futuro. Es desde el reconocimiento del pasado que puede ser entrevisto el futuro. Los saberes ancestrales, a pesar del proceso de conquista, a pesar de toda la sistematicidad evidenciada en su destruccin, han pervivido en los pliegues de la memoria. Se mantienen an esas explicaciones fundamentales de la vida, del cosmos y de la naturaleza. Ha sido y es an un proceso de resistencia doloroso, difcil, complejo (cfr. Severi,1996). Son saberes que no gozan del status de ciencia desde el mundo acadmico oficial. Son conocimientos que tienen una matriz epistemolgica diferente, pero que an no ha sido sistematizada tericamente para dar contenidos de validacin cientfica al conocimiento ancestral, sin embargo, se trata de una posibilidad humana por conocer y explicar el mundo y que como tal tiene derecho y legitimidad a reclamarse y reconocerse como conocimiento. De todas maneras, es un proceso que est en sus inicios. Ha sido gracias a la enorme capacidad de movilizacin, de resistencia, de lucha poltica, que los pueblos indgenas han logrado provocar fisuras en esa caja de acero de la modernidad occidental. Su nocin de interculturalidad, entre otras, apunta justamente a abrir un debate hasta ahora prohibido dentro de la formacin epistmica del conocimiento y de los espacios del saber: aquel de la relativizacin de los contenidos universalizantes del proyecto de la razn. Sin embargo, en la sociedad que emerge desde la modernidad y el capitalismo, el espacio del saber es un espacio reservado, cerrado, controlado, con puntos de referencia obligados y con coordenadas establecidas de manera precisa en las que solo pueden moverse, circular y ser reconocidos aquellos que el sistema valida como detentadores oficiales del saber. En una sociedad en la que el conocimiento se articula a la dominacin, el saber es tambin poder, y el poder necesita del saber. La dupla saber-poder, nace desde el inicio de la modernidad occidental y el capitalismo. Si el saber est relacionado con el poder, entonces la ciencia no es inocente. No es neutral. Puede ser que los contenidos de verdad, que las formas que asume su axiomtica o su episteme estn fuera de toda conflictividad social, o, al menos, parezcan estarlo. Pero dadas las actuales condiciones de poder a nivel planetario, el saber dista mucho de la neutralidad poltica y la inocencia epistmica. En el capitalismo la relacin costo/beneficio, que es el rasgo ontolgico del homo econmicus, es la base sustancial, es el fundamento del contrato social del capitalismo y es la condicin de racionalidad del hombre moderno. Esa relacin costo/beneficio, que en realidad es toda una cosmovisin y todo un proyecto civilizatorio, impregna y atraviesa todas las posibilidades humanas al interior del capitalismo (cfr. Santana,1983).
Pero, Qu hacer con sociedades en las cuales no existe el homo econmicus? Cmo entender desde el campo epistmico de la economa, por poner un ejemplo, a aquellos pueblos que se abstienen conscientemente de la acumulacin y que rechazan explcitamente al homo econmicus del capitalismo? Puede comprenderse a estos pueblos sin realizar una violencia epistmica? La nocin de interculturalidad busca precisamente abrir el espacio de esa comprensin, busca demostrar esos lmites en la formacin del conocimiento. Pero es una nocin que ha sido construida poltica y socialmente. De lo que se trata, entonces, es saber cmo se construyen esas nociones de sentido desde la prctica poltica del movimiento indgena ecuatoriano y cmo pueden contribuir a enriquecer el debate sobre la racionalidad humana en su encuentro con la diversidad y la diferencia.
basada en la codificacin de los das de trabajo en los libros de hacienda, denominados libros de rayas, y en la entrega de anticipos en especie o anticipos monetarios conocidos como suplidos y socorros, y tambin codificados en los libros de hacienda, como libros de socorros (cfr. Guerrero,1991). Cada indio propio tiene un pedazo de tierra dentro de la hacienda, el huasipungo, que le sirve para su manutencin y la de su familia, y en el que trabajaba de uno a dos das a la semana. El resto del tiempo le pertenece al patrn de hacienda. En el sistema de concertaje (los indios propios eran tambin denominados indios conciertos en virtud de que haban concertado un contrato entre ellos y el patrn de hacienda), exista un frreo control sobre el tiempo de trabajo y sobre los anticipos entregados a los indios conciertos. La ley posibilitaba la prisin por deudas, y dada la forma particular por la cual los indios se comprometan o concertaban con la hacienda, el patrn de la hacienda estaba en capacidad de utilizar la figura de la prisin por deudas para someter a los indios conciertos. De hecho, en la mayora de las haciendas existan calabozos y prisiones para los indios que se negaban a cumplir los compromisos asumidos con el patrn de hacienda. As, el patrn de hacienda utilizaba y manipulaba los libros de hacienda para prolongar los contratos con los indios conciertos. A la entrega de un anticipo monetario o anticipo en especie, hecho por cualquier razn fausta o infausta (bodas, nacimiento de los hijos, fiestas, enfermedades, accidentes, muertes, etc.), el patrn de hacienda registraba esa deuda y extenda los tiempos en los que el indio concierto deba trabajar en la hacienda. Si el indio concierto falleca por cualquier razn, la deuda contrada con el patrn de hacienda automticamente se trasladaba a la viuda y sus hijos. De los contratos originales finalmente no quedaba sino la figura legal, los indios conciertos terminaban encadenndose a la hacienda por un sistema de deudas en los que el libro de rayas era el elemento simblico y semitico referencial. El concertaje de indios enmascaraba un sistema de servidumbre y esclavitud que era el eje fundamental del sistema de hacienda. Los mecanismos para endeudar a los indios al sistema hacienda eran mltiples y se hallaban vinculados a la estructura simblica y ritual de las comunidades indgenas. La forma usual por la que los indios que no haban solicitado socorros o suplidos, eran encadenados a la hacienda, era a travs del nombramiento de priostes de las fiestas rituales (Guandinango,1995:57-64; Guerrero,2000:119199). El patrn de hacienda comprenda que lo sagrado era un elemento bsico en la regulacin social de las comunidades y pueblos indgenas. Entenda asimismo, que la economa comunitaria se asentaba sobre criterios de ritualidad, de solidaridad, de complementariedad, de reciprocidad. Que los pueblos indgenas desconocan la nocin de acumulacin individualista. Esa comprensin, que viene de una prctica histrica desarrollada por los primeros encomenderos desde la colonia, le posibilitaba integrarse al mundo indgena desde posiciones de poder y de legitimidad. Ante los capataces de la hacienda, y en los cuales descansaba el poder real de gestin y conduccin cotidiana de la hacienda, el patrn de hacienda desarroll el sistema del compadrazgo, y a partir de ello los integr a la estructura de poder y consolid su prestigio, su poder y su autoridad. En las fiestas, cuya ritualidad y sacralidad son imperativas para los indgenas, el patrn de hacienda cumple un rol central dentro de la litrgica de la fiesta. Sobre esta ritualizacin se asienta gran parte del poder del patrn de hacienda. Abstenerse de participar en este ritual puede romper la estructura simblica de la hacienda, y con ello puede vulnerarse el poder del patrn de hacienda. Es en base de este poder que el patrn de hacienda puede manipular a su voluntad los libros de rayas y los libros de socorros. El patrn de hacienda, por otra parte, haba prohibido expresamente y bajo pena de castigos severos que los indios de la hacienda puedan aprender a leer y escribir. Es una prohibicin altamente reveladora de los roles que asume el conocimiento en el sistema hacienda, y en la sociedad de la cual es su correlato. As, la decodificacin del libro de rayas se constituye en la representacin grfica de un campo de luchas por el acceso al conocimiento y a la decodificacin del poder. Acceder al libro de rayas y al libro de socorros, era acceder a la comprensin de los mecanismos de poder de la hacienda, era socavar la autoridad y el prestigio del patrn de hacienda, era subvertir los cdigos culturales, simblicos y semiticos del poder de la hacienda. A todo lo largo del siglo veinte, los patrones de hacienda van a perseguir y castigar con dureza a los indios que proponan la alfabetizacin y la escolarizacin indgena. El patrn de hacienda tena el
privilegio de controlar la produccin del saber y las formas de decodificacin de ese saber. Durante los aos cuarenta y cincuenta del siglo XX, se va a perseguir de forma dramtica a los lderes indgenas que presionan por la educacin y el acceso al conocimiento. De esa fecha data la movilizacin de un dirigente indgena altamente representativo del movimiento indgena ecuatoriano, la indgena del pueblo Cayambi, Dolores Cacuango, una figura referencial y cuya principal actividad poltica fue justamente posibilitar el acceso a la educacin a los indgenas de las haciendas. Pero la hacienda tradicional sufre los embates de la modernizacin capitalista en el agro, a la vez que el asedio poltico de las organizaciones indgenas. Su posicin es cada vez ms retrgrada e insostenible. Los procesos de modernizacin industrial de los aos cincuenta, y la lenta transformacin de la hacienda tradicional hacia la agroindustria, cambian la racionalidad del patrn de hacienda. De una matriz simblica y ritual, el patrn de hacienda se ve compelido hacia una accin cada vez ms racional e instrumental, en la que el eje fundamental de su accin es el costo-beneficio (Martnez,2000:121-150; Guerrero,2000:337-387). La hacienda no desaparece sino que se transforma. Deviene en moderna unidad de produccin agroindustrial. Desde esta visin modernizante, las relaciones que el patrn de hacienda haba construido con las comunidades indgenas aparece como precaria, y como obstculo para la modernizacin. Pero existe tambin la presin de las organizaciones indgenas. Los indgenas quieren la disolucin del sistema hacienda, es decir, la desestructuracin del ncleo de un sistema en el cual la hacienda aparece profundamente imbricada con las estructuras polticas, jurdicas, culturales existentes en el Ecuador. Disolver el sistema hacienda es desestructurar toda la poltica, dejar sin piso a las lites, es romper la base de la estructura del poder. A fin de legitimar el pedido de disolucin de la hacienda, los indgenas ecuatorianos articularon dos ejes bsicos en su discurso que se revelan como estratgicos en su accin poltica, de una parte utilizan la nocin de interculturalidad para deconstruir los contenidos del saber oficial como relevando de posiciones de poder y dominacin terica, y, de otra, proponen un cambio radical de la estructura del Estado desde la nocin de la plurinacionalidad. Se trata de acceder a la decodificacin de los libros de hacienda, pero al mismo tiempo acceder a posiciones de confrontacin en los mbitos del saber. La decodificacin del libro de hacienda tambin implica la decodificacin de todo el sistema de poder del cual es parte. Para entender los alcances de las nociones de interculturalidad y de plurinacionalidad es necesario comprender cmo estas categoras posibilitaron la construccin de un nuevo tipo de organizacin social, antes indita en el Ecuador.
Dentro de esa matriz epistmica de la produccin (y su correlato: el trabajo como categora ontolgica), la interculturalidad no puede ser ni comprendida, ni asumida como elemento central de organizacin y construccin poltica. Si existe una lucha poltica es aquella lucha por la tierra. Los campesinos, independientemente de su condicin cultural, son los aliados naturales de los obreros que son los mediadores directos en la esfera de la produccin. En esa coyuntura de los aos sesenta, setenta e incluso inicios de los ochenta, la forma principal de organizacin de los indgenas, ser el sindicato de tierras, y su participacin como movimiento social ser adscrita a los partidos polticos de la izquierda y a los movimientos obreros. Es desde esa matriz epistmica de la produccin, que se otorgan condiciones de validacin, reconocimiento y sentido poltico a los indgenas. Es desde all que se generarn categoras de comprensin como aquellas del modo de produccin andino, o que se ejercer una violencia epistmica cuando se adscribe de manera acrtica el mundo andino y comunitario a los patrones del modo de produccin asitico, etc. En su enfrentamiento con el sistema hacienda y con las estructuras de poder derivadas de este sistema, y que llev a los indios a realizar un gran nmero de levantamientos indgenas durante todo el siglo XX, las posibilidades de decodificacin de esa estructura de poder estaban sometidas a contenidos epistemolgicos que provenan de fuera del movimiento indgena. Para comprenderse a s mismos y para luchar en contra del sistema de dominacin, los indios tenan que articular la semntica de la dominacin, segn la feliz expresin de Andrs Guerrero (Guerrero,1991). Tenan que hablar, pensar y actuar en una clave que no era la suya, pero que dadas las condiciones histricas, era la nica forma de oponerse y luchar en contra de ese poder. Era necesario, entonces, construir un campo epistemolgico que d cuenta de esas particularidades de los pueblos y comunidades indgenas, al tiempo que posibilite una construccin organizativa diferente a aquella del sindicato de tierras y del movimiento social adscrito casi como apndice a los partidos de izquierda y al movimiento obrero. El riesgo en la construccin de ese campo epistemolgico era perder la ruta antes de haberla comenzado. Cmo construirla sin perder la referencialidad de la resistencia y la lucha en contra del poder? De dnde partir y de qu maneras justificarla? Cmo evitar rupturas polticas con una izquierda y un movimiento obrero que haba sido siempre aliados incondicionales y compaeros de ruta? Cmo construir una agenda que d cuenta de las particularidades del mundo indgena, pero que al mismo tiempo posibilite los consensos y las alianzas? Aquello que permite la construccin de ese nuevo campo epistemolgico, sobre el cual se asentarn las futuras bases organizativas del movimiento indgena, estn dadas justamente desde la nocin de cultura y aquella de territorio. Es desde estas nociones que logran constituirse dos categoras bsicas que marcan la transformacin poltica del movimiento indgena ecuatoriano y su constitucin en actor social y poltico independientemente de los partidos de izquierda, esas dos categoras bsicas son aquellas de la interculturalidad y la plurinacionalidad (Dvalos, 2001b). La categora de interculturalidad haca referencia a las posibilidades de acceder a la decodificacin y deconstruccin del orden del saber constituido desde el poder, y que finalmente encontrar su expresin ms importante en la creacin de la Universidad Indgena Intercultural, mientras que la categora de plurinacionalidad afectar directamente a la constitucin del Estado mismo, en su matriz epistemolgica y deontolgica, a sus sistemas de representacin poltica, a sus marcos institucionales y jurdicos. Para poder construir este nuevo campo epistemolgico era necesario desmarcarse del orden de la produccin como matriz terica-poltica que legitimaba un cierto tipo de discurso y de prctica organizativa. Esta toma de distancia corra el riesgo de perder aliados y de ser visto al otro lado de la orilla. De hecho, este proceso de desmarquaje empez desde sectores de la iglesia empeados en poner distancias con el Partido Comunista, al momento la organizacin poltica que contaba con la organizacin de indgenas ms importante de ese entonces, la Federacin Ecuatoriana de Indios, FEI. La primera forma de desmarcarse de la matriz terica de la produccin y el trabajo, fue apelando a las nociones de cultura y de identidad cultural, y construyendo desde esas nociones un nuevo tipo de organizacin, diferente al sindicato de tierras pero adscrito a la densa red de estructuras organizativas existentes, y que van desde las comunas y cabildos comunitarios, hasta organizaciones regionales y nacionales.
Nace as, a inicios de los aos setenta, la organizacin indgena: Ecuador Runacunapac Riccharimui, Ecuarunari (El despertar del indio ecuatoriano). Durante ese mismo periodo, los indgenas de la amazona ecuatoriana, constituyen asimismo un nuevo tipo de organizacin, la Confederacin de Nacionalidades Indgenas de la Amazona Ecuatoriana, CONFENIAE. Estn conformadas las estructuras organizativas de lo que ms tarde ser la Confederacin de Nacionalidades Indgenas del Ecuador, CONAIE (Dvalos,2001b).
de discursos, y ello solo poda darse desde un campo epistemolgico distinto. Los conceptos que permiten articular ese campo epistemolgico son aquellos de cultura y territorio, que al momento de ser operacionalizados en la prctica poltica, se transformarn en las categoras de la interculturalidad y la plurinacionalidad. La categora de interculturalidad debe permitir al movimiento indgena un doble proceso: por una parte debe posibilitar el acceso a los cdigos y referentes que estructuran y consolidan los discursos de la dominacin, un proceso que empieza por la oficializacin de la educacin intercultural bilinge y su reconocimiento por parte del Estado (Krainer,1996); y, de otra parte, la interculturalidad debe permitir una deconstruccin terica y epistmica de esos discursos, tarea que se concretiza con la creacin de la universidad intercultural (Dvalos,2001b). La interculturalidad no suscita los choques de opiniones que suscitar la propuesta de plurinacionalidad, porque existe la percepcin de que la interculturalidad puede ser una estrategia de fcil asimilacin, y que puede adscribirse a los sistemas de educacin existentes. De hecho, la CONAIE lograr en 1988, a dos aos de su creacin, la oficializacin por parte del Estado, de la Direccin Nacional de la Educacin Intercultural Bilinge, DINEIB. Ser la primera institucin creada por el movimiento indgena desde su prctica poltica. Pero el reconocimiento de la educacin intercultural bilinge por parte del Estado, no implica que se cambien los patrones de la dominacin tnica, ni los referentes culturales que se haban generado desde el poder. Los indios seguan invisibilizados, eran una parte no existente en el imaginario nacional. En los problemas y prioridades del pas, los indios no ocupaban espacio ni tampoco generaban resquemores. No estaban en la agenda nacional, como no lo haban estado durante casi toda la historia de la repblica. As, la interculturalidad como estrategia poltica del movimiento indgena, tena que adecuarse y corresponderse a una visin ms amplia y de ms alcance. La cuestin no radicaba en el reconocimiento de la interculturalidad para los pueblos y nacionalidades indgenas, sino en su reconocimiento real y efectivo por parte de toda la sociedad. Era la sociedad en su conjunto la que tena que valorar, comprender y aceptar la diferencia, relativizando sus cdigos culturales y sus pretensiones universalistas y obligatorias. La interculturalidad haba servido para descubrirse diferentes incluso entre pueblos y naciones indgenas. Los pueblos saraguros se saben y se sienten diferentes a la nacionalidad huarorani, y sta es diferente de los tschilas. Pero no haba servido para que la sociedad pueda comprenderlos, valorarlos y respetarlos en su diferencia. Todo lo contrario, el discurso dominante que apuesta a la reduccin del Estado y a la transferencia de mecanismos de regulacin social al mercado, se presenta como uno de los riesgos ms amenazantes para su cultura. Los pueblos y nacionalidades indgenas de la amazona, sienten cmo su territorio ancestral se vuelve vulnerable por la presencia de las compaas petroleras, madereras y de agroindustria. El entorno en el que viven se transforma brutalmente y la amenaza del etnocidio se presenta como una realidad evidente. Uno de esos procesos de etnocidio es vivido por los pueblos de la nacin zpara de la amazona ecuatoriana. A mediados de los aos ochenta, los testimonios hablan de la existencia de quince mil zparas en la regin, para fines de los aos noventa, apenas existan 150 de ellos (Dvalos,2001c). Es pensando en estos procesos, adems de los innumerables conflictos con el sistema hacienda, los que configuran el escenario del levantamiento de 1990, y la propuesta de la plurinacionalidad. La sociedad no slo debe aceptar la diferencia, sino que debe respetarla, y ese respeto pasa por el reconocimiento a sus territorios y a sus prcticas culturales. La nocin de plurinacionalidad se revela como estratgica para asegurar su pervivencia como pueblos y naciones diferentes. Las prcticas culturales de los pueblos y nacionalidades indgenas haban sido consideradas como irrelevantes, o como peligrosas, y de hecho estaban codificadas dentro del cdigo penal ecuatoriano. Los shamanes (amautas) de los pueblos indgenas, arriesgaban la acusacin de brujera y una condena de prisin por el ejercicio de su saber ancestral. Las grandes empresas transnacionales del petrleo o de la madera, negociaban directamente con el Estado la concesin de territorios en los que habitaban un gran nmero de naciones indgenas, y que siempre les haban pertenecido. Sus productos rituales como la ayahuasca, haban sido patentados por empresas transnacionales. Sus conocimientos atvicos eran sujetos de investigacin sin beneficio de inventario.
Es desde el reconocimiento de estas prcticas de imposicin, dominio y violencia real, simblica y epistmica, que la CONAIE, propone la categora de la plurinacionalidad. Si el Estado Ecuatoriano reconoce la existencia de la diversidad a su interior, entonces existiran mayores posibilidades de defensa y de resistencia para pueblos y naciones ancestrales amenzadas y en peligro de desaparicin. Para los pueblos indgenas, el Estado ecuatoriano es una construccin hecha desde el poder, y la nacin ecuatoriana simplemente no existe. Lo que existe es una gran diversidad que an no logra una cohesin nacional. La CONAIE incorpora al pas un debate antes inexistente, a pesar de haber estado all todo el tiempo, aquel de la plurinacionalidad y la necesidad de un dilogo intercultural. Somos diferentes, dicen los indios, y estamos orgullosos de serlo. Necesitamos que se respete nuestra diferencia y que se conviva en paz con las otras culturas. El desafo lanzado tiene profundas consecuencias. Si se acepta que los pueblos indgenas son radicalmente diferentes a nosotros, y que los otros tienen tanta razn de vivir como nosotros, entonces los contenidos de nuestra cultura no son tan universales como habamos pensado, y era necesario poner lmites muy concretos a nuestros valores, referentes, nociones y conceptos bsicos. Pero Cmo hacerlo cuando se haba construido todo un imaginario simblico altamente peyorativo con respecto a los indios? Cmo relativizar los contenidos de la modernidad occidental frente a pueblos considerados como brbaros? Cmo considerar que ellos tambin tengan razn? Si lo hacamos, significaba que todo lo que habamos hecho en nombre de la razn, la civilizacin y la modernidad, no era ms que pura imposicin, violencia y dominio. Eramos tan salvajes como cualquier otro pueblo que impone por la fuerza sus ideas, costumbres y religin a otros pueblos. Los pretextos que justificaban y haban legitimado tanta violencia en contra de los pueblos indios se revelaban como argumentaciones de tipo ideolgico dentro de una accin estratgica del poder. Tales son las consecuencias de aceptar la plurinacionalidad y la interculturalidad en el proyecto original de los indios. Pero, si bien la conformacin de la CONAIE abri el espacio de posibles sociales a la discusin de la alteridad, y a partir de all cuestion la estructura misma del Estado Ecuatoriano, ello no signific que se hayan efectivamente suscitado el debate, la reflexin y los cambios al interior de la sociedad ecuatoriana. El hecho de poner en discusin el carcter plurinacional del Estado suscit muchas suspicacias y sirvi como argumento de deslegitimacin en contra del movimiento indgena ecuatoriano. En efecto, cuando en 1990 la Organizacin de Pueblos Indgenas de Pastaza, OPIP, propuso un documento en el cual se reconoca el derecho de los pueblos ancestrales a ejercer su soberana territorial, bajo condiciones de autonoma y descentralizacin, casi todas las voces acusaron al movimiento indgena de fracturar la soberana nacional y de amenazar la unidad del Estado Ecuatoriano. Con su propuesta de plurinacionalidad e interculturalidad, los indgenas no lograron abrir un dilogo intercultural con la sociedad, pero lograron consolidar un espacio organizativo cualitativamente nuevo, posicionaron nuevos temas en la agenda poltica, y lograron que la sociedad ecuatoriana visualice a los indios como actor social y que a partir de esa visualizacin empiecen a prefigurarse cambios profundos.
acto privado, individual, sometido a reglas especficas de validacin. Pero esos conocimientos se articulan dentro de un campo de relaciones de poder. Para los pueblos y nacionalidades indgenas, el conocimiento ancestral del cual eran portadores, no poda constituirse en conocimiento referencial para la sociedad, por cuanto en su produccin no se haba considerado la posibilidad de la existencia de otro tipo de racionalidad humana. En efecto, hasta el momento todas las condiciones de saber, de conocimiento, y de comprensin se hallan delimitadas bajo una camisa de fuerza que es aquella de los conceptos, nociones y categoras cientficas y sociales que han sido creadas desde la modernidad occidental. Para comprenderse a s mismo, el movimiento indgena necesita crear los instrumentos tericos y analticos que le permitan una comprensin de su mundo sin violentar su cosmovisin y sus valores ticos fundamentales. Sin embargo, varias de las nociones, conceptos y categoras ms fundamentales que se han creado desde las ciencias actuales, violentan, desestructuran, e imposibilitan la autocomprensin desde lo indgena. Es necesario, entonces, buscar la forma de abrir ese espacio hacia nuevas reflexiones, debates y discusiones que permitan crear una nueva condicin social del saber. Tal es el eje central de la propuesta de crear la universidad intercultural. No se trata de producir una institucin ms que replique las relaciones de poder existentes en la sociedad, y en la que lo indgena sea un aspecto circunstancial o formal en la currcula acadmica. No se trata tampoco de inventar un espacio de saber reservado solamente para los indgenas, y en el cual los contenidos fundamentales reproduzcan los criterios de verdad del poder, pero esta vez disfrazados de contenidos indgenas. La creacin de la Universidad Intercultural no significa en absoluto la parcelacin de la ciencia en una ciencia indgena y otra no indgena. Significa la oportunidad de emprender un dilogo terico desde la interculturalidad. Significa la construccin de nuevos marcos conceptuales, analticos, tericos, en los cuales se vayan generando nuevos conceptos, nuevas categoras, nuevas nociones, bajo el marco de la interculturalidad y la comprensin de la alteridad. Es en virtud de ello que se trata de la apertura de un espacio nuevo, de un carcter diferente a aquel de mediados de los ochenta cuando se cre la CONAIE, pero que dadas las condiciones actuales de globalizacin, cambio tecnolgico y social, ser de fundamental importancia para asumir los retos del futuro. Hasta ahora, la ciencia moderna se ha sumido un soliloquio en los cuales ella misma se daba los fundamentos de la verdad desde los parmetros de la modernidad occidental. Sus categoras de base eran siempre autoreferenciales, es decir, para criticar a la modernidad era necesario adoptar los conceptos hechos por la misma modernidad, y para conocer la alteridad y la diferencia de otros pueblos, era tambin necesario adoptar conceptos hechos desde la matriz de la modernidad. Es por ello que para la comprensin de los pueblos, naciones o tribus que estaban fuera de la modernidad se hayan creado ciencias como la etnologa, la antropologa, en las cuales el sujeto que observaba y estudiaba no poda comprometerse ni contaminarse con el objeto estudiado. Los pueblos indgenas fueron transformados en objetos de estudio, descripcin y anlisis. Conocer y estudiar a los indgenas comparta la misma actitud vivencial y epistemolgica con la cual se deberan estudiar, por ejemplo, los delfines, las ballenas o las bacterias. Este distanciamiento supuestamente determinado por las condiciones de saber, exclua la posibilidad de autocomprensin de los pueblos indgenas. As, vastos dominios de la ciencia, no permitan la inclusin de lo extrao y lo diferente dentro de sus fronteras de conocimiento. Por ejemplo, la ciencia econmica actual, no tiene un solo instrumento terico, ni una sola categora de base o un solo concepto, que le permita estudiar las formas econmicas fundamentales de las comunidades indgenas, en la ocurrencia, el caso de la minga como institucin econmica. Como no existen los referentes tericos entonces se niega validez y existencia real al fenmeno social. La minga existe pero es slo un caso digno de atencin de la antropologa, en el mejor de los casos, pero no de la economa. Si la ciencia moderna se ha sumido en un soliloquio y si las condiciones de saber siempre estn implicadas en las condiciones de poder, entonces cmo generar las condiciones para un dilogo? Cmo articular la interculturalidad dentro de los lmites de la epistemologa y de la produccin del conocimiento? Cmo aportar a la aventura humana del conocimiento desde nuevas fuentes? La Universidad Intercultural est pensada justamente en esa dimensin terica, pero tambin tiene una dimensin deontolgica y tica, en la cual el eje vertebrador es la nocin de interculturalidad, como propuesta para aceptar las diferencias radicales y construir un mundo ms justo, equitativo y tolerante.
Referencias bibliogrficas
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Notas
Pablo Dvalos, Universidad Catlica de Quito y Universidad Intercultural de las Nacionalidades y Pueblos Indgenas. Correo
electrnico: [email protected] Dvalos, Pablo (2002) Movimiento indgena ecuatoriano: Construccin poltica y epistmica. En: Daniel Mato (coord.) : Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela.
1
Abya Yala es el nombre con el que los pueblos Kunas, de Panam, nombraban a los territorios que ahora se deominan como
Amrica. La recuperacin del vocablo tiene connotaciones polticas. Nombrar es ejercer una voluntad poltica de dominio sobre el objeto nombrado.
2
Sobre la importancia poltica que tiene la CONAIE a nivel de las organizaciones de los movimientos sociales en la regin andina,
pertinentes. Mediante el uso de esta estrategia discursiva, Moulian pretende eludir el improductivo dilema dualista en que se intenta colocar a las ciencias sociales: la opcin entre el texto ritualizado por el modelo acadmico predominante y el ensayo redescubierto por los novsimos tericos (Moulian,1997:8). Si bien otorga la razn a Richard cuando ella plantea [que la incapacidad de la sociologa] de transgredir la cannica escritural ha impedido [a los socilogos] avanzar ms all de la iluminacin de realidades estudiadas, Moulian cree que el futuro de la escritura sociolgica se encuentra en la hibridez (Moulian,1997:10); es decir, en una mezcla de registros (discursivos, narrativos, temticos, metodolgicos) provenientes tanto de la sociologa como del neo-ensayo. Por ello, decide reaprender a escribir en la brecha de estas contradicciones, jugndose en la insinuacin (Moulian,1997:11). Con Sobre el crepsculo de la sociologa y el comienzo de otras narrativas , Brunner interviene crticamente en este debate, aseverando que puede ser que el lenguaje de la sociologa haya dejado de hablar (Brunner,1997:30), o que, al menos, ya no tiene mucho que decir al mundo. Para demostrar su hiptesis -la sociologa hoy en da sufre una crisis de lenguaje-, reconstruye ensaysticamente los orgenes de la misma como [si fuera] la pica del surgimiento de la modernidad. En su momento fundante, la sociologa se diferenciaba de los varios discursos que durante el XIX se haban mantenido entremezclados: la filosofa, la historia, la literatura y el ensayo. No obstante, en este mismo proceso de profesionalizacin, la sociologa prolong algunos elementos del gnero de la epopeya, intentando por el contrario separarse de la evolucin de la novela (Brunner,1997:28). En definitiva, para Brunner tanto la novela como la sociologa compartiran un mismo origen: la epopeya; sin embargo, sera slo la sociologa la que repite su gesto [el de la epopeya], convirtiendo a las sociedades en actores picos de la modernidad (Brunner,1997:29). Cmo se lleg a la actualidad de la post-dictadura, hegemnicamente sancionada por las ciencias sociales al comienzo, y por las ciencias de la comunicacin, las ciencias administrativas, la informtica, la telemtica, el saber del marketing y de la publicidad, posteriormente? (Thayer, 1997, 5); es decir, Cmo y cules fueron las premisas sobre las que se imagin y redise el contemporneo nuevo orden social chileno? Comenc esta seccin en un sentido cronolgico inverso, dando saltos desde adelante hacia atrs e inversamente para demarcar sus puntos conflictivos, paradjicos, aporticos. Esta estrategia me permite realzar mltiples pliegues de procesos entrecruzados, en los cuales se inscriben huellas del pasado y tajos analticos en el presente de cuya imbricacin resultan nuevos proyectos. Retomemos entonces esas huellas del pasado, ciertos trazos de la memoria incrustados intempestivamente por la crtica cultural en este presente del Chile actual.
donde se plasman las posiciones disparejas que ocupaba cada sector en el mapa de la recomposicin socio-cultural (Richard,1994:73). En un principio, su intencin era formalizar el marco de una discusin. Lo que en realidad se consigui, segn Richard, fue objetivar los supuestos que trabajaron el desencuentro o el encuentro equvoco (Richard,1989:28); es decir, se enfrentaron dos concepciones divergentes, aunque en ciertos aspectos yuxtapuestas, sobre el anlisis de la dimensin cultural. En realidad, los representantes de las ciencias sociales presentes en el seminario fueron pocos, entre los cuales se encontraban Brunner, Norbert Lechner y Martn Hopenhayn. Sin embargo, ellos fueron los gestores del cuestionamiento del discurso sociolgico heredado (moderno), por desconfiar tanto de las racionalizaciones totalizantes (Richard,1994:74) como de los grandes proyectos de modernizacin (Richard,1994:73). Fueron ellos, as, los que construyeron un nuevo macro-discurso capaz de abrir los futuros caminos hacia la transicin democrtica. Cules fueron, desde la perspectiva de Richard, los temas debatidos y las posiciones criticadas por la sociologa? En general, giraron en torno a la naturaleza neo- y/o postvanguardista de la avanzada y a las consecuencias implcitas en esta conceptualizacin: la celebracin del margen y/o de la marginalidad (Richard,1987:65), el supuesto de una institucionalidad unidimensional y homognea a la cual transgredir (Richard,1987: 28), la falta de articulacin entre las condiciones de produccin artstica y su posterior circulacin y consumo (es decir, cmo negociar la insercin en el mercado o cmo constituir un mercado alternativo) (Richard,1987:29 y 63), la tendencia a homologar lo constituido con lo estigmatizado y a identificar lo conceptualizador con reificante (Richard,1987:93). Evidentemente, la crtica ms recurrente se dio en torno a la estrategia de la automarginacin postulada por la avanzada, y a partir de la cual Richard celebra tanto la nomadologa desconstructiva (posmoderna) inherente a este posicionamiento, como la distancia (moderna) que desde ella se gana para poder transgredir la institucin.6 Como contrapoltica espacial propuesta desde la tensionalidad crtica del lmite (Richard,1994:65), la avanzada practic un fuera de marco que, segn Richard, puede ser ambivalentemente ledo como infraccin (negarse a la clausura y atentar contra la sobrevigilancia de los cierres) o desamparo (carecer de apoyo estructural de una base de operaciones) (Richard,1989:11). Es decir, se concibe al margen como sitio creador de ambigedades y paradojas. Por ello, asevera Richard, el margen se juega en diferentes registros que a veces se confunden para generar lecturas ambivalentes y hasta contradictorias (Richard,1989:26).7 Sin embargo, para Brunner, esta posicin lmite refiere especficamente a la glorificacin o la ritualizacin de los mrgenes en tanto cautiverio feliz de los excluidos (Richard,1989:26). En definitiva, segn Richard compiten dos intencionalidades de lectura frente a la automarginacin: desde la esttica, se productiviza el margen como prctica de los bordes o como simblica de lo fronterizo, que se realzan en las figuras descentradas de un imaginario nmada (social, esttico, sexual, nacional) rebelde a las sedentarizaciones de poder y amante de la deriva [locus postmoderno?]; mientras que desde la sociologa, se castiga por la resignacin a la pasividad o inoperancia de ser un espacio retrado e incomunicado, incapaz de quebrar la externalidad de su fuera de juego respecto de los circuitos de consumo masivo o de comunicatividad social vigentes (Richard,1989:27) [locus moderno?]. Permtaseme un comentario con respecto a la contradictoria, y muchas veces paradjica, estrategia de automarginacin. Primero, si la avanzada se postulaba como gestora de prcticas marginales, pregunto Por qu y para qu estaban tan interesados en buscar el reconocimiento de un discurso hegemnico como lo era el de la sociologa? O, dicho en otros trminos, Para qu buscaran un acceso a la centralidad? Buscaran devenir hegemnicos? De ello resulta la segunda paradoja: si se considera, siguiendo el anlisis de Richard, que lo central, lo hegemnico, lo institucional, lo simblico es por naturaleza represor, castrador, reificante, Por qu pretender ingresar a ese orden y adquirir el mismo status que estn queriendo transgredir? Para qu convertir el proyecto de la avanzada en parte de aquel orden que precisamente sus obras y prcticas estaban criticando, buscando no slo intervenirlo sino alterarlo y, a la vez, ser parte de l? Como consecuencia de esto ltimo, y teniendo en cuenta que la posicin marginal, segn Richard, es el sitio de la productividad desterritorializante, acceder al centro, convertirse en hegemnicos significaba de por s reterritorializarse, es decir, despojarse de la posicin marginal de la cual proviene, segn su teora, la productividad de las diferencias. Esto explica por qu la avanzada estaba tan interesada en dialogar con la sociologa. Precisamente, porque para ella, las ciencias sociales no slo conformaban un campo acadmico-disciplinar (articulado en torno a su
principal centro de estudio, FLACSO), sino tambin [porque eran el] referente poltico-institucional de la llamada izquierda renovada en Chile (Richard,1989:27). La nueva izquierda era precisamente uno de los referentes que situaba a ambos grupos frente a sus enemigos comunes, tanto de la derecha (Pinochet y su dictadura), como de la izquierda tradicional y ortodoxa (el PC, el PS tradicional y las distintas lneas progresistas de la Democracia Cristiana). Es decir, la avanzada fue interpelada por el discurso sociolgico en tanto novedad [terico-poltica] en la escena progresista (Richard,1989:27), ya que haba sido el primer polo de estructuracin poltico-cultural particularmente activo en el debate democrtico (Richard,1989:27), aunque tambin hay aqu que recordar que la avanzada buscaba la legitimacin de un discurso hegemnico con el propsito de mantener abierto un espacio en el cual el arte y la literatura (la esttica) pudieran seguir desarrollndose como prcticas del disentimiento. Esta sera la atraccin que la sociologa presentaba a la avanzada, aunque esta ltima paradjicamente buscaba una alianza sin estar dispuesta a negociar consensos. Podra, entonces, el proyecto de la avanzada aceptar ser subalterna de las ciencias sociales?
modernidad/posmodernidad influira de maneras disparejas. Segn Richard, ambos grupos partiran de macro-relatos diferentes: un doble corpus de referencias (esquemticamente: post-marxismo en las ciencias sociales, post-estructuralismo en la teora de arte) (Richard,1989:27-28). Si bien se esperaba algn tipo de intercambio crtico (Richard,1989:28) entre la sociologa y los restos ya diseminados de la avanzada, los contactos entre ambos sectores resultaron ms bien protocolares (Richard,1989:28). Por qu, segn Richard, este intento de dilogo cmplice slo result en meros intercambios protocolares? Es que no se desarroll un debate crtico entre ambos grupos a partir del cual se plasmaran posiciones ideolgicas contradictorias? Por qu, an en 1989, pareca no haberse llegado al meollo o a los nudos rizomticos de dicho desacuerdo?
cmplice, hubo sin duda un intercambio crtico 13 a partir del cual ambos discursos salieron modificados: ciertas tendencias de la sociologa, a fines de los 90, reconocen su crisis radical de discursos, aunque no de proyectos; la crtica cultural, por su lado, surge como anti-proyecto, precisamente, de la interaccin prctica con esos intelectuales. Para ello tuvo que incorporar diversos elementos del anlisis sociolgico, a saber, el tratamiento de ciertos temas (como lo popular, lo urbano, los saberes disciplinarios, las identidades), aunque desde distintas perspectivas y enfoques, y de ciertas premisas epistemolgicas (la construccin terica de un objeto determinado con presupuestos prcticos que en un principio fueran compartibles).14 Recin a comienzos de la dcada de los 90, especficamente en La insubordinacin de los signos (1994), Richard abordar el debate de fondo entre las ciencias sociales y la avanzada, a saber, las repercusiones del debate modernidad-posmodernidad en la periferia. Segn Richard, las micropoticas del acontecimiento y del desarreglo de la avanzada, de haber sido comprendidas y legitimadas por la sociologa, podran haberse convertido en ejemplos concretos de los cambios que se estaran produciendo con el advenimiento de la posmodernidad en la periferia. Por qu recin en 1994, al menos para Richard, fue posible enunciar y demarcar esta zona conflictiva? En un principio, Richard y, quizs, los socilogos, haban credo que la condicin o el horizonte post compartido por ambos grupos era una razn suficiente para establecer la posibilidad de una alianza. Es a partir de esa base que Richard busca establecer el dilogo cmplice. Sin embargo, una vez que entran en dilogo, se pone de manifiesto no slo que parten de distintos macro-relatos (las ciencias sociales utilizarn a la cultura como campo y dispositivo estratgico a partir del cual cuestionar lo poltico, lo social y lo econmico desde un reformulado post-marxismo; mientras que la avanzada, ferviente representante del desconstruccionismo y de las filosofas del deseo, intentar intervenir lo poltico, lo social y lo econmico desde la esttica), sino que concomitantemente a esta diferencia terica, se explicitar el hecho de que ambos grupos tenan programas y objetivos diferentes. En este sentido, la condicin post no alcanz para producir dicha alianza, puesto que no se compartan ni programas ni objetivos. La sociologa renovadora aspiraba a generar consensos (lneas de fuerzas) en torno a los cuales reconstituir un orden social hasta ahora desintegrado, mientras que la avanzada se negaba precisamente a construir dichos consensos a travs de prcticas que buscaban expresar y realzar el disenso (puntos de fuga). En qu se basaron los desencuentros entre las lneas de fuerzas y los puntos de fuga, entre un discurso moderno (la sociologa) y un pensamiento esttico-crtico posmoderno (la crtica cultural)? Cules eran y cules siguen siendo los desacuerdos que podran haberse tensionado crticamente pero que, segn Richard, fueron desatendidos por la sociologa? Primero, FLACSO y CENECA se impusieron en toda Amrica Latina como los centros de investigacin sociolgica que efectuaron el ms extenso relevamiento de los fenmenos culturales de pases sometidos al poder autoritario (Richard,1994:77). Por lo tanto, segn Richard, eran los nicos que podran haber cumplido [el] rol de valorizadores (Richard,1994:76). Segundo, la sociologa de FLACSO propuso una renovacin de los discursos hasta entonces elaborados por la sociologa tradicional; eso implicaba una desconfianza hacia los macrorrelatos sistematizantes de la teora social (Richard,1994:78). No obstante, las ciencias sociales chilenas requeran hacer confiable el relato de su desconfianza, inscribindolo dentro del campo de conocimiento y re-conocimiento de un saber acreditado (Richard,1994:79). Es decir, la sociologa renovadora chilena, al reconquistar un sitio de prestigio dentro de Amrica Latina, era la nica capaz de revisar el monopolio de lectura de las ciencias sociales cuya tradicin hegemnica domina el pensamiento cultural latinoamericano (Richard,1994:81). Desde la dcada de los sesenta, en Amrica Latina, muchos de los representantes de las ciencias sociales cumplieron el papel de intelectuales orgnicos funcionales a determinados proyectos emancipatorios modernos. Como disciplina con una tradicin acadmica y discursiva hegemnica dentro de las ciencias sociales, la sociologa podra haber legitimado institucionalmente el valor cultural de las prcticas de la avanzada.
social y poltico movilizado por el utopismo revolucionario (Richard,1994:70); el intelectual que pone su capacidad racionalizadora-sintetizadora de ideas e ideales al servicio del programa de luchas sociales y de enfrentamientos polticos modelizado por el instrumento revolucionario del partido (Richard,1994: 89), (Intelectual orgnico moderno?); y por otro, a los creadores del discurso de la crisis, que tuvo su expresin militante en un grupo de artistas plsticos y su adhesin en ciertos crculos de filsofos y literatos (Richard,1994:70); un intelectual que sita su crtica al poder en el interior de la multiplicidad dispersa de sus redes de enunciacin y circulacin buscando hacerlas estallar mediante tcticas oblicuas de resistencia local a las jerarquas del sistema (Richard,1994:90), (Intelectuales sectoriales o expertos postmodernos?). En tanto, los primeros seran aquellos que producen discursos ideolgicos, por lo cual estn interesados en la interpretacin del sentido (Richard,1994:71), los segundos estaran empeados en el desmontaje formal de las ideologas artsticas y literarias de la tradicin cultural (Richard,1994:70) a travs de la exploracin de bordes de pensamiento que manifestaban un deseo de experimentacin con el sentido (Richard,1994:71). Interpretacin del sentido (mirada de las ciencias sociales) y experimentacin con el sentido (prcticas terico-crticas de la avanzada) refieren as a dos paradigmas crtico-hermenuticos con implicancias ideolgico-polticas y efectos sociales dismiles. Por un lado, los socilogos con las macrorracionalizaciones utilitarias (Richard,1994:78) preparaban el juego de los actores que iban a protagonizar la transicin democrtica (Richard,1994:76), reorganizando las posibilidades de un nuevo consenso. Es decir, este grupo de socilogos, segn Richard, estaba interesado en reconstituir sujetos e integrarlos a un posible nuevo orden socio-poltico, reterritorializndolos. Por otro lado, la avanzada, mediante sus micro-poticas dis-funcionales practicadas como excedente o marca inutilitaria (Richard,1994:76), se orientaban, a travs de estallidos y disonancias, hacia la desestabilizacin tanto de la dictadura como de cualquier posible transicin democrtica pergeada por los socilogos-idelogos. En efecto, interesada en la insurgencia desde la dispersin, desde la pulsin y desde la aniquilacin de la unidad (Richard,1994:76), la avanzada propona prcticas transgresoras y abra puntos de fuga y clandestinaje (Richard,1994:78) desterritorializantes. Al contrario, la sociologa portadora de una pica del metasignificado (Richard,1994:79) aplicaba una lgica explicativa con voluntad de ordenar categoras y de categorizar desrdenes (Richard,1994:77), siendo consecuente con su inters en la realineacin y cumpliendo con los requisitos de un discurso financiado por las agencias internacionales (Richard,1994:76). Es as como, la crtica cultural, invocando el antecedente de la difunta avanzada, se aherrojaba en el minimalismo de la rotura y en la intempestividad producida por el temblor del acontecimiento estetizado precisamente para producir un desencajamiento de cdigos, un desmontaje de las categoras (Richard,1994:77) recorriendo claramente un itinerario antilineal, rizomtico y desconstructivista. Es por todo esto que la sociologa chilena de los 80 pudo parecer moderna, demasiado moderna a los ojos de la nueva escena (Richard,1994:81). En consecuencia, Por qu, por lo menos para Richard, no pudo hacerse explcito lo que haba estado implcito (propuestas de proyectos y objetivos diferentes) hasta mediados de los 90? Cules eran los programas y objetivos contradictorios que obstaculizaron este dilogo cmplice? Qu buscaban los socilogos y la crtica cultural?
Intercambios crticos
A mediados de los 70, se hizo evidente una crisis de discursos: haca falta elaborar lenguajes o hablas que no slo fueran capaces de nombrar la crisis, sino tambin de proponer trnsitos o salidas a la misma. Los representantes de las ciencias sociales con los cuales la avanzada quiso entrar en dilogo, estaban liderados por Brunner. Este dato es interesante porque ya para mediados de los 90, el posible dilogo cmplice con la tendencia renovadora de la sociologa se haba reducido a un intercambio crtico personalizado entre Richard y Brunner. Por un lado, muchos de los socilogos renovadores estimaron, luego de varias series de investigaciones con nfasis en lo cultural, que uno de los caminos posibles era la negociacin o el pacto poltico. Para ello, utilizaron a la cultura como dispositivo a travs del cual resolver la crisis de una determinada manera: pactando consensos, y para construir dichos consensos elaboraron diversas polticas integracionistas, todas ellas continuistas en lo econmico y reformistas en lo social. Bsicamente, proponan una solucin poltica pactada que pudiera mantener inclumne el xito del sistema econmico. Por otro lado, la avanzada propona una salida a travs de
rupturas transgresoras que reformularan signos y desestabilizaran cualquier posible lgica. Al desear experimentar con el sentido, los artistas y escritores buscaban una salida esttica desterritorializante: un arte de la fuga.15 En definitiva, este grupo haba introyectado el discurso desconstructivista y la filosofa del deseo (especficamente, Deleuze y Guattari), a partir de los cuales pretendan subvertir el orden dictatorial. No obstante, estos discursos postestructuralistas se instalan sobre una apora: postulan estrategias anarquizantes con las cuales bloquean cualquier posibilidad de entrar en alianzas. Tanto lo poltico, lo social como lo cultural (Dnde quedar lo econmico?) son meros planos discursivos sobre los que se puede actuar a travs de una poltica de reformulacin de signos capaces de intervenir el orden de lo simblico. Es a partir de esta explicitacin de proyectos que Richard dilucida las principales diferencias que los separan: la diferencia es entre diferentes presupuestos ideolgicos (Richard,1994:69) debido a que el proyecto de la sociologa renovadora es esencialmente moderno, en tanto el anti-proyecto de la avanzada sera posmoderno. Durante el lanzamiento de La insubordinacin de los signos , Brunner lee un comentario-presentacin del libro denominado Las tribus rebeldes y los modernos. Alegando que el texto de Richard es una larga conversacin enhebrada por la autora: con sus anteriores escritos; con el pasado reciente de Chile, sus memorias y discontinuidades; con una parte de nuestras ciencias sociales; con diversos analistas de la cultura en el norte y sur de Amrica, Brunner se siente instigado a hacerse parte de esa conversacin de mltiples voces (Brunner,1994a:172). Como participante del grupo de los socilogos de la cultura, Brunner en este texto no slo acepta la etiqueta de moderno sino que tambin acusa recibo de las crticas provenientes de la avanzada aunque comentando y reinterpretando muchas de ellas. En un principio reconoce que se lo est acusando de estar dentro del pacto comunicativo de la cultura mayoritariamente compartido y, por lo tanto, de ser parte del orden que la nueva escena pretenda alterar. All, segn Brunner, radicara para Richard el significado ms profundo de los desencuentros (Brunner,1994a, 173). Ahora bien, astutamente, Brunner enuncia un contradiscurso a partir del cual produce un doble desplazamiento: por un lado, desva la discusin desde el presente actual, en el cual l est personalmente integrado al sistema, a una actualidad anterior pasado dictatorial en el cual las estrategias de cada uno de los grupos abrieron el camino para adoptar sus respectivas posiciones actuales; por otro lado, al centrar la discusin en el pasado, Brunner alude insidiosamente a la insercin funcional de ambas estrategias (tanto las de los socilogos como las de la avanzada) bajo las polticas autoritarias de la dictadura. Mediante el primer desplazamiento, Brunner acepta que los socilogos a la Brunner, a travs de su discurso moderno, terminaran integrndose al sistema formando parte del bloque hegemnico, mientras Richard y la avanzada, a travs de su estrategia de automarginacin, terminaran siendo verdaderamente marginados, es decir, quedando completamente fuera del bloque hegemnico. En este sentido, Brunner acepta que la sociologa no poda ms que marginar a los sectores que no estaban dispuestos a negociar consensos. A travs del segundo desplazamiento, no slo justifica la necesidad de los socilogos de buscar medios de apertura del sistema autoritario y de incorporacin al futuro sistema democrtico, sino que hace depender la existencia de la avanzada de la existencia de un rgimen represivo, es decir, de un rgimen autoritario del cual partira no slo su legitimidad sino tambin la mera posibilidad de existencia. Para Brunner, en consecuencia, quien acepta los rtulos impuestos por Richard, este dilogo estuvo representado por dos grupos endogmicos a los cuales denomina tribus: los rebeldes (la nueva escena) y los modernos (los socilogos). A su juicio, no haba ningn problema que debiera entraar conflictos entre [estas] tribus (Brunner,1994a:174), ya que ambas posiciones eran complementarias ms que contradictorias, en tanto:
La nueva escena apenas repara en lo que habitualmente nos ocupa a los socilogos: los efectos de la accin sobre las relaciones sociales y, en particular, de las acciones comunicativas en el entramado de la cultura. Por el contrario, su anlisis se dirige ms bien a los micro-sucesos y se concentra en medida importante en la intencin y los discursos del actor que ella analiza. (Brunner,1994a:173)
En efecto, para Brunner este dilogo no planteaba conflictos imposibles de resolver; simplemente pona en escena una controversia [...] una desavenencia entre los modos de pensar de los modernos y de los posmodernos. Es decir, aqu no estara en juego una cuestin metodolgica o de aproximacin
disciplinaria; ms bien las diferencias [...] se hallan en el terreno de las polticas de la crtica cultural (Brunner,1994a:174): en el terreno social en el que se articulan proyectos y propuestas de accin. Para argumentar su posicin, Brunner diferencia diversas lneas de accin poltica crtico-cultural. Entre los posmodernos (la avanzada), prevalecera una estrategia que procura desmontar la funcin social de la razn (moderna) y un abandono de cualquier pretensin de ordenar significativamente el mundo en favor de la ilimitada expresin de las diferencias (Brunner,1994a:174). En consecuencia, la poltica crtico-cultural del posmodernismo [sera], en este sentido, ms sensible a los signos de dislocacin que a los efectos integrativos; [desconfiara] de los sistemas y sus complejidades; se [descolocara] frente a los juegos hegemnicos y [rechazara] cualquier nocin de progreso (Brunner,1994a:175). Por el contrario, entre los modernos, se combinaran dos estrategias: primero, la que se niega a abandonar la pregunta sobre qu es la razn que usamos, cules son sus efectos histricos, sus lmites, pero tambin sus riesgos, peligros y amenazas (estrategia de los socilogos culturales); y segundo, la de aquellos que reconocen que la produccin y expresin de las diferencias no proporcionan en s solas una base de autntica emancipacin (Brunner, 1994a:175). Brunner concluye este texto citando a Foucault: la libertad es una prctica y, como tal, hay que ejercerla. Con ello, acusa a los miembros de las tribus posmodernas de incurrir en un espejismo: dan por liberador, rupturista o quebrantador del orden simblico establecido, ciertos proyectos [ sic] cuya intencin es tal, pero cuyos efectos son inevitablemente ms ambiguos (Brunner,1994a:175). Por qu Brunner acepta ser catalogado como moderno por Richard? Por qu l mismo se autodenomina moderno cuando su proyecto incluye notorios componentes posmodernos? Desde mediados de la dcada de los 80, como lo analic en la seccin Interpelacin y encuentro, Brunner comienza a explorar la dimensin cultural como el campo ms apropiado para reestablecer un consenso anti-dictatorial que lograra abrir procesos hacia la transicin democrtica. En ese momento, Brunner estaba ms interesado en disear posibles vas de acercamiento a la modernidad (con el claro propsito de que Chile, y por lo tanto Amrica Latina, arribe a la aorada modernidad) que en cuestionar su propia naturaleza. Sin embargo, desde el gobierno de la Concertacin iniciado en 1991, el pensamiento de Brunner Secretario de Educacin Pblica del Presidente Patricio Aylwin se desplaza hacia un abierto cuestionamiento de la modernidad perifrica, refrendando y continuando por esa va el neoliberalismo y la globalizacin de la cultura y la economa chilenas. Tanto los temas que tratar en sus estudios (la cultura como mercanca, el consumo y el mercado como determinantes de identidades actuales, la prdida de densidad histrica, la globalizacin cultural, etc.) como los rasgos estilsticos y discursivos (la irona, el pastiche, la parodia, la irrupcin de lo esttico-literario) son componentes plenamente posmodernos imposibles de ocultar. En Globalizacin cultural y posmodernidad, Brunner asevera que la idea de la posmodernidad pretende expresar el estilo cultural correspondiente a [la] realidad global [del capitalismo tardo]. En consecuencia el de una cultura por necesidad descentrada, movible, sin arriba ni abajo, hecha de mltiples fragmentos y convergencias, sin izquierdas ni derechas, sin esencias, pluralista, auto-reflexiva y muchas veces irnica respecto de s misma (Brunner,1998:12). 16 Por qu Richard entr en el juego ideolgico de la catalogacin? Cul era su objetivo? El juego ideolgico que se materializ con los intercambios crticos entre Brunner y Richard tiene dos planos: por un lado, aceptan que las diferencias de los presupuestos de ambos proyectos (la sociologa y la avanzada) son ideolgicos; pero por otro, Richard recurre a un procedimiento ideolgico para explicar las marcas ideolgicas de la posicin de Brunner . Es decir, el hecho de que Richard postule a las ciencias sociales y a Brunner como modernos y a la avanzada y a s misma como posmodernos y, que Brunner refrende estas denominaciones al usarlas en su propio trabajo, son en s mismos enunciados ideolgicos: ambos entran en un juego ideolgico en el cual pretenden seguir re-ideologizando las diferencias ideolgicas. Para finalizar, En las culturas perifricas, como la de Chile, son los discursos y las prcticas culturales modernas incompatibles con los discursos y las prcticas posmodernas? En cierto sentido, se podra concebir a la teorizacin de Richard y a las prcticas de la avanzada como una reflexin crtica (metamodernidad) del mismo discurso sociolgico (moderno y posmoderno a la vez). Por lo tanto, en La insubordinacin de los signos, Richard estara buscando establecer los lmites y las paradojas del discurso sociolgico sobre la transicin chilena, para en sus pliegues (lo no-dicho) situar a las prcticas
terico-crticas de la naciente crtica cultural. 17 Si la condicin programada de la transicin es la marca del retraso (moderno) de las ciencias sociales y, si su condicin anti-teleolgica es la marca del adelanto (posmoderno) de la crtica cultural: Estara la crtica cultural ideolgicamente incontaminada? Probablemente, Richard argumentara que su proyecto no tiene metas ni objetivos ideolgicos y emancipatorios de alcance nacional. Punto particularmente discutible. Creo que es necesario aclarar que Richard, animadora de la crtica cultural en Amrica Latina, puede no tener propuestas concretas de alcance global (una nueva cultura, un nuevo estado o un nuevo orden social) en Chile, pero s tiene objetivos globales implcitos. Cul es el propsito detrs de la bsqueda de un dilogo cmplice con la sociologa? O, Para qu editar una revista del calibre de la Revista de Crtica Cultural? Esta es la materializacin de un proyecto en la misma medida que Residuos y metforas (Ensayos de crtica cultural sobre el Chile de la Transicin) , su ltimo libro, es la teorizacin de sus objetivos implcitos.
Reflexiones finales
En esta ltima seccin, me gustara reflexionar sobre la pertinencia y la importancia de este dilogo cmplice frustrado, enhebrando ciertos puntos y lneas de anlisis trazados y dejados a la deriva a travs del contrapunteo de enfoques y posiciones que gener este texto. Como se infiere del desarrollo de mi anlisis, las contribuciones entre la crtica cultural y la sociologa renovadora chilena son mutuas y recprocas: ambos proyectos se transformaron como consecuencia de proceso mismo de dilogo, construyendo aproximaciones y enfoques transdisciplinarios ms apropiados o mejor equipados para el anlisis de complejos fenmenos culturales. Las crticas y sugerencias ms relevantes en trminos de nuestro presente seran de interlocucin doble. Por un lado, las ciencias sociales deberan prestar ms atencin y poner ms nfasis en: las rupturas y los detalles; en lo precario y discontinuo, lo fugaz y evanescente; en la importancia de subjetividades e identidades marginales como reverso de lo constituido e integrado; en las irrupciones afectivas de lo reprimido. Deberan dejar su grandilocuencia de imposibles proyectos emancipadores, tomando conciencia de los distintos usos y experimentaciones que permiten los juegos con el lenguaje: tanto la retrica como la potica se configuran como medios indispensables para transgredir lo estatuido y desnaturalizar no slo el propio lenguaje cotidiano sino tambin las estrategias instrumentales que no deja de ofrecer la academia. Por otro lado, la crtica cultural no debera desatender (sobre todo teniendo en cuenta tanto los aciertos como los errores de experiencias pasadas me refiero al destino de la escena de avanzada como tal) las siguientes reas: los efectos en las relaciones sociales de las acciones culturales; las articulaciones entre produccin, circulacin y/o distribucin y consumo, es decir, cmo insertarse en el mercado sin quedar atrapado por y en el mismo; los peligros que acarrean las posiciones radicales y/o marginales: o bien ser cooptadas o bien quedar completamente excluidas; la importancia de lo social como marco totalizable pero no totalizador; un mnimo de institucionalidad no institucionable y de comunicabilidad no reproductora de discursos que clausuren la posibilidad de juego con los significantes; la bsqueda de presupuestos ideolgico-culturales de fondo, con la necesidad concomitante de establecer alianzas (polticas) para una mejor comprensin de los procesos de construccin de hegemonas. Hoy en da es imposible desatender la creciente complejidad e importancia de la dimensin cultural en tanto campo de lucha simblico-imaginaria en los procesos de construccin de hegemonas sociopolticas. Creo que este es el aporte ms significativo que nos brinda el anlisis de este dilogo cmplice: la necesidad de hacer converger en el anlisis de fenmenos culturales tanto elementos sociopolticos e histricos como esttico-literarios y filosficos. No estara de ms enfatizar que una de las consecuencias ms inmediatas y fructferas de este debate fue el surgimiento de la crtica cultural como (anti) proyecto terico-crtico alternativo. Tampoco dejara de subrayar la importancia del intenso debate que gener en nuestros das, sobre todo en el campo de los estudios en/sobre Amrica Latina, tanto la irrupcin de la crtica cultural como de proyectos semejantes el subalternismo, el postcolonialismo y los estudios culturales , no slo a nivel regional (me refiero especficamente a las prcticas intraAmrica Latina), sino tambin global (especialmente destacando el intercambio crtico con la academia
estadounidense, aunque muchas veces los intelectuales metropolitanos ignoran los aportes generados en las periferias). Si bien en palabras de sus principales participantes, Richard y Brunner, los objetivos originales del dilogo-debate se frustraron rpidamente dejando slo constancia de meros intercambios protocolares, su visin y anlisis retrospectivos nos permite cartografiar las influencias decisivas de este fugaz acercamiento. Evidentemente, este debate se produce como consecuencia de un contexto socio-histrico particular, la herencia del autoritarismo y la represin de la dictadura pinochetista en Chile. Sin embargo, su relevancia y pertinencia exceden no slo esos lmites espaciales y geo-culturales la periferia en relacin a los centros metropolitanos y viceversa sino que tambin desbordan las tradicionales fronteras disciplinarias, especialmente habra que remarcar la necesaria retroalimentacin entre las ciencias sociales y las humanidades. Las culturas actuales tanto perifricas como centrales, marcando por supuesto, sus relaciones de poder siempre dismiles se caracterizan por su complejo entramado de las dimensiones imaginarias, simblicas y reales; por sus retorcidas relaciones de poder y autoridad muchas veces opacadas y soterradas por dispositivos ideolgicos contradictorios; por sus subjetividades e identidades heterogneas y cambiantes; por sus paradjicos y aporticos procesos de hibridez. Ello requiere que analicemos la dimensin cultural no slo desde distintas perspectivas y posiciones de sujeto sino tambin que hagamos uso de metodologas, hermenuticas y herramientas heterogneas provenientes de varias disciplinas. El desafo de hoy es combinar en forma balanceada los dispositivos de anlisis y sntesis (interpretabilidad de los sentidos), caractersticos de las ciencias sociales, a partir de los cuales se provee de marcos de mnima inteligibilidad y comunicabilidad de los procesos sociopolticos, pero siempre alertas y vigilantes a las posibles instrumentalizaciones de discursos uniformizantes y homogneos, con la creatividad y expresividad esttico-literaria ( experimentacin con los sentidos) caractersticas de las disciplinas humansticas, a partir de las cuales se inscriben en los discursos los deseos y fantasas disruptores de subjetividades siempre en proceso de constitucin.
Referencias bibliogrficas
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___________ (1998) Residuos y metforas. (Ensayos de crtica cultural sobre el Chile de la Transicin) . Santiago: Cuarto Propio. Thayer, Willy (1994) Una pica deconstructiva. Revista de Crtica Cultural, N 9: 57-58. ___________ (1997) Cmo se llega a ser lo que se es. (Comentario a Chile Actual: Anatoma de un mito de T. Moulian). Revista de Crtica Cultural , N 15: 62-64.
Notas
* Ana del Sarto, Assistant Profesor en Bowling Green State University. Correo electrnico: [email protected] Del Sarto, Ana (2002) La sociologa y la crtica cultural en Santiago de Chile. Intermezzo dialgico: de lmites e interinfluencias. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela. . Una versin mnimamente editada de este mismo ensayo fue publicada bajo el ttulo Disonancias entre las ciencias sociales y la crtica cultural. Aportes y lmites de un dilogo cmplice en Revista Venezolana de Economa y Ciencias Sociales . Vol 7, N 3 (2001):259-277. Agradezco a Daniel Mato sus valiosos comentarios a una primera versin de este trabajo.
2
. La avanzada o la escena de avanzada, denominada desde la sociologa como nueva escena, fue un grupo heterogneo de
artistas visuales y plsticos (Lotty Rosenfeld, Juan Dvila, Virginia Errzuriz, Carlos Leppe, Eugenio Dittborn, Francisco Brugnoli, Juan Castillo, Arturo Ducls, Carlos Gallardo, Claudia Donoso), narradores y poetas (Diamela Eltit, Ral Zurita, Diego Maquieira, Gonzlo Muoz), filsofos (Ronald Kay, Pablo Oyarzn) y crticos literarios y culturales (Adriana Valds, Eugenia Brito, Nelly Richard) reunidos en Santiago de Chile, desde fines de los 70 hasta mediados de los 80, en torno a proclamas rupturistas.
3
. En palabras de Brunner, la sociologa se encontrara ahora en una situacin donde las mltiples racionalidades sociales ya no
. Paradjicamente, este texto fue ledo el 28 de abril de 1997 con ocasin del 40 aniversario de la Facultad Latinoamericana de
Ciencias Sociales (FLACSO). No olvidemos que Brunner haba sido su director cuando ocurre el intento de establecer un dilogo cmplice entre la sociologa y la avanzada.
5
. Prlogo de Chile Actual. . Para Richard, dicha marginalidad [haba] sido transformada [por la avanzada] en postura enunciativa: dej de ser el resultado
pasivo de un mero efecto de condicionalidad social, para estetizarse en la cifra de una productividad [...]: desterritorializacin (Richard,1989:13). Es decir, el margen ya no alude al distanciamiento romntico concebido como externalidad al poder (Richard,1990:6), sino que sirve de concepto-metfora para productivizar el descarte social de la marginacin y de la marginalidad, reconvirtiendo su sancin en una postura enunciativa y en la cita esttica de una neoexperimentalidad crtica de los bordes de identidad y de sentido (Richard,1994:65). En La estratificacin de los mrgenes. Arte, cultura y poltica/s , Richard reconsidera estas crticas al asegurar que la figura del margen [torna] productivo el descarte a travs de una estrategia del lmite (en lo poltico-cultural) y de una potica de lo minoritario (en lo esttico-simblico) (Richard,1989:26).
7
. Algunos de los registros a los que allude Richard son: 1) el margen como mecanismo de autocertificacin necesitado de
reconocer el centro [] de proyectarse en l negativamente para extraer de esta relacin de resistencia la negatividad como disciplina, como retrica (Oyarzn) (Richard,1989:26); 2) la expresin de una voluntad general de marginalidad como postura desde la cual [producir] el gesto oblicuo a una cierta economa, una sombra ilgica de una cierta lgica dominante (Muoz) (Richard,1989:26); 3) como autosatisfaccin de pertenencia o prescindencia de lugar (Brugnoli) (Richard,1989:26); 4) un sealarse larva para los artistas afectados por el sostenido impulso paralizante de la institucin que los paga como restos o excesos (Eltit) (Richard, 1989: 26); 5) una especie de reducto o de reservation para actividades reservadas que terminan por no tener existencia frente a aquellos a quienes buscan oponerse (Valds) (Richard,1989:26).
8
. Este centro de investigaciones surge en 1977. Entre sus investigadores se encuentran: Osvaldo Aguil, Rodrigo Cnovas,
Carlos Cocia, Ral Zurita. Sus trabajos giraron en torno al anlisis sociolgico de diversas manifestaciones culturales: artes plsticas y visulaes, teatro popular, comunicacin social. Para una descripcin ms detallada, ver nota 13, seccin 4 (En torno a las ciencias sociales; lneas de fuerza y puntos de fuga). En: La insubordinacin de los signos. (Cambio poltico, transformaciones culturales y poticas de la crisis) (Richard,1994:82).
9
. Algunos de los proyectos que se desarrollaron a partir de estos centros alternativos de estudios sociales son: Brunner, Jos y
Gonzalo Cataln. Cinco estudios sobre cultura y sociedad. Santiago: FLACSO, 1985; Lechner, Norbert comp. Cultura poltica y democratizacin. Santiago: CLACSO [Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales], FLACSO e ICI [Instituto de Cooperacin Iberoamericano], 1987; Brunner, Jos, Alicia Barrios y Carlos Cataln. Chile: Transformaciones culturales y modernidad . Santiago: FLACSO, 1989.
10
. Por ejemplo, en 1987, con el propsito de celebrar su 20 aniversario, el CLACSO [Consejo Latinoamericano de Ciencias
Sociales] organiza una conferencia titulada: Identidad Latinoamericana, premodernidad, modernidad y postmodernidad (Buenos Aires, 14-16 de octubre). Las ponencias a dicha conferencia fueron reunidas y editadas en Imgenes desconocidas. La modernidad en la encrucijada postmoderna , en el cual no slo se hace un balance de las influencias tericas externas (desde los centros) en Amrica Latina, sino que tambin se trata de comprender y analizar la situacin concreta y especfica de la periferia como tal.
11
. Sin embargo, segn Brunner, en el momento en que desde Europa se enuncia el fin de la modernidad con su explosin de
formas culturales, predominio del consumo, desaparicin de los grandes discursos de fundamentacin, crtica de la razn y los valores, heterogeneidad de los componentes nacionales, acelerada internacionalizacin, prdida de legitimidades, erosin del espacio pblico, proliferacin de los espectculos en la poltica, etc. nosotros desde Amrica Latina no necesitamos, me parece, hacernos eco de esa problemtica (Brunner 1988, 98).
12
. En este aspecto sigo la definicin provista por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en su Hegemony and Socialist Strategies sobre
prcticas articulatorias. The practice of articulation, therefore consists in the construction of nodal points which partially fix meaning; and the partial character of this fixation proceeds from the openness of the social, a result, in its turn, of the constant overflowing of every discourse by the infinitude of the field of discursivity. Every social practice is therefore -in one of its dimensions- articulatory (113).
13
. En la entrevista que sostuve con Richard en setiembre de 1997, ella expres lo siguiente: En mi ltimo libro, La
insubordinacin de los signos, ya hay un captulo sobre la relacin con las ciencias sociales. Ese libro lo present Brunner con un texto, no de rplica, pero s de comentarios, entre otras cosas, a lo que planteaba ese libro en su interpelacin a las ciencias sociales. Entonces, al menos de parte ma hay un trnsito cumplido, en el sentido de que la polmica fue por escrito y que no afect para nada las buenas relaciones personales.
14
. Si bien la crtica cultural se fortaleci al verse obligada a formularse como anti-proyecto, al construir primero a la sociologa y,
luego, a otras prcticas alternativas (entre ellas los estudios culturales y los estudios y otras prcticas latinoamericanas en cultura y poder), como su polo de referencia antagnico, tuvo que aceptar y adoptar un mnimo de institucionalidad.
15
. Propuesto luego por Richard en su Residuos y metforas. . Adems, slo cuatro aos antes, Brunner haba publicado Bienvenidos a la modernidad, en el cual comenzaba con este
16
argumento: la modernidad ha dejado de ser una eleccin. [...] Viene de la mano con la globalizacin de los mercados y la democracia (Brunner, 1994b:17); para concluir que la actual encrucijada moral de las culturas perifricas se puede representar como el dilema del espritu faustiano del capitalismo: Quien tiene la fuerza, tiene la razn (Brunner,1994b:270). No suena al pragmatismo de la razn cnica a que alude Sloterdijck en su Critique of Cynical Reason ?.
17
. En Una pica desconstructiva, Thayer argumenta que La insubordinacin de los signos se dispone como un punto de vista
cuyos enfoques reinstalan, en la escena de la reconstruccin democrtica, lo no incluido en ella [...] provocando desajustes inquietantes en la memoria transicional: especialmente, en su voluntad de olvido (Thayer,1994:57). Segn Thayer, este texto constituye una pica porque su tono es moderno; no obstante, es una pica desconstructiva, ya que rehuye y vapulea los teleologismos y las filosofas de la historia (Thayer,1994:57), y avanza desconstruyendo cada encuentro, dilogo, debate, aunque sin origen ni meta (Thayer,1994:57).
Una mirada a la educacin en derechos humanos desde el pensamiento de Paulo Freire. Prcticas de intervencin poltico cultural
Soraya El Achkar1
Ahora no me asomo miedosa por la ventana de la vida, a verla morir en el abuso; ahora voy por la vida defendiendo esa misma vida que un da violentamente le arrebataron a mi hijo. Raquel Aristimuo madre de un joven asesinado por la Polica Metropolitana en un barrio de la ciudad de Caracas.
Ese ahora no me asomo, implica un cambio de actitudes, de opciones, de codificacin del mundo que Raquel y otras muchas mujeres pobres en Venezuela asumen cuando les matan un hijo por abuso de autoridad y el cambio se da en un proceso que llamamos educacin en y para los derechos humanos que no es ms que una prctica poltica pedaggica con afn de intervencin cultural. En este ensayo, pretendo apenas acercarme a esta prctica educativa desde el pensamiento de Paulo Freire, conciente de que no es la nica mirada que podramos hacer pero s constituye una opcin hecha en la defensa y promocin de los derechos humanos. No podra comenzar mis reflexiones sobre el contexto de saber sin considerar su contexto sociohistrico. En ese sentido, podra atrevidamente sealar algunos acontecimientos en la vida de Freire que, a mi juicio, marcaron una lnea de reflexin y accin comprometida.
Entre 1964 y 1969 estuvo exiliado en Chile donde se vincul al movimiento poltico de izquierda y de transformacin agraria, fue profesor de la Universidad de Santiago, particip en la elaboracin de los programas gubernamentales de educacin de adultos. Los aos de activismo pedaggico-poltico en Chile le permitieron seguir profundizando en la educacin como prctica de la libertad. Contextos mundiales como Vietnam, los movimientos anti imperialistas y de liberacin nacional que sacudieron el poder colonial en vastas regiones de Asia, frica y Amrica Latina, el intento de revolucin socialista en Bolivia en 1952, las medidas anti imperialistas del gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954, la revolucin cubana en 1959, el movimiento constitucionalista en Repblica Dominicana en 1965, el golpe militar en Argentina en 1966, la instauracin de los consejos de guerra en Colombia contra estudiantes de ciencias sociales acusados del delito de subversin, el Mayo Francs, El triunfo de la Unidad Popular en Chile en 1970, los movimientos guerrilleros en varios pases como Venezuela, Colombia, Per, Bolivia, Dominicana y Guatemala, la teologa de la liberacin como lnea de compromiso con los ms pobres, fueron marcando una tendencia en la reflexin y la accin en el campo educativo y as, se fue gestando una propuesta educativa ms all del proceso de alfabetizacin de adultos. Por ello sus ideas centrales en esta poca fueron: Las personas deben aprender a pronunciar sus propias palabras; a travs del dilogo, la persona se transforma en creadora de su historia; el proceso educativo implica una accin cultural para la liberacin o para la dominacin. Entre los aos 70 y 77 fue nombrado experto de la UNESCO, asumi una Ctedra en la Universidad de Harvard, se public Pedagoga del Oprimido y trabaj en el Departamento de Educacin del Consejo Mundial de Iglesias, en Ginebra, desde donde pudo acompaar procesos de educacin de adultos en pases recin independizados y liberados de la colonizacin como es el caso de Angola, Guinea Bissau, Cabo Verde, San Tom y Prncipe, convencido de la necesidad de los pueblos de hacer una ruptura radical con el colonialismo. Particip en la campaa de alfabetizacin en Nicaragua en la Revolucin Sandinista, en Hait, Grenada y Repblica Dominicana. Regres a Brasil en el ao 80 y puso su empeo en una escuela pblica de calidad y para todos, en igualdad de oportunidades. En 1986 muri Elza su esposa y en 1988 se cas de nuevo con Ana Mara Araujo. Las ideas centrales de estos aos fueron: la educacin es un proceso mediante el cual todas las personas implicadas en l, educan y son educadas a la vez. Entre 1989 y 1992 asumi la Secretara de Educacin de la Prefectura de Sao Paulo con el desafo de reconstruir el sistema escolar con la bsqueda de un modelo poltico-pedaggico. Entre 1992 y 1997 se dedic a escribir, a dar conferencias y cursos por todo el mundo, a sus clases en la Universidad de Recife y colaborar con el Partido de los Trabajadores, al cual perteneca desde su juventud. Ms de un Honoris Causa recibi de universidades espaolas, reconociendo el aporte en el campo educativo y poltico. Sus ideas centrales en la dcada de los 90 fueron: La pedagoga de la esperanza; la educacin necesita tanto de formacin tcnica, cientfica y profesional como de sueos y utopas. Freire muere en 1997 con la preocupacin a medio decir Qu tipo de educacin necesitan los hombres y mujeres del siglo que entra, para vivir dignamente en este mundo tan complejo asediado por los nacionalismos, el racismo, la intolerancia, la discriminacin, la violencia y un individualismo que raya en la desesperanza. Freire reconoce que las obras de: Marx, Lukacs, Fomm, Gramsci, Fanon, Memmi, Sartre, Kosik, Agnes Heller, Merleau Ponty, Simonne Weil, Arendt, Mercuse, Amilcar Cabral, El Ch Guevara, movimiento de la Nueva Escuela, (Por ejemplo Clestin Freinet, Renato Pasatore) marcaron su reflexin y su prctica educativa. Propuesta poltico-pedaggica
Mi punto de vista es el de los condenados de la tierra, el de los excluidos (1997:16).
Muchos han querido reducir el pensamiento de Paulo Freire al mtodo de alfabetizacin; sin embargo la visin crtica, la intuicin poltica sobre el ejercicio del poder, las posibilidades histricas de cambio confrontan esa visin para abrir paso a una propuesta poltico-pedaggica liberadora del silencio, con afn de intervencin cultural. En Amrica Latina, quienes nos hemos dedicado a la educacin en derechos humanos, sin dudas, hemos hecho el esfuerzo por favorecer el pronunciamiento de los pueblos con la idea de romper con el silencio y reivindicar los derechos humanos. Toda la propuesta educativa de Paulo Freire est fundamentada en la legtima rabia por las injusticias cometidas contra los harapientos del mundo (los sin techo, sin escuela, sin tierra, sin agua, sin pan, sin empleo, sin justicia); en el insistente esfuerzo por leer crticamente el mundo no solamente para adaptarse a l sino para cambiar lo que hoy pasa de una manera injusta; en la esperanza radical sustentada en la siempre posibilidad de transformar el mundo porque en cuanto existentes, el sujeto se volvi capaz de participar en la lucha por la defensa de la igualdad de posibilidades. As, desde su obra Pedagoga del Oprimido hasta Pedagoga de la Esperanza, Freire va construyendo una propuesta educativa asida en la recuperacin de la palabra pronunciada de quienes se les haba negado el derecho de expresar y decir su vida y en el dilogo como el acto comn de conocer y, ste como el encuentro del sujeto con el mundo, asegurando que somos seres inacabados y que slo en el encuentro con los otros y otras, vamos construyendo un saber, un contexto, el ser mismo. Toda su propuesta se centra en una esperanza movilizadora, que genera sentidos y motivaciones de carcter histrico-fundante que constituyen el presente y orienta el futuro. Una propuesta construida desde los sueos y soar, para Freire es, por un lado, una connotacin de la forma histrico-social de estar siendo mujeres y hombres, porque soar forma parte de la naturaleza humana que, dentro de la historia, se encuentra en permanente proceso de devenir y, por otro, soar constituye un acto poltico necesario (1993:95). Soar no es una experiencia antagnica a la seriedad y el rigor cientfico, es la posibilidad de imaginar un mundo diferente y unas relaciones sociales, polticas que consideren a las personas como sujetos centrales del desarrollo y la plena vigencia de los derechos humanos como norte de todo plan y proyecto poltico. No hay cambio sin sueo, como no hay sueo sin esperanza(1993:87). La tarea tico-poltica es viabilizar los sueos y disminuir la distancia entre el sueo y su materializacin. Freire invita a seguir creyendo en las utopas que implican, de alguna manera, por un lado, una denuncia de un presente que se hace, cada vez, ms insoportable, intolerante, indignante y que slo, la terca solidaridad, permite la resistencia pronunciada; por el otro, un anuncio del futuro por hacerse con las prcticas de hoy. As, sueos, denuncia, anuncio, se construyen desde una intervencin poltico-cultural contextualizada para inventarse un presente nuevo. Intervencin, desde la educacin como proceso de liberacin, donde los educadores y educadoras deben asumir un compromiso tico con la historia y rechazar cualquier explicacin determinista y fatalista de la misma porque la historia no es repeticin inalterada del presente sino un tiempo de posibilidades (1996:34); el presente como la realidad que se hace y depende de lo que, como personas y grupos hagamos en l y; el futuro como utopa en tanto est permanentemente construyndose. Qu se puede hacer hoy para que maana se pueda hacer lo que no se puede hacer hoy (1993:120). Freire es el representante singular de muchas de las experiencias educativas de base que se han desarrollado en Amrica Latina desde los aos 70 en adelante, con una perspectiva de cambio social y de transformacin poltica. Buena parte de la educacin en derechos humanos tiene sus fundamentos epistemolgicos en los postulados de Freire en tanto propuesta poltico-pedaggica. Su pensamiento sistematiz las ideas de la educacin popular, de educacin participativa, de movilizacin cultural y de liberacin de los sectores marginados a travs de la accin asociativa. Freire asumi una tendencia liberadora en la educacin latinoamericana, con sentido crtico, reconociendo su dimensin poltica y haciendo de la accin educativa un mbito de trabajo comunitario, cultural, estratgico para la transformacin global de la sociedad. Una pedagoga dialgica como poltica cultural, lo que pretende la accin cultural dialgica, no puede ser la desaparicin de la dialecticidad permanencia-cambio, sino superar las contradicciones antagnicas para que de ah resulte la liberacin de los hombres (1970:233)3. De modo que tambin inaugura una teora y prctica de la accin social que caracteriza un campo cultural en el que el conocimiento, el lenguaje y el poder se intersectan a fin de producir prcticas
histricamente especficas que promuevan e inventen un discurso mediante el cual se desarrollen polticas de la voz y la experiencia que generen cambios a favor de la dignidad y una cultura de respeto a los derechos humanos. Por eso, su proyeccin se ha dejado sentir, igualmente, en la animacin sociocultural, la cultural popular, la organizacin comunitaria y la educacin para la reivindicacin de los derechos fundamentales. En muchos de sus pronunciamientos aseguraba que no bastaba el cambio de las estructuras, sino que era preciso un cambio a nivel de personas y comunidades locales, de ah, que coloque a los hombres y mujeres que actan, que piensan, suean, hablan, dudan, odian, crean, conocen e ignoran, se afirman y se niegan en el centro de todas sus preocupaciones como educador. Asegura que no es posible entender a los sujetos ni al s mismo exclusivamente desde las categoras de clase, gnero, raza sino que, adems, es indispensable pensarles/nos desde las experiencia sociales, las creencias, opciones polticas, las esperanzas construidas porque las personas son tanto lo que heredan como lo que adquieren (1996:17). Asume que las personas son sujetos histrico-sociales y por ello, experimentan continuamente la tensin de estar siendo para poder ser y de estar siendo lo que heredan y lo que adquieren. Esto significa que como personas, somos seres inconclusos, programados para buscar y aprender-ensear. Este proceso de formacin forma parte de la existencia humana de la cual tambin es parte la invencin, el lenguaje, el amor, el odio, el miedo, el deseo, la esperanza, la fe y la duda. Por eso, asegura que no se puede ser humano y no estar implicado en una prctica educativa:
Fue precisamente porque nos volvimos capaces de decir el mundo, en la medida en que lo transformbamos en lo que reinventbamos por lo que terminbamos por volvernos enseantes y aprendices, sujetos de una prctica que se ha vuelto poltica, gnoseolgica, esttica y tica. (1996:22).
En plena cultura del silencio, Freire comenz a elaborar una teora educacional, convertida en la prctica, en un instrumento de expresin de aquella voz ausente y pretendidamente olvidada, que retornar a dicha cultura con afn de intervencin. Una teora educativa que asume a los hombres y las mujeres como seres que hacen su camino desde sus vivencias histricas, culturales y sociales y hacindose se exponen para re-hacerse a s mismos. Sujetos con vocacin ontolgica de intervenir el mundo, desde la comprensin de ser seres histricos, polticos, culturales. Hombres y mujeres capaces de saber que viven, y por lo tanto, saber que saben y que pueden saber ms, curiosidad que coloca a los sujetos en posicin de interrogacin frente a la existencia misma y frente al futuro. Una teora educativa entendida como acto de creacin, como la posibilidad de cambiar la sociedad en el campo econmico, la propiedad, las normas que regulan el derecho al trabajo y la tenencia de la tierra, la educacin, la salud y sobre todo las relaciones humanas que oprimen a todos No soy si t no eres y sobre todo, si te prohbo ser (1993:95). Por eso esta educacin debe entenderse como acto de conocimiento no slo de contenidos sino de las razones de ser de los hechos econmicos, sociales, polticos, ideolgicos, histricos sin llegar a pensar ingenuamente que slo la educacin lograr la transformacin del orden dado y la plena vigencia de los derechos humanos, sino que es una de las muchas formas de intervencin poltico-cultural. Por ello, el empeo serio y sistemtico en los procesos de alfabetizacin, como un proyecto polticocultural, liberador que proporciona unas claves, desde los contextos, para hacer una lectura crtica del mundo y de la palabra, considerando que la lectura del mundo y hasta la prctica misma de transformacin precede siempre a la lectura de la palabra y, la lectura de sta implica continuidad de la lectura de aquel, desarrollando as un discurso alternativo en los sectores ms desprotegidos que les faculta para promover movimientos sociales con la intencin de participar en la permanente pugna por reclamar la palabra propia, la historia no dicha y el futuro como no inexorable (1997:20), conscientes de ser sujetos de derecho, copartcipes de la construccin histrica y responsables de las utopas . La transformacin es un proceso del que somos sujetos y objetos, y no algo que se dar inexorablemente (1996:129). La alfabetizacin crtica se sita, segn Freire, en la interseccin entre el lenguaje (particular forma de produccin cultural), la cultura (formas ideolgicas en que un grupo social vive sus circunstancias y condiciones de vida, dadas y les confiere sentido), el poder (el ejercicio de pronunciarse y transformar la
realidad) y la historia (como lo que est siendo y dndose), confirmando la conexin entre relaciones de poder, conocimiento y experiencias concretas. As, la alfabetizacin conforme a este punto de vista, puede facultar a hombres y mujeres para el ejercicio de los derechos humanos y puede funcionar como un instrumento para investigar las formas en que se configuran las definiciones culturales de gnero, raza, clase, y subjetividad como construcciones histricas, a la vez que sociales. La alfabetizacin puede llegar a ser el mecanismo pedaggico y poltico por medio del cual se establecen las condiciones ideolgicas y las prcticas necesarias para inventarse otra democracia, aquella donde la distribucin de la riqueza se haga con equidad y donde la produccin de significados se haga de forma colectiva y la toma de decisiones sea una responsabilidad compartida y los derechos humanos una realidad. Para Freire, entonces, la alfabetizacin jams puede ser el momento de un aprendizaje formal de la escritura y de la lectura ni como una especie de tratamiento que se va aplicando a quien lo necesite. La alfabetizacin crtica, propuesta por Freire, se convierte en el proceso mediante el cual la persona y los grupos populares, desde su universo vocabular y preocupaciones concretas lo re-codifican, asumiendo una posicin poltica e ideolgica:
La comprensin de la cultura como creacin humana, de la cultura como prolongacin que mujeres y hombres con su trabajo hacen del mundo que no hicieron, ayuda a la superacin de la experiencia polticamente trgica de la inmovilidad provocada por el fatalismo (1996:146).
La persona y los grupos se vuelven crticos respecto de la experiencia propia, de los fenmenos que se muestran como naturales, de las estructuras aparentemente inamovibles, de la maraa de las relaciones en las cuales se producen los significados. En definitiva, es en el proceso donde se comienza a vincular la produccin de nuevos significados con la posibilidad de albedro, por ello, es un mtodo que exige ser insertado en una accin social y cultural ms amplia que la puramente alfabetizadora. Sin embargo asume que este proceso de concientizacin no basta para lograr la transformacin de la realidad. En ese sentido, para Freire, la alfabetizacin es un acto de conocimiento creador, que pretende superar la percepcin ingenua de los seres humanos en su relacin con el mundo, la percepcin ingenua de la realidad social que se presenta como anterior y superior a los sujetos y no como hacindose, de modo que se creen las condiciones necesarias para recrear la realidad y las identidades personales y sociales. As, la alfabetizacin se convierte en la posibilidad de avanzar en la re-construccin de la cultura y el poder en el sentido de la movilizacin y de la organizacin del tejido social ms desprotegido, con vistas a la creacin de un poder popular. Un poder que requiere no slo ser tomado sino reinventado, reinventando la produccin, la cultura, el lenguaje, la apropiacin de la teora por parte de las masas populares y del sentido comn, no para reproducirlos sino para problematizarlos y superarlos. La reinvencin del poder, que implica la comprensin crtica del posible histrico, que nadie determina por decreto. La reinvencin del poder que descubre caminos nuevos para desarrollar sujetos que participen de la construccin social local y global, por aquello del derecho que tenemos a la activa participacin en las tomas de decisin, en el control y supervisin de las polticas pblicas, en la denuncia para evidenciar al Estado en sus contradicciones y, por aquello de movilizar las instituciones democrticas a partir del uso que se haga de ellas. La participacin es estar presentes en la historia y no simplemente estar representadas en ella.Participacin popular, para nosotros, no es un eslogan sino la expresin y, al mismo tiempo, el camino de realizacin democrtica de la ciudad (1997:86). La naturaleza poltica de la alfabetizacin es tema sustancial en las primeras reflexiones de Freire y queda evidenciado en las experiencias que adelant en Amrica Latina y fuera del continente donde se desarrollaron procesos para comprender los detalles de la vida cotidiana y la gramtica social de la experiencia, por medio de totalidades ms generales de la historia, como forma de recuerdo liberador que impulsa la lucha para derrocar dictaduras militares o para la reconstruccin social en procesos posrevolucionarios. En ambos casos, la alfabetizacin se convierte en el proceso mediante el cual, los pueblos se intentan despojar de la voz del dictador o del colonizador para levantar la propia y la del colectivo y hacer uso del lenguaje propio, cargado de historicidad y pleno de significados que dan motivo a la vida misma. En el ms amplio sentido poltico, la alfabetizacin es una mirada de formas discursivas
y competencias culturales que construyen las diversas relaciones y experiencias que existen entre los que aprenden y el mundo. Para Freire, el lenguaje proporciona autodefinicin a las personas y los pueblos, una manera de vivir, relacionarse; entenderse, mirarse, comprenderse; es decir, que desempea un papel activo en la construccin de la experiencia as como en la organizacin y la legitimacin de las prcticas sociales a que tienen acceso los diversos grupos de la sociedad. El lenguaje, para Freire es el autntico material de que est hecha la cultura y constituye tanto un terreno de dominacin como un campo de posibilidades. Asegura, que no es posible pensar en el lenguaje sin pensar en el mundo de la experiencia social en que se constituyen los sujetos; que no es posible pensar en el lenguaje sin pensar en el poder, la ideologa. Por eso, [...] cambiar el lenguaje es parte del proceso de cambiar el mundo. La relacin lenguaje-pensamiento-mundo es una relacin dialctica, procesal, contradictoria. (1993:64). Slo en la medida en que se superan los discursos machistas, autoritarios, se plantea la necesidad de cambiar las prcticas que sostienen dicho discurso, entendiendo que el discurso es una forma de produccin cultural, un conjunto de experiencias incorporadas y fragmentadas, que son vividas y sufridas por mujeres y hombres de forma individual o colectiva tanto dentro de un contexto socio-histrico como de un contexto de saber. La palabra, lo repite a lo largo de toda su obra, constituye, da identidad y dicha frente al mundo, va cambiando la representacin que se tiene sobre el s mismo y sobre la vida cotidiana. Pronunciarse, nombrar y re-nombrar las experiencias o las nociones construye las identidades sociales y personales porque la palabra est poblada de significados que traducen una aproximacin a la realidad y se traducen dinmicamente al encontrarse en dilogo con otros tantos pronunciamientos atravesados de acentos e intereses. La palabra encontrada con otra, se deja transformar en sus significados porque adems de confirmar, cuestiona, interpela, interroga, dejando un concepto nuevo en elaboracin. Asegura que, slo cuando se nombra la realidad, se est en capacidad de cambiarla y cambiar el significado que tiene, que se le ha dado y que muchas veces aparece como natural y neutro. Por ello, todo acto educativo debe estar centrado en la posibilidad de codificar el mundo para desvelar sus significados y el sentido de sus complejas y contradictorias relaciones y estructuras. Hasta que no se evidencien las violaciones a los derechos humanos y se asuma que eso que pasa en la vida cotidiana no es normal sino que es consecuencia de una intencin poltica, no se podr trabajar para revertirlo. Freire valor una pedagoga de la voz que dignifique la existencia misma y construya identidades colectivas asidas en los principios de autonoma. Una pedagoga que permita a los sujetos descubrirse como sujetos cognoscentes en tanto no asumen mecnicamente los discursos que circulan, que le son propios a la dominacin, sino que son capaces de enfrentarlos, de-construirlos y recrearlos. Una pedagoga de la indignacin para movilizar a favor de la dignidad; de la pregunta para interpelar(se) el mundo; de la problematizacin para dudar de las certezas construidas que inmovilizan. Una pedagoga de la complejidad, entendida sta como la posibilidad de explicarse el mundo desde la tensin, lo contradictorio y la incertidumbre. Freire fue construyendo una pedagoga crtica cuyo espacio y tiempo est en la esfera de la cultura y su punto de partida est centrado en las necesidades de los grupos de inters, en las evidencias cotidianas; por ello, jams se puede aplicar su mtodo de forma mecnica sino de forma contextualizada, situacional. Una pedagoga que facilita el anlisis de los significados e interpretaciones culturales de los acontecimientos, la comprensin de los hechos y la realidad en la complejidad de sus relaciones, desde unas opciones de transformacin que implican nuevos horizontes tericos y prcticos; de modo que se pueda intervenir desde los contra discursos producidos en dilogo y posiciones de resistencia, revelando la lgica de los discursos y estructuras propias de la dominacin. La educacin debe ser una experiencia de decisin de ruptura, de pensar correctamente, de conocimiento crtico (1996:130). Una pedagoga centrada, entonces, en el dilogo cultural y la negociacin cultural como transformadora de la sociedad. Una pedagoga poltica porque no se puede disociar la tarea poltica de la tarea educativa y viceversa. Una pedagoga de la esperanza capaz de hacerse preguntas por las formas del porvenir y trabajar en funcin de las aspiraciones ms profundas de los hombres y mujeres que desean un mundo mejor.
Una pedagoga fundamentada en el pronunciamiento que hacen los sujetos desde el proceso de concientizacin y ste se va a entender como el esfuerzo que hacen los humanos de conocimiento crtico de los obstculos y de sus razones de ser; un ejercicio de curiosidad epistemolgica para asumir el mundo en sus contradicciones. La concientizacin supone superar falsas conciencias, (entendida por m como conciencias ingenuas) y desmitificar la realidad para develar sus relaciones complejas, comprometerse desde posturas utpicas y, reconocer el mundo no como un mundo hecho sino dndose dialcticamente (1984:43). Aunque en sus primeras obras se mostraba con tendencias idealistas, posteriormente asumi posiciones anti-mecanicistas, dialcticas y democrticas. Asegura haber hablado de concientizacin para ser consecuente con la prctica y la percepcin del momento dialctico conciencia-mundo, inherente a ella. La dialctica en Freire, es esa capacidad epistemolgica de entender que solamente se puede ver, observar, aprender, analizar, comprender, aprehender, explicar y sistematizar la objetividad de todos los fenmenos del mundo desde la subjetividad humana. (1993:96). La utilizacin de esta categora con todas sus potencialidades y debilidades naci de la capacidad de amar o de tener rabia, que estuvo presente en toda la vida de Freire y dialcticamente, de su necesidad de ser amado. Soy un ser carente de amor y afecto. Necesito de ti, sola repetirle a Ana Mara Araujo, su segunda esposa. Referencia que ella hace en una conferencia dada por motivo de la presentacin de un audiovisual sobre la vida y obra de Paulo Freire, en Ciudad de Mxico, en el ao 1999. La propuesta de educacin planteada por Freire, reconoce que los grupos intervienen en las dinmicas sociales desde una racionalidad donde se mezcla lo narrativo, lo argumentativo, lo sapiensal, lo mgico, los sentimientos, los imaginarios, la voluntad y el cuerpo y desde esa comprensin con lo cotidiano, pueden asumirse las vinculaciones con lo nacional y lo global. Una propuesta donde se reconstruye e interviene lo pblico para alterar percepciones, relaciones sociales, sentidos comunes, posturas ideolgicas y prcticas cotidianas, donde cabe preguntarse sobre las relaciones de poder propias y ajenas, asombrarse frente al mundo y dejarse ver con toda la postura asumida. Una propuesta para construir socialmente subjetividades, descubrir las formas de producir desigualdades; democratizar los espacios cotidianos para consolidar en ltima instancia, la democracia poltica. Una propuesta educativa que considere la belleza, la esttica, la alegra, lo ldico-simblico, la libertad en contraposicin a la permisividad, el autoritarismo, la rigidez, la manipulacin y el espontanesmo y en ese sentido, el rol de los educadores y educadoras siempre ser de liderar, dirigir, ejercer autoridad, entendida sta como la capacidad de hacer crecer. En ese sentido, ninguna propuesta de intervencin poltico cultural puede obviar la formacin de quien dirige estos procesos de transformacin social. Es as, que Freire considera vitales los programas de formacin continua a educadores y educadoras que se hacen en sus prcticas cotidianas, para que puedan crear y re-crearlas y comprender la propia gnesis del conocimiento. Cuanto ms pensaba la prctica a la que me entregaba, tanto ms y mejor comprenda lo que estaba haciendo y me preparaba para practicar mejor. As como aprend a buscar siempre el auxilio de la teora con la cual pudiera tener maana mejor prctica (1997:122). Freire se define como postmodernista radical, progresista, (1996:20) rompe con las amarras del sectarismo, reacciona contra toda certeza demasiado segura de su certeza y contra la domesticacin del tiempo que presenta el futuro como algo dado de antemano y al rechazar tal domesticacin del tiempo, reconoce por un lado, la importancia de la subjetividad en la historia, entendida como posibilidad, y por otro, acta poltica y pedaggicamente para fortalecer esa importancia. Parte de la idea que, es imposible conocer con rigor, depreciando la intuicin, los sentimientos, los sueos, los deseos porque es el cuerpo entero el que socialmente conoce y as, la subjetividad permite reconocer y enfocar las formas en que los hombres y mujeres producen sentido desde sus experiencias, incluyendo su comprensin y las formas culturales disponibles, de modo que la subjetividad nace por la participacin de los sujetos en el mundo y de la indisociabilidad entre lenguaje y experiencia. Asegura que la subjetividad define las interpretaciones que se hacen de la experiencia y por ello, nunca pueden llegar a ser neutrales, ni estar fuera de la historia y el contexto donde se produce y circula el discurso. Cualquier pronunciamiento, se hace desde una posicin poltica, ideolgica, de clase, gnero, raza. Asegura que la forma en la cual se expresa la palabra no es independiente de la intencin y del contenido que se pretende expresar. Asegura Freire que no somos mujeres y hombres simplemente determinados pero tampoco estamos libres de condicionamientos genticos, culturales, socio-histricos, de clase o gnero que nos identifican
y a los cuales estamos siempre referidos. Por eso, asegura, que el lenguaje no es ms que la produccin compleja y problemtica de una particular comprensin del mundo, por tanto, una forma de produccin cultural, que puede ser intervenida desde la decodificacin.
Sera irnico si la conciencia de mi presencia en el mundo, no implicara en s misma, el reconocimiento de la imposibilidad de mi ausencia en la construccin de mi propia presencia. No puedo percibirme como una presencia en el mundo y al mismo tiempo explicarla como resultado de operaciones absolutamente ajenas a m (1997:53).
En una de sus ltimas obras Pedagoga de la Autonoma, Freire se dio a la tarea de sistematizar las reflexiones que, sobre el proceso educativo de liberacin del silencio, hizo y plantea que ste exige: Investigacin para transitar de la ingenuidad con la que interpretamos los detalles de la vida cotidiana a la curiosidad epistemolgica necesaria para revelar la complejidad del mundo que, adems, tiene direccionalidad gnoseolgica y poltica y no se pretende lejos de la realidad que se quiere intervenir desde las construcciones utpicas hechas por los sujetos. Respeto a los saberes de las personas y los grupos populares y la razn de ser de esos saberes construidos histricamente en las prcticas comunitarias a razn de necesidades sentidas y en el encuentro de los grupos con el mundo cotidiano. Tolerancia que no significa connivencia. Corporificacin de las palabras en el ejemplo porque no existe el pensar acertado fuera de una prctica testimonial que lo redice en lugar de desdecirlo. Testimonio de vida, coherencia entre el discurso y las acciones. Rechazo de cualquier forma de discriminacin porque sta, no es ms que la negacin del otro como persona, como diferente y significara la no disposicin al dilogo que nos encuentra, nos hace y nos libera. Supone la intolerancia que no admite diversidad. Reflexin crtica sobre la prctica porque es pensando crticamente la prctica como se puede mejorar o cambiar y adems, promover la curiosidad epistemolgica de los sujetos. Conciencia del inacabamiento que coloca a los sujetos no como lo cierto, lo dado, lo inequvoco, lo irrevocable sino como sujetos que asumen que el destino no es un dato sino algo que necesita ser hecho y que se co-participa en el acto de creacin con otros sujetos que acompaan la vida. Asuncin de la identidad cultural como condicin y no determinacin, con la conciencia que lo que hoy somos es resultado tambin de lo que hemos sido y, no slo genticamente sino social, histrica y culturalmente y que slo desde el reconocimiento de este condicionamiento, se puede participar no como objeto sino como sujeto de la historia. Respeto a la autonoma de las personas considerando, por una parte que, nadie es sujeto de la autonoma ajena y que sta se logra con las experiencias en la toma de decisiones, por lo tanto tambin es inacabada y; por la otra, el respeto por la autonoma de las personas es un imperativo tico que facilitar el aprendizaje y el crecimiento en la diferencia. La lucha por los derechos humanos , no slo como derecho sino deber con el presente y con el futuro, en tanto las reivindicaciones de hoy, se convierten en las posibilidades de disfrute de quien venga detrs. Aprehensin de la realidad, que significa partir de lo cotidiano en el contexto socio-histrico y en el contexto del saber para construir, reconstruir y recrear la cotidianidad. Alegra y esperanza como condimento indispensable de la experiencia histrica. Creer que el cambio es posible porque el mundo no es sino que est siendo permanentemente y, por lo tanto, se puede intervenir. Curiosidad epistemolgica que convoca a la imaginacin, la intuicin, a las emociones, la capacidad de conjeturar, de hacerse preguntas y reflexionar sobre la intencionalidad de las preguntas mismas. Compromiso desde la conviccin que no se puede estar en el mundo siendo una omisin sino un sujeto de opciones, que no se puede estar de forma indiferente y de brazos cruzados frente a los
atropellos contra los ms dbiles, los mecanismos de impunidad y la injusta distribucin de los bienes del mundo. Comprender que la educacin es una forma de intervenir el mundo y por tanto no puede considerarse neutra, indiferente, desideologizada sino, por el contrario la educacin exige asumir la historia, posiciones, rupturas, contradicciones, decisiones a favor de unos u otros. Libertad y autoridad como principios de una democracia radical en tanto implican un ejercicio de toma de decisiones, an a riesgo de equivocarse. Saber escuchar porque el que escucha, asegura Freire, puede entrar en el movimiento interno del pensamiento ajeno y escuchar as la indignacin, la duda, la creacin, de quien comunicndose se constituy. Es escuchando que se aprende a hablar con la otredad y es la condicin que prepara a los sujetos para colocarse en una posicin. Disponibilidad para el dilogo no como una tcnica, sino como tctica eminentemente tica y epistemolgica, cognoscitiva y poltica, como un proceso de rigor, en el cual existe la real posibilidad de construir el conocimiento filosfico-cientfico, aceptar al diferente y asumir la radicalidad en el acto de amar. El dilogo es ms que un mtodo, una postura frente al proceso de aprender-ensear y frente a los sujetos que unos ensean, y al hacerlo aprenden y otros aprenden, y al hacerlo ensean (1993:106). Por ello, define el dilogo como un proyecto de encuentros donde nadie educa a nadie, todos nos educamos entre s, mediatizados por el mundo propio y como la siempre posibilidad de producir acuerdos argumentados, entablar negociaciones, formular propuestas y solucionar conflictos (1970:86). El dialogo, asegura, es una forma de estar siendo crtico y amoroso en el mundo, aprendices del mundo, de la vida, de los sentimientos, de los lmites y posibilidades. Es estar siendo reconociendo la otredad y diciendo la palabra, asumir que no es la nica que est pronuncindose sino que es una en la diversidad. Es existir involucrada y activamente porque permite que los sujetos reconstruyan sus propios pensamientos y virtudes al escuchar el discurso circulante y al pronunciarse desde su universo vocabular que no es ms que el universo de significaciones. Para Freire, el dialogo no existe fuera de una relacin, por ello, el proceso que se da en el dilogo de reflexin comn, de pensarse, explicarse, verse, leer el mundo, proyectarse es, sin duda, relacional. El ser humano no puede pensar(se) solo, sin los otros y otras. En ese, sentido, existe un Pensamos que establece al pienso. El dilogo se dar siempre que se est en condiciones de igualdad, en una relacin horizontal, que favorece la sntesis cultural, en tanto que los sujetos son activos, se co-intencionan al objeto de su pensar y se comunican el significado significante que termina por hacer sntesis y no una invasin cultural. No puede haber desarrollo con sentido de equidad sin dilogo, en tanto que el modelo se construye desde el dialogo de saberes y no puede haber construccin del conocimiento colectivo ni aprendizajes significativos sin dilogo. Siempre precisamos del otro para aprender, crecer, desarrollarnos. No existe Yo si no existe T. El dilogo se da sobre el objeto a ser conocido, sobre la representacin de las realidades a ser decodificada, asunto que permite la profundizacin del conocimiento del mundo para transformar las realidades. El dilogo parte del sentido comn, respetndolo, considerndolo y tambin propendiendo su superacin. El dilogo, afirma Freire, debe ser la prctica de los que quieren construir un mundo mejor y ms justo, en tanto asume que el mundo est conformado por sujetos cognoscentes y amorosos que se realizarn y participarn en la creacin y re-creacin de su cultura slo en el encuentro dialgico. Por ello demanda, actitudes constantes de re-verse, de saberse con la obligacin de compartir con confianza y con humildad, saber que aunque tenemos algo qu decir, no somos los nicos que tenemos algo qu decir sino que la palabra del otro o la otra tiene tambin una posicin. El dilogo es, en Freire, una actitud y una prctica que desafa al autoritarismo, la intolerancia, los fundamentalismos y la homogeneizacin. Es la capacidad de reinvencin y la condicin del desarrollo de una cultura de encuentros entre los semejantes y los diferentes para la tarea comn de actuar y saber y, es la fuente de poder desde su carga de criticidad, historicidad y realidad contenidas en el lenguaje y las relaciones. La dialogicidad se plantea como lo humanizante y una manera de romper con el silencio que no constituye a los sujetos en su quehacer como persona.
Estas premisas poltico-pedaggicas sistematizadas en una de sus ltimas obras Pedagoga de la Autonoma, recogen una practica educativa asida en una tica universal como quien se reconoce en presencia del mundo, capaz de pensarse, intervenir, cambiar lo dado, reconocerse condicionado, soar y saberse responsablemente en construccin de la historia por inacabada que es y reconocer que la educacin es siempre un quehacer poltico.
Mi gusto de leer y de escribir se dirige a una cierta utopa que envuelve una cierta causa, a un cierto tipo de nuestra gente. Es un gusto que tiene que ver con la creacin de una sociedad menos perversa , menos discriminatoria, menos racista, menos machista que sta. Una sociedad ms abierta, que sirva a los intereses de las siempre desprotegidas y minimizadas clases populares y no slo a los intereses de los ricos, de los afortunados, de los llamados bien nacidos (1997:168).
Una experiencia venezolana de educacin en derechos humanos desde los principios Freirianos
La Red de Apoyo por la Justicia y la Paz es una organizacin no gubernamental de defensa y promocin de los derechos humanos centrada en el derecho a la vida, la integridad fsica, la seguridad personal y la inviolabilidad del hogar. Por ello, desde 1985, fecha de su fundacin hasta el presente, se ha dedicado a acompaar a familiares de vctimas y a las vctimas de abusos policiales o militares en Venezuela. La Organizacin tiene una clara opcin poltica por los vomitados del sistema, por aquellas personas que han sido excluidas del sistema de administracin de justicia y son vctimas de la criminalizacin de la pobreza. Leer, interpretar, dialogar con Freire ha animado nuestras opciones, la reflexin sobre las relaciones de cultura y poder y sus vnculos con los derechos humanos. Tambin ha contribuido a consolidar una prctica sustentada en el dilogo, la lectura crtica de la sociedad y sobre todo una prctica comprometida con la transformacin. Freire ha orientado desde sus propias prcticas y reflexiones la defensa y la promocin de los derechos humanos que desde 1985, la Red de Apoyo ha asumido como misin.
se apropie del tema, recoger firmas por su caso o de otros y otras, tomar un parlante, alzar banderas blancas, discutir y explicar la diferencia entre delitos y violaciones a los derechos humanos o pasear de esquina a esquina con la foto de su hijo muerto hace de la calle un santuario, un espacio de dilogos, un museo para no olvidar, una oda a la esperanza, un aula de clase sobre poder, un espacio de encuentros y desencuentros que van afinando una visin, una personalidad, un sentido de identidad y una causa que se va haciendo comn, asociativa. La calle, el pronunciamiento, la palabra hecha denuncia desde la relectura del mundo ha servido para desmitificar el poder de las instituciones, evidenciar al estado en sus propias contradicciones, asumir compromisos con los ms dbiles, los ms vulnerables, descubrir las maraas propias de las relaciones, abandonar ingenuas conciencias, re-plantearse un proyecto de vida, construir relaciones desde el reconocimiento en la otra persona y reforzar las capacidades de los sujetos de incidir en las mismas calles donde naci su propia conciencia de compromiso asociativo. Es en la calle y con la denuncia donde comienzan a darse cuenta que somos seres inacabados, que somos seres en aprendizaje permanente porque somos infinitos como son inacabadas las estructuras y la democracia tambin y que por ello, tenemos la capacidad de intervenirlas. La calle y la palabra re-contruida para denunciar se convierten en un motivo social que ha impulsado la accin poltica y la reivindicacin de los derechos humanos. La denuncia tambin se convierte en un espacio teraputico, en tanto se recrea el sentido de la vida, se recupera la auto estima y se reafirman identidades personales y colectivas. Desde la organizacin, en estos 15 aos de trabajo se ha podido presenciar cmo las mujeres , (madres cuyos hijos o hijas han sido asesinadas por la polica o funcionarios militares) llegan a la Red de Apoyo sin ganas de seguir viviendo, con el dolor enquistado, con la voz y el movimiento paralizado y se levantan en la medida que asumen el pronunciamiento y as, de lo privado pasan a una apropiacin de los asuntos pblicos, de una actitud individualista a una postura asociativa, del silencio licencioso a una denuncia corajuda, de la confianza en las instituciones a la duda razonable, de la apata poltica al libre ejercicio del poder, de la indiferencia a un dolor regado por todo lo que pasa alrededor, de la preocupacin exclusivamente familiar a la solidaridad comunitaria, de una actitud conformista a la resistencia analtica, de las reflexiones reduccionistas y mediatizadas al abordaje del problema desde la complejidad como criterio metodolgico, del olvido tradicional a la reconstruccin de la memoria, de la desesperanza a la utopas movilizadoras.Ahora ya no puedo callar ms. Defiendo mi derecho y el de los dems Ketty Herrera, madre de un joven asesinado por la Polica Metropolitana en el Boulevard de Catia. Sin duda que la denuncia como estrategia de liberacin del silencio, tiene afn de intervencin cultural y poltica porque con cada pronunciamiento se va gestando un nuevo sujeto capaz de exigir sus derechos, relacionarse con el Estado desde la conciencia de igualdad de oportunidades, replantearse las relaciones familiares y comunitarias desde la equidad, exigir respeto y dignidad, problematizar crticamente su propia prctica y construir proyectos de forma asociativa con la conviccin que somos seres en comunidad.
As lo declara categricamente Raquel Aristimuo, madre de Ramn Ernesto Parra joven asesinado por la Polica Metropolitana en un barrio de Caracas. Raquel y otras tantas mujeres y unos pocos hombres 4 se atrevieron, en una experiencia literaria, a decir la palabra y diciendo la palabra, leer y decir el mundo. Un taller literario sobre la muerte, la impunidad, la justicia y el perdn permiti que mujeres y hombres, a partir de sus propias nociones de estos temas, a partir de sus experiencias, sus dolores, sus saberes acumulados, sus sentires y pensares, se encontrarn con las nociones de otros muchos y la de sus compaeras en duelo para reorganizar y
hacer nacer un conocimiento nuevo, reestructurado y con la suficiente fuerza como para impulsar un nuevo proyecto de vida. Tenemos que convertir las lgrimas en fuerza y el dolor en poder As lo declara Elsa Daz, madre de un joven asesinado en el barrio Blandn, en Caracas, por agentes de la Polica Metropolitana. Al principio, las palabras no lograban articularse para expresar un sentimiento, una nocin, una historia y apenas unos das de trabajo trayendo la cotidianidad, el chorro de palabras no se dej esperar. Comenzaron a salir, a encontrarse las palabras para armar nuevos significantes que cambiaban la historia.Yo aprend a nunca callar y no dejarme vencer, siempre seguir adelante en la lucha para que cese la impunidad Elsa Daz. Fue un taller literario que consider no slo las palabras sino su contexto, no slo el universo vocabular de las mujeres sino el afectivo, no slo las circunstancias sino las utopas y por eso, cada escrito, cada construccin gener la posibilidad de reelaborar una construccin discursiva, una nueva produccin cultural que les cambi la vida y las prcticas. Ahora, despus de la muerte de mi hijo, todas las muertes duelen, todas las siento. Ahora tengo el dolor regado Raquel Aristimuo. Mujeres y hombres que nunca haban pensado en la posibilidad de escribir, comenzaban a leer escribir la historia nunca contada, las experiencias de vida muy particulares pero evidentemente generalizadas. Perdname hijo por ser pobre y catiense , lo escribe Alicia Ros, ta de Marlon Arias, asesinado por la D.I.S.I.P polica poltica, en un barrio de Caracas, haciendo conciencia de lo difcil que es para los pobres conseguir justicia. Esa historia aparentemente desaparecida, olvidada y que no tiene espacio ni reconocimiento en el mundo de las palabras comentadas por aquello de los intereses ideopolticos comenzaba a recrearse con palabras que mgicamente fueron alineadas para reconstruir la memoria colectiva de un pueblo que camina en medio de interrogantes de luchas y esperanzas No me pidas que olvide, porque me ests pidiendo que muera Glenda Ros, madre de Marlon Arias. Quien se niega a seguir caminando sin re-construir la memoria y ahora escribir su historia y mostrar el rostro de la pobreza, las estructuras, las formas de relacin con el poder, las creencias ms profundas en fin, mostrar el rostro de una cultura y comprender la historia como una posibilidad de lucha y construccin del futuro. (2000:9). Esta experiencia fue asumida por la Red de Apoyo por la Justicia y la Paz desde la comprensin que la persona es relacin afecto simbolizada y que la palabra es relacin ms que explicacin o aprehensin individual y por tanto, quienes la pronuncian son capaces de recrear la historia y la realidad porque no comunica un contenido sino un afecto vida y por ello, posibilita re-fundar, aunque no de manera mecnica, el modo de la relacin vivida entre las personas. Sin duda, con cada reconstruccin verbal, se estaba redimensionando el futuro, desde las condiciones socio-histricas.
Escribo mi muerte...
Siento a mi madre a mi lado, aunque se que no lo est ya que hace dos aos muri. Pero mi padre me la recuerda cuando regaa a mis hermanos por escribir poemas o historias. El no quiere que lo hagamos ya que los demonios nos llevarn como lo hicieron con mi madre. No es justo que por ser pobres no podamos escribir sobre las fuerzas de las almas, sobre lo impresionante que es ver el amanecer o saber la belleza ignota que contiene la noche. No aguanto ver a mis hermanos derramar lgrimas de ira. Se que odian a mi padre como se odia a la lluvia en lo que se esperaba fuera un da lluvioso, lo odian como se odia una mentira de una persona querida, lo odian como se odia a un enemigo a muerte. Se que al terminar de escribir esta historia mi cuerpo sin vida ir bajo la tierra, pero no me importa ya que he cumplido mi sueo por unos minutos. Siento que me tiemblan las piernas, el miedo invade mi corazn y mi mente, ya que no tengo ms palabras para terminar de escribir mi muerte, pero s tengo un pensamiento que me enloquece: Los pobres no somos iguales a los dems.
Alexis Medina, 15 aos de edad, hermano de Rolando Daz, asesinado por la Polica Metropolitana en un barrio de Caracas. Caracas, mayo 2001
Referencias bibliogrficas
Freire, Paulo 1970 (1988) Pedagoga del Oprimido. Mxico: Siglo Veintiuno Editores. Edicin N 51. _____________ (1977) Cartas a Guinea Bissau. Mxico: Siglo Veintiuno Editores. _____________ 1969 (1998) La educacin como prctica de la libertad. Mxico: Siglo Veintiuno Editores. Cuadragsima sptima edicin. _____________ (1997) Poltica y Educacin. Mxico: Siglo Veintiuno Editores. _____________ 1973 (1987) Extensin o comunicacin?. Mxico: Siglo Veintiuno Editores. _____________ (1997) Pedagoga de la Autonoma. Mxico: Siglo Veintiuno Editores _____________ (1996) Cartas a Cristina: Mxico: Siglo Veintiuno Editores. _____________ (1993) Pedagoga de la Esperanza. Mxico: Siglo Veintiuno Editores. ______________ (1984) La importancia de leer y el proceso de liberacin. Mxico: Siglo Veintiuno Editores. _____________ (1997) La educacin en la ciudad. Mxico: Siglo Veintiuno Editores. _______________ e Ivan Illich (1975) Dilogo. Lima. Per: Ediciones Bsqueda. Red de Apoyo y Museo Jacobo Borges (2000) El Platillo de la Balanza. Caracas: Grupo Galaxia. 5
Notas
Soraya El Achkar, Escuela de Educacin Universidad Central de Venezuela y Red de Apoyo por la Justicia y la Paz. Correo electrnico: [email protected] El Achkar, Soraya (2002) Una mirada a la Educacin en Derechos Humanos desde el pensamiento de Paulo Freire. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela.
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La familia no lo orient a aceptar la situacin como expresin de la voluntad de Dios, comprendiendo, por el contrario, que haba
Freire recibi muchas crticas por el lenguaje machista utilizado en Pedagoga del Oprimido y corrigi en sus prximas obras
Cabe sealar que las vctimas suelen ser hombres, entre 15 y 28 aos de edad, todos de sectores populares pero quien denuncia
Na Amrica Latina, o discurso esttico tem sido a via, mesmo que heterodoxa, essencial para as reflexes sobre o poder. Os exemplos so muitos: os sermes do Padre Antnio Vieira, que em seu texto barroco colonial atacava os colonizadores que escravizavam os ndios; os poetas rcades mineiros, que com as Cartas Chilenas criticavam a estratgia poltica da coroa portuguesa; Simn Rodrguez, que em seus escritos inventava uma outra ordem para a Amrica Latina; Jos Mart, Sarmiento, Lezama Lima, Euclides da Cunha, Arguedas, ngel Rama, Maritegui e muitos outros aqui lembrados e esquecidos, que constituem uma linhagem de pensadores cuja tnica de suas obras dada por uma incorporao do discurso esttico pelo poltico. A esta linhagem pertence o poeta Oswald de Andrade 1 que, com suas muitas facetas de escritor, foi ensasta, crtico literrio e o filsofo da antropofagia, um conceito de vida calcado no primitivo que ele props como artefato para pensar a cultura americana, diante de seu dilema de estar tensionado entre a seduo ocidental e as reverberaes da [nossa] prpria histria, como bem define neste volume Ramn Pajuelo, ou seja, conflito daqueles que esto nas desvianas da produo discursiva americana. Oswald de Andrade comeou sua ao poltico-cultural como jornalista da ciudad letrada, refgio dos intelectuais sem mecenas, como analisou ngel Rama (apud: Poblete). Brigou junta matilha de modernistas, uniu-se ao partido comunista e finalmente voltou para a filosofia, disciplina de seus primeiros estudos no colgio de elite de So Paulo. Dentro dos limites desta disciplina escreve seus principais ensaios sobre antropofagia: A crise da Filosofia Messinica (1950), Um aspecto antropofgico da cultura brasileira: o homem cordial (maro de 1950), A marcha das utopias (edio pstuma, 1966), Variaes sobre o matriarcado, ainda o matriarcado; O achado de Vespcio (todos sem data). (Andrade,1976) Oswald de Andrade, ao cunhar o conceito de antropofagia como estratgia para a discusso da cultura e do poder, formulou uma audaz abstrao da realidade, propondo a reabilitao do primitivo no homem civilizado, dando nfase ao mau selvagem, devorador da cultura alheia transformando-a em prpria, desestruturando oposies dicotmicas como colonizador/colonizado, civilizado/brbaro, natureza/tecnologia. Ao propor o canibal como sujeito transformador, social e coletivo, Oswald produz uma reescritura no s da histria do Brasil, mas tambm da prpria construo da tradio ocidental na Amrica. Este artigo trata dessas dissociaes: ao colocar mais uma vez Oswald de Andrade no prato principal, acompanhado de seu entorno o contexto brasileiro do movimento antropofgico apresentamos, calcados em seu texto, um deslindamento do conceito de antropofagia. Impulsionados por esse cenrio inaugural, poderamos nos dirigir a qualquer ponto da vasta apropriao da obra de Oswald, empreendida por diversas linhas intelectuais, atando-os ao projeto base, buscamos demonstrar que no houve um corte radical entre discurso potico e conjuntura poltica, muito menos uma devorao acrtica da ltima moda esttica europia. Havia sim, naquelas dcadas iniciais do sculo XX, uma emergncia de outras formas de organizaes de poder decorrente da variedade tnica brasileira, especialmente de origem indgena/africana, para as quais a antropofagia rostificou, iconificando a emergncia desses conflitos. Alm de repassar este percurso, buscamos alargar as pontes para a Hispano-amrica e sua produo conceitual elaborada para pensar as relaes intertnicas formadoras das identidades americanas. Movendo-nos nesta dimenso, buscamos apresentar uma reabilitao do primitivo no sentido filosfico oswaldiano, como um direcionamento desconstrutor do ordenamento clssico de cunho evolutivo, que propunha a direo da seta histrica partindo do primitivo para culminar no civilizado. A dialtica oswaldiana rompe a seta e prope um brbaro tecnizado, apresentando um conceito que faz
avanar a complexidade do que passa. Essa complexidade foi apontada por Nstor Garca Canclini, na sua entrada s Culturas Hbridas, quando apresenta a ps-modernidade
[...] no como una etapa o tendencia que remplazara el mundo moderno, sino como una manera de problematizar los vnculos equvocos que ste arm con las tradiciones que quiso excluir o superar para constituirse (1989:23).
A relativizao, anunciada na atitude antropofgica oswaldiana, ecoa no projeto de hibridismo de Garca Canclini que busca, atravs dela, revisar la separacin entre lo culto, lo popular y lo masivo, tal qual aparece na obra de Caetano Veloso, que tem provocado a ira dos defensores da cultura de valor na sua defesa da msica de carnaval da Bahia, nomeada pela mdia pejorativamente como ax music. O msico, em cujo livro Verdades Tropicais (1997) defende a Tropiclia como uma absoro de toda e qualquer diferena, seguindo a orientao de Oswald de Andrade, de quem se apresenta como herdeiro. Muitas e diversas so as maneiras de expressar o conflito de origem gerado pela combinao de culturas que assola a ns, os americanos. Visualizando essa condio apenas em uma perspectiva brasileira temos desde a imagem literria do tupi tangendo o alade de Mrio de Andrade, passando pela cinematogrfica Carmen Miranda e chegando ao conceito intelectual de entre-lugar de Silviano Santiago2, Oswald de Andrade props a antropofagia, extrapolando a dvida de qual seria a nossa origem, que aparece expressa no aforismo desse subttulo Tupi or not tupi: that's the question, pergunta que atravessa o imaginrio brasileiro. Colocar a questo nesses termos serve mais para nos posicionarmos diante de nossa multiplicidade que para produzir uma resposta oswaldiana. Calcada em uma relao simtrica entre as partes envolvidas ndios, negros, europeus a resposta do antropfago paulista foi de difcil assimilao por uma sociedade que via o problema freqentemente posto em termos de civilizao contra a barbrie, cuja proposio inferia que: ou somos europeus ou estamos condenados a ser selvagens, sem distino de cor. Em 1954, perto da morte, Oswald de Andrade clama pela continuidade de sua obra, atravs de um ltimo apelo dirigido aos participantes de um encontro de intelectuais, destacando dela o conceito de antropofagia cunhado em 1928:
A reabilitao do primitivo uma tarefa que compete aos americanos [...] Devido ao meu estado de sade, no posso tornar mais longa esta comunicao que julgo essencial a uma reviso de conceitos sobre o homem da Amrica. Fao pois um apelo a todos os estudiosos desse grande assunto para que tomem em considerao a grandeza do primitivo, o seu slido conceito de vida como devorao e levem avante toda uma filosofia que est para ser feita.(1954) 3
Depois de muitas idas e vindas entre distintas praxis poltico-culturais, no intervalo entre os anos 10 e os 50 do sculo XX, Oswald de Andrade elege como legado o conceito de antropofagia. No um legado pronto para ser usufrudo por seus beneficirios, mas um projeto em devir a ser concretizado por ns que escolhemos outra perspectiva para nos interpretarnos e nos posicionarmos enquanto gente das Amricas, herdeiros de muitas tradies em conflito e em conciliao. O conceito de antropofagia foi diversamente articulado ao longo dos mais de 70 anos de sua apropriao positiva; contudo na contemporaneidade que ele encontra um lugar no jargo dentro e fora do contexto brasileiro, refletindo uma busca de superao das desigualdades sociais que estruturam o Brasil, correspondendo ao que, segundo Oswald, seria uma forma de enfrentamento dos esquemas de opresso postos na sociedade de classes, pois na moral de escravos se forjaria a tcnica e se desenvolveriam as foras produtivas da sociedade e, por oposio, suas foras libertrias (Andrade,1945). A obra de Oswald de Andrade esteve presa nas linhas da crtica literria; ele foi mais reconhecido como poeta, ensasta e dramaturgo modernista do que como militante poltico; apagamento que pode ser bem percebido na cronologia do volume sobre sua obra da Biblioteca Ayacucho: 1930: Oswald empieza un experimento con el Marxismo y el partido comunista (Andrade,1981) e s na edio de suas obras completas a organizadora do volume publicado sob o ttulo Esttica e Poltica desconsidera propositalmente, sobretudo alguns estudos de cunho poltico-partidrio, concebidos durante a fase de
militncia, por serem enfadonhos e completamente desiteressantes. (Boaventura,1976). No h nfase nos traados biogrficos que delineam ao poeta e a sua obra para a participao poltica. Neste ensaio, queremos retomar a vertente esttico-poltica de Oswald de Andrade expressa em seu Manifesto Antropfago (1928) e nos textos em que tratam da antropofagia, projetando a vida como contradio e conflito no esquema:
[...] na tese o homem primitivo, na anttese o homem histrico e na sntese o homem atmico com a capacidade adquirida pelo milagre da tcnica de jogar fora a opresso mtica do Sinai junto com as opresses econmicas que o afligem (Andrade,1945).
A associao entre literatura, poltica e antropofagia aparece freqentemente em textos da Revista de Antropofagia; como acontece no editorial do primeiro nmero da 2 a dentio da Revista de Antropofagia, de antropofagia, escrito por Japy-Mirim (seria Oswald?):
A descida antropofgica no uma revoluo literria. Nem social. Nem poltica. Nem religiosa. Ela tudo isso ao mesmo tempo. D ao homem o sentido verdadeiro da vida, cujo o segredo est o que os sbios ignoram na transformao do tabu em totem. Por isso aconselhamos:absorver sempre e diretamente o tabu. (1929)
A Histria assim como as demais disciplinas levaram um longo tempo at incorporar a noo de um sujeito no constitudo na tradio ocidental ou oriental clssica. Enquanto a filosofia, na expresso de Montaigne e os discursos sobre indentidade constitudos principalmente a partir do final do sculo XIX, rompendo com a narrativa moderna, deram lugar ao Outro que lhe interno o autctone da Amrica e o diasprico da frica e o discurso emitido por ele. Oswald destaca o papel do Outro como parte do eu ao afirmar que pode-se chamar de alteridade ao sentimento do outro, isto , ver-se o outro em si mesmo, de constatar-se em si o desastre, a mortificao ou a alegria do outro; e anuncia: a alteridade no Brasil um dos sinais remanescentes da cultura matriarcal (Andrade,1976). Apesar do conceito de antropofagia ter sido gerado a partir do ritual indgena, o projeto oswaldiano visibilizava toda alteridade interna suplantada no discurso hegemnico que se propunha, desde o sculo XIX a ser branqueador. O conceito de antropofagia , portanto, includente e crtico de toda diversidade. Atravs da antropofagia e outros conceitos engendrados nos contextos geopoliticamente perifricos, os saberes tm sido reescritos seguindo novos eixos; atualmente podemos pensar os centros econmicos a partir das margens, tendo em perspectiva a sua alteridade. A construo colonizadora das narrativas ocidentais esto sendo desconstrudas por deformaes marginais, distores que esto alterando a perspectiva clssica; a perspectiva de quem fala no mais unidirecional, do sujeito sobre o objeto; mas multidirecional, desaparecendo o objeto passivo, que agora ouvido e impacta como sujeito. Nesse contexto, a antropofagia, enquanto conceito, apresenta uma face produtiva, diversa da pura destruio com que costuma aparecer no discurso civilizado sobre a barbrie, que utiliza o ato canibal como signo da violncia mxima. Sob a perspectiva oswaldiana e selvagem, a antropofagia preconiza uma espcie de transubstanciao na qual aquele que o devorador se altera no devorado: trata-se apenas da transformao do tabu em totem, isto , do limite da negao em elemento favorvel (Op.cit.). A morte e devorao do outro recria o prprio; dentro desta perspectiva, o discurso ressentido das relaes coloniais torna-se discurso produtivo de identidades.
A antropofagia e demais provocaes oswaldianas foram referidas vezes tomadas como broma, mais como ironia do que como um projeto poltico. E foi sob a crtica com riso que apresentou seu projeto antropofgico em 1928. Neste momento, Oswald percebia que os efeitos da Semana de Arte Moderna de 1922 ou do Manifesto da Poesia Pau-Brasil (1924) no estavam mais se fazendo sentir e acreditava que devia assumir uma posio crtica mais radical; postura essa que comeou a apresentar nas duas denties da Revista de Antropofagia 4, na qual ele e diferentes colaboradores de todo Brasil pretendiam desenvolver o conceito de antropofagia e constituram um movimento propriamente dito no final dos anos 20 do sculo passado. Descrevendo o espectro tico-poltico dos atores artsticos da poca, Oswald afirma:
[...] na extrema esquerda ficariam os que vo ter pequenos aborrecimentos como cadeia, fome e ilegalidade. So antropfagos. Chamam-se: Oswaldo Costa, Pagu, Jaime Adour da Cmara, Clvis de Gusmo e Geraldo Ferraz. Eu me acho com eles, e segue tambm conosco para depois tomar o caminho solitrio de Rimbaud o poeta Raul Bopp (1945).
Alm do lanamento do Manifesto Antropfago, foi criado um Clube da Antropofagia que se reunia no solar da pintora Tarsila do Amaral, onde um grupo de amigos e intelectuais de vrias tendncias se deleitava em animados debates com Oswald, a fim de enriquecer esquemas antropofgicos. Na seqncia desses acontecimentos foi lanada a Revista de Antropofagia, sob a direo de Antnio de Alcntara Machado e de Raul Bopp. A revista tinha penetrao na Agncia Brasileira que possua uma extensa rede de jornais por todo o pas e divulgava os atos antropofgicos para os crculos letrados das outras regies, nacionalizando o movimento. Buscando uma atuao mais eficaz, na dcada de 30 Oswald entra no partido comunista (1931) e cria um jornal de cunho poltico mais claro O homem do povo, que teve vida efmera (27 de maro a 13 de abril), por ser empastelado por estudantes de direito(a) e proibido pela polcia por pregar a luta operria. Somente na dcada de 40 que Oswald de Andrade retoma a antropofagia e produz diversos textos em dilogo com pensadores como Heidegger, Kierkegaard, Marx, Nietzche e Freud, formulando a antropofagia como uma filosofia, mesmo assim conclui em sua ltima conferncia que este um conceito por se fazer.
inconciliveis e o outro como uma distino, uma alteridade, interno, formado por parte da populao amerndia, afrodescendente, mdio-oriental, asitica e mesmo europeus de imigraes posteriores s primeiras ondas colonizadoras. A anti-hierarquizao, expresso mais impactante da antropofagia, freqentemente apaga-se na afirmao de que o ritual antropofgico exigia uma vtima valorosa, contudo, a antropofagia oswaldiana coaduna com a dos prprios Tupinamb, grupo indgena que a praticava, cuja vontade interminvel de ser vingado tornava o canibalismo tambm interminvel e no-seletivo: no ritual Tupinamb que inspirou o modernista, covardes, mulheres e crianas, seres mais frgeis, tambm eram vtimas sacrificiais. A interpretao equivocada segue aquela dos cronistas que comparavam o ritual antropofgico comunho crist, na qual se devora um ser superior, o corpo de Cristo transubstanciado na hstia para a converso do crente em um ser melhor. Trazendo essa vertente (no se poderia devorar o covarde) para a metfora canibal, definiu-se que no seria passvel de devorao o que se considera inferior: como a lngua criada pelo carcamano6, a msica sertaneja, a literatura de massa etc, e como a cultura europia contm tradicionalmente maior valor agregado, termina-se propondo sua devorao como preferencial. Muitos dos nossos intelectuais do sculo XIX, como Slvio Romero e Machado de Assis, propunham esse princpio de maneira explcita ou velada: no somos europeus, mas se misturarmos nossa expresso autctone e afrodescendente com os maneirismos europeus estaremos no caminho para o progresso e para nos tornarmos civilizados. Filiado ao ritual exocanibal dos ndios Tupinamb, em seu movimento de antropfago, Oswald ampliava as possibilidades de devorao numa apologia clara a toda diferena: S me interessa o que no meu. Lei do homem. Lei do antropfago que interpreto como um voltar-se para a diferena, com a qual Oswald ultrapassa a concepo que limita o canibalismo devorao de objetos com qualidades desejveis. Na Revista de Antropofagia, a devorao do inimigo ou do contrrio aparece em muitos textos nos quais os antropfagos se propem devorar aos parnasianos como Coelho Neto; um tal de Fernando Magalhes que propunha que as crianas lessem Cames; aos positivistas remanescentes, enfim toda espcie de iguaria de idias com as quais o grupo no compartilhava. Joo do Presente publica no N 4 da Revista, o poema Antropofagia s. No. Ornitofagia tambm que descreve o cenrio da Academia Brasileira de Letras j vazio de vtimas potenciais e termina por propor que se devore os pssaros de nossa fauna cultural, como o sabi, ave cone do exlio brasileiro desde o romantismo. Ao final do poema verseja Para voar h o aeroplano [...] E para o rei do oceano, chega Lindemberg, at o dia em que seja devorado tambm. (Presente,1928:2), ampliando com o piloto americano o rol de devorados possveis. No editorial do primeiro nmero da Revista de Antropofagia, Abre-Alas, o mesmo que trouxe o Manifesto Antropfago, Antnio de Alcntara Machado afirmava quanto ao que seria devorado:
O indianismo para ns um prato de muita substncia. Como qualquer outra escola ou movimento de ontem, de hoje e de amanh. Daqui e de fora. O antropfago come o ndio e come o chamado civilizado: s ele fica lambendo os dedos. Pronto para engolir os irmos (1928).
