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LOS CEROS

GALERÍA DE CONTEMPORÁNEOS

POR CERO

MÉXICO
IMPRENTA DE F. DIAZ DE LEON, EDITOR,
Calls db Lerdo N? 3.

1882
ÍNDICE

Páp.
Prólogo.................................. ,......................................................
5
Luis Malanco........................................................................... · II
Manuel Payno.............................................................................. 21
Joaquin Alcalde............................................................................ 33
Justo Sierra...................................................................................
43
Ipandro Acaico.............................................................................. 55
Las Odas de Píndaro.................................................................... 63
José Maria Vigil............................................................................ 81
Una traducción........................................................................... 91
Aguilar y Marocho..................................................................... 107
Guillermo Prieto........................................................................... “5
El Doctor Peredo........................................................................ 127
Ezequiel Montes.......................................................................... 137
Alfredo Chavero................................................................. iSi
Joaquin Tellez............................................................................... 163
Juan de Dios Arias........................................................................ 179
Mariano B&rcena. ........................................................................ 199
Juan A. Mateos................. ......................................................... 223
Francisco Sosa............................................................................... 241
Juan de Dios Peza...................................................................... 269
José Peon Contreras..................................................................... 295
José Maria Roa B&rcena..................................... ....................... 325
Alfredo Bablot............................................................................... 347
Adiós al lector............................................................................... 369
PROLOGO

ABALLERO andante sin amores—decía D. Quijote—es árbol

sin hojas y sin frutos, y cuerpo sin alma.»

¿ Qué diré yo en los tiempos que corren, de un libro que no

tenga prólogo y advertencia del editor ? Y eso á buen componer, porque

algunas veces sucede como en la Cármen de Pedro Castera, que el autor


del libro hace descolgarse sobre el público de buena fe, amén de un
prólogo con pretensiones de filosófico, escrito por un amigo del autor,

un aguacero de cartas que, como certificados de buena conducta, y cor*

roborando aquello de satisfacción no pedida, acusación manifiesta, llegan,


á la sombra de más ó ménos conocidas firmas, á referir en todos los to>

nos, en todos los estilos, y casi en todos los idiomas (porque hay algu­

nas que parecen escritas en francés,y otras en inglés, y otras en italiano),


que aquel libro es el mejor de los libros, aquel autor el mejor de los

autores, y aquel público el mejor de los públicos.

Y nada voy á decir de nuevo (porque es seguro que muchos lo han


de haber dicho ya) del prólogo de nuestro buen Vigil en su traducción
6 LOS CEROS DE CERO

de Pérsio¡ que va la obra del satírico latino, entre el prólogo y las notas,

como un chico que ha roto un farol y camina entre dos gendarmes á la


Comisaria.
Hasta el amable Luis G. Ortiz arrima su prologuito á su traducción»

de Francesca de Rimini.
Libros hay, como el de Coquelin sobre el crédito y los bancos, en que
vale tanto la introducción como la obra; y el pensador Renan dispara in­
troducciones que, sólo por ser tan buenas, no parecen tan largas.

Y á propósito de Renan, me ocurre aquí tomar su defensa aunque no

tenga yo poder jurídico para ello. Un señor D. Armando Palacio Valdés,

primer Secretario de la sección de Ciencias Morales y Políticas del Ate­

neo de Madrid, en un libro que se llama Los Oradores del Ateneo, se

nos viene magistralmente diciendo: < Ernesto Renan ha convertido en

sistema lo que no pasaba de vergonzante inclinación, pretendiendo sus­

tituir á la aristocracia de la sangre, que ya no tiene ninguna significación

positiva en nuestra época, otra más verdadera y respetable: la del ta­

lento. »
Sr. D. Armando: con toda la consideración que vd. me merece, me

atrevería á preguntarle: ¿ en dónde ha dicho Renan semejante cosa, ni de

donde lo puede vd. haber inferido? Precisamente en la obra de Renan


titulada: Ensayos de Moral y de Critica, en el ensayo sobre M. de Lacy,
dice expresamente: « la honradez es la verdadera aristocracia de nues­

tros dias.»
La cita no puede ser más clara; pero además, en otra obra titulada:
Cuestiones contemporáneas, en el estudio sobre Filosofía de la Historia con­
temporánea, tiene Renan un párrafo que no parece sino que lo escribió

á propósito, para quitarse de encima el peso del falso testimonio que le

ha levantado el señor Secretario de la sección de Ciencias Morales y


Políticas del Ateneo de Madrid; dice así: « los liberales participan de
PRÓLOGO DEL AUTOR 7

la idea, muy extendida entre nosotros, que los puestos son debidos al

mérito, y que el hombre de talento tiene una especie de derecho natural

para ser funcionario en su país: siendo así que el hombre de talento no


tiene más que un derecho (derecho que es común á todos), y es desar­

rollarse libremente; es decir, no encontrar en el Gobierno un rival celo­

so que le oprima ó que le haga una competencia desleal.»


Pero volvamos á lo del prólogo: yo tenia necesidad de escribir éste,
ya que los artículos de Cero van á coleccionarse y á salir á la luz pú­

blica con toda la majestad de un libro.

Bueno seria también que el editor pusiera, como es usanza, una adver­

tencia encomiando la obra y de paso al autor ; pero es pensar en deva­


neos figurarse que este D. Francisco Díaz de León, notabilidad en hon­

radez y en tipografía, se metiera, Como decían nuestros antepasados, en


la renta del excusado.

Y buena falta que le hace á este libro y á su autor la tal Advertencia:

tentado me encuentro de suplantar ese trabajo y apoderarme del nombre


del editor y fingir un articulito que vaya antes que el prólogo: pero tro­

piezo con dos inconvenientes: que yo no conozco el estilo de Díaz León,

y que, aun cuando lo conociese, buen cuidado tendría él de que dicha


advertencia no se publicara.

Pero, ¡ah!. . . Si yo pudiera. . . Vanávervdes. un rasgo de cómo

escribiría yo esa advertencia; en pocos renglones se puede formar idea


de lo que contendría toda ella, porque como dice un refrán vulgar

entre nosotros, «para muestra basta un boton,» y allá va eso; diría el

editor:
< La obra que tengo la honra de presentar al público es quizá el más

< importante trabajo literario que en el idioma de Cervantes ha hecho

ft crujir las prensas desde la invención del arte tipográfico.

«El autor de esta obra (una de nuestras más brillantes glorias litera-
8 LOS CEROS DE CERO

crias) se oculta bajo el pseudónimo de Cero, más por modestia, virtud

< propia de las altas personalidades, que por la maligna intención de hacer

cun carnaval literario.®


Y luego más adelante:

c Difícil cuanto dispendiosa ha sido para el editor de esta obra, la em-

c presa de recoger los dispersos artículos de Cero impresos en el perió.

c dico La República, porque el distinguido mérito literario de ellos, ha

c sido causa de que se busquen y se guarden por todos los hombres de

c buen gusto, como joyas exquisitas; que sólo á precio de ruegos, empe­

cí ños, digustos y hasta grandes sacrificios en numerario ó en billetes al

c portador, emitidos por algunos de los bancos de esta capital, se ha po-

c dido obtener la colección.®

Con estas y otras ligeras alabanzas por el estilo, puede que ya hubiera

yo quedado un poco tranquilo.


Y no digas, lector, que me ciegan la ambición ó el amor propio, por*

que yo no quiero más que lo que se le da á todo el mundo; y si no,


si np es esto lo que se le da á todo el mundo, consiento, si digo una
mentira. . . . ¿en qué consentiré para castigarme?. ... ¡Vamos! Con­

siento en que Rodriguez y Cos ponga todo este tomo de Ceros en octa­

vas reales y me regale un ejemplar, y me venga á preguntar todos los

dias adonde voy, qué he leído y qué opinion tengo. Consiento en estar
en la Cámara de diputados durante una discusión en que tomen la pala-
bra Justo Sierra, y Joaquin Alcalde, y Juan Mateos, y Sanchez Fació.
Consiento, en fin, en que de una tirada me lea Malenco todo su infor­

me sobre hospitales, ó Juan Peza la Constitución de 57 en décimas.


Ves, lector, que no me paro en precio, y que después de esto, nada

tendría yo que envidiarles á aquellos Brahmas á quienes los poetas Val-

miky y Kalidasa llaman ricos en tesoros de mortificación y penitencia.

Pues digo que todo esto y más estoy dispuesto á sufrir si no es ver­
PRÓLOGO DEL AUTOR 9

dad que hoy nuestros periódicos no hablan de un hombre público á

quien no le llamen eminente¡ no hablan de un poeta á quien no le digan

inspirado; y son así, todos los generales, esforzados y valientes; todos los

magistrados, integérrimos; todos los publicistas, sabios; todos los diputa­

dos, patriotas y elocuentes, que también el silencio tiene su elocuencia ;

todos los financieros, hábiles; todos los escritores, chispeantes, aunque


no dicen si serán chispas de las que salen del hierro al majar, ó de las
que, en el lenguaje del pueblo, salen de las cantinas, al tomar; y por úl­

timo, toda institución es benéfica, y toda medida acertada, y toda resolu­


ción del Gobierno salvadora.
Pasemos á otro punto: lector, si yo te hubiera dicho mi nombre al

escribir estos artículos, me hubieras calificado, no por ellos sino por mí,

porque ya me conoces; pero como por fortuna yo también te conozco

á tí, no te pongo quién soy, para que no te tomes el trabajo de hablar

mal de mí y de mí libro; conténtate con murmurar de él, que yo hago


contigo en esto lo que el torero en los lances supremos: deja la capa y

se pone en salvo, y como de esta capa que te dejo tengo la seguridad


que no es la del casto José, porque acción tan gloriosa no se cuenta en

los anales de mi familia, ni de mí, ni de ninguno de mis ilustres ante­

pasados, quedo tranquilo con la seguridad de que tal resolución no me

hará, como al hijo de Jacob, arrastrar el ridículo al través de treinta si­

glos. En fin, para concluir, vóyte lector á poner este epigrama de Mar­

cial:
Seria quum possim, quod delectantia malim
Scribere, tu causa es, lector amice. ...

que no te traduzco en verso porque no tengo humor de andar en busca

de consonantes hoy que todo el mundo en México anda en busca de

negocios con el Gobierno, de subvenciones para ferrocarriles, de conce­

siones para establecer bancos, de intervenciones de vías férreas, de con­


IO LOS CEROS DE CERO

tratos de colonización y de otras pequeñeces por el estilo que modesta­

mente puedan dar una rentecilla de diez ó doce mil duros anuales; pero
esos versos latinos dicen que dicen: « lector, si en lugar de ocuparme

« en escribir como pudiera, alguna obra séria, prefiero estos asuntos de

mera diversion, tú tienes la culpa.»


Concluyo el prólogo diciéndote, caro lector, con el famoso D. Fran­

cisco Manuel de Meló, en su Guerra de Cataluña:


« Yo te inculco mi juicio como le he recibido en suerte; no te ofrezco

mi persona, que no es del caso para que perdones ó condenes mis escri­

tos. Si no te agrado, no vuelvas á leerme; y si te obligo, perdónote el


agradecimiento; no es temor, como no es vanidad. Largo es el teatro,
dilatada la tragedia; otra vez nos toparémos; ya me conocerás por la voz;

yo á tí por la censura.»

Cero.
LUIS MALANCO
LUIS MALANCO

OMO una prueba de que la fecundidad no es


el único título que tiene un escritor para ser
conocido en el mundo de la literatura, va­
mos á ocuparnos hoy de nuestro amigo Luis
Malanco; y basta que le llamemos nuestro amigo, para
que se comprenda que hemos de tratarle como á Γ enfant
gâté de nuestro peine crítico, que siempre procuramos
pasar con dulzura sobre la cabeza de nuestros escogidos,
y el cual, si bien algunas veces produce sensaciones desa­
gradables, eso depende de que inadvertidamente peina­
mos contra el pelo, que es como quien afeita para arriba,
ó como el chico que usaba un cepillo para alisar al gato
de su abuelita.
Luis Malanco ha escrito poco, pero todo con buena fe
y, como dirían nuestros padres, concienzudamente; por-
12 LOS CEROS DE CERO

que Malanco para escribir un artículo de dos columnas,


consulta veinte libros, treinta periódicos, cuarenta folle­
tos, cincuenta manuscritos; lo lee sesenta veces, lo corrige
setenta, lo consulta ochenta, y vacila cien antes de publi­
carlo, y después de estas operaciones que hacen de cada
una de sus obras el resultado de más complicadas ocu­
paciones que las que se necesitan para hacer una aguja,
el artículo ve la luz, y las gentes le leen con satisfacción.
Apenas habrá ejemplo de un hombre cuyo carácter esté
más en armonía con sus producciones, que Malanco.
Desde que Buffon dijo «el estilo es el hombre,» ya todo
el mundo ha creído esto como un artículo de fe; y de se­
guro que los que leen á Fígaro, se figuran en Larra, no
el sombrío suicida, sino una especie de polichinela di­
ciendo chistes todo el dia ; y al través de los chispeantes
y graciosos versos de Quevedo, se imaginan descubrir, no
al austero teólogo cubierto con negro ropaje y con sus
enormes gafas sobre la nariz, sino un calavera alegre, osa­
do y decidor, como el famoso conde de Villamediana.
El estilo es el hombre; y sin embargo, el famoso She­
ridan, el elocuente orador británico que asombró al Par­
lamento con sus profundas doctrinas de moral y de eco­
nomía política, en la cuestión de las factorías inglesas en
la India, era tan calavera, que mandaba pedir á una za­
patería, para prueba, botas del pié derecho, y á otra del pié
izquierdo, para completar un par y salir alegremente á
la calle.
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS IJ

Caton asombra con la austeridad de sus doctrinas; su


nombre ha pasado á la posteridad como la cifra de la vir­
tud estoica, y sin embargo, César le probó, y los histo­
riadores están conformes con César, que el severo censor
adiestraba á sus jóvenes esclavas en los encantos del amor,
á fin de sacar con ellas una renta que aumentara su capi­
tal, para el cual no echó en olvido ni la planchuela de oro
de los dientes postizos de su hermano Cepion, que ex­
trajo de las cenizas después de la cremación del cadáver,
según las costumbres romanas. También este cuento es
de César, y César no se paraba en nada al hablar en con­
tra de sus enemigos.
Insensiblemente hemos ido á dar hasta Roma y hasta
César, hablando de Malanco; pero este es uno de los
efectos del magnetismo: Malanco ha estado de Secreta­
rio de la Legación Mexicana en Roma, y ha hecho un
viaje á Egipto, y nos ha escrito un artículo sobre el Nilo,
y otro sobre Alejandría, recordando que los caballos de
Julio César abrevaron en el rio sagrado, y que sus solda­
dos quemaron la biblioteca de la ciudad fundada por el
hijo de Filipo de Macedonia.
Malanco es igual á sus escritos: como sus pensamien­
tos son para sus amigos, nunca escribe un artículo que
no esté dedicado á alguno de ellos; y como siempre pro­
cura que en esos artículos haya alguna noticia curiosa y
extraña, así procura también tener en su casa todas las
curiosidades que puede.
2
14 LOS CEROS DE CERO

Guarda en su museo unas piedras de Belem, y el gene­


ral Riva Palacio dice que realmente son de Belem, por­
que se las regaló Cristatito. Guarda un frasco con agua
del Jordan, y el mismo autor citado asegura que ese Jor­
dan es el baño de caballos que está por el rumbo de las
Delicias.
Conserva cuidadosamente tierra del Calvario, y el di­
cho autor agrega, que la recogió en su sombrero sobre
la calle del mismo nombre, al Sur de la Alameda. Y la
arena del desierto, que enseña con mucha satisfacción,
es legítima del convento del Desierto de Carmelitas que
está en Cuajimalpa.
Malanco lleva estas bromas sobre sus curiosidades, no
sólo con tranquilidad, sino hasta con gusto, porque para
él sus amigos son todo.
Malanco tiene un estilo peculiar. Difícil será descri­
birlo, pero fácil de comprender con un ejemplo: supon­
gamos que está hablando de México en el mismo tono
que habló del Valle de Josafat ó de las Pirámides; enton­
ces diria:
«México ha sido patriota con Juarez; mártir con Hidal­
go; guerrero con Morelos; constante con Guerrero ; ora­
dor con Pedraza; poeta cort Quintana Roo; santo con Fe­
lipe de Jesus y con Bartolomé Gutierrez; festivo con Gui­
llermo Prieto; pintor con Cabrera; escultor con Noreña;
impresor con Cumplido ; editor con Díaz de León; quí­
mico con Rio de la Loza; astrónomo con Jimenez: Mé-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
IS

xico ha pensado con el cerebro de Zavala; ha cantado


con la lira de Justo Sierra; ha escrutado los espacios ce­
lestes con Diaz Covarrúbias; ha reido del orgullo huma­
no con Ramirez; ha levantado monumentos imperecede­
ros con Tolsa; ha conjugado los verbos irregulares con
Marroquí; ha profundizado la sintaxis con Rafael Angel
de la Peña; ha domado caballos salvajes con D. Ignacio
Mejía; ha amodorrado á sus lectores con Vigil; ha pro­
tegido al marqués de Carmona con Emilio Velasco; ha
convertido en chinampa el atrio de Catedral con Euge­
nio Barreiro; ha destrozado la Alameda con Bejarano;
ha sido la última vela con Juan Mateos; ha crucificado
el gusto arquitectónico en la fachada del Hospicio con
Torres Torija; ha trasportado á sus calles los precipicios
de los Andes con el Municipio; ha contrariado el fiat
lux con. Knight: en México ha vivido Humboldt; ha co­
mido D. Cárlos; ha dormido Grant; ha cenado la Ris-
tori; ha roncado Tamberlik; ha ejercido sin éxito el Dr.
Frimont; ha poetizado Zamacois; ha florecido Gerardo
López del Castillo; se ha vigorizado el Dr. Peredo; ha
deslumbrado Canto ya; ha encantado Alegría; ha tocado
León ; ha predicado el padre Davis ; ha aterrorizado Gui­
llermo Valle; ha curado Bianchi.
« Por aquellas amplias calles han pasado los gendarmes
de Ugalde; en aquellas plazas se han estacionado los simo­
nes de Vanegas; en aquellos paseos han corrido los chi-
cós de las escuelas municipales; en aquellos portales han
ι6 LOS CEROS DE CERO

gritado los billeteros; en aquellas charcas han abrevado


los burros de los indios y han cantado las ranas de los
españoles; en aquellas torres se han parado los zopilo­
tes; han repicado las monjas; han doblado los sacrista­
nes; se han fortificado los pronunciados del tiempo de
D. Anastasio Bustamante; han anidado las lechuzas; han
ocultado su vergüenza los murciélagos: en aquellos ca­
nales trasparentes han navegado los bergantines de Cor­
tés; han naufragado las piraguas de Guatimotzin; han
sido robadas las trajineras de Chalco; han lavado sus
lienzos las vírgenes del barrio del Pipis; han humedecido
sus capas los ensabanados de Xochimilco ; han apagado
su sed los perros del barrio de la Palma; han llenado
sus cubetas los matadores del Rastro ; han adobado sus
pieles los curtidores del barrio de San Pablo ; han reso­
nado los bandolones de los dias de campo ; han flotado
las abandonadas hojas de ios tamales; han hecho un surco
como la via láctea los restos del pulque y del atole de
leche; han nadado las cáscaras de tuna y de naranja, y
se ha retratado una vez por siglo la imponente figura de
un gendarme: en aquellos museos se conservan como
reliquias santas una ténia de Vallarta; los cálculos hepá­
ticos del Ministro Montes; una guedeja·gris de Mr. Za-
macona; unos lentes del senador Raygosa; la espesa cabe­
llera del general Carrillo; el cráneo de Eduardo Garay
cuando era niño ; el cráneo de Eduardo Garay cuando
era hombre; la pluma con que Rodríguez y Cos escribió
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
I?

El Anáhuac; el tintero que usó Pizarro Suarez para es­


cribir El Monedero; el papel con que Justo Sierra debió
de haber escrito El Angel del Porvenir; un brindis que
Alcaraz debió de haber pronunciado si Juarez hubiera
vivido y hubiera dado un convite y le hubiera convidado
el año de 1881 ; una colección completa de leyes que no
se observan desde la independencia hasta la fecha.»
El estilo no estará muy bien imitado, pero él es.
Malanco tiene mucho de arabismo en sus escritos ; por
ejemplo, si habla del desierto, dice: los árabes le llaman
bahr, que quiere decir: inmenso. Esto es muy útil y muy
cómodo; una palabra árabe puede ser todo un califica­
tivo ó una descripción lo más extensa que se desee.
Con ese sistema, si Malanco escribiera un viaje á Mé­
xico, tendría mucho que decir, y el árabe haría mucho pa­
pel en la descripción de la ciudad; verbi gracia:
«Llegué á México en la estación de aguas; las calles
estaban llenas de lodo : á esto los árabes le llaman ajamaz,
es decir, pantanos urbanos.
« Tomamos un coche de alquiler; los españoles y los
mexicanos le llaman á esto un simón, los árabes le llaman
il-man-man-jan, que significa: cajeta vieja tirada por
muías éticas.
« Pasamos cerca de un paseo ; estaba desierto, tenia el
aspecto de un cementerio de las ciudades de tercera clase
de Egipto: los mexicanos le llaman alameda; los árabes,
con su estilo elegante y figurado, le llaman ma-jun-mah-
ι8 LOS CEROS DE CERO

juin, que quiere decir: olvidada del municipio; allí vimos


unas fuentes de esas que en lengua oriental se llaman kal—
mon—lin, que quiere decir: siempre secas.
« Sonó un reloj y dio las cinco; habríamos andado cin­
cuenta metros cuando otro reloj llamó nuestra atención
dando siete sonoras campanadas ; poco después en otro
reloj sonaron las cuatro y cuarto, lo que prueba que en
esa ciudad cada reloj marca un tiempo particular. Los
árabes le llaman á este fenómeno Rablún jimelá, que quie­
re decir: descuido de los regidores. . . .
«Después de comer salimos á dar una vuelta: había
anochecido; largas hileras de faroles con una luz seme­
jante á las de esas lamparillas que se usan en las alcobas,
nos producían el efecto de una inmensa procesión de fu­
madores con su cigarro en la mano. Los árabes llamarían
á este alumbrado Domeil jaraú, poética frase que quiere
decir: moribundo pigmeo de quien se burlan las tinie­
blas. Sin embargo, á este alumbrado los mexicanos le
llaman de gas, y los hijos del profeta le designan con el
nombre dejis-li-mi-nim, equivalenteá: Empresa que se
burla del público, ó mejor dicho, á: público que se deja
burlar por la Empresa.
« Comenzamos á caminar ; cada dos pasos nos costaban
un tropezón, y cada cuatro una caída. Ibamos por lo que
los mexicanos llaman banqueta, y los árabes braumo hum
que significa: escabrosidades en que peligra la existencia.»
Las comparaciones y las figuras poéticas forman el en­
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
IP

canto de Malanco. No recordamos precisamente ningún


trozo de sus escritos para citarlo, ni tenemos á la mano
un ejemplar para sacar una copia; pero siguiendo el ca­
mino que nos hemos trazado, escribiremos algo en su
estilo.
Supongamos que sigue hablando de su paseo en Mé­
xico; diría:
« A la mañana siguiente salimos á la calle: el cielo esta-»
ba azul y sereno como los rayos de luz que pasando al
través de un zafiro, cayeran sobre el seno turgente y blan­
co de una odalisca. Algunas nubecillas de plata Rotaban
en aquella atmósfera inundada por los rayos brillantes
del sol tropical, como el velo de una hurí arrebatado por
los vientos perfumados del paraíso del Profeta. A cada
paso tropezábamos con perros que no tienen dueño; que
viven á expensas del público; que amenazan al transeún­
te; que se multiplican; que son como las moscas que ca­
yeron sobre el Egipto cuando el Faraón rebelde impedia
la salida del pueblo de Abraham y de Jacob y de Isaac
y de Moisés y de Agar y de Ismael.
«Tal abundancia de perros vagabundos sólo la hemos
visto en los barrios de Constantinopla, quizá porque aquí
como allá, es desconocido el poder municipal, y los veci­
nos poco ó nada se cuidan de eso que en Francia se llama
policía de seguridad, de salubridad y de ornato.
«México tiene algo de las ciudades semíticas, como Je­
rusalem, en lo abandonado y sucio de sus calles que re-
20 LOS CEROS DE CERO

cuerdan los estragos de Tito. Se extraña la voluntad de


Adriano y la iniciativa poderosa de Juliano el Apóstata
para convertir en verdaderas vías públicas aquellas calles
sinuosísimas que recuerdan el seco cauce del Cedrón.
« Hay barrios de la ciudad abandonados por la mano
protectora del municipio. Allí hemos visto una muche­
dumbre de seres desgraciados viviendo en Ja miseria,
como los restos últimos del poderoso pueblo de Salo­
mon despues del espantosísimo sacudimiento de Juan
de Guischala, Simon de Gioras y Eleazar, que trajeron
sobre la hij a de Sion las poderosas legiones de Vespasiano.»

Al leer nuestro articulo estamos seguros de que dirá


Malanco: esto se llama en árabe, ras-chis-blü-ji-lem^
que quiere decir: montaña de tonteras. Nosotros con hu­
mildad admitiremos la significación y agregarémos, que
sencillamente debían llamarle en el centro del Cairo, zo-
codozorori) es decir, cosas de Cero.
MANUEL· PAYNO
MANUEL PAYNO

ENGO la honra de presentar á ustedes á Ma­


nuel Payno, á quien le diré como Homero:
« ni de ti, ¡ oh atrida ! se olvidaron los dio­
ses inmortales, y de todos, Minerva la prime­
ra,» y vamos á tratarte y á retratarte con todo el cariño
que nos mereces.
La cosa no es muy fácil, porque como <Jice Brucke : « la
representación del objeto debe provocar en el ojo del ob­
servador una impresión análoga á la que produciría el
objeto mismo,» y yo desconfio de que haya en mi paleta
colores tan suaves que puedan producir esa impresión al
emprenderse el retrato de Manuel Payno, con quien es
difícil tener un disgusto cuando se le llega á conocer inti­
mamente.
3
2Ί LOS CEROS DE CERO

Sin embargo, pudiera ser que la semejanza fuera tan


perfecta, que el público le acordara su aprobación. Cosas
más grandes se han visto ; se cuenta, no sé con qué fun­
damento, que por motivos de emulación, Zeukis y Par-
rhasio, los más famosos pintores de la antigüedad, con­
vinieron en pintar cada uno un cuadro para competir en
destreza. Zeukis pintó un ramo de uvas que los pájaros
vinieron á picar. Parrhasio pintó un cortinaje, y al llegar
Zeukis á visitarle, dijo: «descorre esa cortina para que
veamos tu cuadro.» Convencido de su engaño, exclamó:
« Zeukis ha engañado á las aves ; pero Parrhasio ha enga­
ñado al mismo Zeukis. »
Aunque este es cuento, como todas las mentiras auto­
rizadas, se refiere de cien maneras.
Y si hay quien desconozca el retrato, á fe que no he­
mos de hacer lo que Apeles, pintor famoso, cuando dis­
gustado Alejandro Magno de un retrato que le hizo, lo
presentó á Bucéfalo, y al relinchar el caballo del conquis­
tador, exclamó el artista: «los animales tienen mejor co­
nocimiento que los hombres.»
Manuel Payno es uno de los veteranos de nuestra lite­
ratura; se atrevió á escribir novelas en México, cuando
esto se tenia por una obra de romanos, y fué, con Guiller­
mo Prieto, con Domingo Revilla y con Juan Navarro, el
vulgarizador de los buenos conocimientos literarios, co­
mo Figuier y Flammarion lo han sido en Francia de la
ciencia, y Alejandro Dumas, padre, de la historia.
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 23

También Manuel Payno tiene, como Malanco, un


museo en su casa. Me dirán que esto nada nos importa,
pero asegura Xenofonte que: «no solamente las accio­
nes serias de los hombres distinguidos, sino aun las más
sencillas, divierten y son dignas de memoria; » y apoya­
dos en la autoridad del capitán á quien hizo famoso la
retirada de los diez mil, seguiremos con el museo de Ma­
nuel Payno.
Con la misma facilidad se encuentra en su habitación
el castillo de San Juan de Ulúa hecho de popotes, que
una borgofiota de los soldados de Francisco I; y lo mis­
mo se puede contemplar un tejido de pluma de los dias
de la Malinche, que el alfiler que se ponia en la corbata
el Ministro Pitt; un cálculo vesical de Zumárraga, la ta­
baquera de Revillagigedo ó el breviario en que rezaba el
Padre Margil.
Las ratas embisten algunas veces contra esos tesoros;
pero Manuel Payno, que además de ser enemigo prác­
tico de la pena de muerte, tiene una índole completa­
mente pacífica, celebra con ellas tratados de paz como los
Estados Unidos con los bárbaros, y establece reservacio­
nes, llevándoles personalmente pedazos de pan y de azú­
car. Las ratas se civilizan á tal grado, que llegan á comer
en su presencia, como las gallinetas de Chateaubriand de
que nos habla Alejandro Dumas. Un dia, sin embargo,
las ratas se llevaron un tintero, y Manuel Payno siguió
el ejemplo del emperador Teodosio el Grande en la in-
24 LOS CEROS DE CERO

vasion de los francos: llamó en su auxilio á los godos,


es decir, trajo un gato á'vivir tranquilamente en su bi­
blioteca. Por supuesto, el triunfo quedó por parte de
Teodosio.
En política Manuel Payno tiene amigos y enemigos,
en lo cual se parece á todo hijo de vecino, y no es extraño
tratándose de contemporáneos que son pecadores, cuan­
do de Teófilo, arzobispo de Alejandría el año de 389, de­
cía el gran Padre San Gerónimo, que era un verdadero
santo, al mismo tiempo que San Crisóstomo declaraba
que era et verdadero demonio,
Pero como la política no importa á Cero, y aun cuan­
do le importara, Cero no le importaría á la política; y
como definitivamente Cero podria ser el San Gerónimo
de Manuel Payno, dejamos ese
Campo de soledad, mústio collado

sobre el que luchan tantos buscando su propia ruina, y


vamos diciendo con Fray Luis de León:
¡ Qué descansada vida
La del que huye el mundanal ruido!

Manuel Payno en su juventud se dedicó á la poesía.


Eran los tiempos de Rodríguez Galvan, de Joaquin Te­
llez, de Franco la Cbauset, de Lacunza, de Lafragua y
de Ramirez; lucían aún los genios de Quintana Roo, de
Carpio, de Sanchez de Tagle y de Pesado.
Pero Payno poco á poco fue abandonando á las mu­
sas, quizá porque no se guisan con la economía política,
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 25

ó porque, como opina Macaulay, la poesía declina inevi­


tablemente á medida que la civilización progresa. Ahora
Manuel sólo ha quedado de orador en la Cámara, y en
sus peroraciones usa de un estilo enteramente peculiar é
inimitable. Jamas orador alguno ha subido á la tribuna
con tanta tranquilidad, ni ha tratado al auditorio con más
confianza. Por muy grave que sea el negocio, por muy
acalorada que esté la discusión, por muy exaltados que se
encuentren los ánimos, Payno se presenta impasible y ha­
bla como podria hacerlo en su despacho ó en una reunion
de dos ó tres amigos acostumbrados á escucharle; no an­
da buscando ni las frases pomposas, ni las figuras poéti­
cas, ni los golpes de teatro; muy pocas veces se exalta,
y no hay peligro de que muera por la impetuosidad de
su carácter, como el emperador Valentiniano después
de la derrota de los Quados, al echar en cara su ingrati­
tud á los insurrectos.
Si están de humor las galerías para interrumpir su dis­
curso y tosen ó dan tumultuosas señales de desapro­
bación, Payno dice con envidiable tranquilidad : « pues
sí, señor, he de decir la verdad aunque se enoje todo el
mundo.»
El dia que está de vena, con esa especie de conversa­
ción familiar en la tribuna, hace reir á la Cámara hasta
que quiere, sin que la más leve sonrisa se dibuje en su
rostro, y como si estuviera hablando solo.
En la tribuna, Manuel Payno piensa en voz alta; me-
l6 LOS CEROS DE CERO

te, por ejemplo, la mano en el bolsillo, y sin perder la en­


tonación exclama: «ya perdí los apuntes que había yo
hecho;» continúa su discurso, y luego sin preocuparse
de que le están escuchando, dice al diputado que ve más
próximo: «hágame vd. favor de ver si se han caído por
ahí mis apuntes.» Ese valor y esa sangre fría son raros y
envidiables. Cicerón, á pesar de que dominaba al pueblo,
cuando defendía á Milon se acobardó tanto, que perdió
su causa. Milon tuvo que escapar de Roma á media no­
che, y cuando recibió en Marsella el discurso de Marco
Tulio perfectamente escrito, exclamó suspirando: Si Ci­
cerón hubiera hablado como ha escrito, Milon no estaría
en estos momentos comiendo salmones en Marsella.
El estenógrafo de la Cámara puede con toda tranqui­
lidad dar al redactor del Diario de ¿os Debates Jos discur-
so's de Payno, porque además de que éste habla como es­
cribe, nunca se cuida de corregirlos, pues parece que lle­
va por lema : quod scripsi^ scriptum.
Como de oradores y poetas de esta crónica, queremos
presentar una ligera imitación de estilos, vamos á pro­
bar en el caso presente si alcanzamos buena fortuna en
la parodia.
Supongamos que se trataba del Código: diria Manuel
Payno:
« Pues señor, yo no entiendo cómo se puede llamar
á eso administración de justicia: oigan ustedes cómo yo
he visto que se hace alguno de nuestros Códigos: se nom-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 27

bra, por ejemplo, á tres abogados, verbí gracia, á mi apre­


ciable amigo el Sr. Alcalde que me escucha; al Sr. Lie.
Linares que está aquí á mi lado, y al Sr. D. Guillermo
Valle que está de Secretario de la Cámara.
« Pues bueno, resulta presidiendo la Comisión el Sr.
D. Guillermo Valle, á quien ya todos conocemos, de un
carácter amable, que anda siempre con una mascada de
colores debajo del brazo, que se pone sus anteojos para
leer y que fuma unos tabacos muy famosos: pues las jun­
tas son en la casa del Sr. D. Guillermo Valle, aquí muy
cerca, en la calle de Medinas: todas las tardes van lle­
gando á eso de las cuatro, D. Joaquin Alcalde, en su cup'e
azul, ese que viene por él todos los dias al Congreso ;
hablando con mucho entusiasmo, y subiendo las escale­
ras muy aprisa, y el Sr. Linares muy echado para atrás,
con esa mesura que ustedes le conocen. ¿Cómo va, Va­
llecito? ¿Cómo va, Joaquinito? ¿Cómo va, compañero?
« ¿Quéhacemos esta tarde?—Pues nada, ahí tengo ya
unos artículos del Código de Batavia y otros del ordena­
miento de Alcalá, que me parece que han de quedar bien
en la práctica.
«No se vayan á enojar estos señores de quienes estoy
hablando, porque sólo es un ejemplo; no los creo capa­
ces de que lo hicieran así, pero es un verbi gracia. Pues
bueno, después de un año, con unos artículos del Códi­
go de Batavia, y otros del ordenamiento, y otros del Có­
digo francés, y otros del español, y si se ofrece hasta com-
28 LOS CEROS DE CERO

pletando con un verso del Moro Expósito, le presentan


un Código al Gobierno: llega aquí; se pasa á una Comi­
sión para que dictamine; nos reparten impreso el pro­
yecto del Código en un libro muy gordo que nos vamos
cargando cada uno á nuestra casa después de que se aca­
ba la sesión; la mayor parte de los señores diputados no
le vuelven á hacer caso, ni siquiera lo mandan empastar:
no vayan á incomodarse porque les digo esto; pero es la
verdad.
«Yo sí, le mando empastar, porque tengo la curiosi­
dad de hacer que empasten todos los proyectos de Có­
digos, y ya conservo en mi casa cerca de cuarenta, que les
puedo enseñar á los señores diputados, aunque la verdad
no he entendido ninguno.
« Llega el dia de la discusión; no hay discusión: apro­
bamos el dictamen con dos votaciones nominales; se po­
ne en vigor el Código y empiezan las quejas contra los
jueces: que si son malos, que si no saben administrar
justicia, y todo eso que han oido los señores diputados
mejor que yo, y la Administración de justicia carga el pe­
cado que debíamos cargar nosotros por no estudiar el
proyecto; á la Nación le cuesta quince ó veinte mil pesos
ó más, para los abogados que lo trabajaron, y en esta parte
sí me alegraría yo de que no fuera un ejemplo sino una
verdad, que les tocara esta repartición á los Sres. Lies.
Valle, Alcalde y Linares.»
Y en todo este discurso Manuel ha pedido agua, ha
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 29

descansado y ha tosido como si se lo estuviera platicando


á los tres del verbi gracia.
Nos preguntarán los hombres de la Cámara cómo sa­
bemos todo esto; nos dirán quizá como dice Herodoto
que le dijo la Pytia en Delfos á un rey que iba á fundar
una colonia en Libia:
Sin ir á Libia que en ganado abunda,
¿ Pretendes saber más acerca de ella
Que yo misma, que allí á verla estuve?
¡ Tienes mucha confianza en tu talento !

Ciertamente nosotros no hemos ido como diputados


á la Cámara; pero merced á la benevolencia del León que,
sentado en las propiléas del templo de los legisladores de­
fiende la entrada, nunca nos falta en las tribunas un buen
lugar.
Payno ha sido un escritor fecundo, en el sentido de que
es mucho lo que ha escrito para el tiempo de que ha po­
dido disponer.
Así como una vaga reminiscencia conservo la idea de
que él y Guillermo Prieto escribieron para el teatro. No
hay que creérmelo, porque yo mismo estoy en duda de si
era un drama ó una ley de presupuestos; un sainete ó un
proyecto de Arancel de aduanas marítimas; porque en
esto, tanto Payno como Prieto, han hecho una hibrida­
ción de la Economía política con el Parnaso ; sin duda
porque la Economía política tiene por objeto el Fisco,
y el Fisco ha sido en todas partes un Monte Parnaso,
4
3° LOS CEROS DE CERO

no porque en él hayan vivido las Musas, sino porque en


nuestro pueblo, eso de Monte Parnaso se entiende así
como una cucaña, ó cosa por el estilo, en donde desapa­
rece el respeto al derecho ajeno.
Como novelista, Manuel Payno se hizo famoso por
su Fistol del Diablo: tengo la creencia de que Manuel no
formó un plan para escribir esa novela, sin duda porque
siendo hombre honrado, juzga que no es bueno tener un
plan preconcebido; y un arrierpensé no cuadra á sus bue­
nas intenciones, y de aquí es que la novela creció por acu­
mulación, pero llegó á su término; aunque no todos los
suscritores tuvieron conocimiento de eso.
En el periodismo, Payno ha hecho un papel digno : ja­
mas ha insultado á nadie, á pesar de que no ha faltado
quien le insulte. El que ha tratado á Manuel, ya puede
conocer un artículo suyo aunque no haya visto otro : hay
hombres que se parecen mucho á sus cosas, y tanto, que
bastaria ver un objeto de su uso para saber á quién per­
tenecía. Por ejemplo: un sombrero viejo de Don Boni­
facio Gutierrez, ó una capa de Don Vicente Parada, co­
locados sobre un poste en la Alameda, denunciarían con
mudos gritos, como diria nuestro poeta Agustín Cuen­
ca, el nombre de sus antiguos poseedores. Hay levitas
que acusan clérigo, aunque estén en un alquiler de trajes
de máscara, como hay chalecos que vocean usura aunque
cubran el abultado abdomen de un canónigo.
Se dirá: «supuesto que el estilo es el hombre, no es
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 31

ninguna novedad que los escritos de Payno retraten a su


autor.» Yo contesto que hay moralistas cuyas obras se
pueden enseñar como texto en los colegios, al paso que
ellos hacen falta en un presidio.
Muchos pueden predicar como San Pablo: «haced lo
que os digo, y no hagais lo que hago.» Pocos, como Ans
tides, tienen derecho de decir: «haced lo que hago aun­
que no entendais lo que digo.»
El escritor que escribe de buena fe, que dice lo que
siente y lo que piensa, es el único á quien pueden denun­
ciar sus escritos, porque son sus hijos y tienen que serle
semejantes: el que no cumple con estas condiciones, tie­
ne tanto derecho á que su estilo le denuncie, como pue­
de tener cualquiera hijo de vecino a la semejanza con los
hermanos de su mujer.
Manuel Payno es el mismo, en la conversación, en la
tribuna, en el libro y en el articulo del periódico: no
tiene faces.
JOAQUIN ALCALDE
JOAQUIN ALCALDE

ócale ahora su turno a Joaquinito Alcalde, y


comencemos como Virgilio en su égloga V :

Pues que juntos estamos y contentos,


¡ Oh! caro Mopso, todo nos convida
A divertir agora estos momentos.

Joaquin Alcalde, á quien á pesar de que ya pasa de los


cuarenta y cinco, le llamamos todos Joaquinito, quizá
porque en la estatura no es un Ayax de Telamon, de
quien dice Homero:
Con su broquel cubierto, que una torre
Semejaba, y de bronce era forrado
Y siete grandes cueros le formaban
De toro. ..........................................

es la antítesis de Manuel Payno; porque Joaquin tiene


una actividad febril, es profundamente impresionable, se
34 LOS CEROS DE CERO

enoja, ríe, llora, declama, grita y salta en la tribuna; y


en honor de la verdad, que nada de eso es fingido. Sien­
te Alcalde cuanto está diciendo, y si pinta un combate
remeda los sonidos del clarín, los gritos de los comba­
tientes, el pesado avanzar de la infantería, la vertiginosa
carga de los escuadrones, las voces de mando, los ayes
de los heridos, y hasta las alegres dianas de los vencedo­
res; y después de una tirada de estas, queda jadeante y
sudoroso, meciéndose de fatiga sobre la tribuna, como
si real y efectivamente acabara de acuchillar á un regi­
miento de cazadores de Africa.
Es lo mismo en su conversación particular, ó cuan­
do lee en voz alta una oda ó un artículo de costumbres:
Joaquin se posesiona, se entusiasma, se identifica con el
personaje de quien habla, con el asunto que describe y
con· el autor cuyas producciones declama.
Cuenta Filostrato, que Apolonio de Tyana, por una
especie de segunda vista, miraba desde Efeso al empera­
dor Domiciano asesinado por Clemente, y que lanzando
miradas aterradoras, gritaba lleno de entusiasmo : « hiere,
hiere al tirano. » Esta idea nos despierta Alcalde en la
tribuna cuando se entrega á uno de esos arranques de
enérgica oratoria. Pero ya nos ocuparémos de su estilo,
y antes, vamos á pintar algunos rasgos de su carácter.
Joaquin, como todos los hombres de corazón, es muy
buen amigo, no más que hay que tratarle con cuidado,
porque la impetuosidad de su genio puede producir una
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 35

colisión. Joaquin no tiene museo, y no porque le haya


faltado mucho que guardar, sino porque es excesivamen­
te franco. Tiene un objeto curioso, por ejemplo, una
hacha de armas de la Edad Média: pues si llega de visi­
ta á la casa de un amigo y éste tiene una panoplia, Joa­
quin le dice inmediatamente: «yo tengo una arma muy
curiosa y que le ha de gustar áusted mucho; voy á man­
dársela.» Llega á su casa y desde luego remite el hacha
á su amigo.
No hay que alabarle á Joaquin con entusiasmo nada
de lo que tenga en su despacho, porque no necesita más
que convencerse de la buena fe de la alabanza, para re­
galar el objeto.
Nos hemos propuesto no hablar de política; más al
tratar de Joaquin, le podemos comparar con Don Juan
Tenorio: se apasiona súbitamente de las causas políti­
cas con una energía increíble; pero pierde la ilusión tam­
bién con una facilidad admirable.
Le hemos visto diversas veces en las Cámaras, en al­
gunos períodos, pelear como César en la batalla de Mun-
da, pro vita, y después caer en la atonía como si nada le
importara ninguna de las peripecias de la lucha.
Esto depende de su profunda impresionabilidad; los
que le tratan íntimamente, observan con extrañeza que
se pone furioso muchas veces porque un criado le pierde
una caja de tabacos, y en ese mismo dia un comerciante
quiebra llevándole dos ó tres mil pesos, y Joaquín se rie,
36 LOS CEROS DE CERO

no vuelve á hacer caso del asunto, y sólo una que otra


vez hace de esto motivo de jácara y conversación.
Como orador en los bancos de la oposición, Joaquin
es un hombre terrible: cuando se decide á hacer la guer­
ra á un Ministerio en el Congreso, nadie le iguala en
audacia ni en valor civil ; se le ha visto abrumar á un
Ministro con interpelaciones, tomando la palabra en la
misma tribuna que ocupa ese funcionario, como esos
duelos que cuentan los novelistas, en que los contendien­
tes se atan de la mano izquierda con un pañuelo.
Alcalde tampoco tiene miedo á la tribuna; es capaz de
decir un discurso sobre un tonel en la plaza, como Mas-
saniello.
Alcalde hace versos; no podemos decir que sean muy
buenos; pero sí aseguramos que, cuando los declama en
público, nadie como él tiene los honores del triunfo. Na­
die con tanta energía ha dicho en medio del ejército de
Oriente:
« Puebla, te vine á ver, y en tu recinto
Sentí latir el corazón de gozo,

y es seguro que sólo Guillermo Prieto tiene más facilidad


que Joaquin para entusiasmar á las masas leyendo ó reci­
tando versos.
Joaquin Alcalde pertenece á la generación literaria de
Mateos, de Riva Palacio, de Altamirano, de Luis G.
Ortiz, de Julian Montiel, de Juan Diaz Covarrúbias,
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 37

de José T. de Cuellar, de J. de Rodriguez y Cos; pero


ha sido el más perezoso de todos para escribir, y jamas
ha coleccionado sus producciones, ni guarda un sólo ejem­
plar de ellas.
Como toda fisonomía que sale de la esfera de lo vul­
gar, la elocuencia de Joaquin se presta para la parodia, y
vamos nosotros á ensayar su estilo :
« Señores :
« Es imposible soportar el completo desprecio con que
se ven las leyes de Reforma por algunas autoridades;
y esas leyes que han costado la sangre de los pueblos, y
la vida de sus defensores, y las lágrimas de las viudas, y el
llanto de los huérfanos, y el incendio de las poblaciones,
y la ruina de los labradores ; ahora ¿ qué sucede ? ¡ Prrrum !
Entramos en la diligencia en un pueblo, y apénas llega­
mos al hotel, ¡glan ! glan glan, glin glan, glin glan ! ¿ Qué
es eso? El repique de las campanas, porque es la fiesta
titular y va á salir la procesión ; y por todas partes ¡ pum !
¡ pum ! ¡ pum ! los cohetes que atruenan el espacio ; y en
medio de ellos ¡ bum bom ! ¡ bum bom ! las cámaras, se­
ñores, costumbre que no se ha podido perder en nues­
tras poblaciones rurales. No ha pasado un cuarto de hora,
y ya delante de las ventanas del hotel va desfilando len­
tamente una procesión, y las gentes se arrodillan devo­
tas (el orador dobla una rodilla y se vuelve á levantar);
pasa un Cristo (el orador abre los brazos, indina la ca­
beza y se mueve como un Crucifijo que va en una pro­
5
3» LOS CEROS DE CERO

cesión), y despues, ¡tam, tam, rataplam, plam, plam!


