LaChachalaca2018vCompleto 1
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La chachalaca
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Rafael Delgado
(1853 - 1914)
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Allá por los últimos días de
junio cumpliré cuarenta años,
y lo que voy a referirte, amigo
mío, acaeció cuando era yo
un rapaz, un doctrino que no
hubiera podido recitar de coro,
sin tropiezo ni punto, los diez
preceptos del Decálogo. Sin
embargo, el recuerdo de la po-
bre avecilla no se aparta de mi
memoria ni creo que se aparte
de ella en los días de la vida…
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…El pensamiento humano,
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dos tristes. Pero ¡ah! éste de la
infeliz avecilla lleva años, seis
lustros, de flotar en alta mar,
juguete de las olas, sin que los
turbiones de la adolescencia, ni
las tormentas de la juventud, ni
las terribles y sombrías tempes-
tades de la edad madura hayan
conseguido arrojarle a la costa.
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I
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do de sus aguas, aire fresco, y
vivificante. A un lado, el viejo
trapiche con su ruido monóto-
no. Al otro sendero rojizo, que-
mado por el sol, bordado de
amarillenta grama, de escobi-
llares polvosos, de estramonios
marchitos que suspiraban por
las lluvias de mayo. Delante de
la casa, en el césped húmedo y
fresco por el riego reciente, so-
bre el verde tapiz, la abuela ve-
nerable y cariñosa, calados los
anteojos, repasaba páginas de
no sé qué libro piadoso; junto
a ella nuestra madre haciendo
labor, y en la natural y mullida
alfombra, Ernesto, haciendo
un papalote; la chiquitina, la
blonda Niní, muy entretenida
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con su rorro, y yo, el pacífico
Rodolfo, sacando de un arca
de Noé, juguetes en boga, ele-
fantes, camellos, cabras, osos,
panteras, jirafas, gallos, gallinas
y unos hermosos y envanecidos
pavos reales, cuya brillante cola
de vidrio hilado se quebraba
entre mis dedos…Frente a no-
sotros, uno a uno, lentos, pa-
cíficos, sedientos, pasaban los
bueyes camino al corral.
¡Hermoso cuadro de la
vida rústica! ¡Amable grupo
doméstico, que nadie hubiera
contemplado sin envidia!
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memorias, descubro por el bal-
cón que tengo al frente la casa
de mis padres, la heredad de
mis abuelos. Veo los campos,
el bosque, la dehesa, la vieja
chimenea, de la cual asciende
lentamente al cielo una colum-
na de humo azul, y repito los
versos de Gutiérrez González
13
II
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Corrí a recibirle. Detrás de
él, venía Andrés, el criado dili-
gente, el bondadoso amigo, el
fiel Andrés, a quien mi padre,
sin mengua de su autoridad,
ni menoscabo de su decoro,
estimaba y quería como un
hermano.
La curiosidad y la impa-
ciencia nos hicieron correr. A
poco entraba el feliz cazador,
enlazando dulcemente con el
brazo la cintura de la dichosa
compañera de su vida.
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Pronto el morral estuvo
vacío y extendido en la mesa
el producto de la jornada: un
gazapo y media docena de per-
dices.
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Sonrió mi padre con aque-
lla apacible sonrisa de sus
delgados labios; brillo en sus
ojos claros y siempre benévo-
los un relámpagos de alegría,
y sacó del morral, colgado en
bandolera, un ramo de frutos
morados, casi azules, un raci-
mo de granadillas silvestres, y
mostrándole en lo alto decía:
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–¿Qué?– dijimos a una.
–No.
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las profundidades del morral,
y nos mostró, cerca de la lám-
para, un huevo, un lindo huevo
blanco, tinto en la sangre de las
perdices.
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si la copetona blanca, que es
buena sacadora, consigue em-
pollarle.
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III
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chalaca, fea, cubierta de obs-
curo vello, torpe, muy distinta
de sus vivarachitos hermanos,
fue desde entonces objeto de
nuestros cuidados, nuestra
constante ocupación, el tema
inagotable de nuestras pláticas.
¿Cuándo será grande? ¿Cuándo
la veríamos logradita? ¿No la
veremos nunca gritar y revol-
ver el gallinero? ¡Qué idas y
venidas! ¡Qué de viajes! ¡Cómo
gritábamos todo el santo día:
“Hay cacao, no hay cacao!...”
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tardó en dejar a la madre adop-
tiva y campar por sus respetos,
y, chiquita como era ni buscaba
abrigo por la noche ni gustaba
de los cuidados maternales.
–¿La cogemos?
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Hice del corral un pueblo
revuelto, y no sin pena hube
de renunciar a mis propósitos.
¡Tenía yo tantas ganas de aca-
riciar y jugar con la chachala-
quita!
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Con mi padre no se jugaba;
una sola vez decía las cosas;
nunca repetía sus mandatos.
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Eran las diez de la mañana.
Los gallos escarbaban en la
tierra floja, buscando alimañas;
las gallinas se bañaban en el
polvo; otras estaban echadas
poniendo, y la copetona caca-
reaba alegremente a pico abier-
to: “¡Pos… pos… posporeso!”
La chachalaquita, al verme,
huyó y fue a refugiarse en el
último rincón del corral… Allá
fui yo con el cesto en lo alto…
Sí, sin duda, llegar y atraparla
sería cosa de un minuto.
No fue así. Al acercarme co-
rrió al otro del extremo patio,
saltó sobre unas matas, dio un
brinco y consiguió escapar.
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–¿Te burlas de mí?– mur-
muré.–¡Ya lo verás!
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Me detuve a gozar de mi
triunfo.
–¡Rodolfo!
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IV
Mi padre no chistó. A la
hora de comer, al servirme el
primer platillo, llamó al criado
y en voz baja le dijo algo que
no pude oír. Estaba yo avergon-
zado y trémulo, con los ojos
llenos de lágrimas; me latía el
corazón como si fuera a salírse-
me del pecho; era yo un crimi-
nal que merecía la horca.
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Entonces mi padre, como
nunca severo, dejó su asiento y
vino a colocarse a mi lado.
–Rodolfo…
Obedecí temblando… y
¡Dios santo! Allí estaba el ca-
dáver con el pico abierto, desti-
lando sangre.
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Coordinación nacional Pasión por la lectura
Diseño:
Paul Martínez
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