A noo de canibalismo poderia ser resumida na frase: Ns comemos o incomum, como uma transcrio daquela de Oswald: S me interessa o que no meu; ampliando a idia da constituio de um eu-americano, produzido na devorao de toda e qualquer alteridade estabelecida em uma relao simtrica. A idia de antropofagia seletiva, que prope a devorao somente daquilo que se considera superior, fica descartada. Transpondo a premissa oswaldiana para o campo do desejo, Suely Rolnik afirma que antropofgico o prprio processo de composio e hibridao das foras/fluxos, o qual acaba sempre devorando as figuras da realidade objetiva e subjetiva e, virtualmente, engendrando outras (1996). Rolnik proclama, na multiplicidade proposta por Oswald, os desdobramentos infinitos do sujeito, como uma guerra contra a perpetuao dos gneros, tal como se constituem atualmente, que pode ser tomada tambm como uma guerra contra a produo de identidades estanques. O tema canibalismo requer a percepo de que
tratamos dos habitantes dos devires que se constituem numa relao ambivalente de destruio e produo, e que sua recorrncia requer um olhar para as intensidades do devir. Opondo-se a identidades estanques, a antropofagia tambm rompe com a noo de evoluo e progresso tributrias de uma idia de tempo determinista e linear que implica uma assimilao hierrquica do outro, definido aqui como aquele que est fora da linha progressiva e civilizadora e, ainda, leva ao recalque de seus valores. A hierarquia hipervalorizada, decorrente da associao feita entre desenvolvimento tcnico e a noo de civilizao, impe s produes perifricas uma viso de que essas estariam em eterno atraso e no teriam possibilidade de originalidade. Foi contra as duas decalagens, a de tempo e a de espao, que a atitude antropofgica se irrompeu, propondo uma nova compreenso do movimento da Histria, um movimento que atravessa o fluxo evolutivo e retorna ao princpio, ao matriarcado de Pindorama 7, construindo multiplas direes. Posicionando-se contra a viso hegeliana de que tudo que racional real da qual decorre a metafsica clssica que promete e sagra a imagem dum mundo hierarquizado e autoritrio, Oswald prope a revalorizao do homem natural que se produz contra os quadros esclerosados do homem histrico, do homem civilizado, do homem vestido, enfim, do homem cartesiano (Andrade,1945). Silviano Santiago, ao reler a obra de Oswald, privilegia o aspecto irracionalista da atitude antropofgica tantas vezes refugado por correntes intelectuais brasileiras 8. Mais do que uma viso pessimista ou conformista com relao ao futuro, ele prope uma revoluo, no no sentido de que seria uma evoluo mais rpida, mas que fragmenta o processo histrico em diferentes produes. Essa no uma simples especulao estilstica, eleger outros eixos de interpretao e construo tico-poltico pode significar desmobilizar os mecanismo de opresso e excluso com que as sociedades americanas tm-se organizado. Uma pesquisa de 2001 feita pelo Instituto de Estudos do Trabalho e Sociedade (IETS), de So Paulo, tem como concluso que o grande obstculo ao fim das desigualdades no Brasil est na 'naturalidade' com que a sociedade brasileira convive com os abismos sociais. Discurso como a antropofagia oswaldiana vem desnaturalizar os lugares construdos para os excludos do discurso hegemnico: ndios, negros, mulheres, pobres, homossexuais, adolescentes, caipiras. Mais de 70 anos depois do Manifesto Antropfago, os indicadores sociais ainda apontam para uma excluso calcada na invisibilidade de parte desse grupo: metada das crianas brasileiras so pobres; 63% dos pobres so negros, 60% dos jovens e adultos no completaram 8 anos de estudos. A invisibilizao dos negros e dos no-escolarizados invertida ao tratarmos do uso da lngua, contudo no foi resolvida na larga noite dos 500 anos 9
Oswald elaborou o seu manifesto no contexto de transformao do comeo do sculo, quando as referncias parnasianas eram hegemnicas em um pas que comeava a se industrializar. Em um contexto finissecular, chocoalhado pelas transformaes propostas pelo marxismo e positivismo e pelos ideais libertrios do sculo XIX, os intelectuais locais como maior espao nos aparelhos ideolgicos da poca, buscavam (e alguns ainda buscam) seu brilho na apropriao de conceito e categorias europias consagradas como universais. O modelo de civilizao proposto pela Europa Ocidental havia expandido suas conquistas desde o sculo XVI, acachapando as resistncias, impondo sua representao de mundo melhor, espalhando o que considerava civilizao e formando elites locais que reproduziam servilmente o modelo. No Brasil, o apreo a esse modelo era ecoado por intelectuais que tinham grande repercusso junto ao pblico como Rui Barbosa10 e Joo Ribeiro que buscavam apagar os vestgios do Romantismo criando um movimento que eles chamaram de vernaculizante. Para esse polticos da lngua, Barbosa e Ribeiro, os escritores pertencentes ao movimento Romntico, na tentativa de criar uma lngua prpria, reagindo contra a linguagem clssica utilizada por aqueles dos centros culturais da metrpole colonial, passaram a escrever mal o idioma que herdamos (Ribeiro,1958:29). Rui Barbosa passou a liderar um movimento pela reabilitao dos clssicos que contaminou at o debate em torno da redao do Cdigo Civil Brasileiro; acompanhado de Joo Ribeiro acreditava que o Brasil estava mais perto dos antigos do que dos portugueses. No havia razo, portanto, para repudiarmos uma tradio [dos clssicos] que era mais nossa que de Portugal (Ribeiro,1958:30). Ambos os ativistas vo argumentar sua teoria baseado nos estudos da linguagem, propondo que a evoluo dos idiomas romnicos na Amrica mais lenta e retardada que na Europa e que uma arcaicidade caracterizaria a linguagem falada na Amrica (Ribeiro,1958:31). Tais estudos justificariam um retorno a fala quinhentista de Lus de Cames, eterno modelo do clssico em lngua portuguesa; no movimento vernaculista, se integravam no ideal da boa linguagem os escritores de maior projeo do final do sculo XIX e comeo do XX: Machado de Assis, Coelho Neto, Alberto de Oliveira, Raimundo Correia, Olavo Bilac, concorriam, atravs da recm-criada Academia Brasileira de Letras (15/11/1896), para o aprimoramento do idioma assentado sobre sua pretensa pureza. Contrapondo-se a essa perspectiva, o Manifesto Antropfago (1928) de Oswald de Andrade lanava um plano que teria um maior desenvolvimento posterior: uma espcie de canibalismo descolonizador, desenvolvendo o desejo por um modelo de pensamento cultural que reforava os projetos lanados em 22: a vernaculizao da lngua brasileira calcada na sntese das expresses regionais da prtica oral de todo o Brasil; assim, no propunha que se devia escrever no o que houve mas o que se ouve. Os pases de economia predominantemente rural e com uma burguesia urbana atrelada fazenda estavam se deixando embalar pelas idias vindas dos grandes centros urbanos; o prprio movimento modernista foi muitas vezes ligado a Paris, para onde Oswald e Tarsila do Amaral se dirigiam com freqncia. A expresso esttica e as mltiplas formas de saber cientfico vindos do centro francs estavam atrelados s concepes de nao e universal. A nao dos projetos independentistas das antigas colnias europias se formaria contra a diferenciao, sob a busca daquilo que constitusse maior homogeneidade interna, formulando princpios que deveriam ser igualmente bons para todos os povos. Dentro dessa representao que aparecem instrumentos polticos como a Declarao dos Direitos do Homem que estabelecidos na Europa se prope como uma nica resposta para todo o mundo; como se, embora desejveis, os direitos fossem representados igualmente em todas as partes do mundo. Oswald de Andrade ria dessa utopia no Manifesto Antropfago: Sem ns a Europa no teria sequer a sua pobre declarao dos direitos do homem. Sem se considerar as diferenas culturais, que so aberrantes, no parece vivel um programa poltico nico de respeito aos direitos do homem. Descrevendo o cenrio, Oswald conta que
Em 1922 proclamamos como semforos uma insurreio mental. No primeiro centenrio da nossa independncia, reclamva-mos assim os direitos a uma cultura prpria e a uma cultura autnoma. E, coincidindo com a nossa ondulao, liquidava a esclerose poltica do pas aquela mortfera passeata dos dezoito rapazes do Forte de Copacabana.11 12 (1945)
1922, um mesmo ano rene muitos fronts do conflito cultural, tais como a polmica apresentao artstica dos modernistas e o movimento poltico-militar tenentista de rebeldia contra o alto comando do exrcito e, por conseguinte, o governo da Repblica; no por acaso que esto juntos no discurso de Oswald, e essa comparao modernistas\tenentistas recorrente: a insatisfao com as oligarquias do pensamento e do poder convulsionavam, com objetivos distintos, o Brasil durante toda a dcada de 20 at culminar na Revoluo de 30, pois, aoitou o mundo uma ventania de insnia de tal ordem que o progresso se tornou revolucionrio e a ordem impossvel de evoluo pacfica. Num mundo epiltico em transformao [] (Andrade,1941). Explica o poeta, ironizando as palavras ordem e progresso, de cunho positivista, presentes na bandeira do Brasil. Oswald coloca em cena o conflito com os modelos polticos e culturais europeus; a partir da, o Manifesto Antropfago passa a ser uma via de anlise para a nossa cultura, uma vez que se apresenta, na viso de Augusto de Campos, como a nica filosofia original brasileira (1976:124), aqui resumida por Haroldo de Campos:
[...] com a Antropofagia de Oswald de Andrade, nos anos 20 (retomada depois, em termos de cosmoviso filosfico-existencial, nos anos 50, na tese A Crise da Filosofia Messinica ), tivemos um sentido agudo da necessidade de pensar o nacional em relacionamento dialtico com o universal.[...] Ela no envolve uma submisso (uma catequese), mas uma transculturao: melhor ainda uma transvalorao: uma viso crtica da histria como funo negativa (no sentido de Nietzche), capaz tanto de uma de apropriao como de desapropriao, desierarquizao, desconstruo (1983:109)
Os aspectos centrais do movimento antropofgico sedimentaram uma outra ptica para a relao entre o local e o universal, num processo de desierarquizao que significa a possibilidade de uma expresso prpria dos pases de economia perifrica, importante tanto para quem se expressa, quanto para o outro, o receptor. Sob essa perspectiva, a citao, a referncia, a releitura, a cpia aparecem sem a culpa da apropriao submissa a uma dada originalidade, mas como uma devorao intercultural. Ao nomear seu artigo sobre o tema como Da razo antropofgica, Haroldo de Campos buscou recuperar para a tradio racionalista ocidental, organizada sob a gide da razo dialtica, a irreverncia irracional de Oswald de Andrade. Haroldo de Campos sai do campo do especfico literrio, onde at ento se tinha situado a obra do paulista e atravessa, com a dico oswaldiana, para o campo da crtica cultural. A preocupao em inserir a Sul Amrica no cenrio mundial com uma dico prpria, de traduzir para dentro e fora as diferenas de cada povo, tocava de modo especial alguns dos pases latino-americanos Brasil, Argentina naquele comeo de sculo XX. Na cultura brasileira, a insero de ndios e negros no se fazia apenas como personagens, tal qual no romantismo, mas tambm por seus signos e smbolos diferenciadores. A mitologia indgena, a religio afrodescentente, a msica, comeam a ter lugar dentro das revindicaes polticas das populao marginalizadas. O contexto social brasileiro estava repleto de reivindicaes da populao excluda do poder. Quando os modernistas trazem as culturas negra e indgena para o plano da linguagem artstica esto apenas ecoando as questes inexorveis do cenrio poltico de sua poca.
As Conferncias de Rondon foram publicadas em 1922; seguindo esta linha de interesse do mercado editorial, quatro anos mais tarde, a historia do primeiros anos do descobrimento, na qual o ndio era personagem central, foi recuperada por Monteiro Lobato que publicou a traduo dos cronistas do sculo XVI (Hans Staden, Jean de Lry, Andr Thevet). Quando Tarsila e Oswald regressaram de Paris, em 1926, liam diariamente o rodap do Dirio da Noite de So Paulo que publicava em captulos a adaptao de Lobato das aventuras de Hans Staden entre os Selvagens do Brasil, obra que colocava a antropofagia em cena. No largo perodo entre as dcadas de 10 a 40, as culturas autctone e afrodescendente buscavam espao para sua expresso em um momento de turbulncia e transformao da sociedade brasileira, pois estes grupos, principalmente os afrodescendentes, impunham sua presena, no mais numa tentativa de incorporao dos valores europeus mas a partir da afirmao de seus prprios valores. Segundo Florentina Souza (2000), o perodo de 20 muito importante para a cultura negra, pois a expresso desse grupo buscava ocupar lugar no cenrio poltico brasileiro; so fundados os jornais de divulgao de sua cultura, como O Clarim (1924) que levaram depois organizao poltica Frente Negra (1931). Os peridicos e as entidades tinham como objetivo promover a ascenso social dos negros e mulato, uma vez que o grande fluxo migratrio do final do sculo XIX deixara os afrodescendente margem, excludos mesmo, do mercado de trabalho. A discriminao racial, ps-abolio da escravido (1888), delinea-se com o corte de oportunidades de trabalho e tentativa do governo de embranquecer a populao por meio do estmulo s imigraes europias. Nesse momento, os peridicos alternativos constituram um espao de expresso do grupo negro de tal intensidade que Roger Bastide delimita o perodo de 15-30 como de sedimentao de uma imprensa negra no Brasil. As associaes procuravam desenvolver a auto-estima e provar a capacidade dos negros organizarem-se socialmente atravs de polticas culturais como, por exemplo, atravs da promoo de bailes. Todo este movimento corria margem das atividades institucionais, mas tinham, por vezes, o apadrinhamento de alguns intelectuais. No mesmo 1922, aconteceu um escndalo que tomamos como exemplar para entender a relao da sociedade institucional brasileira, formada por uma elite que se quer branca, e a arte produzida pela populao negra. A polmica tinha comeado alguns anos antes, como descreveu o jornal Gazeta de Notcias, que tambm nos fornece um retrato da sociedade carioca do comeo dos anos 20:
Foi um verdadeiro escndalo quando, h uns quatro anos, os Oito Batutas apareceram. Eram msicos brasileiros que vinham cantar coisas brasileiras. Isso em plena avenida 14, em pleno almofadismo [dandismo], no meio de todos esses meninos anmicos, freqentadores de cabarets, que s falam francs, que s danam tango argentino. No meio do intelectualismo dos costureiros franceses, das livrarias italianas, das sorveterias espanholas, dos automveis americanos, das mulheres polacas [prostitutas], dos snobismos cosmopolita e imbecil (citado por: Silva,1979:44)
Em uma sociedade que se apresentava como europia em diversas facetas, a presena da populao negra visibilizada por sua expresso artstica, instalava um incmodo que, segundo reivindicao de parte da sociedade da poca, deveria ser combatido atravs das instituies, como os jornais e o aparelho de estado. Os Oito Batutas formado por Pinxinguinha, China, Donga e Nelson Alves, entre outros embarcou, em janeiro de 22, para Paris causando mal-estar entre brasileiros, alguns chegaram a taxar a viagem como desmoralizadora e pediram providncias do Ministrio das Relaes Exteriores (Silva,1979:68) uma vez que no se podia aceitar a arte negra representando o Brasil na Europa. Estes conflitos cotidianamente ocupavam as pginas dos peridicos, nos quais emergia indiretamente a discusso de qual o lugar que a populao afrodescendente deveria ocupar na sociedade brasileira que se organizava nos moldes republicanos. Toda a movimentao dos afrodescendentes redundou, nas dcadas de 30 e 40, em maior espao para a exposio da sua produo: em 1934 aconteceu na cidade de Recife o 1 Congresso Afro-
Brasileiro, que foi recomendado Polcia Poltica, pelo pensador-cristo Tristo de Atade, como perigosamente subversivo (Freire,1969:115). Os antroplogos Arthur Ramos, Edison Carneiro e Guerreiro Ramos, todos interessados em entender e explicar o papel do negro na constituio da sociedade brasileira, comearam a publicar nesse perodo suas investigaes. Enfim, a polmica sobre e a produo artstica e discursiva da populao afrodescendente ocupava parte neurlgica da cena brasileira dos anos 20. Contudo, estar participando do cenrio poltico no garantiu aos ndios e negros visibilidade em termos de participao poltica. Dentro do projeto modernista, muitas vezes adjetivado utpico, estava incluir na Nao as tantas vozes ignoradas; porm, at recentemente, esse projeto tomado como broma, humor e no como uma possibilidade poltica exequvel. So muitos os exemplos, mas especialmente um torna clara a questo: na campanha para a presidncia do Brasil de 1989, vrias vezes usou (ainda se usa) os desvios da norma culta do candidato de origem proletria e nordestina Luis Incio Lula da Silva como argumento para desqualific-lo. No manifesto, Oswald prope a valorizao do erro e a aproximao da escrita e da fala: A lngua sem arcasmo, sem erudio. Natural e neolgica. A contribuio milionria de todos os erros. Como falamos. Como somos. (1924) A encenao de uma lngua brasileira coloquial incorporava tambm as imigraes constantes que o continente recebia 15. Em 1926, o industrial imigrado italiano radicado no Brasil, Francisco Matarazzo, teria saudado o ento presidente brasileiro, Washington Lus, dizendo: Esta a Ptria dos nossos descendentes (citado por: Sereza,2001). A frase foi utilizada por outro modernista-canibal Antnio de Alcntara Machado para abrir seu livro Brs, Bexiga e Barra Funda (1927), que apresenta o cotidiano dos italianos recm-chegados a So Paulo e que propulsaram a industrializao do pas, utilizando um linguajar que, segundo o jornalista Haroldo Sereza, reproduzindo uma crtica corrente, at hoje serve de esteretipo para o paulistano e tem at apelido: o portugus macarrnico, denominao que, mais do que indentific-lo, serviu para desqualific-lo.16 A lngua, signo de uma identidade que deve ser deslocada para ser corrigida e portanto civilizada segue como espao vingente de estratgia de opresso. A preocupao em trazer de volta os rebeldes modernistas ordem anticaos empurrou seu projeto, cunhado nos alvores do sculo XX, para a complacncia que se tem com os ingnuos e sonhadores poetas. Mesmo assim, cremos, como a crtica literria Leyla Perrone-Moiss (1990), que a antropofagia de Oswald de Andrade nos permite superar uma ansiedade, acabar com o complexo de inferioridade por termos vindo depois, resolve o problema da m conscincia patritica que nos leva a oscilar entre a admirao beata da cultura europia e as reivindicaes estreitas e xenfobas pelo autenticamente nacional.
oswaldiano, no como uma construo maniquesta, tal como acontece com Garca Canclini: as posies antagnicas no so uma luta do bem contra o mal. Ser tupi (Caliban?) significa para muitos a volta do primitivo, a afonia, um recuo histrico indesejado ser ou no ser tupi, eis a questo? contra esta permanente interrogao se insurgem aqueles que acreditam haver uma homogeneizao da representao do brasileiro como canibal e um apagamento de outras possibilidades de autodefinio, como se esse apagamento fosse possvel. Contra uma s resposta, o que Oswald prope, no Manifesto Antropfago (1928), o brbaro tecnizado, que retoma explicando na tese A Crise da Filosofia Messinica (1950): 1 termo: tese o homem natural 2 termo: anttese o homem civilizado 3 termo: sntese o homem natural tecnizado Para Oswald estaramos estagnados no segundo termo, em um estado de negatividade. A partir dessa construo o escritor passa a discutir a formao do Estado sob uma base antinatural e opressiva, prpria do patriarcado, ou seja, o estado como parte da sociedade messinica. Para o crtico: S a restaurao tecnizada duma cultura antropofgica resolveria os problemas atuais do homem e da filosofia. (Andrade,1950) Oswald antecipa assim o desafio imposto pelas novas tecnologias como a internet que, diferentemente da revoluo industrial, que somente havia ampliado a atuao dos membros do corpo humano, significa a extenso/ampliao/potencializao da cabea, da mente humana em um movimento de grande potencial democrtico, uma vez que essas tecnologias podem divulgar planetariamente informaes que antes estavam restritas a grupos ou regies (cf.Americano,2000). (Enquanto encerramos este artigo, 50 000 inimigos do sistema, como os classificou a mdia eletrnica18, se reunem em Porto Alegre no Foro Social Mundial, fevereiro de 2002, onde tentam estabelecer uma queda de brao com os processos econmicos contemporneos. Quem sabe este encontro anuncie um dia matriarcal que traz em si todos os frmitos da vida ao mesmo tempo passional e tecnizada. Uma Idade de Ouro se anuncia. Oswald de Andrade, 19 de maio de 1949)
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Notas
* Maria Cndida Ferreira de Almeida, Instituto Cultural Brasil Venezuela (ICBV) y Universidad Central de Venezuela. Correo eletrnico: [email protected] Ferreira de Almeida, Maria Cndida (2002) S a antropofagia nos une. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y otras prcticas intelectuales latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela. Oswald de Andrade (1890-1954) Poeta, dramaturgo, romancista, ensasta e crtico. Autor dos Manifestos da Poesia Pau-Brasil (1924) e Antropfago (1928), que pontuam as questes colocadas pela vanguarda do comeo do sculo XX. Obras: Poesia PauBrasil (1925), Primeiro Caderno do aluno de Poesia Oswald de Andrade (1927) (poesia); Memrias sentimentais de Joo Miramar (1924), Serafim Ponte Grande (1933) (prosa); O Rei da Vela (1937) (teatro); seus textos ensasticos e crticos esto reunidos nos volumes Utopia Antropofgica e Esttica e Poltica de suas obras (in)completas (1970-76).
2 Ver Liv Sovik que neste volume vai apresentar a polmica Santiago y Roberto Schwartsz. 3Comunicao escrita para o Encontro dos Intelectuais, realizado no Rio de Janeiro em 1954, e enviada ao pintor modernista Di
Cavalcanti para ser lida (IEL - Unicamp) (grifos na citao nossos). In: Andrade, Oswald. (1991: 231-232). As citaes da obra de Oswald de Andrade foram retiradas de Andrade, Oswald Obras Completas. So Paulo: Globo. Exceto aquelas indicadas por R.A., pois foram extradas da Revista de Antropofagia (edio facsimilar organizada por Augusto de Campos) (1995).
4 A primeira fase da Revista de Antropofagia teve o formato de revista mesmo, com 8 pginas, editadas mensalmente de maio de
1928 a fevereiro de 1929. A 2 dentio saiu apenas como uma pgina do Dirio de So Paulo, semanalmente, de 17 de maro a 1 de agosto de 1929.
5 Quando estive no Mxico, em 2001, ao anunciar meu interesse pela antropofagia, meus interlocutores, professores mexicanos
de lngua portuguesa, me responderam que eu devia interrogar aos peruanos sobre o tema, uma vez que a antropofagia no se relacionava com a cultura azteca. Outro exemplo, a televiso brasileira apresenta em uma vinheta educativa um canibal com fentipo africano que lava as mos antes de devorar o caador. Mesmo na atualidade, esse enunciado sobre a antropofagia nas sociedades que o praticavam segue vingente para aquelas que no o praticam mas ocupam o mesmo territrio geo-cultural.
6 Apodo dirigido aos italianos das primeiras levas de imigrantes em uma insinuao de que roubariam no peso das mercadorias
da tolerncia tnica(1990).
9 Subcomandante Marcos, gravado por Manu Chau, 2000, Clandestino. 10 Rui Barbosa (1849-1923) Jurista, poltico, escritor de grande influncia nos embates do final do Imprio brasileiro e no comeo
duramente reprimido para salvar a honra do Exrcito e que foi o estopim de uma srie de aes de confronto contra o governo brasileiro, com o intuito de reduzir o poder das oligarquias nas regies de maior desigualdade social.
12 Andrade, Oswald. Museu das nossas ternuras. Discurso feito no I Congresso Brasileiro de Escritores, So Paulo, janeiro de
1945.
13 Na oportunidade, alm de descrever as suas inmeras aventuras para a execuo do trabalho de instalao das linhas
telegrficas que o levou aquela regio, Rondon se ocupou em tentar demonstrar, mais uma vez, a humanidade dos ndios (Rondon,1922,44)
14 Regio central da cidade do Rio de Janeiro, onde estava localizado o comrcio de maior prestgio desde o comeo do sculo
XX at a dcada de 60.
15 Os pases impactados por imigraes europias so apontados pelo crtico argentino radicado no Brasil, Jorge Schwartz, em
um ensaio sobre o tema da busca da lngua nacional, que nomeou Lenguajes utpicos. A adjetivao recorrente utpico coloca o sem-lugar a que foi destinado o projeto de insero da maioria dos sulamericanos que no dominam a norma culta em um cenrio poltico e artstico a no ser pela subalternizao.(Schwartz,1995).
16 Toda vez que se quer desqualificar o uso por algum de uma lngua, especialmente estrangeira, se imprega o neo-adjetivo
macarrnico. O policiamento do uso lingustico se estende s fronteiras de outros pases. A elite caracteriza-se por seu poliglotismo perfeito, como se falando bem o francs, e hoje em dia, o ingls, ningum perceberia que no passa de um brasileiro.
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Conforme a apropriao por Fernndez Retamar da metfora shakespeariana de A Tempestade deslindada para tentar
responder a esta questo: existe uma cultura latino-americana? Segundo esta metfora, explorada por muitos pensadores latinoamericanos, Ariel, o ser etreo, teria mais aptido para dar continuao aos valores europeus, enquanto Caliban, ser tectnico, seria resistente a dominao representada por Prspero (Retamar,1973).
18 Site Tutopia, 1 fevereiro de 2002.
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culturales africanos de las comunidades afrovenezolanas, segua investigando sobre otras configuraciones culturales existentes en el pas. Tambin entra en contacto con diversas comunidades fuera de su regin de origen, como San Jos de Heras y Bobures al Sur del Lago de Maracaibo, donde los tambores chimbangueles, el tambor largo, la saya, reafirman y nos remite a la presencia afrosubsahariana en tierras venezolanas; Chuao, Turiamo, Cata, donde los tambores articulados a las fiestas de los Diablos Danzantes, recuerdan la contribucin de los Congos a la cultura tradicional sostenida por siglos. Esta actividad la combina con una sistemtica investigacin documental a travs cual recopila diferentes expresiones culturales afrovenezolanas. Esto lo llev a interrogarse sobre sus ancestros, sintiendo la necesidad de investigar ms profundamente tanto los orgenes como el aporte de estas culturas. Mediante un proyecto, concebido por l mismo y financiado por la UNESCO, en l984, viaja a Africa, especficamente, al Congo. En dicha investigacin se propone desmitificar las ausencias de la contribucin de los Kongos-Angolas en el recorrido de nuestra historia cultural, detectando los puntos de encuentro de los cdigos culturales Kongo-Angolas con los otros cdigos civilizatorios que generaron los resultantes culturales contemporneos. Otros de los objetivos de su investigacin consiste en determinar la articulacin de los elementos que desde ambas partes del Atlntico lograron interconectarse, y la indagacin y bsqueda de sus orgenes (delineadas por lo vivencial). Garca se plantea la consecucin de estos objetivos a travs de la etnohistoria y la reinterpretacin de la vida de los esclavos, sus hbitos y modos de vida; as como la interpretacin de la realidad que habla de Africa, por medio de un trabajo comparativo entre las culturas de algunas etnias de la Repblica Popular del Congo y comunidades de Barlovento, Estado Miranda, Venezuela. En opinin de la mayora de los intelectuales afrovenezolanos, para estudiar y comprender la vitalidad de la cultura de herencia africana en Amrica Latina es necesario investigar y conocer sobre los antepasados africanos que llegaron como esclavos al pas. Para los autores Miguel Acosta Saignes, Federico Brito Figueroa, Michaelle Ascensio, Ligia Montaez, Rafael Marcial Ramos Gudez, Juan de Dios Martnez, Jess Chucho Garca, es evidente y necesaria la reinterpretacin de la historia, que sobre el tema afro se haba venido manejando. Miguel Acosta Saignes en su libro Vida de los esclavos negros en Venezuela (2) plantea que es imprescindible acudir a las:
[] fuentes y documentos del Archivo Nacional, de la Academia Nacional de la Historia, y otras procedencias, sin desdear naturalmente las fuentes publicadas [...] otra es la necesidad de ir directamente a las fuentes, pues quienes han escrito libros ya han realizado su eleccin entre los documentos, ya han discriminado lo que no le venga a propsito para sus prejuicios o su desdn por los negros (Acosta Saignes,1984:17).
Propona esto con el fin de poder ubicar el origen de los africanos que llegaron a Venezuela como esclavos, utilizando mtodos de la Antropologa Social y de la Historia. Para Acosta Saignes, la tarea del etnohistoriador es penetrar esa masa de datos y juicios, muchas veces contradictorios, otras veces complementarios o aclaratorios, para construir esquemas de los cuales adquieren sentido la vida y la cultura de estas poblaciones. Para conocer la vida y formacin de las culturas negras americanas, es necesario no slo hacer investigacin en archivos subalternos, tanto nacionales como internacionales, que tambin una lectura vigilante de los documentos coloniales que registran los hechos y asuntos en funcin de la mentalidad y de los intereses del sistema, y en contadsimas ocasiones omos la voz del esclavo (Ascensio,l984:103). Pero este mtodo no es suficiente. Resulta imprescindible recurrir a la tradicin oral, que todava hoy sobrevive en los descendientes de los esclavos. Esto permite comprender mejor los procesos que ocurrieron y ocurren en la definicin de esas culturas. En la prctica de la investigacin, este abordaje pretende romper con el mapa conceptual colonial y con los estudios de nuestra historiografa positivista, pues slo as las historias comienzan a contarse desde abajo hacia arriba, en vez de arriba hacia abajo (Mignolo,1997:4). De este modo autores como Acosta Saignes, Ascensio, Garca, no slo plantean una reinversin epistemolgica en el proceso de construccin del conocimiento histrico, sino que tambin procuran llamar la atencin sobre la necesidad de una epistemologa que tome en cuenta no solamente la palabra mantenida a travs de los siglos en las sociedades americanas por los descendientes afroamericanos, sino tambin de una hermenutica que haga una lectura menos
prejuiciada de los documentos coloniales, que rompa con la hegemona conceptual de los conquistadores. Fuentes documentales, arqueolgicas y orales son los instrumentos fundamentales para reivindicar a las culturas desplazadas: es hora de entender que la realidad social est descrita por la gente de diversas maneras y en diversas fuentes con su propio lenguaje, que aunque para algunos resulte ordinario, es se el lenguaje que expresa su realidad social y la construye al mismo tiempo (Garca,1992). En este sentido, lo importante es el proceso en el cual la historia deja de ser un registro de acontecimientos, de hechos pasados acaecidos en un determinado lugar, para ser creacin, sin perder su esencia, la afirmacin de la propia conciencia, a travs de la reconstruccin del sentido de la propia tradicin cultural y la recuperacin de aquello que las categoras eurocntricas no pudieron ver. La interpretacin del perodo histrico del esclavismo en Venezuela ha estado marcada, no solamente por las teoras positivistas, funcionalistas, psicologistas, sino tambin por un absoluto desprecio por las negros.(Acosta Saignes,1984). Por ello Miguel Acosta Saignes considera necesario iniciar la refutacin de las versiones legadas por los conquistadores, y sobre todo las que afirmaban que sufran ms los amos que los esclavos, as como tambin en las que se ha calumniado a los africanos, con absoluta ausencia de sentido sociolgico:
Toda la sociedad colonial descans en Venezuela sobre las espaldas poderosas de los africanos y sus descendientes, sobre su valor y su extraordinaria resistencia, tambin sobre su inteligencia y su entereza, sobre su capacidad inagotable de esperanza y su indoblegable espritu de rebelda. Para mostrar todo esto era indispensable una obra inicial, para rescatar el lugar comn, del olvido, de los prejuicios y la injusticia, todo el valor constructivo de la existencia de los esclavos negros en la historia de nuestro pas Saignes,1984:16). (Acosta
Casi sin excepcin, los estudiosos de las culturas negras en Amrica, enfatizan la necesidad de estudiar la vida de los africanos y sus descendientes durante la poca colonial de Amrica. Al respecto Ascensio nos dice que muchos ritos, modos de vida, bailes, cantos e instrumentos no se pueden comprender sin la referencia a la sociedad colonial y, en algunos casos, sobre todo en el terreno religioso, sin la evocacin a Africa. Quines y cmo eran los esclavos en Amrica? Es una pregunta que se hace Ascensio para poder responder otra: Quines y cmo son los descendientes de esclavos negros, hoy en da? Esta reflexin de Michaelle Ascensio cobra mayor relevancia si tomamos en cuenta que:
[]el colonizador fij las culturas a los territorios y las localiz atrs en el tiempo de la ascendente historia universal de la cual la cultura europea era un punto de llegada y una gua para el futuro [...] nos damos cuenta en tales legados coloniales son un espacio de acumulacin de furia que no se articula tericamente, porque la teora ha estado siempre del lado del civilizador de los legados coloniales, nunca del de la fuerza dividida entre la civilizacin y la barbarie (Mignolo,1997:2).
As tambin, es necesario poner de relieve que a los esclavos trados de Africa se les igual bajo el nombre de negros, sin atender su diversidad y especificidades culturales. Los conquistadores los identificaron con caractersticas subhumanas: simple objeto mercantil, ser humano inferior, apto solamente para trabajos fsicos. Los traficantes desde un primer momento, tenan claro las especificidades y caractersticas de cada grupo tnico, en provecho de la institucin colonial. La razn fundamental para borrar las especificidades de cada una de las etnias que convivan en las tierras de Amrica, era convertir a los africanos en instrumentos de trabajo, en cosas, vaciados de cultura y de historia. El estudio del perodo esclavista en el pas, se torna importante para poder entender fenmenos actuales del primer orden, como son la discriminacin racial, la intolerancia y el endorracismo. En este sentido, Michaelle Ascensio afirma que este perodo histrico:
[] es precisamente donde sembr sus races la ideologa racista contra el negro, observando as mismo que la esclavitud, con la violencia del modo de produccin correspondiente incluy como componente ideolgico
esencial, la desvalorizacin del hombre negro y a su cultura: no habra que estudiar la cultura del negro, porque simplemente el negro no tendra ninguna (Ascensio,1984:103).
Al igual que Miguel Acosta Saignes, autores como Michaelle Ascensio y Ligia Montaez, consideran muy importante el estudio del perodo esclavista en el pas para poder entender fenmenos actuales de primer orden, como son la discriminacin racial, la intolerancia, el endorracismo. En este sentido, Michaelle Ascensio afirma que en este perodo histrico es precisamente donde sembr sus races la ideologa racista contra el negro, observando as mismo que la esclavitud, con la violencia del modo de produccin correspondiente incluy al racismo como componente ideolgico esencial, la desvalorizacin del hombre negro contribuy a desvalorizar su cultura, no hay que estudiar la cultura del negro, porque simplemente el negro no tendra ninguna. (Ascensio, M.; 1984.103). Estos autores, pioneros de los estudios antropolgicos en Venezuela han hecho importantes aportes en la aproximacin a procesos contemporneos como la discriminacin racial, al ser definidos como constructos sociales que emergen de procesos intersubjetivos. De all que en la incorporacin del abordaje transdiciplinario, autores como Ligia Montaez desde la perspectiva de la psicologa social plantea que una vez enraizada la ideologa racista puede sobrevivir de diferentes formas y manifestarse de maneras solapadas, pero existir solapadamente no significa no existir, sino que se trata de una presencia real, activa, slo que no oficializada ni explcita. (Montaez,1993:29).
Para Garca, existe una historia que se configura en un determinado tiempo y espacio, pero que es negada, que es nacional pero no oficial, que ha sido subestimada por los anlisis positivistas, con una connotacin profundamente racista. Historia que la escuela no dej entrar en sus aulas, pero que permanece en la oralidad de los abuelos. Chucho Garca empieza a contar su propia historia y define la etnohistoria como cuestin del presente de nuestros pueblos, que en la larga lucha han reinventado la vida para sobrevivir. Un reinvento con el cual hemos inventado viejos y nuevos invasores, sin perder nuestra esencia en un tiempo dialcticamente continuo y cambiante al mismo tiempo (Garca,l992). Adems de ser constructor de la historia es militante de esa historia. Fuentes documentales, arqueolgicas y orales son los instrumentos fundamentales para reivindicar a las culturas desplazadas: es hora de entender que la realidad social est descrita por la gente de diversas maneras y en diversas fuentes con su propio lenguaje, que aunque para algunos resulte ordinario, es se el lenguaje que expresa su realidad social y la construye al mismo tiempo (Garca,1992). En este sentido, lo importante es el proceso en el cual la historia deja de ser un registro de acontecimientos, de hechos pasados acaecidos en un determinado lugar, para ser creacin, sin perder su esencia, la afirmacin de la propia conciencia, a travs de la reconstruccin del sentido de la propia tradicin cultural y la recuperacin de aquello que las categoras eurocntricas no pudieron ver. La revisin crtica de la historia escrita desde las perspectivas eurocntrica es fundamental para desmitificar los prejuicios que han acompaado el estudio de la contribucin de Africa al proceso de configuracin cultural americano, y antes esta situacin, los actores locales estn produciendo estudios muy concretos sobre realidades particulares y es as como esas memorias y esas interpretaciones son tambin elementos claves en los procesos de (re) construccin de identidades individuales y colectivas en sociedades que emergen de perodos de violencia y trauma (Jelin,2001:99). Garca afirma que el estudio de la presencia africana en Venezuela ha sido limitado, hasta ahora, en el campo de la investigacin:
Algunas veces da la impresin de que se quiere hacer un borrn al pasado y optar por el clich de que somos mestizos, sin reconocer con sinceridad que para llegar a este mestizaje [] se transit por una larga lucha entre sectores dominantes y dominados, entre europeos, amerindios y africanos []. En el estudio de la presencia africana en Venezuela han dominado, por un lado, los enfoques caracterizados por un folklorizacin enfermiza de los diferentes aportes de los grupos tnicos africanos a las configuraciones culturales venezolanas, y por otro lado, el enfoque histrico negativista, que pretende anular los aportes morales y polticos de los africanos y sus descendientes, al proceso libertario venezolano (Garca,1990: 72).
Uno de los recursos para enfrentar la hegemona de la cultura occidental fue la tradicin oral, memoria colectiva que permite a los pueblos trasmitir, de generacin en generacin, su historia y sus relatos, su construccin sobre una realidad transcurrida. Chucho Garca comienza a reconstruir la historia local, regional, a partir de la palabra, dndole valor a la oralidad y poder a sus interlocutores. Este abordaje desafa los saberes constituidos para tomar en cuenta campos que el saber hegemnico haba ignorado, con una ptica distinta a la de autores que construyen la historia con el mapa conceptual de los vencedores. La recuperacin del uso de los lenguajes marginados y el reconocimiento de la diferencia son asuntos de importancia poltica creciente incorporada en las agendas de los organismos internacionales.
intentan el rescate o preservacin de pueblos indgenas, hasta las luchas por la revitalizacin de las culturas tradicionales, que emergen redefiniendo los ejes de conflicto o las formas seculares de luchas. Sus acciones son ms que todo simblicos-expresivas. Venezuela no escapa de este fenmeno. Surgen, a finales de los sesenta iniciativas como el movimiento vecinal, el feminista, el ambientalista, todos con un alto contenido poltico, estos grupos en su mayora, eran liderados por antiguos dirigentes que venan de la militancia en los partidos polticos comprometidos con la insurgencia armada. Otro fenmeno a tomar en cuenta es que los intelectuales de la izquierda venezolana revalorizan la cultura tradicional a fin de reivindicar la cultura nacional (Ishibashi,2001:12). Se da el auge de un movimiento de resistencia cultural y las discusiones sobre la identidad nacional estn en el tapete. En Caracas, en los barrios del oeste de la capital, surge un movimiento cultural comunitario donde la tradicin afrovenezolana se convierte en el eje de articulacin de las distintas organizaciones, los elementos culturales de procedencia afrovenezolana jugaron un rol central, adems de la valorizacin de su cultura. La construccin de nexos de solidaridad entre los habitantes de estas comunidades son objetivos muy presentes en estas agrupaciones culturales, es as como las luchas reivindicativas ocupan lugar primordial dentro de las acciones desarrolladas, pues parten de la consideracin de la lucha cultural como una respuesta a los problemas que caracterizan a los sectores populares. Podemos resear a grupos de accin cultural que tuvieron una actuacin relevante en este perodo histrico, el grupo Caon, significando con este nombre el amanecer de una nueva poca y cuyo director fundador es Ricardo Linares. Igualmente Charles Nora, miembro director fundador de la Asociacin Cultural Urbana, afrovenezolano con una larga experiencia como militante de la cultura popular dentro de distintas institucionales culturales, particularmente afro, que junto a Carlos Caas establecen contacto con otros dirigentes de los barrios del oeste de Caracas, trabajando una idea de crear una estructura que permitiera el encuentro de estas iniciativas aisladas y crear un vasto movimiento de actores que busquen alternativas a las necesidades de la comunidad. Otro dirigente, Arnoldo Barroso, del barrio Lomas de Urdaneta, contribuye a la fundacin de grupos musicales en el barrio donde vive, Tambor y Cuerdas y es director del grupo Cumbe y Presidente el Ateneo de Catia. La Asociacin Cultural Urbana agrup organizaciones como Caon, Tambor y Cuerdas, Tradicin y Canto, Cumbe, el Bamb, la Patria Buena, el Pueblo para el Pueblo. (Charier,2000:264) En esa misma poca, en San Agustn del Sur, barrio que recibe una fuerte inmigracin de Barlovento surge el grupo Un Solo Pueblo, en un principio interpretando msica boliviana y chilena, luego, con la participacin de los cultores de distintas regiones del pas y apoyados en la investigacin sobre la msica popular venezolana, se ganan el respeto y popularidad a nivel nacional, tanto por la autenticidad en la expresin musical como por la diversidad de su repertorio. Al inicio de su carrera, este grupo tuvo un compromiso social y poltico de izquierda (Ishibashi,2001:13). Las prcticas expresivas juegan un papel muy importante como elemento cohesionador de grupos en el reclamo de sus particularidades. Alrededor de la msica, enarbolada como particularidad tnica racial, pobladores de las comunidades afrovenezolanas se renen y auto-organizan, estableciendo objetivos claros y metas concretas y este planteamiento se convierte en un elemento aglutinador de grupos en reclamo de sus demandas, que se cohesiona alrededor de un planteamiento reivindicativo, territorialmente identificado. Esta actividad no solamente tiene como objetivo el rescate de las tradiciones, la especificidad de su msica, el orgullo tnico, sino que utilizando el potencial simblico e identitario, es el punto de partida para orientar los reclamos y reivindicaciones en funcin de sus necesidades y particularismos, donde se alternan demandas propias de los actores sociales al sistema poltico con demandas propiamente culturales. La construccin de identidades colectivas, motorizadas por la identificacin de necesidades, se convierte en motor de lucha por derechos y tambin en el diseo de nuevas prcticas organizativas, que impulsen una participacin no mediadas por jerarquas y representaciones partidistas, sino gestada en la movilizacin y la lucha, llevando esto a la conformacin de sujetos basados en la lucha por derechos, y en consecuencia, de una nueva idea de ciudadana como gua para la accin de una estrategia poltica. En el modelo de democracia actual, grandes sectores de la poblacin permanecen excluidos de los beneficios y derechos que tericamente ofrece el mismo. Adems de propiciar una autoconciencia de raza, la actividad poltica de Jess Garca tiende a estimular, organizar, y a propiciar luchas por una mayor participacin de la comunidad afrovenezolana en la escena poltica local, regional, nacional, global. Ms que el contenido de su obra, buscamos
resaltar el trabajo de intelectuales que como Jess Chucho Garca se desenvuelven tambin en el campo de la promocin cultural, y desde esta trinchera desarrollan sus estrategias a favor de la construccin de un movimiento orientado no solamente a la preservacin de los particularismos, sino tambin con las perspectivas de facilitar las posibilidades de intervencin en esas dinmicas, sociales, y as contribuir a impulsar las transformaciones de las comunidades afrovenezolanas. La organizacin y consolidacin de organizaciones afrovenezolanas es una de las prcticas que los lderes afrovenezolanos han impulsado en las ltimas dos dcadas del siglo XX y podemos citar como ejemplos el Taller de Informacin de la Cultura Afrovenezolana, Fundacin Afroamrica y la Red de Organizaciones Afrovenezolanas, estas dos ltimas con un proyeccin nacional e internacional.
donde todos somos iguales, contina obstaculizando que gran parte de la poblacin afrodescendiente reafirmen su identidad cultural, social y poltica Esta actividad lo llev a recorrer las distintas comunidades afrovenezolanas para dictar talleres, realizar encuentros, seminarios y otras actividades orientadas a generar la autoafirmacin cultural. El desarrollo de la primera fase del proyecto hizo posible la conformacin un mapa cartogrfico de los asentamientos de afrovenezolanos/as, principalmente en poblaciones de la costa venezolana, Barlovento (estado Miranda) costa de Aragua y Valles de Chuao (estado Aragua) as como en las poblaciones de Bobures (estado Zulia), y poblaciones de los estados Carabobo y Yaracuy. Ms tarde se amplia el radio de accin a otros estados de la Repblica. Un estudio realizado por el Banco Interamericano de Desarrollo (1998) informa que estas comunidades, antiguos enclaves de esclavos, son poblaciones vulnerables y marginadas y han sido permanentemente excluidas de los programas y proyectos de desarrollo:
Los descendientes directos e indirectos de los viejos esclavos y negros libres de la colonia siguen perteneciendo predominantemente, a los sectores populares, oprimidos, realizando los trabajos ms descalificados, menos remunerados y que exigen mayor fuerza fsica, compartiendo siempre el mbito social de escasos beneficios (Montaez,1993:51).
Es as como el problema de la discriminacin racial y cultural hacia el negro se encuentra ntimamente ligado al problema global de injusticia social, as como tambin se encuentra ligado a otras formas de discriminacin social: hacia las mujeres, hacia las poblaciones indgenes, hacia los homosexuales, hacia la inmigracin de cierta procedencia. La realizacin de una serie de programas sociales, que beneficien a la mayora de estas comunidades negras, as como el trabajo por una mejor calidad de vida en las comunidades afrovenezolanas, estructurado en un programa de lucha relacionado con aspectos ecolgicos, educativos y culturales, son elementos persistentes en el accionar de estos actores sociales y que propenden al fortalecimiento de la sociedad civil y el desarrollo de la democracia. Este perodo (1982-1992), potenciado con el surgimiento en diferentes pases de agrupaciones afroamericanas, marca tambin la participacin de las organizaciones en foros internacionales, empezando intercambios con otros pases como Cuba, Colombia, Brasil y Nicaragua. La Conferencia realizada el Sao Paulo, Brasil en 1982, que en parte estaba dedicada a la mujer negra en Amrica Latina y el Caribe, y ms tarde el Congreso realizado en Cuba en 1984, estimula a dirigentes que como Irene Ugueto sentan la necesidad de constituir una organizacin que luchara por la visibilizacin de la situacin que atraviezan las mujeres negras venezolanas que las coloca en una doble discriminacin, por ser negras y por ser mujeres, as como tambin la necesidad de adoptar una plataforma de lucha orientada al mejoramiento de las condiciones de vida de estas mujeres. Es conocido el carcter matricentral de la familia popular venezolana, en la cual la mujer es centro de toda responsabilidad. Surge en Venezuela la Organizacin de Unin de Mujeres Negras.
Fundacin Afroamrica.
Desde su constitucin esta organizacin, que funda y preside Chucho Garca, ha motorizado las iniciativas ligadas al tema de la negritud en Venezuela, por lo menos en los ltimos diez aos, y ha sido la voz cantante de la poblacin afrovenezolana. Esta Fundacin es una organizacin sin fines de lucro, la cual surge a raz del Coloquio Internacional Africa-Amrica Reencuentro Ancestral, auspiciado por la UNESCO y realizado en Caracas en l993. Desde su inicio ha contado con el apoyo de esta Institucin a travs del Programa Decenio Mundial para el Desarrollo, y de la Direccin de Desarrollo Regional de Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) y se ha dedicado a la difusin y rearfimacin de las culturas de origen africano, no slo en el pas, sino tambin en el Caribe y frica. El surgimiento de la Fundacin consolida un proyecto que se inicia con la creacin del Taller de Informacin y Documentacin de la Cultura Afrovenezolana, pero con una proyeccin nacional e internacional. Con Afroamrica se refuerzan y aumentan las interconexiones locales/nacionales, apoyados siempre en la investigacin accin y manejando siempre los temas propuestos por las comunidades mismas, se trataba de favorecer la emergencia de poblaciones negras unidas a traves de su organizacin y deseando afirmarse como actores del desarrollo econmico, cultural, social y
poltico (Chairer,2000). Articulados local, regional, nacional y globalmente, los actores sociales que forman parte y estn ligados a esta organizacin, buscan construir un movimiento afrovenezolano e insertarse en procesos de lucha y reivindicaciones, que rompan con las viejas estructuras consolidas y generen nuevos valores y prcticas de ciudadana. La Fundacin desarrolla tres lneas fundamentales de trabajo. La primera es la investigacin sistemtica, desde el punto de vista de la tradicin oral en las comunidades afrovenezolanas, asesoras e implementacin de talleres, conferencias, seminarios sobre la temtica africana y afroamericana. La segunda es de publicaciones. La edicin de la Revista Africamrica la cual ha venido cumpliendo un papel de conexiones entre intelectuales, tradicionalistas e investigadores de Africa, Europa, el Caribe, y el Norte y Sur de Amrica. La Revista Africamrica abre un espacio de difusin de temas e investigaciones de intelectuales de Amrica Latina y el Caribe, as como de otras regiones del mundo que trabajan la cultura negra. Por ltimo, la lnea de los festivales: el Encuentro de Percusin y la celebracin del Da de la Multiculturalidad, el cual se lleva a cabo el 12 de Octubre. Afroamrica aspira a convertirse en la primera referencia histrica sobre la especificidad musical de origen africano en Venezuela, como resultado de una convivencia e investigacin participante con los cultores, ellos escogen el tema, son trasladados a estudios profesionales de grabacin. El proyecto abarca la grabacin de 20 discos compactos, el cual incluye expresiones musicales distintivas tanto de la costa como de zonas montaosas. La UNESCO colabora con este proyecto y financia la produccin de un compacto doble sobre msica negra venezolana, distribuido internacionalmente y acompaado de un folleto explicativo en tres idiomas. Desde su constitucin, la Unin de Mujeres Negras y la Fundacin Afroamrica, han tomado conciencia de la importancia de establecer planes de acciones y asociaciones para emprender sus luchas. Podramos sealar como logros de estas dos organizaciones romper con una imagen de una Venezuela no racial, colocando en la agenda pblica de discusin el tema del racismo, en una sociedad no racista(5). La Unin de Mujeres Negras y la Fundacin Afroamrica presentaron una serie de proposiciones para la reafirmacin de la cultura afrovenezolana, en el marco de las discusiones sobre la Reforma de la Constitucin Nacional, que llev a cabo la Asamblea Nacional Constituyente en el ao 1999. El debate sobre el Anteproyecto de Constitucin de la Repblica Bolivariana de Venezuela gener un conjunto de expectativas en todos los sectores econmicos, polticos, sociales y culturales, propici un espacio donde todos los sectores debatieron abiertamente su papel dentro del pas y ejercieron presin por el respeto de sus diferencias y por nuevas demandas ciudadanas. Las proposiciones de las organizaciones anteriormente mencionadas, fueron excluidas del Proyecto de Constitucin, darle apertura a stas sera un reconocimiento, por parte de los constituyentistas, que en Venezuela existe discriminacin racial. El Prembulo de la Constitucin, define a la nacin en trminos de multitnica y pluricultural. En Venezuela el racismo es solapado, sutil, disimulado, pero est presente en la cotidianidad de los venezolanos, en los refranes populares, en las expresiones diarias, en el papel que se le asigna a los negros en las novelas de televisin, en los estereotipos de belleza, en el blanqueamiento, en las descalificaciones. Los constituyentistas apartaron un problema que da a da viven los afrovenezolanos, quienes consideran que no es suficiente que esta nacin sea declarada como multitnica y pluricultural, sino que es necesario retomar la discusin para proponer modificaciones en la recin aprobada Constitucin, solicitando reconocimiento explcito de los derechos de las comunidades afrovenezolanas, de la misma manera que se hizo con las comunidades indgenas. Al igual que los indgenas, los afrovenezolanos/as constituye una comunidad que posee condiciones sociales, culturales y econmicas diferentes a otros sectores de la colectividad nacional y es necesario abrir espacios de dilogos pblicos con el fin de arribar a consensos que determinen polticas y acciones propias que favorezcan a estos grupos, con la finalidad de reducir la pobreza, la marginalizacin y la exclusin de las minoras tnicas y raciales. En el campo de la formulacin de legislaciones, otras organizaciones han logrado avances y reconocimientos en sus legislaciones, a saber: En Brasil el gobierno del Presidente Cardozo aprob la Ley contra la discriminacin racial y la penalizacin de la misma en el ao 1998. En Colombia en el marco del proceso constituyente en el ao 1992, se reconoce la propiedad colectiva de las tierras que ha ocupado la poblacin negra en las zonas rurales ribereas de los ros de la Cuenca del Pacfico y establece mecanismos de proteccin de la identidad cultural y de los derechos de las comunidades negras como grupo tnico. En Ecuador, el Movimiento Afroecuatoriano elabor un Anteproyecto de Ley
de Defensa de los afroecuatorianos. En Per el gobierno aprob la Ley Antidiscriminatoria y en Nicaragua fue aprobada la Ley de la Costa Atlntica, donde est asentada la mayora de la poblacin negra afronicaraguense, reconociendo su territorialidad. En Bolivia y Venezuela, los afrodescendientes impulsan reformas para incorporar el reconocimiento expreso de los derechos de las comunidades afrodescendientes, con sus caractersticas y necesidades.
En su accionar, estos intelectuales desarrollan diversas experiencias de trabajo con distintos tipos de poblaciones, que son intelectualmente valiosos, estas experiencias se han venido expresndo en investigaciones de casos de estudios con una visin desde adentro, que parte de reconocer la diversidad y pluralidad cultural de estos grupos. La importancia de la reflexin y la investigacin se expresa en el Primer Encuentro Nacional de Investigadores Afrovenezolanos (2001), promovido por la Red de Organizaciones Afrovenezolanas y cuyo tema central parti de las siguientes preguntas generadoras: Qu motiva a investigar? Qu fuentes de investigacin hemos utilizado? Para qu se ha investigado? Puede el investigador afrovenezolano construir un modelo de investigacin partiendo de la subjetividad? En esta reunin se consider que el proceso de investigacin desde las organizaciones afrovenezolanas debe partir de los siguientes puntos de referencia: Primero: reconocer que la mayora de las investigaciones realizadas sobre los procesos histricos, culturales, religiosos, econmicos, sociales, polticos, raciales de lo afrodescendientes, legitimadas por los enfoques acadmicos, las estructuras gubernamentales e intelectuales no recogen en su totalidad el sentir y la percepcin de nuestras comunidades. Segundo: estas investigaciones lejos de contribuir a los procesos de transformacin de las condiciones de racismo, discriminacin y exclusin histrico, social y cultural han fomentado la inmovilizacin y pasividad de los afrodescendientes, convirtindoles objetos de estudios, desconociendo sus saberes, fragmentando los mismos en una folclorizacin y museificacin mortuoria sin sentido histrico. Tercero: la desmemorizacin histrica africana, la victimizacin, el endorracismo, la vergenza tnica y la desesperanza aprendida constituyen una de las barreras de mayor contencin hacia la construccin de los afrodescendientes como sujetos histricos para una mayor participacin protagnica en los procesos histricos contemporneos (Acuerdo 1er Encuentro Nacional de Investigadores Afrovenezolanos. Macanillas, Estado Falcn 14, 15 y 16 de diciembre de 2001). Teniendo en cuenta estas premisas, las organizaciones afrovenezolanas elaboran planes estratgicos para incidir en las situaciones anteriormente sealadas y uno de los ejes fundamentales se ha centrado la discusin es en los cambios que deben darse en lo educativo, as, surgen ideas como la incorporacin de los aspectos afrovenezolanos en las distintas reas programticas del Proyecto Educativo Nacional. Para ello se han elaborado una serie de sugerencias, basada en la investigacin de la historia y de los procesos contemporneos de las comunidades locales y regionales, desde las perspectivas tnicas en cada uno de los doce estados donde predomina la presencia afrodescendente. Estn adelantando un proyecto de elaboracin de textos de referencia para las bibliotecas de aula sobre los aportes locales, regionales, con una versin afrolatinoamericana,
caribea y africana, en cada uno de los estados que conforman la Red de Organizaciones Afrovenezolanas. Estas organizaciones tienen plena conciencia de la importancia de los cambios que deben darse en lo educativo, que trascienden el planteamiento de la incorporacin de los aspectos afrovenezolanos en las distintas reas programticas del Proyecto Educativo Nacional. Catherine Walsh, citando a Jos Chal afirma que:
En el Ecuador, todos sabemos que la educacin que nos imponen en nuestras comunidades negras responde a la intencin de consolidar un proyecto de nacin que no reconoce particularidades culturales y que por el contrario promueve la idea de una pas donde todos somos iguales. Los negros ms que nadie sabemos que esto no es verdad (Chala en Walsh,2001:9) [...] la etnoeducacin representa visn, prctica y meta compartida entre los varios pueblos afroecuatorianos, una propuesta que no solo supera las diferencias geoculturales sino que construye unidad alrededor de un proyecto nacional dirigida a la violencia epistmica y colonial (Waslh,2001).
Trabajar para lograr cambios en los contenidos que se imparten en la escuela, que no niegue una historia y una cultura, luchar por el reconocimiento de su especificidad en el marco de la diversidad cultural venezolana es una meta importante a cumplir.
La Red de Organizaciones Afrovenezolanas es definida como un instrumento de articulacin de ejes de inters en los campos de la cultura, educacin, salud, agricultura, gnero, tecnologa, economa y sociedad, que aspira contribuir a un desarrollo sustentable de las comunidades. Su accionar est orientado a organizar y a luchar por la mayor participacin de estas comunidades en la vida econmica y polticas. Generalmente los programas se estructuran en torno a determinantes de necesidades particulares de las comunidades y las propuestas de estas organizaciones tambin abarcan otros aspectos como la defensa del medio ambiente de las zonas donde habitan, y que se ha convertido en factor aglutinador de estos grupos, asediadas por los constructores de complejos vacacionales, la defensa de los campesinos en su luchas por la consecucin de tierras para cultivar, algunos de stos descendientes de los antiguos cimarrones, como es el caso de los campesinos de los estados Cojedes, Falcn y Yaracuy, as como la defensa y la reconquista del derecho al mar de los pescadores de la costa, frente al desalojo de los dueos de los clubes vacacionales.
Estas organizaciones han tomado conciencia que para encausar las luchas en la consecucin de necesidades y aspiraciones de las mismas y para la inclusin en los programas de desarrollo, que estn en proceso de elaboracin tanto por organismos nacionales como internacionales, es necesario la articulacin de las distintas organizaciones comunitarias presentes en el mapa poltico del pas y la interconexin por parte de las comunidades afrovenezolanas. mencionadas, as como tambin la estructuracin de una slida propuesta programtica, con visin de largo plazo, como arma poltica, que contribuyan la definicin de polticas claras que den cuenta de las necesidades de la poblacin afrodescendiente, tomando en cuenta sus caractersticas especficas, en especial mediante la incorporacin de su propia visin de desarrollo en los planes y programas desarrollo, con plena participacin de los/as afectados / as en el diseo, ejecucin, evaluacin y proyeccin de programas de desarrollo. Jess Chucho Garca ha estado y est al frente de un nmero importante de iniciativas que tienen que ver con el impulso y devenir de stas organizaciones La Red de Organizaciones Afrovenezolanas parece ser el semillero de dirigentes de este movimiento, donde ya se forma la generacin de relevo. Estas organizaciones han dependido y dependen del carisma y de las mltiples relaciones personales de Jess Chucho Garca que han hecho posibles las contribuciones tanto de organismos nacionales, como de organismos internacionales. La cooperacin que brindan tanto organismos nacionales como internaciones a estas organizaciones locales, en ocasiones pueden servir de vehculo legitimador de sus polticas, pues las estrategias de intervencin suelen transformarse en ejecutorias de lneas de trabajo de estos organismos, en una construccin unidireccional de los intereses de stos y no en una construccin de
un modelo alternativo, por tanto participativo, en el cual se involucren todos los actores sociales en el proceso de toma de decisiones.
Tras largas luchas de las organizaciones afro, organismos internacionales como la Organizacin de Estado Americanos, (OEA), el Banco Mundial (BM), la Organizacin Internacional del Trabajo (OIT) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) as como tambin organizaciones de carcter privado, como la Fundacin Kellogs, Fundacin Interamericana, Fundacin Ford, incluyen el tema afro en sus agendas, quedando as demostrada la legitimidad de las organizaciones que trabajan en funcin del tema afro a los ojos de las organizaciones internacionales y los organismos multilaterales. Las organizaciones afrovenezolanas en las que participa Garca, han recibido financiamiento de organismos internacionales para impulsar proyectos con comunidades afrovenezolanas. Afroamrica forma parte de organizaciones a nivel internacional, la primera de stas es la Red Continental de Organizaciones Afro, la segunda es la Organizacin Continental es Afroamrica XXI y la tercera organizacin GALCI, Alianza Global Latinocaribea.
Comentarios finales
Chucho Garca, basndose en su propia experiencia como investigador militante, se ha dedicado a estudiar y reconstruir la historia de los afrodescendientes en Venezuela, no slo para conocer la memoria histrica, sino tambin para generar conocimientos sobre las condiciones de vida de los stos, sobre la propia realidad histrica y cultural a travs de un proceso de investigacin-accin. El propsito general de stas bsquedas ha sido el desarrollo de perspectivas de anlisis alternativos que expliquen las condiciones sociohistricas y culturales particulares y que hacen nfasis en la necesidad de reconocer las especificidades culturales. Garca establece un dilogo permanente entre el pasado y el presente, para rescatar del pasado lo aportes de los afrodescendientes y hacerlos visibles en la historia de la creacin de la cultura venezolana, para articularlo a una accin transformadora, en la mira de la construccin de un movimiento que luche por la direccin social de la historicidad de la colectividad afrovenezolana Reconstruir procesos y experiencias al interior de estas prcticas que rescatan y reinventan conocimientos deslegitimados que trastornan el blanqueamiento y la colonizacin interna y que buscan la intervencin en los mbitos de la cultura y el poder (Walsh,2001:2). Al abordar la obra de Jess Chucho Garca desde la perspectiva de los estudios y otras prcticas latinoamericanas en cultura y poder, hemos querido destacar por un lado el papel protagnico de
actor/autor, facilitador de procesos de transformacin sociocultural en la construccin de organizaciones afrovenezolanas, al tiempo de valorar el aporte que a la academia brinda la confrontacin, coincidencia o discrepancias entre el conocimiento oficializado y este otro conocimiento que emerge de la aproximacin crtica de la vida cotidiana. Finalmente nos resta invitar a futuras reflexiones sobre la coexistencia de mltiples formas de organizacin que rompen con visiones refractarias, homogneas, encasilladas en nicos paradigmas de intervencin, nuestra invitacin es a pensar en esas otras organizaciones que en ocasiones y tal vez con las mejores intenciones no son valoradas o tomadas en consideracin cuando se asume como modelo las organizaciones con personalidad jurdica, lase: fundaciones o asociaciones civiles, sirva entonces reflexionar sobre esos otros/otras prcticas y esos otros actores.
Referencias bibliogrficas
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El Primero
Est referido a los enfoques acadmicos que clasific y sigue clasificando arbitrariamente con un bagaje instrumental cientfico el mundo de la africana. La academia en torno a los estudios afro no tiene ms de setenta aos, cuando en la dcada de los aos veinte (1920) estudiosos desde la disciplina antropolgica (Herskovits, Ortiz, Nina Rodrguez, Bastide, posteriormente Aguirre Beltrn, Acosta Saignes, Arthur Ramos), o en la etnohistoria (Brito Figueroa, Jos Luciano Franco, Moreno Fraginals) comienza a acercarse a la africana e intentar definirlas. Los pioneros de los estudios de la dispora afrosubsahariana en la llamada Amrica Latina y el Caribe, como el caso del abogado Fernando Ortiz de Cuba, perciban a los afrodescendientes como:
[] una raza que bajo muchos aspectos ha conseguido marcar caractersticamente la mala vida cubana comunicndole sus supersticiones, sus organizaciones, sus lenguajes, sus danzas, etc., y son hijos legtimos suyos la brujera y el aiguismo, que tanto significan en el hampa de Cuba (Ortiz,1917:38).
Esta primera cercana de Ortiz hacia la cultura afrocubana, estimulado por el criminalistas italiano Cesare Lombroso, fue prologada por este criminalista expresando lo siguiente: Creo acertadsimo su concepto sobre el atavismo de la brujera de los negros, aun en los casos en que se observan fenmenos medianmicos, espiritistas e hipnticos, pues estos ltimos eran tambin muy frecuentes en la poca primitiva (idd.:11) Lombroso llamaba a este primer esfuerzo de acercamiento a la africana Etnologa Criminal, evidenciando ello un acercamiento a ese otro-objeto con un aparato conceptual racialmente prejuiciado, entendiendo por prejuicio:
[] un conjunto de sentimientos, de juicios y, naturalmente, de actitudes individuales que provocan o al menos favorecen, y en ocasiones simplemente justifican medidas de discriminacin. El prejuicio est vinculado con la discriminacin [...]. Sin embargo, el prejuicio racial asume formas extremadamente diversas, y conviene distinguir entre el prejuicio racial propiamente dicho, el prejuicio de color, el prejuicio de clase en una sociedad multirracial es decir, que comprenda muchas razas que viven juntas pero formando estratos superpuestos y por ltimo, el prejuicio tnico o cultural (Bastides,1970:16-17).
Otros de los pioneros en los estudios de la africana en Latinoamrica, fue el brasileo Raymundo Nina Rodrguez, mdico de profesin, que ejerci como profesor de Medicina Legal en Baha (Brasil):
[] Nina Rodrguez escribi sobre el negro y el mestizo brasileo, preso en las teoras cientficas de su tiempo, defendi tesis hoy inadmisibles, como las desigualdades raciales, la degeneracin del mestizaje y las consecuencias en el orden poltico y social de estos puntos de vista y social (Rodrguez en Ramos,1942:242).
Tanto Nina Rodrguez como Ortiz, emprenderan otros trabajos, bajo esta concepcin, en los llamados campos folclricos y religiosos de las culturas afrodescendientes. Nina Rodrguez, se qued entrampado en los prejuicios, Ortiz en obras posteriores avanza hacia una mayor comprensin de la africana y en la definicin del trmino afrocubano en su obra Los negros brujos:
En ese libro introduje el uso del vocablo afrocubano, el cual evitaba los riesgos de emplear voces y acepciones prejuiciadas y expresaba con exactitud la dualidad originaria de los fenmenos sociales que nos propona estudiar. Esa palabra ya haba sido empleada en Cuba una vez, en 1847, pero no haba cuajado en el lenguaje general como lo esta hoy da (Garca Carranza,1996:10).
Los primeros trabajos de Ortiz entusiasman a otros investigadores cubanos a iniciarse sobre esta temtica creando la Sociedad de Estudios Afrocubanos en el ao 1939, editando una revista bajo el nombre de Estudios Afrocubanos. Este camino abierto por Ortiz, comienza a interesar a otros estudiosos acadmicos sobre esta temtica y para el 10 de octubre de 1943 se crea en Mxico la Fundacin Instituto Internacional de Estudios Afroamericanos, con la finalidad de realizar estudios de las poblaciones negras de Amrica en sus aspectos biolgicos y culturales y sus influencias en los pueblos Americanos (Garca,1989:16). Este Instituto, tuvo vida efmera y slo editaron varios nmeros de la revista Afroamrica. Tena varias funciones: 1.- Colectar, ordenar y distribuir a los gobiernos de los pases, a las instituciones privadas y a los individuos interesados informaciones sobre lo siguiente: a- Investigaciones cientficas referentes a las poblaciones negras de Amrica. b- Legislacin, jurisprudencia y costumbres con referencias a las mismas, especialmente en sus relaciones con el resto de la poblacin. c- Actividades de las dems sociedades y centros de estudios relacionados con los mismos temas. d- Otros materiales que puedan ser utilizados por los gobiernos, centros de estudios o particulares en concordancia con los fines de este instituto. 2- Realizar investigaciones cientficas 3- Organizar conferencias, cursos de estudios, exposiciones y otros actos de divulgacin. En este instituto convergieron histricamente los pioneros de los estudios afroamericanos desde las perspectiva acadmica como Melville Herskovits, quien va a influenciar a futuros investigadores acadmicos sobre esta temtica, tambin se encontraban Arthur Ramos (brasileo), Julio Le Reverand (cubano), Jaques Romain (haitiano). Es la academia norteamericana que va a marcar enormemente los estudios afroamericanos de la poca teniendo como centro de produccin de conocimiento e interpretacin de la africana a la Universidad de Northwestern a travs del Departamento de Antropologa que diriga Herskovits. Encontramos as un corolario de enfoques como: reas culturales, relativismo cultural, reafirmacin folclrica, foco cultural, sincretismo religioso, entre otros. A partir de all la academia, comienza a normar los saberes producidos por los afrodescendientes, muchas veces irrespetuoso, pocas veces en su justa dimensin como saber real (Herskovits,1942).
Por otro lado el surgimiento de la etnohistoria, como disciplina acadmica, intenta reconstruir la historia de los afrodescendientes (para el caso venezolano) teniendo su cuna en Mxico con el antroplogo y etnlogo Miguel Acosta Saignes y el historiador Brito Figueroa. Acosta Saignes intenta reconstruir procedencias de las etnias africanas as como sus descendientes en la construccin de la venezolanidad, hasta ahora empaada por una historia oficial desde los vencedores:
No se puede cimentar una nueva interpretacin simplemente en los materiales manejados por Arcaya, Gil Fortoul, Vallenilla Lanz y otros. Por la simplsima razn de que ellos haba hecho su expurgos en los documentos. Ya eligieron, entresacaron, dieron sentido a cuanto emplearon. Nosotros vamos a los archivos. Lo examinaremos todo, dentro de lo posible, y encontraremos sentido nuevo en lo visto (Acosta Saignes en Garca, s/f)
Por su parte, Brito Figueroa, reivindicando las luchas polticas, demografas, el problema tierraesclavos, los cuales fueron aportes significativos en cuanto al acercamiento al afrodescendiente como sujeto histrico, dando otro enfoque de esta temtica, en Venezuela, ms all del reduccionismo folclrico:
La lucha de los esclavos negros en el periodo colonial es uno de los aspectos ms significativos de la historia social venezolana; pero, cuando se revisa el material bibliogrfico existente, se observa que, en lo general, los historiadores nacionales, si no guardan injustificable silencio, se limitan a deformarla (Brito Garca,1985:205).
Primero
Objetualizacin de los y las afrodescendientes, que aparentemente no tena un conocimiento propio de su cultura.
Segundo
Que sus aportes a las ideas de independencia de los pases de Amrica Latina, no existieron y que los cimarronajes histricos, la reconstruccin de espacios liberados conocidos como Cumbe, Palenques o Quilombos, eran para reproducir imperios africanos y no para construir espacios libertarios en nuevos contextos. (Aclaramos que excluimos a Brito Figueroa y Acosta Saignes que dieron nuevos elementos etnohistricos para demostrar la importancia de la participacin de los africanos y sus descendientes en movimientos preindependentistas)
Tercero
Desconocimiento por completo del retorno de africanos y afrodescendientes a frica durante y despus de la esclavitud producindose un rico intercambio de saberes que hemos denominado la dispora del retorno.
Cuarto
Ignorancia de los procesos innovadores y creativos de los afrodescendientes en las distintas dimensiones de la cultura en el mal llamado nuevo mundo o la mala definicin del espacio Caribe. En sntesis diramos con Bastide que:
Es necesario precisar las conquistas definitivas logradas en el periodo 1920-1950: Retroceso del etnocentrismo y los prejuicios antiraciales que marcaban los primeros libros de Nina Rodrguez y Fernando Ortiz. Si qued cierto etnocentrismo fue en la seleccin de los temas. Slo se estudiaba el negro como elemento diferente con una cultura propia, una religin africana, etc., y no como elemento integrante de la sociedad global. (Bastide,1970:124-125). Destaca ms adelante Bastide que:
[] desde el punto de vista cientfico se evidencia un avance progresivo desde la investigacin puramente etnogrfica a la investigacin etnohistrica y a la investigacin psicoetnohistrica [] avance progresivo de la pura descripcin a la conceptualizacin: en el caso de Herskovits y de sus discpulos, aplicacin de la teora funcionalista (Bastide,1970:125).
Sin embargo, haciendo observaciones crticas el etnlogo y afrobrasileo Descorodes Dos Santos dice que:
Ya en un trabajo anterior alertbamos sobre los problemas emergentes de la posicin del investigador, que hace que traiga consigo un bagaje acadmico, un pasado e historia personal, con referencias directas a la clase-cultura a que pertenece. Tambin resaltbamos y analizbamos los pro y los contra de la posicin de actor y observador, segn perteneciese o no a la comunidad cultural enfocada []. Sealbamos que el cientfico observador por ms prevenido que sea, no puede fcilmente despojarse de su propia historia y del cuadro de referencias de la ciencia en su propio proceso histrico y que el actor, miembro participante del grupo, podra no percibir las relaciones abstractas y estructurales del sistema que vive. Destacbamos as dos perspectivas: desde afuera y desde adentro, perspectivas que son difciles ms no imposibles de complementar. (Descorodes, 1977: 117) (12)
En este primer enfoque de aproximacin acadmica hacia la africana, la reivindicacin del sujeto, es decir el afrodescendientes, estuvo nublado y museificado en una estructura de anlisis conceptual que no se atreva correr riesgo en el sentido de darle la voz a quienes protagonizaban sus propias producciones culturales. La academia los interpretaba, en la mayora de los casos despectivamente y muy pocas veces en su justa dimensin de actores sociales, culturales, religiosos y polticos.
El Segundo Enfoque
Se circunscribe al intelectual (muchas veces sin la preparacin acadmica, pero con unos referentes marcados por los discursos del desprecio hacia las otras culturas, salpicados de romanticismo, exotismos y satanismos, escogiendo disciplinas como la literatura, la msica y las artes en general para interpretar la africana, y en otras oportunidades con enfoques romanticista y hasta endoracistas, y por ltimo el llamado intelectual orgnico (a la manera Gramsciana) Unos de los aspectos diferenciados en cuanto al abordaje de la africana en Amrica Latina, desde lo intelectual, estuvo signado por la surgente negritud (Cesaire-Senghor) y el binomio mulatez-mestizaje (Guilln-Pales Mato), que priv en la percepcin de la africana en la mayora de los intelectuales de Amrica Latina. Ambas tendrn una relacin en la triloga cultura-poltica y poder. El poeta martiniqueo, miembro del Partido Comunista Francs y alcalde de Fort de France (Martinica) en sus inicios, expresaba lo siguiente:
Hay un hecho evidente: la negritud ha acarreado ciertos peligros. Ha tenido la tendencia a convertirse en escuela, tendencia a convertirse en iglesia, tendencia a convertirse en teora, a convertirse en ideologa. Estoy a favor de la negritud desde el punto de vista literario y como tica personal, pero estoy en contra de una ideologa basada en la negritud. No creo en lo absoluto que la negritud pueda resolverlo todo, en particular estoy de acuerdo en ese punto de vista con quienes critican a la negritud sobre ciertos usos que de ella han podido hacerse: cuando una teora, pongamos por caso literaria, se pone al servicio de una poltica, creo que pasa a ser infinitamente discutible (Cesaire,1968:138).
La negritud permiti una reivindicacin y acercamiento a lo afro desde las perspectivas de los intelectuales africanos (Senghor) y afrodescendientes (Cesaire, Damas, Price Mars). El poeta afroestadounidense Langston Hughes lideriza, algo similar con el Renacimiento de Harlem, en Estados Unidos (Nueva York) y traza lnea con Nicols Guilln en Cuba. Hughes en su tercer viaje a Cuba donde tena muchos amigos desconocidos en el mundo como Nicols Guilln con quien despus va a participar en la Guerra civil espaola. En La Habana, Hughes observa la existencia de un grupo de afrocubanos, durante los aos treinta, denominado El Club Atenas donde en esa poca no se bailaba rumbas entre las paredes del Atenas, porque en Cuba, en 1930, la rumba no era considerada una danza respetable entre las personas de buena familia. Los nicos que bailaban rumba eran los pobres y los desarraigados, los tahres y los caballeros en busca de juerga (Hunghes,1959:16) . All el poeta nos expresa el fenmeno del endoracismo por parte de una clase media negra que para tener aceptacin en la sociedad cubana se negaba a aceptar parte de sus valores culturales expresado en la rumba. Intelectuales por la va del ensayo, la msica y la literatura se aproximan a la africana como Fernando Ortiz, Alejo Carpentier (Cuba), Fernando Romero (Per), Luis Pales Mato (Puerto Rico), Zapata Olivella (Colombia), Uslar Pietri, Ramn Daz Snchez, Manuel Rodrguez Crdenas, Rmulo Gallegos, Isabel Aretz y Felipe Ramn de Rivera (Venezuela). Dentro de la mulatez se expone la visin sexual y sensual de la mujer afrodescendientes con las nalgas grandes, senos desproporcionados, labios gruesos. Poemas de Pales Mato titulado Mulata Antilla (Pales Mato,s/f) y el poema Mulata de Nicols Guilln recogen una versin de la mulatez como propuesta cultural. La mulatez constituye una va para destacar deformadamente, en la mayora de los poemas de la dcada de los aos 30, 40 y 50, la presencia afrodescendiente en el plano literario. Pero la mulatez posteriormente se va prolongando diluyentemente hasta dar paso a la visin de un mestizaje preado de ruptura con la ancestralidad africana que ha quedado como solucin a una frmula simplista para reducir la complejidad cultural de la llamada Amrica hispana en la sntesis del mestizaje ms prximo a la propuesta cultural eurocntrica. A ello, es decir a esta visin del mestizaje, se le suma el lusotropicalismo del intelectual y socilogo brasileo Gilberto Freire, que intent, con esta concepcin ausentar la afrobrasileidad, precisamente en el pas, que despus de frica subsahariana, es donde habitan ms afrodescendientes. En este campo se entreteje una aproximacin terica hacia lo afro, en la mayora de los casos con la visin casi estrictamente occidental (herramientas y percepciones europeas y norteamericanas) que en no pocos caso los mismo descendientes de africanos se descontextualizaban de su propia realidad para asumir el discurso del otro, llegando hasta posesionarse de una visin endoracista de su propia realidad. (Mijares,1996; Garca,2001). Alejo Carpentier fija posicin con respecto a la definicin de lo afrocubano para lanzar su visin del mestizaje, lo cual resume una posicin significativa en Amrica Latina y el Caribe. Esta posicin qued plasmada en una entrevista con el periodista espaol Joaqun Soler Serrano:
Joaqun Serrano: La verdad es que usted profundiz mucho en el estudio del folklore cubano, de la msica de su tierra? Carpentier responde: Fui iniciado en el estudio de es folklore por el que fue maestro de maestro en la materia, Don Fernando Ortiz, que abri en el Caribe la vasta cantera de eso que llamaban entonces las Races Africanas o el Afrocubanismo, un trmino completamente impropio. Joaqun Serrano: Pero todava se sigue usando. agrega el periodista A. Carpentier: Malas costumbres. Habindose incorporado el negro de frica al mundo americano desde haca cuatro siglos, incrustado en el mundo del Caribe, ese hombre se haba vuelto un criollo. Lo que en Amrica Latina se empez a nombrar as, y que explica tantsimas cosas, el criollo, como ya lo deca el Inca Garcilazo de la Vega en los albores del siglo XVII, lo es tanto el hijo de espaoles, nacido en Amrica como los hijos de negros, nacidos en Amrica, como los mestizos de indios con espaol o con negro que hubieran nacido en Amrica. Eso es algo que esta perfectamente claro: todos los que hubieran nacido all. Es decir, todos los nacidos en Amrica, fuesen cuales fuesen sus races, eran criollos. En consecuencia, hubiera sido ms justo decir Folklore Cubano y la msica cubana, pero se empleaba la terminologa equivoca de lo afrocubano (Carpentier,1985:448) Cuando el musiclogo y ensayista Carpentier afirmaba se empleaba el trmino afrocubano, podemos decir, despus de algunos aos de investigacin en Cuba (1982-1999), que la afrocubana fue tomando cada vez ms fuerza como representacin social de los afrodescendientes cubanos donde la msica fue un factor de reafirmacin como msica afrocubana liderizados con grupos tales como Irakere (Premio Grammy 1978) y Los Van Van (Grammy 2001). Pero ese esfuerzo de Carpentier tom fuerza en otras esferas de las representaciones sociales afrocubanas, cuando se trat de conceptualizar las representaciones religiosas como la Regla de Ocha, Kongo o Abaku como religiones sincrticas y folclorizadas como lo plantean ensayistas y novelistas como Miguel Barnet y otros estudiosos de las religiones afrocubana contempornea como Jess Gunchez cuando dice que:
[]esta forma de religin tampoco es hoy afrocubana, sino sencillamente cubana, ya que su prctica habitual dentro del pas y su diseminacin internacional ha estado realizada por personas cubanas radicadas tanto en Cuba como en otros pases de Amrica y Europa (Guanchez,1996).
La mayora de estos intelectuales contribuiran a crear referencias endoraciales introyectadas en un amplio sector de las comunidades afrodescendientes ya que sus poemas, sus canciones, sus personajes de novelas, sus ensayos histricos y percepciones culturales eran reproducidos socialmente en las escuelas y centros culturales legitimados por los gobiernos, muchas veces en los discurso y prcticas gubernamentales. Ambos saberes, tanto el intelectual como el acadmico fueron mediados a travs de la UNESCO en sucesivos encuentros y congresos desde 1966 hasta nuestros das. En estos encuentros pocas veces fueron invitados los afrodescendientes como sujetos histricos a decir su propia palabra, sus propias reflexiones. En 1994 la UNESCO lanza el proyecto La Ruta del Esclavo, an en vigencia, para dar respuestas a las relaciones histricas entre las culturas afrosubsaharianas y su dispora en las Amricas, trat de crear puentes, pero los resultados de estos esfuerzos no han trascendido a las comunidades afrodescendientes, de ah nuestras criticas abiertas a este tipo de iniciativas, que a nombre de frica y la dispora hemos venido esbozando en los ltimos aos:
Con todo el respeto que tengo hacia la UNESCO, creo que los representantes de nuestro continente en el Comit Cientfico Internacional, poco o nada tienen que ver con las nuevas tendencias de reflexin y concientizacin sobre la herencia africana en nuestros pases [...] poco tienen que ver y que hacer con una praxis de compromiso
hacia la produccin de conocimientos que tengan un impacto real en nuestras comunidades que viven en condiciones de neoesclavitud (Garca,1995).
Estas crticas generaron cambios en la representacin del Comit Cientfico Internacional del proyecto La Ruta del Esclavo en cuanto a la representatividad en dicho Comit de intelectuales y acadmicos afrodescendientes.
Considero que es en este marco, poco conocido, en cuanto a la produccin de visiones, conceptualizaciones, categoras, que podemos contribuir a una discusin abierta con los otros dos factores anteriores, tanto el intelectual, como el acadmico. Como dice Mato:
Pienso que una manera fructfera de comenzar es visualizando la existencia en Amrica Latina de un amplio campo de practicas intelectuales en cultura y poder, el cual no slo comprende a los medios universitarios y la produccin de estudios que asumen la forma de publicaciones acadmicas, sino tambin otros tipos de prcticas que tambin poseen carcter reflexivo y que se relacionan con los diversos movimientos sociales (por ejemplo: feministas, indgenas, afrolatinoamericanos, derechos humanos, etc.). Estas otras prcticas involucran no slo la produccin de estudios como tambin otras formas con componentes reflexivos, o de produccin de conocimientos. Algunas suponen trabajo con diversos grupos de poblacin en experiencias de autoconocimientos, fortalecimiento y organizacin, otras son de educacin popular, otras se relacionan con los quehaceres de creadores de diversas artes (Mato,2001:21)
En lo que hemos denominado la visin desde adentro es significativa los trabajos pioneros de Juan Pablo Sojo, afrodescendiente venezolano quien en su ensayo Temas y Apuntes Afrovenezolanos (1943) se aproxima tmidamente en torno a lo afro con interrogantes y comparaciones con el resto de Amrica:
Cuando hablamos del afro venezolano, nos preguntamos pro que difiere ste del antillano, del brasilero del de las otras regiones de Amrica. Pensamos tambin que los conocimientos que tenemos sobre esta materia son muy pobres. A pesar de que lo negro, en un sentido general, ha influenciado notablemente nuestra literatura, nuestra
msica y nuestro arte. Debemos confesar sin embargo, que de un tiempo para ac se ha ganado mucho a este respecto (Sojo,1943)
Sojo ciertamente gano espacios en peridicos de circulacin nacional para difundir sus investigaciones de la cultura afrovenezolana que hizo en la regin de Barlovento, Venezuela, donde naci y otras comunidades de origen africano. Su novela Noche Buena Negra, fue una propuesta literaria para interpretar la situacin social y poltica de su localidad con su propio lenguaje. En distintos pases de Amrica Latina alguno o alguna que otro u otra afrodescendiente comenzara a reflexionar su situacin de exclusin, racismo y discriminacin. Pero es en la dcada de los aos setenta cuando, el proceso de autoreconocimiento comienza a ganar terreno para reivindicar el rol de actor. En Colombia, en la ciudad de Cali, bajo la coordinacin de Manuel Zapata Olivella y la organizacin de la Fundacin Colombiana de Investigaciones Folklricas, la Asociacin Cultural de la Juventud Negra Peruana y el Centro de Estudios Afrocolombianos, se organiza El Primer Congreso de la Cultura Negra de las Amricas , donde asistieron representantes afrodescendientes de Honduras, Ecuador, Per, Panam, Venezuela, y Estados Unidos. En este Congreso se hizo la siguiente declaracin: Que el negro africano fue sometido por ms de cuatro siglos a la infamante esclavitud bajo el rgimen colonialista de las distintas potencias europeas. Que para justificar la explotacin se le concibi como una simple fuerza de trabajo privada de facultades creadoras. Que los regmenes republicanos se abstuvieron de abolir la esclavitud al proclamar su independencia de las monarquas colonizadoras perpetuando por ms de un cuarto de siglo la explotacin del negro en abierta contradiccin con los ideales de libertad, igualdad y fraternidad que proclamaban. Que bajo tales gobiernos republicanos y democrticos se han mantenido contra el negro y sus descendientes mulatos y zambos, formas discriminatorias raciales, econmicas, polticas, sociales y culturales, abiertas o enmascaradas. Que la mayor parte de los misioneros, historiadores, idelogos y antroplogos han interpretado el aporte cultural del negro en las Amricas acomodando sus interpretaciones a las conveniencias de los expoliadores colonialistas. Que los estudios antropolgicos contemporneos conciben al hombre como una clula multicultural en permanente creacin de valores espirituales y materiales cualesquiera que sean su raza o el sistema socioeconmicos que lo explote.
Condena
De la manera ms enrgica todas las prcticas, tesis e interpretaciones histricas del neocolonialismo que pretenden minimizar la rica participacin creadora del negro en nuestras nacionalidades, proscribiendo su historia de los pensum de enseanza, manteniendo barreras socioeconmicas que los marginan geogrfica y culturalmente de los centros de estudios, imponindole salarios nfimos y de mas formas discriminatorias. En consecuencia invita a todas las comunidades negras del continente, a sus escritores, artistas, antroplogos y educadores, as como a los intelectuales y gobiernos demcratas que organicen la lucha contra los rezagos de la esclavitud en Amrica para asegurar a los negros y sus descendientes en pleno goce de sus derechos ciudadanos (Primer Congreso de la Cultura Negra en las Amricas,1988:165-166).
Este primer Congreso reivindic el dilogo entre los actores afrodescendientes que se autoreconocan en su dimensin acadmica y ms all de sta. All comenzara todo un movimiento bajo un enfoque de nuevas tendencias interpretativas desde adentro que luego intervendra en la esfera de la academia, lo pblico y lo poltico. El movimiento de la dcada de los aos ochenta va a reafirmar esta tendencia. Comenzando esa dcada 1980, la UNESCO organiza en Barbados el Encuentro Presencia Cultural Negro Africana en el Caribe y Las Amricas , donde logran participar algunos afrodescendientes militantes de movimientos afro como Descorodes Dos Santos o Manuel Zapata Olivella e intelectuales y acadmicos africanos como Olabi Yai, quienes establecen puentes entre los saberes y la relacin ancestral (Africa-Amrica), destacando, este encuentro, que el objetivo de la reunin era el estudio de aquellos factores que vinculaban a los africanos de frica con los del nuevo mundo. La ruptura entre frica y sus descendientes en el Nuevo Mundo fue considerada como la causa de la gran ambigedad que caracteriza el concepto de dispora (Declaracin del Encuentro Presencia Cultural Negro Africana en el Caribe y las Amricas,1980). Ms tarde, bajo los auspicio de la misma UNESCO, los intelectuales y acadmicos afrodescendientes y africanos promueven un encuentro en Cotonou (Repblica Popular de Benn) para estudiar los aportes culturales de los negros de la dispora negra a frica, abriendo un campo de estudio virgen y donde las relaciones entre ambos estudiosos se va a reforzar y establecer relaciones de contactos e intercambios permanentes con la finalidad de reconstruir discursos, conceptualizaciones y reapropiaciones que conducirn al autoreconocimiento con sus semejanzas y diferencias. Se trataba de un desmontaje de visiones, ya que hasta ahora eran los europeos que atravesaban el atlntico para estudiar a Africa y su dispora, ahora se estaba abriendo el camino para que los afrodescendientes en las Amricas furamos a frica y los africanos vinieran a Amrica para hacer estudios de reconstrucciones etnohistricas y culturales. En ese marco en 1984 y 1985 obtuve una bolsa de trabajo de UNESCO para hacer una investigacin sobre la Dispora de los Kongos en las Amricas y los Espacios Caribe. Eso me permiti viajar al Congo y reconstruir una historia comn. Posteriormente realizamos un film en el cual los Congoleses y los afrovenezolanos pudieron dialogar sobre sus elementos histricos, culturales comunes. Ese film fue impactante para la reivindicacin del puente histrico de los afrovenezolanos hacia el reconocimiento de la contribucin de Africa a la diversidad cultural venezolana y las Amricas. Los puentes entre acadmicos, intelectuales y militantes de los movimientos afro tuvieron escenario ganados en algunos sectores acadmicos. La experiencia en la Universidad Santa Mara con el curso de maestra sobre Asia y Africa (1985-1990), jug un papel importante para formar acadmicos sensibilizados con esta temtica. Pero la experiencia de mayor alcance y de relacin entre la academia y el movimiento afrovenezolano fue la creacin del Taller de Estudios Afroamericanos Miguel Acosta Saignes, que fundamos en la Facultad de Humanidades y Educacin de la UCV (1987-1992). Este taller, que no tuvo cursos de postgrado, pero si era una ctedra libre que logr en ese lapso discutir las diferentes metodologas, planteamientos y visiones de la mayora de los tesistas de grados, postgrado, doctorados y la participacin de religiosos afroamericanos, trabajadores culturales comunitarios afrovenezolanos, entre otros, que trabajaban en Venezuela sobre las culturas de origen africano y sus realidades socioeconmicas y culturales. Se realizaban trabajo de extensin universitaria hacia las comunidades, se devolvan los trabajos de investigacin realizados en las comunidades. Por otro lado se organizaron dos encuentros, uno nacional, otro internacional con la finalidad de compartir ideas y actualizar conocimientos sobre los estudios afrovenezolanos, afroamericanos y africanos. Esta experiencia es similar a la que en estos momentos realiza e impulsa la profesora Catherine Walsh en la Universidad Andina Simn Bolvar en Ecuador, que comenz en el ao 2000 como iniciativa de organizaciones afro como el Proceso de Comunidades Negras y el Consejo Regional de Palenques:
[] inicialmente pensada como una serie de eventos del carcter acadmico y pblico y ligado a los estudios (inter)culturales, esta iniciativa se convirti en un espacio permanente el Taller Afro en el cual, a lo largo del ao, alrededor de 50 representantes de los pueblos negros de todo el pas han discutido y debatido sobre cinco ejes centrales: identidad, ancestralidad, territorio, derechos colectivos y etnoeducacin (Walsh,2001).
Estos dos ensayos, tanto el venezolano como el ecuatoriano, evidencia la necesidad de que desde la academia se ponga en prctica otras prcticas de dilogo hacia los sectores no acadmicos que a lo largo de sus experiencias van generando otros tipos de conocimientos que ser necesario incorporar a los contenidos programticos universitarios en las reas de Ciencias Sociales, tal vez como oxgeno ante la crisis que ellas viven. La experiencia de los aos noventa del movimiento afrodescendientes en Amrica Latina, reseado por nosotros en los dos tomos de Globalizacin, Cultura y Transformaciones Sociales , ubica el proceso de reivindicacin de unos actores cada vez ms protagnicos en la lucha por la equidad, justamente en esa dcada donde:
[] las consecuencias de la crisis estructural que viven los pases de Amrica Latina ha afectado sensiblemente la inversin en educacin, nutricin y salud, lo que puede reducir el capital humano de los pobres (es decir conocimientos, informacin, aptitudes que les permitan conseguir trabajo) e impedir a estos salir de la pobreza. Pobreza crtica, pobreza extrema, absoluta hasta llegar a la indigencia, fueron y continan siendo los indicadores del antibienestar y de la incivilidad proyectada hacia nuestras comunidades afrosuramericanas (Garca,2001).
Es en esa dcada cuando el movimiento afro mas se aferra a la lucha por la intervencin en los espacios pblicos estatales, en el organismo internacional y multilateral como el Banco Mundial y BID para exigir, no mendigar, espacio de participacin y respeto. Este movimiento integrado por agrupaciones de todo el continente, con un programa sobre sus morrales lleg a jugar un papel determinante en la Tercera Conferencia Universal Contra El Racismo , convocado por Naciones Unidas, Surfrica-septiembre 2001, donde se aprob un plan de accin firmado por los representantes de los gobiernos latinoamericanos y del Caribe donde la lucha contra el racismo, al exclusin, la intolerancia y sus formas conexas deben pasar a ser leyes nacionales, logrando as una intervencin en lo jurdico y poltico. De la organizacin de los movimientos, tanto a nivel nacional como regional, va a depender que estos logros se lleven a cabo. Como antecedente importante destacamos el papel que ha venido jugando la Red de Organizaciones Afrovenezolanas y Afrolatinoamericanas . La Red de Organizaciones Afrovenezolanas es un instrumento de articulacin de ejes de inters en los campos de la cultura, educacin, salud, agricultura, gnero, tecnologa [...] que aspira contribuir a un desarrollo sustentable de las comunidades (Garca I.,2001).
entre
lo
acadmico,
intelectual
los
actores
La experiencia de intelectuales, no afrodescendientes, y de los movimientos de los afrodescendientes es significativo como sujetos-objetos en la construccin de los nuevos paradigmas de la africana. En Amrica Latina la experiencia de Pablo Freire para la comprensin de la africana desde la perspectiva de la pedagoga y la experiencia cultura ha contribuido al desarrollo de estos movimientos. La experiencia de Freire en Africa (Guinea Bissao, Angola, Sao Tome y Prncipe) ha ayudado a tender puentes entre una visin acadmica y la africana. El impacto de frica en la praxis del pedagogo brasileo va ms all de lo estrictamente poltico. Como el propio Freire afirma, su primer contacto con Africa fue un encuentro amoroso, con un continente rico en experiencias, con una extraordinaria historia, ignorada concientemente por occidente, con pueblos que llevaban a cabo una lucha contra la opresin, a veces en forma silenciosa y desapercibida ante los ojos extraos, pero no por ello menos difcil y valiente (Freire,1984:9). Freire vivi a Africa en toda su riqueza y en toda su emotividad, en un proceso de conocimiento transformador que acentu su sensibilidad histrico socio-cultural . Freire represent para muchos africanos y afrodescendientes lo que Michael Foucault concibi como el rol del intelectual:
El papel de intelectual ya no consiste en colocarse un poco adelante o al lado para decir la verdad muda de todos, ms bien consiste en luchar contra las formas de poder all donde es a la vez su objeto e instrumento: en el orden del saber, de la verdad, de la conciencia, del discurso. Por ello la teora no expresar, no traducir, no aplicar una prctica, es una prctica (Foucault,1988:9).
Esa categora de intelectual militante, no traductor, a su paso por Africa, transforma a Freire en un intelectual radical. En su radicalidad Paulo Freire ha luchado para abrir espacios histricos a favor de la clase trabajadora en Amrica Latina y en frica, partiendo de lo que histricamente es posible (Freire, 1989:13). La experiencia del acadmico colombiano Orlando Fals Borda, con sus planteamientos de Investigacin-accin-participacin, contribuye como referente conceptual al enriquecimiento de las prcticas de los afrodescendientes. As en el Encuentro Mundial de Investigacin Participativa reclama que:
[] el investigador o investigadora base sus observaciones en la convivencia con las comunidades, de las que tambin obtiene conocimientos vlidos. Es inter o multidisciplinaria y aplicable en continuos que van de lo micro a lo macro de universos estudiados (de grupos de comunidades y sociedades grandes), pero siempre sin perder el compromiso existencial con la filosofa vital del cambio que la caracteriza (Fals Borda,1998).
Los tiempos exigen nuevos paradigmas, nuevas relaciones entre las academias y los intelectuales y los sujetos o actores sociales comprometidos por las transformaciones que tiendan a romper no slo con la exclusiones sociales, raciales, orientaciones sexuales, gnero o tnicas, sino con las estructuras de cmo cocinan, condicionan y legitiman los conocimientos, y en ese sentido la experiencia del movimiento afrodescendientes, en estos momentos podra marcar pautas y sendas a seguir.
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Nota
Jess Chucho Garca, Fundacin Afroamrica y Red Afrovenezolana.
Correo electrnico: [email protected] Garca, Jess Chucho (2002) Encuentro y desencuentro de los saberes en torno a la africana latinoamericana. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela
Culturas populares, recepcin y poltica. Genealogas de los estudios de comunicacin y cultura en la Argentina1
Alejandro Grimson y Mirta Varela*
Las crticas a las visiones totalizantes y apocalpticas de los medios de comunicacin se comenzaron a plantear en Amrica Latina hace ms de tres dcadas. En los aos sesenta y setenta, no se trataba de realizar simplemente un escrutinio terico de las concepciones de la radio, la prensa y la televisin como agujas hipodrmicas que estupidizaban o dominaban linealmente a sus pblicos y a los pueblos. Esa tarea se desarroll y esas visiones fueron sistemticamente criticadas tambin por significativas preocupaciones polticas. Las teoras hipodrmicas y de la manipulacin impedan analizar y comprender un sinnmero de conflictos socioculturales que atravesaban la vida cotidiana y las esferas pblicas. Al perder de vista el conflicto, se invisibilizaban los actores sociales y sus agenciamientos polticos. En la Argentina y, en general, en Amrica Latina la recepcin se present como una va fructfera de exploracin de las significaciones y la produccin de sentido en los sectores populares. Este inters, marcado por una bsqueda de politizar la cultura y demostrar la relevancia de los procesos simblicos para la poltica, se encontr en la base de los anlisis que rechazan a la vez el determinismo tecnolgico y el determinismo textual. Desde aquellos planteos casi fundacionales, entrecruzados con formaciones discursivas a veces ms vinculadas a la literatura, otras a la filosofa, la sociologa o la antropologa, la cuestin de las prcticas de los sujetos adquiri una notable vitalidad. Este trabajo intenta reconstruir la historia de las principales lneas de investigacin y de debate sobre las audiencias en la Argentina. El anlisis de las marcas y los cambios en este proceso muestra cmo en la Argentina se plantearon aportes y debates contemporneos a los desarrollados por los estudios culturales anglosajones, aunque generalmente ms ignorados. Desde ya, no se trata de ninguna reivindicacin localista, sino de mostrar cmo una especificidad histrico-cultural posibilit imaginar conceptos y herramientas analticas ignoradas tanto en las historias oficiales de los estudios culturales (que nunca atraviesan el ecuador) como en ciertas modas tericas que no consiguen ni quieren escapar de la actualidad. De ese modo, realizaremos un recorrido de la historia terica de la recepcin en la Argentina, incluyendo slo aquellos aportes latinoamericanos que tuvieron una incidencia especialmente relevante en el debate local.
Antecedentes
Uno de los trabajos pioneros que aborda los medios de comunicacin, con la peculiaridad de analizar el lugar del pblico en relacin con los mismos, es Sociologa del pblico argentino, de Adolfo Prieto, publicado en 1956. Hasta entonces la marca predominante era cierto ensayismo sobre la sociedad de masas cuyo modelo ms prestigioso era La rebelin de las masas de Ortega y Gasset. La cabeza de Goliath (1946), de Ezequiel Martnez Estrada, es uno de los textos ms significativos de esta lnea producidos en la Argentina, e incluye captulos crticos sobre la radio y el cine cuyo pblico reduce a mucamas y porteros. Aun en textos contemporneos al libro de Prieto, como el nmero de la revista Sur de noviembre-diciembre de 1955, Por la reconstruccin nacional, los medios de comunicacin se problematizan a partir del funcionamiento de las masas. El artculo de Guillermo de Torre, La planificacin de las masas por la propaganda desarrolla el argumento de que el peronismo a cuya denostacin est dedicado todo el nmero de la revista a semejanza de otros totalitarismos utiliz:
[] toda una tcnica, una metodologa de captacin de las multitudes, de hipnotizacin poltica de las masas, basada en principios semejantes a los de la propaganda comercial en gran escala []. Su finalidad ltima es poner al paciente ms que cliente en ciertas condiciones de insensibilidad y enajenamiento, precipitndole hacia un producto o un partido determinados y suprimiendo toda libertad de opcin (De Torre, 1955).
La urgencia poltica y el marco de interpretacin que asimila las masas al perro de Pavlov (la comparacin es de Torre) tien la lectura del funcionamiento de los medios durante ese perodo.2 En ese contexto, el trabajo de Prieto se destaca por su modernidad sociolgica y su pretensin cientfica, ya que establece una caracterizacin de los lectores, sobre la base de la encuesta de Gino Germani realizada en 1943 en la Capital Federal. La preocupacin central del trabajo es sobre lo que l percibe como un divorcio entre los escritores y su pblico: a la pregunta acerca de si Existe una literatura argentina? corresponde, en buena medida, la pregunta: Existe un pblico lector en la Argentina? (Prieto,1956:13). La respuesta que intenta Prieto tiene que ver con la clasificacin de los lectores entre intelectuales, pblico culto y un tercer grupo, el ms numeroso de todos, para el cual la fuente principal de lectura son los diarios y revistas y slo en medida mucho ms reducida, los libros. Se trata de un grupo de clase media que slo se diferencia de los obreros por la cantidad de lecturas que realiza. Laconclusin es que los libros de alta cultura tienen, en buena medida, el mismo pblico que lee a los escritores argentinos tanto buenos como mediocres. El dato es sugestivo porque implica que la ampliacin del pblico lector en la Argentina supuso simultneamente la construccin de nuevos materiales de lectura diarios, publicaciones peridicas, subliteratura, pero sin afectar prcticamente a la literatura argentina.3 Por otra parte, este panorama se complica ante el crecimiento de los medios de comunicacin que colocan la literatura en el lugar del libro asediado por los sucedneos actuales de la lectura: la radio, el cine, la televisin. Es decir que aquellos lectores de diarios y revistas que estaban, aunque ms no fuera mnimamente, en contacto con la palabra impresa, hoy prefieren ir al cine. El trabajo de Prieto parte de una clasificacin cultural tajante: la literatura forma parte de la alta cultura y el resto es subliteratura. Sin embargo, sus preocupaciones son centrales para la comprensin del pblico lector. En primer lugar porque la definicin de la literatura presupone el reconocimiento de sus lectores, de all que la pregunta por la literatura argentina lleve implcito el anlisis de su pblico y el cuestionamiento acerca de las preferencias por los autores extranjeros. En segundo lugar, porque el anlisis del pblico presupone un trabajo sociolgico de construccin de una empiria especfica. El mismo ser interpretado en relacin con los procesos educativos que llevan a la constitucin de ese pblico lector y tambin en relacin con la materialidad de la produccin editorial y meditica en general. Aunque el inters de Prieto se concentra en la forma en que los medios de comunicacin podran llevar a la ampliacin del pblico lector, es significativo el anlisis en correlacin con los mismos y la consideracin del pblico en la interseccin de experiencias culturales diversas. Por ltimo, la constante valoracin cultural presente en sus interpretaciones tambin afecta su definicin del pblico argentino ya que la cultura sera vivida como espectculo, por lo tanto, se tratara de un pblico-espectador para quien la cultura sera juego que entretiene o divierte con una infinita escala de matices, pero que no afecta el mundo real del espectador. Es decir, el pblico es un elemento insoslayable para analizar las prcticas culturales, pero no por su actividad o participacin en las mismas. Caracterizacin que ira cambiando a medida que se comienza a reubicar la discusin sobre el pblico en un marco comunicacional. Partiendo de premisas similares, podemos encontrar otro antecedente en el estudio dirigido por Regina Gibaja sobre el pblico asistente a una exposicin de pintura moderna en el Museo Nacional de Bellas Artes, realizada en 1961 por el Instituto Di Tella. Gibaja (1964) recoga influencias de Germani y lecturas de Lazarsfeld y la sociologa de la comunicacin de masas norteamericana. Televisin, pintura, msica clsica y lectura de diarios se intersectan tanto en la vida de los encuestados como en las preguntas de los encuestadores. Y quizs este ltimo sea un dato particularmente relevante tanto para una historia de los estudios de audiencias como para una historia de los imaginarios sobre la televisin: a principios de los 60 la televisin ya se esbozaba como objeto de estudio. En trminos generales, la investigacin procuraba contribuir a plantear los problemas de la cultura en la sociedad moderna y, especficamente, de la interaccin de las formas de la cultura superior con las manifestaciones masivas. Dado el universo sobre el que se construy la muestra
el pblico de arte de la ciudad de Buenos Aires los objetivos de la investigacin se restringan a una exploracin en el campo de las comunicaciones de masas y de su impacto en los sectores cultos de la poblacin de Buenos Aires (Gibaja,1964:8). De ese modo, los estudios de audiencia partan de una definicin a priori fuertemente valorativa de las clasificaciones culturales: cultura superior, sectores cultos, etc. As, los interrogantes se vinculan a definir el impacto real de la cultura 'mediocre', en qu consiste su amenaza para la cultura superior y en qu medida puede constituir un escaln positivo en el ascenso cultural de las clases menos educadas (Gibaja,1964:14). Sin embargo, esto no oscurece su propio valor en tanto interrogaciones pioneras: el estudio de la audiencia de estos medios y de su impacto en ella vale, en tanto los medios de comunicacin son indicadores de transformaciones sociales y canales de modernizacin o, en su caso, de masificacin (Gibaja,1964:9). Entonces, ms all de las valoraciones explcitas, Gibaja apunta a mostrar cmo la cultura de masas penetra todas las capas sociales y todos los niveles culturales (Gibaja,1964:9). Incluso, as se justifica la relevancia del universo estudiado, ya que permite mostrar que tambin en los sectores artsticos se presta atencin a los medios de difusin y no slo, por ejemplo, al periodismo 'serio', sino aun a la televisin, el ms nuevo y aparentemente, menos prestigioso de ellos (Gibaja,1964:9-10). Es que, justamente, la caracterstica de la cultura de masas es haber roto las barreras que diferenciaban a los pblicos (Gibaja,1964:13). La investigacin se organiza a travs de indicadores medibles, cuantificables, a partir de los cuales se realizan inferencias en relacin a los grandes interrogantes sobre medios y cultura. Inferencias que, actualmente, seran polmicas en muchos casos, pero que dan cuenta del modo en que empezaron a pensarse estos temas en la dcada del 60. Por ejemplo, el interrogante sobre la atencin a las comunicaciones de masas se realiza analizando la frecuencia de consumo de cada uno de los medios, las preferencias por contenidos especficos de cada medio y las actitudes frente a cada medio. En relacin a la atencin prestada a la televisin las preguntas son: tienen o no televisor (entre quienes no tienen, qu porcentaje no compra por falta de inters); consultan programas de televisin; apagan el televisor cuando llegan los amigos; visitan a sus amigos para ver televisin. Estas cuestiones presentan, retrospectivamente, bastante importancia: por ejemplo, no comprar televisin por falta de inters da cuenta de un posicionamiento en torno a la cultura de masas que, posteriormente, asumir otras formas. Como es esperable, el porcentaje de quienes actan de ese modo se incrementa junto con el aumento del nivel ocupacional. Del mismo modo, apagar el televisor cuando llegan los amigos puede en ciertos contextos dar cuenta de una administracin de la comunicacin cara a cara y la comunicacin meditica. Por ltimo, visitar a los amigos para ver televisin resultara actualmente una pregunta imposible, y menos an que respondan positivamente casi el 20% de quienes tienen un nivel ocupacional ms bajo (Gibaja,1964: 75) (ver cap. V). Obviamente, treinta y cinco aos despus de realizado este estudio muchos de sus procedimientos podran ser cuestionados. Incluso, la base metodolgica misma: averiguar la relacin con la televisin a partir de encuestas. Sin embargo, el estudio de Gibaja debe ser visto como uno de los primeros modos en que la televisin y la cultura masiva impactan en las ciencias sociales institucionalizadas en la Argentina. Por lo tanto, la investigacin deja un triple testimonio de poca: contrastes culturales histricos (slo un 22% deca observar televisin todos los das); crtica del sentido comn (aun en el pblico de la cultura de lite la cultura de masas tiene una fuerte impacto); la recepcin de la televisin y los medios masivos en los ambientes de la nueva sociologa cientfica.
verdaderamente heterogneo, a comienzos de los setenta pueden delinearse algo esquemticamente tres corrientes agrupadas en torno a sus respectivas revistas: Lenguajes, Comunicacin y cultura y Crisis. La revista Lenguajes, publicada por la Asociacin Argentina de Semitica y en cuyo comit editorial estaban Juan Carlos Indart, Oscar Steimberg, Oscar Traversa y Eliseo Vern, comienza a publicarse en 1974. La revista defina como su campo especfico el de los lenguajes sociales, el campo de la produccin social de la significacin, con un nfasis particular en las comunicaciones masivas. Contra la llamada sociologa de la cultura o la investigacin de las comunicaciones masivas, Lenguajes afirmaba que:
[] los fenmenos llamados culturales no pueden considerarse como dominios aislados. Si en lugar de utilizar alguna de estas expresiones hablamos de la produccin social de la significacin es porque pensamos que la significacin [...] no puede ser separada del funcionamiento de la sociedad en su conjunto (Lenguajes, Comit Editorial,1974:8).
En este marco desarrollaban una crtica hacia lo que ellos consideraban cuatro reduccionismos: el contenidismo, el esteticismo, el tecnologicismo y el economicismo. Frente a la propuesta de concentrar el anlisis en los mensajes que caracterizaba a Lenguajes, la revista Comunicacin y cultura entabla un debate donde aparece en forma explcita la figura del receptor. Hctor Schmucler, en su artculo La investigacin sobre comunicacin masiva, de 1975, argumenta que, desde la revista Lenguajes, se sostiene una falsa oposicin entre ciencia e ideologa y acusa a sus miembros de preservar su individualidad cientfica, mantenindose al margen de las contingencias histricas4. Si las mismas fueran consideradas se volvera indispensable atender a las condiciones en que circulan los discursos sociales y en consecuencia, tambin a las condiciones de recepcin:
La significacin de un mensaje podr indagarse a partir de las condiciones histrico-sociales en que circula. Esas condiciones significan, en primer lugar, tener en cuenta la experiencia socio-cultural de los receptores. Es verdad que el mensaje comporta significacin pero sta slo se realiza, significa realmente, en el encuentro con el receptor. Primer problema a indagar, pues, es la forma de ese encuentro entre el mensaje y el receptor: desde dnde se lo recepta, desde qu ideologa, desde qu relacin con el mundo. [] El 'poder' de los medios puede ser nulo e incluso revertirse en la medida que el mensaje es 'recodificado' y sirve de confirmacin del propio cdigo de lectura. [] No se trata de modificar los mensajes solamente para provocar actuaciones determinadas; es fundamental modificar las condiciones en que esos mensajes van a ser receptados (Schmucler, 1975:12).
Schmucler ubica el problema en el marco de una preocupacin central para la revista, que se autodefine como una revista cultural en el sentido que Gramsci le daba al trmino. De manera que el marco de la investigacin queda definido por las necesidades del nivel de desarrollo de la conciencia popular dentro de un proyecto general5.FAVOR ACUMULAR TODAS LAS NOTAS AL PIE AL FINAL DEL TEXTO. OTRA COSA: EN LA NOTA 1 QUE NO LOGRO ABRIR DICEN Mientras en la perspectiva funcionalista norteamericana la cuestin de las audiencias aparece en relacin con sus posibles aplicaciones en el campo de la publicidad y de difusin de polticas, en gran medida podra decirse que en la Argentina al igual que en muchos otros pases latinoamericanos la instancia de recepcin es pensada desde la recuperacin del conflicto simblico en su dimensin poltico-cultural. Los debates y las producciones vinculadas a la comunicacin se relacionan sistemticamente con las dinmicas culturales y polticas. Desde la segunda mitad de la dcada del setenta comienza a revelarse como problema terico y de investigacin en el campo de la sociosemitica, la diferencia fundamental entre las condiciones de produccin de un discurso y las condiciones de reconocimiento que, por definicin, no pueden coincidir. Siempre existen varias lecturas posibles de los conjuntos textuales que circulan en el interior de una sociedad porque un 'paquete textual' cualquiera identificado en lo social es, desde este punto de vista el lugar de manifestacin de una multiplicidad de
huellas que dependen de niveles de determinacin diferentes (Vern,1987:18-19). En ese sentido, siempre hay dos niveles de anlisis de un conjunto textual: la del proceso de produccin (de generacin) del discurso y la del consumo, de la recepcin de ese mismo discurso (Vern,1987:19-20). De ese modo, Vern seala que una gramtica de produccin define un campo de efectos de sentido posibles: pero la cuestin de saber cul es, concretamente, la gramtica de reconocimiento aplicada a un texto en un momento dado, sigue siendo insoluble a la sola luz de las reglas de produccin: slo puede resolverse a la luz de la historia de los textos (Vern,1987:130). Aqu encontramos una teora sistematizada en torno al problema de la institucin del sentido en la sociedad. Aunque su vinculacin con lo poltico-cultural no aparece explicitada, de ningn modo podra adjetivarse como una concepcin meramente "tcnica" al estilo de algunas producciones estadounidenses ya que es desarrollada una relacin entre la concepcin de la produccin y el reconocimiento de los discursos con una concepcin del sujeto y la sociedad. En ese sentido, el relativo distanciamiento del estructuralismo y la vinculacin con la Escuela de Palo Alto y otras corrientes que focalizan en los comportamientos y las acciones puede leerse en diversas etapas del pensamiento de Vern (ver Vern:1995). Tanto en la vertiente de Comunicacin y cultura como en una tercera agrupada en torno de la revista Crisis y que en esa poca podra haberse reconocido como nacional, hay una fuerte imbricacin entre las cuestiones especficas del campo y las problemticas tericas y polticas que lo atraviesan de modo permanente. De hecho, algunas diferencias slo pueden comprenderse en relacin con la lectura que se haca del peronismo y del marxismo, e inclusive las lecturas marxistas del peronismo. Desde la llamada lnea nacional, cualquier abordaje de los sectores populares supona la constitucin de una gnoseologa propia, una nueva epistemologa que superara la discusin entre ciencia y poltica y continuara la genealoga de Ral Scalabrini Ortiz, Fermn Chvez, Arturo Jauretche y Juan Jos Hernndez Arregui. Si bien ninguno de estos autores aborda problemticas ligadas a los medios de comunicacin o a la contemporaneidad tecnolgica, inauguran una concepcin historiogrfica donde la construccin de una identidad cultural propia y la reivindicacin de un patrimonio ignorado, una memoria histrica popular y la defensa de la creatividad popular van a configurar una matriz de anlisis desde donde se comenzaron a incorporar otros objetos. De esta manera los trabajos de Anbal Ford sobre Homero Manzi (1971), los de Jorge Rivera sobre el folletn (1967, 1968) y los de Eduardo Romano (1973 y 1975) sobre los letristas de tango se plantean la tarea de recuperacin de una industria cultural considerada como parte de un patrimonio cultural propio que haba sido menospreciado por la cultura de elite (Rivera,1987:46 52). Eduardo Romano, por ejemplo, al describir los radioteatros gauchescos, seala que al final de las representaciones, los espectadores participaban de un baile:
Este ltimo rasgo nos prueba que, en el radioteatro, el auditor no guarda una posicin meramente pasiva, como ocurre con otros productos posteriores de la cultura masificada []. [Aos atrs] la audicin daba lugar a una reunin colectiva rumorosa que era seguida con exclamaciones y comentarios (Romano,1973:53).
El anlisis de Romano destaca cmo ciertos cambios ocurridos en la industria cultural pueden explicarse a partir de la diferenciacin de una etapa nacional y otra transnacional. De all la tendencia a revisar la historia cultural nacional proponiendo un nuevo canon antes que al anlisis de los fenmenos contemporneos en los trabajos de los autores mencionados durante esta etapa. En Neocapitalismo y comunicacin de masa, publicado en 1974, posiblemente el trabajo ms sistemtico de la poca sobre el tema, Heriberto Muraro discute el problema de la manipulacin del receptor. Muraro revisa la teora de la manipulacin a partir de la experiencia poltica argentina respecto de la utilizacin de los medios, lo cual le permite criticar los presupuestos de las investigaciones de Paul Lazarsfeld y la mass communication research dentro de la sociologa norteamericana orientada a la indagacin de la opinin pblica con un objetivo fuertemente instrumental que lo haba llevado a Lazarsfeld a reivindicar la investigacin administrativa en contra de la investigacin crtica (Lazarsfeld,1941). En cambio, sostiene que:
[] lo que necesitamos es una teora histrica de los medios de comunicacin de masa que nos permita explicar de manera sistemtica en qu condiciones los hombres son convencidos o persuadidos por sta y en qu condiciones logran escapar a sus demandas. [...] En ltima instancia, el problema bsico es relacionar la eficacia de los mensajes emitidos y sus contenidos con la conciencia nacional y de clase de la poblacin de un pas o grupo de pases determinados (Muraro,1974:101).
De all que la nocin de manipulacin falla, para Muraro, en varios aspectos. En primer lugar, al confundir el pblico con una masa informe. En segundo lugar, porque los sujetos manipulados suelen tener intereses convergentes con los de los grandes monopolios, por lo cual habra que buscar la explicacin a sus hbitos no en los medios de comunicacin sino en estructuras ms profundas de la sociedad capitalista. El receptor, entonces, no es un individuo ni una masa informe y la eficacia de la manipulacin no puede desprenderse de ningn anlisis textual, ya que el problema de los sentidos que surgen de la recepcin de mensajes mediticos es asociado a una posicin en la estructura social y a una dimensin ideolgica. De all que el concepto de pblico se relacione con los de clase y nacin. Si los debates que entablaron estas tres revistas que acabamos de describir cruzaron constantemente teora y poltica, no resulta sorprendente que la irrupcin de la dictadura a partir del 24 de marzo de 1976, significara no slo una de las etapas ms oscuras de la historia del pas, sino tambin la interrupcin de todos los debates culturales. Sin embargo, en 1978 comienza a publicarse la revista Punto de Vista, dirigida por Beatriz Sarlo desde 1981, que ocupara un lugar cada vez ms central en la escena cultural de la dcada del ochenta. Los temas relacionados con la cultura popular siempre tuvieron un lugar destacado entre sus pginas desde una perspectiva que privilegi la historia cultural, la sociologa de la literatura y la discusin de ciertos autores cannicos en la tradicin de los estudios culturales britnicos, como Richard Hoggart y Raymond Williams. La presencia de Jaime Rest que haba introducido tempranamente estas lecturas en la Argentina durante la dcada del sesenta (1961 y 1967) en los primeros nmeros de la revista, tambin es significativa, as como la traduccin de autores de la esttica de la recepcin, con poca circulacin entonces: Beatriz Sarlo, por ejemplo, publica una traduccin de Hans Robert Jauss en 1981. NO ENTIENDO QUE RELACION GUARDA LA INFO QUE APARECE EN LA NOTA 3 CON ESTE PARRAFO, FAVOR EXPLICITAR. O SUBIR L ANOTA AL TEXTO PARA EXPLICAR MEJOREn 1979 tambin comienza a editarse la revista Medios & Comunicacin, dirigida por Ral Barreiros pero que, a pesar de algunos aportes personales interesantes, no alcanza a ocupar un lugar destacado en el campo.
audiencias, sern un objeto a construir y arma de un debate donde muchas veces se sustituyen metafricamente otros modos de hablar del pueblo. No es casual entonces que, cuando comienza la crisis del gobierno militar, reaparezca la cuestin del receptor. La valoracin del emisor se presentaba como parte del discurso autoritario y la capacidad de bloquear, desviar, reelaborar o invertir los mensajes fue leda como una instancia de poder de la cultura popular, aun bajo las condiciones ms precarias que caracterizaban la situacin argentina (ver Ford,1985). De all, la imposibilidad de un pesimismo que derivara de un lavado de cerebro masivo, desarrollado por la publicidad y los medios en manos de la dictadura. En esa etapa, Oscar Landi criticaba como parcial la escena que muestra al espectador solo frente al medio por entender que la recepcin es un factor de creacin de diferencias, de mltiples espacios de resignificacin de los mensajes, vinculado a la ausencia de un discurso poltico-cultural central. De ese modo, la cuestin de la resignificacin y del saber leer bajo la accin de la censura apuntaba directamente contra la supuesta omnipotencia a la vez poltica y meditica. Landi planteaba la importancia de las gramticas de desciframiento que se ponen en juego en la lectura de la informacin poltica, especficamente la lectura bajo los perodos polticos autoritarios y las lecturas sectoriales de la palabra pblica en el marco de la crisis poltica (Landi,1987). As, mientras entre 1984 y 1985 Landi y Muraro desarrollan un estudio sobre la recepcin del discurso informativo de la televisin, en 1990, dando cuenta de cierta influencia de Pierre Bourdieu en el anlisis de los consumos culturales, Landi analiz los cambios de los hbitos de consumo en un contexto de transformacin de la industria tradicional cine, teatro, libro y la expansin de nuevas tecnologas comunicativas televisin por cable, satlites, videocaseteras (Landi,1990). El derrotero desde el inters por la resignificacin y las gramticas de desciframiento como parte de las luchas por la hegemona, hacia el estudio de las costumbres, comportamientos y gustos en el consumo de medios y la identificacin de los distintos pblicos de la oferta comunicativa y cultural, pone en escena una duplicidad que caracteriza la dcada del ochenta: creciente sofisticacin terico-metodolgica y desplazamientos en su componente poltico. Landi se presenta como un buen ejemplo de los cambios de la dcada y quizs por ello ser quien inaugure una nueva etapa del debate con su libro Devrame otra vez (1992). A esta primera fase de los ochenta tambin pertenece un libro de Muraro que se ubica en una lnea muy poco explorada posteriormente para comprender las relaciones entre medios y audiencias. Muraro desarroll una crtica a la teora de la manipulacin, pero tambin seal su oposicin a la moda de la "resemantizacin" de los mensajes. Entiende, en cambio, que es necesario analizar la convergencia entre los intereses de las empresas y los intereses de los sectores populares en un determinado contexto histrico. As, por ejemplo, analiza cmo se produjo una convergencia entre los intereses de las empresas de productos para el hogar y algunas necesidades de las mujeres latinoamericanas que no se limitaban, por lo tanto, a obedecer ciegamente las publicidades de los mismos, sino que encontraron en ellos un discurso afn. La liberacin femenina supone algo ms que una lucha por los derechos formales e implica un acceso de las mujeres al trabajo, la educacin y la participacin social, por lo tanto, la mujer debe liberarse de la esclavitud del trabajo domstico. La difusin de estos valores fue asumida, entre otras fuerzas sociales, por los medios masivos de comunicacin, en especial por la publicidad de electrodomsticos y los alimentos denominados 'preelaborados' y los detergentes (Muraro,1987:40). La conclusin es que los medios en manos de las transnacionales operaron, pues, como aliados ideolgicos de la mujer argentina en esa coyuntura. Sin embargo, la convergencia de intereses no se mantiene estable y Muraro entiende que probablemente pueda revertirse, ya que no se vislumbra una continuidad entre el aceleraramiento del crecimiento econmico de la regin y su movilidad social ascendente (Muraro,1987:41).
social completa un mapa de referencias tericas comunes durante esta etapa. Un ejemplo condensador de los dilogos y debates de la primera mitad de la dcada del ochenta, es el Seminario de la Comisin de Comunicacin del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales en Buenos Aires en 1983 (AA.VV.,1987) que propona como eje de discusin el tema Comunicacin y culturas populares en Latinoamrica y donde la cuestin de la recepcin ya ocupaba un lugar importante. En ese contexto, Jess Martn Barbero seala que la revalorizacin de la dimensin cultural no se plantea como una forma de evasin poltica, sino como percepcin de dimensiones inditas de lo social y la formacin de nuevos objetos y formas de rebelda. Se trata de colocar en cuestin la incapacidad del modelo dominante, esto es el construido desde el paradigma informacional, para dar cuenta de la comunicacin en cuanto comportamiento colectivo y cotidiano (1987:10). Resulta sintomtico que mientras el paradigma informacional se presenta como dominante, todo el Seminario no har ms que sealar su resquebrajamiento: ya est instalado el consenso en torno a la revalorizacin de la capacidad de los receptores populares para construir sentidos diferenciados a los propuestos por la cultura hegemnica. Para Garca Canclini la discusin sobre lo popular debe considerar en forma particular la investigacin del consumo ya que es all donde los bienes y mensajes hegemnicos interactan con los cdigos perceptivos y los hbitos cotidianos de las clases subalternas. Si bien:
[] el repertorio de bienes y mensajes ofrecidos por la cultura hegemnica condiciona las opciones de las clases populares, stas seleccionan y combinan los materiales recibidos en la percepcin, en la memoria y en el uso y construyen con ellos, como el bricoleur, otros sistemas que nunca son el eco automtico de la oferta hegemnica (1987:31).
Uso y consumo son caracterizados desde una perspectiva que lleva la marca inequvoca de De Certeau aunque no se lo cite explcitamente: la imagen del bricoleur, los procesos de seleccin y combinacin, la diferenciacin entre tcticas y estrategias se combinan con el concepto de habitus tomado de Bourdieu. As, las nuevas propuestas para repensar la circulacin cultural, la recepcin y el consumo, se instalan en un proceso ms amplio de transformacin en la teora social. Martn Barbero, por su parte, intenta pensar la comunicacin desde lo popular, subrayando que no se trata de rescatar "la mera no pasividad del receptor lo cual haba sido planteado por Lazarsfeld haca muchos aos, y se haba convertido en objeto de un modelo particular de anlisis en la escuela de los usos y gratificaciones. Martn Barbero pretende:
[] cambiar el eje del anlisis y su punto de partida. El rescate de los modos de rplica del dominado desplazaba el proceso de decodificacin del campo de la comunicacin, con sus canales, sus medios, y sus mensajes, al campo de la cultura, o mejor, de los conflictos que articula la cultura, de los conflictos entre culturas y de la hegemona. Aceptar eso era tambin algo completamente distinto a relativizar el poder de los medios. El problema de fondo se ubicaba ahora a otro nivel: ya no en el de los medios sino en el de los mediadores y los modelos culturales (1987: 42).
Las referencias a la rplica, complicidad y resistencia por parte de las culturas populares estn presentes en varios trabajos. Sin embargo, tambin es posible encontrar varias tensiones en debate, como por ejemplo, la falta de consenso respecto del paradigma hegemnico, lo cual supone falta de consenso respecto de los ejes polmicos en torno al tema. Si para Barbero se trata de denunciar los riesgos del mecanicismo del paradigma informacional como modelo dominante, Sarlo entiende que la reivindicacin del Lector (de la audiencia, del pblico) y de la recepcin como polo activo, incluso el ms activo del circuito de la comunicacin est en la atmsfera terica de los ltimos aos (1987:158), a partir de autores como Jauss, Eco y Warning:
Asistimos agrega en el campo de las investigaciones sobre cultura popular, a un movimiento que, oponindose a las hiptesis de la manipulacin, despoja a los medios masivos y a la industria cultural del poder sobre individuos y sectores sociales que se les haba dado en el momento en que la teora privilegi al emisor y el mensaje, describiendo un mundo siniestramente manejado por la industria cultural y su difusin planetaria, irradiada por los satlites de comunicaciones ( Sarlo,1987:159).
Las diferencias de interpretacin respecto del estado del campo son claves para comprender los nfasis polmicos pero tambin la construccin de la agenda de los aos que siguieron. En sntesis, la presencia de la problemtica de la recepcin en ese momento est instalada en la agenda de discusin, aunque con matices bien distintos. La recepcin es un modo de analizar y debatir una preocupacin central acerca de lo popular, una nueva perspectiva para revisitar un tpico clsico de los intelectuales latinoamericanos. Por eso, no se trata simplemente de una revisin del modelo comunicacional Martn Barbero es bien explcito en este sentido: esa etapa estaba superada , sino de un desplazamiento hacia el reconocimiento cultural. De all que tanto Martn Barbero como Garca Canclini alerten contra los riesgos de un desvo culturalista. La insistencia en la reivindicacin de los sectores populares como receptores creativos implica un modo de posicionar el problema en forma polmica cuando un nuevo consenso se encuentra constituido. Cuando en 1987 Martn Barbero publica su libro De los Medios a las Mediaciones. Comunicacin, Cultura y Hegemona, el consenso ya estaba instalado y un trabajo que se propone como polmico, en lugar de desatar un debate se transforma rpidamente en objeto de culto. Martn Barbero sistematiza los desplazamientos tericos a partir de una doble hiptesis de interpretacin histrica y de construccin terica. Lo popular no puede ser pensado como algo exterior o distinto de lo masivo porque histricamente lo uno se convirti en lo otro. Sus argumentos son bien conocidos y por razones de espacio no los sinterizaremos aqu. Menos conocida es quizs la primera crtica al libro de Martn Barbero de Nstor Garca Canclini (1987). En el marco de una muy elogiosa resea, Garca Canclini advierte acerca de la tentacin por lo popular y de no aplicar un estilo crtico a la cultura urbana. El problema es la unilateralidad del enfoque:
[] nos gustara encontrar junto a las pginas exaltatorias de la cultura popular urbana, otras que revelaran en ella [] de qu modo los sectores populares reproducen estereotipos de la ideologa hegemnica, participan eufricos en shows televisivos que los humillan, dan consenso a polticos aliados con los dominadores (Garca Canclini,1987: 78).
Garca Canclini seala que algunos de los trabajos retomados por Martn-Barbero suelen idealizar a las clases subalternas, perciben en ellas slo sus actos cuestionadores e interpretan la mera diferencia simblica como impugnacin (1987:78). Garca Canclini apunta una cuestin que poco despus devendr clave: las reivindicaciones populistas del recepcionismo slo pueden sostenerse en un empirismo epistemolgico. Ese empirismo utilizar preferentemente la investigacin-accin o, eventualmente, participante, sin separarse de las certezas ingenuas del sentido comn (lo que los actores populares dicen que hacen) (1987:78), asumiendo como real las perspectivas de quienes se encuentran sumergidos en la realidad. La respuesta de Martn Barbero, publicada en el mismo nmero, muestra que cada uno de ellos se posiciona tericamente frente a contextos que construyen de modos dismiles. Proponen relaciones diferentes entre lo hegemnico y lo popular en la medida en que dialogan con adversarios diferentes. El contexto est cambiando, ya desde hace varios aos, pero sin constituir an una nueva hegemona terica. Martn Barbero muestra que su debate es con la inmensa mayora de los estudios actuales sobre cultura y comunicacin (1987: 80) que niega que aquello que "viven las clases subalternas en la ciudad tenga algo que ver con su cultura, y que lo que le pasa a la masa tenga algo que ver con el pueblo (1987:80). De lo que se trataba era de reponer esa negacin. Justamente, esa mxima es la que permear en los aos siguientes a la inmensa mayora de los estudios. Sin embargo, para Garca Canclini, ese proceso ya se encontraba en curso y se trataba de sealar sus riesgos.
En 1991, en un trabajo posteriormente incluido en Consumidores y ciudadanos (1995), Garca Canclini propona avanzar hacia una teora del consumo. El nfasis se desplazaba desde la asimetra hacia la negociacin y la complicidad. Consumir es participar en un escenario de disputas por aquello que la sociedad produce y por las maneras de usarlo (1995:44). Adems, el consumo es un lugar de distincin entre clases y grupos cuya racionalidad posee una dimensin simblica y esttica. La racionalidad de las relaciones sociales en las sociedades contemporneas se construira, ms que en la lucha por los medios de produccin y la satisfaccin de necesidades materiales, en la que se efecta para apropiarse de los medios de distincin simblica (1995:45).
La advertencia se vincula con el riesgo populista apuntado por Garca Canclini frente al libro de Barbero, ya que el reconocimiento creciente de los actores sociales y las audiencias en los estudios de medios podra derivar, y sta es la paradoja que enfrenta toda teora, en una exclusiva atencin a aquellos. El debate estaba abierto. Sergio Caletti sostena que si bien los enfoques sobre la recepcin iniciaron un proceso de cambios radicales en las concepciones prevalecientes en los problemas de comunicacin, para avanzar resulta necesario dar un nuevo salto, por encima de lo que pareceran proponernos hoy las categoras mismas de recepcin o consumo (Caletti,1992:23). La recepcin ya no alcanza, apuntaba, porque haba dejado de ser un programa de investigacin estimulante para convertirse en una ideologa de la recepcin que tenda a reconvertir los interrogantes en respuestas. De esta manera, podran plantearse dos desplazamientos paralelos. Por una parte, la preocupacin poltica caracterstica de los setenta y notoria en el Seminario de CLACSO (Qu nos dice la recepcin sobre las luchas de significado y poder, de la construccin de hegemona?) comienza a perder peso frente a una creciente preocupacin metodolgica (Cmo se investiga la recepcin, qu tcnicas permiten acceder mejor a los universos culturales de los televidentes?). Por otro lado, esto se traduce en
que la recepcin comienza a diluirse como instancia desde donde pensar las culturas populares para convertirse en un objeto crecientemente especializado. Un ejemplo interesante en el cual la tensin entre audiencias, cultura y hegemona busca analizarse en trminos empricos es el estudio de Mata (1991) sobre la relacin entre memoria de los sectores populares y la radio. En su trabajo se plantea la tensin entre la actividad de los sujetos y el poder de la industria masiva. Para Mata las memorias de la radio dejan ver rastros de heterogeneidad y conflictividad del mundo popular y de la sociedad en general, pero marcas dbiles, apenas aquellas que admite la cultura masiva para construirse con 'radical ambigedad' y para garantizar sus propuestas universales. Actualmente, los sectores populares adhieren a unas maneras de hacer radio que multiplican el uso del telfono, del mvil, de programas abiertos a las demandas, como mecanismos de participacin y recreacin de vnculos. Quizs as estn:
[] expresando su voluntad de apropiarse nuevamente de la ilusin de protagonismo y acceso que se les regatea econmica y socialmente; ilusin que con su doble faz aquello de lo que se carece y aquello con lo que se suea nos permite acceder al complejo campo de la identidad popular (Mata,1991:35).