(el orador imita en la tribuna la marcha de la infantería)
¡un piquete de guardia nacional que viene detrás de la
procesión! Y entretanto, ¿qué hace el jefe político? y
¿ qué hace el Gobernador del Estado ? Decir por los perió­
dicos que se le ha cobrado la multa al cura, y cobrar efec­
tivamente esa multa que no es más que la paga de una
licencia que en ningún caso autorizan para dar, las leyes
de Reforma.
«Esto es inaudito, señores! Yo nunca he pasado la
plaza de perseguidor ni de intransigente; pero á la vis­
ta de tan flagrantes infracciones del Código fundamental
y de las leyes de Reforma, preferiría perder los ojos án-
tes que callar. Pido que se haga una interpelación al Go­
bierno y que venga á explicar aquí esa conducta, con cuyo
objeto paso inmediatamente á la mesa á formular la pro­
posición, con la que pido que se dé cuenta desde luego
ála Cámara; y para que el señor Presidente del Congre­
so no proceda á levantar la sesión, pido que ésta sea de­
clarada permanente hasta tanto que se resuelva sobre la
mocion que voy á presentar.»
Por supuesto que con cada uno de estos rasgos arma
Joaquinito en las Cámaras, como dirían los españoles, un
belen que tiembla el misterio, y después de una discu­
sión acalorada, y de discursos enérgicos, y de terribles
invectivas, y de sangrientos apostrofes, cuando se espe­
ra encontrar á Joaquin orgulloso con un triunfo, ó es-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
39

pumando de cólera por una derrota, se le halla tranqui­


lamente al salir del Congreso, hablando con algun abo­
gado con la mayor naturalidad, de los autos que sobre
rescision de un contrato y pago de daños y perjuicios, si­
guen, en estado de apelación, D. Nicomedes Chiribía con­
tra D* Pancrasia Chupatesa.
j Qué cosas ! j qué contrastes ! Pero nada, el hombre es
así como Dios lo ha hecho; y al leer este artículo, quizá
se pondrá furioso, y alentando coraje se dirigirá á la re­
dacción de La República; mas si la buena suerte le depa­
ra en su camino á Vicente Parada que le hable del concur­
so de Jecker, ó á un amigo á quien dar su queja, su enojo
cesará diciendo con Esquilo en las Suplicantes:
Son una procaz y malvada ralea estos hijos de Egipto que
no se hartan nunca de contiendas, aunque se lo estoy diciendo
à quien lo sabe como yo; y encendiendo un puro repite aquel
conocido verso de una comedia, que dice:

Cuando así juntos nos vemos,


Que hermanos somos presumo ;
El brazo. ... la vida es humo ;
Fumemos, chico, fumemos.

Nosotros le oímos, y sin darnos por aludidos, al otro


dia, al encontrarnos con él, le dirémos, con algun recelo :
—Adiós, Joaquin—y de fijo que con su cara festejosa
como siempre, nos ha de contestar:
—Adiós, Cero.
40 LOS CEROS DE CERO

Si Alcalde se hubiera dedicado á la oratoria sagrada,


es decir, previas las órdenes eclesiásticas, ¡qué predicador
tan famoso habría sido ! ¡ Qué sermones del Prendimien­
to y de las Tres Caídas! ¡ Qué Pésame el Viérnes Santo !
¡ Qué pláticas sobre las postrimerías !
¡Ah! de seguro que no sabe la Iglesia lo que ha per­
dido con no tener entre sus canónigos á Joaquin.
Cuando él, en un templo iluminado por la moribun­
da luz del dia, escasamente secundada por el resplandor
trémulo de algunos cirios, subiera al púlpito, y con esa
voz que tan bien sabe apropiar á los relatos pavorosos ó
á las descripciones de cosas terribles, comenzara á hablar
del Juicio final, de bramidos subterráneos, de nubes ne­
gras vomitando fuego y peñascos, de estrellas despren­
diéndose de sus centros, de muertos saliendo pálidos y
ensabanados de sus sepulcros, de la trompeta del Juicio,
y de toda la portentosa y tremenda decoración con que
los libros místicos exornan* como dicen los cómicos, ese
espantoso drama que pintó San Juan en su Apocalipsis
y que glosó Malanco en su artículo sobre el Valle de Jo-
safat; de seguro que los fieles que asistieran á ese sermon
habrían de pasar un mal rato ; y aquello seria un verda­
dero dia del Juicio, porque unas mujeres gritarían, y otras
caerían convulsas con accidentes de histeria, y otras hui­
rían desmelenadas á la calle, y los chicos pondrían el gri­
to en el cielo, y los hombres se mesarían los cabellos, y
en un descuido, la policía, espantada, tomaría parte, y los
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 4l

campaneros tocarían á fuego, y la alarma cundiría hasta


los cuarteles, en tanto que Joaquin, desde lo alto de la cá­
tedra de los apóstoles, haría temblar las bóvedas del tem­
plo con un apostrofe contra los pecadores contumaces, ó
imitaría el pavoroso toque de la trompeta del Arcángel.
Luego descendería tan tranquilamente del púlpito co­
mo si nada estuviera pasando, y después de agitar coque­
tamente una de esas ricas tabaqueras de oro esmaltadas
y cinceladas que usa, diría con una sonrisa de amabilidad
admirable, á cualquiera de sus amigos que estuviera allí
para felicitarle : — « ¿ Un polvo ? »
En Atenas, refiere la historia que en los tiempos de
Cimon, ó Kimón, como escribirían los filólogos alema­
nes ó ingleses, que no se conforman con la ortografia la­
tina para los nombres griegos; en esos tiempos que fue­
ron los de la edad de oro para la tragedia clásica, un poeta
fué multado por los archontes, por haber hecho repre­
sentar una tragedia en la que habia episodios tan terribles,
que más de veinte mujeres abortaron en el teatro, otras
enfermaron gravemente, y la mayor parte de los especta­
dores salieron huyendo ántes de que terminara la pieza
que se representaba.
En un sermon de esos, que entre el clero se llaman de
«desempeño, » Joaquin hubiera sido muy capaz de pro­
ducir el mismo efecto que el poeta griego.
Pero si Alcalde ni predica ni ha de predicar, ¿á qué
viene hablar de eso ?
42 LOS CEROS DE CERO

Pues viene, porque me da gana de disertar sobre esa


hipótesis.
Tito Livio, que escribió su gran historia cuando no
había libertad de imprenta, supuesto que ni imprenta ha­
bía, y que no tenia como yo, garantida la libre emisión
del pensamiento por un artículo expreso del pacto fun­
damental (vulgo, Constitución), gasta muchas hojas de
su libro no más para discutir qué hubiera acontecido si
Alejandro Magno, en vez de emprender sus conquistas
en el Asia, se hubiera dirigido á Europa y sobre la Re­
pública romana, y si hubiera podido triunfar ó no de
Camilo, y de Jos Mucios, y de los Manlios, y si los ele­
fantes, y el armamento de sus tropas, y la falange mace­
dónica habrían prevalecido sobre la táctica y el valor de
las legiones romanas: y yo, ¿no he de ser libre para exten­
der un comentario en honra y gloria de Joaquin Alcalde?
Bastará que yo termine para que pueda decírseme con
Aristófanes en la paráfrasis de su comedia Los Caba­
lleros:
« En gracia de esa modestia, que le ha impedido de­
ft ciros más necedades, tributadle un aplauso que iguale
«al estruendo de las olas.»
JUSTO SIERRA,
JUSTO SIERRA

ver fui presentado á Justo Sierra, y. . . . perdo­


nad esta ingenua confesión de ranchero.... no
le encontré como me lo habia figurado.
Allá, por los años en que era novelista Juan A. Ma­
teos, y cuando el buen Julian Montiel aún escribía ver­
sos, llegó rodando hasta mi aldea un número del perió­
dico intitulado El Renacimiento, y en éste, algunas hojas
de una novela que, si mal no recuerdo, tenia por nombre
« El Angel del Porvenir.»
Cautivado (en los pueblos nos cautivamos con muy
poca cosa) con el estilo de aquellos párrafos, fuíme á
leérselos al cura, y me dijo:
—¡Ah!. ... ¡ah!. . . . ¡ah! eso está escrito por un
joven á quien puede llamarse el poeta del porvenir. Ya
44 LOS CEROS DE CERO

lo conocerás, ya verás su espesa melena cuando vayas á


la Babilonia de la República.
—¿Y qué es Justo Sierra? le pregunté.
— Es una esperanza de la patria, y en estos momen­
tos el primero de los poetas que colaboran en El Renaci­
miento.
Mi cura era muy tolerante.
Ustedes se podrán imaginar cómo me figuré al poeta
yucateco.
¡ Más me hubiera valido no hablar de él nunca! Ayer
mi decepción fué horrible.
Cuando me llevaron á conocerle, estaba leyendo con
interes una entrega en cuyo forro amarillo aparece un gra­
bado que representa á un hombre medio desnudo, barbon
y escaso de pelo, con una copa en la mano en actitud de
brindar y rodeado de unos cuantos ensabanados¡ como dijo
el otro.
Sobre el grabado leíase con enormes caracteres: El
Positivismo.
No pude entonces sofocar mi curiosidad de saber qué
representaba la escena á que he aludido, y lo pregunté á
mi Mentor:
— ¡ Es Sócrates ! bárbaro.
Y yo había creído que era D. Matías Romero, por la
perfecta semejanza de aquella cara.
Sócrates—me dije para mis adentros—á quien Au­
gusto Comte ha llamado discursista vulgar, ¿puede figu-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
45

rar por antojo del Dr. Parra en la portada de un sema­


nario positivista?
Así ha quedado San Agustín, pisando á los herejes so­
bre la puerta mayor de la Biblioteca Nacional.
Pero no nos desviemos de nuestro relato: presentá­
ronme al Sr, D. Justo en los momentos en que estaba
rodeado de algunos personajes, que por apuestos, bue­
nos mozos y vestidos de nuevo, comprendí al instante
que debían ser redactores del periódico más grande y de
más circulación de cuantos salen en la capital.
Mucho tiempo permanecí escuchándoles. . . . habla­
ban bien.... muy bien.... ¡ extraordinariamente bien !
Pero á mí me llamaba la atención principalmente mi
hombre, aquel á quien desde mi pueblo ansiaba conocer­
le y darle un abrazo.
¿Un abrazo? ¡imposible!. . . . mis brazos, ni siendo
de caoutchouc, alcanzarían para tanto. Hoy está grueso, y
poco le falta para igualar en obesidad á Alejandro Du­
mas, padre.
Su espesa melena, que según me dicen, fue negra como
el ala de un cuervo, tiene hoy partes en que parece que
la ha teñido con albayalde. Bajo una frente amplia y abul­
tada, se ven hundidos los ojos que ya no relampaguean
sobre las páginas del Tasso. Las facciones toscas; pó­
mulos salientes y delineados como todos los pómulos
yucatecos, es decir, como los de Peniche, de Castellanos
y de Pancho Sosa....
6
46 LOS CEROS DE CERO

Su cútis es blanco cargado de rojo, como todas las car­


nes que pinta Ocaranza, y su barba está más llena de ha­
rina que el pelo. ¡ Ay ! me dije, el volcan se ha cubierto
de nieve por dentro y por fuera. .. .
Del exterior, se van encargando los años; del interior,
hace tiempo que se ha enseñoreado la filosofia positiva!
¡ Nieve por todas partes !
¡Qué frió tan intenso y tan constante!
Después de que se separó de aquel grupo un joven muy
inteligente, que para cada chiste hace cien gestos, y que,
según se me aseguró, fué en un tiempo colaborador del
Domingo con el pseudónimo Junius, tomaron los demas
sus sombreros y se marcharon por diversos rumbos.
Ahora sí, me dije, voy á hablará solas con el poeta;
y haciendo un esfuerzo de valor supremo, abrí la boca y
expuse los deseos que desde hacia tiempo abrigaba de
conocer al autor de « Playeras, » « El canto de las Ha­
das, » « Nocturno, » « Miriam, » « El Angel del Porve­
nir, » « Piedad,» « Confesiones deun pianista,» etc., etc....
Para mí, los ojanes en que duerme el ámbar, los cíclo­
pes de la luz que en lo infinito con suprema efusión se
dan la mano, y aquel genio atribuido á Shakespeare, que
soportaba treinta y cinco medidas de gigante en su talla divi­
na, eran cuestiones de poca monta. ¿ Quién no ha dicho
en su primera juventud eso y más al desbordarse las im­
presiones del alma en torrentes de endecasílabos?
De Justo Sierra pudo decirse como de Iceo dijo Ho­
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
47

racio: Torrentior Iceo!.... ¡Era Torrentoso ! Pero si


secáis el Océano y queréis volver á llenarlo con el inmen­
so chorro que producen al despeñarse juntos el Erie y el
Ontario, no busquéis más la catarata del Niágara.
Sierra midió sus versos con ese compás sublime que
no puede encontrarse en los estuches de matemáticas
que vende De Gress á cincuenta pesos (he escogido los
más caros), y vació en ellos sentimientos que no se traen
en cajas de terebinto, como los abanicos de marfil que
construyen los moros, sino que se desarrollan y viven
dentro del corazón.
¡Ah! como ya os he dicho, mi decepción fué horri­
ble!. .. . Aquel soñador de 1868 y 69, aquel héroe de
las veladas literarias dadas por Martinez de la Torre, por
Riva Palacio y por Altamirano, ha muerto ya, ha muer­
to desde hace mucho tiempo.
Cuentan que un inglés, que jamas había salido de Lon­
dres, ni conocía los pericos, llegó á Veracruz, y en busca
de un hotel se internó en la ciudad.
Caminaba dirigiendo miradas investigadoras á todas
las puertas, cuando un loro, volando desde un balcon,
vino á posarse en la banqueta, casi á los piés del hijo de
Albion.
Los vivos colores del plumaje del animal, la figura de
su pico y la mansedumbre que demostraba, llamaron la
atención del viajero á tal grado, que se detuvo y se in­
clinó extendiendo la mano para tomar al pájaro.
4» LOS CEROS DE CERO

Iba ya á asegurarlo cuando el loro, retirándose pau­


sadamente con ese aire zalamero que suele tomar en las
ocasiones solemnes, dijo:
—Lorito, ¿eres casado? ¡Ay, qué regalo!
El asombro del britano fue terrible; retrocedió como
si hubiera visto á una serpiente, y quitándose ceremonio­
samente el sombrero, exclamó dirigiéndose al perico :
— Perdone vd., caballero; yo creí que era vd. pájaro !
¿Quién no ha oido en la República hablar de Justo
Sierra como poeta? ¿Quién no ha sentido el entusiasmo
con alguna de las odas del poeta campechano ?
Se desea' conocerle, oir al vate inspirado; se le encuen­
tra, se le habla; pero si por desgracia está en un período
de positivismo, si en vez de hablar del Dante, de Sha­
kespeare, de Milton, de Tasso, del Petrarca, á quienes
tan bien conoce, diserta sobre Augusto Comte, Stuard
Mili, Bain ó Spencer, entonces hay que dar un paso á
retaguardia, descubrirse ceremoniosamente y exclamar
como el inglés del cuento:
—Perdone vd., caballero; yo creí que era vd. pájaro !
Justo Sierra es un literato retirado á la vida pública,
es decir, á la política; es un poeta metido en «camisa de
once varas;» digo, en el positivismo.
Como aquellos dos principios que según las construc­
ciones mythicas de la religion de Zoroastro, personifica­
dos en Ahouramazda y Angromainyous, luchan eterna­
mente disputándose la influencia en la humanidad, así
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
49

en Justo Sierra hay dos fuerzas que se disputan su espí­


ritu: la poesía y el positivismo, Víctor Hugo y Spencer;
fluctúa, vacila, tiene intermitentes a perniciosas»; pero no
puede jamas decirse en ese combate, como dijo Víctor
Hugo:
—Esto matará á aquello.
Esta es una especie de bigamia espiritual, para la cual
le sobra á Justo inteligencia y vigor; y ya se sabe que la
bigamia en el mundo va proscribiéndose, por cúestiones
de economía y de tranquilidad domésticas.

Justo Sierra tiene una inteligencia privilegiada, una


inspiración fecunda y vigorosa, y una rica y variada eru­
dición. Guillermo Prieto y Sierra son, entre nuestros con­
temporáneos, en México, los dos poetas cuyo estro está
templado para la epopeya; pero Guillermo resbala en
la economía política, y Justo se embarranca en la filo­
sofia.
Sierra debe ser un gran poeta, y esos que se señalan
como los defectos de sus versos, son las señales de lo
aventajado de su talla.
Esas a cataratas de soles, » y esa « clámide constelada, »
y « las treinta y cinco medidas de gigante, » y el hablar
siempre de colosos y de titanes, y del infinito, prueban
5θ LOS CEROS DE CERO

que en el molde de su inteligencia no se engendran las


concepciones raquíticas.
No queremos lisonjear su vanidad ni establecer com­
paraciones que le embriaguen; pero todos los grandes
poetas han tenido esa tendencia; todos ellos, como nues­
tros antepasados en la humanidad, han visto esqueletos
de gigantes en los fósiles del megaterio.
Dice D. Fernando S. Brieva y Salvatierra en su intro­
ducción á las tragedias de Eschylo, que tradujo tan bien
al castellano:
« Eschylo es el poeta de la energía y de la fuerza. De
«pensamientos giganteos y formas descomunales, más
«que á lo bello, aspira á lo sublime; más que la gracia
«de los contornos, busca lo atrevido v extraordinario de
«la expresión; es como el Miguel Angel de la tragedia
« clásica. Carece de la corrección de líneas de Sóphocles,
«y no tiene la elegancia de Eurípides; viviendo en la es-
« fera de los misterios religiosos, para expresar cosas que
« pasan de lo humano, busca también lenguaje sobrehu-
« mano, aquel las palabras larguísimas, sexquipedalia verba,
«que dice Horacio. Él acumulará metáfora sobre metá-
«fora, imágen sobre imágen, para llegar á la cima de su
« pensamiento, como los Titanes amontonaban monta-
« ñas para llegar al empíreo. No siempre es exacto en la
«expresión poética; pero siempre atrevido, brillante y
«gigantesco. ... El poeta que pinta á los montes «ar-
«rojando de sus sienes torrentes de espuma» y «devo-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
S'

« rando los campos con mandíbulas de fuego, » semejase


« mucho al que, hablando de profunda caverna, la llama
« negra boca por donde
« el monte melancólico bosteza....

« pero así sólo escriben los grandes maestros.»


Este párrafo, trazado por mano diestra, aclara la idea
expresada, mejor quecuanto comentario pudiera yo hacer.
Justo Sierra, naturalmente y sin afectación, piensa,
siempre que escribe versos, en gigantes y en colosos y en
titanes; no parece sino que se nutrió, en sus primeros
años de educación, con las tradiciones chaldeo-babilóni­
cas de Beroso, con los relatos del Génesis, con los co­
mentarios del Padre Calmet, con la Gigantomaquia y la
Titanomaquia helénicas, con la guerra de los Aloades
contra los dioses, ó cuando ménos con la historia de los
«Doce Pares de Francia,» por el arzobispo Turpin, en
donde andan á las vueltas Fierabrás y Floripes.
Como Mr. Lenormant, el famoso arqueólogo é histo­
riador orientalista, Justo Sierra es un campeón del relato
bíblico de Moisés; no por supuesto en la parte geogé-
nica ni theúrgica, sino como antigüedad y autenticidad
del monumento. No pasa á Jacoliot, y le llama mentiroso
y charlatan, no tanto por los prodigios que atribuye á la
fuerza magnético-animal, como porque sostiene que los
Vedas son la fuente de todos los libros sagrados, persas,
egipcios, búdicos y judíos, y porque cree que el Penta­
5a LOS CEROS DE CERO

teuco fué escrito después de la cautividad de los israe­


litas, cuando Justo lo admite contemporáneo de los li­
bros chaldeo-egipcios.

Sierra comenzó á escribir una gran novela: «El An­


gel del Porvenir; » le llamo «grande» porque me sospe­
cho que tal fué la intención de su autor ; pero sólo se exhi­
bió al público una pequeña parte: ello es que el «án­
gel» quedó «por venir,» y aun hoy mismo no se puede
afirmar que Sierra sepa quién iba á ser el « Angel ; » quizá
el editor.
Justo ha escrito una comedia, porque, ese teatro, ese
teatro, tiene todavía que causar grandes perjuicios á las
mejores famas literarias.
Pero, señor, ¿ no puede un hombre tener talento y no
escribir comedias? Pues ello es que se ha creidó que
no, y hasta el pensador Renan escribe dramas, el « Ca­
liban » y la « Agua de Juvencio; » por supuesto, dice que
no se pueden representar, que no se prestan á ello; aquí
era de contestarle como en « Los Polvos de la Madre
Celestina» dice maese Chirinela:

Ya miraba yo y temblaba
sin que usarcé lo dijera.
GALERIA DE CONTEMPORANEOS S3

La comedía de Justo no era comedia sino drama, y


tenia parte en ese delito literario Enrique Olavarría. Se
intitulaba « Don Fernando el Emplazado, » y el título
dice el argumento, que siempre era mejor que el de « Tor-
quemada, » de Víctor Hugo.
«Don Fernando el Emplazado» fué escrito para po­
ner en juego escénico eso que se llama entre bastidores
« los espectros luminosos » (perdonen los físicos; pero así
les llaman), y dar un gran espectáculo.
Como es de suponerse, los desdichados Carvajales an­
daban siempre bajo el foro, ¡ eran muertos ! El Dr. Pere-
do dijo que era una tragedia subterránea; el fenómeno de
óptica no se produjo ; pero aplaudieron al autor, y la pieza
no volvió á representarse. Esto dependió de que el pú­
blico era escaso y todo de confianza. Sierra había reali­
zado el deseo de Sócrates, cuando calificaron de pequeña
su casa: « ¡Ojalá, contestó, que pudiera llenarla de ver­
daderos amigos! » El rey D. Fernando hablaba en Víctor
Hugo, y en Víctor Hugo los Carvajales : era en los dias en
que Justo estaba entusiasmado con el estilo del autor de
« Los Miserables.» Quizá hoy los Carvajales hablarían en
Spencer, y D. Fernando resultaría positivista.
¿ Por qué Justo no se dedicará más bien á escribir un
poema?
A pesar de todo y de que ya estamos escarmentados
de llamar á muchos « esperanza de la patria, » y después
resultan desesperación, todavía esperamos mucho deSier-
54 LOS CEROS DE CERO

ra, sobre todo si de sus principios positivos se decide por


el de que « positivamente debe dedicarse á la literatura,
hacer muy buenas odas, y dejar lo demas para quienes
eso no puedan hacer.»
llimo. Sn Dr
D. IGNACIO MONTES DE OCA
{Ipand'ro Acaico,)
IPANDRO ACAICO

NTRE las tribus nómades de los antiguos árabes,


habia la costumbre inmemorial de que cada vez
que en alguna de ellas aparecía un poeta, ese des­
cubrimiento era celebrado con festines, músicas, juegos
y bailes; no sólo por aquella tribu, sino por todas las ve­
cinas que con ella estuvieran en paz.
Y á fe que tenían razón, porque aun cuando no sea más
que en el sentido figurado, un «verdadero poeta» me­
rece más el título de profirogénito (nacido en la púrpu­
ra), que los hijos de los emperadores de Oriente, á quie­
nes se aplicaba ese nombre.
No es esto soplar con el viento del orgullo en el ce­
rebro de todos los que hacen versos, porque si el demo­
nio de la soberbia quisiera levantarse en esos corazones,
J6 LOS CEROS DE CERO

no dejaría de producirles el efecto que, según los católicos,


produce el agua bendita á la familia de Satanás, aquello
de « verdadero poeta, » que equivale, para enfriar ánimos
engreídos, á tosecilla maliciosa que interrumpe pedantes­
co discurso.
Pero como la calificación del mérito, por más que se
diga, no es el patrimonio de los contemporáneos, y nos­
otros de contemporáneos hablamos, nos reducirémos á
dar un voto, apreciable sólo en esas balanzas docimásti-
cas de Gumesindo Mendoza, y unos datos que sólo
podrán aprovechar los Basilios Perez Gallardo del por­
venir.
Ya hemos por incidente nombrado entre nuestros poe­
tas á Ipandro Acaico, y ya el público sabe que bajo este
nombre es conocido el arcade romano y compatriota nues­
tro, obispo D. Ignacio Montes de Oca.
A quien han distinguido con sus merecidas alabanzas
Mendez Pelayo, Miguel Antonio Caro, el más famoso
de los traductores de Virgilio, y nuestro modesto y va­
lioso Roa Bárcena, poco cuidado debe dársele de que
Cero arremeta contra él, y estará más tranquilo que la
Luna cuando el profeta de Jos creyentes prometió me­
térsela en un bolsillo. Pero como seria faltar á la justi­
cia dejar á Ipandro Acaico sin suerte en esta distribución
de «Ceros,» con todo el respeto que su saber nos mere­
ce y con todo el cariño que su amistad nos inspira, di-
rémos para comenzar: «esta es, señor, la estrena de mis
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
57

afanes oratorios, y este el exordio de mis funciones pul-


pítales,» como dijo Fray Gerundio de Campazos en su
sermon del Sacramento.
Ipandro Acaico se ha distinguido en el mundo de la
literatura, no sólo por sus poesías originales, sino por sus
hermosas traducciones de los bucólicos griegos.
Dedicado á la carrera eclesiástica, y ocupando un alto
puesto en la gerarquía de la Iglesia católica, Ipandro
Acaico ha sentido su inspiración detenida por terribles
ligas, y todavía al publicar los Idilios de Bion en 1868,
viene disculpándose con la homilía de San Basilio sobre
la lectura de autores profanos, y con lo que dicen San
Gerónimo y San Francisco de Sales, y con el ejemplo de
San Crisóstomo, y aun con el del mismo San Pablo.
Miguel Antonio Caro cita también en abono de estos
trabajos de Ipandro Acaico, á Lactancio, á Juvenció, á
San Próspero y San Gregorio Nacianceno, y á poetas
como Lope de Vega, Calderon y Moreto, curas; á Tirso
de Molina (Fray Gabriel Tellez), fraile; y hasta á D.
Juan Nicasio Gallego y á D. Alberto Lista.
Y si ejemplos faltaran, nosotros, aunque sin tan pro­
fundos conocimientos, citaríamos al monje Barlaam que
fué el que primero resucitó en la Italia el estudio de los
clásicos griegos; al cardenal Bessarion y al singular pro­
tector de esta literatura, el Pontífice Nicolás Quinto.
Pero estos no son más que ligeros escrupulillos de
Ipandro Acaico y de sus amigos; que entre los escrito­
S» LOS CEROS DE CERO

res eclesiásticos ahí está Luitprando, subdiácono de To­


ledo, diácono de Pavía y obispo de Cremona y de Lui-
zon, que escribió una historia del Imperio griego, en
donde hay cuentecitos que no se desdeñaría un poeta
francés de tomar como argumentos para alguna ópera del
género de las de Offenbach ; y sin embargo el obispo de
Cremona no tenia más escrúpulo en esto, que desagradar
al rey Berengario II, que le envió de embajador á Cons­
tantinopla.
Ipandro Acaico siente, como todos los poetas, la nece­
sidad de cantar al amor; y ménos despreocupado que el
Padre Fray Manuel Navarrete,. desahoga su inspiración
con la traducción de los bucólicos griegos.
£sa necesidad de sacudir alguna vez las cadenas que
oprimen el pensamiento, se manifiesta á los ojos del ob­
servador, aun en las cosas más triviales.
¡ Con qué satisfacción, con qué rostro tan placentero
oyen algunas veces los arzobispos y los obispos, y los
hombres más graves y sesudos, un cuentecillo color de
rosa, con tal de que vaya velado con las trasparentes ga­
sas del bien decir ! ¡ Con qué placer se le deslizaban á Que­
vedo aquellos romances, como «yo el menor padre de
todos, « « Padre Adan, no lloréis duelos, » ó las « Cartas
del caballero de la Tenaza,» después de haber meditado
y escrito la «Vida de San Pablo,» la « Virtud militante,»
la « Política de Dios,» y el « Gobierno de Cristo. »
Hace cincuenta años, cuando el dominio del clero era
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
59

tan absoluto que los transeúntes no pasaban jamas cerca


de un sacerdote sin quitarse el sombrero los varones, y
besarle la mano las mujeres y los niños; cuando las con­
versaciones en todas las tertulias, sobre todo delante de
señoras, giraban siempre sobre el sermon del Padre Fu­
lano, sobre la plática del Padre Mengano, sobre los mai­
tines de Catedral, la Kalenda de Loreto, el vespertino
de San Francisco ó las Tres Horas de la Profesa; cuando
á todas las novias las ibaná pedir los canónigos ó los curas;
cuando todos los niños jugaban con capillitas, y en to­
das las enfermedades ofrecían las muchachas ponerse el
hábito; entonces, como una venganza, como una mues­
tra de insurrección de los espíritus, pasaban de boca en
boca, lo mismo en las tertulias de los ricos que en el cho­
colatero de los canónigos, ó en el cuadrante de las parro­
quias, cuentos de religion y de sacerdotes en que se po­
nían en ridículo al culto y á sus ministros.
Reían de muy buena fe todas aquellas timoratas per­
sonas, cuando les referian que al alzar la hostia, un cura
vió en un espejo á un muchacho que se subía en uno de
los árboles del cementerio, y exclamó: «sube, picaruelo,
ya verás cómo bajas; » y se contaba la historia de las tres
herejías; y todo ese libro que se llama de los Ejemplos* y
que no olvidó en su colección Rivadeneira, está forma­
do de cuentecillos por el estilo, en donde andan á las
vueltas San Gregorio y San Agustín, y el Papa Martino,
y Santa Teodora, y San Benito, y otros santos.
6ο LOS CEROS DE CERO

Porque, digan lo que quieran los que sostienen aque


lio de que
« Cualquiera tiempo pasado
Fué mejor,»

hoy el que es católico lo es, y ni la hipocresía tiene para


qué tomar parte en la religion, ni la herejía necesita en­
gañar disfrazándose.
Un poeta que lleva el hábito de sacerdote debe de en­
contrarse á cada paso con terribles dificultades; no por­
que la religion ahuyente á las bellas letras, ni porque sea
un mal ejemplo para la grey la poesía erótica de su pas­
tor, sino porque el mal sentido del vulgo confunde al
poeta con el hombre, y cree que el que escribe unos ver­
sos de amor está enamorado, y el que canta los goces de
la buena mesa es un gloton de primera fuerza; y no se
comprende que por esto el poeta es distinto de los demas
hombres, porque puede crear, y el Dante no podia haber
sentido al mismo tiempo la agonía de las víctimas y el
rencor de los verdugos.
Ipandro Acaico, como poeta, puede compararse á Mi­
guel II, que arrancado de la prisión en que le tenían sus
enemigos, y revestido con el manto imperial, ántes de
poder limar los grillos que sujetaban sus pies, gobernó
muchas horas aherrojado, cubriendo con la púrpura los
eslabones de sus cadenas.
Entre el genio de Justo Sierra y el de Ipandro Acaico,
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 6l

hay la diferencia que entre ela salvaje inspiración del


Dante, » usando de las palabras del célebre historiador
Gibbon, « y los clásicos y monótonos cantos del Petrarca.»
La poesía de Justo Sierra es el paisaje fantástico en
que la montaña alza sus enhiestas rocas, y muestra sus
flancos cubiertos de árboles gigantes, entre los cuales se
despeña el torrente y cruzan las nubes arrebatadas por el
huracán; la poesía de Montes de Oca es el parque del
potentado británico en donde los árboles obedecen, en
sus elegantes formas, á la mano del hombre; las aguas
trasparentes se derraman de surtidores de bronce, sobre
fuentes de mármol, y las flores y los arbustos forman ca­
prichosos y artísticos dibujos.
En Justo Sierra la inspiración ahoga á las reglas; en
Ipandro Acaico las reglas asfixian á la inspiración.
Ipandro Acaico, fuera de sus magníficas traducciones,
tiene que entretener á las musas con sus ftorecillas del bre­
viario romano, con sonetos históricos ó mitológicos, con him­
nos ó canciones sagradas y con algun ensayo heroico, como
Fiesco,
Pero cuenta entre sus sonetos muchos bellísimos, que
si quisiéramos citar, ocuparían muchas columnas.
Sin embargo, Ipandro Acaico forma una nubecilla por
cierto, que oscurece el lustre de su colección de poesías,
y es cuando resbala en el terreno de la política.
Esas frases que arranca á su lira al tratarse de México,
no cuadran á la dulce caridad que predicó el mártir del
8
62 LOS CEROS DE CERO

Gólgota, ni al cuerdo patriotismo de San Gregorio Mag­


no, ni siquiera al altruismo frió de los modernos sociolo­
gistas.
De todos modos, Ipandro Acaico es una de las glorias
literarias de México; su nombre es saludado con respeto
en el Viejo Mundo, y algun dia él comprenderá que
si los hijos honran á la madre, también la madre honra
á los hijos; quizá entonces vuelva á tener por su país y
por su raza el cariño ardiente con que hoy México dice,
como Cornelia la romana: «siento más orgullo en ser
madre de los Gracos que hija de Scipion el Africano.»
LAS ODAS DE PINDARO

iceAristóteles que nunca debe uno hablar de sí


mismo ni bien ni mal, porque si es bien, será
vanidad insufrible, y si mal, necedad ridicula.
Razón tiene el estagirita ; pero á pesar de tan sabio con­
sejo, siempre Cero va á hablar de sí mismo, aunque no
sean sino unas cuantas palabras.
No escribo para los sabios : en primer lugar porque me
encontraría yo en el caso de Fígaro, en la pregunta de
¿ quién es el público y dónde se le encuentra ? ; en segundo
lugar, porque no sé cómo se escribirá para los sabios, y
en tercero, porque siendo tan pocos, según dice Fray Luis
de León, no valdria la pena de calentarse para ello la cabe­
za, cuando la moderna ciencia del comercio tiene estable­
cido el principio de « para ganar mucho vender mucho ; y
64 LOS CEROS DE CERO

para vender mucho, vender barato; » y este es el siglo de


Mercurio, por más que Minerva quiera decir que es el
suyo.
Así pues, no es extraño que Cero hable y escriba tan­
to en un estilo, que nuestros calaveras llamarían catreri-
to, aunque los maestros en el buen decir, llevados de Ja
indulgencia propia de quienes saben, lo bautizarían con
el menos ofensivo nombre de estilo llano.
Ha llegado á mis manos un libro intitulado: «Odas
de Píndaro, » traducidas en verso castellano por Ipandro
Acaico, y materia dará ese libro el dia de hoy para mi
natural locuacidad y distracción de mis lectores.
Antes de todo, preciso será decir que hay un rasgo de
patriotismo en el prólogo de esta obra, que viene á re­
habilitar á Ipandro Acaico de las duras apreciaciones que
por su falta de cariño á México y á los mexicanos, hice
en mi artículo anterior.
Y ciertamente es satisfactorio leer en la primera pági­
na y en la carta dirigida á D. Marcelino Menendez Pe-
layo, las siguientes líneas:
«Al fin remito á vd. la version de Píndaro, con tanto
ahinco solicitada y hace mucho tiempo ofrecida; pero no
va manuscrita como vd. la espera, sino impresa con be­
llos tipos en la capital de la que fué Nueva España. A
pesar de las ventajosas proposiciones de Jos editores de
Madrid, prevaleció en mi ánimo un sentimiento de pa­
triótica vanidad, y quise que la primera traducción mé­
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 65

trica española del príncipe de los líricos saliese á luz en


la misma México que vió nacer al traductor.»
Antigua es, entre los maestros de la literatura, la cues­
tión de si es posible traducir á los clásicos antiguos grie­
gos y latinos, y si en caso de ser posible, los poetas de­
ben traducirse en prosa ó en verso.
El abate Dubos ha tratado de probar que las mejores
traducciones no ponen, á los que no entienden el griego
ó el latin, en estado de comprender las bellezas de un
poeta que escribe en alguno de estos idiomas ; que al tra­
ducirlos pierden el vigor de su estilo y sus mayores be­
llezas, y llega á sentar en sus « Reflexiones sobre la poe­
sía y la pintura,» que en una traducción se pierden los
hermosos rasgos y se conservan fielmente todos los de­
fectos.
Doussault declara intraducibies á los clásicos por la
imposibilidad de reproducir en nuestras lenguas moder­
nas el carácter, el gusto y la dicción del latin ó del grie­
go. Marmontel en sus elementos de literatura, duda has­
ta de que Tácito haya sido traducido, y Montesquieu
llega al anatema contra los traductores.
Realmente esto es llevar más que á la exageración, al
ridículo, el fanatismo literario; es, por decirlo así, el
fetiquismo del idioma, y es suponer que el objeto de las
palabras que el escritor empleaba no puede conseguirse
sino con sus mismas palabras y en oídos acostumbrados
ála pronunciación y á las modulaciones de aquel idioma.
66 LOS CEROS DE CERO

En efecto, ¿qué se propone un poeta, qué intenta un


escritor al usar de una figura ó referir un acontecimien­
to? Indudablemente despertar en el cerebro del que lee
ó escucha, la misma idea que brota de su cerebro, el mis­
mo sentimiento que hace latir su pecho, y la contempla­
ción exacta del cuadro que en su mente ha concebido,
con igual energía en los contornos y con la misma vive­
za en el colorido, con la misma fuerza de entonación;
por eso buscan la dulzura del ritmo, la elegancia en las
frases, y hasta la onomatopeya en las palabras.
Y ¿quién puede decir que el idioma castellano, el fran­
cés ó el inglés, no hacen sentir á un hombre que hable
cualquiera de estos idiomas, las bellezas de Homero y
de Virgilio, con Hermosilla, con Pope, con Delilie, con
Madame Dacier ó con Miguel Antonio Caro?
Seria necesario que en todo el mundo no se hablara
más que un sólo idioma, y que en ese idioma hubieran
escrito todos los autores.
Las religiones no serian posibles sino entre los indi­
viduos que hablaran en la lengua del fundador, porque
si comprender las bellezas poéticas por medio de una tra­
ducción es imposible, los misterios y las sutilezas teoló­
gicas, que forman el fondo de las religiones, hubieran te­
nido que morir en su cuna.
Ninguna de las naciones que hoy profesan el cristianis­
mo tendría idea de los Evangelios, y muy pocos alcanza­
rían el sentido de las Escrituras, redactadas en idiomas
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 67

que hoy se llaman muertos, y conocidas sólo por las tra­


ducciones.
Homero pinta un combate delante de los muros de
Troya, y ocurre para dar brillo á su épico relato, á la figu­
ra de un león cayendo sobre un rebaño; las palabras no
serán las mismas del inmortal cantor de la Iliada, pero
el que leyere una buena traducción, verá levantarse ante
sus ojos, como evocados por un conjuro mágico, aquellos
guerreros, caminando sobre sus carros en medio de las
enemigas huestes; verá caer uno tras otro á sus podero­
sos adversarios, y luego, trasportado por la voz del poeta,
contemplará el ensangrentado redil en donde el león, con
las fauces cubiertas de espuma, siembra el espanto en la
inerme grey.
Supuesto que todos esos maestros que anatematizan
á los traductores, quisieron pasar por sabios en esta ma­
teria, bueno habría sido ir más adelante, no contentán­
dose sólo con asentar ápriori* que es imposible compren­
der á un poeta si no se le puede saborear en el original,
y que hubieran estudiado en el cerebro del hombre los
fenómenos de la sensibilidad y del pensamiento.
Es opinion recibida, que la facultad del lenguaje arti­
culado está circunscrita á una pequeña parte de los he­
misferios cerebrales, en el borde superior de la cisura de
Sylvius, frente á la ínsula de Reil y ocupando entre la
mitad y tercera parte superior de la tercera circunvolu­
ción frontal. Esta aseveración que induce á localizar en
68 LOS CEROS DE CERO

diversos puntos de la masa encefálica las operaciones del


pensamiento, estudiada por Broca, ha tenido comproba­
ción en las observaciones más modernas por las pertur­
baciones que causa una lesion en el cerebro, y que pro­
duce, ya la amnesia paralítica, ya la incoordinada, ya la
aphasia, la agraphia ó la aphémia. Así lo dice Charlton
Bastian en la adición de su obra sobre el cerebro y el
pensamiento, publicada en París en el presente año.
Pues bien, el cerebro, educado para pensar en el idio­
ma materno, al recibir la impresión de un idioma extra­
ño, por más que á fuerza de estudio haya llegado á fami­
liarizarse con él, siempre ejecuta esa operación que se
llama traducir, aun cuando se suponga con algunos, que
se puede llegar á pensar en idioma extraño.
« La influencia de la lengut que primero se ha apren­
de dido, » dice el famoso fllologista americano Whitney,
en su obra intitulada: «La vida del lenguaje,» «no se
«borra jamas de un espíritu. Son formas que una vez
«creadas, no pueden refundirse. Cuando aprendemos
« una lengua nueva no hacemos más que traducir sus pa-
« labras á la nuestra.»
Llega sin embargo una época en que ya no necesita­
mos hacer esa traducción, ó que al ménos no tenemos
conciencia de que se ejecute ese procedimiento en nues­
tro cerebro ; entonces algunos filólogos creen que se pien­
sa ya en esa lengua extraña, puesto que aun la nuestra
llega á olvidarse algunas veces.
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 69

Yo difiero enteramente de su opinion. La lengua ma­


terna se adquiere, para decirlo en su último análisis, apli­
cando las palabras á los objetos; los niños conocen las
cosas por sus nombres, antes de poder ellos pronunciar
esos nombres; por ejemplo: en una casa católica la ma­
dre le enseña al niño un crucifijo, y le dice : « papá Dios, »
y cierra las manos en actitud de plegaria: el niño no com­
prende la relación entre esas palabras, mejor dicho, en­
tre esos sonidos y la imágen del Crucificado, y la actitud
de súplica; pero cada vez que ó le pongan delante la imá­
gen, ó le repitan esas palabras, juntará sus manos, indi­
cando con esto que se ha despertado en su cerebro la
misma idea.
Aquella idea tiene su nombre en aquellas palabras, y
ha de aparecer siempre con ellas, porque los « cerebros
« humanos, dice el doctor Luys en su obra « El cerebro
«ysus funciones, » en presencia de incitaciones exteriores
«que llegan á conmover su sensorium, reobran (respon-
« den), en todo tiempo, de una manera idéntica y común.
« Representan todos, más ó menos, una serie infinita de
« prismas de la misma composición, expuestos en ángu-
«los semejantes á los mismos rayos incitadores que lle-
«gan á atravesarlos. »
Las palabras aplicadas á las ideas, no vienen, pues,
cuando se pronuncian delante del que conoce el idioma á
que pertenecen, sino á poner en actividad impresiones
adquiridas, que almacenadas en las regiones del cerebro,
9
70 LOS CEROS DE CERO

permanecen en estado latente, y que forman con su acu­


mulación el fondo del lenguaje y la reserva de que se hace
uso para el comercio intelectual entre los hombres.
Pero al mismo tiempo, con la lengua materna se va
formando lo que puede llamarse «el lenguaje interno,»
el lenguaje del pensamiento que no necesita ya nombrar
la cosa, ni la relación, sino que las combina sin signo, y
entonces, cuando el cerebro ha alcanzado el pleno desar­
rollo en un idioma cualquiera, no sucede ya como en el
niño, que la palabra concreta la idea; es la cosa ó la com­
paración que apropia la palabra, y vienen la sinonimia,
y la figura, y la metáfora, haciendo revivir, no ya la im­
presión adquirida y dormida, sino la palabra que la pro­
dujo primitivamente.
Así, cuando una lengua extraña llega á hablarse con
facilidad, sus palabras vienen á ser tan familiares que no
se traducen ya; pero forman, no palabras de ajeno idio­
ma para el cerebro, sino realmente sinónimos de las pa­
labras de la lengua materna: no se piensa en ese nuevo
idioma, porque las impresiones y las relaciones están ya
formadas por el primitivo; se piensa en « lenguaje inter­
no.» Una vez formada, recibida la impresión que cor­
responda en un cerebro á la palabra « Dios,» es la misma
impresión la que despierta el « Deus» latino, el « Theos »
griego, el «Good» inglés, el «Teotl» nahuatl, para to­
dos los que conozcan estos idiomas, porque—como dice
Charlton Bastian, citando á Thomson—dos interlocu-
GALERIA DE CONTEMPORANEOS ?!

tores no se detienen á investigar el sentido y significa­


ción exacta de las palabras, «como no reflexionarían que
«cada soberano que pasa por sus manos equivale á 240
« peniques. »
La traducción puede producir tanto ó más efecto que
el original, indudablemente, según que el lector de una
ó de otra, sean más á propósito para recibir la impresión.
Un lector que no haya visto jamas un león furioso,
aun cuando su lengua materna sea el griego antiguo, com­
prenderá ménos una descripción que haga Homero de
un león furioso, que un hombre que lea esa descripción
traducida á su idioma, pero que haya presenciado en las
montañas las terribles escenas de cólera del rey de las
selvas.
El poeta no hace más que despertar impresiones exis­
tentes y producirlas por medio de comparaciones entre
elementos formados de ideas preexistentes en sus lecto­
res; el efecto será mayor cuando esos elementos ó im­
presiones sean más vivos y cuando el procedimiento in­
telectual en el lector para la comparación, sea más rápido
y más feliz.
Así, en las traducciones, la belleza de la idea desper­
tada, depende del lector; las apreciaciones sobre la pu­
reza del lenguaje en el original, eso es cuenta de litera­
tos que siempre califican según sus gustos.
Pero aun hay más, aun puede profundizarse esta ma­
teria.
Ύ1 LOS CEROS DE CERO

EJ procedimiento intelectual para entender una len­


gua extranjera cuando aun no es completamente familiar,
debe comprenderse en la categoría más complexa de ac­
ciones voluntarias, pues no se requiere sólo lo que cons­
tituye una acción voluntaria simple, según James Mili,
«la idea ó sensación, el acto, y entre una y otro un de­
seo, un movimiento,» senso-motor ó ideo-motor; hay ade­
más combinaciones nuevas y variadas que aumentan la
dificultad de conseguir el resultado ; hay que buscar la pa­
labra que corresponda á la idea preexistente, ó la idea
que debe formarse por la palabra nueva.
Pero este trabajo, este procedimiento cerebral extraño,
difícil y complicado á fuerza de ejercitarse con atención,
llega á ser completamente sencillo y familiar, y entonces,
como dice Bastian : « Al alcanzar el último grado de per-
« feccion, las acciones ántes voluntarias en el sentido más
« estricto de la expresión, pasan á la categoría de automá­
ticas secundarias, pues la idea, la sensación ó la emoción,
«pueden ser seguidas sin intervención de estado cons-
« cíente alguno de un movimiento complexo. Así, mo-
« vimientos que el individuo no podia ejecutar sino len-
« ta y penosamente, llegan á serle tan fáciles como las au-
« tomáticas primarias, »
Esto es lo que indudablemente puede aplicarse á esas
personas de quienes se dice que piensan en un idioma
que no es el suyo.
Todo esto debe entenderse en el supuesto de que se
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
73

trata de dos idiomas, poco más ó menos igualmente pu­


lidos, ricos y trabajados, pues si la referencia de una tra­
ducción es al Polynesio, ó á alguno de los que se hablan
en el centro del Africa, las palabras del original no encon­
trarán ni equivalentes que expresen la idea, ni la idea po­
drá llegar á formarse en Jos cerebros que no estaban pre­
parados para ella.
Porque un lenguaje rico y trabajado hace adquirir al
que le aprende, si el suyo no está á la misma altura, mul­
titud de conocimientos nuevos, permitiéndole al mismo
tiempo clasificar con claridad los adquiridos anterior­
mente.
Pero volvamos á Ipandro Acaico y á su hermosa tra­
ducción de Píndaro. Indudablemente que los maestros
qué busquen una version « literal » del príncipe de los lí­
ricos griegos, no ocurrirán á la obra de Ipandro; pero el
que quiera formarse idea de las bellezas de relación, de
descripción y de imágenes de Píndaro, podrá saborear
los hermosos versos castellanos de nuestro compatriota.
Seguir servilmente al poeta griego en todas sus pala­
bras, hubiera sido más fácil que traducirlo en verso ; pero
eso era un trabajo de escuela que ni hubiera sido grato á
los lectores que no son helenistas, ni el poeta mexicano ha­
bría tenido un campo tan vasto para lucir sus ricas dotes.
Podrá decirse que esas traducciones en verso no son
sino una imitación más ó menos brillante, conseguida
á expensas de la fidelidad y de la exactitud, ó una com-
74 LOS CEROS DE CERO

posición nueva sobre un asunto ya tratado, como dijo


Richard Bentley á Pope, á propósito de la traducción de
la Iliada: «un bellísimo poema, pero no el de Home­
ro.» Esto no es exactamente cierto; hay necesidad de
apartarse del original, pero la idea y las imágenes produ­
cen casi siempre el mismo efecto.
Para que pueda verse cuál ha sido el trabajo penoso
de Ipandro Acaico y cuánto ha ganado su traducción mé­
trica sobre la literal, me permito citar algunos trozos de
una y de otra; sea por ejemplo en la oda I de las Neméas.
Dice la traducción literal, sin responder yo de que sea
perfecta ;
« Respiración augusta de Alphéo, Ortigia, vastago de
la ilustre Syracusa; asiento preferido de Diana; de tí se
lanza el himno de dulces palabras para fundar la grande
alabanza de los caballos de pies rápidos como la tempes­
tad, que deleitará á Júpiter Etnéo; porque el carro de
Crómioy Neméo me excitan á componer un canto de elo­
gio por los trabajos que alcanzaren la victoria.»
Ipandro Acaico dice:

Vástago de la noble Syracuse,


Ortigia sacra, que reposo á Alfeo
Diste cuando corrió tras Aretusa!
Los rápidos corceles que el Neméo
Triunfo obtuvieron, cantará mi musa,
Y á Crómio al celebrar, y á Jove Etnéo,
Empezaré por tí, cuna de Diana,
Y de la errante Délos bella hermana.
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
75

Dice la invocación á Ja paz, oda VIII de Jas Pythi-


cas, literalmente:
« Bendita paz, hija de la justicia, que haces más gran­
des las ciudades, que posees las llaves supremas de los
Consejos y de las Guerras, admite el honor de la victo­
ria Pythica de Aristomenes, porque tú sabes hacer y pro­
bar igualmente las dulzuras, con una oportunidad exacta.»
Ipandro Acaico dice:

¡ Oh Paz, hija divina


De la Justicia, cuya augusta mente
Λ la bondad se inclina;
Para los pueblos de riqueza fuente,
Que las supremas llaves
Tienes de guerras y consejos graves !
La espléndida corona
Que rendido te ofrece Aristoménes,
Y que alcanzó en Pytona,
Recibe, ¡ oh Diosa ! pues á dicha tienes,
Según las ocasiones,
Distribuir y aceptar preciosos dones.

