La Entunada PDF
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Adalberto Ortiz
LA ENTUNDADA
Cuando mi prima Numancia llegó a los 14 años, se la llevó la tunda, sin más ni más.
La tunda es una bestia ignominiosa... La tunda es una aparecido... La tunda es el patica... La tunda es un
fantasma... La tunda es un cuco... La tunda es el patasola... La tunda es el ánima en pena de una viuda
filicida... La tunda es inmunda... No se sabe a ciencia cierta... No se sabe.
Sea lo que fuere, la tunda gusta llevarse a los niños selva adentro, transformándose previamente en figuras
amables y queridas para ellos. Con engaños diversos los atrae hábilmente y los “entunda”... Esta es la
palabra. No hay otra.
Numancia lucía un lindo y raro color de melcocha y estaba ya bastante crecidita, pero como no era muy
despierta, y carecía del don de observación, se dejó engañar por la tunda: no descubrió a tiempo su
deforme pata coja de molinillo a la luz del crepúsculo, ni reconoció que esa mujer no podría ser su madre
desparecida también años atrás... No vio nada. Numancia salió a buscar unos pavos que no habían entrado
a dormir en el gallinero ni habían subido tampoco al palo de hobo que estaba detrás de la casa. Sabido es
que los pavos son andariegos y desmemoriados, hay que arrearlos y guiarlos siempre para que vuelvan al
hogar.
Sí, Numancia era una bella niña, pero a veces se me antojaba muy semejante a una pavita.
Yo tenía tres años menos que ella, y éramos compañeros de diversiones infantiles. Pero llegó un momento
en que no se interesó más por nuestros juegos y eso me entristeció bastante, no tanto como aquella tarde
en que se la cargó la tunda.
Fuimos todos a buscarla, acompañados de cinco perros cazadores para restrearla. Su padre salió con una
carabina y un machete. Nuestro único peón, el tuerto Pedro, con un hacha; mi primo Rodrigo con una vieja
escopeta de dos cañones, y yo con un garrote, una catapulta de jebe y un cortaplumas de varios servicios.
Desconcertados por el golpe, todos llevábamos una muda de ropa de repuesto, y algo de comer, porque no
sabíamos cuánto tiempo permaneceríamos en los centros de las montañas, persiguiendo a la condenada
tunda que, según afirman los muy conocedores de los secretos del monte, tiene su guarida entre espineros
y guaduales.
Primeramente nos dirigimos a las casas de los vecinos de otras fincas a lo largo del río:
- ¿Han visto por aquí a Numancia?
A la luz de nuestros lúgubres mecheros, los negros meneaban negativamente la cabeza, mordiendo sus
grandes cachimbas en la boca, sorprendidos por la noticia de esta nueva hazaña de la tunda, y las negras,
alarmadas, recomendaban prudencia y buen comportamiento a sus hijos, poniendo el ejemplo de
Numancia.
A eso de la medianoche, ya cansados, preguntamos por fin al mismo río, y el río nos contestó, entre
murmullos y reflejos, que la tunda huye de las aguas profundas, y que más bien prefiere los arroyos donde
puede coger con sus peludas garras camarones y pececitos que obliga a comer crudos a sus víctimas hasta
ponerlos pálidos y murichentos. El río nos dijo también que la tunda tiene la sucia costumbre de tirarse
ventosidades en el rostro de los niños secuestrados, para atontarlos y hacerles perder la memoria.
Cuando el río habló de esta manera, yo sentí miedo y todos optamos por regresarnos a casa.
La entundada! Adalberto Ortiz
Al día siguiente emprendimos nuestra segunda búsqueda, con más gente y mejor aperados con sogas,
amacas y ropas de campaña, a más de lo que habíamos tomado la noche anterior...
Los perros latían delante de nosotros, llenándonos de vagas esperanzas.
Preguntamos a las lechuzas trasnochadoras:
-¿Han visto por aquí a Numancia y a la tunda?
Las lechuzas somnolientas dijeron que no con sus redondos y castaños ojos fijos.
Interrogamos a loros escandalosos y ellos por toda respuesta repitieron nuestra pregunta como un eco:
“¿Han visto por aquí a Numancia y a la tunda?”
Cuando averiguamos a los monos aulladores, desde los altos guabos cargaditos soltaron una carcajada y
se rascaron los traseros.
Pero yo no desesperaba y me puse a investigar por mi cuenta a las plantas: a la irritante gualanga, al negro
corazón del guayacán, a la rampira que cobija, al milagroso llantén, a la dócil malvaloca, a las floridas
acacias, y todos repsondieron que sí habían sentido pasar a Numancia, acompañada de la horrenda
tunda...
-Muchacho loco -me dijeron- las plantas no hablan.
Aquella noche dormimos trepados y amarrados a los árboles, por miedo a las fieras que no se dejaban
interrogar a no ser que alguno de nosotros se ofrendara como un sacrificio a sus dioses; pero nuestro amor
por Numancia no llegaba hasta allá.