Por otra parte, tambin es posible hallar la aplicacin de los estudios de audiencia a los estudios de mercado que conjugan usos instrumentales de la teora, en particular de la sociosemitica, con un impacto terico de esos mismos usos. A diferencia de otras perspectivas que partan de una explicitacin de sus propias determinaciones polticas, es necesario advertir cmo la estructura terica de esta lnea se presenta como una perspectiva aplicable a las empresas y las necesidades del mercado6.
y colectiva, lo individualiza. Es decir, puede utilizar un argumento tantas veces descalificado por populista, a partir de una justificacin tecnolgica. La aparicin del libro de Landi provoca una serie de polmicas. El director teatral Alberto Ure, por un lado, seala que es el primer texto de un pensador que piensa la televisin desde su propia materia y no desde las ideologas (1992:5). La virtud del libro, desde este punto de vista, es la falta de distancia, tanto para pensar la materia televisiva, como para la construccin de la figura del intelectual. Por otro lado, Sarlo responde a esta nota y al libro de Landi en un artculo con un voltaje crtico inusitado en la cultura argentina de los ltimos aos. Desde el ttulo, La teora como chatarra. Tesis de Oscar Landi sobre televisin , la descalificacin es explcita. Sarlo acusa a Landi de utilizar una argumentacin falaz (leer la televisin desde su propia materia, pero apelar a las vanguardias para legitimarla; proponer un libro desde la televisin sin ocuparse de sus condiciones de produccin), de no poner a prueba sus propios presupuestos (que la televisin sea transclasista, que la analoga histrica con la invencin de la imprenta sea posible), de proponer un trabajo sobre los gneros, sin anlisis concretos (su teora del clip es una teora sin objeto), entre muchas otras cosas. Pero adems le reprocha su desdibujamiento como intelectual, su falta de responsabilidad intelectual y moral porque cuando Landi se propone estudiar la televisin como una parte decisiva de la historia de la mirada y la percepcin, se autoexime de cualquier distanciamiento crtico. Poco despus, es fcil ubicar a Landi entre quienes Sarlo califica de neopopulistas de mercado que piensan que los pobres tienen tantos recursos culturales espontneos que pueden hacer literalmente cualquier cosa con el fast-food televisivo y presentan una total indiferencia frente a la desigualdad cultural (Sarlo,994:18). En 1996 Sarlo seala que la relacin entre medios y cultura popular condujo, en muchos casos, a lo que denomina un uso adaptativo de Michel de Certeau que construye un escenario optimista, con conclusiones casi triunfalistas y un poco moralizantes. De Certeau es, para Sarlo, un terico de los usos desviados que define la potica de un tipo de lector siempre dispuesto a contradecir el camino que pretende imponrsele (1996:39). Sin embargo, el problema no se reduce a qu hacen los sujetos con los objetos, sino qu objetos estn dentro de las posibilidades de accin de los sujetos (1996:39). Y esos objetos, junto a las instituciones, establecen el horizonte de sus experiencias tanto para los sectores populares como para los letrados. Desde una perspectiva diferente, Schmucler seal una serie de crticas al clima recepcionista que se perciba en el campo de la comunicacin y a la figura de Landi en particular, a travs de la revisin de las teoras de los efectos que fueron descartadas, segn su parecer, con una liviandad propia de las perspectivas posmodernas reinantes y hemos llegado a creer que todo lo que se haba sostenido fue el error de una ciencia precaria, o de la tozudez de ideologas paranoides (1992:62). Lo cual ha llevado a postular con alivio que los efectos no existen y el receptor pas sucesivamente de esclavo a amo y luego a usuario olvidando que:
[] la gente hace algo con los medios, despus de que los medios hicieron a la gente de una manera determinada. [...] deberamos reconocer nuestra irrisoria situacin: negamos los efectos de la comunicacin masiva deslumbrados por los fuegos con que la cultura meditica celebra su triunfo (Schmucler,1992).
En 1994, Schmucler revisaba sus primeras afirmaciones de 1975 ya que si en su polmica con Lenguajes la clave radicaba en que la significacin puede ponerse en contradiccin o no con el sistema de decodificacin del receptor y que el 'poder' de los medios puede ser nulo e incluso revertirse en la medida que el mensaje es 'recodificado' (1994:11), veinte aos despus, Schmucler insiste en contextualizar dicha afirmacin en un marco donde desde una fuerte experiencia poltica, el mensaje poltico es resignificado (1994:11). Por lo tanto, la posibilidad de remodificacin se circunscribe a aquellas zonas en que hay una experiencia contradictoria al mensaje y, por lo tanto, el mensaje no es creble. Es decir, el acento ya no est en la distancia del receptor, ni siquiera en cmo influyen los medios, sino en cmo acta la cultura de la poca, el encuentro de emisor y receptor habilitado por un mismo espacio ideolgico. Por otra parte, Schmucler distinguir la decodificacin eventualmente diferencial del mensaje poltico con la mayor coincidencia que ya se presentaba en aquel entonces entre mensajes y experiencia en la cultura de la vida cotidiana que ser
el aspecto acentuado en 1994. Frente a la idea de ciertas teoras sobre la recepcin que imaginan al receptor como un ser con plena autonoma, que hace distintos 'usos' de aquello que se le ofrece, Schmucler cuestiona la equiparacin de libre eleccin del consumidor con libertad. Retomando una cuestin planteada por Mattelart ms que analizar cmo se ejerce la voluntad de la gente se trata de ver cmo se constituye esa voluntad. Schmucler realiza un desplazamiento conceptual inverso al de la mayor parte del campo de estudios de comunicacin, pero no por ello menos notorio. Porque en el receptor que 'usa' de diversas formas, o sea con diversas significaciones, la cultura masiva no habra elementos 'disfuncionales'. En cambio, dice algo irnicamente, habra armona total (Schmucler,1994: 23).
ochenta como parte de la discusin acerca de cmo conceptualizar las culturas populares y de cmo introducir la perspectiva de los sujetos populares en sus relaciones con el poder y los medios. Sin embargo, la discusin sobre lo popular fue perdiendo terreno frente a otros modos de plantear las relaciones entre culturas y subculturas.8NO ENTIENDO BIEN LO QUE AQU DEJAN ENTRELINEAS Y OBVIAMENTE ME GUSTARIA MUCHO QUE DESARROLLARAN UN POCO YA QUE M EPARECE QUE SE VINCULA DE MANERA DIRECTA CON MI PREOCUPACION, Y ASI CON EL INTERES QUE MOTIVA En Amrica Latina los estudios sobre audiencias tendieron a consolidarse como un campo autnomo, con diversas formas de institucionalizacin (publicaciones, seminarios, grupos de trabajo), as como tambin tendieron a reducir la discusin al funcionamiento de las audiencias televisivas. Los trabajos sobre literatura popular o con una perspectiva histrica respecto del problema de la lectura sern poco recuperados, ya que todos los trabajos pasaron a centrarse casi exclusivamente en la televisin, aun cuando tambin hubo investigacin sobre las audiencias radiales que, por otra parte, gozaban de una tradicin respetable en el campo de la comunicacin alternativa en Amrica Latina. La Argentina tendi a acompaar este proceso, aunque con una debilidad muy grande en el terreno de la investigacin emprica y la institucionalizacin. Justamente por ello es importante reconstruir esta historia de la teora, ya que a diferencia de los Estados Unidos, la invencin de la nocin de recepcin y el intento por elaborar una teora adecuada para su explicacin en la Argentina y Amrica Latina forma parte, bsicamente, de la lucha por la reposicin del conflicto social. La reivindicacin de los agenciamientos de los actores y sujetos sociales apunta contra las diversas variantes del funcionalismo y el objetivismo. Si los medios fueran omnipotentes, la coaccin fsica simplemente habra sido sustituida por la coaccin simblica. La clave, en cambio, es que el dominio simblico se constituye a travs de hegemonas, de la imposibilidad radical de una homogeneidad en la circulacin de las significaciones, a travs de una disputa constitutiva por la apropiacin del poder. Es evidente, entonces, que las versiones neopopulistas que rastrean en la recepcin modos de celebracin de la supuesta libertad que reinara en las sociedades neoliberales se encuentran justamente en las antpodas de la concepcin general que prevaleca no slo en los 70, sino tambin en una gran parte de los 80. La institucin de la recepcin como dimensin inexorable del anlisis comunicacional, sin embargo, no poda prescribir acerca de sus propias decodificaciones diacrnicas. Las relecturas neopopulistas, que por otra parte citan poco y nada la tradicin de reflexin sobre la recepcin, paradjicamente confirman la teora general, ms all de que quede pendiente de anlisis si se trata de lecturas negociadas, oposicionales o directamente aberrantes, as como la cuestin central de la valoracin cultural en un marco de relativismo radical. Por otra parte, no puede dejar de advertirse un riesgo simtrico: la anulacin de la dimensin del conflicto no ya por un optimismo desenfrenado, sino por un pesimismo terminal. Un diagnstico que sostuviera como inexorable la penetracin capilar de la cultura dominante acabara, paradjicamente, descartando la dimensin de luchas mltiples, visibles e invisibles, que se desarrollan cotidianamente tanto en espacios pblicos como privados. Es decir, una concepcin de la cultura contempornea como totalidad emprica implica necesariamente una lectura de las oposiciones y resistencias como funcionales a la reproduccin del sistema. Si son evidentes las consecuencias de un populismo que apueste a una autonoma y resistencia plena de los sectores populares perdiendo de vista sus mltiples alianzas con sectores dominantes que contribuyen significativamente a mantener su propia situacin, las consecuencias de un dictamen de inutilidad de todas esas tcticas y estrategias puede acabar en una resignacin definitiva frente a las condiciones existentes. Ahora bien, es indudable que actualmente la corriente ms preocupante es el neopopulismo recepcionista, de all que nuestro recorrido haya intentado plantear cmo se ha llegado a ese punto. Uno de los problemas se vincula con el efecto terico derivado de una dificultad metodolgica de las investigaciones sobre audiencias: Pueden observarse y comprenderse las relaciones de los sectores populares con los medios limitndose a interrogar a esos sujetos acerca de su relacin con los mismos y
asumiendo su respuesta como realidad emprica? Esta versin empirista de la etnografa y el anlisis cualitativo parece confundir dos niveles: qu opinan los sujetos acerca de su relacin con los medios y cmo considerar las transformaciones socio-culturales que puedan haber producido en parte los medios en la vida de esas mismas personas, lo reconozcan o no en sus discursos. Es posible que las mejores investigaciones sean aquellas que logren combinar ambos elementos, pero el empirismo consiste justamente en confundir uno con otro y hacernos creer que los sujetos expresan acerca de su relacin con los medios exactamente aquello que su relacin con los medios es. No es casual, entonces, que este nuevo empirismo renuncie rpidamente al uso de la nocin de hegemona, ya que para dar cuenta del placer de una manera placentera necesita renunciar a explicitar la desigualdad que lo estructura. Aspiramos a que el recorrido realizado haya mostrado la persistencia del tema desde varias dcadas atrs y cmo durante la dcada del setenta en particular, las teoras que otorgaban preeminencia al emisor ya haban sido resquebrajadas, as como a fines de los ochenta y principios de los noventa las posiciones haban cambiado sustancialmente: ya no se enfrentaban quienes sostenan un estructuralismo a ultranza contra aquellos que buscaban reintroducir al sujeto, sino que ahora apareca claramente un subjetivismo radical y absolutista contra aquellos que, a veces tmidamente, queran reintroducir algn elemento de la estructura o sistema de relaciones sociales. En rigor, el sujeto mismo fue cambiando sus mscaras en este trayecto. Fue sujeto colectivo, posicin de identidad cultural o poltica, grupo familiar y fue cada vez ms usuario y consumidor. De manera que ya no encontramos comunidades al estilo hoggartiano, sino en sus variantes ms extremas grupalidad encuestada por empresas de marketing en su calidad de televidentes. En este marco, la comunidad interpretativa imaginada como un antdoto contra el individualismo ontolgico, se convirti en un concepto problemtico al devenir "comunidad de consumo" ms que posicionamiento social de sujetos colectivos. En sntesis, el debate constituye an un espacio abierto donde la necesidad de nuevas investigaciones se combina con la urgencia por recuperar una mirada poltica para el anlisis de la relacin entre medios y sociedad. Esa urgencia se actualiza en la crisis argentina que estall en diciembre de 2001. Las movilizaciones espontneas de la poblacin se multiplicaron por el papel de los medios masivos de comunicacin. El 19 de diciembre por la noche, veinticuatro horas antes de que renunciara el presidente De la Ra, miles de argentinos se enteraron por programas informativos de los sucesos en otros barrios de la capital, tomaron ollas y cucharas y salieron masivamente a protestar a las calles. Lo mismo sucedi en otras oportunidades. En cambio, cuando afloraron en enero protestas similares contra el nuevo gobierno, importantes canales de televisin demoraron varias horas en llegar a informar de los nuevos cacerolazos. Esto dificult que las protestas se difundieran y multiplicaran. Sin embargo, en los das siguientes grupos de vecinos realizaron protestas, llamadas popularmente escraches, en las puertas de estos canales para denunciar que estaban desinformando a la poblacin. Esos escraches constituyen un ejemplo importante de un tipo de recepcin activa, de una lectura oposicional, que cobra estado pblico. Los nuevos actores sociopolticos, en su bsqueda de nuevos discursos y nuevas acciones, probablemente desarrollen mltiples polticas y estrategias hacia los medios de comunicacin.
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Notas
* Alejandro Grimson, Universidad de Buenos Aires, Argentina. Correo electrnico: [email protected] Mirta Varela, Universidad de Buenos Aires, Argentina. Correo electrnico: [email protected] Grimson, Alejandro y Mirta Varela (2002) Culturas populares, recepcin y poltica. Genealogas de los estudios de
comunicacin y cultura en la Argentina. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela 1. Este artculo es una versin revisada del texto presentado en la 3ra Reunin del Grupo de Trabajo de CLACSO Cultura y Poder, posteriormente publicado en la revista RELEA-Revista Latinoamericana de Estudios Avanzados , N 14, 2001. 2 Mucho menos representativo quiz, pero muy interesante es el texto de Borges incluido en ese mismo nmero de Sur, Lillusion comique, en el cual se asimila la poltica peronista a una representacin escnica y plantea la relacin del auditorio con dicha representacin en trminos de f potica o voluntaria suspensin de la incredulidad, descartando la rudeza del auditorio para explicar la paradoja de que las ficciones del abolido rgimen, [...] no podan ser credas y eran credas, Sur, N 237, noviembre-diciembre de 1955. 3 En un trabajo ms reciente Prieto avanza sobre esa hiptesis al reconstruir los campos de lectura en la formacin de la Argentina moderna. All seala que: En 30 aos, en efecto, entre 1880 y 1910, el circuito material de la cultura letrada haba modificado apenas sus dimensiones y sus prcticas. Era como si ms all de las diferencias generacionales, de los procedimientos y recursos utilizados y de las expectativas interrogadas, Can y Lugones, Cambaceres y Angel Estrada, Mir y Joaqun V. Gonzlez, pertenecieran al mismo momento cultural y hubieran sido ledos por el mismo pblico (Prieto,1988:52). Tambin pueden verse las intervenciones de Mara Teresa Gramuglio y Adolfo Prieto en la Tercera Reunin de Arte Contemporneo de Santa Fe publicadas en Punto de Vista, N 60, abril 1998, pp. 3-12. 4 Schmucler se centra particularmente en las crticas de Eliseo Vern a Para leer el Pato Donald, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart y en los comentarios de Oscar Traversa sobre afirmaciones de Fernado Solanas y Octavio Getino. 5 La misma preocupacin se encuentra en otros trabajos publicados en la misma revista (ver Mattelart, Armand, El imperialismo en busca de la contrarrevolucin cultural. Plaza Ssamo: la telerrepresin del ao 2000, N 1, Mattelart, Michle y Piccini, Mabel, La televisin y los sectores populares, N 2). 6 Este hecho y su relacin con la elaboracin e investigacin sobre recepcin es relatado por el propio Vern (Vern, 1995). 7 Al respecto puede verse la discusin planteada por Mato (2000) quien sostiene que el rtulo de los Estudios culturales latinoamericanos obedece antes a una necesidad impuesta desde la academia norteamericana o europea, que a las caractersticas de la produccin latinoamericana. 8 Los trabajos de Garca Canclini fueron importantes en este sentido. Su propuesta de pensar las relaciones entre lo tradicional, lo moderno y lo posmoderno, as como entre lo culto, lo popular y lo masivo en trminos de culturas hbridas supona revisar un nuevo escenario donde lo popular exiga otras formas de plantear el problema.
El arte, igual que Dios es ms fcil de describir por lo que no es Luis Camnitzer
A lo largo de las ltimas dcadas del siglo XX, especialmente desde los aos 80, desde la escena internacional se visibiliz un notable inters por las artes plsticas latinoamericanas como objetos de exhibicin, de mercado y de estudio lo cual permite revitalizar la tensin gestada entre los aos 50 y 60 con nuevas interrogantes sobre los mecanismos que han contribuido a este redescubrimiento de los valores culturales de esta geografa simblica. No sin cierta suspicacia, cabe preguntarse: Ser que se ha reactivado la perspectiva de exotizacin que ha recado tradicionalmente sobre la produccin simblica latinoamericana o se ha articulado una nueva mirada de orden sociologista derivada de los supuestos alcances del muticulturalismo 1? A estas consideraciones apuntan las reflexiones de algunos intelectuales latinoamericanos que, ms all de su lugar de origen y de ejercicio de su prctica, se interesan por estudiar problemas locales desde una mirada contextualmente referida. Entre los muchos nombres que podemos citar 2, destaca la labor de quienes han insistido de manera sistemtica en visibilizar las diferentes tensiones a las cuales se ven expuestas las producciones artsticas relativas a Amrica Latina, como Luis Camnitzer, Gerardo Mosquera, Mari Carmen Ramrez, Nelly Richard y Beatriz Sarlo. En mayor o menor medida, todos ellos han problematizado la esfera del arte como segmento cultural profundamente institucionalizado y de manera especial han hecho nfasis en la necesidad de redimensionar la labor intelectual latinoamericana a partir de una perspectiva consciente de su condicin de campo minado 3 expuesto a fuertes tensiones polticas. Sus planteamientos se aproximan al campo denominado estudios culturales y que parece ms adecuado suscribirlos como estudios y otras prcticas latinoamericanas en cultura y poder4. Estos autores manifiestan coincidencias en sus perspectivas transdisciplinarias y orientadas contextualmente a reconocer las producciones artsticas latinoamericanas como respuestas sociohistricas especficas que requieren de un entramado crtico y terico ms apegado a sus propios estatutos de produccin y circulacin, superando la aplicacin de modelos hegemnicos acuados y promocionados desde la esfera internacional del arte5 que debilitan su anlisis. Gerardo Mosquera, en Cuba, Nelly Richard, en Chile, Luis Camnitzer, en Nueva York y Mari Carmen Ramrez, en Houston, han actuado crticamente en sus respectivos contextos socioculturales, promoviendo una produccin artstica alternativa que, en los aos 80, se propuso reflexionar sobre lo poltico a partir de una desconstruccin de sus propios cdigos. Sus trayectorias estn marcadas por una actividad contestataria hacia la cultura oficial y que ha intentado ejercer una accin intervencionista, pero se distancian cuando Richard va mostrando mayor preocupacin por la produccin terica relativa a la crtica cultural y a la teora feminista, Mosquera se va ocupando ms de la difusin y conocimiento del arte latinoamericano relacionado con las races afrocaribeas. Camnitzer se preocupa ms por los problemas relativos a la enseanza y Ramrez demuestra inters por revisar los parmetros tradicionales de valoracin desde un punto de vista de la historia del arte. Beatriz Sarlo, argentina, ha estado ms vinculada a la crtica literaria, pero desde una perspectiva que sobrepasa lo estrictamente textual para
abordar fenmenos diversos relativos a la construccin de la cultura nacional y por ello, ha reconocido la importancia que ha ejercido la visin multiculturalista en esta ampliacin disciplinaria (Sarlo,1997:35). Cada uno de estos autores reconoce, en mayor o menor medida, la importancia que ha ejercido la perspectiva multiculturalista en Amrica Latina, sin embargo, hay diferentes preocupaciones que emergen de sus propias prcticas intelectuales. Nelly Richard reclama a la produccin artstica e intelectual mayor conciencia de las polticas del lenguaje, y en especial, promueve la crtica cultural como una dimensin capaz de ampliar el ejercicio cognoscitivo acadmico. Camnitzer, por su doble condicin de artista poltico y terico, solicita estimular las caractersticas antidisciplinarias del arte. Beatriz Sarlo se interesa ms por los problemas relativos a la valoracin esttica desde una perspectiva multicultural. Gerardo Mosquera, en cambio, se preocupa por el sistema de circulacin de las obras de arte latinoamericano en la esfera internacional y plantea la necesidad de teorizar sus diferencias contextualmente, y Mari Carmen Ramrez, por su experiencia curatorial inscrita en instituciones norteamericanas, aboga por una revisin crtica de la historia del arte latinoamericano. A partir de las reflexiones de estos autores se desprende que existen relaciones direccionales poco satisfactorias entre la produccin artstica visual y literaria y los estudios y otras prcticas latinoamericanas en cultura y poder. Por su tendencia a representar un sector elitesco de la cultura, con sus propios cdigos y estatutos, la esfera artstica asociada a la alta cultura se despacha demasiado rpido como un problema de poco inters y se privilegia el estudio de otro tipo de producciones ms prximas al consumo masivo o popular. Parece evidente que el arte, y especficamente las artes visuales ms relacionadas con la nocin de monumento o de objeto a ser apreciado como fetiche han ido perdiendo espectadores, convirtindose en un campo de poco alcance social. Se podra reclamar que se han promovido valores estticos asociados a un consumo hedonista o sustentado en estrategias discursivas que favorecen la apreciacin visual en superficie, como describe Nstor Garca Canclini, cuando planeta que la esttica dominante privilegia:
[] el predominio de la accin espectacular sobre formas ms reflexivas e ntimas de narracin, la fascinacin por un presente sin memoria y la reduccin de las diferencias entre sociedades a una multiculturalidad estandarizada donde los conflictos, cuando son admitidos, se resuelven con maneras demasiado occidentales y pragmticas (1995:35).
Aunque el distanciamiento de lo social sea una evidencia avasallante, las producciones artsticas no pueden tratarse como un gran conjunto homogneo que atiende a los mismos problemas y es posible observar que dentro del propio campo se gestan tensiones discursivas muy poderosas que luchan por reorientar las lneas de produccin, los modos de circulacin y la recepcin de las obras 6. Porque el arte como disciplina goza de buena salud con sus mecanismos de mercado entendidos aqu ms como modalidades de reconocimiento, asociadas o no a su valoracin en lo econmico se puede afirmar que es un excelente instrumento de construccin y afirmacin de representaciones sociales de clase segn Camnitzer (1994:55) o de propaganda segn Giunta (2000:59) y por ello, su estudio debera formar parte de una agenda orientada a redimensionar sus posibilidades desde una perspectiva contextualizada en beneficio de una accin social ms amplia.
creadores han terminado institucionalizndose, fortaleciendo an ms la autonoma del campo y ampliando la brecha con lo social. Esta particular contradiccin que trama la esfera de las artes visuales comprometidas con los cambios de su tiempo, responde a que las propuestas deben circular dentro unos mecanismos de mercado eurocntricos cada vez ms poderosos. Gerardo Mosquera, en su constante actuacin como curador invitado a importantes bienales internacionales, advierte que el sistema valorativo tiene que ver con el proceso de legitimacin establecido en los ms importantes centros del circuito artstico, como Nueva York, donde se contina defendiendo la condicin universal o internacional de las obras visuales, lo cual es una suerte de pasaporte de identidad de excelencia que, como categora, se sigue reproduciendo localmente: En el terreno artstico contemporneo, la importancia se suele homologar con la corriente de opinin dominante, o asociar a un amplio reconocimiento internacional que, a su vez, depende de los circuitos establecidos (1998b:62). Aunque el sistema ha expandido su radio, cada vez se muestra ms cerrado en s mismo porque se ha ido atomizando en ncleos diversificados segn tendencias o fuerzas que crean cortes como arte de mujeres, arte gay, arte tnico o arte poltico, entre otros, pero siempre bajo el impulso de privilegiar una mirada dominante que adjetiviza las experiencias para diferenciar lo universal de lo local. Esta tendencia que, supuestamente se sustenta en una perspectiva pluralista derivada del pensamiento postmoderno, termina por marcar el lugar que ocupan las minoras respecto a la posicin del ARTE con maysculas. Luis Camnitzer tambin observa flujos desiguales en el reconocimiento de las diversas prcticas artsticas, sobre todo en las bienales internacionales, que a pesar de proponerse ampliar los mrgenes de dilogo por su posible condicin de plataformas de visibilidad como la ltima edicin de la Bienal de Venecia realizada en 2001 terminan por sostener visiones de subalterizacin. Este artista y pensador reconoce que incluso en los modelos locales, como la Bienal de La Habana, comienzan a ser aplicados criterios excluyentes que siguen favoreciendo una visin restringida del arte 7. Esto est asociado a que la nocin de talento o de buen arte todava vigente, se ha convertido en una atribucin del mercado (1994a:56). Mosquera constantemente advierte que las propuestas artsticas producidas en Amrica Latina se ven afectadas por los mecanismos de valoracin de la esfera internacional porque de alguna manera son apreciadas a partir de mecanismos referenciales que definen su mayor o menor aproximacin a unos estatutos previamente fijados:
Cuando se discute en trminos muy generales acerca de las artes plsticas suelen usarse las denominaciones lenguaje artstico internacional o lenguaje artstico contemporneo como construcciones abstractas que refieren a una especie de ingls del arte en el cual se hablan los discursos internacionales de hoy (Mosquera,1998a:65).
Esta mayor o menor internacionalizacin se define a partir de los estatutos derivados de la mainstream que se atribuye a s misma el derecho de ejercer un valor universal sin tomar conciencia de su propio carcter local. Para mucho artistas latinoamericanos, exhibir en Nueva York representa la va para una acelerada internacionalizacin. Mari Carmen Ramrez tambin advierte la existencia de una lingua franca del mundo del arte internacional que en los ltimos aos se ha identificado con el conceptualismo, extendiendo su apreciacin hacia el arte latinoamericano, segn pudo observar en la Feria ARCO, realizada en 1999, en Madrid. Pero, aunque ella diferencia al conceptualismo local como una readaptacin de cdigos orientados a visibilizar problemas contextuales de orden sociopoltico, considera que esta tendencia no representa una visin hegemnica en el continente. La valoracin estilstica del conceptualismo puede convertirse entonces en mecanismo para estimular nuevas miradas estereotipadas de lo latinoamericano (1999a:73). Entre los estatutos de valoracin modernistas todava vigentes se encuentra el carcter de universalidad discursiva de las obras visuales en sus temas y cdigos que las define como autosuficientes, contribuyendo a sostener la autonoma del campo en la medida en que se ignora su
alcance o capacidad receptiva por grandes sectores de la sociedad. Esta concepcin, que parece favorecer una receptividad contemplativa, lleva a pensar que la obra visual sigue siendo analizada desde parmetros que se centran en la individualidad artstica y en el lenguaje como dimensin cerrada sobre s misma. Mosquera ha reconocido esta contradiccin como elitesca: Lo universal deviene ms un adjetivo sumado a la construccin del aura de las obras que la viabilidad de recepcin por grandes sectores. Se trata, en realidad, de un lenguaje de iniciados, que permite una comunicacin internacional entre los miembros de una secta (1998a:65). Adems, este supuesto lenguaje internacional oculta su centralismo porque ve con sospecha al arte producido por actores que representan periferias tnicas o geogrficas, ya sea porque se muestra muy apegado o muy alejado de los cdigos hegemnicos. El carcter universal opera entonces como un estatuto diferenciador porque a la produccin artstica latinoamericana se le reclama la experiencia propia de los procesos del arte sin atender que las entradas y salidas a los estatutos de la modernidad obedecen a hibridaciones derivadas de diferentes niveles de asimilacin. La supuesta universalidad queda totalmente inhabilitada cuando se la desenmascara desde definiciones globalizantes de la modernidad y a pesar de que actualmente se ha expandido el anlisis hacia una mayor inclusin de territorialidad, lo universal suele ser aplicado a las obras producidas en Europa o Estados Unidos. Beatriz Sarlo tambin ha advertido esta desigualdad valorativa en su experiencia personal en eventos internacionales y apunta que la mirada de los europeos sobre el arte latinoamericano tiende a favorecer su posible carcter sociolgico y en cambio, cuando se analizan obras europeas, se hace mayor nfasis en privilegiar su carcter artstico. Podra pensarse que el campo cultural europeo se adjudica a s mismo el dominio de lo esttico y que lo latinoamericano queda ante sus ojos destinado a expresar problemas sociales como ejemplos de una otredad que permite seguir sosteniendo esas diferencias. Pero Sarlo va an ms all cuando reconoce que esta perspectiva excluyente tambin es responsabilidad del campo intelectual latinoamericano: Nos corresponde a nosotros reclamar el derecho a la teora del arte, a sus mtodos de anlisis (1997:38). Los autores aqu estudiados reconocen que hoy en da, con el advenimiento de lo que se conoce como orientaciones postmodernas se plantean nuevos problemas, como la necesidad de atender crticamente la teorizacin descentrada y sus posibles alcances en el contexto latinoamericano. Por ejemplo, Nelly Richard advierte:
Preguntmonos qu ocurre cuando hasta la metfora del descentramiento es administrada y rentabilizada por un discurso que sigue dotado de la prerrogativa de decidir las claves que le darn renombre y distintividad a esta nueva crisis de ttulos y dominios (1989:58).
Este autor da por hecho que la esfera artstica ocupa un lugar importante en la metacultura 8 de nuestros tiempos y por ello, se preocupa por desenmascarar las falsas ilusiones de democratizacin que se ocultan tras los procesos de globalizacin y plantea la necesidad de redisear la actividad intelectual latinoamericana. Como complemento, Nelly Richard sugiere que Amrica Latina debe liberarse de la estigmatizacin que le ha atribuido su condicin de cultura secundaria adscrita a la copia y asumir sin complejos la apertura del repertorio postmodernista:
[] para prescindir definitivamente del culto aurtico a los modelos, y jugar ilusionistamente con el reflejo de los dobles pardicos, ya que desde siempre se educaron en la tradicin de lo falso y de lo postizo: en la renuncia obligada a la sacralidad de los originales y en las costumbre burlona del pastiche cultural (1989:56).
Esta autora invita a reflexionar sobre las particularidades del contexto latinoamericano, sobre todo el caso particular de la Escena de avanzada chilena, cuya actuacin durante el perodo de la dictadura ha sido acusada de elistesca por parte importante del campo cultural local, en la medida en que sus soluciones formales no respondan a los tradicionales modelos del arte poltico y ms bien se asemejaban a ciertas propuestas de la esfera internacional del arte. Ella coincide con Ramrez (1999b) en asumir que la diferencia se visibiliza en la funcin de abordar problemas histricos especficos, segn experiment este grupo9 que trabaj fuera de los marcos institucionales y con una clara conciencia del lenguaje como herramienta desestabilizadora del poder autoritario que arras con el pasado y la memoria chilena. Desde esta perspectiva, la Escena de avanzada ejerci un combate antidogma, segn sus propias palabras, pues se encarg de desactivar las narrativas tradicionales inscritas en una representacin cerrada y homognea para poner al descubierto las estrategias del poder de silenciamiento de las voces reprimidas. Beatriz Sarlo coincide con la mirada revisionista de Ramrez cuando plantea que, frente al relativismo derivado de la perspectiva transcultural promovida por los llamados estudios culturales, se deberan estimular alianzas interdisciplinarias capaces de abordar problemas especficos, como el canon literario o artstico en los pases latinoamericanos:
Lo que est en juego, me parece, no es la continuidad de una actividad especializada que opera con textos literarios, sino nuestros derechos, y los derechos de otros sectores de la sociedad donde figuran los sectores populares y las minoras de todo tipo, sobre el conjunto de la herencia cultural, que implica nuevas conexiones con los textos del pasado en un rico proceso migracin, en la medida en que los textos se mueven de sus pocas originales: viejos textos ocupan nuevos paisajes simblicos (1997:37).
Esta autora contribuye a comprender que esa construccin de lo universal, ms all de ser comprendida como una jerarquizacin ideolgicamente injusta, ha ejercido una labor que debera ser expuesta a revisiones crticas en cada contexto particular.
grave es propiciar esta desventaja desde el propio contexto cultural latinoamericano. El rediseo de las hegemonas descentralizadas y multiculturales son los ms peligrosos en la medida en que son los centros occidentales los que estn comenzando a hacerle al Tercer Mundo la circulacin intercultural del arte, desde sus propias visiones e intereses (Mosquera,1995:16). Esto se debe a que la mayora de las exposiciones destinadas a reflexionar sobre las discursividades de los pases perifricos, estn condicionadas por financiamiento y criterios museolgicos de organismos adscritos a la esfera internacional puesto que son ellos lo que tienen el poder para hacer este tipo de eventos. De manera similar, Richard pregunta: Cules son las energas crticas que aportan al debate intelectual de hoy, y mediante qu intersecciones y confrontaciones terico-culturales puede servirnos su discurso un discurso internacionalizado por la red norteamericana de traspasos acadmicos para repensar crticamente lo latinoamericano? (1996:2). Gerardo Mosquera solicita una posicin mucho ms crtica y dinmica de las polticas culturales diseadas dentro del continente para evitar que el canon derivado de la esfera internacional contine realizando la escogencia de las propuestas artsticas que se imponen por medio de los circuitos ya establecidos, espacios a los cuales las culturas perifricas o comisariadas10, segn Mosquera, muchas veces se readecuan para formar parte del sistema, lo cual implica una readaptacin de sus ideologas para poder ser aceptados. Este autor rechaza la complicidad de lo latinoamericano de ofrecer al centro lo que se espera de l. Acerca de este problema Nelly Richard advierte sobre la necesidad de atender las especificidades de la produccin local y solicita:
Reescribir Latinoamrica como figura crtica en la discusin sobre centralizaciones y descentramientos pasa por poner en cuestin la economa del poder intelectual que reparte definiciones y aplicaciones de lo latinoamericano en nombre de la instancia unitaria de una teora generalmente deslocalizada. Pasa por relocalizar el significado contingente de las prcticas culturales en funcin de sus transcursos productivos de signos-en-uso que articulan su trama operatoria dentro de un contexto especfico y microdiferenciado que desafa las reglas de intercambiabilidad transadas por la funcin-centro de la teora metropolitana (1996:21-22).
Richard tambin cuestiona la postura generalizada que caracteriza a gran parte de la promocin del arte latinoamericano dentro del continente y se opone a su actual comprensin como objetos exportables y transportables, ya que su materialidad fsica no encierra todo su sentido. Para ella, los productos culturales incluyendo las obras visuales deben ser comprendidos en toda su extensin fsica y simblica, tomando en cuenta el lugar en el cual tuvieron origen como sucede con las obras efmeras constituidas por acciones limitadas en el tiempo y realizadas en lugares especficos 11 lo cual las convierte en experiencias irrepetibles. Entre los autores estudiados, Richard insiste sistemticamente en cuestionar esa mirada estereotipada de la esfera internacional que se ha posado sobre Amrica Latina con la finalidad de encontrar en sus imgenes la dimensin primitivista con la cual se la ha signado y que parece seguir reforzndose, segn observ en algunos eventos expositivos animados por la celebracin de los 500 aos del descubrimiento de Amrica12. Por otra parte, rechaza la condescendencia aparentemente solidaria que anula las condiciones contestatarias de muchas obras:
Ni siquiera el giro postmodernista que inflexiona la escena internacional logra caducar los remanentes de esta sensibilidad viciada, ya que su reivindicacin de lo descentrado suele amanerarse en mero tic retrico y que el nuevo brillo de la otredad (o diferencia) le sirve ms bien de cosmtica para disfrazar su centrismo (1989:25).
Mari Carmen Ramrez tambin reflexiona sobre los niveles de intercambio y denomina contextura a la oscilacin que experimentan los productores artsticos del continente cuando se afilian a contextos transnacionales (ms abstractos) o se inclinan a contextos locales (ms concretamente referenciales), lo cual se deriva de: la necesidad de legitimacin que moviliza a nuestro arte frente a los centros de poder hegemnico (1999a:80), y aunque no favorece esta tendencia a lograr reconocimiento internacional, tampoco la cuestiona. Sin embargo, defiende el valor de lo local y cuestiona los estereotipos recurrentes
con los cuales se representa a Amrica Latina en los exposiciones organizadas por los centros de poder, especialmente Estados Unidos. Esta investigadora observa que lo local puede ser asumido como un signo de resistencia en la tradicin de Traba13 frente al impulso homegeneizador que requiere de una comprensin accesible de los cdigos que no se inscriben en su contexto. En este sentido, lo local se reviste de una connotacin poltica que no puede ser traducida ni neutralizada fcilmente:
[] lo local escapa al uso o desgaste explcito de imgenes, motivos o referentes estilsticos, sean stos asociados tanto con una nocin particular de identidad como con una localidad geogrfica especfica. Ms an, los parmetros de la diferencia promovida como valor de mercado por los centros hegemnicos; se refiere a las propias estructuras de poder econmico y social en que se encuentran inscritas las prcticas artsticas del tipo de sociedades no-hegemnicas representadas por Amrica Latina y agrega Al someterse a un anlisis riguroso, el aparente descentramiento de las prcticas artsticas latinoamericanas, con respecto a sus respectivos contextos locales, es slo una ingenua ilusin ms creada por la tendencia homogeneizadora central (Ramrez,1999a: 80).
Las reflexiones de Mosquera, Richard y Ramrez revelan que en el campo del arte se hace ms evidente el descentramiento como un recurso o figura retrica que en la prctica contina sosteniendo relaciones de desigualdad pues se conservan los esquemas valorativos tradicionales atribuidos al arte: la originalidad y la trascendencia que privilegian de manera particular a los productores (artistas) y el sistema de circulacin (curadores, investigadores, galeristas). Para contrarrestar el descentramiento como recurso, Mosquera y Richard coinciden en reconocer la apropiacin como dispositivo discursivo y aunque esta actividad ha sido ampliamente utilizada a lo largo de la historia, hoy en da parece oportuno asumirla con una mayor conciencia poltica de resignificacin: pues lo que interesa es la productividad del elemento tomado para los fines de quien lo apropia, no la reproduccin de su uso en el medio de origen (Mosquera,1999:62). Reciclar lo ajeno puede llegar a ser una estrategia transgresora si su operacin est orientada a confiscar para uso propio mientras cuestiona los cnones y la autoridad de los paradigmas hegemnicos. Frente a la constante situacin de transculturacin que implica el recibir y dar, Mosquera aclara que debe considerarse que: el flujo no puede quedar siempre en la misma direccin Norte-Sur, segn impulsan la estructura de poder, sus circuitos de difusin y el acomodamiento a ellos (1999:65). Para l, invertir la corriente implica no slo invertir el esquema de dominacin por medio de una rplica sino intervenir en la accin y contribuir a pluralizar para enriquecer la circulacin en un sentido verdaderamente global (1999:65). Ambos autores reconocen que actualmente el campo cultural se ha convertido en un espacio de lucha de poderes entre fuerzas hegemnicas y otras subalternas que ataen tanto a lo simblico como a lo social. La lucha est marcada por los deseos de rearticular las hegemonas, afirmar las diferencias, criticar el poder y apropiarse o resemantizar hacia todos lados. Mosquera aclara que si bien presenciamos una tendencia amplia hacia el pluralismo, no se deja de ejercer el deseo de controlar la diversidad. Aunque los grupos subalternos han adquirido una mayor fuerza, con una accin ms participativa, este autor advierte que se debe tener cuidado con las categoras que actualmente se emplean pues se puede tender a mellar el filo crtico de la cultura (1999:67) en la medida en que se aplanan las contradicciones con posibles relatos de armonizacin de la diversidad. Nelly Richard atiende ms a la sintaxis del lenguaje como estrategia desestabilizadora de la autoridad y favorece la ambigedad y la polisemia que se produce con la fluctuacin del significante en contra de la univocidad del sentido. Segn ella, el plurisentido ejercido por las artes visuales y la literatura de la Escena de avanzada, propona un des-orden frente al orden del poder autoritario que se sostiene sobre unidades fijas y bipolares y que caracteriz al perodo de la dictadura chilena, porque es el: simbolismo mtico-poltico que inspira a los discursos fundacionales (1990:6) como ocurra en esos momentos en los cuales se pretenda refundar la nacin. Estos recursos fueron significativos porque:
[] la brecha abierta entre significante y significado por el descalce potico o el subterfugio ficcional ayud a problematizar la representacin (el nexo entre lo dado y lo creado) como montaje discursivo, mientras la
gramtica del poder buscaba naturalizarla como evidencia (desmentirla como hiptesis) postulando as su verdad inamovible (1990:7).
Esta misma estrategia de descentramiento, empleada en un momento poltico muy particular, podra formar parte de la postura de apropiacin sealada por Mosquera frente al poder hegemnico de las discursividades centrales que influyen en el desenvolvimiento de las artes plsticas latinoamericanas.
En su libro Escenas de la vida posmoderna, Beatriz Sarlo rechaza la definicin instrumental del arte que lo ha reducido a la bsqueda de legitimidad y prestigio, derivada por la fuerte ascendencia del mercado en su sistema de valores. Aunque reconoce que uno de los mritos del proceso de desacralizacin del arte ha sido la relativizacin esttica, tambin la considera como una de sus consecuencias ms perturbadoras (1994:157), porque se ha fomentado un vaciamiento de valores en complicidad con el mercado y sus subterfugios: El mercado, experto en equivalentes abstractos, recibe a este pluralismo esttico como la ideologa ms afn a sus necesidades (1994:158). Sarlo advierte la desconfianza que despierta la actual configuracin del campo de las artes visuales entre los estudiosos de la cultura en general, puesto que el rol del arte como dispositivo de cambio social ha sido sustituido por relatos ficcionales. Sin embargo, ella lo rescata como valor cultural y resposabiliza al mercado del relativismo tolerante marcado por la incidencia del pensamiento postmoderno con sus estrategias desenmascaradoras de la modernidad. Para esta autora, el cuestionamiento del poder del mercado tiene que ver con una puesta en escena desigual de los consumidores y productores. La distancia social pasa por una trama de mediaciones que se hace ms visible en las industrias audiovisuales. Es as como el gusto o la valoracin de las obras artsticas se forma en la alianza entre factores en tensin como son los criterios de legitimacin derivados de privilegios, rechazos y reinserciones de los productos culturales, constituyendo una cartografa cambiante. Sarlo no es optimista y por ello, cree que es necesario retomar este debate:
El hecho de que hoy esa discusin haya sido extirpada de la agenda (que se la considere, a veces, pasada de moda y otras veces se le impute una vocacin de absoluto tpica de la modernidad que se quiere dejar atrs) puede ser un signo de la democracia de los tiempos. Como sea, tambin habra que considerarla un resultado de la expansin nunca conocida como hoy del mercado capitalista en la esfera artstica. Y, se sabe, el mercado es, como la imagen mtica de la justicia, ciego ante las diferencias (Sarlo,1994:170).
Beatriz Sarlo considera que sobre la problemtica de lo artstico aunque alude especficamente a lo literario ha recado una perspectiva demasiado sociologizante que lo ha reducido a una discursividad determinada por su institucionalizacin y propone rescatar su especificidad a partir de la insercin de la labor de la crtica literaria en el campo amplio del multiculturalismo que la ha absorbido. Este reclamo
termina por plantear la necesidad de establecer un sistema de valores y argumenta que la diferencia entre los textos literarios con respecto a otros textos culturales se basa en que: resisten una interpretacin sociocultural ilimitada (1997:36). Su diferencia estara dada por un plus o excedente que se resistira a una mera funcionalidad social: La literatura es socialmente significativa porque algo 15, que captamos con dificultad, se queda en los textos y puede volver a activarse una vez que stos han agotado otras funciones sociales (1997:36). Esta cualidad de rebasamiento tambin podra ser atribuida al lenguaje de las artes visuales como capacidad de condensar muchos significados semejante a la polifona que Bajtn reconoce en Dostoievski y que Sarlo explica como una afeccin especial por su densidad formal y semntica (1997:36). La defensa de Sarlo responde a una sensibilidad ms ajustada a los valores relativos a la modernidad porque ese plus se aproxima a la nocin romntica del arte por el arte. Sin embargo, sus argumentos sustentados en el poderoso alcance del mercado, contribuyen a revisar el campo restringido del arte porque todava ejerce su poder como esfera de alta cultura y contina modelando subjetividades a partir de su desenvolvimiento privilegiado por una lite que, en el caso de Amrica Latina, adems de asociarse al sistema de mercado, muchas veces est estrechamente ligada al diseo de polticas culturales. Aunque Luis Camnitzer no se adhiere explcitamente a la ptica aqu planteada, es posible incorporarlo porque aspira reconfigurar la divisin del trabajo planteada por las disciplinas que han delimitado una definicin restringida del arte. Esta tradicin ha estimulado el desarrollo del mercado capitalista del arte y la esttica nacional-socialista que definen a priori un modelo de comportamiento y lo convierten en herramienta al servicio de un grupo social determinado. Este pensador afirma que: El artista se convirti en un instrumento tecnocrtico que cumple rdenes (1994a:57) y para contrarrestar esta profunda contradiccin del campo, propone que el arte se convierta en un conocimiento integrado, a partir de una conceptualizacin transdisciplinaria dirigida a superar la parcializacin de los saberes, comenzando por la educacin como postura tica. Esta perspectiva podra posibilitar: la re-evaluacin y apropiacin de los mecanismos de decisin (1994a:57). Lo artstico debera ser entendido como condicin latente en todos los dems campos de estudio y en este sentido, Camnitzer aclara que: Ms all de escribir, leer y calcular, el arte ofrece meta-formas de codificacin y de de-codificacin. Como tal, ayuda al entendimiento, no solamente del contenido, sino tambin de la configuracin y la estructura de las ideas (1994a:59). Finalmente, lo artstico estara orientado a una construccin positiva de poder y podra ser entendido como un comportamiento de orden tico: Su administracin dentro de las consecuencias de todo acto, fija los parmetros dentro de los cuales el perfecto equilibro entre la libertad individual y el bien comn puede darse sin conflicto (1994a:59). Tambin Nelly Richard se preocupa por los problemas estticos pero ms orientados hacia el orden del lenguaje cuando plantea la necesidad de considerar la teora como escritura. Manifiesta su inters por la forma donde se desplaza el sentido antihegemnico que ha sido desatendida por los estudios y otras prcticas latinoamericanas en cultura y poder ms preocupados del carcter instrumental, visible en el privilegio del dato. Esta autora considera que se ha establecido una nueva tradicin ensaystica que: sacrifica la espesura retrica y figurativa del lenguaje en el sentido (fuerte) de lo que Barthes llamaba la teora como escritura (1998:148). Coincide con Beatriz Sarlo cuando comenta que la ampliacin de la textualidad:
[]ha subordinado la pregunta por el valor de lo artstico y de lo literario al punto de vista relativista de la sociologa de la cultura: un punto de vista que admite comentarios sobre los efectos institucionales de produccincirculacin-recepcin de las obras, pero que no permite dejarnos sorprender por la voluntad de forma y estilo que define las tomas de partido ideolgico-crticas con la que cada obra elige oponerse a otras apostando a determinados valores de significacin (1998:150-151).
Tambin destaca la necesidad de rescatar ese valor esttico que podra contraponerse al relativismo que promueve la indiferencia y ha facilitado el poder decisivo del mercado y de las industrias culturales. Para Richard, el excedente de la lengua similar al plus de Sarlo introduce una rebelda discursiva ejemplificada en los planteamientos artsticos de la Escena de avanzada chilena. Pero se distancia de Sarlo porque le otorga a la potica del lenguaje un carcter poltico ms definido como autorreflexividad y
plurivocidad. Para Richard, lo esttico-literario es dimensin figurativa de un signo estallado (difractado y plural) capaz de criticar la homogeneidad de las hablas meramente notificantes que forman la masa comunicolgica (1998:152), caracterstica que tambin alcanza a la crtica literaria que se ve amenazada por el dominio de un lenguaje instrumental que censura los pliegues autorreflexivos de la escritura en cuya reserva se trama la relacin entre sujeto, lengua y malestar crtico (1998:152). La perspectiva crtica que describe Richard podra contribuir a superar la tendencia a instrumentalizar el lenguaje en el saber acadmico, debido a que la democratizacin del conocimiento exige que la heterogeneidad de lo otro circule a modo descriptivo, sin ingresarlo como elemento subversivo capaz de alterar significativamente el propio campo de produccin de saberes, sobre todo en el interior de la lengua misma (1998:157). A partir de estas consideraciones de Richard, se podra pensar en propiciar constantemente un gesto doble, capaz de materializar el cambio y de vigilar la posibilidad de convertirse en accin ilustrativa o descriptiva. En general, Luis Camnitzer, Gerardo Mosquera, Mari Carmen Ramrez, Nelly Richard y Beatriz Sarlo coinciden en analizar la esfera del arte visual o literario desde una perspectiva que no cuestiona su estatuto ms all de las contradicciones que atraviesa y valoran sobre todo su posible actuacin como actividad crtica contextualizada. Sus reflexiones contribuyen a plantear que los estudios y otras prcticas latinoamericanas en cultura y poder no deberan seguir descuidando el estudio de esta esfera que, a pesar de representar un segmento elitesco de la cultura, todava se muestra significativa en el juego representacional de lo latinoamericano con respecto al campo de lo transnacional. Cada uno de estos autores exige una mayor conciencia de las desigualdades que se producen en los intercambios de los saberes y llegan a reclamar para Amrica Latina la capacidad de intervenir en la configuracin de nuevos sistemas valorativos de orden esttico. Es posible sostener entonces que adems de atender la circulacin de lo simblico, se debe estudiar su produccin como el lugar donde se afianza la defensa de la supuesta autonoma del campo artstico para continuar ejerciendo su poder hegemnico. Adems de sus reflexiones sobre la produccin de pensamiento latinoamericano, estos autores se insertan en el debate del campo hegemnico de la teora del arte cuando dejan en evidencia las contradicciones que presenta un sistema valorativo irreflexivo sobre sus propias posibilidades de existencia. Frente a la autoridad que todava representa este segmento atado a la nocin de artista y de lenguaje con una supuesta identidad nica y original Camnitzer, Mosquera, Ramrez, Richard y Sarlo valoran lo artstico como lugar de intercambios y apropiaciones, marcado por una orientacin desenmascaradora y transgresora de todo gesto dominante del poder.
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Notas
* Carmen Hernndez, Universidad Central de Venezuela. Correo electrnico:[email protected] Hernndez, Carmen (2002) Ms all de la exotizacin y la sociologizacin del arte latinoamericano. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder . Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela. pp: ??-?? Como multiculturalismo se quiere hacer referencia a las posturas polticamente correctas que se han apropiado de los trminos de una perspectiva intelectual de orden multicultural, contextualizada sobre todo en Estados Unidos, a partir de la articulacin de diferentes prcticas discursivas gestadas desde los aos 60 (incluyendo el activismo poltico, el Movimiento de Derechos Civiles, el Black Power y el feminismo).
2
Adems de los autores seleccionados en este artculo, deben ser mencionados: Ticio Escobar, Andrea Giunta, Coco Fusco,
Shifra M. Goldman, Frederico Morais y George Ydice, como parte de un amplio grupo de intelectuales que asume una mirada contextualmente referida.
3
Este trmino, que ha sido casi un lugar comn para algunos estudiosos del campo, fue muy empleado por Marta Traba durante
los aos 70 del siglo XX. Y aunque las reflexiones de esta investigadora del arte y escritora argentina estaban muy marcadas por la tesis de la teora de la dependencia, hoy en da resultara oportuno revisar retrospectivamente su contribucin en el campo reflexivo sobre las relaciones entre cultura y poder. (cfr. Traba,1972a).
4
Coincido con Daniel Mato cuando se resiste a hablar de estudios culturales latinoamericanos porque este trmino contribuye a
imaginar que se efecta una traduccin de la experiencia de los Culturas Studies de Birmingham, cuando en Amrica Latina existe ya una tradicin de este tipo de prcticas y que podra remontarse hasta los tiempos de Jos Mart. Estas prcticas, que Daniel Mato prefiere reconocer como estudios y otras prcticas latinoamericanas en cultura y poder, tienen en comn la conciencia de considerar lo cultural como un campo de lucha por el sentido, a travs de una actividad transdisciplinaria capaz de intervenir en lo social, atendiendo a lo coyuntural y con la activacin de una autocrtica contextualizada. introductorio de este volumen.
5
En este artculo, al decir esfera internacional, hago referencia a una suerte de red institucional que acta como eje articulador de
un pensamiento hegemnico, de ndole eurocntrico, que sostiene la autonoma del campo artstico por medio de una serie de mecanismos acadmicos, museolgicos, editoriales y de mercado, que se extienden desde instituciones ubicadas en las ms importantes ciudades europeas y norteamericanas.
6
Desde los aos 70, en el mbito latinoamericano existen muchos ejemplos que se han ido mostrando abiertamente polticos en
un amplio sentido. Entre ellos, deben mencionarse por lo menos al argentino Vctor Grippo, los brasileos Hlio Oiticica, Cildo Meireles y Artur Barrio, los cubanos Juan Francisco Elso, Jos Bedia y Flavio Garcianda, los chilenos Eugenio Dittborn, Gonzalo Daz, Juan Dvila, y el uruguayo Luis Camnitzer, entre otros.
7
Por ejemplo, ha observado que la Bienal de La Habana, concebida inicialmente como un laboratorio
de imgenes que
retroalimentan la periferia (Camnitzer,1994b:50), se ha ido transformando en un evento turstico asociado a los principios mercantilistas del mainstream. Camnitzer comenta que para la V edicin de este evento, en 1994, se impuso de manera extensiva la presentacin de los artistas segn la tradicin de la tarjeta de visita lo cual se vio reflejado en transacciones efectivas: El equipo cubano de artistas como Los Carpinteros vendi todas las obras expuestas. Kcho, otro artista cubano en la Bienal, vendi por adelantado un ao de sus dibujos.
8
A la generalizacin de la cultura occidental, Mosquera la llama metacultura operativa del mundo actual (1999:58) y la considera
un medio paradjico para afirmar las diferencias: La metacultura occidental con sus posibilidades de accin global- ha devenido un medio paradjico para la afirmacin de la diferencia, y para la rearticulacin de los intereses del campo subalterno en la poca postcolonial (1999:58).
9
Para Mari Carmen Ramrez, los artistas que asumen de manera deliberada la conciencia de aislamiento, como el chileno Gonzalo
Daz, quien form parte de la Escena de avanzada: la periferia no es una mscara (1999a:79).
10
Como comisario o curador se designa convencionalmente al agente responsable de seleccionar a los artistas que conforman un
evento expositivo.
11
Ella alude especialmente a las acciones corporales ms conocidas en el campo artstico como performances realizadas por
Lotty Rosenfeld y Diamela Eltit en espacios urbanos de Santiago de Chile, entre 1979 y 1985. Por ejemplo, Rosenfeld trazaba lneas blancas tipo cruces sobre las franjas blancas del pavimento, frente a edificios pblicos como la Crcel de Santiago o la Casa Blanca, en Washington. Diamela Eltit lavaba las aceras de los prostbulos ms pobres de Santiago. En este tipo de trabajos, la especificidad del lugar, seleccionado como espacio poltico, y la vivencia personal de las artistas que determina una especificidad de tiempo, contribuyen a que la obra visual se convierta en experiencia irrepetible y su registro documental (en video) exhibido en exposiciones internacionales, no posibilita su total comprensin.
12
Nelly Richard dedica especial atencin a la representacin de Chile en Expo Sevilla como una construccin imaginaria que
aspira mostrarse democrtica, tecnolgica y naturalmente mgica: En plena hiperrealidad, el iceberg presentado por Chile en Sevilla deba ofrecer reminiscencias premodernas del momento en que el corazn se hincha de temor y de jbilo al contacto del misterio. Y deba tambin sorprender al pblico internacional con su mezcla postmoderna de residuos mticos y alta tecnologa, de realismo mgico e hiperconceptualismo, de naturaleza virgen y efectos especiales (1998:174-175).
13
Esta lnea de resistencia no est determinada por un programa previo, ni por una imposicin poltica, ni se puede expresar slo
a travs de una determinada estructura formal, sino que radica en un comportamiento de defensa contra la colonizacin cultural; en una utilizacin y reelaboracin propia de los lenguajes propuestos en Estados Unidos y en Europa; y en una constante voluntad de no perder de vista el significado del arte, es decir, en no convertirse en mero juego formal (Traba, 1972b). Esta actitud se aproxima a la nocin de antropofagia, acuada por el brasileo Oswald de Andrade y que es ampliamente estudiada por Mara Cndida Ferreira en este mismo volumen.
14
Y que, segn ya se coment anteriormente, hemos preferido enunciar como estudios y otras prcticas latinoamericanas en
cultura y poder por el sentido abarcador y especfico contextualmente de esta expresin, aunque estas autoras hagan referencia constante a los estudios culturales, la crtica cultural o literaria.
15
El plus descrito por Sarlo es reconocido por George Ydice como una complejidad formal y semntica que, aunque escapa a la
lgica de la mercanca, no asegura su rol como valor crtico de la especificidad del arte. Tambin Roberto A. Follari ha cuestionado esta postura nostlgica de Sarlo y advierte que los valores transgresores del arte moderno fueron motivados por relaciones de desigualdades ideolgicas.(cfr. Ydice 2000:23; Follari,2000:94-95).
Ninguna de las anteriores: (dis)continuidades conceptuales sobre identidad nacional en el caso de Puerto Rico
Emeshe Juhsz Mininberg
En la dcada de 1990 en Puerto Rico se efectuaron dos plebiscitos sobre la posibilidad de cambio de la relacin poltica formal de la isla con los Estados Unidos. 1 En dichos comicios, conocidos como los plebiscitos sobre el status, se someti a votacin popular de los puertorriqueos el porvenir poltico de Puerto Rico. El calificativo puertorriqueo como requisito de eligibilidad para la participacin tuvo el inesperado y controversial efecto de desencadenar un debate en torno al concepto de identidad nacional. El asunto de la eligibilidad surge formalmente en vistas pblicas y debates realizados en el Congreso de los Estados Unidos, comenzando en 1989. Una pregunta fundamental y problemtica se destila de los debates congresionales: quin es puertorriqueo. La interrogante que se plantea en un sentido de jurisdiccin poltica (Prez,1996) reverbera en una consideracin ms abarcadora sobre cultura y poder. La pregunta sucita la polmica prctica y terica de cmo, dnde y por qu se trazan las fronteras de la identidad nacional en un caso tan particular como el de Puerto Rico. El asunto presenta un gran reto ya que al ser Estado Libre Asociado (ELA) de los Estados Unidos, Puerto Rico comparte la ciudadana y las fronteras polticas con un Estado del cual histricamente se ha definido como una nacin aparte. Las relaciones entre cultura y poder relativas a la autodeterminacin poltica han sido temas de constante atencin en Puerto Rico y en la actualidad son foco polmico para el status no slo poltico de la isla, sino tambin para el de la identidad nacional. 2 La complejidad del caso de Puerto Rico ha dado lugar a la teorizacin del asunto desde una variedad de disciplinas y discursos. Un vistazo a grandes rasgos de la produccin intelectual reciente atisba lo controvertido del panorama, el cual abarca dos idiomas, espaol e ingls, casi indistintamente y una pluralidad de espacios cuyos contextos producen frecuentemente posiciones encontradas. Sin embargo, en el enfrentamiento entre pticas y posiciones se evidencia el asedio de una nueva orientacin y un nuevo lenguaje para dar cuenta de dinmicas actuales de cultura y poder. Durante la ltima dcada, la reflexin terica sobre la particularidad poltico-cultural de Puerto Rico se ha visto informada por las pticas de la posmodernidad y los planteamientos crticos sobre el poscolonialismo, los procesos de globalizacin y las dinmicas de transnacionalismo. 3 La produccin intelectual reciente pone de relieve la problemtica de cmo teorizar una entidad que no encaja con las definiciones que se manejan sobre el Estado-nacional, la colonia, la poscolonia, ni la posnacin. Pese a que estos instrumentos analticos capacitan una lectura que rebasa los lmites del discurso tradicional sobre la nacin como entidad geopolticamente circunscrita, facilitando otras posibilidades de pensar la comunidad puertorriquea en la actualidad, no constituyen la formulacin de una aproximacin terica suficiente para el caso de Puerto Rico. En este artculo examinar cmo los variados aportes de Juan Flores (2000), Arlene Dvila (1997a), Luis Rafael Snchez (1994), Agustn Lao (1997) y Juan Manuel Carrin (1999) plantean una lectura crtica de los trminos cultura, identidad y nacin en el caso de Puerto Rico. La reflexin crtica que formulan dichos intelectuales ofrece una introduccin sinttica al amplio panorama conceptual que se perfila actualmente en el debate terico sobre las representaciones de identidad nacional puertorriquea. Las opciones y posiciones de estos aportes difieren pero s en algo coinciden es en el imperativo de una descolonizacin conceptual que repercuta en transformacin social. De este modo se puntualiza la
necesidad de hablar desde las complejas dinmicas que configuran la relacin entre colonialidad del poder y colonialidad del saber. Es a partir de ah que buscan capacitar una nueva orientacin al debate de la identidad nacional, el cual interpela el asunto del status poltico, La ambigedad de la relacin poltica de Puerto Rico con los Estados Unidos presenta un desafo terico a toda reflexin crtica sobre la situacin de Puerto Rico y ms ampliamente la comunidad puertorriquea. Dicha ambigedad se enfrenta en dos elementos fundamentales que han informado y conformado el discurso de la identidad nacional puertorriquea: la ciudadana estadounidense y la entidad poltica del ELA. Por una parte, de manera paradjica la ciudadana estadounidense ha resultado ser un factor importante en la articulacin del concepto de identidad nacional puertorriquea. Efrn Rivera Ramos destaca en su estudio The Legal Construction of Identity (2001), que la ciudadana estadounidense en el caso de la comunidad puertorriquea ha presentado consecuencias culturales sorprendentes puesto que fue impuesta para asegurar la gobernabilidad de la colonia pero ha sido manejada por los actores sociales coloniales para beneficio de su situacin y de maneras no anticipadas por el gobierno de los Estados Unidos (Rivera Ramos,2001:170-181). Ahora bien, mientras que la ciudadana estadounidense ha facilitado ciertas oportunidades socio-econmicas, tambin se halla imbricada en un proceso de subalternizacin de la poblacin puertorriquea, irrespectivamente del marco geogrfico dentro del territorio estadounidense (Flores,1993; Lao,1997). Al habrsele conferido la ciudadana estadounidense colectivamente a los habitantes de Puerto Rico por medio de un estatuto del Congreso de los Estados Unidos en 1917, el marco legal de dicha ciudadana se configura como un estado civil de segunda clase que difiere en sus garantas y derechos de una ciudadana fundamentada en la Constitucin de los Estados Unidos.4 Al crear el efecto de pertenencia e igualdad dentro de un Estado soberano, Rivera Ramos seala que la ciudadana estadounidense constituye una estrategia para consolidar dinmicas de poder coloniales que no remiten al ejercicio de una represin escueta sino a la negociacin de espacios de poder particulares (Rivera Ramos,2001:156). 5 El hecho formal de la ciudadana estadounidense a travs del tiempo ha incentivado y facilitado que un porcentaje elevado de la poblacin de Puerto Rico haya migrado a los Estados Unidos. Como resultado de polticas econmicas en la isla, un sector considerable de la poblacin de Puerto Rico se halla radicada permanentemente en los Estados Unidos o bien flotando, viajando regularmente, entre la isla y el continente. As se ha configurado una comunidad que a pesar de su localizacin geogrfica fuera de la isla y, en nmero creciente, de no manejar el espaol como primer idioma, en gran parte de los casos conserva un estrecho vnculo de identificacin cultural con Puerto Rico, la comunidad emisora. De este modo, el trmino puertorriqueo, en tanto referente de identidad nacional, constituye un reto terico y prctico ya que no guarda un clara referencialidad con un espacio geogrfico particular ni con la ciudadana de un estado nacional. Por otra parte, el trmino referente a la entidad poltica que constituye Puerto Rico como territorio de los Estados Unidos, Estado Libre Asociado (ELA), presenta una amplia gama interpretativa, especialmente al considerar histricamente el contexto socio-poltico de la relacin entre Puerto Rico y los Estados Unidos. La isla de Puerto Rico fue cedida por Espaa a los Estados Unidos en 1898 como resultado de la Guerra Hispano-cubano-americana. En 1900 se estableci en Puerto Rico un gobierno civil liderado por estadounidenses, finalizando dos aos de ocupacin militar y reconociendo cierta agencia poltica local. En 1917 el Congreso de los Estados Unidos confiri la ciudadana estadounidense a los habitantes de Puerto Rico, declarando al mismo tiempo la necesidad de americanizar o instruir a los puertorriqueos en la lengua y los valores de su nueva nacin para incorporarlos a la civilizacin. Los esfuerzos por americanizar a la poblacin se centraron en torno a la instruccin obligatoria totalmente en ingls en los niveles primarios y secundarios. No obstante, adems de enfrentar una variedad de dificultades en su implementacin, el programa de educacin en ingls durante las siguientes tres dcadas fue foco de agrias protestas y de polmicos debates sobre la especificidad cultural puertorriquea. Durante esa poca se fund el partido nacionalista puertorriqueo, formulando una lucha de resistencia poltica a la penetracin econmica y cultural de los Estados Unidos en Puerto Rico. El partido nacionalista planteaba la defensa de la cultura puertorriquea no slo como resistencia a las
polticas de asimilacin de los Estados Unidos sino tambin como razn de una diferencia cultural fundamental que apuntaba a la necesidad de la soberana poltica de Puerto Rico como estado nacional independiente. La lucha nacionalista adquiri una militancia agresiva en la dcada de 1930 bajo el liderazgo de Pedro Albizu Campos, quien fue encarcelado de 1937 a 1947 en una facilidad Federal en territorio continental de los Estados Unidos. Durante esos diez aos, en Puerto Rico se reformul la relacin poltica con los Estados Unidos a partir de una redefinicin del concepto de nacionalismo. Este se reubic en trminos de sus objetivos: de soberana poltica a soberana cultural (Pabn,1995). La redefinicin de los objetivos del nacionalismo fue en gran parte producto de la labor del Partido Popular Democrtico (PPD), fundado en 1940 y liderado por Luis Muoz Marn. Con su lema Pan, tierra, libertad y una retrica nacionalista y populista, el PPD propuso una lucha de justicia social, especialmente para la clase obrera. La redefinicin de la relacin poltica entre Puerto Rico y los Estados Unidos fue producto de una serie de negociaciones entre el gobierno de los Estados Unidos y las lites polticas en Puerto Rico, resultando en un proyecto modernizador de industrializacin y recuperacin econmica para la isla. Dicho proyecto conceda mayor autonoma poltica sobre asuntos locales a cambio de una fuerte dependencia econmica de los Estados Unidos para estimular la economa local. En 1948 se realizaron los primeros comicios para un gobernador local, resultando electo Luis Muoz Marn, el representante del PPD. 6 En 1949 se aprob la instruccin primaria y secundaria en espaol con el ingls como materia aparte. En 1952, a peticin del pueblo puertorriqueo, bajo el auspicio del PPD, el Congreso de los Estados Unidos ratific un nuevo status poltico para Puerto Rico: el Estado Libre Asociado (ELA). Luego de medio siglo de dominio colonial, el logro del ELA se celebr como la entrada a la modernidad con el progreso econmico, el acceso al poder poltico y la afirmacin de una cultura nacional propia: Pan, tierra y libertad. Pero a qu precio? La dependencia econmica abri as espacios desde los cuales se negocian cotidianamente las contradicciones del Estado de libre asociacin, donde la colonialidad del poder se consolida por el consenso activo de los actores sociales. El resultado del ms reciente plebiscito sobre el status poltico de Puerto Rico (1998) fue el enigmtico ninguna de las anteriores el voto mayoritario no favoreci ninguna de las tres opciones tradicionales: la estadidad, la actual configuracin del ELA, la independencia (en este caso se presentaron dos tipos de independencia, una completa y la otra enmarcada por un tratado de libre asociacin). 7 La indeterminacin, en lugar de un gesto de apata, es una respuesta radical que seala ms ampliamente la necesidad de reformular los trminos del debate antes de perfilar el marco jurdico y poltico en el cual se ha de insertar. El resultado del plebiscito devela una desestabilizacin del precario equilibrio sobre el cual el poder hegemnico ha construido el concepto de identidad nacional puertorriquea desde la fundacin del ELA en 1952. Uno de los factores ms desestabilizadores de ese equilibrio ni siquiera particip en los comicios: el sector de la poblacin puertorriquea radicada en los Estados Unidos, la dispora, la comunidad flotante. El proceso de peticin por parte del gobierno de Puerto Rico para el patrocinio federal de un plebiscito sobre el status poltico de la isla, y de la cual formaron parte las vistas pblicas y debates congresionales que se iniciaron en 1989, qued sin determinacin alguna por parte del Congreso de los Estados Unidos. Por consiguiente, ambos plebiscitos realizados en la dcada del noventa fueron efectuados de acuerdo a leyes locales de Puerto Rico, sin el patrocinio federal del Congreso de los Estados Unidos. De este modo, se autoriz a participar en los comicios slo a los puertorriqueos radicados en la isla. El problema prctico del momento se resolvi sealndose que la configuracin poltica de Puerto Rico es un asunto que afecta slo a los habitantes de la isla. Sin embargo, el devenir de la relacin poltica entre Puerto Rico y los Estados Unidos es asunto que toca directamente a todos los puertorriqueos independientemente de su localizacin geogrfica. Ello se debe al impacto de las dinmicas de colonialidad que informan y conforman la relacin entre Puerto Rico y los Estados Unidos (de la cual forma parte el proceso plebiscitario mismo sobre el status de la isla), y que trascienden, por ejemplo, en los factores que configuran el movimiento migratorio entre un espacio y el otro.
De este modo Ninguna de las anteriores manifiesta la coyuntura en que se encuentra no slo el asunto del status poltico de Puerto Rico, sino tambin especialmente el de la articulacin del concepto de identidad nacional puertorriquea. El deseo de la mayora de la poblacin de Puerto Rico de conservar la ciudadana estadounidense se conjuga paradjicamente con el deseo de proteger de manera oficial la especificidad cultural puertorriquea de una percibida amenaza de asimilacin cultural por parte de la metrpoli. Los trminos en que se ha delineado la problemtica del status en las ltimas dcadas ya no interpelan eficazmente los retos actuales. Los debates congresionales y el ltimo plebiscito abrieron la interrogante terica sobre no slo de dnde localizar los mrgenes de la nacin, sino de cmo manejar el concepto mismo de nacin en el caso de Puerto Rico y, ms ampliamente, la comunidad puertorriquea en su multiplicidad de localizaciones geogrficas. En su ensayo The Lite Colonial: Diversions of Puerto Rican Discourse recopilado en su libro From Bomba to Hip Hop: Puerto Rican Culture and Latino Identity Juan Flores (2000), examina cmo discursos en torno a los conceptos de nacin, identidad y cultura en Puerto Rico se ven articulados crecientemente en dinmicas de mercados de consumo transnacional. Flores aborda el tema del nacionalismo cultural, en contraposicin al tradicional nacionalismo poltico, sealando cmo en los ltimos veinte aos el impulso nacionalista en Puerto Rico se ha desvinculado del discurso esencialista y totalizador de separatismo poltico. Esto responde tanto a dinmicas de mercadeo del capitalismo transnacional, como a una rearticulacin de los objetivos del discurso nacionalista en la isla al cuestionarse crecientemente la viabilidad de la independencia. El discurso totalizador del nacionalismo poltico se ve reubicado en un nacionalismo cultural no contestatario y de visos consensuales con las actuales relaciones de poder. Desarticulado de estridencias separatistas, el nuevo nacionalismo da lugar a una ms libre circulacin de representaciones de la nacin, develando una rearticulacin de los procesos del colonialismo. De este modo, Flores propone la terminologa lite colonial, que resuena conceptualmente con las dinmicas del capitalismo tardo (late capitalism/ late/lite colonial) donde el mercado se presenta como uno de los actores centrales (Flores,2000:36-37). El vocablo lite, en su neologismo ortogrfico, hace referencia a una estrategia de mercadeo en la cual se presenta el producto original en una nueva versin alivianada de sus posibilidades nocivas para el consumidor. Flores seala que dicha terminologa as tambin alude al concepto de colonialismo flexible que se maneja en planteamientos recientes sobre relaciones coloniales contemporneas. En ste la subordinacin colonial pasa de dinmica poltico-institucional fundamentada en el estado a una poltica transnacional del mercado y del consumo (Flores,2000:38). El texto de Flores dialoga crticamente con otras propuestas recientes sobre cmo conceptualizar la nacin puertorriquea: los planteamientos de la estadidad radical, la independencia lite para la isla, tambin los conceptos de etno-nacin (Negrn-Muntaner y Grosfoguel,1997) y transnacin (Lao,1997). Ms que una manera de conceptualizar la nacin, Flores propone una ptica que capacite el manejo terico de los procesos de negociacin, resistencia y subversin que se hallan en las dinmicas del colonialismo contemporneo. Aun en los planteamientos ms hbridos sobre identidad, cultura y nacin, Flores encuentra que persiste una referencialidad territorial, la cual limita la deconstruccin de las complejidades coloniales contradictorias que caracterizan la experiencia nacional de la comunidad puertorriquea. El elemento innovador que presenta Flores es recalcar la importancia instrumental del aspecto de consumo discursivo que caracteriza al colonialismo lite.As seala que [el] colonialismo lite es un colonialismo eminentemente discursivo, una forma densamente simblica de dominacin transnacional que pone nfasis tanto en una identidad consensual (todos somos puertorriqueos, por encima de todas nuestras diferencias) como, simultneamente, en mltiples identidades de naturaleza no monoltica, fragmentada, incluyendo la diasprica. 8 La ptica del colonialismo lite es ambivalente. Por una parte, constituye una apertura polismica de conceptos tradicionalmente esencializados. Esta pluralizacin capacita nuevas aproximaciones a problemas ya anquilosados. Por otra parte, puede tornarse otra forma ms de rehuir las complejidades de la situacin a favor de una lectura superficial que enmascare los aspectos ms perniciosos del colonialismo en la actualidad. Esta es una ambivalencia productiva para Flores ya que en las superficies mismas pueden hallarse dinmicas fundamentales del colonialismo. La propuesta terica de Flores retoma las dinmicas performativas del discurso colonial que explora
Edouard Glissant en el caso de Martinica en su obra Discours antillais (1981). De los planteamientos tericos de Glissant, Flores halla especialmente til el movimiento dialctico del dtour/rtour (diversin/reversin) como movimiento capacitador de una posible descolonizacin discursiva. De forma general, el concepto de dtour para Glissant constituye un desvo del camino claro a seguir o, como lo traduce Flores, una diversin (que es otro trmino en francs que tambin utiliza Glissant). Esa diversin es un movimiento de camuflaje discursivo, que desautoriza/deslegitima el discurso hegemnico colonial a travs de la parodia. Esa deslegitimacin pardica constituye una concientizacin crtica de las dinmicas hegemnicas coloniales, si va acompaada por la otra parte de la dialctica. El rtour es una vuelta al problema que motiv el desvo/la diversin en primer lugar. La ptica de lo lite contiene esta productividad dialctica. Capacita un re-pensar las dinmicas de los procesos coloniales contemporneos. Sin embargo, slo resultar en catalizador de cambio si se produce la concientizacin crtica de aquello que se camufla. De lo contrario, puede institucionalizarse en una dinmica discursiva que haga ms aceptable nuevas versiones veladas de represin colonial. Con sto Flores parece llamar a cautela crtica planteamientos recientes que buscan reformular la relacin poltica de Puerto Rico con los Estados Unidos en una redefinicin presuntamente subversiva del colonialismo. Entre stos se encuentran las propuestas de la estadidad jbara formulada por el movimiento estadista, la cual plantea la total integracin poltica y econmica de Puerto Rico a los Estados Unidos al mismo tiempo que se conserva la soberana de la especificidad cultural de la isla, particularmente su idioma espaol. Tambin se halla la propuesta de la estadidad radical con su dinmica de la jaibera (puertorriqueizacin del concepto de dtour/rtour), que plantea la integracin de Puerto Rico como estado de los Estados Unidos como posicionamiento estratgico para una subversin desde adentro que as disuelva la subalternidad del puertorriqueo a la vez que reconoce lo ineludible de las dinmicas colonialistas del capitalismo globalizado. La reflexin de Flores puntualiza cmo se corre el riesgo de mercadear un viejo producto en una versin retricamente alivianada de sus posibilidades nocivas para el consumidor: stos son los avatares y riesgos del nacionalismo cultural. Partiendo del planteamiento del colonialismo contemporneo como uno marcado preponderantemente por las dinmicas de mercados de consumo, Arlene Dvila estudia especficamente las estrategias de publicidad comercial y de patrocinio de eventos culturales por parte de corporaciones transnacionales en Puerto Rico.9 La reflexin terica de Dvila contribuye a elucidar el concepto de nacionalismo cultural al analizar cmo los mecanismos de mercadeo y de consumo se ven imbricados en la formulacin de una pluralidad de discursos de identidad nacional. Si bien Flores plantea que la reubicacin de los objetivos del nacionalismo puertorriqueo del campo de la soberana poltica al de la soberana cultural ha encubierto las dinmicas de represin colonial en una versin lite, Dvila observa que tambin ha producido una diversificacin de espacios y discursos en los cuales se manifiestan y negocian complejos y contradictorios procesos constitutivos de la puertorriqueidad. El concepto de nacionalismo cultural es una de las formas de nacionalismo que presenta mayor dificultad terica y analtica ya que constituye un espacio conceptual que se ve configurado por prcticas culturales, no por una ideologa de Estado nacional. La plasticidad y fluidez misma del concepto de cultura es un de los principales retos. En el caso de Puerto Rico, el concepto de nacionalismo cultural tambin presenta otro reto: el planteamiento de una clara diferenciacin en el campo de la cultura conjugado con una afirmacin de dependencia de otro estado soberano. Pese a estas dificultades, Dvila encuentra en las dinmicas del nacionalismo cultural un rico campo de reconceptualizaciones de los trminos identidad, cultura y nacin. Desde esta perspectiva, Dvila puntualiza que el nacionalismo cultural puede contribuir a un tipo de movilizacin poltica, la cual no tiene que verse necesariamente implicada con dinmicas de soberana poltica de un estado nacional. Desde la configuracin del ELA en la dcada de 1950, el debate sobre la identidad nacional se ha visto articulado y polemizado dentro del marco de las polticas del gobierno en la isla. El proyecto modernizador de industrializacin y recuperacin econmica que se formul con el ELA se entreteji con una retrica nacionalista que haca ms fcil aceptar la dependencia econmica a cambio de la cual se haba obtenido cierta autonoma poltica. Con la creacin del Instituto de Cultura Puertorriquea (ICP) en
1956, un instituto autnomo auspiciado por el gobierno, se institucionaliz una ptica oficial de lo que constitua la cultura y lo que constitua lo puertorriqueo. As se elabor una visin esencializada de la cultura puertorriquea que defina la autenticidad de discursos y de espacios, estableciendo un marco referencial demarcado por el legado espaol y una herencia indgena idealizada, excluyndose el aspecto africano (Dvila,1997a:233). La relacin entre cultura y poder se ha visto estrechamente implicada con el status poltico en Puerto Rico. La institucionalizacin del concepto de cultura puertorriquea ha dado lugar a un discurso hegemnico que disemina la especificidad de lo puertorriqueo articulndose como posicin de resistencia a la creciente asimilacin cultural por parte de los Estados Unidos. Dvila destaca que este aspecto en particular ha limitado la reflexin crtica acerca de la visin hegemnica de la cultura. De este modo observa que las estrategias de mercadeo en Puerto Rico por parte de compaas transnacionales crecientemente estn contribuyendo a una visin ms amplia del concepto de cultura puertorriquea. Las sucursales de empresas publicitarias transnacionales en Puerto Rico emplean puertorriqueos para localizar, o construir a la medida, las campaas de publicidad para clientes transnacionales. Corporaciones tales como la R.J. Reynolds (cigarrillos Winston) y la Anhauser Busch (cerveza Budweiser) montan campaas publicitarias que apelan al sentido de amor patrio y a la percepcin de especificidad cultural porque la puertorriqueidad vende (Dvila,1997a:236). Lo que constituye la puertorriqueidad es precisamente el concepto que se negocia por medio de esas campaas publicitarias, especialmente a travs del patrocinio corporativo de eventos culturales. Las dinmicas de patrocinio corporativo contribuyen a polemizar el concepto de cultura puertorriquea ya que por eventos culturales se entiende toda una variedad de actividades que no entran necesariamente en la definicin hegemnica de cultura. Dvila seala que se patrocinan actividades que recorren toda una gama: desde actos oficiales organizados conjuntamente con el ICP, tal como la Medalla de la Cultura que se otorga anualmente, hasta fiestas patronales, festivales de pueblo y conciertos de salsa. El patrocinio corporativo de tan amplia gama de actividades constituye un aspecto importante de las campaas publicitarias para las corporaciones transnacionales ya que el contexto de la actividad determina la estrategia de mercadeo, elaborndose as un discurso heterogneo sobre la puertorriqueidad. Por una parte se reafirma la visin hegemnica exclusiva y elitista en las actividades oficiales. Por otra parte se patrocinan eventos populares donde se mercadean nuevos productos buscando lo ms atractivo para el mayor nmero de consumidores, promoviendo lo que la ptica hegemnica califica de consumismo y decadencia social (Dvila,1997a:238). El patrocinio corporativo funciona como catalizador en la promocin de actividades del sector popular, legitimando actividades y pticas de la cultura que tradicionalmente han quedado excluidas del discurso hegemnico. Las empresas transnacionales constituyen actores sociales ambivalentes en la configuracin de discursos sobre la puertorriqueidad. Dvila observa que los patrocinadores corporativos y los organizadores de eventos culturales se ven imbricados mutuamente en una compleja red de significaciones que abren nuevos espacios articuladores de diversas visiones de lo que constituye la cultura y lo puertorriqueo (Dvila,1997a:241). El hecho de que el patrocinio corporativo sea inclusivo de toda una gama de discursos sobre cultura ha sido problemtico para el sector hegemnico. Sin embargo, puntualiza Dvila, tanto los organizadores de eventos oficiales como los de eventos populares dependen, y continuarn dependiendo, del patrocinio corporativo para llevar a cabo sus actividades (Dvila,1997a:240-241). Desde esta vertiente resalta el hecho que la afirmacin de especificidad cultural de la comunidad puertorriquea depende del patrocinio corporativo de ah el ttulo de su estudio ms amplio sobre este tema: Sponsored Identities (2000) (Identidades patrocinadas). Por controversial y problemtico que sea dicho patrocinio, ha contribuido a ampliar el campo de discusin de lo que constituye la identidad nacional. Las dinmicas de mercadeo y de consumo perfilan una compleja puesta en escena de discursos que crecientemente polemizan el cmo representar la cultura puertorriquea ya que se conjuga con las fronteras conceptuales de lo que constituye lo puertorriqueo. Desde esta perspectiva, el nacionalismo cultural en Puerto Rico se ve informado y patrocinado por una diversidad de intereses comerciales y polticos cabra preguntarse si el mayor de stos no es el gobierno mismo de
los Estados Unidos como patrocinador del ELA. El trabajo de Dvila muestra cmo el concepto de cultura puertorriquea ha adquirido una pluralidad referencial que lo va desvinculando del discurso hegemnico en Puerto Rico, especialmente de la cuestin del status poltico. Una de las interrogantes con que nos deja la reflexin terica de Dvila es cmo esta pluralidad referencial podra capacitar otras formulaciones de la identidad nacional que rebasaran el marco geopoltico de la isla. Arcadio Daz-Quiones seala que si el olvido es una de las premisas constitutivas de la nacin, la dispora es uno de los grandes olvidos en la Historia de Puerto Rico (Daz-Quuiones,1993). En la diversificacin de versiones de la puertorriqueidad que se manejan en la reflexin terica actual, la dispora tiende a quedar fuera o ser mencionada someramente. Esto se debe parcialmente a la persistencia prctica de establecer un nexo directo entre geografa e identidad nacional. Sin embargo, se debe, sobre todo, a la dificultad terica de conciliar analticamente sectores tradicionalmente vistos como desvinculados, entre otras cosas, por las dinmicas contextualmente referidas que han perfilado histricamente problemticas socioconmicas diferentes. Sin embargo, desde las fisuras de lo que DazQuiones llama la memoria rota (expresin que titula uno de sus estudios), se vislumbran fragmentos discursivos de la produccin literaria y de la critica cultural que articulan aquello que queda silenciado en el discurso nacionalista hegemnico en Puerto Rico. Son pocos los estudios que consideran la dispora en su compleja relacin entre las comunidades receptoras en los Estados Unidos y la isla como comunidad emisora. Debemos a la labor de Flores (1993, 2000), Torre et al. (1994), Negrn-Muntaner y Grosfoguel (1997) y Daz-Quiones (1993; 2000), entre otros, el haber recalcado en aos recientes la importancia de la dispora en la reflexin sobre identidad cultural y nacin (Lao,1997:172). El fenmeno del desplazamiento continuo y oscilante entre la isla y Nueva York (entendido como sincdoque de las ciudades focos de la migracin puertorriquea a los Estados Unidos: Bridgeport, Philadelphia, Cleveland, entre otros) es algo tan prevalente que un estudio reciente sobre migracin puertorriquea denomina a Puerto Rico la commuter nation una de las ironas poticas del trmino es que no tiene equivalente preciso en espaol.10 La dispora, en su movimiento migratorio circular, en el ir y venir constante de puertorriqueos entre Puerto Rico y los Estados Unidos, consiste no slo en una comunidad migrante sino tambin una comunidad flotante. De ese ir y venir se han multiplicado las comunidades de puertorriqueos a travs del espacio nacional estadounidense. Dichas comunidades han tenido un marcado impacto en las relaciones de poder y orientaciones culturales entre los Estados Unidos y Puerto Rico pero han quedado desplazadas del discurso hegemnico de la puertorriqueidad. El breve relato La guagua area (1994) de Luis Rafael Snchez es un texto literario que se ha tornado especie de emblema referencial en la discusin de este aspecto ya que sintetiza poticamente una ptica alternativa a los discursos dominantes sobre la identidad nacional: considerar el asunto a partir de ese espacio liminal del entre / el in between. Al narrar jocosamente los incidentes y conversaciones en un vuelo de Puerto Rico a los Estados Unidos, el texto de Snchez confronta un hecho que, por contundente, pasa desapercibido: para hablar de Puerto Rico hay que hablar de Nueva York. El avin aparece transformado en guagua, (coloquialismo puertorriqueo), ese familiar y cotidiano transporte colectivo que al transitar entre espacios de la comunidad puertorriquea deviene en s otro espacio de la puertorriqueidad. Las eufricas carcajadas colectivas que se desatan entre los pasajeros al escaprsele los jueyes (cangrejos) del bolso a uno de los pasajeros puertorriqueos de clase econmica devienen un vaciln (un relajo) a partir del cual se desprenden fragmentos de conversaciones que van configurando un mosaico de complejas y contradictorias dinmicas polticas, econmicas, sociales y culturales que configuran la experiencia migratoria de la comunidad puertorriquea. El avin aparece en el texto como cronotopo articulador del ser y estar del puertorriqueo: el constante desplazamiento entre un espacio y otro la isla y el continente. Ese desplazamiento se produce no slo en el espacio, el viaje entre Puerto Rico y Nueva York, sino tambin en el tiempo ya que se presenta la pluralidad integrante de la historia de Puerto Rico sintetizada simblicamente, entre otros, por la mujer negra, por el jbaro que transporta los jueyes y por los pasajeros americanizados que viajan en primera clase desentendidos del eufrico vaciln de la clase turista.11 La dinmica del desplazamiento tambin puntualiza los desplazados, aqullos que han quedado sin lugar, del discurso hegemnico de la identidad nacional: el legado africano,
el obrero migrante, los homosexuales, entre otros. Dentro de dicha dinmica se inserta el escritor mismo como personaje de su propio relato, as cuestionando de manera inquietante las fronteras entre discursos ficcionales y no ficcionales. Trascendiendo los marcos geogrficos, en esa guagua area se enfrentan y negocian diversas posiciones desde las cuales articular la puertorriqueidad (DazQuiones,1993;Flores,2000; Lao,1997). En tanto texto literario, el relato de Snchez se representa explcitamente a s mismo como articulador de dimensiones de la experiencia puertorriquea que han quedado fuera de discursos acadmicos ms formales.12 El vaciln es una dinmica ambivalente en el texto. Por una parte, ese vaciln es el vacilar entre un lugar y otro, el movimiento oscilatorio de la migracin como constitutivo de la experiencia puertorriquea. El trmino experiencia es clave ya que la puertorriqueidad se plantea en un proceso de desplazamiento que rebasa con creces el referente geo-histrico de la isla. En la guagua area se transita entre dos espacios geogrficos distintos que se reclaman como propios. El viaje como tropo literario del autoconocimiento se presenta en La guagua area como concientizacin de la dificultad de afirmarse como perteneciente a un aqu o a un all, de conocerse de una forma definitiva e inmutable. En el ir y venir el aqu y el all comienzan a perder su clara referencialidad geogrfica para cuestionar las fronteras tradicionalmente establecidas en el discurso de la identidad nacional. Aqu y all se conjugan perfilando un neo-espacio. Esto se puntualiza hacia el final del texto cuando una de las pasajeras, respondiendo a la pregunta sobre su pueblo de origen en la isla que le hiciera el autor, Pero, de qu pueblo de Puerto Rico?, sta declara: De Nueva York. En el vaciln, la colonia incorpor a la metrpoli. La respuesta sorprendentemente casual de la pasajera sintetiza una potica de la experiencia puertorriquea que trasciende la referencialidad geopoltica. Por otra parte, el vaciln es el relajo, ese camuflaje retrico que carnavaliza, ese dtour o diversin que seala Flores como una de las dinmicas del discurso colonial puertorriqueo. El vacilar apunta tambin a la experiencia cultural del status poltico de Puerto Rico como ELA. Ese estado de libre asociacin es lo que simultneamente hace posible y obliga a ese movimiento, a ese vacilar entre ser Estado (de la unin estadounidense) o ser libre, independiente, que da lugar a una posicin fronteriza que media entre una pluralidad de espacios fsicos y conceptuales. El vaciln, en tanto camuflaje discursivo, en el texto de Snchez constituye el dtour/la diversin que articula el punto de enredo: la migracin oscilatoria en la experiencia puertorriquea. Como articulador de ese punto de enredo, este relato apunta a la posibilidad de un movimiento de rtour / reversin, o sea, la concientizacin crtica de la migracin oscilatoria y de la dispora como integrantes del espacio nacional. El relato de Snchez enfrenta la importancia de la dimensin cultural de la migracin, invitando a pensar lo que implica construir nuevos significados en nuevos espacios y cmo stos impactan la percepcin de categoras establecidas. La dispora es ese otro Puerto Rico, la contracara de las polticas hegemnicas de los ltimos cincuenta aos. ELA en sus dcadas tempranas conllevaba una serie de programas econmicos y sociales destinados a mejorar la precaria situacin econmica de la poca en Puerto Rico. Entre ellos, la Operacin Bootstrap, tambin conocida como la Operacin Manos a la Obra, se formul para fomentar el desarrollo industrial en Puerto Rico a travs de la creacin de industrias locales y la atraccin de inversin extranjera (estadounidense). Un aspecto del programa de desarrollo econmico tena que ver con la reduccin de manos que sobran, para utilizar la expresin de Frank Bonilla. 13 As se incentiv activamente, aunque no como poltica explcita del gobierno, la migracin de obreros a los Estados Unidos.14 Desde fines del siglo XIX, ya se haban producido varias oleadas de migracin de puertorriqueos a los Estados Unidos, especialmente a la ciudad de Nueva York. Sin embargo, lo que se incentivaba bajo la gida del ELA era la migracin masiva de trabajadores, tanto como vlvula de escape para aliviar la situacin de Puerto Rico, como para suplir mano de obra a bajo costo que se necesitaba en el rea noreste de los Estados Unidos. La migracin se estimul no slo a travs de promesas de disponibilidad de empleo en los Estados Unidos, sino tambin por medio de itinerarios de vuelos frecuentes y pasajes areos a precios mdicos. Como resultado, se produjo una migracin masiva de
puertorriqueos hacia los Estados Unidos, siendo la ciudad de Nueva York su mayor foco receptor en las primeras dcadas. En la actualidad, la poblacin puertorriquea en los Estados Unidos asciende a cerca de 3 millones de personas una cifra sustancial en relacin a la poblacin de 3.6 millones en Puerto Rico.15 El perfil socio-econmico de la migracin se ha pluralizado: habiendo sido inicialmente predominado por la clase obrera de bajos recursos, en dcadas recientes ha habido un marcado incremento especialmente en el sector profesional/intelectual de mayores recursos econmicos. Dicha pluralizacin insta a cuestionarse cmo ha cambiado el perfil de las relaciones de poder coloniales. Pese a la magnitud del movimiento migratorio y su impacto social, econmico y cultural en Puerto Rico, dicho sector de la poblacin se ve activamente excluido del discurso hegemnico de la identidad nacional puertorriquea y las consideraciones del status poltico de Puerto Rico. El concepto de migracin, en su acepcin de ida sin regreso, era precisamente lo que buscaba el gobierno de Puerto Rico en los aos tempranos del ELA. Una vez se establecieran los migrantes puertorriqueos en los Estados Unidos, se contaba con que no regresaran a Puerto Rico habiendo encontrado mejores condiciones econmicas fuera de la isla. Adems, se planteaba que la segunda generacin ya no sera puertorriquea, habindose asimilado a las corrientes culturales predominantes de la nacin estadounidense.16 No se contaba con las fuertes dinmicas de racismo, xenofobia y explotacin obrera que se enfrentaran en los Estados Unidos, factores que contribuiran a fomentar el movimiento migratorio circular, de ese modo configurando una comunidad flotante. La enajenacin que experimenta la comunidad inmigrante puertorriquea es algo histricamente persistente. Flores seala que ello es precisamente lo que ha dado lugar a una concientizacin y auto-afirmacin de diferencia cultural que se perfilan en el marco de una fuerte identificacin con Puerto Rico (Flores,1993), el cual se presenta como espacio imaginado idealizado que constituye una fuente de resistencia y escape de la hostilidad del contexto inmediato. A las dinmicas de enajenacin se contrapone la afiliacin nacional puertorriquea como mecanismo de adaptacin (Flores,1993:189). As se observa una variedad de despliegues simblicos de identidad nacional, tales como la demarcacin del espacio propio con banderas puertorriqueas, la construccin de casitas en medio del ghetto urbano y, el mayor y ms controvertido, el Puerto Rican Day Parade, el desfile puertorriqueo en la ciudad de Nueva York (cuyo rotundo xito de dcadas ha dado lugar a un interesante proceso de franquicia del concepto del desfile en el National Puerto Rican Day Parade que se realiza en distintas ciudades a travs de los Estados Unidos). Todo esto apunta a una comunidad que histricamente se identifica y se representa como puertorriquea, pese a diferenciaciones culturales que se han configurado en gran parte por el contexto de la localizacin geogrfica. Entre stas se halla el idioma como el elemento ms evidente y polmico. En las comunidades radicadas en los Estados Unidos predomina el ingls y el spanglish (hbrido lingstico resultante de la fusin entre el espaol y el ingls). 17A ello se enfrenta uno de los elementos ejes de la representacin hegemnica de la identidad puertorriquea, el espaol como articulador de la especificidad cultural. Las fronteras de la identidad nacional se han expandido y flexibilizado, irnicamente, como resultado de polticas hegemnicas en la isla que han intentado delimitar el marco de las polticas de la representacin de la identidad nacional como elemento del poder poltico. En su ensayo Islands at the Crossroads: Puerto Ricanness Traveling between the Translocal Nation and the Global City (1997), Agustn Lao propone reconceptualizar la formacin nacional puertorriquea disolviendo el marco geogrfico de la isla como referente delimitador de las categoras identidad, cultura y nacin. De este modo busca deconstruir el concepto de nacin como categora identitaria reificada que ha configurado histricamente el discurso hegemnico del nacionalismo cultural puertorriqueo. Al sealar que la relacin fundamentalmente colonial entre Puerto Rico y los Estados Unidos ha resultado histricamente en la situacin subalterna del puertorriqueo irrespectivamente de su localizacin geogrfica, Lao plantea la descolonizacin no tanto como asunto del status poltico de Puerto Rico sino mas bien como asunto de relaciones diferenciales de poder que afectan ampliamente a la comunidad puertorriquea. Reconociendo el impacto socio-cultural de la migracin, Lao plantea la puertorriqueidad como entidad desterritorializada, articulada por una referencialidad mutua entre espacios geogrficos (Puerto Rico y los Estados Unidos) y la dispora como aspectos integrantes de la identidad nacional y,
especialmente, de la condicin subalterna. Lao ve as la colonia como entidad dinmicamente diseminada ms all del tradicional imaginario de la identidad nacional delimitada por el concepto de Estado nacional. Desde esta vertiente, la reflexin de Lao se informa de los planteamientos tericos sobre las dinmicas pos-nacionales y los espacios transnacionales (Appadurai,1996; Basch, Glick Schiller y Szanton Blanc,1994) para ofrecer una relectura del imaginario nacional puertorriqueo como espacio social translocal o transnacin. De ah la propuesta de reformular el concepto de nacin como categora histrica translocal cuyas fronteras se hallan en el movimiento migratorio mismo con sus flujos bidireccionales y las complejas redes de interrelaciones que emergen de ello (Lao, 1997: 176). Ese espacio social translocal ha existido desde hace varias dcadas pero constituye un neo-espacio en la reflexin terica sobre las fronteras de la identidad nacional puertorriquea ya que hasta recientemente no se haba formulado un lenguaje conceptual para denotarlo. La articulacin lingstica de dicho espacio capacita, en el planteamiento de Lao, la trascendencia de la visin insular que ha caracterizado el imaginario nacional puertorriqueo (Lao,1997:184), y que ha limitado los horizontes polticos de la lucha por justicia social que originara el proyecto del ELA. 18 La dispora, especialmente por su localizacin geogrfica y su situacin social en la ciudad de Nueva York, la ciudad global, presenta una interseccin diferencial de espacios y discursos que capacita una lucha de posiciones. Lao plantea que esta lucha obtendra la disolucin del trmino puertorriqueo en tanto categora identitaria delimitada por una referencialidad nica a la nacin como espacio geogrficamente delimitado (Lao,1997:182). De ah la descolonizacin del concepto de identidad como necesariamente referencial de la nacin, dando paso a la afirmacin a travs de la agencia poltica. Ello capacitara lo que Lao denomina una lucha neonacionalista: una lucha de derechos civiles cuyo objetivo es la disolucin de la subalternidad al buscar la igualdad de derechos y participacin en el Estado (los Estados Unidos) del cual se es ciudadano (Lao,1997:181-182). De este modo se busca trascender los marcos conceptuales de gnero, raza y clase, entre otros, que han delimitado el discurso hegemnico de la identidad nacional puertorriquea y los cuales han contribuido al proceso mismo de subalternizacin del sujeto colonial. La lucha neonacionalista se perfila como una concientizacin poltica con miras a la lucha por justicia social. Contextualizando la situacin puertorriquea actual dentro de los procesos de globalizacin, sta se elaborara en conjunto con otros grupos subalternos relacionndose con diversas pticas e intereses para combatir prcticas e instituciones que operan en dicho proceso de subalternizacin (Lao,1997:185). En tanto espacio nacional translocal, la dispora localiza una posicin fronteriza como interrogante del imaginario nacional hegemnico no slo de Puerto Rico, sino tambin de los Estados Unidos. La reflexin terica de Juan Manuel Carrin en su artculo El imaginario nacional norteamericano y el nacionalismo puertorriqueo (1999), desarrolla una contraposicin pragmtica al espacio posible de la posnacin desterritorializada que formula Lao, remitiendo la lectura del concepto de identidad nacional a la situacin del estado actual del debate en Puerto Rico. Carrin profundiza en el concepto de imaginario nacional para examinar su impacto en el porvenir poltico de Puerto Rico y de los Estados Unidos (cabe sealar que para Carrin el trmino puertorriqueo es consonante slo con la poblacin radicada en la isla). As observa que en Puerto Rico hay una variedad de imaginarios nacionales o discursos de identidad nacional en competencia (Carrin,1999:66), los cuales se hallan marcados en mayor o menor medida por una lectura heterognea de los imaginarios nacionales estadounidenses. El concepto de identidad puertorriquea, en sus diversas formulaciones, se ve informado por la continua negociacin bilateral entre Puerto Rico y los Estados Unidos. De ah que las posiciones polticas oficiales en torno al status de la isla formulen su particular versin de nacionalismo cultural en dilogo con las narrativas de la identidad nacional estadounidense. Al hablar de Puerto Rico y el colonialismo, usualmente se considera el asunto a partir del impacto que ha tenido los Estados Unidos en la isla, plantendose la amenaza de la asimilacin y el genocidio cultural que representa la metrpoli para la colonia. Esta aproximacin es evidente en las tres posiciones polticas oficiales en Puerto Rico: estadidad, estadolibrismo, independencia. Sin embargo, seala Carrin, las actuales propuestas de estas posiciones polticas, especialmente los proyectos de la estadidad radical y el de la estadidad jbara, tambin develan otra dimensin de la
relacin colonia-metrpoli: la capacidad de la colonia de incidir en el imaginario nacional de la metrpoli. Dndole un nuevo giro al concepto de descolonizacin, declara Carrin que [el] problema colonial de Puerto Rico es fundamentalmente un problema norteamericano; su solucin forma parte de un cuestionamiento de qu es Estados Unidos como nacin. (Carrin,1999:78). La cuestin del status poltico de Puerto Rico tambin plantea una interrogante sobre las fronteras de la identidad nacional estadounidense. Especialmente desde la configuracin del ELA, Puerto Rico ha sido una presencia visible e inquietante no slo en la poltica del Estado sino tambin en el imaginario nacional estadounidense, contribuyendo a un cuestionamiento sobre la constitucin de los mrgenes de dicha nacin (Carrin,1999:67). El nexo del ELA, seala Carrin, problematiza las actuales conceptualizaciones del multiculturalismo y la pluralidad tnica de la nacin estadounidense. El contexto poltico-cultural de la isla responde a dinmicas diferentes de las del contexto nacional de los Estados Unidos, haciendo de Puerto Rico algo indigerible a la integracin de categoras sociales y raciales de Hispanic y Latino del imaginario nacional estadounidense. Es indigerible, segn Carrin, ya que reubicara la discusin del concepto de multiculturalismo en los fundamentos polticos del Estado, apuntando a los aspectos prcticos de cmo se configura poltica y culturalmente el Estado nacional (Carrin,1999:67). Ms all de las esencializaciones y reificaciones de diferencias culturales, se encuentra la cuestin del idioma como demarcador de la intransigencia entre un imaginario nacional y el otro. Si en algo coinciden las diversas posiciones polticas y los diversos imaginarios nacionales en la isla es en la idea del idioma espaol como elemento fundamental (y no-negociable) de la identidad cultural. Uno de los grandes obstculos a la mayor integracin poltica de Puerto Rico a los Estados Unidos es precisamente el idioma. El proyecto de americanizacin en la isla a travs de la enseanza del ingls, ha tenido xito limitado ya que la mayor parte de la poblacin de Puerto Rico no se considera bilinge. Una mayora de la poblacin tambin objeta a que el ingls sea el idioma oficial de Puerto Rico. 19 El idioma ingls es uno de los principales factores unificantes de la pluralidad cultural de la nacin estadounidense. Es por eso que en la opinin de Carrin las propuestas polticas en la isla de la estadidad jbara y de la estadidad radical con sus diferentes planteamientos de descolonizacin desde adentro, o sea a travs de la mayor integracin poltica de Puerto Rico con los Estados Unidos, no son tan radicales en sus propuestas sino mas bien en su ideal de transformar el imaginario nacional estadounidense en la prctica de un Estado constitucionalmente configurado como entidad multinacional (Carrin,1999:96-97). La indeterminacin en que result el ltimo plebiscito ha dejado el asunto formal del status poltico de Puerto Rico en suspenso. La eleccin de ninguna de las anteriores, ms que un impasse a la situacin poltica, constituye un desafo a reconceptualizar la relacin entre cultura y poder. La variedad de reflexiones tericas que se examinaron en este artculo coinciden en el imperativo de descolonizar los trminos de dicha relacin. Contrario a la ptica predominante, se plantea que esta descolonizacin no responde necesariamente al status poltico de Puerto Rico, sino que se halla relacionada a las dinmicas de la comunidad puertorriquea en su vnculo poltico-cultural con los Estados Unidos. Por comunidad puertorriquea se propone una reconceptualizacin inclusiva de la dispora o comunidad flotante como actor social constitutivo de (dis)continuidades en el discurso hegemnico de la puertorriqueidad. La reflexin crtica sobre el caso de Puerto Rico y la comunidad puertorriquea ofrece matices y complejidades que contribuyen a la polemizacin y ampliacin de las formulaciones tericas actuales sobre el colonialismo y los avatares de las categoras nacin y nacionalismo. Si bien la produccin intelectual reciente evidencia un intento de articulacin con las formulaciones sobre el transnacionalismo y el posnacionalismo, las propuestas manifiestan un incmodo engarce tanto en la teora como en la prctica. Ello se debe, paradjicamente, a la persistencia de las categoras conceptuales de identidad y nacin como espacios que histricamente han in formado y continan informando la orientacin crtica ya que por la situacin liminal de Puerto Rico reclaman una vigencia que quiz no posean en otros contextos. De ese modo se critican los alcances y lmites de las formulaciones dominantes de estas categoras para comprender procesos de colonialidad. Desde distintas vertientes, los trabajos considerados aqu puntualizan una concientizacin sobre los retos del multiculturalismo develando
dinmicas donde las relaciones diferenciales de poder se hallan imbricadas en un complejo proceso de negociacin, de concesiones y de resistencias, que requiere del consenso activo de los actores envueltos en la relacin colonial.
Referencias bibliogrficas
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Notas
Emeshe Juhsz Mininberg, Universidad Central de Venezuela. Correo electrnico: [email protected]
Juhsz Mininberg, Emeshe (2002) Ninguna de las anteriores: (dis)continuidades conceptuales sobre identidad nacional en el caso de Puerto Rico. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela.
1
. Los plebiscitos del status se efectuaron en noviembre de 1993 y en diciembre de 1998. Dichos plebiscitos constituyen referenda
de la opinin popular sobre el cambio de status de Puerto Rico. En base a los resultados, el gobierno de Puerto Rico puede realizar una peticin al Congreso de los Estados Unidos para que considere el cambio de la relacin poltica entre ambas partes. En ltima instancia, es una decisin congresional si se considera o desestima dicha peticin.
2
El trmino isla aqu se maneja, por razones prcticas, como sincdoque de Puerto Rico, Vieques, Culebra, Mona y dems
Jorge Duany ha dedicado varios ensayos bibliogrficos a la revisin crtica de trabajos recientes sobre el tema del nacionalismo y
la identidad puertorriquea explicitando nuevas tendencias especialmente en la conceptualizacin del nacionalismo puertorriqueo como uno crecientemente cultural. Ver, entre otros, Jorge Duany (1997) Para reimaginarse la nacin puertorriquea Revista de Ciencias Sociales (Ro Piedras) Nueva poca no.2 (enero) 10-24; Jorge Duany (1998) Despus de la modernidad: debates contemporneos sobre cultura y poltica en Puerto Rico Revista de Ciencias Sociales (Ro Piedras) Nueva poca no.5 (junio) 218241. Si bien el presente artculo muestra intersecciones con el trabajo de Duany, tambin busca contextulizar los planteamientos sobre el nacionalismo cultural dentro de la creciente inquietud crtica y terica por el impacto de las comunidades diaspricas y flotantes en tanto actores sociales que participan en las dinmicas de representacin de la puertorriqueidad.
4
De hecho, la ciudadana estadounidense de los puertorriqueos puede ser revocada tambin unilateralmente por estatuto
congresional. Ver: Johnny H. Killian (1989) Discretion of Congress Regarding Citizenship Status of Puerto Ricans Congressional Research Service Memo.
5
Para mayor detalle del marco constitucional que informa la condicin de Puerto Rico como territorio de los Estados Unidos, ver
Christina Duffy-Burnett y Burke Marshall, eds. 2001 Foreign in a Domestic Sense: Puerto Rico, American Expansion, and the Constitution (Durham/Londres: Duke University Press).
6
El Partido Independentista rene suficiente apoyo electoral para quedar en segundo lugar en los comicios. Significativamente, el
apoyo del movimiento pro-independencia poltica en Puerto Rico evidencia una drstica disminucin a partir de las elecciones del 1948, llegando a un nivel de desaparicin casi total en el plebiscito de 1998 donde reuni slo un 1% del voto.
7
Los resultados de los comicios de 1993, en que la mayora de los votos favoreci una reformulacin del ELA, fueron considerados
nulos por el Congreso de los Estados Unidos ya que la redefinicin del ELA que se someti a voto popular resultaba invlida en relacin a la Constitucin de los Estados Unidos. El plebiscito de 1998 constituy un nuevo asedio al asunto, sometiendo a voto popular cinco opciones para el status: la estadidad, la actual configuracin del ELA, la independencia, la independencia con un tratado de libre asociacin y ninguna de las anteriores. Esta ltima obtuvo el 50.2% de los votos mientras que la estadidad recibi el 46.5% de los votos. Las otras opciones vieron un apoyo mnimo. El voto por ninguna de las anteriores constituy en parte una estrategia del Partido Popular Democrtico, proponente del ELA, quien hizo un llamado al apoyo de la quinta opcin en lugar de continuar con la actual configuracin del ELA. El xito de la estrategia demuestra el descontento con el actual status por parte del sector de la poblacin que en otros tiempos era su proponente. Para una explicacin sinttica pero detallada del proceso y los resultados de dichos comicios, ver el sitio en la red <http:// www.puertorico-herald.org/issues/vol3n04/QA-es.shtml> Tambin http://www.ceepur.org
8
The lite colonial is eminently discursive colonialism, a thickly symbolic form of transnational domination, which emphasizes both
a consensual identity [...] and at the same time multiple identities of a non-monolithic, fragmented kind, including the diasporic. (38). La cita en espaol proviene de una versin anterior del texto de Flores traducido por Jorge Duany: El colonialismo lite: diversiones de un discurso puertorriqueo en Revista de Ciencias Sociales (Ro Piedras) Nueva poca, no. 7 junio 1999. 1-31.
9
Por ser sinttico de las propuestas de Dvila, en este trabajo centro mis observaciones en torno a su artculo Contending
Nationalisms: Culture, Politics and Corporate Sponsorship in Puerto Rico. En: Ramn Grosfoguel y Frances Negrn- Muntaner, eds.: Puerto Rican Jam: Essays on Culture and Politics (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1997).pp: 231-242. Para
mayor detalle ver su estudio ms extenso Sponsored Identities: Cultural Politics in Puerto Rico (1997).
10
El concepto que denota la expresin commuter nation es el de una nacin compuesta por una poblacin flotante que oscila
como evento casi cotidiano entre un espacio geogrfico y otro el trmino commuter denotando la particular dinmica de transitar entre el espacio en que se habita y el espacio en que se trabaja. La expresin Commuter nation titula la antologa de Carlos Antonio Torre, Hugo Rodrguez Vecchini y William Burgos, eds . (1994). El concepto de commuter nation ya haba sido propuesto en relacin al caso de Puerto Rico en el estudio de Joseph P. Fitzpatrick. 1971. Puerto Rican Americans: The Meaning of Migration to the Mainland. 2da. Ed. (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall).
11
Estos tres personajes constituyen una esquemtica referencia histrica a los tres principales componentes culturales y raciales
del panorama social en Puerto Rico. La mujer negra perfila la referencia al componente africano que predomina la poca de la colonizacin espaola de la isla de Puerto Rico. El jbaro perfila la referencia a la clase de campesinos pobres y sin tierras propias que se desarrolla en Puerto Rico en el siglo XIX. En la historiografa y la literatura puertorriquea, el jbaro aparece como emblema posible de la identidad puertorriquena en el s. XIX. Los pasajeros americanizados de primera clase constituyen la referencia a la actual relacin colonial con los Estados Unidos, especialmente a la burguesa puertorriquea que se ha conformado y consolidado a partir de la fundacin del ELA.
12
En un pasaje autoreferencial hacia el final del cuento, se afirma que la historia narrada es [] la historia que no se aprovecha en
los libros de Historia. Es el envs de la retrica que se le escapa a la poltica. Es el dato que ignora la estadstica. Es el decir que confirma la utilidad de la poesa (21). La poesa, entendida como sincdoque del ms amplio campo del discurso literario, se ofrece como otro texto legtimo cuyo discurso devela asuntos que permanecen desplazados, en los mrgenes de otros discursos, pero de lo cuales, al mismo tiempo, son elementos constitutivos.
13
Frank Bonilla. Manos que sobran: Work, Migration and the Puerto Rican in the 1990s en Torre et al., Op. Cit. Bonilla seala que la migracin ha sido un aspecto integral de la industrializacin y el desarrollo econmico. Ibid, 116-117. En
14
cuanto a migracin puertorriquea ver el estudio de History Task Force, Centro de Estudios Puertorriqueos, Labor Migration under Capitalism: The Puerto Rican Experience. 1979. (New York: Monthly Review Press).
15
Las estadsticas de la poblacin puertorriquea en territorio continental de Estados Unidos incluye a las personas nacidas en
Edgardo Rodrguez-Juli 1981 Las tribulaciones de Jons. (Ro Piedras: Huracn). 39. Para una discusin ms amplia sobre la cuestin del idioma, especialmente el bilingismo en la comunidad puertorriquea de
17
Al mencionar la visin insular, el texto de Lao hace referencia al texto considerado histricamente como paradigmtico e el ensayo de Antonio S. Pedreira (1934)
inaugural del debate sobre la identidad nacional en Puerto Rico en el s. .XX, Insularismo.
19
Carrin cita en su artculo los resultados de una encuesta llevada a cabo por uno de los peridicos de Puerto Rico, El Nuevo
Da en 1997, en que se encontr que 76% de los puertorriqueos halla inaceptable que el ingls sea el idioma oficial de la isla. (El Nuevo Da, agosto 1997). Carrin: 67.
Qu cambios ocurridos en los modos de pensar las polticas culturales le permitan entonces a Garretn anunciar su avance sobre el dominio de la poltica? Pregunta que podra formularse, tambin, al revs: Qu transformaciones en la nocin de poltica lo habilitaban para superponer su alcance con el de las polticas culturales? Un texto reciente de Martn Hopenhayn ofrece algunas claves que permiten explicar este movimiento por el cual la poltica se inviste de cultura y la cultura se inviste de poltica, en cuyo marco debe situarse la conjetura de Garretn (Hopenhayn,2001:70). Para Hopenhayn, ste desplazamiento result del efecto combinado de la globalizacin, la emergente sociedad de la informacin y la valorizacin de la democracia (2001:69). No se me escapa que un anlisis de este proceso en su complejidad ameritara un estudio exhaustivo que diera cuenta del peso especfico que en l asumi cada uno de estos factores que Hopenhayn menciona. Ms limitadamente, intentar aportar a esta tarea preguntndome cmo incidi la ltima de estas variables la valorizacin de la democracia en el esfuerzo de las ciencias sociales por redefinir la poltica, la cultura, y consecuentemente las polticas culturales, en tanto punto de cruce privilegiado en la relacin de ambos trminos. Es as que examinar un conjunto de textos producidos en el contexto de las transicin a la democracia que la mayor parte de los pases del Cono Sur vivi durante la dcada del 80, por considerar que es en esa coyuntura cuando la variable que me interesa adquiri, como nunca antes y tal vez nunca despus, una intensidad inusitada. Producidos desde la memoria de la violencia que el Estado terrorista infligi al campo cultural censuras, listas negras y desapariciones de por medio, pero tambin, y por esas mismas causas, desde la necesidad de refundarlo replanteando para ello el lugar de los intelectuales y su relacin con la sociedad, esos textos forman parte del debate en torno a las polticas culturales que convoc a pensar los modos admisibles pero necesarios de intervencin del Estado democrtico en materia de cultura. 2- El retorno al rgimen constitucional en los pases de Amrica Latina tuvo, en el campo de las ciencias sociales, efectos mltiples y complejos, cuyo significado an hoy est por estudiarse. El momento de apertura coincide con el auge de las teoras posestructuralistas, el debate internacional en torno al fin de la modernidad y el advenimiento de una era posmoderna, la crisis de la izquierda, el uso expandido del trmino sociedad civil y las reivindicaciones identitarias en la esfera pblica, entre
otras cuestiones que se asoman en el horizonte cultural de la poca. Por otro lado, el levantamiento de censuras, el retorno de exiliados, la normalizacin de las universidades, etc., posibilitan ahora la entrada y circulacin de estas problemticas en instituciones y agrupaciones intelectuales. Pero, si bien como afirma Roxana Patio (Patio,1997:4), la democratizacin potencia esta puesta el da, [por otro lado, tambin] impone su propia agenda en el campo cultural, agenda vinculada a los problemas que plantea el proceso de consolidacin de las transiciones en el Cono Sur. De todos esos problemas, quiero detenerme en uno que es crucial en esa coyuntura y que atraviesa, de un modo u otro, a todos los dems: la crisis en los modos de representacin de lo poltico. Esta crisis, que no es privativa de estos pases, impacta no obstante en ellos durante esos aos con urgencia extrema. La democratizacin, lejos de constituir una vuelta a la poltica entendida como un dato natural, radicaliz agudamente las incertidumbres y tensiones entre viejas tradiciones, formas alternativas o metaforizadas de representar lo poltico durante el terrorismo de Estado, y expectativas de cambio ante el nuevo ciclo institucional que se abra. Lo poltico y sus alcances pasan, entonces, a nombrar un terreno de discrepancias. Para dar un ejemplo: la desarticulacin de las agrupaciones partidarias durante las dictaduras fue simultnea con la aparicin de nuevos actores, que, tras el retorno al orden democrtico, disputan a los partidos el derecho a que sus demandas entren en la arena pblica, provocando fuertes tensiones con los primeros. Si bien, como dice Oscar Landi hablando de Argentina, en las afiliaciones a los partidos, en las concentraciones y marchas se reafirmaba la voluntad de dejar atrs la poca del Proceso, al punto que partidos y democracia aparecan como sinnimos (Landi,1988:108) no es menos cierto que, en el mismo pas, los partidos no alcanzan a absorber un conjunto de exigencias como las que testimonian, simultneamente, los distintos estudios compilados por Elizabeth Jelin en torno a nuevos movimientos sociales (Jelin,1985). Frente a estas demandas que pugnan por instalar una definicin de democracia que ample los alcances de la democracia representativa convirtindola en democracia participativa y en el contexto de una aguda fragilidad institucional, fue comn que los partidos y las instituciones reactivaran una serie de supuestos basados en aqul postulado liberal segn el cual el pueblo no delibera ni gobierna sino a travs de sus representantes, asociando sistemticamente la ocupacin popular de la calle con la posible desestabilizacin poltica (Landi,1988:137) y reclamaran para s, a partir de este principio de representacin poltica, el monopolio de la autoridad para producir las representaciones de lo poltico. Este problema central en la agenda de la transicin el de la representacin de lo polticoobliga a las ciencias sociales a pronunciarse, y da origen a una nutrida produccin bibliogrfica que registra las fuertes discusiones que se generan en torno a esta cuestin. Desde el paradigma dominante, sta se piensa de un modo restrictivo. As, por ejemplo, a pocos aos de finalizar el rgimen pinochetista, Nelly Richard denunciaba la incapacidad de las ciencias sociales pero tambin de los propios partidos de izquierda para reconocer la crtica poltica radical que encarn la llamada nueva escena chilena durante los aos de la dictadura. Imbuidas por la racionalidad funcionalista del encuadre sociolgico, que buscaba correspondencias y traspasos lineales entre significante esttico y significado sociopoltico (Richard,1993:40) las disciplinas dejaron afuera, consecuentemente, la revulsividad poltica de ciertas prcticas artstico-literarias que, subvirtiendo hasta la exasperacin cdigos y gneros, fueron capaces de enfrentar a la sociedad a las preguntas sobre la no totalidad, la no centralidad y la no unicidad del sentido (Richard,1996:16). Comienzan entonces a emerger otras lneas de reflexin, en las que la pregunta acerca de qu es lo poltico deja de ser remitida a su dimensin institucional que, indefectiblemente, constituye un sitio de regulacin y clausura de los alcances posibles del trmino; esta nueva mirada, por el contrario, va a reparar en las prcticas sociales, siempre inciertas y conflictivas , que producen lo poltico como efecto de sentido. La consecuencia de esta proposicin es decisiva, ya que, como advierte Landi, se ampla el caudal semitico de prcticas capaces de generar tal efecto: as, quedan ahora incluidas todas las prcticas a travs de las cuales los sujetos intervienen en la lucha simblica produciendo representaciones alternativas acerca del orden social y sus mecanismos de distribucin de poder, que son, al mismo tiempo, auto-representaciones, en tanto a travs de
aqullas queda definido el lugar de los sujetos en ese orden representado. Caracterizado de este modo, tal caudal no podra, por tanto, agotarse en las actividad partidaria sino que abarcara tambin otro tipo de prcticas, como aquellas de la vida cotidiana a travs de las cuales se elaboran las identidades estticas, sexuales, regionales, las memorias individuales y colectivas, etc. 3- Ahora bien: es claro que esta nueva manera de pensar lo poltico identifica a esta nocin como una dimensin de la cultura aqulla de las luchas por imponer los propios sistemas de representacin. Si esto es as, entonces intervenir polticamente en la cultura ser ahora una forma de intervenir tambin en lo poltico; esto es: las polticas culturales adquirirn un valor de metapolticas. Vinculada a los fecundos anlisis que la nocin gramsciana de hegemona gener por esos aos en Latinoamrica2, as como tambin a la consolidacin de un conjunto de estudios y prcticas intelectuales que habran avanzado notoriamente en el develamiento de las complejas imbricaciones entre cultura y poder y que permitiran reconocer, legtimamente, una tradicin de estudios latinoamericanos en torno a esta cuestin3, esta perspectiva que pone a la cultura en el lugar de las condiciones de posibilidad de la poltica implica un nuevo enfoque con respecto a dos posiciones clsicas en los debates en torno a polticas culturales, reactualizadas ahora a propsito de la coyuntura transicional. La primera de ellas, inspirada en las premisas del pluralismo poltico, concibe las polticas culturales como intervencin formal. En efecto, sostiene que las intervenciones de los Estados democrticos en el campo cultural deben restringirse a optimizar los circuitos o estructuras institucionales de manera tal que quede garantizado el funcionamiento irrestricto de un mercado de bienes simblicos al que, formalmente, puedan acceder todos los sujetos en igualdad de condiciones. Este es, por ejemplo, el pensamiento de Jos Joaqun Brunner. En un conocido artculo 4 publicado inmediatamente despus de la dictadura pinochetista, el chileno dejaba entrever su preocupacin por impedir que desde el Estado vuelvan a promoverse autoritariamente valores absolutos, impidindose por tanto la expresin de otros. Su propuesta en materia de polticas culturales va a apoyarse entonces en una definicin tambin formal de la democracia, entendida como un sistema donde hay mltiples actores que persiguen polticas dentro de un marco ms o menos competitivo, produciendo resultados interactivamente y efectos no esperados. Esto significa, para cada participante, que ninguno posee ni puede obtener garantas absolutas de que sus intereses triunfarn por completo, as como ninguno puede estar cierto de que sus posiciones sern continuamente preservadas (Brunner,1988a:374). Los resultados del proceso poltico son, en este esquema, indeterminados, ya que su significado se encuentra permanentemente en conflicto. De all entonces que para este autor una poltica cultural democrtica debiera orientarse a crear y multiplicar estructuras de oportunidades ms que a difundir contenidos cognitivos a la sociedad (Brunner,1988a:377). Por lo dicho, Brunner va a esperar que la poltica cultural propia de un Estado democrtico se limite a procurar unos arreglos institucionales o formales que preserven esta indeterminacin, impidiendo cualquier tentacin de manipulacin ideolgica y permitiendo la expresin de todos los intereses sin distincin alguna. Estos arreglos consistiran en intervenciones en el nivel organizacional de la cultura, o nivel de lo que Brunner llama circuitos culturales. Tales circuitos estn conformados por los productores del campo cultural, los medios que ellos ponen en movimiento para esa produccin, los canales de comunicacin empleados, los pblicos involucrados por la comunicacin y las instancias organizativas administracin pblica, mercado, comunidad que permiten poner en relacin a este conjunto de componentes y aseguran su funcionamiento. A travs de esas intervenciones, para Brunner el Estado debera apuntar (mediante contrabalances, medidas de promocin, control de la competencia, apertura de cierres, regulacin de la propiedad, etc.) a evitar el monopolio cultural de un grupo en detrimento de otros, quedando as conformada una estructura institucional disponible que garantice formalmente a todos los individuos la oportunidad de acceder a o de expresar los valores culturales que defienden (Brunner ,1988a, 375)5. El otro modo caracterstico de concebir las polticas culturales, es el que queda en evidencia en las objeciones que Beatriz Sarlo le formula a Brunner en un artculo que escribe poco despus de publicado el libro del chileno, en el cual analiza las severas consecuencias que para los sectores
populares y su cultura acarrea una poltica cultural inspirada en esta perspectiva formalista 6. En efecto, para Sarlo (Sarlo,1988:9), la falacia de una poltica cultural como la que piensa Brunner residira en que stas presuponen que al funcionar como garantas de igualdad formal de los agentes en su acceso a las oportunidades que ofrece el campo cultural quedar automticamente garantizada la expresin de la pluralidad de opiniones y visiones de mundo de los mismos. Falaz sera tambin para la autora el corolario de este argumento segn el cual el Estado no debera intervenir en el nivel de los contenidos, que deben quedar librados a la iniciativa de los actores, sino slo a nivel de las formas institucionales, a los fines de impedir cierres ideolgicos. Se tratara de un error en la composicin de la escena social, ya que, segn Sarlo, limitar las polticas a funcionar como garantas de igualdad formal de los agentes que intervengan supone una abstraccin o grado cero de desigualdad cultural y material. En el proceso cultural los sujetos no son efectivamente iguales ni en sus oportunidades de acceso a los bienes simblicos ni en sus posibilidades de elegir, incluso dentro del conjunto de bienes que estn efectivamente a su alcance. En otras palabras, conspiran contra un acceso igualitario a esta estructura de oportunidades que propone Brunner, las desigualdades que los sujetos acumulan en el transcurso de su historia debido a su condicin econmica, de gnero, etc, con lo cual la oferta de bienes que circulan en los circuitos culturales de Brunner, est lejos de constituir realmente la oferta a disposicin de estos sujetos; ni siquiera, como dice Sarlo, estando efectivamente a su alcance, ya que el despliegue de las elecciones de los sujetos tendra el lmite de su (des)posesin previa de recursos culturales, econmicos, etc. Podemos, siguiendo a esta autora, tomar como ejemplo un caso en el que este argumento se verifica sin tapujos: debe admitirse que los sectores populares tienen de hecho a la televisin como oferta prcticamente excluyente, con lo cual su consumo televisivo termina siendo no una libre eleccin sino una opcin impuesta. Dicho con sus palabras: []. Los medios audiovisuales y en especial la televisin tienen un impacto descomunal sobre sectores que no poseen otras alternativas de eleccin en el mercado de los bienes simblicos. De all que:
[]no se tratara entonces slo de plantearse polticas de competencia con ese impacto sino de inducir cambios en las estrategias ideolgico estticas. La industria cultural excluye, en el caso de la televisin, de manera sistemtica, alternativas formales, discursivas, ficcionales e informativas. Ac precisamente reside uno de los desbalances que sera preciso encarar con polticas pblicas: para hacerlo, la discusin de cuestiones sustantivas es imprescindible (Sarlo,1988:12).
Para sintetizar: en los pases con altos ndices de desigualdad social y cultural como el nuestro, las agencias estatales, ms que preservar el equilibrio de un campo cultural en el que participan igualitariamente todos los sujetos, intervienen en campos profundamente desequilibrados; con lo cual se torna impensable que las polticas culturales puedan ser neutras desde el punto de vista sustantivo. Garantizar la existencia de un mercado en el que circulen libremente los bienes simblicos es una condicin formal indispensable pero que por s sola no puede equilibrar las agudas diferencias en el acceso real a esos bienes por parte de los sujetos. Intentar democratizar ese acceso obliga, sostiene Sarlo, a intervenir no slo en las formas institucionales sino en problemas en donde indefectiblemente debe procederse a la opcin por valores, como por ejemplo, aquellos que quedan expresados tanto en las formas como en los contenidos de los mensajes. Y en este sentido un proyecto democratizador obliga, sobre todo, a trabajar en el mensaje televisivo, si se admite que ste constituye el principal objeto de consumo cultural por parte de los sectores populares. Sarlo seala dos medidas que deberan emprenderse con carcter de urgencia: en primer lugar, revisar la fragmentariedad y descontextualizacin a las que somete las noticias el formato clip de los noticiosos televisivos; en segundo lugar, introducir en los canales televisivos los resultados de la experimentacin artstica en video, hasta el momento exhibidos paradjicamente en salas cinematogrficas. 4-Dijimos que, a diferencia de Brunner, Sarlo cree que una poltica cultural propia de un Estado democrtico no puede dejar librada la cuestin de los contenidos y formas de los mensajes a los sujetos, ya que su participacin tanto en la produccin como en el consumo cultural reproducir necesariamente los (desiguales) lmites de sus recursos culturales previos. Es necesario, por tanto, intervenir sustantivamente para compensar esta inequidad. Pero, Cules sern los recursos que ser menester proveer a las diferentes clases de desprovistos? Esto es, para seguir con el ejemplo
de Sarlo: Desde dnde seran revisables los formatos de los noticiosos televisivos, en nombre de los valores de quines sera deseable la introduccin del video experimental en televisin? El texto que estamos analizando no profundiza este aspecto, aunque puede decirse que recomienda, sin precisar demasiado, la discusin de cuestiones sustantivas como herramienta imprescindible (Sarlo,1988:12): as, Sarlo afirma por ejemplo que lo malo en una poltica cultural no es su relacin con valores, sino que stos no sean objeto de discusin permanente (Sarlo,1988:9). Pero surge aqu, legtimamente, una duda: Acaso a la hora de convocar a este debate en torno a los valores no volvera a repetirse esta participacin desigual de los distintos sectores, de cuyas consecuencias antidemocrticas, precisamente, intentaba prevenirnos el propio texto de la intelectual argentina? Y si esto es as, Quines, realmente, son los llamados a definir los valores a ser promovidos en los mensajes que circulan? En definitiva, el de Sarlo es un modelo que piensa la intervencin poltica a favor de quienes padecen la desigualdad en la distribucin, pero que no ofrece respuesta a la hora de hacerle lugar a esos sectores como sujetos de un cambio. La discusin Brunner/Sarlo parece llegar aqu a un lmite que es, sin dudas, el lmite de aqul que Jess Martn Barbero llam una vez paradigma dominante de la comunicacin. Y advertimos que la mencin de los modelos de comunicacin no resulta aqu impertinente, pues como bien recuerda Barbero, aunque casi nunca explcitamente, toda poltica cultural incluye entre sus componentes bsicos un modelo de comunicacin. (Martn Barbero,1989:25). El que se ha ido consolidando desde los sesenta hasta entrados los ochenta es, a juicio de Martn Barbero, aqul que se fue construyendo en la complicidad de un modelo semitico estructuralista que al atribuir los efectos producidos en el receptor a las propiedades de un mensaje elaborado segn los cdigos del emisor, no puede reconocer cualquier otra lectura realizada desde cdigos diferentes con un modelo informacional que, al dar por sentada la univocidad de los cdigos del receptor con los del emisor puede asegurar que el mximo de comunicacin funciona sobre el mximo de informacin. Como ya habr adivinado el lector, el corolario prctico de este modelo es el postulado segn el cual comunicar cultura equivale a poner en marcha o acelerar un movimiento de difusin o propagacin, que tiene a su vez como centro la puesta en relacin de unos pblicos con unas obras. Y ste parece ser el presupuesto que inspira las propuestas en materia de polticas culturales para la democracia de los textos de Brunner y de Sarlo, tanto cuando el primero procura garantizar la difusin de la mayor y ms variada cantidad de mensajes, como cuando la segunda pretende garantizar particularmente la difusin de cierto tipo de mensajes cuyas formas y contenidos son decididos con anterioridad, en un debate que integrara, bsicamente, a los ya integrados a causa de los cuales ciertas carencias simblicas seran compensadas. Entonces: en la perspectiva de Martn Barbero las diferencias que, como vimos, separaban a nuestros dos autores quedan reducidas si se revisa el modelo de comunicacin desde el que ambos se representan la cultura y las intervenciones polticas en cultura: el nfasis en la difusin termina por ser la contracara de una preocupacin excluyente en el acceso sea ste formal o real a los mensajes por parte de unos pblicos cuya participacin en todo este proceso queda limitada (obviamente, en el modelo) a la sola asimilacin/no asimilacin de los mismos. Frente a ese modelo dominante, Martn Barbero postular los lineamientos para comenzar a disear una propuesta de polticas alternativas. Es obvio dice que lo que estamos proponiendo no es una poltica que abandone la accin de difundir, de llevar o dar acceso a las obras [...] sino la crtica a una poltica que hace de la difusin su modelo y su forma (Barbero,1989:25). Pero, se pregunta Martn Barbero, Podrn las polticas plantearse ese horizonte de trabajo, no estarn limitadas, an en el campo cultural, por su propia naturaleza de polticas, a gestionar instituciones y administrar bienes? Y contesta: La respuesta a ese interrogante nos plantea otro: En qu medida los lmites atribuidos a la poltica en el campo de la cultura provienen menos de los lmites de la poltica que de las concepciones de cultura y de comunicacin que dieron forma a las polticas(Barbero,1990:31). Se trata, por tanto, de pensar una poltica cultural desde otros modelos de comunicacin [...] que tienen en comn [...] el des-cubrimiento de la naturaleza negociada, transaccional, de toda comunicacin, y la valoracin de la experiencia y la competencia productiva de los receptores (Martn Barbero,1990:30).
As, la poltica alternativa que intenta pensar Martn Barbero no desconoce la importancia de las formas organizacionales o los contenidos de los mensajes, pero contemplar fundamentalmente las operaciones de produccin simblica de los pblicos a partir de las cuales stos construyen los sentidos. 5- Hasta aqu las advertencias de Martn Barbero, quien, sin embargo, no profundiza estas observaciones al punto de dar una respuesta precisa a la pregunta acerca de cmo sera una poltica cultural diseada segn un modelo de comunicacin que haga lugar a la actividad interpretativa de los receptores: este punto, fundamental a la hora de las acciones concretas, queda en la incertidumbre. Un conjunto de textos de la misma poca Elementos para una teora de la democracia: Gramsci y el sentido comn (1988), y Averiguacin sobre algunos significados de peronismo (1984) de Jos Nun, y Poltica: un discurso sin sujeto? Apuntes sobre Gramsci, la cultura y las identidades (1990) de Eduardo Grner pueden ser ledos en tanto esfuerzos por pensar un modelo de comunicacin que posibilite una intervencin poltico-cultural de estas caractersticas. Ambos autores coinciden en el hecho de abrevar en la misma fuente de la tradicin gramsciana, de donde retoman un denso ncleo de elaboraciones tericas en torno a una categora que resulta clave para hacer progresar el razonamiento de Martn Barbero al menos en una de sus implicancias: la categora de sentido comn. Porque si la propuesta de Martn Barbero seala a las operaciones o gramticas de reconocimiento a las que los receptores someten a los textos como aspecto esencial de una poltica que aspire a dar real participacin activa a todos los sujetos en el proceso de transformacin cultural, entonces debern tenerse en cuenta, indefectiblemente, las operaciones del sentido comn; pues en Amrica Latina este dominio discursivo constituye precisamente el principal conjunto de reglas con que la mayor parte de la sociedad, la de los sectores populares que se encuentran entre aqullos que una poltica cultural que se precie de democrtica est principalmente interesada en incluir construye prioritariamente sus interpretaciones del mundo. Es entonces en esta lnea de reflexin que los autores cuyos textos acabamos de mencionar aportarn elementos que iluminen el problema de cmo disear una poltica cultural destinada a los sectores populares cuyo modelo de comunicacin subyacente reconozca la importancia de las operaciones de interpretacin/produccin de sentido, propias del sentido comn. Consecuentemente, deber procederse a llevar a cabo un desmontaje del aparato semitico de este dominio discursivo a fin de comprender las reglas de su funcionamiento, tornarlo inteligible y por tanto aprovechable para la construccin de este modelo. Pero, Acaso podra afirmarse a juzgar por la inconsistencia, autocontradiccin, incoherencia, etc. de los enunciados que produce, que el sentido comn tiene reglas? Para contestar esta pregunta, Nun se remitir a la teora de los juegos de lenguaje del ltimo Wittgenstein para quien el lenguaje puede ser concebido como un repertorio de juegos, cada uno con sus reglas propias, en los que intervienen palabras y acciones. As, las Investigaciones Filosficas de Wittgenstein habran demostrado que hablar es [..] llevar a cabo una accin semejante a un movimiento en un juego determinado; y es de este juego, de este contexto particular en que ocurre el movimiento y no del estado mental de los interlocutores, que depende el sentido de aquello que se dice (Nun,1988:83). El sentido de una palabra, por lo tanto, depender de su uso en los distintos juegos de lenguaje en que aparece, esto es, del marco de prcticas sociales en las que interviene: como se advierte, un juego de lenguaje consiste no slo en el lenguaje sino tambin en las prcticas sociales a las que se vincula 7. Y qu tipo de reglas organizan el juego de lenguaje que identificamos como sentido comn?:
Se considera al sentido comn tan catico e inconsistente [...] por dos motivos que quiero poner brevemente en cuestin. Uno es que se le aplican criterios de racionalidad que no le son propios, tales como la sistematicidad y la coherencia lgica: sobre esto importa subrayar que, en la actitud natural de la vida cotidiana, los juicios no son verdaderos o falsos como los de la ciencia sino vlidos o invlidos, correctos o incorrectos, eficaces e ineficaces. El otro motivo me parece todava ms importante: no se discrimina entre el caudal de conocimientos del sentido comn (que es, efectivamente, un magma de tipificaciones, recetas, reglas, definiciones, mximas, etc.) y las prcticas de razonamiento de sentido comn, a travs de las cuales
esos conocimientos son concretamente aplicados. Son estas prcticas las que articulan a situaciones especficas los elementos de aquel caudal que consideran apropiados; y, en esta forma, cumplen una doble tarea: por un lado, determinan cules de ellos son relevantes en trminos del problema a resolver; y por el otro, al usarlos, establecen su sentido, desde que ste es siempre funcin del contexto (Nun,1984:146-147).
