Fábula de fábulas
Por Alfonso Chase y Casa Garabato
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Alfonso Chase escribe un libro sin edad. Es una obra que obtuvo el Premio Carmen Lyra de Literatura Infantil y Juvenil en 1977, con un jurado que integraron Emilia Prieto, Lara Ríos y Nora R. de Chacón.
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Fábula de fábulas - Alfonso Chase
edición.
Advertencia
Los poetas cuando escriben cuentos, son solo el vehículo en el cual se traslada la Voz. Esa voz que viene de boca en boca desde cuando el hombre, bajo las estrellas, contaba cuentos para que los cazadores, o los guerreros, se mantuvieran despiertos. Es esa Voz que tenemos en la casa, guardada en los armarios, en las paredes cubiertas de tiempo, en las piedras musgosas del gran patio, entre los helechos húmedos del jardín, en el cofre de las abuelas de mirada melancólica.
Y cuando los poetas viven en el humillo del fogón, entre macizos de hortensias, cuando cazan insectos o buscan abejones de dorados colores por los potreros de Oreamuno, cuando en las tardes elevan papalotes, juegan a la gallina ciega o al matarile-rile-ron, o se pierden por las callejuelas bordeadas de rosas diminutas, entonces oyen allí la Voz. Ese murmullo que se desgrana en las noches, después del rosario, mientras en la lejanía suena la carreta, o cuando los niños, para dormirse, piden algún cuento. Y es entonces cuando la poesía de todos los tiempos se desgrana como un gran río en la voz de la madre, la abuela, las tías o en la de esa ancianita que todos hemos querido, llegada quien sabe de dónde, pero que es el alma de la casa. Esa Tía de Todos, amiga de los abejones y comemaíces, que corta las rosas y poda las azaleas, que hace el portal y sirve el atol, rosadito y humeante. Esa Tía de las Tías y camarada del aire, la que mantiene la velita ardiendo para quién sabe que oculta oscuridad, la que en las horas de tormenta quema la palma bendita y desgrana el trisagio, o nos cuenta las historias olvidadas de Tatica Dios, ese niño tan humano y pícaro. La que también se sabe las historias del Joven Rey, los cuentos de los indios que se fueron por la escalera dorada, la Mamá Luisita o la Tía Chabela, la Niña Tulita o la Mama Colomba. A esa viejecita oyó el poeta esta fábula de fábulas, historias de ese Cartago nuestro, que es el país de la fábula, el sueño del primer cuento, el aire que llevaba al papalote, el hilo invisible de nuestras primeras voces.
¿Originalidad en las historias? ¡Alguna! La originalidad reside en la manera de contarlas, en el amor por recogerlas, en la alegría de divulgarlas, conservando parte del lenguaje en el cual los trasmite nuestro pueblo, al través de las generaciones. Son solo esa voz de la historia de nuestros pueblos, que todos los hombres del mundo guardan en su corazón como testimonio de la vida de todos los días.
La originalidad es un papel en blanco para que los niños, los jóvenes y los hombres-niños cuenten de nuevo estas historias, que amenazan perderse en el tráfago de una vida sin mucho tiempo, o deseo, de que estas historias perduren en la memoria de todos.
Para que nos descubramos hermanos de todos, para que la tierra sea una sola tierra y la Voz una sola voz. A esos niños del futuro sin fronteras, sin límites impuestos, para las manos extendidas de todos los seres del planeta, dedico estas historias oídas, en un sitio determinado de la tierra, donde el aire es solo el pretexto para que corran los cuentos y las hojas de los árboles, cofres en donde viven, para siempre, las voces de todos los cuentos de la infancia.
Para todos ellos estas historias oídas en los anocheceres y conservadas en el corazón más que en la memoria. Y como mis abuelos vinieron del Este y del Oeste, del Norte y del Sur, estos cuentos recogen el aire de los cuatro puntos cardinales: las voces del crepúsculo y del amanecer, de las estrellas y las piedras, llegadas desde la noche de los tiempos.
Fábula de fábulas
Eran humildes llaves de hierro que abrían arcas cuyo contenido era un tesoro de ensueños.
Carmen Lyra
Fábula de fábulas
Cuando murió el Rey Viejo, su hijo fue proclamado rey del país que nunca tuvo nombre.
El Rey Joven convocó entonces a todos sus servidores y a uno tras otro, les fue preguntando para qué servían:
Yo he de ser tu consejero, dijo el anciano de barbas blancas.
Yo seré el conductor de tus ejércitos, dijo el hermoso guerrero de amplias espaldas y manos inmensas, callosas de tanto empuñar la espada.
