Poesía Indígena1
Poesía Indígena1
Poesía Indígena1
El cielo se estremece,
y la obsidiana reaparece,
en un ocaso interminable,
del que ni siquiera Itzli nos salvará.
A un futuro incierto
me enfrentaré con honor.
Y como siervo de los dioses
esperaré el sagrado veredicto...
Huehuetlahtolli de una madre a su hija
1. Tortolita, hijita, niñita, mi muchachita. Has recibido, has tomado el aliento, el discurso de tu padre, el
señor, tu señor.
Has recibido algo que no es común, que no se suele dar a la gente; en el corazón de tu padre estaba
atesorado, bien guardado.
En verdad que no te lo dio prestado, porque tú eres su sangre, tú eres su color, en ti se da él a conocer.
Aunque eres mujercita, eres su imagen.
Pero ¿qué más te puedo decir?, ¿qué te diré todavía?, ¿qué felicidad fuera, si yo te pudiera dar algo?, ya
que su palabra fue abundante acerca de todo, pues a todas partes te ha llevado, te ha acercado, nada en
verdad dejó de decirte.
2. Pero sólo te diré algo, así cumpliré mi oficio. No arrojes por parte alguna el aliento y la palabra de tu señor
padre.
3. Porque son cosas preciosas, excelentes, porque sólo cosas preciosas salen del aliento y la palabra de
nuestro señor, pues en verdad el suyo es el lenguaje de gente principal.
4. Sus palabras valen lo que las piedras preciosas, lo que las turquesas finas, redondas y acanaladas.
Consérvalas, haz de ellas un tesoro en tu corazón, haz de ellas una pintura en tu corazón. Si vivieras, con
esto educarás a tus hijos, los harás hombres; les entregarás y les dirás todo esto.
5. Lo segundo que te quiero decir es que mires que te amo mucho, que eres mi querida hija; acuérdate, que
te traje en mi vientre nueve meses, y desde que naciste, te criaste en mis brazos: y te ponía en la cuna, y de
allí en mi regazo, y con mi leche te crié.
6. Hijita mía, tortolita, niñita, pon y guarda este discurso en el interior de tu corazón. No se te olvide; que sea
tu tea, tu luz, todo el tiempo que vivas aquí sobre la tierra. Escucha, es el tiempo de aprender aquí en la
tierra, ésta es la palabra: atiende y de aquí tomarás lo que será tu vida, lo que será tu hechura.
7. Mira que tus vestidos sean honestos y como conviene; mira que no te atavíes con cosas curiosas y muy
labradas, porque eso significa fantasía y poco seso y locura.
8. Tampoco es menester que tus atavíos sean muy viles, o sucios o rotos, como son los de la gente baja,
porque estos atavíos son señal de gente vil y de quien se hace burla: tus vestidos sean honestos y limpios,
de manera que ni parezcas fantástica ni vil.
9. Y cuando hablares, no te apresurarás en el hablar, no con desasosiego, sino poco a poco y
sosegadamente; cuando hablares, no alzarás la voz ni hablarás muy bajo, sino con mediano sonido, no
adelgazarás mucho tu voz cuando hablares ni cuando saludares, ni hablarás por las narices, sino que tu
palabra sea honesta y de buen sonido, y la voz mediana; no seas curiosa en tus palabras.
10. Mira hija, que en el andar has de ser honesta, no andes con demasiado apresuramiento no con
demasiado espacio porque es señal de pompa andar despacio, y el andar deprisa tiene resabio de
desasosiego y poco asiento; andando llevarás un medio, que ni andes muy de prisa ni muy despacio, y
cuando fuere necesario andar de prisa has así, (que) por eso tienes discreción; para cuando fuere menester
saltar algún arroyo saltarás honestamente, de manera que ni parezcas pesada y torpe ni liviana.
Versión completa de Miguel León Portilla, 1980.
Ocho presagios funestos de la llegada de los españoles a América
De verdades a mentiras, de claridad a oscuridad atravesando lo borroso; ocho señales avisaron al mexica
de la conquista española antes que esos hombres pisaran nuestra tierra. Ojos de niña o anciana que ruegan
al corazón del guerrero azteca tomar su macuahuitl de madera y obsidiana para defenderlas por haber
interpretado los presagios que deslumbraron sus pupilas.
En el cielo la señal primera, resplandeciente y gigante llama de fuego, ancha en la parte de abajo y aguda
en la de arriba, su punta llegaba a la mitad del cielo. Se levantaba por el oriente y a media noche su
resplandor hacía parecer que fuera un día común, llegaba hasta la mañana y entonces se perdía de vista.
Cada noche de un año duró espantando al azteca que pensaba era una mala señal para todos.
La segunda señal fue que el templo de Huitzilopochtli se incendió sin explicación alguna y cuando sus
creyentes corrían a apagar el fuego con agua, este enardecía hasta dejar hecho braza el lugar. El atlachinolli,
unión del fuego y el agua algo les pudo avisar.
La tercera fue un rayo que cayó sin sonido, sobre la casa de Xiuhtecuhtli, dios azteca del fuego un día de
lluvia tranquila dejando cenizas en el lugar.
La cuarta en un día pleno y soleado, un cometa cayó en la tierra. Tres estrellas corriendo encendidas juntas
y con sus de colas largas, partieron del occidente encaminando al oriente y al estrellarse sepa Dios dónde,
se escuchó un enorme tronido en toda la comarca tenochca.
La quinta señal fue que se levantó el agua que rodeaba Tenochtitlan en grandes olas, llegando lejos y
entrando por las casas, sacudiendo sus cimientos y haciéndolas caer.
La sexta señal fue que en la noche se oía la voz de una mujer diciendo: “¡Ay mis hijos ya nos perdemos!”
“¡Ay mis hijos, ¿Dónde los llevaré?! Mujer que sería calumniada de ser la llorona loca que mató a sus hijos
y después llevada a la tierra de aguas calientes para poder tener en ese lugar una historia de fantasmas
regional.
La séptima señal fue que los cazadores de las aves llevaron a Moctezuma una parda y del tamaño de una
grulla que tenía un espejo en medio de los ojos por las que vio llegar a Hernán Cortés y sus hombres a
caballo. Moctezuma mandó llamar a sus agoreros y adivinos, a quienes preguntó si sabían que venía mucha
gente junta y antes que le respondieran el ave ya no estaba.
La octava y última señal fue que aparecieron seres con monstruosos cuerpos que eran capturados y llevados
a Moctezuma en su Tlillancalmecac. Estos seres desaparecieron al ser mirados.