Los razonamientos del sentido comn son, desde la perspectiva de Nun, evidentemente sistemticos y regulares. Pero, a diferencia del razonamiento cientfico, se trata de una regularidad gobernada por las necesidades que impone la accin prctica. Esto es: estas reglas no imponen criterios de verdad o falsedad como s lo hacen los de la ciencia sino de utilidad o inutilidad, adecuacin o inadecuacin a las necesidades que plantea la accin. De aqu que este autor pueda sostener que si la produccin social de significacin se lleva a cabo a partir de juegos de lenguaje diversos, y el sentido comn, como se ha visto, es un juego de lenguaje con sus reglas especficas, entonces los saberes especializados y el sentido comn no son dominios ms o menos racionales o desarrollados, sino tan slo regiones o juegos distintos del mismo lenguaje, incompatibles, inconmensurables pero no por eso incomparables. Esta conclusin a la que permiten arribar las teoras wittgenstenianas es el punto de partida que Nun necesita para exorcizar la operacin iluminista de jerarquizacin de los distintos modos de razonamiento a partir del patrn de la filosofa superior operacin que ha caracterizado con harto frecuencia a un marxismo convencido de la existencia de una racionalidad la de su propia teora , con lo cual ya no hay enunciados verdaderos o falsos en trminos absolutos, sino usos apropiados o inapropiados al tipo de juego que se est jugando. Ante el dilema que se les plantea a estos intelectuales en transicin cmo formular una poltica cultural que no se piense como mera intervencin exterior, sino que haga lugar a la deliberacin democrtica entre racionalidades diversas Nun sealar la necesidad de buscar mecanismos de comparacin o traduccin y por tanto de comunicacin entre prcticas de razonamiento del sentido comn y de la cultura letrada8. Sin olvidar que esta traduccin, en tanto se ha dicho que hablar un lenguaje es participar de una forma de vida, deber consistir en volver relevantes ciertas formas discursivas propias de una esfera en otra (Nun:1988:86). Pero, antes de seguir avanzando, debe recordarse que el sentido comn, en tanto efecto de la hegemona de los sectores dominantes, es fundamentalmente el lugar de la doxa, esto es, de las formas naturalizadas de percibir el mundo y de las condiciones que las reproducen, y por tanto, es fuertemente conservador y resistente al cambio. Entonces, se pregunta Nun: No constituir este rasgo el lmite mismo de la comunicacin, esto es, de la traduccin de estos contenidos de los saberes especializados que son contrarios a la lgica de aqul, y que al quedar, por tanto, privados de toda aceptabilidad, son inverosmiles?9 Esta constatacin parece conducir a su vez a una paradoja: Ser que la nica opcin posible es, finalmente, la de desalojar estas ideas falsas que los sectores hegemnicos han instalado en la cabeza de los sectores populares a partir de una plataforma racionalista, reconociendo las operaciones interpretativas de estos sectores pero descartndolas por su imposibilidad de participar en un dilogo, y por tanto, perdiendo de vista, irremediablemente, el objetivo que esta poltica cultural alternativa estaba destinada a conquistar? Nun retomar aqu la nocin de buen sentido dentro del sentido comn de la que hablaba Gramsci y a partir de ella intentar vislumbrar una salida (Nun,1988:76 y ss.). Pues esta nocin identifica dentro de este dominio la persistencia aunque no sea en un nivel apenas instintivo de un sentido de oposicin entre mundos desiguales, an a pesar de su aparente conciliacin momentnea bajo la fuerza centrpeta del discurso hegemnico. En otras palabras, en ese agregado catico que es el sentido comn coexisten elementos que reproducen la visin de mundo de las clases dominantes, con otros que emergen de la experiencia prctica de los sectores populares y que refutan aqullos, incubando as el principio de una contradiccin, que, no obstante, puede o no llegar a manifestarse. Esos elementos constituyen [] el ncleo sano del sentido comn, lo que podra llamarse el buen sentido y que merece ser desarrollado y convertido en cosa unitaria y coherente (Gramsci,1990:11). Si esto es as, entonces una poltica cultural no podr consistir en introducir ex novo una ciencia en la vida individual de todos, sino de innovar y tornar crtica una actividad ya
existente; o, en otros trminos, deber emprender una crtica del sentido comn a partir de este ncleo crtico que subsiste en el sentido comn mismo. A juicio de Grner, el crtico del sentido comn deber operar como el psicoanalista que desmonta la autointerpretacin implcita en los sueos, lapsus o actos fallidos del paciente Y esto porque el sentido comn, igual que el discurso del neurtico, dice la verdad con el mismo gesto con el que la oculta, y la dice de manera intermitente [...] la tarea de la filosofia de la praxis gramsciana es transformar ese parntesis en una intervencin consciente y deliberada en el campo de la lucha por el sentido. (Grner,1990:8-9). Sintetizando, entonces, la preocupacin que se encuentra en la base de este grupo de textos que venimos analizando: si se admite, como premisa, una actividad simblica propia de los sectores populares, entonces una poltica cultural democrtica deber fundarse en un modelo de comunicacin entendido tambin como un modelo de traduccin que permita el dilogo, la deliberacin, y no la mera imposicin autoritaria. Reconocido el sentido comn como la matriz interpretativa bsica de estos sectores, se advierte no obstante que ste tambin es el principal soporte de la hegemona. Sin embargo, para Gramsci este conservadurismo esconde una percepcin prctica, ms o menos consciente, de la desigualdad. La pregunta siguiente es, por tanto, cmo volver traducibles, relevantes o pertinentes a partir de ese ncleo aquellos elementos provenientes de otros juegos de lenguaje elementos de cuya socializacin depende, en gran parte, la transformacin que estos intelectuales quieren impulsar, y que por tanto, constituyen una condicin de la poltica que son contrarios a aqulla dimensin retrgrada del sentido comn. Este es el punto en que el texto de Grner parece continuar el de Nun. Suscribiendo tambin a la analoga del juego que constituye la base de la reflexin wittgensteiniana, Grner postula que en un juego de lenguaje cualquiera pueden identificarse, como en todo juego, tres niveles: 1- el de las reglas del juego por ejemplo, las reglas del ajedrez cuya transgresin completa significara la inmediata desaparicin del juego mismo; 2- el nivel de lo que Grner llama las jugadas clsicas, vale decir, donde el uso de la jugada est consagrado por una cierta tradicin, y por tanto, no implica prcticamente ninguna creatividad personal; y 3- el nivel de la jugada personal, que s es creativa, aunque siempre limitada en su creatividad por el respeto a las reglas (Grner:1990:13). Es fcil adivinar que, si el sentido comn es un juego, tanto como el ajedrez, Grner est asimilando el nivel 2 con el carcter dogmtico y conservador del sentido comn, mientras que el nivel 3 pareciera quedar identificado con esos momentos intermitentes, espordicos de autorreflexividad, que podran servir de base para la conformacin de un dispositivo ideolgicocultural alternativo; slo que estos elementos potencialmente liberadores no pueden hacerlo por s mismos: requieren de un discurso crtico parcialmente externo capaz de articularlos. Cmo llevar a cabo esa tarea? Sigue Grner: el afn iluminista pretendera destruir desde afuera el nivel 1 el de las reglas de juego , y por lo tanto, obligar a los jugadores a cambiar de juego. Como esto es imposible de hacer operando nicamente sobre el nivel 1 a menos de hacerlo por la fuerza (o sea, pateando el tablero), es obvio que una pretensin semejante conducira inevitablemente al sustituismo autoritario. Y agrega: Admitimos que esta haya sido una pretensin dominante durante toda una larga y ominosa poca del marxismo [...] Pero no creemos que sea la concepcin dominante en la crtica del sentido comn que propone Gramsci como tarea para la filosofa de la praxis (Grner,1990:15). En efecto, se sabe que Gramsci argument, precisamente, que la lucha ideolgica no se lleva a cabo desplazando un modo de pensamiento integral y completo de clase por otro sistema de ideas totalmente organizado: por el contrario, propone la guerra de maniobras frente a la guerra de posiciones10. Es decir, Gramsci razona Grner parece proponer una operacin sobre el nivel 2 de las jugadas clsicaslos mensajes congelados del sentido comn que apoyndose en el nivel 3 de los estilos personales es decir, en las posibilidades creativas que el sentido comn todava mantiene vaya articulando de tal manera los niveles 2 y 3 que esa combinacin termine por resultar incompatible con el nivel 1:
[...] haciendo estallar desde adentro las reglas del juego, sin necesidad de patear el tablero [...]. Por supuesto que, para que esa compleja operacin sea posible, la filosofa de la praxis la lleva adelante con
sus propias reglas, con su propio nivel 1; de otro modo, dejara librado el juego a su propia espontaneidad, lo que significa: a su sumisin al nivel 1 original, ya que no hay juego sin reglas (Grner,1990:14).
El ejemplo tpico aqu seran las intervenciones populistas, que renuncia a la crtica del sentido comn popular, an habiendo aceptado que ese sentido comn representa el congelamiento de elementos propios de la ideologa dominante. Pero esa introduccin de las propias reglas se produce necesariamente, a juicio de Grner, de manera democrtica y abierta, en tanto la accin, por parte de las reglas de juego de la cultura letrada, sobre la base de los niveles 2 y 3 del otro juego no puede realizarse sin que su propio nivel 1 se modifique en alguna medida en el dilogo, en un proceso que redefine su misma identidad por el mismo movimiento con el que redefine la identidad del otro juego, y en consecuencia, de todo el orden social en tanto efecto del trabajo de representacin del mismo que ambos juegos llevan a cabo11. Y es aqu donde queramos llegar, a fin de elucidar las diferencias entre aqul debate colectivo que, prrafos ms arriba, vimos que propona Beatriz Sarlo, y ste que proponen tanto Nun como Grner. En primer lugar, ya dijimos que al convocar a todos los sectores a un dilogo abierto en materia de cultura, Sarlo no tiene en cuenta que los sectores populares pueden no responder a la convocatoria an estando efectivamente a su alcance, dira ella misma o, si lo hacen , pueden responder desde su misma condicin de hegemonizados desplegando sus opciones segn su capital cultural previo, y por tanto, manteniendo incuestionado el orden que los subordina. Por el contrario, el tipo de participacin en el que estn pensando tanto Nun como Grner es aquella que ponga de manifiesto, para criticarla, el funcionamiento mismo de la hegemona, descubriendo aquellas zonas en donde se intuyen las condiciones de opresin para apoyarse en ellas en vistas a la construccin de un nuevo orden. En otras palabras: precisamente porque estos autores tienen presente la condicin de hegemonizados de los sujetos, su estrategia apunta a potenciar la capacidad transformadora de aquellas partes en donde la hegemona se debilita o fisura el ncleo de buen sentido a fin de emprender su crtica. En segundo lugar, el tipo de debate que sugiere Sarlo es el paso previo al diseo de una poltica cultural democrtica, ya que aqul constituye el espacio de confrontacin y posterior seleccin de los valores a ser difundidos por sta. Por el contrario, en este contexto que requiere la refundacin de una sociedad democrtica con los materiales de una sociedad autoritaria, para Nun tanto como para Grner, una poltica cultural es esta confrontacin, entendida no como competencia de valores preexistentes, sino como instancia en la que traducciones, impugnaciones y/o aceptaciones de por medio se construirn colectivamente los valores sociales como as tambin las identidades de los actores que los defienden. Es por eso que decamos, al principio de este trabajo, que este modo de concebir las polticas culturales les atribua el carcter de metapolticas, en tanto ellas se proponen no como una intervencin en base a preferencias dadas, sino como intervenciones en el proceso de lucha por la representacin de el repertorio mismo de preferencias posibles, y por las condiciones de produccin y reproduccin de tal repertorio (Grner,1990:9)12, o, lo que es lo mismo, intervenciones en el proceso de lucha por una nueva hegemona. 6- Tal vez el lector se preguntar por qu cre relevante la revisin de este debate en torno a las imbricaciones entre poltica, cultura y polticas culturales que a principios de los 80 convoc a los intelectuales del Cono Sur y que a muchos a quienes preocupa el fortalecimiento de un Estado democrtico an contina convocando. Lo considero relevante porque los autores que en l participaron habilitan un lugar desde el cual formular una crtica contra el modelo de polticas culturales que hoy predomina en la reflexin de las ciencias sociales. Modelo que lejos de apoyarse sobre el reconocimiento de la importancia de las polticas culturales en la creacin de consensos polticos que, en aqul momento de honda valoracin de la democracia, tea el diagnstico de Garretn resulta, en cambio, plenamente funcional a los requerimientos autoritarios del neoliberalismo. Esto puede constatarse, al menos, en dos aspectos.
Por un lado porque el modo dominante de pensar actualmente las polticas culturales las reduce a la gestin de diferencias simblicas y la provisin/administracin de instituciones culturales especficas para que ellas puedan expresarse sin restricciones; las autonomiza, de esta manera, de un espacio de relaciones sociales de dominacin que no podran, evidentemente, no tener efectos culturales y fortalece, as, el sueo optimista del neopopulismo que quiere hacernos creer que, en tanto estas diferencias estn integradas sin distinciones ni jerarquas, ha llegado el fin del conflicto poltico. Por el otro, porque pensar las polticas culturales como mera habilitacin neutra de espacios institucionales de enunciabilidad y visibilidad para las diversas diferencias, permite ocultar la intervencin mxima de este Estado supuestamente mnimo en la profundizacin de las desigualdades. Sabemos, por ejemplo, que nunca como en estos tiempos de Estado reducido se ha incrementado tanto el esfuerzo de destruccin de los sujetos colectivos a fines de re-constituirlos imaginariamente como un agregado de individuos atomizados, de contribuyentes cuya responsabilidad se extiende hasta el lmite mismo de sus posesiones personales. Y esto es, en muy buena parte, el efecto de una compleja y generalizada poltica cultural, que consisti en un trabajo de reafirmacin activa de las tpicas ms conservadoras del sentido comn, trabajo que no necesariamente tuvo su base de operaciones en las instituciones identificadas, tradicionalmente, como instituciones de la cultura: por ejemplo, la celebracin de la expeditividad del poder ejecutivo por sobre el diletantismo de los rganos deliberativos, la asociacin de la pobreza con el delito, la vinculacin del ejercicio de la memoria con el apego por el pasado, etc. Recuperar, por ltimo, esta definicin metapoltica de las polticas culturales, es, en este contexto, una operacin poltico-cultural en s misma; tal vez, parafraseando a Gramsci, un movimiento nada ms pero tampoco nada menos en esta guerra de maniobras 13.
Referencias bibliogrficas
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Al respecto, confrntese AA.VV (1987); Nstor Garca Canclini, (1984 y 1986); J.C. Portantiero, (1981); J.J. Brunner, (1988b); Jos Aric (1988), entre otros.
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Esta es, por ejemplo, la tesis central de Daniel Mato (2001) en Estudios y otras prcticas latinoamericanas en cultura y poder: crtica a la idea de Estudios Culturales Latinoamericanos y propuestas para la visibilizacin de un campo ms amplio, transdisciplinario, crtico y contextualmente referido. Tambin la de Jess Martn Barbero (1997) en Nosotros habamos hecho estudios culturales mucho antes de que esta etiqueta apareciera.
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Nos referimos a Polticas culturales y democracia: hacia una teora de las oportunidades (Brunner, 1988a).
Si, en tanto socilogo, Brunner limita el mbito de intervencin del intelectual en materia de polticas culturales a la faz organizacional de la cultura es porque su nocin de la sociologa abarca, tambin ella, slo esa dimensin. As, su planteo en materia de polticas culturales se funda, precisamente, en la distincin de dos planos constitutivos de la cultura: mientras el primero el microscpico y privado da lugar a la nocin antropolgica de cultura como formas de vida, esto es, la sociedad vista como totalidad cultural, el segundo remite a la nocin sociolgica de cultura, donde sta aparece como una organizacin de la cultura (Brunner,1988c:265). Para Brunner, las polticas culturales slo pueden afectar este segundo nivel: ellas no alcanzan nunca, por s mismas, aquella zona cotidiana donde la cultura se constituye como expresin de los sentidos generados interactivamente por los individuos. En este plano la cultura escapa al control del diseador, a la intervencin de la poltica deliberada, a la planificacin y a la accin instrumental directa (1988c:270), ya que los fenmenos especficos de la cultura cotidiana dependen altamente de las condiciones ms generales de organizacin de la sociedad que rigen las prcticas interactivas ms habituales de la vida diaria (1988c:263). Quedan afuera de su definicin de la sociologa de la cultura y, por tanto, de su planteo en torno a las posibilidades y responsabilidades del socilogo en materia de polticas culturales la cuestin de los efectos de poder de esas intervenciones, de los consumos y apropiaciones de los mensajes, de la ideologa de los mismos, etc., cuestiones todas que s afectan aspectos fuertemente vinculados a la vida cotidiana, ya que sin ellas no podran comprenderse, por ejemplo, las prcticas a travs de las cuales se construyen las identidades sociales.
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Se deduce entonces que no puede haber un lenguaje privado porque lo que hay es una comunidad de seguidores de reglas: el acento est puesto en el carcter pblico, intersubjetivamente compartible y convencional de los criterios o reglas de uso de las palabras.
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Es por eso que en su Averiguacin sobre algunos significados de peronismo Nun asume que cualquier intento de entender el peronismo como fenmeno de masas no puede partir de una definicin de este trmino que se reduzca a los contenidos de los discursos de Pern, ni a las explicaciones que ofrece la teora poltica. Su opcin metodolgica consistir en comenzar por dar cuenta de los significados de peronista que los propios sujetos que as se califican construyen a partir de sus prcticas de razonamiento de sentido comn.
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Por ejemplo, pinsese en las dificultades existentes para socializar, tornndolo aceptable o verosmil, cualquier razonamiento que devele el carcter pre-juicioso y arbitrario de los discursos racistas, discriminadores, etc.
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Al respecto, la siguiente reflexin de Stuart Hall resulta ilustrativa de lo que debe entenderse por lucha contrahegemnica en el marco de una guerra de maniobras: [...] es correcto sugerir que el concepto de democracia no tiene un sentido totalmente fijado que pueda ser adscripto exclusivamente al discurso de las formas burguesas de la representacin poltica. Democracia en el discurso del Occidente libre no produce el mismo sentido que cuando hablamos de la lucha popular democrtica o de la profundizacin del contenido democrtico de la vida poltica. No podemos permitir que el trmino sea totalmente expropiado por el discurso de la derecha. Y, por supuesto, sta no es una operacin nicamente discursiva. Los smbolos y slogans poderosos de ese tipo, con un peso poltico poderosamente positivo no oscilan, por s mismos, de un lado a otro del lenguaje o de las representaciones ideolgicas. La expropiacin del concepto tiene que ser constatada a travs del desarrollo de una serie de polmicas, a travs de la conduccin de formas particulares de lucha ideolgica: extraer una significacin del concepto del dominio de la consciencia pblica y suplantarlo dentro de la lgica de otro discurso poltico. [...] Y significa la articulacin de este proceso de deconstruccin y reconstruccin ideolgica en un conjunto de posiciones polticas organizadas y en un conjunto particular de fuerzas sociales. Las ideologas no se vuelven
efectivas como fuerzas materiales porque emanen de las necesidades de clases sociales completamente formadas. Sin embargo, lo contrario puede ser cierto, aunque invierta la relacin entre ideas y fuerzas sociales. Ninguna concepcin ideolgica puede ser materialmente efectiva a no ser que pueda ser articulada en el terreno de las fuerzas sociales y polticas y en las luchas entre diferentes fuerzas en juego. (Hall,1998:14).
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En el artculo que venimos comentando, Grner ofrece como ejemplo de prctica en donde anida este sentido de escisin o buen sentido a la cultura carnavalesca de la Edad Media que Bajtin examina en su libro La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. En efecto, la burla popular del carnaval logra invertir la lgica cotidiana construyendo un mundo al revs en donde lo alto es lo bajo, los poderosos son siervos, lo serio es objeto de risa. Pero este impulso subversivo carece de continuidad: tras ese parntesis catrtico, el mundo vuelve a su lugar, y los poderes hegemnicos a sus fueros. La conclusin es que el carnaval [...] se constituye as en una vlvula de escape que alivia tensiones, y por eso, en el fondo, es una va indirecta de reforzamiento del control social (Grner, 1990, 9). Ahora bien: ello no significa que esa funcin tenga un carcter exclusivamente reaccionario. En esa catarsis- sostiene Grner- existen elementos inconscientes potencialmente liberadores que podran servir de base para un dispositivo ideolgico-cultural alternativo, slo que las clases subalternas no pueden hacerlo por s mismas, en tanto la conciencia de la libertad ganada en esas fiestas es limitada y fragmentaria. El mismo ejemplo aparece en un texto de J.J. Brunner anterior al de Grner, en el que, comentando tambin a Gramsci, el socilogo chileno advierte la necesidad que el discurso crtico del Renacimiento habra tenido de apoyarse en la cultura popular cmica medieval para construir una sntesis cultural opuesta a la cultura feudal. El artculo de Brunner podra leerse entonces como una continuacin retrospectiva del texto de Grner, ya que proporciona casualmente a partir del mismo caso de anlisis- un ejemplo de este modelo de intervencin poltico-cultural que se est intentando construir a partir de las lecturas de Gramsci y Wittgenstein. As, siguiendo a Bajtin, Brunner sostiene que la superacin de la cultura hegemnica feudal y catlica no poda ser instrumentada por el folklore carnavalesco sino por una cultura organizada; esto es, por una concepcin del mundo homognea, sistemtica y socializable a travs de una organizacin material e institucional, condiciones stas que s lograba reunir la cultura del Renacimiento. Sin embargo, slo a travs de estas prcticas de carnavalizacin del mundo que ya existan en la cultura de las clases subalternas se hizo posible el proceso de hegemonizacin de los valores del Renacimiento. La tesis de Bajtin es que la ideologa del Renacimiento pudo eventualmente imponerse en tanto que se apoy en la cultura popular cmica. Por s misma esa ideologa nunca hubiese podido desmontar el poderoso aparato feudal y gtico que con la ayuda de la Iglesia Catlica se haba universalizado durante los siglos precedentes. Slo la poderosa cultura cmica popular poda llevar a cabo esa tarea. (Brunner,1988b:167-168). El ejemplo escogido tanto por Grner como por Brunner, tal vez por demasiado lejano, pierda eficacia a la hora de mostrar el modelo wittgensteniano/gramsciano en movimiento. Puede buscarse, consecuentemente y para aclarar este punto, un caso contemporneo. Pinsese entonces en la conocida tesis de numerosos autores para quienes el proceso histrico de constitucin de la cultura masiva en Latinoamrica fue posible por su capacidad de articularse con ciertos elementos especficos de la cultura popular lo corporal, lo no-verbal, lo obsceno, lo humorstico, lo misterioso, lo melodramtico, etc (cfr. Anbal Ford, 1990); lo cual, si bien en algunos puntos implic sin duda su vaciamiento, fue, en otros niveles, una traduccin al lenguaje de los medios de aquellas zonas de la cultura popular desplazadas y opuestas a la razn modernizadora las para-logias , caracterizada por su privilegio de la cultura letrada y por la escritura como su forma principal de comunicacin.
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Se comprende, adems, por qu-a diferencia de Brunner- esta nocin de poltica cultural desborda aunque por supuesto incluye- el estrecho marco del nivel organizacional de la cultura, para situarse tambin en las prcticas de la cultura vivida cotidianamente.
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El lector podr profundizar el problema de las polticas culturales, el trabajo poltico sobre el sentido comn y la gestin de las diferencias en los artculos de Ana Mara Ochoa Gautier, Emeshe Juhasz-Mininberg y George Yudice ( publicados en este mismo volumen), entre otros.
Walter D. Mignolo *
I. La trayectoria intelectual y poltica de Silvia Rivera Cusicanqui, en los Andes, es un ejemplo paradigmtico para entender la importancia y las consecuencias de la geopoltica del conocimiento. Los procesos de descolonizacin poltica, en la segunda mitad del siglo XX, fueron acompaados por la iniciacin de proyectos de descolonizacin intelectual. La descolonizacin poltica asumi que la construccin de estados nacionales autnomos, en Asia y en Africa, era la solucin. Durante la primera mitad del siglo XX era todava muy temprano para entender que la construccin de los estados nacionales, en Europa, estuvieron ligados a la segunda expansin imperial. Esto es, la expansin imperial de los Estados-nacionales, seculares y democrticos, y no ya no la expansin imperial de Estadosreligiones, religiosos y monrquicos, de los siglos anteriores, tanto en el caso del cristianismo, pero tambin del islamismo que lo precedi. No obstante, si bien se habl de descolonizacin teniendo la autonoma de los Estados nacionales como horizonte (lo cual explica las posiciones tomadas por Frantz Fanon en su libro de 1961, Los condenados de la tierra ). En ese momento todava no haba una conciencia expandida de la necesidad de pensar la descolonizacin a dos niveles. Uno, la descolonizacin econmico-poltica. El otro, la descolonizacin intelectual. La descolonizacin econmico-poltica, durante la guerra fra, no tuvo ms remedio que negociar entre los dos bloques. Patrice Lumumba fue una de las vctimas, quizs de las primeras, de esa tensin. Por otra parte, se asuma que la descolonizacin implicaba, por eso mismo, independizarse de los legados del colonialismo europeo. En ese sentido, la poltica exterior de Estados Unidos tuvo un papel importante al apoyar los movimientos de liberacin nacional al mismo tiempo que se iniciaban proyectos de recolonizacin en otro estilo. Pero no se pensaba en la Unin Sovitica como otro tipo de imperialismo ni, por lo tanto, en la descolonizacin de los pases que estaban bajo su control. As, la descolonizacin econmico-poltica signific, fundamentalmente, la independencia de los pases que haban estado, hasta ese momento, bajo control de la segunda ola de colonizacin iniciada por tres pases europeos, fundamentalmente, a partir de finales del siglo XVIII y como consecuencia de la creciente hegemona de occidente despus de la revolucin industrial. Para el orden econmico-poltico, Immanuel Wallerstein seal tres corrientes ideolgicas formadas despus de la revolucin francesa: el conservadurismo, el liberalismo y el socialismo (Wallerstein,1995:232-251). En Occidente, estas corrientes ideolgicas surgieron de la prdida de hegemona del cristianismo que regul el orden poltico-econmico (tanto en su versin catlica como protestante) en la emergente economa del Atlntico. El imperio Ruso, que comienza a gestarse hacia finales del siglo XVI es un imperio al margen de occidente (como lo dice Leopoldo Zea, 1957) en tanto es un imperio al margen del capitalismo occidental y marcado por el cristianismo ortodoxo. Ahora bien, en la medida en que la expansin de la economa capitalista creci, esa expansin fue acompaada en todos los lugares del planeta por el liberalismo y el socialismo (socialismo-marxista a partir de la segunda mitad del siglo XIX y, sobre todo, de marxismo-leninismo y de materialismo dialctico despus de la revolucin Rusa). El cristianismo, un tanto relegado por las ideologas seculares, nunca se desprendi de ellas. Ni tampoco a estas ideologas le convena separarse del cristianismo. El cristianismo ya estaba implantado en varios lugares del planeta desde el siglo XVI. Sobre todo en las Amricas y en Asia, donde
los Jesuitas llegaron por primera vez en 1582. Por otra parte, las misiones cristianas continuaron su derrotero en Asia y en Africa, despus del siglo XVIII. Estas nuevas formas ideolgicas que acompaaron al capital en su expansin planetaria tuvieron, en el orden intelectual, dos nuevos aliados: la ciencia y la secularizacin de la filosofa. La secularizacin de la filosofa tuvo, a grAndes rasgos, dos trayectorias que sucedieron a los problemas planteados por la filosofa teolgicamente orientada por el cristianismo. Una de estas trayectorias fue la emergencia de la ciencia, como pensamiento y como prctica, la tcnica. La otra, fue la metafsica que se dedic a pensar el mtodo, el espritu y el ser. De tal modo que, en la segunda mitad del siglo XX cuando comienza la segunda descolonizacin econmico-poltica (la primera haba ocurrido a finales del XVIII y principios del XIX-Estados Unidos, Hait y las repblicas Hispano-Americanas), no se cuestiona para nada la descolonizacin intelectual. La descolonizacin poltico-econmica se pens a partir de las categoras de pensamiento que acompaaron la colonizacin de los pases que se descolonizaban. Y cules eran las alternativas? O bien una economa liberal apoyada en los ideales de autonoma heredados de la ilustracin. O bien una economa socialista siguiendo el ejemplo de la revolucin Rusa. Cuba es uno de estos ejemplos de descolonizacin capitalista y de proyecto socialista. Por lo tanto, el Estado y la universidad cubana no desligaron el proyecto econmico-poltico del marxismo tal como se haba pensado en Europa y se haba implementado en Rusia. Y al no hacerlo aceptaron la necesidad de la descolonizacin poltico-econmica sin pensar la necesidad de la descolonizacin intelectual y epistmica. El movimiento Sandinista, en Nicaragua, sufri las consecuencias de esta ceguera con respecto a los habitantes Misquitos. Parte fundamental de Cuba es la poblacin y la memoria Afro-Caribea. Parte fundamental de Nicaragua, de Centro Amrica y de los Andes, es la poblacin y la memoria indgena. Estos dos tipos de poblacin y de memorias nunca fueron parte fundamental ni del cristianismo, ni del liberalismo ni del marxismo. Qu hacer, entonces? De acuerdo a este esquema habra tres vas y son las que se re-articularon, en Amrica Latina, en la segunda mitad del siglo XX, durante el perodo de la guerra fra. Una, la creciente afirmacin del liberalismo en su versin neo-liberal (e.g., la civilizacin del mercado cuyo principio fundamental sostiene que una economa de mercado contribuir a la democracia global). Este principio va acompaado de una transformacin en el orden del conocimiento orientado, de ms en ms, hacia un orden eficiente que aseguro el funcionamiento del mercado y, por lo tanto, que contribuya a la democratizacin de la sociedad. Por otro lado, el cristianismo en sus dos vertientes. La vertiente de la Iglesia en complicidad con el Estado y el Capital y, por otro, la emergencia de la teologa de la liberacin y de la filosofa de la liberacin. Ambos fueron y siguen siendo proyectos de descolonizacin espiritual el primero e intelectual (epistmica y tica. Ver:Dussel,1998). Finalmente, la contribucin del marxismo no slo en el orden poltico (e.g. revolucin Cuba), sino tambin en el orden intelectual que perme en distintos tipos de proyectos desde la teora de la dependencia hasta la teologa y la filosofa de la liberacin (Gutirrez, Hinkelammert). No obstante, y a pesar de la importancia poltica e intelectual de los proyectos oposicionales a la expansin del capital derivados del cristianismo y del marxismo, ambos reprodujeron, en Amrica Latina, el esquema que surgi en Europa despus de la revolucin industrial. El gran olvido y el gran silencio aqu fue, y sigue siendo en cierto sentido, la colonialidad. La reproduccin de todo el esquema de pensamiento gestado en Europa, desde el cristianismo, el liberalismo y el marxismo hasta la ciencia y la filosofa, se reprodujo con variantes en Amrica Latina, tambin se tendi a pensar que el colonialismo haba concluido en su mayor parte a principios del siglo XIX, con la excepcin de Cuba. Como se consider que el colonialismo haba concluido se pens en la modernidad. As, la reflexin sobre Amrica Latina y la modernidad (perifrica) pas por alto que lo que estaba en juego en la modernidad era, en realidad, nuevas formas de colonialidad . Por esta misma razn es esencial, hoy, pensar de qu manera la post-modernidad, en Amrica Latina, es la cara visible de la post-colonialidad. Esto es, de nuevas formas de colonialidad. En este sentido la post-colonialidad no es el fin de la colonialidad sino su re-articulacin, su nueva cara. De tal modo que, al mismo tiempo que el Plan
Colombia re-estructura la colonialidad, y en este sentido el Plan Colombia es un proyecto post-colonial, este va acompaado de teoras que analizan la re-estructuracin de la modernidad, esto es, de la postmodernidad pero pasan por alto la cuestin de la colonialidad. El libro de Michael Hardt y Antonio Negri (2000) es el ejemplo ms contundente de esta coyuntura. Mientras que las teoras que contribuyen a revelar los mecanismos del capitalismo tardo, post-moderno, son sin dudas necesarias, estn lejos de ser suficientes para quien siente y percibe las cosas desde la perspectiva de la colonialidad. Por esta razn son necesarias alternativas a las teoras post-modernas (Quijano,2000:342-386 y Dussel,1998). Por otra parte, la posibilidad de pensar alternativas a las teoras post-modernas implica pensar la geopoltica del conocimiento, la colonialidad del saber y las nuevas formas de colonialidad global que se estructuran en proyectos como el Plan Colombia y la guerra contra el terrorismo. La alternativa a la modernidad del saber no es por cierto la post-modernidad del saber. Las formas post-modernas de pensamiento no nos conducen a alternativas a la modernidad sino, en el mejor de los casos, a modernidades alternativas. Las alternativas a la modernidad, esto es, la descolonizacin del saber, tiene que provenir tambin de formas de pensar que fueron desprestigiadas por la modernidad del saber. La colonialidad del saber son, por lo tanto, formas de conocimientos que fueron en su momento desprestigiadas y que, en este momento, se afirman como posicin crtica a la idea de totalidad que define la modernidad del saber (e.g., cristianismo, liberalismo, marxismo, ciencia, filosofa). La colonialidad del saber revela el exceso, aquello que escapa a la totalidad. Tal exceso constituye la exterioridad, aquello que la totalidad ve, reconoce, pero que no puede controlar. Aquello que se escapa. La modernidad del saber es parte de los diseos y proyectos coloniales, aunque algunas facetas de esa modernidad (marxismo, psicoanlisis) sean crticas. Pero ser crticas no significa no ser parte de la modernidad o de la postmodernidad, de la modernidad o de la postmodernidad del saber. As, la colonialidad tanto del poder como del saber, sera un fenmeno de doble cara. Por un lado, la cara de los mecanismos mediante los cuales opera el poder colonial a todos niveles. No obstante, el aspecto fundamental estara en el hecho de que la colonialidad del poder est asentada sobre la colonialidad del saber. Fueron, y son, las formas del saber moderno en las que se justific el colonialismo. Por otro lado, el hecho de que en la colonialidad del saber y del poder se fundaron y crearon experiencias y subjetividades. La colonialidad del ser sera una de las consecuencias tanto de la colonialidad del saber como la del poder. En esta compleja experiencia se funda un tipo de pensamiento alternativo a la modernidad y a la postmodernidad centrada en el Atlntico norte y derivada a varias partes del globo, que, sin embargo, no puede prescindir ni de la modernidad ni de la postmodernidad, entendidas ambas como formas histrico-sociales y como configuraciones epistmicas . No puede prescindir, pero tampoco quiere sucumbir a ella. Esta es precisamente la tensin entre la idea moderna y postmoderna de totalidad (no hay afuera del imperio, dicen Hardt and Negri) y la experiencia colonial y postcolonial de exterioridad (no habr afuera del imperio, pero si hay afuera del discurso que dice que no hay afuera del imperio, diran quienes se embarcan en la descolonizacin del saber). Se trata, entonces, de traducir la experiencia colonial y postcolonial de exterioridad en idea y, a partir de ah, mostrar la experiencia que subyace a la idea moderna y postmoderna de totalidad . As, la colonialidad del poder y del saber son mecanismos que deben ponerse de relieve. Los proyectos que lo hagan sern proyectos descolonizadores, proyectos de descolonizacin del saber. Frantz Fanon no slo fue un activista poltico que arriesg su carrera y su vida en el proceso de descolonizacin de Argelia. Fue tambin un pensador que mostr algunos aspectos de la colonialidad del saber y, al mismo tiempo, sugiri caminos para su descolonizacin. En Los condenados de la tierra (1961) comprob los lmites del psicoanlisis en Argeria. Psicoanalizar una persona cuya lengua es el rabe o el berber, su religin el Islam, y su historia la historia de Mahgreb, no da el mismo resultado que psicoanalizar una persona cuya lengua es una de las lenguas vernculas de Europa, su religin el cristianismo y su historia la historia del capitalismo europeo. El psicoanlisis surgi para solucionar problemas surgidos en ciertas condiciones histricas que no se traduce automticamente a otras. El psicoanlisis no es universal, aunque la expansin colonial de Europa haya transformado una historia
local en diseo global. Por otra parte, en su primer libro, Piel Negra, Mscaras Blancas (1952) escrito en Francia, seala que el esclavo afro-americano, en el Caribe, no necesita leer a Marx para saber que es explotado ni tampoco es seguro que el proyecto de la revolucin del proletariado sea para l una solucin. Aunque Fanon no lo explique en detalle, est implicado que el proletario en el que Marx pensaba era un proletario, esto es, masculino y blanco. Un proletario para el cual la cuestin de la raza no era una cuestin. Por otra parte, se asume tambin que en el desarrollo del capitalismo desde la acumulacin originaria hasta la revolucin industrial, presenciamos un proceso ascendente en el cual otras formas de explotacin que no sean la del patrn-obrero de la sociedad industrial desaparecen, y quedan atrs, como formas primitivas de acumulacin. La colonialidad del saber es el lado oscuro de la modernidad del saber. Los proyectos de descolonizacin consisten, entonces, en dos momentos. Uno, poner de relieve la colonialidad debajo de la modernidad del saber. Otro, construir un saber que provienen de experiencias coloniales (como la esclavitud en las plantaciones del Caribe a partir del siglo XVI, o de las poblaciones indgenas en diversas partes de la Amrica continental como as tambin de historias similares en Asia y en Africa). En la segunda mitad del siglo XX surgieron, en varias partes del planeta, proyectos de descolonizacin del saber. La filosofa, tanto en Africa como en Amrica Latina, abordaron la cuestin de la descolonizacin del saber (Mignolo). El proyecto del grupo de Estudios Subalternos del Sur de Asia plante la cuestin en el terreno de la historia. Edouard Glissant, en el Caribe francs, lo hizo en el dominio de la literatura y de la historia. En fin, existen varios proyectos ya en marcha, algunos de los cuales estudi en (Mignol,2000). Aqu me voy a ocupar de algunas contribuciones fundamentales, a esta problemtica, hechas por la sociloga y activista boliviana, Silvia Rivera Cusicanqui en vista, como dije antes, al proyecto de Geopolticas del conocimiento. II. A mi modo de ver, tres ejes caracterizan el pensamiento de Silvia Rivera Cusicanqui y le dan un perfil definido a su contribucin al pensamiento crtico en los Andes y en Amrica Latina, son los siguientes. El primero de esos ejes es la actualizacin del concepto de colonialismo interno conjugando dos genealogas disciplinarias y nacionales: la de la sociologa antropolgica mexicana (Pablo Gonzlez Casanova y Rodolfo Stavenhaguen) con la historiografa econmica de la colonia en Argentina (Sergio Bag, Enrique Tandeter, Juan Carlos Garavaglia). Este viraje tuvo lugar en el marco de las discusiones, entre finales de los 60 y principios del 70, sobre la transicin del feudalismo al capitalismo en Amrica Latina. Los historiadores argentinos mostraron que tal transicin no tiene sentido en Amrica puesto que ni Tawantinsuyu ni Anahuac era sociedades feudales que estaban en la edad media en relacin a una presunta antiguedad griega y un presunto renacimiento. Lo que ocurra era otro fenmeno que implicaba otra historia. Y esta otra historia ocurra en otro espacio que no era el espacio presupuesto en la historia que en el tiempo se mova de Grecia a Europa Occidental y en el espacio de Grecia al norte del Mediterrneo. En esa historia se haba inventado una transicin que no tena ningn sentido en la colonizacin de Amrica. Una vez introducida la colonizacin y por lo tanto otra historia, los socilogos mexicanos, que presuponan este concepto, explicaron de qu manera la independencia y la construccin de los Estados-nacionales fueron en realidad nuevas formas de colonialismo practicado por las elites criollo-mestizas. Esto es, la independencia dio lugar a formas de colonialismo interno puesto que la colonialidad del poder que es inseparable de la modernidad no es lo mismo que colonialismo. La colonialidad del poder es, en realidad, el principio y la lgica poltica de clasificacin y de exclusin, inseparable de la modernidad. El largo ensayo de Rivera Cusicanqui, La raz: colonizadores y colonizados (Cusicanqui,1993) es el que quizs mejor ilustra la importancia del concepto en el pensamiento crtico-social y su importancia tambin en la descolonizacin del saber. Al mismo tiempo, este artculo hace posible establecer un dilogo con un tipo de reflexin que, sobre todo en Estados Unidos y en Inglaterra, Nueva Zelanda y Australia (y en menos proporcin India) se identifica como crtica postcolonial. Digo post-colonial con reticencia por dos razones. Una, como ya dije, porque por post-colonial puede hacer referencia a las nuevas formas de colonialidad articuladas por la sociedad post-moderna. Dos,
porque el trmino se identific con cierto tipo de pensamiento y de reflexin ligado a las ex-colonias inglesas y su repercusin en Inglaterra y, debido a la lengua inglesa, tambin en Estados Unidos. De tal modo que aunque la crtica post-colonial est generalmente referida al colonialismo ingls, su lugar de produccin y de mercadeo es en Estados Unidos. De modo que mi uso de post-colonial aqu tiene una doble justificacin. Una es la necesidad de aclarar el sentido del concepto. La primera justificacin es la necesidad de aclarar que por post-colonial se puede entender tanto las nuevas formas de colonialismo que se estructuran con la globalizacin y en este sentido post-modernismo son nuevas formas de manifestacin de la modernidad. Por otro lado, por post-colonialismo se entiende la reflexin crtica sobre las distintas formas de colonialismo y de colonialidad del poder, de la misma manera que por postmodernismo se entiende tambin la reflexin crtica sobre la modernidad. Ntese bien que digo la modernidad y distintas formas de colonialismo. Por lo tanto cuando se habla de modernidades alternativas todas ellas tienen un factor en comn, la modernidad europea, junto con la variedad colonial: los distintos colonialismos ejercidos en nombre de la modernidad europea. La segunda justificacin es que la propia Rivera Cusicanqui y la historiadora Rossana Barragn, emplearon el trmino en la coedicin y traduccin de un grupo selecto de artculos escritos por miembros del grupo de Estudios Subalternos Surasiticos (Cusicanqui y Barragn,1997). Leyendo la introduccin de Rivera Cusicanqui y Barragn al volumen se pueden comprender los vnculos intelectuales y la similaridad de proyectos al mismo tiempo que se comprende la diferencia entre el colonialismo hispnico, en los Andes, a partir del siglo XVI y el colonialismo ingls, en India, a partir de finales del siglo XVIII. De qu manera la diversidad de legados coloniales genera posturas y proyectos post-coloniales es lo que est en juego, precisamente, la genealoga de los conceptos de colonialismo, colonialismo interno y colonialidad en el pensamiento crtico-social en Amrica Latina. Otra contribucin de Rivera Cusicanqui son sus propuestas innovadoras y radicales sobre la interseccin entre tica y epistemologa en las ciencias sociales. Su crtica a la ciencia social andina subray las tensiones entre normas metodolgicas y principios epistemolgicos en las ciencias sociales, fundamentalmente la sociologa, la economa, la ciencia poltica y la historia. Dos son los artculos en los que se adelantan estos argumentos. Uno est dedicado a las sendas y senderos en la ciencia social andina y el otro al potencial epistemolgico de la historia oral, a los que me referir ms abajo. (2) Estas propuestas ofrecen una crtica radical al proyecto de abrir las ciencias sociales capitaneado por Immanuel Wallerstein junto con un grupo de distinguidos acadmicos de Europa y de Estados Unidos (con la excepcin, quizs, del antroplogo Haitiano Michel-Rolph Trouillot y el filsofo y novelista africano Valentin Mudimbe) e impulsado por la Asociacin Internacional de Sociologa y de Ciencias Sociales. No obstante, los fundamentos de las ciencias sociales como institucin, las lenguas en las que la institucin se maneja, no facilitan la posibilidad de que publicaciones en castellano, y en Bolivia, entren en los debates internacionales. Por el contrario, se asume que en tales lugares, geohistricamente marcados, no hay produccin intelectual o, si la hay, tiene slo valor local. En su artculo Sendas y senderos de la ciencia social andina Rivera Cusicanqui se pregunta por qu los cientistas sociales andinos no anticiparon la emergencia de Sendero Luminoso y por qu tuvieron dificultades en entender la naturaleza del fenmeno. Para responder a stas preguntas Rivera Cusicanqui reflexiona sobre el colonialismo interno pero no ya slo como un conjunto de fenmenos socio-polticos y econmicos, sino en cuanto fenmeno que invade la ciencia social andina tambin. Esto es, el colonialismo interno no es slo un fenmeno a ser estudiado sino un fenmeno en el cual las mismas ciencias sociales, y sobre todo las ciencias sociales en sociedades que se fundan en legados coloniales, estn involucradas. De manera que abrir las ciencias sociales implica, en primer lugar, preguntarse por la fundacin misma de la colonialidad del saber(3) y en el hecho de que las formas de saber fueron y son tambin parte de la expansin colonial. La ceguera epistmica y tica que seala Rivera Cusicanqui conducira a prcticas de pensamiento que asumen la cientificidad del mtodo y de los principios disciplinarios, sin cuestionar el hecho de que mtodo y principios disciplinarios fueron parte del paquete de la autoconstruccin de la modernidad y su consecuencia inevitable, la colonialidad. As, la exportacin/importacin (depende desde donde se mire y quienes son los actores involucrados en el
proceso) de las ciencias sociales a Bolivia, y a otros pases del Tercer Mundo, formaron parte del proceso de desarollo y modernizacin que caracteriz las dos dcadas posteriores a la segunda guerra mundial. Por eso es que El potencial epistemolgico de la historia oral es una contribucin radical, cuya radicalidad (junto con el hecho de que el artculo est publicado en espaol y en Bolivia) es quizs una de las razones por las cuales tanto Rivera Cusicanqui como este artculo no participen de los debates en los que se discuten asuntos semejantes de manera ms superficial. Para entender la radicalidad de la propuesta hay que distinguirla de los planteos cannicos relacionados con la historia oral, esto es, con la importancia justamente otorgada a informes y documentos que no estn registrados por la escritura. No obstante, la colonialidad es una dimensin ajena a estas ramificaciones de la historiografa. A pesar de la importancia que tuvo y tiene la apertura de la disciplina historiogrfica hacia fuentes no cannicas de investigacin, Rivera Cusicanqui hace otro tipo de planteo. No son las fuentes, su veracidad o falta de ella, lo que le interesa. En primer lugar, subraya y critica el criterio de razn instrumental que predomina en el concepto de ciencias sociales y la justificacin cientfica del conocimiento y la comprensin social. Esto es, el mtodo no garantiza ni un conocimiento y comprensin adecuados ni tampoco confiables a la vez que es un criterio que les permite, a los cientistas sociales, descalificar otras formas de conocimientos, acadmicas o no, bajo el privilegio auto-otorgado a la presupuesta cientificidad de las ciencias sociales. El potencial epistemolgico de la historia oral reside, en el argumento de Rivera Cusicanqui, en el hecho de que es posible producir conocimiento crtico y que este conocimiento y comprensin crtico es lo que le falta a la cientificidad de las ciencias sociales. Cul es pues el argumento? El argumento se funda en la experiencia que Rivera Cusicanqui tuvo con el Taller de Historia Oral Andina (THOA), en La Paz, de la que fue directora y del cual todava es parte (4) El THOA se cre con la participacin de intelectuales indgenas y mestizos/as. El propsito fue, y sigue siendo, el ejercicio de un pensamiento crtico puesto que, como en el caso de la escuela de Frankfurt, el THOA fue motivado por las presiones, los juegos de fuerzas y de poder de la misma historia. Mientras que en el caso de la escuela de Frankfurt la cuestin giraba en torno a los judos, en los Andes gir y gira en torno a los indgenas. En la escuela de Frankfurt, la filosofa y las ciencias sociales fueron inevitables. Estaban en su lugar, habitaban el suelo y la memoria que las fund y las mantuvo. Sin embargo, el mtodo y las disciplinas pasaron a ser secundarias en relacin a la dimensin tica y poltica del problema. En el caso del THOA se cre un grupo que contribuyera a entender los horrores del colonialismo desde la perspectiva indgena, as como la escuela de Frankfurt contribuy a comprender los horrores del racismo interno (la colonizacin interna en Europa) en el genocidio cometido por el estado alemn. En ambos casos, la mirada parcial (esto es, distinta a una supuesta mirada imparcial de las ciencias sociales respaldada por la neutralidad y el prestigio de la razn cientfica) es precisamente el pensamiento crtico, en Frankfurt y en La Paz, que conoce y comprende denunciando lo que, muchas veces, la cientifidad de las ciencias sociales oculta. O, como en el caso de Sendero Luminoso, simplemente no comprende; o, mejor, comprende de una manera mecnica ahistrica y acrtica aunque tenga la apariencia, y la pretensin, de historicidad y de crtica. En fin, no es el mtodo y la disciplina que animan y motivan el pensamiento crtico de la escuela de Frankfurt y del THOA, sino los problemas humanos, los horrores de la explotacin y de la desvalorizacin de la vida humana en pro de la eficiencia, la acumulacin y la neutralidad cientfica de las ciencias sociales (aunque no slo las ciencias sociales estn implicadas en este proceso). Rivera Cusicanqui caracteriz tambin el potencial epistemolgico de la historia oral en relacin a la sociologa participativa propuesta y defendida por el socilogo colombiano Orlando Fals Borda como un proceso de descolonizacin intelectual. La sociologa participativa consista, a grAndes rasgos, no slo en producir conocimiento compartido entre el socilogo y los sujetos estudiados (que en este esquema eran sujetos en posicin subalterna), sino tambin que tal conocimiento fuera destinado a los sujetos mismos. Este segundo proceso contribuira, segn Fals Borda, al proceso liberador y descolonizador. Por cierto que hay un paralelo nada casual entre la descolonizacin de las ciencias sociales que propona Fals
Borda y la pedagoga de los oprimidos que postul, practico y defendi el pedagogo y activista brasilero Paulo Freyre. Si bien Rivera Cusicanqui no se opone a la sociologa participativa, s se ocupa de marcar sus lmites. El lmite de la investigacin-accin (o investigacin participativa) reside en el hecho de que la investigadora o el investigador tiene todava la prioridad en la decisin de los temas a estudiar y los problemas a explorar y la prerrogativa de decidir la orientacin de la accin y las modalidades de participacin. El potencial epistmico de la historia oral, en cambio, se distingue de la razn instrumental y del mtodo de las ciencias sociales, de la oralidad como nueva fuentes de estudios histricos pero siempre dentro de las normas disciplinarias, y se distingue tambin de la investigacin-accin, la cual puede considerarse como un primer paso en el proceso de descolonizacin intelectual. Cul es pues el potencial epistmico de la historia oral?:
La historia oral en este contexto es, por eso, mucho ms que una metodologa participativa o de accin es un ejercicio colectivo de desalienacin, tanto para el investigador como para su interlocutor. Si en este proceso se conjugan esfuerzos de interaccin consciente entre distintos sectores, y si la base del ejercicio es el mutuo reconocimiento y la honestidad en cuanto al lugar que se ocupa en la cadena colonial, los resultados sern tanto ms ricos [] Por ello, al recuperar el estatuto cognoscitivo de la experiencia humana, el proceso de sistematizacin asume la forma de una sntesis dialctica entre dos (o ms) polos activos de reflexin y conceptualizacin, ya no entre un ego cognoscente y un otro pasivo, sino entre dos sujetos que reflexionan juntos sobre su experiencia y sobre la visin que cada uno tiene del otro (Rivera Cusicanqui,1990).
As, el potencial epistemolgico y terico de la historia oral introduce una dimensin faltante en la investigacin-accin: la historia y la experiencia histrica de los sujetos relacionados por estructuras de poder y, en este caso, principalmente por la colonialidad del poder. De qu manera? La investigacinaccin ofrece un correctivo a la versin cannica de las ciencias sociales y a su potencial colonizador, que depende todava de la historia que ha sido escrita por los colonizadores (castellanos en el caso de Bolivia) o por los pensadores liberales fundadores de los estados nacionales (criollos y mestizos en el caso de Bolivia). El potencial epistemolgico de la historia oral re-ordena la relacin sujeto de conocimiento-sujetos a conocer o comprender. Por otra parte, la tradicin oral no es slo una nueva fuente para la historiografa. Es ella misma produccin de conocimiento. El contador de cuentos ( story teller) es equivalente al cientista social, filsofo o crtico social, a la vez que el/la cientista social es equivalente contador/a de cuentos. En este sentido, y debido a la colonialidad involucrada en la sociedad y en las formas de conocimiento, Rivera Cusicanqui da un paso ms all que el dado por Walter Benjamin tanto en su reflexin sobre la historia como en sus reflexiones sobre los relatos orales ( the story teller). En el prrafo citado ms arriba se puede comprender, adems, las equivalencia entre el proyecto intelectual de Rivera Cusicanqui y las consecuencias y resultados del proceso revolucionario Zapatista articulado por el sub-comandante Marcos. La prctica de la doble traduccin en el caso de los Zapatistas es equivalente a la doble relacin entre sujetos planteada por Rivera Cusicanqui a partir de la historia oral. As como en el caso de los Zapatistas la cosmologa Marxista se infect con la cosmologa Amerindia, la cosmologa Amerindia se infecto tambin con el marxismo. En esta doble infeccin, y doble traduccin, desapareci la distincin entre el sujeto de conocimiento (marxismo) y el sujeto a ser conocido (la comunidad, pero no el pensamiento!, indgena). De modo que el algo ms al que se refiere Rivera Cusicanqui es, en realidad, una epistemologa que tiende a eliminar la diferencia por ser ella una epistemologa que se construye denunciando la diferencia colonial. Puesto que fue el ejercicio de la colonialidad del poder que estableci la diferencia epistmica colonial entre sujeto cognoscente y sujetos a ser conocidos. Adems de reconocer la dimensin cognoscitiva de los sujetos pasivizados y objetivizados por la diferencia colonial (como los intelectuales del THOA o los Zapatistas vistos desde la perspectiva de las ciencias sociales!).
El tercer aspecto de la contribucin de Rivera Cusicanqui al pensamiento crtico-social desde Amrica Latina (de la misma manera que la Escuela de Frankfurt contribuy desde Europa), son sus reflexiones sobre la cuestin de los derechos civiles (de los indgenas y de las mujeres) y las implicaciones de la cuestin de derechos civiles (ciudadana) y democracia. En este dominio hay varios trabajos a considerar Democracia liberal y democracia de Ayllu (1993), La nocin de derecho o las paradojas de la modernidad postcolonial: indgenas y mujeres en Bolivia (1997), Los desafos para una democracia tnica y genrica en los albores del tercer milenio (1996). Un prrafo extrado de La nocin de derecho [], especifica el asunto y el problema:
Quisiera comenzar diciendo que este artculo intentar realizar una lectura de gnero de la historia de la juridicidad boliviana, para proponer algunos temas de debate que considero pertinentes a la hora de discutir los derechos de los pueblos indgenas, y su estrecho vnculo, tal como lo veo con el tema de los derechos de las mujeres (indgenas, cholas, birlochas o refinadas). En un primer momento me interesarn los aspectos masculinos y letrados de este proceso, que son los que han producido los documentos conocidos como Leyes de la Repblica. El derecho y la formacin histrica moderna de lo que se conoce como espacio pblico, tienen en Europa un anclaje renacentista e ilustrado a travs del cual re-nace el ser humano como Sujeto Universal (y masculino). No otra cosa significa el que los derechos humanos de hoy, hayan sido llamados en el siglo XVIII derechos del hombre[]. Esta versin estara inscrita en la historia de occidente y habra sido proyectada al mundo en los ltimos siglos, a travs de multiformes procesos de hegemona poltica, militar y cultural (Rivera Cusicanqui,1997).
Las reflexiones de Rivera Cusicanqui sobre la democracia parten de la diferencia colonial y, por lo tanto, son reflexiones de alcance universal si es que las reflexiones de Jurgen Habermas, por ejemplo, se consideran de esa amplitud. No podra decir que las reflexiones de Rivera Cusicanqui son vlida slo para los Andes mientras que las de Habermas son vlidas para el mundo. Por ejemplo, la idea de ciudadana en la modernidad postcolonial boliviana (o en cualquier otra modernidad postcolonial, esto es, en la modernidad no-Europea) es en realidad excluyente. O si se pretende que es incluyente, es necesario tambin reconocer que es incluyente siempre y cuando las personas se sujeten a las normas universales de los derechos del hombre y del ciudadano. De tal modo que la inclusin de mujeres indgenas, birlochas o refinadas y de hombres indgenas o cholos (mestizos ms aindiados que acriollados), implica desde la perspectiva del Estado que mantiene la diferencia colonialla concesin a la hegemona, a las leyes de la repblica, a los derechos del hombre, al orden estatal del saber que es, en realidad, donde se ejerce la colonialidad del saber. Por eso, las reflexiones sobre las ciencias sociales, sobre el potencial epistmico de la historia oral y sobre la democracia estn todas unidas por la toma de conciencia crtica de la diferencia colonial. De la misma manera que los filsofos de la Escuela de Frankfurt haban tomado conciencia de la diferencia colonial interna a Europa articulada a finales del siglo XV y del siglo XVI con la victoria de la cristiandad sobre moros y judos y la complicidad entre cristiandad, capitalismo mercantil y modernidad-colonialidad. Leamos otros dos prrafos de Rivera Cusicanqui en los que conceptualiza los vnculos entre derechos civiles, ciudadana, racismo y gnero:
[] la nocin de derechos civiles asociada tericamente a la igualdad ciudadana es tambin, paradjicamente, transformada en un reconocimiento condicionado de la sociedad dominante a los derechos del campesinado indgena: la amenaza latente de la exclusin cruza esta falaz libertad con la incapacidad de reconocimiento al ejercicio del derecho a la diferencia, cultural y social, de la sociedad indgena. Ningn derecho humano ser plenamente reconocido mientras subsista la negacin del derecho de los indios a la autonoma en las decisiones de continuar o transformar, por s mismos, sus formas de organizacin y convivencia social y sus concepciones del mundo ((Rivera Cusicanqui,1997)
[] En el centro de esta problemtica reside tambin la necesidad de gestar formas prcticas y democrticas basadas en el reconocimiento del derecho a la diferencia como derecho humano fundamental . Por lo tanto, se trata de concebir la ciudadana de un modo diferente y especfico, desde nuestra realidad pluricultural. Esto implicar un cmulo de reformas organizativas, institucionales, e incluso cambios profundos de mentalidad que no slo garantizan la ampliacin y consolidacin de la democracia en las aras rurales sino tambin el cumplimiento de una condicin imprescindible para que el fenmeno democrtico se desarrolle efectivamente: la descolonizacin radical de las estructuras sociales y polticas sobre la que se ha moldeado histricamente nuestra convivencia social (Rivera Cusicanqui,1997).
Hay varias anotaciones que hacer sobre estos prrafos. En primer lugar, la diferencia de la que habla Rivera Cusicanqui no es, por cierto, una diferencia ontolgica sino una diferencia colonial. Es decir, el derecho a la diferencia es el derecho a una diferencia que fue impuesta en el ejercicio de la colonialidad del poder y que es asumida ahora por quienes fueron identificados como indgenas, con todos los atributos asociados a la identificacin desde el siglo XVI hasta la fecha. En segundo lugar, el argumento de Rivera Cusicanqui, en 1993, es similar al que han estado defendiendo los Zapatistas desde 1994. No se trata de quien influenci a quin sino del simple hecho de que quin est en la cosa entiende de qu se trata. En ltima instancia, el argumento que puso de relieve el potencial epistemolgico de la historia oral es el mismo que conduce a reconocer el derecho a la diferencia como fundacin de la ciudadana y la democracia en sociedades pluriculturales, esto es, en sociedades que reclaman los derechos que les han sido sustrados por cinco siglos de colonismo externo e interno-externo (el colonialismo interno presupone alianzas entre burguesas nacionales y capitales y Estados internacionales). Finalmente, las cuestiones de ciudadana y de derecho a la diferencia que plantea Rivera Cusicanqui para Bolivia hoy tiene repercusiones globales en torno al fenmeno de la inmigracin. La inmigracin como consecuencia de la globalizacin no es slo aquella que se desplaza del ex-Tercer Mundo a los pases industrializados. Si bien esta inmigracin es la de ms visibilidad, sobre todo por lo poco acostumbrados que estaban los pases Europeos (contrario a Estados Unidos) a tener vecinos inesperados en el barrio, no es la nica. Hay migraciones notables de los pases fronterizos al norte de Surfrica que se desplazan a Jacksonville como son ya notadas las migraciones desde Bolivia a Buenos Aires. Adems, la despoblacin del campo en Bolivia produce migraciones hacia La Paz. La complejidad de estos fenmenos son los que reclaman anlisis pero, sobre todo, reclaman reflexin crtica sobre los fundamentos de la teora crtica social. Alb y Rivera Cusicanqui han hecho contribuciones notables al pensamiento crtico-social en Amrica Latina. III. El asunto que trat de poner de relieve analizando las contribuciones de Rivera Cusicanqui va ms all de Amrica Latina y se extienden a la colonialidad global. Uno de los argumentos que estuve desarrollando es que la expansin del capital y del colonialismo fueron siempre juntos, la modernidad fue acompaada por la modernidad. Los argumentos sobre las virtudes de la modernidad esconden, siempre, que la modernidad es, tambin, colonialidad. Es en esa dialctica que surgi la teorizacin sobre la colonialidad del poder (Quijano) y del saber por tanto los proyectos de descolonizacin epistmica desde la diferencia colonial. La descolonizacin epistmica, en otras palabras, es impensable a partir del marxismo, desde el psicoanlisis, o desde la posmodernidad puesto que estas formas de pensamiento estn todas ellas atadas a la modernidad, son la crtica a la modernidad en la interioridad de la modernidad misma. Por eso es posible, y fcil, desde una posicin como la de Hard y Negri sostener que no hay afuera del imperio. Al mismo tiempo, es fcil, desde una posicin como la de Fanon (1952,1961) o la de Quijano (2000), criticar tal nocin de totalidad y asumir la exterioridad (Dussel,1998) (esto es, el afuerala otredad creada por el adentro, esto es, por la totalidad que se menta a s misma desde la izquierda, del centro y la derecha). La reflexin sobre la geopoltica del conocimiento es fundamental para entender las fisuras epistmicas coloniales, mientras que la colonialidad del poder es un concepto fundamental para entender la expansin del capital desde su origen sino en sus puntos de llegada y
desde la historia local de esos puntos de llegada. Es por esta razn que, en el orden de las disciplinas acadmicas, el pensamiento en los puntos de llegada no fue tomado en cuenta. Se asumi, de entrada, que en esos puntos de llegada toda forma de pensamiento era tradicional y lo que llegaba era la modernidad. La correccin de esta errnea creencia comienza a corregirse. Este artculo intenta ser una contribucin a ese proceso(5) Para cerrar estas reflexiones recuerdo que la poca en la que se realizan las investigaciones y se publican los trabajos de Rivera Cusicanqui (desde mediados de los 70 y de los 80 respectivamente), es la poca en la que el foco de atencin en las ciencias sociales, en Amrica Latina, estuvo orientado, primero, hacia la teora de la dependencia (hasta finales de los 70, fundamentalmente en la versin de Henrquez Cardoso y Enzo Faletto) y, desde finales de los 70 durante toda la dcada del 1980, el inters se desplaza hacia los anlisis de la transicin hacia la democracia (perodo en el cual la atencin se desplaz a las propuestas de Guillermo ODonnell). Tal produccin terica, se notar, estuvo geopolticamente ligada al rea del Atlntico, y a lo que hoy es MERCOSUR. La produccin terico-crtica del rea andina no contaba, literalmente. Hoy podemos comprender, a travs de los trabajos de Alb y de Rivera Cusicanqui que mientras el desplazamiento de la teora de la dependencia a la transicin a la democracia implic el abandon de los problemas histrico-estructurales que haba introducido la teora de la dependencia, los problemas y formulaciones que se hacan y se hacen hoy nunca abandonaron la dimensin histrico-estructural. An mejor, concibieron la dimensin histrica como dimensin colonial, dimensin que estuvo ausente en la teora de la dependencia, la cual supona como marco histrico desde el perodo de construccin nacional en el siglo XIX hasta la dcada del 60. Esta situacin no debe sorprendernos. Su lgica est inscrita, en realidad, en la geopoltica del conocimiento y en la colonialidad del poder que subyace al mundo moderno/colonial. Tanto las cuestiones indgenas como la posibilidad de que aceptar la posibilidad de un pensamiento indgena, era y todava es, una idea difcil de ser entendida por la intelectualidad criollo-mestiza-inmigrante (Cardoso, Faletto, ODonnell) sobre la que se estructur el debate tanto de la teora de la dependencia como de los anlisis de la transicin a la democracia. La introduccin al debate post-colonial y la conversacin con los estudios subalternos del sur asitico abierto por Rivera Cusicanqui y Rossana Barragn (1997) resume las preocupaciones y problemas bosquejados hasta aqu a la vez que abre otras avenidas de investigacin y de dilogo con investigadores para quienes la tematizacin y teorizacin de experiencia colonial fue y sigue siendo la base de su produccin intelectual, de su pensamiento poltico y de su contribucin a la transformacin democrtica. Rivera Cusicanqui y Barragn resumen, en la introduccin, algunos de los asuntos que contribuyen a precisar la naturaleza de la ruptura epistemolgica y metodolgica que plantean los Estudios de la Subalternidad. Ambas autoras subrayan, en la introduccin, que los trabajos del grupo se caracterizan por:
El nfasis que ponen en la comprensin de las formas coloniales y postcoloniales del poder y la dominacin en sociedades abigarradas y plurales como la India (1997:19).
En la descripcin que ambas autoras ofrecen de la contribucin de Ranajit Guha y del grupo subrayan que el eje sobre cual giran estos trabajos es la condicin subalterna. Explican de qu manera esta expresin, la condicin subalterna, se entiende en el grupo como sigue:
El debate marxista de los aos 60 y 70 s, sin duda, su punto de partida. Sin embargo, a diferencia de Amrica Latina, el grupo de la India parti de la premisa y de la realidad de un proceso de independencia nacional que apenas haba culminado en 1947 y que les permiti engarzar la nocin de la subalternidad con la experiencia, ms reciente, del colonialismo britnico y de las luchan gandhianas y nacionalistas por la independencia. Se trataba de un nacionalismo-colonialismo ms exitoso que cualquiera de las variantes latinoamericanas (e interpelaba a un universo inmensamente ms vasto). Sin embargo, en el Prefacio (de Guha) aparte de una alusin corts a Gramsci, Guha articula sus puntos de vista en torno a la subalternidad a travs de otros rastors
del discurso dominantes, ms interiorizados en las peculiares estructuras de poder de la India. As, con cierto dejo de irona, recurre a la autoridad del Concise Oxford Dictionary para definir a la persona subalterna, simplemente como alguien de rango inferior, sea en trminos de clase, casta, edad, gnero y ocupacin. La esfera de anlisis de clase, si bien slidamente documentada en las investigaciones del grupo, se convierte as en el punto de partida para una serie de indagaciones, que les llevarn a recorrer a los discursos dominantes y autorizados (del Estado colonial, la elite nacionalista o la intelligentsia marxista) tanto como el corpus de sus tradiciones escriturarias y religiosas propias, a s como la contraparte oral y testimonial que acompaa a su trabajo de campo historiogrfico (1997:15-16).
Esta lectura Sur-Sur, por decirlo as, tampoco tuvo hasta el momento, que yo sepa, mucha repercusin en Amrica Latina. Las razones las esboc en la introduccin. Las editoriales de la costa atlntica continan en la lnea de la teora de la dependencia y de la transicin a la democracia, que se transformaron en discusiones sobre la modernidad y la postmodernidad en algunos casos, continuaron de espaldas a los Andes y a la experiencia colonial. Las luces de la ciudad, en este caso de la modernidad, siguen encandilando. Aunque los movimientos indgenas, cada vez ms visibles, muestran a diario los lmites de la reflexin, en ciencias sociales y estudios de las estructuras de poder, sobre desarrollo y democracia que se elabor como si en Amrica Latina la poblacin indgena y afro-americana no contara. Por otra parte, esta introduccin muestra de que manera el dilogo con el grupo de estudios subalternos sur asiticos puede hacerse de Sur-a-Sur evitando as la comodificacin de los estudios subalternos y postcoloniales o la idea de que en Amrica Latina la colonia no existe desde hace casi doscientos aos. La colonialidad del poder contina hoy, y nos referimos a ella a diario cuando hablamos de globalizacin, el lado visible de la colonialidad del poder. Para Guha, y el grupo en general, la preocupacin fundamental es la de dominacin y subalternidad (o, como lo dice Guha, dominacin sin hegemona) y no la de hegemona y subalternidad. No se trata pues, en verdad, es todo lo contrario, de definiciones o conceptualizaciones de la hegemona y la subalternidad que seran aplicables a todos los casos. Desde la perspectiva de Rivera Cusicanqui y de Guha, me animara a decir, tales ejercicios no tienen ya sentido. Seran, en ltima instancia, casos de universalizacin de la experiencia Europea de clase social tal como se dio, simultneamente, cuando Europa gener la revolucin industrial y gener nuevas formas de colonialismo en Africa y en Asia. Entre ellas, el colonialismo Britnico en India y el colonialismo interno en Amrica Latina. Gramsci no es un modelo sino un punto de referencia puesto que no hay equvocos en los trabajos de Guha y de otros miembros del grupo, que la Europa post-revolucin industrial en la que pensaba Gramsci ofreca una estructura social y una experiencia histrica irreductible a la India post-colonialismo britnico. Y tambin, por cierto, que la India no era (como Bolivia) una cuestin subalterna o dependiente con respecto a la sociedad industrial que estudi Marx y sobre la cual reflexion Gramsci. Era, y es, simplemente otra cosa, otra historia paralela pero relegada en la investigacin en ciencias sociales. En este caso la historia. Una experiencia semejante a la de las ciencias sociales en los Andes, y es por eso que resulta natural para intelectuales como Rivera Cusicanqui y Barragn sentir las compatibilidades afectivas e intelectuales con el grupo. Finalmente, no quisiera cerrar este argumento sin traer al debate la cuestin racial, en las Amricas, como la percibe y la teoriza Gordon Lewis, filsofo de origen Jamaiquino, actualmente en la Brown University, cuya reflexin crtica encuentra en Frantz Fanon su punto de articulacin filosfico. Lewis lee la filosofa Europea a partir de Fanon y la plataforma que marca las diferencias histricas y epistmicas entre las Amricas y Europa:
En Europa, la clase social es una cuestin tan nativos a su entorno (que) uno puede sentir la clase social en Europa como uno puede sentir el aire que respira. En Estados Unidos, sin embargo, el esfuerzo por escapar de (a la vez que de retener) lo Europeo se manifest en la homogeneizacin de las identidades Europeas identificadas
con la blanquitud y enmarcadas en la premisa de la cada de los entes raciales. La raza, entonces, se transform en un motivo endmico a la conciencia del Nuevo Mundo, y esta es la razn por la cual uno puede sentir la raza en Amrica como uno puede sentir el aire que respira []. La agona que experimentamos, globalmente, no es simplemente la intensificacin de la divisin de clase sino tambin la afirmacin de una conciencia en/del Nuevo Mundo frente a quienes no nativos a l (Lewis,2000:29).
Lewis est hablando, por cierto, desde la perspectiva de la experiencia de la historia de la esclavitud y de la dispora africana, de manera paralela a la experiencia del colonialismo britnico que in-forma los trabajos del grupo subalterno del sur de Asia. De manera semejante, tambin, a la experiencia colonial en Bolivia que in-forma las investigaciones y la accin poltica de Alb y Rivera Cusicanqui. Y, por cierto, semejante a la experiencia de la revolucin industrial, en un pas del Sur de Europa, como Italia, sobre la que reflexion y actu Antonio Gramsci. He aqu, en un esbozo simple, un mapa que muestra que la geopoltica del conocimiento y las estructuras coloniales de la produccin de conocimiento. La reestructuracin de las ciencias sociales y humanas, en Amrica Latina, y las investigaciones sobre cultura y poder, ganarn en eficiencia (y digo bien, eficiencia) en la medida en que se establezcan vnculos y alianzas con intelectuales para quienes las estructuras de dominacin estn todava ancladas en la experiencia colonial y en su re-estructuracin actual, la colonialidad global. Geopoltica del conocimiento y colonialidad global van acompaadas por una doble y conflictiva relacin. La colonialidad global contina el proyecto de la modernidad y, por lo tanto, coloniza y subordina conocimientos. La geopoltica del conocimiento contina el proyecto de descolonizacin intelectual y epistmica, uno de cuyos fundadores es Frantz Fanon, despus de la Guerra Fra (momento en el que pens y actu Frantz Fanon). As, la geopoltica del conocimiento, uno de cuyos conceptos fundamentales es la colonialidad del poder (y otros de la misma familia, colonialidad del saber y del ser), sera la continuidad del proyecto de Fanon despus del final de la guerra fra, que surgi entre el fin del comunismo y el comienzo del terrorismo global. IV.- Aunque mi propsito fundamental fue el de subrayar la importancia de los aportes de Silvia Rivera Cusicanqui a la geopoltica del conocimiento, me interes tambin sugerir que estos aportes no se limitan al rea andina o a Amrica Latina, sino que tienen una dimensin planetaria. Una dimensin planetaria puesto que estos aportes son respuestas locales a la expansin del capitalismo y del colonialismo a lo ancho del planeta desde el siglo XVI. El aporte de Silvia Rivera Cusicanqui (y el de Frantz Fanon) consiste en mostrar los lmites tanto de las disciplinas de la modernidad como de los principios epistemolgicos que la sustentan. Las disciplinas, desde el renacimiento, y los principios epistmicos que las sustentan se expandieron junto con la expansin del capital y de la ley. De modo que la geopoltica del conocimiento es un proyecto con dos caras. Una es la descripcin y anlisis de la configuracin colonial del saber y, por lo tanto, poner de relieve la colonialidad del saber. La otra es la de incrustar nuestra propia produccin y transformacin de conocimientos en la lucha epistmica que la geopoltica del conocimiento presupone. No sera productivo asumir que la geopoltica del conocimiento es un objeto de estudio, pero que nuestra manera de estudiarlo esta fuera de esa geopoltica, en algn lugar imparcial, no contaminado por la configuracin del mundo moderno/colonial. Immanuel Wallerstein seal en varias ocasiones que las ciencias sociales surgieron en Europa en el siglo XIX, se fundaron en las lenguas de la segunda modernidad (ingls, francs y alemn) y se dedicaron a estudiar sociedades que valan la pena estudiar, esto es, fundamentalmente las sociedades de Europa occidental y de Estados Unidos. La antropologa, en cambio, fue una disciplina que, tambin surgi en el siglo XIX, pero las sociedades estudiadas fueron las colonizadas por los pases en vas de industrializacin de la Europa occidental. A partir del siglo XVIII se haban ya re-estructurado otras disciplinas, como la historia y la filosofa, cuya trayectoria vena de lejos, desde el sol y las blancas paredes y columnas de la antigua Grecia. La teologa tambin se transform aqu como consecuencia de la secularizacin del saber. Podra seguir dando ejemplos. Estos son suficientes para entender la importancia de la geopoltica del conocimiento y las contribuciones de Silvia Rivera Cusicanqui y Frantz Fanon.
Y esa importancia consiste, para resumir, en lo siguiente. Tomando como punto de referencia la segunda mitad del siglo XX (aunque es posible y necesario construir argumentos semejantes a partir del siglo XV), el conocimiento comenz a localizarse en las fronteras, en las fronteras de la modernidad/colonialidad. En el mundo rabe-islmico el pensamiento crtico como el de los filsofos marroques Abdelhebir Khatibi or Mohammed al-Jabri, entre otros (no el ideolgico-fundamentalista), se dedic a pensar las relaciones entre la modernidad europea y el mundo rabe no slo en el terreno de la economa o la poltica sino, fundamentalmente, en el de la epistemologa. Lo mismo ocurri en Japn, desde la primera mitad del siglo XX, sin duda, pero fundamentalmente a partir del 70. Como superar la modernidad, y en este sentido la modernidad se refiere a la modernidad europea. En lugares como Taiwan y Korea, cuyas historias estn entrelazadas con China y con la corta historia del imperialismo japons, el problema de la modernidad estuvo y est tambin presente, aunque de distinta manera. En fin, tambin en el Africa al sur del Sahara encontramos la misma problemtica. Y esa problemtica es, por un lado, la de sealar los lmites de la epistemologa y las disciplinas de la modernidad. Y por otro, construir e implementar nuevas formas de conocimiento, que describ en otras partes como epistemologas y pensamiento fronterizo o gnosis de frontera. Frantz Fanon lo hizo a partir del descubrimiento de las relaciones entre el color de la piel y el conocimiento. Silvia Rivera Cusicanqui contribuy a este proceso a identificando el potencial epistemolgico de la historia oral y des-cubriendo las estrategias de la colonialidad del poder.
Referencias bibliogrficas
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Notas
* Walter Mignolo, Duke University. Correo electrnico: [email protected]
Mignolo, Walter (2002) El potencial epistemolgico de la historia oral: algunas contribuciones de Silvia Rivera Cusicanqui. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela. (1) Este artculo, fruto de lecturas y conversaciones en los ltimos cinco aos, se lo debo en primer lugar a Javier Sanjins y al trabajo conjunto en la organizacin de Duke in the Andes. Pero tambin, a las lecturas y conversaciones de sus propias investigaciones sobre la historia, poltica y sociedad boliviana. Estoy en deuda tambin con Juan Carlos Orihuela y Maite Arteaga, quienes me orientaron en la cultura boliviana y en la obtencin de informacin. Finalmente, he aprendido de las investigaciones que Freya Schiwy estn haciendo para su doctorado, en Bolivia, Ecuador y Colombia y quedo agradecido por su lectura y comentario de una primera versin. (2) Sendas y senderos de la ciencia social andina, en Autodeterminacin. Anlisis histrico-poltico y teora social 10, 1992, 83-107; una versin modificada en ingls se encuentra en Anthropology and Society in the Andes. Themes and Issues in Critique of Anthropology, 13/1, 1993, 77-96; El potencial epistemolgico y terico de la historia oral: de la lgica instrumental a la descolonizacin de la historia, en Temas Sociales, 11, 1990, 49-75. Las propuestas de este fundamental artculo se complementan muy bien con el pasaje en la obra de Rivera Cusicanqui del ensayo acadmico a la produccin visual, video y cine. Ver Experiencias de montaje creativo: de la historia oral a la imgen en movimiento, Memoria/Encuentro: Dilogo sobre escritura y mujeres, La Paz. Compilacin y edicin de Ana Rebeca Prada, Virginia Aylln y Pilar Contreras, 1998. (3) Ver por ejemplo el libro editado por Edgardo Lander, La colonialidad del saber. Buenos Aires: CLACSO, 2000. Tambin el libro editado por Santiago Castro-Gmez (editor), La reestructuracin de las ciencias sociales en Amrica Latina , Bogot: Pensar, Instituto de Estudios Sociales y Culturales, 2000. Estos dos libros, junto con el editado por Rivera Cusicanqui y R. Barragn (1997) son una muestra significativa de la reflexin crtica reciente en Amrica Latina. (4) Hay ya un corpus abultado y destacado de reflexin por parte de los intelectuales indgenas, particularmente de descendencia aymar. Por ejemplo, Carlos Mamani Condori, Los aymaras frente a la historia. Dos ensayos metodolgicos . La Paz: Chikiyawu, 1992; Domingo Llanque Chana, La cultura aymar. Desestructuracin o afirmacin de identidad. La Paz: Tarea, 1990; Denise Y. Arnold, Domingo Jimnez A y Juan de Dios Yapita, Hacia un orden andino de las cosas. La Paz: Hisbol, 1992; Roberto Choque Canqui, Educacin indgena, ciudadana o colonizacin ? La Paz: Aruwiyiri, 1992. Tambin el informe del THOA sobre el Ayllu, Ayllu: Pasado y futuro de los pueblos originarios . La Paz: Ediciones del THOA, 1995 y Mara Eugenia Choque, La reconstitucin del ayllu y los derechos de los pueblos indgenas, THOA, mimeo. El corpus del que ofrezco un botn de muestra, al cual se suman videos y cine, merece ya un estudio particular. La investigacin en curso, de Freya Schiwy, ser una contribucin importante para el conocimiento de este corpus que habr que sumar a las contribuciones de Alb y de Rivera Cusicanqui. (5) La introduccin y las tres entrevistas que la filsofa Linda Alcoff hizo a Juan Flores (Puertorriqueo/Latino, Gordon Lewis, originario de Jamaica y Paget Henry, originario de Antigua) sobre el rol de la filosofa en los Estudios Latinos y Afro-Caribbean en Estados Unidos plantea precisamente este problema. Ver Linda Alcoff Philosophy in/and Latino and Afro-Caribbean Studies. Introduction and Interviews with Juan Flores, Gordon Lewis and Paget Henry. Nepantla. Views from South. En prensa.
Separados por pocos das, los dos eventos se reflejaron uno al otro: la inestabilidad laboral y las crisis de la vida cotidiana en medio de las luchas polticas y econmicas con sus traumas personales y sociales de algunos pases latinoamericanos, y la comparativamente mayor estabilidad laboral en Norteamrica, a pesar de los recortes presupuestarios y de la creciente presencia del comn denominador neoliberal; las diversas formas como transitamos las rutas por las que cruza la formacin discursiva, marcadas fuertemente por los espacios de debate, sospechosos o dialgicos, y sus condiciones: la capacidad exportadora y recicladora de saberes del centro y las dificultades de visibilidad y escucha de la periferia; los deseos compartidos de hacer de la prctica acadmica un acto de sentido (Richard,1998:158) pero manifestados en condiciones, formas y prcticas diferentes. Numerosos estudiosos han elaborado este breve contraste con mayor detalle (Ver Mato,2001;Richard,1998;Garca Canclini,2000). Yo me centrar en un punto: si vamos a hablar sobre la idea de cultura y poder en Amrica Latina estamos abordando no slo contrastes en enfoques discursivos, metodolgicos y tericos con los estudios culturales metropolitanos, estamos hablando tambin de las condiciones de produccin, de las condiciones institucionales, personales y sociales cotidianas en medio de las cuales forjamos nuestras teoras. En aos recientes en Amrica Latina, varios autores han enfatizado la idea de las polticas culturales como un rea de intervencin crucial.2 Esta idea ha adquirido fuerza gradualmente no slo como propuesta terica sino adems desde diferentes prcticas de intervencin que desbordan la obra reconocida de intelectuales latinoamericanos: el asumir cargos pblicos; asesoras crticas a estamentos gubernamentales, a entidades transnacionales o a ONGs en el rea de cultura; participacin en talleres con diferentes tipos de grupos tales como lderes de radios comunitarias o grupos feministas; el trabajo en el controversial y creciente campo de la gestin cultural en Amrica Latina; la participacin en reuniones sobre cultura organizadas no necesariamente por acadmicos, sino por instituciones que determinan los fondos transnacionales para la inversin en cultura tales como la UNESCO, el BID, la OEI, el Banco Mundial; el trabajo conjunto con personas de las artes o de las comunicaciones como formas concretas de intervencin; la participacin en encuentros, a la vez sociales e ntimos, que exigen desglosar las dolorosas tramas de la memoria y el olvido o diversas formas de conflicto poltico. Sin embargo, los cambios que hacen de las polticas culturales un espacio crucial de intervencin no se dan exclusivamente desde la academia. La presencia del tema responde a transformaciones profundas del espacio pblico, a la redefinicin misma de la relacin cultura/poltica que ha caracterizado las ltimas dos dcadas y que se manifiesta en los nuevos modos de presencia de los movimientos sociales, en la reestructuracin de los Estados o en las polticas de entidades transnacionales como la UNESCO o el BID, desde cuyas prcticas organizativas, institucionales y discursivas tambin se ha consolidado la idea. El rea de las polticas culturales se ha constituido de modo simultneo desde mltiples esferas como uno de los campos de intervencin en torno a la idea de cultura y poder, y por tanto est particularmente ubicada en la encrucijada entre transformaciones tericas y cambios en el espacio pblico.
de mediar en el espacio pblico aquellas dimensiones del discurso crtico que abren camino a la existencia de interpretaciones diferentes o divergentes y que escapan a la necesidad de asumir definiciones cerradas y sustantivas (Telles,1994:50) en un marco institucional o en un momento histrico que demanda la toma de decisiones polticas o sociales que histricamente han estado basadas en definiciones cerradas. En general, esta articulacin se asume como mucho ms diversa y rica desde Amrica Latina, debido a las diferentes posibilidades de insercin en el espacio pblico de los acadmicos latinoamericanos. Nelly Richard afirma incluso que es desde la posibilidad de consolidar la diversidad de estas articulaciones entre espacio pblico y teora crtica que el pensamiento latinoamericano sobre cultura y poder adquiere su especificidad particular. Activar esta diversidad de articulaciones heterogneas mediante una prctica intelectual que desborda el refugio academicista para intervenir en los conflictos de valores, significaciones y poder, que se desatan en las redes pblicas del sistema cultural, formara quizs parte del proyecto de una crtica latinoamericana que habla desde distintos espacios institucionales y que lo hace interpelando a diversos pblicos (Montaldo,1999:6): una crtica que busca romper la clausura universitaria de los saberes corporativos para poner a circular sus desacuerdos con el presente por redes amplias de intervencin en el debate pblico, pero tambin una crtica vigilante de sus lenguajes que no quiere mimetizarse con la superficialidad meditica de la actualidad. Hay espacio para ensayar esta voz y diseminar sus significados de resistencia y oposicin a la globalizacin neoliberal, en las mltiples intersecciones dejadas libres entre el proyecto acadmico de los estudios culturales y la crtica poltica de la cultura (Richard,2001:195). Lo que sealan las mltiples actividades de los intelectuales latinoamericanos es que esas voces se ensayan constantemente. Para muchos intelectuales que viven en Amrica Latina, el trabajo desde las intersecciones es un hecho. Y no siempre como opcin: el decreciente mercado acadmico o la subvaloracin econmica del mismo hace que muchas personas trabajen en estos campos no slo por compromiso sino tambin por necesidad econmica (Mato,2001). Estas experiencias han comenzado a hacer visibles algunos de los conflictos que surgen en los procesos de articulacin. As, este lugar de las intersecciones se revela no slo como un espacio desde el cual ejercer una crtica al mercado o al saber instrumentalizado, sino como un lugar de fuertes contradicciones que genera preguntas sobre los lmites y las posibilidades de los procesos de articulacin entre pensamiento crtico y espacio pblico. Es decir, hay una serie de tensiones y conflictos que se dan al tratar de articular el campo de la produccin intelectual con la prctica de las polticas culturales y por tanto, se necesita poner de relieve no slo un campo terico que ha adquirido valor como propuesta poltica entre autores latinoamericanos (el de las polticas culturales), sino un tipo de prctica intelectual que busca mediar diferentes modos de trabajo intelectual.
transformacin simblica, social y poltica especficos (UNESCO,1999,2000). De hecho, la definicin misma de poltica cultural procede de esta afirmacin, articulada de diferentes maneras segn distintos autores. Contrastemos tres nociones contemporneas de poltica cultural:
Entendemos por polticas culturales el conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar el desarrollo simblico, satisfacer las necesidades culturales de la poblacin y obtener consenso para un tipo de orden o transformacin social (Garca Canclini,1987:26).
Cada una de las definiciones anteriores incorpora la nocin de que el rea de las polticas culturales se constituye para fines de organizacin o transformacin cultural y/o sociopoltica. Es decir, la movilizacin contempornea de la idea de polticas culturales viene aunada a una nocin de la cultura como recurso (Yudice,2001), sea ste un recurso econmico, cultural, social, poltico o, ms probablemente, una mezcla de los anteriores. Las diferencias de nfasis en las definiciones, sin embargo, nos sealan distinciones en el modo cmo subyace, en cada una de ellas, una manera especfica de conceptualizar la relacin entre cultura y poltica; es decir, de definir de qu manera se constituye la cultura en recurso; en un instrumento para movilizar prcticas sociales, econmicas, polticas. Esto se debe, en parte, a la historia intelectual y al modo de insercin personal en el trabajo de las polticas culturales de cada uno de los autores. Pero tambin pone de manifiesto el difcil juego de las traducciones que en ocasiones oscurece tramposamente los matices semnticos de las palabras. En espaol el trmino polticas culturales frecuentemente invoca ms una prctica poltica concreta de diseo e implementacin de programas y proyectos especficamente relacionados con la movilizacin de lo simblico (sea este desde la alta cultura, desde la cultura popular o desde las industrias culturales) que a luchas incorpreas entre los significados y las representaciones (Escobar,2000:140). Es lo que Teixeira Coelho llama el rea de mediacin cultural, entendida sta como el dominio de las acciones entre la obra cultural, su productor y su pblico (Coelho,2000:12). Sera algo parecido a lo que en ingls se llama cultural policy. El nfasis en la dimensin organizacional y en la idea de intervencin en el campo de lo simblico en las definiciones de Texeira y Garca Canclini, reflejan este marco conceptual. Adems aqu la idea de poltica cultural esta estrechamente vinculada a la movilizacin de lo cultural como campo artstico (sea alta cultura, cultura popular o industrias del entretenimiento).
Histricamente en Amrica Latina la accin de polticas culturales ms visible ha sido la del Estadonacin, ya que hasta hace poco tiempo era esta esfera de poder la que dominaba el control de las formas de mediacin cultural que construan los regmenes de representacin a travs de los cuales se organizaban las jerarquas simblicas de la diversidad. As, en foros regionales o locales sobre poltica cultural u otros temas relacionados, frecuentemente se confunde el trmino polticas culturales con polticas culturales del Estado. No es causal que Canclini y Coelho enumeren diferentes tipos de actores (mientras Escobar enfatiza primordialmente los movimientos sociales). Las diferencias tienen que ver con los contextos de trabajo de uno y de los otros. El rechazo que encuentra la idea misma de polticas culturales, sobretodo entre ciertos grupos de artistas e intelectuales en Amrica Latina, frecuentemente viene asociado a la nocin de que el trmino poltica cultural implica al Estado (o instituciones de poder dominante como la UNESCO) y por tanto a una esfera de control de lo simblico no deseada por grupos que desean establecer formas alternativas o de oposicin en la relacin entre cultura y poder. Por contraste, en otras ocasiones en que he hablado del tema en Colombia, por ejemplo, y en el auditorio se encuentran grupos campesinos o populares de danza o msica, frecuentemente me he encontrado con un reclamo de mediaciones concretas que permitan hacer visibles sus prcticas de representacin ms all de sus mbitos inmediatos de visibilidad. En Amrica Latina, el rea de las polticas culturales es concebida primordialmente (y no slo entre grupos de intelectuales) como un campo de mediacin entre organizacin social, cultural y poltica y movilizacin de esferas de las artes especficas; y, lo que encontramos frecuentemente en el espacio pblico es un rechazo o una demanda al desarrollo de esta nocin. El surgimiento tanto de los movimientos sociales como de las industrias culturales transnacionales hace de las polticas culturales un campo que se constituye desde mltiples esferas. Por tanto, una de las dimensiones que enfatizan diferentes autores es la pluralizacin de actores sociales desde los cuales se puede constituir este campo poltico (Coelho, 2000; Garca Canclini, 2000; Martn Barbero, 1995). Adems se da otro proceso de transformacin. La pluralizacin de actores en la definicin de polticas culturales tambin conlleva una transformacin en la nocin de cultura referida a las artes especficamente. As, Daniel Mato propone no slo una inclusin de mltiples actores sino adems una transformacin en la nocin de lo cultural. Por eso, para este autor, el campo de las polticas culturales est referido:
[] a todos los actores sociales (sean organismos de gobierno, organizaciones comunitarias y otros tipos de organizaciones no gubernamentales, empresas, etc.) pero adems tambin [] integra todo aquello que se relaciona con el carcter simblico de las prcticas sociales y en particular a la produccin de representaciones sociales que juegan papeles claves en la constitucin de los actores sociales y el diseo de polticas y programas de accin (Mato,2001b:149).
Es decir, lo que se moviliza con fines polticos y sociales trasciende la definicin de cultura como una esfera de las artes y pasa a definirse desde distinto tipo de prcticas sociales. Juno con esta pluralizacin del texto cultural se da una desestetizacin del campo artstico. Esta polmica de desde dnde definir las prcticas de las polticas culturales no existe slo en Amrica Latina. Tambin es un fuerte debate en otros contextos acadmicos. En ingls, la nocin de poltica cultural se refiere ms a un campo amplio que abarca diferentes modos de establecer la relacin entre lo cultural de lo poltico y lo poltico de lo cultural, lo que en ingls se llama cultural politics y que yo traducira no como poltica cultural sino como poltica de la cultura (o lo poltico de lo cultural). Autores como Alvarez, Dagnino, Escobar (1998) y Ydice (2000), entre otros, han sealado que desde los estudios culturales en Estados Unidos existe una fuerte tendencia hacia lo textual:
[]en su utilizacin actual [] el trmino cultural politics (traducido como poltica cultural en el texto de Escobar publicado en espaol) con frecuencia se refiere a luchas incorpreas alrededor de los significados y las representaciones, cuyos riesgos polticos a menudo son difciles de percibir para actores sociales concretos (Escobar,1999:140).
De hecho, el nfasis de Alvarez, Dagnino y Escobar en explicar que la poltica cultural (original en ingls cultural politics) se construye sobre todo desde prcticas teorizadas como marginales tiene que ver precisamente con la construccin de su campo de pensamiento: prcticas culturales histricamente pensadas como marginales, ahora analizadas como prcticas de poder. Lo que estos autores enfatizan, por contraste con algunos tericos del centro con su nfasis en la textualidad (especialmente desde los estudios culturales en ingls), y por contraste tambin con la nocin iberoamericana referida anteriormente como un campo de medicacin entre obra artstica y productor, son las estrategias polticas de actores sociales particulares (Escobar,1999:141). Esta nocin de poltica cultural abarca una amplia gama de mediaciones entre lo poltico de lo cultural y lo cultural de lo poltico y tiene un sentido muy diferente a la nocin de poltica cultural entendida como mediacin entre la obra, su productor y su pblico. Nos encontramos entonces ante un campo de definiciones en proceso de transformacin. Estos dos sentidos la poltica cultural como campo organizacional de lo simblico, y lo cultural como mediacin de lo poltico y lo social, se han ido confundiendo, es decir, se han ido constituyendo mutuamente mezclando sus significados. Una de las consecuencias de la profesionalizacin del campo de las polticas culturales en Amrica Latina, entendida como mediacin organizada de lo simblico, ha sido una incorporacin, cada vez mayor, de los mltiples sentidos de relacin que se pueden establecer entre lo cultural de lo poltico y lo poltico de lo cultural. El surgimiento de la idea de la cultura como recurso (Yudice,1999)4 tiene que ver precisamente con la concientizacin de lo cultural como campo de luchas polticas desde mltiples esferas del espacio pblico y adems con la creciente fusin de la nocin de arte en la de cultura (Yudice,1999). A medida que la poltica cultural, entendida como intervencin en un campo simblico especfico, se expande para incluir diferentes actores sociales y una gama amplia de procesos culturales y formas de representacin, se consolida simultneamente una nocin ms amplia de lo simblico como mediador de lo poltico y lo social y no slo como un campo que se define desde lo esttico. As, el campo de las polticas culturales, entendido como un campo de organizacin e intervencin, ampla no slo sus fronteras de actores sociales (de campos de enunciacin desde donde se disean e implementan las polticas culturales), sino que deja de concebirse exclusivamente como un campo de organizacin de objetos culturales y pasa a ser pensado como un campo en el cual lo simblico lo que hace es mediar procesos culturales, polticos y sociales. Una de las consecuencias de esto ha sido la antropologizacin de la nocin de cultura y la consecuente polmica de desde dnde o para quin o de qu cultura estamos hablando cuando se hacen polticas culturales. Se trata no slo del surgimiento de la diversidad como reorganizador del sentido de las diferencias en el marco de un Estado-nacin, reconociendo nuevos lugares de organizacin estratgica, sino tambin de una transformacin de la definicin y el papel de lo cultural. Segn Ana Rosas y Eduardo Nivn ha habido una ampliacin en la concepcin general de que la poltica cultural es un instrumento diseado solamente para ofrecer servicios culturales y dar acceso a ellos (espectculos, bibliotecas, teatros, etc.), a una concepcin de sta como un instrumento que puede transformar las relaciones sociales, apoyar la diversidad e incidir en la vida ciudadana. (Rosas y Nivn,2001:2-3). Esta pluralizacin del texto cultural y sus posibilidades ha generado conflictos. En la prctica del diseo de las polticas culturales existe una lucha entre el objeto cultural como vlido por sus dimensiones estticas y lo simblico como vlido por la mediacin que hace posible a travs de su movilizacin (como mediador de un proceso social y cultural). Es decir, la pluralizacin del texto conlleva la desestetizacin del mismo. La lucha que se da en el campo de los estudios de cultura y poder o teora crtica entre esttica de los lenguajes y sociologa de las representaciones, no es exclusiva de la academia; se encuentra tambin en la prctica de las polticas culturales. As, la tensin en los modos de definir la nocin misma de poltica cultural se traduce en luchas concretas en la esfera pblica. En Colombia, por ejemplo, los procesos de reorganizacin del sentido de la diversidad a los que llev la reescritura de la Constitucin en 1991, se han traducido en tensiones profundas sobre el modo de valorar tanto el texto como los procesos culturales 5. Una de esas esferas es la de inversin de dineros del Estado en cultura6. Las prcticas culturales adquieren valor segn cmo se despliegue la nocin de poltica cultural en la esfera pblica. Ese valor simblico se traduce en valor econmico, segn se ubiquen en este debate los que tienen el poder de definir la inversin econmica en la esfera cultural. Hoy en da, por ejemplo los procesos culturales que se pueden traducir fcilmente a aspectos polticos que se
han vuelto estratgicos para el pas tales como la descentralizacin o el proceso de paz tienen la posibilidad de recibir apoyo financiero del Estado 7; mientras tanto, se cuestiona el valor de apoyo del estado, por ejemplo, a la Orquesta Sinfnica de Colombia o al Museo de Arte Moderno, ya que las prcticas culturales que all se desarrollan no se traducen fcilmente (por lo menos segn los dirigentes polticos) a los procesos de reforma social y poltica que urgentemente tiene que abordar la nacin. Inclusive durante el corto tiempo de Consuelo Araujo Noguera como Ministra de Cultura en Colombia, ella lleg a afirmar la necesidad de no financiar estas prcticas culturales asociadas con la alta cultura debido a la necesidad de prestarle atencin a las culturas populares tradicionales y locales. Como si al redefinir la cultura como recurso, el peso valorativo de la histrica discusin entre civilizacin y barbarie se hubiera invertido. Una de las tensiones que se genera desde este espacio de interseccin entre academia y sociedad en el marco de las polticas culturales, es que el modo como las definiciones se adoptan en el espacio acadmico con sus complejidades, su plurivocalidad, sus tensiones no resueltas frecuentemente se traduce, en las prcticas del espacio pblico (y no slo desde el Estado), en acciones que reducen esta complejidad discursiva a una simple inversin de sentido o a una reconstitucin de binarismos tales como memoria/olvido, cultura local/globalizacin, cultura popular/alta cultura: binarismos que niegan el espesor de los conflictos. El intelectual que trabaja en polticas culturales queda ubicado justamente en la coyuntura tanto poltica como intelectual que genera la no mediacin entre uno y otro espacio de trabajo. Asumir la interseccin es asumir la dificultad de mediacin que reside en los elementos que no se traducen desde la prctica en el espacio acadmico a la prctica en el espacio pblico. A veces, indudablemente hay posibilidades de acogida a procesos crticos tales como interactuar en tratar de disear polticas culturales desde definiciones abiertas, complejas y dialgicas de palabras clave que se manipulan en el proceso: cultura, descentralizacin, sociedad civil, etc. (Ochoa, en prensa). Pero frecuentemente los procesos de asesora crtica no se traducen en acciones concretas; es ms hay un cierto lugar de no escucha que reduce las interacciones de lo crtico con la estructura del espacio pblico a momentos profundamente frustrantes de sordera. La rigidez de las fronteras, por tanto no se da slo en los formatos acadmicos que no le dan presencia al espesor humano de los conflictos (Richard,1997) se da tambin en los modos de estructuracin de la interaccin en el espacio pblico. A partir de conversaciones personales con algunos acadmicos y de experiencias propias podemos enumerar algunas preguntas que generan los vacos de traduccin o de mediacin entre academia y esfera pblica: Qu hacer con el papel de la burocracia o de los clientelismos cuando se manifiestan en espacios de trabajo con apertura a asumir creativamente las dimensiones crticas de procesos culturales? Cmo hacer para que las denuncias en momentos coyunturales se traduzcan a decisiones polticas? Cmo responder frente a las demandas existenciales personales que este tipo de mediacin exige ya sea de s mismo o de otros cuando se trabaja con situaciones extremas, lo cual sucede frecuentemente en diferentes pases latinoamericanos? Qu implica asumir las escisiones y conflictos al interior de los movimientos sociales o de los movimientos de oposicin? Qu hacer con las prcticas autoritarias que encontramos al interior de los procesos de resistencia y oposicin? Cmo incorporar o manejar la emotividad que cargan temas como el conflicto armado en Colombia, o el problema de los desaparecidos en el Cono Sur? De qu manera se podra elaborar el aprendizaje de negociacin; es decir de la difcil prctica de mediar democrticamente? Qu se puede lograr transformar en un momento dado y qu no? Qu hacemos con el hecho de que los informes crticos sobre polticas culturales, a veces encargados por las mismas instituciones u organizaciones de diverso tipo, no se traducen en acciones concretas o parecen no ser tenidos en cuenta en la elaboracin de nuevos programas? Qu hacemos con los pagos que no llegan o tienen una demora de papeles varios entre una y otro oficina para poder materializarse? La respuesta a estas preguntas (o por lo menos su elaboracin) exige una prctica epistemolgica desde el conflicto y desde la cotidianidad laboral en la cual las tensiones no se reducen slo a posicionamientos diversos en un debate acadmico, sino al modo cmo la articulacin entre teorizaciones y prcticas de trabajo se traducen mutuamente. Reconocer este proceso permanente de mutua traduccin nos exige un descentramiento de la nocin de trabajo acadmico, en donde lo que ha sido considerado marginal sea considerado como constitutivo de las formas de pensar. No se trata de
sobrevalorar las conflictividades que genera la tensin de las intermediaciones, ya que las demandas cotidianas que esto implica a veces no son fciles de asumir; pero tampoco se trata de negar su existencia. El trabajo de intervencin que busca siempre comprometer a su destinatario en un trabajo crtico de desmontaje y rearticulacin de sentido para examinar las conexiones locales y especficas que unen los signos a sus redes poltico-institucionales (Richard,1998:144) implica asumir los lmites y posibilidades de los conflictos en los procesos de intermediacin. Tal vez eso implique ser ms explcitos en nuestra escritura con nuestras propias contradicciones, con las conflictivas tensiones vividas en el proceso de trazar puentes entre distintos tipos de prcticas intelectuales, con las exigencias cotidianas de vivir en pases con procesos sociales, polticos y econmicos crticos que afectan a nuestros colegas, a nuestros parientes, a nosotros mismos. Frecuentemente, la teorizacin en el campo de las polticas culturales no slo se dedica a elaborar las dimensiones tericas de ncleos de problemas, sino tambin a hacer sugerencias sobre cmo habitar el espacio pblico: se debe o no legislar para los medios; cmo abordar el problema de la diversidad en el marco nacional; cmo redefinir los museos; qu hacer con las dinmicas escriturales de la academia, etc. Pero hay relativamente poca presencia de textos sobre lo que le ha pasado a los intelectuales cuando de hecho trabajan en esos campos, no slo como propuesta poltica sino tambin como prctica laboral cotidiana u ocasional. Eso en s, especificar lo que se puede hacer y lo que no logra conjugarse o queda ms reservado a otro tipo de esferas tal vez ms poticas, es un logro fundamental. Pero esta elaboracin escritural de lo que nos causa ruido hacia otro tipo de campos (especialmente hacia la interaccin cotidiana, burocrtica, laboral con el espacio pblico), sera fundamental para reconocer lo que se puede mediar desde las intersecciones y los vacos de intermediacin como un campo desde el cual teorizar. Se trata de asumir las poltica culturales como campo etnogrfico; mirar las polticas en el terreno de su puesta en prctica y no slo como propuesta de accin. Una de las preguntas que se nos plantea es Cmo hacer para incluir esta diversidad de prcticas de trabajo en nuestros procesos de intercambio intelectual, sin que se reduzca la riqueza que contienen las experiencias por las obligaciones de expresin impuestas por los formatos de intercambio intelectual o por los informes a gobiernos, a esferas transnacionales de la cultura o a ONGs. Indudablemente la pregunta deriva en si los modos escriturales del paper o de los informes sobre polticas culturales pueden contener la riqueza de experiencias laborales y personales que desbordan el marco acadmico que este formato representa. La riqueza conceptual y existencial se deriva del cmo las prcticas de intermediacin desbordan en ocasiones el saber instrumental de estas escrituras, ya que en muchas ocasiones, simplemente no es posible resolver el conflicto terico que se plantea o se proponen acciones de poltica cultural que implican negociaciones complejas. Paul Bromberg, filsofo y matemtico, quien fue alcalde de Bogot, dijo durante una inauguracin de un simposio sobre investigacin urbana que trabajar en el espacio pblico implicaba asumir que en la toma de una decisin o la consolidacin de una propuesta, siempre se generaba un problema. Esta esfera ruidosa de experiencias que hacen visible la dificultad de armonizar las fronteras entre academia y sociedad, las dificultades de lo que significa hacer oposicin en un espacio pblico cambiante, se traduce en un intenso debate sobre las formas apropiadas de escritura acadmica en Amrica Latina:
Contra la funcionalidad del paper que predomina en los departamentos de estudios culturales donde se persigue la mera calculabilidad de la significacin, la manipulabilidad de la informacin cultural para su conversin econmica en un saber descriptivo, la teora como escritura` fantasea con abrir lneas de fuga por donde la subjetividad crtica pueda desviar la recta del conocimiento til para explorar ciertos meandros del lenguaje que recargan los bordes de la palabra de intensidad opaca (Richard,1998:148-149). Indudablemente una de las preguntas que se deriva es qu tipo de escritura puede contener las complejas experiencias de vida y experiencias profesionales que se dan en los procesos de intermediacin entre academia y sociedad; cmo mediar la relacin entre experiencias como teora y teora como escritura. Pero antes de elaborar este tema quiero abordar otras tensiones que tambin desembocan en cuestiones escriturales.
La diversidad de posiciones tericas en el modo como se asume la relacin cultura desarrollo, nos seala que cuando diversos autores o instituciones expresan la necesidad de intervenir en este campo, estn hablando de modos de intervencin altamente diferenciados, incluso conflictivos. 9 Pero no slo eso. La historia de cmo ha adquirido forma la idea de que la cultura es un campo intervencin crucial social y poltica es mucho ms compleja que simplemente designar a la UNESCO como su principal promotor o al desarrollo como su espacio crucial de consolidacin. Especialmente cuando personas vinculadas a la UNESCO proponen nuevas ideas (como la de creatividad) para abordar crticamente los impases de la nocin de desarrollo. Haciendo un recorrido por su trayectoria acadmica, Jess Martn Barbero nos recuerda:
El programa de Freire contuvo para m la primera propuesta de una teora latinoamericana de la comunicacin, pues es al tornarse pregunta que la palabra instaura el espacio de la comunicacin, e invirtiendo el proceso de alineacin que arrastra la palabra cosificada, las palabras generadoras como Freire las llamaba, rehacen el tejido social del lenguaje posibilitando el encuentro del hombre con su mundo y con el de los otros. Y superando la inercia del lenguaje, la palabra del sujeto se revela cargada de sentido y de historia. Hoy puedo afirmar que buena parte de mi programa de trabajo investigativo en el campo de la comunicacin pensar la comunicacin desde la cultura estaba all esbozado, contena las principales pistas que fui desarrollando a lo largo de los aos setenta []. Junto con Gramsci fue Paulo Freire el que me ense a pensar la comunicacin a la vez como un proceso social y como un campo de batalla cultural (Martn Barbero,1998:202).
El reconocimiento de Jess Martn Barbero al papel de Freire en la consolidacin de su pensamiento, indica que la trayectoria de la relacin entre accin poltica y discurso es mucho ms compleja que lo que seala el reciente auge por las polticas culturales en Amrica Latina. La batalla cultural que seala Jess contiene una agenda especfica: la idea que generar una nueva forma de nombrar conlleva una transformacin de las polticas de la identidad y, consecuentemente, de las estructuras de poder 10. En este sentido es necesario reconocer que la historia de la relacin entre pensar lo cultural como luchas
entre significados y representaciones y/o como prcticas desde actores sociales concretos es bastante compleja en Amrica Latina y tiene que ver con las mltiples relaciones de lo cultural con lo pblico que se atestigua en la densidad conceptual que contiene la nocin latinoamericana de culturas populares, donde se confunden nociones sociales y estticas, las complejas fronteras entre lo tradicional y lo moderno. Esto contrasta con el popular culture, as en ingls, ms acotado al campo de la cultura masiva. Desde los aos 70, las teoras de Freire han tenido un impacto a travs de prcticas pedaggicas y desde la apropiacin de sus ideas para campos artsticos tales como el teatro o la msica. Muchas dimensiones de la propuesta de Freire han sido altamente criticadas, especialmente en relacin a la idea de falsa conciencia que est en la base de la propuesta freireana. Esta crtica ha generado la concientizacin de que una nueva forma de nombrar no necesariamente conlleva una transformacin consecuente de las prcticas de opresin. Sin embargo, la teora crtica debe dejar suficiente campo al reconocimiento del movimiento creativo que, dentro de sus contradicciones, generan las postulaciones tericas. En la prctica acadmica, frecuentemente se confunde la deconstruccin crtica con la descontextualizacin del saber, reduciendo la complejidad de las ideas, su significado en ciertos momentos histricos a meras citas extrapoladas de sus mbitos de sentido. La obra de Freire jug un papel fundamental en vincular modos locales de expresin o de nombrar (cultura popular) con procesos sociales, lo cual foment controvertidas experimentaciones en los campos del teatro y de la msica y fue uno de los elementos que impuls el desarrollo de movimientos sociales en Amrica Latina. Si bien muchos de estos experimentos artsticos han sido altamente cuestionados, no hay duda que estos proyectos jugaron un papel fundamental en quebrar el rgido canon de los conservatorios y en la historia del movimiento teatral durante la segunda mitad del siglo XX en diferentes pases de la regin. Es decir, jugaron un papel crucial al poner en movimiento (y hacer visibles las contradicciones) la idea de la cultura como un rea de intervencin en las transformaciones sociales. Las historias que insisten en mirar la construccin del campo de las polticas culturales como un efecto primordial de la UNESCO o de su inclusin en el campo del desarrollo simplifican la complejidad de los diferentes procesos intelectuales, artsticos, polticos y sociales que han llevado a hacer de la cultura un recurso de movilizacin social y poltica. Esta perspectiva globalocntrica de las polticas culturales, que slo encuentra agencia en los niveles en los cuales operan los denominados actores globales (Escobar,1999a:358) excluye las complejas relaciones entre cultura y poder que se dan en las mltiples maneras de abordar la relacin entre cultura y movilizacin social en Amrica Latina en la actualidad. Tambin hace visible el modo como, paradjicamente, frecuentemente queda excluido lo esttico en el campo de los estudios sobre polticas culturales. El peligro es que la invisibilidad de esta diversidad de fuentes y procesos, reduce la complejidad y pluralidad de las medicaciones entre cultura y movilizacin social y poltica a un mero recurso instrumental. As, en la actualidad, el campo de las polticas culturales parece balancearse en una cuerda floja en la cual, por un lado, se corre el riesgo de la instrumentalizacin del saber para funciones acadmicas en las cuales no hay cabida para los contradictorios y difciles procesos de intermediacin entre teorizacin y prctica de las polticas culturales; y, por el otro, una instrumentalizacin de las polticas que reduce las mltiples formas de mediacin entre prcticas culturales y procesos sociales a una relacin emprica caracterizada por prcticas de planificacin, administracin y gestin cultural propias de la nocin de desarrollo. No estoy en contra de la organizacin del campo de las polticas culturales. Pero el riesgo que conlleva este momento de ampliacin de sus dinmicas y profesionalizacin de las mismas, es precisamente la eliminacin de las mltiples tramas que la constituyen como un proceso de gran riqueza. Es all que la teora crtica debe jugar un papel fundamental, inclusive dentro de los disyuntivos canales de escucha entre el espacio pblico y la teorizacin acadmica. Esto me lleva finalmente a un ltimo punto: los lmites de lo posible tanto desde la teora crtica como desde los diversos modos en que nos insertamos en las polticas culturales. Uno de ellos es indudablemente el de reconocer lo que no es posible lograr desde la movilizacin cultural y tambin reconocer esos momentos de los procesos de articulacin entre academia y sociedad que parecen llevarnos ms all de las explicaciones acadmicas. Dos de la tarde. Librera del aeropuerto de Bogot. Recorro los anaqueles de libros con una mirada de despedida de largo plazo. Salgo a vivir a Mxico. Llego a la estantera de ciencias sociales, autores
colombianos y encuentro el consabido tema de obsesin: la guerra-la paz. Sistemticamente, como si el ritmo del ojo hubiese guardado las lecciones de metrnomo destinadas a otros sentidos, recorro los ttulos en los lomos de los libros y me estremezco: la mayora de los autores ha tenido que salir al exilio. Algunos han sido asesinados en los ltimos meses. Todos han participado, de diferentes maneras y en distintas etapas de las conversaciones de paz y desarrollaban una prctica periodstica con su labor acadmica. Al ver los libros resuenan silenciosas en mi interior, un par de frases de diferentes amigos que llegaron a mi buzn de correo durante mi estada en Nueva York. Una de una antroploga, refirindose a la salida masiva de intelectuales: nos estamos quedando solos. Otra de un vecino guionista, escritor, publicista: Bogot amaneci gris, hacindole eco a un pas que debera estar de luto eterno. Los lomos de esos libros parecen nombrar, en la antesala de salida del pas, el silencio a que obliga el exilio o la muerte. Evidentemente una de las intervenciones ms creativas y crticas es la manera como muchos de estos acadmicos le dan voz pblica a los debates desde la prensa. Las voces son obligadas al silencio cuando hay posibilidad de escucha. Tienen ms de instalacin, de imagen que condensa un momento, que de palabra. Recuerdo con irona un dicho uruguayo durante la poca de su exilio masivo: el ltimo que salga, apaga la luz. Hay momentos en que el diccionario simplemente no detiene las balas. El hacer de la cultura un lugar omnipotente de resolucin de conflictos es una idea que se propone en muchos espacios donde se promueven las polticas culturales y esto implica una paradjica despolitizacin de lo cultural al desconocer los lmites de lo posible y vaciar las especificidades de su signo. Ciertamente una historia de los relatos sobre cultura y poder en Amrica Latina contiene los silencios forzados, las carreras truncadas, los rumbos, destinos y teoras que se transforman en el desplazamiento obligado o se acallan porque no hay otra alternativa. En una ponencia reciente en el Museo Nacional de Colombia, Jess Martn Barbero enumeraba el tipo de tareas que debe abordar el Museo Nacional. Entre las ltimas menciona un proceso de articulacin entre imagen y huella, entre imagen y desaparecidos como clave para pensar la relacin de esa peculiar tecnologa de las imgenes que es el museo, con la memoria extraviada de este pas de desplazados, de desaparecidos y de miles de muertos por enterrar: el museo como experiencia del duelo colectivo sin el que este pas no podr tener paz (Martn Barbero,2000:60). Qu le exige y le ha exigido, no slo al museo, sino tambin al pensamiento acadmico esta prctica de las intermediaciones en las polticas culturales que en ocasiones se convierte en la obligatoria convivencia con situaciones crticas? Nelly Richard habla de la crtica cultural como un conjunto variable de prcticas y escrituras que no responden a un diseo uniforme cuyos textos se encuentran a mitad de camino entre el ensayo, el anlisis deconstructivo y la teora crtica y desbordan una inscripcin fcil en la retcula del saber (Richard,1998,142-3). En muchos acadmicos latinoamericanos ese desbordamiento de la vida hacia el texto toma formas tales como la crnica periodstica o la literatura testimonial: como si el espacio de duelo y contradiccin necesitase otro tipo de formatos que no estn obligados a un saber instrumental. En los momentos de crisis radical, de procesar los extremos crticos que nos obliga a habitar la historia, adquiere profundo valor el sentido existencial (y no slo acadmico) de la teora crtica. La cuestin que se plantea es la de reconocer que a veces el conocimiento desde el cual se vive la vida no es necesariamente idntico al conocimiento a travs del cual uno explica la vida (Jackson,1996:2), lo que implica que hay una dimensin existencial de la relacin cultura, poder que sobrepasa lo traducible a un saber instrumental. El proceso de articulaciones e intermediaciones entre academia y polticas culturales debe reconocer que parte del sentido de lo que cruza por lo discursivo y por la movilizacin poltica desde lo cultural no siempre se explica desde el sentido sociopoltico de lo cultural; parte de ello tambin invoca el sentido existencial de lo poltico y lo cultural que a veces habita ms claramente la opacidad de la palabra o de gestos no explicativos. Alguno de los gestos ms conmovedores y de mayor fuerza poltica en la escritura de muchos acadmicos colombianos es cuando han dejado ver, especialmente en la prensa, las vetas personales y cotidianas de los momentos crticos actuales. El debate sobre las formas escriturales vlidas para enmarcar el pensamiento latinoamericano atraviesa lo lmites a los que obliga a habitar la historia y las mltiples formas del habla que exige el poderla nombrar.11 Hablamos aqu de aquellas intersecciones que se dan desde vivencias crticas que
desbordan las explicaciones acadmicas totalitarias y cerradas. Se genera entonces una paradoja para nuestra relacin con colegas del centro. Justo en el momento en que la fuerte influencia del centro se deja sentir en la adopcin creciente del paper de veinte minutos como formato de intercambio, en la creciente organizacin de congresos con el modelo del centro, en la imposicin de producir investigacin en los formatos diseados, aprobados y valorados por el centro; justo en este momento, se da un descentramiento del sujeto acadmico latinoamericano desde una prctica laboral en las intersecciones que desborda estos formatos. As, la creciente visibilidad de la periferia en el centro, se da en un momento en que se afianzan por una parte prcticas acadmicas desbordantes que se dan en la intermediacin del espacio pblico con la academia; y por otra, la adopcin de formatos de intercambio intelectual diseados para otro tipo de prctica acadmica que caracteriza al centro y que no puede contener las dimensiones epistemolgicas que es necesario abordar si queremos descentrar la tendencia hacia la instrumentalizacin tanto de la prctica de las polticas culturales como de su escritura. La relacin con los centros de poder de produccin acadmica y la consolidacin de las exigencias que implica para Amrica Latina hacerse ms presente epistemolgicamente debe poder incorporar estos mltiples saberes no slo como lneas de fuga, sino tambin como formas de pensamiento desde los cuales se generan entendimientos y procesos cognitivos que nos permiten vivir las dimensiones creativas de los lmites y asumir dialgicamente los procesos de intercambio intelectual.
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Notas
* Ana Mara Ochoa, Universidad Autnoma del Estado de Morelos, Cuernavaca, Mxico. Correo electrnico: [email protected]
Ochoa, Ana Maria (2002) Polticas culturales, academia y sociedad. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela. 1. Este articulo es una versin revisada del texto presentado en la 3ra Reunin del Grupo de Trabajo de CLACSO "Cultura y Poder", titulado Polticas culturales, academia y sociedad: inmediaciones y forma parte de un dossier editado por Daniel Mato cuyo titulo es "Estudios y Otras Prcticas Latinoamericanas en Cultura y Poder" en Revista Venezolana de Economa y Ciencias Sociales. Vol. 7, N 3 (2001). pp: 219-238.
2
Son muchos los textos que abordan el tema (Ver Martn Barbero, 1995; Garca Canclini, 2000; Richard, 1998; Coelho, 2000;
Con esto no quiero sugerir que haya una sola tradicin en el centro. Las diferencias de nfasis entre los estadounidenses y los
ingleses, por ejemplo, son bastante fuertes y no son slo tericas, sino tambin de ndole institucional.
4
Segn George Ydice la idea de que la cultura sirve para la transformacin social ha llevado a una difcil y polmica
instrumentalizacin de lo cultural en donde la legitimidad de lo cultural radica no tanto en lo esttico sino en los modos como sirve fines polticos, sociales o econmicos(Ver Yudice,1999).
5
La Constituyente (proceso que llev a la elaboracin de la Constitucin de 1991) incluy la participacin de muchos intelectuales,
ya fuera involucrados como constituyentes (como es el caso de Fals Borda) o convocados para foros concretos y especficos de discusin como fue el caso de Martn Barbero (Ver Foro[...], 1990).
6
En la prctica la definicin de cultura desde el estado se traduce de diversas maneras debido a la alta fragmentacin de este
estamento y a la diversidad de modos de concebir e implementar proyectos de poltica cultural. No hay unidad conceptual ni de accin poltica. Como dicen, destacando esta fragmentacin, muchos funcionarios al interior del Ministerio aqu hay programas y proyectos pero no polticas culturales.
7
Hacer un listado de cules son esos procesos trasciende los lmites de este trabajo. Digamos, a manera de explicacin breve,
que por ejemplo, el trabajo con radios comunitarias, el trabajo con sectores populares a partir de las culturas de las regiones, el trabajo en zonas de conflicto armado intenso, logra avalarse como descentralizacin o proyecto de paz. Pero esta es una relacin compleja, que se establece contradictoriamente desde diferentes prcticas de poltica cultural e incluso al interior de las mismas. Es decir, los directores de un programa al interior del Ministerio de Cultura no necesariamente coinciden con las visiones de los altos mandos del Ministerio; y stos a la vez se tienen que relacionar con el Ministerio de Hacienda para avalar econmicamente los programas. Entre estos estamentos y diferentes personas no necesariamente hay una sola definicin de cultura.
8
Como otros organismos internacionales, la UNESCO tiene una diversidad de posiciones al interior sobre el tema de cultura y
desarrollo y es una entidad polifactica en su interior. Lourdes Arizpe, quien trabaja con la UNESCO, comenta que incluso cambiaron el tema del desarrollo por el de la creatividad en los ltimos informes mundiales de cultura, como un modo de responder a la necesidad de asumir las crticas y los mltiples problemas con la nocin de desarrollo.
9
Para contrastar diferentes formas de acercamiento a la nocin de cultura y desarrollo slo basta con contrastar nociones como
capital social versus ciudadana en relacin con lo cultural. Ese contraste rebasa los lmites de este trabajo.
10
Este es, de hecho, el principio de gran parte de los identity politics norteamericanos. Hay muchos experimentos, la mayora de ellos muy controvertidos, en diferentes formas de escritura que incorporan estas
11
experiencias lmite en Amrica Latina. Debates sobre la tradicin del ensayo, sobre la literatura testimonial, sobre la presentacin de testimonios orales en el marco de lo histrico, sobre el papel del periodismo entre los intelectuales latinoamericanos, atestiguan esto. Una discusin de estos mltiples debates sobre pasa este trabajo.
Ms que el reconocimiento de la emergencia del cholo como grupo social en ascenso, desgajado de las capas indgenas y diferenciado de los tradicionales sectores mestizos y seoriales, la novedad del ensayo radic en la bsqueda de un nuevo enfoque terico, y en el sealamiento de la masividad y sentido hipottico del proceso, el cual es entendido como tendencia hacia la formacin de una nueva cultural en el Per. Diferencindose de otros autores que trataron con anterioridad el fenmeno de lo cholo, (4) Quijano busca elaborar una explicacin terica distanciada de los moldes positivistas, funcionalistas y culturalistas entonces predominantes, por lo cual como l mismo lo reconoce despus el resultado fue un ejercicio a caballo entre el lenguaje y las categoras de la sociologa convencional y una ideologa intentada de izquierda (1980:12). A pesar de ello, el texto logra sugerir dos asuntos centrales en el posterior debate latinoamericano, sobre todo de los aos 60 y 70: la cuestin de la dependencia y la cuestin de la heterogeneidad. En abierta discusin con la teora de la modernizacin que por entonces era an el modelo terico predominante en los estudios sobre el cambio social, Quijano propone que la especificidad de la realidad peruana y latinoamericana requiere la formulacin de un enfoque terico particular .(5) Critica la visin dicotoma y cerrada del cambio social, que presenta el cambio social como un inevitable trayecto desde la tradicin hacia la modernizacin, proponiendo en cambio la existencia de una cuadro social y cultural mucho ms complejo, definido por el carcter transicional de aquellas sociedades en las cuales coexisten elementos de diversa procedencia histrica, que no han podido sedimentar en una matriz cultural comn. Se introduce as la nocin sociedad de transicin, a fin de nombrar esta situacin de permanente inestabilidad social y cultural, propia de sociedades emergidas de situaciones coloniales, como ocurre en el caso latinoamericano, y especficamente en el Per. En tal contexto, el conflicto cultural presenta rasgos particulares, pues:
La sociedad as integrada tena que ser, necesariamente, extremadamente conflictiva, no solamente en la forma normal en que es conflictivo todo sistema de dominacin social, sino sobre todo porque no era posible una cultura global comn a todos los miembros del sistema. Se puede decir, por eso, que el elemento caracterstico de esta sociedad era y es el conflicto cultural, agudizado por llevarse a cabo dentro de un sistema de dominacin social (1980:53).
Dominacin y conflicto cultural son entendidos como elementos inherentes al carcter de la sociedad de transicin, en la que se agitan mltiples elementos socioculturales de diverso origen histrico prehispnico, colonial y republicano, sin lograr constituir un horizonte cultural comn, y que bajo las condiciones del sistema de dominacin social adoptan rasgos extremos de conflictividad. Bajo tales condiciones, los procesos de cambio generados por la modernizacin capitalista de la sociedad, no generan el trnsito hacia la modernizacin social y cultural del pas, sino que activan diversas tendencias de cambio, entre las que destacan las siguientes: a) la modernizacin que afecta a la sociedad global y particularmente a la poblacin que participa en la cultura occidental criolla; b) la aculturacin, que afecta a una parte de la poblacin indgena y chola y c) la cholificacin que afecta a parte de la poblacin indgena (1980:70). As, la cholificacin implica un proceso estructural de cambio, consistente en el surgimiento de un nuevo grupo sociocultural: el cholo, como consecuencia del impacto de los procesos de modernizacin urbanizacin, industrializacin, migracin, alfabetizacin, movilizacin social, etc. sobre el conjunto de la sociedad, y especficamente sobre sus segmentos rurales tradicionales .(6) Sin embargo, bajo las condiciones peculiares del desarrollo capitalista dependiente, el grupo cholo no se integra plenamente al sector modernizado o urbano de la sociedad, constituyendo, ms bien, una cultura de transicin (1980:69).
La autonoma terica del pensamiento de Quijano, le permite interpretar el proceso de cholificacin como una tendencia hacia la formacin de una cultura mestiza original en el Per, pues lo cholo ya no es solamente una etapa en el camino de la aculturacin, sino que se desarrolla en gran parte siguiendo una tendencia a la formacin de una estructura cultural distinta de las que estn en conflicto (1980:79). Ms que un proceso de aculturacin, mestizaje o hibridacin, lo cholo significa el surgimiento de una vertiente cultural nueva, indita en la sociedad peruana, por lo cual el autor no ocult su entusiasmo, sealando que lo propiamente peruano en la cultura nacional es el elemento cholo (1980:110). Las posibilidades y conflictos de ese acelerado proceso de integracin de elementos culturales de diverso origen histrico y social, se hacen particularmente visibles en algunos escenarios neurlgicos de la modernizacin que trastoca el conjunto del pas, como el Valle del Mantaro en la sierra central, la ciudad pesquera de Chimbote en la costa norte, o la vieja Lima, rodeada de arenales inmensos que rpidamente son habitados por centenares de miles de migrantes. La cultura chola, logra integrar elementos de antigua raigambre andina como la reciprocidad, la solidaridad y el sentido comunitario de igualdad con otros relacionados a las reglas del juego propias de la modernizacin capitalista, la expansin mercantil y el acelerado crecimiento urbano. De all que lo cholo asomaba como una cultura diferenciada de aquellas correspondientes a los sectores indios (cultura tradicional indgena), o a los sectores dominantes de la sierra (cultura gamonal-terrateniente) y de la costa (cultura criollooligrquica). Tres dcadas y media despus, Quijano (1999a) ha retomado la discusin de dicho fenmeno, sosteniendo que expresaba, efectivamente, la tendencia hacia la constitucin de una nueva experiencia cultural en el Per, pero que en los aos 70 bajo la influencia de la cooptacin velasquista sobre los procesos de cambio social no logr las posibilidades de desarrollarse como un ncleo propio de produccin cultural.(7) Cultura y dominacin Varios aos despus, en el primer nmero de la Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, editada por FLACSO, se publica el ensayo Dominacin y cultura (notas sobre el problema de la participacin cultural) (Quijano,1971a). Aunque la distancia con el trabajo sobre lo cholo es poca en trminos cronolgicos, resulta muy significativa en trminos tericos, pues el razonamiento de Quijano se inscribe de manera plena en trminos de la teora de la dependencia .(8) El texto se propone estudiar el problema de la participacin cultural desde una perspectiva latinoamericana, buscando desocultar los factores y los mecanismos que condicionan las actuales relaciones culturales(Quijano,1980:20). (9) Es decir, se plantea el problema de la participacin cultural como un asunto relacionado con el sistema de dominacin social y cultural existente. Distancindose de aquellas corrientes tericas que consideran a la cultura como mero epifenmeno de factores estructurales, y tambin de aquellas que la conciben como un ente abstracto, autodeterminado y separado del conjunto social mayor, Quijano propone que la determinacin de las relaciones culturales es resultado de las relaciones de poder existentes en la sociedad:
[] tanto en el marco de una determinada sociedad o formacin histrico-social, como dentro del emergente sistema universal de interdependencia, la estructura de las relaciones entre las culturas y entre los portadores de ellas, es definida por las relaciones de poder social. Lo que, por su parte, significa que los procesos de conflicto y de cambio en el interior del orden cultural, estn asociados a los procesos equivalentes en el interior del orden social, tanto a nivel nacional como internacional (1980:35).
El problema del cambio cultural ya no se plantea como efecto de las transformaciones ocurridas en otros mbitos de la sociedad sean econmicos, sociales o polticos de la sociedad, sino como resultado de la interrelacin entre dominacin y cultura:
El proceso de cambio en el orden cultural resulta de la interrelacin de factores que residen en la matriz social bsica y sus implicaciones sobre el orden cultural y de factores que residen dentro del propio universo de la cultura. Pero, la lgica que gua estos procesos es privativa de la cultura, y su relacin con la que regula los procesos de cambio en la matriz social bsica, est mediada por mltiples engranajes de mecanismos y factores (1980:31).
A fin de comprender dicha dinmica, el texto introduce los conceptos de heterogeneidad cultural y dependencia cultural. La nocin de heterogeneidad cultural describe la coexistencia conflictiva de elementos culturales de diversa procedencia histrica en aquellas sociedades provenientes de condiciones coloniales. Se trata de un proceso constante de dominacin, conflicto e intercambio entre la cultura dominante propia de los sectores sociales dominantes, y las culturas dominadas correspondientes a los grupos dominados (1980:28). De manera precisa, la heterogeneidad cultural se concibe como expresin de la heterogeneidad que caracteriza la propia estructura de la sociedad, que en el debate latinoamericano de esos aos se denomin como heterogeneidad histrico estructural:
Determinadas sociedades se establecen como un orden de dominacin entre grupos sociales portadores de universos culturales distintos estructuralmente, no slo en cuanto a los elementos que las constituyen, a su modo de ordenamiento interno, sino tambin a su orientacin valrico-cognitiva bsica. Tal, por ejemplo, el caso de las sociedades coloniales en el territorio que hoy es Amrica Latina, en las regiones andina y mesoamericana, o en ciertas sociedades africanas y asiticas de la actualidad. En este proceso de dominacin, las sociedades preexistentes fueron integradas y como resultado fueron emergiendo nuevas formaciones histrico-sociales cuya caracterstica central, dentro de la problemtica que aqu interesa, es la heterogeneidad estructural bsica en todas las dimensiones, y de manera particular en la dimensin de la cultura (1980:28). (10)
Resulta importante destacar, como el mismo Quijano ha sealado repetidamente (1991c,1979b), que fue Jos Carlos Maritegui quien concibi por primera vez a la sociedad peruana como una totalidad heterognea. La idea de heterogeneidad representa nada menos que el "hallazgo bsico de la investigacin mariateguiana" (1979b:58) (11). Considero que el contrapunto del pensamiento de Quijano con la obra de Maritegui, iniciado muy tempranamente (Maritegui,1956) cuando todava subsista el veto poltico de la III internacional y del propio Partido Comunista Peruano al llamado mariateguismo, y continuado durante dcadas (Maritegui,1991), es el factor que le permite trascender la influencia de los modelos eurocntricos de conocimiento como el positivismo, funcionalismo, estructuralismo, materialismo histrico y dialctico elaborando una perspectiva autnoma reconocible en toda su obra. De otro lado, la nocin de dependencia cultural se refiere a la influencia mutiladora que ejerce la dominacin sobre la capacidad creativa y de elaboracin cultural de los grupos sociales dominados. En tanto rasgo central de las sociedades latinoamericanas, la situacin de dependencia no origina solamente fenmenos de orden social como la marginalizacin sino tambin la formacin de una cultura dependiente:
La dependencia estructural de las formaciones sociales sometidas a la dominacin imperialista, no est presente solamente en el proceso de marginalizacin social de creciente grupos, sino tambin en otro fenmeno cuyo estudio apenas comienza, en Amrica Latina por lo menos: la emergencia de una cultura dependiente en tanto que adhesin fragmentaria a un conjunto de modelos culturales que los dominadores difunden, en un proceso en el cual se abandonan las bases de la propia cultura sin ninguna posibilidad de
interiorizar efectivamente la otra. Como si alguien olvidara su idioma y no lograra nunca aprender suficientemente ningn otro (1980:38).