La traducción métrica de Píndaro no sólo es una hon­


ra y una novedad para el pueblo que vió nacer al traduc­
tor, sino también para todos los que hablan la lengua de
Cervantes.
Hay, sin embargo, algunas nubecillas,
Pero ¿ en qué firmamento no hay nublados ?

y yo voy á apuntar algunos que quizá no valdrán la pe


ña y que quisiera ver desaparecer de la obra.
76 LOS CEROS DE CERO

Por ejemplo, en la oda VI de las Olímpicas, dice un


terceto de Ipandro:
« Fué Pitaña gentil, ninfa sencilla
Que Neptuno sedujo; y de aquel lazo
Provino Evadne, dulce morenilla. »

Eso de dulce morenilla^ podrá ser muy castizo; pero no


cuadra bien con el estilo elevado, ni de esa ni de ningu­
na oda; quedaria perfectamente colocado en uno de esos
cantares andaluces, por el estilo de:
Moreno pintan á Cristo,
Morena á la Magdalena,
Moreno es el bien que adoro.
¡ Viva mi dulce morena!

O en boca del viejo D. Restituto, el de la « Familia


improvisada,» cuando está refiriendo sus campañas amo­
rosas con la valencianita y la morenilla; pero no en las
atildadas composiciones de todo un Ipandro Acaico.
En la oda IV de las Pythicas, dice así:
De Jolcos al llano
Verás un guerrero
Que baja del monte
Con doble lanzon.
¿Será ciudadano?
¿ Será forastero ?
No importa: tú ponte
En guardia, ¡ oh varón !
Y está preparado
Al rudo combate
En tanto que se ate
Un solo calzado.
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
77

¿ Es verdad que estos versos desdicen de la altura á


que el poeta ha levantado el estro ? El metro, quizá por
el uso que tiene en las pastorelas, ha caído del favor de
las personas de buen gusto, y luego eso del doble lanzon
está muy campechano; ese aumentativo de lanza trae á la
memoria del lector, aun cuando sea en contra de su vo­
luntad, aquello de

« Era tanta la pujanza


de Señor San Baltasar,
que una vez llegó á ensartar
ciento cincuenta en su lanza.
¡ Oh lanza, divina lanza,
lanza, lancita, lanzon,
dános mucha contrición
y la bienaventuranza!»

Amén.

Tanto más, cuanto que la traducción literal de la es­


trofa, poco más ó ménos dice así :
« El oráculo terrible pronunciado en el centro de la
tierra, viene á conmover el corazón del sabio monarca;
deberá sin cesar estar en guardia contra el hombre calzado de
un solo pié* que desde elfondo de la montarla descenderá del
lado del Poniente á las llanuras de los ilustres Jolcos* extran­
jero 6 ciudadanos
No debió, pues, adelantarse Ipandro á hablar del do­
ble lanzon en esa estrofa cuando en la siguiente dice Pín-
daro : « Apareció* en fin* este terrible mortal* la mano arma­
is
78 LOS CEROS DE CERO

da de dos flechas, etc., etc., que traduce elegantemente


Ipandro Acaico en una octava que comienza:

< El semidiós que predijera el bardo


Llega por fin vibrando doble lanza, »

Pues esto es ; así se dice, y el doble lanzon sale sobrando.


La traducción aquí no podia ser tan libre que se pu­
siera: «en tanto que se ate, un sólo calzado; » y doble
lanza por «doble Hecha ó venablo,» porque Píndaro no
puso arbitrariamente: «calzado de un sólo pié,» y más
adelante: «la mano armada de doble Hecha; » quisieron
hablar, el oráculo primero, y Juego el poeta, de un «ar­
quero, » y entre los griegos, los arqueros se descalzaban
siempre un pié para tirar y combatir, con el objeto de
estar más firmes: así lo dice Thucydides, en su historia
de la guerra del Peloponeso, al referir el sitio de Platea.
Era, pues, necesario conservar la idea original, que no
podia cambiarse sin desnaturalizar el sentido.
En la oda II de las Pythicas, dice, hablando de Ixion:

Del mísero Ixion narra la fama


Que en la rueda girando eternamente,
Por orden de los dioses así exclama :
« Paga ¡oh mortal! con gratitud ardiente
Los beneficios de amorosa mano. »
¡ Ay, lo aprendió á su costa el insolente !

Eso de que lo aprendió á su costa el insolente^ será muy


castellano y hasta muy académico, y muy digno de que
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 79

se lo apliquen á Cero; pero viene tanto al caso como


una égloga de Virgilio en el prefacio de una misa cantada.
La traducción literal es la siguiente : cuentan que Ixion,
girando siempre sobre la rueda, dice estas cosas â los morta­
les por orden de los Dioses : es preciso pagar los beneficios re­
cibidos con amable retribución, y 'el lo aprendió claramente,
aunque otros traducen : 'el no lo supo sino muy tarde.
Sentiré que Ipandro se disguste porque no encuentro
ese regaño doméstico dirigido á Ixion, digno de sus clá­
sicos versos; pero la verdad, si no lo dijera lo pensaría,
y como yo otros muchos: que la única gracia de mis artí­
culos es: que pienso como la multitud, ó que la multitud
piensa como yo.
JOSE M, VIGIL
JOSÉ MARÍA VIGIL

T PULCHRUM EST DIGITO MONSTRARI, ET DICIER,

hic est.—Abrimos la escena con este verso arran­


cado de una de las sátiras de Persio; puesto que
vamos á ocuparnos de Vigil que á su turno se ocupó tam­
bién de traducir á Persio, y con el piadoso fin de que
nuestros lectores que no entiendan el idioma de Cicerón,
no se queden, como dice el vulgo, en ayunas, con per­
miso de Perreau, de Boileau, de Dryden y de todos los
traductores de esas sátiras, incluso el mismo señor Vigil,
nos tomaremos el permiso de verter en romance el pen­
samiento del inmortal hijo de Volterra ó de Liguria, que
eso va en opiniones, y cada uno aceptará la que mejor le
parezca:
82 LOS CEROS DE CERO

No hay cosa como pasar


Por donde haya dos ó tres
Que al mirarnos, sin hablar
Nos comiencen á apuntar
Diciendo todos: ¡ese es!

Verso que si no se puede calificar como una traducción


clásica y digna del original, en cambio puede cantarse có­
modamente con la música del Palomo, del Aforrado, del
Atole ó de cualquiera otra de esas canciones populares
que constituyen la delicia de la Musa callejera de Gui­
llermo Prieto, y que van, como las ondas que forma el
agua al caer una piedra, alejándose de nuestras actuales
costumbres más y más cada dia.
Antes de hablar del santo de hoy, ó de nuestro José
María muy amado, como le escribe Fidel, haremos una
pequeña digresión, siquiera para dar resuello á nuestro
protagonista, á fin de que pueda serenarse y continuar la
lectura de sus glorias literarias.
De estas glorias puede decirse lo que el rey Clovis dijo
de San Martin de Tours, con ocasión de un milagro que
le hizo y por el que tuvo que dar una gruesa limosna
(haremos en latin la cita porque se trata del traductor
de Persio) : Vere Beatus Martinus est bonus in auxilio, sed
carus in negotio, lo que Sancho Panza interpretó, dicien­
do: «si buena ínsula me dan, buenos azotes me cuesta.»
Redúcese la digresión á decir que algunos malandrines,
acostumbrados al estilo y trato con que muchos de nues-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 83

tros diarios se ocupan de Jos hombres públicos de Mé­


xico, extrañarán que con sedoso guante, más que con
acerada manopla, acariciemos á todos nuestros escogidos.
Esto tiene varias explicaciones, y sea la primera, que
blando cojín de pluma aparece siempre el macizo canto
que da en la frente del prójimo, y que, la dicha nuestra»
dulzura, aunque por tal la tenga el espectador, quizá
parecerá áspero cardo, al rotundo Justo Sierra, al redon­
deado Malanco, al rápido Joaquinito Alcalde, al mesu­
rado Aguilar y Marocho, al impasible Manuel Payno, al
impetuoso Juan Mateos, al arrebatado Guillermo Prieto
y á tantos que, como diria Dublan, han salido ó saldrán
por tercería de dominio, á danzar en estas fantásticas pro­
cesiones:
Al dulce lamentar de dos pastores.

Además, y á pesar de que Cero ha tenido la fortuna


de nacer en este país, del que, siguiendo un estilo cono­
cido, podemos decir que fué la cuna de Juan Diego, el
último reposo de Pane, el teatro de las hazañas de D. Ma­
tías Romero, el espejo de las glorias de Escoto y el pa­
lenque de Bermúdez (el del Siglo), no es posible que
pretenda seguir esa costumbre desgraciadamente adopta­
da por muchos periodistas, de manchar la reputación de
todos los hombres, deprimir todas nuestras glorias y ha­
cernos aparecer ante el mundo civilizado como un pue­
blo de bárbaros y de ladrones en el cual no se encuentre
84 LOS CEROS DE CERO

ni un hombre limpio para gobernante, ni honrado para


banquero, ni inteligente para literato, ni hay una sola
acción que sea digna de alabanza.
Con esto se corrompe al pueblo y se alienta la osadía
del extranjero. Referiré, á propósito de esto, un hecho
histórico.
Hace tres ó cuatro años, un periódico de Paris, al ocu­
parse de México y de sus cosas, nos vino poniendo, co­
mo decían nuestros mayores, como Diospuso alperico* ver­
de y en una estaca.
Subiósele el patriotismo á la cabeza á un diario de esta
capital, y contestó furioso al citado artículo, colocando á
México en el lugar debido. Terció entonces en la con­
tienda un periódico francés, que se publicaba en la Re­
pública, haciendo poco más ó ménos este razonamiento :
« En mi país no se conoce á México más que por sus pe­
riódicos. Y ¿ qué culpa se tienen los escritores de allá de
haberse formado tan mala idea de la tierra de Moctezu­
ma, cuando constantemente leen en las obras de los mis­
mos mexicanos, que todos los dias hay cuarenta robos en
la capital y doscientos en los caminos; que no se cono­
ce la policía; que todos los presidentes son unos tiranos y
unos imbéciles; que el ministro que no es ladrón es inep­
to J que el soldado que no es traidor, es cobarde; que
el escritor que no es ignorante es plagiario, y que hasta
la vida privada anda por esos mundos de Dios, mal traída
y peor llevada en los papeles públicos?»
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 85
-------- ,----,--------- X------------- '---------------------------------
Pues, y no le faltó al sugeto más que agregar, como en
la antigua canción popular del trágala, trágala;

Tú lo quisiste, fraile mostén,


tú lo quisiste, tú te lo tén ;

aunque el autor del verso sea Fray Gerundio.


Mas es ya tiempo de que volvamos á ocuparnos de
D. José María Vigil.
Los versos de Pepe muy amado, son verdaderamente
un trabajo chino; no hay palabra que no se use en su
verdadera acepción; los acentos, como los abonados del
teatro, llegan siempre á su propio lugar; las sílabas están
medidas con micrómetro, y las reglas tan bien y escru­
pulosamente observadas como quisiéramos que se obser­
varan las leyes de Reforma en algun Estado.
Pero. . . . ese pero me asesina; pero le falta empuje,
le falta entusiasmo, le falta inspiración. Vigil, como lite­
rato, es notable; como poeta no lo es mucho; le sobra
erudición, le falta fuego.
Dice un antiguo verso, muy conocido de todos:

Bello plan, bien combinado ;


Mas ¿ de qué sirve el talento
Cuando falta el ardimiento
En el pecho del soldado?

Quizá sea esto debido al carácter tranquilo de Vigil;


las pasiones exaltadas que hacen al poeta, y que no esca­
sean en los hijos de Jalisco, no se libran sin duda esos
II
86 LOS CEROS DE CERO

combates homéricos, de que hablan los novelistas, en el


alma de nuestro amado José María.
Si empuñara la lira de Virgilio ó de F ray Luis de León ;
si se dedicara á la descripción de los apacibles goces de
la vida del campo ó de la Biblioteca, que no deja de ser
sosegada, Vigil haría obras notables. Las luchas del dra­
ma, y el desordenado tropel de las odas quintanescas (como
dijo Menendez Pelayo), son para él como la fruta del
cercado ajeno de Garcilaso, más sabrosas sin duda, pero
ménos fáciles de alcanzar.
Y esto no es un reproche, es la herencia de la natura­
leza humana. Nerón anhelaba la gloria del canto; César
envidiaba la de las letras, y el príncipe de los oradores
romanos se desvivía por ser poeta, y salió en el Fortunata
nata> como si dijéramos con un domingo siete.
‘Con el desorden que me es característico, me ocurre
aquí hablar de las éstatuas y bustos que varios artistas
están haciendo para la Biblioteca de San Agustín.
La ejecución nos ha dejado verdaderamente complaci­
dos y honra á los escultores mexicanos.
Las estatuas representan al Dante, á Valmiki, á Isaías,
á Orígenes, á Confucio,áAlarcon,ylos bustos á Carpio, á
Navarrete, á Alzate, á Gorostiza y á otros esclarecidos
compatriotas.
Las estatuas quedarán en el interior de la biblioteca,
y los bustos en el atrio, sobre las columnas del enverjado.
U na de estas tardes, á eso de las dos, con el deseo de
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 87

ver los trabajos de los escultores, fuíme entrando pausa­


damente hasta el taller; y como no hice ruido, siguió una
alegre conversación que se escuchaba en el interior. Creí
que serian los trabajadores; pero cuál fué mi sorpresa al
descubrir que las estatuas, unas formadas y otras en for­
mación, sostenían la más íntima y deleitosa plática. Zum­
baban al bueno de Alarcon con motivo de que todos sus
paisanos se la iban á pasar al aire libre, como Simeon el
Stilita, mientras los sabios de lejanas tierras vivirían mu­
chos años al abrigo de las majestuosas bóvedas de aquel
templo de la ciencia.
— Buen frío se van á chupar, Don Juan, vuestros pai­
sanos, decía Orígenes, trepados como unos pájaros enci­
ma de la reja.
—Y nada digo de los aguaceros, agregó pausadamente
Confucio, en medio de muchos chin-chan-chaus chin-
chous, porque le cuesta buen trabajo hablar el español.
—Van á quedar como el segundo avatar de Vischnou,
convertidos en pescados, exclamó Valmiki.
—Y eso sin contar con las pedradas de los chicos que
ni á mí me respetaron en Florencia, interrumpió Dante.
—Y allí se estarán, dijo Isaías, hasta que Jas llamas
salgan de las entrañas de la tierra á consumir esta ciudad
malvada.
—Y á usted, ¿quién le mete? interrumpió Don Juan
Ruiz de Alarcon, no pudiendo soportar tanta chifleta;
estará usted viendo visiones como las vió sobre Judá y Je-
88 LOS CEROS DE CERO

rusalem, en los dias de Uzzias y Jothan y Achas y Eze-


quías; ¡ profeta de malas nuevas ! y el Don Orígenes, que
mejor fuera que le reemplazaran San Agustín ó San Ba­
silio ó San Juan Boca-de-oro, Crisóstomo, como le de­
cían los griegos ; y después el Confucio, tan feo, á quien
se le puede decir lo que á mi Don Juan Fernandez, de
quien me alegro que la fama no haga mención:
Tanto de corcova atrás
Y adelante, Alarcon, tienes,
Que saber es por demás
De dónde te corcovienes
O adonde te corco-vas.

¿ Qué nos importa que descienda usted deTi-Ye, vigési-


mosétimo emperador de la segunda raza de su tierra, ni
que haya usted sido empleado en el reino de Lú, acaso de
oficial quinto en la sección de rezagos, ni que haya usted
hecho la oposición al rey Xi? Todas estas serán menti­
ras de los cronicones de su celeste imperio, adulteradas
por el tiempo, pues ya vemos que en esta tierra, sólo de
la calle de Plateros á la Plaza se cuentan tantos absurdos
y los creen en el Portal de Mercaderes, ¿qué sucederá
con los anales de ustedes? Y luego ese Valmiki: qué ¿se
habrá figurado, que aquí le vamos á hacer caso y á creerle
que se robaron á Cita, y que se la tuvo el amante un año,
y que la fué á reconquistar el marido con un ejército de
monos, y que allí se la encontró, como decía D. Quijote,
tan doncella como la madre que la parió, aunque des­
pués armó pleito con ella?
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 89

Y el italiano, ¿de qué le viene haciendo burla á mis


paisanos, cuando allá andaban los suyos pelando el Co­
liseo y las Termas para hacer sus casitas; hasta que dijo
el pueblo : « que lo que no hicieron los bárbaros lo hi­
cieron los Barberini ? » Después de todo, tienen ustedes
razón, porque mis pobres paisanos se la van á chupar al
sol y al agua como los anacoretas ; pero bien me acuer­
do de que en un viaje que hizo mi espíritu á Queréta-
ro, vió pintado en un meson de por San Francisco So-
yaniquilpam, á una América muy grande dándole el pe­
cho á unos niñitos vestidos de marineros ingleses, y cerca
de ella, llorando y desnudos, otros niños, indios, y abajo
este verso:
¡ Ay, pobre patria ! hasta cuándo
Han de ver los extranjeros,
A tus hijos siempre en cueros
Y á los ingleses mamando ?

Cayó el buen D. Juan, yo me eclipsé, para terminar


con el apreciable Vigil.
Cuando este señor escribía el « Boletín » del Monitor¡
eran cosa de ver aquellos sumarios; ¿han leído ustedes
algunos de ellos?. . . . ¿No? pues ahí va una muestra
para concluir.
La situación.—El Presidente.— Peligros.— Rumores.— Marcha
PROBABLE DEL NEGOCIO DE GUATEMALA.—¿ POR QUÉ? —Los USURE­
ROS Y LAS leyes de Reforma.—El ferrocarril Sullivan.—¿Cuan­
do ?—Opinión de Ticho Brahe.—Voltaire y su siglo.— j Cómo Î
—Esperanzas.—La Biblioteca de San Agustín.—Extraña elec­
ción DE PERSONAJES.--- MAÑANA.----Ya.—¡ Oh ! —¿ QüÉ ?
UNA TRADUCCION

ace tres dias un amigo me entregó una carta y un


libro ; el libro era « Sátiras de Persio, traducidas
en verso castellano por José María Vigil.»
La carta decía:

Apreciable Cero:
Le ruego escriba lo que le ocurra acerca de la
obra que le acompaño.
Es una injusticia que esté en la oscuridad. §¡ue realice su
autor la idea que encierra el mote impreso en la portada : « Fac
et spera.»
Cerón.

El compromiso era ineludible. Una recomendación de


Cerón no puede ser desairada; ¿quién se niega átrabajar
cuando Cerón lo quiere?
92 LOS CEROS DE CERO

Es la influencia decisiva y única sobre Cero; es mi


Agrippa, mi Eminencia gris, mi Richelieu, mi Bismarx:
¿Saben ustedes quién es Cerón? ¿No? Pues ni yo
tampoco; pero él sí lo sabe, y supuesto que-envia una
orden como el récipe de un doctor, seguridad tendrá de
ser obsequiado, y no debo defraudar sus lisonjeras espe­
ranzas.
Digo, pues, como D. Junípero:

Cierro los ojos y embisto.

Pláceme, ántes de comenzar el juicio del libro en cues­


tión, advertir á mis lectores, que más extensas serán las
divagaciones que la materia principal ; tanto porque no
siendo yo, ni con mucho, escritor clásico, sé pocas reglas
y hago ménos caso de ellas, cuanto porque á tal modo
de razonamientos se presta el asunto como podrá juzgar
el discreto lector en éste, que quizá sea uno de los más
extensos artículos que de mi pobre péñola han brotado,
sirviendo para descargo de tan mal acabado trabajo, la
intención que me ha guiado siempre de dar á conocer á
los escritores mexicanos contemporáneos.
Nada indica Vigil en el prólogo de su traducción que
pueda hacernos comprender la razón que tuvo para de­
dicar su tiempo y su erudición á la ingrata tarea de poner
en verso castellano la obra del más embrollado y ménos
simpático de los satíricos latinos. Y ni alcanza á discul­
parle de haber arremetido esta empresa la falta de traduc-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
93

tores, ni Jo interesante de la materia, pues dice muy bien


un escritor moderno (Tencé): «no debe emprenderse
« una traducción al azar y por la sola misión de que falta
« en el público, sino porque el traductor está posesionado
«de su modelo, porque se ha identificado con él en un
« estudio constante y profundo, en una perfecta confor-
« midad de pensamientos, de sentimientos y de estilo,
« sin lo cual corre el peligro de fracasar. »
Se comprende muy bien que Vigil haya llegado hasta
la admiración con Persio, porque les es común á ambos la
noble cualidad de la honradez acrisolada, y porque el tra­
ductor, más que el poeta, ha probado su amor al pueblo
y su odio á la tiranía; pero es difícil creer que Vigil haya
penetrado y se haya empapado en el espíritu de Persio,
cuando éste ha sido siempre considerado como oscuro é
impenetrable, aun por los mismos literatos que se han
proclamado sus admiradores.
Cassaubon consideró, á pesar de su asombrosa erudi­
ción, que Persio era absolutamente ininteligible, y decla­
rando que cuando un escritor se reserva el derecho de
entenderse á sí mismo, cualquiera es dueño de entenderle
como quiera, se lanzó á tales comentarios, á tantas inves­
tigaciones y á tal número de conjeturas, que al leer su
libro escribió Scalígero: en el Persio de Cassaubon, la salsa
vale mas que elpescado, que es lo que nosotros decimos con
aquello de que vale más el caldo que las albóndigas.
San Gerónimo no pudo llegar á entender á Persio, y
94 LOS CEROS DE CERO

cuenta que Ιο arrojó al fuego para volverlo más claro, y Vi-


genero, al referir el hecho, parodia el verso de Ovidio:

Emendaturis ignibus ipse dedi.


Tríst.., lib. IV, eleg. 10, ver. 6*.

( Para bien corregirlas las di al fuego"),

de esta manera:
Intellecturis ignibus ilîe dedit.
( Para salir de dudas le eché al fuego ).

Scalígero, que tenia en verdad mal dispuesto el cora­


zón contra Persio, escribe hablando de él: «puesto que
« se ha embozado tanto, hagámosle á un lado.... y ade-
« más que no he encontrado en él sino la desarreglada
marcha de un febricitante.»
Heinsius exclama: «este joven, asistente del Pórtico,
« nos ha dejado un libro tan triste y tan repugnante, co-
«mo si sólo se hubiera alimentado con mostaza.»
Hay anécdotas respecto á la interpretación de Persio,
que no dejan de ser graciosas. Cuenta Dusaulx, que leía
en la Academia de Bellas Letras en Paris una Memoria
sobre Jas sátiras de Persio, y suplicando al abate Batteux,
para quien los poetas latinos eran muy familiares, que
explicara algunos de los pasajes del satírico que habían
ocasionado alguna discusión, él contestó con mucha fran­
queza: «/^ verdad es que yo los entendía el año pasado i pero
en el presente ya no los entiendo.
Llevaron á un amigo mió un libro en que estaba la
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
95

traducción del Persio con el texto original enfrente. Po­


cos dias después le preguntó el que había hecho tal obse­
quio: ¿Qué tal le ha parecido á usted la traducción? Y
mi amigo repuso: «aunque me ha costado algun trabajo
entenderla, ayudándome con el texto latino en los casos
de duda, la he comprendido bien.»
El Padre Vavasseur, dice: que seguramente la oscu­
ridad de los escritos de Persio es Jo que ha dado á ese
autor la fama de profundo y erudito.
Y tenia razón el buen Padre, que la gente, y en esto
entran hasta los literatos, más enaltece lo que ménos com­
prende, y las dificultades y el fastidio de interpretar ó tra­
ducir una obra de esta clase, van produciendo insensible­
mente la idea de que es un monumento digno de admi­
ración y un geroglífico que encierra profundos misterios,
cuya clave de oro sólo les es dado tener á los sabios; y
como se presta á toda clase de interpretaciones, pasa con
él lo que con los oráculos de la Pythia de que nos habla
Herodoto: cada cual le toma en el sentido que más le ha­
laga, y todos quedan contentos.
Con razón dijo el poeta Lucrecio: «hay muchos que
no aman ni admiran sino lo que está velado con térmi­
nos misteriosos.» (Libro I, vers. 642.)
Bayle llamó á Persio el Locopbron de los latinos, y otro
escritor, Colucio, ha dicho con gran naturalidad: «pues-
« to que no ha querido que lo entiendan, yo no quiero
«entenderlo.»
96 LOS CEROS DE CERO

Todavía hay quien duda de si Boileau habló de bue­


na ó mala fe en aquellos dos versos:

« Persio en sus versos oscuros


Pero juntos y apretados,
Quiso aparentar que tiene
Más sentido que vocablos.
Arte Poética.—Canto II, v. 155.

¿A qué viene tal granizada de citas? preguntarán los


lectores, y yo contestaré con el poeta Pardo Aliaga:

a Excelentísimo señor,
« A pelo.......................»

porque no quiero que se crea bajo mi palabra, que Per­


sio es un autor tan oscuro que hasta hoy no ha podido
llegar á ser entendido, y que su traducción, si bien no
es.un trabajo necesario, puesto que sólo francesas hay
más de cuarenta traducciones, sí es una prueba que ha
dado Vigil de admirable laboriosidad, de riquísima eru­
dición y de conocimientos poco comunes en la lengua
latina.
La traducción de Persio ha sido entre las notabilida­
des literarias, como entre los matemáticos la cuadratura
del círculo, entre los mecánicos el movimiento perpe­
tuo, entre los físicos la dirección del aeróstato, y entre
íos economistas el valor de la moneda.
La traducción hecha por Vigil es muy buena, en cuan­
to se puede decir esto, dado el antecedente de que el ori­
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
97

ginal se presta, como dice Cassaubon, á todas las inter­


pretaciones; pero sin prestarse, como digo yo ahora por
la misma razón, á servir de término comparativo de la
fidelidad del intérprete.
Pocos poetas, ó más bien dicho ninguno, han tenido
como Persio, tantos encontrados juicios sobre el mérito
de sus obras y sobre la verdadera inteligencia de ellas.
Las sátiras de Persio, aunque escritas bajo el reina­
do de Nerón, no se hicieron públicas sino hasta el imperio
de Antonino; y á fe que, por más que el poeta diga en
uno de sus versos, que él habla como en reserva, no hubo
motivo de tenerlas ocultas en tiempo de Nerón, porque
en medio de la terrible tiranía que hizo pesar sobre el
mundo el hijo de Agripina, Suetonio nos dice que jamas
persiguió á los que contra él escribían sátiras ó panphle-
tos, y que por el contrario, se divertia oyéndolos leer,
con lo cual animaba el espíritu de mordacidad.
Por otra parte, las sátiras de Persio encierran el ata­
que á la tiranía, en frases tan ambiguas y en tan débiles
alusiones, que hubiera sido precisa, no la desconfiada ma­
licia de Nerón, sino la venenosa suspicacia de los inqui­
sidores, para haber encontrado en esos versos motivos
de una persecución.
El panegírico de Helvidio Prisco costó á su autor un
destierro, porque el emperador vió en él un principio
de revuelta y no un ataque á su persona.
Los tres grandes satíricos entre los romanos, ajuicio
9» LOS CEROS DE CERO

de los críticos, fueron Horacio, Persio y Juvenal; pero


Horacio era el cortesano que lanzaba el dardo procuran­
do hacer brotar una alabanza de cada herida, como la lan­
za de Aquiles curando la llaga que producía; Juvenal,
como un rayo, hería para matar, y si alababa era para cau­
sar más profundo el dolor; Persio se divagaba con ata­
ques á poetas sin nombre, á profesores sin reputación,
á escolares sin antecedentes y á costumbres que apénas
conocía.
Horacio es el cortesano de la buena sociedad que está
reñido con el vicio, pero que no se atreve á combatirlo
cuando es llevado en triunfo por los grandes señores que
le protegen; Juvenal es el vengador de los hombres de
bien y el consuelo hasta hoy de los oprimidos y de los
débiles. Persio es el oráculo oscuro por el que pueden
adivinarse los vicios de la enseñanza y la decadencia de la
literatura, y trasparentarse los abusos del poder; pero
todo esto en medio de mal humor, de disgusto y de pre­
dicaciones indigestas de las doctrinas estoicas.
Usando de una elegante frase de Dusaulx, Horacio
escribió en cortesano, Juvenal en ciudadano; yo agrega­
ré, Persio en catedrático, en domine.
Por eso Horacio está siempre de moda, porque siem­
pre hay Augustos y Mecenas; por eso Persio se va per­
diendo en la oscuridad, porque pocos le entienden; por
eso Juvenal, como una barra de metal candente, todavía
quema cuando pasa en medio de una sociedad, porque
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
99

despues de diez y ocho siglos, si las grandes virtudes han


desaparecido, los vicios que atacaba el valiente satírico
romano siguen imperturbables su marcha al través de re­
motos pueblos y de diversas razas.
El programa (como se diria hoy) de Horacio, está en
estos versos que pintan su carácter:

Nibil admirari profe res est una, Numici.


Solaque, qua possit facere et servare beatum.
Lib. I, epht, 6, ver*. I.

que todos convienen en traducir de esta manera:

«No afectarse por nada, puede ser,


Numicio, el solo y único
Modo de vivir siempre dichoso.]»

¿Y el de Juvenal? ¡ Oh! El de Juvenal, me voy á per­


mitir trasladarlo aun cuando sea un poco extenso, sin
atreverme á darle version métrica:
« Pero por qué escoger de preferencia el campo, ya re-
« corrido por el que se nutriera en el país de los Auron-
« ces ?—¿ podéis disponer de un poco de tiempo ? ¿ puedo
«contar con vuestra atención imparcial? Oid:
« Cuando un eunuco se atreve á contraer matrimonio;
« cuando Mévia con un dardo en la mano y el seno des­
cubierto ataca á un jabalí; cuando el barbero que me
«afeitaba en mi juventud compite hoy en riqueza con
«nuestros patricios; cuando un hombre del más vil po-
« pulacho de Egipto, un Crispinus, esclavo hace poco en
IOO LOS CEROS DE CERO

« Canope, envuelve negligentemente sus espaldas con la


« púrpura de Tiro, y con sus dedos empapados de sudor
« mueve sus anillos de estío porque se considera muy de-
« licado para soportar los de mayor peso, es difícil rehu-
« sar la sátira.
« ¿Habrá por ventura en esta ciudad corrompida, un
«mortal bastante sufrido é insensible para contenerse
«cuando encuentra al abogado Mathon llenando con su
« obesidad una litera que sólo desde ayer posee, « para
«encontrar al delator de un ilustre patron que se apresta
« á arrebatar á los nobles que ha arruinado, los restos de
«su fortuna?»
« Massa le teme; Caro intenta dulcificarlo por medio
«de regalos, y el trémulo Latino le entrega á su esposa
«Thymelia. ...»
Y en su sátira III, que indudablemente inspiró al es­
clarecido poeta Don Manuel Breton de los Herreros su
comedia intitulada: « Me voy de Madrid, » dice Juve­
nal : « Abandonemos esta ciudad en que viven Artorio
«y Cátulo; que permanezcan en ella aquellos que saben
« dar ai crimen los colores de la inocencia; aquellos mer-
« cénanos, aquellos especuladores ávidos para quienes
« todo es fácil, ya sea que se trate de reparar los estable-
« cimientos públicos, ya de limpiar los puertos, los ríos
« ó las cloacas; de llevar los cadáveres al cementerio ó de
« vender los esclavos en la plaza pública.
« En otro tiempo histriones, se les veia correr de ciu-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS ΙΟΙ

« dad en ciudad, haciendo resonar las campanillas de los


«espectáculos; hoy dan juegos, y para adular al pueblo,
« á la menor señal hacen correr la sangre del gladiador
«vencido. Al salir de la fiesta, ellos contratarán las le-
« trinas públicas, ¿ por qué no ? Ellos comprenden que no
«hay oficio por abyecto que sea, que no deba ejercitarse
«con tal de que conduzca á la grandeza.»
Persio vivió sólo veintiocho años; su austera morali­
dad, su excesiva dedicación al estudio y la rigidez de las
doctrinas estoicas que profesaba, le alejaron indudable­
mente del tumulto de las intrigas cortesanas ó de las es­
pantosas escenas de prostitución de la grandeza romana.
Sus sátiras contra la corrupción de las costumbres tienen
que adolecer de su falta de conocimientos prácticos. Se
indigna y escribe contra lo que sólo conocía por noticias ;
formaba de aquellos cuadros de disolución el mismo jui­
cio que puede tener una doncella recatada, á los quince
años, de una orgía del Carnaval.
Persio para atacar las costumbres, no estaba en la ma­
durez de la reflexion, por más que su clarísima inteligen­
cia y sus profundos conocimientos teóricos le hubiesen
dado esa precocidad que todos le admiramos. Horacio no
escribió sátiras hasta después de cumplir cuarenta años, y
Juvenal en edad más avanzada.
Todos los traductores de Persio y todos sus admira­
dores han procurado dar á entender que sus versos en­
vuelven terribles acusaciones contra Nerón y contra los
»3
102 LOS CEROS DE CERO

vicios de los gobernantes, y casi no hay un prólogo ni


una biografia de Persio en que no se cuente que el poeta
habia llegado á escribir este verso :

Auriculas asini Mida rex babet

que traducido al castellano dice :

« El rey Midas tiene orejas de pollino,»

pero que, como Nerón podia interpretar que se le apli­


caba, se cambió en estas palabras ;

¿Auriculas asini qui non babet?


¿ Quién no tiene orejas de asno ?

A pesar de que no eran ciertamente un ataque al César


que probara una predestinación al heroísmo, y aunque
ninguna de las dos versiones tiene gracia, sin embargo
Persio dice á renglón seguido :
Y por la Iliada
No cambio el gozo que esta risa encierra.
(Traducción del Sr. Vigil.)

Rasgo de modestia envidiable.—También quieren de­


cir que algunos versos de la sátira I son parodias de los
de Nerón; pero por más que le dan vueltas á todo esto,
no llegan á convencernos de que tales ataques de Persio
contra la tiranía valgan la pena.
Respecto á la moralidad del poeta, sí confieso que es
cierto que Orígenes y Tertuliano y muchos doctores de
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS IO3

la Iglesia llegaron á considerarle como una especie de pre­


cursor de la moral cristiana, que así lo aseguran todos
sus panegiristas incluso Moreri.
Pero todo ese prestigio, como dice Dusaulx, ha pasado
ya de moda, á pesar de que hace dos siglos todavía el
mismo Quevedo se inspiraba en el poeta latino, como
dice el Sr. Vigil en el prólogo de su traducción, citando
en su apoyo á Gonzalez de Salas en la edición de las poe­
sías de Quevedo de 1648.
Todos los escritores imparciales se preguntan y discu­
ten por qué alcanzó tanta popularidad Persio, y todos
vienen á dar en que Quintiliano dijo en sus « Institucio­
nes de Oratoria» (libro I, cap. X): «Persio, aunque
sólo escribió un libro, alcanzó mucha y muy verdadera
gloria,» yque Marcial (libro IV, EpístolaXXIX) dijo:
« Persio tiene más reputación con un solo y pequeño li­
bro, que Marsus con su Amazonaida; » y además de esto
el prestigio que le da su oscuridad.
Quizá se crea que por no ser admirador de Persio, no
le miro rodeado de esa gloria con que le revisten sus pa­
negiristas; pero para librarme de este cargo, he citado
todos los autores que me han enseñado á juzgarle, y pue­
do asegurar que otro tanto se queda en el tintero por no
fastidiar al respetable público.
Entre todas las traducciones que he visto de Persio,
aun en francés y en italiano, ninguna me ha parecido tan
buena como la de nuestro compatriota Vigil; y no se diga
104 LOS CEROS DE CERO

que un mexicanismo mal entendido me hace prorumpir


en esta alabanza, porque unos traductores tan literalmen­
te vierten las palabras de Persio, que á pesar de todas las
notas, apénas puede comprenderse el sentido, y otros con
tanta libertad dan vuelo á su fantasía, que más bien pare­
cen autores que traductores.
Vigil, sin caer en ninguno de estos dos extremos, pro­
cura acercarse al original, dando á los lugares oscuros un
giro tal, que á estudiarse sólo esa traducción, parecería
imposible que tantas dificultades encerrara el original.
El estilo que adopta Vigil es digno del austero estoico
romano, y el lenguaje es correcto y severo.
La introducción de Vigil es notable; campean allí la
erudición, el juicio, y sobre todo la honradez; tiene con
los otros estudios que sobre Persio hemos leído, los pun­
tos de contacto inevitables cuando varias inteligencias
discurren sobre un mismo asunto; pero hay en él mucha
novedad y consideraciones originales.
Respecto á las notas, punto muy importante en la tra­
ducción de los clásicos, las hemos comparado escrupulo­
samente con las de otros traductores, y á excepción de
aquellas que aclaran un punto histórico ó geográfico ya
muy conocido, en todas ellas se demuestra nuevo é ím­
probo trabajo.
Vigil llevó á cabo una empresa que le honra y que da
gloria á las letras mexicanas. ¡ Ojalá que el tiempo que
en eso empleó lo hubiera ocupado en traducir á Juvenal 1
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS IO5

Quien ha hecho alarde tal de sus conocimientos, bien pu­


do haber obsequiado á sus contemporáneos con una tra­
ducción del príncipe de los satíricos romanos.
Querer traducir y explicar á Persio hoy, equivale á
que dentro de mil ochocientos años quisieran traducir y
explicar el Ahuizote: cada renglón seria una oscuridad
y cada palabra necesitaría una nota.
Para dar de esto una idea á nuestros lectores que no
estén familiarizados con esa clase de estudios, vamos á
poner una quintilla sobre cosas del dia con las notas que
necesitará para traducirse dentro de diez y ocho siglos :

Ya en los de Ramoncito1 colocado,1


Después que á Salvador’ pagué tributo,4
Fui al asilo por Valle gobernado;5
De allí, por la epidemia6 acobardado,
Vóyme, y en la de Pane7 me zambuto.8

> Ramon Guzman, empresario de los ferrocarriles urbanos de vía ancha, según puede
verse por los periódicos contemporáneos. Parece que la mayor parte de sus amigos le 11a-
maban Ramoncito, quizá porque fué muy desgraciado en sus empresas.
% Quiere decir que entró á uno de los coches, pues según noticias, los reglamentos de
Me tiempo prohibían ir en las plataformas, aunque autores muy respetables afirman que
solia quebrantarse el Reglamento todos los dias.
3 Salvador Malo, empresario de los ferrocarriles de via angosta.
4 La opinion más bien recibida es que en estas lineas se pagaba por caminar, una mo­
neda que en aquellos tiempos se llamaba medio real. Véase sobre esto á Orozco y Berra,
antiguo escritor.
5 Se cree que hubo un Valle llamado por algunos de sus contemporáneos Guillermo,
Y se duda de si seria el mismo á quien otros designaron por Vallecito. Varios opinan que
cra un general tlaxcalteca, y gobernaba un Establecimiento que se llamó Hospicio de Po­
bres, que por ser de pobres, debió estar siempre muy concurrido.
Los periódicos de aquellos tiempos refieren que hubo epidemia de tifo en ese Esta­
blecimiento, y la colocan en el consulado del general Valle.
ιο6 LOS CEROS DE CERO

7 Pane, parece que era el nombre que daban los mexicanos á las albercas. Asientan
unos que este nombre se tomó de un empresario, y otros dicen que está sacado de la frase
latina : pane lucrando; es decir, baños para ganar el pan.
8 Zambuto, palabra de baja mexicanidad, que significa hundirse, introducirse, entrar,
meterse, sumirse ó zabullirse en el agua. No la hemos encontrado en ninguno de los tra­
tados de política de aquellos tiempos, por más que muchos entraran, se metieran ó se za­
bulleran.

Parecido á este es el trabajo de interpretar á Persio;


quizá tengan ustedes el mismo ¡oh lectores! con este ar­
tículo.
IGNACIO AGUI LAR Y MAROCHO
AGUILAR Y MAROCHO

in contar con las alas de paloma que nuestro que­


rido poeta Carpio deseaba

para cruzar los valles y los ríos,

Cero, que hace dias se está cerniendo sobre el campo libe­


ral, pasa en un momento á los últimos reductos del par­
tido conservador á buscar allí, en prueba de imparcia­
lidad, el hoy escogido, si no por su corazón, sí por su
pluma.
¿ Quién será de ese compacto grupo el que merezca
romper la marcha en el desfile de las notabilidades vi-
vientes del partido neocatólico?
Indudablemente es un hombre que á primera vista
aparece como jefe del grupo militante. . . . Le estoy mi­
ιο8 LOS CEROS DE CERO

rando. . . . tiene una estatura regular, al ménos en nues­


tra raza; representa mayor edad de la que realmente cuen­
ta; los disgustos políticos y las enfermedades, han hecho
que los años pesen más duramente sobre su cabeza que
se ha inclinado ántes de tiempo, y los múltiples surcos
de su tez pálida dan á su fisonomía un aspecto que no
debería tener si su vida se hubiera deslizado tranquila so­
bre el bufete y entre los in folium del jurisconsulto.
Pero el torbellino de la política le arrebató hasta lle­
varle á un Ministerio, y muchos de sus años han corri­
do entre las sombrías y agitadas esperanzas del conspi­
rador. Su inteligencia le ha colocado muchas veces á la
cabeza de su partido, y su constancia, que otros llamarían
obstinación, le ha hecho sobrevivir al naufragio de sus
banderas y á la deserción que ha aclarado las filas de
sus compañeros.
Ya se entiende, y si no, debe de entenderse, que nos
ocupamos de Don Ignacio Aguilar y Marocho, y aun­
que de paso hemos tocado su vida pública, más bien ha
sido como muestra de su carácter que como apreciación
de su credo político.
Él y Cero han estado siempre bajo opuestos estandar­
tes; Aguilar se ha aferrado al lábaro de Constantino, co­
mo aquel griego Kynégyros, de quien cuenta Herodoto
que asió con la diestra mano la proa de una nave enemi­
ga; cortáronsela con un golpe de segur; se asió con la
siniestra que también perdió, y entonces se aferró con
GALERIA DE CONTEMPORANEOS IO9

los dientes, hasta que un tercer golpe le hendió el cráneo


y le hizo perder la vida, como Jaafar el lugarteniente
de Mahoma en la batalla de Muta contra las tropas del
emperador Heraclio. Jaafar llevaba la bandera santa
del Profeta; perdió la mano derecha y enarboló la ban­
dera con la izquierda; perdió también ésta, y con los pu­
ños sangrientos sostuvo aún el estandarte sagrado hasta
que cayó atravesado por cincuenta heridas (así al ménos
lo cuenta Gibbon apoyándose en la autoridad de Abul-
feda); ó por último, para que no falte un cristiano, tercer
ejemplo, tomado del Padre Mariana en su historia de
España, como el alférez Olea, que en la batalla de Can-
tespina, por defender el pendón de Castilla contra las
huestes de Alfonso el Batallador, perdidos ya uno y otro
brazo, se arrojó en tierra, protegiendo con su cuerpo el
estandarte que no consiguieron arrancarle hasta después
de haberle cercenado la cabeza.
Pero aunque Cero haya visto en opuesto campo al
redactor de La Voz de México, hoy, al ocuparse de él, le
dice lo que el gran Quintana al héroe de la batalla de
Trafalgar:
Terrible sombra,
No esperes, no, cuando mi voz te nombra,
Que vil insulte á tu postrer suspiro :
Inglés te aborrecí, y héroe te admiro.