Yo seré tu tesorero mayor, dijo el comerciante honrado.
Yo he de ser tu camarera, dijo la mujer de extraños ojos, de pestañas rizadas y de modales sobrios.
Yo seré el encargado de traerte la caza, dijo el hombre de mediana edad, de muslos fuertes, ojos certeros y voz reposada.
Yo he de ser tu paje, dijo un jovencito rubio, enhiesto como una palmera enana, modesto y prudente como un caracol.
Yo seré tu músico, dijo el distraído tañedor de laúd, de manos delgadas y finas, y con dedos que se movían solos.
¿Y vos qué harás? Olió el Joven Rey al anciano que se encontraba sentado al final del salón, que murmuraba palabras que apenas alcanzaban a llegar hasta el oído del Joven Rey.
Yo seré tu narrador de cuentos, dijo el anciano.
Y el Joven Rey, molesto por la respuesta, le dijo: ¿Acaso creés que soy todavía un niño para que me podás seguir diciendo tonterías? Yo no necesito en mi reino narradores de cuentos.
Y el anciano, riéndose, le respondió: Eso fue precisamente lo que le dijo el Rey Sabelotodo al sabio Lengua de Otros, y por eso hasta lo mandó a la cárcel. Sin embargo, no tardó en volver a llamarlo, pues rápidamente se dio cuenta de que había procedido como aquel ciego de la fábula...
¿Cuál fábula?, dijo entonces el Joven Rey. A mí no me vengás con cuentos...
Y entonces el viejo empezó a hablar en voz alta para que el Joven Rey, el guerrero, el consejero, el paje, la camarera, el mayordomo, el músico y el tesorero pudieran escuchar la fábula del ciego quisquilloso...
Fábula del ciego quisquilloso y la serpiente dormida
Un ciego y su amigo viajaban por el desierto. Cierta mañana el ciego, al despertarse, estiró la mano para tomar su bastón, pero en lugar de eso lo que cogió fue una serpiente que estaba a su lado, congelada por el frío de la noche.
Lleno de alegría se dijo: Mi bastón se perdió, pero el Cielo me ha mandado uno nuevo, más fino y largo.
Cuando el amigo se despertó le dijo: ¿Qué es lo que tenés en la mano, amigo mío?
Y el ciego le respondió: Un bastón nuevo y largo, amigo, que me mandó el Cielo mientras dormía.
Y el amigo exclamó: Eso no es un bastón, sino una serpiente dormida. Arrójala rápidamente, porque si no te pica.
Pero el ciego no le creyó y se dijo: Es la envidia la que lo hace decirme eso. Quiere robármelo y por eso me dice que es una serpiente.
Y el ciego, molesto, siguió su camino por entre pedregales y ortigas, siempre con la serpiente apretada, como si fuera un bastón.
Y poco a poco, el sol fue ascendiendo por el horizonte y sus rayos potentes ahuyentaron el frío de la madrugada. Y fue entonces que la serpiente, volviendo lentamente a la vida, mordió al ciego en la garganta, dejándolo muerto a la vera del camino.
Fábula de los dos loros
En el bosque de Santa María vivía una lora que tenía dos loritos. Una vez que se fue a buscar comida, vino un cazador, que siempre andaba atisbando en el bosque, y le robó los dos loritos, vendiéndolos luego en el mercado.
Al primero lo compró un bandido que asolaba la región. Al otro lo adquirió un hombre que se había retirado del mundo y que también vivía por esos lados. Ambos daban de comer abundantemente a los loros, que fueron creciendo hasta que aprendieron a hablar.
Y sucedió que, años después, el Rey Sabelotodo que andaba de cacería por el bosque, se alejó de sus servidores y se extravió, ya que era un rey que le gustaba mucho investigar el ruido de las ramas, el sonido de las aguas y captar, en soledad, el verdadero trino de las aves.
De pronto, detrás de unos arbolillos oyó una voz que le decía: Señor, señor, vení rápido. Ahí viene un hombre solo y está vestido con un manto rojo y tiene joyas en el cuello. Agarrálo que se nos escapa.
Y el rey, que no tenía nada de tonto, espoleó su caballo y se perdió por el claro del bosque. Más adelante, oyó otra voz que decía: Señor, señor, vení rápido. Ahí viene un hombre solo y está vestido con un manto rojo y tiene joyas en el cuello. Dale la bienvenida porque ha de ser hombre importante.
El rey, extrañado, detuvo su caballo. El hombre que se había retirado al bosque salió de su casa y le dio la bienvenida al rey. Le ofreció fresco de moras y pastel de ayote y luego