Estas formulaciones permiten al autor sustentar la tesis de que la participacin cultural es un asunto de las relaciones entre dominacin y cultura, y no un problema de gestin cultural en las relaciones entre cultura y pblico. Para Quijano, la superacin de los obstculos que impiden la participacin cultural, requiere la democratizacin de las relaciones culturales entre los diversos grupos sociales, pues no slo ser necesario que cambien el orden social y el orden de la cultura, sino que todo ello ocurra de un modo en que se ensanche permanentemente la autonoma de los hombres (1980:45). Es decir, se trata de un problema de liberacin social, que implica la transformacin de las relaciones entre cultura y poder.
El texto critica las mistificaciones eurocntristas, destacando la modernidad no fue resultado de la historia europea en s misma, sino ms bien del conjunto de transformaciones ocurridas en todo el mundo desde el inicio de la expansin colonial europea, y ms precisamente desde la conquista y colonizacin de Amrica:
La modernidad como categora se acua, ciertamente, en Europa y particularmente desde el siglo XVIII. Empero, fue una resultante del conjunto de cambios que le ocurran a la totalidad del mundo que estaba sometido al dominio europeo, desde fines del siglo XV en adelante. Si la elaboracin intelectual de esos cambios tuvo a Europa como su sede central, eso corresponde a la centralidad de su posicin en esa totalidad, a su dominio (1980:11).
El surgimiento de la modernidad, como fuente de una nueva racionalidad, tiene pues una relacin directa y entraable con la constitucin histrica de Amrica Latina (1988:11). Tres factores resultan decisivos en dicho proceso: a) el rol de la produccin metalfera americana, como base de la acumulacin originaria y la formacin de la economa mundial capitalista; b) la presencia de Amrica en el imaginario utpico europeo de los siglos XVI-XVII; y c) la activa participacin latinoamericana en el movimiento de la ilustracin a lo largo del siglo XVIII. El segundo de estos factores resulta clave, ya que implic una verdadera mutacin de la representacin del tiempo y de la historia en la imaginacin europea, debido a lo cual se produce el desplazamiento del pasado, como sede de una para siempre perdida edad dorada, por el futuro como la edad dorada por conquistar o por construir (1988:12). Emerge, as, una utopa de liberacin, una nueva racionalidad histrica como base de la modernidad, cuyos rasgos principales son:
[] la desacralizacin de la autoridad en el pensamiento y en la sociedad; de las jerarquas sociales, del prejuicio y del mito fundado en aquel; la libertad de pensar y de conocer; de dudar y de preguntar; de expresar y de comunicar; la libertad individual liberada de individualismo; la idea de la igualdad y de la fraternidad de todos los humanos y de la dignidad de todas las personas (1988:33).
Dicha racionalidad histrica es confrontada por Quijano con aquella ligada a la expansin imperial noreuropea, que siguiendo a Horkheimer denomina como racionalidad instrumental. Se trata de aquella racionalidad constituida como expresin del desplazamiento de las primigenias promesas de la modernidad ante el ascenso de la hegemona imperial inglesa, bajo cuyo manto logra cristalizarse e imponerse, sobre todo desde fines del siglo XVIII y a lo largo del XIX. La versin oscurantista de la ilustracin, bsicamente nor-europea (Locke, Hume, etc.), se impone de ese modo sobre su versin liberadora, bsicamente mediterrnea (Voltaire, Rosseau, Diderot, etc.), encarrilando la conciencia europea a las necesidades del poder capitalista ya plenamente constituido. De ese modo, la asociacin entre razn y liberacin, propia de la racionalidad histrica, es eclipsada por la asociacin entre razn y poder, propia de la racionalidad instrumental. Ello implic una verdadera metamorfosis de la modernidad (1988:51), con consecuencias profundas en Amrica Latina, pues la prolongacin de la dominacin colonial logr revestirse de ropajes liberales, convirtiendo la nocin de modernidad en una ideologa legitimadora de las jerarquas, y la quimera de la modernizacin en un remedo de occidentalizacin disociado completamente de toda nocin de libertad, igualdad o fraternidad, y de la propia experiencia histrica latinoamericana. Para Quijano, la identidad latinoamericana se halla encerrada en esas encrucijadas, en medio del conflicto entre la seduccin occidental y las reverberaciones de su propia historia:
[] no se trata solo de que leemos libros europeos y vivimos en un mundo por completo diferente. Si slo as fuera, seramos apenas europeos exiliados en estas salvajes pampas, como se han definido muchos o tendramos como nica aspiracin ser admitidos como europeos, o mejor yanquis, como es sin duda el sueo de otros muchos. No podramos, en consecuencia, dejar de ser todo eso que nunca hemos sido y que no seremos nunca (1988:60)
Ese dilema se relaciona estrechamente con la constitucin heterognea, conflictiva y discontinua de la sociedad y la cultura en Amrica Latina, uno de cuyos rasgos es la inexistencia de un universo intersubjetivo compuesto por materiales ya plenamente sedimentados(1988:59). De all que el imaginario, la sensibilidad, la propia elaboracin intelectual latinoamericana, muestran lo que Quijano denomina tensin de la intersubjetividad: como la cultura est constituida por mltiples elementos que le otorgan su riqueza, variedad y densidad, pero cuyas contraposiciones abiertas no han terminado de fundirse del todo en nuevos sentidos y consistencias (1988:59), se trata de un magma de sentidos culturales e histricos en permanente tensin y conflicto, pues:
[la] relacin tensional entre el pasado y el presente, la simultaneidad y la secuencia del tiempo de la historia, la nota de dualidad en nuestra sensibilidad, no podran explicarse por fuera de la historia de la dominacin entre Europa y Amrica (1988:63).
Lo especfico de la identidad latinoamericana resulta ser la existencia de un complejo y discontinuo proceso de reelaboracin de los elementos simblicos que la constituyen, pues cada vez que las bases del poder logran ser corrodas por las luchas de los dominados, se hacen originales, de nuevo, los elementos bsicos de nuestro universo de subjetividad. Con ellos se va constituyendo una nueva utopa, un sentido histrico nuevo, una propuesta de racionalidad alternativa (1988:64). La encrucijada de sentidos histricos que conforma el carcter tensional y conflictivo de la subjetividad latinoamericana, se expresaba as en la contraposicin de dos tendencias contrapuestas: aquella que se dirige hacia la reoriginalizacin de smbolos, sonidos, colores y sentidos culturales; o
aquella que tienden a prolongar la dependencia cultural. La primera de ellas revela sobre todo mediante la creacin esttica la vigencia de la racionalidad histrica y su formidable proyecto de asociacin entre razn y liberacin, originado en el propio curso de la modernidad. La elaboracin esttica se reencuentra, de ese modo, con la formulacin de conocimiento, prefigurando una nueva utopa de reconstitucin del sentido histrico de la sociedad (Quijano,1990).
Eurocentrismo y colonialidad
En el trnsito de los aos 80 a los 90, Quijano (1988b) elabora una importante reflexin sobre el significado de la crisis del conocimiento social especficamente de la famosa crisis de paradigmas para el debate y la investigacin latinoamericana. Plantea que se trata de una crisis de la propia subjetividad contempornea, desatada como parte de la mutacin de todo un perodo histrico: aquel asociado a la modernidad europea, cuyo agotamiento envuelve tambin los fundamentos epistemolgicos que sustentaron la hegemona de los modelos europeos de conocimiento, impuestos en todo el mundo desde el siglo XIX. Dichos fundamentos en crisis son los siguientes:
[] el carcter objetivo del conocimiento; la idea orgnica de la totalidad; la relacin mecnica entre estructura y procesos; la idea de la invariancia de las relaciones de determinacin; de la invariancia de las estructuras ltimas; la constitucin objetiva de las categoras, etc.(Quijano,1988b:9).
Para Quijano, la crisis profunda del conocimiento social de raigambre europea, implica tambin el cuestionamiento de su pretensin de validez universal, lo cual permite redescubrir y reivindicar otras experiencias cognoscitivas, silenciadas durante siglos por la predominancia colonial de los modos europeos de conocer. Tal es el caso de la experiencia histrica y cultural de las sociedades del llamado tercer mundo, y especficamente de Amrica Latina. En ese contexto, signado por el agotamiento del orden de posguerra, la crisis de los socialismos realmente existentes y la cada del muro de Berln, Quijano logra formular una crtica profunda del eurocentrismo, desarrollando adems la nocin de colonialidad del poder. Ambos asuntos ocupan el centro de su pensamiento a lo largo de la dcada de los 90. El eurocentrismo consiste en un modo de comprender e interpretar las diversas experiencias histricas de las sociedades no europeas, de acuerdo a las caractersticas y trayectoria particular de la historia europea, la cual es convertida, as, en un modelo de interpretacin de alcance y validez universal. Las caractersticas epistemolgicas del eurocentrismo, como perspectiva de conocimiento estrechamente relacionada con la expansin del colonialismo, son las siguientes:
[] visin dual y antinmica de la realidad, de exterioridad entre sujeto y objeto de conocimiento, de unilinealidad y unidimensionalidad del razonamiento, de adjudicacin de identidades ontolgicas originales a los objetos, el modo de constituir unidades de sentido o totalidades en esos trminos (Quijano, 1997: 144).
El ensayo Colonialidad y modernidad/racionalidad (Quijano,1992), publicado en el marco de los debates sobre los 500 aos de la conquista europea de Amrica, recoge por primera vez la elaboracin de Quijano alrededor del problema de la colonialidad. Como el propio autor anota:
Colonialidad es un neologismo necesario. Tiene respecto del trmino colonialismo, la misma ubicacin que modernidad respecto del modernismo. Se refiere, ante todo, a relaciones de poder en las cuales las categoras de raza, color, etnicidad, son inherentes y fundamentales (Quijano,1993a)
La nocin de colonialidad del poder se refiere a la prolongacin contempornea de las bases coloniales que sustentaron la formacin del orden capitalista, pues en la actualidad, no obstante que el colonialismo poltico fue eliminado, la relacin entre la cultura europea, llamada tambin occidental, y las otras, sigue siendo una relacin de dominacin colonial (Quijano,1992:12).
La colonialidad del poder implic la imposicin de una clasificacin social perversa sobre las diversas poblaciones y culturas del mundo, a partir del criterios raciales que terminaron regulando el acceso a trabajo, recursos, territorios, identidad, etc. Quijano (1993a, 1999b) destaca el rol de la idea de raza en la conformacin y el mantenimiento de la colonialidad del poder, debido a que fue el ms eficaz instrumento de clasificacin y dominacin impuesto a escala mundial:
El racismo y el etnicismo fueron inicialmente producidos en Amrica y reproducidos despus en el resto del mundo colonizado, como fundamentos de la especificidad de las relaciones de poder entre Europa y las poblaciones del resto del mundo. Desde hace 500 aos, no han dejado de ser los componentes bsicos de las relaciones de poder en todo el mundo (Quijano,1993a:167). La idea de raza vena, probablemente, formndose durante las guerras de reconquista en la pennsula ibrica. En esas guerras, los cristianos de la contrarreforma amalgamaron en su percepcin las diferencias religiosas con las fenotpicas. Es difcil explicar de otro modo la exigencia de certificados de limpieza de sangre que los vencedores establecieron contra musulmanes y judos. Pero como sede y fuente de relaciones sociales y culturales concretas fundadas en diferencias biolgicas, la idea de raza se constituy junto con Amrica, como parte de un mismo movimiento histrico, el sistema-mundo del capitalismo colonial, junto con Europa como centro de este sistema y de la modernidad (Quijano,1999a:197, nota 1).
Con base en la nocin de raza, se instituye la creencia en la existenciasupuestamente natural o biolgica de diferentes razas inferiores y superiores. As, la formulacin cientfica de la idea de raza en el contexto de la ilustracin europea, represent uno de los momentos claves del eurocentrismo, pues la produccin de conocimiento se desarroll desde entonces como parte de la reproduccin de la colonialidad del poder. (12) El eurocentrismo se instala, de esa manera, como la racionalidad o perspectiva de conocimiento que se hace mundialmente hegemnica, colonizando y sobreponindose a todas las dems, previas o diferentes, y a sus respectivos saberes concretos, tanto en Europa como en el resto del mundo (Quijano,2000:218). (13) El conjunto del mundo capitalista, tramado con la colonialidad, emerge como una novedad histrica en la medida que logra configurar un moderno sistema-mundial durante los siglos posteriores a la conquista de Amrica (Quijano y Wallerstein,1992). Eurocentrismo y colonialidad del poder son entendidos, de esa manera, como los componentes centrales e indivisibles de un nico proceso: la formacin, desde 1492, de un sistema mundial de poder capitalista, colonial y eurocentrado (Quijano,2001). La novedad histrica de ese patrn de poder no radica solamente en su alcance mundial, ya que tiene su formacin presenta otras caractersticas adicionales, entre las cuales destacan: a) su heterogeneidad, pues en torno de la impronta dominante del capital logra articular elementos y lgicas de origen diverso, como el salario, servidumbre, esclavitud, reciprocidad, pequea produccin mercantil simple, etc.; b) la formacin de nuevas identidades sociales a partir de la idea de raza, tales como indio, negro, blanco, mestizo, etc., que permiten clasificar a la poblacin bajo criterios coloniales; y c) la constitucin de nuevas categoras geo-histricas (Oriente, Occidente, Amrica, Europa, Africa, etc.), que permiten hacer efectiva la anexin colonial de territorios extensos y diversos en un nico sistema-mundial de poder capitalista fundado en la colonidad. (14)
de conocer, realmente liberada de las nefastas herencias de la colonialidad y el eurocentrismo, implica una profunda descolonizacin epistmica de nuestras maneras de elaborar sentidos histricos y reconocernos en el mundo. Se trata de un paso esencial en el camino mucho ms largo de reencuentro y reapropiacin de aquellas promesas que originaron la utopa de una nueva racionalidad liberadora. (15) En segundo lugar, puede mencionarse el mbito referido a las identidades. En la medida que la imposicin del poder colonial signific la feroz represin y despojo de la subjetividad propia de los pueblos y culturas colonizadas, implic tambin la imposicin violenta de la hegemona cultural dominante. Los dominados fueron obligados a mirarse con los ojos de los dominadores, ocultando sus propias identidades bajo el ropaje de los cdigos europeos, sincretizndolas con ellos, o simplemente asumiendo como suya la identidad colonizadora, con mayor o menor intensidad en cada caso y lugar particular, dependiendo de la peculiar densidad histrica y la variable intensidad de los procesos sociodemogrficos ocurridos en los diferentes espacios coloniales latinoamericanos y caribeos.(16) Esas disyuntivas constituyen el factor central del carcter conflictivo, heterogneo e inacabado de la identidad latinoamericana. En implica la necesidad de una renovada bsqueda de sentidos humanos e histricos reconciliados con la utopa de una nueva asociacin entre las gentes y sus culturas. En tercer lugar, en estrecha relacin con el problema anterior, destaca el tema del conflicto cultural. La nocin de colonialidad del poder permite comprender las profundas dimensiones del conflicto crucial en la subjetividad latinoamericana: la disyuntiva entre la recreacin permanentemente de los elementos culturales propios de los colonizados, de un lado; o la imposible conversin de lo propio en europeo, a travs de su eterna imitacin, de otro. Ese conflicto comprende al conjunto de las relaciones de poder en la sociedad, pero es en el plano cultural en la tensin de la subjetividad que adquiere sus rasgos ms profundos y terribles, pues:
[] impregna nuestra ms profunda experiencia histrica, porque no solamente subyace en la raz de nuestros problemas de identidad, sino que atraviesa toda nuestra historia, desde el comienzo mismo de la constitucin de Amrica, como una tensin continua de la subjetividad(1999a:99).(17)
Todas estas cuestiones remiten al asunto de las perspectivas de futuro. En la experiencia cultural latinoamericana, destaca la bsqueda recurrente de la reoriginalizacin: la conformacin de un horizonte cultural enteramente nuevo, compuesto por la reelaboracin permanente de los elementos simblicos de origen europeo y nativo. Los momentos y manifestaciones de este proceso son mltiples: desde el arte barroco hasta la narrativa del realismo mgico; desde la religiosidad indgena colonial hasta la msica popular actual, entre otros momentos, formas y lugares concretos. Se trata de una permanente subversin cultural que, desde el plano ms profundo de la subjetividad (las maneras de sentir y de soar), vincula la cotidianeidad con el pasado y el futuro, brindando proyectos colectivos y sentidos histricos nuevos. La utopa latinoamericana, de esa manera, reverbera siempre desde el plano de la produccin esttica, justamente porque es en la subjetividad que se comienza a vislumbrar todo proyecto de liberacin social (Quijano,1990). Son muchas otras las cuestiones referidas a los problemas centrales de Amrica Latina que la nocin de colonialidad del poder permite asumir desde una nueva mirada, tal como lo ejemplifican los diferentes trabajos que el propio Quijano ha venido elaborando a lo largo de la ltima dcada (18). El itinerario mltiple de sus contribuciones y hallazgos, muestra la riqueza y vigencia del pensamiento crtico latinoamericano, de donde proviene, sin duda, su insistencia en la bsqueda de una comprensin histrica y totalizadora de los distintos procesos y fenmenos. Pero es su definida opcin tica contra el poder, en todas sus ramificaciones, formas y lugares posibles, lo que otorga a sus contribuciones una profunda significacin poltica y humana. Conocimiento, tica y poltica no son, de esa manera, horizontes separados, sino que constituyen un espacio vital y cognoscitivo que construye, incesantemente, el lugar de la utopa.
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Notas:
* Ramn Pajuelo Teves, Instituto de Estudios Peruanos (IEP) y Universidad Andina Simn Bolvar (Ecuador). Correo electrnico:[email protected] Pajuelo, Ramn (2002) El lugar de la utopa. Aportes de Anbal Quijano sobre cultura y poder. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela. 1. Priorizo aqu su reflexin sobre el conjunto de Amrica Latina, y no as sus mltiples trabajos dedicados al Per,
como aquel clsico ensayo de fines de los 60 que condens una imagen de conjunto del pas (1968); sus textos sobre el velasquismo (1971b;Collar,1968); aquellos referidos a temas histricos (1978); o los ms recientes sobre el fujimorismo (1995,1998b). Tambin debe destacarse su labor como director de la revista Sociedad y poltica, sin duda una de las ms importantes en la historia de la izquierda peruana. 2. No es ste el lugar para un anlisis detallado de las diversas perspectivas tericas y polticas que conformaron la
teora de la dependencia. Baste recordar que entre sus principales representantes destacan Fernando Henrique Cardoso, Enzo Faletto, Jos Nun, Octavio Ianni, Vania Bambirra, Rui Mauro Marini, Oswaldo Sunkel, Celso Furtado, Teothonio Dos Santos, Pablo Gonzles Casanova, Ren Zavaleta, Agustn Cueva, entre otros. Entre los trabajos pioneros de la teora de la dependencia figuran una serie de monografas ya clsicas escritas por Quijano, sobre temas diversos como las luchas de clases, los movimientos campesinos, el proceso de urbanizacin, el imperialismo y la marginalidad, etc., entre ellas figuran: El movimiento campesino en el Per y sus lderes (1965), Notas sobre el concepto de marginalidad social (1966), El proceso de urbanizacin en Latinoamrica (1966), Los movimientos campesinos contemporneos en Latinoamrica (1966), Tendencias de la urbanizacin en el Per (1967), Dependencia, cambio social y urbanizacin en Latinoamrica (1967), Urbanizacin y tendencias de cambio en la sociedad rural en Latinoamrica (1967), La
urbanizacin de la sociedad en Latinoamrica (1967), Naturaleza, situacin y tendencias de la sociedad peruana contempornea (1969), La especificidad del fenmeno de marginalidad en Amrica Latina (1969), El proceso de marginalizacin y el mundo de la marginalidad en Amrica Latina (1970), Redefinicin de la dependencia y proceso de marginalizacin en Amrica Latina (1970), Polo marginal de la economa y mano de obra marginalizada (1971). A fines de los 70, estos textos fueron recogidos en una serie de volmenes publicados en Lima (Quijano, 1977a, 1977b; 1978, 1979a y 1980). 3. 4. En adelante, las citas corresponden a esta publicacin del ensayo. La tesis de la conformacin de un sector intermedio entre blancos e indios fue formulada inicialmente durante la
dcada de los aos veinte, en el marco del intenso debate alrededor del indigenismo, siendo la ms sugestiva la que plasma Uriel Garca en su libro El nuevo indio (1930), en polmica con Luis E. Valcrcel, quien haba propuesto en su Tempestad en los andes (1927) la tesis de la continuidad y vigencia de los rasgos originales prehispnicos de la raza indgena. Posteriormente, durante las tres dcadas siguientes, algunos investigadores plantearon el asunto en trminos de mestizaje cultural (Escobar,1947; Bourricaud,1954) e inclusive de cholificacin (Mangin,1959; Varallanos,1962; Bourricaud,1968), pero sin lograr superar los enfoques positivistas y culturalistas entonces en boga, por lo cual plantearon el problema en trminos de mestizaje o aculturacin. Un panorama de estos estudios fue publicado posteriormente por Jos Mara Arguedas, en la importante antologa Estudios sobre la cultura actual del Per (1964). 5. [] en la actualidad es bastante claro que no es fecunda la aplicacin mecnica de la actual teora sociolgica a la
realidad concreta de nuestras sociedades[]. Es, por lo tanto, indispensable replantear y reformular el aparato conceptual y metodolgico existente, en relacin a las caractersticas peculiares de nuestra historia y de nuestras sociedades (Quijano,1980: 49). 6. El impacto de los procesos de modernizacin sobre el conjunto de la sociedad peruana, se refleja claramente en la
intensidad del fenmeno de urbanizacin. Desde la dcada de los 40, la migracin rural-urbana alcanza enormes dimensiones, al punto de convertirse en la principal experiencia vital de centenares de miles de campesinos, en su gran mayora de origen indgena, que migraron a los diferentes pueblos y ciudades del pas, especialmente a Lima. A inicios de los 80, el Per ya se haba convertido en un pas predominantemente urbano. 7. Sin embargo, Quijano no se refiere al debate de las ciencias sociales peruanas que, durante los aos 80 y 90,
retoma sus intuiciones originales sobre lo cholo alrededor de temas como la migracin y el desborde popular (Matos Mar,1984), la construccin de otra modernidad (Franco,1991), o la reinterpretacin de las dimensiones de lo cholo (Nugent,1992). 8. El tiempo que media entre ambos trabajos coincide con la residencia de Quijano en Santiago de Chile, como
investigador de la Divisin de Asuntos Sociales de la CEPAL, perodo durante el cual hizo parte del ncleo de intelectuales latinoamericanos fundadores de la teora de la dependencia, escribiendo varios de sus textos pioneros (ver nota 2). 9. 10. 11. Las citas que siguen corresponden a esta edicin. Sobre el debate latinoamericano alrededor de la categora de heterogeneidad, vase: Quijano, 1988. Actualmente, la nocin de heterogeneidad es como seala Garca Canclini (2001:63) uno de los conceptos
centrales de las ciencias sociales, y especficamente de los estudios sobre los fenmenos culturales en Amrica Latina. 12. Como lo ha demostrado el trabajo de la Comisin Gulbenkian (Wallerstein,1996), inclusive las propias disciplinas
cientficas se constituyeron con base en el eurocentrismo, a lo largo de los siglos XIX y XX. 13. La concepcin de eurocentrismo elaborada por Quijano, resulta emparentada pero al mismo tiempo diferente de las
desarrolladas por Samir Amin (1989), que resalta su impronta cognoscitiva europea, y Enrique Dussel (2000), quien
destaca su carcter fundante del mito eurocntrico de la modernidad. Para Quijano, el eurocentrismo es, sobre todo, la parte esencial de la colonialidad del poder. 14. Recientemente, Fernando Coronil (1996) ha destacado la necesidad de superar estas categoras geo-histricas, a fin
de avanzar en la formulacin de conocimiento no eurocntrico. De otro lado, con base en la nocin de colonialidad del poder, Walter Mignolo (1999) ha propuesto el concepto de diferencia colonial, para analizar la formacin de diferentes espacios geo-histricos, y sus relaciones actuales, que ocurren todava bajo los trminos de la colonialidad del poder. 15. En el contexto de los debates actuales alrededor de esta cuestin, los avances realizados desde Amrica Latina son
muy significativos, como lo muestran los diversos trabajos del libro La colonialidad del saber. Eurocentrismo y ciencias sociales (Lander,2000). 16. A lo largo de los siglos coloniales y republicanos, esos factores fueron modelando las semejanzas y diferencias que
hoy observamos entre los espacios con una historia larga y densa, marcada por la presencia indgena (como ocurre en mesoamrica y los andes centrales), aquellos espacios con decisiva presencia africana (como ocurre en el Caribe y algunos espacios de la costa pacfica y atlntica latinoamericana), o aquellos de fuerte migracin europea relativamente reciente (como ocurre en el llamado Cono Sur). 17. En la experiencia peruana, el trgico caso de Jos Mara Arguedas resulta ejemplificador. Su excepcional
sensibilidad le condujo a vivir de manera intensa, en el laberinto de su propia subjetividad, los conflictos que atraviesan al conjunto de la sociedad peruana, plasmndolos en sus novelas, cuentos, poemas y ensayos, e inclusive en su propio destino. 18. Alrededor de temas como la conformacin del Estado/nacin (1993,1987), la democracia (2000c,1997), el desarrollo (1988b,1991b), la
conformacin clasista e institucional de la clasificacin social (2000b), los derechos humanos (2001b), los peligros y retos implicados en el proceso de globalizacin (2001c) y la vuelta en escena de las perspectivas y las luchas por el futuro (2001a).
Trayectoria crtica de Angel Rama: la dialctica de la produccin cultural entre autores y pblicos
Juan Poblete
Angel Rama (Uruguay, 1926 - Espaa, 1983) se ha convertido ya en un clsico de la cultura latinoamericana. Eso se ha manifestado no slo en la inclusin de sus ensayos en la coleccin Ayacucho, en cuya fundacin y diseo tuvo tan destacada participacin, sino tambin en las formas de lectura a que ha sido sometido. 1 A Angel Rama que en tanto clsico funciona como un punto de referencia a partir o en contra del cual se construyen y se legitiman discursos se le podran aplicar los conceptos y criterios que l elabor para el estudio de los campos culturales y los intelectuales latinoamericanos. Preguntarse, por ejemplo, qu pasa cuando lo pensamos como transculturador (En qu fuentes intelectuales internas y externas abrev?), como miembro de la ciudad letrada (Qu funciones y cargos desempe? Bajo qu condiciones de poder produjo su discurso?), como crtico especializado y profesional (Cules fueron los vehculos de su prosa y sus medios de acceso a los lectores?) y como agente cultural (Qu empresas fund y cmo busc y (se) acomod (a) las demandas de sus pblicos?) Preguntarse entonces, Hasta qu punto esta grilla, que excede con mucho las posibilidades de este artculo, permite comprender a fondo la labor mltiple de Rama y cmo su carrera confirma y complica esos conceptos y esquemas?2 Pocos intelectuales encarnan como Rama, en su propia biografa y de una manera ms patente, la dimensin continental latinoamericana de los aos sesenta. Dio conferencias y cursos en gran parte de Amrica Latina y vivi y trabaj en Montevideo, San Juan de Puerto Rico, Pars, Stanford, Maryland y Caracas. En sta ltima obtuvo la nacionalidad venezolana debido a la negativa de la dictadura uruguaya a renovarle el pasaporte.3 Reflexionando sobre el impacto del exilio en la emergencia y globalizacin de la cultura latinoamericana, Rama dira:
La movilidad del equipo intelectual latinoamericano [ha hecho posible una] [] tarea de globalizacin y percepcin del conjunto, subrayando las circunstancias econmicas, sociales y desde luego culturales que encuadraban a toda Amrica Latina4
Los exilios vinieron as a culminar en la dcada siguiente, ese efecto continentalizador que la revolucin cubana y las reacciones norteamericanas y soviticas, el Boom de la literatura y los medios de comunicacin masivos, el desarrollo de la sociologa de la dependencia y del desarrollismo y la creciente concentracin urbana, entre otros factores, haban tenido en la dcada de los sesenta. Al nivel del discurso, anotemos que es en ese contexto donde Rama desarrolla aquel estilo y ambicin que lo caracterizara: el panorama continental brillante en donde mltiples corrientes, autores, obras son explicados en unas cuantas pero poderosas lneas centrales. De entre los varios libros que pueblan la produccin ramiana, destacan por supuesto, en este esfuerzo por pensar las dinmicas culturales del continente, los dos ms sistemticos y abarcadores: La Ciudad Letrada y Transculturacin Narrativa en Amrica Latina . Quiero examinarlos con algn detalle, en el contexto de otros de sus libros y escritos principales, pues se sealan en ellos algunas constantes que tendrn un impacto en el anlisis de aqullos.
Daro no recibe simplemente una influencia literaria artepurista, sino que vive, en su versin latinoamericana, sus bases materiales. De all que su mejor obra sea una transformacin creadora y original y no una burda imitacin. Dicha experiencia de la modernidad posibilit en Daro una doble liberacin: la de los cliss verbales de la tradicin espaola y la de los cliss mentales que aquellos encerraban. Daro determin as con claridad, sostiene Rama, la esfera precisa del cambio o revolucin literaria latinoamericana: el concepto del poeta (que se torna especfico) y el de poesa (que se vuelve autoconsciente). Para ello renueva Daro la lengua literaria, las formas mtricas, los recursos de estilo y los temas. De las dos formas de independencia posibles, continua Rama, Daro elige, desechando la temtica, la ms drstica que corresponde a una reelaboracin de la lengua potica (Rama,1970:7). 8 Daro usa a los franceses para poder deshacerse de la carga retrica del neoclasicismo y del romanticismo espaol, lo que lo obliga, adems, a buscar en los clsicos del Siglo de Oro y en la lengua cotidiana nuevas fuentes en que abrevar. 9 Situado Daro en esa encrucijada permanentemente latinoamericana del esfuerzo por la originalidad inscrita siempre en una fuerte dependencia econmicocultural respecto a las metrpolis, supo realizar, insinua Rama, con mayor o menor conciencia, una alta tarea: transculturar a partir de lo propio y ajeno, haciendo uso de los espacios que social e histricamente estaban a su alcance, buscando en el venero interior de la lengua los recursos tcnicos para responder creativamente al estmulo exterior. Esta capacidad para encontrar las armas tcnicas propias que permitan lo que luego llamara una operacin transculturadora original, ser, de aqu en ms para Rama, el rasero cultural con el cual medir a sus autores preferidos y, menos positivamente, a aquellos que no gocen de su favor.
discurso de validacin en un campo de lo social que se haba fragmentado en saberes especficos que hacan imposible la continuidad sin ms de la actividad del letrado tradicional. En tanto 'sujeto civil' este ltimo presupona un espacio discursivo homogneo en que lo poltico, lo social, lo artstico, lo religioso se integraban al punto de permitir a cualquier sujeto autorizado (letrado) pasar de un sector al otro casi sin solucin de continuidad discursiva. En el nuevo espacio discursivo fragmentado de la modernidad, el modo de autorizacin del sujeto literario sera, en cambio, especficamente esttico. As, y algo paradojicamente, ese sujeto esttico se autorizara a s mismo, se tornara especfico, es decir moderno, en tanto crtico de aquella separacin 'desintegradora' y de las diferentes prcticas estatales, ambas decididamente modernizadoras. Entonces, en esta encrucijada a dos niveles (el de los escritores y el de los crticos) los escritores modernistas (por definicin) siguieron a Daro. Julio Ramos, por su parte, prefiere seguir a Mart para mostrar como aqu, en el supuesto ejemplo paradigmtico de la alternativa poltica a la opcin literaria de Daro, se impona tambin un quiebre radical en el discurso letrado. La opcin de Rama en La Ciudad Letrada, demuestra que lo que pareca una bifurcacin en el camino al llegar a la altura del fin de siglo, era en realidad una multiplicacin de las rutas posibles del trabajo intelectual. Si Ramos se va, en forma brillante, con Mart y Daro por el camino de los literatos, Rama, en cambio, elige esta vez un camino intermedio que sirve mejor el argumento central de su libro sobre la continuidad e importancia de la actividad discursiva del letrado en Amrica Latina. Este camino es el de los que denomina idelogos, cuyo paradigma seran los filsofos-educadores-politlogos a la Jos Vasconcelos 11 En este desplazamiento sutil y a la vez algo forzado hacia los escritores de prosa no-ficcional, radica paradojicamente uno de los aspectos ms iluminadores del libro de Rama. La espacializacin del discurso en la metfora de la ciudad letrada hace posible preguntarse lo siguiente: cuando los escritores (literatos) se mudan hacia otros barrios de la polis; cuando la polis se politiza; deja el Poder Estatal (ahora en proceso cada vez ms fuerte de consolidacin) de tener sus intelectuales orgnicos? Obviamente hay una relacin directa entre los literatos y el poder modernizador (negativa y crtica, dira Ramos); pero la pregunta persiste: quin reemplaza al escritor ahora marginal al menos con respecto al lugar cntrico que ocupaba el letrado en el interior del poder (Ramos,1989:74); es que ya no hay intelectuales ah en ese centro alrededor del poder? La respuesta de Ramos: que el Estado ya haba racionalizado y autonomizado su territorio socio-discursivo (Ramos,1989:71) es insuficiente pues nos deja con la incgnita sobre quines llevaron a cabo esta racionalizacin, quin los form, dnde estudiaron, etc.12 Creo que es aqu donde el desvo forzado de Rama apunta en la direccin adecuada y demuestra la productividad del concepto de letrado. En efecto, el concepto lleva inscrita una relacin estrecha con la produccin del poder, lo que obliga a Rama a tratar de encontrar el tipo de intelectual que mejor o ms claramente encarna esa modulacin esencial del trmino. La insistencia de Rama permite ver en la doble orientacin de los filsofos-educadores, y sobre todo en los profesores, su encarnacin ms abundante y decisiva, algo que siempre haba sido verdad pero que slo ahora cuajaba en forma visible y masiva: que la literatura no era simplemente un conjunto de obras y autores, sino un grupo de prcticas discursivas y no discursivas de produccin de sentido socialmente determinadas. Prcticas de elaboracin, produccin y consumo de textos que si ahora se multiplicaban permitiendo aquella divisin de la ciudad letrada, slo resultan entendibles a la luz de la continuidad de la labor reproductora (e inevitablemente transformadora) de dichas prcticas en el seno del sistema escolar. Slo la ampliacin del pblico lector y el lento proceso de constitucin de las literaturas nacionales permiten visualizar lo que la literatura siempre haba sido y entonces solamente perfeccionaba y masificaba; una mquina para la produccin de subjetividades, un discurso, una prctica, o sea un poder/saber, una disciplina que pronto pasara a llamarse, al menos en algunos pases, Castellano. 13 All los nuevos letrados acompaaran la labor de los nuevos escritores puros con su trabajo de reproduccin tensionada y contradictoria de las diferencias entre el lenguaje de la mayora y el de unos pocos, entre el lenguaje de la calle y el de los textos, entre las tradiciones aceptadas y las rechazadas. Estudiar la literatura como institucin moderna, es decir, en la conjuncin de un espacio, unos agentes y unas formas de hacer, no puede ya seguir siendo el establecimiento de una seguidilla autnoma de obras con ciertas supuestas cualidades estticas, sino que debera ser entre otras cosas, por ejemplo, la historia de la manifestacin de la Literatura en el sistema educacional y la de las prcticas de su lectura y consumo. Son los usos y las prcticas a travs de las cuales se despliega la literatura en
el espacio de lo social los que reclaman nuestra atencin. La clave es la forma de uso, el mecanismo de construccin de ese objeto que llamamos por convencin texto. 14 En este contexto se comprende que no es casualidad que el modelo de letrado (con sus funciones fundamentales de reproduccin social) que Rama vena persiguiendo desde la colonia parezca diluirse precisamente cuando en rigor proceda a encontrar su verdadero nicho institucional moderno. El letrado parece tornarse invisible en la figura del profesor (es decir, del intelectual en el sistema educativo) en quien el poder y el saber se funden en la imagen neutra de la verdad y de su causa. Es entonces, cuando el nuevo cariz de la ciudad letrada y de la ciudad real se presenta ahora en su forma nacionalizada y moderna, que las funciones del letrado parecieran desplegarse ms perfecta y puramente, como un conjunto de prcticas y de usos en donde la distincin entre poder/saber y verdad se torna impronunciable. Desde ese momento su labor reproductora sera el uso de las tecnologas pedaggicas adecuadas (tcnicas y aparatos) para la produccin masiva de sujetos ciudadanos que, dejando de ser un pueblo indiferenciado, fueran capaces de constituirse en el pblico lector y consumidor requerido y deseado por un cierto proyecto poltico de desarrollo cultural nacional. Las Mscaras democrticas del Modernismo (1985) Las Mscaras democrticas del Modernismo (1985) es un esfuerzo abarcador por comprender el modernismo dentro del largo perodo del siglo de modernizacin y modernidad que va en Amrica Latina desde 1870 a 1960. Rama distingue dos 'macroperodos': el de la cultura modernizada internacionalista (1870-1910) que se subdivide en tres 'momentos' (cultura ilustrada, cultura democratizada y cultura prenacionalista); y el de la cultura modernizada nacionalista (1910-1960). El anlisis del modernismo dentro del momento de la cultura democratizada, que Rama llama as para destacar su carcter aun no propiamente democrtico, importa aqu en cuanto nos permite sostener una continuidad relevante entre el libro sobre Daro (1970) y ste publicado ya pstumamente, y un grado de avance tambin considerable en el anlisis cultural materialista que Rama elabor a lo largo de su trayectoria crtica. Sobre el primer aspecto volver luego cuando examinemos el libro Transculturacin narrativa en Amrica Latina (1983). Del segundo me interesa destacar la mayor precisin con que Rama percibe las transformaciones en los estilos de produccin y consumo material de la cultura impresa en el continente. Menciona, por ejemplo, el impacto democratizador del periodismo sobre las formas discursivas de la poesa en lo que llama el sistema productivo democrtico:
[] ya no podan concebirse las obras macizas, largamente pensadas y elaboradas, las que haban sido sustituidas por el espontneo poema corto, el texto rpido y certero [] ya nada poda quedar encerrado en pequeos grupos en un tiempo en que 'el peridico desflora las ideas grandiosas' [] ya los pensamientos no eran nicos y permanentes sino que nacan del comercio de todos y entraban en un trfago multitudinario (Rama,1985a:26).
Lo esttico se democratizaba y la tradicin y sus continuidades eran desplazadas por la idea de la innovacin permanente.15 De los salones cerrados se pasaba a los cafs, a la bohemia y a las redacciones de los peridicos como espacios privilegiados de la sociabilidad literaria. Del tiempo largo y la formacin tradicional del 'dmine' literario pasamos al predominio del autodidactismo ejercitado en el peridico, de la intensidad del estudio al reinado de la 'impresin' y el subjetivismo que la labor del cronista ejemplifica. Esto, dice Rama, propiciaba el desplazamiento hacia el estilo y haca de este la carta de triunfo. (Rama,1985a:43). Las exigencias del mercado se manifestaban tambin en la aparicin de un tono periodstico a medio camino entre la seriedad y el exclusivismo del lenguaje de la cultura ilustrada y las caractersticas del popular. El vehculo de este nuevo tono eran las revistas de la clase media emergente que, por primera vez, se constitua en pblico lector de cierta masividad. Estos cambios caractersticos de la modernizacin y urbanizacin de la cultura en Amrica Latina nos hablan del efecto que la aparicin de nuevos pblicos tuvo sobre las jerarquas culturales, los estilos de consumo y las formas de produccin literaria. Sin embargo, es preciso aclarar que el nfasis ms sostenido del libro de Rama est todava en otra parte. Preocupado sobre todo de la figura del escritor modernista Rama hace hincapi, a lo largo de este recuento, ms en las transformaciones en el polo
productor que en el polo consumidor, le importan ms los cambios en el estilo de la prosa que los cambios en el estilo de la lectura y sus efectos sobre la democratizacin de la cultura. An as, el libro de Rama nos permite atisbar cmo los lectores se ampliaban y la literatura, en su nueva versin populista y popular (ahora en el sentido del mercado), pasaba a ser parte de la cotidianidad vital de sectores cada vez ms amplios de la poblacin. Este nuevo pblico era el que creaba, exiga y haca posible la proliferacin de una escritura tendencialmente mesocrtica y merecera ser estudiado no slo como background socio-econmico de los escritores modernistas sino como activo y transformador agente cultural. No obstante, estudiando el problema de la creacin futura de un pblico, desafo que compartieron tanto las vanguardias literarias como el leninismo poltico, Rama seala que la conclusin de Daro fue que El pblico que proporcionaba la democratizacin era materialista e incomprensivo del arte, por lo cual ste deba eludir los escollos y navegar solo hacia el futuro (Rama,1985a:140). Esto significaba no tanto darle la espalda al pblico masivo como aprender a explorar en su cultura 'autntica', previa al mercado y a la mercantilizacin de las relaciones sociales, los rasgos formales que le daban vida. 16 En este sentido, Daro coincida con los anarquistas y los conservadores que lamentaban la prdida supuesta de sus pblicos respectivos distinguiendo entre el pueblo (autntico, precapitalista y original) y el pblico (materialista y vulgar.) Como veremos de inmediato, el tema haba de reaparecer con fuerza en el entramado argumentativo de otro de los libros mayores de Rama.
menor prdida de identidad, a las nuevas condiciones fijadas por el marco internacional de la hora (Rama,1982:75).
La categora de transculturacin tiene as al menos dos aristas tensionadas en tanto concepto. Ellas realizan labores analticas opuestas pero tal vez complementarias. En el plano axiolgico, en tanto conceptualizacin valorativa, obliga a una difcil (y tal vez, innecesaria) evaluacin de las bondades o maldades de las formas de transculturacin, intentando imponer una distincin entre las formas buenas, deseadas o mejores y las malas, indeseables o peores. All es donde se coloca el distingo entre los cosmopolitas y los transculturadores que oscurece el hecho de que ambos son en rigor formas de la transculturacin. En cuanto concepto descriptivo en cambio, la transculturacin, una vez que se la purifica de cierto vanguardismo intelectual sobre el que volveremos en breve, aparece como un concepto mucho ms certero para describir el funcionamiento histrico efectivo de (una parte importante de) la cultura del continente. En tanto descripcin analtica, es obviamente posible y aun necesario discutir la capacidad de la dinmica bipolar, central a la transculturacin, de centro y periferia o metrpolis y culturas internas, de dar cuenta cabal de aquel funcionamiento. 19 Entre otras cosas porque, como insistiremos luego, es esa polarizacin la que coloca a las burguesas nacionales en un lugar privilegiado de intermediacin cuasi-necesaria. Debe reconocerse, sin embargo, que la carga axiolgica del concepto, su privilegio de las formas supuestamente ms verdaderas y populares de transculturacin por sobre las de los cosmopolitas, funciona aqu tambin como correctivo de esa tendencia a la sobrevaloracin del trabajo de la burguesa.20 Patricia D'Allemand ha sostenido que el valor central del libro Transculturacin es el rescate de las culturas populares rurales y que la transculturacin es un modelo modernizador alternativo. (D'Allemand,1996:139) Por efecto del Boom al nivel de los modelos literarios, y de los discursos desarrollistas, al nivel de los socioculturales, agregara yo, las culturas populares haban sido relegadas o ms bien mantenidas en su secular segundo plano. Rama, dice D'Allamand, separa estas culturas del recinto de lo folclrico en que se las confinara hasta entonces, para articularlas a la modernidad, develando su creatividad y su capacidad contestataria frente a los dictados de los discursos hegemnicos (D'Allemand,1996:133). Segn D'Allemand:
[]si la legitimidad de la reivindicacin de las culturas populares regionales es indiscutible, su imposicin como nuevo modelo hegemnico lo es menos. Tampoco es claro a partir de cual unidad regional se realizara esa integracin; su proyecto integrador replantea jeraquizaciones, pero no las cuestiona; su mapa pluricultural, en cambio, abre la posibilidad de cancelarlas. Los conflictos sealados en este proyecto 'nacional' de Rama se explican en parte por la confluencia de diferentes discursos y la dificultad para conciliarlos. (D'Allemand,1996:139-140).
En Rama, dice D'Allemand, no funciona un solo discurso de lo nacional. (D'Allemand, 1996:143). Ruben Daro y el Modernismo, ejemplificara un primer discurso de lo nacional mientras que Transculturacin narrativa, sera una muestra del segundo. En Ruben Daro Rama caera en una lectura economicista del proceso social y cultural que impondra el esquema de la dependencia y rplica respecto a modelos metropolitanos. El proyecto de renovacin literaria dependera aqu de una modernizacin segn el modelo urbano europeo. El segundo discurso nacional en Rama, siempre de acuerdo a D"Allemand, es el de Transculturacin en que Rama incorpora una dimensin culturalista y antropolgica al anlisis. Al proyecto nico modernizador y urbanizante europeo se opone ahora un concepto de pluralidades culturales fundadas en los procesos de transculturacin regional. Segn D'Allemand, Rama toma partido unilateral por los transculturadores y les niega a los internacionalistas el carcter de proyecto nacional, los 'desnacionaliza'. Por oposicin a esta ltima tesis yo sostendra, creo que en acuerdo con Rama como lo demuestran sus palabras ya citadas, que los cosmopolitas son ejemplo de una de las formas de cultura regional en Amrica Latina21, y que el nfasis de Rama en los llamados 'transculturadores' tiene que ver con por lo menos dos factores coyunturales. De una parte, con las distorsiones crticas del perodo del Boom y sus sucesores, los que l denomina 'novsimos', en donde el inters internacional recae casi
exclusivamente en los autores ms fcilmente traducibles lingstica y culturalmente a las formas y esquemas de reconocimiento metropolitanos. Ni Borges, ni Cortzar, ni Vargas Llosa estaban en peligro de ser excluidos. No se poda decir lo mismo de Rulfo, Arguedas y Roa Bastos, Puig y Cabrera Infante hablaban de la Amrica Latina urbanizada, mientras la cultura popular rural pareca condenada al olvido de lo superado por la moda modernizadora. Por otra parte, aquel nfasis valorativo en lo transculturador en un momento vivido como de fuerte imperialismo cultural a travs de los medios de comunicacin masiva se liga a lo que Rama perciba como el justo equilibrio entre las innovaciones tecnolgicas y tcnicas y los materiales culturales latinoamericanos. En este sentido, el libro de Rama debe ser comprendido como una intervencin estratgica, como un esfuerzo de correccin que cumpli con creces sus objetivos de reforma. Cuando Rama se refiere a los aos sesenta y setenta como una poca de cosmopolitismo algo pueril, est pensando especialmente en el efecto amnsico y excluyente, aunque no duradero, que la explosin editorial conocida como el Boom tuvo sobre el resto de la produccin cultural latinoamericana anterior y contempornea al grupo que promovi, entre otros, Carmen Balcells. 22 Hay aqu una paradoja: en su libro sobre Daro, como ya vimos, Rama haba estudiado la profesionalizacin del escritor latinoamericano en su relacin de mutua dependencia con las demandas del mercado editorial de la prensa del cambio de siglo. El Boom de la narrativa de los aos sesenta, era, claramente, otra fase en una separacin de esferas, en ese mismo proceso de profesionalizacin del escritor, ahora dependiente de una industria editorial especializada en la comercializacin masiva de prosa de autores convertidos en superestrellas y en marcas registradas. 23 Lo que esta segunda profesionalizacin traa aparejado y que Rama busc corregir, fue el privilegio casi exclusivo de ciertas formas de escritura y la imposicin de una legibilidad que, aunque basada en las complejas tcnicas modernistas metropolitanas, resultaba en una reduccin de la complejidad real del espectro de la escritura latinoamericana. Este sentido reactivo y de correccin de una injusticia histrica que poda tener incalculables consecuencias culturales de largo plazo, fue, al menos parcialmente, lo que motiv el foco preferente que Rama otorga a uno de los dos tipos bsicos de transculturadores que describe. Esos que a veces describe como los 'transculturadores' sin ms: Roa Bastos, Guimaraes Rosa, Rulfo y Arguedas. En segundo lugar, D'Allamand olvida que el modelo modernista de Daro ya es transculturador para Rama. Y lo es de una manera similar a aquella que habra de encomiar en los transculturadores narrativos. Segn vimos, para Rama Daro vuelve al venero interior, en su caso la lengua espaola ms clsica, previa a la desviacin europeizante del romanticismo y elige de entre las influencias 'externas', las francesas en particular, los elementos que ms se acomodan a su proyecto autonmico y original. No los contenidos sino la aspiracin a fundar la originalidad de una literatura sobre la construccin de un lenguaje y una potica nueva. Eso es, al menos parcialmente, lo que Rama celebrara en Jos Mara Arguedas. La idea de un modelo nico de identidad nacional, dice D'Allemand, es el problema pues reduce la variedad de 'formaciones socio-culturales' del continente (D'Allemand,1996:149). Esta idea crtica importante olvida, sin embargo, otra de las limitaciones centrales del proyecto de Rama en Transculturacin, limitacin que se deriva tambin de aquel modelo nacionalizante de desarrollo nico y homogneo. Me refiero a la centralidad de la literatura y en particular de la novela como forma superior que es capaz de captar y expresar las formas ms altas de la cultura de un pueblo 'desarrollado'. Esa cuestionable centralidad coloca al autor singular y genial en la posicin del verdadero transculturador, aquel cuyas obras maestras escritas son simplemente anticipadas por lo otros estratos socioculturales inmersos en los procesos de innovacin cultural. Discutible tambin es la jerarquizacin cultural centrpeta y homogeneizante que coloca a la cultura de elite y a algunas de sus formas escritas, por ms transculturadas que stas sean, como culminacin de un supuesto proceso unitario y nacional que rene y subsume la pluralidad de expresiones de las culturas populares. 24 Este grafo/logocentrismo y esta centralidad de lo esttico en su forma novelada son tanto o ms reductores de la pluralidad de lo cultural en Amrica latina y tanto o ms limitantes para el proyecto de renovacin radical de la crtica que Transculturacin podra haber sido, y en otros muchos respectos fue, que la supuesta exclusin de los cosmopolitas y la cultura urbana.25
Hay que reconocer, por otro lado, que lo que Rama llama la gesta del mestizo y que desde esta ptica crtica podra ser visto como una variacin del modelo clasista de la dependencia que, aunque sea para criticarla, coloca a la oligarqua y luego a la alta burguesa, (bisagra entre el interior y el exterior) como actor cuasiexclusivo de la historia nacional; podra tambin ser entendida como el reconocimiento implcito del carcter pluriclasista y pluricultural de la nacin latinoamericana, en tanto para Rama el mestizo es mucho ms una expresin cultural que tnica, es un estado de cultura al cual se puede acceder y no una invariable histrica o gentica. De cualquier modo, la pretensin de que la dinmica cultural de una sola clase o grupo tnico puede, como actor privilegiado, resumir y movilizar las energas culturales de la nacin completa, queda en pie y afecta al libro de Rama de la misma manera en que afect la explicacion histrica que del desarrollo de las economas nacionales proporcionara el modelo de Cardoso y Faletto. En defensa de Rama, si es que Rama necesitase alguna defensa, debe sealarse que el mestizo realiza para l la doble activacin de lo que con Raymond Williams aprendimos a llamar residual, es decir aquellos elementos que aunque pueden ser recuperados o asimilados al sistema dominante presentan tambin la posibilidad de una alternatividad cultural que constituye una reserva de impugnacin del orden vigente.26 El mestizo arguediano incorpora estos elementos residuales a la cultura peruana nacional pero trae tambin consigo esa alternatividad indgena hecha cuerpo en su propio concepto del trabajo, de la naturaleza y de la propiedad. El mestizo no se incorpora simplemente a un orden sino que lo altera y anuncia un mundo posible diferente. En este sentido, lo que Rama llama transculturacin es anlogo a lo que Jess Martn Barbero denomina la verdad cultural de Amrica Latina: el mestizaje no simplemente como cuestin racial sino como trama o espesor de nuestra modernidad. Un mestizaje que mezcla lo indgena con lo rural, lo rural con lo urbano, el folklore con lo popular y lo popular con lo masivo. (Martn Barbero,1987:10) Rama, como Martn Barbero, ve en lo que Williams llam residual (el pasado activo en el presente) la posibilidad de superar el historicismo sin anular la historia y una dialctica del pasadopresente sin escapismos ni nostalgias (Martn Barbero,1987:135). El mestizo realiza este trabajo de transformacin de lo residual en emergente y conecta as pasado y presente de manera activa, sin folklorismos ni populismos. Una diferencia importante entre Martn Barbero y Rama permite comprender mejor las limitaciones del proyecto de Transculturacin narrativa e insinuar un tercer factor coyuntural que, al menos en parte, las explica. Martn Barbero traza cuidadosamente la lnea de continuidad narrativa y melodramtica que lleva de las historias orales a la literatura del folletn serializado, pasando por el circo y la pantomima populares, hasta llegar a las nuevas formas de serializacin narrativa y de identificacin popular que la radio, el radioteatro, el cine y, finalmente, las telenovelas desarrollan. Rama, en cambio, se propuso rescatar las culturas populares latinoamericanas como sustrato activo en la vida cultural contempornea a travs de la propuesta de una forma esttica de elite la novela moderna vista aqu como superacin hegeliana de las antinomias de la cultura nacional y sus intelectuales. Este sospechoso literatucentrismo que ocurre justo en el momento en que la cultura popular se transformaba y masificaba a travs de nuevas formas de produccin y reproduccin masivas, se explica, al menos parcialmente, a partir de esa misma coincidencia aparente. En Rama, la transculturacin era tanto una reaccin frente a lo que denomin un cosmopolitismo pueril en la poca del imperialismo massmeditico norteamericano como una respuesta literaria visceral que buscaba rescatar una forma esttica aparentemente amenazada por las nuevas tecnologas de la comunicacin que a la sazn el imperio comunicacional estadounidense expanda por Amrica Latina. Discutible, entonces, es la unidireccionalidad nacionalista o ms bien la curva ascendente de la cultura latinoamericana que pareciera culminar para Rama en la novela transculturadora constituida as en el espacio donde los intelectuales logran darle expresin escrita a la voz del pueblo. Definitivamente desechable es, para terminar, el concepto normativo que hace de la hibridacin cultural profunda la nica forma de supervivencia abierta a las culturas indgenas concebidas como entidades estancadas y, de lo contrario, condenadas.27
Conclusin
En un cierto sentido, el libro Transculturacin narrativa sigue de cerca las oscilaciones tericas sobre el sub/desarrollo latinoamericano que van desde la escuela cepaliana a la teora de la dependencia: si los transculturadores cosmopolitas realizan la labor de adaptar tecnologas escriturarias externas (estilos y temticas) y permiten el desarrollo de una sustitucin de importaciones que expande el mercado local e internacional para su produccin literaria; los transculturadores propiamente tales, revelan esa sustitucin de importaciones como parcial y no conducente al verdadero desarrollo y autonomas culturales. De all la necesidad de mirar no hacia fuera sino hacia adentro, hacia la productividad cultural endgena que pone adems en cuestin la organizacin clasista y etnocntrica de las sociedades latinoamericanas.28Hay una comprensin dependiente y colonizada de lo que es el desarrollo y la modernizacin cultural en Amrica Latina:
Se ha llegado a justificar [dice Rama] el xito de la novela latinoamericana en el exterior por su ascenso a patrones tcnicos universales [] quizs este razonamiento [] pueda darse vuelta y decirse que ha triunfado gracias a que, a pesar de su modernizacin, sigue estando vinculada a operaciones tradicionales, incluso a contaminaciones folklricas, que todava puede responder a las apetencias del lector comn que en cambio no se satisface en los productos vanguardistas de una narrativa de punta que se adecua al ms rgido proceso de tecnificacin seguido por las sociedades desarrolladas (Rama,1986: p.333).
Retornamos as al problema de la interdependencia entre creador y comunidad de lectores como productores conjuntos de la obra artstica, que habamos sealado en la base del trabajo terico de Rama. El dilema entre cosmopolitas y transculturadores, dice Rama, no remite a la consecucin de lo bello [] sino a los modos diferentes que asume lo bello segn las culturas en que nace y el radio pblico en que puede ejercer su accin persuasiva. (Rama,1986:350-351). Se alude aqu a la problemtica a la que se enfrenta el transculturador radical (y con l, el argumento de Rama sobre el carcter ms popular-latinoamericano de esta va) en tanto su pblico ideal o deseado (lector modelo deca la semitica) no existe, en cuanto pblico masivo, sino que est obligado a postularse como proyecto al interior del pueblo, como apuesta cultural futurista de desarrollo. No es aqu un accidente que las ventas continentales de Arguedas, Roa Bastos y Guimaraes Rosa no hayan podido compararse nunca con las de Cortzar o Vargas Llosa. No es casual tampoco, por otro lado, que Rama sostenga que el vanguardismo cosmopolita ultratecnificado del Carlos Fuentes de los sesenta tardos y setenta haba sido castigado con un grado mucho menor de popularidad. En algn punto de este continuo se sita la obra transculturadora y a la vez comercialmente exitosa de la narrativa de Gabriel Garca Mrquez, cuyo status liminar en el libro de Rama merecera ser estudiado, desde el ngulo que aqu proponemos, como una solucin feliz del dilema entre el pueblo productor o generador del material y las tcnicas culturales que elabora el novelista transculturador y el pblico, que las favorece con su compra y lectura culminando el ciclo de la autonomizacin. 29 Si en Garca Mrquez pueblo y pblico coincidan, ese no era el caso de Jos Mara Arguedas. Lejos del xito editorial del Boom, la produccin de Arguedas, que tan profundamente encarn para Rama los aspectos definidores de la transculturacin, fue, desde este punto de vista, un extraordinario oxmoron: el fracaso y el xito ms grande de un proyecto que como el de Transculturacin Narrativa requera, para su autopostulacin como proyecto democrtico efectivo, tanto de un pueblo como de un pblico integrados aqu en y por un actor mestizo, trascendental y ausente. Una pera de los pobres en un teatro vaco. 30 Concluimos: en Transculturacin, Rama realiz un movimiento parcialmente contradictorio que su obra toda haba explorado insistentemente. Por un lado, entroniz a la literatura como la ms alta creacin de que son capaces los pueblos, imaginando un escenario ideal de desarrollo en que por fin pueblo y pblico coinciden en tanto pblico nacional en su participacin y goce de la obra esttica del transculturador; por otro lado, concibi a la novela como un espacio discursivo de produccin cultural colectiva que resulta tanto del genio creador del artista (el transculturador) como de su capacidad para procesar las formas culturales que el pueblo elabora y propone. 31 El escritor surge en Rama entonces, simultneamente como un creador original y como un compilador 32; mientras la cultura apareca, por su parte, a veces como un proceso ascendente con formas y actores privilegiados y otras como una
realidad de suyo heterognea y mltiple en donde los cruces entre pueblos y pblicos (ahora en plural) siguen caminos multiformes. Si al macronivel el carcter literaturicntrico de la visin de Rama confirmaba el privilegio de las formas cultas y del letrado capaz de operarlas, al micronivel de su anlisis se esforzaba por mostrar cmo las formas originales no son nunca el resultado aislado de un acto genial sino la labor cultural de un imaginario secular potenciado por elementos que lo activan o reactivan en un momento determinado:
La nica manera que el nombre de Amrica Latina no sea invocado en vano, es cuando [la] acumulacin cultural interna es capaz de proveer no slo de 'materia prima', sino de una cosmovisin, una lengua, una tcnica para producir las obras literarias. No hay aqu nada que se parezca al folklorismo autrquico, irrisorio en una poca internacionalista, pero si hay un esfuerzo de descolonizacin espiritual, mediante el reconocimiento de las capacidades adquiridas por un continente que tiene ya una muy larga y fecunda tradicin inventiva. (Rama,1986:350-351).
Referencias bibliogrfcas
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Notas
Juan Poblete, Universidad de California, Santa Cruz. Correo electrnico: [email protected]
Poblete, Juan (2002) Trayectoria crtica de Angel Rama: la dialctica de la produccin cultural entre autores y pblicos . En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela.
1 La Biblioteca Ayacucho fue creada en 1974 por decreto del Presidente de Venezuela, Carlos Andrs Prez, para celebrar el
sesquicentenario de la batalla de Ayacucho. Angel Rama, que haba sido el principal promotor del proyecto, es nombrado Director Literario y miembro de la Junta Directiva (Blixen y Barros-Lemez,1986: 50) El proyecto, en la visin de Rama, es descrito en su artculo: La Biblioteca Ayacucho como instrumento de integracin latinoamericana (Rama,1981).
2 Novelista y dramaturgo en los aos cincuenta en Uruguay, Rama se alz con gran rapidez como figura crtica de relevancia e
inici una tras otra, las varias empresas culturales en que particip en el contexto de lo que el mismo dio en llamar la generacin crtica. Si se sigue paso a paso la excelente Cronologa y Bibliografa que Carina Blixen y Alvaro Barros-Lemez, respectivamente, elaboraron de su vida, se puede destacar de inmediato su precocidad. Ya a los 24 aos, hacia 1950, la incesante actividad que hara de l la figura del Angel Rama que nos es familiar, ha recortado su perfil casi completo y dibujado su contorno mltiple de periodista cultural, traductor, crtico y editor. A ello agregar muy pronto otras tres aristas: el comienzo de su labor docente que lo haba de llevar como conferencista y profesor a buena parte de Amrica Latina, los Estados Unidos y Europa; su apabullante labor como compilador, editor crtico y/o prologuista de ms de sesenta volmenes y la autora de ms de quince libros. Vase Blixen y Barros Lemez (1986).
3 Vase Blixen y Barros Lemez, 1986:55. 4 Rama, citado por Blixen y Barros Lemez, 1986:58. 5 El propio Rama seala que la modernizacin latinoamericana (1870-1900) es donde siempre podremos recuperar in nude los
(Rama,1984:106).
6 Enfrentado a una disyuntiva similar, en la conceptualizacin de Rama, Jos Mara Arguedas habra de hacer, como veremos
luego, lo propio.
7 Vase como un ejemplo ms fino de tales orientaciones el excelente trabajo de Francoise Perus (1976) 8 Lo mismo dir luego de parte de la labor transculturadora de Arguedas. 9 Para una posicin diametralmente opuesta a este respecto en Daro, vase Perus (1976). 10 Sin el nimo de ser exhaustivo, es posible sealar varios momentos en que Rama se refiere al tema en La Ciudad Letrada: p. 80
(lectores de diarios y revistas), p.154 y ss (aparicin de un pblico lector masivo), p.161(dialctica entre lectura masiva y escritura letrada). A ello habra que agregar las pginas sobre Simn Rodriguez (61-67) que mereceran un desarrollo particular.
11 En tanto idelogos, les caba la conduccin espiritual de la sociedad mediante una superpoltica educativa que se dise contra
la poltica cotidiana, cuyas miserias se obviaran mediante vastos principios normativos (Rama,1984:110). Junto a Vasconcelos, Rama menciona a Francisco Garca Caldern, Antonio Caso, Alejandro Korn, Carlos Vaz Ferreira. Vase Rama,1984:111.
12 Aunque hay, por supuesto, que reconocer que esta insuficiencia se deriva en lo fundamental de lo que Ramos concibe como la
especificidad del foco de su estudio, que no son los letrados en si mismos sino la conformacin de una esfera discursiva legtima y legitimizada de la literatura en Latinoamrica. En esta rea su trabajo, mostrar de qu poder se apodera el letrado-escritor para fundar su legitimidad enunciatoria, es imprescindible.
13 Sobre el tema, vase Poblete (1997).
14 Debo aclarar que con la expresin prcticas y usos que varan histricamente, no me refiero a un mero horizonte
fenomenolgico de inteligibilidad, sino principalmente a prcticas y espacios de produccin, uso, circulacin y consumo de textos en su nica forma de existencia real, es decir, como objetos materiales de algn tipo, sea sta la del manuscrito, el libro autorizado, el panfleto clandestino, la hoja popular, la nota periodstica, etc.
15 [Los escritores de la cultura democratizada] Leen mayoritariamente lo que se produce en su tiempo, en especial las novedades
y comienzan a ignorar la robusta tradicin milenaria de las letras. Son hijos del tiempo, de sus urgencias, de sus modas [] (Rama,1985a:41).
16 Un arte tan extraordinariamente formalizado como el circense [que Daro admiraba] era demostrativo de la apetencia del pueblo
por la muy sofisticada elaboracin de las formas (por sobre los contenidos programticos) (Rama,1985a:140).
17 Ese sector masivo que ha logrado cierta educacin ( y que es mera consecuencia de cualquier proyecto de desarrollo burgus o
proletario) apenas comenzaba a aparecer cuando Arguedas inici su obra literaria: eso explica lo tardo del reconocimiento nacional (Los Ros profundos tard casi veinte aos en reeditarse) y la ausencia de un pblico que acompaara al escritor a lo largo de su obra. Por eso la operacin que intentar Arguedas slo poda asentarse en los crculos rebeldes (intelectuales, estudiantes) del hemisferio de la cultura dominante, sin encontrar la contrapartida en el hemisferio cultural dominado que se encontraba marginado de los bienes espirituales y donde los sectores mestizos, que habran de ser los legtimos destinatarios del mensaje, todava no haban accedido a un horizonte artstico estimable. (Rama,1982:204-205).
18 Vase Rama,1982: 71-72. 19 Vase, entre otros, Moraa (1997), Spitta (1997) y Trigo (1997). 20 Para una lectura simultneamente opuesta y afn a la que aqu hago del concepto de transculturacin y de lo que l llama,
entre trminos distintos: uno, interno, religaba zonas desequilibradas de la cultura del continente, pretendiendo alcanzar su modernizacin sin prdida de los factores constitutivos tradicionales []; y otro externo, estableca una comunidad directa con los centros exteriores []. Ambos son dilogos autnticamente americanos, con un desarrollo varias veces secular [] (Rama,1986:339). Y aun estas otras: Movimientos ambos que no implican equivalencia con unvocas posiciones polticas o sociales, como alguna vez se ha aducido: en el cosmopolitismo han podido coincidir tanto los desarrollistas partidarios del libre juego de las multinacionales como grupos revolucionarios contestatarios que tambin procuraban la modernizacin violenta; en la transculturacin han podido coincidir sectores conservadores retardatarios con nacionalismos revolucionarios. (Rama,1986:342343).
22 El ttulo original de la ponencia que dio origen al artculo El Boom en perspectiva fue, Informe logstico
armas, las estrategias y el campo de batalla de la nueva narrativa latinoamericana. Vase Blixen y Barros Lemez,1986:200.
23 Vase El Boom en perspectiva en Rama (1986) y el excelente artculo de Jean Franco (1981). 24 Sobre la obra de Arguedas en este contexto vase en este mismo volumen el ensayo de Selma Baptista (2002). 25 Es preciso aclarar, sin embargo, que Rama percibi con gran claridad los peligros que su apuesta implicaba. Refirindose, por
ejemplo, a Arguedas seal: Pero la asuncin de la novela implica una bsica operacin transculturadora. El gnero, que en Amrica Latina ha acompaado el desarrollo de los sectores medios en su frustrada ascensin al poder, revela condiciones peculiares que son difcilmente asimilables a los sistemas de pensamiento y a las formulaciones artsticas de la cultura indgena peruana []. De tal modo que la batalla primera (y la fundamental) se sita, como l reconociera, frente a la forma. Esta era la novela misma. De hecho acometer la conquista de una de las ciudadelas mejor defendidas de la cultura de dominacin[] (Rama,1982: 210-211).
26 Vase Raymond Williams,1977:121 y ss.
27 De este modo lo que en Martn Barbero es una constatacin (a menudo melanclica) se transforma a veces en la
transculturacin de Rama en un modelo normativo y prescriptivo: quien quiera salvarse, debe por fuerza transculturizarse.
28 En su ensayo La Tecnificacin narrativa, Rama distingui entre un modelo operativo tcnico en donde la incorporacin de
tcnicas productivas metropolitanas forzaba a una doble tensin [] la de productores de artefactos retrasados y la de operadores de artefactos modernizados; y un modelo productivo tcnico que contribuye a robustecer el concepto de nacin-para-s y genera una apreciable cantidad de beneficios que se extienden a la sociedad e influyen en su desarrollo, pero sobre todo trabaja dentro de la rbita cultural propia cuyas tendencias cultiva de tal manera que asegura la conservacin de la identidad aun en los casos de saltos bruscos e incorpora a sus nuevas modalidades amplios conjuntos de la poblacin, sino a todos. (Rama,1986:316-317).
29 En este sentido, resultan interesantes los textos del curso que Rama dictara en 1972 en la Universidad Veracruzana en Mxico
sobre la obra de Garca Mrquez y que, bajo el ttulo La narrativa de Gabriel Garca Mrquez: Edificacin de un arte nacional y popular, fueran publicados en 1985 en Texto Crtico, X:31/32, pp. 147-245.
30 Aunque a partir de 1950 y por ms de una dcada se produce en el Per un esfuerzo educacional dirigido especialmente a la
educacin secundaria y superior, debe destacarse que hasta ese ao la tasa de analfabetismo supera el 50% de la poblacin y en 1960 alcanza todava al 39%. (Klarn,2000:.333).
31 Particularmente importante es el concepto que Rama tiene de la forma novelesca que se alcanza con el uso creativo de
instrumentos y tecnologas aplicadas a un material con el cual guardan una relacin sino de continuidad al menos de compatibilidad cultural: En este nivel la forma debe entenderse como un sistema literario autnomo donde se dan cita elementos de distintas culturas para convivir armnicamente e integrarse a una estructura autoregulada. As la creacin artstica se sita en el centro de la transculturacin, decretndose a s misma como un sitio privilegiado en que se prueban sus posibilidades (Rama,1982:208).
32 La expresin es de Augusto Roa Bastos. Un compilador, hubiera dicho Roa Bastos. El genial tejedor, en el vasto taller histrico
legado una mezcla de gneros a la hora de expresar dicha realidad. Con Sarmiento nos encontramos con el tpico letrado latinoamericano: escritor y gobernante u oposicin al mismo tiempo; no podan dejar de estar unidos la reflexin y la creacin, en los inicios de las Repblicas, a las funciones de gobierno. El panorama cambiar, como bien lo han sealado Julio Ramos y Susana Rotker, cuando arribe el Modernismo como movimiento literario (y cultural). La profesionalizacin que posibilit el desarrollo de la prensa y sus correspondientes corresponsalas, le permitir al escritor de finales de siglo, entre otras cosas, poder finalmente independizarse de su funcin letrada y constituirse primero en un intelectual 7 y, ms adelante, en un acadmico. La figura de Jos Mart es emblemtica al respecto. No slo seguir consolidando la larga tradicin del ensayo de ideas, sino que dar inicio, con mayor autonoma, al llamado ensayo literario. Junto a Rubn Daro, llevar a su mxima expresin a la crnica, ese gnero otro a caballo entre la literatura y el periodismo, lugar de reflexin de lo que iba ocurriendo en los movidos tiempos del final de un siglo y la apertura del siguiente8. Uno de sus aportes fundamentales, en ese segundo clsico del latinoamericanismo que es Nuestra Amrica (1891) consisti en una nueva definicin de uno de los trminos ms recurridos -y temidos-: la raza. Mart nos dice all que No hay odio de razas porque no hay razas. No quiso decir, por supuesto, que no hubiera negros, blancos, indios o mestizos, sino que las razas no existan desde el punto de vista biolgico, existan ms bien desde otra nica perspectiva: la del oprimido, la del esclavo. Es su respuesta a Sarmiento, con quien indudablemente dialoga en este texto; Mart se opone a la concepcin positivista, biolgica, de la raza, y seguramente se habra opuesto tambin a la visin de Rod, ciertamente ms cultural que la de Sarmiento, pero basada en el orgullo de la raza latina. Mart propuso un concepto diferente de lo propio: el orgullo de ser lo que somos; la originalidad/autenticidad como valor, segn lo cual no tenamos por qu seguir los modelos extranjeros ni siquiera en la forma de gobernar, sino crear modelos nuevos, ms reales e, incluso, crear un vino de pltanos si fuera el caso (en muchos sentidos, el mismo o Inventamos o Erramos de Simn Rodrguez). Es desde la literatura, opuesta a los saberes tcnicos y a los lenguajes importados de la poltica oficial, que Mart propondr la nica herramienta hermenutica capaz de resolver los enigmas de la identidad latinoamericana (Ramos,1989:16). Un tercer clsico del latinoamericanismo es sin duda alguna el Ariel (1900) de Rod. Enmarcado en el contexto de la guerra frente a los Estados Unidos en el contexto del 98, y combinando una vez ms varias formas de expresin el ensayo, el discurso y la parbola, Rod plantea la necesidad de defender los valores de la latinidad ante el avance del nuevo poder del Norte. Como el resto de nuestros textos fundacionales, el porvenir es el mbito desde el cual se piensa, y su destinatario ms preciado son los jvenes de todas las naciones latinoamericanas. Rod, siempre devoto de la ciencia y de la tcnica como buen moderno , no enfil, sin embargo, dentro de las filas positivistas; respondi ms bien a un renovado idealismo que intent armonizar el utilitarismo de esos tiempos con los valores individuales, en peligro de ser aniquilados o anulados por el maquinismo y el pragmatismo. A pesar de seguir muy de cerca a Renan, propuso la defensa de la democracia, pues cuando hablaba de aristocracia no lo haca sobre la base de privilegios econmicos o sociales: intent conciliar los principios ms estabilizadores de la tradicin europea con la redefinicin del orden social que asegura los mecanismos para una creciente, pero regulada, participacin de las masas (Moraa,1982:658)9. Con todo, lo que ms nos interesa de Rod en este recorrido es su incorporacin de la esttica a los planteamientos de reflexin latinoamericanos y latinoamericanistas. Con l se concreta el paso del letrado al intelectual del que nos hablara Ramos: En Rod opera una autoridad especficamente esttica, mientras que Sarmiento habla desde un campo relativamente indiferenciado, autorizado en la voluntad racionalizadora y de consolidacin estatal [...]. Lo que nos lleva a afirmar que entre Sarmiento (y los letrados) y el escritor finisecular incluso Mart, Gonzlez Prada y ms claramente Rod hay una distancia, definitora de la diferencia del campo literario ante el campo letrado, y consistente en un cambio radical en la relacin entre el intelectual, el poder y la poltica (Ramos,1989:70).
Tenemos entonces, a lo largo del siglo XIX, al menos cinco figuras, desde el mundo de las letras y los saberes, preocupadas por el papel que jugaban dentro de su sociedad, con una intencin explcita de intervencin en la vida social y cultural, y con una actitud abiertamente cuestionadora no slo de lo que estaba ocurriendo a su alrededor, sino de las maneras en que se haban vivido y, sobre todo, pensado los procesos socio-histricos latinoamericanos. Preocupaciones, intenciones y actitudes, todas ellas, que constituyen matices importantes de los Estudios Culturales Latinoamericanos tal como los present al inicio de este trabajo.
(1904), donde afirma siguiendo sin duda a Mart que el indio no representaba una raza biolgica, sino una raza social, pues dependa de su estado econmico; estampa all una de sus frases ms clebres y repetidas: Al que diga: la escuela, respndasele, la escuela y el pan. La cuestin del indio, ms que pedaggica, es econmica, es social (Ibd.:182). Maritegui, por su lado, en otro de los que bien podra catalogarse como textos fundacionales del siglo XX latinoamericano, sus Siete ensayos de interpretacin de la realidad peruana (1928), contina y al mismo tiempo se aleja de las premisas revanchistas de Gonzlez Prada: como vimos, este ltimo ya haba dicho que el problema del indio era un problema econmico, pero Maritegui lo lleva a sus ltimas consecuencias. Las lecturas de la derrota de dicha guerra, donde Gonzlez Prada pele, determinaron muchas de las opiniones sobre el Per de la posguerra. Sin embargo, hay dos cosas que Maritegui le cuestion duramente: su anticentralismo y su anticlericalismo, sobre todo lo primero. Para Maritegui, ese anticlericalismo estaba fuera de lugar; asimismo la lucha centralismo/federalismo escapaba del verdadero problema, el econmico. Lo que ms le preocupaba al fundador del Partido Socialista Peruano (al cual no defina como comunista, sino con caractersticas propiamente peruanas), era eliminar el Estado feudal y el servilismo que prevalecan en el Per (y del cual tambin haba hablado Gonzlez Prada): []. El Per tiene que optar por el gamoral o por el indio. Este es su dilema. No existe un tercer camino (Maritegui,1976:176). Complementando la labor de los ensayistas, las novelas indigenistas, como bien lo ha apuntado Antonio Cornejo Polar, en su condicin de relato heterogneo, a caballo entre dos mundos socioculturales agudamente diversos [...]. Reproduce, pues, el conflicto irresoluto por la propia historia de naciones escindidas y desintegradas. En este sentido, aunque parezca paradjico, la gran verdad del indigenismo y sobre todo de la novela indigenista no reside tanto en lo que dice cuanto en la contradiccin real que produce discursivamente (Cornejo Polar,1994:206) 10. Contradiccin entre la realidad y su discursividad que resulta asimismo evidente en el caso de la gauchesca 11. Quiero pasar ahora a hacer referencia a dos lneas de trabajo que nos acercan, ya ms directamente, a las reflexiones tericas de los llamados Estudios Culturales Latinoamericanos: el problema de la transculturacin y el de la heterogeneidad. Como tantas veces ha sido repetido, aunque sin en verdad reconocrsele su destacado lugar, fue Fernando Ortiz quien cre el trmino transculturacin; lo hizo en otro de los clsicos del pensamiento latinoamericano: Contrapunteo cubano del tabaco y del azcar (1940,1963). Texto, de nuevo, que dialoga con varias formas de expresin (cabalga entre el tratado sociolgico y el poema en prosa). Ortiz se plantea la necesidad de encontrar una nueva palabra que de mejor cuenta del proceso propiamente americano de mezcla e intercambio de hbitos y culturas. Propone el neologismo de transculturacin pues aculturacin, la palabra que se usaba en su defecto, no cumple con los requisitos que l necesita: la aculturacin supone una nica direccin es el brbaro el que siempre se civiliza , pues todas las culturas en conflicto/convivencia ganan y pierden, las dos cosas al mismo tiempo, en dicho contacto. Tomando como base el hermoso contrapunteo del Arcipreste de Hita, Peleo que uvo Don Carnal con Doa Quaresma (el carnaval y la cuaresma), pasa a imaginarse una pelea/contrapunteo semejante entre el tabaco y el azcar. Ambos cultivos representan momentos particulares de la conquista y representan, respectivamente, a la cultura negra o a la blanca: [...]. En la produccin de tabaco predomina la inteligencia; ya hemos dicho que el tabaco es liberal cuando no revolucionario. En la produccin del azcar prevalece la fuerza; ya se sabe que es conservadora cuando no absolutista (Ortiz,1978:56) 12. La verdadera historia de Cuba, segn Ortiz, es la historia de sus intricadsimas transculturaciones (muy en particular, el desgarramiento de los negros y su cultura, desgarramiento que no por ello dej de marcar su fuerza y an persiste). La elaboracin de Angel Rama con respecto al trmino no ser exactamente la misma pues para ste, siempre inserto en el discurso moderno letrado, el neologismo le sirve ms bien para proponer una nueva mirada/lectura de la literatura latinoamericana, donde puedan problematizarse ms abiertamente las relaciones entre lo regional, lo nacional y lo continental, as como el potencial contrahegemnico de los primeros. Rama, en particular en Transculturacin narrativa en Amrica Latina (1982), redisea un mapa cultural, desde los propios textos coloniales, en funcin de la dominacin a que han sido sometidos los
diversos sistemas culturales y literarios de las diversas regiones. Su base para el estudio de la cultura y la literatura latinoamericana est centrada en tres nociones fundamentales: independencia, originalidad y representatividad. Las obras literarias, segn l, no estn fuera de las culturas sino que las coronan y en la medida en que estas culturas son invenciones seculares y multitudinarias hacen del escritor un producto que trabaja con las obras de innumerables hombres(Rama,1982:19). Es con relacin a la manera en que se entiende el propio proceso de la transculturacin que Rama tiene objeciones a la tesis de Ortiz, en particular, cuando debe aplicarse a las obras literarias. Lo acusa de propiciar una visin muy geomtrica que no da cuenta de muchos de los factores que atraviesan dicho proceso (los que ejercen fuerza, y mucha, aunque no de manera directa). Rama da un ejemplo contundente: El impacto transculturador europeo de entre ambas guerras del siglo XX no inclua en su repertorio al marxismo y sin embargo ste fue seleccionado por numerosos grupos universitarios en toda Amrica(Rama,1982:39). Para Ortiz, la capacidad selectiva se aplica mayoritariamente a la cultura extranjera, mientras que para Rama, se aplica sobre todo a la propia: que es donde se producen destrucciones y prdidas ingerentes [...]. Habra pues selecciones, prdidas, redescubrimientos e incorporaciones. Estas cuatro operaciones son concomitantes y se resuelven todas dentro de una reestructuracin general del sistema cultural, que es la funcin creadora ms alta que se cumple en un proceso transculturante. Utensilios, normas, objetos, creencias, costumbres, slo existen en una articulacin viva y dinmica, que es lo que disea la estructural funcional de la cultura (Ibd. Las cursivas son mas)13. Rama prosigue explicando cmo se da ese proceso transculturador sobre la base de tres operaciones: lengua, literatura y cosmovisin; operaciones que siempre han sido marcadas, directa o indirectamente, por los pensadores latinoamericanos de antes y de ahora, y que encuentra a su mximo representante en la figura del escritor peruano Jos Mara Arguedas. Ser tambin con respecto a Arguedas que Antonio Cornejo Polar comience sus elaboraciones a propsito de otra de las nociones ms en boga en los estudios literarios y culturales actuales: la heterogeneidad (en su caso especfico las indgenas y, por extensin, latinoamericanas). Desarrollo que culminar en su importante libro: Escribir en el aire. Ensayo sobre la heterogeneidad socio-cultural en las culturas andinas (1994)14. Trazando un panorama que comienza en los tiempos propiamente coloniales con el dilogo entre el Inca Atahualpa y el padre Vicente Valverde en Cajamarca hasta llegar a las discusiones ms actuales sobre la subalternidad, Cornejo articula su discusin sobre la base de tres problemas: el discurso, el sujeto y la representacin, para poner en evidencia la guerra simblica que tiene su correspondencia tnico-social en los mundos indgena y criollo (Montaldo,2000:397). Esto le permite resignificar el contenido simblico de la palabra/nocin heterogeneidad, alejndola de los planteamientos propiamente tnicos y raciales, y denunciar precisamente las fuerzas ocultas dentro de ciertas aproximaciones slo en apariencia abiertas a verdaderos intercambios socio-culturales. Ms adelante sostendr que ese era el caso de la idea de transculturacin [que] se ha convertido cada vez ms en la cobertura ms sofisticada de la categora de mestizaje (Cornejo,1977:341). Al final postular, como alguno de los pensadores que ya hemos citado, la necesidad de aceptar lo diferente/otro y contradictorio como parte del quehacer propiamente americano: quiero escapar del legado romntico o ms genricamente, moderno, que nos exige ser lo que no somos: sujetos fuertes, slidos y estables, capaces de configurar un yo que siempre es el mismo, para explorar no sin temor un horizonte en el que el sujeto renuncia al imantado poder que recoge en su seno para desactivarlas todas las disidencias y anomalas, y que en cambio se reconoce no en uno sino en varios rostros, inclusive en transformismos ms agudos (Cornejo,1994:20).
A manera de eplogo
En los dos apartados anteriores, he trazado un mapa tal vez apresurado y sin duda bastante personal de las figuras y los problemas que considero ms importantes en el desarrollo del pensamiento crtico latinoamericano. Es un mapa que puede ser rellenado con muchos ms nombres y problemas. Una Amrica Latina y su constructo, desde afuera y desde dentro, donde las zonas de contacto15 resultan cada vez ms problemticas, menos previsibles y ms multiformes. Estoy consciente que he dejado muchos huecos y, espero, tambin muchas preguntas 16.
Con todo, es necesario destacar una diferencia profunda entre el pensamiento y la crtica (tradicional) latinoamericana y lo que se hace hoy en da: el primero apostaba a la capacidad integradora de la literatura y del arte nacionales (recordemos de nuevo a Maritegui, quien termina sus Siete ensayos[] precisamente con uno dedicado a la literatura), as como a una fuerte presencia de la dimensin esttica y propiamente valorativa con respecto a sus artefactos culturales. Uno de los cuestionamientos ms fuertes que se le han hecho a los Estudios Culturales Latinoamericanos es el abandono de dicha dimensin y la mezcla, muchas veces arbitraria, de metodologas y perspectivas. Estos ltimos, por su parte, pretenden cuestionarlos a la literatura y al arte por ser precisamente aparatos del poder. Esto es fundamental, pues es precisamente por all por donde se da el giro hacia una manera diferente de pensar sobre y desde Amrica Latina. Si bien nunca fueron del todo claras las fronteras entre los saberes y las disciplinas, ahora es abierta la disputa en contra de cualquier tipo de lmite preciso; no slo las subjetividades se manejan en varios planos y profundidades al mismo tiempo, tambin lo hacen todas las instancias del saber, la experiencia e, incluso, la lengua. En estos tiempos posmodernos, no son nicamente los grandes relatos los que han dejado de tener validez, ocupan una posicin similar todas aquella verdades naturales, histricas y/o sociales que le permitan a los discursos y a sus sujetos ubicarse en un contexto preciso con unos lmites y caractersticas abarcables y definibles. Otra diferencia importante, esta vez entre los Cultural Studies y los Estudios Culturales Latinoamericanos, es que los primeros suelen plantearse a partir del estudio de la cultura contempornea17, este no es el caso para Amrica Latina. Si bien existen lneas de trabajo importantes que se ocupan, como los Cultural Studies, de los procesos ms recientes: los medios de comunicacin, la cultura de masas, los problemas de la globalizacin, el consumo, la sociedad civil y la posmodernidad (muchas de las primeras figuras a las que se les coloc la etiqueta de Estudios Culturales Latinoamericanos se ocupan precisamente de esos temas: Nstor Garca Canclini, Jess Martn Barbero o George Ydice), hay todo un contingente muy fecundo y activo que est dedicado a temas anteriores, tanto de la primera mitad del siglo XX como de todo el XIX e, incluso, de los tiempos propiamente coloniales. Es precisamente esa larga tradicin del ensayo de ideas en Amrica Latina, la que nos ha obligado a muchos a volver nuestra mirada hacia el pasado, a revisar las maneras en que nos hemos pensado antes para tratar de encontrar respuestas o problematizaciones mayores a los tiempos que hoy vivimos. Muchos de los rasgos y preocupaciones de ese campo emergente de los llamados Estudios Culturales Latinoamericanos y que en mi caso particular entra en dilogo fundamentalmente con la tradicin literaria constituyen efectivamente una ruptura, sobre todo en lo que se refiere a una visin transnacional del ejercicio de las disciplinas dedicadas al estudio de Amrica Latina, a una relectura en trminos de lo que se entiende por la esttica y a una conceptualizacin que tiende a ir ms all de los rgidos parmetros nacionales. Tanto los temas como las prcticas e instituciones del saber en Amrica Latina han sido siempre heterogneos y conflictivos. Los pensadores latinoamericanos de la cultura a la manera de Rodrguez, Bello, Sarmiento, Mart, Rod, Henrquez Urea, Reyes, Fernndez Retamar, Gonzlez Prada, Maritegui, Ortiz, Rama y Cornejo Polar son, en un sentido bien estricto, los verdaderos precursores de los Estudios Culturales Latinoamericanos.
Referencias bibliogrficas
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Notas
* Alicia Rios, Universidad Simn Bolvar y Stanford University. Correo electrnico: [email protected] Rios, Alicia (2002) Los Estudios Culturales y el estudio de la cultura en Amrica Latina. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela. Una versin anterior de este trabajo, titulada La tradicin culturalista en Amrica Latina, fue presentada en Caracas en la 3ra. Reunin del Grupo de Trabajo de CLASCO Cultura y Poder, realizada en Caracas del 29 de noviembre al 01 de diciembre de 2001 (saldr publicada prximamente en RELEA Revista Latinoamericana de Estudios Avanzados, N14).
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Corriendo el riesgo de dejar algn texto importante fuera, pienso que los ms interesantes son los Cultural Studies Questionaire aparecidos en Travesa. Journal of Latin American Cultural Studies (en particular los de Josefina Ludmer, Nstor Garca Canclini, Beatriz Sarlo, George Ydice, Walter Mignolo y Neil Larsen); asimismo, The Cultural Studies Movement and Latin America. An Overview de Neil Larsen (Reading North by South. On Latin American Literature, Culture and Politics . Minneapolis-London: University of Minnesota Press, 1995, pp. 189-196), El proceso de Alberto Mendoza: poesa y subjetivacin de Julio Ramos (Revista de Crtica Cultural 13, 1996: 34-41), Intersectando Latinoamrica con el latinoamericanismo: saberes acadmicos, prctica terica y crtica cultural de Nelly Richard (Revista Iberoamericana 180, 1998: 345-361), Mestizaje e hibridez: los riesgos de las metforas de Antonio Cornejo Polar ( Revista Iberoamericana 180, 1997: 341-344), De la deconstruccin al nuevo texto social: pasos perdidos o por hacer en los estudios culturales latinoamericanos de Romn de la Campa ( Nuevas perspectivas desde/sobre Amrica Latina: el desafo de los estudios culturales . Mabel Moraa ed. Santiago: Cuarto Propio, 2000, pp. 77-95), Why do I do Cultural Studies? de Abril Trigo ( Journal of Latin American Cultural Studies 9.1, 2000:73-93) y por ltimo un nmero especial, en preparacin, de la Revista Iberoamericana que recoge las ponencias de las tres mesas dedicadas al tema en el congreso de LASA de Washington DC, 2001.
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Ver la Aubrey Fisher Memorial Lecture de 1993, dictada por Lawrence Grossberg, que lleva por ttulo Cultural Studies: Whats a name?.
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Todas estas ideas forman parte de una reflexin mayor que hemos venido realizando, desde hace varios aos, Abril Trigo, Ana del Sarto y mi persona. Las tres estamos trabajando en un Latin American Cultural Studies: A Reader que ser publicado a comienzos del 2003 por Duke University Press.
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Si seguimos al pensador panameo Ricaute Soler, lo apropiado sera hablar de Amrica Latina a partir de finales del siglo XIX, cuando la resistencia se organiza alrededor de un nuevo poder: los Estados Unidos. Si nos ocupamos de las luchas independentistas a excepcin de Cuba y Puerto Rico, quienes marcan precisamente el cambio es mejor referirse a Hispanoamrica, es decir, a las colonias espaolas en lucha frente a la Corona (Soler,1975). Es importante esta distincin porque, con el primer trmino Amrica Latina, podemos englobar a Brasil y al resto del Caribe ingls y francs, no slo el hispano parlante. Las condiciones bajo la hegemona norteamericana son obviamente diferentes a las de los tiempos propiamente coloniales.
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A propsito del buen decir y la formacin de sus sujetos, no se puede omitir la referencia al importante estudio de Julio Ramos. Desencuentros de la modernidad en Amrica Latina. Literatura y poltica en el siglo XIX (1989), el cual junto a La ciudad letrada (1983) de Angel Rama constituy un momento crucial en el prembulo de lo que hemos llamado los Estudios Culturales Latinoamericanos.
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Resulta muy importante el cuestionamiento que le hace Ramos a la nocin de letrado en Rama, pues para este ltimo incluso el escritor finisecular segua siendo un letrado y en ese sentido segua siendo un intelectual orgnico del poder (Ramos,1989:69). Sobre el intelectual, ver Said, 1996.
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Cfr. Rotker, 1991. Para una lectura muy interesante, que cuestiona la visin del arielismo tradicional, ver Ardao, 1977. Este es precisamente el caso, como tambin seala Cornejo, en Aves sin nido (1899) de Clorinda Matto de Turner. Al respecto revisar Ludmer 1988, texto clsico con respecto al tema.
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Para una lectura muy interesante de Ortiz, ver la introduccin de Fernando Coronil a la edicin en ingls del Contrapunteo[..]. (Coronil,1995).
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No deben dejar de mencionarse las enormes reservas expresadas pblicamente por Cornejo a propsito de los Estudios Culturales Latinoamericanos y los nuevos paradigmas disciplinarios. Constituye ya un clsico en dichos debates su famosa ponencia, en ausencia, en el LASA de Guadalajara de 1997, Mestizaje e hibridez: los riesgos de las metforas, que fue publicada luego en la Revista de Crtica Literaria Latinoamericana 47 (1998:7-11). Sobre dicha presentacin pueden revisarse los artculos de Julio Ramos y Mabel Moraa en el ya citado libro compilado por Moraa, 2000:185-207 y 221-229 respectivamente.
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El trmino lo tomo, por supuesto, de Mary Louise Pratt: social spaces where disparate cultures meet, clash, and grapple which each other, often in highly asymmetrical relations of domination and subordination -like colonialism, slavery, or their aftermachs as they are lived out across the globe today (Pratt,1992:4).
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Uno de los vacos ms evidentes es el caso de la cultura y literatura brasileas (Antonio Cndido, Gilberto Freyle y Caio Prado, en particular). Para un panorama muy interesante, pensado en la misma frecuencia de lo que he venido desarrollando pero en el caso brasileo, puede consultarse el Prlogo de Agustn Martnez a la edicin de Biblioteca Ayacucho de Cndido (Martnez,1991).
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En el primer prrafo de la introduccin de During, se establece a contrapelo esta definicin: Cultural Studies is, of course, the study of culture, or, more, particulary the study of contemporary Culture (During,1999:1).
En este contexto, las primeras investigaciones sobre consumo cultural en museos realizadas en los aos setenta y ochenta no tuvieron continuidad ni contagiaron inmediatamente a otras reas de la cultura. Dentro de estas primeras investigaciones se encuentra la dirigida por Rita Eder sobre El pblico de arte en Mxico: los espectadores de la exposicin Hammer , la cual inaugur el estudio del pblico de arte en nuestro pas (Sunkel,1999). Pero la sociedad se haba ido transformando y era imposible pensar que la efervescencia de las demandas sociales y polticas que pugnaban por una mayor democratizacin, notoria desde finales de los aos sesenta, dejaran intocadas a las instituciones culturales. Ya en los noventa, la ciudad de Mxico comenz a elegir a sus gobernantes y se multiplicaron las asociaciones civiles que representaban a sectores antes marginados del sistema poltico, o que carecan de voz para reclamar. Las instituciones gubernamentales se vieron cuestionadas y comenzaron los sondeos sobre los destinatarios de sus acciones. Dos conjuntos de investigaciones, ambas coordinadas por Nstor Garca Canclini, ejemplifican el impulso que recibi la investigacin acadmica frente a estas demandas institucionales y que defini una de las caractersticas de la investigacin sobre consumo cultural en Mxico: su estrecha vinculacin con el tema de las polticas culturales. Partiendo que una poltica cultural democrtica requiere superar las formulaciones dirigistas y vincular orientaciones globales con demandas reales de la poblacin, los estudios de consumo se vean como necesarios tanto para la adecuada formulacin de polticas culturales como para su evaluacin. Pblicos de arte y poltica cultural. Un estudio del II Festival de la Ciudad de Mxico (1991) fue realizado por Nstor Garca Canclini (tambin coordinador, como mencionamos), Julio Gullco, Mara Eugenia Mdena, Eduardo Nivn, Mabel Piccini, Ana Rosas Mantecn y Graciela Schmilchuk. A partir de una solicitud de los organizadores del Festival, el gobierno del Distrito Federal, los autores nos preguntamos cmo disear polticas culturales para una megalpolis que en ese momento comenzaba a superar los quince millones de habitantes, formada por pobladores provenientes de muchas zonas de Mxico, con tradiciones culturales, niveles econmicos y educativos diversos. Se tom el II Festival de la capital, un programa que durante un mes ofreci 300 espectculos de teatro, danza, bailes populares, rock y msica clsica, como ocasin para confrontar las ofertas culturales y sus dispositivos de comunicacin con los modos de recepcin y apropiacin de pblicos heterogneos. El estudio correlacionado de las interacciones del Festival con los equipamientos culturales de la ciudad, con los gustos de los espectadores y con las maneras en que informaron de los espectculos los medios, busc trascender los estudios de rating o mercadotcnicos. Se intentaba comprender, a travs del uso combinado de encuestas, observaciones de campo y entrevistas, las articulaciones estructurales entre polticas multisectoriales, estructura urbana y conductas de las audiencias. Este anlisis tambin sirvi para elaborar crticas y revisiones de las polticas culturales, en tanto aspiran a alcanzar a las mayoras. (Garca Canclini et al.,1991:68). La segunda de las investigaciones, Los nuevos espectadores. Cine, televisin y video en Mxico (Garca Canclini, coord., 1994), fue patrocinada por el Instituto Mexicano de Cinematografa. Se trata de un conjunto de estudios que analizan a nivel nacional y en diversas ciudades (Distrito Federal, Mrida, Guadalajara y Tijuana), a los pblicos multimedia (de cine, televisin y video). Abordamos el conocimiento de las repercusiones de la recomposicin del mundo audiovisual, confrontando las ofertas culturales y sus dispositivos de comunicacin, con los modos de recepcin y apropiacin de pblicos heterogneos. Tomando como punto de partida las transformaciones en las tecnologas de las comunicaciones la multiplicacin de las ventanas a travs de las cuales se relacionan los espectadores con las pelculas, esto es, ya no slo las salas, sino tambin el video y la televisin la investigacin se pregunta por los cambios en los modos de ver cine. Se recurri tambin al uso combinado de encuestas, observaciones de campo y entrevistas: empleando recursos antropolgicos y de los estudios comunicacionales, se analizaron gustos y disposiciones diversas, su interrelacin con las ofertas de los diferentes medios, y las polticas culturales pblicas y privadas que han atendido estas reas. Pero no fueron solamente las crecientes demandas de la sociedad civil las que movieron a buscar conocer mejor a sus destinatarios a las instituciones gubernamentales. Los fondos cada vez ms raquticos con los que operan, las presiones econmicas y las nuevas lgicas mercantilistas que se les
imponen, las han empujado a buscar conocer mejor la informacin sobre su audiencia real y potencial. Durante los aos ochenta un nmero creciente de instituciones culturales desarrollaron sus propias fuentes de financiamiento tales como cuotas de admisin, tiendas, donaciones no gubernamentales, etc., ante la insuficiencia de los financiamientos pblicos. Estas instituciones ven en los estudios de pblico una posible herramienta para lograr el impacto y los beneficios consensuales y legitimadores que se ven obligadas a buscar para subsistir. Respecto a estas transformaciones en el campo de los museos, se pregunta Graciela Schmilchuk:
Es la proliferacin inaudita de museos y exposiciones en el mundo, compitiendo entre s y con otras ofertas culturales? O es quizs el debilitamiento y empobrecimiento de los Estados protectores y de las instituciones tradicionalmente patrocinadoras lo que lanza a los museos a buscar un impacto y unos beneficios consensuales y legitimadores que antes no buscaban para subsistir? (Schmilchuk,1996).
Los problemas que impulsan a realizarlas son variados; distintos espacios institucionales las encargan y financian con el fin de ajustar sus polticas culturales. Los sntomas visibles, puntuales, que las desencadenan pueden ser la preocupacin por la baja afluencia de visitantes en relacin con la oferta amplia de algunos museos y con las expectativas de su personal; o, por el contrario, una mayor afluencia que la esperada por el museo y la consiguiente dificultad para brindar una atencin de calidad; el deseo y capacidad de algunos museos de crecer y de ampliar sus pblicos, conocer el impacto comunicativo y educativo de cierta exposicin o de secciones de la misma, etc. (Schmilchuk,1996). Los estudios de pblico adquirieron tambin un vigor inusitado impulsados por la competencia voraz de las industrias culturales. Sin embargo, se trata de un impulso que no se traduce en un mayor conocimiento pblico de las evoluciones de las audiencias, ya que los sondeos cuantitativos de mercado de las industrias culturales periodsticas, de radio, cine, video y televisin que desarrollan sus propios centros de investigacin o recurren con mayor o menor xito a la investigacin mercadotcnica no es dado a conocer ms que ocasionalmente como publicidad de los propios medios. Por lo anterior, tales estudios, no obstante su efectividad2, no son acumulativos ni de fcil acceso, como para contribuir a evaluar globalmente las polticas culturales. Los principales espacios en los cuales se realizan estudios de consumo cultural en Mxico son las universidades y otros centros de investigacin. Parte del impulso al desarrollo de las investigaciones en esta rea se ha dado por los recursos provenientes de instituciones culturales gubernamentales y por la incursin ocasional de algunos investigadores en estudios para industrias culturales, pero han sido fundamentalmente dinmicas propias de los mbitos acadmicos alimentadas por las discusiones internacionales, los exilios latinoamericanos as como por el dilogo con las demandas sociales, las que han tenido una mayor relevancia para el rumbo que han tomado las investigaciones sobre audiencias. Adems de los obstculos poltico-institucionales que hemos relatado, una de las principales dificultades para justificar la importancia de los estudios sobre consumo cultural ha radicado en el lugar comn que lo confina al espacio del ocio o el uso del tiempo libre, concibindolo como lugar de lo suntuario y lo superfluo. El impulso original para el cuestionamiento de este lugar comn provino de una rica tradicin ensaystica mexicana, de la cual Carlos Monsivis es la expresin ms destacada, la cual poco a poco fue brindando legitimidad a esta temtica que durante aos se haba considerado como intrascendente. No obstante este incuestionable mrito, buena parte de estos ensayos se concentraban en las ofertas culturales las pelculas y sus estrellas, las novelas, los programas de radio, el rock y sus intrpretes sin abordar especficamente los procesos de consumo cultural. La situacin anterior se reflejaba incluso en el tipo de textos elaborados y en las fuentes utilizadas para referirse a la recepcin: predominaban los ensayos o investigaciones basadas en fuentes secundarias, apoyados en consideraciones generales muchas de ellas meros clichs o estereotipos, retomados las ms de las veces acrticamente, y que no aportaban nuevos indicios que impulsaran el abandono de la especulacin. An trabajos como los de Carlos Monsivis, que con agudeza y sensibilidad haba sabido ir planteando problemas y sugiriendo hiptesis, pecaban de abuso de conjeturas y ausencia de
investigacin emprica3. Un segundo impulso a los estudios sobre audiencias provino del rico intercambio y debate entre investigadores latinoamericanos y fue alimentado de manera relevante por el exilio de varios de ellos en Mxico. Intelectuales como Nstor Garca Canclini y Mabel Piccini, entre otros, continuaron e impulsaron desde los aos ochenta la renovacin en universidades mexicanas del para entonces ya largo aliento de las investigaciones sobre audiencias que se haban desarrollado en Argentina. Como han mostrado Grimson y Varela (2002) en la investigacin que se publica en este mismo libro, Argentina form parte del debate terico general sobre las audiencias de medios por lo menos desde finales de la dcada del sesenta del siglo XX. Se alent entonces la discusin no slo de las aportaciones de la Escuela de Birmingham y de la Historia Social, sino tambin las de Pierre Bourdieu y posteriormente las de Michel de Certeau. Tambin fue destacada la influencia de la obra de Jess Martn-Barbero, quien vivi un tiempo en Mxico y mantuvo un dilogo permanente con intelectuales como Carlos Monsivis.
implantacin de la lgica econmica y de la ganancia en las polticas de consumo cultural y la relevancia de la cultura transmitida a travs de los medios electrnicos. En este contexto, los salones de baile son presentados como uno de los pocos espacios culturales que permiten a las clases populares establecer lugares de encuentro y comunicacin, as como de creacin y reproduccin de identidades populares urbanas. Sevilla seala que, dada la importancia social que en este sentido tienen los salones de baile, era relevante una investigacin antropolgica que diera cuenta del proceso de aparicin, desaparicin y persistencia de estos establecimientos en relacin con el desarrollo urbano de la ciudad de Mxico (Sevilla, 1996 y 1998b). Si bien desde mediados del siglo XIX, el desarrollo de la comunicacin de masas abri la posibilidad de que amplios sectores de la sociedad accedieran a ella, a finales de siglo nuevos procesos de segregacin y diferenciacin social condicionan dicho desarrollo como los que aborda Ana Rosas Mantecn (2000), en su estudio sobre los pblicos de cine. Por lo que respecta a la ciudad de Mxico, no slo son las diferencias de ingresos y nivel escolar las que determinan diversas relaciones con los medios de comunicacin, como el cine o la televisin. Tambin interviene la manera en que el irregular y complejo desarrollo urbano sin una expansin planificada y descentralizada de los servicios y equipamientos agrava las distancias econmicas y educativas. A las enormes distancias y dificultades que implica el traslado, se agregan la inseguridad de la vida urbana, los mayores costos de la oferta cultural pblica (cuando ha disminuido el poder adquisitivo) y la creciente atraccin de los medios de comunicacin electrnica que llegan al domicilio familiar. Nstor Garca Canclini y Mabel Piccini han llamado a este proceso desurbanizacin de la vida cotidiana: mientras se da un crecimiento acelerado de las zonas perifricas, lo que representa una descentralizacin no planificada, aumenta la desarticulacin de los espacios tradicionales de encuentro colectivo y se desarrollan las culturas electrnicas (Garca Canclini y Piccini,1993:47-48). La combinacin de estos obstculos, la forma en que se potencian unos a otros, genera procesos de segregacin cultural y de escaso aprovechamiento de muchos de los servicios existentes. La distribucin inequitativa de las instituciones culturales en el espacio urbano y de los circuitos mediticos segn los niveles econmicos y educativos provoca nuevas formas de desigualdad en el acceso: por una parte, entre quienes asisten a espectculos pblicos y quienes se repliegan en el consumo domstico; por otra, se acenta la distancia entre quienes se relacionan con la oferta tecnolgica gratuita (radio, canales abiertos de televisin) y los que utilizan los servicios por cable, antena parablica y otros sistemas ms selectivos de informacin (fax, computadora, correo electrnico, Internet), proceso abordado tanto por Ral Nieto (1998) y Eduardo Nivn (1999) en sus trabajos sobre consumo cultural en las periferias de la ciudad de Mxico. Para Mabel Piccini el mismo espacio pblico y las identidades de grupos e individuos estn amenazados: asistimos a una crisis de lo que tradicionalmente se ha entendido por vida colectiva, sobre todo en las grandes ciudades, crisis de una forma de sociabilidad ligada a las relaciones en el espacio pblico y a las formas instituidas de la comunicacin social, el intercambio poltico y la accin poltica en su mxima latitud. Asistimos a nuevas formas de desarraigo y a la lenta desarticulacin de buena parte de los espacios tradicionales de encuentro colectivo, espacios que no slo se ligaban a rituales pblicos y gregarios (fiestas vecinales, celebraciones religiosas, intercambios coloquiales entre el vecindario, compra y venta en los tianguis, reunin en los parques, encuentros en cantinas y cafs, etc.) sino que constituan la base de orientacin y pertenencia de las diferentes comunidades en el territorio. Lo que parece evidente es una poltica de redistribucin de los bienes culturales que reafirma las jerarquas de clase y poder entre la poblacin as como las distancias y la desigualdad en los mapas sociales (Piccini,1996:33-34). La declinacin parcial de los movimientos urbanos ms politizados y el surgimiento posterior de otros movimientos y redes (ecologistas, de jvenes, de mujeres, etc.) ha complejizado la percepcin de las culturas urbanas. Tambin la expansin de las industrias culturales, junto al desarrollo ms sofisticado de estudios comunicacionales y antropolgicos sobre ellas, llev a tomar en cuenta que las relaciones identitarias y de solidaridad locales (sustentos de la utopa alternativista) se entretejen con los comportamientos de los mismos sectores en tanto espectadores y consumidores. Al estudio de boletines y peridicos populares, carteles y graffitis, se comenzaba a sumar lo que sucede en los comportamientos
de apropiacin de lo que ofrecen la radio, el cine, la televisin, el video, y ltimamente Internet. Una renovacin en esta lnea se aprecia en las investigaciones sobre jvenes y culturas masivas producidas por autores que utilizan a la vez marcos tericos y estrategias metodolgicas de la sociologa, la antropologa y los estudios comunicacionales. Aun cuando estos trabajos muestran la importancia de la territorializacin en las prcticas juveniles no slo en su ciudad, sino en una colonia o un barrio tambin exhiben estas formas de pertenencia entrelazadas con los consumos transnacionales de bienes simblicos industrializados (Valenzuela,1988:61). Los estudios sobre cholos, punks y bandas registran que hasta las formas ms locales de marginalidad se hallan atravesadas por mensajes televisivos y musicales, posters y signos de estilo multiculturales y transnacionales (Reguillo,1995; Urteaga,1998). 2. Predomina el desarrollo de investigaciones empricas sobre las reflexiones tericas Fuertemente vinculados al tema del diseo y evaluacin de las polticas culturales, los estudios sobre audiencias se abocarn al registro de las demandas, necesidades, patrones de percepcin y gusto de los pblicos, dndose tendencialmente un fuerte impulso a la investigacin emprica y un menor acento a la discusin terica. Es sintomtica la escasez de reflexiones tericas sobre el consumo cultural. A principios de los noventa, destaca el esfuerzo de Nstor Garca Canclini, quien en un texto introductorio a la compilacin de los trabajos reunidos en El consumo cultural en Mxico (1993), discute tericamente el concepto de consumo cultural y los modelos que se han utilizado para explicarlo. Esfuerzos semejantes fueron realizados por Carmen De la Peza (1993), Norma Iglesias (1996) y Mabel Piccini (2000). La nocin misma de consumo cultural ha recibido diversos cuestionamientos por imprecisa, acusada de tener una clara filiacin economicista, que parecera remitir a un sentido casi mercadoctcnico y, desde otra perspectiva, a una tautologa: desde una perspectiva antropolgica y social no existen mercancas que los individuos no invistan de una dimensin simblica (Piccini,2000). Desde estas posturas se considera que todo consumo es un proceso cultural independientemente de que a la vez cumpla funciones prcticas para la sobrevivencia. Y esto nos ubica en un universo ilimitado en donde todos los objetos, siendo culturales, pueden convertirse en motivo de estudio. En una sugerente entrevista, Mabel Piccini ha sealado que:
[] no se ve el sentido a esta necesidad de transformar ciertas prcticas que entraan una intensidad de la vida vivida en simple consumo, desgaste, incorporacin por lo dems invaluable. Podemos reducir ese estado de shock, como deca Walter Benjamin, a una especie de deglucin, digestin, desecho de bienes intercambiables? (Piccini,2000:381-382).
3. Desarrollo de la investigacin individual y grupal, as como de perspectivas multidisciplinarias Una de las peculiaridades de un parte destacada de la investigacin sobre esta temtica en Mxico ha sido el que se ha realizado como producto del trabajo individual pero en dilogo y relacin con el de otros estudiosos. Destacan como equipos multidisciplinarios los alentados por Nstor Garca Canclini, en la ciudad de Mxico, y el de la Universidad de Colima, auspiciado por Jorge Gonzlez y Jess Galindo. Uno de los impulsos iniciales a la realizacin de estudios de consumo cultural en Mxico, en dilogo con otras investigaciones en Amrica Latina, provino del trabajo de Nstor Garca Canclini como coordinador del Grupo de Trabajo de Polticas Culturales del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), desde donde se alent un conjunto de estudios sobre diversos consumos en Buenos Aires, Santiago de Chile, Sao Paulo y Mxico a finales de los aos ochenta. A la par del dilogo con los investigadores latinoamericanos, Garca Canclini convoc diez especialistas mexicanos de diversas disciplinas (antroplogos, socilogos, comuniclogos), a que elaboraran una visin de conjunto sobre la recepcin de las industrias culturales y los usos del espacio urbano, fundamentalmente en la capital mexicana, aunque dos de las investigaciones se refieren a Colima y la frontera norte. Este
conjunto de estudios cristaliz en el libro colectivo, coordinado por Nstor Garca Canclini, El consumo cultural en Mxico (1993). Luego de tres libros colectivos en el tema del consumo cultural (Nstor Garca Canclini, coord., 1991, 1993 y 1994) se edit, tambin coordinado por Nstor Garca Canclini, Cultura y comunicacin en la ciudad de Mxico (1998), en el cual se publicaron diecisiete estudios efectuados entre los aos 1993 a 1996 por el Programa de Estudios sobre Cultura Urbana de la Universidad Autnoma Metropolitana, con la participacin de investigadores visitantes del pas y del extranjero. La mayora de los trabajos, basados en registros de campo, examinan las interacciones culturales entre polticas, audiencias y usuarios a propsito de las transformaciones recientes en el centro histrico de la capital y en las periferias, la modernizacin del hbitat, los cambios de las identidades barriales, la irrupcin de los grandes centros comerciales y la insercin de la megalpolis en las redes de la globalizacin. Se siguen las interacciones y los desencuentros entre las polticas culturales y los imaginarios en la ciudad, y se analizan las diversas versiones de los conflictos urbanos de gobiernos y sectores de la poblacin. Tambin se dedica uno de los dos volmenes a comprender las estrategias con que la msica, la prensa, la radio y la televisin representan la vida urbana. Por lo que respecta al grupo de Colima, La Cultura en Mxico (I): cifras clave (Gonzlez y Chvez,1996), muestra una primera seleccin de la informacin generada por el estudio La formacin de la ofertas culturales y sus pblicos en Mxico, siglo XX, y el esbozo de diversas interpretaciones tentativas. Se trata de una tarea realizada a nivel nacional, y que adems de aplicar una encuesta sobre el tema, impuls la elaboracin de cartografas y de entrevistas en ciudades diversas de todo el pas. Si bien es destacable en las investigaciones que hemos relatado su habilidad para recurrir a diversas tcnicas de investigacin cualitativas y cuantitativas, en todas ellas es notorio el peso de la etnografa como una herramienta privilegiada para recoger las vivencias de los sujetos de las transformaciones urbanas, las cuales han afectado los hbitos de los ciudadanos y transformado sus maneras de relacionarse con los espacios pblicos y los espectculos. La etnografa de las prcticas culturales ha permitido realizar lecturas transversales de las prcticas sociales y pasar de los estudios de recepcin y consumo, al anlisis de los relatos de vida que se despliegan en mltiples direcciones: actores y espectadores, productores y consumidores, lectores y autores que manifiestan gustos y estilos de vida en una pluralidad de acciones: afectivas, dialgicas, simblicas y materiales. Hay tambin un despliegue de otros recursos de investigacin: entrevistas a profundidad, anlisis de la distribucin de la infraestructura en el espacio, revisin hemerogrfica, bibliogrfica y documental, as como encuesta. La aproximacin a la antropologa por parte de los estudiosos del consumo cultural se ha dado a diferentes niveles mientras algunos slo se interesan por las tcnicas, otros asumen compromisos epistemolgicos cuando consideran que para comprender los sentidos diferenciados de la apropiacin es necesario reconstruir la experiencia de los sujetos en el marco de la vida cotidiana. No obstante lo anterior, la antropologa ha venido a enriquecer las metodologas puestas en prctica para la investigacin de las audiencias, tradicionalmente abordadas, sobre todo por los estudios de mercado, a travs de encuestas y grupos focales. La tcnicas cualitativas han venido a potenciar los resultados de la encuesta, dado que una prctica cultural no puede ser cuantificada y descrita slo por medio de un porcentaje, puesto que dicha prctica siempre se realiza dentro de una constelacin de otras prcticas y actividades dentro de las cuales tiene sentido, se origina y se transforma en el tiempo. Pero los antroplogos tambin se han beneficiado del mutuo aprendizaje, ya que se empieza a abatir la otrora tradicional resistencia en la disciplina a recurrir a tcnicas cuantitativas para contextualizar y complementar las observaciones etnogrficas5. 4. Recuperacin de varias de las dimensiones polticas del consumo cultural que haban sido descuidadas con su actual vinculacin al tema de la ciudadana cultural Como intentamos mostrar con anterioridad, el inters de los estudios de consumo cultural en Argentina por politizar la cultura y demostrar la relevancia de los procesos simblicos para la poltica, fue
incorporado slo parcialmente a los estudios que se desarrollaron en Mxico, que en general estuvieron desprovistos de la discusin gramsciana. La discusin sobre los nuevos sentidos de la ciudadana le dan una renovada dimensin poltica a los procesos de consumo cultural. Como ha sealado Mirta Antonelli (2002), en el texto que se incluye en este volumen, la preocupacin de Nstor Garca Canclini por repensar la nocin de ciudadana y sus condiciones de posibilidad en Amrica Latina, cristaliza en una agenda que reformula la intervencin poltica, haciendo de las polticas culturales la dinmica de articulacin y el factor decisorio en la re-constitucin del espacio pblico. Si las industrias culturales atraviesan la vida cotidiana, inciden en la organizacin sociopoltica y revisten una innegable importancia econmica, entonces deben ser objeto de polticas culturales. Si la asimetra de mercados y la abstencin de los estados en las industrias culturales ha sido una doble alianza formadora de gusto, el consumo es ahora el lugar para interrogar y discutir la intervencin deseable en el mercado. La prdida de centralidad de la poltica, en su relacin con los procesos de consumo masivo y a las transformaciones ocurridas en la esfera pblica, son abordadas en su vinculacin con las problemticas ciudadanas por Winocur, 2000 y Nstor Garca Canclini, 1995.
Comentarios finales
Como mencionamos al comienzo, si bien es notorio el desarrollo de las investigaciones sobre consumo cultural en Mxico, su consolidacin es an poco previsible. No existe ningn espacio acadmico en el pas dedicado especficamente a la formacin de profesionistas en este terreno (con la excepcin de diplomados aislados sin ninguna conexin entre ellos). Prcticamente no se cuenta con especialistas en los centros de investigacin especializados en las diversas artes (pertenecientes al Instituto Nacional de Bellas Artes), ni en los muy pocos que estn dispersos en algunas universidades del pas, que tengan la formacin y experiencia adecuadas para realizar este tipo de estudios, cuya naturaleza es esencialmente interdisciplinaria (sociologa de la cultura, antropologa social, semitica, esttica de la recepcin, estadstica, comunicacin, psicologa social, etctera). El impacto de los estudios de pblico ha sido an limitado sobre el diseo y evaluacin de polticas culturales en Mxico. En ocasiones los estudios se realizan y se reciben por una estructura burocrtica que no est diseada para recibirlos y para transformarse en funcin de lo que plantean, lo cual dificulta el que las investigaciones sobre los pblicos tengan el impacto deseado. En otras, la realizacin de encuestas es producto de una mera bsqueda de legitimacin por parte de autoridades gubernamentales (muchas veces utilizadas como lo llegan a hacer los partidos polticos, como propaganda). En el fondo, falta an la presin organizada por parte de la sociedad civil ya que la democratizacin es an incipiente: faltan movimientos de consumidores, de televidentes y formas de representacin ciudadana de los derechos comunicacionales y culturales. Hay diversas reas en las que los estudios de audiencias pueden presentarse como especialmente sugerentes y que estn prcticamente inexploradas. Una de ellas es la formacin de pblicos. Si tomamos en cuenta que los pblicos no nacen, sino se hacen, esto es, que son constantemente formados por la familia, la escuela, los medios, las ofertas culturales comerciales y no comerciales, entre otros agentes que influyen con diferentes capacidades y recursos en las maneras cmo se acercan o se alejan de las experiencias de consumo cultural, las polticas de formacin de pblicos pueden ser repensadas a la luz de las investigaciones realizadas. En general, las instituciones gubernamentales encargadas de la promocin y la difusin cultural, han limitado la formacin de pblicos a multiplicar la oferta y la publicidad, pero todo esto no se ha transformado en experiencias reales de formacin de la capacidad de disfrute del arte. Ante la inefectividad estatal, nios y jvenes se forman como pblicos fundamentalmente por la televisin y la oferta comercial. Eventualmente, ellos sern o no el ahora menguante pblico futuro de las ofertas realizadas fuera del mbito domstico. A pesar de los importantes avances realizados en los ltimos aos en trminos de construccin terica y de lneas de investigacin, el estudio del consumo cultural se sigue planteando como un desafo terico y metodolgico. Terico, porque no se ha construido an un enfoque transversal capaz de describir y explicar los procesos de consumo cultural, que son regulados por racionalidades diversas
(econmicas, polticas, simblicas) y que se encuentran ntimamente vinculados a una gama amplia de prcticas y fenmenos sociales que los atraviesan y condicionan; metodolgico tambin, puesto que no se han evaluado suficientemente los alcances y lmites de la aplicacin de tcnicas cualitativas (como la entrevista individual y grupal, la historia de vida y el relato, el anlisis del discurso, la observacin participante, etc.) y cuantitativas (la encuesta) en el estudio del consumo y la recepcin artstica. An quedan relevantes cuestiones por dilucidar: En qu consiste la actividad concreta, particular, de la lectura o la recepcin? Es posible evaluar la interpretacin de un mensaje? De qu modo establecer sistemas de cuantificacin y calificacin de los efectos y transformaciones que opera un texto, un filme o un espectculo sobre sus destinatarios? (Sunkel,1999:23-27; Garca Canclini, 1993; Piccini et al., 2000; De la Peza,1993).
Para la docencia:
Este texto dialoga con los de Mirta Antonelli, Alejandro Grimson y Mirta Varela, y con el de Guillermo Sunkel. De qu maneras distintas se ha desarrollado la investigacin sobre pblicos en diferentes pases de Amrica Latina? Cmo han influido en los diversos desarrollos los contextos nacionales? Qu papel han jugado los exilios polticos latinoamericanos en el enriquecimiento de la investigacin a lo largo del continente?
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Notas
Ana Rosas Mantecn, Universidad Autnoma Metropolitana-Iztapalapa, Mxico. Correo electrnico: [email protected]
Rosas Mantecn, Ana (2002) Los estudios sobre consumo cultural en Mxico. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela. pp: ??-?? Versin revisada de la ponencia presentada en la III Reunin del Grupo de Trabajo Cultura y Poder del CLACSO. Caracas, Venezuela, noviembre-diciembre del 2001. Agradezco a Mariana Delgado, Virginia Prez y Yeimi Zarco su colaboracin en la investigacin bibliogrfica.
2
Es el caso de la radio. En parte gracias a su conocimiento profundo de las audiencias, la radio ha podido dar una respuesta
diversificada a las demandas de los cambiantes pblicos, sobreviviendo a los vaticinios de extincin frente a la aparicin estelar de la televisin. Como ha hecho notar Lucina Jimnez, la radio ha sabido adaptarse y responder con rapidez a los nuevos contextos y demandas, gracias a su flexibilidad e inmediatez (Jimnez,1994).
3
. Muestra de lo anterior es el trabajo conjunto de Monsivis y Bonfil, A travs del espejo. El cine mexicano y su pblico (1994).
No obstante que se anuncia desde el ttulo el tratamiento de la temtica de los espectadores de cine de la Epoca de Oro, se termina con la deduccin, a partir de la cartelera cinematogrfica y de la produccin de pelculas (gneros, temticas, etc.), la evolucin de los gustos del pblico. Si bien se comienza haciendo referencia a actitudes diferenciadas, muy pronto se pasa al gusto de la poca y a la generalizaciones sobre el pblico mexicano.
4
. As lo reconoce Guillermo Sunkel en Una mirada otra. La cultura desde el consumo, texto incluido en este libro. No obstante que las etnografas han enriquecido las investigaciones, debemos ubicar tambin sus limitaciones. Si bien el
recurso etnogrfico ha sido de gran ayuda para demostrar la actividad y heterogeneidad de los pblicos, poco se ha ganado con multiplicarlas al infinito; el peligro es que en no pocas ocasiones, la diversidad de las lecturas es automticamente elogiada como la marca de una libertad. Tal peligro puede conjurarse cuando se reconoce que el consumo se realiza dentro de estructuras de poder determinadas, lo cual permite acotar el posible margen de actividad del receptor. Esta es una de las ricas vetas abordadas por En busca del pblico, compilado por Daniel Dayan (1997).
Propomos apresentar dois tipos de experincia brasileira de interveno poltico-social por meio da ao teatral, cujos pressupostos conceituais giram em torno de cultura, cidadania e opresso em sociedades divididas em classes sociais e localizadas em pases perifricos poltica e economicamente, vivendo uma realidade histrica de dependncia cultural e econmica. So experincias empreendidas na segunda e terceira cidades mais populosas do Brasil: Rio de Janeiro e Salvador. A primeira experincia, a mais antiga e que se espraiou por muitos pases da Amrica Latina, foi e ainda liderada pelo j mundialmente conhecido teatrlogo e animador poltico-cultural brasileiro, Augusto Boal (vide cronologia em anexo), o criador do Teatro do Oprimido, desenvolvido durante seu exlio poltico entre 1971 e 1986, anos em que esteve na Amrica Latina (Argentina e Peru, sobretudo), bem como em diferentes pases da Europa, com incurses tambm na frica. Sua mais longa atuao ateve-se Frana, onde lecionou na Sorbonne e fundou o Centre de Thtre de lOpprim (CTO) de Paris, com slido apoio do governo francs desde 1978 at hoje. Aproxima-se do Brasil a partir de 1982 e retorna em 1986, experienciando uma vida como poltico partidrio j em 1992 at 1996. Hoje, com 70 anos, mora no Rio, atua no CTO-RIO, acaba de inaugurar sua Fbrica de Teatro Popular e uma revista prpria para o Teatro do Oprimido, mas divide-se entre vrios pases e continentes, em atividades regulares e com apoios diferenciados, mantendo as mesmas crenas, formando e multiplicando adeptos, mas queixando-se de um descaso por parte das instituies pblicas e privadas brasileiras, considerando-se ainda exilado em pleno 2001. Sua coerncia ideolgica e esttica permanece em sua teorizao e na sua prtica teatral, esta sempre de carter social e poltico. O quadro brasileiro, no entanto, permanece tanto ou mais complexo, provando que as aes de Boal ainda tm sentido e so cada vez mais necessrias. A outra experincia, de cunho tnico-cultural, encontra-se na cidade de Salvador, a terceira mais populosa do pas e a de maior populao negra fora da frica. Trata-se de uma companhia de teatro formada por atores negros, surgida na cidade em 1990 por iniciativa do famoso grupo carnavalesco Olodum, que j conseguira reconhecimento internacional atravs da Banda Musical Olodum. Este grupo teatral empreende uma ao na linha esttica e social de crtica ao preconceito racial contra os negros e de construo de auto-estima e de luta pela cidadania para essa populao, atravs de uma linguagem teatral que une texto dramtico, canto, dana e msica, com inspirao nas matrizes africanas da cultura na Bahia, mas que evita o cunho folclrico, e retrata sobretudo o cotidiano atual das relaes interraciais na cidade. Para examinar as estratgias de construo simblica de um territrio negro no espao branco da cidade (cuja populao branca de cerca de 22%), atravs da afirmao e resistncia cultural de uma identidade negra, por meio sobretudo da msica e, agora, do teatro, seria necessrio traar um quadro mnimo das complexas relaes entre a populao negra e o Estado, sublinhando o
carnaval como elemento importante de mediao, que foi refletindo o espao real do negro nessa sociedade atravs dos tempos, passa-se da represso institucional africanizao das ruas de Salvador nos projetos de reurbanizao, europeizao e embranquecimento cultural, na primeira metade de nosso sculo, a uma consagrao institucional das produes culturais dos negros, nos anos 90, enquanto produtos de evidente potencial de comercializao em face do desenvolvimento do turismo (considerado este como vocao da cidade). Isto explicaria os resultados positivos, bem como as polmicas envolvendo esta experincia, da qual pretendemos esboar aqui os principais aspectos.
Da tentar inventar mtodos de trabalho que proporcionassem uma melhor preparao do indivduo para aes reais na sua existncia cotidiana e social com vistas uma liberao. Basicamente, o espectator incentivado a interromper a fio observada, sempre que julgar falsas, ou irreais, ou mistificadoras ou ineficientes ou idealistas as solues vistas em cena, situando-se este teatro, portanto, nos limites entre fico e realidade, e o espectator entre pessoa e personagem. Diferentemente do teatro brasileiro poltico de mensagem dos anos 60, criticado por Boal por ser proselitista, diretivo, de propaganda, por tentar impor como verdadeiras e vlidas palavras de ordem j prontas, o teatro do oprimido questiona a cidadania de dogmas ou regras fixas a serem mecanicamente copiadas e postula
que o prprio grupo social envolvido parta de uma compreenso real das condies objetivas dentro das quais respira, ou seja, a prpria comunidade que dever escolher seus temas de interesse coletivo, identificar o que a perturba e oprime e partir da para discusses e elaborao de cenas sobre o seu cotidiano especfico, que sero material para diferentes intervenes por parte dos espectatores, no sentido de crticas e solues concretas visando a uma imprescindvel transformao social e poltica de suas vidas, ao decompor as estruturas sociais opressoras, ao romper a cadeia de elos oprimidosopressores que sustenta e alimenta uma sociedade autoritria. Nesse teatro, o indivduo representa o seu prprio papel, analisa suas prprias aes, questiona-as e acaba por reorganizar a sua vida dentro de uma nova viso de mundo. Sempre questionado sobre a validade de um mtodo criado por um sujeito de classe social diferente daquela qual seu mtodo se destina, Boal argumenta que seu trabalho j nasceu em interao, em dilogo com muita gente, considerando-se um criador-coordenador. As vrias tcnicas enfeixadas sob a denominao teatro do oprimido nasceram em situaes concretas que justificavam sua necessidade: o teatro jornal foi criado quando o Teatro de Arena, em So Paulo, foi impedido de atuar pela censura poltica e visava ajudar espectadores a fazer teatro para eles prprios; o teatro invisvel teria sido criado na Argentina, no exlio, em virtude do medo de fazer teatro de rua, pois foi avisado que, se o pegassem e o devolvessem ao Brasil, seria morto aconteceu num restaurante, sobre o tema da fome, sem que os circunstantes percebessem que se tratava de teatro preparado por um grupo e muito menos por ele, que sentado e fazendo uma refeio a tudo observava; o teatro forum surgiu a partir de um episdio concreto, em que, durante a discusso de uma pea com a platia, uma mulher subiu no palco e foi mostrar, com sua atuao in loco, como certa cena deveria ser feita; em 1973, no Peru, desenvolve o teatro-imagem, ex-teatro-esttua, com os indgenas, dado o interesse desses em participar e resistncia em entrar em cena. Boal defende que no carrega palavras de ordem nem contedos prontos, que no impe sua prpria percepo da realidade como a correta e nica, uma viso de fora, o que garante a estupenda difuso de seu teatro, j em ao regular em 70 pases atualmente, espalhado por diversos continentes e objeto de grandes festivais na sia (ndia, Calcut), EUA (Nebraska), Europa (Sucia), frica, pois tratase de oferecer uma linguagem e um mtodo, e no mensagem ou temas. Da tambm o alcance desse teatro em termos de pblico, podendo trabalhar seja com o MSTMovimento dos Sem-Terra no Brasil, seja com favelados ou empregadas domsticas cariocas, ou indivduos em privao de liberdade, grupos atingidos por racismo, ou de homossexuais, de idosos, de doentes mentais, ou cegos, ou de feministas europias. Boal, acertadamente, concebe que toda libertao individual coletiva, pois sempre envolve mais de uma pessoa, isto , d-se numa relao com outros, pois a quebra de um elo na cadeia de opresso provoca em decorrncia uma alterao na corrente. Este teatro, em solo europeu (1976-1986), desenvolve-se numa direo que terminou nas atuais 11 tcnicas que se enfeixam sob a denominao de arco-ris do desejo, que visam teatralizar opresses internalizadas na cabea dos indivduos e invisveis externamente, em sociedades e grupos aparentemente no-opressores; no exlio em Paris, junto com sua esposa e psicanalista, Ceclia Boal, coordenou uma oficina denominada O policial na cabea (Le flic dans la tte), para tentar formas de visualizao desse tipo de opresso e de sua conseqente conscientizao e transformao. Enquanto que na Amrica Latina os temas giram sobretudo em torno das condies de vida subumanas, que envolve salrios, falta de gua, de moradia, de terra para plantar, segurana etc., temas mais polticos, urgentes, coletivos, como classifica Boal, na Europa os temas sociais e psicolgicos (diviso do autor para mero efeito didtico) diziam respeito pelo menos at antes do evento terrorista de 11 de setembro nos EUA notadamente questo das centrais nucleares, emancipao da mulher, solido, direito diferena, incomunicabilidade etc, gerando muitas vezes a dvida se tratava-se, enfim, de um psicodrama. Basicamente, enfim, esse teatro trabalha com trs noes importantes que estruturam sua ao de abrangncia simultnea do individual e do coletivo: pessoa, personalidade e personagem. Teramos em nosso interior um caldeiro fervilhante de vcios e de virtudes que constituiriam a pessoa, enquanto que a personalidade seria uma reduo disto, pois, atravs dos filtros censores da moral, do medo etc, s permitiria que alguns desses aspectos se externalizassem, trabalho responsvel pela civilizao da
sociedade; o personagem seria, ento, uma reduo de uma reduo, se o indivduo que o representa no fosse instigado a mergulhar na pessoa para, do fundo dela, retirar certo personagem l escondido ou certos elementos para construi-lo. Isto um ator costuma fazer, desde o mtodo de interpretao teatral concebido pelo russo Constantin Stanislavski, na virada do sculo XIX para o XX, e j canonizado no ocidente. O teatro do oprimido, no entanto, tenta que os cidados excitem dentro de si mesmos as partes boas (coragem, determinao etc), pratiquem e ensaiem com elas e, depois da representao, em vez de devolv-las ao seu interior, incorporem-nas a sua personalidade. Diferentemente de Stanislavski, mais uma vez, Boal afirma que no s a emoo que d a forma exterior vlida para a representao de um personagem, mas acima de tudo a idia que est por trs de uma emoo, que gera a emoo; da seu teatro optar sempre pela anlise crtica profunda das situaes que vo cena; e conseguir,conseqentemente, seu grande poder poltico e social, que envolve no s o indivduo como tambm o agrupamento humano a que pertence.
dilogo intergrupos com outras comunidades e os festivais, para conhecerem a opresso dos demais e se solidarizarem: devem conhecer e reconhecer e trocar idias, informaes e sugestes, informes, propostas, isto , fazer poltica (Boal,1996:78). Tpica metrpole latino-americana, o Rio de Janeiro nos anos 80 e 90, como descrito por Boal, deixa entrever as grandes dificuldades de uma ao poltico-cultural de interveno tal como a concebida por ele via teatral. Como afirma o teatrlogo e poltico, o Rio se estende substancialmente entre o mar e os morros, classes sociais de poder aquisitivo embaixo e classes desprivilegiadas em plena misria nos morros, assim, a zona sul; para alm dos morros, a zona norte, dos subrbios superpopulosos e degradados. E um panorama desalentador de falncia geral da ordem pblica: o desleixo ou ausncia no atendimento dos servios bsicos populao, como saneamento, sade, educao, transporte, moradia, previdncia, segurana, emprego e direitos trabalhistas etc. Boal, em suas palestras e escritos, assinala, com dados da imprensa e experimentados ao vivo, os impasses a que se chegou em um quadro desses: as freqentes chacinas, os seqestros sistemticos empreendidos por narcotraficantes, cujo poder se articula em redes a partir das favelas e envolve policiais, advogados etc (Boal,1996:53), uma ponta num iceberg nacional de corrupo generalizada, falta de planejamento e dvida externa de juros astronmicos (segundo Boal, foram pagos 84 bilhes de dlares com a dvida externa e empregados somente 10-12 bilhes com educao e 8-10 bilhes com sade) (Boal,2001:33), que penalizam a populao com pssima distribuio de renda, dentre as piores do planeta, num quadro internacional de imperialismo econmico, explorao e marginalizao, via globalizao, de pases e at de continentes inteiros, como a Amrica Latina e frica. Os problemas enfrentados por Boal em seus trabalhos junto a comunidades faveladas devem-se, portanto, s indigentes condies de vida dessa parcela da populao, desamparada pelo poder pblico e merc da arbitrariedade policial, por um lado, e das foras paralelas do poderoso narcotrfico (digase, emprega centenas de milhares de pessoas na cidade, direta e indiretamente), o qual inclusive provoca o deslocamento de famlias inteiras, dos morros, para a vida debaixo das marquises nas ruas dos bairros beira-mar, aumentando o contingente de mendigos, dos meninos e meninas de rua e as estatsticas de desrespeito a mulheres, negros, idosos, homossexuais, adolescentes, crianas em geral, enfim, aos cidados pobres (e no s) como um todo. Declara o autor que ensaios e espetculos em tais comunidades so muitas vezes interrompidos por causa de ameaas, perigo de morte por balas oriundas dos costumeiros tiroteios entre gangues, ou entre bandidos e polcia, ou at por roubo do prprio carro (uma kombi) e equipamentos do grupo do Teatro Legislativo, como sucedeu-lhes no Morro da Saudade, em Vigrio Geral e no Morro do Borel, mesmo quando se trata de pretensos enclaves tais que igrejas catlicas e reas de ao social de grupos religiosos. Palavras do autor:
[...] nossa estratgia, no entanto, a de no nos lanarmos nunca em aes hericas. Se a situao se tornar por demais arriscada, preferimos no insistir, no correr riscos inteis e ir trabalhar em outras regies, outros grupos, outros temas [...] quando se instala essa situao, abandonamos o local, ou transferimos os ensaios para outro lugar. Foi o que j aconteceu em diversas comunidades (Boal,1996:62-63).