Inútil seria buscar el tipo de Aguilar entre los que nos


ha traído la historia de la edad hioderna, contándose ésta
14
no LOS CEROS DE CERO

desde la Dieta de Worms como quieren unos de un lado


del Rhin, ó desde la revolución francesa, como preten­
den los de la orilla opuesta.
Aguilar pertenece de derecho por su carácter, á los
cristianos del cuarto siglo de la Iglesia; estudiándolo bien,
se comprende que debe de llevar el espíritu de uno de
aquellos terribles contendientes de las luchas teológicas
bajo los reinados de Constantino y de Constancio. Al
verle cruzar silenciosamente por las calles, se siente algo
como si se viera á Atanasio el de Alejandría, ó á Arrio su
poderoso enemigo.
Aguilar—diría uno de los partidarios de Darwin—es
un atavismo político, literario y religioso; entre los ante­
cesores de este señor debe contarse San Cirilo de Alejan­
dría: el alma de Aguilar, diría un discípulo de Alian
Kardec, en otra encarnación ha de haber tomado parte
muy-activa en la sangrienta cuestión de la consustancia-
lidad.
Los combates entre los bomoousianos y los bomoiousia-
nos deben de haber fatigado ese espíritu nutrido con el
estudio abstracto y difícil del logos de Platon trasplan­
tado á los inabordables limbos de los tres principios ir-
chicos.
En el Concilio de Nicea, Aguilar, en esencia, comba­
tiría sin duda los primeros y vigorosos arranques de la
doctrina heterodoxa, luchando contra Eusebio de Cesá­
rea y Eusebio de Nicomedéa.
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS III

Aguilar es un hombre á quien puede buscarse entre los


personajes de los escritos de San Epifanio, de Sozóme-
no, de Tillemon y de San Ambrosio; se puede pensar
de él, que como S. Ignacio de Loyola, divide sus horas de
estudio y meditación entre «La Imitación de Cristo,»
atribuida á Kempis; la «Acta Sanctorum,» del padre Bo­
tando, y libros de Caballería como el Amadis de Gaula,
Palmerin de Inglaterra, Florismartede Hircania ú Oli­
vante de Laura.
Si en el último cuarto del siglo XIX, el ruido de tas
máquinas y el estallido de los cañones de Krup no dis­
trajera tanto la atención de los escritores y de los políti­
cos, muchos en México se habrían fijado ya en el carác­
ter de Aguilar, tan completamente extraño á la época en
que vivimos.
Los hombres como Prudhome, se adhieren á una es­
peranza; los hombres como Aguilar se adhieren á un re­
cuerdo; los unos sueñan en una creación ilusoria; los
otros en una resurrección imposible. Muchas generacio­
nes cruzarán sobre el planeta que habitamos, y no llega­
rá á nacer nunca el Mesías de los hebreos; muchas han
de tornarse polvo también, y no volverán nunca á la vida
ni Alejandro, ni César, ni Pompeyo.
Pero unos y otros tienen su fe, y la fe es una virtud
muy rara en el siglo del fonógrafo y del fotófono.
Aguilar, en su juventud era poeta; quizá lo sea toda­
vía; la facilidad y la gracia de sus versos, hacen sensible
II2 LOS CEROS DE CERO

que haya abandonado la lira de Apolo por la pesada plu­


ma de la gaceta.
¿ Quién no recuerda aquellas chispeantes décimas de la
batalla del Juéves Santo? Aguilar las escribió cálamo cur-
rentey y aunque inspiradas por la pasión política, cuando
su autor estaba oculto, distan mucho de semejarse á esos
libelos en que la ruin personalidad y el grosero insulto
quieren hoy entre nosotros ocupar el lugar de la sal ática
y de la fina alusión de los escritores del siglo de oro de la
literatura. ¿Quién no sabe de memoria las siguientes
preciosas décimas de la composición citada?

De tu casa en el blason
£s bueno que se registre,
Con escudo, lanza en ristre,
Manopla y yelmo, un campeón,
Que al correr de su troton
En la plaza principal,
Entre aplauso general,
Se vea con estudio y arte
Pasando de parte á parte
A la iglesia Catedral.

Moribundas dos navetas,


Desangrándose un telliz,
Manca una sobrepelliz;
Una alba huyendo en chancletas;
Una estola con muletas;
Prisioneros dos manteos;
Dispersos seis solideos;
Contuso un bonete adulto
Y un misal pidiendo indulto,
Estos serán tus trofeos!
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 113

Este es un cuadro vivo y palpitante que no se hubie­


ra desdeñado de honrar con su firma el duque de Rivas;
y el mismo Juan José Baz contra quien iba dirigida la
sátira, celebrócomo hombre de mundo vde talento la ins-
piracion del autor y la gracia de las décimas.
Por honra de la literatura mexicana, Aguilar debió de
consagrar á la poesía esas dotes intelectuales que se con­
sumen hoy en la fatigosa redacción de La Voz de México.
Así nuestra patria hubiera tenido quizá un Quevedo,
y algo más sobre que hablara el pobre Cero.
Pero la culpa es de Aguilar y Marocho, á quien, si­
guiendo el lenguaje católico, le podemos decir que el dia
del juicio final, en que como dice el catecismo del P. Ri-
palda, todos hemos de comparecer resucitando con nues­
tros propios cuerpos, le tomará Dios estrecha cuenta del
rumbo que ha dado á su barca, y quizá se le pregunte con
voz terrible, como el Señor le preguntó á Cain: Igna­
cio, ¿qué has hecho de tu musa ? y D. Ignacio, que no
habrá perdido sus recuerdos de México, contestará con
aquel verso del Jarabe:

En fin, ella se ausentó


Sin darle ningún motivo ;
Por tres dias que no comió
Ya no quiso estar conmigo.

Después de esto, tal vez se creerá que en su trato fa


miliar, D. Ignacio Aguilar es un hombre seco y de po-
ÎI4 LOS CEROS DE CERO

cas palabras, de quien se puede decir lo que creo que San


Basilio dijo de uno de los arzobispos de Constantinopla:
«católico sin unción y justo sin caridad.» Pues nada de
eso; como otra prueba de que el estilo no es el hombre,
Aguilar es muy afable en su trato, gracioso y jovial en
su conversación, y eso á prueba de golpes de fortuna y de
persecuciones políticas.
Su honradez ha resistido hasta la pluma de sus enemi­
gos, y ni por calumnia le han llamado picaro; ha vivido
la vida del contraste; poeta y jovial, ha pasado muchos
años escribiendo artículos'dignos de un teólogo; crecien­
do en medio de la revolución reformista, ha profesado con
encarnizamiento las doctrinas conservadoras; no ha cedi­
do jamas un palmo de sus opiniones; es como era y será
como es.
Gritos discordantes forman la armonía de la humani­
dad. En este gran compuesto cada componente tiene su
razón de ser, y forman el admirable cuadro de la marcha
del espíritu humano, Voltaire y Santo Tomás, Safo y
Santa Teresa, el cosmos de Anaximeno ó de Indico Pleus-
tos y el cosmos de Humboldt y de Laplace; las slocas de
Manu, los Souras de Mahoma y los versículos de la Bi­
blia; los ejércitos de César y las hordas de Atila; la In­
quisición y la Comuna; la Constitución de 1857 y el Syl­
labus ¡ La Voz de México y La República; Aguilar y Juan
José Baz.
GUILLERMO PRIETO
GUILLERMO PRIETO

jpfflÁs cansado que quien escucha un discurso de D.


I Irjífr Jos® María Mata, y con más honda sensación
^y^bKyl que la que le produjo á Boissy d’Anglas ver á
J osé Rafael Alvarez cruzar en pantuflas verdes el salon
de sesiones del Cuerpo Legislativo, no tomaria hoy la
pluma para pintar otro Cero en una cuartilla de papel, si
no hubiera tenido dichoso encuentro con una persona
digna de ser tratada con mayor miramiento que el que
usa para con su piocha color de llamas el diputado Ra­
mon Cadena, ó para con sus quevedos de oro y cristal de
roca el senador Genaro Raigosa.
Angelico de Fiessola (cuentan las crónicas) se ponia
de rodillas para pintar sus Madonas; yo, para escribir
este artículo, debo tener el sombrero en Ja mano izquier­
da, á no ser que prefiera dictarlo, en cuyo caso no hay
116 LOS CEROS DE CERO

inconveniente para tenerle en la diestra, y esto porque


voy á ocuparme del veterano de nuestra literatura, del
más inspirado de nuestros poetas líricos.
Pero es el caso que como escribo dentro de mi casa,
y ni sopla el viento, ni me molesta el sol, mi sombrero
está lejos y no necesito tenerle ni en una ni en otra mano,
y además, como he venido al mundo en el siglo de to­
das las herejías, religiosas, políticas, científicas, sociales,
etc., etc., etc., inspirado por el maldito espíritu del siglo,
pierdo el respeto que debo á mi hombre y arremeto con
él, no sin exclamar como el senador aquel de « La Caba­
ña del tio Torn :» ¡ Otra ilegalidad ! ¡Otra murmuración!
A ejemplo de los buenos historiadores, hago primero
la descripción del terreno y luego paso á la narración y
á los comentarios.
Mi personaje cubre su cabeza con negro y polvoroso
sortibrero de anchísimas faldas; sus vivos pero pequeños
ojos, se cierran y abren diez veces en cada palabra; sobre
su nariz, que debió de ser aguileña, vacilan unos anteo­
jos de varillas de oro; su bigote gris se junta con la pio­
cha, ocultando unos labios sutiles que á su vez encubren
una dentadura que ha sufrido « avería. »
Su levita, holgada y de buen paño, ostenta en la cor­
teza de polvo que la cubre, las huellas de las últimas go­
tas de lluvia que le cayeron encima á principios del mes
pasado, como esos ejemplares que guardan cuidadosa­
mente los geólogos, de formaciones que conservan las
GALERIA DE CONTEMPORANEOS II7

impresiones de la lluvia; su corbata se mueve á volun­


tad, por sí sola; en el cuello y en la pechera de su cami­
sa suelen aparecer dos enormes brillantes que recuerdan
los esplenderos de Sirio ó de Arturus en las noches de
Enero.
Por estos pequeños rasgos se ve que nuestro hombre
no es precisamente lo que nosotros llamaríamos un buen
mozo, y los españoles en Madrid un mozo muy guapo.
Claro; hay todo un abismo, y abismo insondable entre él
y Abdallah, hijo de Abdul-Motalleb y padre del profeta
Mahoma, de quien se refiere que era un hombre tan bello,
que la noche de su matrimonio con la hermosa Amina,
doscientas doncellas murieron de celos y desesperación.
Me sospecho (aunque sin fundamento) que Guiller­
mo Prieto, que es de quien me ocupo, no ha tenido la
desgracia de que murieran por él doscientas doncellas, y
aun quizá quizá, ni una de las viudas que pensionadas
por la Nación, sufrieron (sin paciencia) largos ayunos
y abstinencias en los períodos en que él dirigió el Minis­
terio de Hacienda. Pero como no presento á Guillermo
de candidato para modelo en la Academia de San Cár-
los, ni de tipo para los elegantes de México, dejemos sus
prendas materiales, que harta materia han dado ya ellas
á los periódicos de caricaturas.
Prieto es el poeta más grande de cuantos han nacido
bajo el cielo de México, y su vida entera está ligada á los
sucesos memorables de la patria.
Il8 LOS CEROS DE CERO

Todo periódico ilustrado y sensato de los publicados


en este país, en el espacio de treinta años, ha engalana­
do sus columnas con los cantos de Prieto ; las luchas civi­
les le han dado argumentos para canciones, que entre
nosotros serán, como las de Beranger para los franceses,
la sublime expresión de los sentimientos del pueblo.
¿ Queréis recordar nuestro retroceso de la libertad á la
opresión y á la dictadura? Haced que os toquen los can­
grejos,
¿Queréis grabar en vuestra memoria las atrocidades
de Santa-Anna? Leed los « Viajes de orden suprema» y fi­
jaos en los romances de aquellas páginas.
¿ Queréis saber cómo se distinguían aquí los partidos
reaccionario y liberal, llamados mocho el primero, y puro
el segundo ? Pedid que os canten los moños verdes,
¿Necesitáis ver expresados en hermoso y galano idio­
ma los sufrimientos, las amarguras, las esperanzas de
los peregrinos de Paso del Norte en tiempo de la In­
tervención? Leed los romances « Recuerdos de la Fron­
tera. »
Y para ver al pueblo de este país en toda su audacia,
su arrojo y su gracejo, abrid ese libro intitulado: «La
Musa Callejera. »
Prieto firma con su nombre sus cantos sublimes, y
con el conocidísimo pseudómino de «Fidel» sus ver­
sos populares.
« Para conocer las costumbres del pueblo y poder re-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS II9

tratarlas en romance,-decía una vez en el Liceo Hidal­


go Ignacio Ramirez,-se necesita ser Guillermo Prieto;
y quien no tenga la misma facilidad que él tiene, que
renuncie á ser poeta con el mismo dolor con que Gui­
llermo renunció la cartera. »
En efecto, asombra, cautiva, fascina la musa de Prie­
to; alguien quiso imitarle y el público le castigó esa prQ-
fanacion apenas lanzó audaz su primera parodia.
Prieto, que llora y palpita, y jadea y tiembla y se es­
tremece en la tribuna, y que en nombre de sus canas y
de sus desengaños, de sus tempestades y de sus dolo­
res, pide enérgicamente en la Cámara que se reforme
cualquier dictámen presentado por la Comisión de Po­
licía, es el primero, el más grande, el más inspirado, el
más mexicano de nuestros poetas cuando canta las glorias
ó las heridas de la patria.
Un dia, el 8 de Setiembre de 1872, habló en el bos­
que de Chapultepec, pintando el heroísmo de los que
en tan hermoso sitio pelearon contra los invasores en
1847, Y parecía cuando hablaba que los ahuehuetes re­
cobraban su sávia primaveral al recoger aquellos ecos,
que pueden llamarse de la gloria y de la libertad.
¿Y su oda á Zaragoza? ¿Y su canto á Juarez?
¡Ah! cuán grande es ese viejo risueño y cariñoso que
apénas es comprendido y estimado por esos literatos de
última hornada que se han extendido como una sombra
sobre el periodismo, sobre Ja tribuna y sobre el Parnaso.
120 LOS CEROS DE CERO

Prieto, el último veterano de la guardia vieja de la


literatura patria; el compañero de Lacunza, de Rami­
rez, de Calderon, de Rodriguez Galvan y de Zarco, de­
be sentirse huérfano y extranjero en el mundo literario
que hoy le rodea.
Los nuevos poetas á quienes más ha estimulado le
han vuelto la espalda y le acusan ¡espantaos! de retró­
grado.
¡Cómo! me diréis, ¿por qué?.......
¡ Ah ! Prieto es defensor ciego de la Constitución de
57, de esa ley suprema, base y fundamento de nuestro
modo de sér político.
Y para el grupo nuevo, para los que se han educado
á plena luz con Mili, ó con Baine, la Constitución es
una cosa vieja é impracticable, es una serie de falacias que
no caben dentro del límite lógico en que deben encer­
rarse las verdades científicas.
Prieto para ellos es un palabrero, un fantasista, qui­
zá un enajenado; para mí, es un gran poeta, un leal pa­
triota, un liberal que ha difundido las ideas regenerado­
ras, lo mismo en el artículo extenso que en el discurso
breve, lo mismo en el canto épico destinado á conmemo­
rar grandes hechos, que en el romance ligero y picares­
co, dedicado á describir un fandango ó á ensalzar los
amores de la china.
Prieto, progresista ó retrógrado, será siempre el or­
gullo de nuestra poesía, gala de las letras mexicanas, in-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS III

térprete fiel de la manera de ser y de pensar del pueblo.


De Guillermo Prieto, como orador puede decirse lo
que dijo de Quevedo el gran Quintana: « es extremado. »
Cuando Prieto habla en una de esas discusiones en
que no se agita cuestión grave sino que se trata sólo de
la dispensa de derechos fiscales á las farolas que van á
colocarse en la plaza de una pequeña población, de la
manera con que debe interpretarse un artículo del re­
glamento interior de la Cámara, ó de la pension que so­
licita la viuda de un retirado que murió á consecuencia
(remota) de sus campañas, entonces procurad no oirle
porque perderíais la ilusión por el tribuno.
Entonces su discurso lento y monótono se arrastra
pesadamente por la tierra procurando en vano levantar
el vuelo á regiones más elevadas: entonces Prieto vaci­
la, balbute, se detiene, repite las palabras, las ideas, las
frases enteras, parece como que sólo habla su boca y su
espíritu está en otra parte; él mismo, se retira descon­
tento de la tribuna, y de seguro nadie se acerca á felici­
tarle.
Pero, esperad : Llega un momento supremo ; un gran­
de interes de la patria ó de la humanidad, le hacen to­
mar la palabra, y entonces la inspiración con su soplo
de fuego enciende el cerebro del viejo cantor de la liber­
tad; y su palabra, brota fácil, ardiente, conmovedora,
sublime; el silencio más profundo en las tribunas y en
los bancos de los representantes prueba que todos escu-
122 LOS CEROS DE CERO

chan con una profunda atención, y vibra su acento le­


vantando un eco de ternura ó de entusiasmo en todos
los corazones. Entonces no es el Guillermo Prieto de
las letrillas y de los romances, el amigo chancista y de­
cidor, á quien todos hablamos de «tú»; no es Fidel el
de los artículos de costumbres, es un hombre superior
que se levanta sobre todos nosotros, es un espíritu ilu­
minado que se cierne más allá del mezquino relieve de
las cosas vulgares.
Quizá no hallaréis en sus oraciones, ó más bien dicho
en sus arranques épicos, las aplicaciones de las reglas que
los grandes maestros de la palabra han señalado para la
corrección de un discurso; quizá leyendo una de esas
peroraciones os parezca su lenguaje desaliñado; pero no
leáis á Prieto, oídle. ¿Quién trasladará jamas al papel
el salvaje rugir de la catarata? ¿Quién exige del brami­
do de los huracanes, del pavoroso retumbar de la tem­
pestad, ó del gemido de las auras entre las juncias, las
clásicas armonías de Haydn, de Beethouen, de Mozart,
de Haendel ó de Wagner?
Hermosos y conmovedores son esos inmensos ruidos
de la naturaleza, aunque no haya diapason capaz de en­
cerrarlos y de sujetarlos á las leyes de Ja armonía.
Como poeta Guillermo Prieto ha cultivado con espe­
cialidad la oda y el romance: la una le ha valido la cele­
bridad como gran poeta; el otro el renombre de poeta
popular.
GALERIA DE CONTEMPORANEOS I23

A ninguno puede aplicarse en México con más acierto


que á Guillermo, lo que D. Antonio Ferrer del Rio dice
de D. Manuel José Quintana: «¿Quién ha podido ne-
« garle jamas el renombre de gran poeta? La musa del
« patriotismo le ha inspirado sus más altas concepciones,
« y los ecos majestuosos de sus cantos enardecieron el co-
« razón de los hijos de España en la época por siempre
«memorable en que el opresor de Europa fué por ellos
«vencido y humillado.»
Guillermo ha sido el único que se ha dedicado á pin­
tar las costumbres de nuestras gentes y las tradiciones de
nuestra historia en esas composiciones verdaderamente
populares que se llaman «romances.»
El «romance» es el patrimonio de los pueblos que
hablan la lengua castellana; en los romances se puede es­
tudiar no sólo la historia del idioma desde que separán­
dose del latin comenzó á tener vida propia como lengua
rústica, susceptible de progreso y perfeccionamiento, si­
no también la historia del pueblo español, sus creencias,
sus inspiraciones religiosas, su espíritu nacional, sus cos­
tumbres, sus héroes legendarios ó reales, sus preocupa­
ciones, sus dolores y sus triunfos. En ese rico joyel del
idioma castellano, que se llama el ¡Quijote, como diaman­
tes incrustados lanzan fulgores los fragmentos de ro­
mances sabiamente escogidos que el inmortal Cervantes
sabe tan á proposito presentar.
El romance, proscrito muchas veces, como obra del
124 LOS CEROS DE CERO

mal gusto y propia sólo de la gente vulgar, levantado


otras á grande altura, en las alas del genio por Quevedo,
Lope de Vega, Góngora, y otros, ha llegado hasta el du­
que de Rivas, siendo siempre la poesía por excelencia
para los pueblos que hablan la lengua castellana.
Prieto ha escrito muchos romances; quizá es el único
que en México ha cultivado este género de poesía.
Sus romances históricos son buenos, tienen ese sabor
arcaico que podemos llamar clásico, y al leer esos roman­
ces se recuerda involuntariamente aquellos famosos

Mediodía era por filo,


Las doce daba el reló,
Comiendo está con los grandes
£1 rey Alfonso en León.

ó el de Juan de la Encina

Gritando va el caballero
Publicando su gran mal,
Vestidas ropas de luto
Aforradas en sayal.

Con esos romances históricos Prieto presta un servicio


á su patria, forma tradiciones de gloria para un pueblo
que las tiene siempre en olvido, cuando no por desgra­
cia en desprecio.
Sus romances de costumbres, jocosos ó satíricos, de­
generan algunas veces por demasiado llanos, unos, por
lo malamente conceptuosos otros, y muchos por la elec-
GALERIA DE CONTEMPORANEOS I25

cion de asuntos que no son dignos de la pluma que de


ellos trata. Realmente tienen esos romances el defecto
de confundir el «pueblo» con el populacho, la clase po­
bre con la canalla.
Guillermo ha escrito para el teatro dos piezas; una co­
media que se llamaba el «Alférez:» dice que fué muy
aplaudida; hay que creérselo porque confiesa que la otfa
arrancó una silba espantosa: se intitulaba «Los tres bo­
ticarios.»
Ya tres boticarios juntos es mucho para una comedia;
por otra parte, parece que además de su botica cada uno
de ellos tenia en la pieza un argumento separado, que el
público no comprendió, ó mejor dicho, comprendió muy
bien que aquella no era comedia, y

Desde la primera escena


(Y por cierto que es muy buena)
Sentí levantado el látigo
Contra mi drama, ¿que tal?

Según noticias, Guillermo vió desvanecerse allí sus ilu


siones de autor dramático.
Los tres boticarios entraban y salían á la escena, y

¡ Animas del purgatorio


Cuál bufaba el auditorio !

Y Prieto ménos constante, ménos enérgico que Cha-


vero y Juan Mateos, huyó de las glorias dramáticas, po-
16
126 LOS CEROS DE CERO

niendo, como los antiguos caballeros, su vista en Dios,


y su corazón en su «musa callejera.»
De las tres unidades clásicas, sólo hubo una en « Los
tres boticarios,» la de acción, y esa, era el público quien
la observaba al silbar la pieza.
MANUEL PEREDO
EL DOCTOR PEREDO

i el cartabón que señala la estatura de los grana­


deros fuera el punto de partida para escoger á los
poetas, de seguro que Fergusson y Pancho Vera
serian como Homero y Virgilio y el Dr. D. Manuel Pe-
redo, â quien por antonomasia llama el vulgo Peredito, seria
cuando más evangelista, no de los cuatro de la Sagrada
Escritura, sino de aquellos que inspirándose al aire libre,
ocupan el último peldaño de esa escalera en cuya más ele­
vada meseta pasean el Dante y el Petrarca, y Quintana y
Píndaro; pero en cuyos descansos asoman de cuando en
cuando cabezas conocidas que nos hacen exclamar unas
veces ¡ ¡ ¡Juan Mateos ! ! ! ! otras ¡ ¡ ¡ Terrazas ! ! ! ! otras
t ¡ i Justo Sierra! ! ! ! y otras ¡ ¡ ¡ Sixto Casillas ! ! ! !
En el camino del Parnaso no hay que ofenderse por
128 LOS CEROS DE CERO

la compañía, sino recordar aquello de nuestro malogrado


Rodríguez Galvan :

A caballo y con arnés


Unos, ó en coche magnífico,
Otros en asno pacífico,
Y los más en cuatro piés.

En tan angosta vereda


Mezclados van pobre y rico ;
Si el grande atropella al chico,
Atropellado se queda.

Pues el Dr. Peredo es chico de cuerpo, lo cual no es


afrenta, ántes economía, que en buena ley ménos género
debe de gastar él en una capa que D. Vicente Mañero
en un chaleco, y como último recurso en alguna de esas
inundaciones de que dicen que dicen los sabios está ama­
gado México, no seria difícil que nuestro querido doctor
pudiera salvarse viento en popa á toda vela en una pantufla
de D. Pomposo Verdugo.
Pero la gloria no es sólo de los hombres de gigantesca
corpulencia, que si Basilio el Macedonio debió á su ele­
vada estatura y á su prodigiosa fuerza muscular el impe­
rio de Constantinopla, Juan Zimicés cuya talla, como
diria Joaquin Alcalde ú otro amigo de D. Pancho Go­
mez del Palacio y de Manuel M. de Zamacona (¡los
hombres de la talla!), era poco más ó ménos la del Dr.
Peredo, también se arropó en la púrpura de Constan­
tino, y llena está la historia del Bajo Imperio de glorio­
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 129

sísimos recuerdos de ese chaparro como le diría Vallaría.


Alejandro el Grande, que de seguro no llegaria al na­
cimiento del pelo al general Santibañez, según he podido
inferir de lo que dice Quinto Curcio, con un puñado de
macedonios causó más terror en la India, que el que cau­
san á los indios de México los empleados del Municipio
que van á cobrar la contribución del viento, gabela que en­
tre paréntesis fué inventada allá en el año de 550 por el
emperador Justiniano, el mismo del Código y del Di­
gesto, y á quien es fama que le reza todas las noches una
estación el apreciable romanista D. Ezequiel Montes.
Pues y los dos Napoleones, el de Waterloo y el de Se­
dan, ¿ acaso podrían calzarse unas botas fuertes de Loae-
za ó de Antilion?
Hasta Atila, según nos cuenta Prisco, era un chaparrón
fornido y rubio, y aunque no con líneas tan suaves, ni con
maneras tan corteses, ni con palabras tan dulces, pero así
como el Lie. Inda, sin aquello de andar dormido en la
calle ni otras pequeñeces.
Dionisio el exiguo, que tanto influyó con sus cálculos
en la cronología eclesiástica, pequeño debió ser para que
hasta hoy le llamemos el exiguo, ¿Y Pedro el ermitaño?
Armó á la Europa contra la Asia, y no paró hasta coronar
en Jerusalem á Godofredo de Bouillon, y esto teniendo
él una estatura cuando más alta como la del Ministro
Mariscal, y una robustez que nada tenia que envidiar á la
del ingenioso hidalgo de la Mancha.
130 LOS CEROS DE CERO

¡ Oh, qué reminiscencias históricas tan halagüeñas y


tan estimulantes para hombres de la talla de Félix Ro­
mero y Joaquín Alcalde! ¡Y cómo se han de estar chu­
pando los dedos al considerar que les vendria como anillo
en el dedo, ya que no como pedrada en ojo de boticario,
la coraza de Alejandro Magno, el redingote gris de Na­
poleon I, ó el manto de púrpura de Juan Zimicés! De
seguro que al leer este artículo se van á soñar en Babilo­
nia, en las Pirámides ó en Constantinopla; pero sólo á
Malanco ha cabido tal gloria en compañía de Chucho
Cuevas.
Peredo ha sido parco en crecimiento. Spencer dice,
en sus «Principios de Biología:» «El crecimiento de­
pende, caeteris paribus, de la cantidad disponible de ma­
teria asimilable.» El pobre doctor no debió encontrar
«disponible mucha materia asimilable;» ó quizá, confor­
me á otro principio biológico que asienta « que la canti­
dad de nutrición no debe pasar de la aptitud de asimilar,»
se encontró con la materia disponible pero sin la facultad
suficiente para asimilar la necesaria; lo cierto es que nues­
tro doctor no creció; en cambio es individuo correspon­
diente de la Real Academia española, honor muy mere­
cido, y váyase lo uno por lo otro.
Peredito es un literato que guarda el dulce sabor de
la fraseología de los tiempos de Reyes Veramendi y de D.
Anastasio Bustamante, sobre todo en la conversación fa­
miliar; esto da á sus producciones un temple Cervantes-
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 13I

co, como diria Menendez Pelayo, y estas reminiscencias


de las que puede decirse:

¡Oh dulces prendas por mi mal halladas!


¡Dulces y alegres cuando Dios quería!

como dijo Garcilaso, imitando el

Dulces exuvia* dum fata Deusque sinebant

de Virgilio, son siempre muy agradables. Por ejemplo,


las chinas mexicanas yn no existen sino en los versos de
Guillermo Prieto y en las litografías de cuadros nacio­
nales que se hacen en la casa de Debray; y sin embargo,
á todos nos gusta recordar el tipo de la china.
Peredito (usando de su lenguaje) es lo que se puede
llamar un terrón de amores; jamas se disgusta, y siem­
pre, en medio de su mayor entusiasmo, abre los brazos,
echa la cabeza para atrás, mueve violentamente las nari­
ces, parpadea con rapidez, contrae la boca, y encorva el
cuerpo como buscando el equilibrio de las gafas que ca­
balgan sobre su nariz inquisitorial.
Tiene el doctor mucha gracia para sus versos humo­
rísticos y mucha sal para su conversación. Cuando él lee
sus poesías, se siente uno verdaderamente encantado ; si
el buen lector, como decían los maestros de las antiguas
escuelas, es el que da más sentido á lo que lee, Peredito
no tiene rival, porque posee un caudal inagotable de ges­
tos y movimientos complementarios, como dicen los físi-
I32 LOS CEROS UE CERO

cos hablando de los colores, que llegan á hacer que se


adivine el verso por la acción, ó la acción por el verso.
Otra virtud distingue á Peredito, y es su modestia ; con
lo que él ha escrito y con lo que pueda escribir andarían
otros más orgullosos que regidor nuevo ó que candidato
oficial para diputado.
Peredo se eclipsa; hay necesidad algunas veces para
encontrarle, de echar mano de esas varitas encantadas que
en Jas haciendas y en los pueblos del campo guardan al­
gunos rancheros que tienen ribetes de mágicos para bus­
car tesoros escondidos.
¿ Quién sabe dónde se mete el Dr. Peredo ? Casi, casi,
estoy por declarar que existe en estado latente, y sin em­
bargo, si hay una reunion literaria ó si se representa en
el teatro algun drama de importancia, Peredito aparece
como una evocación; todos los literatos le abrazan, y de
seguro que él no responde una palabra cuando le dicen,
como á las ánimas en pena: «de parte de Dios te pido
que me digas si eres de esta vida ó de la otra.»
El teatro es la gran pasión de Peredo; él ha hecho juicios
críticos de las comedias; es quizás el más asiduo de los
concurrentes á la primera fila de butacas ; ha dado cátedras
de declamación; ha escrito comedias de costumbres y dra­
mas ; ha representado con los aficionados; el último cuar­
tel general que se le conoce es una botica que está frente
al más viejo de nuestros coliseos, y no le falta ya, en ma­
teria de teatro, más que ser foro, bastidor ó bambalina.
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS I33

Como pruebas de su afición al teatro, Peredo las ha


dado más palpitantes que los mártires en las arenas del
Circo; quien aguanta en el año de 1882 el Sancho Gar­
cía de Zorrila, ya tiene para reir de los ratos de mal humor
dé Nerón y de Domiciano.
Quien escucha al Conde de Castilla decir:

¡ Silencio ! en fin al cuerpo demos


El nutrimiento necesario y justo
Los que muy pronto pelear debemos.
Sancho, sírvenos ya que lo tenemos,
Si es de mi madre voluntad y gusto,

y no tiene voluntad y gusto para irse á la cama, es un hé­


roe tan grande como Leónidas, á quien todos los autores
de la antigüedad declaran muerto en las Termopilas, y
sólo al mismo famoso Zorrilla, autor de Don Sancho
García, se le ocurrió matarlo en otra parte, diciendo en
una composición intitulada «La Gloria:»

Por tí una noche con aliento extinto


Tumba Leonides demandó á Platea j

aunque puede ser que este Leonides de quien habla Zor­


rilla, fuera el Lie. Leonides Torres, y Platea fuera alguna
de las plateas del Nacional, que en vez de tumba deman­
dan al buen D. Fernando Batres aseo y abonados.
¡Qué cosas de Zorrilla!
¿ Acaso se puede olvidar cómo puso á los mexicanos
cuando volvió á su patria? Ya se ve, ¿qué podia espe-
17
134 LOS CEROS DE CERO

rarse de un hombre que cantando no sabemos á qué, ha


dicho lo siguiente:
Entre sus ondas
De orlas redondas
De notas hondas
Cuyo hondo son,
Es de la espuma
Burbujadora
Que la devora
La ebullición.

Esto sólo se puede ver como él dice, con

Los desiertos sin luz cóncavos ojos ;

verso que no entenderían todos los averroistas de Cór­


doba que se pelaban las barbas por interpretar á Aristó­
teles, ni todos los teólogos que se quedaron calvos á fuer­
za .de dilucidar el si procede 6 no procede.
El dia ménos pensado, abusando de la magnanimidad
de Peredito, pone en escena D. Perico Delgado La Crea­
ción y el Diluvio Universal del citado Zorrilla, que tiene
todo el corte de las pastorelas del Pensador, y donde se
presentan como personajes: Luzbel, la Tentación, San
Miguel, San Gabriel, Adan, y Eva que no habla, única
novedad del autor, y donde hay versos de este chisgo,
dignos de una novena de Santa Rita, abogada de impo­
sibles :
Orad á Dios que os hace
Progenitores de un mundo,
GALERIA de contemporáneos 135

Orad, y Dios que os infunde


Su fe tan inalterable,
Con su antorcha hasta el sepulcro
Os alumbre y acompañe.

Con los cuales cierra la comedia, el público aplaude,


pide al autor, y como dice Bretón:

Tabló. Dase la batalla


Entre el granizo y los truenos;
Desmáyase Doña Elvira;
El prior canta el Te Deum ;
La fragata se va á pique ;
La bruja baila el jaleo ;
Arde la ciudad, y baja
El telón.
EZEQUIEL MONTES
D. EZEQUIEL MONTES

LGuiEN dijo, y no hace mucho tiempo, que el bus­


to de D. Ezequiel Montes está pidiendo á gritos
los mármoles de Páros ó de Carrara y aunque
pudiera decirse de ese escritor, como el rey Midas en la
zarzuela que lleva su nombre: «me gusta este hombre
porque no es adulador,» sin embargo, parodiando su fra­
se diré yo: que D. Ezequiel Montes está pidiendo á gri­
tos un artículo de Cero.
Realmente, el Sr. D. Ezequiel ha sido un orador no­
table: su voz, su figura, y hasta el nombre que recibió con
las aguas del bautismo, le prestan ese prestigio de profeta
que todos le reconocen.
Podria yo hacer una apuesta: que nadie que haya escu­
chado en la Cámara á D. Ezequiel Montes, cuando oiga
LOS CEROS DE CERO

nombrar al profeta Ezequiel, deja de revestirle en su ima­


ginación con la misma cabellera blanca y rizada, la misma
espaciosa frente, la misma poblada barba, y quizá hasta los
mismos anteojos de oro del actual Ministro de Justicia.
Y que no me vengan con aquello de que el nombre es
el que produce este fenómeno psicológico, porque mu­
chos conocen á Napoleon Saborío, alto, flaco, y de luen­
ga nariz, y á nadie se le ha ocurrido aplicar esa figura al
vencedor de Austerlitz; todos los dias encontramos á
Guillermo Valle y nunca pensamos en ver sobre su ca­
beza el casco del Emperador de Alemania; ni hay dipu­
tado ni concurrente á la galería que al ver que se levanta
á pedir la palabra el apreciable representante de Puebla
Sr. Cantú, se imagine que es el autor de la Historia Uni­
versal.
Montes indudablemente estudió su figura en la juven­
tud para saber qué tipo debía escoger como modelo, y co­
mo era y es decidido partidario del derecho romano y de
los oradores romanos, y de la literatura romana, todo ello
le decidió á tomar ese aire consular y á imaginarse que los
mal ensamblados tablones que forman el recinto de la Cá­
mara de diputados dentro del Palacio nacional, eran la
rostra que, decorada con los espolones de vencidas gale­
ras enemigas, daba su sombra á Hortensio y á Cicerón,
y á Craso y á Caton, y al mismo Clodio. Y con toda se­
guridad la negra y bien cortada levita de paño que cubría
su ancho pecho, le ha de haber parecido á veces á nuestro
GALERIA DE CONTEMPORANEOS I39

querido D. Ezequiel, la garbosa clámide de Pompeyo, y


el lapicero de oro con que hace sus apuntes lo ha de haber
sentido entre sus dedos como el estilo con que Julio César
tomaba notas, se limpiaba las uñas ó se rascaba la cabeza
en sus momentos de distracción.
Hablando con verdad, no nos ha contado Montes nada
de esto; quizá sea un falso testimonio que como los algua­
ciles de Quevedo levantamos sin escrúpulo de conciencia;
pero como hay una regla de moral que dice: no quieras
para otro lo que no quieras para tí, y calumnias de esta
clase más que disgusto nos causarían satisfacción, si en
suerte nos cupiese ser víctima de ellas; el gusano roedor
de los remordimientos no da en estos momentos señales
de vida en nuestro pecho.
No nos ocuparemos de la vida pública de D. Ezequiel,
como político, porque no decimos como Virgilio: Arma
virum que cano; no; vamos á dedicarnos sencillamente al
orador con algunos rasgos del hombre, porque á nuestro
juicio no es cierto que en la tribuna valga la verdad por
sí sola, que, sin dejar de serlo, muchas veces no será creí­
da, al paso que el error estará convenciendo.
Y esto depende de quien habla y de como habla, pues
suele acontecer que se crea lo que no se debe y que se
niegue lo que es un hecho.
Cuentan que cuando el duque de Rivas volvió á Es­
paña después de una larga permanencia en Italia, le pre­
guntó á un antiguo criado que le habia acompañado en
140 LOS CEROS DE CERO

toda la expedición, qué tal le habían tratado sus compa­


ñeros, y el criado le contestó : « muy bien, señorito ; les he
contado muchísimas mentiras de esas tierras por donde
hemos viajado, y todo me lo han creído, y la única verdad
que les he dicho me la han negado y se han reido en mis
barbas, porque les aseguré que en Ñapóles había un cerro
que echaba humo.»
Así son las cosas del mundo; D. Ezequiel tiene una
honradez catoniana, y á pesar de la dulzura de su carác­
ter, cuando se encarama en la tribuna, cuando está sin­
tiendo sobre sus hombros aquella clámide de que ha­
blamos, desplega una energía verdaderamente romana,
pero de los mejores dias de la República, de los buenos
tiempos de Caton el viejo, de Helvidio y de Valerio
Máximo.
En esos momentos puede oirse á Montes; su acento
varonil vibra con el estremecimiento del patriotismo, y
nutrido en la clásica escuela de Cicerón, el orden, los gi­
ros y la elevación de su discurso hacen al auditorio recor­
dar también las tumultuosas sesiones del Senado durante
la conspiración de Catilina.
Pero,—y volvemos á esos peros que son el escollo de
los favorecidos de Cero, el Scila y Caribdis de los que na­
vegan con viento en popa en el mar de nuestros artícu­
los;—pero D. Ezequiel romaniza demasiado; se trata de
una cuestión de derecho público, y nuestro apreciable
amigo quiere resolverla con Antisteo Labeon y con An-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS I4I

teyo Capiton; se trata de una cuestión de derecho inter­


nacional, y entonces ocurre al auxilio de Ulpiano y de
Papiniano; se agita algo de derecho constitucional, y en­
tonces salen á cuento Triboniano, y Cayo y Paulo y Mo-
destino; y los argumentos que como úna granizada se
lanzaban Sabinianos y Proculeyanos y Casianos y Pega-
sianos, y el Código y las Pandectas y la Instituía de Jus-
tiniano, que se llamaron modestamente por el año de 550
los eternos oráculos.
Aquí, sin saber por qué, nos viene á las mientes un re­
cuerdo que, aunque nada tiene que ver, sino que entre tan
respetables materias de discurso aparece como la zizaña
del Evangelio, no queremos dejar en el tintero. Hay una
comedia de cuyo nombre no quiero acordarme, como dijo
Cervantes: una familia quiere montarse á la moda, y man­
dando preparar una comida después de haber oido gran­
des elogios de las trufas, encarga pavo trufado, pastel de
trufas, sopa con trufas, merluza en trufas, trufas heladas,
dulce de trufas, café con trufas, vino con trufas y tabacos
habanos pero trufados.
Seguramente que no se le podia dar mayor disgusto
al Sr. Montes que sostenerle aquello de que Justiniano
y los jurisconsultos que codificaron las leyes, quemaron
orgullosamente todos los manuscritos anteriores decla­
rando que ya nada de eso servia: que el latin de las Pan­
dectas, del Código y de la Instituta no pertenece ni á la
edad de plata del idioma de Salustio; que Justiniano de­
is
142 LOS CEROS DE CERO

claró que se castigaría como falsarios á los que se atrevieran


á interpretar el texto de sus leyes, y que seis años después
declaró también que la primera edición estaba imperfec­
ta, haciéndola cambiar y agregándole más de doscientas
leyes y cincuenta decisiones sobre puntos oscuros, y se­
gún cuenta Procopio, cada año de su largo reinado se
marcaba por alguna novedad en los oráculos eternos,
fuera de aquello que llamaban antinomias^ contradiciones
entre el Código y las Pandectas y eterna desesperación
de jurisconsultos tan eminentes como el Sr. Montes.
¿ Qué hubiera hecho D. Ezequiel sin el descubrimien­
to de las Pandectas en Amalfi, que según cuenta Ludo-
vico Bologniano, fué por el año de 1137?
No nos ocurre contestar esa pregunta como si nos di­
jeran: ¿qué hubiera hecho Bayazeto si Mahoma no nace
ó le queman en Meca ó en Medina?
Los caballeros de la Edad Média, es decir, aquellos
en quienes soñaba Don Quijote, Don Belianis de Grecia,
Don Amadis de Gaula, Don Florismarte de Hircania
y otros, sacaban la espada y arremetían con gigantes y en­
driagos y malandrines, sin pararse en sexo ni edad, ni en
pelo ni en colores cuando se trataba de su dama; así nos
parece que nos ha de arremeter nuestro querido D. Eze­
quiel por haber tomado entre manos, ya que no entre ojos,
su amado derecho romano, y que armado con la espada de
Cujácio ó la lanza de Vinnio, ó la maza de Heinnecio, nos
hace trizas por tan terrible desacato.
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 143

Pero esos golpes, como los del dormido caballero man-


chego, no encontrarán ni gola que segar, ni almete que
hender, ni exila que traspasar, sino la invulnerable, por
triste y desconocida, personalidad de Cero.
D. Ezequiel mira con gran respeto á los hombres de
los pasados siglos, y esto, unido á su veneración por el
derecho romano, le hace suspirar indudablemente por si­
tuaciones políticas de un pueblo que vemos hoy al través
de las mágicas pinturas de la educación escolar clásica.
Es natural: lo que le pasa á Montes ha pasado á todos
los patriotas de todos los países civilizados; las famosas
coplas de D. Jorge Manrique

Como á nuestro parecer


Cualquiera tiempo pasado
Fué mejor,

responden siempre al pensamiento de los hombres re­


flexivos.
Homero pone en boca del sabio Néstor un discurso
que puede traducirse diciendo que el tiempo que era
pasado fué mejor. Demóstenes, lo mismo que Cicerón,
Xenofonte y Tucídides, lo mismo que Tácito y Salustio,
todos los historiadores, los oradores y los poetas antiguos
y modernos de buena fe, han encontrado perverso y cor­
rompido el siglo en que viven, é ilustres y gloriosos los
que no conocen sino por la tradición ó la historia, y este
sentimiento ha hecho brotar á los Horacio, Juvenal, Per-
144 LOS CEROS DE CERO

sio y tantos otros que con sus sátiras nos dejan compren­
der que no fué su siglo, por más que haya pasado, un envi­
diable modelo de virtudes, ni cosa digna el cambiarle por
el que atravesamos, ó mejor dicho, que nos atraviesa á
nosotros.
Como en aquella vieja comedia, que se llama «sueños
hay que son lecciones» (mala y de autor desconocido),
quisiera poder magnetizar á D. Ezequiel, y siquiera en
sueños hacerle vivir en la corte de Justiniano y de Teo­
dora.
¡ Allí de la honradez y la energía de nuestro buen ami­
go ! ¡ qué sustos y qué desengaños encontraría en ese re­
troceso histórico !
Ciertamente: el imperio romano á primera vista po­
dia juzgarse floreciente y feliz.
La gran sedición á la que se dió el nombre de Nika
(vencedor), motivada por Jas facciones del Circo llama­
das de los «verdes » y los « azules,» yque redujo á cenizas
una gran parte de Constantinopla, había sido reprimida;
los vándalos derrotados en Africa dejaban al general ro­
mano la histórica plaza de Cartago; la Sicilia era presa
de las tropas de Justiniano, que invadían después á Ná-
poles y se apoderaban de Roma, sembrando el terror en
los godos, que al fin quedan subyugados; Vitigés cautivo;
el terrible Totila derrotado y muerto; los Búlgaros re­
chazados de Constantinopla por un puñado de veteranos;
Abyssinia conquistada; en fin, Belisario y Narces pasean­
GALERIA DE CONTEMPORANEOS *45

do por todas partes vencedor el lábaro de Constantino;


esta era la situación en materia de guerra y de conquistas.
Por otra parte, los grandes monumentos aparecían
como brotando de la tierra; la iglesia de Santa Sofía des­
truida por un incendio fué reconstruida según el plano
presentado por el famoso Anthemio, ocupándose en los
trabajos más de diez mil obreros, y sin escasear ricos y ex­
traños mármoles de todos colores que eran traídos á gran
costo del Asia Menor, del Egipto, del Africa, de las Gau­
las, de las islas y del continente de la Grecia; el bronce,
la plata, el oro y las piedras preciosas se empleaban con
profusion, y aquella basílica fué una maravilla. El palacio
de Byzancio se reconstruyó con gran suntuosidad; por
todo el imperio se levantaban soberbios templos; casi no
habia santo en el calendario que no tuviese el suyo; todas
las ciudades fueron dotadas de hospitales, acueductos,
puentes; en el camino de Jerusalem se abrieron pozos
para calmar la sed de viajeros y peregrinos fatigados, y se
introdujo en el imperio la cría de los gusanos de seda,
y todas las industrias consiguientes á este nuevo ramo.
Multiplicáronse las fortificaciones de la Europa y de
la Asia de Belgrado al Euxino ; del Sava al Danubio se
encadenaban más de ochenta fortalezas. Seiscientos cas­
tillos fueron reparados, en Dacia, el Epiro, la Thessalia,
la Macedonia y la Thracia; reparáronse los muros de las
ciudades, y se levantó la muralla en Grecia, que comen­
zando en el mar atravesaba la Thessalia, cerrando esa en-
146 LOS CEROS DE CERO

trada que había sido el teatro del heroísmo de Leónidas.