Al amanecer reemprendimos nuestra exploración y, sin proponérselo, los mayores retomaron el mismo
camino que me habían indicado mis amigas las plantas, cosa que me llenó de contento y orgullo.
Cuando mi tío inquirió a una culebra sayama, ésta le contestó que sí había visto a Numancia: bañándose
desnuda en una laguna como la diosa Ochún -que es loca por el agua y el amor, a dos leguas de allí, pero
vigilada siempre por la misteriosa tunda...
Abriéndonos una trocha, a golpe de machete, por entre bejucos y trepadoras de los grandes árboles,
llegamos al atardecer, agotados y sucios, a orillas de un lago desconocido, cristalino y poco profundo.
Después de bucear en aquellas aguas y rebuscar por las orillas, encontramos un trozo del vestido lila de
Numancia... pero nada más.
Su padre empezó a llorar como un niño y viéndolo así, a todos se nos partió el pecho.
Siempre había una esperanza... Durante muchos días continuamos registrando matorrales, cuevas y
escondites; investigando a plantas y bichos de la selva, no solamente en los alrededores, sino muy lejos de
allí...
Pero la tunda es más lista que los hombres y los perros, y casi nunca se deja pillar, cuando por casualidad
llegamos a un caserío distante, sus moradores se asustaron de nuestras fachas, antes de resolverse a
proporcionarnos ayuda.
Por no dejar, volvimos a preguntar neciamente:
-¿Han visto por aquí a Numancia y a la tunda?
Ellos, entonces, también nos relataron otros casos de niños raptados por la endiablada tunda en aquella
comarca.
La entundada! Adalberto Ortiz
Al fin, después de convencernos de lo infructífero de nuestras correrías, tornamos a la finca por una ruta
diferente: con dos perros menos y llenos de llagas en el cuerpo y en el alma. El pobre tuerto Pedro dejó su
único ojo perdido en un brusquero para siempre.
El tiempo fue curando las llagas, pero el recuerdo de mi núbil prima Numancia seguía viviendo en la casa y
en mi alma.
Al cabo de varios meses, una noche clara, Numancia asomó por el lado del río, en una canoa. Subió
despacito. Nadie la sintió sino yo. Conocía bien sus pasos, aunque esta vez me parecieron más pesados.
Entró sigilosamente al dormitorio de mi madre, que era también el mío.
Al verla, mi madre se sobresaltó e iba a llamar a mi tío; pero algo que notó la hizo cambiar de idea.
Yo, incrédulo, sin saber qué decir, observaba a Numancia: venía descalza y mal vestida, con su largo pelo
de miel chorreando y húmedo. Había crecido y en su rostro resplandecía una nueva y desconocida belleza
para mí. Aunque llevaba asentuada su antigua expresión ingenua y boba, se dibujaba en ella algo de
sufrimiento. No era la misma. Y lo que más me llamó la atención fue el gran volumen de su vientre, parecido
al de los chicos llenos de lombrices “seguramente por haber comido tantos camarones y pescaditos crudos”,
pensé.
-¡Hijita mía -díjole mi madre llorando y la estrechó en sus brazos contra su corazón roto.
Seguro que el rumor de nuestra conversación despertó a mi tío y de pronto lo vimos parado en el umbral de
la puerta, iluminado lúgubremente por la baja luz del quinqué de nuestro cuarto. Parecía un fantasma.
Observaba estupefacto y con tan dura mirada a su hija pródiga, que nos recorrió un escalofrío.
-¿Dónde has estado? -le preguntó secamente.
Ella no contestó sino que bajó la cabeza.
Nadie se alegraba de volver a ver a Numancia. Y esto me apenaba en demasía, llenándome de indignación
ante la insensibilidad de los grandes.
Reaccionando la abrace con alegría y le dije:
-¿Es verdad que te llevó la tunda?
Ella asintió con la cabeza.
-¿Te hizo mucho daño?
Ella nego con la cabeza.
Su padre la seguía mirando con rencor y con desprecio y parecía estar a punto de saltarla encima para
matarla a golpes...
Después que todos callamos, en medio de una gran tensión, mi tío le gritó con voz terrible:
-¡Eres igual que tu madre! ¡Vuélvete con tu puerca tunda!
Numancia se zafó de mí inmediatamente y, arrasada en lágrimas, bajó de la casa, camino del río, donde
rielaba la luz de la luna, y se perdió definitivamente en la noche de junio.
El ciego Pedro la siguió con sus ojos de ostiones muertos.
Solamente quedó en mis oídos el ruido acompasado del canalete de su canoa, bogando entre las
sombras...
guaduales: bambudales.
gualanga: especie de ortiga.
montañas: selvas.
murichentos: muy débiles, muriéndose.
patica: diablo.
rampira: hoja dentada que sirve para techos, tiene forma de abanico. De la familia de las palmáceas.
tunda: especie de fantasma proteico, creado por los negros, que se aparece a los niños y se los lleva. Monstruo similar
al quimbungo de los bantúes.
yarumos: o árbol de guarumo.