Evidentemente os problemas (Boal,1996:66-77) foram muitos, durante esta primeira fase em que este teatro esteve ligado ao seu mandato de vereador do Rio; no s os financeiros de toda ordem, compreensveis, mas tambm quanto dificuldade da formao dos grupos, mostrando-se mais fcil o trabalho em comunidades religiosas; problemas de atrasos nos encontros marcados, de disperso e falta de concentrao pelo uso de lugares imprprios, precrios para os ensaios; a cautela e certa desconfiana da populao diante de um poltico de partido, muito mal visto no Brasil; a disperso dos elementos de um grupo, como os de meninos e meninas de rua; a resistncia diante dos exerccios fsicos, hostilidade no toque corpo a corpo, como no caso dos sindicalistas, em que os elementos dos grupos s se entregam no caso de teatro-imagem, teatralizando situaes como se fosse para uma foto, mas no prescindindo, evidentemente, de todas as discusses acirradas que as escolhas envolvem; falta total de noo do que seja teatro, por jamais terem tido contato com um, prevalecendo a imagem da telenovela, com seus trejeitos, cenrios, tramas e paixes em tudo destoantes das experincias reais dos
despossudos sociais, a necessidade de convencer os grupos a mostrar as pessoas que eles prprios conhecem realmente bem como as situaes que eles prprios vivem, na vida real cotidiana, como tudo aconteceu, como sentiu, como lembra, imagina, para que pudessem se conhecer, soltarem os gestos, a voz, os movimentos. Enfim, todo um trabalho de ativao do oprimido como artista, de atualizao de potencialidades que possam ajud-lo na construo da cidadania. Do ponto de vista do trabalho de construo dramtica das situaes, Boal observou a tendncia generalizada dos artistas comunitrios para querer incluir muitos dados da vida real nas peas, e de forma catica, at porque cada um sempre deseja incluir suas contribuies, tendo que ser levados, ento, a um trabalho crtico de seleo e organizao do essencial, a partir de algumas leis essenciais ao teatro, como a do conflito de vontades livres e conscientes dos meios que empregam para atingir seus fins, desenvolvendo-se a noo de personagem como uma vontade em movimento, que no teatro do oprimido pertence ao protagonista, mas deve ser partilhada pela comunidade: vontade individual e coletiva. Da a estrutura dramtica seja uma estrutura conflitual de vontades que expressam foras sociais, centralizada por um conflito central que concretiza uma idia central da pea, bem perceptvel, para ser entendida e todo mundo poder intervir. O trabalho da noo de obstculo: um oprimido encontrando vrios opressores, tudo ligado ao conflito temtico principal, com a concretizao, personificao dos poderes abstratos. H todo um leque de tipos de vontade que os exerccios e ensaios vo dando percepo crtica dos participantes; vontades que devem ser identificadas s reivindicaes dos envolvidos no processo: a vontade simples intensa, uniforme, busca uma meta; a vontade dialtica que carrega ao mesmo tempo uma vontade e seu oposto; vontade plural quando vrios possuem a mesma vontade ou semelhante; vontade lua que se prende vontade de um outro; vontade e contravontade que geram um equilbrio instvel, como o medo de ser derrotado numa greve; vontade negativa que se expressa sempre contrria ao que os outros querem etc. (Boal,1996:78-92).
Aes na atualidade
O teatro do oprimido atualmente mantm-se atravs de convnios diversos, a partir sempre do CTORio, empreendendo o mesmo tipo de ao e com base nos mesmos conceitos e fundamentalmente usando as mesmas tcnicas, mas diversificando cada vez mais o pblico alvo. Alm do Teatro Legislativo, que hoje conta com financiamento da Fundao Ford 1 e mantm-se na formao de grupos populares de Teatro-Forum, objetivando propostas legislativas, jurdicas e/ou polticas a partir da interveno do pblico nesses espetculos (foram criadas recentemente mais dois tipos de atividades: as sesses solenes simblicas, que reproduz o ritual cerimonioso de votao nas casa legislativas, e o teatro legislativo relmpago, que realiza, num nico evento em determinado local, a definio de um tema com o pblico, as discusses, a construo de imagens e cenas, as alternativas e a votao de propostas), existem ainda dois outros grandes projetos: (a) Direitos Humanos em Cena - Teatro nas Prises, envolvendo 37 penitencirias do estado de So Paulo, o CTO-Rio, o Peoples Palace Projects (instituio scio-cultural da Universidade de Londres), e uma fundao que responde pelo sistema educacional dos presdios do estado de So Paulo. Consiste em ministrar oficinas teatrais para presidirios sobre a temtica do direitos humanos dentro do sistema prisional, para humanizao do sistema e abertura de canais de dilogo e cooperao entre o sistema penitencirio e a sociedade civil, tencionando a elaborao das Declaraes dos Direitos Humanos pelos prprios presos; (b) Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem-Terra (MST), projeto de Augusto Boal e de Joo Pedro Stdile, membro da Direo Nacional do MST e que envolve o CTO-Rio e este movimento, para capacitar e multiplicar curingas do teatro do oprimido, para que o militante do MST incorpore ao seu trabalho cotidiano a metodologia de Boal, praticando-a em oficinas nos assentamentos, acampamentos, encontros de formao, eventos em geral, para construo de grupos que possam discutir conflitos e alternativas do MST. Alm de dois encontros de formao de 25 militantes de 15 estados, j havidos no Rio, estavam previstas visitas, acompanhamentos mediante relatrios e mais uma oficina em novembro de 2001 para preparar a participao da Brigada Nacional do Teatro do Oprimido Patativa do Assar (militantes do MST) no Frum Social Mundial realizado em janeiro de 2002 no Rio. Em outubro de 2001 foi enviado Assemblia Lagislativa do Rio um projeto de lei muito importante
que tende a minorar a situao educacional injusta que, dentre outros fatos, veda ao estudante pobre o acesso s universidades pblicas.2. Portanto, no se pode acusar o teatro do oprimido de ultrapassado ou anacrnico, nem nos objetivos, nem em sua metodologia, que continua seu trabalho quase silencioso de movimentar os dinamismos do imaginrio3 dos grupos sociais marginalizados do Brasil a fim de que essas energias possam vivificadas, atualizadas mudar a configurao do poder, sobretudo nos pases ditos do terceiro mundo. A representao do cotidiano por seus prprios atores sociais, alm do fato positivo da formao voluntria de agrupamentos humanos movidos por uma srie de afinidades, curiosidade pela arte, insatisfao e desejo de mudana, pe em circulao foras da dimenso latente4 da cultura, onde residem escondidos os medos, desejos, crenas esquecidas, sonhos, fantasmas de toda ordem que, provocados, irrompem no cotidiano social sob formas novas de pensar, sentir, agir no mundo, gerando o novo, a dimenso emergente da cultura, do instituinte, que pode impor-se e renovar a carcaa do patente, do estabelecido, do j sabido e aceito, consolidado e engessado em normas e leis petrificadas que no mais atendem ao dinamismo do social em perene transformao. A sobrevivncia por tantos anos, e em tantas e diferentes sociedades, do teatro do oprimido, se prova, por um lado, que o mundo aparentemente muito transformado permanece o mesmo por toda parte quanto s questes de estrutura de poder, por outro lado, demonstra a eficcia social, poltica, imaginria desse teatro, para se pr escuta das diferentes culturas e fazer nascer, do prprio seio delas, as solues para os conflitos dos homens em sociedade.
Cronologia
1931 nasce Augusto Pinto Boal na cidade do Rio de Janeiro; vive no bairro da Penha, desde os nove anos dirige os irmos em cenas teatrais nos almoos familiares dos domingos, a partir dos fascculos semanais de O Conde de Monte Cristo e de A r misteriosa, comprados por sua me; a partir dos 11 anos ajuda o seu pai na padaria e observa os operrios do Curtume Carioca ali perto; j rapaz, trabalha no TEM-Teatro Experimental do Negro, escreve peas, dirige o departamento cultural dos alunos por trs anos na universidade, e assim conhece Sbato Magaldi e o dramaturgo Nelson Rodrigues, que lhe l e comenta os textos, corrigindo seus dilogos e aconselhando-lhe uma deformao do real e no uma reproduo; forma-se em Qumica aos 22 anos; corresponde-se com John Gassner, com quem deseja estudar. 1950-52 consegue ir estudar na School of Dramatic Arts, da Columbia University, em Nova York, EUA, onde se inscreve em Qumica; aluno de John Gassner, o prof. de A. Miller e de T. Williams; integra o The Writers Group, grupo de escritores de teatro, novelistas, romancistas; escreve 20 peas em dois anos sobre seu bairro carioca, a Penha, em geral melodramas de violncia; estuda dramaturgia, direo, histria do teatro, Shakespeare. 1954 trabalha no Rio com Lo Jusi e Glucio Gil; objetivo: Desenvolver a dramaturgia brasileira, descobrir um estilo brasileiro de interpretao. Recebe convite de Jos Renato, do Teatro de Arena para dirigir Ratos e homens, de Steinbeck e Juno e o Pavo, de Sean O' Casey. Pesquisa o estilo realista como encenador. 1955 o Teatro de Arena deixa de ser itinerante e passa a ter sede prpria. 1956 e 1957 dois cursos de dramaturgia, para pblico em geral, como divulgao e no laboratrio; Boal passa a ser diretor cultural do Teatro de Arena. 1957 cria a comdia leve Marido magro, Mulher chata, numa breve fase aparentemente desligado de suas pesquisas de problemas sociais como matria teatral 1958 Seminrio de Dramaturgia, a partir de 16 de maro; dali sairiam Chapetuba Futebol Club, de Vianninha; Eles no usam black-tie, de Guarnieri, e Revoluo na Amrica do Sul, do prprio Boal. Pensam em criar uma agncia de colocao de peas mimeografadas e distribudas pelo Brasil e pelas companhias mais importantes.
1959 abre o Laboratrio de Interpretao, junto ao Arena, em moldes semelhantes ao Actors Studio de N.Y.; planeja um teatro poltico, uma integrao maior do teatro com a populao, voltando aos temas sociais do incio de sua carreira, anos antes; quer atingir o maior nmero de espectadores, uma platia popular, uma tentativa de teatro no emocional, com peas escritas por equipes ( O que voc sabe sobre o petrleo? e Vida, paixo e morte do presidente Vargas). 1960 escreve Revoluo na Amrica do Sul 1961 escreve Jos, do parto sepultura 1971 concebe o Teatro Jornal em So Paulo; exilado; cria o Teatro do Oprimido, j na Argentina, onde permanece por cinco anos, com uma estadia no Peru tambm. 1976 em cinco anos desenvolve trs formas do Teatro do Oprimido: o Teatro Frum, o Teatro Invisvel e o Teatro Imagem (com ndios no Peru em 1973) 1976-1986 desenvolve as tcnicas introspectivas de teatralizao da subjetividade, junto a povos europeus: Arco-ris do Desejo; alm de divulgar e desenvolver o Teatro do Oprimido, ministrando oficinas, formando ncleos e criando centros em cidades europias. 1978 leciona na Sorbonne e funda o CTO de Paris - Centre de Thtre de l' Opprim, com apoio do presidente Mitterand. 1982 Darcy Ribeiro, vice-governador do Rio, convida-o a voltar ao Brasil e fazer o teatro do oprimido junto ao projeto dos CIEPs (rede de escolas pblicas estaduais modernas) 1986 o apoio governamental de Darcy termina com a sua no reeleio ao Governo e Boal no encontra ajuda nem na inciativa privada. 1989 remanescentes dos CIEPs procuram-no para a criao de um Centro de Teatro do Oprimido no Rio; nasce o CTO-Rio. Darcy Ribeiro torna-se governador do Rio, mas propostas e projetos no mais se afinam e Boal perde os elos com os CIEPs do Rio. 1990 publica O arco-ris do desejo mtodo Boal de teatro e terapia , Rio: Editora Civilizao Brasileira 1992 em trs anos o CTO-Rio s teve alguns contratos com o sindicato dos bancrios, com prefeituras petitas de Ipatinga e So Caetano, o evento Terra e Democracia do IBASE, oficinas para pblico em geral e estrangeiros (grupos vindos ao Brasil da Alemanha e Nova York); funcionando precariamente, sem elos ou apoios governamentais desde 1989, Boal e os integrantes do CTO-Rio resolvem encerrar suas atividades, porm de forma festiva e musical (um enterro no estilo Nova Orleans), pondo-se a servio de um partido poltico, o PT; as atividades do grupo, em Campanha por Ben (Benedita da Silva) para a prefeitura do Rio e mais tarde no movimento popular pela deposio do Presidente do Brasil (Collor de Mello), ganham tanta repercusso e espao na mdia que Boal convidado a candidatar-se a vereador do Rio de Janeiro, reluta, acaba aceitando e ganha as eleies, tomando posse no incio de janeiro de 1993. 1992 publica pela Civilizao Brasileira Duzentos exerccios jogos para ator e no-ator com vontade de dizer alguma coisa atravs do teatro. 1993 empossado vereador, Boal contrata todos os animadores do CTO-Rio para seus assessores de gabinete na Cmara Legislativa do Rio e, indo alm do Teatro Frum, inventam o Teatro Legislativo, percorrendo os bairros da cidade para a criao conjunta de leis, com a populao, atravs do teatro, segundo uma democracia transitiva. 1996 termina o mandato de vereador; publica pela Revan o livro Aqui ningum burro!, em que transforma em crnicas seus discursos na Cmara do Rio 1998 retoma o Teatro Legislativo, agora sob o patrocnio da Fundao Ford; publica, pela Record, Jogos para atores e no-atores 2000 publica, pela Record, Hamlet e o filho do padeiro
2001 lana o mesmo livro na Inglaterra; comea a trabalhar com o MST-Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem-Terra; e um imenso trabalho com presidirios do estado de So Paulo; funda no Rio de Janeiro a sonhada Fbrica de Teatro Popular e uma revista (endereos eletrnicos para contato: [email protected], [email protected]).
pesquisando referncias da luta negra internacional, usando a linguagem musical do samba-reggae e figuras-cones da cultura negra veiculada internacionalmente sobretudo pelo mercado fonogrfico. Esta Trilogia fundante das aes do grupo consistiu em rasurar a superfcie cenogrfica do espao cartopostal desenhado por uma reordenao urbanstica do bairro pelos poderes poltico-governamentais. A rasura deixa entrever ao leitor ou espectador outros textos sob o texto de fachada, deste Pelourinhopalimpsesto: camadas de significao podem vir tona, atravs de um corte vertical, paradigmtico, de onde surge a memria histrica de outras intervenes 5 no mesmo espao, que violentaram territorialidades negras em tentativas vs de embranquecimento cultural e de desafricanizao dos espaos pblicos de Salvador. A Trilogia registra uma sntese dramtica da resistncia negra em luta pela afirmao da identidade de sua cultura; cria texto dramtico, reorganizando artsticamente a matria bruta de uma cidade e seus dramas tnicos-raciais. Os tambores do Olodum rompem espao e tentam, tambm por meio do teatro, verbalizar 6 um discurso para a cidade. Envolvendo os antigos casares coloniais recuperados, os novos tambores 7 tentam exorcizar8 o velho fantasma branco-senhorialpatriarcal e promover ao menos um equilbrio de foras na ocupao real e simblica do espaoemblema Pelourinho, enviando literalmente aos quatro cantos do mundo mensagens j no mais silenciosas9.
Referncias bibliogrficas
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Notas
*Catarina SantAnna, Universidade Federal da Bahia. Correo eletrnico: [email protected] SantAnna, Catarina (2002) Poder e Cultura: as lutas de resistncia crtica atravs de duas experincias teatrais. En: Daniel Mato (coord.) Estudios y otras prcticas intelectuales latinoamericanas en Cultura y Poder . Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela. pp: ??-?? Segundo documento informativo do CTO-Rio, organizado por Geo Britto, seu diretor de comunicao, o apoio da Fundao Ford, a partir de 1998, possibilitou a retomada do Teatro Legislativo, encerrado em 1996 com o fim do mandato de vereador de Boal e que j totalizava na poca 34 projetos de lei, dos quais 13 chegaram a tornar-se leis municipais.
2
Projeto de Lei No 2068/2001, encaminhado atravs do mandato do deputado estadual do PT, Chico Alencar, mas concebido a
partir das discusses e sugestes de platias diante das apresentaes do grupo comunitrio Corpo em Cena, de moradores da Pedreira, onde existe um pr-vestibular comunitrio. Diz o Projeto de Lei: Artigo. Primeiro: Fica assegurada aos estudantes universitrios a contagem, como jornada de atividade em estgio, das horas-aula ministradas em curso pr-vestibular popular comunitrio ou similar. Artigo Segundo: garantida a gratuidade nos vestibulares das universidades pblicas estaduais aos vestibulandos dos cursos de que trata esta lei (Informativo eletrnico do CTO-Rio, de 28 de setembro de 2001).
3
Ver Jean Duvignaud: le dynamisme collectif est de mme nature que le dynamisme de limaginaire. Ver Jos Carlos de Paula Carvalho. Ver a sanha de modernizao urbanstica que assolou Salvador nas primeiras dcadas do sculo XX. In: Peres, Fernando da
Rocha (1999) Memria da S. Salvador: Secretaria de Cultura e Turismo do Estado da Bahia. Para o aspecto ideolgico dessas modernizaes (saneamento, higienizao e ordenao do uso do espao pblico pensados contra a africanizao da cidade, com a apropriao do carnaval, perseguio aos candombls e seus atabaques, discriminao e violncias institudas) ver Ferreira Filho, Alberto Herclito (1998-1999) Desafricanizar as ruas: elites, letrados, mulheres pobres e cultura popular em Salvador (18901937). In: Afro-sia, nos 21-22, (Centro de Estudos Afro-Orientais FFCH/UFBA, Salvador).
6
Em 1995, Milton Santos afirma sobre o Pelourinho: Porque embora sejam cnticos, amanh podem ser reclamaes, discursos
polticos, para iniciar o discurso da cidade que havemos de elaborar; apud Silva, M a Auxiliadora e Delio J. Ferraz Pinheiro (1997) De Picota a gora. Las transformaciones del Pelourinho (Salvador, Baha, Brasil). In: Anales de Geografia de la Universidad Complutense, Madrid: Servicio de Publicaciones Universidad Complutense, n 17, (69:97), 275p . p. 95.
7
O processo de reafricanizao do Pelourinho patente: l tm sede o afox Filhos de Gandhi, os blocos afros Olodum (na
verdade, uma Organizao Cultural de renome internacional), Ara Ketu, Yl Ay, Muzenza, e outras organizaes da raa negra como UNEGRO, SITOC, Sociedade Protetora dos Desvalidos (desde 1832), Casa do Benin, a futura de Casa de Angola, o CEAOCentro de Estudos Afro-Asiticos da UFBA, e inmeras outras manifestaes culturais afro-baianas. Ver Silva, M a Auxiliadora e Delio J. Ferraz Pinheiro, Op. Cit.
8
O pelourinho, instrumento de tortura e castigo, supliciou os negros em praas pblicas do atual bairro de mesmo nome por
quase de 300 anos: durante o sculo XVII inteiro, na Praa do Palcio, frente s treze janelas da Casa de Cmara e Cadeia; no sculo XVIII, no Terreiro de Jesus, perturbando com os gritos o cotidiano da Companhia de Jesus; no sculo XIX (1807-1835; perodo do ciclo de rebelies escravas urbanas em Salvador), no Largo do Pelourinho, de onde recolhido para sempre do olhar pblico, mas s abolido em 1886. Ver Silva, Ma Auxiliadora e Delio J. Ferraz Pinheiro. Op. cit., pp. 81-85
9
Refiro-me dimenso oculta da cultura, em Hall, Edward T (1971) La Dimension Cache, Paris, Seuil, p. 219: devemos
aprender a decifrar as mensagens silenciosas to facilmente quanto as enunciaes escritas ou faladas. somente por um esforo desta natureza que poderemos esperar entrar em comunicao com as outras etnias (dentro e fora de nossas fronteiras), j que somos cada vez mais freqentemente requisitados a faz-lo.
10
O Haiti aqui / O Haiti no aqui: Msica Popular, Dependncia Cultural e Identidade Brasileira na Polmica Schwarz-Silviano Santiago
Liv Sovik * Escola de Comunicao Universidade Federal do Rio de Janeiro
Quando voc for convidado para subir no adro da Fundao Casa Jorge Amado Ppra ver do alto a fila de soldados, quase todos pretos Ddando porrada na nuca de malandros pretos Dde ladres mulatos Ee outros quase brancos Ttratados como pretos Ss para mostrar aos outros quase pretos (e so quase todos pretos) Ee aos quase brancos pobres como pretos Ccomo que pretos, pobres e mulatos Ee quase brancos, quase pretos de to pobres so tratados. E no importa se os olhos do mundo inteiro possam estar por um momento voltados para o largo onde os escravos eram castigados. E hoje um batuque, um batuque com a pureza de meninos uniformizados de escola secundria em dia de parada e a grandeza pica de um povo em formao, nos atrai, nos deslumbra e estimula. No importa nada: nem o trao do sobrado, nem a lente do Fantstico, nem o disco de Paul Simon. Ningum, ningum cidado. Se voc for ver a festa do Pel e se voc no for pense no Haiti
reze pelo Haiti. O Haiti aqu o Haiti no aqui. De: Haiti, CD Tropiclia 2, 1993 Msica: Gilberto Gil Letra: Caetano Veloso
Quando no show Noites do Norte Caetano Veloso canta os versos do nosso ttulo, ele aponta para o cho com os dedos indicadores: O Haiti aqui e depois aponta os mesmos dedos para o alto, em gesto tpico de dana do carnaval, O Haiti no aqui. As alternativas de um Brasil violento, racista e miservel e um Brasil da percusso, de corpos orgulhosos e da alegria carnavalesca se apresentam como comentrios um sobre o outro. Eis um dilema atual, recorrente, histrico, permanente da identidade brasileira: como entender a coexistncia de injustia e felicidade no mesmo lugar social? Vem acompanhado de outra questo: qual o lugar do Brasil no mundo? Conforme Haiti, no importam as cmeras de televiso do Fantstico, programa dominical de notcias, nem a fama internacional do Olodum, bloco afro que gravou um disco com Paul Simon e cujo batuque identificado com o Pelourinho, lugar da represso policial e da festa em Haiti. O olhar externo no eficaz em controlar a violncia, mas a afirmao e sua contradio j evocam esse olhar: O Haiti aqui o Haiti no aqui. Haiti foi o primeiro pas independente da Amrica Latina; um pas de populao miservel, de descendentes de escravos. Qual mesmo o lugar do Brasil no mundo? Ao citar Haiti, a letra lembra o lugar chave ocupado pela populao de pretos, pobres e mulatos e quase brancos quase pretos de to pobres na histria do continente, lugar de revolucionrios, sofrimento e violncia, lugar que pode ser, ou , o Brasil. A questo aparentemente interna ao Brasil, de conciliar a festa cvica a pureza de meninos uniformizados de escola secundria em dia de parada/ e a grandeza pica de um povo em formao com a violncia, de assumir ambos os lados de Haiti, est encravada na histria colonial: s a histria da colonizao e da escravido alm da letra, o som do rap composto por Gilberto Gil est a para centrar a ateno na dispora africana podem explic-la. No toa que uma vinheta tirada da msica popular introduza esta discusso de posies sobre colonizao e cultura, questes de poder poltico e dependncia cultural, pois a cano popular brasileira um campo privilegiado de representao do nacional, onde se concatena e reconcatena repertrios musicais e imagens verbais. Prope-se aqui, depois de retomar o momento em que se configurou uma esttica para a msica popular e em que houve forte debate poltico-cultural nos meios de comunicao, apresentar e discutir dois discursos tericos. So dois lados da polmica, de Silviano Santiago e Roberto Schwarz, que representam posies ainda citadas em discusses de identidade nacional e dependncia cultural. Se ainda so vlidos hoje porque ajudam a entender o quadro poltico-cultural contemporneo como herdeiro, no s da cultura de massa em seu momento fundador no Brasil os anos 60, mas em sua relao com a histria mais longa qual Caetano alude to claramente em Haiti. Espera-se, ento, dimensionar a utilidade de cada uma das duas vertentes para interpretar a dependncia cultural na cultura de massa contempornea em um pas como Brasil e talvez no Haiti. A msica comeou a ser o meio para o comentrio sobre a situao nacional nos anos 60, uma poca de grande conflito poltico, a partir da instalao do regime militar, e cultural, com a instaurao de novas formas de subjetividade, ligadas ao advento da sociedade de consumo. poca, ainda, em que a msica popular comeou a ser levada a srio por intelectuais respeitados, que a encararam como problema a ser discutido e teorizado. Mas talvez a maior contribuio potencializao da msica popular como discurso identitrio tenha vindo da prpria histria da msica popular, da Bossa Nova. A Bossa Nova uma forma musical que, a partir de 1958, inovou em ritmo e harmonia, criando uma espcie de msica de cmera. Vrios dos msicos que compuseram msicas Bossa Nova receberam formao musical erudita ou at de vanguarda, o caso de Tom Jobim. Embora a forma
fosse popular, pretendiam fazer uma msica elaborada, que exigisse conhecimento para ser desfrutada plenamente. Tanto que o pice do sucesso da Bossa Nova, atingido em 1962, foi um concerto em Carnegie Hall, local de concertos de msica clssica, com o apoio do Ministrio das Relaes Exteriores, ciente do impacto positivo de uma msica sofisticada nos EUA uma revanche para a dignidade brasileira depois do sucesso de Carmen Miranda em Broadway duas dcadas antes? Na Bossa Nova, o comentrio mtuo entre letra e msica abriu o caminho para a metalinguagem. Citando clssicos de Tom Jobim e Newton Mendona, Desafinado e Samba de uma nota s, Santuza Cambraia Neves explica:
Nestas composies, introduzido um procedimento mpar na histria da msica popular no Brasil, pois letra e msica, ao mesmo tempo em que se comentam mutuamente, fazem uma crtica s convenes musicais. Ambas as composies permitem dois tipos de recepo: uma crtica e outra descomprometida com a discusso esttica. Um ouvinte atento s inovaes promovidas pelo cool jazz pode interpretar as canes como libelos contra a mesmice na tradio musical, como se v na prpria temtica de Desafinado, em que o sujeito argumenta com o interlocutor que seu comportamento presumivelmente antimusical , no fundo, bossa nova. Em Samba de uma nota s, de maneira semelhante, pode-se perceber o comentrio crtico em favor de um certo tipo de minimalismo, ao remeter ao sambinha feito de uma nota s. Um outro tipo de ouvinte, mais ingnuo, pode meramente experimentar a fruio de canes sentimentais, pois tanto em Desafinado quanto em Samba de uma nota s o comentrio esttico mescla-se com o discurso amoroso. (Naves,2001:292).
Os dois ouvintes podem se fundir em um, ao mesmo tempo ingnuo e interessado na discusso esttica, ou na discusso poltica. O golpe militar de 1964 e a criao no Brasil de uma sociedade de consumo suscitaram reaes dos estudantes universitrios, pblico preferencial da msica popular na poca. As presses polticas dos anos 60 fizeram com que o potencial metalingstico da Bossa Nova tenha se desenvolvido em um novo sentido, fazendo um discurso no sobre a prpria forma, mas sobre a realidade brasileira. A censura potencializou a duplicidade, ao reprimir o que era crtica explcita. Talvez ningum tenha sabido produzir msicas em forma de libi to bem quanto Chico Buarque (Hollanda,1994:93ff). Em 1970, por exemplo, comps o conhecidssimo Apesar de voc, cuja letra funde dor-de-cotovelo com a crtica ao regime autoritrio: Hoje voc quem manda. Falou, t falado No tem discusso [...] A pesar de voc Amanh h de ser Outro dia Eu pergunto a voc
Onde vai se esconder Da enorme euforia Como vai proibir Quando o galo insistir Em cantar gua nova brotando E a gente se amando Sem parar. O que surpreende, desde a perspectiva contempornea, quo pouco os censores desconfiaram da multivocalidade de msicas como essa ou Acorda amor (1974), que recomenda chamar o ladro quando a polcia chega na porta de casa, ou Jorge Maravilha (Voc no gosta de mim/ Mas sua filha gosta), supostamente dirigido a um general; ou do teor poltico da recepo de A Banda (1966), que canta a alegria da comunidade de indivduos e termina comentando sua passagem para o isolamento, assim: E cada qual no seu canto/ Em cada canto uma dor/ Depois da banda passar/ Cantando coisas de amor. Os duplos sentidos no foram frudos passivamente. A msica se tornou no s comentrio sobre a conjuntura histrica, mas sua forma e sentido foram interpretados como sintomas do quadro poltico-cultural, em uma forte polmica que se expressou, principalmente, em discusses e posies de artistas e seus pblicos. De um lado, estavam os sucessores da Bossa Nova, que assumiram uma posio mais poltica do que grande parte da primeira gerao e que queriam criar uma msica com maior conscincia poltica do que o amor, o sorriso e a flor. Compositores como Carlinhos Lyra, Edu Lobo, Geraldo Vandr e Chico Buarque eram lderes, a eles era atribudo um papel na mobilizao contra a ditadura, de levantar o estandarte do no, como se dizia na poca, ao autoritarismo vigente. Em julho de 1967, houve at uma passeata para defender as razes da Msica Popular Brasileira, com a participao de Elis Regina e Gilberto Gil, que acabou sendo conhecida como a passeata contra a guitarra eltrica, por ser emblemtica do entreguismo. Grupos de pessoas se organizavam para torcer em festivais de msica popular, transmitidos ao vivo pela televiso, e receber canes novas com vaias e aplausos: entendiam seu prprio consumo cultural como posio poltica. A msica de protesto ou engajada dava continuidade, em parte, Bossa Nova, mas valorizava o popular por convico poltica e dava destaque ao rural, ao pobre e ao nordestino. Outra tendncia da poca, contraponto do engajamento, considerada vendida indstria cultural: a jovem guarda cantava msica romntica em ritmo de rock do tipo Beach Boys e sua msica foi conhecida como i-i-i, em referncia a essa outra boys band, os Beatles.
O movimento tropicalista (conhecido tambm como a Tropiclia) logo entraria com uma posio diversa, deslocadando o eixo bom/ruim; comprometido/alienado: o pas no poderia ser reduzido a esses binrios. Sua figura de maior destaque foi Caetano Veloso, que trabalhou em estreita aliana com Gilberto Gil e Gal Costa, baianos da mesma gerao, e outros. As primeiras msicas tropicalistas foram Alegria Alegria, de Caetano, que usava guitarras eltricas, e Domingo no Parque, de Gil, que contava a histria de um assassinato em um parque de diverses em Salvador, ambas lanadas no mesmo festival em setembro de 1967. Um ano mais tarde, em colaborao com msicos eruditos (Rogrio Duprat, Julio Medaglia e, por formao, Tom Z), uma bossa-novista (Nara Leo), um poeta (Torquato Neto) e roqueiros (Os Mutantes, o grupo composto pelos irmos Batista e Rita Lee), entre outros, foi feito um disco que constitui uma espcie de manifesto esttico, chamado Tropiclia ou panis et circensis. O trabalho propunha uma releitura do popular sem preconceitos ou instrumentalizao poltica. Assim, incorporou sons do rock e tambm fez uma releitura quase a capela, com acompanhamento singelo de um nico violino, de Corao Materno, hit sentimental da gerao do rdio. Influenciado pelos Beatles ( Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band) e pela arte pop, o tropicalismo era associado a outros impulsos no mundo das artes, especialmente ao teatro de Jos Celso Martinez, que encenou uma pea de Oswald de Andrade, O Rei da Vela , em 1967; e a Hlio Oiticica, o nome de cuja obra Tropiclia, um ambiente, ou instalao, que se referia a uma favela, foi emprestado ao movimento musical pela imprensa. Alguns entendiam o tropicalismo como alienado; outros encontraram nele uma resposta criativa a tempos em que o voluntarismo poltico tinha tomado prioridade sobre a criao esttica, em que se confundia consumo com ao poltica. O tropicalismo fez o que Homi Bhabha afirma ser papel dos engajamentos na fronteira da diferena cultural, ou seja, chegou a
confundir nossas definies de tradio e modernidade; realinhar as fronteiras costumeiras entre o privado e o pblico, o alto e o baixo; e questionar as expectativas normativas de desenvolvimento e progresso (Bhabha,1994:2).
Na definio de Bhabha se encontram as causas do mal-estar provocado pelo tropicalismo. Os censores no entenderam muito bem, pelo menos no incio, mas a partir dos anos 60 os intelectuais comearam a apreciar a cultura de massa e torn-la objeto digno de reflexo, em um movimento que, em retrospectiva, parece tpico da sociedade de consumo, em que a cultura erudita perde sua fora. O literato e crtico Augusto de Campos criou o divisor de guas ao publicar, pela editora acadmica Perspectiva, O Balano da Bossa e outras bossas (Campos,1968), um conjunto de textos, a maioria de sua autoria, que discutem a msica popular, especialmente a Bossa Nova e o tropicalismo. Foi divisor de guas porque consagrou, no domnio da discusso erudita da cultura, algo que vinha acontecendo por algum tempo, sem alarde, nas horas vagas de intelectuais. Hermano Vianna, em O Mistrio do Samba mostra que o interesse de importantes intelectuais, articuladores da identidade nacional, pela msica popular remonta pelo menos at os anos 20, pois Gilberto Freyre e Srgio Buarque de Hollanda sairam pelo menos uma vez de noite boemiamente, nas palavras de Freyre (apud: Vianna,1995:19), com Donga, autor do primeiro samba gravado, o compositor popular Pixinguinha e, ainda, o compositor nacionalista modernista Heitor Villa-Lobos. Uma gerao mais tarde, o perfil dos bossanovistas mais importantes Vinicius de Moraes, diplomata e poeta reconhecido, Tom Jobim, seguidor de Villa-Lobos, e Joo Gilberto, que produzia msica de cmara, de detalhe, de elaborao progressiva (Medaglia in Campos,1968:67) tambm abriu o caminho para o tratamento srio do escndalo cultural vivido pela gerao dos 60, pelos intelectuais da poca. Um dos desdobramentos atuais da seriedade com que se trata da msica que existem as figuras do pop star intelectual, como se auto-denomina Caetano Veloso (1997:19), e a da erudio pop, que Chico Buarque representa, enquanto sambista tradicional e inovador, romancista experimental e filho de Srgio Buarque de Hollanda, autor de importante livro sobre a identidade nacional, Razes do Brasil, de 1936. Hoje, espera-se de largos setores da msica popular, desde o samba at o rap, passando pelo rock, no s a educao sentimental (palavras de Jos Miguel Wisnik) que as letras oferecem, mas comentrios em forma pop (isto , em letras, ritmos, repertrios, figurinos e releases) sobre o estado da Nao, um gnero de discurso cujos principais autores incluem eruditos como Silvio Romero, Oswald e Mario de Andrade, Gilberto Freyre, Caio Prado Jnior, Srgio Buarque de Hollanda e Darcy Ribeiro. Em suma, alguns msicos populares e bandas se tornaram intelectuais
orgnicos da cultura de massas nacional em contexto mundial, enquanto a msica popular se tornou um campo de luta pela hegemonia em discursos de identidade nacional. Mesmo que a arena de produo de discursos identitrios tenha sido deslocada, nos anos 60, para incluir esses produtos culturais de massa as temticas identitrias, os problemas da nacionalidade, continuaram a ser formulados, a grosso modo, a partir de duas perspectivas. Primeiro, a questo do brasileiro ser o colonizado, o Outro do colonizador, que estava mais do que nunca em pauta, nos anos 60, por causa do golpe militar de 1964 e a participao do governo dos EUA em sua preparao. Segundo, quando esse Outro, que enuncia a identidade nacional a partir de sua diferena em relao metrpole, volta suas atenes para o Brasil, depara-se com, ou at busca um Outro interno, lastro da cultura popular, autenticidade e singularidade, um Outro que tambm o povo dominado (negro ou quase negro, pobre, de baixa escolaridade), em contraposio ao Euque o observa. A msica popular dos anos 60 fazia frente a ambas as partes do dptico da identidade hegemnico, o estrangeiro e o popular, mas as foras estrangeiras no so to fceis de separar das brasileiras quanto parecia na poca. As indstrias culturais se firmavam, baseadas em uma aliana entre as redes de televiso brasileiras, que transmitiam festivais de msica de alto teor poltico, e as gravadoras, cada vez mais delas estrangeiras. Em funo dessa aliana entre o mundo dos negcios e a mdia audiovisual, a msica foi reformatada e se tornou espetculo; atraiu um grande pblico jovem e tendencialmente de classe mdia; e se norte-americanizou, no sentido do lucro se tornar o propsito mais explcito do negcio. Quanto busca do Outro interno, o golpe de 1964 levou busca do popular e do povo como lastro poltico e esttico de resistncia ao regime militar. A longo prazo, a postura adotada pelos tropicalistas sobre a dependncia cultural e identidade brasileira foi vitoriosa em seu ecletismo estilstico e ligao cultura urbana: a partir dos anos 60, no se contempla mais a possibilidade da excluso da influncia estrangeira, nem se pensa em, por motivos de mobilizao poltica e didatismo, cantar a cultura rural. Em suma, no Brasil dos anos 60, o discurso musical popular comeou a ser entendido pelo pblico da maneira mltipla em que ainda o hoje; a msica comeou a ser levado a srio por intelectuais; e se delinearam posies, ainda vigentes, sobre relaes sociais e dependncia cultural, cultura brasileira e dominao estrangeira, no campo da msica e o da teoria. dessa teoria que o resto deste ensaio trata, mostrando as posies tomadas pelos crticos literrios Roberto Schwarz e Silviano Santiago sob o impacto da polmica musical e toda a trama poltica, econmica e cultural da qual foi metonmica, principalmente em seus ensaios Idias fora de lugar, publicado em 1973 (Schwarz,2000), e O entre-lugar do discurso latino-americano, de 1971 (Santiago,1978). Parte dos pressupostos deste ensaio, apoiada na cronologia da obra dos autores em questo, que a cultura de massa contribuiu para a teorizao da cultura erudita e no s o contrrio, como seria o caso de O Balano da Bossa e de tantas outros casos em que o objeto considerado baixo, enquanto o terico da alta cultura. Schwarz e Silviano (nome pelo qual mais conhecido) so da rea de Letras, no das cincias sociais, at ento privilegiados campos de discusso da identidade nacional e mais acostumadas a lidar com objetos considerados banais. A relativa afinidade dos crticos literrios com o universo da msica popular talvez se explique pelo fato que a produo literria foi chave, no Brasil como em outros pases, para a formao de discursos identitrios (Anderson,1991). Alm disso, na literatura, como na msica popular da poca, a represntao da realidade social difusamente poltica, menos instrumental do que nas cincias sociais, que se preocupam com polticas. Mesmo assim, os autores fazem avaliaes conflitantes do tropicalismo, at por causa de diferenas em sua valorizao do ficcional, do no realista. Ambas as posies ainda se discutem hoje, Schwarz sendo muito lido no exterior (o mais eminente crtico literrio brasileiro, como a New Left Review o chamou em nmero recente) e Silviano, mais influente no Brasil; queremos avaliar suas vantagens e desvantagens para o estudo da cultura de massa e dependncia cultural hoje. Em 1969, ano seguinte publicao do livro de Augusto de Campos, Roberto Schwarz escreveu e publicou na Frana, Cultura e Poltica: 1964-1969, republicado em O pai de famlia e outros estudos (1992), que explica as relaes poltico-culturais nos anos 60 no Brasil, e analisa, em especial, o discurso tropicalista em fortes tons negativos. Schwarz explica as relaes poltico-culturais da poca a partir de um quadro das relaes de classe e o lugar dos intelectuais, fazendo uma anlise social que
[...] tinha menos inteno de cincia que de reter e explicar uma experincia feita, entre pessoal e de gerao, do momento histrico. Era antes uma tentativa de assumir literariamente, na medida de minhas foras, a atualidade de ento (Schwarz,1992:61)
Discute vrios temas: o populismo, o movimento estudantil e o impacto da violncia policial, a presena cultural dos Estados Unidos da Amrica. A hegemonia da esquerda e a efervescncia da vida cultural duraram at dezembro de 1968, quando da edio do Ato Institucional 5, o golpe dentro do golpe, que cassou o mandato de legisladores de oposio e instalou a censura. Deveu-se, segundo Schwarz, preocupao do Estado com outros afazeres: as solues tcnicas para questes econmicas, implantadas em aliana com o capital estrangeiro atravs da desmobilizao popular. Por outro lado, a influncia do Partido Comunista, anti-imperialista, mas tendendo a procurar fora no Estado e no na organizao popular, combinou com o populismo nacionalista para formar uma espcie desdentada e parlamentar de marxismo patritico [...] facilmente combinvel com o populismo nacionalista ento dominante (Schwarz,1992:63). Quem articulava essa ideologia eram os intelectuais de esquerda, apertados entre as foras de produo e o Estado, de um lado, e o trabalho, de outro.
Ora, como os intelectuais no detm os seus meios de produo, essa teoria no se transps para a sua atividade profissional, embora faa autoridade e oriente a sua conscincia crtica. Resultaram pequenas multides de profissionais imprescindveis e insatisfeitos, ligados profissionalmente ao capital ou governo, mas sensveis politicamente revoluo (Schwarz,1992:67).
Outra explicao dessas multides, o pblico da msica e da produo cultural em geral, citada por David Harvey. Resultaria menos da sua falta de ligao ao Estado ou s massas do que da indstria da produo da imagem, era uma massa cultural que forma em si um mercado e que influencia o pblico mais amplo da cultura de massas.
No [so] os criadores da cultura, mas os seus transmissores: os que se ocupam da educao superior, da atividade editorial, das revistas, da mdia eletrnica, dos teatros e dos museus, que processam e influenciam a recepo de produtos culturais srios. (Bell apud Harvey,1992:262).
Talvez o setor tenha sido produzido, na forma em que se deu a conhecer nos festivais de msica nos anos 60, mais pelas novas condies econmicas da sociedade de consumo, cada vez mais arraigada no Brasil, mais do que pelas relaes e histria polticas, conforme a verso de Schwarz. O certo que esse grupo foi portador de vises utpicos sem razes na organizao popular. Talvez a marca deixada pelo ensaio de Schwarz resulte, em parte, de sua nfase no que dizemos lamentar: que a utopia que a gerao 68 comemorava foi derrotada. Mas voltemos ao tropicalismo, um dos elementos da cultura de massas daqueles tempos que maior marca deixou. Para analis-lo, Schwarz comea assim sua discusso do quadro cultural:
Sistematizando um pouco, o que se repete nestas idas e vindas a combinao, em momentos de crise, do moderno e do antigo. [...] Superficialmente, esta combinao indica apenas a coexistncia de manifestaes ligadas a diferentes fases do mesmo sistema. (No interessa aqui a famosa variedade cultural do pas, em que de fato se encontram religies africanas, trbus indgenas, trabalhadores ocasionalmente vendidos tal como escravos, trabalho a meias e complexos industriais.) O importante o carter sistemtico desta coexistncia, e o seu sentido, que pode variar. Enquanto na fase Goulart a modernizao passaria pelas relaes de propriedade e poder, e pela ideologia, que deveriam ceder presso das massas e das necessidades do desenvolvimento nacional, o golpe de 64 [...] firmou-se pela derrota deste movimento, atravs da mobilizao e confirmao, entre outras, das formas tradicionais e localistas de poder. (1992:7374) [grifo meu]
O golpe desviou o pas de seu caminho, preservando as diferenas sociais, segundo Schwarz. A rota da mudana poltico-social estava alinhada e as barreiras ao progresso deveriam ceder presso das massas, mas o golpe interrompeu esse processo e o resultado foi a afirmao do atraso, na forma do tradicionalismo e do controle de coronis. O futuro poltico e econmico, sem o golpe, pertence ao mundo da especulao, mas a questo aqui o lugar da poltica quando se trata de produo cultural e, nessa discusso, o peso e a importncia do tropicalismo e seus rivais nos anos 60, para a teorizao da dependncia cultural. curioso que acontecimentos recentes deponham a favor dessa anlise no plano poltico, pois s em 2001, depois de quase 40 anos de poder autoritrio, o senador baiano Antonio Carlos Magalhes, coronel dos coronis, foi incriminado em investigao de manipulao poltica. E logo procurou o aval dos artistas baianos, inclusive os antigos tropicalistas, para apaziguar a opinio pblica. Noutras palavras, enquanto anlise da sociologia dos tropicalistas como produtores de cultura, Schwarz analisou bem; o problema, no entanto, no ler o autor mas a obra. Quanto a essa obra, Schwarz crtico do teatro, cinema, affiche, msica, os gneros pblicos, do perodo, que transformaram a cultura em comcio e festa, enquanto a literatura saa do primeiro plano (1992:80). Reserva uma ateno especial ao contedo temtico do tropicalismo, entendendo que reproduz a valorizao pelo regime militar de elementos atrasados:
De obstculo e resduo, o arcasmo passa a instrumento intencional da opresso mais moderna, como alis a modernizao, de libertadora e nacional passa a forma de submisso [...] Arriscando um pouco, talvez se possa dizer que o efeito bsico do tropicalismo est justamente na submisso de anacronismos desse tipo, grotescos primeira vista, inevitveis segunda, luz branca do ultra-moderno, transformando-se o resultado em alegoria do Brasil (Schwarz,1992:74).
A justaposio alegrica do moderno com o arcaico promove a noo de uma pobreza brasileira, que vitima igualmente a pobres e ricos (Schwarz,1992:77), o que favorece os generais. A reside a crtica fundamental de Schwarz: o tropicalismo expressa a inrcia poltica do grupo ao qual pertence, as multides de profissionais imprescindveis e insatisfeitos; resultado das relaes polticas e de classe de um grupo dependente da metrpole, desligado dos interesses das massas. A vontade de que as coisas fossem diferentes, inclusive que a literatura no tivesse saido do primeiro plano (Schwarz,1992:80), permeia o texto de Schwarz. Silviano Santiago adota uma perspectiva inteiramente diferente, entende a cultura de massas como se fosse um conjunto de textos, j dados. Os Abutres, ensaio de 1972 publicado em Uma Literatura nos Trpicos , parte da pea Urubu-Rei de Gramiro de Matos (pseudnimo de Ramiro de Matos, que lembra o poeta baiano seiscentista Gregrio de Matos) para discutir a sensibilidade da gerao 60 e sua produo de msica, cinema, teatro, jornalismo de revistas, poesia; defende a curtio da cultura, em contraposio sua leitura. Cita Caetano Veloso para defender a noo de uma arte, que jogo e que quando se transforma em jogo poltico deixa suas qualidades artsticas para comear a ser um simulacro de poltica. Examina obras poticas para discutir nelas a nova sensibilidade, que inclui a possibilidade de ser abutres do lixo americano. Considera as desvantagens do desligamento da cultura nacional e conclui, respondendo diretamente crtica de Schwarz e linha paulista de crtica literria qual est afiliado:
Uma primeira resposta crtica sociolgica a que nos referimos poderia ser dada atravs de uma anlise da reavaliao da cultura de massas que o grupo vem fazendo, desde o primeiro sopro dado por Tropiclia. Esta resposta poderia ser complementada por uma sutil diferena entre a cultura-institucionalizada brasileira (que eles verdadeiramente rejeitam, seguindo os passos de Oswald nos manifestos dos anos 20) e a cultura que o povo vem organizando dentro das suas prprias categorias, categorias estas que so taxadas de mal gosto pelos donos da cultura. Assim que Caetano se aproxima de Lus Gonzaga, canta Corao Materno de Vicente Celestino, enquanto Gramiro de Matos pode se apresentar como um Valdiki Soriano da literapura brasilea (sic). 1 (Santiago,1978:133).
Silviano continua mostrando a relao da revalorizao do brega, do mau gosto, pelos tropicalistas e a nova gerao de curtidores, herdeiros do modernismo de Oswald com um novo mapa mundi. Nesse mapa, a metrpole no remete ao nacional, como no caso dos modernistas que trouxeram de
volta a conscincia da singularidade da mistura e da devorao, nem se reduz sede do imperialismo, como queriam as torcidas dos festivais de msica. o lugar de um encontro que leva o brasileiro a novas identificaes geracionais, no nacionais, enquanto se valoriza o que a cultura oficial brasileira desvaloriza: macumba, favela, carnaval. Da a afinidade com o Oswald a que Silviano se refere: Oswald de Andrade, o principal articulador do conceito de antropofagia, do movimento modernista brasileiro identificado com A Semana de 1922. A antropofagia modernista propunha a assimilao, pelo processo da deglutiodo europeu e de sua diferena como fora. Conforme explica Maria Cndida Ferreira de Almeida em S me interessa o que no meu: a antropofagia de Oswald de Andrade, neste volume, era um projeto em devir, da sua fora. Cunha (1997) desenvolve a comparao de Schwarz e Silviano a partir das leituras que fazem da literatura colonial e suas vises da antropofagia. Silviano entenderia que a inverso de hierarquias no simples troca de posio, mas chega a questionar o prprio valor e motivao da hierarquia. Em outras palavras, Silviano difere de Schwarz ao apostar que a valorizao do que considerado inferior, presente no modernismo e no tropicalismo, no retrocesso, muito pelo contrrio. A lgica familiar na cultura de massa, que vive de descobertas e consagraes fugazes. Assim, em uma cultura onde o prestgio da alta cultura se dilui, a lgica do antropofagismo e a da cultura de massas engrenaram facilmente no tropicalismo, que se perpetuou como estilo e viso brasileiros at hoje. O que era nos anos 20 uma ao cultural descolonizadora de elite, torna-se na cultura de massa to fugaz em sua irreverncia quanto o prprio fenmeno pop. Colocado de uma forma mais otimista, podemos lembrar que a cultura de massa est cheia de cpias, de repeties, e o pblico reconhece minsculos desvios da norma. Outros dois textos desse perodo expem o pensamento de Silviano sobre a cultura de massas. Caetano Veloso enquanto superastro, ao contrastar o tratamento dado pela imprensa s estrelas de Hollywood nos anos 50, com a produo da imagem de Caetano em diversas linguagens e discursos, um texto metodolgico. Mostra que materiais devem ser lidos para se entender o discurso de uma figura como Caetano. Roupa, acessrios, cabelo e corpo, assim como as entrevistas e a prpria obra musical, tudo contribui para o discurso do superastro. Por outro lado, como de seu hbito, Silviano volta sua ateno para o campo da arte e encontra coincidncia com as recomendaes de Ferreira Gullar de transgredir [...] a diferena entre arte-para-museu e espetculo de rua. (Santiago,1978:152). Assim, em lugar de notar a sada de primeiro plano da literatura, associa a busca dos artistas de vanguarda ao que est sendo processado pela nova gerao de artistas da cultura de massas. Um breve ensaio final desse conjunto, Bom Conselho (Santiago,1978:155-165), interpreta o silncio de Caetano Veloso sobre suas intenes artsticas e polticas. Compara a suspenso da fala com a desmaterializao da arte preconizada na mesma poca pela crtica de arte Lucy Lippard. Com enorme simpatia pelo artista, afirma que ele no pode falar de seu trabalho sem sacraliz-lo, que esperar que fale sobre poltica esperar seu suicdio, inclusive porque explicitaria, simplificaria e portanto neutralizaria eventuais transgresses contra o regime autoritrio. Silviano finaliza comentando o mecanismo pelo qual o artista apaga a fora que o oprime do exterior (com o seu silncio), para melhor canalizar a fora de sua prpria personalidade (Santiago,1978:162). Em lugar da referncia literatura, neste ensaio Silviano compara a obra de Caetano com a de Chico Buarque, que usaria o mesmo mecanismo de deslocamento para fazer ouvir a voz popular ao distorcer e reinventar mximas e provrbios. Silviano ainda toma posio no Fl-Flu (ou Boca-River) da poca, entre Chico e Caetano, considerando a poesia deste mais sofisticada (Santiago,1978:163), por incorporar a linguagem no verbal. As abordagens de Schwarz e Silviano ainda combinam, uma para entender as circunstncias, outra, a cultura de massa enquanto texto? ou so incompatveis, duas formas polarizadas de pensar? Para responder, preciso ler suas propostas mais tericas sobre as marcas na cultura da colonizao e do escravagismo. Os ensaios principais, escritos entre 1970 e 1972, so:
-Silviano Santiago: O entre-lugar do discurso latino-americano, escrito e apresentado em francs, na Universidade de Montreal, em maro de 1971 e publicado nos EUA no mesmo ano sob o ttulo Latin American Literature: the space in-between e, finalmente, em portugus Uma literatura nos trpicos, em 1978 e reeditado pela Rocco em 2000; e
-Roberto Schwarz: Idias fora de lugar, publicado em Estudos CEBRAP, No.3 em janeiro de 1973 e em 1977, como o primeiro captulo de Ao vencedor as batatas, reeditado em 2000 pela Duas Cidades/Editora 34.
O debate continuou em Apesar de dependente, universal, de 1980, publicado em Vale quanto pesa em 1982 e Nacional por subtrao, apresentado em 1985 e publicado em 1987. O texto de Schwarz, Idias fora do lugar , est de tal forma sintonizado com um sentimento geral brasileiro que seu ttulo entrou no vocabulrio comum e no raro aparece em manchetes de reportagens sobre os mais diversos assuntos culturais. O senso comum ratifica sua afirmao do carter postio (Schwarz,1987:93) da cultura nacional e do torcicolo cultural (Schwarz,2000:26) causado pela imitao de formas alheias. O ensaio o primeiro captulo de um estudo de Machado de Assis, onde Schwarz procura explicar como o favor, cooptao, sutilezas da conformidade e da obedincia substituem, no miolo do romance, o antagonismo prprio ideologia do individualismo (Schwarz,2000:93-94), explicao da singularidade do Brasil, sua estrutura econmica e social no sculo XIX e a influncia europia na sua vida cultural. O propsito imediato do texto ligado interpretao de Machado de Assis. Pretende-se localizar Machado de Assis na histria cultural do pas:
o que estivemos descrevendo a feio exata com que a Histria mundial, na forma estruturada e cifrada de seus resultados locais, sempre repostos, passa para dentro da escrita (Schwarz,2000:30).
Por outro, Schwarz est interessado em definir e explicar a originalidade brasileira de forma geral. Abre com uma descrio do desencaixe, da disparidade entre a sociedade brasileira, escravista, e as idias do liberalismo europeu na poca em que a Abolio era a controvrsia poltica principal. Continua:
Sumariamente est montada uma comdia ideolgica, diferente da europia. claro que a liberdade do trabalho, a igualdade perante a lei e, de modo geral, o universalismo eram ideologia na Europa tambm; mas l correspondiam s aparncias, encobrindo o essencial a explorao do trabalho (Schwarz,2000:12).
A tarefa que Roberto Schwarz se prope de estudar os efeitos na literatura da disparidade, da comdia ideolgica que resulta dela e que constituiria a originalidade brasileira:
ramos um pas agrrio e independente, dividido em latifndios, cuja produo dependia do trabalho escravo por um lado, e por outro do mercado externo. Mais ou menos diretamente, vm da as singularidades que expusemos (Schwarz,2000:13).
O argumento de Schwarz anti-populista. Tira da cultura no letrada o nus da singularidade e o coloca na vida intelectual e cultural urbana, letrada. O vnculo com o Outro, o popular, passa pelo econmico, pelo modo de produo. O Eu brasileiro est no fulcro entre a dominao interna, onde ativo, e a externa, passivo, um fulcro definido pelas relaes econmicas. Est implcita a metfora marxista de base e superestrutura, pois a economia o plano da prtica; as instituies, a cincia, a ideologia, o plano das convices (Schwarz,2000:13-14). O que est em jogo no a autenticidade entendida como ligao reflexiva entre o econmico e o ideolgico. Afinal, a comdia ideolgica tinha uma certa consistncia, havia uma coerncia entre base e superestrutura, at maior do que na metrpole.
Ora, o lucro como prioridade subjetiva comum s formas antiquadas do capitalismo e s mais modernas. De sorte que os incultos e abominveis escravistas at certa data quando esta forma de produo veio a ser menos rentvel que o trabalho assalariado foram no essencial capitalistas mais conseqentes do que nossos defensores de Adam Smith, que no capitalismo achavam antes que tudo a liberdade. Est-se vendo que para a vida intelectual o n estava armado. Em matria de racionalidade, os papis se embaralhavam e trocavam normalmente: a cincia era fantasia e moral, o obscurantismo era realismo e responsabilidade, a tcnica no era prtica, o altrusmo implantava a mais-valia etc. (Schwarz,2000:15).
Schwarz critica a falta de fora da intelectualidade, no embate entre duas formas de lucro, duas formas de investir capitais, de organizar a infra-estrutura econmica. Na ausncia do escravo para defender interesses contrrios aos do senhor, a figura do homem livre, o agregado, que vive de favores e cuja gratido confirma o status de seu benfeitor, que o interlocutor do latifundirio. essa relao que determina a vida intelectual na sociedade, segundo Schwarz. Polmicas constantes chegam a desmerecer as idias, mas, segundo Schwarz, so mantidas por uma
cumplicidade que a prtica do favor tende a garantir. No momento de prestao e de contraprestao particularmente no instante-chave do reconhecimento recproco a nenhuma das partes interessa denunciar a outra (Schwarz,2000:20).
Schwarz convence? Suas afirmaes sobre o estatuto das idias, centro do texto, continua a ser aceita. As idias no Brasil conformariam ideologias de segundo grau, que no circulam segundo a regra das aparncias que encobrem a essncia, a explorao, mas a do look. As idias eram adotadas [...] com orgulho, de forma ornamental, como prova de modernidade e distino (Schwarz,2000:26) ou se adquiria um ceticismo, sem grande esforo de reflexo, acerca do progresso como desgraa e o atraso como vergonha (Schwarz,2000:28). No plano da identidade nacional, ao focalizar o agregado, Schwarz acerta a excessiva admirao pela metrpole. Mas sua anlise da outra face, a da dominao interna, ao descartar a importncia de boa parte da populao porque no participava das trocas que seguem a lgica econmica ou logocntrica, no se justifica. Como entender que quem se v e se ouve em grande nmero, cotidianamente, mesmo quando no participa das trocas sociais oficiais, no interfere na elaborao intelectual a partir dessas trocas? Quando, por exemplo, Schwarz cita Joaquim Nabuco protestando contra o assunto escravo no teatro de Alencar: Se isso ofende o estrangeiro, como no humilha o brasileiro? (Schwarz,2000:11), ele o entende como constatao da disparidade entre idias e realidade social no Brasil, a fraqueza ou deslocamento das idias com relao realidade. Mas tambm pode ter sido uma forma de Nabuco usar o prestgio europeu para criar um plo de identificao com o novo Brasil psescravatura. Nabuco chamava a nao inteira, com diferenas abismais de interesses, a identificar-se com o novo Eu nacional, de sentimentos nobres (consideradas nobres em parte por que so europeus), dirigido pelo velho Eu branco, masculino, proprietrio. Assim, Schwarz faz uma leitura de Nabuco que no admite o no escrito, o hiato, o silncio. A frase popular no est escrito expressa nossa suspeita sobre a presena escrava, silenciosa e silenciada, na vida cultural na poca da Abolio, pois o que no est escrito impressiona por suas grandes dimenses. Evidentemente, a releitura de Nabuco e Schwarz so de hoje, quando uma situao paralela persiste: as massas de negros e pobres interferem s indiretamente nos espaos polticos pblicos, mas sua presena forte, mesmo assim. Nos anos 60 Schwarz leu mal as manifestaes tropicalistas porque no reconheceu sua forma indireta de evocar a presena da multido, ao recuperar o mau gosto popular e incorporar estilos musicais alienados e populares. Evocar uma presena sem nome-la do domnio da arte. E reconhecer a existncia da multido enquanto consumidor uma necessidade estrutural da cultura de massa. Encontra-se em O entre-lugar do discurso latino-americano uma citao de Montaigne, que por sua vez cita o rei Pirro: Os brbaros no se comportam como tal (Santiago,1978:12). Para Silviano, o que est sob exame no a natureza da vida cultural brasileira nem a do colonizador, mas o encontro/desencontro entre o ndio e o colonizador que constitui o Brasil. Encontro/desencontro onde se constata, primeiro, a crueldade do europeu no ato da colonizao, a violncia fsica e a brutalidade de sua lgica, pois o colonizador se mostra incapaz de perceber valores que no lhe servem materialmente: aqui no h comdia ideolgica nem idias fora de lugar, pois a aparente incapacidade era til aos colonizadores. Em um segundo momento, a colonizao envolve a converso dos indgenas, que requer a substituio da lngua e da religio indgenas, sua erradicao. A substituio leva cpia, produo do Novo Mundo que se afirma como paralelo ao Velho. Temos aqui uma outra verso da cpia, diversa do postio e ornamental de Schwarz: ela imposta, a exigncia da imitao uma forma incompleta de controle, pois no esforo da reproduo, a mistura vinga.
A maior contribuio da Amrica Latina para a cultura ocidental vem da destruio sistemtica dos conceitos de unidade e de pureza: estes dois conceitos perdem o contorno exato de seu significado, perdem seu peso esmagador, seu sinal de superioridade cultural [...] (Santiago,1978:18).
O caminho da descolonizao, afirma Silviano, passa pelo mestio e pela hibridizao dos sistemas lingstico e religioso e pelo reconhecimento crtico da paternidade europia. O trecho em que Silviano incita sabotagem (a palavra exata ocorre mais adiante no texto) vale uma citao extensa.
A Amrica Latina institui seu lugar no mapa da civilizao ocidental graas ao movimento de desvio da norma, ativo e destruidor, que transfigura os elementos feitos e imutveis que os europeus exportavam para o Novo Mundo. Em virtude do fato de que a Amrica Latina no pode mais fechar suas portas invaso estrangeira, no pode tampouco reencontrar sua condio de paraso, de isolamento e de inocncia, constata-se com cinismo que, sem essa contribuio, seu produto seria mera cpia silncio, uma cpia muitas vezes fora de moda [...]. O silncio seria a resposta desejada pelo imperialismo cultural, ou ainda o eco sonoro que apenas serve para apertar mais os laos do poder conquistador. Falar, escrever, significa: falar contra, escrever contra. (Santiago,1978:18).
Os ecos do antropofagismo se fazem ouvir, em Silviano como no tropicalismo, no aval ao desvio da norma, ativo e destruidor, na iconoclastia em suas vrias reconfiguraes, na reproduo irnica e alegrica de modelos populares e eruditos. Resumindo, O entre-lugar do discurso latinoamericano tem trs pontos bsicos: lembra a violncia do processo colonizador; rebate e recontextualiza a crtica da influncia e cpia, colocando-a em seu verdadeiro lugar (Santiago,1978:19); e recomenda para avaliao positiva a escritura dos entre-lugares, o lugar do hbrido, entre colonizador e colonizado. Podemos entender essas questes em paralelo com as levantadas por Schwarz. Primeiro, a interrelao do econmico com o cultural, principalmente no que se refere colonizao, recolocada por Silviano em termos de violncia, do extermnio e da cultura que resultou da dominao (incompleta) do europeu sobre o ndio e depois sobre o negro. Enquanto as relaes econmicas em Schwarz explicam o cultural, para Silviano, a conquista econmica produz textos coloniais etnocntricos, mas inevitavelmente marcados pelos traos do Outro, das culturas no europias (Cunha,1997:138). Segundo, o parasita, o dependente, identificado no com o homem livre da sociedade do sculo XIX, como em Schwarz, mas com a opo crtica latino-americana que busca sempre a dvida da obra com alguma fonte. Pelos critrios de Silviano, Schwarz cabe nessa categoria de crtica dependente, pois fala em faltas: de uma relao mais prpria com as idias europias, entre o plano da prtica e o das convices; de uma organizao de resistncia escrava que tivesse interlocuo com os latifundirios; enfim, de uma transparncia social (Schwarz,2000:29). Silviano deixa de lado o agregado para focalizar o problema do ndio e do negro, afirmando que antes um problema de hierarquia de valores do que de apagamento (Santiago,1982:17). Terceiro, quanto ao lugar do artista num pas dependente: Schwarz via, nos anos 60, uma inconsequncia fruto da distncia entre arte e realidade nacional, mas para Silviano h artistas latino-americanos que, em uma busca domquixotesca [...] acentuam por ricochete a beleza, o poder e a glria das obras criadas no meio da sociedade colonialista ou neocolonialista (Santiago,1978:20). Essa viso permitiu a Silviano uma apreciao da brasilidade da Tropiclia, antes de sua subalternidade, enquanto a aceitao de Roberto Schwarz no exterior talvez tenha a ver com o tipo de olhar crtico, como se fosse de fora, desde a Europa. Mas comparar os termos e a estrutura do debate Schwarz-Silviano nos deixa ainda nos anos 60. Hoje, importante comparar o entre-lugar de Silviano ( in-between foi o termo que usou, em verso em ingls, anterior publicao em portugus) com o de Homi Bhabha (1994). O entre-lugar de Silviano definido pela tendncia para a pardia, a digresso, o pastiche, ou seja: formas aparentemente leves tpicas da cultura de massa. Sem medo da influncia (Oswald se faz sentir), o escritor l e improvisa a partir de sua leitura. Nisso, sua produo se parece com a de Marx, diz Silviano, citando Althusser a respeito:
Quando lemos Marx, pomo-nos imediatamente diante de um leitor, que ante ns e em voz alta l [...] l Quesnay, l Smith, l Ricardo etc. [...] para se apoiar sobre o que disseram de exato e para criticar o que de falso disseram (Santiago,1978:27).
O entre-lugar de Bhabha se definiu como ponto de articulao de identidades culturais, lugar de antagonismo e afiliao cultural. Os dois autores compartem leituras de Freud, Foucault e Derrida. Seus entre-lugares so, ambos, leituras do centro e da periferia ao mesmo tempo, escritos desde o centro, mas identificados com a periferia. O de Bhabha mais denso teoricamente: aproveita especialmente o estranho familiar de Freud e as reflexes mais recentes sobre a mulher como figura que incorpora a fronteira paradoxal entre o pblico e o privado (Bhabha,1994:10), enquanto o de Silviano mais claramente poltico, quase o tema de um manifesto. O texto de Silviano foi escrito em tempos de imperialismo cultural e represso poltica, o de Bhabha, de migraes ps-coloniais e feminismo. Os textos de Silviano e de Schwarz ainda contribuem, na discusso da cultura de massa, para levantar o problema das massas. A tematizao do no escrito, do silncio da cpia, da importncia da linguagem no verbal (e da presena no verbalizada), o impacto do Outrono monlogo do colonizador: tudo isso tematizado nos textos de Silviano e Schwarz e constitui uma problemtica constante e muitas vezes perdida de vista, nas discusses da dependncia e da dominao culturais, que focalizam o contedo dos produtos. Cada CD com seu entorno discursivo, cada telenovela, so feitos para um pblico grande, o prprio pblico se torna ao mesmo tempo objeto e objetivo, assunto e consumidor. O que o pblico quer? Por que o pblico gosta? impossvel entender o discurso tropicalista ou da cultura de massa que se pretende descolonizado, sem dar importncia presena surda do pblico massivo, presena cuja existncia pressuposto de qualquer produto de cultura de massas, mas que teve particular destaque naquele momento da histria poltica e da indstria cultural. A esttica tropicalista j no perturba ningum e, durante muito tempo, os escndalos no universo da msica popular se confundiam com tcnicas de promoo e marketing. Hoje, no entanto, um novo discurso, no hibridizante, despreocupado com a alegoria, a ironia e o kitsch, aparece em cena. O grupo de rappers Racionais MCs fizeram impacto na cena nacional quando seu videoclipe, Dirio de um detento, rap sobre o massacre de 111 presos na Casa de Deteno de So Paulo em 1992, ganhou o prmio Escolha da Audincia da MTV em 1998. Pode ter sido a primeira ruptura com a esttica tropicalista, pois reativa o vnculo direto entre arte e poltica, aproveita tecnologias de produo de discos novas, independentes das grandes indstrias culturais que se arraigaram no Brasil nos anos 60, mtodos de divulgao outros (o cartaz, rdios comunitrios, shows em ginsios das periferias), enquanto deixa de fazer misturas estilsticas para afirmar a existncia da negritude perifrica transnacional. O que continua a discutir a natureza do pblico: a identificao do pblico com o rap, seja esse pblico de classe mdia ou da periferia. No discurso artstico, esse pblico j no imaginado como consumidor. Por outro lado, como canta Caetano diante das cenas da violncia discriminatria em Haiti, ningum, ningum cidado.
Referncias bibliogrficas
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En los aos que han transcurrido desde entonces la situacin ha variado significativamente. En varios pases de la regin se cuenta con los datos bsicos sobre quienes asisten o no a los espectculos, quienes se quedan en su casa ver televisin, que ven, escuchan o leen. Adems, se ha generado una reflexin terica respecto a los modos en que los pblicos ven, escuchan y leen, respecto a los usos que le dan a los bienes culturales y a las maneras en que ellos relacionan esos bienes con su vida cotidiana. Investigadores en diversos pases de la regin han contribuido a darle al tema del consumo una gran relevancia en la agenda de los estudios culturales latinoamericanos. Entre los textos claves se podra destacar, entre otros, los de Jess Martn Barbero y Sonia Muoz en la Universidad de Cali; los de Nstor Garca Canclini y su equipo en la Ciudad de Mxico; los de Guillermo Orozco y otros en el Iteso en Guadalajara; los de Mara Cristina Mata en Crdoba; los de Ma. Immaculata V. Lpez y de Antonio Arantes en Sao Paulo; los de Marcelino Bisbal en Venezuela; y los de Valerio Fuenzalida en Chile. De esta vasta y fecunda produccin intelectual latinoamericana que viene realizndose desde fines de los aos 80 quisiera detenerme en los aportes fundamentales y fundacionales de dos autores: Jess Martn Barbero y Nstor Garca Canclini. Ello con el propsito de ofrecer una lectura crtica y reflexiva, que recupere los aportes de estos autores a la conceptualizacin y a la investigacin del consumo cultural en Amrica Latina. Este ejercicio no constituye una exgesis de toda la obra de Martn Barbero, o de toda la obra de Garca Canclini. Es slo una lectura que tira de la hebra del consumo. La hiptesis que orienta lo que sigue es que la contribucin de Martn Barbero y Garca Canclini ha sido fundamental porque detectaron la importancia de la temtica del consumo en un momento en que la preocupacin dominante en los estudios sobre cultura y comunicacin en Amrica Latina todava era el anlisis de los mensajes en los medios masivos en tanto soportes de la ideologa de la dominacin. En ese contexto, ellos contribuyeron a generar la inflexin terico-metodolgica desde el nfasis en el mensaje como estructura ideolgica a los procesos de consumo. Pero tambin su aporte ha sido fundamental porque definieron una cierta aproximacin conceptual desde la cual sera posible abordar empricamente el estudio del consumo. Por cierto,
hay elementos conceptuales bsicos que son compartidos por Martn Barbero y Garca Canclini en su aproximacin al consumo. Sin embargo, tambin hay diferencias en el tratamiento del tema, en la centralidad que se le otorga, etc. que son significativas y que, en lo que sigue, se intentar relevar.
La nocin de consumo
Una de las vas por medio de las cuales el tema del consumo ingresa al debate cultural latinoamericano consisti en poner en discusin las distintas conceptualizaciones (o teoras) existentes sobre el consumo. Este fue el camino que tom inicialmente Garca Canclini en un momento en que era coordinador del Grupo de Trabajo de Polticas Culturales del CLACSO, desde donde se impulsa un conjunto de estudios sobre consumo en grandes ciudades latinoamericanas (vase: Landi, Vachieri y Quevedo, 1990; Garca Canclini, 1993; Cataln y Sunkel, 1990; Arantes, 1999). Posiblemente, la ubicacin de la temtica del consumo en este contexto se encuentra asociada al reconocimiento de que una poltica cultural democrtica requiere superar las formulaciones dirigistas y vincular orientaciones globales con demandas reales de la poblacin. Reconocimiento que a su vez est relacionado con la constatacin que en pases desarrollados que llevan a cabo polticas culturales orientadas hacia la sociedad civil proliferan estudios de este tipo, necesarios tanto en la formulacin de polticas como en su evaluacin. En su artculo El consumo cultural: una propuesta terica, presentado inicialmente al seminario del Grupo de Trabajo de Polticas Culturales realizado en Ciudad de Mxico en 1990 y que luego pas a ser el texto introductorio al libro sobre consumo cultural en Ciudad de Mxico, Garca Canclini toma como punto de partida las dificultades poltico-institucionales y tericas para avanzar en el estudio del consumo, situando este proceso como parte del ciclo de produccin y circulacin de los bienes (Garca Canclini,1999). En el plano terico, comienza discutiendo para luego descartar la definicin conductista del consumo; es decir, aquella donde ste queda reducido a una simple relacin entre necesidades y los bienes creados para satisfacerlas. Pero descartar la definicin conductista del consumo supone a su vez re-plantearse para transcender dos elementos que sustentan esta definicin. Por una parte, la concepcin naturalista de las necesidades, lo que implica reconocer que estas son construidas socialmente y que incluso las necesidades biolgicas ms elementales se satisfacen de manera diferente en las diversas culturas y en distintos momentos histricos. Por otra parte, la concepcin instrumentalista de los bienes, vale decir aquella que supone que los bienes tienen solo un valor de uso para satisfacer necesidades concretas. En seguida, Garca Canclini examina distintos modelos que se han utilizado para explicar el consumo. Entre ellos, los modelos que definen el consumo como lugar donde las clases y los grupos compiten por la apropiacin del producto social; o como lugar de diferenciacin social y de distincin simblica entre los grupos; o como sistema de integracin y comunicacin; o como proceso de objetivacin de deseos; o como proceso ritual. De la discusin de estos modelos se concluye que si bien cada uno de ellos es necesario para explicar aspectos del consumo, sin embargo ninguno de ellos es autosuficiente. De esta re-visin de las nociones de consumo Garca Canclini llega a establecer una perspectiva, que es concordante con la que sustenta Mary Douglas y Baron Isherwood, al relevar el doble papel de las mercancas: como proporcionadores de subsistencias y establecedores de las lneas de las relaciones sociales (Douglas e Isherwood,1979:75). De acuerdo a estos autores, adems de sus usos prcticos los bienes materiales son necesarios para hacer visibles y estables las categoras de una cultura(Douglas e Isherwood,1979:74), con lo cual se est destacando los significados sociales de las posesiones materiales. Desde esta perspectiva, se va a poner entre parntesis la utilidad prctica de las mercancas para asumir en cambio que la funcin esencial del consumo es su capacidad para dar sentido o, en otros trminos, que las mercancas sirven para pensar(Garca Canclini,1991:77). La racionalidad del consumidor ser, entonces, la de construir un universo inteligible con las mercancas que elija(Garca Canclini,1991:81). Douglas e Isherwood consideran el consumo de cualquier tipo de mercancas como una prctica cultural en tanto las mercancas sirven para pensar, sirven para construir un universo inteligible. En
forma concordante, Garca Canclini va a definir el consumo como el conjunto de procesos socioculturales en que se realiza la apropiacin y los usos de los productos (Garca Canclini,1999:34). El consumo sera una prctica sociocultural en la que se construyen significados y sentidos del vivir con lo cual este comienza a ser pensado como espacio clave para la comprensin de los comportamientos sociales(Mata,1997:7) Para los investigadores de la comunicacin y la cultura en Amrica Latina es esta perspectiva la que devuelve inters al anlisis del consumo de medios y de otros productos culturales. En su libro De los medios a las mediaciones Martn Barbero llega al tema del consumo por un camino distinto: a travs de la crtica al mediacentrismo y su elaboracin de la categora de mediaciones. Sin embargo, la conceptualizacin del consumo que desarrolla este autor estar, en varios sentidos, ntimamente conectada con la de Garca Canclini. Consideramos brevemente cuatro aspectos de esta conceptualizacin. En primer lugar, el desarrollo de una concepcin no reproductivista del consumo, la que permite una comprensin de los modos de apropiacin cultural y de los usos sociales de la comunicacin. A travs de la reivindicacin de las prcticas de la vida cotidiana de los sectores populares, las que no son consideradas meramente como tareas de reproduccin de la fuerza de trabajo sino ms bien como actividades con las que llenan de sentido su vida, este autor considerar el consumo como produccin de sentido. Dice Martn Barbero que:
[] el consumo no es slo reproduccin de fuerzas, sino tambin produccin de sentidos: lugar de una lucha que no se agota en la posesin de los objetos, pues pasa an ms decisivamente por los usos que les dan forma social y en los que se inscriben demandas y dispositivos de accin que provienen de diferentes competencias culturales (Martn Barbero,1987:231).
Por cierto, esta reivindicacin de las prcticas cotidianas como espacios que posibilitan un mnimo de libertad no implica, en el anlisis de Martn Barbero, una sobre-estimacin de la libertad del consumidor. Por el contrario, estas prcticas se ubican dentro de un sistema hegemnico; son prcticas del escamoteo que buscan burlar el orden establecido. En esta ptica, el consumo ser una prctica de produccin invisible, hecha de ardides y astucias, a travs de la cual los sectores populares se apropian y re-significan el orden dominante.1 En segundo lugar, el nfasis en la dimensin constitutiva del consumo, lo cual supone una concepcin de los procesos de comunicacin como espacios de constitucin de identidades y de conformacin de comunidades. Martn Barbero seala:
[] yo parto de la idea de que los medios de comunicacin no son un puro fenmeno comercial, no son un puro fenmeno de manipulacin ideolgica, son un fenmeno cultural a travs del cual la gente, mucha gente, cada vez ms gente, vive la constitucin del sentido de su vida (1995:183).
En su anlisis de la iglesia electrnica, por ejemplo, Martn Barbero destaca que estas se caracterizan porque no se limitan a usar los medios de comunicacin para ampliar sus audiencias sino ms bien porque han convertido a la radio y la televisin en una mediacin fundamental de la experiencia religiosa (Martn Barbero,1995:184). Mediacin que posibilita una sintona con los sectores populares latinoamericanos porque los protestantes han entendido que los medios de comunicacin tambin son reencantadores del mundo, que por los medios de comunicacin pasa una forma de devolverle magia a la experiencia cotidiana de la gente (Martn Barbero,1995:185). Este sera el caso de una comunidad religiosa que se constituye a travs de la mediacin tecnolgica de la experiencia religiosa. Martn Babero resalta, en tercer lugar, la dimensin estratgica de la investigacin del consumo en un contexto en que la globalizacin de los mercados se encuentra directamente unida a la fragmentacin de los consumos. La importancia estratgica de la investigacin reside, segn este autor, en que permite una comprensin de las nuevas formas de agrupacin social, de los cambios en los modos de estar juntos de la gente.
Por ltimo, el planteamiento de que el consumo implica un cambio epistemolgico y metodolgico: cambia el lugar desde el cual se piensa el proceso de la comunicacin. Marcando una clara diferencia con el paradigma de los efectos y la teora de los usos y gratificaciones Martn Barbero seala que:
De lo que se trata [...] es de indagar lo que la comunicacin tiene de intercambio e interaccin entre sujetos socialmente construidos, y ubicados en condiciones que son, de parte y parte aunque asimtricamente, producidos y de produccin, y por tanto espacio de poder, objeto de disputas, remodelaciones y luchas por la hegemona (1999:21)
A mi modo de ver, es esta insistencia en un cambio en el lugar desde el cual se mira y desde el que se formulan las preguntas sobre el proceso de comunicacin un aspecto clave del aporte de Martn Barbero a la investigacin del consumo.
La delimitacin del consumo cultural como una prctica especfica frente a la prctica ms extendida del consumo se justificara, entonces, por la parcial independencia alcanzada por los campos artsticos y culturales durante la modernidad. Estos campos habran superado la heteronoma que tenan en relacin a la religin y la poltica, lo cual se enmarca en un proceso de secularizacin global de la sociedad. Pero adems, el consumo cultural se constituira como una prctica especfica por el carcter particular de los productos culturales. En este sentido, se ha propuesto que los bienes culturales, es decir, los bienes ofertados por las industrias culturales o por otros agentes que actan en el campo cultural (como el Estado o las instituciones culturales) se distinguen porque son bienes en los que el valor simblico predomina por sobre su valor de uso o de cambio. Segn Garca Canclini:
Los productos denominados culturales tienen valores de uso y de cambio, contribuyen a la reproduccin de la sociedad y a veces a la expansin del capital, pero en ellos los valores simblicos prevalecen sobre los utilitarios y mercantiles. Un automvil usado para transportarse incluye aspectos culturales; sin embargo, se inscribe en un
registro distinto que el automvil que esa misma persona supongamos que es un artista coloca en una exposicin o usa en una performance: en este segundo caso, los aspectos culturales, simblicos, estticos predominan sobre los utilitarios y mercantiles (1999:42).
As, el consumo cultural llega a ser definido como el conjunto de procesos de apropiacin y usos de productos en los que el valor simblico prevalece sobre los valores de uso y de cambio, o donde al menos estos ltimos se configuran subordinados a la dimensin simblica (Garca Canclini,1999:42). Esta es la definicin operante que ha orientado buena parte de las investigaciones sobre consumo cultural realizadas en Amrica Latina durante los aos 90. A mi modo de ver, esta construccin del consumo cultural como objeto de estudio ha sido uno de los principales y ms influyentes aportes de Garca Canclini al desarrollo de la investigacin en esta rea.
A mi modo de ver, este planteamiento supone una concepcin sustantiva de la mediacin. 2 Ello significa que la mediacin no implica una relacin neutral o instrumental (que es el sentido que tiene en la poltica) ni tampoco una relacin indirecta o distorsionadora (que es el sentido que se le ha dado en la investigacin sobre la ideologa de los medios). Por el contrario, considera que la mediacin es una actividad directa y necesaria entre distintos tipos de actividad y la conciencia. La mediacin es positiva y en cierto sentido autnoma: es decir, tiene sus propias formas. Por ello, de lo que se trata es de comprender la relacin entre dos fuerzas como algo que es sustantivo por si mismo, como un proceso activo en que la forma de la mediacin altera aquello que es mediado. Desde esta base conceptual lo que se intentar pensar son los modos de interaccin e intercambio en el proceso de comunicacin: en particular, las formas de mediacin entre la lgica del sistema productivo y las lgicas de los usos sociales de los productos comunicativos. Segn Martn Barbero, la forma de la mediacin entre estas dos lgicas es el gnero. Este es concebido como una estrategia de comunicabilidad, y es como marcas de esa comunicabilidad que un gnero se hace presente y analizable en el texto. O como estrategias de interaccin, esto es modos en que se hacen reconocibles y organizan la competencia comunicativa entre los destinadores y los destinatarios (Martn Barbero,1987). Lo que a su vez supone que la competencia textual no se halla presente slo del lado de la emisin sino tambin de la recepcin. Cualquier telespectador sabe cuando un texto/relato ha sido interrumpido, conoce las formas posibles de completarlo, es capaz de resumirlo, de ponerle un ttulo, de comparar y de clasificar unos relatos (Martn Barbero,1987:52). Es por esta centralidad que se otorga a la categora de gnero que Martn Barbero desarrolla una propuesta metodolgica para estudiar la telenovela. En esa propuesta:
Las mediaciones son entendidas como ese lugar desde el que es posible percibir y comprender la interaccin entre el espacio de la produccin y el de la recepcin: que lo que se produce en la televisin no responde
nicamente a requerimientos del sistema industrial y a estratagemas comerciales sino tambin a exigencias que vienen de la trama cultural y los modos de ver (Martn Barbero, 1987).
A fin de precisar ese lugar desde el que es posible observar la interaccin entre esas dos lgicas Martn Barbero propone partir la investigacin desde las mediaciones, esto es, de los lugares de los que provienen las constricciones que delimitan y configuran la materialidad social y la expresividad cultural de la televisin(1987:233). Esos lugares seran aquellos en que se desarrollan las prcticas cotidianas que estructuran los usos sociales de la comunicacin: la cotidianeidad familiar, las solidaridades vecinales y la amistad, la temporalidad social y la competencia cultural. Cul es la mediacin que estos lugares cumplen en la configuracin de la televisin? Segn Martn Barbero se tratara de una doble mediacin. Por un lado, la mediacin familiar inscribira sus marcas en el discurso televisivo forjando los dispositivos bsicos de comunicacin entre los cuales el autor menciona la simulacin del contacto y la retrica de lo directo. Por otro lado, y este es el aspecto que interesa relevar aqu, la cotidianeidad familiar media los usos sociales de la televisin. Como tambin lo ha destacado aquella lnea de investigacin conocida como etnografa de audiencias, la familia (y no el individuo) es la unidad bsica del consumo televisivo (vase por ejemplo: Mosler,1986). Se entiende, entonces, que la familia/hogar es el lugar clave de lectura, resemantizacin y apropiacin de la televisin. Y son las dinmicas familiares las que estructuran las modalidades del consumo televisivo. La operacionalizacin de la categora de mediacin en determinados lugares desde los cuales se desarrollan los procesos de apropiacin y usos sociales de los productos comunicativos abre un nuevo territorio para la investigacin. Un elemento clave que de aqu va a surgir ser la indagacin sobre los modos de ver/leer a travs de los cuales los sujetos realizan los usos sociales de los productos comunicativos.
Por otro lado, el estudio sugiere que se est produciendo una reorganizacin de los consumos culturales donde lo que tiende a primar es el consumo domstico.
En el contexto de las transformaciones en la ciudad Garca Canclini observa una atomizacin de las prcticas de consumo cultural asociada a una baja asistencia a los centros comunes de consumo (cines, teatro, espectculos) y una disminucin en los usos compartidos de los espacios pblicos. En otras palabras, una prdida de peso de las tradiciones locales y las interacciones barriales la que es compensada por los enlaces mediticos. En definitiva, frente a la prdida de peso de las tradiciones locales se produce el reforzamiento del hogar y, a travs de este, la conexin con una cultura transnacionalizada y deslocalizada en que las referencias nacionales y los estilos locales se disuelven. A mi modo de ver, interesara saber con mayor precisin que implica la atomizacin de las prcticas de consumo. Significa acaso que en este mundo postmoderno de disolucin de monoidentidades y de conformacin de identidades polglotas la familia sigue siendo una forma clave de mediacin de los consumos? O significa ms bien la constitucin de un consumidor que se conecta individualmente con el nuevo ecosistema comunicativo?
Paradjicamente, esta nueva espacialidad no surge del recorrido viajero sino, en cambio, de una experiencia domstica convertida por la alianza televisin/computador en un territorio virtual donde todo
llega sin que haya que partir. Para Martn Barbero lo que en ese movimiento entra ms fuertemente en crisis es el espacio de lo nacional y, en consecuencia, de la cultura nacional. Pues, desanclada del espacio nacional la cultura pierde su lazo orgnico con el territorio, y con la lengua (1999:90). Por otro lado, la percepcin del tiempo que instaura el sensorium audiovisual est marcada por las experiencias de la simultaneidad, de la instantnea y del flujo(1990:91). Una de las tareas claves que realizan los medios es la fabricacin del presente lo que remite, por un lado, al debilitamiento del pasado, a su reencuentro descontextualizado y deshistorizado. Por otro lado, esta contemporaneidad nos remite a la ausencia de futuro que nos instala en un presente continuo, en una secuencia de acontecimientos que no alcanza a cristalizar en duracin(1990:91). Segn Martn Barbero seran los jvenes quienes encarnaran este sensorium audiovisual pues ellos son:
[] sujetos dotados de una 'plasticidad neuronal' y elasticidad cultural que[...] es ms bien apertura a muy diversas formas, camalenica adaptacin a los ms diversos contextos y una enorme facilidad para los 'idiomas' del video y el computador (1999:35).
Lo que, de acuerdo a este autor, requiere sentar las bases para una:
[] segunda alfabetizacin que nos abre a las mltiples escrituras que hoy conforman el mundo del audiovisual y la informtica. Pues estamos ante un cambio en los protocolos y procesos de lectura, que no significa, no puede significar, la simple sustitucin de un modo de leer por otro, sino la compleja articulacin de uno y otro, de la lectura de textos y la de hipertextos [...]. Pues es por esa pluralidad de escrituras por la que pasa hoy la construccin de ciudadanos que sepan leer tanto peridicos como noticieros de televisin, videojuegos, video clips e hipertextos (1999:46).
Por ltimo, interesa destacar que para Martn Barbero el tema del nuevo sensorium tambin tiene una dimensin metodolgica: indica un lugar el de la percepcin y la experiencia social desde el cual mirar los cambios en el escenario socio-cultural. Lo cual necesariamente requiere una revalorizacin cognitiva de la cultura audiovisual sin desconocer, por cierto, la vigencia de la cultura letrada.
Un proyecto inacabado
En este artculo hemos intentado recuperar los aportes de Martn Barbero y Garca Canclini a la conceptualizacin y a la investigacin del consumo cultural en Amrica Latina. En relacin al proyecto Estudios y otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder, para el cual este texto ha sido redactado, me interesa sealar que tal como ha quedado en evidencia en el desarrollo de la argumentacin los aportes de estos autores no pueden ser considerados como simples o convencionales estudios comunicacionales sino que forman parte de los llamados estudios culturales. Entre otras razones, y retomando algunos elementos que ya han sido mencionados, quisiera destacar los siguientes. Primero, Martn Barbero y Garca Canclini contribuyeron a generar la inflexin tericometodolgica desde el nfasis en el mensaje como estructura ideolgica a los procesos de consumo, con lo cual han situado el anlisis comunicacional en el contexto de los procesos socio-culturales. Al decir de Martn Barbero, el proyecto consiste en pensar la comunicacin desde la cultura. En segundo lugar, estos autores han definido una cierta aproximacin conceptual desde la cual se ha hecho posible abordar empricamente el estudio del consumo. Aproximacin desde la cual el consumo pasa a ser pensado como un espacio clave para la comprensin de los procesos sociales. Tercero, la formulacin de la temtica del consumo se encuentra asociada al reconocimiento de que una poltica cultural democrtica
requiere superar formulaciones dirigistas y vincular sus orientaciones con la demandas reales de la poblacin. Por lo tanto, los aspectos polticos (o de poltica) tampoco han permanecido ajenos a esta aproximacin. Por ltimo, resaltar el planteamiento de Martn Barbero de que la investigacin del consumo significa un cambio terico-epistemolgico en el lugar desde el cual se mira y se formulan las preguntas sobre el proceso de comunicacin. Quisiera concluir planteando tres conjuntos de interrogantes a lo que considero es un proyecto en pleno desarrollo. Primero: No ser necesario re-pensar la nocin de consumo cultural elaborada por Garca Canclini a la luz de los profundos cambios en el contexto sociocultural que han tenido lugar en la ltima dcada? En este sentido, se podra plantear que el desordenamiento cultural al que hace referencia Martn Barbero tambin remite al entrelazamiento cada da ms denso entre economa y cultura, con lo cual estamos aludiendo a una relacin de constante intercambio, de influencia mutua entre ambos campos. Podramos decir que el consumo es precisamente el lugar donde se produce estos procesos de intercambio con lo cual estamos sugiriendo que la tajante separacin de campos que supone la nocin de consumo cultural desarrollada por Garca Canclini, y que ha guiado gran parte de la investigacin en Amrica Latina, se encuentra actualmente en un proceso de des-dibujamiento. Lo cual pareciera hacer necesario volver a la nocin de consumo como una prctica cultural que se manifiesta en la apropiacin y usos de todo tipo de mercancas y no slo en los llamados bienes culturales. Segundo: Qu relacin tienen los nuevos modos de ver/leer que desarrollan especialmente los jvenes en el actual ecosistema comunicativo con las mediaciones en cuanto lugares de apropiacin y uso de los productos? Sigue siendo la cotidianeidad familiar, la solidaridad vecinal, la temporalidad social y la competencia cultural lugares que cumplen una mediacin en la configuracin de la televisin y las nuevas tecnologas? Ha sufrido la familia y el barrio procesos de desintegracin producto de las transformaciones en la ciudad, los flujos migratorios, etc. dejando de operar como instancias de mediacin? En ese caso: Cules son las nuevas formas de mediacin que operan en la conexin/desconexin con el nuevo entorno comunicativo? Por ltimo: Qu queda de lo popular en el contexto de la globalizacin comunicacional y de desordenamiento cultural? No ser que la centralidad que tuvo esta categora en los inicios de la investigacin del consumo siendo memoria, complicidad, resistencia ha sido sustituida por la de los jvenes, particularmente aquellos que tienen acceso a las nuevas tecnologas? Dnde quedan los jvenes excluidos de la sociedad de la informacin los que, como lo ha sealado Martn Barbero, seguirn siendo una mayora si la escuela no asume el reto de asumir la tecnicidad meditica como dimensin estratgica de la cultura?
En segundo lugar, la necesidad de profundizar en la relacin entre consumo y acceso, tema este ltimo que adquiere creciente importancia en el nuevo panorama comunicacional del siglo XXI que se caracteriza por el dramtico aumento en la cantidad de imgenes, informacin y datos que se difunden a travs de un espectro cada vez ms amplio de medios, dispositivos y redes. Pero que tambin se caracteriza porque ha ido produciendo profundas desigualdades en el acceso a las nuevas tecnologas de la comunicacin (vase, por ejemplo: Anbal Ford La marca de la bestia, Grupo Editorial Norma, Argentina, 1999). En un contexto de crecientes desigualdades info-comunicacionales, las que en buena medida son producto de la ausencia de una poltica que busque enfrentar este nuevo panorama comunicacional, la pregunta es: Cul es el aporte de la investigacin sobre consumos culturales? Podra aportar, por ejemplo, en cuestiones tan claves como la proteccin de la diversidad socio-cultural, el resguardo de los intereses de los ciudadanos y los consumidores, la garanta en la calidad de los bienes y servicios?
Referencias bibliogrficas
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Notas
Guillermo Sunkel, Universidad de Chile. Correo electrnico: [email protected] Sunkel, Guillermo (2002) Una mirada otra. La cultura desde el consumo. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela. Estos planteamientos estn en sintona con De Certeau, M. Iberoamericana, Mxico, 1996.
2
Esta interpretacin se basa en Williams, R. Keywords. A vocabulary of culture and society, Oxford University Press, New York,
1983.
3
Vase: Garca Canclini (coordinador) Los Nuevos Espectadores. Cine, televisin y video en Mxico , Instituto Mexicano de
Cinematografa, 1994. Una sntesis de esta investigacin se encuentra en Garca Canclini, N. Consumidores y Ciudadanos, Editorial Grijalbo, Mxico, 1995.
4
Cabe destacar que esta situacin ha cambiado significativamente en los aos 90 con la aparicin de las multisalas.
Cultura, poder e identidad; la dinmica y trayectoria de los intelectuales chicanos en los Estados Unidos
Miguel Tinker Salas y Mara Eva Valle *
El tema de los/as intelectuales chicanos/as no puede separarse del movimiento social y poltico del cual surge en la dcada de los sesenta. Ante la guerra en Vietnam, el racismo y las adversas condiciones socioeconmicas que enfrentaban, los/as chicanos/as se radicalizaron y se unieron a las protestas que sacudieron a la sociedad norteamericana a finales de la dcada de los sesenta e inicios de los setenta. Durante esta poca politizada compartieron el espacio social con un movimiento afroamericano ms desarrollado que contaba con una organizacin nacional, con los grupos euroamericanos opuestos a la guerra en el sur de Asia y con el movimiento de mujeres que luchaban por la igualdad. No obstante su participacin en este proceso, los/as chicano/as no establecen presencia nacional en los Estados Unidos por otra razn fundamental. Tradicionalmente, los estadounidenses han interpretado el tema racial como una realidad bipolar marcada slo por la existencia de dos grupos raciales: los euroamericanos y los afroamericanos. Dentro de este paradigma dominante, otros grupos raciales o tnicos suelen ser invisibles, no reconocidos por no corresponder a la perspectiva hegemnica euroamericana ni a la condicin de esclavitud a la que fueron sometidos millones de africanos. Ms all de esta construccin bipolar los/as chicanos/as tambin han sufrido la percepcin de ser extranjeros/as en una regin que en un momento histrico perteneci a Mxico. Los/as chicanos/as persisten como un enigma racial y cultural, nunca aceptados como americanos/as sin importar su nivel de asimilacin, su uso del ingls o sus aos de residencia en los Estados Unidos. La dramtica explosin demogrfica de la ltima dcada la poblacin mexicana/latina aument en un 60% elevndose de 22.4 millones en el censo de 1990 a 35.3 millones en el censo del 2000 ha producido una reaccin xenofbica entre algunos sectores de la sociedad estadounidense (Hasting,2001). Esta reaccin negativa facilit la aprobacin de leyes anti-inmigrantes y la reafirmacin del ingls como idioma oficial exclusivo, medidas adoptadas en California en la primera mitad de la dcada de los noventa. Esta legislacin racista buscaba reconquistar con leyes represivas el espacio que la sociedad dominante haba cedido en el campo cultural. Por lo tanto, la sociedad da por sentado que los/as chicano/as, sean nativos/as o hijos/as de inmigrantes, presentan una lealtad dividida en el mbito cultural, lingstico y hasta nacional. El origen radical del movimiento Chicano/a trae consigo ciertas implicaciones sobre el carcter de este proceso y las tendencias intelectuales que gener. El movimiento Chicano/a, ampliamente definido, represent un proceso con mltiples tendencias sociales y polticas que inclua a radicales, nacionalistas, marxistas y hasta reformistas que slo buscaban ubicarse dentro de las existentes estructuras del poder. Sin un programa poltico que los uniera, las diversas tendencias de este movimiento concentraron esfuerzos para luchar contra la exclusin generalizada que la sociedad dominante practicaba contra los/as chicano/as. Los sectores ms nacionalistas de este movimiento trataron, a veces artificialmente, de establecer una visin comn del pasado y los objetivos que buscaban implementar. El movimiento Chicano/a, en ningn momento ejerci hegemona sobre toda la poblacin de origen mexicano en los Estados Unidos. Tanto la poblacin de origen mexicano como los/as mismos/as chicanos/as no slo se definan en relacin con su grupo tnico, sino que tambin exhiban marcadas divisiones de clase, de regionalismo, de generacin, de gnero, de orientacin sexual y, por supuesto, diversos niveles de transculturacin. Durante su auge en la dcada de los setenta, los/as chicanos/as slo llegaron a representar un sector, aunque quizs el ms politizado de la poblacin de origen mexicano en los Estados Unidos. Los/as chicanos/as enfrentaban un doble reto, se vieron obligados a liberar una lucha
contra la sociedad estadounidense que los/as exclua mientras que a la vez trataban de popularizar este esfuerzo dentro de su propia comunidad. Ante esta situacin, el movimiento Chicano/a, desde su inicio, refut los paradigmas tradicionales y las normas sociales impuestos tanto por la sociedad euroamericana como por la sociedad mexicana. La definicin de lo que implica ser chicano/a est sujeta a constantes cambios, afectada por la poltica, la cultura y hasta las condiciones econmicas.
campo de estudios chicano/as y los/as intelectuales que de all surgieron, quieran o no, estaban vinculados/as con un movimiento social insurgente que obtuvo ciertas concesiones del Estado y de la sociedad civil. Para los/as intelectuales esta trayectoria produjo una difcil coexistencia dentro de la universidad ya que los estudios chicanos/as fueron vistos como una concesin a un movimiento social. La situacin tenue de los estudios tnicos ocasion tensiones dentro del propio campo ya que muchos intelectuales chicano/as expresaron cierta inquietud sobre su propia legitimidad dentro del nuevo mundo acadmico. Otros factores tambin influyen en esta decisin e incluyen el carcter poltico de la actividad acadmica y el liderazgo patriarcal que frustra la amplia participacin. Al enfrentar estas presiones, algunos/as intelectuales buscaron refugio en los departamentos acadmicos tradicionales mientras continuaban aprovechando de su etnia para obtener concesiones de los que ejercen el poder. Las relaciones de poder y jerarqua definen e influyen en el mundo de los/as intelectuales chicanos/as ya que en pocas ocasiones se les acepta como iguales. Las expectativas y, a veces las metas, de los/as intelectuales chicanos/as difieren de las de la mayora euroamericana. Los/as intelectuales chicanos/as no slo tienen la responsabilidad de desempear las actividades comunes a todo acadmico, sino que dado el grado de alienacin que existe en muchas instituciones, tambin recae sobre ellos la responsabilidad de reclutar y entrenar a la prxima generacin de estudiantes chicanos/as. Estas responsabilidades pocas veces son apoyadas por dichas instituciones, mucho menos reconocidas como parte de la labor de dicho grupo. A su vez, el carcter interdisciplinario de los estudios chicanos/as desafa los lmites institucionales de las universidades donde los departamentos de las disciplinas tradicionales ejercen todo el poder. Algunos acadmicos tradicionales, incluso los de izquierda, como es el caso de Tod Gitlin, han criticado severamente el concepto de estudios tnicos, acusndolos de balcanizar los programas de estudios de las universidades (Tod Gitlin,1996). Esta postura presupone que las diferencias raciales y tnicas han sido resueltas y, por lo tanto, la afirmacin de lo racial o tnico le resta importancia a las diferencias de clase. Sobre este tema existe una curiosa alianza entre algunos intelectuales de la vieja izquierda con los de la derecha al proponer que los estudios tnicos resaltan las diferencias raciales en vez de promover la asimilacin (Skerry,1993). Estos sectores opinan que los estudios tnicos son una forma de discriminacin moderna que le provee a la gente de color ciertos privilegios y diferentes normas de comportamiento. En la mayora de los casos la realidad es otra. Las experiencias de los/as intelectuales chicanos/as a diferencia de sus colegas euroamericanos son condicionadas por el racismo, la imposicin de una cultura dominante, las relaciones de clase y las circunstancias histricas en que se desempean. Los/as intelectuales euroamericanos mantienen una posicin de privilegio que los/as protege de estas tensiones y conflictos raciales. Son pocos los individuos de este grupo que rompen las barreras de sus paradigmas tradicionales y se involucran en temas de carcter chicano/a o participan en conferencias sobre chicanos/as. Por lo tanto, el nivel de ignorancia acerca de los/as chicanos/as entre los sectores intelectuales dominantes es francamente atroz. Sin duda, esta realidad es parte de la dinmica general que existe en los crculos acadmicos, pero tambin refleja las condiciones de poder que predominan, especialmente cuando la ignorancia sobre el tema constituye la condicin normativa. Para promover sus intereses los/as intelectuales chicanos/as crearon sus propias organizaciones, centros de investigacin, revistas y redes acadmicas. La Asociacin Nacional para los Estudios Chicanos y Chicanas (NACCS), fundada en 1973 por estudiantes de pos-grado y profesores/as chicanos/as, contina siendo la organizacin ms importante en el campo. Desde su fundacin la organizacin se vio sacudida por intensos debates sobre el marxismo, el papel de raza en la condicin chicana, el concepto de colonia interna, la validez de una nacin chicana denominada Aztln, el nacionalismo cultural, la distribucin del poder y liderazgo entre hombres y mujeres, de orientacin sexual, al igual que tensiones de carcter generacional y otros temas que en su momento fueron sumamente candentes (Garca,1973; Flores,1973; Almaguer, 1975; Muoz,1989). Inicialmente, NACCS promovi el concepto del activista e intelectual cuya labor inclua no slo su carrera personal sino que tambin alentaba un anlisis de la problemtica que confrontaba a los/as chicanos/as, el carcter de las instituciones dominantes y la posibilidad de un cambio radical en las relaciones de poder en los Estados Unidos (Muoz,1989:152). En la ltima dcada, el propsito de la organizacin ha cambiado,
abandonando su carcter poltico, pasando a ser, segn Muoz, como cualquier otra organizacin profesional, aunque todava preserva un carcter mexicoamericano(1989:156). A partir de la dcada de los noventa las condiciones que enfrentan los intelectuales chicanos/a cambiaron significativamente. Un nmero importante de universidades estatales y privadas en los Estados Unidos crearon algn tipo de departamento de estudios chicano/as, latinos/as o tnicos que se enfoca en la problemtica de estos grupos. Los estudios de gente de color, y estudios chicanos/as en particular, han adquirido cierta legitimidad a la vez que se han ido distanciando de los movimientos sociales que los vieron surgir en dcadas anteriores. La presencia de los intelectuales chicanos/as aument dramticamente tanto en campos tradicionales como en los no tradicionales. Los/as intelectuales chicanos/as se han destacado en campos como la literatura y los estudio de la mujer (Snchez,1992), (Garca,1997), sociologa (Pardo,1998), historia (Ruiz,1998; Gonzlez,1999), antropologa (Alvarez,1987), educacin (Gandara,1995), teatro (Huerta,1982), ciencias polticas (Barrera,1979), y muchas otras reas. Como consecuencia de esta presencia, asociaciones acadmicas y profesionales en los Estados Unidos hoy da incluyen una seccin latina o sea representativa de intereses chicanos/as, puertorriqueos y de otros grupos.
Categora tnica
Desde la dcada de los sesenta el movimiento Chicano/a ha lidiado con un nombre aceptable que defina las experiencias de la poblacin de origen mexicano en los Estados Unidos. La percepcin histrica y la imagen popular que los estadounidenses mantienen de Mxico y aplicaron a los/as chicanos/as marca los contornos de este debate. La guerra entre Mxico y los Estados Unidos de 18461848, la prdida por parte de Mxico de la mitad de su territorio, el racismo institucionalizado, la aplicacin desigual de la justicia, la inmigracin de millones de personas y un patrn de explotacin laboral han afectado la manera en que la sociedad dominante considera a los/as mexicanos/as y, por extensin, a los/as chicano/as. Aunque los mexicanos y los/as chicanos/as comparten una herencia histrica, enfrentan distintas realidades. La experiencia chicana no es paralela ni a la mexicana, ni a la condicin de dominacin o privilegio que gozan los euroamericanos. La afirmacin de una herencia mexicana dentro de una cultural estadounidense hostil ha sido un tema sumamente difcil para los/as chicano/as. La observacin de Jurgen Habermas es importante en este contexto, cuando sostiene que ningn grupo puede establecer una identidad independientemente de la que le impone la sociedad dominante (1976:107). Una de las caractersticas excepcionales que marca la experiencia chicana es su continua relacin con Mxico y los mexicanos, la cercana de la frontera y la constante inmigracin del pas vecino. Esta particularidad tambin la comparten millones de inmigrantes caribeos, centroamericanos y suramericanos que al abandonar sus hogares y establecerse en los Estados Unidos fortalecen a la comunidad chicana/latina, amplan su presencia, estimulan su cultura y lenguaje, aunque en contextos muy diferentes de los que existen en su pas de origen. La presencia de millones de mexicanos/as, latinos/as e incluso chicano/as establece nuevos espacios transnacionales y redefine conceptos tradicionales de nacionalidad y ciudadana tanto en Amrica Latina como en los Estados Unidos. Lo importante de este proceso, como lo seala Renato Rosaldo es que la reproduccin cultural involucra la forma en que comunidades se [...] propagan a travs del tiempo como una constelacin dinmica y no un artefacto inmvil(Rosaldo,1985;10-11). En las primeras dcadas del siglo XX, las comunidades mexicanas/chicanas en los Estados Unidos servan de resguardo social y enlace cultural para los inmigrados recin llegados de Mxico. Este proceso continu hasta que los/as inmigrantes desarrollaron su propia masa crtica llegando al punto en que desplazaron demogrficamente a los propios chicanos/as, agravando las tensiones entre estos dos sectores de la poblacin. Uno de cada tres californianos, para citar un caso, se define hoy en da como latino/a.(Lerner y Marrero, 2001) Los/as mexicanos/as en los Estados Unidos han enfrentado un proceso continuo de afirmacin de identidad determinada fundamentalmente por su interaccin con la sociedad dominante, su propio nivel de transculturacin y el constante flujo de inmigrantes que llegan de Mxico. La identidad chicana no es un fenmeno esttico, se forja en relacin con esta experiencia histrica, encarna mltiples prcticas
culturales e incorpora la innovacin y la espontaneidad que implican las diferencias regionales y las condiciones sociales. Los/as inmigrantes mexicanos/as o latino/as se familiarizan con esta identidad, introducen sus propias normas culturales, efectan cambios y, a su vez, son transformados por este complejo proceso. En un mundo marcado por estas tensiones y por contextos contradictorios, los/as intelectuales chicanos/as han luchado por varias dcadas por la creacin de un trmino anti- hegemnico que defina su realidad. La primera edicin de la revista chicana Aztln, (1970) inclua dos artculos, uno por Fernando Pealosa, y el otro por Deluvina Hernndez, que pugnaban con los parmetros y la dimensin de lo que constituye una identidad chicana. Este no es un proceso que refleje una simple poltica de identidad o un esfuerzo despistado. Ante una realidad que incluye grandes diferencias raciales, tnicas y una amplia diversidad cultural y social, el tema de la identidad entre los/as chicanos/as suele ser sumamente complejo. Sobre qu factor se puede basar esta identidad; la apariencia fsica, el lenguaje, la cultura, o una experiencia de exclusin por parte de los sectores dominantes en los Estados Unidos? Algunos intelectuales, como es el caso de Zaragoza, cuestionan si en realidad existen factores comunes que definan al grupo o si existe la posibilidad de accin poltica comn (1990,40). Por lo tanto, el tema de lo que define la realidad y la identidad chicanas contina involucrando a muchos intelectuales aunque no siempre se plantee de esta misma forma. Mientras que la comunidad de herencia africana en los Estados Unidos encuentra amplia aceptacin en el uso de calificativos como afroamericano, el nombre chicano/a no tuvo la misma aceptacin a causa de su carcter poltico (Limn,1981). Para describir a la poblacin de descendencia mexicana en los Estados Unidos existen, adems de chicano/a, un gran nmero de calificativos que incluye mexicano/a, mexicoamericano/a, hispano/a, latino/a y xicano/a, que ha sido tomado por jvenes que desean asociarse con un pasado indgena. Curiosamente, el uso de mexicano, con su obvia referencia a Mxico ha aumentado en popularidad entre varios sectores encarnando el carcter anti-hegemnico que antes se le atribua a chicano/a. Ms all de cualquier agenda poltica, el uso de mltiples calificativos empleados por la presente generacin sugiere que los conceptos de identidad no son una proposicin fija, ms bien las personas la utilizan con relacin a las situaciones que enfrentan. Una persona de origen mexicano, se puede auto definir como chicano/a al igual que en otro contexto utiliza el nombre mexicano. Esta realidad implica que los conceptos de identidad se han separado de sus races ideolgicas y se basan en condiciones situacionales representando una realidad excepcionalmente fluida. Los debates, a veces polmicos, sobre la etnia, la raza o la identidad revelan los aportes de los/as intelectuales chicanos/as sobre lo que implica ser una persona de color e inmigrante dentro de la sociedad estadounidense. Estas contribuciones siguen cobrando importancia, dado el hecho de que en algunas regiones de los Estados Unidos los euroamericanos ya no constituyen la mayora de la poblacin. No obstante, cmo definir una cultura comn, una estrategia poltica o una identidad chicana sigue produciendo debates intensos tanto en los crculos acadmicos como en la prensa tradicional. Desde su origen, las condiciones histricas y un conjunto de experiencias circunscribieron el nombre chicano/a. Antes de que fuera apropiado por la generacin de los sesenta, el nombre chicano/a se utilizaba para definir a una persona de la clase obrera o a los ms pobres inmigrantes de Mxico(Limn,1981:205). Su uso por los/as chicanos/as destaca su deseo de establecer vnculos entre estudiantes socialmente marginalizados y la gran masa de obreros mexicanos e inmigrantes en los Estados Unidos (Limn,1981:201). Por lo tanto, desde sus inicios represent un concepto ideolgico de solidaridad que busc incluir a toda persona de origen mexicano en los Estados Unidos. El nombre chicano/a incorpora un concepto de conciencia tnica y poltica caracterizado por una fuerte tendencia nacionalista. Segn el Plan de Santa Brbara, un manifiesto chicano/a, Chicanismo es un concepto que integra un auto reconocimiento con una identidad cultural, la primera etapa en el desarrollo de una conciencia poltica (Plan de Santa Brbara,1970:55). Estos nuevos valores chicano/as implican un rechazo del modelo asimilacionista euroamericano y un compromiso general de luchar por cambios sociales. Segn Ignacio Garca, el nombre representa la alianza contradictoria de lo americano con lo mexicano, chicanismo simboliza la fusin de los dos y a su vez la aceptacin simultnea y el rechazo de ambos (1997:72). Aunque en su fase inicial sirvi para inspirar un nuevo movimiento social, el uso del calificativo chicano/a tambin promovi una agenda nacionalista y sexista que ciegamente emple los
conceptos de etnia y raza mientras negaba la importancia de clase o la necesidad de forjar alianzas entre varios grupos tnicos. El nacionalismo que se utiliz durante el auge del movimiento, el cual implicaba cierta autenticidad cultural, que sola incluir el uso del espaol, la piel morena, o el conocimiento de la historia mexicana produjo una marcada alienacin entre algunos chicanos/as que no cumplan con estos requerimientos. Adems, el machismo, basado en el estereotipo del patriarca latinoamericano obstaculiz el papel que las mujeres desempearan en este proceso social y poltico. La posicin de la mujer no fue el nico hecho manipulado por el Movimiento. El tema de la sexualidad sigui siendo tab. En muchos casos, las personas que proponan una discusin franca sobre el gnero o el uso del marxismo fueron caracterizado como traidores. Las cosas llegaron a tal extremo que un supuesto lder chicano plante que el feminismo era una conspiracin promovida por la CIA para debilitar el movimiento (Rosales,1996:182). Es su afn por forjar la unidad, el movimiento Chicano/a disminuy la importancia de las diferencias regionales, culturales, lingsticas, sociales y sobre todo la cuestin de clase. No obstante, es posible que la frgil unidad que exista en este movimiento haya intensificado la necesidad de implantar una uniformidad cultural sobre sus miembros. Entre los/as chicano/as la tendencia nacionalista y cultural sigue teniendo considerable apoyo. La inclinacin por imponer una visin hegemnica ha llevado a algunos nacionalistas a tratar de asignarle a todos los latinos en los Estados Unidos, no obstante su pas de origen, el nombre de chicano/a (xicano) o destacar slo sus races indgenas.
punto de vista de la raza o el racismo. Rosaura Snchez destac que la etnia no era el factor determinante en las condiciones opresivas que enfrentaban los chicano/as. Ella insisti que la condicin y los intereses de clase solan ser ms sobresalientes que la categora tnica, porque para las/os chicanos/as los deslindes culturales no eran geogrficos o legales, sino ms bien sociales, econmicos e ideolgicos (Snchez,1987:81). El debate entre los mritos de raza o clase como formas de anlisis para explicar la condicin chicana sigue creando discordia entre los/as intelectuales chicanos/as. Los/as intelectuales chicanos/as tambin prestaron atencin a la dinmica fronteriza entre Mxico y los Estados Unidos. La frontera entre Mxico y los Estados Unidos sirvi de metfora para el choque cultural entre mexicanos/as y estadounidenses y a su vez los/as chicanos/as. La frontera conjugaba la posibilidad de una nueva cultura que no fuese ni mexicana, ni estadounidense, sino ms bien una singular expresin de la regin y sus habitantes. Una de las proponentes de este argumento, Gloria Anzaldua, insisti en que la frontera representa una herida abierta, donde el tercer mundo roza contra el primero y sangra. Antes de que la sangre logre cicatrizar, la herida sangra nuevamente, la sangre de estos dos pases forma una nueva nacin, una cultura fronteriza (1987:3). La premisa de este proyecto es que la cultura fronteriza, no es ni completamente mexicana ni americana, sino ms bien una que revela las diferencias y presiones de ambas culturas(Garca, 1981:231). La frontera se proyecta como sitio de conflicto cultural y social, donde los intereses antagnicos euroamericanos y mexicanos chocan y a raz de este conflicto surge una tercera va, conocida popularmente como cultura fronteriza. La idea de una cultura fronteriza, de una va alterna a la mexicana y la estadounidense, es ampliamente aceptada entre los/as intelectuales chicanos/as. La nocin de una cultura fronteriza independiente de Mxico y de los Estados Unidos se basa en un argumento algo ambiguo que no incorpora ni toma en consideracin cuestiones de cultura y poder. Esta idea presupone la existencia de experiencias y perspectivas homogneas compartidas por la gente de la frontera y no toma en cuenta el carcter heterogneo de la regin. Aun ms all de la simple existencia de distintas clases sociales, tampoco consideran el origen de los pobladores o las mltiples experiencias generacionales que all coexisten y que no comparten una visin uniforme de la frontera (Tinker Salas:1997). En los ltimos diez aos un gran nmero de intelectuales chicanos/as desfavoreci el uso de los anlisis estructurales para explicar las condiciones desiguales que enfrenta la poblacin. Motivados por el deseo de evitar una unidimensional historia de victimizacin, estas obras buscan ampliar los parmetros tradicionales del campo. Descontando las intenciones que posiblemente motiven estas obras, las mismas aparecen descontextualizadas y en su mayora no consideran las relaciones de poder que todava influyen en la vida cotidiana de la comunidad chicana. Indiscutiblemente, las representaciones del pasado no pueden partir de una simple historia de la opresin, y sin duda esta tendencia se manifest en las primeras dcadas del movimiento Chicano/as. Pero a su vez, el hecho de que la poblacin chicana rena una realidad compleja que incluya la resistencia y la complicidad, no implica que no enfrentaron anteriormente o sigan enfrentando hoy da condiciones desiguales. El debate entre vctima y resistencia, tiene que ir ms all de una realidad bipolar e incorporar una presentacin comprensiva que considere las complejas experiencias de los/as chicanos/as en los Estados Unidos.
El estudio de la inmigracin result ser uno de los pocos campos donde los/as chicano/as, mexicanos/as y euroamericanos/as se desplegaron paralelamente, aunque no de forma organizada. Obviamente, tanto los/as mexicanos/as como los/as estadounidenses tenan un inters profundo en el tema de la inmigracin mexicana a los Estados Unidos. En Mxico, Jorge Bustamante (1977,1978), sigui el legado de Manuel Gamio (1930), quien haba documentado las condiciones que enfrentaron los/as inmigrantes en la primera mitad del siglo XX. Los acadmicos euroamericanos como Mark Reisler (1976) analizaron las condiciones que llevaron a que Estados Unidos aprovechara la mano de obra mexicana. La contribucin de los/as chicanos/as al campo de los estudios de la inmigracin fue ms all de lo econmico y poltico e incluy temas como el papel del racismo, la etnia, la cultura, la asimilacin y la aculturacin. Los estudios sobre la inmigracin europea a los Estados Unidos impulsados por Milton Gordon, Robert Parks y otros haban sembrado el ideal de una sociedad inclusiva (melting pot) donde los/as inmigrantes, despus de dos o tres generaciones, se despojaban de sus caractersticas culturales y asuman las normas de la sociedad dominante. En su trabajo, Renato Rosaldo demuestra que el concepto estadounidense de sociedad inclusiva despoja al inmigrante de su cultura. Desde el punto de vista de la sociedad dominante, el proceso de inmigracin priva al individuo de su cultura tradicional, permitindole que se convierta en ciudadano estadounidense transparente, al igual que usted y yo, gente sin cultura (Renato Rosaldo,1989:209). Debido a su papel poltico, el proceso de asimilacin en los Estados Unidos es un concepto social deficiente, o lo que es peor, malamente representado. La asimilacin no es un proceso unidimensional o un trayecto lineal que ocurre naturalmente con el tiempo como lo plantea Parks sino, ms bien, como lo seala Rosaldo encarna un proceso multi-dimensional que rene diversas probabilidades. Desde el punto de vista de los que estudian el fenmeno de raza y etnia hay distintos factores y condiciones que intervienen en el proceso de asimilacin. Estos factores incluyen la posicin social de la persona, (Snchez-Janowski,1986), su residencia en un enclave o barrio tnico o su cercana a la frontera entre Mxico y los Estados Unidos, (Keefe/Padilla,1987), la generacin a la cual pertenecen, (Alvarez,1985) y la experiencia de opresin racial y de clase (Barrera,1979). En su obra Padilla y Keefe (1987) reprochan la nocin tradicional de la aculturacin, y en su lugar proponen la idea de la aculturacin selectiva, o la identidad tnica situacional, donde el inmigrante aun despus de varios aos preserva aspectos importantes de su previa cultura. Los que siguen planteando el concepto tradicional de la aculturacin y sociedad inclusiva no consideran o se rehsan a aceptar el papel que el racismo sigue ejerciendo en la condicin del chicano/a y el/la mexicano/a en los Estados Unidos. El tema de la aculturacin y la asimilacin contina ocasionando serios debates llegando hasta a los medios de comunicacin social en los Estados Unidos. Por un lado, y este es un campo amplio, estn los que insisten en que los/las chicano/as enfrentan una realidad particular, y por el otro, estn los que reclaman que la experiencia de los inmigrantes mexicanos es semejante a la de los irlandeses o italianos que llegaron a este pas durante el siglo XIX (Skerry,1993).
analizaron la dinmica que existe entre la identidad que ella va forjando y su papel en los conflictos laborales.. En su obra Zavella (1987) examin la vida cotidiana de la mujer obrera, la cultura que le impona ciertos lmites y su capacidad de negociar sus nuevas condiciones y establecer redes de apoyo. Otras autoras, no todas chicanas, estudiaron el papel de la mujer inmigrante y cmo la residencia permanente en este pas afecta su condicin (Hondagneu Sotelo,1994). La obra de Alma Garca, Chicana feminist thought (1997), replante la historia del movimiento Chicano/a pero desde la perspectiva de la mujer. Hacia fines de la dcada de los noventa las investigadoras chicanas haban adoptado una perspectiva abiertamente feminista y crtica de su papel en la sociedad partiendo de la visin de que existen divisiones infinitas en la realidad personal, cultural y poltica de la chicana moderna. (Galindo y Gonzlez,1999;Trujillo,1998).
Cada grupo promova su estrategia para lograr el poder poltico, impulsar la unidad tnica y reducir o eliminar la desigualdad social. A su vez, las mujeres, y en particular el sector feminista promova la igualdad de la mujer y una franca discusin sobre la sexualidad. La tendencia indigenista, que impulsa un retorno al pasado indgena mtico y romntico ha sido un factor constante en todos estos periodos. Las luchas en el seno de NACCS sobre stos y, otros temas, sugieren que no existe tendencia homognea entre los/as intelectuales chicano/as, ni ahora, ni en el pasado. Lo que s se puede sealar, es que la tendencia radical, que dio vida al movimiento Chicano/a, ha disminuido notablemente.
Conclusiones
El movimiento Chicano/a y muchos de sus primeros intelectuales fueron en su mayora producto de la poca radical de los setenta. Pero aun durante su auge, este proceso nunca fue un movimiento tnico unido con una clara agenda poltica ni un nico programa de accin. Desde sus inicios, este movimiento representa una amplia coalicin de mltiples perspectivas polticas e intereses de clase en contra de una sociedad dominante que los relegaba a los ms bajos puestos sociales. La oposicin a la guerra en Vietnam, donde un nmero alto de chicanos/as pereca diariamente, y la existencia de movimientos de liberacin en el tercer mundo radicaliz al nuevo movimiento, dndole un carcter anticapitalista y antiimperialista. No obstante, la izquierda chicana nunca desarroll una visin concreta sobre las condiciones que enfrentaba la poblacin, ni un plan de accin para resolver dichas condiciones. El movimiento y su liderazgo refleja las particularidades regionales de Texas, California, o Illinois, y las luchas locales que se impulsaron. Nunca lograron un carcter o una presencia nacional. Al terminar la guerra en Vietnam, la izquierda perdi terreno y surgieron mltiples intereses polticos y de clase los cuales se disputaron el control del movimiento. La perspectiva de izquierda o el anlisis de clase, que en un momento dado influy sobre los primeros planteamientos chicanos/as ahora brilla por su ausencia. El ala reformista del movimiento increment su importancia en los ltimos diez aos, pero el movimiento Chicano/a sigue caracterizado por un eclecticismo donde coexisten mltiples tendencias polticas contradictorias. No obstante su retrica radical, el movimiento desde sus inicios represent los intereses de una clase media que rechaz la posicin subordinada que enfrentaban sus padres. Este proceso de radicalizacin incluy el apoyo a las causas de los pases del tercer mundo, los campesinos, la condicin de los inmigrantes indocumentados y otros temas sociales. En el seno de esta agenda reformista estaba la estrategia de crear oportunidades para incrementar la posicin de la clase media y obtener el poder poltico dentro del sistema dominante. Programas en pro de las pequeas empresas y la representacin poltica, coexisten con las apenas visibles demandas de los que apoyan a los derechos de los obreros, de los campesinos y de las comunidades. Aunque su posicin sigue siendo extremadamente frgil, un nmero importante de intelectuales y profesionales chicanos/as ha logrado penetrar las instituciones de poder. El xito obtenido por estos chicanos/as, representa poco si se contrasta con las condiciones que todava enfrenta la gran mayora de las personas de origen mexicano en los Estados Unidos. La globalizacin neoliberal ha transformado dramticamente el carcter y naturaleza de la poblacin de origen mexicano y latinoamericano en los Estado Unidos. En la ltima dcada, los cambios demogrficos han producido una poblacin que segn Frank Bonilla y Rebecca Morales, est anclada simultneamente en ms de una realidad cultural o econmica. (Morales & Bonilla,1993:235). A primera vista esto no parece ser un fenmeno nuevo, ya que histricamente, los inmigrantes mexicanos siempre mantuvieron una relacin estrecha con su pas de origen. Pero, la transformacin demogrfica actual de los Estados Unidos no tiene precedente. El nmero de mexicanos, centro y sudamericanos que hoy da radican en los Estados Unidos ha superado al de los/as chicanos/as, disminuyendo su presencia y produciendo nuevos intercambios culturales y tensiones. Despus de haber contribuido al estudio de la poblacin de origen mexicano en los Estados Unidos, los/as intelectuales chicanos/as ahora deben considerar el contexto global y transnacional en que se encuentra la poblacin. La otra opcin implica la continuacin de un enfoque demasiado limitado con el cual se corre el riesgo de convertirse en una corriente irrelevante.
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Los feminismos latinoamericanos en su trnsito al nuevo milenio. (Una lectura poltico personal)
Virginia Vargas *
Ocurre que en nuestros das la vida cotidiana tambin se ha comenzado a rebelar. Y ya no a travs de gestos picos, como la toma de la Bastilla o el asalto al Palacio de Invierno, sino en formas menos espectaculares o menos anecdticas[], hablando cuando no se debe, saliendo del lugar destinado en el Coro, aunque manteniendo su fisonoma propia. El smbolo por excelencia de esta rebelin es el movimiento de liberacin de la mujer, precisamente porque las mujeres han sido siempre el smbolo por excelencia de la vida cotidiana. En lo mximo de su sorpresa, el soldado o el comunero descubren su responsabilidad con la ropa sucia o la crianza de los hijos. Con todo, la alteracin de los itinerarios es ms general: son las minoras tnicas, los ancianos, los pobladores[], los homosexuales, todos los que violan los rituales de la discriminacin y las buenas maneras, vienen al centro del escenario y exigen ser odos (Nun,1989:8).
representadas en ms de uno de ellos. Un temprano aprendizaje de esta flexibilidad fue el reconocer que las luchas de las mujeres pueden tener distintos puntos de partida, desde los cuales cuestionar sus subordinaciones y construir movimientos. La vertiente feminista, nutrindose de las anteriores, amplindose con ellas, y tambin manteniendo sus propias formas y espacios de desarrollo, va desplegndose en forma desigual pero constante en la regin. Inicialmente se despliega con ms fuerza en Brasil, Mxico, Per, Colombia, Argentina. Chile, Uruguay, as como el Caribe de habla hispana, especialmente Repblica Dominicana y Puerto Rico y, ms adelante, Cuba. Posteriormente; desde mediados de la dcada se comienza a expresar en Ecuador, Bolivia, Paraguay, Costa Rica y, hacia fines de la dcada se expande hacia los otros pases centroamericanos. De esta forma, se generaliza, con mayor o menor intensidad, en todos los pases de la regin hacia fines de la dcada de los 80. Lo hace tratando de responder a las caractersticas particulares y heterogneas de los diferentes pases latinoamericanos, pero desarrollando tambin algunos rasgos y dinmicas compartidas: inicialmente eran mujeres del amplio espectro de clase media; una parte significativa provena de la amplia vertiente de las izquierdas, entrando rpidamente en confrontacin con ellas por la resistencia para asumir una mirada ms compleja de las mltiples subordinaciones de las personas y las especficas subordinaciones de las mujeres. De estas influencias iniciales, los feminismos, ya sin apellidos (socialista, popular o revolucionario fueron los apellidos iniciales) mantuvieron una perspectiva subversiva, de transformacin de largo aliento, y un compromiso por unir las luchas por la transformacin de las subordinaciones de las mujeres con las transformaciones de la sociedad y la poltica. No siempre fue fcil. Las bsquedas y construcciones de un discurso propio representan siempre un reto para los movimientos, porque responden a las potencialidades y limitaciones de los contextos especficos donde se despliegan. Estas bsquedas se expresaban tanto en el contenido de sus luchas, en las articulaciones establecidas con los amplios movimientos de mujeres populares, y en la creciente produccin de conocimientos, visibilizando nuevos saberes, desde la propia experiencia personal y colectiva. Se reflejaron tambin en una temprana diferenciacin, al interior de los ncleos feministas, expresada en dos formas de existencia, como centros de trabajo feminista, y como parte del amplio, informal, movilizado, callejero movimiento. As, hicieron confluir, desde una identidad feminista dos dinmicas diferenciadas: la de profesionales en los temas de las mujeres y las de militantes de un movimiento en formacin. Ambas dinmicas densificaron enormemente sus formas de existencia y dieron origen a colectivos, de redes, a fechas, encuentros regionales, calendarios feministas, rituales, simbologas y subjetividades, compartidos crecientemente por el conjunto de los feminismos de la regin. La posterior incidencia en la academia, a travs de los estudios de gnero y estudios feministas, se nutrieron de y potenciaron las estrategias feministas y la produccin de conocimientos sobre la realidad de las mujeres, sus formas de insercin en la sociedad y sus formas cada vez mas amplias, de resistencia. En todo este proceso, los Encuentros Feministas Latino Caribeos realizados desde 1981, cada dos aos primero y luego cada tres fueron espacios de confluencia que tuvieron una importancia crucial en la produccin de nuevos saberes y en alimentar el nuevo paradigma, al conectar experiencias y estrategias, volverlas colectivas y expresar los avances, tensiones, conflictos, ideas, conocimientos, que traan las diferentes bsquedas feministas a lo largo de la regin. As, el feminismo como organizacin y como propuesta terico-poltica se expandi en lo nacional, desarrollndose al mismo tiempo una articulacin regional que potenci estrategias y discursos y acentu el histrico carcter internacionalista de los feminismos de la primera oleada. La produccin de conocimientos y de nuevos saberes fue parte sustancial del desarrollo feminista. Desde sus inicios, fue un movimiento que no slo quiso visibilizar la realidad de subordinacin de las mujeres sino que, al hacerlo produjo, como dice Mary Carmen Feijoo, un conjunto de rupturas epistemolgicas y la construccin de nuevos paradigmas y nuevas pautas interpretativas alrededor de la realidad. Su resultado fue el desarrollo de nuevas cosmovisiones [...] que, ms que aadir la problemtica de las mujeres a los campos tradicionales de pensamiento, comienza a deconstruir y reconstruir el campo de conocimiento desde una perspectiva feminista (Feijoo,1996:229). Esta forma particular de produccin de conocimientos o saberes, desde la experiencia militante y desde la subjetividad, expresan lo que Richards llama una teora feminista pluridimensional, que cruza la construccin de objetos (produccin de conocimientos) con la
formacin de sujetos (nuevas polticas de la subjetividad que se reinventan en torno a la diferencia), multiplicando sus trayectos de intervencin. (Richards,2000:236). Desde los inicios, los feminismos avanzaron en propuestas que ligaban la lucha de las mujeres con la lucha por la recalificacin y/o la recuperacin democrtica. Ms especficamente, en las luchas contra las dictaduras, los feminismos comenzaron a ligar la falta de democracia en lo pblico con su condicin en lo privado. No es gratuito que el slogan de las feministas chilenas en su lucha contra la dictadura: democracia en el pas y en la casa fuera entusiastamente asumido por todo el feminismo latinoamericano, porque articulaba las diferentes dimensiones de transformacin que se buscaban y expresaba el carcter poltico de lo personal, aporte fundamental de las luchas feministas de la segunda oleada. La preocupacin fundamental de los feminismos en los 80 se orient bsicamente a recuperar la diferencia de lo que significaba ser mujer en experiencia de opresin, develar el carcter poltico de la subordinacin de las mujeres en el mundo privado, sus persistencias y sus efectos en la presencia, visibilidad y participacin en el mundo pblico. Al politizar lo privado, las feministas se hicieron cargo del malestar de las mujeres en ese espacio (Tamayo,1997:1), generando nuevas categoras de anlisis, nuevas visibilidades e incluso nuevos lenguajes para nombrar lo hasta entonces sin nombre: violencia domstica, asedio sexual, violacin en el matrimonio, feminizacin de la pobreza, etc. fueron algunas de los nuevos significantes que el feminismo coloc en el centro de los debates democrticos. As, las feministas de los 80, como dira Nancy Fraser (refirindose a la violencia contra la mujer, pero con validez mayor), cuestionaron los lmites discursivos establecidos y politizaron problemas hasta entonces despolitizados, crearon nuevos pblicos para sus discursos, nuevos espacios e instituciones en los cuales estas interpretaciones opositoras pudieran desarrollarse y desde donde pudieran llegar a pblicos ms amplios (Fraser,1994). Estos procesos fueron acompaados con el desarrollo de una fuerte poltica de identidades, motor de las estrategias feministas en esta primera etapa. Una temprana y significativa reivindicacin de la autonoma poltica del movimiento, haca nfasis en la defensa del espacio y el discurso propio, nfasis caracterstico y necesario en un movimiento en construccin, con negociaciones dbiles con el Estado, con tensiones fuertes con los partidos polticos, que se defenda de los intentos de invisibilizacin y buscaba la incidencia del discurso propio en la arena social. Esta poltica de identidades se intercal sin embargo permanentemente con la bsqueda de nuevas formas, ms flexibles, de inclusin y de interaccin con la realidad social. La poltica de identidades se fue flexibilizando y complejizando al mismo tiempo que se avanzaba en definiciones ms complejas y ms relacionales de la autonoma. Los 90 presentan nuevos y complejos escenarios, que incidieron en el desarrollo de los feminismos y en sus estrategias de transformacin. Estos escenarios estuvieron marcados por el proceso de globalizacin de efectos ambivalentes y contradictorios, cuyas dinmicas ms negativas se profundizaron y aceleraron en el marco de las polticas neoliberales, y cuyas dinmicas ms positivas y articuladoras se vieron favorecidas por los nuevos escenarios de recuperacin-transicinconstruccin democrtica en la regin. Los procesos de globalizacin en lo econmico, pero tambin en lo poltico y sociocultural, con sus tremendas amenazas y tambin sus promesas (Waterman,1998), trajeron nuevos terrenos de disputa para los movimientos sociales y para los feminismos y nuevos terrenos para la lucha por derechos ciudadanos, evidenciando las transformaciones de los estados nacin y la creciente incursin en los espacios globales. Estas dinmicas se desplegaron en los nuevos escenarios que trae la globalizacin y se nutrieron tanto de las dinmicas globales que impulsaban los movimientos sociales como del espacio global abierto por Naciones Unidas, que coloc los contenidos de las nuevas agendas globales a lo largo de la dcada de los 90, a travs de las Cumbres y Conferencias Mundiales sobre temas de actualidad democrtica global. Un sector significativo de estas instituciones feministas estuvo presente disputando contenidos y perspectivas para cada uno de ellos. Estas feministas comenzaron as a ser actoras fundamentales en la construccin de espacios democrticos de las sociedades civiles regionales y globales. Paralelamente, a nivel de la regin, la generalizacin de la democracia como sistema de gobierno ah donde haba dictaduras, los intentos de modernizacin de los estados y de recalificacin de las democracias existentes trajo, ya desde fines de los 80, un nuevo clima poltico cultural. Los gobiernos, en el proceso de completar la inconclusa modernidad y en las exigencias de los poderes transaccionales de incluir a las mujeres en esta modernizacin, hicieron del reconocimiento de las
mujeres un pivote significativo de su poltica nacional. Reconocimiento sin embargo, sin redistribucin, ni de poder ni de recursos. Muchas expresiones feministas asumieron la lucha por la ampliacin de la democracia, con mujeres incluidas, como una estrategia fundamental, ampliando el espectro de sus alianzas hacia las sociedades civiles y movimientos sociales con estrategias similares e, inditamente, tambin hacia el Estado. Se parta sin embargo de enfoques diferentes (o ms bien se trataba que fueran diferentes, lo que no siempre se logr). Para la sociedad civil y las feministas en su interior la perspectiva democrtica y el enfoque de derechos apareca como un terreno de disputa, de conflicto, como guerras de interpretacin (Slater,1998) entre sociedad civil y Estado, frente a sus contenidos hegemnicos parciales y aun duramente excluyentes. Se buscaba, al menos tericamente, no slo el acceso a la igualdad sino el reconocimiento a la diversidad y a la diferencia, no slo el acceso a los derechos existentes sino ms bien al proceso de descubrimiento y permanente ampliacin de sus contenidos, a travs de la lucha de las actoras y actores. La lucha por el reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos no slo como derechos de las mujeres sino como parte constitutiva de la construccin ciudadana es un ejemplo de este proceso.