¡Hermoso era aquel cuadro ! peroybajoél ¿quéhabia?
La decadencia y la prostitución.
« La imaginación más fecunda, dice Renan, no podia
« aumentar nada á los sombríos horrores que nos ofrece
«la Historia Secreta» (de Justiniano por Procopio).
« Que se conciba una sociedad desnuda de sentimiento
« moral, en donde la grosera avidez de naturalezas per­
ce versas sea la única ley; un infierno en donde reinan dos
«funestos genios (Justiniano y Teodora) en nombre del
« mal, que lo cultivan con arte, que lo aman por él y por el
« placer que encuentran en hacerlo. Una venalidad inusi-
« tada, una degradación de costumbres apénas creíble; el
«robo organizado; ninguna seguridad personal; herido
«siempre el buen sentido; la razón amenazada; Byzan-
« ció trasformada tan pronto en una casa de locos como
«en un espantoso lugar de asesinatos. Hé aquí la horri-
«ble pesadilla que se desenvuelve en las doscientas pá-
«ginas de ese escrito.»
Y no son estos, gritos de rabia ó de despecho de Pro­
copio en sus «anécdotas,» ni narraciones indignas de fe.
Montesquieu les da entero crédito, y el ilustre historia­
dor Gibbon las acepta apoyándose en autoridades como
las de Evagrio, Juan Malala,Theofano, Sonaras, y otros,
y por ellas nos refiere lo que pasaba en Constantinopla.
Justiniano, criminalmente condescendente, se prestaba
á todos los infames caprichos de su mujer Teodora, la im­
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS H?

púdica comedianta de Chipre, y de sus corrompidos favo­


ritos. Las rentas públicas eran el patrimonio de cortesa­
nos aduladores; los monopolios, el fácil modo de pagar
repugnantes servicios; los empleos y las dignidades se
alcanzaban no por el mérito ni por la aptitud, sino por
medio del cohecho y el soborno, por la vergonzosa con­
descendencia de una esposa ó una hermana, por el silen­
cio y el secreto de una afrenta.
El palacio de Byzancio era un gran mercado de favo­
res y de influencias, en el que Teodora, y su cómplice
la prostituida Antonina, mujer del ilustre Belisario, de
acuerdo unas veces, y en lucha otras con el prefecto del
pretorio Juan de Capadocia, daban el ejemplo y el ánimo
á toda aquella turba de parásitos insaciables.
La honradez era padrón de infamia y motivo aun de
persecuciones, porque presentando insuperable barrera
para la complicidad buscada por los favoritos, acusaba
con su silencio, no más, el crimen y la prostitución.
La impunidad de los partidarios era espantosa. Una
joven se precipitó al Bósphoro por libertar su honra de
la sensualidad de uno de ellos, y ninguno se atrevió á re­
convenir al culpable. Tal era el terror que inspiraban,
porque, como dice Aurelio-Víctor, «en reinados de esta
clase es más peligroso atacar á un favorito que al empera­
dor mismo.»
Juan de Capadocia, el prefecto del pretorio, se distin­
guía sobre todos. « Desde la aurora, dice Gibbon, hasta
148 LOS CEROS DE CERO

«la hora de comer, trabajaba sin descanso por aumentar


« á costa del imperio, su fortuna y la de su amo ; dedica-
ce ba el resto del dia á sus placeres sensuales y obscenos,
« y el temor perpetuo de asesinos ó de la justicia venían
«á turbarle en medio de la noche.» Él fué quien sugirió
á Justiniano la idea de la contribución «del viento,» que
no estaba establecida por ley ni tenia objeto determinado:
el prefecto entregaba al emperador seiscientos mil pesos
cada año, y era libre para reembolsarse esa suma por los
medios que le parecieran convenientes.
Los tributos de las ciudades se aumentaron hasta el
exceso, los impuestos al comercio de importación y ex­
portación crecieron sin regularidad, y se llegó hasta las
confiscaciones para aumentar el tesoro imperial, ó mejor
dicho, de los favoritos de Justiniano y de Teodora.
En cambio la intriga minaba las más merecidas glorias.
Belisario cayendo en desgracia por la envidia, abandona
la Italia cuando iba á destruir completamente á Totila, y
por las mismas intrigas muere después en el mayor aban­
dono, cuando acababa de salvar á Byzancio de los Búl­
garos.
Pero........¿adonde vamos? basta de historia de Occi­
dente; despierto ya á mi querido D. Ezequiel, y le pre­
gunto:
—¿Es verdad que comparados con esos tiempos, se
ven mucho mejores los que alcanzamos? No hay por
que entristecerse. Cosí va il mondo.
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS I49

No por esto se crea que D. Ezequiel pertenece al par­


tido conservador ó reaccionario; no, Montes ha sido en
la tribuna uno de los más firmes sostenedores de las ideas
de progreso, y ya he dicho que entre nuestros oradores
políticos, muy pocos cuentan con las dotes intelectuales
y físicas de que D. Ezequiel dispone; lo que sucede es
que la humanidad, colectiva ó individualmente, camina
siempre, siempre como un borracho, vacilante, unas ve­
ces dando un paso atrás y dos adelante, deteniéndose
para buscar el equilibrio, perdiendo el camino recto, yén­
dose para uno y otro lado, y muchas veces, cuando sin
dudar, sin buscar apoyo, sin extraviar camino, marcha
rápidamente y se cree que todo va perfectamente, ¡ cata­
plum ! da contra un guardacantón, y gracias si no queda
sin conocimiento.
ALFREDO CHAVERO
ALFREDO CHAVERO

ómo hiciera yo para no comenzar por el princi­


pio? Con esto me devano los sesos; que como
tantos principios he tenido que poner, todos me
estan pareciendo ya iguales, y eso que con ser mis hijos
tengo de verlos graciosos; pero el público, que no tiene
en ninguno de ellos ni siquiera la paternidad que confiesa
el caballero de la Tenaza, de Quevedo, puede quiza en
contrarios detestables.
No faltará chusco que me diga: « en poca agua te aho­
gas; recuerda la historia (que historia es y no cuento) de
aquel sugeto á quien el médico advirtió que la primera
cucharada de cierta medicina le sabria mal, pero ya no tanto
la segunda ni la tercera, y entonces con mucha gravedad
el enfermo dijo á sus amigos: «si la primera me ha de
saber mal, buen tonto seré en no comenzar por la se
Ϊζ2 LOS CEROS DE CERO

gunda.» Siguiendo, pues, consejo y ejemplo de tan ilus­


tre varón, empezaré mi historia como si ya la hubiera co­
menzado, pues digo: Alfredo Chavero ha sido muchas
veces diputado, y á decir verdad, no ha sido diputado de
los del contramilagro. Para que mis lectores entiendan
esto, necesito referirles otro cuento; pero éste sí trae en
su apoyo sabios y profundos escritores, y está cubierto
con el manto de la Santa Madre Iglesia. Allá va, que es
para chuparse los dedos.
Enéas de Gaza, citado en la Biblioteca de los Santos
Padres, refiere que los habitantes de Tipasa, colonia ma­
rítima de la Mauritania, distante diez y seis millas de Ce­
sárea, se habían distinguido allá, por el año de 576, como
unos ortodoxos rabiosos, burlando y eludiendo todas las
disposiciones de Heunnerico, que dominando el Africa
estaba entregado en cuerpo y alma á los arríanos. Ocur-
rlósele al tirano enviar un obispo herético á Tipasa; los
habitantes huyeron, y Heunnerico, que no se andaba con
repulgos, les hizo prender á todos y cortarles la mano
derecha y la lengua; pero ¡oh prodigio! como diría el
padre Burguichani, todos, sin excepción, siguieron ha­
blando sin tener lengua, incluso un niño que no sabia
hablar ántes de que se la arrancaran.
En todos los martirologios se cuenta tan maravilloso
suceso de que hay quienes sin tener lengua sigan hablan­
do, comparable sólo al de muchos diputados, que teniendo
lengua, jamas dicen: esta boca es mía. Por eso á los de
GALERIA DE CONTEMPORANEOS *53

Tipasa les llamo los del milagro, y á los de México los


del contramilagro.
Chavero no es de éstos; usa la lengua que Dios le dió
para hablar, y á fe que siendo diputado no se le han de
enmohecer los muelles de la palabra* como dijo Juan Ma­
teos. £n lo que sí ha contrariado á la naturaleza es en la
nariz, que si la recibió para salida, él la convierte en en­
trada, llenándosela todo el dia de rapé, lo cual casi es un
pecado contra natura.
Chavero habla bien, es lógico, y su lenguaje es fácil
y aliñado. Lo haría mejor si el timbre de la voz más le
ayudara; pero buena voz y mucho rapé no puede ser,
dice un refrán que deberá inventarse en lo porvenir.
Vamos, pues, á estudiar á Chavero por sus dos lados
flacos, es decir, por sus lados fuertes, porque es cosa cu­
riosa que en la humanidad siempre digamos: «este es
mi fuerte,» tratándose de cualquiera afición, cuando el
sentido común traduce inmediatamente: este es su flaco;
que fuerte es el lado inexpugnable, y siempre al flanco
más vulnerable le llamamos el lado fuerte.
¡ La arqueología y el drama ! Les parecerá á ustedes tí­
tulo de comedia. Pues no señor, son precisamente las pa­
siones de nuestro amigo Alfredo Chavero.
Verdad es que arqueólogos y dramaturgos hacen mu­
cha falta en este país, tan lleno de antigüedades y de có­
micos; pero la empresa es difícil y el camino está sem­
brado, más que de espinas, casi de bayonetas.
154 LOS CEROS DE CERO

Alfredo ha hecho bonitos dramas, pero dominado no­


blemente por el espíritu de patriotismo, ha querido poner
en la escena á personajes como la reina Xóchitl y Meco-
netzin, y con estos personajes nadie labra en México una
reputación, porque multiplica escollos que no se pueden
vencer. Nuestra sociedad, nuestro pueblo, no tiene amor
á sus tradiciones. De esto quizá tengan la culpa los es­
critores que buscan siempre por argumento de sus leyen­
das personajes de la Edad Média que aman y luchan en
los fantásticos castillos de los bordes del Rhin, ó damas
y caballeros de los tiempos de Orgaz y de Villamediana:
los novelistas que se desdeñan de nombrar siquiera en sus
obras las comidas, los trajes y las costumbres de nuestra
sociedad ; que sueñan dar un corte aristocrático á sus no­
velas, fingiendo en México escenas parisienses y dibu­
jando clases sociales que han visto al través de las páginas
de Arssenne Houssaye, de Emilio Zola, de Henry Bour-
ger ó de Ponson du Terrail; y nuestros poetas que ha­
blan siempre de ruiseñores y de alondras y de gacelas
y de jacintos, sin atreverse nunca á dar lugar en sus en­
dechas ni al cuitlacoche, ni al zenzontle, ni al cacomite,
ni al yoloxochitl.
Por eso un argumento mexicano, sobre todo si es de
loe tiempos antiguos, hace rodar el mejor drama. En
Francia, la figura histórica de Clodoveo con su larga
cabellera y de sus soldados con las cabezas rapadas, cau­
sa entusiasmo patriótico, y Guatimoc en la escena, en
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS »S5

México, no ha podido nunca sobrevivir. Una novela en


que se hable de la calle de Olmedo ó del Puente de
Monzon, provoca risa, y corre la triste suerte del « Ca­
pitan Rossi,» de Niceto de Zamacois, ó de las « Ironías
de la Vida,» de Pantaleon Tovar.
Por eso es disculpable Luis Gonzaga Ortiz, que fecha
en Sorrento, en Portici, en Ñapóles ó en Venecia, poe­
sías escritas entre los bastidores del Teátro Nacional;
por eso es perdonable que algunos escritores se firmen
el Duque Job, Raoul ó simplemente Moi, y que llenen co­
lumnas enteras con palabras francesas ó galicismos; que
nadie diga ramillete sino bouquet, sello sino timbre, y gra­
cia, gusto ó garbo sino chic, y que hasta Agustín Cuenca
diga reverie y no ensueño ó delirio.
Las cosas de México, parece que les caen mal á las
gentes de México; por eso Alfredo Chavero ha encon­
trado tantas dificultades y ha podido apénas salvar del
naufragio á Quetzalcoatl y á la reina Xóchitl. Ha que­
rido mexicanizar la escena en México, y su gran mérito
no está sólo en eso, sino en que no se desalienta, y ya
lo veis, puede decir como Lope de Vega,

« Que más de ciento en horas veinticuatro


Pasaron de sus manos al teatro.»

En arqueología Chavero es terrible; ese calendario


mexicano le ha sacado, como decían nuestros padres, ca­
nas verdes; un bajo-relieve de la piedra de los sacrificios
156 LOS CEROS DE CERO

le arranca de sus casillas, y es capaz de estarle contemplán­


dolo tres horas, en las cuales se mete á la nariz veinte on­
zas de « Perrique» y cuatro libras de « Civette.»
Como los árabes tienen su egira, los cristianos su era
y los rusos su calendario sin la corrección gregoriana.
Chaverito tiene su era y su cronología particular. Nada
le importan la edad eolítica ni la neolítica, ni el período
jurásico ni el cretáceo; él cuenta y divide sus períodos de
una manera peculiar y accesible para nosotros los profa­
nos en las ciencias geológica, arqueológica y paleonto­
lógica.
Dice, por ejemplo, tratando de arqueología: en las
mocedades de D. Manuel Payno (hablando del hombre
preadamita) ; á la Corte de Justicia le llama el yacimiento
de Saldaña; de los hombres como Guillermo Prieto, co­
mo Ignacio Ramirez y como Ramon I. Alcaraz, dice que
son de la capa geológica de Guillermo Valle; á los soldados
como Corona, como Loaeza y como Escobedo les dice
formaciones plutonianas; á los productos de las aduanas
marítimas les llama formaciones neptunianas; le llama la
edad de piedra al tiempo en que lo eligieron diputado;
á las clases pasivas del presupuesto y á las viudas pen­
sionistas les llama fósiles; megaterios á los proyectos de
códigos, iguanodontes á los presupuestos, y plesiosáuros
á los usureros. Cuando dice: ántes de la creación^ entién­
dase que se refiere á los dias en que aun no había sido go­
bernador del Distrito, y si dijere: después de Cristo^ de-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS *57

berá suponerse que habla de una época posterior á su


permanencia en el Ministerio de Relaciones; y cuentan
por fin que es tan hábil para comprender los geroglíficos,
que ha descifrado toda la historia de Xochimilco en las
huellas que dejaron las viruelas en el rostro de un hijo de
esa población.
Chavero no necesita de museo ; en los barrancos de las
calles lee las Ordenanzas municipales y en las tinieblas
que envuelven á la ciudad por las noches adivina la ilus­
tración de los Ayuntamientos.
Lo único que se ha escapado á las sabias investigacio­
nes de nuestro amigo, es el origen que tiene la costumbre
municipal de no cuidar de los paseos, y el objeto que se
propone el Ayuntamiento al dejar sin agua á muchos bar­
rios de la ciudad.
Sobre esto parece que va á escribir una obra intitu­
lada: Quejas de una prensa terciaria en una edad pri­
maria, contra un Ayuntamiento arco-político. El ar­
gumento se reduce á un proverbio antiguo que dice:
« Hazte sordo y no hagas caso aunque te hablen por tu
nombre.»
¡ Oh poder de la ciencia arqueológica ! ¡ y cómo descu­
bre, desenvuelve, desentraña y desenmaraña los más ocul­
tos é intrincados misterios de las edades pasadas, con sólo
el feliz descubrimiento de un boton, un limpiadientes ó
una navaja de afeitar!
Encuéntrense ustedes, lectores, una de esas piedras,
20
158 LOS CEROS DE CERO

que tan comunmente se hallan al hacer una excavación en


México, un trozo de roca en donde toscamente se miran
grabadas ó en relieves horribles é informes figuras, mán­
denla usdes lavar y preséntensela á Chavero.
Alfredo arrugará los ojos, dará un buen sorbo de rapé,
pondrá luego ambas manos atrás, y sacando todo lo más
que pueda el abdomen, os espetará una bonita diserta­
ción: «el pasaje que representa la piedra es muy conocido;
« figura un episodio de la gran guerra entre los atepocates^
« pueblosbelicosos del Surdel Anáhuac, y Xosescuincles sus
« rivales, y en la que definitivamente fueron vencidos los
« últimos. El personaje que está en pié es Chilpocle XI¡ de
« la dinastía de los Chacualoles^ que por muerte de su padre
« Chichicuilote III heredó el trono estando en la infancia,
« y durante su menor edad fué regente su madre, la fa-
«« mosa reina Apipisca II, la Semíramis de Tepechichilco.
« El personaje que está de rodillas es Chayóte V, infortu-
« nado monarca de los vencidos, que debió la pérdida de
« su imperio á la traición de su consejero Chincual que es el
« que está detrás de él. Los dos sugetos que están cerca
«del vencedor, son su hijo, que fué después el célebre
« conquistador Cacahuate II, y su consejero el ilustre his-
« toriador y filósofo Guajilote, por sobrenombre llamado
« Chicuase, con motivo de tener seis dedos en la mano
« izquierda, y que fué quien escribió la crónica de la su-
« blevacion y destrucción de la tribu de los mestlapiques.
« Esos signos estrellas de dos picos que se ven en la
GALERIA DE CONTEMPORANEOS χ59

« parte superior, son las armas del fundador de la diñas­


te tía, Chahuistle el Grande, y esta piedra está labrada en
« el siglo de oro de las artes, de los atepocates, cuando
« figuraron entre sus escultores el insigne Ajolote, entre
«sus pintores el famosísimo Tlecuil y entre sus arqui-
« tectos el célebre Huausontle.y*
Sin ofender, por de contado, á Chaverito, ni á ningún
otro de los arqueólogos pasados, presentes ó futuros,
digo que sobran quienes crean todas estas explicaciones,
sin duda porque de tan buena fe se dicen como se escu­
chan, y siempre será verdad aquello del poeta latino que
dijo:
« Si vis me finere dolendum est tibi primum.Ts

¡ Qué tragaderas tiene la humanidad ! eso de « comul­


gar con ruedas de molino,» que canta el refrán, se hace dia­
riamente en todas partes del mundo. La interpretación
de la escritura ideográfica, más que en la representación di­
recta, en el simbolismo, es cuestión grave, y sin embargo,
hasta en la caprichosa figura del tatuage con que los Mao­
ris de la Nueva-Zelanda se cubren el rostro y la mayor
parte del cuerpo, el sabio aleman Wuttke encuentra un
verdadero libro, quizá con su respectiva foliatura.
Y con qué tupé (como diría un español) nos tradu­
ce Maspero un gran trozo de las instrucciones que el
rey de Egipto de la duodécima dinastía, Amon-em-
ha 11, daba á su hijo y sucesor Ousor-te-sen I, ó parte
16ο LOS CEROS DE CERO

de una descripción de los artesanos escrita en ese mismo


tiempo. La seguridad me admira con que desde Cham-
polion, ¿qué digo? desde Horodoto, Diódoro de Sici­
lia y Manéthon sacerdote en la ciudad de Theb-noutzi
en el Delta del Nilo, hasta Maspero, Mariette y Lenor-
man, hablan de las treinta y una dinastías egipcias que
comienzan en tiempos, así no muy remotos, cinco mil
cuatro años ántes de la era cristiana, y nos dicen con la
mayor sangre fria que el primer rey, Mena, ó Menes, co­
mo le decían los griegos, arregló el curso del Nilo, como
si nos contaran de cómo se formó un boulevard en Paris
en tiempo de Napoleon III.
Pero en esto no hay más que creer, y creer so pena
de echarse encima á todos los sabios, literatos, aficiona­
dos, ilustrados, etc., etc., que forman en el mundo una
muy respetable agrupación.
Y como yo no quiero la enemistad de nadie, creo y con­
fieso de la misma manera en Rama y Cita deValmyki, que
en Papi II, llamado por Manéthon, Nofer-ka-Rá, de
la undécima dinastía egipcia, que reinó cien años (envidia
de reyes y gobernantes), que en el cacique Chochocol III,
y su mujer Zempasuchil II de que nos hablaría el Lie.
Sanches Solís, si ocasión para ello le diéramos, ó en el
rey Abuautli y en la princesa Tlatlaoyo, cuya historia nos
referirá Chaverito el dia ménos pensado, ó nos hará to­
mar en forma de drama.
Ultimamente hizo representar Chavero una comedia
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 161

suya intitulada « Los amores de Alarcon.» Con toda im­


parcialidad digo que la pieza me parece buena, quizá la
mejor de las que el autor ha escrito: los caracteres y las
costumbres de la época están bien estudiados y compren­
didos, el lenguaje es castizo y corresponde perfectamente
á la fecha en que se supone la escena. No agradó, ¡ injus­
ticia! Fué esto á mi juicio porque el público no estaba
á la altura de la pieza, ó quizá porque en el mejor paño
cae la mancha. Alfredo a pesar de todo no se descon­
cierta: bien hecho.
JOAQUIN TELLEZ
JOAQJJIN TELLEZ

o conocéis. ... ? no hay que alarmarse, no voy


á decir:
¿No conocéis â Laura? como Selgas, sino que
digo: ¿no conocéis la historia del asno de Apuleyo? Se­
guramente que sí, á lo ménos el argumento, en una co­
media que se llama «La Almoneda del Diablo; » pero
me hace tanta gracia ese cuento, que no puedo resistir al
deseo de decir algo sobre él, acompañando la relación
con su respectiva moraleja.
Pues cuenta el hombre, que un joven llamado Lucio,
llevado por sus negocios á Tesalia, se alojó en Ja casa de
un viejo cuya mujer era maga de primer orden. Lucio
(no el médico, sino el del cuento), quizá por aprovechar
el tiempo ó porque como dijo un sabio: el hombre es
fuego, la mujer estopa, y viene el diablo y sopla, en un
164 LOS CEROS DE CERO

quítame allá esas pajas, contrajo relaciones amorosas con


Fotis, criada de la casa, ó doncella como la llaman los
españoles á pesar de Quevedo.
La cosa era muy natural; él era hombre, ella mujer, y
el diablo debe de estar soplando todo el dia en casa de
una hechicera.
Lucio, que entre todas sus buenas cualidades tenia la
de ser curioso, consiguió que la doncella (de labor) lo
llevara á espiar por la hendedura de una puerta á la se­
ñora de la casa, que untándose cierta pomada se conver­
tia en lechuza y se echaba á volar por esos mundos sin
temor del prójimo, como noticia de periódico.
El galan comprometió á la muchacha á que lo intro­
dujese á la cámara de la bruja, y como es un hecho que
todo lo vence el amor, ella condescendió^ y Lucio, que por
lo visto era muy frágil para las tentaciones, no pudo re­
sistir á la de ungirse como la vieja para trasformarse en
ave. Pero ¡oh dolor! como diria el padre Burguichani,
trastrocó los frenos, según la expresión de los rancheros,
tomó un bote por otro, se ungió, y quedó convertido
en asno.
Hé aquí, lectores, ni más ni ménos, lo que me ha su­
cedido. Habréis extrañado, porque estoy seguro de que
lo habéis extrañado, que durante tantos dias haya dejado
de escribir ocupándome de los hombres que en esta tierra
emprenden el bloqueo ya que no el asalto al Parnaso,
pretendiendo rendir á las musas por hambre cuando no
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 165

pueden conquistarlas como Sai á la capital de la Persia


en los tiempos de Ornar.
Pero esa ausencia ha consistido en que equivocando
los brevajes, en vez de seguir mi tranquila prosa metí me
á poeta, y el resultado fué la huelga de las musas.
Hoy vuelvo á la carga y á preguntar: ¿no conocéis á
Joaquin Tellez? Pues Joaquin Tellez es uno de nues­
tros poetas más inspirados y más fecundos; pero como
sucede constantemente, los sucesos de la vida pública y
privada influyen sobre el carácter del individuo, el ca­
rácter influye sobre las musas, las musas sobre los versos,
y éstos en la popularidad de cada meritorio de la Cas-
tálica oficina.
Enfermedades, desgracias de familia, ingratitudes de
los Gobiernos y contrariedades sin cuento en la política,
agriaron el carácter de Tellez que sin todo esto hubiera
sido un poeta festivo de gran valia y un gran escritor sa­
tírico y chispeante.
Pero casi tiene abandonadas á las nueve hermanas de
Apolo, y nada más de cuando en cuando, como las fie­
bres intermitentes, suele dar señales de vida literaria con
beneplácito de sus amigos.
Cero cree que debe sacar del olvido en que ahora yace
el nombre de Tellez, y á fe que lo merece, siquiera por la
novedad con que presenta siempre sus pensamientos.
Joaquin Tellez ha sido para nuestra literatura lo que
son en la diplomacia aquellos que conservan los archivos
21
166 LOS CEROS DE CERO

de una legación, durante el tiempo en que una guerra in­


terrumpe las relaciones amistosas, y ha permanecido al
lado del altar en que se apagó el fuego sagrado que nues­
tros poetas encendieron en la academia de Letran y en
la primera época del Liceo Hidalgo, con Lacunza, Gra­
nados Maldonado, Alcaraz, Ramirez, Gonzalez Bocane­
gra, Félix Escalante, y otros, hasta que volvió á levan­
tarse la llama muchos años despues con Pimentel, Ma­
teos, Rodriguez y Cos, Anselmo de la Portilla, Peredo,
Ramirez, Prieto y Riva Palacio.
El Liceo Hidalgo cerró sus puertas por segunda vez,
y Tellez, inconsolable como la viuda de Mausolo, vaga
tristemente por las tardes en los ya abandonados jardi­
nes de la Plaza de la Constitución.
î Cuánto diéramos por oir una de esas lamentaciones
en que Joaquin Tellez y su buen amigo Rodriguez y
Cos pasan como en revista las notabilidades literarias
de estos calamitosos tiempos!
— «Ya ve usted, dirá Tellez, el estado de postración
á que ha llegado nuestra literatura; nadie se ocupa ya
del estro sino de los negocios; de todos nuestros litera­
tos, los que no han muerto se han dado de baja ó están
retirados á dispersos. El Liceo Hidalgo, si llegara á reu­
nirse, presentaria el aspecto del cuartel de inválidos de
Santa Teresa á la hora de tocar lista.
«Oiga usted no más: Ramirez, muerto; Prieto, con
una inspiración tan poderosa entreteniéndose en escribir
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 167

la musa callejera que no le trae honra ni provecho; Pi­


mentel, estudiando á solas lejos de la capital y diciendo
quizás como Scipion : ingrata patria, no tendrás tú mis
huesos; Alcaraz, aprendiendo á orador en la escuela de
sordo-mudos; Mateos, consagrado á los negocios des­
pués de habernos dado como despedida en el teatro una
colección de aves, la blanca, la negra, y quién sabe cuán­
tas otras; Justo Sierra, metido á positivista y á catedrá­
tico de historia; el Dr. Peredo, perdido; figúrese usted
que lo han hecho miembro de la Academia Mexicana; ¿y
usted y yo? nadie nos hace caso, ni nosotros se lo hace­
mos á nadie. Desengáñese usted, los dioses se van.
«No es posible que haya un hombre que piense en
componer un poema, cuando puede conseguir que lo
nombren Inspector de un ferrocarril; ni quien escriba
una oda cuando le pueden escribir una credencial de di­
putado; ¿quién ha de llenar tres columnas de un perió­
dico con una leyenda como la de Juan de las Peñas que
yo compuse, si tiene más cuenta incensar al Gobierno ó
deturpar á los gobernantes, que ai cabo todo viene á pa­
rar en dinero? ¡Qué locura será firmar una letrilla cuando
se puede firmar una póliza ! ¡ Qué insensatez la de contar
las sílabas cuando en más breve tiempo se puede con­
tar una quincena!
« Quédese para los tontos y para nosotros los retira­
dos, ocurrir mejor al Liceo Hidalgo que á la cantina del
Globo ó á la casa de Messer. ¿ Quién canta ya á Laura,
ï68 LOS CEROS DE CERO

á Elvira, á Lesbia ó á Felisa y consume su tiempo en


platónicos amores, habiendo de sobra tantas que llevan
un nombre de combate y con quienes se baila y se di­
vierte, sin fastidiarse escribiendo sonetos y madrigales?
« Ni cómo puede llamarse ilustrado y literato á quien
extraña en la comedia á Breton, en la tragedia á Quin­
tana, y en la ópera á Rossini, á Bellini, ó á Meyerbeer,
pudiendo instruirse y gozar con La Marjolaine, La Mas­
cotte ó Le jour et la nuit?
« La poesía va ganando á cada momento en fuego y
en expresión; aquellos versos sentidos y caballerescos
que eran nuestras delicias hace pocos años, aquellos ar­
rebatos patrióticos que nos conmovían, han desapare­
cido, y como en las trasformaciones de los teatros, la
dama y la patria se desvanecieron y no quedan más que
hembra y el presupuesto.
Antes á una mujer se le decía con Quintana así:

¡Ah Gélida ! Quien sepa


En esa faz tan nítida y tan bella
Buscar, hallar la imperceptible huella
Del triste afan que dentro te consume;
El que presente te respete y llore
Por volver á tus piés cuando esté ausente,
Si siente al fin como mi pecho siente ;
Ese te ame feliz, ese te adore.

« Ahorá se le dice á una mujer: yo te quiero dar veinte


mil besos, y morderte los carrillos, y pellizcarte los bra­
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 169

zos, y hacerte cosquillas, y gozar contigo hasta saciar to­


dos los deleites del amor.
«Áteme usted esos cabos; ¡qué respeto á las damas y
ai público!
«Antes se le decían á la patria cosas como ésta que
dijo el gran Quintana, después de la guerra con los fran­
ceses en 1808 :
Sí, yo lo juro, venerables sombras ;
¥0 lo juro también, y en este instante
Ya me siento mayor. Dadme una lanza,
Ceñidme el casco fiero y refulgente ;
Volemos al combate,á la venganza:
Y el que niegue su pecho á la esperanza,
Hunda en el polvo la cobarde frente.
Tal vez el gran torrente
De la devastación en su carrera
Me llevará. ¡ Qué importa ! ¿ Por ventura
No se muere una vez? ¿No iré, espirando,
A encontrar nuestros ínclitos mayores ?
“¡Salud,oh padres de la patria mia,
Yo les diré, salud ! La heróica España
De entre el estrago universal y horrores,
Levanta la cabeza ensangrentada,
Y vencedora de su mal destino,
Vuelve á dar á la tierra amedrentada
Su cetro de oro y su blason divino. ”

«Hoy con la mayor frescura se publican sonetos á la


patria como este de Ipandro Acaico á quien todos co­
nocemos:
Desventurada raza mexicana,
Mandar no sabe ¡ obedecer no quiere ;
i γο LOS CEROS DE CERO

Al que aclamaba rey, voluble hiere ;


Al que hoy ensalza abatirá mañana.

Victoriosa facción republicana,


No goces, no ; Maximiliano muere,
Mas en tu seno sobra quien impere
Con despótica vara y ley tirana.

Despues del que hora sacudir te plugo


Con infanda traición, otro más grave
Romperá tu cerviz sangriento yugo ;

Y nunca satisfecha, harás que clave


Siempre nuevos puñales el verdugo
Y roja tumba á sus señores cave.

—«Tiene usted mucha razón, ha de haber exclamado


Rodriguez y Cos; los tiempos están cambiados, y los dio­
ses no se van, porque ya se han ido.
—«Evidentemente, continuaria diciendo Joaquin Te­
llez, no estamos en la época de la literatura ni de la poesía.
Medir versos para recibir desengaños ho puede halagar á
quien tiene facilidad de medir kilómetros para recibir
una subvención. El libro es imposible, porque, en lo
general, los literatos somos pobres y no podemos im­
primir por nuestra cuenta; los editores son más escasos
que el ave Fénix, y á fe que tienen razón ; gástese vd. dos
ó tres mil duros en imprimir una novela de Juan Mateos,
las obras dramáticas de Chavero ó las poesías de Justo
Sierra, para que los que tengan deseos de leer, presenten
como moneda corriente la gratitud y pretendan adquirir
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS I7I

las obras ácambio de un apretón de mano. ¿Qué editor,


aun pudiendo, lleva el heroísmo á tal sublimidad?
« En cambio, nos inundan las imprentas del extran­
jero con novelas de Fernandez Gonzalez, de Perez Es-
crich ó de D. Pascual del Riesgo. El papel para las im­
presiones es malo y caro, porque en la escuela económica
de nuestros gobiernos se ha adherido como un pulpo, el
pensamiento ilustrado y progresista de proteger á los fabri­
cantes de papel, y ¡á costa de quién!.... de la literatura
nacional ; porque las ediciones mexicanas tienen que sa­
lir caras y malas como es el papel; las extranjeras buenas
y baratas, y el público de nuestra patria, poco afecto á lo
que produce el país, todo viene á dar como preciso resul­
tado que el pobre autor ande con sus manuscritos de la
casa de un editor á la de un amigo; á las antesalas de los
Ministerios y á las redacciones de los periódicos, buscan­
do un modo de poder dar á luz sus obras, porque el pre­
cio del papel, gracias â la protección à la industria nacional^
necesita escritores millonarios, ó editores pródigos.
«La literatura se refugia en el periodismo: ¡ay ami­
go ! ¡ y lo que pasa en el periodismo ! . . . .
« Un periódico significa un contrato entre el editor y
el Gobierno, ó el editor y los suscritores. En el primer
caso acontece aquello que por nuestra tierra se llama entre
el vulgo comprar un valiente. El Gobierno dice: yo te
ayudo y tú me defiendes, y el editor traduce: tú me pa­
gas, y yo hago lo posible por no comprometerme.
IJ2 LOS CEROS DE CERO

« En el segundo caso el editor le dice al público: cóm­


prame el periódico y te prometo ser independiente. Y el
público traduce: yo pago un peso cada mes para ver todos
los dias á nuestros gobernantes como chupa de dómine.
« Una vez establecido el periódico, se contrata el cuer­
po de redacción y se organizan los trabajos.
«Todo periódico se divide en cuatro partes: editorial,
llenos, gacetilla y avisos. No pongo de quinta parte el
folletín, porque ese es como las cortinas de los balcones,
puro adorno.
« El editorial debe dar su color al periódico. Si éste es
subvencionado, el editorial debe ser una constante ala­
banza, todo conforme á las costumbres de China, por­
que en el Celeste Imperio, patria imaginariamente adop­
tiva de un señor Caravantes, se dice siempre que todo
magistrado es íntegro, todo orador elocuente, todo poeta
inspirado, toda medida del Gobierno sabia é ilustrada,
toda desgracia inmerecida, y que los sabios de aquel di­
choso país tienen obligación de borrar en cuanto docu­
mento leyeren, todo lo que pueda atacar la reputación,
eclipsar la gloria ó manchar el buen nombre de los em­
peradores y mandarines.
«No de otra manera se guisan aquí las cosas. En un
editorial de periódico subvencionado en la patria de Moc­
tezuma, y en el año de mil ochocientos ochenta y dos,
pululan y hierven los héroes, y los sabios, y los magná­
nimos, y los virtuosos, y no hay disposición que vaya
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 173

fuera de acierto ni proyecto en que el « éxito más com­


pleto » no corone de gloria al iniciador.
Si es periódico independiente, entonces ¡ancha Casti­
lla! á vuelta de cuatro números no queda títere con ca­
beza, ni hay gobernante que tenga buenas intenciones,
ni administrador de los fondos públicos que no se re­
vuelque en el fango del cohecho y del peculado, ni an­
tecedentes gloriosos que salgan ilesos de aquellas flechas,
ni nombre que valga la pena de mentarse con respeto en
el extranjero.
Los hombres públicos que forman parte de la adminis­
tración, quedan tales entre las garras de uno de esos pe­
riódicos, que no hay lugar sano por donde tomarles, y á
juzgar de nuestras cosas y de nuestros hombres por es­
tas producciones, en nación extraña, preciso será decla­
rar que la República es un caos y que todos nuestros go­
bernantes han sido, son y serán fieras tan repugnantes,
que Claudio, Nerón y Caligula no les llegan al tobillo
en materia de maldades y desaciertos.
Para combatir una elección presidencial, se pone en
duda hasta la nacionalidad del candidato, y por atacar á
un ministro de Estado se levanta una cruzada en favor
de una nación que lucha con nosotros por cuestión de
límites.
Se hiere á un ministro de Fomento porque tiene em­
peño en'atraer la colonización; el establecimiento de un
Banco se declara peligro de la independencia nacional;
22
174 LOS CEROS DE CERO

la reorganización del ejército, arranca un grito de indig­


nación; los establecimientos de Beneficencia traen so­
bre el Secretario del Interior el anatema más espantoso;
se pinta á la patria al borde del precipicio ; se agotan los
colores de la paleta para figurar la tempestad más des­
hecha,
Y el mundo en tanto, sin cesar navega
Por el piélago inmenso del vacío.

Pasemos á la gacetilla. La gacetilla debe de tener las


condiciones de la buena granizada, según dicen los ran­
cheros : tupida y maciza.
Es necesario dar muchas noticias y todas de sensación,
aun cuando sean falsas y aun cuando nos hagan aparecer
como una nación de bárbaros ante el mundo civilizado.
Para esto, surtidoras fuentes son la crónica de los tri­
bunales, los partes de policía, los pronunciamientos ver­
daderos y supuestos, y los « siniestros » que diariamente
«ocurren.» Una madre que ha devorado á seis de sus hi­
jos, da materia para un buen párrafo. Por supuesto que
la tal madre fué una rata que se comió sus crías por falta
de otro alimento ; pero se cambia el teatro y se varían los
personajes, y al dia siguiente corre de boca en boca la
noticia de que en el puente de Chiribitos, una mujer, lla­
mada Leona Ratajo, ha devorado á toda su familia.
Todo cabe en la gacetilla y de todo hay necesidad de
hablar. En cualquier matrimonio, al marido se le llama
el distinguido amigo nuestro, y á la novia la bella y virtuosa
GALERIA DE CONTEMPORANEOS ITS

señorita, deseándoles siempre una eterna luna de miel, aun­


que esto no le importe al periodista ni á los conocedores
prácticos de los almíbares de esas lunas.
Toda defunción se anuncia como si se copiara la lá­
pida: tierno hijo, amante hermano, inmejorable esposo, vir­
tuoso padre, eminente ciudadano, sin faltar por supuesto lo
de s'eale la tierra leve, deseo que no puede estar confor­
me con las intenciones del sepulturero, del Consejo de
Salubridad y probablemente con las de los herederos, si
el difunto ha legado algunos bienes terrenales de aque­
llos cuyo aborrecimiento nos predican siempre los ascé­
ticos.
En la gacetilla es necesario tratar á todo el mundo con
confianza, aunque no se le conozca; por ejemplo, jamas
ha visto el gacetillero á D. Pedro Diez Gutierrez, gober­
nador de San Luis, ó si le trata es siempre con el mayor
respeto; pues bien, se habla de una escuela en lá capital
del Estado, y se suelta un párrafo del tenor siguiente:
« Escuelas.—Ayer se ha inaugurado una escuela dotada
«con todos sus útiles en San Luis Potosí, merced á los
«esfuerzos del gobernador.
« Î Bien, Perucho 1 »
Y se preguntará: ¿quién es este Perucho á quien tra­
tan con tanta confianza? Pues es ni más ni ménos que
el primer magistrado de aquella entidad federativa.
Dice otro párrafo:
« Seguridadpública.—Según las noticias de nuestros cor-
176 LOS CEROS DE CERO

« responsales, es completa en todo el Estado de Puebla.


« ¡ Hurra por Juanillo! »
Pues este Juanillo es el señor general D. Juan N.
Mendez, respetable no sólo por su posición social sino
también por su edad y por sus méritos.
El dia ménos pensado sale un periódico diciendo:
« Pepe Vigil y Nacho Vallarta, en union de Peredito,
«van á escribir la historia de Nacho Comonfort, que se
«publicará en la imprenta de Pancho Diaz León, con
«prólogo del viejo Ramirez, y dedicada á Porfirio.
« Se recibirán las suscriciones en la imprenta de Filo-
« meno, y si se quieren hacer envíos fuera de la capital,
«bastará entenderse con Navita ó advertirlo en la ala-
«cena de Martinez.»
Usted comprenderá que todas estas confianzas son
peores que las de casa de vecindad; pero ¡qué! la gace­
tilla que mejor imita á una casera es Ja más apetecida y
la que más se vende.»
Después de una larga tirada, Tellez toserá magistral­
mente, quedará un momento en silencio y seguirá di­
ciendo:
— «¡Qué cosas? ¡Y qué maltratada anda la litera­
tura en los periódicos! Yo he visto hace muy poco
tiempo, dos meses, un párrafo que he aprendido de me­
moria:
« Curioso,—El palacio de la primera exposición veracru-
«zana ha sido fabricado en miniatura por un hábil é in-
GALERIA DE CONTEMPORANEOS I77

«teligente industrial, bajo una rigurosa escala de medio


«centímetro por metro.
« Sabemos que próximamente se enseñará en algunas
« redacciones para que la prensa emita un juicio imparcial
« sobre la obra á que nos referimos.»
« Realmente al que debían de pasear por las redaccio­
nes, seria al autor de este párrafo; en él dice lo que no quiso
decir, y lo que quiso no lo dijo; pues nadie deja de en­
tender que lo que se ha hecho en miniatura es el verda­
dero palacio, y no un modelo como quiso decir el ga­
cetillero.
«Y versos de este corte que valen bien la pena de apren­
derlos de memoria como lo he hecho yo.

Adiós............ Yo te perdono,
Mi alma no te implora,
No puede despreciarte,
Y ménos olvidar;
Pero también te digo............
Que esa alma no te llora
Que se conserva altiva............
Que tu desden no adora............
Y todos los desprecios
Los sabe perdonar.

« Nada, no hay que acumular citas, abundante pasto


pueden dar para estas críticas muchos de nuestros perió­
dicos; pero nadie se toma el trabajo de escribir una crí­
tica literaria, quizá porque á nadie le importa el asalto
de los nihilistas al Parnaso, ó porque como todos bus­
178 LOS CEROS DE CERO

can provecho, nadie quiere buscarse malas voluntades.»


De seguro que todo esto dirá Joaquin Tellez; y lo
dirá, porque una de sus cualidades como literato ha sido
la franqueza. Jamas he oido á Tellez hacer una alabanza
á un mal verso, y le critica sin compasión en las barbas
de su autor, por más que éste sea una persona á la que Te-
llez le merezca gran cariño. Mucho hubiera ganado la
literatura mexicana si Tellez no hubiera perdido su afi­
ción al periodismo, y hubiera fundado y escribiría un pe­
riódico crítico puramente literario.
La ocasión hace al ladrón, dice el refrán ; pero tam­
bién el ladrón hace á la policía ; la impunidad forma á los
malos literatos que faltan al respeto al público, haciendo
imprimir lo que ni siquiera deberían haber escrito ; pero
esta plaga hará nacer el correctivo. Vamos andando.
JUAN DE DIOS ARIAS
JUAN DE DIOS ARIAS

UAN de Dios Arias merece un artículo, porque


como escritor y periodista satírico ha tenido su
gran época, en aquellos dias terribles en que la
prensa, la tribuna y la guerra eran los múltiples terrenos
en que libraban terribles combates los partidarios de la
reforma y sus obstinados enemigos, en ese tiempo en que
la discordia civil enardecía las ánimos de tal manera, que
desde el hogar doméstico hasta el campo de batalla se
desconfiaba, se luchaba y se odiaba.
Arias pertenece al partido progresista más avanzado:
esta circunstancia por sí sola no constituye un motivo
de alabanza, porque todos los partidarios de buena fe
son dignos de respeto, cualesquiera que sean sus ideas; el
credo político es cuestión de apreciaciones, es una for­
ma de patriotismo, que en último análisis viene á con­
18ο LOS CEROS DE CERO

vertirse en la creencia de que por tal camino, mejor que


por tal otro, se puede llegar á la felicidad pública, esta­
bleciendo el gobierno más adecuado á las tendencias del
pueblo, la administración más conforme á las exigen­
cias nacionales, y una política más conveniente á las cos­
tumbres y al modo de ser de una sociedad.
Pero Arias no sólo ha sido un partidario constante y
atrevido, en cuyo caso no hablaríamos de él, que la po­
lítica no nos llama la atención, sino un periodista popu­
lar y afortunado, y esto es lo que le hace caer en nues­
tras manos.
Juan Arias se formó solo, y esto sí es un gran mérito.
En México tienen la costumbre todos los que de alguna
manera figuran, y que son la rama de una familia pobre,
de decir que se han «formado solos,» aquilatando con
esto los méritos que han sido parte á su elevación, y bus­
cando siempre algo de ese reflejo fantástico que realza
tanto las proporciones de hombres como Nerva, Sixto V
ó Lincoln; pero esto generalmente no es más que una
vanagloria, y tan vana como la de los que hablan siem­
pre de nobilísimos y distinguidos parientes que, ó no
existen ó no tienen con ellos más vínculos que los que
reza el entremés de los «Remendones:»

« De que una abuela con otra


«Vienen á ser dos abuelas.»

Se forma solo, un hombre, cuando no cuenta para su


GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS l8l

educación con el Estado, con un pariente rico, ó con un


generoso protector que le alimente y le dé todo lo nece­
sario; cuando como Rodriguez Puebla, el famoso Rec­
tor del Colegio de San Gregorio, niño pobre y desvalido
tiene que pedir prestados sus libros á los colegiales para ir
durante la noche á estudiar á la luz de los hachones de los
puestos de los mercados, trabajando durante el dia para
ganar el sustento : pero entre nosotros, lo más común es
que el Estado ó el Clero tomen por su cuenta á estos ni­
ños desvalidos y sean su Providencia, hasta el dia en que
obtienen el título de una carrera profesional ó un em­
pleo para ganar la vida. Estos, cuando llegan á hombres,
cuando de alguna manera hacen algun papel distinguido
en la sociedad, no pueden sin ingratitud, decir que se
han formado solos, ni adornarse con la corona del atleta
vencedor, porque no han tenido que sostener esa doble
y fatigosa lucha por la existencia y por el saber.
Juan Arias desde los trece años de edad necesitó ga­
nar su vida y aprovechar el tiempo del descanso en la
instrucción ; y notables aptitudes debe poseer cuando ha
llegado á distinguirse como periodista y poeta, y aun ocu­
par una Secretaría de Estado.
Arias redactó un periódico satírico, La Pata de Cabra^
que tuvo tan gran popularidad, que, pasados ya muchos
años, no faltan quienes lo recuerden con gusto. Como
historiador, su «Reseña» sobre las campañas del Ejér­
cito del Norte, está llena de datos interesantes; y eso que
*3
i82 LOS CEROS DE CERO

puede decirse que fué escrita á paso de carga: se creyó


necesaria la publicación de la obra en un tiempo dado, y
no hubo remedio; á llenar pliegos y á dar trabajo á la
imprenta.
Juan Arias pertenece ya á los veteranos de la prensa:
de sus compañeros, de sus contemporáneos en el perio­
dismo, la mayor parte han tomado cuarteles de invier­
no, y él sigue impertérrito escribiendo ya serio, ya jo­
coso, según se le presenta la oportunidad. Durante su
vida periodística, ha fundado catorce periódicos, muchos
de los cuales han tenido larga existencia, y colaborado
en la mayor parte de los que se han escrito en la capital de
Ja República.
En los aciagos dias de la Intervención, Arias se vió
obligado á permanecer una temporada en México, y es­
cribió en dos periódicos republicanos, La Sombra y la fa­
mosa Orquesta. En sus escritos se ve el refljo de la prensa
de los tiempos de Pancho Zarco, de Joaquin Tellez, de
Alcaraz y de las mocedades de Don José María Iglesias.
Arias se ha distinguido por su honradez; habiendo
ocupado elevados puestos, vive ahora enunahumilde me­
dianía. Tiene grandes aptitudes que no ha querido apro­
vechar: es pintor y músico, sin que de esto haya sacado
nunca provecho: es uno de esos hombres que no son de
este tiempo; por eso la pasa en la oscuridad.
Arias tiene conmigo un punto de contacto que me hace
profesarle más cariño: su afición á la comedia. Breton
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 183

de los Herreros es su gran autor; ríe con él cada vez que


toma una de sus comedias entre manos, y á fe que le so­
bra razón.
La comedia es el verdadero cuadro de las costumbres
en la escena. Si como se ha dicho siempre, el teatro sirve
como escuela de moral práctica, encomiando á la virtud y
haciendo odioso al vicio, realmente ni el drama ni la tra­
gedia pueden cumplir esta misión. Los vicios que tene­
mos los hombres civilizados del siglo xix, no son los que
pintan los dramas y las tragedias, salvo casos excepciona­
les; y por eso no es fácil corregirlos presentando á Va­
lero, á la Cairon, á Arjona, á Catalina, á Vico, ni á Rossi
ni á Boot.
¿Quién busca la enmienda en un trilogio de Esquilo,
en la Orestiada por ejemplo, y ve á Agamenón^ las Keo-
phoras y las Euménides para quitarse la tentación de ma­
tar á su madre, digo, á su propia madre? ¿ Quién deja de
estar enamorado de una muchacha cuyo padre (como
todos) se opone al trapicheo^ porque ve representar á Don
Alvaro ó la fuerza del sino? Ni todos los enamorados sa­
len entonces figurándose que van á matar al padre y al
hermano y al otro hermano parando por fin en tirarse de
cabeza de la torre de Catedral, ó cuando ménos arroján­
dose en alguno de losbarrancos con que el Ayuntamiento
tiene adornadas las principales calles de la ciudad.
Pero se dirá: « Hay dramas como El Gran Galeoto que
pintan las costumbres sociales modernas como ellas son,
184 LOS CEROS DE CERO

y no ocurren á cuadros fantásticos como La muerte en los


labiosy En el puño de la espada, ó La conjuración de Venecia,^
Sobre esto hay mucho que decir, porque realmente, El
Gran Galeoto lo único que podrá curar será el derecho de
juzgar las acciones ajenas, porque los personajes, el des­
enlace del drama y los episodios, todo está hecho para
uso particular del autor, para poderse servir á su gusto,
como dicen las recetas de cocina: caliente y en la propia
tortera.
La comedia critica y burla, más que crímenes, que no
se impiden con versos, costumbres de sociedad y peque­
ños vicios que, sin ser infracción de leyes divinas ó hu­
manas, molestan al prójimo, como decía el filósofo Hei-
neccio, más que una arena dentro de un ojo, y que pueden
fácilmente corregirse, con la agudeza de un chiste, con un
verso
« fácil pero significativo, que los espectadores recogen
y conservan en la memoria, ó con el nombre de un perso­
naje que viene á ser la representación de aquel defecto.
Dicen los que saben, que la comedia, lo mismo que la
tragedia, tienen un origen sagrado; que fiestas y ceremo­
nias religiosas, entre los griegos hicieron nacer la una y
la otra. Esto, más fácil es creerlo que averiguarlo; y á
ser cierto, podria suceder muy bien que yendo y vinien­
do siglos, dentro de dos mil años, se escribiera por los
sabios de esos tiempos que la ópera, es decir, Semíramis,
Norma, Aida, La Africana y los Hugonotes, tomaron su
origen, en el siglo xix, de las misas cantadas; y la zar-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS i8j

zuela, desde Buenas noches Señor Don Simón* hasta La bella


Elena* El Timbal de Plata* y El tributo de las cien doncellas*
de las misas rezadas, de los responsos, de los rosarios,
ó de muchas otras de las ceremonias de la Iglesia en que
el rezo se mezcla con el canto.
Pero no hemos de leer esos comentarios, y por ahora
nos contentamos con creer lo que nos dicen de la come­
dia. A mí, la explicación que sobre esto más me satisfa­
ce, es la que da Filleul en su Historia del Siglo de Pericles;
porque además de que está bien apoyado, es quizá el úni­
co que se ocupa de la verdadera fuente de Ja comedia.
La comedia nació en los Scómmata, que era una espe­
cie como de penitencia en los misterios religiosos anti­
guos: la confesión hecha por el propio pecador estaba
en uso, sobre todo en los misterios de Samothracia; el
Scomma, era el reproche, la burla que se hacia pública­
mente al pecador para corregirle. En los misterios de
Eleusis, la multitud esperaba á los iniciados al salir, en
el puente de Cephisa, para asaltarlos verdaderamente con
bromas y chistes picantes, ó con graciosas burlas, á lo que
se daba el nombre de gephyrismos, y que puede tradu­
cirse como farsas del puente* según Renan.
En las Thesmophorias, las damas atenienses se echa­
ban en rostro unas á otras sus defectos, pero con tal cui­
dado, que más que reproches eran chanzas de buen gusto:
en las comidas sagradas, Jos Sparciatas jóvenes tenían
que sufrir terribles Scómmatas; y todo esto se creía un
ι86 LOS CEROS DE CERO

deber religioso en que debían mezclarse lo jocoso y lo


serio. Aristophanes lo indica claramente en el canto de
los iniciados en la comedia de Las Ranas, y llegó á haber
hasta un premio para el mejor Scómmata, cuya profesión
se conoció por scomma ó scopto.
El Kommos era el festin que seguia al sacrificio; los
convidados salían en grupos cantando, y este canto se
llamaba Kommodia: los cantores recorrían las calles y los
senderos en carros, lanzándose unos á los otros, así como
á los transeúntes, scómmatas más ó menos graciosos. Pero
á poco, estas kommodias fueron organizándose por de­
cirlo así, teniendo sus canciones propias, sus recitados, y
sus máscaras y sus trajes, y constituyendo una especie de
representación al aire libre. Allí nació la comedia, que
no tardó en instalarse en el teatro al lado de la tragedia,
siguiéndola, y perfeccionándose como ella, y como ella
«
considerándose también acto religioso é intermedio de
las comidas sagradas; porque se comía en el teatro, y
dice Filleul, citando á Ulpiano el escolasta de Demós-
tenes, que se distribuían al pueblo dos óbolos por cabeza
para pagar la entrada al teatro ; uno destinado al arqui­
tecto, decorador del edificio, y otro para pagar la comida
en que se repartían fiambres y vino á los espectadores y á
los cómicos.
La comedia antigua, á pesar de su carácter religioso,
se ocupaba principalmente en insultar y deshonrar á los
hombres más prominentes y á los mismos dioses. Hér­
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS I#7

cules y Mercurio aparecen en las comedias de Aristo­


phanes como borrachos, tragones é interesados.
En La Paz, por ejemplo, cuando Trigeo llega al cielo,
Mercurio le recibe como portero de Ministerio, y le dice:

Mercurio (enojado).

¡ Por la Tierra! vas á morir si no me dices tu nombre.

Trigeo.

Soy Trigeo el Atmonense, viñador honrado, enemigo


de pleitos y delaciones.
Mercurio.
¿ A qué has venido ?
Trigeo.

A traerte estas viandas.


MERCURIO (cambiando de tono).

¡Oh pobrecillo! ¿que tal, que tal el viaje?

Trigeo.

Glotonazo, ¿ya no te parezco bribón? Ea, vete á lla­


mar á Júpiter.
En Las Aves, Hércules es el que hace el papel de glo­
tón: enviado con Neptuno para hacer un arreglo con
Pistétero, fundador de la ciudad de las aves, Neptuno
dice:
Neptuno.

¡ Peste de estúpido ! No he visto dios más bárbaro. Di­


me, Hércules, ¿qué harémos?
ι88 LOS CEROS DE CERO

Hércules.

Ya lo has oído; mi intención es estrangular, sea el que


sea, á ese hombre que nos ha bloqueado.
Neptuno.

Pero, amigo mió, si hemos sido enviados á tratar de


la paz.
Hércules.

Razón de más para estrangularle.


PlSTÉTERO (fingiendo no haberlos visto, y preparan­
do el banquete).
Alárgame el rallador; trae silfo; dame queso; atiza
los carbones.
HÉRCULES (dulcificando la voz fi la vista de los pre­
parativos culinarios).
Mortal, tres dioses te saludan.
PlSTÉTERO.
Lo cubro de silfo.
Hércules.

i Qué carnes son esas ?


PlSTÉTERO.

Son unas aves que se han sublevado y conspirado con­


tra el partido popular.
Hércules.

¿Y las cubres primero de silfo?


PlSTÉTERO.

¡Salud, oh Hércules! ¿Qué ocurre?


Hércules.

Venimos enviados por los dioses para cortar la guerra.


GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 189

Pero esto no es más que una ligera muestra; hay ras­


gos más enérgicos que pintan el respeto que se les te­
nia á los dioses. En el drama satírico, que era composi­
ción muy distinta de la comedia, se extremaba Ja burla.
En uno de esos dramas, que es de Eurípides, Hércules
hace un papel admirable: un agricultor le compra por
esclavo y le envia á trabajar. El salvaje dios arranca Ja
viña; lleva los troncos sobre sus espaldas hasta la casa;
allí con ellos hace fuego para cocer enormes tortas de
pan, en las que emplea toda la harina de los almacenes;
asa un buey entero, el más grande del establo, y con esto, y
con todo el vino que encuentra en las bodegas, almuerza
tranquilamente, sobre las puertas de la casa que arranca
para hacerse una mesa; y después de haberse hartado,
saca de cauce un rio y sumerge la granja.
En cuanto á los hombres públicos, como generalmente
la comedia, en Jos tiempos de Aristophanes, que pueden
llamarse la edad de oro del teatro griego, era política y
no respetaba Ja vida pública ni la privada, ni se detenia
ante calumnia alguna por abominable que fuese, y pre­
sentaba Jas acciones y los vicios más vergonzosos en un
lenguaje tan claro y tan repugnante que avergonzaría á
un carretero español, ya se puede suponer cómo serian
tratados; y mas, recordando que por hábiles artistas se
hacían máscaras representando exactamente al personaje
que debía salir á la escena; de manera que no podia ca­
ber la menor duda de á quién se trataba de herir.
*4
i ço LOS CEROS DE CERO

En Los Caballeros, por ejemplo, Aristophanes se pro­


puso insultar y poner en ridículo á Cleon, á Cleon el
jefe del Estado y el omnipotente de Atenas. No hubo
un artista que se atreviera á hacer la careta, ni un cómico
que se resolviera á desempeñar el papel; y sin embargo, se
representó la comedia porque Aristophanes mismo con
la cara embadurnada, representó al tirano; y tan clara
era la alusión, que el poeta hace decir á Demóstenes, uno
de los personajes de la comedia, hablando de Cleon:
«No temas, ni siquiera verás su rostro, pues ningún
artista se ha atrevido á esculpir su máscara. Sin embargo,
yo aseguro que se le conocerá; los espectadores no son
lerdos.»
Y después por medio de los coros le dirige insultos ter­
ribles, como este:
Coro.

« Hiere á ese canalla, enemigo de los caballeros, recau­


dador sin conciencia, abismo de perversidad, mina de la­
trocinios, canalla, y cien veces canalla, y siempre canalla,
que nunca me cansaré de decírselo, pues lo es más cada
dia.»
Y más adelante:
Coro.

« i Infame, bribón, tu audacia llena toda la tierra, toda


la asamblea, las oficinas de recaudación, los procesos, los
tribunales! ¡ Removedor de fango, tú has enturbiado la
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS I9I

limpieza de la República y ensordecido á Atenas con tus


estentóreos clamores: tú, desde Jo alto del poder, acechas
las rentas públicas, como desde un peñasco acecha el pes­
cador los atunes.»
En Las Nubes, Sócrates fué la víctima; y como no
había dificultad para conseguir la máscara, el filósofo sa­
lió á la escena, como si verdaderamente hubiera sido él,
cargado de insultos y de calumnias; pero es una vulga­
ridad creer que Las Nubes de Aristophanes contribuye­
ron á la condenación de Sócrates, porque entre la primera
representación de la comedia y la muerte del filósofo, me­
diaron veinticuatro años.
Se han perdido muchas comedias deCratinos, Eupolis,
Susarion, Magnes, Ecphántides y otros muchos, y dicen
autores muy graves, que era lo mejor del teatro griego
en materia de comedias: no hay que creerles; siempre se
dice que lo mejor es lo que se ha perdido. Si desaparecie­
ran las novelas de Perez Escrich, los sabios del porvenir
vivirían lamentándose de que no había llegado hasta esas
retiradas generaciones la flor y nata de las literaturas del
mundo civilizado, desde el siglo xiv hasta el xix.
— ¡Cómo se divaga usted!—dirá algun lector—y yo
contesto:
—Tiene usted mucha razón, pero escribo para diva­
gar, y lo peor es que no prometo la enmienda; conque
siga usted leyendo, y déjeme disparatar sobre la come­
dia latina.
IÇ2 LOS CEROS DE CERO

Plauto y Terencio, á pesar de que casi todas sus come­


dias las tomaban del teatro griego, tienen ya mejor acierto
en lo que nosotros llamamos el argumento; hay más com­
plicación en la intriga, y presenta más interes en su mar­
cha, y aunque hay grandes trozos que no podrían oir sin
ruborizarse hasta el blanco de los ojos las damas de nues­
tro siglo, no imitan esos rasgos de vergonzosas liberta
des en que abunda la comedia griega. Terencio pretende
pasar por algo más aristócrata que Plauto: su lenguaje
tenia fama de tan elegante, que llegó á decirse que si las
musas hablaran el latin, lo harían como él. Plauto es más
llano y ménos cuidadoso; para Terencio, con muy po­
cas excepciones, todas las gentes son buenas, todos sus
personajes, aun las mismas cortesanas, tienen sentimien­
tos delicados; en las comedias de Plauto, hierven los
bribones; Terencio conservaba la ilusión del teatro como
en la comedia moderna, para que el espectador se figu­
rase estar viendo siempre una escena verdadera; Plauto
se divertia en hacerle comprender al público, á cada mo­
mento, que aquella era comedia, y los que la represen­
taban cómicos, cortando á cada momento la ilusión del
espectador y produciendo indudablemente esa disonan­
cia, esa sensación desagradable que experimentamos hoy
en la zarzuela, cuando al terminar un dúo, un cuarteto ó
un septimino, comienzan los actores á hablar en su voz
natural y destemplada.
Pero estas comedias iban directamente á herir las ma-
GALERIA DE CONTEMPORANEOS I93

las costumbres y los vicios sociales que eran de posible


corrección. La comedia tiene dos modos de moralizar: el
entusiasmo por la virtud, y el odio al vicio por medio de
escenas patéticas, de razonamientos elocuentes, de mo­
delos admirables, que hagan amar la una y aborrecer el
otro; ó presentando el peligro en el vicio, la tranquili­
dad en la virtud, el mal que se espera en obrar mal y el
bien que se aguarda en obrar bien, es decir, la una es la
moralidad en el heroísmo, la otra, en el egoísmo. La es­
pecie humana es más gobernable por el último de estos
sentimientos, y es el que pone en juego generalmente la
comedia, recetando siempre penas como Ja del ridículo,
á vicios y defectos que no llegan á la categoría de críme­
nes ni de delitos.
Tiene además la comedia la gran ventaja como mo­
numento histórico, de presentar las costumbres de su
época y el cuadro de la sociedad, tal como no se han cui­
dado de pintarle los historiadores, cuando casi siempre
hay que ocurrir al fondo de la vida privada y de las cos­
tumbres de los hijos de un pueblo, para explicar grandes
acontecimientos históricos.
No es posible comprender la sociedad griega, ni la
romana, ni tener una idea de sus costumbres, si no se
conoce más que á Tucídides, y á Herodoto, y áXeno-
phonte, y á Platon, y á Aristóteles; á Tito Livio, á Tá­
cito, á Salustio, á Cicerón y á Quintiliano. Platon dijo á
Dionisio el joven, que para que conociese las costum-
194 LOS CEROS DE CERO

bres y las instituciones de Atenas, estudiara las comedias


de Aristophanes.
« Leyendo los historiadores, dice Naudet, podéis ver á
los romanos en el foro los dias de comicios ó en los cam­
pamentos, al rededor de las águilas de sus legiones; al
Senado en la gravedad de su deliberación, ó con el apa­
rato de su imperiosa majestad, cuando recibe á los em­
bajadores de los pueblos vencidos, ó de los que se pre­
para á vencer. Pero ¿queréis mirar el Velabro con sus
tiendas llenas de bribones, ó el paseo de la Venus clausina,
lugar de cita de todos los hombres distinguidos ? ¿ Que­
réis visitar el Foro que hormiguea de gentes ocupadas,
de ociosos, de comerciantes, de banqueros, de calaveras
de cuarenta años que se arruinan por mujeres que los en­
gañan, y de habladores, que se fastidian unos, y otros se
distraen murmurando? ¿ Queréis penetrar en el interior
de las casas y sorprender á los romanos divirtiéndose con
sus queridas, ó disputando con sus mujeres, no cubier­
tos con las armas ni con la toga pretexta^ sino en bata, ó
en mangas de camisa? ¡Leed á Plauto!»
Su teatro, dice el mismo autor citado, es el suplemento
necesario de los libros históricos; es la historia secreta y
anecdótica de la vida romana; las memorias de los hom­
bres vulgares, que, sin estar consignados en los anales,
dan la medida común del carácter nacional, del cual son
las excepciones los héroes y los hombres ilustres.
Si cada período histórico hubiera tenido en la antigüe-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
l9S

dad un Aristophanes, ó cuando ménos un Plauto ó un


Terencio, la dificultad para encontrar la explicación y la
clave de muchos acontecimientos, seria menor.
Moliere y Breton de los Herreros, con mejor arte y
casi con tanta verdad, han pintado las costumbres de sus
tiempos; y aunque Moliere toma algunas veces el fondo,
la idea de la comedia latina para vestirla con el traje
francés, y aunque el horizonte que Breton de los Herre­
ros abarca en su teatro es muy limitado, sin embargo, en
lo porvenir estas comedias han de ser tan útiles para es­
tudiar la sociedad en que vivieron sus autores, como las
de los clásicos griegos ó romanos.
£n México apénas se ha hecho caso de la comedia:
pocos poetas se han dedicado á presentar nuestras cos­
tumbres en escena, y eso, cuantos han acometido la em­
presa, como Calderon en su comedia Ninguna de las tres,
Hipólito Ceran en sus Ceros sociales, Anievas en su Pa­
lentina, Juan Mateos en las varias que ha escrito, y otros,
ha ido siempre tomando aquellas costumbres que, aun­
que mexicanas, tienen su certificado de europeas. Un
hombre de calzoneras, un arriero con su gabardina y su
cuera, un ranchero con su sombrero ancho y su coton de
venado, ni se han atrevido ni se atreven á presentarlos en
el teatro.
Las escenas como las de y/ Madrid me vuelvo, de Bre­
ton, que pasan en provincia y en poblaciones pequeñas,
aquí no tenemos ni esperanzas de verlas, porque ni hay
196 LOS CEROS DE CERO

valor en los poetas, ni bastante patriotismo en el público


para que el teatro represente la plaza de San Juan Ixta-
yopa, la casa de un comerciante en Maravatío, ó una calle
de Moroleon. Los nombres mexicanos, otomís ó taras­
cos, de las cosas y las poblaciones, y que forman parte
de nuestro idioma, se oirían como una profanación en
un teatro donde se representan dramas de Echegaray; y
los trajes de los indios y de los rancheros harían reir á
una sociedad que no quiere ver en el palco escénico y re­
presentando á la clase pobre, sino obreros franceses de
blusa y de cachucha, gallegos imaginarios que más bien
parecen colonos italianos de los que ha traído el gobierno
en estos últimos años, ó majas fantásticas, vestidas como
sólo se encuentran en los antiguos cuadros de Goya.
Por eso es imposible la comedia y hasta, la novela na­
cional, y tendremos que resignarnos leyendo novelas me­
xicanas en que los hacendados hablen como Víctor Hugo,
las muchachas de los pueblos como las damas de honor
de la corte de Luis XIV, los curas indígenas como Mon­
señor Bienvenido, y los guerrilleros como Artagnan ó
como Porthos. Por eso hemos visto algunas, en que los
personajes conversan al rededor de 1a chimenea en Yu­
catan, ó en que se sirve el té á la inglesa en Guadalajara,
cerca también de la chimenea, como si la escena estuviera
pasando en Londres.
Pero ahora sí ya tendrá razón el que diga que me he
divagado completamente, que he olvidado á Juan Arias,
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS I97

y que si así continúo, no tendré cuándo acabar; pero no


encuentro la punta, y para salir del compromiso no me
queda más arbitrio que el gran principio táctico del ge­
neral Bum : cortar y envolver.
MARIANO BARCENA
MARIANO BÁRCENA

o feo es lo bello, dijo Víctor Hugo, echándose á


cuestas todas las reglas de los clásicos; y como
el genio tiene la propiedad del rey Midas, que
convierte en oro cuanto toca, Víctor Hugo convierte en
figuras angélicas al espantoso Quasimodo que se mecía,
como un colibrí en el cáliz de un flor, sobre las campa­
nas de las góticas torres de Nuestra Señora de Paris, y
á Gwymplaine que necesitó una ciega que le amara, como
el hombre ama á la divinidad sin conocerla.
Y si lo feo es lo bello, mis artículos tienen que ser be­
llos en fuerza de ser feos; que, como dijo Fray Gerun­
dio, ó hay sacramento en Campazas ô no hay en la Iglesia fe;
P tomando la comparación de más humilde y escondida
200 LOS CEROS DE CERO

fuente: dice el barba en el sainete del Alcalde toreador, que


se representaba con mucho éxito allá por el año de 1824:
O yo no soy bueno,
ó el Alcalde es malo ;
ó esta es una cosa
que yo no la alcanzo.

No hay cosa que ambicione tanto un escritor, como


ser el niño mimado, como diría Peredito; Γenfant gâté,
como dirían nuestros elegantes, ó el hijo del cura, como
decía La Orquesta, del público á quien el destino le de­
para por patrimonio.
Y pues de eso se trata, y cada uno tiene su alma en su
almario, y Cero, como dice D. Modesto de la Fuente,
Ni cuenta con ciencia infusa
ni tiene gracia especial,
sino un corazón tal cual,
y un alma de eso que se usa ;

también pretende que le hagan caso, ha determinado, como


dicen los jueces, visto lo alegado y probado, no circuns­
cribirse á los hombres de la tribuna y de la prensa en Mé­
xico, sino extenderse en estas, para él sabrosas pláticas,
á personajes que puedan prestarse á dar grato entreteni­
miento á la pluma y alegre lectura á los amigos.
Hoy me ha ocurrido hablar de Mariano Bárcena, el
joven Director del Observatorio Meteorológico Central;
y aunque la especialidad que él cultiva no sea ni la poe­
sía ni la oratoria, meteré la hoz en mies ajena, siquiera
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 201

para poder decir como Don Pedro el Cruel, en una de


las comedias del famoso autor de Do» Juan Tenorio:
Que dicen, por decir algo,
Que sólo en la guerra valgo.

Y por otra parte, Bárcena debe entrar en el número de


los periodistas, porque además de que ha colaborado en
muchas publicaciones científicas, ha sido casi el director
del «Boletín del Ministerio de Fomento» que inserta
las observaciones del Establecimiento que Mariano di­
rige. Así pues, también como periodista científico, tiene
’que ocupar un lugar en esta Galería.
Mariano Bárcena es un muchacho que gasta toda la
calma y toda la prudencia de un viejo; el estudio de las
ciencias naturales tiene la ventaja de dar al espíritu la
madurez de la ancianidad, conservándole siempre el per­
fume de la niñez.
Arago y Laplace eran unos niños gigantes, en la as­
tronomía; así como Pico de la Mirándola, de quien re­
fieren los autores que á los diez años sustentó un esplén­
dido acto de teología, debió haber sentido en su corazón
la verdad de aquel axioma de Derecho que dice:
Malitia sepa suplet atatis.

Barcena no sabe cómo anda la política de esta tierra;


encastillado en el Observatorio Meteorológico, pensan­
do en los cirrus y en las presiones atmosféricas, y en las
oscilaciones del termómetro, y en el ozona> pasa por los
202 LOS CEROS DE CERO

corredores de Palacio, en Marzo de 1882, soñando en


encontrar en el Ministerio de Hacienda á D. Matías Ro­
mero, ó en el de Relaciones al severo Mata. / Oh sancta
¿implícitas! como dijo Juan Huss cuando vió llegar con
un tizón para encender su hoguera, á una vieja á quien
él jamas había hecho daño.
Y Mariano Barcena está metido en un laberinto, jun­
to del cual las cuestiones políticas que agitan la prensa
periódico-política de nuestra capital, parecen tan peque­
ñas como un bache de la Alameda comparado al lago de
Chapala.
Los problemas meteorológicos son siempre extraordi­
nariamente complicados : la multiplicidad de sus elemen­
tos, la incertidumbre de los datos, la enorme oscilación
de los coeficientes y la variabilidad de las combinaciones,
hacen de ellos el objeto de un estudio laborioso, difícil,
y no siempre de precisos resultados.
Pero tratándose del problema meteorológico de Mé­
xico, todas esas dificultades y complicaciones suben de
punto, ya por la influencia de los elementos geográficos,
ya porque no se encuentran fácilmente estudios extran­
jeros que puedan servir de auxiliares, habiendo sido tan
escasos los que se han hecho, relativos á alturas tan con­
siderables como la en que está fundada nuestra ciudad.
La atmósfera, como todos sabemos, es una capa tras­
parente que envuelve por todas partes á la tierra, y com­
puesta de elementos que aunque parecen contrarios, se
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 2O3

combinan perfectamente, así como los que se llaman ami­


gos de un gobierno, que se entrelazan, y se chocan, y se
confunden, y se dividen, y que sin embargo, cada uno va
á su objeto: el uno quiere un Ministerio; el otro una
curul; el de más acá la administración de una aduana ma­
rítima; el de más allá una magistratura; aquel la direc­
ción de un ferrocarril, y éste una plaza de gendarme
para un primo del hermano del cuñado del sobrino de un
compadre del marido de la cocinera de una amiga suya.
En la atmósfera, en esa Gran Oficina en que se engen­
dra la vida y la luz para todos los organismos de los rei­
nos vegetal ó animal; en ese Gran Ministerio de Ha­
cienda de la Naturaleza, en el que las pólizas se pagan sin
necesidad de estar en distribución^ las moléculas consti­
tuyen la perpetuidad de la vida: los que hoy con su aglo­
meración forman un cuerpo humano, una planta ó una
nubecilla vaporosa, ayer ó antier se han desprendido de
otro organismo, que en virtud de ese fenómeno meta-
mórfico que llamamos la muerte, cedió sus componentes
para formar otra individualidad.
Nosotros, los que hoy alentamos, criticamos, ó somos
criticados sobre la tierra, llevamos en nuestro cuerpo las
moléculas que ayer se han separado de otros.
¡Oh admirable Naturaleza! y quién habia de pensar
que lo que fué un lirio fragante y perfumado, adornando
gallardo la negra y profusa cabellera de una hija de Aná-
huac, formara hoy parte de esa interesante persona que
204 LOS CEROS DE CERO

se llama Ramon Isaac Alcaraz; hi que esos gases escapa­


dos del niveo seno de Elena Leroux ó de María Aimée,
constituyeran el gallardo continente de Hermenegildo
Carrillo ó de Moisés Rojas?
¿Y quién puede pensar que un suspiro ó una lágrima
de Perez Jardon vendrán á brillar mañana en Jas pupi­
las de Chucha Servin, ó á vibrar en los acentos vigoro­
sos de Sostenes Rocha?
Y no hay que admirarse de estas trasformaciones: en
esa eterna cadena que forma la ley de las metamorfosis
de la Naturaleza, el mismo peso mexicano que paga la
casa de moneda al Gobierno por su descabellado arren­
damiento, anima el humilde hogar del empleado, resuena
alegre en la bolsa del usurero, baila en las cajas de « La
Sorpresa, « vuela á la casa del banquero, y vuelve á en­
trar en la Tesorería, quizá para salir nuevamente á manos
de D. Sebastian Camacho, como parte alícuota de la sub­
vención del ferrocarril Symon.
Con cuánta razón dijo Lucrecio en su poema de la
Naturaleza de las cosas: el jugo de los alimentos se dis­
tribuye en todas las partes del cuerpo. Los árboles cre­
cen y se cubren de flores y de frutos, porque al través
de canales imperceptibles, la sávia lleva de la tierra á las
raíces, cruzando por las ramas, la fuerza y la vida á to­
das las hojas.
A la grande altura (más propiamente altitud) de Mé­
xico sobre el nivel del mar, que complica los fenómenos
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 20$

estudiados en países y en lugares en que la atmósfera


tiene una gran pesantez, hay que agregar los extensos la­
gos que ocupan una parte considerable del valle en que
la ciudad está construida, y las dos elevadas montañas,
el Popocatepetl y el Ixtacihuatl, que ejercen una decisiva
influencia en el estado atmosférico; la poca densidad del
aire, Jo bajo de la presión barométrica, produce fenóme­
nos que no nos llaman la atención, porque á ellos esta­
mos acostumbrados, pero que hacen de México un lugar
excepcional por la influencia que ejerce tal condición,
desde las más complicadas operaciones de la Naturaleza
en el crecimiento, conservación y desarrollo del organis­
mo humano, hasta en Jas más sencillas del artesano y del
obrero.
Materia de un libro y no de las pocas líneas de un ar­
tículo, seria ese estudio ; pero basta reflexionar qué extra­
ños cambios originan en fenómenos estudiados en otras
partes, en fisiología por ejemplo, por el esfuerzo y trabajo
de los pulmones en la respiración; por la aplicación del
principio de Dalton, de que « la cantidad absoluta que se
disuelve está siempre en relación con la presión que el
gas ejerce en la superficie del líquido disolvente,» aplicado
al oxígeno que se encuentra físicamente en relación con
la sangre en el acto de la respiración.
Basta fijarse en que la poca densidad atmosférica hace
perder á la luz y al calor la difusión, produciendo increí­
bles diferencias en la altura del termómetro entre el sol
26
2θ6 LOS CEROS DE CERO

y la sombra; dando á las fotografías hechas en México ese


aspecto duro de los paisajes iluminados por la luna; obli­
gando á los arquitectos á buscar siempre en las habita­
ciones que construyen, la luz directa; haciendo inhabi­
tables por su oscuridad, cuartos que en Paris por ejem­
plo, tendrían una luz dulce y templada, y hasta disipando
rápidamente el perfume de un pañuelo.
La poca presión atmosférica precipita de una manera
increíble la evaporación; media hora después de haberse
regado los paseos y las calles, está el terreno tan seco
que el menor soplo de viento levanta nubes de polvo:
el sistema Mac Adams es casi imposible, porque esa rá­
pida evaporación hace que profundas grietas surquen
con mucha facilidad el pavimento de las calzadas: los
coeficientes de dilatación en metales, maderas y cristal,
se manifiestan enérgicamente en todas sus oscilaciones,
merced á esos bruscos cambios del frió al calor y de la
resequedad extrema á la saturación del aire: las armadu­
ras de hierro se flexionan, las vigas y los muebles cru­
jen y estallan; el cristal mismo presenta algunas veces
fenómenos de esta clase, y todo debido á la altura en que
vivimos y á la falta de presión consiguiente á ella.
La extensa sábana de agua que forma los lagos, es el
correctivo de la falta de humedad atmosférica, que en las
noches serenas y despejadas de Mexico, produciría por
la irradiación del calor del suelo en el espacio, continuas
heladas, haciendo imposible la vida vegetal en otra esta-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 207

cion que no fuera la de las lluvias, y multiplicando para


los hombres y para los animales las dificultades y los
peligros de la lucha por la existencia.
Las inmensas masas de perpetua nieve que cubren nues­
tros volcanes, aun cuando por el enfriamiento que pro­
ducen en las capas atmosféricas favorecen la falta de hu­
medad, haciendo bajar el grado de saturación del aire,
que es ménos elevado á medida que hay más frió, sin em­
bargo, representan en nuestro Valle el papel de gigantes
condensadores de nubes arrebatando, para formar la llu­
via que fecunda nuestras campiñas, el vapor de agua de
que vienen cargados todos los alisios de la gran corriente,
que vuelve del Ecuador á Jos Polos repartiendo la vida
y la animación por todos los países que atraviesa.
¡Qué infinidad de datos se necesita recoger para el
estudio de nuestra atmósfera, y cuántas dificultades y
cuánta laboriosidad hay, que vencer y que aplicar fabri­
cando un edificio científico, sobre bases tan perfectamen­
te movibles como la misma atmósfera de que se ocupa!
Pero volvamos á Mariano Bárcena. Mariano es una
honra para México; no vaála Concordia ni á los Tívolis,
ni á la Palestina, ni al Globo, ni á la casa de Messer, ni
le conocen como á su parroquiano Recamier, Porraz,
ni Fulcheri, ni hay un jin-cock—tail á la Bárcena, ni un
chery-cobler á la Marianito, ni un mint-juleps á la Ob­
servatorio; en cambio las sociedades científicas del ex­
tranjero se empeñan en contarle entre sus más esclarecí-
2o8 LOS CÊROS DE CERO

dos miembros honorarios; los botánicos bautizan con su


nombre nuevas plantas y los mineralogistas dan su ape­
llido á metales que eran desconocidos.
Barcena en el Observatorio Meteorológico fabrica los
elementos que enriquecen ese arsenal de conocimientos
para la economía humana, en que los médicos vienen á
buscar armas para combatir las enfermedades.
Ni los preparativos del emperador Alexis, para pre­
venir la invasion de Rogerio Huiscardo al imperio de
Oriente, ni los datos de que se arma Payno para com­
batir la ley de impuestos sobre tabaco, ni los argumen­
tos que preparan Mancera y Juan Mateos para defender
la introducción de la sal libre de derechos al Estado de
Hidalgo, ó la baja del impuesto sobre pulques, pueden
compararse al número de cifras que arrojan los registros
del Observatorio.
Y ese trabajo tiene que ocupar los dias y las noches,
y ser tan incesante como el que lleva el presupuesto de
egresos contra la tesorería de la Nación; porque si de los
coches simones el vulgo dice que corren parados, de
las quincenas puede decirse que velan durmiendo ya que
no que duermen velando.
¡Qué inflexible pintaban los antiguos al Tiempo! ¿Pues
cómo pintaria Fuentes Muñiz á la quincena? En los
cuentos y en eso que llamaban ejemplos los viejos mís­
ticos, todavía suele referirse entre chistes y veras, de al­
guien que detuvo á la muerte á la puerta de su casa: di·
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 2O9

cen de un zapatero que dió albergue á Jesucristo, que le


pidió por única gracia que quien llegara á sentarse en el
banco de la puerta de su casa, no pudiera desprenderse de
él sin la previa licencia del dicho artista de obra prima, y
agregan que cuando la muerte vino á llevarse al zapatero,
este bienaventurado discípulo de San Crispin, creyó 1a
visita tan inoportuna como la de un cobrador de contri­
buciones ó la de un casero, y con una urbanidad que en­
vidiaría Raygosa, el sobrino de mi tio, la hizo sentar en
aquel banco, del que la fiera representante de las Parcas
no pudo moverse hasta que celebró con el zapatero una
capitulación más vergonzosa que diputado de oposición
cuando pide pagas adelantadas.
Que las quincenas no son así, dígalo el Tesorero, y si
se sientan es para levantarse con más energía y gritar con
una voz más poderosa que la de Aquiles, el de Homero,
ó la del jefe de los normandos que invadieron á Sicilia.
Si la baja presión atmosférica produce ó no la anemia
barométrica en México; si el aire que se respira en la
capital por su falta de densidad es ó no más provechoso
á los tísicos; si el desarrollo del tórax es mayor en los
que nacen y se crian en este municipio que tantas cosas
espera de la actividad de Guillermo Valle, son cuestio­
nes que la ciencia médica vacila para resolver, pero que
el conocimiento y la experiencia de los cobradores de
contribuciones resuelve siempre en un sentido favorable
para el municipio.
210 LOS CEROS DE CERO

Nada importa la anemia barométrica con tal que haya


plétora en las cajas del erario; poco supone el desarrollo
torácico con tal de que exista en el impuesto, y nada dice
la conveniencia de la altura para los tísicos, si se consi­
gue que el viento produzca los pingües resultados que
para el municipio en general, y para sus amigos en parti­
cular, se proponen siempre los que cuidan de la meteoro­
logía de la bolsa.
Barcena se ha ceñido también, si no la corona, cuando
ménos el keppi ó el schacó de los mártires de la ciencia,
que ganó gloriosamente en los dias de la fundación del
Observatorio.
Jamas traición alguna á la patria, deserción á vista del
enemigo, golpe de Estado, infracción constitucional, im­
pía ó tiránica disposición, audaz y cínico robo de los
caudales públicos, ha producido escándalo mayor ni grita
más destemplada contra el culpable, que la fundación de
los Observatorios científicos en México. Los amigos y
parciales de Don Rodrigo, el de la Cava, si hubieran
tenido imprenta, no habrían tratado con más rigor al
Obispo Don Opas y al Conde Don Julián: una cruzada
levantaron los periódicos para atacar los Observatorios;
no hubo estilo, serio, jocoso ó moderado, que no emplea­
ran, ni arma periodística que no se esgrimiera: se multi­
plicaron las burlas, se menudearon los sarcasmos, se ago­
taron las calumnias, se inventaron palabras y motes, se
fraguaron cuentos y anécdotas: en aquellos dias se había
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 21 I

dado una disposición permitiendo públicamente los jue­


gos de azar, y esta disposición pareció una predicación
mesiánica, ó un tratado de honrada filosofía al lado del
espantoso crimen de fundar un Observatorio científi­
co. Quizá tenia razón la prensa periódica, porque pre­
sentaba argumentos tan incontestables como el de la inu­
tilidad de la institución, el desfalco injustificado de ocho­
cientos ó mil pesos que había costado montarla, y el
ningún resultado útil y práctico que vendria á dar la no­
ticia de que ayer ó ántes de ayer, á las once de la ma­
ñana, el termómetro centígrado había señalado veintidós
grados.
Si refiriera yo acontecimientos del siglo de Pericles,
no podria ser creído bajo mi palabra, y las autoridades
que en mi apoyo citara, quizá no á todos les parece­
rían del mismo peso ; pero esto de que voy hablando, ha
pasado como quién dice esta mañana: muchos de esos
periódicos aun viven; no es preciso ni siquiera decir
cómo se llaman; y buscándolos ó hallándolos por casua­
lidad, cualquiera se puede convencer que lo dicho no es
calumnia, tanto más, cuanto que hoy todavía no faltan
algunas veces párrafos ó alusiones que aparecen, como
recrudecencias ó recaídas de aquella enfermedad. Y en
aquella enfermedad se confundían el Observatorio Me­
teorológico con el Astronómico, hasta el punto de que
en uno de los cuentos inventados, se decia que estando en
el Meteorológico observando el anillo de Saturno, uno
212 LOS CEROS DE CERO

de los personajes del Gobierno preguntó en qué dedo


tenia el anillo.
Hubiera sido de desear que todas estas cosas se hu­
bieran hecho en una nación que estuviera en guerra con
nosotros: ¡qué rica mina entonces para divertirse!
Es cierto que en los Estados Unidos, el Presidente
en cuya administración se estableció el gran Observato­
rio Astronómico, tuvo que sufrir grandes disgustos y
terrible oposición, pero entonces se trataba de la desig­
nación de sumas respetables.
En fin, para honra de México, el Gobierno ha seguido
protegiendo el Observatorio, y continúan haciéndose allí
observaciones horarias directas, además de las que pro­
ducen los grandes instrumentos automáticos y registra­
dores.
Hay necesidad también de disculpar al vulgo por el
poco aprecio con que mira los Observatorios Meteoro­
lógicos. De los astronómicos salen las predicciones de
los eclipses, de las conjunciones, de los pasos y de todos
los movimientos del sistema planetario; muchas veces
hasta de la aparición de los cometas, porque, sujetos los
cuerpos celestes á leyes conocidas é inmutables, hasta en
sus mismas perturbaciones, el observador puede trazar
sobre el inmenso espacio de los cielos la línea por donde
han de elevar su curso y las horas en que han de rendir
esas jornadas: por eso las predicciones son seguras y sa­
tisfacen el deseo ó la curiosidad popular; y acostumbra­
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 213

dos los hombres á eso, esperan y exigen también de


los Observatorios Meteorológicos, pronósticos de mo­
vimientos atmosféricos y de meteoros, como si se tra­
tara del orto y el ocaso del sol.
Puede la ciencia llegar al punto de hacer esos pronós­
ticos; pero nunca tendrá la infalibilidad astronómica, y
para poder establecerse una regla serán necesarios muchos
millares de observaciones que necesitan muchos dias de
trabajo: «se exige de la Meteorología, dice Barthélemy
Saint-Hilaire en su prefacio á la traducción de Aristó­
teles, que sea sobre todo, aplicable á las necesidades y á los
trabajos de la sociedad: si no predice el tiempo, parece
inútil y desciende por un injusto desden al rango de
simple curiosidad. De esta opinion, aunque exagerada,
han sido muchos sabios de los que se tienen por más
autorizados en estos tiempos, y de ahí viene contra la
Meteorología la prevención que originan esas exigencias
poco fundadas.»
« Entre los antiguos, y principalmente en Aristóteles,
no hay nada semejante; parece que jamas se preocupa-
fon en sacar ventaja de las observaciones meteorológicas.
Existe una profunda diferencia entre los antiguos y nos­
otros, enteramente favorable para ellos: la ciencia no
debe afanarse por ser útil ; debe buscar únicamente ser la
verdad; con esto lleva una carga bastante pesada. Seria
un absurdo, sin duda, renunciar en lo absoluto á las apli­
caciones provechosas que se ha tenido la fortuna de des­
»7
214 LOS CEROS DE CERO

cubrir; pero no es este el objeto esencial de la ciencia,


este es un fin secundario que, cuando se empeña en per­
seguirle temerariamente, la hace alejarse y extraviarse de
su camino; los errores que cometa en este empeño que
no es el suyo, la desacreditan no sólo á los ojos del vulgo
sino á los de los espíritus más serios. Se tiene como un
triunfo descubrir y publicar la falsedad de una predicción
hecha por la Meteorología, como si ella tuviera por mi­
sión el predecir y como si fuera su deber asegurar á los
agricultores y á los marinos el éxito de sus trabajos y de
sus viajes.»
« La Meteorología comete una imprudencia dejándose sedu­
cir por preguntas y consultas indiscretas que se le dirijan; debe
dedicarse al estudio de la naturaleza^ tan complexo por los fe­
nómenos que la forman^y dejar á otros el cuidado de sacar de
ese estudio enseñanzas para la práctica de cada dia.i>
La Meteorología, como ciencia independiente y cons­
tituida como una especialidad y no como una parte se­
cundaria de la física, cuenta pocos años de existencia;
pero como estudio de los fenómenos de la Naturaleza,
confundiéndose muchas veces con la astronomía, tiene
muchos siglos de vida.
Acostumbrado ya á las divagaciones en mis artículos,
voy á dejar á Mariano Bárcena para extraviarme en algo
de la historia de la Meteorología como yo la he llegado
á comprender, y fácil será, para el amado lector que no
tenga voluntad de leer lo que voy á decir, saltarse, como
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS IIS

dicen los muchachos de la escuela, lo que falta para con­


cluir este artículo, y dirigirse con benévola mirada á otro
personaje de esta Galería.
No puede señalarse con precision el año en que comen­
zaron los hombres á dedicarse á los estudios meteoroló­
gicos ; pero sí con exactitud puede fijarse la época, porque
para eso basta una ligera reflexión.
Miéntras que se creyó que habia un Dios que direc­
tamente ejercía su poder en todos y cada uno de los fe­
nómenos naturales, como creyeron los pueblos semíticos,
ó que cada uno de esos fenómenos era un dios, como
creían todos los politeístas en la antigüedad, el estudio
de la Naturaleza era completamente inútil, cuando no
sacrilego. La idea de las leyes de la Naturaleza nacida en
Jónia, quizá poco ántes de que figurara Thales de Mi-
leto, fué la que dió principio á lo que se llama la ciencia
Meteorológica.
El frió, austero y terrible monoteísmo de los Semitas
ahogaba no sólo esas fantásticas y poéticas creaciones
de la Mitología indo-europea, sino todo instinto cien­
tífico y toda investigación de las causas que producen
los fenómenos atmosféricos.
En el libro más desconsolador que tienen las religio­
nes de los hombres, en ese libro en que el mundo se pre­
senta como un desierto sin árboles, sin flores y sin ver­
dura, cubierto por un cielo pajizo sin nubes y sin colores,
en que la vida se describe y se comprende como la au-
2i6 LOS CEROS DE CERO

sencia de toda esperanza, de toda ilusión y de todo goce,


en que el hombre se considera como si le hubieran en­
terrado vivo bajo una bóveda de granito; en ese libro
que comienza, vanidad de vanidades y todo vanidad, en el
Eclesiastes, en sus tres primeros capítulos, toda investi­
gación, todo estudio de la Naturaleza se denuncia como
una vana ocupación que debe abandonarse; y en el li­
bro de Job se considera como una impiedad, como una
usurpación de los derechos de Dios.
El no se mueve la hoja en el árbol sin la voluntad de Dios,
llevado hasta la exageración en el monoteísmo semítico
hacia imposible la ciencia, y el sistema del mundo, como
dice Renan, se reducía á esta simple concepción: « Dios
Creador del Universo y Agente universal, hace vivir con
su soplo á todos los séres y produce directamente todos
los fenómenos de la Naturaleza.»
En el libro de Job puede leerse el verdadero curso de
Meteorología semítica.
« Dios es muy grande para que nosotros podamos co­
nocerle.
El número de sus años es incalculable.
Él atrae á sí las emanaciones de las aguas que se desa­
tan en lluvias y forman vapores.
Las nubes las esparcen en seguida y caen pequeñas
gotas sobre la multitud de los hombres.
¿ Quién podrá comprender cómo se desgarran las nu­
bes y el estrépito de su pabellón?
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 217