A lo largo de la dcada de los noventa, los feminismos se enfrentaron a un movimiento en transicin hacia nuevas formas de existencia, que comenzaron a expresarse en diferentes espacios y con diferentes dinmicas. Una primera aproximacin a estas variaciones se da con relacin a los espacios desde los que perfilan sus discursos y despliegan sus estrategias feministas: desde la sociedad civil, desde la interaccin con los Estados, desde su participacin en otros espacios polticos o movimientos, desde la academia, desde el llamado sector cultural. Otras, aadindose a cualquiera de estos espacios, lo hacen desde sus identidades especficas: negras, lesbianas, indgenas, jvenes. Otras desde temas especficos, alrededor de los cuales se generan ncleos y movimientos y redes temticas de carcter regional (salud, derechos humanos, violencia, entre los ms desarrollados). Y desplegndose a niveles locales, nacionales, regionales y/o globales. El terreno desde el cual se desplegaron las interacciones en lo pblico social y pblico poltico tambin cambiaron, con los cambios en el contexto y con la modificacin de las formas de existencia de las organizaciones feministas. Muchas de las organizaciones que en la dcada de los 80 haban logrado combinar el activismo movimientista con la creacin de centros laborales u organizaciones no gubernamentales (en adelante ONGs), comenzaron perfilarse como institucionalidad feminista. Su extensin y visibilidad en relacin a otras dinmicas e instituciones feministas ha sido sealado crticamente por varias autoras, (Alvarez,1998; Lang,1997), como el proceso de ongizacin del movimiento feminista. Otro cambio significativo fue la profesionalizacin de algunos de los temas feministas, como el de la salud reproductiva y los derechos reproductivos y sexuales. La violencia contra las mujeres, domestica y sexual, ha sido asumida tambin por todos los estados de la regin 1. Se logr ampliar la injerencia feminista a otros temas de candente actualidad, como el de los derechos humanos. Muchas feministas, a travs de sus ONGs, de sus redes regionales, se lograron perfilar como expertas en una perspectiva de derechos, desde la cual orientaron muchas veces sus intervenciones en lo pblico poltico, generando movimientos especficos y nueva institucionalidad alrededor de estos y otros temas. En suma, esta institucionalidad modific profundamente las dinmicas y perspectivas de los centros de trabajo/ ONGs de los 80. Desarrolladas en sus inicios, en un clima de solidaridad, de
cercana a las organizaciones sociales, de acciones colectivas de movilizacin y presin alrededor de los temas en disputa, los cambios en los contextos socioeconmicos y en los climas culturales del perodo incidieron tambin en su orientacin y su dinmica, dando paso a una ms eficiente y efectiva forma institucionalizada de existencia. Ello implic ganancias en capacidad de propuesta, en profesionalizacin, en cierto nivel de influencia en el Estado, sin llegar an para algunas a posicionarse de los espacios y asuntos macro y perdiendo en este trnsito para otras el sabor de las movilizaciones callejeras y/o creativas, innovadoras y audaces, que marcaron su existencia y visibilidad en las dcadas anteriores. Estos procesos, que contienen mltiples sentidos, comenzaron a percibirse, sin matices, en forma polarizada y excluyente como la tensin entre las autnomas y las institucionalizadas a lo largo de la dcada de los noventa. En efecto, un acercamiento a priori nos podra dar dos grandes tendencias, percibidas como polares, entre las cuales el tema en disputa es el contenido de la autonoma feminista como expresin movimientista y cuyo punto de tensin es la institucionalizacin de sectores importantes de los feminismos, tanto por trabajar en instituciones feministas como por apostar a la institucionalizacin de las ganancias de las mujeres. Una primera parece definirse desde la defensa de las prcticas primigenias, alimentando una fuerte poltica de identidades, negando la posibilidad de negociar con lo pblico poltico ya sea a niveles nacionales o globales. Una segunda, en un continuo con muchas dudas intermedias, asume la importancia de negociar con la sociedad y el Estado. Richards, refirindose a Chile, pero con alcance mayor, define este proceso como el retraimiento de los mbitos de movilizacin poltica del feminismo militante, desplazndose hacia dos reas principales de institucionalizacin de las prcticas y saberes ganados por las mujeres: las ONGs y los estudios de gnero en las universidades. No son sin embargo procesos unvocos. La diversidad conflictiva de estrategias feministas tambin se expresa dentro del amplio espectro institucionalizado. As, mientras unas privilegian la relacin y perfilan su visibilidad con relacin a su capacidad de negociacin con el Estado, o a su capacidad de asumir la ejecucin de planes y programas de los gobiernos, otras la perfilan justamente desde su capacidad de incidir en los procesos de fiscalizacin y exigencia de rendicin de cuentas; y algunas ms en la posibilidad de fortalecer un polo feminista desde la sociedad civil, capaz de levantar perspectivas cuestionadoras a las democracias realmente existentes y fortaleciendo articulaciones y alianzas con otras expresiones de los movimientos democrticos y de identidad. Otras muchas tratan tambin de mantener el difcil equilibrio entre dos o ms posibilidades. Y ambas posturas institucionales y autnomas tambin presentan sus propios riesgos. Si los riesgos en una postura apuntan al aislamiento, los riesgos en la otra apuntan a lo que muchas autoras han considerado la despolitizacin de las estrategias feministas, al hacer que lo profesional desplazar y reemplazar a lo militante y que lo operativo adquiriera mayor urgencia que lo discursivo (Richard, 2000:230). Ungo da cuenta de ello cuando afirma que [...] visiblemente esas dos polticas confrontadas viven de modo tenso y agudo al interior del movimiento feminista, pero no son las nicas y es mucho mas complejo el asunto de debatir como para que ahora los nuevos autoritarismos cierren toda comunicacin (Ungo,1998:184). Estas posturas y tensiones siguen expresndose en el nuevo milenio, en formas sin embargo menos antagnicas, dejando lentamente paso al reconocimiento de dinmicas y realidades ms complejas y al reconocimiento de los riesgos que una u otra perspectiva contiene. Apostar por la democracia y la institucionalidad coloc a los feminismos que asumieron estas estrategias al centro de una de las tensiones histricas de los movimientos sociales, que preocupaba ya hace varios aos a Tilman Evers, al reconocer que los movimientos se enfrentan permanentemente a la disyuntiva de conquistar algunos espacios de poder dentro de las estructuras dominantes con el riesgo de permanecer subordinados o sustentar autnomamente una identidad sin negociar, a riesgo de continuar dbiles y marginados (Evers,1984). Esta tensin ha marcado a los feminismos en los 90 de manera mucho ms concreta y compleja. Su despliegue ha evidenciado tambin los contenidos ambivalentes y contradictorios de las estrategias feministas. Desde diferentes entradas se ha analizado esta tensin. Mara Luisa Tarres (Tarres,1993) la expresa como el difcil equilibrio entre la tica y la negociacin. Por su parte, Shilds subraya el carcter ambiguo y contradictorio de las estrategias feministas, (Shilds,1998) al orientarse por un lado hacia transformaciones que acerquen a las mujeres a la igualdad dentro de las democracias realmente existentes, en las que nos toca vivir, y al mismo tiempo pretender subvertir, ampliar y radicalizar esas mismas democracias. En referencia al caso chileno, esta autora analiza cmo las
estrategias feministas pueden simultneamente confrontar y al mismo tiempo re-producir las nociones de dominacin al articularse al proyecto hegemnico de modernizacin socioeconmica que impulsa una particular concepcin de ciudadana: como acceso individual al mercado y en concepciones minimalistas de ciudadana. El impacto de esta tensin o nudo del poder (Kirkwood,1985) se ha expresado, para muchas, en cierta tecnificacin de las agendas feministas, que ha llevado, en muchos momentos a que los temas ms trabajados por los feminismos fueran los que facilitaban la negociacin con lo pblico estatal, debilitando aquellos contenidos que avanzan en el fortalecimiento de las sociedades civiles democrticas y en las transformaciones poltico culturales. Quiz por ello, dentro de esta gran tensin, uno de los aspectos en el que ms se ha reflexionado, o ideologizado, ha sido alrededor de la relacin (autnoma) con el estado y los contenidos de las agendas feministas. Encontramos ac en los dos polos y nuevamente, con muchos matices a su interior desde posiciones qu ven con sospecha cualquier intento de los gobiernos de asumir algunas de las propuestas de las agendas feministas hasta las que reclaman la incorporacin consecuente de toda la agenda. Las posturas ms radicales rechazan cualquier interaccin con el Estado, argumentando la prdida de control sobre las agendas feministas al dejar que se utilice nuestros conocimientos y se sirvan del trabajo realizado por las organizaciones de mujeres, en lo que se considera un innegable proceso de integracin al sistema (Lidid,1997), dando paso a un feminismo de expertas que ha llevado a que [...] parte importante de movimiento feminista (haya) entrado en una ola prolongada de desgaste, de pactos, con la estructura de poder, y por lo tanto, de debilitamiento de su rebelda (lvarez,1997:34), concluyendo que [...] nuestra lucha que buscaba cambiar el mundo, debe ahora mostrarse aceptable y legtima dentro del orden establecido (Bedregal,1997:51). Mucho ms contundente es la apreciacin de Pisano: Quienes leen a las mujeres dentro de las estructuras de poder como un signo de avance y de cambio no estn teniendo en cuenta que el sistema de dominio no ha sido afectado y que el acceso de las mujeres al poder desde lo femenino no lo modifica. Las relaciones de gnero pueden cambiar, sin embargo, no por ello cambia el patriarcado. (Pisano,1997:65). Son muchas otras sin embargo las posturas crticas que, sin negar la posibilidad de interaccin con los espacios pblicos alertan contra los riesgos de una relacin amorfa con el Estado, sin considerar, como afirma Tamayo, las ambivalencias y los efectos perversos que puede tener en disciplinar y censurar a las mujeres y sus movimientos sobre temas claves de las agendas feministas, y democrticas, sin prcticas garantes de los derechos y libertades fundamentales y sin mecanismos ciudadanos para vigilar e incidir de manera efectiva sobre la actividad estatal (Tamayo,1997:2). Ello estara produciendo, segn esta misma autora, una capa de agentes que vienen interviniendo con orientaciones disciplinarias en la vida de las mujeres. Barrig a su vez seala que:
[...]si se trata de identificar una lnea demarcatoria de aguas (entre sociedad civil y estado) estara mucho ms arriba que la (o) posicin de las feministas frente a los estados nacionales, pues de lo que se estara tratando es de un viraje ms profundo, y quizs ms peligroso, de un feminismo, remozado y en ciertas circunstancias, casi hegemnico, hacia una visin y accin tecnocrticas. Aspticas despojadas del sello poltico que la memoria persistente del feminismo an insiste en rescatar (Barrig,1999:25).
Vargas y Olea en 1998, Abrcinskas en el 2000, Birgin en 1999, Guerrero y Ros en el 2000, y Montao en 1998, son otras de las muchas feministas que tambin han reflexionado sobre estas contradicciones. As, parecera que, como sealan Barrig y Vargas refrindose a Per pero con itinerario ms general, un cierto pragmatismo espontneo ha predominado en las estrategias feministas, y no
siempre ha aparecido con nitidez el lugar de enunciacin y el posicionamiento desde donde las feministas influyen, concertan o colaboran con los gobiernos. Aparentemente, sin mediar un trnsito entre la identidad del colectivo feminista y sus apuestas contra-culturales, se lleg al Estado en un proceso insuficiente de debate. Al parecer, estaramos ante un estrecho margen de maniobra para tener la capacidad de incidencia en polticas pblicas pero al mismo tiempo, mantener la autonoma para la crtica y la movilizacin (Barrig y Vargas,2000). O, como seala Valenzuela, no existir una poltica sistemtica, coherente y explcita tendiente a crear canales que permitan a la poblacin fiscalizar la gestin pblica (Valenzuela, 1997). Ello explicara por ejemplo porque en la dcada de los 90 del siglo pasado temas tan cruciales para las agendas feministas como los relativos a los derechos sexuales, se desdibujaron durante largo tiempo y no se desarrollaron estrategias hacia y desde las sociedades civiles para desde all presionar a los estados para su reconocimiento. O porque aspectos tan centrales a la modernidad, que amplan el piso de maniobra de las mujeres, como el divorcio, no fue peleado suficientemente por los feminismos ni las sociedades civiles democrtica en Chile, o porque la defensa del derecho democrtico y triunfo histrico de la modernidad de tener estados laicos y no de rasgos tan asombrosamente confesionales como los de Amrica Latina no fue asumida siempre con fuerza. Explicara tambin porque las luchas por la ampliacin de las ciudadanas femeninas han incidido mucho ms fuertemente en la dimensin cvico poltica que en la dimensin socioeconmica, produciendo una especie de esquizofrenia ciudadana, que ha reemplazado el sentido de derechos en lo econmico por las prcticas de caridad como diran Fraser y Gordon (Fraser y Gordon, 1997), con el consiguiente riesgo de manipulacin y clientelismo, tan propio an de las culturas polticas latinoamericanas. O porque sectores importantes de los feminismos en Per vivieron la tentacin de aislar los avances de las ciudadanas de las mujeres de las tenaces luchas democrticas que se libraban en contra del gobierno dictatorial de Fujimori. Es decir, los feminismos han transitado en el ltimo periodo, por ese terreno riesgoso. Posiblemente el riesgo fundamental ha sido el de desdibujar las competencias y las interrelaciones autnomas entre sociedad civil y Estado descuidando los contenidos de disputa o las guerras de interpretacin a travs de las cuales la sociedad civil va perfilando sus propuestas democrticas y va asumiendo una mirada poltica que, al decir de Beatriz Sarlo , es una [...] mirada oposicional, siempre atenta a desprogramar lo pre-convenido por la ritualizacin del orden acercando y exhibiendo frente a ese orden el escndalo de la diferencia, el escndalo de muchas perspectivas (Sarlo, en Richards,1993: 43). Sin embargo, son procesos complejos que, insistimos, conllevan ambivalencias, incertidumbres, bsquedas, riesgos y no realidades univocas. Y son procesos no privativos de los movimientos feministas, pues responden tambin a los dramticos y acelerados cambios que ha trado la globalizacin, que ha llevado a algunos autores a hablar de un cambio de poca y no simplemente una poca de intensos cambios, con el consiguiente impacto en las subjetividades de las personas. Adems de las transformaciones mencionadas, estas dinmicas acentuaron la tendencia hacia una creciente fragmentacin e individuacin de las acciones colectivas como movimiento. Segn Lechner:
[] el espacio de accin de las organizaciones cvicas se encuentra acotado por las transformaciones que sufre tanto lo pblico como lo privado. Las reformas econmicas en curso no slo restringen la accin del estado sino que a la vez fomentan un vasto movimiento de privatizacin de las conductas sociales[...]. En la sociedad de consumo, valida incluso para los sectores marginados, los individuos aprecian y calculan de modo diferente el tiempo, las energas afectivas y los gastos financieros que invierten en actividades pblicas. Toda invocacin de solidaridades ser abstracta mientras no se considere esta cultura del yo, recelosa de involucrarse en compromisos colectivos (Lechner,1996b:29).
As, en estas transformaciones han pesado no solo la voluntad militante de las actoras, sino tambin las modificaciones sociales, culturales, econmicas y polticas del cambio de milenio. Indudablemente, tambin han pesado los ciclos de desarrollo como movimiento, en la medida que las dinmicas de expresin de los movimientos sociales corresponden tanto a los efectos de la visibilizacin y consolidacin de algunas de sus propuestas como a las cambiantes formas de interaccin, dominacin econmica, social y cultural, y a las nuevas oportunidades y limitaciones
polticas que enfrentan. Y si bien Offe (Offe,1992) sostiene que los movimientos estn mal pertrechados para enfrentar el problema del tiempo, tambin advierte que el declive de los movimientos sociales (no slo de los feminismos) nunca es total. Hay ciclos que comienzan a cerrarse, dejando modificaciones significativas, o expresndose en otras formas. Hay nuevos procesos que se abren, dentro de un mismo movimiento o desde el surgimiento de nuevos espacios y nuevos actores/as, que expresan de diferente forma las exclusiones antiguas y nuevas incluidas las de gnero, alrededor de dominios ms especficos, con contenidos quizs ms valricos, ms culturales, ms innovadores, contenedores de mayor pluralidad, expresando discriminaciones que van mas all de su particularidad, y se enmarcan en preocupaciones democrticas ms amplias. Hay por ejemplo un movimiento indgena cada vez ms interesante, ms visible y potente en diferentes pases de la regin, donde las mujeres indgenas estn avanzando aun con dificultades en su capacidad de propuesta y visibilidad; hay fuertes y variados movimientos alrededor de los derechos humanos, donde estn incluidos en conflicto y en tensin los de las mujeres; hay feministas activas en movimientos ecologistas, movimientos alrededor del derecho al consumo, alrededor de la defensa democrtica, alrededor del poder local, nuevas expresiones de los movimientos estudiantiles, con significativo liderazgo de mujeres, etc. Hay un movimiento de jvenes pero tambin una brecha generacional significativa. Las jvenes traen nuevos referentes, nuevas propuestas, nuevas capacidades de analizar la realidad y con las cuales no siempre se establecen las conexiones adecuadas al pretender que ingresen a un campo feminista cada vez ms difuso e indefinido, sin ver donde estn ellas ni que nuevas definiciones traen. Son todos estos movimientos significativos, que expresan aspectos parciales de la construccin ciudadana, todos ellos cruzados tambin con conflictos de gnero, lo cual ha abierto nuevos terrenos para la lucha y la expresin feminista.
A modo de Conclusin
Cada uno de los procesos y momentos feministas a lo largo de estas dos dcadas, ha dejado un hbeas terico y una experiencia prctica que la ha nutrido permanentemente. Sin embargo, las profundas transformaciones de este cambio de poca han instalado no solo nuevas posibilidades sino tambin nuevos riesgos y nuevos retos para los movimientos sociales. Tambin ha instalado bsquedas ambivalentes, que tratan de responder a las incertidumbres y al mismo tiempo de encontrar posicionamientos polticos que le permita responder a las nuevas exigencias y dinmicas que trae un mundo globalizado La incertidumbre se ha instalado no slo en la prctica sino tambin en la teora, en la medida que nuestros cdigos interpretativos no siempre cambian junto con las transformaciones de la realidad. Estos nuevos contextos requieren nuevas reflexiones y nuevas propuestas, sustentadas en las nuevas sensibilidades, nuevas miradas y nuevos horizontes globales, regionales y nacionales que comienzan a alimentar las prcticas ciudadanas pero que no logran an posicionarse y explicitarse como los nuevos derroteros de las acciones de los movimientos. Nuevamente Feijoo resume bien este desfase, cuando dice que las feministas estamos en un momento crtico, como el del ahorrista que vive del inters bancario de su capital y al hacerlo sin embargo se va aceleradamente descapitalizando (Feijoo,1996). Es decir, la capacidad de elaborar nuevas preguntas para interrogar esta nueva realidad y nuestras propias verdades, es fundamental. No podemos analizar lo que est pasando con los cdigos anteriores. Ni solo en relacin a las necesidades mas funcionales de la modernizacin. As, como seala Valenzuela, si bien es necesario producir conocimientos que sean funcionales al Estado, es tambin fundamental mantener la externalidad del proceso de produccin de este conocimiento y su vinculacin a temas globales. Se necesita por lo tanto [...] un conocimiento independiente, contestatario, de denuncia (Valenzuela,1997:157), que coloca la produccin de conocimientos en el nivel de las necesidades de la accin. Sin embargo las prcticas, como deca Lechner, se adelantan a la teora (Lechner,1996). De muchas formas la practica feminista del nuevo milenio esta apuntando nuevas tendencias. Aunque son muchas las dinmicas, orientaciones y discursos en la pluralidad feminista, una de ellas es la tendencia a la activacin de dinmicas movimientistas, expresando un nuevo ciclo. Muchas expresiones feministas, desde diferentes espacios y entradas, comienzan a recuperar los temas y miradas mas subversivas y transgresoras, recuperando tambin una perspectiva autnoma y buscando posicionar una visin diferente de futuro, sustentada en las nuevas condiciones que
presentan los cambios que trae un mundo globalizado. Hay un intento de responder a los nuevos riesgos, las nuevas exclusiones y los nuevos derechos que de all emergen. Podemos identificar sumariamente algunas de las tendencias ms prometedoras: 1) el reconocimiento de la diversidad no solo en la vida de las mujeres sino en su estrecha relacin con las caractersticas multiculturales y pluritnicas de nuestras sociedades. Caractersticas que han estado, por siglos, tenidas de desigualdad, y cuyo compromiso feminista frente a ellas es ya ineludible. Como me dijo hace varios anos Leila Gonzles, feminista negra brasilea, los feminismos han sido racistas quizs no por accin pero s por omisin. Esta mirada a la diversidad y su caracterstica de permanente exclusin ha llevado tambin al surgimiento de nuevos /as actores, expresando nuevos movimientos sociales. 2) Una incursin en nuevos temas y dimensiones, buscando ampliarse a una perspectiva macro. Especialmente en relacin a las dinmicas macroeconmicas que sustentan la pobreza y la desigualdad y en relacin a la gobernabilidad democrtica. buscando estrategias que empoderen a las mujeres en esos mbitos. Ello ha significado recuperar la agenda parcialmente olvidada, comenzando a cerrar la brecha entre la dimensin poltica y la dimensin social de las ciudadanas femeninas. La justicia de genero y la justicia social comienzan a juntarse en las estrategias feministas y ya existen reflexiones aportadoras al respecto. Recuperacin de la subversin cultural y la subjetividad como estrategia de transformacin de ms largo aliento. Subversin que trasgrede y modifica valores y sentidos comunes tradicionales, que cuestiona la cultura poltica autoritaria en nuestras sociedades y que da nuevos aires a las democracias. Esta mirada hacia lo poltico cultural ha impulsado nuevos interrogantes frente a nuestras luchas histricas como la de violencia contra la mujer, que hoy por hoy parece encontrar su limite mas claro justamente en esta cultura autoritaria desde el Estado sino tambin desde la misma sociedad civil. Y nuevas luchas estratgicas hacia lo global, negociando con los estados nuevas normatividades para derechos desconsiderados en los mbitos nacionales, como por ejemplo la movilizacin liderada por el Comit de Amrica Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer (CLADEM) y apoyada por muchas organizaciones y ONGs feministas en la regin para lograr una Convencin en la Organizacin de Estados Americanos (OEA) sobre Derechos Sexuales y Reproductivos, que cumpla el mismo rol que cumple la Convencin de Belem du Para, en relacin a la violencia contra la mujer. En todo este proceso, la autonoma de los feminismos de alguna forma comienza a des centrarse y ampliarse; adems de las impostergables agendas propias y la autonoma necesaria para negociarlas y/ o posicionarlas, muchas expresiones feministas han asumido tambin la lucha por la autonoma de la sociedad civil como parte fundamental de su posicionamiento. Y una ampliacin de sus alianzas con otros movimientos sociales, que luchan por la ampliacin de los derechos humanos. Parecera que en este posicionamiento en construccin, comienza a asentarse la percepcin que los asuntos de las mujeres debe ser posicionados como asuntos poltico culturales democrticos de primer orden, que ataen a mujeres y hombres, y que los asuntos de las democracias a nivel cultural, social, econmico y poltico deben ser asuntos de competencia feminista y parte de sus agendas. Tambin se asienta la percepcin de la impostergable necesidad de articular las agendas feministas con las agendas democrticas. Estas nuevas orientaciones amplan el espectro de accin feminista y permite avanzar, desde las luchas por la democratizacin de las relaciones de gnero, a alimentar las luchas antirracistas, antihomofbicas, por la justicia econmica, por un planeta sano, por las transformaciones simblico culturales, etc. Esta tendencia creciente a recuperar una perspectiva de transversalidad e interseccin del gnero con las otras mltiples luchas democrticas, polticas y culturales que levantan no solo las mujeres sino tambin otros mltiples movimientos sociales, comienza a ser uno de los cambios ms profundos y ms prometedores.
Referencias bibliogrficas
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Notas
* Virginia Vargas, Centro de la Mujer Peruana "Flora Tristn". Correo electrnico: [email protected] Vargas Valente, Virginia (2002) Los feminismos latinoamericanos en su trnsito al nuevo milenio. (Una lectura poltico personal). En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela. Es interesante el proceso de domesticacin de lenguaje cuando las propuestas logran llegar a los espacios oficiales: la lucha por leyes contra la violencia domstica y sexual se convirti, en la mayora de pases de Amrica Latina, en ley contra la violencia intrafamiliar, descentrando a las mujeres como objeto directo y especfico de un tipo particular de violencia.
Me precisa preguntar. La pregunta del negro. Dcima afroesmeraldea2, citada en Juan Garca,1982.
En el Ecuador como en varios pases latinoamericanos, los pueblos afrodescendientes comparten una historia caracterizada por la violencia simblica, epistmica y estructural, una violencia que tanto en sus formas abiertas como en la encubiertas, est vinculada a procesos de disciplinamiento colonial y cultural (Rivera,1993). Esta violencia que se inici con la experiencia de esclavitud luego se institucionaliz en las estructuras, instituciones, representaciones, prcticas y actitudes racializadas de la sociedad, aquellas que, hasta hoy, sobrevaloran la blancura e invisibilizan el ser negro. Como deca Nina de Friedemann, la invisibilidad es una estrategia que ignora la actualidad, la historia y los derechos de grupos; su ejercicio implica el uso de estereotipos entendidas como reducciones absurdas de la complejidad cultural, que desdibujan peyorativamente la realidad de los grupos as victimizados (citado en Montao,2000:58). Adems de desdibujar realidades, niega, oculta y subalterniza la agencia del pueblo negro y su subjetividad, pero tambin su conocimiento. Esta realidad se extiende al campo acadmico donde, a pesar del creciente inters en estudiar los movimientos culturales y sociales, la subjetividad y prcticas intelectuales que construyen y ejercen estos movimientos y sus lderes permanecen prcticamente invisibilizadas 3. Enfocarse no slo en las polticas de identidad, resistencia y movilizacin de los movimientos sino en sus procesos de pensar permite ir ms all de la diferencia cultural y la oposicin en s; al apelar e interrogar el entretejido de lo cultural con lo que Anbal Quijano (1999) denomina la colonialidad de poder un patrn configurado sobre la base de la clasificacin social-racial que ha servido a subalternizar no slo los grupos sino sus conocimientos. Tambin permite tender puentes entre las experiencias y los saberes del pasado y del presente, de estallar la fuerza intelectual al interior y de moldear una pedagoga dirigida hacia el futuro. Este artculo explora el pensar del emergente movimiento afro en el Ecuador, haciendo resaltar los elementos centrales que contribuyen a su actual conceptualizacin y construccin desde la heterogeneidad negra4. En s, hace un aporte al campo de los estudios culturales y otras prcticas en cultura y poder, porque pone de relieve los procesos y prcticas a la vez culturales, polticos e intelectuales de los actores sociales afroecuatorianos 5. Procesos y prcticas al interior del movimiento que rescatan y reinventan conocimientos deslegitimizados y trastornan el blanqueamiento, la colonizacin interna y los imperios conceptuales que desdibujan nuestras realidades (Garca,2001b:81). Procesos y prcticas afroecuatorianos y afroamericanos que buscan la intervencin en los mbitos de la cultura y del poder, ambos cruzados por la colonialidad pasada y presente. Ms que informar o documentar, el artculo representa un esfuerzo de reflexionar sobre un proceso iniciado durante 2001 por los autores y con las organizaciones y grupos negros del pas, un proceso de debate, discusin y dilogo sobre temas identificados por estos grupos como ejes centrales del movimiento naciente. De manera poco tradicional, representa un intento de escribir con en vez de sobre; de armar una reflexin compartida entre dos intelectuales activistas, una (blanca) cuyo mbito principal de trabajo es la universidad y otro (afroecuatoriano) dedicado principalmente a las luchas de nivel de comunidad, autodenominado como obrero del proceso: Los hermanos dicen que soy el Bambero Mayor, eso es un personaje un poco como ancestral que gua, que orienta, que propone polticas, que ayuda a la creacin de propuestas. Yo me autodefino ms como un obrero del proceso (J.G.). Para nosotros, el con marca una metodologa de colaboracin que no encuentra su lgica en la academia sino en lo cotidiano, en las exigencias producidas por las invasiones comunitarias en curso y la sobrevivencia humana y ambiental, en los reales labores de un obrero del proceso 6. Representa un inters de desarrollar prcticas y activismos intelectuales fundados en una praxis que necesariamente reconoce la importancia epistmica del lugar e identidad social del interlocutor o escritor, y los problemas inherentes en representar, mediar e interpretar las voces de otros (Alcoff,1992) 7. A partir de relatos y extractos de transcripciones tomadas en los talleres, y concientes de los posibles efectos de palabras
sobre el contexto discursivo y material (Alcoff,1992), el artculo pretende construir un dilogo que refleja los procesos de discusin, anlisis y colaboracin iniciados en los talleres 8. Su objetivo es tanto evidenciar prcticas intelectuales afoecuatorianos como procesar lo hecho para guiar colaboraciones futuras; y por eso, es un trabajo todava en construccin. Por supuesto, estos proyectos locales y prcticas intelectuales no deberan ser ledos como manifestaciones singulares o aisladas de lo que est ocurriendo en otras partes del continente o del mundo (Walsh,2002b). Ms bien, necesitan ser comprendidos por su relacin y por su insercin dentro de una sociedad (y colonialidad) ya globalizada (Mignolo,2000).
Esta historia forma parte de los proyectos de modernidad y del Estado-nacin, de la relacin intima entre subordinacin racial y colonialidad y su continua rearticulacin en el presente. Una relacin que produce la alteridad y, por medio de prcticas, discursos y representaciones, naturaliza la diferencia racial y cultural as justificando la subordinacin, subalternizacin y exclusin del otro en trminos fsicos y territoriales como tambin en trminos de derechos, valores y pensamiento (ver, por ejemplo, Rahier 1999). Es esta colonialidad del poder que en el Ecuador sigue posicionando los negros como los ltimos otros, relegados an ms al frente de lo que Alexandra Ocles, lder de una organizacin de mujeres negras, llama la indomana que, al hacer destallar el movimiento indgena, invisibiliza y minimaliza la diferencia e heterogeneidad afroecuatoriana que, segn algunos clculos, consta de 5 a 10% de la poblacin nacional. El hecho de que la exclusin y marginalizacin viene no slo del poder blanco-mestizo, sino tambin de algunas tendencias de la hegemona indgena, muestra el carcter jerrquica de lo que Mignolo (2000) llama la diferencia colonial, y su complicidad racial/racista. Dentro de esta coyuntura e inclusive en la mirada de la izquierda y de los movimientos sociales, los afroecuatorianos son vistos a la sombra de los indgenas, es decir, siempre en comparacin a ellos y desde su marco organizativo, sociopoltico y cultural. En esta comparacin, los negros aparecen como dbiles y fragmentados, incapaces de la organizacin y movilizacin como tambin de la produccin de un pensamiento propio 10. Siempre se nos ha dicho que somos estos, que somos aquello y nosotros en nuestra reconstruccin sabemos que no somos lo que se nos dice que somos, empezando por los mismos procesos histricos []. Es ms fcil organizar a los mitos para tomarles fotos que tener organizaciones negras, nos dijeron. Entonces empez desde el movimiento negro una propuesta, empezamos a usar exactamente lo que antes se nos haba dicho que era malo, los conocimientos que nos haban dicho que no eran conocimientos, que no valan, empezamos a usarlos para proponerlos a la gente. [En Esmeraldas] vamos a organizarnos en palenques, vamos a empezar hacer palenques de negros, las comunidades van hacer pequeos palenques y los grandes palenques van a hacer la unin de comunidades. Y en todo eso empezamos a ver que los viejos tenan muchos discursos guardados que nos iban sirviendo para construir esta propuesta poltica de organizaciones hacia el interior de las comunidades. Se trabaj mucho con la tradicin oral, con los conocimientos que la gente tena en su cabeza[]. La gente joven que haba estudiado, que habamos ido al colegio y sufrido este terrible dolor durante todos estos aos de no escuchar nada de nuestra historia, nuestra realidad, regresaban al movimiento para preguntar cmo hago, cmo me oriento, cmo acomodo mi conocimiento, cmo doy, cmo avanzo en la propuesta. Nos dimos cuenta que desde la misma comunidad, desde la misma propuesta de palenques haba cmo ensear[]. Se empez hablar del proceso de desaprender lo aprendido y reaprender lo propio[] todos estos ancianos se convirtieron entonces en conocimiento para nosotros mismos. La lucha es volver esta
forma de conocimiento, de esta manera de entender la vida, de entender nuestros propios saberes como tambin insertar en los procesos educativos nuestra visin de la historia y nuestra visin del conocimiento. Al posicionar el conocimiento tanto actual como el que ha venido desarrollndose desde antes como elemento central del desarrollo e intervencin sociopoltica e identitaria demuestra la actual agencia intelectual negra. Esta agencia que funciona con los sentidos entretejidos de oposicin, participacin y creacin como tambin en relacin a y a partir de las polticas del lugar (las de comunidades de Esmeraldas, del Valle Chota-Mira y de Quito, por ejemplo), demuestra una nueva invencin y reconstitucin colectiva, pasos no slo hacia la construccin de un movimiento sino hacia la construccin de un plural pensar afroecuatoriano. No obstante, los espacios para promover el dilogo, debate y reflexin sobre estos procesos entre grupos negros y a nivel nacional han sido limitados y debilitados, en gran parte por divisiones y conflictos de carcter poltico y regional que inclusive han impactado la conformacin de la Confederacin Nacional Afroecuatoriano (CNA). Adems el hecho de que en la mira de los movimientos sociales, las instituciones acadmicas y la sociedad ecuatoriana, los pueblos negros continan virtualmente inexistentes, contribuya an ms a su invisibilizacin y exclusin en el escenario social-poltico y en los debates sobre la conformacin de un pas pluri e intercultural. En el ao 2000, el Proceso de Comunidades Negras y el Consejo Regional de Palenques conjuntamente con la Universidad Andina Simn Bolvar, Sede Ecuador empezaron una iniciativa dirigida al dilogo y debate sobre la realidad actual de los pueblos afroecuatorianos y sus nuevos procesos identitarios y organizativos. Inicialmente pensada como una serie de eventos del carcter acadmico y pblico y ligado a los estudios (inter)culturales, esta iniciativa se convirti en un espacio permanente el Taller Afro en el cual, a lo largo del ao, alrededor de 50 representantes de los pueblos negros de todo el pas discutan y debatan sobre cinco ejes centrales: identidad, ancestralidad, territorio, derechos colectivos y etnoeducacin. El hecho de ser un espacio neutral, es decir un espacio acadmico, pblico y no organizacional o gremial, ha permitido e impulsado una amplia participacin afroecuatoriana como tambin no afro as ayudando superar las diferencias organizativas, grupales y regionales que histricamente han caracterizado el movimiento y, a la vez, abriendo una conciencia no afro, como pasos hacia la interculturalidad y hacia la reconstruccin colectiva de lo afroecuatoriano. Este espacio y proceso refleja lo que esta en desarrollo a nivel local, pero tambin refleja el ambiente nacional que con la Reforma Constitucional de 1998, por primera vez reconoce los pueblos negros o afroecuatorianos y les otorga derechos colectivos. Como anot Jos Chal en uno de los talleres: 11
Los afrochoteos en particular y los afroecuatorianos en general en estos ltimos tiempos nos encontramos en un profundo proceso de fortalecimiento y construccin de nuestra identidad sobre la base del reconocimiento de que el Ecuador se encuentra configurado por una sociedad diversa que precisa revalorizar las culturas tnicas para encontrar puentes de unidad y dilogo, de esta manera podemos construir una sociedad ms justa y tolerante, sustentada en el reconocimiento y en el sustento del otro con sus propias diferencias.
Los procesos de fortalecimiento y construccin de la identidad negra en el Ecuador han venido desarrollndose a lo largo de la ltima dcada, impulsados en parte por la fuerte agencia social y poltica indgena, por alianzas y diferencias con ellos, y por la Asamblea Constituyente de 1998 que por primera vez y despus de ms de 170 aos de vida Republicana se reconoci en la Constitucin Poltica, los pueblos negros o afroecuatorianos, otorgndoles derechos colectivos. Pero a diferencia de lo ocurrido con los indgenas, quienes han encontrado el impulso identitario en la organizacin nacional, los procesos identitarios de los pueblos afroecuatorianos vienen principalmente del contexto regional y local, a travs de lderes con sus bases en las comunidades y provincias. El hecho que estos lderes estn incorporados a una red andina con grupos y organizaciones negras de Colombia, Venezuela y Per, muestra que los procesos identitarios tambin son transterritoriales, parte de una naciente identificacin y relacin afroandina12.
No obstante, las bases y los procesos establecidos local y regionalmente no han tenido cabida en el mbito nacional donde las diferencias regionales y entre grupos rurales y urbanos, intereses polticos y manipulaciones de partidos (particularmente la del PRE, partido del ex-presidente destituido Abdala Bucaram) han obstaculizado el dilogo y la organizacin. Esfuerzos iniciados en 1999 de formar la Confederacin Nacional de Afroecuatorianos no tuvieron mayor xito y la presentacin de un proyecto de ley afro por grupos de Esmeraldas en el 2000 tampoco tuvo mayor convocatoria entre las otras provincias.13Empero, estas tensiones entre lo local y lo nacional dentro del movimiento tambin tiene otro efecto; sin visibilidad social y poltica dentro de lo nacional y sin lderes e instituciones nacionalmente identificados, los actores afroecuatorianos permanecen invisibilizados dentro de la sociedad en general pero tambin dentro del mundo intelectual y acadmico. Dadas estas realidades y la necesidad expresada por grupos tanto rurales como urbanos de promover un dilogo y debate con miras hacia una agenda y pensar compartida, comenzamos con el espacio del taller y con los temas centrales de territorio, derechos colectivos y etnoeducacin que segn algunos lderes se hallan ntimamente imbricados con los procesos identitarios.
La relacin territorio-identidad
Para nosotros, identidad est en primer lugar muy ligada al territorio. Para nosotros el que la identidad como que vive, como se recrea, como que persiste, como que afianza en la medida en que vive en el territorio14.
La relacin territorio-identidad ha sido central en el rescate del ser negro en el Ecuador, una manera de destallar la experiencia de la esclavitud, del cimarronaje y la ancestralidad, de consolidarnos como pueblos afroecuatorianos culturalmente diferenciados, de confrontar la perdida acelerada de nuestros territorios ancestrales y promover el cuidado ambiental de ellos al frente de la actual explotacin y destruccin15. Eso ha sido de importancia particular para los pueblos del Pacfico, descendientes de africanos esclavizados y divididos por la raya, lo que los abuelos llamaban a la frontera colombianaecuatoriana. Por ms de 400 aos los miembros del pueblo negro hemos vivido en estas tierras alimentando nuestros cuerpos de sus recursos naturales y fortaleciendo nuestros espritus de sus fuerzas telricas. Generacin tras generacin los miembros del pueblo negro del Pacfico hemos obedecido los mandatos de los Dioses ancestrales de nuestros antepasados, los Cimarrones, de cuidar, defender y mantener estas tierras como el nico legado que nuestro pueblo tiene y puede heredar a sus futuras generaciones. Estos mandatos claros de conservar estas tierras como una heredad colectiva para nuestro pueblo han sido fielmente transmitidos de generacin en generacin por los guardianes de la tradicin y son hoy en da una doctrina para las actuales generaciones. Y son adems, una recomendacin eterna para mantener la unidad y la sobrevivencia de nuestro pueblo en una sociedad racista que pretende negar nuestros logros culturales. El establecimiento de una comarca pro-pacfica que debe entenderse, ante todo, como un espacio fsico para vivir de acuerdo a nuestras tradiciones y costumbres que nos permita adems garantizar el futuro de nuestro pueblo que sea un espacio espiritual para ejercer nuestra identidad cultural porque la cultura necesita un espacio para su re-creacin. Que sobre todo, sea un espacio para ser diferente porque ser diferente es una voluntad de este pueblo reflejado en el planteamiento al Estado ecuatoriano y a la sociedad civil, no como razn para dividir ms este pas las divisiones entre rico y pobres, entre blancos y negros ya estn establecidas sino a ser un espacio territorial para mantenernos en el tiempo como pueblo, para protegernos de la voracidad de esta sociedad mayor donde ya queda solo un 42% de las tierras ancestrales de los negros. Qu es la Gran Comarca? Es un modelo de organizacin territorial, poltica, tnica-comunitaria, formado por los palenque locales y otras organizaciones del Pueblo Afroecuatoriano, para lograr el desarrollo humano al que tenemos derecho, teniendo como base la tenencia de la tierra, la organizacin administrativa, el manejo ancestral de nuestros territorios y el uso sostenible de los recursos naturales que hay en ellos.
Cuando alguna vez discutimos eso de la comarca, un hermano me pregunt hasta dnde llega el territorio de la comarca y un anciano que estaba por ah dijo hasta donde halla sangre negra, sangre africana regada. Quizs tendra que ser donde ha habido asentamientos de negros esclavizados, donde ha habido asentamientos ancestrales, esas tierras que puedan ser declaradas ancestrales. Y qu significa la ancestralidad? Tiene que ver con leyes, con prcticas como tambin con formas de manejar los recursos. La posesin ancestral decimos que es un derecho adquirido por medio de un conjunto de mandatos ancestrales y prcticas culturales que el pueblo negro ha heredado de sus mayores para hacer propias sus tierras en beneficio de uno o ms troncos familiares, sea de la colectividad. Esa posesin ancestral s est definida en Esmeraldas. Uno de los artculos [de la Constitucin] que nos pareca como el generador, era el artculo 224 donde dice que el territorio del Ecuador es indivisible, pero para la administracin del Estado y la representacin poltica existirn provincias, cantones, parroquias, y habr circunscripciones territoriales, indgenas y afroecuatorianos Los conceptos territoriales e identitarios de comarca y palenques y las prcticas actualmente en proceso hacia su conformacin forman parte central de la re-creacin y el fortalecimiento de un movimiento negro en el norte de Esmeraldas (regin numricamente ms grande en poblacin negra), como tambin una manera propia de responder y poner en aplicacin a las circunscripciones territoriales. Sin embargo, no necesariamente tienen la misma importancia o cabida en otras regiones y espacios del pas donde tambin viven comunidades negras, especialmente en centros urbanos. El hecho de que la propuesta de la comarca ha sido conceptualizada en el contexto de Esmeraldas sin necesariamente considerar las particularidades de estas otras regiones ha contribuido a la tensin entre localidades, entre lo local y lo nacional afroecuatoriano; es decir, las polticas del lugar y las instancias de poder ejercidas dentro de ellas. Al discutir la propuesta dentro del espacio del Taller y pedir que intelectuales urbanos y del Valle de Chota-Mira hablaron de su manera de entender la relacin territorio-identidad, resultaba evidente la pluralidad de pensar como tambin la necesidad de debatir y articular en el mbito nacional, las propuestas y polticas localizadas. Por ejemplo, aunque los pueblos del Valle Chota-Mira todava no tienen una propuesta concreta de la formacin de una comarca, ellos s estn conceptualizndola desde las particularidades de la ancestralidad regional como tambin desde el derecho colectivo de circunscripciones territoriales.
Como afroecuatorianos y afrochoteos estamos conscientes que el fortalecimiento de nuestra cultura e identidad y el reconocimiento de nuestros territorios ancestrales nos permitir la permanencia como individuos y como pueblo. En este contexto reclamamos nuestros territorios ancestrales que aparecen con el nombre de circunscripciones territoriales en la Constitucin Poltica, la totalidad del hbitat natural que ocupan y poseen ancestralmente una o varias comunidades, donde desarrollan sus propias formas de vida, sus manifiestas acciones culturales y de cosmovisin[] autoridad, identidad, territorio delimitado. Nosotros estamos conceptualizndola como comarca y palenques16.
No obstante, para los pueblos negros que viven dentro de las urbes, la conceptualizacin es necesariamente distinta.
Desde la propuesta de la gran comarca territorial se descubre ya un proyecto poltico y filosfico que tiene como sustento lo ancestral y sobretodo el territorio, experiencia ancestral que se proyecta en el presente y en el futuro, que nos permite perpetuarnos en el tiempo y en el espacio como pueblo. La dificultad planteada entonces es dnde nos ubicamos las negras y negros que estamos desarrollndonos en las ciudades? Sin desconocer que para nosotros las comunidades negras tambin son nuestros referentes, en las grandes ciudades nos enfrentamos a un problema distinto. No podemos hablar de un territorio geogrficamente localizado[], un territorio al que podamos definir como nuestro. Pero si partimos del concepto bsico de territorio como espacio en el cual hombres y mujeres pueden desarrollarse, entonces s tenemos territorios que son nuestros en los que
vamos recreando ser negros y negrasNuestra alternativa para contrarrestar esta lucha por el espacio urbano radica en la organizacin, que es en definitiva, una apropiacin de espacios de la ciudad, donde podamos recrear nuestra cultura y vivir con dignidad, mantener nuestras tradiciones probadas en mltiples circunstancias. Representa la fidelidad de una cultura que ha mostrado en el tiempo su sabidura17.
El dilogo y debate alrededor de la relacin territorio-identidad sirvi para promover una consideracin ms amplia de los derechos colectivos presentados en la Constitucin, particularmente los de las circunscripciones territoriales. Una propuesta de ley sobre circunscripciones territoriales desarrollada por las organizaciones de Esmeraldas tambin fue tema de discusin, luego extendido a una discusin ms amplia entre representantes de todas las organizaciones negras del pas y miembros del Congreso Nacional. Esta ltima reunin logr establecer el consenso sobre la necesidad de pensar dos proyectos de ley, uno enfocado en las circunscripciones territoriales o comarcas desde los contextos rurales y el otro sobre el desarrollo y la aplicacin de los derechos colectivos, incluyendo los mandatos de la ancestralidad, dentro de la pluralidad de contextos tanto rurales como urbanos en que actualmente se encuentran los pueblos afroecuatorianos. Pasos importantes s, pero preguntamos: Cmo asegurar que se llevar a cabo, especialmente cuando no existe instancia dentro del movimiento que lo ha asumido como tarea? Al estimular el proceso ha sido nuestro propsito en organizar el Taller. Pero, Cmo evitar las dependencias creadas por los ONGs y otros organismos nacionales e internacionales que limitan la accin como tambin la responsabilidad? No es todo eso un reflejo de otras problemticas ntimamente imbricadas con asuntos de cultura y poder? Por ejemplo, de trabajar con pero a la vez sobre y por los pueblos afroecuatorianos; de idealizar desde la izquierda (tanto de los movimientos como de los intelectuales, sean orgnicos, activistas, acadmicos) sus luchas, procesos y prcticas, incluyendo prcticas intelectuales, como instancias de resistencia, subalternidad y real oposicin sin considerar sus debilidades, contradicciones, heterogeneidades o desafos. Y, qu sobre los elementos epistemolgicos, pedaggicos, ticos y polticos de este proceso que hemos iniciado? Dnde y cmo proceder? Y, para qu, es decir, con qu fines?
Etnoeducar
Mucho antes de que el Ecuador exista como Estado, los negros ya estuvimos aqu. Eso no ensean a nuestros hijos, eso no ensean a nuestros jvenes, entonces eso es todo un proceso de colonializacin al interior[]. Desde el pueblo afroecuatoriano comencemos a plantear nuestras propias alternativas, con nuestra propia misin y nuestra propia visin histrica[]. Cuando el aprendizaje se vuelve significativo, los pueblos se liberan, se desarrolla y se auto perpetan[].18
En el Ecuador, todos sabemos que la educacin que nos impone en nuestras comunidades negras responde a la intencin de consolidar un proyecto de nacin que no reconoce particularidades culturales y que por el contrario promueve la idea de un pas donde todos somos iguales. Los negros ms que nadie sabemos que esto no es verdad. Un hombre me deca, cuando nosotros pequeos hombres nios negros hijos de la dispora Africana en Amrica aprendimos la historia de la Patria en la que nos toc nacer, siempre era la historia de los guerreros blancos dominando a los otros pueblos entre los que generalmente casi siempre estbamos nosotros los pueblos negros. Esta afirmacin todava tiene mucho que ver. Las escuelas ensean a nuestros hijos una historia donde no estn reflejados, donde nuestras contribuciones a que esta Patria, esta nacin sea como es ahora quedan ausentes. Un documento del Centro Cultural Afroecuatoriano (2001) aclara los objetivos de estos procesos educativos: de promover la organizacin y asimilacin del hombre/mujer negros al mbito de la productividad; lo cual resulta rentable para el sector dominante, negando de paso una historia y una cultura, por la va del desconocimiento de la alteridad, de los valores y de la dinmica propia de los sujetos afroamericanos.
Trabajar entonces para lograr un cambio en la intencin del modelo educativo equivale a transformar los poderes de la escuela en trminos de construir nios y nias con un profundo sentido de pertenencia a su pueblo. Etnoeducacin significa entonces imponer y despertar ese sentido de pertenencia al ser negro[] de construir un modelo educativo que permite en primer lugar un reencuentro con nosotros mismos, con lo que somos, y sobre todo con lo mucho que hemos dado y aportado a la construccin de cada una de las naciones en donde nos toc vivir. Para los pueblos afro tanto de las comunidades rurales de la costa y la sierra como de las urbanas, la etnoducacin significa la adquisicin y el desarrollo de conocimientos, valores y aptitudes para el ejercicio de un pensamiento afro y la capacidad social de decisin. Poner nfasis en la importancia de resignificar lo ancestral como estrategia de enseaza y organizacin, contesta el discurso oficial 19. Por eso, la etnoeducacin es un proceso social conforme a las necesidades y expectativas de las comunidades pero siempre en forma reflexiva de entender los elementos tanto propios como ajenos; todo para promover nuevas formas de interaccin social y cultural y nuevas imgenes de ser negro 20. A diferencia de las propuestas territoriales, la etnoeducacin representa una visin, una prctica y una meta compartida entre los varios pueblos afroecuatorianos; una propuesta que no slo supera las diferencias geoculturales sino que construye unidad alrededor de un proyecto nacional y transterritorial (entre los territorios afro del Ecuador pero tambin incorporando los de los otros pases andinos) dirigida a responder a la violencia epistmica y colonial. Las experiencias iniciales en el desarrollo de materiales y en la implementacin pedaggica discutidas dentro del Taller tanto de grupos rurales como urbanos, mostraron que s existen semillas de compromiso y accin. El debate entonces fue en torno a cmo oficializar (y financiar) estos procesos, es decir, cmo impulsar polticas educativas. Con este propsito en mente, organizamos un foro pblico entre representantes de los pueblos afroecuatorianos de las varias regiones y funcionarios del Ministerio de Educacin, incluyendo las directoras provinciales de Esmeraldas y de Imbabura (que cubre el Valle de Chota) y el Ministro encargado de Educacin y Cultura. Al proponer la etnoeducacin como poltica regional y nacional, el foro plante una serie de retos a la educacin actual, la reforma educativa e inclusive a la Constitucin Poltica del pas que ponen la interculturalidad como eje transversal, responsabilizan al Estado a su implementacin y otorgan derechos colectivos, incluyendo: Mantener, desarrollar y fortalecer su identidad y tradiciones en lo espiritual, cultural, lingstico, social, poltico y econmico; La propiedad intelectual colectiva de sus conocimientos ancestrales; a su valoracin, uso y desarrollo; Acceso a una educacin de calidad y a un sistema de educacin intercultural bilinge.
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Mientras que las directoras provinciales hablaron de experiencias que apoyan esfuerzos locales de la etnoeducacin, la preocupacin ministerial fue de no repetir la experiencia de la educacin intercultural bilinge (indgena), no fomentar la separacin de sistemas. Empero, a reconocer lo que l llam el derecho a la diversidad, los procesos de descentralizacin y al mismo tiempo las problemticas de formacin docente y desarrollo curricular, el Ministro no cerr la puerta sino que propuso tareas concretas. Estas tareas incluyeron la formacin de recomendaciones claras sobre todo en el desarrollo de la nueva ley de educacin. Tambin expres su apertura e inters a trabajar conjuntamente con representantes de los proyectos de etnoeducacin como tarea compartida. Casi un ao ms tarde, estas tareas continan por hacer. El espacio del Taller permiti una mayor discusin y anlisis sobre iniciativas, propuestas y experiencias iniciales de la etnoeducacin como tambin sobre la posicin central de ella dentro del actual pensar afroecuatoriano. Este hecho, en si importante, sugiere una consolidacin de intereses, esfuerzos y conocimientos ancestrales y locales en el mbito nacional como tambin a nivel del movimiento; posibles bases de la construccin de una poltica epistmica afroecuatoriana. No obstante, la prctica de intervencin parece permanecer dentro de la localidad; los espacios pequeos donde los individuos sienten que pueden tener impacto y efecto sobre lo cotidiano. Sin minimizar estos espacios de accionar o sus posibilidades de multiplicarse, preguntamos de qu manera debera incidir en las polticas
nacionales. Es decir, al frente del tren de cambios propulsados por el proyecto neoliberal, Deberan los pueblos afroecuatorianos interesarse en hacer pblicas y oficiales sus propuestas de etnoeducacin o ms bien, deberan seguir a su ritmo las prcticas intelectuales y el fortalecimiento de experiencias y propuestas? Y cul debera ser el rol presente y futuro del Taller al respeto? Un artculo reciente escrito por un intelectual afroecuatoriano involucrado en los procesos organizativos (Montao,2001) mantiene que existe un problema de liderazgo al interior del movimiento que ha dificultado y limitado los triunfos, el crecimiento de las organizaciones y las posibilidades de formar una sola y poderosa agrupacin. Como argumenta Montao:
[] hay triunfos en la actividad de las organizaciones de negritud y tambin conquistas de espacios polticos y sociales que antes parecan distantes; pero todos entendemos que lo andado es insuficiente y el ritmo es lento. Demasiado lento para las ansias legtimas del corazn (2001:5).
Reflexiones (no)finales
Tanto los debates dentro del Taller como lo discutido aqu hace evidente, como propone Alexandra Ocles22:
La importancia de resignificar lo ancestral como estrategia de organizacin. Eso va ms all de una mera utilizacin de lo tnico como enganche para la organizacin sino que intenta ver una nueva posicin poltica del proceso de comunidades negras y hacia a donde se orienta ese pensar el espacio pblico. Da elementos para poder repensar en trminos de cultura poltica, cmo se construyen esos repertorios no slo influyen en un tipo de organizacin sino tambin en la poblacin en general, en la construccin de una nueva imagen de ser negro.
Para nosotros como organizadores del Taller, una leccin clave tiene que ver con lo que Mato llama la necesidad de pensar con vocacin de intervencin acerca de transformaciones sociales (Mato,2001). Frente de condiciones econmicas, sociales, culturales y polticas nacionales abrumadoras y de una colonialidad del poder que, especialmente despus de los acontecimientos del 11 de septiembre del 2001, ya est globalizada, la brecha entre el discurso de los derechos colectivos constitucionales y las prcticas polticas neoliberales (trans)nacionales se ensancha. El gobierno actuando dentro del nuevo orden multicultural reconoce las diferencias tnicas e identitarias incluyendo su carcter ancestral y territorial pero, a la vez y a las espaldas de ellas, otorga concesiones para la explotacin de los recursos naturales y cognitivos sin consultar con los pueblos. Aumenta la militarizacin de comunidades fronterizas con Colombia y se mantiene ciego a las alteraciones, la violencia, la destruccin y la pobreza creciente que estas acciones y polticas producen23. Y mientras que el emergente movimiento se centra en los procesos de fortalecimiento identitario y del reconocimiento poltico y jurdico, el capitalismo y lo que Fernando Coronil (2000:100) llama la nueva tendencia de conceptualizar el conocimiento tradicional, la naturaleza y la gente como capital y elementos constitutivos de la riqueza, siguen su marcha sin oposicin mayor. Ms que impulsar la accin a escala nacional y de hacer resaltar una iniciativa de intervencin como han hecho los levantamientos indgenas, los pasos afro sugieren otros procesos ligados a lo local, reflejos de la heterogeneidad poltica y geocultural y la dificultad de construir puentes entre ellas, incluyendo las razones para hacerlo. Sin enfocar en las problemticas de la unidad y organizacin, el espacio del trabajo del Taller pareca ofrecer la oportunidad de resaltar las experiencias y los conocimientos desarrollados en el mbito local con el reto y el afn de construir articulaciones nacional y globalmente. Es decir, de permitir, provocar y promover una pluralidad de pensar guiada por ejes compartidos. Cmo avanzar este proceso de pensar con vocacin de intervencin? Es una interrogacin y un reto para todos los que hemos estado involucrados. Pero tambin hay otros retos, inclusive algunos que tienen que ver con el quehacer intelectual e investigativo tanto de los movimientos como de las universidades, las posibles relaciones entre ambas y las funciones y responsabilidades a partir y dentro
de ellas, en torno a transformaciones sociales, polticas y culturales y maneras de teorizar y actuar sobre ellas con una pedagoga y metodologa de colaboracin verdadera. Las reflexiones recientes del palestino Edward Said sobre el rol del intelectual parecen relevantes tanto para el Taller como espacio de trabajo como para todos involucrados en lo que este libro denomina prcticas intelectuales en cultura y poder.
El rol del intelectual generalmente es dejar al descubierto y aclarar la disputa, desafiar y derrotar tanto el acallado impuesto como el silencio normalizado del poder inadvertido, donde y cuando quiera que sea posible [...]. No solamente definir la situacin sino tambin percibir las posibilidades de invencin activa, si realizamos sta nosotros mismos o las reconocemos en otros quienes han venido antes o que ya estn en la obra. El intelectual como centinela. (Said, 2001:31) (Traduccin ma, C.W.)
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Notas
* Catherine Walsh, Universidad Andina Simn Bolvar, Sede Ecuador. Correo electrnico: [email protected] Juan Garca, Proceso de Comunidades Negras del Ecuador. Walsh, Catherine y Juan Garca (2002) El pensar del emergente movimiento afroecuatoriano. Reflexiones (des)de un proceso. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela. Agradecemos los comentarios de Alexandra Ocles, Daniel Mato y los participantes de la III Reunin del GT Cultura y Poder del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
2
La dcima es una de las primeras y ms fuertes manifestaciones de la literatura de la negritud en la regin afropacfico. Como excepciones a eso, vase el trabajo de Grueso, Rosero y Escobar (2001) sobre los procesos del movimiento negro del Pacifico Sur
colombiano, Jess Chucho Garca (2001a, 2001b y en este texto) e Illia Garca (este texto) sobre la lucha de los afrodesciendentes en Venezuela y Afroamrica, Sanjins (2001) y Schiwy (2002) sobre la produccin intelectual del movimiento indgena en Bolivia, y Garca (1982), Davlos (este texto) Ramrez (2001) y Walsh (2001 y 2002a) en relacin a la de indgenas y afroecuatorianos.
4
Esta heterogeneidad es histrica, geogrfica y cultural. La regin del afropacfico que se extiende desde la Provincia del Esmeraldas en el norte
del Ecuador hasta la frontera entre Colombia y Panam se caracteriza por relaciones de parentesco y similitudes culturales, especialmente entre el Sur Pacfico colombiano y el Ecuador. Existen importantes diferencias histricas entre estos asentamientos negros y otros como del Valle de Chota-Mira en la sierra central ecuatoriana, diferencias marcadas por la presencia temprana en Esmeraldas de elementos cimarrones y de un proyecto social autnomo (ver Rueda 2001). Aunque hoy en da las diferencias geoculturales entre estas regiones se mantienen, la poblacin negra actualmente tiene presencia en todas las provincias y centros urbanos.
5
Aunque entiendo las preocupaciones de Mato en relacin a cmo nombrar este campo (ver Introduccin), pienso que los estudios culturales
estn en pleno proceso de reinvencin en Amrica Latina, tomando eje no en los textos (de los Estados Unidos o otras partes) sino en los actores y prcticas sociales y culturales (ver Walsh 2002c). Usar la denominacin estudios culturales es de reconocer la existencia de un campo (global y local) con que podemos entrar en dilogo desde la especificidad latinoamericana.
6
Mientras que desarrollbamos este artculo, Juan se dedicaba a la lucha en contra de las acciones de palmicultores y la compaa minera
transnacional STIC, S.A. en las comunidades negras y chachis del Ro Cayapas al norte de la Provincia de Esmeraldas, acciones, apoyadas por el gobierno ecuatoriano, que seriamente amenazan el medio ambiente y el sustento de estas comunidades, entre las ms pobres del Ecuador. Debido a la aceleracin inesperada de estas acciones y los subsiguientes conflictos, tuvimos que reajustar el plan de escribir conjuntamente, responsabilizndome con sta redaccin.
7
El activismo intelectual siempre ha tenido una presencia en Amrica Latina tanto en la universidades como fuera de ellas, incluyendo en la
investigacin-accin de Fals Borda y la pedagoga crtica de Paulo Freire (Mato 2001). Sin embargo, todava no es usual que los intelectuales demuestran en sus publicaciones una reflexividad sobre sus propias posicionalidades. Esta reflexividad ha sido central tanto en el espacio de trabajo del Taller como en la presente tarea de escritura. Por ejemplo, como mujer blanca estadounidense radicada en El Ecuador, Catherine entendi su responsabilidad y rol dentro del Taller como facilitadora, a hacer posible el espacio del dilogo, documentar e impulsar la reflexin y accin-intervencin con preguntas e ideas generativas. Ayud construir puentes pero no al asumir una voz de conocimiento o autoridad; un rol que se extiende a la presente escritura- de facilitar el dilogo y hacer ver las conexiones y articulaciones tanto entre los lderes como entre ellos y otras posicionalidades intelectuales. Juan, en cambio, era el obrero del proceso, compartiendo luchas, experiencias y perspectivas y prcticas locales, guiando, orientando, proponiendo polticas y ayudando en la creacin de propuestas.
8
Para el propsito de este dilogo y para hacer resaltar las diferentes voces involucradas, utilizamos una letra y estilo variado. El texto en itlicas
sin sangra representa los relatos y comentarios de Juan Garca, el texto en itlicas y con sangra de los otros intelectuales negros del proceso, y el texto estandar las reflexiones de Catherine Walsh sola o conjuntamente con Juan Garca.
9
Jos Chal, Presidente de la Confederacin Nacional de Afroecuatorianos (CNA). Comentarios presentados en el Taller Afro sobre
A pesar de las alianzas polticas establecidas a mediados de los 90 entre indgenas y negros incluyendo en la formacin de Prodepine (Proyecto
de desarrollo de los pueblos indgenas y negros del Ecuador) financiado por el Banco Mundial y FIDA, prcticamente ya no existe una relacin a nivel nacional. Esta deterioracin tiene que ver, en gran parte, por la emergencia de tendencias indianistas (ver Walsh 2002a).
11
Comentarios presentados en el Foro sobre Identidad y territorialidad de los pueblos afroecuatorianos, Universidad Andina Simn Bolvar, 9 de
Es importante recalcar la contribucin del Comit Andino de Servicios en apoyar el desarrollo de esta red andina. Ver, por ejemplo, La
Declaracin Conjunta de las Organizaciones de la Comunidad Negra de la Regin Andina, reimpresa en Comentario Internacional, nmero 2, II semestre, 2001.
13
La CNA ahora se encuentra en proceso de reorganizacin y refortalecimiento bajo un liderazgo ms consensuado y como reflejo de eso, existe
un renovado inters en el proyecto de ley actualmente en discusin dentro del Congreso Nacional.
14
Nell Pimentel, comentarios presentados en el Foro sobre Identidad y territorialidad de los pueblos afroecuatorianos, Universidad Andina Simn
Esta reinvencin, resignificacin y uso poltico-cultural de la territorialidad contrasta con las discusiones acadmicas sobre la
desterritorializacin en tiempos posmodernos. Hace ver que desde las prcticas intelectuales negras, la territorialidad construye lazos entre identidad, ancestralidad, saberes, organizacin poltica y naturaleza que desafan las propuestas acadmicas, el derecho individual-liberal como tambin los actuales proyectos y polticas neoliberales.
16
Jos Chal, Comentarios presentados en el Foro sobre Identidad y territorialidad de los pueblos afroecuatorianos, Universidad Andina Simn
Alexandra Ocles, Presidenta del Movimiento de Mujeres Negras de Pichincha. Comentarios presentados en el Taller sobre la Ley Afro,
noviembre del 2001 y en el Foro sobre Identidad y territorialidad de los pueblos afroecuatorianos, Universidad Andina Simn Bolvar, 9 de febrero del 2000.
18
Jos Chal, Comentarios presentados en el Taller sobre Etnoeducacin: Construyendo polticas regionales y nacionales, Universidad Andina
Agradezco a Alexandra Ocles por esta clarificacin. Comentarios de Alexandra Ocles, Taller sobre Etnoeducacin: Construyendo polticas regionales y nacionales, Universidad Andina Simn
20
Constitucin Poltica de la Repblica del Ecuador, Artculo 84. La referencia al sistema de la educacin intercultural bilinge obviamente
dirigido a los pueblos indgenas, abre la posibilidad del derecho a otro sistema para los pueblos afros.
22
Comentarios despus de leer el borrador de este artculo. Adems de los ejemplos de la minera del Ro Santiago y los palmicultores antes mencionados, podemos mencionar otros como la permanente
23
destruccin por parte de compaas madereras a pesar de leyes al respecto, la construccin del nuevo oleoducto (un contrato entre el gobierno, Petroecuador y una compaa transnacional) que pasa por bosques primarios y comunidades afro e indgenas, la extraccin y uso de recursos naturales, genticos y conocimientos tradicionales por parte de empresas y organismos transnacionales, etc.
consecuencia de la dictadura militar (1976-1983), durante el cual las voces de la cultura y de la esfera intelectual fueron silenciadas material y simblicamente, sino tambin de los momentos de mayor efervecescencia poltica, los aos setenta. En los aos ochenta, y con la transicin, los espacios culturales constituyeron uno de los principales escenarios de reflexin y elaboracin del nuevo momento poltico. Desde la crtica cultural y un posicionamiento fuerte como intelectual de izquierda Sarlo problematiza la relacin cultura y poltica, desde el momento que sostuvo un proyecto cultural 6 en un contexto dictatorial desde las llamadas revistas culturales. Es necesario recordar aqu que, en la historia cultural argentina, las revistas culturales tuvieron un papel destacado en generar espacios de debate, confrontacin y crtica poco institucionalizados7. As describe Sarlo (1984:79) el lugar de los intelectuales hasta mediados de los aos setenta, momento que comienza la persecucin poltica e ideolgica de los representantes de la cultura y la poltica.
Argentina se haba caracterizado, hasta mediados de la dcada del setenta, por una trama densa de las relaciones entre los intelectuales de izquierda y sectores del peronismo[...]. Las instituciones formales e informales del campo intelectual eran expresin pblica de esta vida cultural rica y articulada. Adems, tanto la izquierda como las tendencias radicalizadas del peronismo, mantenan un sistema de lazos lbiles pero relativamente estables con sectores populares: corran los aos en que los grupos teatrales independientes se proponan su camino hacia el pueblo con representaciones en las villas miseria, en que los artistas plsticos organizaban acontecimientos en sindicatos o sedes partidarias [...] en que grupos como Cine Liberacin pusieron las cmaras al servicio de diferentes variantes del nacionalismo revolucionario o que cineastas formados en las vanguardias del sesenta8 argumentaban que haba que utilizar la cmara como un fusil [...] fueron las utopas culturales de los aos sesenta, utopas fuertemente marcadas por el mayo francs, la revolucin cultural china, la idea difundida de que, por fin, en Cuba se haban unido esos polos. Se haba impuesto el ideal de un intelectual vinculado estrechamente con los sectores populares. Esta trama compleja y tambin conflictiva, fue destruida por la dictadura militar en 1976.
En los anlisis sobre el lugar de la cultura en el comienzo de la transicin, Sarlo, es quien ms insiste en reflexionar sobre este vnculo, ya que lo que est implcito en esta mirada es el reconocimiento del lugar del intelectual, lugar cuestionado, o mejor dicho impugnado en la historia cultural argentina, desde cierta historiografa nacionalista, aunque tambin desde la lnea ms dura del Partido Comunista Argentino. Derrotado el umbral de la accin poltica revolucionaria, por el exilio, la muerte, la crcel, se propone recuperar a la cultura, esto es la produccin intelectual, en su especificidad. Es de destacar que tanto en el caso de Landi, como el de Sarlo 9, sus discursos se generan en un contexto de creciente institucionalizacin de las ciencias sociales y humanidades. Las universidades argentinas comienzan a expulsar al plantel docente impuesto por la dictadura y a renovar todos sus claustros. Esto se realiz con mayor rapidez en el campo de las ciencias sociales y humanidades donde se insertaron ambos intelectuales, en particular en la Universidad de Buenos Aires. En esta bsqueda de un espacio autnomo bsqueda en las que se puede detectar las lecturas sobre Bourdieu los autores propuestos reconocen sus limitaciones en el contexto de la historia del campo en la Argentina. Por otra parte, tanto Sarlo como Landi no pudieron soslayar sus identificaciones ideolgicas previas a la dictadura militar en los debates sobre la relacin cultura y poltica10. Los argumentos que utilizan uno y otra para mostrar las dificultades de constitucin de un campo cultural e intelectual en la transicin a la democracia son distintos. Sarlo remite insistentemente al pasado ideolgico previo a la dictadura militar, a diferencia de Landi, quien analiza el problema del campo intelectual y del espacio cultural en relacin a la operatoria cultural de la ltima dictadura militar. En efecto, desde un imaginario sostenido por ideas de corte socialista, al estilo del pensamiento de Richard Hoggart11 y Raymond Williams, con quienes se identifica, Sarlo, analiza la relacin cultura y poltica partiendo de la trama densa de asociaciones culturales existentes en la sociedad que
histricamente le han dado un singular dinamismo 12. De esta manera para Sarlo formular polticas culturales13 supone referirse a lo poltico cultural, ya que aparece claramente en su pensamiento el papel fuerte que ejercen sobre la cultura los estilos de hacer poltica en Argentina. Hacer una fuerte alusin por parte de los ahora llamados explcitamente intelectuales, per se, a la necesidad de formular polticas culturales, supone reconocer la ruptura de un entramado intrnseco a la sociedad argentina. Histricamente se atribuy a esta sociedad una relacin casi natural con la cultura, como algo intrnseco a su identidad, entendida como una sociedad que tuvo una gran capacidad de generar proyectos culturales, sobre la base de conformacin de un pblico con las destrezas necesarias para consumirlos 14 (lo cual no supone desconocer la desigualdad de competencias para disfrutarlos). En estos aos se vislumbra como insoslayable la intervencin del Estado en la cultura, no slo en la educacin, como haba sido hasta antes de 1976. La apelacin al Estado es nueva en los intelectuales y en los artistas en la Argentina. Por el contrario, siempre se haba desconfiado del Estado y de sus estructuras, ya que histricamente la intervencin estatal se caracteriz por la censura en la esfera cultural. Era impensable el Estado como un actor de poltica cultural15. Landi, si bien reconoce un escenario cultural desvastado, no alude al pasado cultural, previo a la dictadura, se detiene en el anlisis de la operatoria cultural de la dictadura, ya que su objetivo es pensar la gobernabilidad democrtica de la transicin. Su lgica expositiva se funda en la matriz de la ciencia poltica dominante en esos aos, cuyo objetivo giraba en construir una nueva cultura poltica. En ese sentido, pensar sobre polticas culturales era contribuir a generar nuevos sentidos de lo social y de los lazos de la sociedad con el sistema poltico. Ahora bien esta nueva cultura poltica deba generar nuevos lenguajes, nuevos modos de decir y nombrar las cosas. Lo creativo de los trabajos de Landi de esos aos es la lectura que realiza de la poltica, a partir de sus lecturas del psicoanlisis y las teoras del lenguaje. Con esta matriz de pensamiento Landi contribuy a comprender cmo ciertos sectores de la sociedad argentina resistieron con ciertas prcticas en el orden de lo cotidiano a la ferocidad de la dictadura militar. El uso de videos, casettes, cartas, la capacidad de leer lo no escrito, han constituido estrategias de la sociedad para resistir la opresin y construir algn sentido subjetivo. (Landi,1984)16. En esta misma lnea Landi(1984, 1988) sostiene que fue el peso persecutorio de los militares sobre la cultura, lo que le otorg a las pocas actividades culturales pblicas, como recitales de rock, el carcter de verdaderas estrategias de sobrevivencia del sentido 17. El caso del rock nacional como escenario de resistencia cultural fue paradigmtico en esa direccin, ya que a pesar de las persecuciones y prohibiciones, la produccin local de rock se constituy en un espacio de reconocimiento de jvenes que resista a la vigilancia estatal. Por eso su preocupacin en esos aos gir en torno a la necesidad de generar un Estado democrtico, esto es transformar un Estado que estuvo atravesado por la lgica militar. Landi comparta la idea de generar un campo intelectual con Sarlo, pero reivindicando la tradicin de cierto pensamiento poltico de corte nacional-popular, que tena como horizonte a los sectores populares (Landi,1984). Esta vinculacin entre intelectuales y los sectores subalternos permitira a aquellos tener una visin de la produccin de bienes culturales ms amplia que la que se supone tributaria de los intelectuales como la denominada cultura culta. Si el horizonte son los sectores populares, las polticas culturales deberan decir algo sobre los productos culturales que consumen las masas, esto es la televisin y los productos de la industria cultural, universo que Sarlo rechaza desde ciertas reminiscencias frankfurtianas, y su identificacin del arte con la cultura, identificacin a mi juicio necesaria, dada lo confuso del uso del trmino. En sus reflexiones sobre el tema, compartira con Bourdieu, que es a travs del gusto artstico donde se percibe con mayor fuerza la desigualdad social y es en ese plano donde deberan actuar las polticas culturales, incidiendo tambin en los contenidos (Sarlo,1988) y no slo en las formas como sugiere Landi. Desde la perspectiva de Landi, si bien es compartida la necesidad de establecer principios y referentes de un campo intelectual, constituye una meta difcil dada la estrecha relacin entre cultura y poder en nuestros pases, donde se percibe como determinante resolver problemas de orden poltico. 2.2. El debilitamiento del discurso cultural La cultura fue objeto de diversas revisiones en los aos de la transicin. La pregunta que atravesaba todas las producciones intelectuales era, qu tipo de accin poltico cultural legitim una dictadura tan sangrienta como la que existi en la Argentina, as como tambin Qu teman los
militares argentinos y los sectores de la reaccin de la cultura argentina, a la cual identificaban como atea y producida por la izquierda.? Qu haba en la sociedad argentina para que se instalara una dictadura tan sangrienta y represiva? Fue slo a travs del terror? O el aparato de dominacin militar se ancl en zonas autoritarias de la sociedad argentina? Esta vasta problemtica se tematiz a travs de libros de periodistas18 como as tambin a travs de la realizacin de seminarios y jornadas promovidas por una dependencia del Estado creada en esos aos, dependiente en forma directa del Poder Ejecutivo, como el Programa por la democratizacin de la cultura , donde se tomaba a la cultura en su acepcin micro social, la que produce la vida cotidiana. 19 Otra herramienta que se promovi para conformar una nueva cultura poltica fue el cine. En efecto, el cine fue el escenario ms relevante de presentacin de los homenajes y en la construccin de una memoria, de hecho en el plano de la poltica cultural, el gobierno de la transicin, fue quien ms hincapi hizo en esta cuestin. Landi seala en una revista de la poca 20 cmo las polticas culturales que se formularon en esos aos estaban desvinculadas de los contenidos programticos del partido en el gobierno, as como tampoco se relacion la formulacin de gran cantidad de loables objetivos con una necesaria reforma del Estado. La desvinculacin de la poltica cultural de las acciones de la sociedad civil incidi desde la perspectiva de Landi en la crisis de convocatoria, legitimidad y continuidad, las cuales terminaron siendo en muchos casos prcticas de propaganda poltico-partidaria. Sarlo (1988) critica fuertemente la mirada sostenida por el discurso de la teora poltica democrtico liberal que enuncia Landi y en sus anlisis sobre los mass media aparece su concepcin sobre la necesidad de intervenir en la programacin de la televisin masiva, avizorando en las concepciones centradas en el rating, la presin del sector financiero y del sistema de medios, el cual pocos aos despus se va a transformar en multimedios y que favorecen, en buena medida, la salida acelerada del gobierno de Alfonsn.
La funcin del Estado no puede limitarse a la regulacin de las ondas y a evitar, cuando pueda, los monopolios de produccin e informacin. Ello significara abandonar a las desigualdades del mercado una dinmica cultural, ideolgica y poltica que afecta, en primer lugar, a los sectores populares. Los barones del show business han demostrado suficientemente que la cuestin de los valores implicados en todo debate cultural les es indiferente [...]. Si la legislacin no es todo, por lo menos debera no proponer obstculos para que esa esfera pblica y tambin el Estado produzcan nuevas formas de comunicacin. Ms bien podra decirse que esas nuevas formas sern posibles si se crean las condiciones para que la voracidad del mercado no las digiera cada vez que comiencen a dibujarse.21
3. El fracaso del discurso cultural. El gran problema para los intelectuales. Desde dnde pensar en una sociedad pautada por el mercado?
La consolidacin del sistema democrtico observado en el plazo de una dcada no estuvo acompaada de la formacin de la deseada nueva cultura poltica de la transicin. Por el contrario, dicho proceso se realiz a travs de formas de liderazgo populista, marcados ms por el decisionismo y la real politik que por reglas de juego democrticas. Una fuerte inestabilidad poltica fue producida por el acrecentamiento del poder financiero, razn por la cual, el gobierno de la transicin tuvo que adelantar la entrega del poder. Ya las polticas culturales parecan importar poco. A partir de 1987, tambin se evidencia un cambio en el discurso televisivo el cual comienza a ser muy crtico de las iniciativas de la naciente democracia, lo cual fue generando el clima que benefici profundamente al gobierno entrante. Los noventa haban comenzado antes en la Argentina. Los ltimos aos del gobierno de Alfonsn estuvieron teidos por el descreimiento, el desencanto y la falta de presupuesto para las iniciativas culturales. Tambin su discurso comenz a ser otro. 22La creciente desilusin que atraviesa el conjunto de la sociedad con respecto a las posibilidades de resolucin de conflictos y postergadas demandas a travs del sistema democrtico, impacta a su vez en el campo intelectual. En ese sentido, si en los aos de la transicin se haba producido una revalorizacin del conocimiento de las ciencias sociales, a partir de la participacin de intelectuales provenientes de dichas disciplinas en la conformacin de un nuevo discurso poltico, ahora estas comenzaban a ser opacadas en el marco de la crisis de la educacin pblica en general y del predominio cultural de un discurso economicista.
Si bien el gobierno de Menem gana las elecciones apoyndose en una serie de consignas que nunca se cumplieron, luego del primer ao de gobierno signados por la continuidad de la hiperinflacin, los saqueos a supermercados, y fuertes presiones del sector financiero, ste comienza a desarrollar una poltica de aciertos en el plano econmico que permiten la construccin de una nueva hegemona cultural, fundada en la idea de la estabilidad. Menem no desarroll polticas culturales en sentido estricto, pero s fue exitoso en lo que denominramos, oportunamente, lo poltico cultural, en la generacin de nuevas representaciones sociales, nuevos imaginarios y nuevos valores.23Su eje fue la privatizacin de esferas paradigmticas del Estado Argentino. Se interpret la sensacin encarnada por el conjunto de la sociedad y en la forma ms radical implementada en Amrica Latina, que el Estado es ineficiente y que todos aquellos servicios que provienen del Estado deban ser privatizados.24En ese marco, los canales televisivos fueron privatizados y las nuevas reglas econmicas posibilitaron la formacin de conglomerados multimedias, en los cuales las empresas telefnicas privatizadas cumplieron un rol fundamental. Este proceso de desprendimiento del Estado de cada vez ms esferas de la vida social, fue generando una sociedad de individuos determinados por el sistema del mercado. As como hablamos de privatizacin de la esfera estatal, en un marco de creciente flexibilizacin laboral, tambin hablamos de privatizacin de la vida social. Los primeros aos del menemismo son los aos de disminucin fuerte de los consumos culturales y de la vida pblica en el marco de una profunda despolitizacin.. La privatizacin del tiempo libre y de cierto disfrute del espacio ntimo, que de algn modo continu en otro contexto poltico, la transformacin del cotidiano que comenz a gestarse en los aos de la ltima dictadura.militar fueron generando un nuevo clima de poca. La ocupacin del espacio pblico a travs de la accin cultural comenz a desaparecer, ya que paralelamente se instal en Buenos Aires, primero y en el resto del pas despus, la TV 25 por cable, as como tambin se expandi masivamente la compra de la videograbadora y de los electrodomsticos en general. A nivel cinematogrfico, comenz a decaer la produccin nacional, as como tambin comenz a instalarse masivamente la industria norteamericana en ese plano a travs de la distribucin y exhibicin del cine en salas de shopping, lo cual gener asimismo otra cultura en relacin al consumo de cine, al uso del tiempo libre y a los usos de la ciudad, 26en un contexto de acentuacin de las desigualdades sociales y de acrecentamiento de la inseguridad urbana. De qu manera impacta en los discursos intelectuales progresistas, este profundo cambio del imaginario cultural, cmo interpretan nuestros intelectuales este momento poltico cultural y cmo se posicionan?. Luego de cierto florecimiento de las ciencias sociales en la Argentina durante los aos de la transicin democrtica, muchos centros de investigacin que haban tenido una presencia importante en los ltimos aos de la dictadura militar, comenzaron a desdibujarse y a perder presencia pblica, as como parte de sus investigadores configuraron sus espacios en el mbito universitario. Un fenmeno llamativo del campo intelectual de esos aos es la desaparicin del debate sobre las polticas culturales. Dos son los temas ejes de este primer escenario de los noventa: en primer lugar, la pregunta por la identidad o mejor dicho por la autonoma del campo: Hay lugar para los intelectuales, en una cultura del mercado, hay lugar para los artistas? Se perciba cierta disolucin de la especificidad de cada uno de los campos, ya que se haba instalado fuertemente el mercado como regulador de la vida social y cultural. En segundo lugar, se impone en la reflexin sobre la cultura y la poltica el enorme desarrollo del escenario massmeditico. As podramos decir que los medios, en particular la televisin por aire y cable, y la reorganizacin del campo meditico en los llamados multimedia, constituyeron el eje de la configuracin cultural de los noventa y de la reflexin cultural, cuestin que produjo alineamientos y rechazos diversos. En ese contexto se edita el libro de Landi y dos aos despus el de Beatriz Sarlo, cuyos aportes a la cuestin de la cultura y la poltica en la Argentina, siguen manteniendo distintas concepciones sobre lo poltico cultural. El libro de Landi Devrame otra vez, qu hizo la televisin con la gente, qu hace la gente con la televisin refleja un giro en la preocupacin por la cuestin cultural vinculada al escenario polticocultural de la transicin, segn describiramos ms arriba. Aqu aparece una hiptesis fuerte que se prolonga en posteriores anlisis de Landi sobre poltica y cultura en la Argentina: la conformacin de un escenario massmeditico como parte de una transformacin civilizatoria universal impone repensar nuestros valores, sentidos y representaciones ya que implica la constitucin de un nuevo fundamento cultural y en forma determinante modifica la poltica y el vnculo del sistema poltico con
los distintos sectores sociales. Este escenario massmeditico redefine la poltica, las prcticas de los polticos y sus lenguajes, as como tambin la relacin de la sociedad con la cultura, con el tiempo libre y los usos de los espacios vitales. Esta consideracin desplaz en alguna medida la reflexin iniciada en la transicin sobre el papel de la cultura en la consolidacin de las nuevas democracias, y de los ordenes polticos en general, lo cual parece demostrar cierta coyuntura muy especfica, y una escasa apropiacin del tema, como si este hubiera sido implantado por debates ajenos a los esquemas de pensamiento de nuestra cultura argentina. Se crey realmente en la necesidad de formular polticas centrales culturales? Por qu desaparece la reflexin sobre la tan mentada nueva cultura poltica? A pesar de los escasos datos con los que contamos en el campo de los consumos culturales es posible detectar un cambio en las prcticas de consumos culturales de los argentinos, lo cual supondra nuevos vnculos con la cultura en un sentido restringido, as como nuevas prcticas cotidianas en el marco de transformacin de la sociedad argentina, en trminos econmicos, sociales y polticos(Wortman, 1996). En una investigacin realizada por Landi y otros en 1990, 27apareca este proceso de28crecimiento del consumo de medios, fenmeno que se adverta en otras ciudades latinoamericanas. Sin embargo, este hecho era paralelo a la costumbre argentina de hacer uso del tiempo libre en el espacio pblico haciendo uso de las ofertas de las acciones culturales estatales. Para Landi, este acercamiento de los argentinos a los medios masivos, as como la presencia massmeditica en la vida social, como una nueva forma de representacin de lo real, supone por un lado un dato de la realidad, sobre lo que no resulta productivo emitir juicios de valor, as como una reformulacin, que celebra, cierta desaparicin de los vnculos de las clases sociales con la divisin entre cultura popular y cultura de lite. Landi, en consonancia, con las reflexiones de Gianni Vattimo (1990) alude a la presencia de cierta opacidad de lo real a partir de la proliferacin meditica en nuestra vida cotidiana. Este fenmeno cultural asimismo genera nuevas formas de hacer poltica y de lo poltico en general. As lo posmoderno, trmino que se instala sin reflexin en el universo intelectual de nuestros pases, estara estrechamente vinculado con la presencia de los medios masivos en la vida cotidiana de las personas. La realidad no es ms transparente como pretendan los iluministas y el proyecto de la ilustracin. Y si bien, esto no supone identificarse con los valores contemporneos del capitalismo, es all donde debemos centrar nuestras esperanzas de emancipacin. Tambin podemos apreciar en los textos de Landi de los noventa una aproximacin e identificacin con el llamado discurso posmoderno. En particular Landi toma de Lipovetsky, su reflexin sobre la cuestin de la seduccin meditica y la emergencia de un nuevo tono emocional subjetivo, con manifestaciones corporales29. A partir precisamente, de esta cuestin, moderno-posmoderno, contina en la Argentina el debate cultural (Sarlo,1991). Como es de esperar, por lo que venimos desarrollando, Sarlo, adopta una mirada crtica, poltica sobre este escenario que configura la cultura de los noventa y en consecuencia se identifica en forma militante con la causa de la modernidad tomada como sinnimo de sociedad democrtica e igualitarista, identificndose con quienes sostienen que neoliberalismo es igual a posmodernismo (Sarlo,1994b). Si Landi abandona en algn momento la relacin planteada en los ochenta entre cultura y poltica, Sarlo se propone continuarla como un modo de correrse de la concepcin fundada en el peso de las transformaciones tecnolgicas como algo neutro, dado, y de cierto discurso celebratorio del fin de las ideologas, en el cual se inscribira las tesis de la llamada cultura massmeditica. Para Sarlo que la televisin se instale en el escenario cotidiano de los argentinos no es casual, no constituye una marca civilizatoria, desvinculada de las relaciones sociales, polticas e histricas de la coyuntura. Por el contrario, Sarlo afirma en Escenas de la vida posmoderna que su crecimiento acompaa el proceso de transformacin poltica, econmica y representacional que se ha instalado en el Argentina a partir del estilo poltico menemista, fundado en un modelo econmico social de corte neoliberal, hoy en crisis terminal pero sin proyecto alternativo a la vista. Si bien se debe aceptar la universalizacin de ciertas prcticas culturales producidas a partir del desarrollo de las nuevas tecnologas, como seala repetidamente Garca Canclini, su presencia no es inocente y adquirira diversos significados segn los pases. Aunque Sarlo no desarrolla la cuestin de los medios en la Argentina,30se deduce de sus trabajos que la presencia fuerte de las industrias culturales en la vida cotidiana es consecuencia en parte de polticas econmicas que tienen consecuencias culturales,31 (ver Brunner32 al respecto) de la reorganizacin empresarial de la industria televisiva, de la prensa grfica y la constitucin de conglomerados multimedias, as como
tambin de la industria de la msica y de la industria editorial. La economa de mercado imperante en la Argentina desde los noventa se sostiene en la poltica de privatizacin de los medios y la configuracin de cierto discurso nico sobre el que se asent el gobierno en forma hegemnica y el sistema social en general. Por otro lado Sarlo afirma que este nuevo discurso hegemnico cultural instituido por los medios y la accin poltica sostiene un orden social cada vez ms desigual. El gobierno menemista tuvo la enorme capacidad de instalar un nuevo imaginario en la Argentina en torno a qu se debe entender como moderno y adaptado a los nuevos tiempos y qu modelos sociales o culturales forman parte de un pasado ya muerto. As hasta el momento toda alusin a modelos polticos de transformacin social y/o de accin revolucionaria no se corresponde con lo dado, con el ethos epocal o nuevo clima cultural. Han quedado desplazados al menos por el momento ciertos debates, como el papel del arte en la sociedad, la cuestin de la desigualdad cultural, etc. La crisis poltico cultural argentina es societal y tambin intelectual. Aqu nos resultan tiles para dar cuenta de este proceso cultural, el concepto de tradicin selectiva formulado por Williams en torno a cmo un poder hegemnico hace una construccin determinada del pasado en funcin de los valores del presente. Si bien el debate cultural no podra estar nunca obturado, dado que la creatividad social es permanente, y como dice Williams, nunca se agota toda la energa humana, no podemos dejar de advertir la crisis de la polmica en el campo del pensamiento, la crisis de la confrontacin y del reconocimiento social del espacio intelectual.
dos dcadas y media. Y en ese proceso sita al derrotero de los intelectuales, planteando un problema de difcil resolucin en la crisis social y cultural argentina:
En la historia cultural y poltica argentina, los intelectuales (en su versin tradicional, letrada) fueron arquitectos eficaces de la opinin pblica: la repblica liberal, el nacionalismo antiimperialista, el populismo nacionalista, el democratismo, la idea misma de transformacin social en un sentido de justicia, fueron ideologas formuladas por intelectuales. Las ideas comunes venan de ellos tanto como de la experiencia de masas o de la lucha poltica. Nadie se atrevera a sostener que este peso intelectual sobre la configuracin de ideas se mantiene intacto. Intelectuales de nuevo tipo reemplazan a los tradicionales. Estos nuevos productores de ideas colectivas pertenecen al espacio de la cultura meditica ms que a las viejas categoras de la cultura letrada Quin compite con Grondona34, en una punta y Mauro Viale en la otra?
A pesar de que los nfasis y los puntos de entrada son diferentes, la preocupacin por la mercantilizacin de la sociedad y la poltica atraviesa el pensamiento de Landi actual, acentuando la dificultad de construccin de una palabra pblica alternativa a la voz del discurso intelectual neoliberal. Afirma Landi (2001b) en un artculo reciente:
Los mercados ya no trabajan con sus manos invisibles como postularon los clsicos del pensamiento liberal: se presentan en pblico, dan lecciones inolvidables, amenazan, toman examen a los funcionarios, ponen buena o mala cara y tienen sus momentos de euforia y optimismo. Es cierto, pasa en todo el mundo, pero en la Argentina el fenmeno toma en el lenguaje dimensiones fetichsticas, absolutas, hiperreales, por momentos, ficcionales. Las razones de ello habr que buscarlas en la gran vulnerabilidad externa de la economa nacional y su sesgo rentstico antes que productivo, en la crisis de la representacin poltica partidaria y la cultura que dej la impronta salvaje de la transferencia de funciones del estado al mercado durante la dcada menemista. Etapa de la que no se puede decir que fue guiada por polticas econmicas populistas, y en la que se duplic el gasto pblico a pesar de que el caballito de batalla del credo neoliberal que la orient es precisamente el equilibrio fiscal.
De estas palabras, quedan flotando en el aire algunas cuestiones. De qu manera la reflexin sobre la cultura puede incidir en la construccin de una hegemona cultural opuesta al neoliberalismo, cmo los intelectuales provenientes del progresismo pueden construir un discurso o contribuir a construir un discurso poltico que regenere el inters por la poltica en una sociedad profundamente enojada con los polticos?
Reflexin final
Abordar la conformacin de un campo intelectual en el Cono Sur, supone pensar en la historia de una promesa y de una tragedia al mismo tiempo. En Amrica Latina el Cono Sur se proyect y fue imaginado poltica e intelectualmente, como la parte ms europea y como ms moderna, si se identifica europea con moderno, del continente. Tambin en el plano cultural se construy una identidad cultural-nacional en ese sentido, sobre la base de autoritarismos y exclusiones y fundamentalmente de un proyecto estatal-nacional slido. Los intelectuales de la cultura, o los estudios sobre Cultura y poder en el Cono Sur reflejan ese desgarramiento, precisamente entre un proyecto posible y su incompletud, o su fracaso segn con la lente terica como se los mire. Desgarramiento tambin que atraviesa nuestras sociedades atravesadas por experiencias dictatoriales, cuyos efectos han quedado, creemos para siempre en el tejido social, y que han posibilitado la implementacin sin conflictos de experiencias econmicas que han profundizado la atomizacin y la crisis del lazo social, fenmeno compartido con el resto de los pases, pero con consecuencias distintas. En este profundo conflicto entre cultura y poder, cultura y poltica, o como lo relatan los actores del campo intelectual, entre campo intelectual y campo poltico podemos afirmar que se ha generado un pensamiento sobre la cuestin cultural en nuestros pases que enfatiza dimensiones no siempre tenidas en cuenta en otras latitudes y que aporta una reflexin sobre la cultura de una gran densidad conceptual. El intelectual de la cultura se piensa como actor, se involucra, est ms cerca de la sociedad que del Estado, lo cual no implica quitar principios de
validez a su pensamiento, por el contrario, le otorga una visin ms compleja de la realidad que se propone analizar. El intelectual latinoamericano, y en nuestro caso, el del Cono Sur, est atravesado por el conflicto y escribe desde el conflicto social, forma parte de l, tambin de ah su fragilidad como intelectual, ya que su continuidad en la labor intelectual est profundamente amenazada. En esta realidad ha producido, un pensamiento eclctico, diverso con el propsito de pensar la realidad poltico cultural de su pas, y en el momento de pensar la cultura, la realidad cultural se est pensando a s mismo como actor. Si en los setenta se pensaba como actor, dejando de lado su identidad intelectual, a partir de cierto imaginario poltico anti-intelectual, hoy la demanda, su conflicto y desgarramiento es mantener su lugar intelectual. En el contexto del neoliberalismo, sostener el lugar del intelectual, su lugar en la cultura se transforma en una cuestin poltica. As el modo de pensar la cultura en el Cono Sur, propone una reflexin sobre cultura y poder que podra trasladarse a otras latitudes, ya que supone revisar las condiciones de produccin del conocimiento sobre las que en el Cono Sur la realidad nos obliga permanentemente a considerar. En segundo lugar, es evidente que en los anlisis sobre cultura y poder que hemos dado cuenta someramente en este artculo dan cuenta de una lgica interdisciplinaria. La cultura demanda este anlisis interdisciplinario y aqu aparece claramente, los distintos nfasis pueden remitir a disciplinas de origen, pero no a jerarquas de esa naturaleza. As la gran cantidad de preguntas que surgen acerca del sentido del lugar del intelectual y de su rol, empujan a nuestros intelectuales de la cultura a leer de todo, a no tener prejuicios tericos cuando de lo que se trata es de construir un problema. Para finalizar, podemos decir que agudeza, creatividad, libertad de pensamiento y la reflexin permanente en torno al lugar desde donde se generan voces y discursos, constituyen rasgos distintivos a considerar de estos intelectuales en el campo del anlisis cultural.
Referencias bibliogrficas
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Notas
* Ana Wortman, Universidad de Buenos Aires, Argentina. Correo electrnico: [email protected] Wortman, Ana (2002) Vaivenes del campo intelectual poltico cultural en la Argentina. En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela. . Aqu pensamos a la cultura en trminos de campo cultural y /o de campo intelectual, como espacio especfico de produccin de bienes culturales as como de discursos, donde la funcin simblica prevalece. Williams (1980) diferencia al trmino cultura en dos sentidos ms usuales: por un lado, la cultura como modo de vida, segn lo define la antropologa norteamericana y por otro lado, la cultura en relacin a los productores culturales, quienes seran tanto los intelectuales como los artistas. En nuestro trabajo dejaramos de lado la primera acepcin propuesta por Williams y nos centraramos sobre todo en la segunda. Sin embargo, cuando en nuestro artculo nos referimos a lo poltico cultural sealamos cmo la accin poltica as como la existencia de determinado orden poltico produce representaciones e imaginarios sociales que inciden en el plano de lo simblico social, en la generacin de un ethos epocal que penetra en las prcticas de la vida cotidiana. As es como nos interesa un campo material de la cultura en trminos de productores y productos culturales y un plano simblico que incidira en la orientacin de la accin social. En el primer caso, la teora de los campos de Bourdieu para delimitar esferas de sociedades complejas nos resulta muy til para focalizar un aspecto de la cultura. Dejamos de lado la cultura en trminos de culturas diversas vinculadas a orgenes tnicos. En relacin al plano simblico de lo social debemos sealar que ste no es igual para todos. All recurrimos al concepto de hegemona cultural, en el sentido que lo plantea Gramsci primero y luego retoma Williams. Tambin Baczko cuando desarrolla el concepto de imaginarios sociales hace referencia al poder hegemnico y cuanto la vivencia de un ethos epocal tiene que ver con determinadas relaciones de dominacin.
2.
Se puede observar en todos estos intelectuales el sealamiento de una relacin entre cultura y poltica, como una marca del
pensamiento argentino y quizs latinoamericano que se expresa en sociedades no del todo democrticas. Generar producciones intelectuales crticas supone algn tipo de impugnacin, y esto incomoda a sectores conservadores y a las oligarquas, ahora en versiones ms modernizadas, donde la Iglesia Catlica est asociada al Estado y adems lejos de los sectores populares como es el caso de la Argentina. Tambin los gobiernos neoliberales, sean democrticos o de corte dictatorial deben legitimarse culturalmente, en este sentido debe interpretarse la relacin de estos gobiernos con los medios de comunicacin. En todo caso este tipo de orden cultural no es de carcter crtico sino hegemnico. Las categoras propuestas por Williams como hegemona cultural, cultura dominante, contracultura, son muy tiles para entender las distintas relaciones entre cultura y poltica, que pueden ser tanto de legitimacin de un orden o de impugnacin a un orden poltico. Precisar las distintas aristas del trmino contribuye a la comprensin de sus usos a lo largo de este artculo.
3
. Resulta una caracterstica sumamente singular de nuestro pas, pensar la cultura en relacin con la poltica y la poltica en
relacin con la cultura. Si tomamos cada una de sus definiciones existe una profunda distancia entre una y otra. En Max Weber la poltica es el mundo de los valores, de los fines e intereses, de las voluntades. Pero ms an, es el mbito de la fuerza, del poder, de la coaccin y violencia fsica. (Macht und Gewalt). Hacer poltica en sociedades modernas alude a la participacin ciudadana en partidos polticos que expresan valores e intereses de distintos sectores sociales, as como a sus formas representativas a travs del gobierno, el parlamento, etc. En la sociedad argentina hasta 1984 nunca existi una total libertad de expresin poltica plasmada en partidos polticos. La dimensin poltica de la sociedad no estuvo totalmente contenida en un sistema de partidos. La izquierda casi siempre fue censurada, desde el aparato estatal y de las corporaciones, para accionar polticamente dentro de los canones de un sistema poltico democrtico. Durante largos perodos lo hizo en la clandestinidad. Sin embargo, ha existido un fuerte arraigo de la izquierda en la cultura, a travs de cierto activismo poltico cultural, en el teatro y la literatura, en la industria editorial, la plstica y la pintura, hoy bastante diluido. Tampoco han sido fuertes los partidos de derecha y/o centro derecha, los cuales se constituyeron como tales luego de la transicin democrtica de 1984. S encontramos hasta ese momento fuertes factores de poder como la Iglesia, el Ejercito y los sindicatos. Sugiero ver la compilacin de Lechner (1982).
4
. Revisar los sesudos trabajos de Oscar Tern (1987), como por ejemplo En busca de la ideologa argentina , Editorial Catlogos.
Buenos Aires.
5.
Previa a la experiencia de las dictaduras que atravesaron nuestros pases, el que-hacer con la cultura ocup parte importante de
los debates intelectuales, los cuales, asimismo reaparecieron despus, no ya vinculados a proyectos polticos de corte revolucionario, sino fundados en el objetivo de generar una nueva cultura poltica para la llamada transicin democrtica. Las dificultades de las transiciones democrticas, reubicaron y reposicionaron a nuestros intelectuales, generando nuevos planteos y desafos en relacin a qu entender por polticas culturales.
La impronta neoliberal ha incidido fuertemente en cierta dificultad de los gobiernos democrticos actuales de pensar en sentido fuerte la importancia de intervenir en el campo de la cultura. Si en los aos setenta, la cuestin era pensar la cultura como campo de intervencin en los sectores populares, luego de las dictaduras, el eje pasar en torno a cmo desarrollar un campo cultural destruido por la derecha y el autoritarismo. En los noventa, el problema girar en torno a la relacin del Estado con las industrias culturales, en particular la televisin, a qu grupo social dirigir la atencin de las polticas y fundamentalmente, cmo financiarlas.
6.
Nos parece interesante rescatar en relacin a la existencia de figuras que han promovido el desarrollo cultural en la Argentina, por
fuera de las instituciones del Estado, el concepto de organizadores culturales quienes han operado en el mbito no estatal y con financiamiento privado. Se trata de personas que han desarrollado editoriales, centros culturales, teatro independiente, revistas culturales, etc. movidos ms por un proyecto cultural que por una lgica de mercado. Este tipo de figuras han desaparecido prcticamente en el ethos cultural dominante.
7
. La sociloga argentina Silvia Sigal, residente en Pars hace algunas dcadas, ha realizado una interesante investigacin sobre la
historia de los intelectuales en nuestro pas, la cual resulta pertinente recordar en este punto. Sigal, afirma que la historia poltica argentina y su construccin como nacin, slo puede entenderse a partir de la importancia excepcional que tuvieron grupos de intelectuales. Sin embargo tambin debe reconocerse que a esa presencia directora le sigui un largo perodo, que cubre la mayor parte del siglo XX, durante el cual ni los grandes partidos nacionales, ni los sindicatos, ni el Estado ni, finalmente, tampoco los militares, creyeron necesario dar un lugar a la intervencin de los intelectuales en tanto tales, y menos an a quienes se encontraban en la difusa zona cruzada por la herencia liberal y la expansin de las izquierdas. De esta constatacin, concibe que para entender el comportamiento que emprendieron grupos intelectuales resulta fructfero partir de una doble mirada a la relacin entre campo poltico y campo cultural y, por la otra, a la figura especfica de los intelectuales.(Sigal,1991:16).
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. Sarlo relata esta experiencia en La noche de las cmaras despiertas en Sarlo, B. La mquina cultural, ob. cit. Tanto Sarlo como Landi se formaron tanto intelectual como polticamente en el clima cultural existente en Buenos Aires de los
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aos sesenta, segn lo describe Sarlo en el prrafo del texto. Estamos hablando de la radicalizacin de los sectores medios, una nueva mirada desde la izquierda sobre el peronismo, el impacto de la Revolucin Cubana en el debate marxista tradicional, etc.
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En diversas publicaciones de ambos autores se puede observar el conflicto ideolgico previo a los aos de la dictadura militar.
Este se profundiza y se hace pblico, en un momento de gran despolitizacin, como los primeros aos del gobierno menemista (1990-1995). Luego de la publicacin de Landi del libro sobre la televisin (ver referencia al final), Sarlo responde duramente a sus afirmaciones en un artculo publicado en Punto de Vista titulado Tesis de Oscar Landi sobre la televisin: La teora como chatarra, pp: 12-18.
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Podramos afirmar que tanto Hoggart como Williams fueron conocidos en la Argentina a travs de las traducciones que se hacan
de ellos en la Revista Punto de Vista, creada y dirigida por Beatriz Sarlo en 1978.
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. En Buenos Aires, una modernidad perifrica , Sarlo (1991) tematiza el desarrollo cultural de Buenos Aires, tanto a partir de la
proliferacin temprana de industrias culturales, como de la gran capacidad de consumo cultural y la conformacin de un espacio pblico de la cultura y fundamentalmente de pblicos consumidores de cultura (tirada de diarios, editoriales de partidos polticos, ediciones de bolsillo de la literatura universal) escenario cultural.
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Existen variadas definiciones sobre polticas culturales las cuales se sostienen sobre distintos nfasis segn el origen
disciplinario de quien las formule y su posicin, precisamente, poltico cultural. En mi caso, cuando aludo a polticas culturales hago referencia a su vinculacin con las polticas pblicas y en consecuencia a la relacin de la cultura con el espacio pblico, en particular con el gobierno del Estado. Asimismo cuando aludo a lo poltico cultural, intento dar cuenta de un clima de poca que instala ciertas ideas en torno a valores sobre la cultura, no slo en su sentido especfico, los productos culturales, sino tambin a una dimensin simblica, representacional de la poltica, que hace que ciertas acciones tengan un sentido determinado segn el contexto histrico. Fundamentalmente, en este trabajo hacemos alusin a las imbricaciones entre cultura y poltica en la sociedad argentina, en este segundo sentido. Como afirma Schmucler (1990:125) en relacin a esos aos La cultura argentina es, sobre todo, un proyecto. Por eso se entrelaza permanentemente con la poltica, que siempre incluye la voluntad de modelar algo.
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Uno de los datos distintivos de la sociedad argentina, es la presencia temprana de un vasto pblico alfabetizado e interesado en
el cine y el teatro. Nos referimos a las dcadas del 10 y del 20 del siglo veinte. Sarlo enfatiza en otros textos el rol significativo de los mediadores culturales, que en este caso de preeminencia de la cultura letrada lo constituan los maestros. Ver sobre este tema La mquina cultural, Planeta 1997, Buenos Aires.
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. Aqu podemos descifrar la lectura de Michel de Certeau. . Hacia fines de los aos sesenta en el contexto de una dictadura militar, de tono cultural conservador y catlico que persegua
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a los jvenes y a las manifestaciones de vanguardia artstica en general comienza a desarrollarse el luego llamado rock nacional. En esos aos comenzaron a surgir grupos de rock urbano en Buenos Aires y Rosario, que si bien imitaban las formas estticas del rock ingls y americano, fue producido en castellano, y sus letras tenan un componente potico y contracultural. Aunque el movimiento de rock siempre se desarroll en forma paralela a las juventudes polticas, con la ltima dictadura militar asumi un lugar poltico dada la represin que el rgimen tuvo sobre lo juvenil en general llegando a su punto de mxima expresin con la tragedia de la Guerra de las Malvinas, etc.
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De Enrique Vazquez (1985) podemos citar La ltima. Origen, apogeo y cada de la dictadura militar. EUDEBA, Buenos Aires,
Entrevistas de Mona Moncalvillo s/r. Editorial Humor, revista muy significativa durante los aos de la dictadura, entre otras.
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As el discurso dominante de esos aos era debatir en torno a los mecanismos microsociales que generaban una cultura
autoritaria, legitimadora de los golpes de Estado. Haba que erradicar el autoritarismo, tanto en las relaciones de gnero, como en la escuela, el trabajo, la empresa. Se deba crear a nivel micro una nueva cultura poltica, legitimadora del sistema democrtico. He desarrollado este tema en Wortman (1996).
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. Estamos hablando de la revista Debates, revista producida por el Centro de Estudios de Estado y Sociedad, CEDES, parte de
sus intelectuales formaron parte de los intelectuales orgnicos del gobierno de la transicin.
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Ver Sarlo, Beatriz 1988 Una legislacin para los mass media en Revista Punto de Vista Jaqueado por el sindicalismo, las FFAA y sectores reaccionarios de la cultura, a lo que se sum, el confuso episodio del asalto al
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cuartel militar de la Tablada, hicieron abandonar la utopa cultural del comienzo de la transicin El asalto al cuartel militar de La Tablada, en la provincia de Buenos Aires, constituy un confuso episodio que contribuy a enrarecer el clima poltico ya existente, a partir del asedio financiero a la incipiente democracia. Un grupo denominado Movimiento Todos por la Patria, realiz una accin guerrillera a partir de la informacin de la existencia de una amenaza de golpe de Estado, acontecimiento e informacin que nunca termin de esclarecerse. Al poco tiempo, el entonces presidente Alfonsn tuvo que adelantar la entrega del poder dado el contexto de hiperinflacin, y saqueos a supermercados que amenazaban el orden social.
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Su peso fue tan fuerte que, para dar cuenta de ciertas prcticas culturales y de un estilo de accin social, se habla de cultura
menemista.
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. A partir de 1992, muchos trabajadores pasan a no tener relacin de dependencia, es decir que el Estado ya no se hace cargo de
. Segn datos de la revista Mercado de 1999, el 90% de la poblacin argentina tiene un aparato de televisor y de ese total, el
. He desarrollado esta cuestin en el artculo Identidades sociales y consumos culturales: el caso del consumo de cine en la
Argentina, de prxima aparicin en la Revista Intersecciones de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Argentina, y del cual se ha presentado una versin en ingls en III Crossroads in Cultural Studies, Birmingham, June 21-25th, UK.
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Landi ha analizado la conformacin de pblicos de la cultura en el marco de una investigacin ms amplia de carcter regional y
comparativo promovida por CLACSO. Un dato relevante de dicha investigacin es el lugar creciente que ocupan los medios masivos en el marco de los consumos culturales en el tiempo libre de los porteos y habitantes del llamado Gran Buenos Aires. Aunque se comparte este dato con otros pases, tambin sigue teniendo un lugar significativo, las salidas culturales en el espacio pblico, las cuales han disminuido fuertemente en otros pases de la regin. Comprese en este sentido con los resultados de la investigacin coordinada por Nstor Garca Canclini para el caso de la ciudad de Mxico (Garca Canclini,1990).
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Pocas son las investigaciones existentes en la Argentina sobre la cuestin de los consumos culturales. Podemos citar, adems
de la investigacin del equipo de Landi, una investigacin de Finquelievich, Vidal y Karol sobre el impacto de la videocasettera en la transformacin de los consumos y prcticas culturales, as como tambin del crecimiento de los abonados a la TV cable y la aparicin en los noventa, hoy fenmeno masivo, de la telefona celular (1992).
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. La cuestin del cuerpo, como sntoma y lenguaje, es abordada en numerosos artculos periodsticos de su autora. Slo lo hace en un captulo de Escenas de la vida posmoderna (1994) y en un artculo sobre la situacin del Canal estatal ATC
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(1994b).
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. No comparto la idea de que las empresas generan polticas culturales. Prefiero pensar las polticas culturales como polticas
. En relacin a las distintas formulaciones y criterios existentes para definir de qu hablamos cuando decimos polticas culturales, Desde esta perspectiva las
consecuencias que tuvo en la cultura la poltica de privatizaciones de los canales de televisin en la Argentina no permiten hablar de polticas culturales efectivas. En este caso se trata de polticas, que pueden tener efectos que no operan de manera directa o inmediata, pero significativas en su resultado. Por ejemplo la determinacin de pautas de financiamiento para las actividades culturales. Podemos hablar de polticas culturales especficas que condicionen dichas pautas.
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Dejamos de lado sus produccin intelectual ms vinculada al campo literario Mariano Grondona y Mauro Viale son periodistas televisivos, que si bien con audiencias televisivas variables, han incidido en la
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habla por o representa al pueblo a la misma vez que sirve de parachoques entre ese pueblo y el Estado. Como precursores de la nueva interdisciplinariedad, los intelectuales abarcaron el espectro completo de la filosofa y de las prcticas culturales estticas y cotidianas en sus anlisis de los procesos sociales. Su punto dbil fue la excesiva confianza en las aproximaciones especulativas, que limitaban la practicidad de sus formulaciones. Tambin hay una escasa atencin a las cuestiones de gnero y orientacin sexual, incluso hasta hoy en da, por ejemplo, en el trabajo de Nstor Garca Canclini, el mejor conocido de los exponentes de los (que ahora se empiezan a llamar, pace Mato) estudios culturales latinoamericanos. Por lo general, la categora de gnero se est abriendo camino en varias disciplinas a travs del trabajo de feministas, pero no posee la misma importancia que en los Estados Unidos.
Pero debe reconocerse que la poltica de la representacin al estilo estadounidense es menos viable en Amrica Latina porque no hay una distribucin material adecuada que apoye la promesa simblica de
la participacin en el consumo. Intervenir a nivel de las representaciones podra tener una funcin compensatoria en sociedades como la norteamericana, donde a pesar de los problemas de falta de vivienda para los pobres, el acceso limitado a los servicios de salud y la movilidad descendente, los requerimientos bsicos de la inmensa mayora de la poblacin estn resueltos. Pero ese no es el caso en Amrica Latina, donde la brecha entre ricos y pobres se ha agudizado en los ochentas y noventas, con el resultado de que la mayora est en peores condiciones hoy que en los sesentas. Por otra parte, la gestin cultural se administra desde el Estado, y si bien se empieza a cortejar al sector empresarial con incentivos fiscales y privatizaciones (Ydice,1995:1999), no obstante se siguen buscando maneras de proteger el patrimonio cultural, pues ese es uno de los medios para reforzar el consenso. Aunque la formacin de la identidad nacional difiere de pas en pas, en Amrica Latina, hay algunas constantes en el modo cmo se articulan modernizacin, dependencia y representaciones de razas subalternas, grupos tnicos, e inmigrantes. Esta forma comn de articulacin difiere radicalmente de las que se presuponen en las soluciones nacionales adoptadas en los Estados Unidos y esa diferencia es clave para la comprensin del estudio de la cultura en Latinoamrica. Si los hitos contra los cuales militan los Cultural Studies britnicos pertenecen a la alta cultura (en la tradicin de Arnold y Leavis), y los estadounidenses a la cultura de masas, en Amrica Latina las bases de la cultura hegemnica nacional descansan en lo popular. Esta tradicin se remonta a mediados del siglo XlX y se centra en la literatura como medio idneo para crear una cultura autnoma, independiente de la europea. Andrs Bello al igual que Jos Mart, aduca que Amrica Latina no tendra una cultura propia hasta no contar con una literatura claramente definida, basada en prcticas locales que no imitaran modelos europeos. Este impulso autonomista lo retoma Angel Rama, quien argumenta que ya a fines del diecinueve, con el modernismo literario, la cultura latinoamericana se hallaba a la altura de la europea y la estadounidense. Su criterio tiene que ver con una interpretacin particular de la modernidad: la expresin cultural encarna, a nivel simblico, los mecanismos de acumulacin. Si bien en la esfera econmica o poltica no se poda dar una respuesta viable que evidenciara competitividad con los pases cntricos, al menos en la literatura se lograba una respuesta simblica que compensaba el atraso en esas otras dimensiones (Rama 1965; 1970 y 1985).
como ciudadanos y viceversa. Puesto que los trabajadores ms factibles (numerosos) eran de diferente raza (indgenas, negros o mestizos) o bien de diferente etnia (inmigrantes), el Estado autoritario (el varguista en Brasil, el cardenista en Mxico) busc legitimidad entre los sectores populares para sus proyectos modernizadores, ante la oposicin de la oligarqua tradicional. La pregunta que los estudios culturales debieran hacer al respecto no es si este populismo fortaleci efectivamente a los sectores populares: ya sabemos que no. Lo que importa es que protagoniz lo popular en sus polticas sociales y culturales. La experiencia latinoamericana en este respecto es un gran aporte a la teora social contempornea, pues se fundamenta en el reconocimiento, ya expresado por Gramsci, de que la poltica, el conocimiento legtimo y la cultura se funden en el proceso de hegemona. Este proceso, segn Laclau, opera como una articulacin de contenidos no clasistas interpelaciones y contradicciones que constituyen la materia prima sobre la que operan las prcticas ideolgicas de clase (1977:164). En otras palabras, lo cultural es terreno de conflicto y articulacin de conocimientos legtimos y contestatarios. Otra corriente de los estudios en cultura y poder, que tambin influy en la tradicin estadounidense, tiene que ver con las desigualdades Norte-Sur en relacin a tecnologa, ciencia, informacin, medios, relaciones de mercado y hasta tendencias artsticas e intelectuales. Ya en los 1880s, Jos Mart haba escrito profticamente sobre los cambios culturales producidos en el eje Norte-Sur debido a las iniciativas estadounidenses de libre comercio, inscriptas en el panamericanismo, que no eran sino vehculos para la subordinacin latinoamericana (Mart,[1889]1977). Por supuesto, Mart, al igual que muchos de los estudiosos de la cultura latinoamericana, pasando por la teora de la dependencia de Cardoso y Faletto (1969) y la crtica al imperialismo cultural de Dorfman y Mattelart (1973), reducan esta subordinacin a un flujo unidireccional. Posteriormente, un anlisis transnacional de los flujos culturales gener importantes intuiciones respecto a la estructuracin de desigualdades. Por ejemplo, se ha percibido que los medios masivos norteamericanos no pueden ser vistos slo como colonizadores de subjetividades latinoamericanas, sino que tienen un efecto generador de contradicciones en comunidades donde la igualdad sexual no forma parte del sentido comn. Una nueva generacin de estudiosos, a partir de mediados de los setentas, acu trminos como reconversin cultural (Garcia Canclini,1992a) o mediaciones de recepcin diferenciada (Martn-Barbero,1987) para dar cuenta de estos fenmenos. Al enfocar la mediacin cultural, estos crticos logran discernir cmo y hasta qu punto los diversos grupos que componen la heterogeneidad cultural de Latinoamrica interactan entre s, y qu perspectivas tienen los grupos subalternos de ganar una mayor participacin en la distribucin del saber, los bienes y los servicios. No obstante, y sin tener que aceptar el marco analtico del imperialismo cultural, es preocupante que las empresas transnacionales (y no exclusivamente estadounidenses) hayan logrado aumentar su control de la oferta cultural en Amrica Latina.
especficamente, este conocimiento se opona al conocimiento legtimo que justificaba los proyectos de modernizacin, es decir, la reestructuracin social, poltica y econmica segn modelos desarrollistas europeos y sobre todo norteamericanos que ya haban deteriorado la vida de los sectores populares. La concientizacin y los retos al desarrollismo son parte de la resistencia latinoamericana a los flujos que vienen del Norte, que aun cuando prometen una mejora econmica y social, suelen subdesarrollar a los pases en vas de desarrollo y generar ventajas econmicas para los pases desarrollados. Estas cuestiones tienen que ver con lo ms fundamental de los Cultural Studies, que son los procesos de valoracin. La cultura como campo de lucha entre diversas normas sociales, como producto de mercado, como cruce de estrategias locales, nacionales y transnacionales de acumulacin, como intermediacin intelectual o activista, como poltica de identidad, como tica inherente a los movimientos sociales, e inclusive como trascendencia de lo material en los registros estticos ms convencionales es fundamentalmente un espacio recorrido por procesos de valoracin. El valor en los procesos de produccin, circulacin, recepcin, consumo, respuesta, intercambio, etc. es el baln que est en juego en las relaciones de poder, que a su vez se arraigan en factores de clase, raza, etnia, gnero, lugar geopoltico, y otras diferencias culturales. Hay que reconocer, pues, que lo que caracteriza hoy en da a los procesos sociales (i.e., polticos y culturales) es un conflicto de valores que afecta nuestros instrumentos analticos y la produccin del conocimiento. Hay, pues, una crisis de paradigmas no slo en el conocimiento y el activismo, sino en la ubicacin geopoltica de los modelos de anlisis y de accin, pues como sealara Fernndez Retamar hace cinco lustros, una teora, por universal que se pretenda, siempre se concibe a partir de una realidad particular.
El conflicto de valores
A partir del ocaso del intelectual crtico, quedan segn Sarlo dos tipos de intelectuales, ambos valorizados por los Cultural Studies: los neopopulistas mediticos y los neopopulistas subalternistas. Con el auge de la sociedad del espectculo, el intelectual fue dislocado y la legitimidad de su lugar de enunciacin, respaldada por la autoridad institucional, ya no es reconocida por sus destinatarios (Sarlo,2000:10). Por tanto las sociedades han perdido su carcter sistemtico, estructurado y estructurante, y se disgregan en comunidades de intereses o tribus culturales (Sarlo,2000:11). De ah que Sarlo lamente que la nica labor intelectual disponible hoy en da sea la de los intrpretes posmodernos que ms fcilmente podran adecuarse a una realidad de escenarios socioculturales [en contraste con sociedades cohesionadas por una esfera pblica], o la de los intelectuales legisladores que proceden despticamente a indica[r] lo que los hombres y las mujeres deben ser (Sarlo,2000:11). El resultado es un social irradiado diseminado en las estras de la diferencia cultural (Sodr,1992:115), que ya no sirve de plataforma efectiva para la poltica contestataria sino que se intercambia para lograr una participacin ms simblica que real y que cada vez ms se integra a la rentabilidad massmeditica y consumista. Pero hay otros modos de concebir a los intelectuales que dan consideracin seria a los medios y a las identidades fragmentadas o irradiadas. Garca Canclini ha argumentado que el consumo no opera conforme a un sencillo proceso de imposicin desde arriba para abajo o un simple ejercicio de gustos, antojos y compras irreflexivas, segn suponen los juicios moralistas. Ms bien se trata de una racionalidad sociopoltica interactiva que se manifiesta en las disputas por aquello que la sociedad produce y por las maneras de usarlo. De ah que se produzca la complicidad entre el consumo y la ciudadana, concebida como una comunidad interpretativa de consumidores (Garca Canclini,1995:4350). Hay posibilidades interactivas y [] de reflexin crtica [en] estos instrumentos comunicacionales, pero lo que impide que se extiendan a las mayoras es la estructuracin de estas industrias conforme a las polticas mercadolgicas del neoliberalismo. Ante este escollo, Garca Canclini no vitupera ni a los consumidores ni a los intelectuales que procuran promover su causa, sino que reclama polticas efectivas para diversificar y hacer ms accesible la oferta de bienes y mensajes representativos de la variedad internacional de los mercados, para asegurar que esta oferta se atenga a la informacin multidireccional y confiable acerca de [su] calidad, y para que se establezca un espacio en el que los principales sectores de la sociedad civil [puedan intervenir] en las decisiones del orden material,
simblico, jurdico y poltico donde se organizan los consumos (1995,52:53). Vemos, pues, que el esfuerzo intelectual no reside en entregarse a un vale todo postmoderno ni tampoco legislar, segn el modelo propuesto por Sarlo, sino de abrir espacios de interlocucin (Antonelli,2000).
Crisis de paradigmas
Son muchos los cientistas sociales y los crticos de la cultura latinoamericanos que hacen referencia a una crisis de paradigmas como parte de una crisis ms global de la modemidad. El desplazamiento de lo nacional anid en las nuevas prcticas en la esfera cultural. En la medida que el Estado transfiere parte de la gestin cultural al sector privado y al tercer sector, la esfera cultural cobra mayor importancia, pues se hacen ms visibles los conflictos de valores. Adems, el entrelazamiento de lo transnacional y de los movimientos de base (tan evidente en la accin de las ONGs) ha producido situaciones en las cuales la cultura ya no puede ser interpretada como la reproduccin de una estructura del sentir o structure of feeling, segn la formulacin de Williams, en la cual la nacin opera independientemente de las tendencias globalizantes. Teniendo en cuenta estas tendencias, el socilogo chileno, Jos Joaqun Brunner rechaz la idea de que la modernizacin sea intrnsecamente ajena al ethos cultural supuestamente barroco, novohispano, cristiano y mestizo. Su crtica no implica que los literatos se hayan equivocado acerca de la constitucin de las formaciones culturales latinoamericanas; son, de hecho, hbridas. La crtica se refiere, ms bien, a las representaciones y a los usos ideolgicos del mestizaje y del realismo maravilloso, que en todo caso son conformados en la contingencia histrica. Para Brunner, estas mezclas fueron generadas por el encuentro de modos de produccin, la segmentacin de mercados de consumo cultural y la expansin e internacionalizacin de las industrias culturales. De ah que las peculiares hibrideces latinoamericanas no merezcan ni elogios por su carcter maravilloso ni repudios por su inautenticidad (Brunner,1987:4). Brunner argumenta que el intelectual de hoy en da debe abandonar el papel tradicional de articulador del sentido comn, sobre todo si ese sentido se basa en la representacin de una cultura popular generalizada que asimila una mirada de diferencias. Es justamente este papel articulador que cuestionaron cientistas sociales como Guillermo Bonfil Batalla, Garca Canclini y Rodolfo Stavenhagen, pues la antropologa, que facilit la integracin de los sectores populares a la modernizacin promovida por el rgimen cardenista en los treintas, necesitaba tomar otro rumbo en el contexto de la privatizacin y la entrada de Mxico al Tratado de Libre Comercio Norteamericano (NAFTA). A fines de los setentas, estas y otras figuras criticaron los intereses del indigenismo institucionalizado y el papel de los intelectuales y acadmicos en la subordinacin, asimilacin y simultnea exclusin de los pueblos indgenas. Stavenhagen denunci las polticas asimilacionistas. Bonfil propuso una redefinicin del investigador como colaborador en los proyectos de las comunidades subalternas. Esta colaboracin era necesaria tambin para los cientistas sociales cuyas funciones tradicionales estaban desapareciendo a la par de las recientes transformaciones polticas y econmicas (v.gr., neoliberalismo y privatizacin). Estos cambios constituan una crisis de paradigmas para las ciencias sociales y desplazaron a los investigadores de su funcin de facilitadores de la integracin nacional segn el pacto clientelista que se haba negociado entre el Estado y los intelectuales en el perodo posrevolucionario (Bonfil Batalla,1991:18-19). Garca Canclini, a su vez, no slo aconsej la reforma de las instituciones que organizaban la produccin, promocin y consumo de la cultura popular sino que propuso la creacin de una nueva esfera pblica y una nueva industria turstica a partir de las cuales se pudiera reformular y experimentar la cultura de una nueva manera. Semejante reconversin de la prctica del antroplogo tiene importantes repercusiones para concebir la relacin entre poltica, poltica cultural, formacin de identidades, construccin de instituciones y ciudadana. A principios de los noventas, Elizabeth Jelin y sus colegas en el CEDES (Centro de Estudio del Estado y la Sociedad) trabajaron con vctimas de las violaciones a los derechos humanos en la Argentina, no slo para reclamar justicia en los foros jurdicos, sino tambin en la esfera pblica, interviniendo as en una cultura de derechos. Segn Jelin, el concepto de ciudadana en una cultura democrtica debe tener en cuenta aspectos simblicos como la identidad colectiva, y no limitarse a un discurso racionalizable en relacin a los derechos (Jelin,1991).