Tan pronto se cubre en los relámpagos como en una


cortina, tan pronto parece como ocultarse en el fondo
del mar.
Los huracanes le sirven á la vez para castigar á los
hombres y para proveerles de lo necesario para su man­
tención.
Tiene en su mano los rayos luminosos y los lanza
contra sus enemigos.
El trueno anuncia su marcha, y el terror de los reba­
ños anuncia su aproximación.
Su voz llena toda la bóveda del cielo y sus relámpa­
gos tocan hasta los bordes de la tierra.
Despues del relámpago viene el rugido de su voz.
Él dice á la nieve: a cae sobre la tierra.»
Manda á las olas y á las lluvias torrenciales.
Al soplo de Dios se forma el hielo; el agua se contrae
y se condensa.
Él carga á la nube de vapores húmedos y tiene delante
de sí las nubes que llevan el rayo.
Y los rayos van de un lado al otro para ejecutar lo que
Él les ordena sobre la faz de la tierra......................... »
Este es el espíritu de todos los libros sagrados de los
pueblos Semíticos. Era por consecuencia imposible ni
aun la idea de la Meteorología.
La personificación antropomórphica de todos los fe­
nómenos naturales en el politeísmo hacia también im­
posible la existencia de la Meteorología como ciencia:
2i8 LOS CEROS DE CERO

los vientos, las lluvias, el rayo, el calor del sol, las bri­
sas, las nieblas y hasta el iris, todos eran dioses, diosas
ó ninfas que pensaban, que tenían pasiones y caprichos
y que unas veces obedecían y otras no, la voluntad del
padre de los dioses.
Aunque no creo en el simbolismo teológico de Creu-
zer que á tan absoluto extremo le lleva, que las ideas abs­
tractas aparecen como dioses de la Mitología Griega ó
Romana, tampoco pertenezco á la enseñanza de Evhé-
mero que ve en todos los dioses de la antigüedad, hom­
bres que han existido y que la leyenda y la superstición
han convertido en divinidades; soy de la escuela del vulgo
que piensa que realmente algunos de esos dioses fueron
hombres, otros representan ideas más ó ménos abstrac­
tas, y la mayor parte son la personificación de los fenó­
menos de la Naturaleza que los hombres no podían ex­
plicarse. Por eso, el sol, su marcha, sus rayos y todos
los fenómenos que la luz y el calor producen sobre la
tierra, vinieron á formar en la India á Varuna, Surya,
Savitri, Indra, Mitra, Aryaman, Agny, destello del sol,
fuego, vida, fecundidad; Apsara, viento, tempestad, ra­
yo, relámpago : por eso en la religion de la Persia, Or-
muzd y Ahriman, dia y tinieblas, sol y nubes, bien y
mal, personificados por estas divinidades, luchan cons­
tantemente; por eso en la Grecia y en Roma, los trabajos
de Hércules simbolizan los combates del sol con las nu­
bes; por eso Astreo y E09 tienen por hijos á Zéfiro, á
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 219

Bóreas, á Argestis, á Notos y á una multitud de vientos;


por eso los dioses se multiplican como los fenómenos
de la Naturaleza, y hasta el arco-iris hace crear la fábula
de la mensajera de los dioses; por eso los mexicanos tu­
vieron á Tlaloc, personificación del viento, del granizo,
de las lluvias y de las tempestades.
Con estas ideas religiosas fué imposible el estudio
científico, hasta que el principio fecundísimo de que la
Naturaleza tenia leyes, abrazado con ardor por Thales
de Mileto, por Demócrito, Esopo, Platon, Hipócrates,
Pitágoras, Esquilo y otros filósofos de la antigüedad,
dió nacimiento á la física y con ella á la Meteorología que
Aristóteles en el siglo de Alejandro Magno, vino á reunir
en un tratado, aunque confundiéndola muchas veces con
la Astronomía y con la Geología.
Durante más de dos mil años, los principios de Aris­
tóteles fueron seguidos por todos los sabios. Diógenes
de Apolonia, Aratus, Posidonio, Erastothenes, Estra-
bon, Séneca y Plinio, todos bebieron de esa fuente, y sólo
las luces del Renacimiento hicieron que comenzara á
echarse en olvido al filósofo Estagirita.
Y sin embargo, cuando se lee la Meteorología de Aris­
tóteles, se comprende la fuerza de aquella poderosa in­
teligencia que sin la riqueza de instrumentos y de méto­
dos de observación que hoy posee la ciencia, resolvió con
acierto tan graves dificultades: los vapores y las emana­
ciones son la base de su atmósfera; y esas emanaciones
220 LOS CEROS DE CERO

debían hacer un gran papel en la Meteorología hasta el


año de 1600 en que el químico Van-Helmont inventó
la palabra gas que tanto prestigio y tanta influencia ha
tenido en el progreso de la humanidad.
Aristóteles, algunas veces, cuando trata por ejemplo
de dar la razón de por qué el agua del mar es salada, de
los grandes movimientos del viento, de las corrientes equi­
nocciales, de la cauda de los cometas, llega casi hasta tocar
la verdad y repentinamente se extravia; pero en el fondo
se advierte un presentimiento, una intuición admirable
de todos esos descubrimientos que hoy vienen á consti­
tuir la ciencia moderna.
Han sido necesarios largos estudios, profundas me­
ditaciones, centenas de millares de observaciones y enor­
mes gastos para hacer avanzar la Meteorología que apé­
nas está, sin embargo de todo eso, dando sus primeros
pasos.
No falta quien se asombre de lo que cuesta en Mé­
xico un Observatorio, sin saber que sólo en ascensiones
aerostáticas para observar la atmósfera en las grandes
altitudes, en Francia y en Inglaterra, se han gastado con­
siderables sumas y han expuesto la vida hombres como
Gay-Lussac, Biot, Flammarion, Glaisher y Coxwell.
El hombre necesita, ántes que todo, conocer el medio
en que vive: la debilidad humana, la preocupación, la
ignorancia y el fanatismo, pondrán siempre obstáculos
á la marcha del saber; pero la ciencia triunfará dejando
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 221

señalado su camino, ya con grandes mártires como Pi­


laire de Rosièr y como Ritchman, ó por víctimas de
la burla como los fundadores de los Observatorios en
México.
JUAN A. MATEOS
JUAN A. MATEOS

n la prensa, en la tribuna, en el teatro, en el pe­


riodismo, en la leyenda, en el poema, en la
poesía lírica, en todas partes, nos encontramos
con Juan Mateos. ¡Vaya si ha sido trabajador!
Su nombre, como literato, es conocido en toda la Re­
pública, y apénas habrá un rincón en nuestro país en que
no haya penetrado alguna de sus obras.
Mateos tiene un talento claro, una imaginación ar­
diente, una facilidad extraordinaria para escribir, y es
fecundo como una sardina y atrevido como el primero
que comió zapote prieto; pero escribe mucho y lee poco.
Es una planta que necesita poco riego, y toma su ali­
mento de Ja atmósfera que le rodea.
Cuando comenzó á escribir versos, la mayor parte de
los jóvenes que entonces se dedicaban á la literatura, eran
124 LOS CEROS DE CERO

imitadores de Zorrilla: Zorrilla con su fecundidad, su


entusiasmo patriótico y religioso, su poesía rica de imá­
genes fantásticas y su estilo apasionado, fué el modelo
de toda esa generación. Lo que Víctor Hugo debía ser
veinte años después, entre nuestros escritores, lo fué en­
tonces Zorrilla, y Mateos, más fácil de impresionarse
que la mayor parte de los que en ese tiempo comenza­
ban á escribir, dió á sus poesías el giro favorito de Zor­
rilla, imitando también todas sus incorrecciones.
Pero si habia alguno que pudiera ser el Zorrilla de
nosotros, era indudablemente Juan Mateos, porque su
carácter y sus aptitudes le llamaban á desempeñar el papel
que entre los poetas españoles ha hecho el célebre autor
de Don Juan Ί*enorio.
Mateos se dedicó á escribir para el teatro: sus dramas
y sus comedias no han tenido el éxito que se debía es­
perar del talento del autor, porque Mateos estudia poco,
muy poco; su genio puede algunas veces salvarle, pero
es más fácil que le deje en la estacada.
Tiene Juan Mateos, como autor dramático y como
novelista, el gran mérito de haber intentado crear la es­
cena nacional : alguna vez se ha atrevido, más que á pre­
sentar en el teatro las costumbres de la clase alta de nues­
tra sociedad, á llevar á él á personajes escogidos entre los
hombres del campo, exhibiendo en el palco escénico los ti­
pos del guerrillero y del labrador.
El público recibió con aplausos esa novedad: induda-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 225

blemente aquel hubiera sido el principio de una nueva


era para nuestra escena, si por desgracia Juan no hubiera
encontrado con un obstáculo que es casi insuperable, que
hará abortar todas las tentativas que se hagan para for­
mar un teatro nacional, y que nos obligará á no ver re­
presentadas más que comedias españolas ó dramas tra­
ducidos del francés.
Ese obstáculo, son las compañías dramáticas: gene­
ralmente hay muy pocos actores mexicanos, más bien por
negligencia en el estudio del arte que por falta de apti­
tudes; y esos actores ó tienen que resignarse á forma par­
te de una compañía española, dirigida autocráticamente
por un actor español, ó en el caso de que pretendan for­
mar un grupo que alguno de ellos dirija, se ven obliga­
dos, por falta de elementos y de protección, á tomar en
arrendamiento un teatro de tercer orden en la Capital,
ó emprender Ja peregrinación por los Estados, entrando
modestamente en la esfera de cómicos de la legua.
Y como los actores españoles que á México llegan
precedidos de gran fama, la mayor parte de las veces no
nacida en Madrid ni en España, sino en las costas del
Golfo y en las Redacciones de nuestros periódicos, ni
tienen un alto concepto de Jas producciones dramáticas
de los nietos de Moctezuma, ni tomarse quieren el tra­
bajo de estudiar piezas nuevas, contentándose para salir
del paso con lo que ya de antemano traen sabido, resulta
que. el pobre autor que pretende que se ponga en escena
226 LOS CEROS DE CERO

alguna comedia suya, necesita más empeños, más influjo


y trabajo más grande que si solicitara la Cartera de Ha­
cienda ó la Administración de la Aduana marítima de
Veracruz.
Sólo aquellas compañías que no alcanzan á conseguir
«buenas entradas» ni «casa llena», tienen el valor de
aceptar esas comedias con las que esperan llamar la aten­
ción y hacer su agosto; pero entonces sucede que, con
un cuadro incompleto y con pocos recursos para « mon­
tar» la obra, la concurrencia, si acude, no se forma un
buen concepto de la pieza, y aplauden tibiamente «el
público en general y los amigos en particular.»
Mateos, luchando contra todos estos obstáculos, ha
conseguido ver representadas sus obras y estar ya reco­
nocido, entre nosotros, como autor dramático y á salvo
de los escollos con que tropieza el poeta novel y desco­
nocido.
Como novelista, Mateos ha logrado no sólo renom­
bre sino provecho. Un literato en México vive con mu­
cha dificultad de su pluma, porque si no alcanza un buen
lugar en la Redacción de un periódico, la publicación de
sus trabajos, aun cuando pueda conseguirla á costa de
heroicos sacrificios, le produce pocas ganancias; y Ma­
teos ha vendido bien todas sus obras, teniendo relativa­
mente un extraordinario número de suscritores.
El Sol de Mayoy el Cerro de las Campanas, Sacerdote y
Caudillo y Los Insurgentes^ pertenecen á la novela histó­
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 227

rica; y no pocas veces, datos que en publicaciones serias


relativas á Ja historia del país no pueden encontrarse, se
hallan en algunas de las novelas de Mateos.
Para escribir cualquiera de ellas, ha sacudido su indo­
lencia y ha buscado y encontrado la manera de referir los
acontecimientos públicos más notables, enlazándolos con
la ficción del argumento de una manera fácil y natural.
El carácter y las costumbres de algunos de nuestros
hombres distinguidos, están mejor pintados en los libros
de Juan Mateos que en muchas de las biografías que de
ellos se han escrito.
Juan es perezoso porque tiene facilidad para compren­
der y para escribir. En la tribuna, cuando no convence,
alucina, ó por lo ménos agrada: tiene siempre una ex­
traña novedad en sus frases y en sus giros y es difícil en­
contrarle un plagio porque no ha ido á beber la inspira­
ción á extraña fuente. Los hombres que han leído mucho,
son plagiarios sin quererlo y sin comprenderlo; el que
vuelve de apagar un incendio huele á humo, y él sin em­
bargo juraría que no, aunque todos lo sientan á diez me­
tros de distancia.
No diré que Juan Mateos sea un gran orador, porque
un orador perfecto, ó al ménos con pocos defectos, que
se acerque siquiera al modelo que de él nos presentan
los maestros, ó al ideal que tenemos formado, segura­
mente es muy difícil encontrarle; pero orador en el sen­
tido de meditar más ó ménos una cuestión, y ocupando
228 LOS CEROS DE CERO

la tribuna expresarse con facilidad y casi con elegancia


y hacer un discurso, sí puedo decir que Juan Mateos es
orador.
Para mí, el hombre que trabaja en la tranquilidad de
su gabinete una pieza literaria, que la pule, que la estu­
dia, que la arregla con el mayor cuidado, teniendo tiempo
y facilidad para consultar libros y maestros, que después
la aprende de memoria, la repite en alta voz delante de
alguien que le corrija, como el niño que da una lección
en la escuela, que ensaya delante de un espejo los mo­
vimientos que debe hacer, y después de todo este gran
trabajo, en una asamblea ó en un concurso cualquiera,
sube á la tribuna y pronuncia aquella oración; para mí,
repito, ese no es orador, será cuando más un escritor que
tiene la paciencia de aprender de memoria sus mismas
obras y repetirlas en voz alta escogiendo la oportunidad.
Si esto fuera ser orador, ¿quéescritor no lo seria? por­
que con mayor ó menor dificultad se aprendería cuanto
escribiese, ni serian necesarias tantas reglas y tanto tra­
bajo para formar un orador, y ni habría motivo para dis­
tinguir al escritor del orador, si la línea de separación
consistia, no más, en que el uno enviase sus trabajos á la
imprenta y el otro aprendiéndolos de memoria los pu­
blicara por medio de su voz.
No digo que yo tenga razón al asentar esto; pero no
he encontrado cosa que me convenza de lo contrario, y
como acostumbro, sobre todo para escribir, plantar mis
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 229

opiniones sin que me cause el menor cuidado lo que de


mí juzguen, no vacilo en repetir que para mí, orador es
el que estudia y medita detenidamente una cuestión sin
preocuparse de llevar en la memoria más que la estruc­
tura de su discurso y no el detalle de las palabras: es
orador, el que con el fondo de sus conocimientos y me­
ditaciones, puede en un parlamento, en una asociación
científica ó en una reunion popular, hablar bien y hablar
con acierto sin necesidad de que se le permita que vaya
á su casa á estudiar cuatro ó cinco dias para contestar un
discurso ó defender una proposición de la que no tenia
ántes conocimiento. El vulgo, y yo con él, llama á esos
oradores que llevan un discurso estudiado y que son in­
capaces para la réplica improvisada, fistolas de un tiro.
Cuando se lee á Cicerón, y más que él á Quintiliano,
y se recuerdan todas las reglas y todas las prescripciones
que no sólo para la parte intelectual sino para el aspecto
físico se encargan á los oradores, se convence uno, aun
cuando esto que voy á decir parezca una herejía litera­
ria, que aquellos hombres que en Grecia y en Roma se
distinguían en la Pnyx y en el Foro, en la Bètna ó en la
rostra, eran unos verdaderos cómicos que estudiaban la
manera de peinar, de vestir, los movimientos más insig­
nificantes y hasta la. clase de joyas que debían llevar.
Sabido es que el gran orador romano tomaba leccio­
nes de Rosio el cómico, para presentarse y perorar de
una manera agradable, es decir, para hacer en el Foro, y
29
23O LOS CEROS DE CERO

recitando composición propia, lo que los cómicos hacen


en la escena, declamando extrañas producciones.
Y no es un atrevimiento mió el decir esto, porque
esos grandes maestros de la elocuencia están á cada paso
señalando y llamando la atención de los oradores sobre
esa línea imperceptible que los separa de los cómicos y
en cuyo lindero muchas veces no están de acuerdo algu­
nos de ellos: «así, dice Quintiliano, golpearse la pierna
« es un movimiento que Cleón fué el primero en intro-
« ducir en Atenas; está hoy en uso entre nosotros y ex­
it cita al auditorio á sentimientos de indignación. Cice-
« ron siente que este movimiento le faltara á Calidio:
« jamas, dice, se golpeaba la frente ni la pierna. Respecto
« á lo de la frente no estoy de acuerdo, y encuentro que
« esto, batir las manos y golpearse el pecho, son cosas
« que deben dejarse á los cómicos.»
Un poco más adelante dice: «Es permitido algunas
« veces, apoyarse sobre el pié derecho, con tal que el cuer-
«po no se incline mucho hácia adelante; porque ya esa
«postura conviene más al cómico que al orador.»
Por fin, para no gastar mucho tiempo en citas, pondré
esta última, también de Quintiliano : « Para marcar la
« diferencia que debe existir con el cómico, el orador pro-
« cure atender en sus gestos y movimientos más al sen-
« tido que á las palabras, que aun esto observan los « ac-
« tores» que conocen la dignidad en su arte.»
Es curiosa la comparación que resulta de los consejos
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 231

y prescripciones de Quintiliano en sus Instituciones ora­


torias^ con el movimiento de las manos y de los brazos
que vemos hacer á nuestros oradores todos los dias.
No es fácil, ni quizá posible el cuidado de esos movi­
mientos en nuestro tiempo y por nuestros hombres; pero
no por eso deja de ser divertida la aplicación de los an­
tiguos preceptos.
Cicerón asienta que la gracia en los movimientos es
la elocuencia del cuerpo. Quintiliano dice: «las manos
« hablan ; ¡ qué variedad de expresiones ! instar, prome-
« ter, llamar, despedir, amenazar, suplicar, pintar el hor-
« ror, el espanto, la alegría, el dolor, la duda, el conven-
« cimiento, el arrepentimiento, las medidas, la cantidad,
« los números y el tiempo, las manos bastan para todo.
« ¿No excitan, no prohíben, no suplican, no aprueban,
« no muestran la admiración y la vergüenza? ¿no hacen
« las veces de pronombres y de adverbios para designar
« personas y lugares, y finalmente, en medio de esa pro-
« digiosa diversidad de idiomas que hablan tantos pue-
« blos diversos, ¿ no forman las manos una especie de
« lenguaje común á todos los hombres?»
En verdad Quintiliano tiene razón; pero oigamos
algunas de sus reglas y recordemos á algunos de nues­
tros hombres: «veamos, dice Quintiliano, de qué defec-
« tos son susceptibles los movimientos délas manos. . . .
« Yo he visto á un orador levantando las manos como pa-
« ra sostener la techumbre. (¿Quién no conoce á Gui-
LOS CEROS DE CERO

« llermo Prieto?) A otro, osando apénas separarla de su


« pecho. (Aquí el Señor Bermúdez.) Alargando otro el
« brazo en toda su longitud. (Aquí entra Dublan.) Mo-

« viendo otro la mano como si tuviera un látigo. (No
« hay más que recordar al diputado Carvajal.) Alguno
« afectando la postura de la estatua del Pacificador^ incli-
« nada la cabeza sobre el hombro derecho, el brazo ten­
et dido á la altura de la oreja, la mano desplegada y el
«pulgar al aire. (Este es un retrato de Justo Sierra.)
« Algunos oradores meciéndose constantemente de un
« lado á otro como Curion, el padre, de quien Julio pre-
« guntó: ¿Qui'en es ese hombre que habla desde un buque ?
(Y parece que había visto al diputado EnriqueZ.) ¡Qué
hubiera dicho Quintiliano si en su tiempo se hubieran
usado pantalones y hubiera contemplado á muchos de
nuestros hombres, perorando con las manos metidas en
los bolsillos ! ¡ Qué hubiera sentido Cicerón al mirar ese
vasito de agua del que á cada cinco palabras liban nues­
tros tribunos en las Cámaras!
Manus sinistra nunquam sola gestum recte facit, La mano
izquierda, nunca puede hacer sola un movimiento gra­
cioso, dice Quintiliano; y aquí vuelve á tomar su cauce
este artículo, porque Juan Mateos luego que sube á la
tribuna deja en inacción la mano derecha y pone en ac­
tivo ejercicio la izquierda. Siempre me ha llamado esto
la atención y he llegado á creer que ni es una mala cos­
tumbre ni el resultado de un acto voluntario; el mo­
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
*33

vimiento de Ja mano izquierda de Juan Mateos, en el


momento en que comienza á hablar en la tribuna, es el
efecto de un cambio de centro de actividad en la masa
encefálica. A ser cierta la teoría del cruzamiento, según
la cual el hemisferio derecho en el cerebro produce los
movimientos de los miembros del lado izquierdo del
cuerpo y vice versa, se puede asentar que en la conver­
sación, Mateos pone en ejercicio el hemisferio izquierdo
de su cerebro, y cuando toma la palabra, cuando se re­
concentra y esfuerza su inteligencia, todos sus pensamien­
tos nacen del hemisferio derecho, excita y pone en acti­
vidad los centros ideo-motores del mismo hemisferio,
despertando por decirlo así, las localidades, centro de los
movimientos automáticos de la mano izquierda.
En este caso podríamos decir como dijo un frenolo-
gista, que hay un estravismo intelectual, lo que, tradu­
cido en romance, querría decir que Mateos piensa bizco
en la tribuna. A esto sin duda puede atribuirse esa vo­
lubilidad literaria con que Juan Mateos se pone tan fá­
cilmente á escribir una letrilla como á rumiar el discurso
que pronunció en una discusión del presupuesto, como
á preparar el argumento de un drama. Esta diversidad
de objetos á que aplica su energía intelectual debe tener
por consecuencia que profundice poco las cuestiones que
desflora; pero Mateos no se pára en pelillos: poeta, com­
pone un poema á Jesucristo; orador, truena contra el
catolicismo y llama al Papa la ténia del Vaticano; autor
234 LOS CEROS DE CERO

dramático, se echa por la calle de en medio, convertido en


ave negra, trasformándose repentinamente en ave blanca,
como esas hermosuras de caoba que concurren al zócalo
ocultando la piel de Moctezuma bajo la espesa capa de
polvo de arroz y algunas veces de harina flor.
Juan Mateos es un creador de frases retumbantes en
la tribuna, como Justo Sierra en la poesía. Seguramente
que de ambos quiso hablar Zorrilla cuando dijo en una
detestable composición á Napoleon I :
« Dos gigantes los siglos nos trajeron^
Si Galileo viviera no estaria tan orgulloso del éxito
que ha alcanzado aquella su frase: epur si muove, como
debe de estarlo Juan Antonio de la brillante popularidad
que le han valido palabras como estas, que pasarán á la
posteridad: tengo enmohecidos los muelles de la palabra; he
dejado las sandalias en la puerta del Congreso; yo no abandono
almaestro como los ensabanados de Getbzemani; yo seré la úl­
tima vela del tenebrario político ; se le quiere hacer la opera­
ción del trépano â la Constitución; la sociedad no quiere vientres
secos; estamos en presencia del desastre, etc.
Y ¡ qué cosas dice Juan Mateos en sus discursos ! ¿De
dónde le vienen á las mientes citas tan extrañas y perso­
najes tan disímbolos? Algunas veces al oirle,se cree uno
presa de una de esas pesadillas en que vemos á D. Ma­
nuel Toro y á D. Trinidad García bailando el Can—Can
con Aspasia, la de Pericles, ó con Pinike, la hermana de
Kimon, y Sila ó Mario se empeñan en rasurarnos, y en­
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 235

tramos á tomar tamales y atole de leche en el Parthenon,


en compañía de Voltaire, de Alejandro VI y de D. Diego
Alvarez de la Cuadra.
¿Recordáis el discuro del Desagüe? Allí salieron (¿á
qué ó por qué? Mateos lo sabrá) el monumento de
Henrico Martinez, el Obispo Palafox, Revillagigedo, el
tenor Arcaraz, la escalera de Palacio, Pedro Arbués, la
\
Patti, las profecías de la madre Matiana, el ingeniero Ga­
ray, Pelletan, Niceto de Zamacois, los títeres del Teatro
de América, un soneto de Caravantes, las desgracias de
Colon, un plan de hacienda de Bejarano y la pulquería
«Los Amores de un Turco.»
Cuando en la Cámara habla nuestro Juan, Justo Sierra
se lame los labios, los Mijares Añorga se santiguan de­
votamente debajo de la barandilla, Bermudez aprieta los
ojos y sacude la cabeza, D. Ignacio Michel se forma una
concha con la mano sobre la oreja para no perder una pa­
labra de la lección, Vallecito se reconcentra, y á Guiller­
mo Prieto le brillan los ojos y vuelve complacido el ros­
tro por todas partes, como diciendo: ¡éste es mi discí­
pulo amado!
Sólo Joaquin Alcalde clava taciturno la barba sobre el
pecho y exclama en su interior: pues señor, éste sí me
desbanca, y etcétera, etcétera................
Veamos un trozo de elocuencia de nuestro orador. Se
trata del permiso que solicita el Estado de Hidalgo para
la introducción de sal del extranjero. Juan Antonio se
136 LOS CEROS DE CERO

yergue (como diría Justo Sierra), y con toda la energía


de que es capaz (como diría el Sr. D. Ezequiel Montes),
lanza las jaras silbadoras de su elocuencia (como diría
Hilarión Frías) en esta forma:
« Ciudadanos diputados:
Con las velas de mi bajel henchidas por el proceloso
viento de la discusión, me arrojo entre las revueltas ondas
de este debate, como las perdidas carabelas de Colon en­
tre las nieblas del Atlántico.
El Estado de Hidalgo lanza su cañonazo de socorro, y
por eso, antiguo soldado de la Reforma, quiero hacer
fuerza de debate ántes que la sombra pavorosa del bonete
de los hijos de Loyola se proyecte como un recuerdo de
Torquemada y Pedro de Arbués sobre los campos del
Estado que vió brillar el sol de Calpulalpam.
Los buitres que se ciernen sobre la Constitución hui­
rán á ocultarse medrosos bajo los mármoles del Vaticano,
al primer estallido del rifle del progreso que suena como
precursor del gemido de la locomotora.
¡ Que brille, ciudadanos diputados, la alta sabiduría de
la Cámara, para apagar las antorchas sangrientas del fa­
natismo, arrancadas de la hoguera de Juan Huss y de
Savonarola ! »
No me atrevo á decir que Juan Mateos no sabe lo que
dice, cuando dice todas estas cosas, porque me expondría
yo á que dijeran de mí que hablo como un loro.
Y á propósito de loros, tengo la convicción de que les
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 237

calumnian los que sostienen que esos animales no cono­


cen el peso y la significación de sus palabras, y les com­
paran á los hombres ligeros para expresarse.
En esa comparación, opino que quienes pierden son
los loros, y ellos deberían poner el grito en el cielo por
tamaño insulto.
Yo me atrevo á decir semejante cosa, porque he teni­
do oportunidad de hacer algunas observaciones, que si
aquí no vienen al caso, no por eso dejarán de divertir á
los lectores, cerrando este artículo con un broche de oro,
como diria Guillermo Prieto.
Yo conocí en Tacámbaro un loro, con quien me pre­
sentó su amo, que era un coronel que aguantaba pocas
pulgas: el loro me reconoció como amigo de su amo, y
observé que ese animal, más desvergonzado y más agresi­
vo que una mujer borracha, andaba siempre en campaña de
palabras con los asistentes y los criados de la casa, dicien­
do tales infamias, que era cosa de taparse los oídos; pero
apénas escuchaba los pasos de su amo ó los mios, ó alcan­
zaba á distinguirnos desde léjos, tomaba repentinamente
el aspecto más mojigato, y creyendo sin duda que perte­
necíamos al Seminario de Morelia, comenzaba á cantar
con voz gangosa: Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal.
Herodoto á cada paso dice en su Historia al referir al­
gun acontecimiento:
—Esto lo vi, esto me lo contaron; pero no lo creo.
Y así voy á referir una historia que de testigos vera-
30
238 LOS CEROS DE CERO

ces, aunque no les creí, supe en una de las poblaciones


del Sur de la República.
Es el caso, que en ese pueblo había un maestro de es­
cuela llamádose Don Lúeas, y el cual dicho maestro te­
nia en la puerta del establecimiento un perico que todo
el dia estaba dando vueltas en su estaca, oyendo lo que
pasaba en la escuela y cambiando frases más ó ménos
graciosas con los muchachos.
Una mañana, el loro, enfadado de aquella vida, ó cre­
yendo quizá que había terminado su educación primaria,
levantó el vuelo y en ménos de un cuarto de hora estuvo
ya en la sierra inmediata y en donde abundan los loros,
los pericos, las cotorras, las guacamayas y toda esa gran
familia de pájaros que son candidatos á oradores.
La pena de Don Lúeas por la ingratitud de su favo­
rito fué, como debe suponerse, honda y prolongada; pero
como no hay dolor que el tiempo no cure, al mes no se
acordaba ya del perico.
Un dia, Don Lúeas tuvo necesidad de atravesar la
sierra para ir á una de las poblaciones cercanas : levan­
tóse temprano, ántes que el sol, ensilló su caballo flaco,
puso en las cantinas de la silla una torta de pan, un pe­
dazo de queso y una botella con mezcal, y sin encomen­
darse á Dios como Don Quijote, ni al diablo como las
brujas^ echó por la vereda aprovechando la fresca para
caminar, no sin tomar de cuando en cuando algunos tra­
gos de la botella.
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 239

Serian las diez de la mañana, cuando atravesando por


lo más espeso de la selva, empezó á oir por todas partes
en grandes gritos, voces como humanas que decían b, a, n,
ban; b, e, n, ben, y así sucesivamente: como maestro de
escuela, fastidiado estaba de oir deletrear y de tratar con
muchachos que, entre paréntesis, me figuro que los maes­
tros de escuela deben tener por patron á Herodes, á aquel
que degolló tantos chicos, ó á Kansa, aquel tirano de
la India que, según cuentan los libros de los Brahamas
muchos siglos antes de H erodes, había también tenido el
mismo inofensivo capricho. Pues como iba diciendo,
Don Lúeas creyó al principio que aquello era una alu­
cinación, que había tomado un poco más mezcal del que
convenia, ó que el diablo trataba de martirizarle; pero
poco á poco se fué convenciendo de que real y efectiva­
mente aquellos gritos partían de los árboles.
Loco se volvía tratando de explicarse ese misterio, has­
ta que repentinamente una inmensa bandada de loros cru­
zó sobre su cabeza repitiendo todos en coro : b, a, n, ban;
b, e, n, ben, y detrás de ellos solo, y como cuidándoles,
el ingrato, el desertor perico, que con mucha gravedad
dijo al pasar junto al asombrado preceptor:
—Don Lúeas, ya tengo escuela.
Yo he tenido ganas de hacer de este cuento una fabu-
lilla, y la moraleja, que por supuesto debe ser en verso,
ha de decir: « Dios nos tenga de su mano, el dia en que
muchos de nuestros literatos abran escuela.»
FRANCISCO SOSA
FRANCISCO SOSA

)uí, en donde todos somos capaces de todo, de­


dicarse á la crítica literaria es empeño más peli­
groso que el de abrir un templo protestante en
Puebla, ó proponer en la Cámara la disolubilidad del
matrimonio : decir á un escritor que no sabe Gramática,
prueba más grande atrevimiento que el de Lutero al pre­
sentarse en la Dieta de Worms; y para demostrar á un
poeta que su inspiración es postiza y de mala ley, se re­
quiere más valor que el de Horacio Codes, resistiendo
solo en un puente á todo el ejército enemigo, que el de
Marcelo atacando con un puñado de caballeros á la mu­
chedumbre de los Galos, según cuenta Valerio Máximo,
ó que el de Pedro Castera poniendo en venta sus « En­
sueños yArmonías.» No se puede ser crítico en un país
en que cada literato se cree digno, no solo de respeto,
242 LOS CEROS DE CERO

sino de la admiración de todas las generaciones presentes


y venideras.
Todos los tormentos que se agotaron en Lyon en el
siglo II de la Iglesia para martirizar á Blandina y á Pón-
tico, parecerían poco castigo si se tratara de aplicárselos
á un desgraciado que quisiera tomar el papel de censor
en esta ciudad en que las letras están en su apogeo : por
eso, aunque me voy con tanto cuidado en mis artículos,
como esos acróbatas que dan en los pueblos el espec­
táculo de cruzar con los ojos vendados sobre un terreno
erizado de cuchillos y bayonetas, no dejo de maldecir en
mi interior, el dia y hora en que, por mi desgracia, me
he metido en este laberinto, sin llevar, como el semi­
diós de la Grecia, el hilo maravilloso de Ariadna.
Pero á lo hecho, pecho ; y vamos andando, que fin ha
de tener todo esto y el hombre ha nacido para sufrir y
padecer.
Y hánme ocurrido todas estas reflexiones, porque voy
á hablar de Pancho Sosa, que ha tenido siempre la fran­
queza de expresar sus verdaderas opiniones, todas cuan­
tas veces ha escrito artículos de crítica literaria, lo cual
le ha valido no pocos disgustos ni escaso número de ma­
las voluntades.
Sosa, como crítico, algunas veces es demasiado severo;
pero esto que más bien es resultado de su carácter, no ha
dejado de ser útil en el tan desacotado campo de nuestra
literatura; y como la venganza no sea arma extraña en­
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 243

tre nosotros, muchos descargan sobre él sus rencores, sin


perdonarle por más que pasen los dias y los años; que
entre los poetas, las ofensas, supuestas ó reales, prescri­
ben con más dificultad que en los siglos pasados los bienes
raíces de la Iglesia ó de los Municipios.
Sosa ha engalanado con sentidos versos y con leyendas,
periódicos de buen nombre, como El Domingo, El Fede­
ralista, El Renacimiento, El Artista y la Revista Mexicana.
A pesar de esto, será muy difícil que muchos confie­
sen el mérito de Sosa; y él se tiene la culpa, por andar
queriendo decir siempre la verdad, en todas ocasiones,
y por no darle tornillo á su carácter, poniendo en juego
algo más que la indulgencia para llamar genios, á todos
los que escriben cuatro renglones desiguales; eminen­
cias, á los valles; cóndores, á los gorriones, y soles, á las
anémicas linternas de los coches del sitio.
Para tener fama literaria bien sentada, es preciso callar
todo lo que puede refluir en mengua de cuantos, bien ó
mal, escriban en todos los periódicos, libros y décimas
de la plaza, conocidos y por conocer, y alabar hasta lo
inalabable, por más que haya loas que parezcan invero­
símiles.
Eso depende de los anteojos con que se lee.
Dijo un poeta:
En este mundo traidor,
Nada hay verdad ni mentira ;
Todo es según el color
Del cristal con que se mira.
244 LOS CEROS DE CERO

Cuentan que un carpintero tenia un caballo y sólo


le faltaba la pastura para mantenerlo: por las mañanas le
echaba el aserrín y los recortes de madera, como almuer­
zo; pero como el animal nada de esto quería comer, al
buen carpintero se le ocurrió, para que el caballo creyese
que toda aquella madera era yerba húmeda y fresca, po­
nerle anteojos verdes.
Necesítanse pues, unos lentes verdes, que así creere­
mos que todo es yerba, aun cuando mucho sea paja, y
luego convencerse de que en materia de alabanzas todo
debe regirse por el Do ut des* y facto ut fadas.
Sosa ha tenido el candor de decir que las comedias de
Cuenca, de Peza, de Segura, algunas de Chavero, otras
de Juan Mateos y otras de Peon, no valen lo que los
autores creen, ó lo en que los cómicos las aprecian ; y ha
tenido con esto mucho que rascar.
Le han gritado envidioso, acre, intratable, y antipatriota,
porque el patriotismo tiene su modo de entenderse, aun­
que se haga alianza con el enemigo extranjero en un cam­
po de batalla, con tal de que se diga siempre, que noso­
tros somos la raza privilegiada de la tierra para escribir
en prosa y verso, ya hay seguridad de aparecer más pa­
triotas que Mucio Scévola, que Verginsextorix, que Pe-
layo, ó que Guerrero.
Es peligroso saber, y más que saber, publicar todos
esos secretos misteriosos de la literatura, que se han vuel­
to ya como los secretos de las religiones. Cuentan que
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
245

Aristophanes por haber hecho alusión á algunos miste­


rios religiosos, fué acusado de impío, y no pudo salvarse
sino probando que no estaba iniciado, y que todo aquello
lo había sabido por la voz pública.
Renan refiere lo siguiente:
«Un personaje elevado del Islamismo me contó que
« había sido preciso hacia pocos años reparar el interior del
« sepulcro de Mahoma en Medina; y se publicó una con-
« vocatoria á los albañiles anunciando en ella que: aquel
«que tuviera que entrar á lugar tan sagrado, seria dego-
« liado al salir. No faltó uno que se presentara; descendió,
«terminó su trabajo y se dejó decapitar. Es necesario,
« me dijo mi interlocutor, que se tenga cierta idea de estos
« lugares y que nadie pueda decir que son de otro modo.»
Esto es precisamente lo que causa la mala voluntad
contra los críticos: es preciso que se tenga cierta idea de
tales personas, y no seria malo degollar á todos los que
intentaran probar que esa idea no es la verdadera.
Pancho Sosa se ha dedicado principalmente al estudio y
publicación de Biografías de los hombres que en México,
han tenido alguna importancia en las ciencias ó en la li­
teratura, ó de alguna manera han contribuido al progre­
so moral y material del país, y tiene escritas ya más de
setecientas.
Este trabajo es ingrato y peligroso; pero entre los auxi­
liares de la Historia, es sin duda el que mayores servi­
cios la presta.
246 LOS CEROS DE CERO

En las Biografías de los hombres de pasados tiempos,


la dificultad para encontrar datos fehacientes burla mu­
chas veces el laborioso empeño del escritor, y las encon­
tradas apreciaciones sobre el mérito de los contemporá­
neos le expone á los enconosos tiros de la envidia.
Con una serenidad imperturbable y con una constan­
cia digna de respeto, Sosa arrostra por todo, y sigue sin
interrupción estudiando y escribiendo Biografías, y acu­
mulando con ellas un caudal de noticias y juicios críticos
que serán, un tesoro para los historiadores en lo porve­
nir, por más que hoy no le produzcan á su autor ni gran­
de honra ni provecho alguno.
La historia de los hechos de hombres, que de alguna
manera se distinguen por sus virtudes ó por su saber, en
los pocos años que viven sobre la tierra, se ha considera­
do siempre, si nó de gran brillo, sí de notable utilidad,
por escritores dignos de respeto.
« Antigua costumbre—dice Tácito en la vida de Agrí-
«cola—ha sido narrar los hechos y costumbres de los
«varones esclarecidos, y aun nuestra misma edad, aun-
« que poco apreciadora de los suyos, siempre cuida de eso
« cuando alguna grande é ilustre virtud vence y sobrepuja
« la ignorancia, la envidia y el aborrecimiento de lo bue-
« no, vicios comunes á las grandes ciudades y á las pe-
«queñas poblaciones. Pero entre los pasados, así como
«habia más inclinación para hacer cosas dignas de re-
« cuerdo y ocasión más oportuna para ello, así también
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 247

« movíanse los ingenios á escribir la memoria de esas vir-


« tudes, más por el precio de la buena conciencia que por
«el estipendio ó la ambición. Narraron muchos sus pro-
« pías vidas, confiando en la severidad de sus costumbres,
« que no aconsejados por la arrogancia; y por esto ni fue-
« ron murmurados Rutilio y Scauro, ni se dudó de la
« verdad de su dicho. Tanto así, en los siglos fecundos de
«virtudes, es fácil la justicia en la apreciación ; y yo, es-
«cribiendo la vida de un hombre que ya no existe, nece-
«sito una indulgencia, que no solicitaría si atravesáramos
« los tiempos crueles y enemigos de las virtudes.
«Sabemos que Aruleno Rústico y Herennio Senecion
« fueron condenados á muerte por haber escrito la Apo-
« logia, el uno, de Pœtus Tráceas, y el otro de Prisco Hel-
« vidio; y no contentándose la persecución con los auto-
«res, fueron quemadas por la mano de un ejecutor, y
« en medio del Foro, aquellas obras, esclarecidos monu-
« mentos del genio. Se pretendía, sin duda, consumir con
« el fuego la voz del pueblo romano, la libertad del Se-
« nado y la conciencia universal, ahogando la sabiduría
« de los profesores, y desterando á todas las buenas artes
« por temor de encontrarse con algo honesto. Ciertamen-
« te dimos grandes muestras de paciencia, y como la edad
« pasada vió los últimos términos de la libertad, vimos
« nosotros los últimos de la servidumbre, perdiendo por
« temor á las denuncias hasta el trato y conversaciones
« familiares; y hubiéramos perdido hasta la memoria mis-
248 LOS CEROS DE CERO

«ma, si estuviera en nuestra potestad el olvidar como lo


«está el callar.»
Despues del testimonio del príncipe de los historiado­
res, que traducido por mí pierde toda la elegancia del ori­
ginal, nada seria preciso agregar enpró de los trabajos bio­
gráficos; pero de alguna cosa servirá aducir algunos otros.
« Por tanto,—dice Plutarco en la vida de Pericles—
«es visto que no son de provecho para los espectadores
«aquellas cosas que no engendran celo de imitación, ni
« tienen por retribución el incitar el deseo y conato de as-
« pirar á la semejanza; mas la virtud es tal en sus obras,
« que con admirarías, va unido al punto el deseo de imitar
« á los que las ejecutan, porque en las cosas de la fortuna,
« lo que nos complace es la posesión y el disfrute, pero
«en las de la virtud, la ejecución; y aquellas queremos
« más que nos vengan de nosotros, y éstas por el contra-
«*rio, que las reciban los otros de nuestras manos; y es que
«el honesto mueve prácticamente y produce al punto un
«conato práctico y moral, infundiendo un propósito sa-
« iudable en el espectador, no precisamente por la imi-
« tacion, sino por sola la relación de los hechos. De aquí
« nació en mí el propósito de ocuparme en este genero
«de escritura.»
El famoso escritor español D. Manuel José Quintana,
en el prólogo de sus «Vidas de Españoles célebres,» dice
al mismo propósito:
« Las vidas de los hombres célebres son, de todos los
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 249

«géneros de historia, el más agradable de leerse. La cu-


«riosidad excitada por el ruido que aquellos personajes
« han hecho, quiere ver más de cerca y contemplar más
« despacio á los que con sus talentos, virtudes ó vicios
«extraordinarios, han contribuidoá la formación, progre-
«sos y atrasos de las naciones. Las particularidades y
« pormenores en que á veces es preciso entrar para pintar
« fielmente los caracteres y las costumbres, llaman tanto
« más la atención, cuanto que en ellas se mira á los héroes
« más desnudos del aparato teatral con que se presentan en
« la escena del mundo, y convertirse en hombres semejan-
« tes á los otros por sus flaquezas y sus errores, como para
«consolarnos de su superioridad.»
Pero todos estos pensamientos se condensan de una
manera admirable, en unos versos tomados de los que
D. Antonio Pons, pone en su Viaje á España y dice ha­
berlos leído en dos tablas al lado del sepulcro del célebre
Conde D. Pedro Ansurez, en una capilla de la Catedral
de Valladolid.
La vida de los pasados
Reprehende á los presentes ;
Ya tales somos tornados,
Que mentar los enterrados
Es ultraje á los vivientes.

Porque la fama del bueno


Lastima por donde vuela,
AI buëno con la espuela,
Y al perverso con el freno.