Su acercamiento a la ciudadana se asemeja a la correlacin que establece Nancy Fraser entre identidad y las luchas en torno a la interpretacin de necesidades. Los conflictos entre interpretaciones de necesidades en la contemporaneidad revelan que habitamos un nuevo espacio social distinto a la esfera pblica ideal, en la que se supone prevalecen habermasianamente los mejores argumentos. Esta lucha de interpretaciones involucra a los expertos que administran las burocracias y otras instituciones que proporcionan servicios, requiere que se juzguen las propuestas de legitimidad de grupos que se identifican por su diferencia cultural, y se rearticula en relacin a los discursos reprivatizadores que reincorporaran las necesidades problematizadas a sus enclaves domsticos u oficiales, donde se mantuvieron histricamente fuera de toda consideracin poltica (Fraser,1989:157). A la pregunta de cmo se fomenta un ethos democrtico, Jelin responde con la expansin de las esferas pblicas. Es decir, de aquellos espacios no controlados por el Estado ni el mercado en los cuales prcticas conducentes u opuestas a la democracia se promueven o restringen. Desde luego, la apertura de lo pblico a los movimientos sociales no garantiza que estos sean progresistas o democrticos. Lo que la proliferacin de esferas pblicas s asegura es que no prevalezca una sola concepcin de ciudadana, por ejemplo, la que se limita a derechos y responsabilidades. De hecho, hay muchos movimientos sociales cuya labor no gira en torno a la expansin de derechos civiles, sino que pugnan por el trabajo (piqueteros) o la vivienda (el Movimento dos Sem Terra). 3 Para Jelin, la tarea del investigador es colaborar con los grupos para crear espacios en los que tome forma su identidad y su ethos cultural. Entendido de esta manera, el proyecto de los estudios en cultura y poder forma parte de la lucha por democratizar la sociedad, tarea importantsima ahora que el Estado reduce su papel de rbitro y lo privatiza.
debilidad de esta premisa en las polticas de representacin y en el ethos subversivo de los estudios culturales, que extremaron la idea gramsciana de que la cultura es un campo de lucha, sobre todo en el contexto de una cultura massmeditica en la que los gestos de subversin se incorporan a la oferta de entretenimiento.
representaciones a su vez operaron visiblemente como fundamento de la legitimacin de los derechos o del acceso a los derechos. De ah el surgimiento de una poltica basada en la interpretacin de necesidades, pues ese proceso interpretativo es donde se escenifica la lucha social por la hegemona. Es decir, donde se desempean las estrategias para legitimar o deslegitimar demandas por la satisfaccin de necesidades, que a su vez se fundamentan en la diferencia cultural. Se legislaron polticas especiales para los grupos que manifiestan rasgos culturales no normativos, como la educacin bilinge, que da acceso al derecho a la educacin para los que no hablan ingls. Pero lo importante es que la legislacin de esas polticas tiene que pasar por un proceso de lucha interpretativa, que a su vez requiere que se escenifiquen las diferencias (Ydice,1990). Todo lo dicho hasta aqu parece sostenerse para todos los grupos de identidad (afroamericanos, latinos, asiticos, gays y lesbianas, sordomudos, de tercera edad, discapacitados, etc.) en los Estados Unidos. Pero esto no quiere decir que los diferentes grupos escenifiquen sus identidades de la misma manera o que haya una afinidad inherente entre ellos, pues lo que ms tienen en comn son los contextos contingentes en los que se gestan sus prcticas. Michael Warner advierte que la subalternidad no equipara a esta diversidad de grupos, no hay paralelismo identitario que obligue a aliarse a los grupos marginados en base a factores de raza, etnicidad, clase, gnero y preferencia sexual (Warner,1991:13). En la poltica de identidad estadounidense, la particularidad de la apariencia fsica es un criterio crucial para la comprensin de la performatividad. Lo que Warner describe en relacin a la identidad queer no ocurrira de la misma manera entre los jvenes chicanos heterosexuales, cuya identidad se construye en la performance de chicanidad, que a su vez depende de la performance de masculinidad y heterosexualidad.5 La frase gay chicano sera una contradiccin, al menos en el perodo clsico del nacionalismo chicano. Adems, los afroamericanos, chicanos o mujeres no pasan como tales por una salida del closet, es decir, por el ritual de declaracin de su etnicidad. En la mayora de los casos, la etnicidad se evidencia en los rasgos fsicos o culturales. No obstante, la produccin de rasgos identitarios relacionados con maneras de vestir, gesticular, hablar, etc., es comn a todos los tipos de performance de estos diversos grupos. Adems, la performatividad es una manera de poner en escena el deseo y la fantasa, que son componentes tambin fundamentales de la identidad, y que, por tanto, tienen valor poltico.
luego, tiene su precio, pues el efecto principal es la absoluta supresin de lo privado, espacio en el que se supona tradicionalmente que operaba la actividad esttica. Ms all de las condiciones examinadas ms arriba (movimiento de derechos civiles, accin afirmativa, poltica de identidad), las guerras culturales estadounidenses de los ochentas y noventas provocaron (o fueron provocadas por) el desplazamiento de lo privado a lo pblico. De hecho, el gnero esttico ms identificado con este perodo, el arte de performance, perdi su anclaje en la privacidad del cuerposobre todo femenino, condicin de su valor esttico en los sesentas, cuando todo lo relacionado con el valor se politiz en el debate pblico (Ydice,1996). No hay que lamentar, desde luego, que se desmitifique el enclave privado burgus de la libertad artstica, pues a pesar de ser la dimensin en que los artistas repudiaron la otra cara de la modernizacin novecentista la libertad econmica del capitalista esa libertad, no obstante logr ser valorizada y producir sus propias exclusiones, sobre todo de mujeres y subalternos como actores culturales. Los Cultural Studies forman parte de esta desmitificacin, sobre todo por su inters en revelar las relaciones entre cultura y poder. Pero como seala Jean Franco respecto a los avances del feminismo latinoamericano en la politizacin de lo privado siguiendo el lema histrico lo personal es polticono slo se precluye la posibilidad de una autoapreciacin que no se base en la poltica de la representacin (1992:78), sino que tambin se reinstituyeron de manera velada las mismas realciones de privilegio que haban separado a la intelligentsia de las clases subalternas (1992:80). Politizar lo privado (v.gr., lo domstico) no ha resuelto los problemas de desigualdad. Desde luego, las polticas de identidad no podran haber resuelto los impases arriba referidos, sobre todo si se tiene en cuenta su absorcin por partidos y mercados de lo que tuviera la identidad de rentabilidad poltica y social, que es lo que induce el auto-gobierno, siguiendo el modelo de gobernabilidad propuesto por Foucault. En varios ensayos (Ydice,1995;1999), examino cmo las instituciones culturales alternativas erigieron un mercado paralelo y compensatorio para minoras que casi nunca se cruza con los circuitos dominantes donde circula el poder. Y cuando la alternatividad entra en juego en estos circuitos suele ser cuando las empresas y las instituciones polticas aprovechan la poltica de la identidad como recurso expeditivo en su bsqueda de lucro o en las estrategias de apaciguamiento de problemas sociales. La ciudadana tiene que ver con la pertenencia y la participacin, pero est sobredeterminada de manera compleja que mitiga las demandas de acceso al poder [ empowerment], sobre todo aquellas que se desempean en el espacio de la representacin. Tomando de Foucault el concepto de gobernabilidad, con el cual se refiere a las maneras en que se gua la conducta de individuos o grupos a partir de la administracin de lo social (Foucault,1982:21), podemos decir que las estrategias y polticas de inclusin son un ejercicio de poder mediante el cual se construyen las identidades a ser protegidas y administradas: mujeres, gente de color, gays y lesbianas. Anlogamente, para Cruikshank, los organizadores progresistas, al desarrollar estrategias para dar acceso al poder [ empower] a los pobres durante la Guerra contra la Pobreza [ War on Poverty] acabaron inventando y operacionalizando nuevos instrumentos para actuar sobre la subjetividad de los pobres (1994:48). Estos brokers estructuraron el campo de accin (Foucault,1982) o acceso. La situacin en Amrica Latina es diferente, lo cual no quiere decir que la identidad no tenga valor en la gestin de democratizacin y acceso a los espacios pblicos. Esta es la premisa de un libro reciente sobre la relacin entre poltica y cultura (Alvarez, Dagnino, Escobar,1998), que a mi modo de ver revela demasiada confianza en el poder de la accin cultural para llevar al cambio. No obstante, algunos de los contribuidores reflexionan sobre los lmites de la poltica de identidad en contextos latinoamericanos. Olivia Maria Gomes da Cunha analiza cmo el movimiento negro brasileo sufri el desplazamiento del nfasis marxista en cuestiones de conciencia poltica a la orientacin ms culturalista de la identidad, que se desplaz de nuevo al adoptarse el discurso de ciudadana, que a su vez le permiti a este y otros movimientos mayor flexibilidad en su bsqueda de apoyo de instituciones gubernamentales y fundaciones internacionales y en sus tentativas de alianza ms all de criterios raciales y culturales. A partir del anlisis de las actividades del Grupo Cultural Afro Reggae, Cunha argumenta que las prcticas de hibridacin en lo que respecta a identidad (negros, jvenes, pobres), oportunidad poltica (las alianzas) y prcticas culturales (las fusiones musicales) muestran ms pragmatismo que fidelidad
identitaria. Mis propias reflexiones a partir de y con este grupo muestran, adems, que las categoras (raza, sexualidad, gnero) que suelen aparecer en los Cultural Studies estadounidenses como plataformas para el acceso al poder [empowerment] son mucho ms flexibles (Ydice,2000). La contribucin de Vernica Schild a este libro tambin problematiza las premisas de los coordinadores al demostrar cmo el activismo de los grupos de mujeres chilenas, una vez incluidos en la maquinaria del Estado neoliberal, acaba colaborando en medidas de control ms que facilitar la participacin. Schild enfatiza las maneras en que los recursos culturales y materiales son movilizados para la construccin de nuevas polticas estatales. Desde esta perspectiva, si bien en una coyuntura particular los movimientos sociales pueden deconstruir la dominacin al mostrar que consiste en una estructura congelada de relaciones de poder [] y de identidades opresivas y excluyentes, en otra coyuntura [estos mismos movimientos] contribuyen al surgimiento y desarrollo de nuevas formas de dominacin (Schild,1998:95). La ONGizacin, opcin surgida en la coyuntura de la democratizacin neoliberal de la posdictadura, permite que los activistas subalternos consigan, con la ayuda de organizaciones y fundaciones internacionales, que sus demandas sean reconocidas, pero a la misma vez reposiciona a estos grupos como nuevos tipos de clientes con necesidades administrables (Schild,1998:110).
tercer mundo, e inclusive la periferia del tercer mundo (v.gr., Bolivia) en las metrpolis latinoamericanas (v.gr., Buenos Aires). La presencia de una masa crtica de gerentes y productores culturales requiere de una mano de obra barata para asegurar una alta calidad de vida. Esto implica no slo los servicios pblicosbuena infraestructura de transporte y recreo, polica, salud, etc. sino y sobre todo el entretenimiento y todo tipo de servicios. Quienes proporcionan la calidad de vida son los sectores subalternos. No slo son los cerebros los que migran a las capitales culturales. Debido a la demanda de trabajo no calificado, tambin hay grandes migraciones de los que trabajan en los servicios personales, domsticos y culturales en el sentido informal (vendedores ambulantes que proporcionan color local, prostitutas, etc.). Como los turistas que viajan a las selvas, a pueblos indgenas, e inclusive a las villas miseria, los talentos innovadores tambin necesitan satisfacer su deseo de compra y venta de experiencias humanas. Las ciudades aguijonean y satisfacen este deseo convirtindose ellas mismas en parques temticos, pero tambin en proyectos de desarrollo de comn inters, centros de entretenimiento, centros comerciales, turismo global, moda, cocina, deportes profesionales, cine, televisin, los mundos virtuales y otras experiencias simuladas, pero no por ello falsas. Estas experiencias representan la nueva fase de desarrollo capitalista (Rifkin,2000: 29 y 265), e involucran a sectores subordinados y subalternos que trabajan, a menudo en el sector informal, produciendo el tejido social de bares, restaurantes, encuentros en la calle, etc., que al decir de Castells, da vida [a las ciudades] (2000,12).
presentaron las primeras versiones de algunos de los trabajos incluidos en esta coleccin, as como su propia conferencia magistral. Se le invit por la calidad (y cantidad) de sus estudios sobre cultura y globalizacin, como tambin porque ya tena trayectoria visible en varios foros y publicaciones en ingls. Creo, adems, que fue invitado para escenificar cierta diferencia. Es decir, para representar qu se hace en el sur que es diferente y que debiera interesar en ese foro norteo. Este es uno de los imperativos performativos de la poltica progresista estadounidense (y que se extiende a los otros contextos anglfonos en lo que respecta a los Cultural Studies). De hecho, los preparativos del congreso en Birmingham fueron marcados por una acuciante polmica entre los integrantes de las juntas editoriales de tres revistas que procuran representar los Cultural Studies en un contexto si no mundial, al menos transatlntico: la International Journal of Cultural Studies , la European Journal of Cultural Studies , y Cultural Studies. El meollo del debate consisti en la representacin que se estaba negociando para la nueva institucin la Asociacin Internacional de Estudios Culturales y cuya organizacin est actualmente en marcha por mandato de esa reunin en Brimingham. Dejando de lado los buenos argumentos para instituirla, la polmica se centr en la limitacin de sus rganos de difusin a un idioma: el ingls. Larry Grossberg, editor de Cultural Studies critic la soberbia de tantas instituciones acadmicas occidentales y el menosprecio que esta restriccin implicaba respecto a otros idiomas, inclusive los que, como el francs, haban contribuido a la formacin de los Cultural Studies. Mato mismo critic el anglocentrismo de estas instituciones, observando que la mayora de las publicaciones que utilizan la expresin estudios culturales latinoamericanos se editan en Inglaterra o Estados Unidos. Podra objetarse que en un mundo globalizado exigir que el conocimiento se produzca localmente es recurrir al esencialismo. Pero las organizaciones transnacionales, como los conglomerados de entretenimiento, necesitan que se produzcan conocimientos o contenidos locales que luego produzcan rentabilidad (econmica o intelectual) en la distribucin diferencial. La insistencia de algunos en el uso exclusivo del ingls constituye de facto el instrumento que asegura el control de la distribucin, pues se tiene control sobre lo que tiene que ser traducido. Esta polmica en torno al idioma oficial de la revista propuesta para la Asociacin fue embarazosa para los que adoptaron la postura anglocntrica, y es por eso, en parte, que se invit a representantes de las dos regiones geopolticas ms importantes (en trminos de receptividad y expansin de la membresa) despus del norte atlntico: Kuan Hsing Chen, de Taiwan (y por extensin, Asia) y Mato, de Venezuela (y por extensin, Amrica Latina). Mato contrast los estudios en cultura y poder, caractersticos segn l de los contextos latinoamericanos, a los Cultural Studies angloamericanos, institucionalizados e integrados al mercado, y por tanto, segn l, con menor capacidad de intervenir en las relaciones de poder. Hizo hincapi en el trabajo de Paulo Freire y Orlando Fals Borda, sealando que establecieron las indispensables referencias epistemolgicas, ticas y polticas de una tradicin autnoma de crtica a los modos en que las relaciones de poder conforman procesos culturales, y que sirvieron de base para los estudios actuales. De Fals Borda, Mato enfatiz la investigacin-accin participativa y el compromiso poltico en beneficio de los sectores populares. La premisa fundamental de esta metodologa es que cada miembro de una comunidad tiene autoconocimiento que tiene que ser un factor clave en el diseo de la investigacin y la accin poltica (Mato,2000:15). Esta es una perspectiva que Mato procura promover en los foros en que se mueve: esta coleccin de ensayos; el Grupo de Trabajo Cultura y Transformaciones Sociales en Tiempos de Globalizacin que coordina para CLACSO y que cuenta con la participacin de ms de veinte investigadores; la seccin Cultura, Poltica y Poder de la Asociacin de Estudios Latinoamericanos (LASA) que tambin dirige; y un programa internacional de becas, cofinanciado por la Fundacin Rockefeller y la Universidad Central de Venezuela, para estudiar globalizacin, representaciones sociales y transformaciones sociales, que tambin dirige. Pero ms interesante que esta premisa, me parece el papel de intermediario que ensaya Mato. Un broker tiene que pisar terrenos muy resbaladizos, negociar con instancias locales, nacionales, internacionales, transnacionales y globales.6 Tiene que conocer los protocolos de y manejarse ante una gran variedad de actores institucionales y polticos. Acaso el trabajo donde Mato mejor muestra el conocimiento de esta actividad y tambin representa su propia intervencin en ella es el que escribi sobre el programa Cultura y Desarrollo del Festival of American Folklife de 1994, de la Institucin
Smithsonian, organizado por la Smithsonian y la Inter-American Foundation y que involucr la participacin de 14 de pueblos indgenas dedicadas a establecer los derechos polticos y territoriales colectivos de sus pueblos, etnoturismo, etnoagricultura, artesanas, educacin y comunicaciones (Mato,2000b). La descripcin que hace Mato en este estudio de caso de las relaciones entre actores globales (representantes de la Smithsonian y la Fundacin Interamericana) y subalternos (representantes de asociaciones indgenas) me parece del todo aplicable a su representacin, en Birmingham, de los estudios latinoamericanos en cultura y poder. Cuando en el estudio de la Smithsonian l menciona actores globales pinsese en los organizadores del congreso y de la Asociacin Internacional de Estudios Culturales. Mato escribe sobre las negociaciones entre los deseos y las acciones de los organizadores y las reacciones de los interpelados, atrados por la necesidad de participar en redes transnacionales que les permitan adelantar en sus luchas. Tambin observa cmo esta participacin afecta sus propias representaciones y las agendas polticas asociadas. Pero adems tambin apunta que segn los casos, esta participacin en foros y redes transnacionales puede implicar rechazo o resistencia, negociacin o apropiacin creativa. (Mato,2000b:355). Antonelli (2000:16) capta bien el anhelo de Mato de informar a los agentes locales que, desde posiciones asimtricas y desiguales, intervienen en la arena de lucha y/o las negociaciones transnacionales. Se tratara de una relevante inversin: hacer visibles las dinmicas de los poderes desde y para las resistencias. Se encuentra aqu una leccin valiosa, que yo mismo he intentado comunicar en este ensayo. Hay que arriesgarse a intervenir en los escenarios de interlocucin a pesar de las estrategias de absorcin que establecen los agentes hegemnicos. Es esta la labor del broker hbil y que no todo actor posee, a pesar de la perspectiva falsbordiana de que es necesario proceder teniendo en cuenta los conocimientos que los subalternos poseen. Me parece que siempre hay alguien que tiene en cuenta, y es ese actor el que he tratado de protagonizar aqu. Los estudios latinoamericanos en cultura y poder necesitan investigadores que estudien con los subalternos, pero tambin a los que sepan manejarse en esta diversidad de situaciones harto complejas.
Referencias bibliogrficas
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Notas
George Ydice, New York University. Correo Electrnico: [email protected]
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1
Este ensayo es una versin revisada de un trabajo que present en el Primer Encuentro de la Red Interamericana de Estudios
Culturales en la Ciudad de Mxico en 1993 (Ydice,1993). Esta nueva versin marca los cambios en las estrategias polticas e institucionales de los estudios culturales, tanto en Amrica Latina como en Estados Unidos. Como participante en el transcurso de los estudios culturales en ambos contextos, procuro sealar los cambios en mis propios presupuestos y referencias analticas: el desplazamiento de la impronta gramsciana de los Cultural Studies angloamericanos, que perciben mayor capacidad de accin [agency] en los conflictos culturales, hacia los dispositivos de gestin y administracin cultural, caractersticos del apogeo neoliberal; la concomitante gubernamentalizacin (adquisicin de capacidad de accin y simultnea absorcin o cooptacin) de los movimientos sociales; la disminucin de la efectividad de la lucha por los derechos en ese mismo contexto; el paso de la creencia que el reconocimiento de la diferencia cultural facilita acceso pblico y ciudadano a la suspicacia de que el multiculturalismo neoliberal la vuelve rentable en el consumismo; el auge y debilitamiento de las estrategias mediticas de movimientos sociales como los piqueteros argentinos o el Movimento dos Sem Terra; la prdida de confianza en que la cultura pueda liderar los procesos de reconstruccin a partir de los atentados del 11 de septiembre y el aparatoso hundimiento de la Argentina a fines de 2001 y comienzos de 2002. Algunas reacciones al borrador de esta segunda versin sealaron el escepticismo de mi postura ante lo que el trabajo cultural pueda lograr; pero este escepticismo no implica el abandono de proyectos progresistas o radicales. Slo apunta a las circunstancias en las que se hace necesario rearticular esos proyectos para hacerlos ms factibles, sabiendo que la viabilidad siempre debe exponerse a la crtica.
2
Este artculo constituye una versin revisada del texto presentado en la 3ra Reunin del Grupo de Trabajo de CLACSO "Cultura y
Alejandro Grimson puntualiza que muchos movimientos sociales actan no slo en trminos de derechos civiles, por tanto no
Algunos lectores del borrador de esa segunda versin de este ensayo objetaron mis breves referencias histricas a los
movimientos de derechos civiles den prioridad a la experiencia de los afro-americanos. Desde luego, las luchas por los derechos civiles de chicanos y de inmigrantes mexicanos se remontan a los 1940s y aun antes (McWilliams 1939; 1942; 1943; 1948). Pero estas luchas no captaron el imaginario nacional de la misma manera que las afro-americanas. Lo que quiero dejar sentado aqu no es que muchos grupos fueran discriminados o que se movilizaran, sino la idea de que a partir de la experiencia de uno de esos grupos se proyect un modelo de transformacin social (McAdam,1994), que bien o mal, dio impulso a las leyes legisladas en los 1960s y las medidas para prevenir los motines urbanos, que tuvieron como referente principal a los afro-americanos. Reconocer esto no es desdear los movimientos de chicanos, puertorriqueos u homosexuales, sino entender que las luchas afro-americanas establecieron precedentes que facilitaron otras luchas a la vez que legaron un patrn analtico y justiciable que no necesariamente ha reconocido adecuadamente las significantes diferencias de estos otros grupos.
5
Warner usa la etiqueta autodescriptiva queer blandida por homosexuales y lesbianas que asumen su no normatividad contra el
statu quo. Gay no tiene esa implicancia, y de hecho, cuando se habla de matrimonio gay o de consumismo gay se echa de ver que esa forma de homosexualidad se acomoda a las normas vigentes.
6
Jos Manuel Valenzuela argumenta en un comentario al borrador de esta segunda versin de este ensayo que si bien la figura
del broker caracteriza el momento de principios de los 1990s, hoy en da impera la institucionalizacin, que se verificara en la iniciativa de constituir una Asociacin Internacional de Estudios Culturales, as como las iniciativas emprendidas por Mato, u otras en que yo mismo participo: la Asociacin Internacional Arte Sem Fronteiras, que gener una Convocatoria a los Estados Generales de la Cultura en Amrica Latina , y las exploraciones de ampliacin de la colaboracin internacional del Fideicomiso Para la Cultura Mxico-Estados Unidos. Los dos momentos principio de los 90s y comienzo del siglo XXI de hecho tienen una fuerte diferencia poltica, tanto nacional como internacionalmente, pero siguen teniendo importancia tanto los brokers como los esfuerzos institucionalizantes. No creo que estos ltimos puedan darse sin la accin de los intermediarios. Ahora bien, una de las preguntas que debe hacerse respecto a los brokers es si disponen de suficiente representatividad en las instituciones que emergen. Mi interpretacin de los conflictos en la iniciativa de crear una Asociacin Internacional de Estudios Culturales, que llev a los
dirigentes a invitar a un asitico y a un latinoamericano a dar conferencias magistrales, demuestra que hay una necesidad de intermediarios para negociar la inclusin de periferias y marginalidades. Se trata de instituciones que aspiran a ser representativas en tanto esta en juego su legitimidad, pero que de hecho no son representativas. De ah la necesidad de brokers que, en el mejor de los casos, ayuden a suplir esa falta, o que en el pero, se pongan a s mismos en el lugar de los ausentes. Desde luego, Mato representa una de las prcticas ms consecuentes y ticas en lo que a esto respecta.
feminista, el movimiento tnico, el movimiento de los derechos humanos, el movimiento afro, el movimiento cristiano de base, etc. Pero en esos movimientos subsisten procesos comunes que pueden ser identificados: el desmarque de aquella mordaza de tipo epistmico que signific la reduccin de la conflictividad social a las clases y a las luchas de clases; la crisis del estado de bienestar; la imposicin de las polticas de ajuste y la destruccin de las bases de una industria nacional con la consiguiente derrota estratgica a la clase obrera; la emergencia de nuevas voces desde nuevos discursos; las estrategias del miedo y del control social desde el terrorismo de estado, entre los procesos ms importantes que concurren a explicar la eclosin de los movimientos sociales en el escenario poltico de Amrica Latina. Es esa multiplicidad de voces las que apelan a la diferencia para reconocerse en su prctica poltica e histrica. Es quiz por ello que surge con fuerza la discusin sobre la identidad, y a partir de ello su deriva de tipo filosfico: la crtica desde la alteridad, desde el Otro, a un proyecto civilizatorio que haca del Otro coartada o escenario. Ese pensamiento que empieza a prefigurarse desde los intersticios del proyecto de la razn moderna, y tiene la pretensin de constituirse como un pensamiento crtico, radical y transformador, posibilitar un amplio margen de reflexiones sobre y desde los movimientos sociales, a la vez que abra los cauces para una crtica total y radical al sistema desde la diferencia como nuevo campo epistmico. Se trataba no solamente de someter a discusin, debate y crtica las contradicciones del sistema, sino al sistema en su conjunto. Se trataba de retomar aquella pregunta nietzscheana que se demandaba si finalmente el proyecto de la razn y del iluminismo no eran otra cosa que una voluntad de poder. De ah la apelacin a uno de los filsofos contemporneos que ms apegado se encuentra a esa deriva crtica que proviene de Nietzsche, el francs Michel Foucault. El poder ya no se codifica en aquellas relaciones de tipo jurdico que remitan al Estado y a su monopolio de la violencia, ni a aquellas relaciones de tipo econmico que remitan a las clases sociales y la lucha por el control del excedente econmico. Ahora el poder se encontraba diseminado en todo el plexo social 2. Todos los seres humanos ramos presas de ese entramado complejo de relaciones de poder, en las cuales la situacin de gnero, edad, saber, se constituan como condiciones de lucha, de imposicin, de sojuzgamiento dentro del campo del poder. La sociedad empieza a ser vista como un gran centro disciplinario. La mirada panptica de Bentham se constituye en la forma ms perversa del poder y por tanto ms real: ver sin ser visto, es decir, controlar, vigilar y castigar. As, ese poder difuminado en el plexo social, utilizaba dispositivos, tecnologas, estrategias, y toda una panoplia de recursos que incluan un proceso de disciplinamiento interno que Foucault habra de llamar como tecnologas del yo. A partir de una traduccin italiana de algunos textos de Foucault, se convertira en clebre la definicin de microfsica del poder. Vistas desde este entramado hermenutico, poda decodificarse y tambin deconstruirse de manera categorial y epistmica la visin que las ciencias sociales haban tenido sobre su entorno. Se sospecha de todo lo que alguna relacin tenga con el proyecto de la razn moderna. Se sospechan de sus metanarraciones y de sus explicaciones omnicomprensivas, de sus grandes sistemas filosficos y de sus grandes respuestas. La prctica poltica de los movimientos sociales, que incorporan en la agenda poltica temas novedosos (como es el caso de la plurinacionalidad del Estado, reclamado por los indgenas del Ecuador), conjuntamente con esta hermenutica de la sospecha abren el espacio de la reflexin terica y la discusin analtica hacia formas alejadas de los esquemas epistemolgicos dominantes. Se inaugura as una desconfianza de tipo epistemolgico sobre el proyecto civilizatorio de la razn occidental y moderna. Es esta desconfianza y sospecha las que daran un suelo y sustrato ms histrico y terico a una prctica de tipo poltica y acadmica denominada desde los centros universitarios anglosajones como estudios culturales.
consumo, etc. Es partiendo de esas preocupaciones y tomando en cuenta las profundas transformaciones sociales e histricas de Amrica Latina, sobre todo en un contexto que apela con fuerza a las ideas de globalizacin y democracia liberal, que Daniel Mato interroga a esos procesos desde la dinmica de los estudios culturales, y desde las producciones tericas hechas desde la regin y desde los movimientos sociales. Es un esfuerzo de larga data y que puede ser confirmado por la constitucin de un grupo de trabajo especfico al seno del CLACSO, para tratar sobre la globalizacin, la cultura y las transformaciones sociales, y cuyos primeros resultados aparecieron editados en un volumen en junio del ao 2000, y que recogan las ponencias y discusiones realizadas a fines del ao de 1999 por este grupo de trabajo. As, la globalizacin, como locus de significacin histrica y como condicin para la creacin de nuevas reflexiones sobre las adecuaciones del entorno histrico y social, fueron las primeras reflexiones suscitadas en el grupo de trabajo y en el cual constan aspectos como la gobernabilidad, la memoria, la transversalidad, la multiculturalidad, el poscolonialismo, etc. Es dentro de esta lnea que se van a ir incorporando nuevas reflexiones cada vez ms vinculadas a procesos sociales existentes en la regin. En efecto, en un segundo volumen que se editara en agosto de 2001, y que recoge los debates y ponencias de este grupo de trabajo del CLACSO, existe una clara preocupacin por esas nuevas voces, por esos nuevos procesos que se manifiestan desde mltiples puntos, desde diferentes marcos institucionales, desde diversas prcticas sociales. As por ejemplo consta un estudio sobre la diversidad tnica en el Banco Mundial, sobre la poltica en red y la democracia virtual, sobre la necesidad de des-fetichizar la globalizacin, sobre el feminismo en Chile durante la transicin, etc. Es desde esta apertura al horizonte de posibles de reflexin y discusin terica, que el grupo de trabajo del CLACSO, orienta en su tercera reunin de discusin y debate, llevada a efecto a fines del ao 2001, su atencin hacia procesos de construccin y deconstruccin en cultura y poder en la regin con nfasis especial en los movimientos sociales y sus prcticas culturales. Incluso el cambio de denominacin es significativo, de aquellas iniciales cuestiones sobre la globalizacin, la cultura y las transformaciones sociales, que sirven de marco general para entender los procesos de reflexin terica, ahora se realiza una transicin, por decirlo de alguna manera, hacia una denominacin explcita que hace referencia a dos campos de tipo epistemolgico: aquellos de la cultura y el poder. La apertura de esos campos epistemolgicos y la incorporacin en ellos de las prcticas denominadas intelectuales hechas por los movimientos sociales, y por otras prcticas alejadas de la academia oficial y dominante, son el eje articulador de la nueva propuesta de discusin del grupo de trabajo del CLACSO, y del cual Daniel Mato es su coordinador. Se trata de otorgar un status de reconocimiento y validacin desde la teora y la reflexin acadmica a un conjunto de prcticas intelectuales que, a pesar de su importancia, siempre haban sido consideradas ms bien como objetos a ser estudiados que como sujetos que estudian. Asimismo, la referencia a los campos epistemolgicos de la cultura y el poder, dentro de la globalizacin, la cultura y las transformaciones sociales, son indicativas de la direccionalidad que toman en este momento ciertas reflexiones surgidas desde las ciencias sociales. La apertura del poder, que en su construccin epistemolgica debe ms a Foucault y a la lnea deconstructivista y de la vertiente de Lacan, que a una lnea weberiana, posmarxista o posfuncionalista luhmaniana, permite una criticidad y un enfrentamiento asimismo crtico con la academia, sobre todo con aquella que hace referencia a los denominados estudios de rea y estudios culturales, de las universidades anglosajonas. As, el concepto de poder permite una consideracin al tiempo que dialctica (en el sentido de que no hay imposicin de poder sin su correspondiente proceso de resistencia y lucha), tambin crtica que genera una actitud de vigilancia y de una hermenutica de la sospecha. Sobre la consideracin del poder foucaultiano, y su correspondiente teorizacin acerca de los procesos disciplinarios y la relacin estratgica del saber con el poder, puede generarse un rico debate sobre las prcticas culturales y polticas en Amrica Latina, y, adems, pueden re-problematizarse a nivel epistemolgico muchos conceptos de las ciencias sociales. Este proceso permite tambin una readecuacin del concepto de cultura que es asumida en su sentido ms lato e histrico. Toda produccin de saberes de una sociedad determinada es tambin una produccin cultural, y tambin est atravesada por relaciones de poder y de contrapoder. Se
posibilita de esta manera, un campo conceptual muy complejo y muy rico, en el cual pueden ser comprendidas, contextualizadas y referidas, un conjunto de prcticas en la produccin de estos saberes hechas por los movimientos sociales, o referidas a determinados procesos histricos. Pero tanto el concepto de poder, como aquel de cultura tienen que referirse a los procesos de globalizacin, o, al menos, a sus campos discursivos. Si existe una globalizacin como una construccin de sentido hechas desde las empresas transnacionales y desde las multilaterales de crdito, como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, y si la imposicin del poder genera su propia dialctica, entonces deben existir otras dinmicas a la vez correlativas y contradictorias a la globalizacin dominante. Y quiz estas dinmicas expresen la presencia de una globalizacin de resistencias, de luchas contrahegemnicas, de redes de accin y participacin social. El poder como campo epistmico que otorga coherencia y validacin a estas prcticas de los movimientos sociales, debe asumir ciertas caractersticas especiales en circunstancias de globalizacin y en pertinencia con los procesos de actores sociales concretos y especficos, Cules son estas caractersticas? Cmo los actores sociales, pueden articular, procesar y establecer diferenciaciones a nivel terico con la globalizacin? Cmo comprender la accin de la dialctica del poder en el juego de los actores y sus procesos en la trama ambigua de la globalizacin? Implica la globalizacin de capitales financieros una globalizacin de procesos de lucha y de resistencia? Sobre estas cuestiones reposan otras inquietudes que nacen a medida que la reflexin se aproxima a la determinacin conceptual del concepto otras prcticas intelectuales, dados los campos epistmicos del poder y la cultura. Y son estas inquietudes las que subsisten y que conforman un trasfondo del presente volumen del grupo de trabajo del CLACSO en globalizacin, cultura y transformaciones sociales. De hecho el libro est articulado sobre tres ejes de tipo metodolgico-conceptual. Un primer eje conforman las reflexiones hechas desde las prcticas intelectuales realizadas por los movimientos sociales, sus tericos, sus intelectuales. Este primer eje estara caracterizado por reflexiones (des)de los actores y procesos polticos y acadmicos de Amrica Latina, y el pensar y saberes de los nuevos actores sociales e histricos. En este eje se mantiene una distancia con la academia y se trata de comprender que la dinmica terica que subyace a estos movimientos sociales est signada por sus respectivos proyectos polticos, por la coyuntura en la que viven y por las relaciones de poder a las que se enfrentan, ms bien que por los textos referenciales, cannicos o por una agenda hecha desde la academia. En estas reflexiones hechas desde intelectuales vinculados a procesos sociales concretos, se evidencia la distancia del academicismo, que no significa en modo alguno prdida de rigurosidad o de complejidad en la elaboracin terica, sino un acento en cuestiones que no necesariamente coinciden con aquellas de la academia. Este conjunto de reflexiones estaran establecido por l@s siguientes autor@s y estudios: Basile, Teresa: La Universidad Popular de las Madres de la Plaza de Mayo: emergencia de nuevas prcticas en cultura y poder en la Argentina de la posdictadura ; Dvalos, Pablo: Movimiento indgena ecuatoriano: construccin poltica y epistmica; Garca, Illia: Representaciones de identidad y organizaciones sociales afrovenezolanas; Garca, Jess Chucho: Encuentro y desencuentro de los saberes. En torno a la africana latinoamericana ; Juhasz-Mininberg, Emeshe: Ninguna de las anteriores: (dis)continuidades conceptuales sobre identidad nacionales el caso de Puerto Rico ; SantAnna, Catarina: Poder e Cultura: as lutas de resistncia crtica atravs de duas experincias treatrais; Vargas Valente, Virginia: Los feminismos latinoamericanos en su trnsito al nuevo milenio. (Una lectura poltico-personal; Walsh, Catherine y Juan Garca: El emergente pensar afroecuatoriano. Reflexiones (des)de un proceso. Un segundo eje que articula las reflexiones del presente volumen, hacen referencia al continente terico que ms ha trabajado la nocin de cultura en la relacin con el poder y con la transdisciplinariedad, es aquel campo terico conocido bajo el nombre de los estudios culturales, y que constituyen un eje contradictorio en el texto, por cuanto posibilita una adscripcin a una prctica terica que se quiere crtica e incluso subversiva con prcticas similares provenientes de determinadas universidades anglosajonas, pero tambin implica una actitud de separamiento, de distanciamiento con esas corrientes consideradas demasiado academicistas y sin relacin alguna con procesos histricos reales.
El hecho de que existan un conjunto de reflexiones que explcitamente relevan del campo de los estudios culturales, confirma esa tensin existente dentro de una determinada prctica de las ciencias sociales. A este segundo eje, que podramos llamarlo como lecturas y relecturas sobre la academia y la reflexin sobre cultura, poder y produccin terica hecha desde los Estudios Culturales, perteneceran las siguientes reflexiones: Antonelli, Mirta: La intervencin del intelectual como axiomtica; Ferreira, Maria Candida: S me interessa o que no meu ; Maccioni, Laura: Valoracin de la democracia y resignificacin de poltica, cultura: las polticas culturales como metapolticas; Mignolo, Walter: El Potencial epistemolgico de la historia oral: algunas contribuciones de Silvia Rivera Cusicanqui; Pajuelo, Ramn: El lugar de la utopa. Aportes de Anbal Quijano sobre cultura y poder; Poblete, Juan: Trayectoria crtica de Angel Rama: de la dialctica de la produccin cultural entre autores y pblicos ; Yudice, George: Contrapunteo estadounidense/latinoamericano de los Estudios Culturales . Entre estos dos esfuerzos, el volumen presenta un conjunto de reflexiones que pueden derivar tanto de una teorizacin hecha al lado, por expresarlo de alguna manera, de prcticas intelectuales en cultura y poder de sociedades y/o movimientos sociales concretos, cuanto de reflexiones ms academicistas, pero que no revelan de estudios de otros autores o circunscritos al mbito especfico de los estudios culturales. Son reflexiones bastante amplias en cultura y poder, suscitadas por el entorno existente y por la persistencia del proyecto original del proyecto del grupo del CLACSO, esto es, el estudio, debate y anlisis de la globalizacin, la cultura y la transformacin social. Este conjunto de reflexiones adscriben ms al esquema primero de este grupo de trabajo, y son una especie de umbral hacia una reflexin ms orientada hacia prcticas intelectuales hechas desde y por las sociedades y sus actores, al tiempo que son tambin una especie de piso terico y epistmico, que da coherencia y sistematicidad al conjunto de la obra. Si no existiese este campo de reflexiones, el volumen se presentara desgarrado entre la reflexin hecha por la academia y que tiene mucho a la autoreferencialidad y la glosa a s misma, y una prctica intelectual hecha por el movimiento social sin ningn vnculo con la academia y situada a contrapunto y en oposicin con sta. Es por ello la importancia que tienen estas reflexiones en el conjunto de la obra, permiten el paso de la una hacia la otra, de manera tal que posibilitan comprender que entre la academia y la prctica social existen un conjunto de mediaciones y de producciones culturales hechas justamente desde el poder, y que permiten comprender tanto la accin de los movimientos sociales cuanto la prctica intelectual de la academia. Dentro de este eje podran sealarse los textos de: Bermdez, Emilia: Procesos de globalizacin e identidades. Entre espantos, demonios y espejismos. Rupturas y conjuros para lo propio y lo ajeno ; Del Sarto, Ana: La sociologa y la crtica cultural en Santiago de Chile ; El Achkar, Soraya: Una mirada a la educacin en derechos humanos desde el pensamiento de Paulo Freire. Prcticas de intervencin poltico cultural; Grimsom, Alejandro y Mirta Varela: Culturas populares, recepcin y poltica. Genealoga de los estudios de comunicacin y cultura en la Argentina ; Hernndez, Carmen: Ms all de la exotizacin y a la sociologizacin del arte latinoamericano ; Ochoa Gautier, Ana Mara: Polticas culturales, academia y sociedad ; Ros, Alicia: Los Estudios Culturales y el estudio de la cultura en Amrica Latina; Rosas Mantecn, Ana: Los estudios sobre consumo cultural en Mxico ; Sovik, Liv: O Haiti aqui / O Haiti no aqui : msica popular, dependencia cultural e identidade brasileira na polmica Schwarz-Silviano; Sunkel, Guillermo: Una mirada otra. La cultura desde el consumo; Tinker Salas, Miguel y Mara Eva Valle: Cultura, poder e identidad: la dinmica y trayectoria de los intelectuales chicanos en los Estados Unidos ; Wortman, Ana: Vaivenes del campo intelectual poltico cultural en la Argentina. De esta manera se ha logrado presentar una discusin coherente que indica un camino recorrido y que evidencia la transformacin de las inquietudes iniciales en la conformacin del grupo de trabajo y las nuevas apuestas intelectuales. Recorrido y constatacin, al tiempo que apuesta al futuro y cierre de cuentas. El presente volumen abre nuevas interrogantes y plantea nuevas cuestiones a aspectos que quiz sean de larga data. En ese sentido, una de las preguntas que quedan latentes es si el volumen logr saldar alguna cuenta con la prctica de los estudios culturales, o ms bien termin legitimndolas, sobre todo por la posicin del coordinador del grupo de trabajo, y cuyo examen a su propuesta se har ms adelante.
Queda por saber tambin hasta qu punto a visibilizacin a los procesos intelectuales de los movimientos sociales, ha permitido su validacin terica, su reconocimiento epistemolgico. Son respuestas que rebasan la apuesta acadmica y la reflexin terica, y que se inscriben dentro de las prcticas histricas de las sociedades. En efecto, son los procesos histricos, son las acciones concretas de los movimientos sociales, en sus resistencias al poder, quienes confieren y otorgan validez a sus propuestas analticas y normativas. En momentos en los que la globalizacin liberal se convierte ms en una amenaza al gnero humano que en una oportunidad, bien vale preguntarse por la pertinencia de la construccin de saberes desligados de la historia, de sus conflictos, de sus luchas, de sus esperanzas.
institucionales que les dieron nacimiento. Si no existe ese arreglo de cuentas, surge la sospecha de la verdadera intencionalidad que tendran los estudios culturales de las universidades anglosajonas. No se tratan acaso de viejas prcticas de saber que enmascaran posiciones de poder y de legitimacin neocolonial? No estn delimitando y demostrando con fuerza esa relacin entre el saber y el poder que dicen denunciar y criticar? No articulan en su prosa los mismos contenidos de dominacin que pretenden combatir? Pero el hecho de que los estudios culturales se generen desde las universidades anglosajonas relevan de una prctica atvica de la relacin saber-poder: para existir hay que ser nombrado, y la prosa en la que se es nombrado siempre es aquella del poder. Los estudios culturales hechos desde las universidades anglosajonas proceden a nombrar al mundo, y en virtud de ese acto de taumaturgia, el mundo, o el Otro, existe. Antes de que sean nombrados, eran un mundo por crear, por descubrir o por conquistar, en todo caso las races de violencia de la modernidad perviven intactas en la formulacin epistmica de los estudios culturales de las universidades anglosajonas. Es como si un Melquades extrao viniese a nuestra realidad en plena peste del olvido y pusiese etiquetas a las cosas y en un lenguaje ajeno para nosotros, para recordarnos que ellas existen. De ah esa semntica abstrusa que genera un campo semitico de enunciacin y taxonoma: los subalternos, los hbridos, etc. De ah tambin esa confusin epistmica de los estudios culturales en construir la transdisciplinariedad. No se trata de un ejercicio de pensamiento complejo como aquel que propone el profesor Morin, en el Conocimiento del Conocimiento, sino en la amalgama, yuxtaposicin, y proliferacin de textos, y de contextos que muchas veces no tienen ninguna relacin entre s, pero que el hecho de que aparezcan entremezclados otorgan una supuesta validez de transversalidad epistemolgica. De ah tambin que los estudios culturales hayan oscilado entre aquella discusin que recuerda a su homloga bizantina, sobre la presunta validez textual del testimonio de la Mench, o la acusacin de moda intelectual, hecha por Reynoso. En definitiva, se trata de un campo terico altamente conflictivo y atravesado por profundas contradicciones internas, que tienen que ver con la inconsistencia epistemolgica de su propuesta terica. Justamente desde esa constatacin y desde una posicin que busca otorgar validez terica a un conjunto de prcticas intelectuales que no relevan precisamente de la academia, pero que tienen validez y que se constituyen justamente por la diversidad de enfoques en la construccin de los objetos epistemolgicos, que Daniel Mato realiza su crtica (Mato,2001). En efecto, Mato cuestiona el campo categorial de los estudios culturales hechos desde las universidades anglosajonas y reivindica una produccin del saber hecha desde la historia y sus actores. Si la produccin de la verdad est condicionada por relaciones de poder, entonces, en esa dialctica del poder, las resistencias al poder tienen tambin producciones de verdad y de sentido que no son aquellas del poder, y que se construyen justamente para delimitar, constreir y resistir al poder. Son producciones tericas hechas al margen de la institucionalidad, son parte de la historia pero son negadas por sta. All se inscriben las reflexiones de una multiplicidad de actores que no encuentran voces dentro de la voz oficial de la academia. All se opera un proceso que Andrs Guerrero, en relacin a los indios del Ecuador, llamaba la ventriloquia, es decir, hablar en nombre y a nombre de los otros, pero justificndose desde los otros (Guerrero,1991). Precisamente para romper esa ventriloquia de la academia, que habla de los Otros, a su nombre y en su nombre, es que Mato propone abrir un nuevo campo dentro de las prcticas de cultura, saber y poder. Aquel campo en el que se instauren puntos de fuga con relacin a un canon que codifica, estructura, determina y controla la produccin del saber, y en el que consten voces mltiples que recojan la compleja y rica diversidad de nuestras sociedades. Dentro de un prctica terica que recuerda mucho al Guattari de la Revolucin Molecular, Mato apela a las producciones tericas que son hechas fuera de la academia, que se inscriben como puntos de fuga de esa academia y que aparecen profundamente relacionadas con los movimientos sociales, para reconstruir desde una nueva base epistmica una produccin cultural latinoamericana, que Mato la llama como prcticas intelectuales latinoamericanas en cultura y poder. Es un intento novedoso que empieza por establecer puntos de desmarque con la tradicin de los estudios culturales anglosajones, de ah la insistente crtica que Mato hace a la produccin terica hecha desde las universidades anglosajonas a nombre de los Cultural Studies. Y se trata de una crtica que va desde la utilizacin del lenguaje (el uso del ingls como una especie de lingua franca y
de factor de reconocimiento terico), hasta la evidente despolitizacin que implica la construccin del objeto epistemolgico dentro de la prctica de los estudios culturales. De ah que exista un componente deontolgico en la propuesta de Mato: no solamente se trata saber qu investigo, sino para qu y para quin investigo. Mato pretende un deber-ser en la construccin del conocimiento que se instaure a contrapunto de los discursos de poder y que se imbrique con las luchas de resistencia de los actores y movimientos sociales. As, la produccin de un orden de verdad no solo apela a relaciones de poder sino tambin a un ethos. Mato quiere construir desde la constatacin de saberes diversos hechos por actores histricos concretos, una tica del saber. As, Mato puede romper la apora intrnseca a los estudios culturales, y recuperar estas nociones desde las necesidades histricas concretas de los pueblos del Abya Yala, que por fuerza de una costumbre que Mato tambin critica, l denomina Latinoamrica. Es por ello que existen una diversidad de contribuciones que hablan de teatro, de movimientos feministas, de movimientos tnicos, de universidades populares, de intelectuales comprometidos con el cambio social, dentro del volumen de prcticas intelectuales latinoamericanas en cultura y poder, y que estn dentro de una prctica acadmica que tambin es poltica. En efecto, el cambio de locus de la academia a la historia es reveladora del compromiso de la ciencia y del intelectual. De la misma manera que en los pases anglosajones existen los thinks tanks, y los marcos institucionales que generan estructuras de saber y campos categoriales de conocimiento (si no recurdese a Fukuyama y el fin de la historia, a Crozier y Watanaki y la crisis de la gobernabilidad, a Hungtington y el choque de civilizaciones, sin contar con los conceptos estratgicos producidos por el FMI, el Banco Mundial, el BID), en la historia viva de los pueblos existen prcticas intelectuales que son a la vez tericas y polticas, y que siempre estn ligadas a procesos de resistencia y de lucha en contra del poder, por ello Mato da tanta importancia a los procesos de la Universidad de las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina, a la Universidad Indgena Intercultural, de Ecuador, a las reflexiones sobre Paulo Freire, Anbal Quijano, etc. Se trata de un reconocimiento de que el saber es un campo conflictivo de luchas de hegemona y contrahegemona, y en las cuales los intelectuales nunca son neutrales. Por ello Mato insiste en denominarlas como prcticas, porque relevan de la historia y de la construccin de sentidos dentro de esa historia. La ciencia no es neutral y mucho menos quienes la hacen. Aquella dificultad de los estudios culturales anglosajones por desmarcarse del entramado institucional e histrico del cual son parte, en Mato es una prioridad de tipo tico y poltico. No se puede hablar de los subalternos desde las academias del imperio sin ser parte de ese mismo imperio. No se puede replicar ese conocimiento generado en esas academias, sin hacerle el juego a esas estrategias imperiales de poder. Es tambin dentro de esa dinmica que Mato trata de recuperar la produccin terica que ha sido confiscada en nombre de los estudios culturales, para devolverle su fuerza analtica y su capacidad subversiva. Por ello tambin constan reflexiones sobre Garca Canclini y Martn Barbero, dos de los intelectuales ms conocidos dentro de la prctica de los estudios culturales. Recuperarlos, significa dotarles de un sentido ms vivo que aquel de la academia, a las reflexiones de pensadores que siempre se han caracterizado por su compromiso y su militancia. No solamente se trata de denunciar la colonialidad del poder y del saber, se trata de abrir cauces de voz a los que no tienen voz, se trata de reconocerlos como interlocutores, como primus inter pares. Se trata, en definitiva, de una apuesta por la construccin de sociedades ms democrticas, ms equitativas, ms justas. Una apuesta que en el caso de Mato, es vital, existencial y tica.
Referencias bibliogrficas
Castro-Gmez, Santiago (2000) Ciencias Sociales, violencia epistmica y el problema de la invencin del otro. En: Edgardo Lander (ed.): La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. Caracas: Ediciones FACES/UCV UNESCO. Dvalos, Pablo (2001) Yuyarinakui: digamos lo que somos antes que otros nos den diciendo lo que no somos. Quito: ICCI - Ed. Abya Yala. Decornoy, Jacques (1989) L'indentit comme garantie de survie. En Le Monde Diplomatique.
Foucault, Michel (1998) Dits et Ecrits, Vol III:180. Pars: Gallimard. Guerrero, Andrs, (1991) La Semntica de la dominacin: el concertaje de indios. Quito: Ediciones Libri Mundi Enrique Grosse-Luemern. Lander, Edgardo (2000) Ciencias sociales: saberes coloniales y eurocntricos. En: Edgardo Lander (ed.): La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. Caracas: Ediciones FACES/UCV UNESCO. Mato, Daniel (2001) Prcticas intelectuales en cultura y poder . Ponencia presentada en la reunin del Grupo de Trabajo Cultura y Poder del CLACSO, Caracas, del 29 de noviembre al 01 de diciembre de 2001.
Notas
Pablo Dvalos, Universidad Catlica de Quito y Universidad Intercultural de las Nacionalidades y Pueblos Indgenas. Correo
electrnico:[email protected] Dvalos, Pablo (2002) Entre movimientos sociales y la academia: Las prcticas intelectuales en Amrica Latina (Postfacio). En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela.
1
Ya en 1989, el escritor francs JACQUES DECORNOY, escriba: A l'heure des exigences minoritaires dans les grands empires,
du rappel l'existence des nations en Europe, et de la grande proccupation pour l'environnement, les aborignes ouvrent la voie une rflexion sur le type de civilisation dans lequel nous errons. En: Decornoy, Jacques: L'indentit comme garantie de survie. En Le Monde Diplomatique, junio 1989.
2
Foucault es muy explcito al respecto: El poder, creo yo, escribe Foucault, debe ser analizado como algo que circula, o, ms
bien, como algo que no funciona que en cadena, el poder jams est localizado aqu o all, jams est en manos de nadie ni de ciertas personas, jams puede ser susceptible de apropiacin como una riqueza o un bien. El poder funciona, el poder se ejerce en red, y, sobre esa red no circulan solamente los hombres sino que ellos pueden sufrir y ejercer el poder; los hombres no son el objetivo del poder sino ms bien su relevo. Dicho de otra manera, el poder transita por los individuos, no se aplica a ellos. En: Foucault, Michel (1998): Dits et Ecrits, Vol III, pp. 180, Pars, Gallimard. Traduccin ma.
Podemos fcilmente acordar que la amplitud de dicho propsito se ve reflejada en el ndice mismo del libro que testimonia de una heterogeneidad de marcos disciplinarios y filiaciones intelectuales, de una variedad de objetos de estudio y registros investigativos, de una multilocalidad poltica de campos de accin y escenarios de intervencin que convocan, diversamente, estas reflexiones sobre cultura y poder en Amrica Latina. No habra forma de resumir la pluralidad y extensividad de las perspectivas de trabajo que abren estas diversas reflexiones, ni menos de entrar en el detalle de lo que cada texto se propone afirmar o discutir. Sin ningn afn de exhaustividad y desde un recorrido de lectura muy parcial y acotado (que no hace justicia a la variedad y diversidad de los campos de experiencia y problemticas conceptuales aqu enunciadas), slo pretendo recoger algunos de los nfasis que marcan ciertos textos para comentarlos en un dilogo informal.
[] la produccin de etiquetas que nombran dominantes culturales de nuestro tiempo no es gratuita. La lgica de la relacin entre actores globales y locales en el campo de la academia, o mejor, de la diseminacin de ideopanoramas, replica relaciones de poder en otras esferas. Al nombrar tendencias o paradigmas, los actores globales garantizan su prominencia y la afiliacin de los locales a los universos discursivos que ellos, los globales, construyeron. El acto de nombrar nunca es inocuo, especialmente cuando se confunde con el acto de categorizar. Como afirma Spurr en su trabajo sobre la retrica del imperio: el proceso a travs del cual una cultura subordina a otra empieza con el acto de dar nombres (1999:4) (Lins Ribeiro,2001:163).
En ese sentido, resulta atendible el deseo de D. Mato de que las prcticas latinoamericanas se desmarquen de la uniformacin implcita en el recorte serializador del nombre de estudios culturales, como nombre que transnacionaliza el paradigma de los Cultural Studies. Desde ya, cualquiera de los trminos (postmodernismo, postcolonialismo, subalternismo, etc.) que van y vienen, cruzando latitudes, en los intercambios de posicin entre los crticos latinoamericanos y la academia internacional, deberan despertar las mismas sospechas que estudios culturales latinoamericanos, ya que su metropolitanismo acadmico es igualmente responsable de crear confusiones y malentendidos. Es, en todo caso, legtimo partir desconfiando del mecanismo de estandarizacin de la academia globalizada que obliga las prcticas latinoamericanas, para acceder a la visibilidad internacional de los congresos y publicaciones en ingls, a satisfacer las convenciones (terminolgicas y otras) que decreta el mercado acadmico-metropolitano, sacrificando as lo singular y diferencial de sus modalidades locales. Se ha ya discutido ampliamente sobre las asimetras de poder que subordinan las prcticas latinoamericanas a un control de los medios institucionales (universidades, editoriales, becas de investigacin, fundaciones, etc.) que regula los intercambios de signos entre lo local y lo global siempre en beneficio de la jerarqua metropolitana. Las tecnologas de la reproduccin universitaria diseminadas por una red globalizante que multicoordina la academia norteamericana formatea nombres y categoras para que la diferencia latinoamericana sea acomodable, fcilmente traspasable y convertible a los lxicos internacionales. El aparato de traduccin del centro acadmico opera una sntesis homogeneizante que suprime la singularidad material de las superficies de operacin en las que se articulan los saberes locales, al borrar los pliegues de microdiferenciacin que singularizan cada una de nuestras localidades enunciativas y operativas. Me parece que una manera eficaz de restituir el volumen y el espesor de esas tramas locales, pasa por un ejercicio como el que realizan aqu Alejandro Grimson y Mirta Varela. Al exhibir cmo una especificidad histrico-cultural permiti imaginar conceptos y herramientas analticas ignoradas tanto por las historias oficiales de los estudios culturales (que nunca atraviesan el ecuador) como por ciertas modas tericas que no consiguen escapar de la actualidad, los autores no slo demuestran cmo en la Argentina se plantearon aportes y debates contemporneos a los desarrollados por los estudios culturales anglosajones (Grimson-Varela,2001:212). Ellos permiten, adems, una comprensin detallada de cmo se van suscitando y desplegando cierto debates locales cuyas apuestas tericas slo pueden ser comprensibles en funcin de las polticas de campo y las batallas de saber en las que, coyunturalmente, se inscriben. Al retrazar el itinerario de formacin del campo de los estudios en comunicacin y cultura en Argentina, Grimson y Varela reconstruyen una historia de la teora anudada por la categora de recepcin que hace falta para investigar los procesos de traduccin y diseminacin a los que dan lugar los viajes de la teora en Amrica Latina. Como bien sabemos, los campos de pensamiento cultural en Amrica Latina han siempre tenido que ver con la recepcin desfasada de lo que Roberto Schwartz llam las ideas fuera de lugar, es decir, con los ensamblajes y las recombinaciones de teoras que atraviesan distintas fronteras antes de llegar a conectarse con una determinada localidad crtica. Hablar de traduccin es hablar de la serie de apropiaciones, desapropiaciones y contrapropiaciones, que afectan a los materiales tericos puestos a circular por las redes internacionales y, tambin, de la refuncionalizacin tctica de ciertos ngulos del debate internacional que, en un contexto local, son llamados de modo indito a desplazar y transformar las relaciones de saber que se dan entre lo consolidado y lo emergente. Investigar las relaciones entre cultura y poder en Amrica Latina debera
suponer el anlisis de cmo, en cada medio, se van articulando los campos institucionales y sus soportes operativos, las reglas de inscripcin y legitimacin de los saberes, las fuerzas de constitucin o desconstitucin de las disciplinas, etc. Habra todo un trabajo por hacer respecto de las diferentes condiciones bajo las cuales ciertos flujos tericos se han ido productivizando en algunos contextos latinoamericanos y no en otros: Por qu Gramsci o Foucault o Bourdieu o Williams o Benjamin, y de acuerdo a qu hbitos de recepcin disciplinaria? Bajo cules marcas de apropiacin intelectual y para oponerse a qu trazados de normalizacin acadmica? Rastrear las zonas de traspaso y resignificacin de los prstamos tericos internacionales sirve para realzar las energas crticas que determinadas lecturas ayudan a estimular, en funcin de acotadas problemticas conceptuales y localizaciones tcticas, bajo urgencias que llevan la novedad de lo importado a reafirmar o bien impugnar ciertas hegemonas de conocimiento, segn las especficas configuraciones de poder acadmico en las que se hallan regionalmente inscritos los traspasos de la cita metropolitana. El hecho de que la historia terica de los debates argentinos en torno a la categora de la recepcin tal como la recrean Grimson y Varela pase no slo por firmas de autores y lneas de investigacin sino, tambin, por la marca posicional de las revistas que intervienen en el debate poltico-cultural, se vincula a la idea de que, en Amrica Latina, las revistas culturales son un espacio privilegiado para registrar, entre otras cosas, la introduccin y discusin de los referentes tericos, ya que sus textualidades heterogneas (las de las revistas) tienen, por un lado, un algo grado de permeabilidad a los nuevos discursos y, por el otro, generalmente son el rgano de expresin ms o menos manifiesto de una agenda cultural (Patio,1999:25). Revisar de modo ms o menos sistemtico el itinerario de las revistas latinoamericanas permitira hacer emerger las condiciones polticas de la recepcin local y mostrar cmo, bajo dictaduras, ellas se apropiaron informalmente de ciertos cuerpos tericos mediante lecturas oblicuas que transgredieron completamente los protocolos acadmicos de las bibliografas metropolitanas. Muchas de esas revistas funcionaron como organizadores culturales que generaron espacios .de debate, confrontacin y crtica poco institucionalizados (Wortman,2001:555) y que, por lo mismo, deben ser consideradas para expandir las fronteras institucionales de la cultura acadmica hacia campos ms amplios de intervencin poltico-cultural. Un serio problema que deriva de la seleccin hegemnica que realiza el diseo metropolitano de las antologas sobre estudios culturales latinoamericanos es que dicha seleccin arma un trfico de citas casi enteramente volcado hacia la internacionalizacin norteamericana. Para contrarrestar esa viciada tendencia metropolitana, varios textos de esta publicacin se proponen destacar aportes como los de Osvaldo de Andrade (Ferreira, 2001), Angel Rama (Poblete,2001) o Anbal Quijano (Pajuelo,2001), en un gesto que ayuda al rescate de las genealogas de pensamiento que intervienen en la formacin de una tradicin crtica en Amrica Latina. Ese gesto parecera complementarse con otro sobre todo, para quienes provienen de los estudios literarios que postula que los estudios culturales latinoamericanos no representan nicamente una ruptura epistemolgica con respecto a lo que se haca antes como lo es en general en el caso de los Cultural Studies sino, sobre todo, una continuidad de nuestro propio desarrollo crtico latinoamericano y que, incluso:
[] los pensadores latinoamericanos de la cultura a la manera de Rodrguez, Bello, Sarmiento, Mart, Rod, Henrquez Urea, Reyes, Fernndez Retamar, Gonzlez Prada, Maritegui, Ortiz y Rama son, en un sentido bien estricto, los verdaderos precursores de los Estudios Culturales Latinoamericanos (Ros,2001:421).
Es comprensible este deseo de querer reforzar una continuidad con el pasado regional para salvar la memoria de las tradiciones culturales latinoamericanas que se encuentran constantemente amenazadas de despidos y cancelacin, en el globalizado paisaje acadmico de los post internacionales. Pero, al mismo tiempo, insistir tanto en esta dimensin fluida de continuidad entre el culturalismo de la tradicin del ensayo latinoamericano y la actual frmula acadmica de los estudios culturales amenaza, creo, con disimular los profundos cambios que separan a ambos, partiendo por la disolucin del aura humanstica del ensayo como gnero (y escritura) que se ha visto reemplazada por la consagracin del paper que, hoy, instaura el nuevo modelo tecno-operativo del conocimiento universitario. Varios rasgos de
discontinuidad entre un antes (latinoamericanista) y un despus (globalizado) de los estudios sobre cultura y poder en Amrica Latina, merecen anotarse, retomando el hilo de una reflexin desplegada por B. Sarlo (1997): 1) la prdida de protagonismo de la literatura como alegorizacin identitaria de una relacin entre modernidad y tradicin, hoy disuelta por los flujos desintegradores del neocapitalismo que hace que:
[] las formaciones sociales no requieran ya de la intervencin legitimadora de esos relatos modeladores de la integracin nacional en la medida en que el Estado se retrae de los contratos republicanos de la representacin del bienestar comn y en que los medios de comunicacin masiva y el consumo entretejen otros parmetros para la identificacin ciudadana y sus mltiples exclusiones (Ramos,1996).
2) El debilitamiento del lugar de autoridad de la crtica literaria como sistema de fundamentacin del valor, dentro del proceso generalizado que lleva el pluralismo y el relativismo del mercado a impulsar la multiplicacin indiferenciada de los signos y a borrar, entonces, la especificidad de lo literario que antes articulaba una reflexin densa sobre cultura, ideologa y esttica; 3) la hegemona meditica de los lenguajes audiovisuales que, tambin, afecta la relacin con el texto, desplazando su volumen de interpretacin-desciframiento hacia una cuestin de superficie de informacin, regulada por un simple valor-circulacin. El alcance de estos cambios es suficientemente dislocante como para atentar contra la idea de una continuidad lisa entre la tradicin del ensayo cultural latinoamericano y los nuevos estudios sobre cultura y poder. Si bien ambos comparten una cierta travesa de las disciplinas, las circunstancias de hoy son radicalmente otras a las que pudo experimentar la crtica humanista: mientras sta ltima se vivi a s misma siempre desgarrada entre los horizontes de lo histrico-social, de lo poltico-ideolgico y de lo crtico-esttico-poltico (y mientras sta se sinti siempre ms atrada por la negatividad de lo irreconciliable que por el positivismo de las reconciliaciones), la frmula exitosa de los estudios culturales obedece hoy a las reconversiones del mercado universitario que piden conexiones empricas entre saberes cada vez ms funcionales y adaptativos. Una manera adicional respecto de la anterior y tambin presente en el libro de desviar el trazado hegemnico del corpus metropolitano de los estudios culturales latinoamericanos, consiste en reactivar y potenciar la lectura de autores que, incluso dentro de las composiciones de paisaje que Amrica Latina elabora de sus propias tradiciones y campos de estudios, ocupan un borde de marginalizacin y discriminacin. A esta voluntad responde el texto de W. Mignolo que, al relatarnos los aportes tericos del antroplogo Xavier Alb (antroplogo cataln radicado en Bolivia) y de la sociloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, busca corregir el defecto que, en Amrica Latina, relega la produccin andina a un segundo plano como consecuencia de una geopoltica del conocimiento que le ha dado claro predominio a la produccin terica de una intelectualidad criollo-mestiza-inmigrante (Cardoso, Faletto, O Donell) sobre la que se estructur el debate tanto de la teora de la dependencia como de los anlisis de la transicin a la democracia, segn la direccin de un eje ligado al rea del Atlntico (mirando la salida del sol, hacia el ste, con la espalda hacia el oeste) que, adems, hace cmo si el pensamiento indgena no tuviera importancia alguna para las ciencias sociales (Mignolo, 2001: 319). Lecturas como la de Mignolo nos recuerdan que, obviamente, la divisin Norte-Sur no es el nico eje culpable de generar desigualdades de posicin en los mapas de representacin del saber/poder que se trazan en el continente y nos recuerdan, tambin, que el marco de una formacin disciplinaria como la de las ciencias sociales se funda en historias de control epstmico sobre las nociones de totalidad y globalidad que, en complicidad con el diseo colonial, subalternizan mltiples estratificaciones de saber locales que, por discontinuas, se ven relegadas a la periferia del conocimiento legitimado. Esas relecturas son necesarias para obligar el saber de las disciplinas a revisar los criterios que organizan su cultura acadmica y para diversificar el mapa latinoamericano de la produccin intelectual, reingresando a sus trazados aquellas voces marginadas por una colonizadora geografa del conocimiento. Pero no habra que perder de vista que la reivindicacin del margen del margen como diferencia cultural latinoamericana (una diferencia que se emblematiza en el plurilingismo, el indigenismo o el subalternismo) puede terminar calzando demasiado bien con la fantasa metropolitana de una otredad primaria que los centros acadmicos imaginan, cmodamente, como un antes de la traduccin. Esta otredad codificada puede tambin resultarle funcional a la perversa divisin del trabajo internacional que le encarga a Amrica Latina la
tarea de encarnar, neoprimitivistamente, lo subalterno de lo postcolonial en claves disciplinarias que se reducen generalmente a la antropologa y la sociologa mientras la academia metropolitana se reserva el exclusivo privilegio de poder, ella s, hablar del post de la postcolonialidad en el registro deconstructivo de la teora, la filosofa y la metacrtica. Es por ello que resulta especialmente interesante otra forma, presente en el libro, de descentrar el eje de las miradas sobre los estudios culturales latinoamericanas, revelando las zonas de roces y fricciones entre posiciones de autores que se enfrentan en torno al valor del arte, la cultura y la funcin intelectual, en debates vivos sobre memoria, crtica y mercado. Me refiero a la revisin que se hace de ciertas intensas polmicas locales o sublocales (del Sarto,2001), (Maccionni,2001), (Wortman,2001) que agitan buena parte del campo de la reflexin crtica en Argentina y Chile; debates precisamente invisibles en el mundo de los congresos del latinoamericanismo internacional, porque no entran en el registro del subalternismo y del postcolonialismo que hegemonizan la discusin Norte/Sur en los trminos convenidos y aprobados por la academia angloamericana. El anlisis de estos debates sublocales tiene la capacidad de hacer vibrar conflictos y antagonismos de voces que, en torno a la poltica, la cultura y el mercado, dan cuenta de los agudos dilemas que rodean las redefiniciones de la figura del intelectual crtico en contextos de postdictadura en los que, de acuerdo al agenciamiento neoliberal, democratizacin y consumo son regidos por los mismos criterios de tecnificacin econmica; de disolucin de lo crticoideolgico bajo las reglas del mercado cultural y de las industrias massmediticas.
La universidad y sus otros: movimientos sociales, mercado y polticas culturales, arte y crtica intelectual.
Sin lugar a duda, uno de los principales nfasis de la introduccin de D. Mato (el mismo nfasis que determina la orientacin que el autor le quiso dar al proyecto de este grupo de trabajo) se coloca en la necesidad de ampliar el entendimiento de los estudios culturales latinoamericanos o, mejor dicho, de los estudios sobre cultura y poder, a prcticas no exclusivamente acadmicas, es decir, a:
[] prcticas que involucran no slo la produccin de estudios como tambin otras formas con componentes reflexivos, o de produccin de conocimiento. Algunos suponen trabajo con diversos grupos de poblacin en experiencias de autoconocimiento, fortalecimiento y organizacin, otras son de educacin popular, otras se relacionan con los quehaceres de creadores en diversas artes (Mato,2001:12).
Son varias las razones que podramos evocar para justificar la necesidad de extender las fronteras de lo que se entiende por estudios sobre cultura y poder en Amrica Latina a espacios donde se cruzan los lmites que desbordan las compartimentaciones acadmicas del saber universitario. Desde ya, la misma tradicin histrico-social de la crtica intelectual latinoamericana exhibe, como rasgo distintivo, el haberse siempre desplegado en soportes mltiples que incluyen el periodismo y diversos otros modos de intervenir en el debate poltico-nacional. La relativa movilidad de desplazamientos de la que goza la crtica latinoamericana parecera deberse, en parte, a la mayor precariedad que exhibe el trazado de constitucin de las disciplinas en la tradicin universitaria de Amrica Latina donde ni los fundamentos de autonoma ni las reglas de especializacin del conocimiento poseen el mismo valor de pureza que s tienen en las regiones centrales de la modernidad dominante. J. Ramos ha sealado cmo los desencuentros de la modernidad latinoamericana (que vive irregularmente sus procesos de separacin discursiva y de especializacin profesional de la literatura y la poltica) inciden en la fragilidad del reticulado institucional de la cultura en Amrica Latina y, tambin, en la mayor porosidad de las fronteras siempre inestables entre las disciplinas dentro de la universidad pero tambin entre el adentro y el afuera de la universidad (Ramos,1989). La fragmentacin dispersa de los procesos de identidad latinoamericana que se interrumpen violentamente unos a otros o bien se mestizan segn excntricas revolturas de cdigos; la productividad crtica de trabajar con los desfases y asimetras de temporalidades y hablas sobresaltadas, acusa el fracaso de cualquier tentativa de sistematizacin homognea del conocimiento que no tome en cuenta lo disgregado e impuro de estas mescolanzas latinoamericanas. Estas disgregaciones e impurezas de los trazados culturales en Amrica Latina que accidentan el diseo regular del saber marcan una insalvable distancia entre la hibridez local y el purismo institucional de
aquella lgica de los campos forjada en las regiones centrales, donde las reglas de separacin y diferenciacin han procedido con mayor coherencia e firmeza. Pero torna indispensable el prestarles atencin a los modos desafiliados segn los cuales ciertos saberes latinoamericanos de la fractura, de la emergencia y de la precariedad, entran en conflicto con la sntesis unificadora de la razn acadmica para generar heterodoxos nudos de pensamiento en los bordes ms disgregados de los modelos de formacin universitaria, tal como ha ocurrido en los contextos dictatoriales del Cono Sur donde el pensamiento crtico ha tenido que salirse del refugio universitario, para repolitizarse en los choques con un contexto histrico en pleno desarme y convulsin. Estas sacudidas explican, quizs, porqu las obras de los crticos latinoamericanos pueden ser vistas como obras que le hablan a la cultura latinoamericana como espacio social en vivo, no desde debates literarios organizados por mercados acadmicos (De la Campa,2000:89) y como obras siempre agitadas, aunque se concentren en lo textual, por la tensin entre lo crtico-intelectual y lo poltico-social. Pero est claro que la preocupacin de D. Mato quiere abarcar trnsitos que vayan mucho ms all de esta heterogeneidad de soportes que ocupa la palabra escrita del intelectual latinoamericano cuando se interesa por hablarles a distintos pblicos, desde distintos lugares y segn distintos registros de enunciacin. Le preocupa ms bien a D. Mato extender la categora de intelectuales a todos aquellos que, ms all de la cultura acadmica de la palabra escrita, se inserten en tramas de articulacin que, tal como ocurre en este libro, pasan por la experiencia efectiva en la formulacin de polticas culturales para los Estados y/o para diversos movimientos sociales []; por participar activamente en debates pblicos y/o en el diseo de polticas para las artes y/o los medios y las llamadas industrias culturales ya que:
[] efectivamente es comn en diversos medios intelectuales latinoamericanos hacer explcitos los intereses de intervencin en el diseo de polticas de diversos actores sociales, incluso pero no slo de los gobiernos nacionales y sus agencias, sino y con una amplia diversidad de actores sociales, la cual incluye organismos internacionales, organizaciones de derechos humanos, organizaciones indgenas, organizaciones afrolatinoamericanas, y otros actores participantes en diversos movimientos sociales (Mato,2000:25).
Su preocupacin pasa por rescatar iniciativas como las de Paulo Freire y Orlando Fals Borda como figuras:
[] que han mantenido y mantienen prcticas dentro y fuera de la academia y que por tanto no necesariamente, o no siempre ni slo, hacen estudios y por destacar [] al movimiento zapatista en Mxico []; los movimientos e intelectuales indgenas en casi todos los pases de la regin [] y sus figuras pblicas del peso de Rigoberta Mench y Luis Macas[...]; el movimiento afroamericano; [...] el movimiento feminista; el movimiento de derechos humanos [] (Mato, 2001: 25).
Entre otras manifestaciones que usan medios alternativos a la investigacin acadmica para marcar su compromiso con proyectos de transformacin social. Punto a parte merece la mencin al feminismo. Coincido con G. Ydice cuando seala que un punto dbil de los estudios culturales latinoamericanos consiste en una escasa atencin a las cuestiones de gnero y orientacin sexual (Ydice,2001:573). Este punto dbil seala una importante diferencia entre los estudios de la interdisciplinariedad tal como se practican desde las ciencias sociales o las teoras de la comunicacin en Amrica Latina y el corte posestructuralista de los Cultural Studies que, al trabajar sobre subjetividad, poder y representacin, no se permiten a s mismos (felizmente) dejar de lado a la teora feminista. Este libro, al menos, registra la voz de Virginia Vargas hablando sobre los feminismos latinoamericanos, adems de la voluntad de su coordinador de querer incluir a las organizaciones de mujeres en el listado de las fuerzas de transformacin social que cuestionan los lmites de exclusin y discriminacin ciudadanas. Sin embargo, hace falta subrayar lo siguiente: la mirada progresista de la investigacin social que apoya al feminismo como movimiento de lucha puede, efectivamente, servir para ampliar el corpus de prcticas al que se refiere un libro como ste sobre cultura y poder, pero esta apertura de planos que diversifica objetos de estudios no garantiza en absoluto la transformacin de la
mirada crtica. No es lo mismo interesarse en el feminismo como movimiento social (dejando que este nuevo objeto se sume a la lista de otras prcticas de oposicin) que incorporar el punto de vista de la teora feminista como subversiva incitacin a la reformulacin del conocimiento. F. Masiello sugiere que:
[]como un gesto que reemplaza el gran inters por la subalternidad que ocup la atencin de los intelectuales en las dcadas anteriores, el gnero sexual hace su ingreso ahora para afirmar el poder del margen; permite proponer una doble lectura en el campo de la poltica e introduce un conflicto en el campo de la representacin (Masiello, 2001:15).
Si el margen de la diferencia genrico-sexual desempea hoy tal protagonismo en el anlisis de las luchas entre identidad, subjetivacin y poder, es porque este margen designa procesos que van mucho ms all de la reproduccin de roles sociales, y avanzan de hecho hacia la reinvencin del significado en un plano simblico (Masiello,2001:72). Para leer la capacidad disruptiva que introduce el feminismo como vector semitico-cultural en el desmontaje de las relaciones de fuerza entre identidad, lenguaje y representacin, hace falta tomarse en serio la teora feminista (y no slo las organizaciones de mujeres, bajo la lgica sociologizante de los movimientos sociales); cuestin an escandalosamente pendiente a juzgar por las citas bibliogrficas de los estudiosos de la cultura latinoamericana. Son varios los textos de este libro que incursionan en la direccin sealada por D. Mato, al ocuparse de figuras cuyo compromiso investigativo va activamente ligado, por ejemplo, a problemticas de derechos humanos como es el caso de E. Jelin (Antonelli,2001), la Universidad de las Madres de la Plaza de Mayo (Basile,2001) y de la Red de Apoyo por la Justicia y la Paz (El Achkar,2001) o bien a comunidades tnicas como es el caso de Jess Chucho Garca (Garca I.,2001) y movimientos indgenas (Dvalos,2001). Los proyectos de estos autores demuestran vnculos de implicacin solidaria con dinmicas comunitarias cuyo contenido de eticidad merece ampliamente ser rescatado y valorado. Me parece til, sin embargo, recordar la advertencia que nos hace Garca Canclini:
[]adoptar el punto de vista de los oprimidos o excluidos puede servir en la etapa de descubrimiento, para generar hiptesis o contrahiptesis que desafen los saberes constituidos, para hacer visibles campos de lo real descuidados por el conocimiento hegemnico. Pero en el momento de la justificacin epistemolgica conviene desplazarse entre las intersecciones, en las zonas donde las narrativas se oponen y se cruzan. Slo en esos escenarios de tensin, encuentro y conflicto es posible pasar de las narraciones sectoriales (o francamente sectarias) a la elaboracin de conocimientos capaces de deconstruir y controlar los condicionamientos de cada enunciacin (Garca Canclini,2001:25).
Es decir, por un lado, debemos desconfiar del optiminismo con el que se le otorgan capacidades especiales a ciertas posiciones sociales (los colonizados, los subalternos, los obreros, los campesinos.) en una sobrevaloracin de posiciones oprimidas como fuente de conocimiento ya que no existen posiciones privilegiadas para la legitimacin del saber (aunque el saber en cuestin sea el de la subalternidad) y, por otro lado, debemos esforzarnos para pensar desde las intersecciones donde las narrativas del saber se oponen y se cruzan: sin nunca perder de vista la heterogeneidad conflictiva de valores y posiciones que dividen las relaciones entre el saber, la crtica, la poltica, la ideologa, la cultura. Esta heterogeneidad de registros, que es tambin contradiccin y, por lo mismo tensionalidad, no puede disolverse en la linealizacin de una perspectiva que va del conocimiento a la accin, de lo discursivo a lo operante, como si ese trnsito entre saber y comunidad, entre la intelectualidad acadmica y los actores sociales de carne y hueso no pasara por zonas de experiencia, regulaciones de territorio y construcciones de discurso, que obedecen a lgicas muy dismiles y, a veces, opuestas, en sus respectivos modos de entender la palabra transformacin. Lo popular y lo subalterno no pueden leerse, simplistamente, como fuentes directas de un conocimiento puro que se pone al servicio de los intereses de la comunidad a la que beneficia polticamente su activismo de la protesta o de la resistencia. Sin negar la materialidad histrica y poltica del campo de referencialidad social en el que se despliegan sus activismos del conocimiento, debe insistirse en que lo popular y lo subalterno son categoras que, en el mundo de la investigacin, se producen mediadas y agenciadas por un dispositivo de teorizacin
acadmica que las somete a discontinuidades y fracturas: a mltiples conflictos entre la disidencia y la negociacin, entre el hecho de querer representar a la externalidad viva de un cuerpo extra-acadmico y su condicin de categoras que obtienen un valor de mercado en el circuito transnacional del conocimiento financiado de las ONGs . Existen mltiples peligros en una idealizacin de lo popular que lleva el intelectual a querer depositar redentoramente en la conciencia prctica de su otro comunitario, el valor de un conocimiento considerado ms verdadero (directo, vivenciado, autntico) que aquel que se construye y autodeconstruye tericamente. Lo popular no es un referente preconstituido, ya dado: una esencia previa a la historia de su construccin, anterior y exterior a las matrices discursivas, a las agencias tericas y poltico-institucionales que le otorgan valor y significacin en un determinado sistema de apelacin e interpelacin de la cultura. La constitucin de lo popular depende de las articulaciones que lo definen en los cruces de varios sistemas de categoras que ponen en conflicto diversos sentidos de la palabra cultura. Entre las legalizaciones institucionales de los saberes acadmicos, las acciones prcticas en los mundos de lo popular (comunidad, sociedad civil, etc.), las mediaciones instrumentales que administran sus sistemas de accin y las simbolizaciones imaginarias de la cultura que desordena el arte, hay brechas de confrontacin donde lo terico y lo poltico, lo crtico-intelectual, ponen en juego energas que no responden todas a los mismos criterios de intervencin o eficacia . En ese sentido, resulta discutible una de las afirmaciones que parecera orientar tcitamente algunas secciones de este libro: la que consiste en darle mayor valor al conocimiento en vivo y en directo de las prcticas comunitarias que a las intervenciones crtico-intelectuales que se juegan en el escenario de la cultura institucionalizada, por considerar al primero dotado de un mayor coeficiente poltico. Entrar en esta discusin implica revisar un largo debate que comienza preguntndose por cules son los ndices cuantitativos o cualitativos de radicalidad poltica que deciden de la fuerza transformadora de las prcticas crticas. No hay cmo abordar esta pregunta sin tomar en cuenta a su vez las confrontaciones de sentido que se desatan entre las mltiples definiciones de la palabra cultura, cuando se la piensa desde la crtica. Estas definiciones, ya lo sabemos, van desde lo antropolgico-social (el conjunto de los intercambios simblicos que llevan, cotidianamente, los grupos sociales a representar y comunicar sus identidades) a lo ideolgico-esttica (las batallas de la forma que le otorgan densidad a las obras del arte y la literatura como campos de produccin y debate especializados) a lo poltico-institucional (los mecanismos de regulacin de la cultura como producto a administrar, en el cruce entre Estado, sociedad y mercado). La tendencia a privilegiar o a excluir una de estas definiciones (la antropolgico-sociolgica o la crticoesttica) es precisamente lo que pone en debate el habitual enfrentamiento entre quienes vienen del mundo de las ciencias sociales y los practicantes de los estudios literarios. Ese debate reubica la categora de lo popular en una trama muy compleja de argumentos y puntos de vista a menudo enfrentados entre s en torno al significado crtico de una prctica de resistencia, de un discurso oposicional, que no se resuelve simplemente colectivizando el trayecto del conocimiento o extendiendo solidariamente la nocin de investigacin ms all del formato acadmico. Dos textos de esta publicacin ponen en tensin definiciones que son muy tiles para introducir matices entre las polticas culturales y lo poltico cultural (Wortman,2001) y para sealar la amplia gama de mediaciones entre lo poltico de lo cultural y lo cultural de lo poltico (Ochoa,2001:348); y para insistir adems en que esta gama de mediaciones debe ser teorizada para que el campo de las polticas culturales no quede completamente entregado a criterios funcionalistas de simple rendimiento burocrtico-administrativo: la teora crtica debe jugar un papel fundamental, nos dice Ana Mara Ochoa, porque si no:
[] se corre el riesgo de la instrumentalizacin del saber para funciones acadmicas en las cuales no hay cabida para las contradictorios y difciles procesos de intermediacin entre teorizacin y prctica de las polticas culturales; una instrumentalizacin que reduce las mltiples formas de mediacin entre prcticas culturales y procesos sociales a una relacin emprica caracterizada por prcticas de planificacin, administracin y gestin cultural propias de la nocin de desarrollo (Ochoa, 2001: 356).
Pese a este saludable deseo de querer ingresar a la reflexin sobre las polticas culturales la tensin entre esttica de los lenguajes y sociologa de las representaciones, tenemos que reconocer, lamentablemente, que la tendencia mayoritaria que se expresa en el campo de las polticas culturales va ms bien por el lado contrario: el de tecnificar los saberes para que sean lisamente aplicables segn racionalidades expertas, que quieren dejar fuera de sus reas de competencia y eficiencia todo debate crtico-ideolgico sobre las opacidades de lo esttico y lo cultural. Tal como el deseo y la fantasa, como interface de identidad y poltica, no se presta fcilmente a los anlisis cognitivistas y polticos caractersticos de orientaciones marxistas en los Cultural Studies (Ydice,2001:587), es evidente que el mundo de la profesionalizacin tcnica del conocimiento que slo le cree a la operatividad del dato y esta es la dominante de la versin ms burocratizada de la sociologa y las polticas culturales de Amrica Latina tampoco se lleva bien con la metaforicidad del arte y de la literatura cuyos juegos figurativos se preocupan, sobre todo, de recorrer las fallas y excedentes de los imaginarios simblicos. Como bien dice C. Hernndez:
[] existen relaciones direccionales poco satisfactorias entre la produccin artstica visual y literaria y los estudios latinoamericanos sobre cultura y poder. Por su tendencia a representar un sector elitesco de la cultura, con sus propios cdigos y estatutos, la esfera artstica asociada a la alta cultura se despacha demasiado rpido como un problema de poco inters y se privilegia el estudio de otro tipo de producciones ms prximas al consumo masivo o popular siendo que dentro del propio campo se gestan tensiones discursivas muy poderosas que lucha por reorientar las lneas de produccin, los modos de circulacin y la recepcin de las obras (Hernndez,2001:237).
Habr que sospechar del porqu tanto el neopopulismo subalternista como el neopopulismo meditico (Ydice,2001:579) de los estudios culturales se muestran ambos tan interesados en sacar de la escena del debate las complejidades expresivas de la relacin tensa y densa entre subjetividad, lenguaje y representacin, que anima el juego esttico. Frente a la serialidad homogeneizante con la que el mercado (y sus saberes comisionados) buscan traducirlo todo a los vocabularios planos de lo masivo, es indispensable que el arte y la literatura, la crtica cultural, sigan teniendo la oportunidad de transgredir el ordenamiento productivista de lo social que vigilan las economas del saber neoliberal. Su rol insuprimible a la hora de hablar de crtica de la cultura es el de torcer los planos de significacin dominantes y desencajar su verosmil de la razonabilidad poltica o econmica, poniendo en el foco de la mirada crtica los tumultos de la subjetividad y los vocabularios disidentes que no quieren dejarse alinear por los requerimientos normalizadores de lo simple, lo directo y lo transparente. Me parece que cualquier reflexin sobre cultura y poder debera tratar de incorporar tambin a su agenda de debate aquellas preguntas que tienen que ver con los regmenes del saber: con sus condiciones de funcionalidad (de positividad instrumental) o bien de criticidad (de resistencia negativa al empirismo banal que sirve la pragmtica del conocimiento de la globalizacin, ledo sea desde la academia sea desde las ONGs). Si slo se atiende la demanda por la practicidad investigativa del dato, Qu destino reservarle a la teora como inflexin metacrtica de un texto que prefiere las incertidumbres y los desajustes del pensar a la explicatividad del saber? Cmo formular una crtica de oposicin desde los estudios culturales (o desde los estudios sobre cultura y poder) si todo lo que se investiga en materia de poltica, de economa y de cultura, se resuelve en trminos de operacionalidad y tecnicidad? Puede haber resistencia crtica en un proyecto de reorganizacin del conocimiento el de los estudios culturales latinoamericanos que parece perseguir sobre todo la adecuacin satisfecha entre la gobernabilidad de la poltica, la administratividad de lo social, la consumibilidad de lo cultural, la convertibilidad de los saberes a una economa flexible de la reconversin disciplinaria para fines de adaptacin-integracin al mercado de las estadsticas? Cmo demarcarse del mercado informativo de los saberes competentes con que la globalizacin capitalista diagnostica y resuelve sus problemas en el mismo lenguaje expedito de los informes y de las comisiones internacionales, para seguir pensando sobre cultura y poltica desde preguntas que se quieren denunciantes pero autoreflexivas a la vez, es decir, siempre pendientes de los dilemas que tensionan la crtica entre intervencin y enunciacin?
Referencias bibliogrficas
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Nota
Nelly Richard, Universidad de Arcis, Chile. Correo electrnico:[email protected]
Richard, Nelly (2002) Saberes acadmicos y reflexin crtica en Amrica Latina (Postfacio). En: Daniel Mato (coord.): Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela.
Introduccin
Una de las caractersticas ms notables del feminismo contemporneo es esa suerte de irresponsabilidad para con el paradigma cientfico y los conceptos que se asumen en su lenguaje. Esta especie de desparpajo en mezclarlo todo, como si se tuviera la certeza de que las tablas de la ley del conocer, por venir desde lo alto, se hubiesen hecho aicos en su cada a lo humano y que, en consecuencia, habra que arreglrselas con lo que tenemos. Mas all de la insolencia y del arrojo, la libertad y el des-orden que de ello se derivan me resultan muy gratos: proporcionan algo as como una licencia para expresar (Contemos con la arriscada de narices de las lectoras/lectores de las ideas exactas) (Kirkwood,1986:208).
Este artculo ha sido un reto. Me ha enfrentado a los mltiples saberes contenidos en esta coleccin, acadmicos y de los otros, que inciden en el campo de cultura y poder. Cmo aproximarme a toda esa riqueza terico conceptual? Todos los textos son, individualmente, aportadores y, en colectivo, una potente reflexin. Algunos conectaron ms que otros en esa bsqueda de aproximacin. Decid finalmente ofrecer una reflexin sobre la produccin de saberes feministas que expresara lo que me haban aportado, como conexiones tericas y humanas, tanto los textos como la misma reunin. Trato de hacerme cargo del reto planteado por Mato de visibilizar la produccin de saberes orientados a la accin, acompaando o apoyando a diversos actores sociales (Mato,2001:21), siendo en este caso yo misma una actora social. Me propongo analizar, desde esta nueva mirada, la forma en que se han ido construyendo los saberes dentro de las dinmicas feministas, como expresin de un movimiento social en permanente construccin, tratando de responder a las preguntas claves de para qu conozco y con quines conozco (Mato,2001:11). Lo har a partir de algunos hitos y personajes de significacin particular para las dinmicas feministas y para m a nivel poltico- personal. Ello implica ofrecer tambin parte de mi historia militante y reflexiva. Por lo mismo, tambin decid, en esta reflexin, saldar antiguas deudas y hacer justicia a mis amores, recuperando a la terica ms importante de esta segunda oleada feminista, Julieta Kirkwood, muerta en 1985. Activa militante y brillante acadmica1, marc decisivamente la reflexin feminista de los 80, sustento de muchas de las reflexiones posteriores. Particularmente la ma, porque se entremezclaba una larga amistad (yo viv en Chile muchos aos), con una gran admiracin poltica y terica. Y porque tambin creo que los saberes son complementarios y cmplices, si el lugar de enunciacin se construye desde compromisos de transformacin (Illia Garca, Chucho Garca, Dvalos, Mato); si no se sustraen
despolitizndose de la dialctica entre resistencias y dominaciones (Maccioni,2001:19). Julieta, cual bruja del aquelarre, que tena los hilos de stos y otros mltiples saberes, transit por la academia en irreverencia permanente, trasladando a ella, en clave poltica, terica y tica, las bsquedas transgresoras de un movimiento en construccin. A Julieta le debemos la reflexin ms fina sobre los lugares de enunciacin de los saberes feministas, sobre el hacer poltico feminista y una significativa reelaboracin de la relacin entre feminismo y democracia. Los impulsos para su reflexin venan de las tensiones propias del despliegue movimientista, en un contexto como el Chile de Pinochet, (Y entonces tengo ganas de gritar por mi miedo por mis pobres astucias de decirlo todo disfrazado, por mis cambios de nombre, mi nombre clausurado. Por mi conciencia impedida, minusvlida. Por creer que protesto en el silencio modulado [...]. Tengo ganas de gritar contra estos, mis, tus, nuestros, miedos. Y tengo ganas de escribirlo en clandestina) (Kirkwood,1987:116). Ese Chile para el cual Nelly Richards propona un des-orden frente al orden del poder autoritario que se sostiene sobre unidades fijas y bipolares (Hernndez,2001:11) , caracterstico del periodo de la dictadura. Pero tambin venan de las diferentes expresiones colectivas de los feminismos latinoamericanos. Uno de ellos fue el II Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, celebrado en Lima en 1983. Extraordinariamente rico en experiencias de intercambio y en reflexin colectiva, (posicionando la categora patriarcado como eje de reflexin), fue tambin un Encuentro conflictivo, lleno de bsquedas des-encontradas, en un movimiento que enfrentaba su propio crecimiento y la incmoda diversidad en accin: entre las mujeres polticas (de partido) y las feministas; entre las lderes de barrios populares y las feministas, entre lesbianas y heterosexuales, entre las exiliadas y las que permanecieron. Frente a mi desconcierto (yo era una de las organizadoras) Julieta respondi con esa extraordinaria reflexin sobre los nudos de la sabidura feminista: (en Lima) [] el desafi de conciliar de otra forma la sabidura misma nos plantea, desde luego, no menudos problemas []. A conflictos innumerables, reflexiones innumerables. Se requiere entonces complejizar desde la forma en que se dieron concretamente los problemas, hasta como han sido traspasados al plano de la teorizacin [...] (Kirkwood,1986:211-212). Quiero tambin decir algo sobre mi posicionamiento, tratando de responder a la inquietud de Ydice, de visualizar de donde venimos y como se gestan las preocupaciones de cada uno (apuntes de la Reunin): activista feminista desde fines de los 70, que se ha movido permanentemente en esa bisagra incomoda (pero para m fascinante) entre saber y actuar (Varela, apuntes de la Reunin), buscando reflexionar sobre nuestra prctica y sobre los derroteros de los feminismos en Amrica Latina (como la asume Mato, plural diversa, tremendamente heterognea y al mismo tiempo tan semejante en marcas de exclusin y de rebelda). Sociloga, de clase media, urbana, madre, bisexual, blanca (con lo que eso significa en un continente donde al decir del poeta Guilln, el que no tiene de inga le tocara de mandinga); amante/compaera de un hombre solidario. Desde mi postura tico-poltica, me hago cargo de mis/las desigualdades y discriminaciones de las mujeres, buscando posicionar (nos) como sujetos sociales y polticos, cuyo valor tico fundamental es ser para s mismas y no para los dems. Y entiendo ese ser para s misma en no ubicarla al servicio de la familia y de los hijos, no ubicarla como menor de edad, dependiente del marido, la iglesia, el mismo Estado, sin reconocimiento de su aporte econmico y social, dndole rostro a la pobreza a travs de su feminizacin, sin derechos reproductivos y derechos sexuales, sin capacidad autnoma sobre sus vidas y circunstancias. Y esto si construye discurso:
[]un discurso especial que aprend y practiqu desde los siete aos de edad haciendo las camas de mis dos hermanos mayores. Entonces lo pensaba. Slo ahora, vieja ya, puedo decirlo aqu. Por suerte tenemos un espacio de mujeres[...]. De otro modo, este tendra que decirlo mientras hago las camas de mis dos hijos. (Kirkwood,1997:24).
Este discurso no vuela solo. Slo se logra con revolucin interna, con subjetividades modificadas, con cambio de culturas polticas tradicionales, subvirtiendo el orden y exhibiendo, como dice Sarlo, el escndalo de la diferencia, y de la trasgresin (Richards,1993). Pero tambin se logra desde el profundo convencimiento que esa subversin no tendr puerto firme donde llegar si no llega en colectivo
democrtico, con cultura(s) democrtica(s) y con un imaginario colectivo donde no tengamos que preguntarnos:
Cuntas palabras ms son necesarias para que ser joven no sea un estigma? Cuntas se necesita aprender para que una mujer astronauta no asombre a nadie? Cunta ciudadana, cunta democracia se necesita aprender para que la discriminacin positiva y los mecanismos institucionales que reclamamos sean cosa del siglo pasado? Cuntas palabras ms son necesarias para que la maternidad no sea un riesgo de muerte? Para que el aborto no siga siendo la primera causa de estas muertes? Para que el amor no sea condenado cuando no se ajusta a las palabras con las que algunos de ustedes quieren definirlo? Qu lgica es aqulla que acepta el odio consensuado y la guerra entre y dentro de nuestros pases y quiere hacer la guerra al amor que no se ajusta a sus definiciones? (Declaracin Poltica de la Regin de Amrica Latina y del Caribe en la Asamblea General de Naciones Unidas, 2000).
Finalmente, el intelectual interviniente, dice Mato (parafraseado por Antonelli) es un coregrafo que se desplaza no sin dificultades, entre ambos escenarios (Antonelli,2001:20). El/la intelectual interviniente en su propia prctica lo es tambin. Y lo es a nivel personal y colectivo, con una dosis permanente de incertidumbre y ambigedad. Porque la teorizacin de una prctica colectiva refleja no solamente la perspectiva o el inters terico del intelectual, sino el posicionamiento activista de quien reflexiona, tratando de construir mediaciones con actores sociales de carne y hueso (Mato,2001:8) siendo l/ella tambin un actor de carne y hueso, con prisas subjetivas, con permanente [...] exigencia de nuevas respuestas y planteo de nuevas preguntas, complejizadas. Se exige una teora, una poltica feminista, estrategias. Exasperacin de saberlo todo, exasperacin de que no se nos responda todo. Dolor de cabeza (Kirkwood,1986:215). El nudo del conocimiento es mucho ms complejo en el caso de estos saberes, porque es tambin una forma de hacer movimiento con su ida y vuelta de la utopa al sentido comn para que as las ideas crezcan y los movimientos sean lo que pretenden ser u hacer en proyecto[...]. Para estar en el movimiento feminista hay que estar tambin dispuesta a una cierta ambigedad. (Kirkwood,1986:216). Esta cierta ambigedad se expresa no solo en la eleccin de las prcticas, sino en la misma produccin y articulacin del saber, tratando de [...] no re-producir la locura de realizar la accin separada en este sentido de la produccin del saber. O a la inversa, dejar aislado al saber (Kirkwood,1986:216).
Primera Aproximacin: Se hace camino al andar, construyendo sujetos que aun no lo son
Tratarase, en otras palabras, de desacralizar el anlisis de lo femenino. Este anlisis no se realiza a partir del individuo ni del grupo que posea una identidad, una personalidad integrada, sino que debe partir desde sujetos que aun no son tales sujetos. Es desde all que debe enfocarse el por qu y cmo de la opresin y de la toma de conciencia de esta opresin y las formulaciones para su posible negacin (Kirkwood,1986:31).
Las identidades son producto de procesos sociales de construccin simblica, dice Mato, y por lo tanto difieren unas de otras en las maneras que son construidas y autopercibidas (Bermdez,2001:13). Desde dnde se construye esa identidad de sujeto, comn y a la vez absolutamente personal y por lo tanto diferente, plural, en las mujeres? Para Julieta, a partir de las negaciones de aquello que posibilita su condicin de alineacin. Desde esta perspectiva, las preguntas terico polticas varan, desde un anlisis cuantitativo o uno de registro de su forma de incorporacin (o no) a lo pblico, hacia preguntarse:
[...] cul es la dimensin poltica que le corresponde a la naturaleza de exaccin, o apropiacin, o alineacin de la cual la mujer, como tal, ha sido objeto en la sociedad [...], cmo se expresa, qu [...] impide su expresin como fuerza poltica, cmo se concretiza en fuerza poltica, [...] Cmo formulan la superacin de su condicin alienada y, finalmente, cmo se actualiza, se plantea en el hoy y se vincula al proyecto global (Kirkwood, 1986: p. 171).
Quince aos despus, estas negaciones que permiten la conformacin de ese sujeto que an no era, se expresa en afirmacin, de derechos, desde una amplitud de espacios y estrategias (Antonelli,2001). Al igual que Julieta, para Jeln lo que da sentido transformador a las prcticas no es el contenido de las reivindicaciones, las prioridades polticas, los mbitos de lucha. Estos pueden variar y lo nico que permanece y da coherencia poltica y tica a las prcticas sociales no es la lucha por un derecho especfico, sino la reafirmacin del derecho a tener derechos y el derecho al debate pblico del contenido de las normas y las leyes. Este acto de afirmacin se sustenta en las negaciones de aquello que enajena y priva a la actividad humana de su libertad y creatividad, confrontando su condicin de objeto de alteridad, de secundariedad, y de la atemporalidad de su lucha. Movimiento dialctico permanente. En esta mirada, lo subjetivo cobra prioridad poltica y tica. Porque el nudo del saber, para Julieta, tiene que considerar la lingstica las palabras puestas en gnero, y la subjetividad que lleva incorporada cada conocimiento y cada sistema de conocer, etc. (Kirkwood,1986:216). Asimismo, el derecho a tener derechos del que parte Jeln, es posiblemente la definicin ms flexible, democrtica e inclusiva de la construccin de sujetos, porque ensancha la dimensin subjetiva de las ciudadanas, ampliando con ello la posibilidad de sentirse sujeto merecedor/a de derechos; auto-reconocimiento fundamental para exigir su concrecin y las garantas para ejercerlos. La conciencia de el derecho a tener derechos es fuente inagotable de complejizacin y ampliacin de la democracia. Qu produccin de saberes se desprende de este proceso subjetivo y vital de negacin y afirmacin? Un saber impregnado de ese mismo proceso de confrontacin con una misma y con los dems, negando lo excluyente y afirmndose como persona. Es imposible conocer con rigor despreciando la intuicin, los sentimientos, los sueos, los deseos, porque es el cuerpo entero el que socialmente conoce, dice Freire (El Achkar,2001:9). Y ms, la subjetividad nace por la participacin de los sujetos en el mundo y de la indisociabilidad entre lenguaje y experiencia (El Achkar,2001:9). Julieta se deca bajito: con este verbo desatado, con esa capacidad de juego en la vida, de placer, de gesto libre, [...] con todo eso, es cierto, no se constituyen civilizaciones de la manera conocida [...]. Porque no hubiese habido tiempo!. La produccin de saberes feministas (y de todos los movimientos que salen del lugar destinado al coro y exigen ser odos (Nun,1989) no se hizo desde la academia. Nacieron de la experiencia cotidiana de visibilizar a ese sujeto que aun no lo era frente a nosotras mismas y frente a la sociedad. (Julieta era una militante y una lder poltica; desde ese posicionamiento reflexion; fue pionera; ahora es mucho ms posible hacerlo tambin desde la academia). Las investigaciones y anlisis feministas tuvieron que sortear ausencias y se enfrentaron a [...] un problema adicional: la inexpresividad del lenguaje cientfico y la prdida de contenidos que significa, para la demanda feminista, la traduccin a lo acadmico de una demanda que esta en los inicios de su expresividad [...] (Kirkwood,1986:30). Es decir, para estas dinmicas, complejas y cambiantes, de formacin de sujetos, de construccin de movimientos, in situ, las tablas del conocer no contienen ni los discursos ni los cdigos de interpretacin. Con prisas, haba que inventarlo todo, y/o recuperarlo todo en clave diferente. Por ello, las formas que fue adquiriendo esta produccin y circulacin de saberes fue mltiple, poco convencional y en muchos casos irreverente: producciones individuales, colectivas, libros, artculos, manifiestos, documentos polticos, declaraciones coyunturales, panfletos, boletines, polmicas, crnicas periodsticas, videos, cine, consignas, poemas, y tambin poltica-lenguaje-verso, expresando el acto de reapropiacin de la palabra, del querer saber y del querer comunicar ese saber en clave propia. Todo ello ha tenido un impacto expresivo (Belluci,1992:28), y ha ido formando el corpus terico de los feminismos latinoamericanos que, en los ltimos 25 30 aos han expresado la peculiar combinacin de lucha poltica, movilizacin callejera, subversiones culturales, negociacin y presin hacia los poderes oficiales,
con la reflexin permanente sobre los avances y las contradicciones de sus prcticas. La dialctica resistencia dominacin que se expresa no en lo poltico institucional, sino en lo poltico como expresin de las practicas sociales, siempre inciertas y conflictivas, que producen lo poltico como efecto de sentido (Maccioni,2001:4). En este concierto, una consigna, un manifiesto, pueden tener tanto o ms impacto que una investigacin, para el conocimiento y para la accin. Un ejemplo lo ofrecen las feministas chilenas, quienes en su lucha contra Pinochet, extendieron infinitamente la democracia poltica y tericamente desde una sola consigna: democracia en el pas y en la casa, hilada pacientemente por Julieta y que condensaba justamente ese posicionamiento en lo publico incorporando la poltica de lo privado, en un terreno tan minado como el del Chile pinochetista, atravesando los lmites de todas las democracias realmente existentes, y no solo de su ausencia en dictaduras. Esta sola consigna expresaba una teora de la democracia y una forma transgresora de hacer poltica. Esta perspectiva de formacin de sujetos desde su conciencia de negacin y de merecimiento de derechos, como un continuo permanente y dinmico, requiere tambin de un dinamismo e historicismo en el anlisis de sus prcticas sociales. No siempre es as. Ello ha sido fuente permanente de tensin en los movimientos sociales (no slo los feminismos) porque sus tiempos de accin son mucho ms veloces que sus tiempos de reflexin, haciendo que prctica y teora no siempre avanzan al comps de su propia historia. Julieta Kirkwood llam a esta incongruencia los nudos de la sabidura feminista que se nutre y se perfila desde las dificultades, dudas, descubrimientos, frustraciones y alegras que va dejando prcticas que son a la vez procesos de autodescubrimiento y afirmacin. Como dice el poeta Antonio Machado ... se hace camino al andar.
nombrar
como
proceso
inestable
Nombrar instituye, y al instituir se generan mecanismos de produccin, circulacin, control y delimitacin de los discursos (Foucault,1980), y de las prcticas, claro, y con ellos sistemas de legitimacin (Mato, 2001:23). [] idntico giro en el lenguaje: los temas de pasillo se tornan temticas de la asamblea; lo privado, la mujer misma, se hace punto de tabla y del debate social. Se realiza una nueva mezcla de poltica y vida cotidiana. Se ha producido una desclasificacin de los cdigos, una inversin de los trminos de lo importante. La participacin se ha hecho acto social, real y concreto (Kirkwood,1986:194).
El derecho a tener derechos es un producto del nombrar, en disputa, en reapropiacin, en produccin de discursos propios. Por eso, ese nombrar produce saberes. El querer saber surge cuando se constata la no correspondencia entre los valores postulados por el sistema y las experiencias concretas reales humanas (Kirkwood,1986:200). La dinmica ms potente de produccin de saberes que instaur el feminismo desde sus balbuceantes comienzos fue el de nombrar lo hasta ese momento sin nombre. Y el evidenciar, en este acto, la distancia entre prctica y teora. Este nombrar dio auto-reconocimiento de una experiencia, personal y colectiva, de exclusin y dominacin, pero tambin de resistencias a la homogeneizacin. As como en el caso de los afroamericanos, la msica aliment la construccin de identidades colectivas, motor de luchas por derechos y para el diseo de nuevas prcticas organizativas (Garca I.,2001:9), en los feminismos, nombrar lo personal en clave poltica desde la prctica de grupos de autoconciencia, convirti las preguntas, angustias, incertidumbres y proyectos personales en propuesta poltica colectiva, alimentando la accin trasgresora de los lmites impuestos por una forma de conocimiento y aprehensin de la realidad social. Lo privado es poltico sigue siendo el aporte terico ms radical de esta prctica, Fue el impulso ms contundente para politizar la cotidianeidad y posicionarla, lentamente, como parte del horizonte
referencial de las mujeres y la cultura en la sociedad, abriendo el terreno subjetivo para el derecho a tener derechos. Es decir, [...] slo cuando se nombra la realidad se esta en capacidad de cambiar el significado que tiene, que muchas veces aparece como natural y neutro (El Achkar,2001:8). Sin embargo, el conocimiento producido en diferentes momentos y coyunturas, espacios geogrficos (local-global) no puede tener vocacin de totalidad. Por ello, uno de los retos de las negaciones y afirmaciones de las mujeres como sujetos es su permanente actualizacin, en el hoy y su vinculacin al proyecto global. Un proyecto puesto en el mundo, desde que se hace carne y ya no nos pertenece, seguir dinmicas propias, dice Julieta (Kirkwood,1986:203). Nora Domnguez avanza bien esta idea al decir que [...] si la consigna fue romper, transgredir, pervertir, dar vueltas a los modelos heredados, ni el resultado ni los legados pueden quedar aprisionados en alguna forma de estabilidad, sobre todo porque la deuda de la exclusin tiene aun llagas abiertas (Domnguez,2000:115) aludiendo a la necesidad de una poltica que busque [ ...] no clausurar o cristalizar un conjunto de saberes, de modo que sus producciones y prcticas ejecutadas en diversas zonas de lo social, tanto en el plano materia como en el simblico estn marcadas ms por el dinamismo y la desestabilizacin que por los cierres y las obturaciones (Domnguez, 2000:115); Mato lo enuncia como la deconstruccin de todo relato fundador, la recusacin de todo esencialismo u ontologa de las identidades (Antonelli,2001:15). Por ello, las palabras inicialmente liberadoras tambin pueden ser palabras secuestradas (Masey,2000) al cargarse de significados congelados en el tiempo, desligndose de un proceso en permanente mutacin. Si el nombrar instituye, forma identidad, el acto de nombrar es permanente, porque las identidades son complejas y mltiples, inestables, movilizndose selectivamente, en respuesta a procesos econmicos, sociales, polticos y culturales especficos. Por ello, ese nombrar inicial es fundante de una prctica subversiva y transgresora, pero es tambin contingente: el nombrar inicial abre no slo espacio para nuevos saberes sino bsicamente para procesos, de mltiples prcticas, que impulsan nuevos itinerarios, modificando relaciones de poder, posicionamientos, etc. O generan nuevas relaciones de poder que quieren disciplinar lo nombrado. As, el lenguaje aparece como terreno de disputa, de muchas formas: en lo sin nombre, disputando la naturalidad de la opresin: en la forma en que, una vez nombrado, ingresa al horizonte referencial de los poderes establecidos (el caso de violencia domstica y sexual convertida, en las leyes, en violencia intra familiar, sealado dentro del artculo mo en esta misma coleccin) en la variacin de los contextos y las prcticas a lo largo del tiempo; en lo traducido y reapropiado desde otras prcticas y otros lugares de enunciacin, dando cuenta adems del nuevo contexto globalizado, etc. La historicidad del nombrar va de la mano con la historicidad de los procesos de apropiacin reapropiacin disputa frente a los nuevos significantes que van dejando la cambiante realidad.
mujeres adquira otras dimensiones, al aparecer como fuente de legitimidad en gobiernos que expandan sus derechos sin expandir la democracia (Lo que Alejandro Grimson insistentemente llam el neopopulismo de la raza, el gnero, la etnia) (apuntes de la reunin). Y obligadas a enfrentar el desafo de []re-pensar procesos y modos de emergencia de sujetos y contenidos de derechos impugnando las ms recientes experiencias democrticas en la regin y sus estilos para instituir legalidades y legitimidades [] como teln de fondo de la complicidad exclusionaria (Mato en Antonelli,2001:23), a la que sin querer queriendo estbamos contribuyendo. Un giro en la construccin de la frase trajo un giro en la orientacin, las polticas de alianzas y la definicin de una nueva la centralidad de las luchas feministas: lo que no es bueno para la democracia, no es bueno para las mujeres fue la enunciacin que condens ese giro (y fue el lema con el que el Movimiento de Mujeres por la Democracia, en Per (MUDE) emprendi su larga lucha contra la dictadura de Fujimori, quien otorgaba derechos a las mujeres al mismo tiempo que asfixiaba la democracia. As, en el hoy de Fujimori, lo que tena apariencia de bueno para las mujeres no era bueno para la democracia. Y con ese giro, comenz una constante revisin y reflexin de cmo la construccin y ampliacin de las ciudadanas de las mujeres no se asume en s misma, sino en permanente relacin con la calidad de los procesos democrticos.
Una digresin
La consigna, invertida, dio reflexin y alimento movilizaciones y acciones de resistencia. Una de ellas fue una impactante marcha de mujeres de luto, llevando un atad de cartn que representaba la democracia difunta. Violentamente reprimido por la poltica, [] con la clsica violencia del abusivo que se ensaa contra quienes tienen las manos limpias (Santistevan,2000), este acto, jal otras prcticas tericas y poticas. La poeta feminista Roco Silva Santistevan, de amplio reconocimiento por la calidad de su obra, poetiz el acto mismo, le extrajo nuevos saberes, lo recuper, como proceso de [...] convergencia de anlisis sociopolticos e histricos (as) como esttico-literarios y filosficos [...] (Del Sarto,2001:22), otorgndole as una legitimidad histrica y esttica con el hermoso artculo Antgona sale a las calles:
[...] carteles, flores blancas, velas y una vez ms la razn enarbolada contra el oprobio. Lejanas en el tiempo pero hermanadas en el acto de dignidad, las mujeres de luto de Lima continuaron por la senda de Antgona. Con una diferencia: esta vez somos ms y no una, por lo tanto, no habr que cerrar el lazo del nudo en la cueva fra sino levantar las manos multitudinarias para apagar de una vez por todas el indigno silencio [] (Santistevan,2000).
As como los chicanos, en su prctica cotidiana de resistencia, transforman a la Virgen de Guadalupe o a la Malinche, dndole rasgos y significados simblicos propios, distintos al de los orgenes y distinto al de su nuevo espacio de enunciacin (Tinker y Valle,2001:19) as, las palabras viajan y se transforman cuando hay una prctica detrs. La palabra advocacy, neologismo del norte hace all referencia a una particular forma de hacer poltica (negociando desde las expertas, desde presin poltica, desde argumentacin hacia el poder y los medios de comunicacin). Prctica implementada con xito en las Conferencias Mundiales de Naciones Unidas de la dcada de los 90, implicaban como supuesto la existencia de contextos democrticos consolidados, instituciones ms estables y derechos ciudadanos menos amenazados (Alvarez, Libardoni y Soares,2000). En su trayecto a Amrica Latina, adquiere los significados relevantes a un tipo de prctica y a un contexto especfico. En un complejo y continuado
proceso de traduccin poltica se fue adecuando a una prctica que tiene que lidiar con un contexto inverso: frgil institucionalidad poltica, el debilitamiento de la ciudadana y de una dramtica exclusin social que traen las polticas neoliberales. En estas condiciones:
[]la prctica de advocacy feminista en Amrica Latina exige a redefinicin de conceptos y una readecuacin de procedimientos originarios. Hacer advocacy [...] no puede ser una cuestin meramente tcnica. Y un hacer poltico requiere revisitar algunos conceptos como los de ciudadana, liderazgo, discutir el papel del estado y de la sociedad civil en la construccin democrtica as como las estrategias de incidencia feminista en las transformaciones polticas, econmicas y culturales (Alvarez, Libardoni y Soares, 2000:169).
Otra digresin
La adaptacin poltica de advocacy a la realidad latinoamericana y la visin feminista de esta parte del mundo, tiene otras implicancias, no slo en lo regional sino tambin en lo global: una de las tensiones fuertes en la reunin de Naciones Unidas para evaluar la Conferencia Mundial de la Mujer en Beijing, 5 aos despus, fue la enorme dilacin de los gobiernos en aprobar el documento; y la insistencia de algunas delegadas de la sociedad civil de seguir con la estrategia de advocacy y evitar mayores resistencias conservadoras. La regin de Amrica Latina decidi por el contrario, argumentar de otra forma, en clave movimiento. El lugar de enunciacin cambio: ya no eran las expertas delegadas de la sociedad civil haciendo advocacy y lobby con sus /otros gobiernos, sino eran las feministas de Amrica Latina develando su posicionamiento y haciendo, desde all, presin y convencimiento. La palabra as enunciada, cambi para dar paso a los argumentos propios, no negociantes ni complacientes: La Declaracin de la Regin (leda por mi en la Asamblea general en los cinco minutos correspondientes) fue una pieza de indignacin tica y potica, como espero que lo demuestren estos extractos:
[...]. Seores y Seoras Delegados, Se puede decir buenas noches a noches como sta? Son buenos los das, en que una sola palabra puede hacernos perder de vista, que tras ella est la vida de millones de mujeres? Con una sola palabra se puede ocultar la discriminacin y la exclusin? Qu colores tienen las palabras? En qu lengua, en qu cultura, se originaron las mejores y las peores palabras? Con qu lengua y con qu cultura se pretende devaluar la diversidad de rostros, razas, etnias, historias y luchas de nuestras mujeres? Se puede llamar buenas a las tardes, a las noches, a los das, en que los gobiernos se hacen sordos a los compromisos que nosotras asumimos y ustedes no respetaron? Cmo, despus de esta pattica inoperancia, volver a creer en aquellos gobiernos cuyas lites polticas responden solamente a sus intereses religiosos, polticos y econmicos, particulares, pequeos y mezquinos?. Qu religin tienen las palabras? Qu palabras definen a ese dios con el que se quiere legitimar el desprecio, la violencia, la injusticia contra las mujeres? Con qu palabras creen que podrn amordazar la creatividad, las ideas, los sueos de millones de mujeres? Se puede pretender cambiar la historia en este nuevo milenio? Seores y seoras delegadas. El tiempo de las prohibiciones y los corchetes es de algunos de ustedes. Pero el tiempo de la historia, a pesar de algunos de ustedes, es nuestro. Tienen la oportunidad de avanzar con nosotras. Cules son las palabras que ustedes harn valer ms en esta Conferencia? Hace 5 aos, en esta misma Asamblea General, todo, todo pareca estar dicho. Ahora, las palabras no entienden lo que pasa.
Las de las mujeres de Amrica Latina y El Caribe son: derechos, justicia, democracia.
Que las suyas no retrocedan la historia!. (Declaracin Poltica de la Regin de Amrica Latina y del Caribe en la Asamblea General de Naciones Unidas, 2000).
Tercera Aproximacin: la forma de produccin de conocimiento, desde los nudos. Forma subjetiva, potica, laboriosa, ... de deshilachar los entuertos
[...] los nudos se pueden deshacer siguiendo la inversa trayectoria, cuidadosamente, con un compromiso de dedos, uas o lo que se prefiera, con el hilo que hay detrs, para detectar su tamao y su sentido; o bien los nudos se pueden cortar con presas de cuchillos o de espadas (tal como Alejandro hiciera con el nudo gordiano) para ganarse por completo y de inmediato, el imperio de las cosas en disputa. De aqu surge, creo, la primera brutal divergencia entre conocimiento y poder (Kirkwood,1986:212-213). [Y ms all]: [] la palabra nudo tambin sugiere tronco, planta, crecimiento, proyeccin en crculos concntricos, desarrollo tal vez ni suave ni armnico, pero envolvente de una intromisin, o de un curso indebido, que no llamar escollo que obliga a la totalidad a una nueva geometra, a un despliegue de las vueltas en direccin distinta, mudante, cambiante, pero esencialmente dinmica []. A travs de los nudos feministas vamos conformando la poltica feminista []. Los nudos, entonces, son parte de un movimiento vivo (Kirkwood,1986:213).
La reflexin sobre los nudos de la sabidura feminista surge de la necesidad de entender las tensiones y dinmicas contradictorias de un movimiento en formacin, ofreciendo al mismo tiempo una metodologa de anlisis, subjetivo, cuidadoso, abarcante de las diferentes aristas y posibilidades de las prcticas feministas y sus formas de producir conocimiento. Desde entonces, el anlisis de los nudos en la poltica feminista ha sido una prctica iluminadora pero tambin incomoda, pues ha entrado de lleno en las ambivalencias de las prcticas originarias, sus persistencias a lo largo del tiempo, las autopercepciones fantasiosas sobre las formas de hacer poltica, con el riesgo de absolutizar identidades que son posicionales y contingentes (Mato).Y es que Con nuestra revolucin se levanta una inmensa cantidad de expectativas y muchas de ellas llevan el sello de lo absoluto (Kirkwood,1986:213-214). Posiblemente el anlisis mas significativo, por rupturista de un tipo de prctica instalada en los feminismos de la dcada de los 80, fue el anlisis de los Mitos del movimiento feminista que expresaban, varios aos despus, lo que Julieta haba querido trasmitir al alertar sobre el riesgo de:
[...] un realismo feminista que descarte negndolo todo aquello que sea exterior a la vivencia pura de lo oprimido femenino. Es decir, que para demostrar la psima sntesis cultural que nos exige ser cuerpo o idea, nos precipitemos absolutamente al cuerpo-emocin que somos, negndonos la simultaneidad de seres pensantes sociales que somos. (Kirkwood,1986:219-220).
La prctica poltica de los feminismos hacia fines de la dcada de los 80 ya expresaba, adems de la riqueza de reflexin, las ambivalencias e incertidumbres de sus propias bsquedas y desconciertos. Los peridicos Encuentros Feministas eran en si mismos espacios de produccin de estos nuevos saberes: a cada uno de ellos se llegaba con nuevas preguntas, nuevas incertidumbres y nuevas bsquedas, nuevas reflexiones. Cada uno de ellos dej tambin nudos irresueltos, que comenzaron a expresarse en un cuerpo terico y postura simblica para interpretar el mundo y el movimiento, en el que convivan la bsqueda de verdades absolutas junto con las bsquedas de como seguir el hilo conductor del crecimiento del movimiento, que comenzaba ya a ser complejo y plural. As, si bien una parte del movimiento y una parte interna de cada una de nosotras, intuitivamente quera andar por el camino de la complejidad y la diversidad, cuestionando verdades absolutas, otra parte del movimiento y de cada una de nosotras quera renunciar a incorporar la complejidad de la vida social actual, aferrndose a los espacios propios sin contaminacin. El documento Del amor a la necesidad producido en el IV Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, en 1987 por un grupo de feministas, alude justamente al reconocimiento que en vez de una
hermandad esencialista era mucho mas fructfero reconocer que las mujeres no necesariamente nos amamos (el derecho al mal, reivindicado), pero s nos necesitamos. Y marc un hito en la reflexin y en la prctica feminista, al ubicar los nudos, convertidos, en ese hoy, en mitos que cristalizaban la tensin entre los ideales polticos y las prcticas sociales reales de un movimiento. Los mitos expresaban la necesidad de reemplazar el anlisis y/o negar las contradicciones que vivamos construyendo verdades sobre lo que ramos como movimiento, que no correspondan a la realidad y que hacan verdaderamente difcil consolidar una poltica feminista coherente y a largo plazo. El anlisis de los mitos se nutri de las heridas del movimiento (Vargas,1992:108) alimentadas por miedos personales y sociales que llevaron ilusamente a creer que:
[] a las feministas no nos interesa el poder; las feministas hacemos poltica de otra manera, diferente y mejor que los hombres; todas las mujeres somos iguales; hay una unidad natural por el hecho de ser mujeres; el feminismo es una poltica de las mujeres para las mujeres; cualquier pequeo grupo es el conjunto del movimiento; los espacios de mujeres son en s mismos garanta de un proceso positivo; porque yo, mujer, lo siento, es vlido; lo personal es automticamente poltico; el consenso es democracia . Documento Del Amor a la Necesidad (Vargas,1989:144). [La realidad era indudablemente ms compleja]: [...] tenemos contradicciones innatas, asumimos patrones de comportamiento tradicionales cuando nos involucramos en la poltica; no todas las mujeres somos iguales, aunque esta afirmacin provoque respuestas autoritarias que niegan nuestras diferencias. El consenso puede encubrir una prctica profundamente autoritaria cundo sirve para acallar las diferencias. La unidad entre mujeres no esta dada, sino mas bien es algo a construir, en base a nuestras diferencias. El feminismo no es ni queremos que sea una poltica de mujeres para mujeres, sino algo que los hombres tambin deberan asumir. Nuestros sentimientos personales, nuestra subjetividad pueden tambin tornarse arbitrarias, cuando se considera solo en su dimensin individual. Lo personal tiene el potencial de ser convertido en poltico solo cuando se combinan tanto la conciencia como la accin (Vargas,1992:105).
Enunciar permite tambin analizar e intervenir simblicamente en las relaciones de poder establecidas, de construyendo, reformulando, alterando (Mato,2001:20). El documento sobre los mitos se convirti en herramientas de avance al interior del movimiento, rompi las barreras del romanticismo y acaramelamiento (Tornara en Vargas,1992:109) y le dio a la identidad feminista la flexibilidad suficiente para reconocerse en sus diferencias. Los mitos, ya enunciados sin embargo vuelven, adquieren otras formas, y otros significados absolutos. El anlisis de su persistencia y su permanente des enredo es tambin parte sustancial de la produccin de saberes feministas.
El aprendizaje, segn Freire, es permanente. La subjetividad, que nace por la participacin de los sujetos en el mundo y de la indisociabilidad entre lenguaje y experiencia (El Achkar,2001:8), puede por lo tanto cambiar con el cambio de experiencias, y la ampliacin/ complejizacin de las identidades. La permanente reflexin crtica sobre esa prctica es lo que alimenta esa conciencia de inacabamiento (El Achkar,2001:10) indispensable en un movimiento(s) que, como el de los feminismos, incide sobre la realidad, logra transformarla y se hace cargo de lo que esos cambios significan para sus (nuevas) prcticas.
En el caso de las mujeres y/o las relaciones de gnero (cargadas de desigualdad y otredad) tomar la palabra es una revolucin personal y colectiva. Absolutamente necesaria, pero nuevamente insuficiente. La palabra libera, pero no termina con las distancias; la palabra liberadora, en cruce con las diferencias y desigualdades (tnicas, de clase, de edad, de residencia geogrfica), puede quedarse entrampada en una [...] condescendencia solidaria, que anula las condiciones contestatarias de muchas obras [] y tambin de muchas prcticas (Hernndez,2001:10). Las prcticas de educacin popular, orientadas tericamente a fortalecer dilogos de horizontalidad, siempre que se est en condiciones de igualdad, en una relacin horizontal que favorece la sntesis cultural (El Achkar,2001:12) no son ajenas a esto. Excluir o integrar acrticamente son dos maneras de hacer polticas (culturales) suprimiendo la politicidad de la cultura dice Maccioni (Maccioni,2001:20). Porque se suprime la re-elaboracin del conflicto, sustento insoslayable del hacer poltico; el conflicto se diluye en ese espacio de dominacin marcado por las diferencias y se escatima la posibilidad de construir una relacin entre pares, sustento fundamental de la construccin de movimientos. As, entrampadas muchas veces en la tensin entre lo viejo, que da seguridad (en los comportamientos y en las relaciones humanas) y lo nuevo, que trae incertidumbre, la relacin entre mujeres de diferentes condiciones y formas de existencia, puede [...] dar por sentada la relacin feminista-popular lo cual es [...] haber tomado un compromiso conceptual que previamente pudiera afirmar la validez, excluyente, de una categorizacin predefinida por la lgica de clases (Kirkwood,1986:186) y/o puede darse desde la condescendencia que infantiliza. Puede darse tambin desde la afirmacin del derecho a tener derechos. Desde las dos primeras acepciones, un giro en el lenguaje y, sin querer queriendo, en la orientacin poltica, convirti a las mujeres organizadas de los barrios populares en vecinas (y muchas veces vecinitas) desdibujando de un plumazo su condicin de sujetos autnomos para ubicarlas en funcin de su rol tradicional (Barrig,1996). Es decir, la identidad de vecina ha llevado a las mujeres a ser intermediarias en el alivio de la pobreza, a ser portadora de servicios comunales hacia la familia, reforzando su identidad domstica, identidad que generalmente no repercute en su condicin ciudadana. Ms que politizar la vida comunal, esta forma de participacin es ms una ampliacin del mbito domstico, supliendo la incapacidad del estado para atender eficientemente los derechos ciudadanos. Su paso a la condicin (autopercepcin subjetiva y no slo acceso objetivo) de ciudadana implica por el contrario la negacin de su secundariedad y la afirmacin de su derecho a tener derechos.
Los estudios de gnero en las universidades estaran menos proclives a disociar las prcticas intelectuales de sus relaciones con la de otros actores sociales, Como aspira Mato? (Mato,2001:22). Posiblemente s, porque al igual que en los estudios chicanos en USA, resultado de un movimiento social y no de iniciativas gubernamentales (Tinker y Salas,2001:6), los estudios de gnero en las universidades de Amrica latina han sido posibles porque ha existido una relacin proporcional entre la movilizacin y el protagonismo como actoras de cambio del movimiento de mujeres y la aparicin de los estudios de la mujer en el mbito acadmico (Bellucci,1992:29). Igualmente, no existira la Universidad Intercultural si no existiera la CONAIE en Ecuador (Dvalos,2001). En todos estos casos, el impacto expresivo de un movimiento (feministas, chicanos, indgenas, nuevos saberes que reclaman y aportan a la diferencia), que desde sus practicas sociales, visibiliz, en el conocimiento, lo que eran las carencias en la realidad. Casi tres dcadas despus de estos intensos procesos, los feminismos ahora mltiples, plurales, diversos, con cada vez ms hombres sensibles incluidos, producen saberes tambin desde mltiples
espacios, incluso desde diferentes lugares de enunciacin o diferentes estrategias feministas. Por lo tanto, tambin desde la academia. Sin embargo, las discusiones en relacin a la produccin desde la academia son otras: muchas acadmicas, mujeres y hombres, consideran que la categora gnero (estudios de gnero) que ha ido reemplazando a la categora mujer (estudios de la mujer) en los estudios acadmicos, [] permiti poner desorden en el orden establecido y conjugar la problemtica de los sujetos con la de la especie humana, por cuanto alude de manera clara y directa al plano ms profundo de la posibilidad humana (Zemelman,1996:239). Muchas otras consideran sin embargo que existe el riesgo de despolitizar y tecnificar una categora que expresa sustancialmente relaciones de poder. Otra fuente de preocupaciones es su lugar en la academia: los estudios de gnero son islas en la academia? Conllevan el riesgo de la balcanizacin del conocimiento? (Tinker y Salas,2001); no tenerlos conlleva tambin el riesgo de diluir las experiencias particulares en el universalismo? (canon fallido, segn Hernndez, que excluye, diferencia y vuelve hegemnico unos saberes y no otros). La necesidad de una perspectiva permanentemente transversal, que conjuge reconocimiento con redistribucin de recursos, poder, y de los saberes mismos parece crucial, en un momento en que, como seala Feijoo, (Feijoo,1996:230) y como dramticamente tambin lo sealaron Mirta Varela y Catarina SantAnna durante la reunin (apuntes de la reunin), el contexto del neoconservadurismo genera cambios que parecan imposibles. Ms que nunca, la complicidad de los saberes en su bsqueda de nuevas tablas del conocer y defensa irrestricta de la democracia ampliada a todos los espacios y niveles de la sociedad y de la produccin de conocimientos aparece como un reto fundamental. Este artculo ha sido un reto. Y un placer!.
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Notas
* Virginia Vargas, Centro de la Mujer Peruana Flora Tristn. Correo electrnico: [email protected] Vargas Valente, Virginia (2002) Itinerario de los otros saberes (Postfacio) En: Daniel Mato (coord.) Estudios y Otras Prcticas Intelectuales Latinoamericanas en Cultura y Poder. Caracas: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y CEAP, FACES, Universidad Central de Venezuela.
Jos Joaqun Brunner, Director de FLACSO Chile en ese momento, (1986) escribi en la presentacin del libro de Julieta, Ser poltica en Chile: las feministas y los partidos , publicado despus de su muerte, lo siguiente: a Julieta le debemos muchas cosas. Entre ellas, haber incorporado a nuestro trabajo y a nuestras preocupaciones el tema de los estudios de la mujer [] adems de sus investigaciones sobre la participacin poltica de la mujer, sobre la historia del feminismo en Chile, sobre los problemas de la identidad sexual y de los gneros en diversos sectores sociales, fue incansable como profesora, como organizadora de talleres y como gua de la cuestin femenina en nuestro pas. Su labor se proyect adems a varios otros pases de Amrica Latina y a los pases del norte. En todas partes, ella represent FLACSO con su inteligencia, con su valor, y con su enorme capacidad de escuchar y de disentir, sin perder jams el humor y la paciencia.
Ferreira de Almeida, Maria Cndida Mestre en Educao Pblica pela UFMT/ Cuiab, Mato Grosso, (1994) e Doutora em Literatura Comparada pela UFMG/ Belo Horizonte, Minas Gerais, Brasil (1999); Professora de Lngua e Literatura Brasileiras e Teoria Literria; Diretora do Instituto Cultural Brasil-Venezuela, em Caracas. Investigadora convidada do programa Globalizacin, Cultura y Transformaciones Sociales/Facultad de Ciencias Econmicas y Sociuales/Universidad Central de Venezuela. Correo electrnico: [email protected] Garca, Illia Licenciada en Trabajo Social y Magister Sc. en Planificacin del Desarrollo. Candidata a Doctora en Ciencias Sociales en la UCV. Profesora Universitaria (Asociada). Ha participado como ponente en Seminarios y eventos nacionales e internacionales, as como tambin en la organizacin y coordinacin de eventos nacionales e internacionales. Forma parte del equipo coordinador del Programa Globalizacin, Cultura y Transformaciones Sociales, FACES, UCV. Correo electrnico: [email protected] Garca, Jess Chucho Coordinador de la Fundacin Afroamrica y Red Afrovenezolana. Miembro del directorio de Alianza Estratgica Afrolatinoamericana, la cual agrupa a ms de doscientas organizaciones afro del continente. Miembro permanente de la agencia de consulta sobre raza y pobreza en Amrica Latina, Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo y Dilogo Interamericano en Washington. Editor de la Revista Africamrica. Fue Coordinador del Centro de Estudios Afroamericanos Miguel Acosta Saignes de la Universidad Central de Venezuela (1988-1993). Correo electrnico: [email protected] Garca, Juan Historiador, lder de la organizacin Proceso de Comunidades Negras del Ecuador y co-organizador con Catherine Walsh del Taller Afro-Intercultural. Grimson, Alejandro Licenciado en Ciencias de la Comunicacin y Magister en Antropologa Social. Investigador en el Instituto de Desarrollo Econmico y Social. Ha publicado los siguientes libros: Relatos de la diferencia y la igualdad, Interculturalidad y comunicacin, Audiencias, cultura y poder (con Mirta Varela) y fue compilador de Fronteras, naciones e identidades. Correo electrnico: [email protected] Hernndez, Carmen Licenciada en Artes Plsticas, UCV, 1994. Magister en Literatura Latinoamericana, USB, 2000. Estudiante de Doctorado en Ciencias Sociales, UCV. Coordinadora de Artes Visuales, Centro de Estudios Latinoamericanos Rmulo Gallegos CELARG, Caracas. Docente, Escuela de Artes, UCV. Entre 1990 y 1999 trabaj en la Curadura de Arte Latinoamericano del Museo de Bellas Artes de Caracas. Correo electrnico: [email protected] Juhsz-Mininberg, Emeshe Doctora en Filosofa y Letras, 1996, Yale University, USA. Investigadora invitada, Programa Globalizacin, Cultura y Transformaciones Sociales, Facultad de Ciencias Econmicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela. Anteriormente ha sido Profesora Asistente Invitada, Miami University, Oxford, Ohio, EUA (1997-1998) y Profesora Asistente Invitada, University of Cincinnati, Cincinnati, Ohio, EUA (1996- 1997). Procedente de Puerto Rico. Radicada en Venezuela desde hace dos aos. Correo electrnico: [email protected]
Maccioni, Laura Licenciada en Comunicacin Social y profesora en la Ctedra de Polticas de Cultura y Comunicacin en la Escuela de Ciencias de la Informacin de la Universidad Nacional de Crdoba (UNC). Actualmente investiga las relaciones entre poltica y cultura durante la transicin democrtica en Argentina, en el Centro de Estudios Avanzados de la UNC con beca de Consejo de Investigaciones Cientficas y Tecnolgicas de Crdoba, CONICOR. Correo electrnico: [email protected] ; [email protected]. Mato, Daniel Doctor en Ciencias Sociales. Coordinador del Programa Globalizacin, Cultura y Transformaciones Sociales, Facultad de Ciencias Econmicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela. Coordinador del Grupo de Trabajo de CLACSO Cultura y Poder (antes Cultura y Transformaciones Sociales en Tiempos de Globalizacin) Correo electrnico: [email protected] Pginas en Internet: http://www.geocities.com/global_cult_polit http://www.globalcult.org.ve Mignolo, Walter Profesor William H. Wannamaker del Programa de Literatura de Duke Univerity. Director del Center for Global Studies and the Humanities en John Hope Franklin Centres for Interdisciplinary Studies. Publicaciones recientes: The Darker Side of the Renaisssance: Literarcy, Territoriality And Colonization (1995), Local Histories/Global Designs (2000), (traducido al espaol y portugus: Editorial Akal, Madrid y Editorial de la Universidad de Minas Geraes, respectivamente). Editor del volumen colectivo: Capitalismo and Geopoliticos of Knowledge: Philosophy of Liberation in the Contemorary Intellectual Debate (Buenos Aires: Editorial del siglo). Correo electrnico: [email protected] Ochoa Gautier, Ana Mara Doctora en Etnomusicologa, Universidad de Indiana. Departamento de Antropologa, Universidad Autnoma del Estado de Morelos, Cuernavaca, Mxico. Fue investigadora del Centro de Documentacin Musical del Ministerio de Cultura de Colombia y luego directora de los Centros de Documentacin artstica de la misma entidad. Tambin fue investigadora del Instituto Colombiano de Antropologa e Historia. Correo electrnico: [email protected] Pajuelo, Ramn Realiz estudios de Antropologa en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima), y de Maestra en Historia Andina en la Universidad Andina Simn Bolvar (Ecuador). Actualmente trabaja en el Instituto de Estudios Peruanos (IEP). Becario Rockefeller del Programa Globalizacin, Cultura y Transformaciones Sociales de la Universidad Central de Venezuela. Correo electrnico: [email protected] Poblete, Juan Profesor Asistente de literatura latinoamericana en la Universidad de California, Santa Cruz. Acaba de concluir dos volmenes de prxima publicacin: Literatura chilena del siglo XIX: entre pblicos lectores y figuras autoriales, del cual es autor; y Latin/o American scenarios rethinking area and ethnic studies, del cual es editor. Correo electrnico: [email protected] Richard, Nelly Directora de la Revista de Crtica Cultural. Directora entre 1997 y 2000 del Programa de la Fundacin Rockefeller Postdictadura y Transicin Democrtica: identidades sociales, prcticas culturales, lenguajes estticos en la Universidad Arcis, Santiago de Chile. Correo electrnico: [email protected]
Ros, Alicia Profesora asociada de la Universidad Simn Bolvar (Caracas) y Mellon Fellow en Stanford University (sept. 2000-agosto 2002). Obtuvo su PH. D. de la Univerisity of Maryland, College Park. Actualmente est armando una antologa sobre Estudios Culturales Latinoamericanos junto a Abril Trigo y Ana del Sarto, y escribiendo un libro titulado Guerra, prensa y nacin en la Venezuela independentista (18181822). Correo electrnico: [email protected] Rosas Mantecn, Ana Maestra en Antropologa, profesora e investigadora de la Universidad Autnoma MetropolitanaIztapalapa, Ciudad de Mxico. Correo Correo electrnico: [email protected] SantAnna, Catarina Profa Dra do Departamento de Fundamentos do Teatro e do PPGAC-Programa de Ps-Graduao em Artes Cnicas, da Escola de Teatro, da UFBA-Universidade Federal da Bahia. Coordena o NATRAMA-Ncleo de Dramaturgia da referida Escola e o GT de Dramaturgia- tradio e contemporaneidade, da ABRACE-Associao Brasileira de Ps-Graduao em Artes Cnicas. Publicou Metalinguagem e Teatro: a obra de Jorge Andrade , prefaciado por Sbato Magaldi, pela Universidade Federal de Mato Grosso, 1997. Correo electrnico: [email protected] Sovik, Liv Liv Sovik professora da Escola de Comunicao da Universidade Federal do Rio de Janeiro. Doutorou-se pela Universidade de So Paulo em 1994, com tese sobre o tropicalismo e o psmoderno. Escreve sobre identidade cultural, sobretudo na msica popular brasileira, e globalizao, diviso social e conflito racial. Correo electrnico: [email protected]. Sunkel, Guillermo Socilogo, PhD en Estudios Culturales, Universidad de Birmingham, Inglaterra. Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile y asesor del Consejo Nacional de Televisin. Ha investigado en temas de comunicacin y cultura. Entre sus libros destacan: Razn y pasin en la prensa popular (1985); Conocimiento, sociedad y poltica (con J.J.Brunner, 1993); El consumo cultural en Amrica Latina (Coordinador, 1999); Concentracin econmica de los medios de comunicacin en Chile (con E.Geoffroy, 2001); y La prensa sensacionalista y los sectores populares (en prensa). Tinker Salas, Miguel Historiador, Ph.D. Universidad de California, San Diego. Profesor de la Facultad de Historia, Estudios Latinoamericanos y Estudios Chicanos y Latinos de Pomona College. Entres sus publicaciones se destacan El inmigrante latino, latin american immigration and pan-Ethnicity, (1991); Under the shadow of the eagles, Sonora and the transformation of the border during the Porfiriato (1997); Progreso, nacionalismo, y orden social , la educacin durante el Porfiriato en Sonora (1999); y Relaciones de poder y raza en los campos petroleros en Venezuela (2001). Valle, Mara Eva Sociloga, Ph.D. Universidad de California San Diego. Profesora de la Facultad de Chicano/a Studies de la Universidad Estatal de California, Domnguez Hills. Entre sus publicaciones se destacan The quest for ethnic solidarity and a new public identity among chicanos and latinos (1991); Las chicanas: Alcances y retos , (2000); y Anti-racist pedagogy and concientizacin: A latina professors struggle, (en prensa).
Varela, Mirta Investigadora del Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales y Profesora de la Facultad de Filosofa y Letras, Universidad de Buenos Aires. Principales publicaciones: Los hombres ilustres del Billiken. Hroes en los medios y en la escuela (1994) y Audiencias, cultura y poder. Estudios sobre televisin (1999), en colaboracin. Correo electrnico [email protected] Vargas Valente, Virginia Sociloga, con especialidad en Poltica y activa militante feminista de Per y Amrica Latina, es Integrante y socia fundadora del Centro de la Mujer Peruana Flora Tristn. Tiene varios libros publicados entre ellos: Co-editora de El campesinado en la historia. Cronologa de los movimientos campesinos 1956-1964, (1981), Co-editora de Participacin econmica y social de la mujer en el Per (1982); El aporte de la rebelda de las mujeres , (1989); Una nueva lectura: Gnero en el desarrollo, 1991 (compiladora); Cmo cambiar el mundo sin perdernos (1992). Tiene tambin numerosos artculos publicados en libros y revistas tanto latinoamericanas como de otras regiones del mundo. Correo electrnico: [email protected] Walsh, Catherine Profesora y directora del doctorado en Estudios Culturales Latinoamericanos, Universidad Andina Simn Bolvar, Sede Ecuador. Correo electrnico: [email protected] Wortman, Ana Sociloga (Universidad de Buenos Aires), Maestra en Ciencias Sociales (FLACSO, Buenos Aires) 1996. Profesora e Investigadora del Area Estudios Culturales del Instituto Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Ex Asistente CLACSO. Ha publicado dos libros: Jvenes desde la periferia, Buenos Aires, 1991 y Polticas y espacios culturales en la Argentina. Continuidades y rupturas en una dcada de democracia, 1997. Actualmente tiene un libro en prensa: Pensar los sectores medios: Consumos culturales en una cultura del consumo en la sociedad argentina del ajuste. Ydice, George Profesor Titular en el American Studies Progrm y el Departamento de Espaol y Portugus de New York University. Director (interino) del Programa de Estudios Americanos y Director del Centro de Estudios Latinoamericanos y del Caribe. Es director del Privatization of Culture Project, un centro de investigacin de polticas culturales, tambin en NYU, y director de la Red Interamericana de Estudios Culturales. Es autor, entre otros ttulos, de Vicente Huidobro y la motivacin del lenguaje potico , On Edge: The crisis of contemporary latin american culture (con Jean Franco y Juan Flores), y Cultural policy (en prensa). Correo electrnico: [email protected]