Xenophonte llevaba más adelante el empeño en con­


2$O LOS CEROS DE CERO

servar el recuerdo de las acciones de los hombres ilustres,


pues dice al comenzar El Banquete:
« Me parece que no solamente las acciones serias de
« los hombres honrados y virtuosos, sino aun sus simples
« entretenimientos, son dignos de memoria; y llevado de
« este pensamiento, quiero publicar algunos rasgos de
« que yo he sido testigo.»
Seguramente por esto hay tantos escritores honrados
que se han dedicado á los estudios biográficos. Tácito
escribió la vida de Agrippa, Quinto Curcio la de Ale­
jandro Magno, Plutarco y Cornelio Nepot vidas de grie­
gos y romanos, Xenophonte la de Cyro el Grande, y Dió­
genes Laertio las de muchos filósofos; Suetonio las de los
doce Césares, Philostrato la de Apolonio de Tyana y la
de los Sophistas, Eunapo las de los filósofos.
El año de 1643, jesuíta Bolland comenzó la pu­
blicación de la grande obra Acta Sanctorum* interrumpida
en 1794 por la revolución, y que no comprendiendo más
que del i9 de Enero al 14 de Octubre, contaba ya cin­
cuenta y tres volúmenes en folio: Monje, en nombre del
Instituto; Gizot, en nombre de la Historia, y los perso­
najes más importantes de Bélgica, pidieron la conclusion
de ese monumento que por un voto de las Cámaras bel­
gas en 1837, se continuó por una Sociedad de Bollan-
distas escogida de la Compañía de Jesus; hasta 1853 ha­
bían publicado ya dos grandes volúmenes con más de dos
mil cuatrocientas páginas.
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 25I

Estas biografías de los santos, tan populares en el mun­


do católico, son el resúmen de la literatura dominante de
la Edad Media, y que influencia tan poderosa ejerció en
el modo de ser de las sociedades y en el modo de existir
de los gobiernos.
En nuestros dias, á la luz deslumbradora de la ciencia
moderna, apénas puede comprenderse el influjo decisivo
que esas leyendas tuvieron en el ánimo de aquellas gene­
raciones, no sólo en la vida doméstica, no sólo en el cri­
terio de la conciencia religiosa y moral, sino en la guerra,
en las ciencias, en las artes, en las letras y en la industria.
Relatos de fantásticas y maravillosas aventuras, mila­
gros, éxtasis, profecía, ubicuidad, penitencias espantosas
y episodios de abnegación inverosímiles: los santos de la
Iglesia de Oriente venciendo en constancia y en sufri­
mientos á los Faquires del Ganges y del Indo, los Stili-
tas permaneciendo inmóviles sobre su columna tantos
años y anidando bajo sus brazos los pájaros; María la
Egipcia enterrándose viva hasta el cuello; los mártires
de la Iglesia de Occidente, sufriendo sin murmurar y mu­
chas veces en medio de cantos triunfales, Jos horribles
martirios de la silla candente y la muerte entre las garras
de los tigres ó las pesadas patas de los elefantes; la innu­
merable muchedumbre de solitarios, haciendo una mons­
truosa mezcla de la filosofía de los Gimnosophistas, de
los Pitagóricos, de los Estoicos y de los Cristianos; este
es el almacén de donde están sacados todos los hilos, que
152 LOS CEROS DE CERO

tejen y traman la tela de la vida de los santos, durante los


tres primeros siglos de la Iglesia.
Y sin embargo, estas vidas, llevadas por la tradición,
inspiraron á toda la Edad Media, y puede decirse que de
ellas nacieron los libros de Caballería; los libros de Ca­
ballería que no son otra cosa sino biografías más ó ménos
fantásticas de hombres maravillosos: porque Ja humani­
dad, por más que digan los escritores católicos, tiende al
Politheismo, y los santos son para el vulgo del catoli­
cismo una especie de semidioses, como lo fué Theseo
entre los griegos, como lo fué Hércules ántes de ser ele­
vado á la categoría de dios, y semidioses fueron para
la Edad Media, los caballeros andantes; porque el pue­
blo en los dias del Politheismo criaba sus semidioses;
en los primeros siglos del Cristianismo, formaba santos
milagrosos; y cuando la Iglesia estableció que los santos
no se declaraban más que en Roma, el pueblo comenzó
á crear demonios y héroes fantásticos y legendarios.
Libros de Caballería y vidas de los santos, fueron el
alimento literario deSan Ignacio de Loyola, que envolvió
al mundo en una red de acero con la Compañía de Jesus:
vidas de los santos y libros de Caballería, nutrieron el
espíritu de la sublime histérica Teresa de Jesus, y quizá
el Fausto de Goethe, y el Mágico prodigioso de Calderon
hayan tenido, como opinan muchos, la vida de San Ci­
priano por fuente de inspiración.
En los últimos siglos las colecciones biográficas han to-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
253

mado generalmente el carácter de diccionario, y se han for­


mado grandes colecciones. Branthome, MoreriLadvocat,
Bayle, Michaud, Vaperau, Renniè y otros muchos cuya
lista seria interminable, se han dedicado á esta clase de
trabajos, entre los cuales no son de despreciarse el de Ro­
bertson en la Vida de Cárlos V> Wathson en la de Felipe II,
y el mismo Voltaire en la de Cárlos XII.
Hay sin embargo en medio de todo esto, la Biografía
que podríamos llamar bastarda: la que escriben los adu­
ladores para halagar el amor propio y lisonjear servil­
mente á un magnate, profanando el recuerdo de Plutarco
y con virtiendo las balanzas de la Justicia en romana de
tienda de abarrotes en que se pesa para vender.
Esta clase de biografías son como la flor que llama­
mos nosotros de Navidad; son como la Maravilla: apé­
nas pueden vivir siquiera durante el dia que las ve nacer;
pero de este trabajo debe hacerse el mismo aprecio que
el público hace de él: le considera como uno de tantos
medios que han inventado los cortesanos para halagar á
su Señor; se leen por diversion como la noticia de la
sierpe que se apareció en la iglesia de Loreto, y si sirven
para hacer alguna calificación, no es precisamente ¡a del
personaje de quien se habla, sino la del Homero que á tal
Aquiles canta. De tales obras nunca hemos llegado á ver
una colección, y á fe que hace falta, no como un modelo
de literatura ni ménos como dato histórico, sino como
prueba de la volubilidad de las cosas de este mundo, y
3*
*S4 LOS CEROS DE CERO

como coeficiente de abyección en algunos períodos de Ja


vida de los pueblos.
Cuando se medita en la influencia de los estudios bio­
gráficos, viene necesariamente á nuestra memoria la gran
cuestión á que se ha llamado la teoría del grande hombre^
y sobre la que voy á permitirme decir unas cuantas pa­
labras, siquiera para poder hablar de grandes hombres, ya
que entre nosotros son tan escasos.
« Otra clase de espíritus hay—dice Spencer en su obra
« Introducción á la Ciencia Social»—que no está mejor
« preparada para interpretar científicamente los fenóme-
« nos sociales: aquella que no considera en el curso de la
«civilización, sino un recuerdo de los personajes nota-
ce bles y de sus acciones. Uno de los que han expuesto
«esta teoría con más brillo ha dicho esto: «Yo concibo
«la Historia Universal, como la historia de lo que el
«hombre ha hecho en el mundo, y esto en el fondo for-
« ma la historia de los grandes hombres que en él han
«existido. En esta creencia, aunque no tan netamen-
«te formulada, hemos sido educados casi todos nos*
« otros.»
Se extiende despues Spencer explicando por qué á su
juicio la teoría del grande hombre ha sido tan bien recibida,
y por qué encuentra tan fácilmente espíritus preocupa­
dos para aceptarla, y que buscan siempre el influjo de una
personalidad eminente en todos los progresos humanos
y en todas las evoluciones sociales.
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS *55

El gusto universal por la personalidad, cualidad activa


y persistente en todos los hombres, el interes y el entre­
tenimiento que lleva consigo el relato de acciones y pa­
labras de grandes hombres, y la facilidad con que los he­
chos históricos y los problemas sociológicos de pasados
tiempos se explican por la intervención y poderoso influ­
jo de un hombre distinguido, son, ajuicio del eminente
filósofo á quien me refiero, las causas que más eficazmen­
te contribuyen á mantener en el mundo de la inteligen­
cia la teoría del grande hombre, y á dificultar el estudio de
las ciencias sociales.
«Pero si descontentos de la vaguedad—dice Spen­
ce cer—buscamos que nuestras ideas sean más exactas y
« precisas, descubrimos que esta hipótesis es profunda-
« mente incoherente. Si en vez de darnos por satisfechos
« explicando así el progreso social, queremos profundizar
« más y preguntarnos ¿de dónde viene el grande hombre?
«encontramos la teoría completamente defectuosa; por-
« que hay dos soluciones posibles para esta cuestión : ó el
« origen del grande hombre es sobrenatural, ó es natural.
« En el primer caso es un dios en misión, y caemos en
« el principio teocrático, ó más bien dicho, no caeremos,
« porque estamos obligados á conceder á M. Schomberg,
«citado más arriba, que la determinación de invadir á la
« Bretaña fué inspirada á César por la Divinidad, y que
«desde él, hasta Jorge III el Grande y el Bueno, nues-
« tros amos, fueron escogidos sucesivamente, para cum-
2$6 LOS CEROS DE CERO

« plir los designios sucesivos de Dios. ¿ Puede ser acep­


te table esta solución ?
« Por otra parte, si el grande hombre tiene un origen
« natural, preciso es clasificarle sin vacilar, entre los otros
« fenómenos de la sociedad donde ha nacido, y entre los
« productos de los estados anteriores de esa sociedad. En
« el mismo grado que toda la generación de que forma
«una pequeña parte; en el mismo que las instituciones,
«el lenguaje, la ciencia y las costumbres; en el mismo
« que la multitud de las artes y sus aplicaciones, el grande
« hombre no es más que una resultante del enorme agre-
«gado de fuerzas, que han obrado de concierto durante
« muchos siglos.
« Tendréis á la verdad el derecho, si os place, de igno-
« rar lo que enseña la observación más vulgar, y que con-
« firma la fisiología, si admitís que de padres europeos
«pueda nacer un niño negro, ó que dos papus de cabe-
« llera crespa sean capaces de producir un hermoso niño
«del tipo caucásico y de cabellos lacios. Tendréis tam-
«bien que admitir bajo ese supuesto, que el grande hom-
ibre puede aparecer no importa dónde ni con qué con-
«diciones. Si no queréis tomar en cuenta estas resultan-
« tes, acumuladas por la experiencia y expresadas hasta
« en los proverbios vulgares lo mismo que en las genera-
«lizaciones de los psicólogos, si suponéis que Newton
« pueda nacer de una familia de Hotentotes, y un Milton
« pueda surgir de en medio de los Andamanes, que un
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 257

« Howard ó un Clarckson pueda tener á los Fidjienes por


« padres, entonces podréis fácilmente explicar el progreso
« social, como producido por la acción del grande hombre.
« Però si toda la ciencia biológica, viniendo en apoyo
« de las creencias populares, acaba por convenceros de que
« es imposible que un Aristóteles venga de un padre y
« una madre cuyo ángulo facial mida cincuenta grados,
« y que no hay la menor probabilidad de que aparezca un
« Beethowen en una tribu de caníbales, cuyos coros en
«un festin de carne humana semejan un gruñido ryth-
« mico, estaréis obligados á admitir que la génesis del
«grande hombre, depende de largas series de influencias
« complexas, que han producido la raza en medio de la
« cual aparece, y el estado social al que ha llegado lenta-
« mente esa raza.
« Si es verdad que el grande hombre puede modificar
«de su nación la estructura y las acciones, también es
« cierto que ántes de su aparición, ha habido forzosamen-
« te modificaciones que han constituido el progreso na-
« cional ; ántes que él pueda reformar la sociedad, es nece-
«sario que la sociedad le haya formado á él; todos los
« cambios de que es autor inmediato tienen causas prin-
«cipales en las generaciones de que él desciende; si existe
« una explicación verdadera de tales cambios, preciso es
« buscarla en el conjunto de condiciones de donde han
« salido los cambios y el hombre. »
Más especioso que verdadero viene á ser todo este ra-
258 LOS CEROS DE CERO

zonamiento de Spencer. Lo que todos han creído, y que


forma la base de la teoría del grande hombre, es, que hay
en la Historia personajes que han influido directamente
en el progreso ó retroceso de la nación á que pertenecen,
ó de gran parte de la humanidad: que muchas evolucio­
nes sociales pueden explicarse por el influjo de un hom­
bre, y que la historia de muchos de estos grandes hombres,
es la historia de su país ó de su época; así parece que
Spencer comprende también la teoría del grande hombre,
y bajo este sentido es como la ataca y llama preocupados
á los que en ella creen.
Indudablemente, ni todo el progreso, ni todas las evo­
luciones sociales, pueden tener explicación satisfactoria
en la teoría del grande hombre; pero es una preocupación
sistemática negar su influencia, y establecer como principio
absoluto, que, el grande hombre no es sino el resultado, y
nunca causa única, ó cuando ménos cooperativa, del pro­
greso.
No necesitamos ocuparnos de si el nacimiento del
grande hombre es natural ó maravilloso, supuesto que no
admitimos entre los datos para la resolución de los pro­
blemas científicos nada que no sea enteramente natural;
pero á nuestro turno ponemos también este dilema: ó la
evolución social tiene que verificarse precisa é indispen­
sablemente, indefectible en tiempo y en modo, ó está su­
jeta á la eventualidad de todos los acontecimientos socia­
les y es susceptible de variar en tiempo y forma, y de ser
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 259

ó no ser. Si lo primero, entonces tendremos ya el fata­


lismo árabe, el estaba escrito, y por consecuencia el destino
manifiesto, la falta de libertad naciendo del conjunto de
las libertades; el libre aldedrío de las unidades engen­
drando una entidad arrastrada ciegamente por el destino,
como los personajes de Esquilo; las afirmaciones coordi­
nadas produciendo la negación absoluta; en fin, la deidad
ciega de la Mitología, el Alá del Islamismo; lo mara­
villoso también, y sobre todo más que lo metafísico, lo
theológico: un Jehová disponiendo caprichosamente de
la suerte de las sociedades. Esto no se puede admitir.
Entonces, busquemos el otro extremo de la disyuntiva,
y establezcamos sin vacilar que las evoluciones sociales
no son absolutamente necesarias, ni en su tiempo ni en
su modo de ser, y que están sujetas á la combinación de
los elementos que hacen de ellas la unidad más complexa
y ménos resoluta para el estudio científico.
Para combatir la argumentación de Spencer, me val­
dré de principios y de reflexiones tomadas del mismo
autor; pero con el objeto de ni presentar como mío lo
que no es, ni tener á cada paso que estar advirtiendo de
quién he tomado esas palabras; pondré subrayadas todas
las frases que traslado del sabio filósofo y que recojo de
varias de sus obras.
« Una sociedad, cualquiera que sea, no puede compa­
ti rarse, por más que sea un agregado, ni con los agréga­
te dos inorgánicos, ni con los orgánicos; no con Jospri-
ι6ο LOS CEROS DE CERO

« meros, porque un todo cuyas partes son vivientes, no


«puede tener caracteres generales semejantes á los de
«aquel cuyas partes están privadas de vida; no con los
« segundos, porque las partes de un animal forman un todo
«concreto, mientras las de una sociedad forman un to-
«do discreto: las unidades vivas que pueden componer
«al animal, están unidas en estrecho contacto, en tanto
« que las que componen á la sociedad, son libres, discre-
« tas y dispersas más ó ménos lejos unas de las otras.
« Pero la ciencia sociológica considera las unidades so-
« cíales, sometidas á ciertas condiciones constituidas físi-
«ca, emocional é intelectualmente, en posesión de ciertas
« ideas adquiridas y de sentimientos correspondientes, y
« tiene por misión explicar los fenómenos que resultan
«de estas acciones combinadas.»
Es claro que la sociedad influye sobre el individuo, como el
individuo en la sociedad, y es necesario estudiar ambas in­
fluencias, porque esta es una de las primeras incógnitas
que debe eliminarse en el problema.
En una evolución social, pueden considerarse mu­
chas causas productoras, impulsivas, reguladoras, persis­
tentes ó variables; pero como no nos vamos á ocupar
más que de la influencia del hombre, ó más bien dicho, del
grande hombre, en esas evoluciones en que á él le creemos
el principal factor, no tratarémos de ninguna de esas otras
fuerzas motrices.
« En una sociedad, las diversas unidades vivientes es-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 261

«tan en contacto las unas con las otras, y son diferentes


« por la intensidad de sensación y emoción que causas se*
«mejantes pueden producir en ellas: mientras unas se
« muestran insensibles, otras poseen en alto grado la sen-
« sibilidad ; en una misma sociedad, entre miembros que
« pertenecen á la misma raza, y más aún, siendo razas
«distintas, se encuentran estas diferencias: las unidades,
«entregadas á un trabajo mecánico y á una vida peno-
« sa, son ménos sensibles que las que viven la vida men-
« tal.»
De aquí se puede inferir con toda seguridad, que hay
una parte social que debe influir decididamente sobre la
otra, ó al ménos que está en aptitud de dirigir el mo­
vimiento y evolución; pero aun hay más: ciertas clases
sociales influyen decisivamente en la marcha de la evolu­
ción, precipitándola ó deteniéndola, como por ejemplo:
un grupo de ciudadanos que produce algun articulo para el con­
sumo nacional, 6 que provee de alguna manera las necesidades
sociales; este grupo en diferentes tipos, aparece en cada
localidad, según su industria ó comercio, apoderándose
de todos los destinos de aquella localidad; dominando y
dirigiendo la evolución en el sentido más conveniente á
su clase, ya minera, ya agrícola, ya manufacturera, ya
comercial.
Y más notable se hace la preponderancia de una de es­
tas clases, cuando en un país agrícola por ejemplo, viene
á descubrirse una gran riqueza mineral ; entonces la in-
33
2Ó2 LOS CEROS DE CERO

fluencia dominante en la evolución que allí se verifica


desde aquel momento, está en el grupo que impulsa la
industria que acaba de descubrirse; en virtud del movi­
miento progresivo, se adueña completamente de aquella
situación. Este es un extracto de Spencer.
Pues no sólo ese grupo puede imprimir una marcha
determinada á la evolución, sino precipitarla fuera de
tiempo y de orden : « lo mismo que en el embrión de un
« animal superior se ven partes importantes de diversos
«órganos aparecer fuera del orden primitivo por antici-
« pación, lo mismo para el cuerpo en general sucede que
« órganos enteros que en la serie de fenómenos de la gé-
«nesis primitiva del tipo, han aparecido relativamente
« tarde, se manifiesten relativamente violentos en la evo-
«lucion del individuo: esta anticipación que el profesor
« Hoekel ha llamado heterocronia, se manifiesta por la apa-
«ricion rápida del cerebro, en el embrión del mamífe-
« ro............. Cambio análogo de orden en la evolución
« social, se nos revela por la formación de sociedades nue-
« vas que heredan habitudes ó costumbres de sociedades
« antiguas.»
Vemos, pues, dos cosas: que hay desarrollos que pue­
den llamarse prematuros, y que éstos son muchas veces
producidos por agrupamientos que influyen sobre el
cuerpo social.
Y ahora, ¿ podrá negarse que estos agrupamientos agrí­
colas, industriales, etc., despiertan, se mueven, se orga­
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 263

nizan y se ponen en actividad por la iniciativa, el cálculo,


la ciencia, la constancia ó el atrevimiento de un hombre?
¿ Será necesario poner ejemplos de esto en un siglo en que
las sociedades anónimas, que nacen siempre de la idea de
un solo hombre, están produciendo una inmensa evolu­
ción en todo el mundo civilizado? ¿Será necesario citar
casos cuando apénas habrá individuo medianamente Reo-
modado que no tenga parte ó intervenga de alguna ma­
nera en alguna sociedad anónima, creada por la iniciativa
de un solo hombre?
Pues lo que se dice de la influencia de éstos en lo re­
lativo al movimiento de mejora material, no hay motivo
para negarlo tratándose de una evolución religiosa, filo­
sófica ó política.
La gran objeción que se hace, es que todos los grandes
hombres fueron á su vez influidos por la sociedad, y re­
cibieron el acopio de conocimientos de las generaciones
anteriores: que de una tribu de Caníbales no puede sur­
gir un Beethowen, de una madre que tenga un ángulo fa­
cial que mida ménos de cincuenta grados, nacer un Aris­
tóteles, ni un Newton de una familia de Hotentotes.
Esto es llevar el razonamiento al ridículo, y hablar
con los hombres que se dedican al estudio de la sociolo­
gía, como si se dirigiera la palabra á un grupo de marmi­
tones, ó á una reunion de niños que estuvieran apénas
comenzando la educación primaria.
Jamas los escritores que han creído en la teoría del
264 LOS CEROS DE CERO

grande hombre, han negado la influencia de la sociedad y


de los conocimientos adquiridos por las generaciones an­
teriores en el hombre que, á su vez, la ejerce tan deci­
siva en sus contemporáneos y en sus pósteros, ni han
supuesto nunca que un Upan ó un apache convirtiéndose
de pronto en un Humboldt ó en un Laplace, pueda
hacer repentinamente de su tribu un grupo tan ilustrado
como los miembros del Instituto, y tan aristócrata como
los señores del Faubourg Saint German en Paris, ni mé­
nos han creído que del centro del Africa Ecuatorial apa­
rezcan inesperadamente un Dante, un Wagner ó un Víc­
tor Hugo.
Las sociedades, como la naturaleza, no caminan á sal­
tos; las evoluciones sucesivas se encadenan unas con las
otras de una manera lógica; pero en las sociedades, la
lógica de una evolución no exige ni que sea en tal sen-
«
tido mejor que en tai otro, ni en tal tiempo con prefe­
rencia á tal otro : después que han pasado se hace gala de
sabiduría, explicando los motivos que la prepararon y
desarrollaron ; pero como se trata siempre de dar expli­
cación á un hecho consumado, y el más ilustre es aquel
que mejor lo explica, se tiene miedo de decir que pudo
esto haber sido de otra manera tan fácilmente que como
fué. Si el termómetro bajó repentinamente seis grados,
es muy sencillo afirmar que una corriente fria que vino
del Norte determinó el brusco cambio de temperatura,
y nadie se toma el trabajo de sostener que pud’o muy fá­
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 265

cilmente haberse producido un fenómeno meteorológico


que elevara á cuatro grados el calor.
La teoría áe\ grande hombre no implica necesariamente
la idea de que él ha creado los elementos sociales, sino
de que él los amalgama, los combina, los aprovecha y los
dirige en tal sentido, que producen una evolución inespe­
rada, ó que violentan la que debía venir; yen cualquiéra
de estos dos casos, es la influencia de aquel hombre la que
se siente en la evolución, y la historia de ella es la his­
toria de él.
Si la evolución viniera ya formada, y el grande hombre
fuera como ella, producto natural de la sociedad, ¿por
qué esas grandes luchas de los grandes iniciadores y de
sus discípulos, contra las sociedades que les rodean ? ¿Por
qué esa crucifixion de Jesus y ese sangriento combate de
tres siglos para establecer el cristianismo, si era una evolu­
ción que había verificado ya la sociedad ? ¿Por qué esa per­
secución y ese aislamiento de Mahoma, y esa Hegira, y
esas guerras tremendas, si ese mundo Islámico había en­
gendrado la revolución del Profeta? ¿ Por qué las grandes
guerras de religion que siguieron á la Dieta de Worms,
si Lu tero no hacia más que responder á un hecho con­
sumado? Y ¿’por qué Galileo y Colon no encontraron
todas las facilidades, el uno en su sistema y el otro en sus
descubrimientos, si no eran ambos más que el eco de los
conocimientos sociales de su siglo?
Las opiniones de Spencer, además de no ser funda­
266 LOS CEROS DE CERO

das, envuelven la más negra ingratitud de la humanidad


para con los hombres que han aprovechado los elementos
sociales precipitando la marcha del progreso ; y si llega­
ran á establecerse como regla en las naciones, además de
convertir á la sociedad en una especie de planta, sin li­
bertad de iniciativa, que debía necesariamente florecer
en la primavera, dar sus frutos en el otoño y secarse en
el invierno, siguiendo fatalmente una ley que no conoce,
establecería la absoluta irresponsabilidad sociológica de
todos los gobiernos; la más completa inutilidad en to­
das las instituciones, y el esterilismo más triste en los
esfuerzos de los hombres públicos. La evolución ha de
venir, ha de llegar y ha de pasar precisamente: si la in­
fluencia del grande hombre no debe tomarse en cuenta,
no hay motivo para que se tome tampoco la de hombres
que apénas serán « medianos » : si no hay que agradecer
á los que pasaron, no hay ni que temer ni que esperar
de los que son: la sociología debe estudiarse entonces sólo
como la biología de una nación, aunque Spencer diga que
la sociedad no es más que un nombre colectivo empleado para
designar un cierto número de individuos.
Miéntras no se encuentren nuevas razones, creeré que
el grande hombre influye directamente sobre su nación y
sobre su época; porque aun creo más, que hay aconteci­
mientos y pequeñas causas, que pueden producir, por un
encadenamiento de circunstancias, grandes evoluciones,
como el maquinista que en una locomotora no necesita
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 267

más que abrir fácilmente unos cuantos grados el ángulo


de una palanca, para despertar ese pavoroso movimien­
to de émbolos y ruedas que ponen en marcha un enor­
me tren cargado de mercancías; y pensaré con Renan,
cuando dice: «Hay más de un ejemplo de cosas bellas
«y permanentes que no se han fundado sino sobre una
«niñería: es preciso no buscar ninguna proporción en-
«tre el incendio y la chispa que lo produce.»
Así pues, para todos los hombres que deseen para sí
y para sus sucesores, nobles modelos de virtud que imi­
tar, dechados de constancia en el estudio que seguir, y
una esperanza que alimentar de que su nombre y sus sa­
crificios no se olvidarán, el trabajo de los escritores de
Biografías debe tener una alta estima.
Ojalá Sosa, comprendiendo esto, recuerde siempre
cuántas buenas voluntades están de su lado, y no desma­
ye en sus ávidas tareas, y siga sacando del olvido á tantos
como lo merecen por sus virtudes ó su ciencia, y desdeñe
como pequeñas miserias de la vida, los tiros de los que
hoy puedan atacarle.
JUAN DE DIOS PEZA
JUAN DE DIOS PEZA

UANDO yo era estudiante, porque yo he estudiado


aunque no se me conozca y aunque necesite pre­
sentar certificados para probarlo; cuando yo era
estudiante, repito, tenia un condiscípulo que tanto en la
cátedra como á la hora del exámen, apénas le hacían cual­
quiera pregunta, se soltaba ensartando de lo lindo, unos
tras otros, disparates ó trozos de la obra de texto de en­
señanza; pero con tal rapidez, que el tiempo se deslizaba
sin sentir, y generalmente salía bien librado en todas sus
pruebas escolares.
A mí me llamaba de eso la atención, más que todo,
el éxito: un dia le supliqué que me explicara la razón de
todo aquello.
— Es muy sencillo—me contestó.—Sin saber ó sa­
biendo contesto inmediatamente lo que me parece; pro-
34
27O LOS CEROS DE CERO

curo ligarlo con algo que venga ó no venga al caso, y dé


materia suficiente para hablar, procurando siempre no
permitir que me interrumpan, de lo que resulta que cuan­
do el catedrático ó los que examinan paran la atención
en un disparate y quieren corregirme, ya yo voy en otro
mayor, con el que sucede exactamente lo mismo que con
el anterior; el tiempo pasa, la concurrencia advierte que
no me corrigen, esto se toma como prueba de mi acier­
to, y al último, natural es la aprobación de los sinodales;
porque si hay duda de si conozco la materia, no queda
de que tengo audacia y elocuencia.
Realmente, el raciocinio no puede ser mejor, y la
prueba de que á mí me lo parece, es que en todos estos
artículos lo he observado al pié de la letra, y sin parar, y
sin esperar contradicción, y sin dejar de zurcir mucho que
ni al caso viene, he traído al lector hasta el punto en
que nos encontramos, aunque no puedo responder de si
el número de los que comenzaron á leer estos artículos,
es igual al de los que han llegado hasta aquí, porque bien
pudiera suceder que la mayor parte hayan arrojado el
libro por cansancio ó fastidio, dejándolo abandonado pa­
ra siempre, como se hace en la política con esos Minis­
tros improvisados á quienes un favoritismo más perju­
dicial que discreto, eleva repentinamente adonde nadie
esperaba verles tan pronto, y que después, perdiendo el
equilibrio, se hunden para siempre sin que nadie de ellos
a acordarse vuelva.
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 27I

Pocos de nuestros poetas jóvenes han tenido, como


literatos, la fortuna de Juan de Dios Peza; es verdad que
su talento y su carácter le ayudan ; pero nada es bastante
si se tiene en contra á la fortuna, y la fortuna ha sido
para Juan tan cariñosa, como novia de viudo con los niños
del pretendiente. Peza ha tenido teatro, auditorio de bue­
na fe y compañeros cariñosos; y con tales elementos, ya
tiene un ingenio modo de brillar sin que la fama nece­
site andar de puerta en puerta preguntando si hay algo
que sacar á lucir, como en los cuentos de las Mil y una
Noches el malgenio que quería robar á Aladino la lám­
para maravillosa.
Ha dicho Lamartine que « la nobleza es la predestina­
ción á la gloria:» los demócratas ponen por supuesto el
grito en el cielo y sacan á luz á tantos que desde la más
triste oscuridad han llegado hasta deslumbrar al mundo:
las teorías de Darwin llegan luego en apoyo del poeta
francés, y la ciencia se declara partidaria de la aristocra­
cia de sangre; pero, en medio de todo, la verdadera pre­
destinación á la gloria no es más que el teatro en que se
representa, es decir, la época y la sociedad.
Los apóstoles predicando una reforma moral y reli­
giosa, tan completamente radical en nuestro siglo, como
lo fué el Cristianismo en el mundo pagano, no hubieran
alcanzado el martirio ni la canonización; cuando mucho
un proceso en un tribunal correccional de policía, y al­
gunos de ellos un buen lugar en un manicomio. Ñapo-
272 LOS CEROS DE CERO

león el Grande, viviendo en Mexico por los años de 28


á 40, habría ganado la acción del «Gallinero,» habría
derrotado á Torrejon, habría sido Presidente dos años y
habría muerto honradamente de Director de Artillería,
ó de Jefe de la Plana Mayor: César viviendo en los Es­
tados Unidos, seria empresario de ferrocarriles, presi­
dente de tres ó cuatro grandes sociedades anónimas, fu­
maria muy buenos puros habanos y no tendría que temer
á más Brutos que á los que andan en cuatro piés. Sixto V
de porquerizo en Tangancícuaro, habría llegado á Cura de
Uruapam, ó cuando más á Canónigo de Morelia.
Sólo Catilina, á ser cierto, que lo dudo, todo lo que
de él dicen Cicerón y Salustio, viviendo en Paris durante
la revolución de la Comuna, podria haber dado todo el
vuelo á sus tendencias humanitarias y progresistas; ó al­
guno
« de los monarcas de Raghou-Vança, que ha cantado
Kalidasa, y que buscaban las salvajes vertientes del Hi­
malaya para hacer sus penitencias, podrían estar á toda
su satisfacción en la Alameda de esta Capital.
No hay que engañarse; el teatro lo hace todo. Un
Valero de la legua está seguro de no encontrar un perio­
dista que le diga una flor; y nadie conoce esto más que
los artesanos: entre nosotros, lo mismo que en España,
un sastre que se llama Moranchel, Zapata ó Güicochea,
si bien corta, hará chaquetas para los sacristanes de Ca­
tedral ó remendará pantalones de estudiantes pobres en
un cuarto interior de la calle de Manito, y no tendrá
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS *73

nunca, aunque se saque la lotería y ponga un almacén


en la calle de Plateros, una clientela aristocrática y dis­
tinguida, si no cambia la razón social y pone un gran
rótulo con letras de oro, que diga: « Larochefoucauld y
C*, sastre de Paris,» «Wellington and Company, sastre
de Londres », ó cosa por el estilo.
Pero como no sólo basta el teatro sino que se nece­
sita el talento, por eso muchos que han tenido tan buen
teatro como Juan Peza, no han podido, como él, alcan­
zar tan buena fortuna.
El célebre D. Ignacio Ramirez, exagerado quizá en
sus críticas literarias, temido hasta por los hombres de
más bien adquirida fama, porque á la severidad de sus
juicios y á su rica y variada erudición agregaba una sá­
tira punzante, oportuna, envolviendo siempre algun pen­
samiento filosófico y expresado con tal arte, que casi no
hacia más que salir de sus labios y alcanzaba populari­
dad, tuvo por Peza una gran predilección: en el prólogo
de las poesías que Peza publicó, Ramirez hace de él ala­
banzas más apreciables por lo inusitadas que por lo mu­
cho bueno que dicen del joven poeta. Ramirez veia en él
un porvenir para las letras mexicanas; y cuando ese hom­
bre tales cosas dijo, yo no vacilo entonces en creer que
no voy desacertado al pensar que si Juan sigue como
hasta aquí y se dedica al estudio, será una gloria para
nuestro país.
El mérito de un poeta ó de un literato cualquiera, no
274 LOS CEROS DE CERO

consiste sólo en conquistar un buen nombre en su época


y entre sus contemporáneos; que tal puede ser aquella y
tales éstos, que bien se pueda aplicar el refrán de que
en la tierra de los ciegos, el tuerto es rey.
Así por ejemplo, en los siglos IX y X, se hacen gran­
des alabanzas de sabios como Alcuino, Eginardo, Teo-
dulfo, Rábano (¡qué nombre!) Lupo (¡otro!) y algu­
nos por el estilo; pero Alcuino, el astro, el sol de todos
ellos, el consejero científico y maestro de Cario-Magno,
aquel de quien se dice que impulsó y levantó las ciencias
y la enseñanza, era un inglés á quien el Emperador mandó
traer expresamente para ponerlo á la cabeza de la ense­
ñanza en Francia; y al decir del abate italiano Andrés,
en su obra «Origen de la Literatura», «el grande Al-
« cuino no era al fin otra cosa que un mediano teólogo;
« ni sus decantados conocimientos filosóficos y matemá-
« ticos se extendían más que á algunas sutilezas dialéc-
« ticas y á los primeros rudimentos de música, aritmética
« y astronomía, indispensables para el canto y cómputo
« eclesiástico. Entonces el que sabia precisar el curso del
« sol y de la luna, regular las fiestas movibles de la Igle-
« sia y formar con alguna exactitud un calendario, era un
« singular matemático y un astrónomo incomparable.»
Y en otra parte agrega:
« Si alguno por su raro ingenio y aplicación extraor-
« dinaria llegaba á tener nociones de los primeros ele-
« mentos que se exponían en los libros latinos, era tenido
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 275

« por un hombre de Ja más vasta y sublime erudición.


« Apénas se encuentran elogios á autores de los siglos
« ilustrados como los que se dieron pródigamente á los
« literatos de aquellos tiempos rústicos é incultos.»
Con sólo esto se podría tener idea de la negra igno­
rancia que se tendía sobre Europa en aquellos siglos en
que casi ninguno de los nobles sabia leer, y en que el
mismo Emperador Cario Magno, á pesar de su gran in­
genio, del empeño siempre digno de alabanza con que se
afanó por difundir la ilustración en su dilatado imperio,
fundando escuelas y academias, alentando y protegiendo
á todos los hombres de cienciay haciendo venirá su cortea
cuantos de alguna manera se distinguían en las letras en
extraños países, apénas sabia escribir su nombre.
Era tan grande la ignorancia, que el Clero, de quien
se dice siempre, por decir algo, que fué el depositario de
las ciencias en la Edad Media, nos da la muestra de la
oscuridad que reinaba en aquella época.
Walter Scott cuenta que muchos frailes sin saber leer,
decían de memoria la misa, rezando lo que puede llamar­
se un oficio parvo de la Virgen, Los Concilios más severos,
como el octavo de Toledo, en el Cánon Octavo, prohíben
admitir á las sagradas órdenes á quien no supiera el « Sal­
terio,» los «cánticos usuales,» ios «himnos» y la «cere­
monia del bautismo,» probando así, que leer y cantar
eran suficiente tesoro de conocimientos para formar un
sacerdote.
276 LOS CEROS DE CERO

La fórmula de examen que los Obispos debían hacer


á los Sacerdotes de su diócesi, la escribe Reginon en estos
términos:
Si Evangeliumy et Epistolam bene legere possit, atques al­
tern ad litteram ejus sensum manifestare. Item: si sermonem
Athanassi de fide Sanctissima Trinitatis memoriter teneat, et
sensum ejus intelligaty et enuntiare sciat. Es decir, que su­
piesen leer y entender los Evangelios y las Epístolas, y
saber de memoria un sermon de San Atanasio, y ya po­
dían soltarse por esos mundos con un púlpito en cada de­
do. Y en tiempo de Carlos el Calvo se propuso para el
arzobispado de Reims á un Gislemaro que leía regular­
mente el texto del Evangelio en latin, «aunque no podía
entender palabra alguna.»
Hubo necesidad de fundar escuelas en los conventos
para que aprendieran los frailes, y todos los grandes es­
tudios científicos que cursaban los que se perdían en los
arcanos peligrosos de la ciencia, se reducían al Trivio y
al Cuadrivio: el Trivio, eran la gramática, la retórica y la
dialéctica; el Quadrivio, la música, la aritmética, la geo­
metría y la astronomía; y aventura de caballeros andan­
tes ó empresa de romanos era emprender aquellos estu­
dios que pocos llegaban á concluir, quedando siempre
fatigados al terminar el curso del Trivio y pasando al del
Quatrivio los que se tenían como monstruos de inteli­
gencia.
El Abate Andrés trae dos versos latinos en que están
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 277

comprendidos esos estudios y su explicación, y que no


puedo dejar de poner, porque dan la muestra de aquella
famosa literatura.

Gram loquitur, dia vera docet, reht verba colorat.


Mus canit ar numerat, geo ponderat, ast colit astra.

El papel llegó á faltar completamente con motivo, de


la invasion de los árabes en Egipto; se tuvo que usar
pergamino; pero el pergamino, además de lo alto de su
precio, era muy escaso, y como se necesitaba de él para
escribir los salterios y antifonarios de las iglesias, se bor­
raron los escritos de los antiguos clásicos, que en per­
gamino existían en los archivos y bibliotecas de los
conventos, para poner en lugar de ellos la música del
canto llano y los Oficios de la Iglesia. De aquí necesa­
riamente la escasez de los buenos libros y el colmo de
la barbarie.
En épocas semejantes realmente, aun cuando los hom­
bres deban juzgarse según ios tiempos que atraviesan, no
era ni envidiable ni difícil tener un buen nombre; pero
Peza vive en una nación en que la literatura, si no está
en su siglo de oro, tampoco puede decirse que se encuen­
tre en el estado de la decadencia. Peza ha tenido contem­
poráneos no sólo de talento sino de ilustración y de no­
tables aptitudes para la poesía, como Agustín Cuenca,
Rincon, el malogrado y famoso Acuña, Zayas Enriquez
y otros de quienes verdaderamente se puede decir que
35
278 LOS CEROS DE CERO

han sostenido el brillo de la poesía en la generación á


que pertenecen.
Como todas las épocas, la que nos ha tocado ha resen­
tido esas epidemias que periódicamente visitan el Parna­
so: el culteranismo y la vulgaridad.
Góngora dijo en un soneto á la pluma del Dr. Bábia:

Pluma, pues que claveros celestiales


Eterniza en los bronces de su historia,
Llave es ya de los tiempos y no pluma ;
Ella á sus nombres, puertas inmortales
Abre, no de caduca no, memoria
Que sombra sella en túmulos de espuma.

Gerardo Lobo, según escribe D. Leopoldo Augusto


de Cueto, « después de decir que el templo es orador de si
mismo y que se lleva la cátedra de la agudeza retórica con
sus tropos, sus frases y sus figuras, llama á la cúpula^ra-
sofopeya^ y á la Iglesia entera synecdoque del arte y

Catácresis marmóreo de la gloria.

Y no contento con ver

Un Demóstenes suyo en cada peña,

quiere lucir los artificios del equívoco, y asegura que el


sagrado monumento

................forma con espanto


un cántico de Dios en cada canto.»
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 279

El divino Herrera también dijo:

Ondoso cerco que purpura el oro,


De esmeraldas y perlas esmaltado,
Y en sortijas lucientes encrespado,
Al que me inclino humilde, alegre adoro.

Así, no hay que extrañar que entre nosotros también


poetas distinguidos se hayan contagiado de cultismo ó
culteranismo, y hayan nacido versos por este estilo:

Yergue en la escuela con febril intento


Destellando sus fuegos soberanos,
La cariátide astral del pensamiento,
Con la curva de un cielo entre las manos ;

que no he llegado á comprender hasta hoy; ó este otro


dirigido á una muchacha que cosía en una máquina ame­
ricana:
Tu dulce hermana, dulce melodía
Al piano hace brotar; tú, americana,
Fatigas invención con que galana
Hermosura lucir que te atavia.

Y por fin, este:


Quien quiera conocer vuestros abuelos,
Que busque en el pasado
El olímpico polvo de los cielos
En los campos helénicos regado.

El culteranismo ha sido enfermedad de todos los tiem­


pos, aunque en España se le bautizó con ese nombre que
es el que nosotros hemos adoptado; y en verdad que el
ι8ο LOS CEROS DE CERO

público es el culpable del extravío de los poetas, que ya


por lo vulgar, ya por lo hinchado, celebra á rimadores
que la buena crítica, natural en los venideros, hace echar
en olvido.
No hay cosa que llame más la atención del pueblo en
materia de poesía que extrañeces ingeniosas, episodios
complicados, monstruosos, inverosímiles, frases equívo­
cas, sutilezas, expresiones hinchadas, pensamientos fal­
sos, con tal de que tengan el aspecto de gigantescos, pala­
bras rebuscadas en los diccionarios y desconocidas en el
uso común, ya por su antigüedad, ya por su origen, y
trasposiciones violentas aunque nuevas.
Preciso es que los poetas jóvenes que aman siempre
el aplauso, y miran que todo esto agrada, hagan esfuer­
zos por imitar á esos malos modelos, cuyo nombre vuela
de boca en boca, sin detenerse á pensar « que la celebri­
dad no es la gloria.»
Peza no ha dejado de caer algunas veces en el culte­
ranismo, aunque en honor de la verdad, pocas; y puede
agregarse como dijo el poeta:

Culpa fué de su tiempo.

Por ejemplo, en su composición á Garibaldi, aquello de

La blusa roja su purpúreo manto


Y el gorro frigio su imperial diadema.

Pero estos versos le valen un huracán de aplausos.


GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 281

¿Quién podria culparle si seguia en esta senda?


El estímulo del pueblo, es el que alienta á la virtud
y á la ciencia, ó el que presta alas al crimen y á la pe­
dantería: generalmente los hombres que extravian su ca­
mino en el perfeccionamiento moral ó intelectual, lo deben
á la sociedad en que se desarrollan, que de arriba viene
el ejemplo y la inspiración; y si las nubes son de cieno,
la lluvia no puede caer perfumada.
En su abono, tiene Juan Peza la modestia, porque
comprende que no todas las alabanzas deben contarse
como moneda legal y acuñada en los talleres del buen
criterio, ni el estudio y el consejo están de sobra, ni son
pesada carga para quien procura adelantar por buen sen­
dero en el camino de la literatura; y por eso estudia y
busca buenos modelos, y gusta de la conversación séria
é instructiva.
En la literatura es quizá en donde el entendimiento
humano necesita mayor acierto para la elección del mo­
delo, y más continuada conversación sobre la materia.
La mayor parte de los ingenios extraviados en la poesía
española, han enfermado de la sobrada admiración que
han profesado, ya á la hinchazón de Góngora, ya al con­
ceptismo de Quevedo, ya á la empalagosa dulzura de
Melendez ó de Arriaza, ya á la vulgaridad, en otros tiem­
pos, de Benegasi, de Fray Juan de la Concepcion, yaá la
hueca palabrería de Zorrilla; sin conocer que todos estos
poetas, si han poseído eminentes cualidades y han alean-
282 LOS CEROS DE CERO

zado por esto renombre y respeto, han padecido también


graves errores; han adolecido de notables defectos, por­
que en los grandes hombres tan altas son las buenas
cualidades como graves y trascendentales las malas; y el
acierto consiste, evitando las segundas, en tomar las pri­
meras como dechado.
Para el cultivo del espíritu, quizá no haya nada que
tanto aproveche como la conversación séria que enseña
si el interlocutor es de más elevados conocimientos y que
ejercita el entendimiento y fija las ideas, si aquel con quien
se habla, aprende en vez de enseñar: el diamante nece­
sita para pulirse del polvo del diamante, y la conversa­
ción con los hombres ilustrados y de espíritu levantado,
es un polvo de diamante para la inteligencia; pero se ne­
cesita ser también piedra preciosa para buscarlo y apro­
vecharlo; se necesita amar lo bello y lo bueno para no
divagarse con lo bajo y con lo vulgar.
En su permanencia en España, Peza tuvo oportuni­
dad de tratar en Madrid á varios literatos distinguidos
de aquella tierra madre de nuestra buena literatura; y el
gusto de Juan se perfeccionó y se aquilataron sus bue­
nas cualidades.
No creo que la literatura española decaiga. La poesía,
como dice Makaulay, se cultivará y se apreciará ménos
á medida que la civilización progrese, y la poesía mo­
derna, como dice Bain en su obra sobre la ciencia de la
educación, siempre creciente en el campo de las alusio-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 283

nés, es ménos agradable para las masas; y esto depende,


como indica el mismo filósofo, de que para comprender
y sentir la alta poesía, es preciso un oído delicado, una
sensibilidad exquisita, una gran experiencia de la vida y
conocimientos, ó por lo ménos aptitudes literarias regu­
larmente desarrolladas: se entiende que no quieren ha­
blar de esos versos vulgares, ya eróticos, ya de patrio­
tismo, en que siempre se dicen las mismas cosas, casi con
las mismas palabras, y que son como las cajas de figuras
que venden para divertir á los niños, en las que con los
mismos recortes de madera pintada se forma, ya un gi­
gante comiéndose á una rata, ya una lechera caminando
al mercado.
La literatura clásica se cultiva, y se cultiva con éxito,
en los países que hablan la lengua de Cervantes; y dis­
tinguidos representantes son de ella, Menendez Pelayo
en España, el obispo Montes de Oca entre nosotros, y
el famoso D. Miguel Antonio Caro en las otras Améri-
cas españolas.
Tendrá la literatura intermitencias de decaimiento y
de corrupción, seguirá la suerte de los pueblos cuya len­
gua representa; pero no creo yo en esas aplicaciones geo­
métricas de Boscovich y de Algarott, mencionadas por
Andrés en su «Historia de la literatura», comparando
el primero la marcha de las letras «á una curva asíntota
que, apartándose de la recta, se eleva hasta cierto punto
del que no puede pasar, y empieza luego á descender, no
284 LOS CEROS DE CERO

sólo perdiendo la adquiridaelevacion, sino llegando hasta


el plano de donde vuelve á levantarse, alternando conti­
nuamente del estado de perfección al de decadencia », y
poniendo el segundo la imagen de las a ordenadas de una
« hipérbola ó de cualquiera otra curva que va á una asín-
« tota; y el tiempo que se emplea en recorrerla se expre­
sará por las abscisas de la misma curva, al principio
«rápidamente tras la asíntota, pero en el progreso, des-
«pues, corriendo un larguísimo espacio ántes de acer-
«carse un tanto y no llegando á tocarla sino en tiempo
«infinito.»
Todas estas teorías me parecen delirios inexplicables
que sólo como curiosidad bibliográfica pueden conser­
varse y que pretenden sujetar la marcha del espíritu hu­
mano, tan libre en Ja individualidad como irresoluble y
complexo considerada como grupo social, á las inflexibles
prescripciones de las leyes de Kepler ó de Newton.
No han faltado autores cuyos escritos, por fortuna,
apénas como noticia han llegado hasta nosotros, que en
éstos ó en semejantes extravíos han perdido los pocos
dias que tienen de vida sobre la tierra, como esos mal
entretenidos que emplean ocho ó diez años en hacer un
castillo de San Juan de UJúa de popotes, un México en
miniatura, de carton, ó el Ejército de Iturbide, de pulgas.
Un literato antiguo, Madero, emprendió y escribió un
tratado sobre bibliotecas anteriores al diluvio: Hilschero
fraguó una biblioteca adamítica y hasta declaró que el
CALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 285

padre Adan era poeta y literato distinguido : Reimanno


escribió una Historia de la literatura antidiluviana. No han
faltado eruditos que se echen á buscar un libro de filoso­
fía que escribió Adan y dos que escribió Jesucristo, de
los cuales dicen que conocen hasta el título, y segura­
mente lo único que les falta para dar gloriosa cima á sus
pesquisas, es la noticia exacta de la imprenta y del editor
de esas agotadas publicaciones.
La principal dote de un poeta debe ser el sentimiento;
sin el sentimiento podrá formarse un buen literato, pero
no un poeta.
Blacerna, el famoso profesor italiano, dice, hablando
de la música, que la ciencia podria reconstruir todo lo
que hay sobre arte musical si éste desapareciera repen­
tinamente; pero nunca suplir al arte en la inspiración y
el sentimiento. Lo mismo podremos decir de los poetas :
muchos hombres hay que conocen las reglas de la mé­
trica, que son capaces de señalar con una precision as­
tronómica la extension de un verso, la cesura, la modu­
lación de las sílabas y el movimiento de ellas.
Con el mayor magisterio nos hablarán « de la sílaba
impropiamente llamada larga y de las palabras oxítonas,
paroxítonas y proparoxítonas ; » nos referirán « que en
el modo de contar los versos, el método clásico italo—his­
pano numera las sílabas hasta la última acentuada inclu­
sive, y añade una; que es verso de cuatro sílabas el que
tiene el último acento en la tercera, y de cinco el que
36
a86 LOS CEROS DE CERO

lo tiene en la cuarta; y que los más usados son los de


cinco, seis, siete y ocho; su quebrado de cuatro, diez y
once, que lo fueron el de doce (seis más seis); el de ca­
torce (siete más siete); que el de diez y once, tienen
acentos obligatorios el primero en la tercera y sexta á la
vez, y el segundo en la sexta, ó en la cuarta y octava al
mismo tiempo ; que no hay sílabas de dos tiempos, ni por
consiguiente cantidad, aunque la colocación del acento
produzca algunas veces movimientos análogos á los ver­
sos latinos, apareciendo el trocaico* e\ yámbico* el adonico*
el anapesto y los l'esbios y anfibracos.s*
Pero toda esta charla, que no muchos pueden enten­
der, no producirá un solo poeta si faltan la inspiración
y el sentimiento.
¿Qué es la inspiración? Los Teólogos, como los an­
tiguos poetas, dirán que es una luz que viene de lo alto,
de Apolo, de las Musas, ó del Espíritu Santo; los me-
tafísicos, dirán con Victor Hugo, que es la embriaguez
del alma consigo misma; los positivistas, que es una
conformación especial en las circunvoluciones de la masa
encefálica. Lo cierto es que la inspiración ni la tienen
todos, ni sin ella se puede ser poeta, por más que se po­
sea una inteligencia clarísima y una profunda erudición.
El sentimiento es, á mi juicio, la delicada predisposi­
ción para recibir las impresiones morales y ser afectado
por ellas, más ó ménos vivamente; los metafísicos dirán
que la sensibilidad está en el alma; los que no lo son,
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 287

le darán por residencia el cerebro; los poetas no tran­


sigen nunca con que deje de tener el corazón por asiento;
y partidarios de la legalidad, y legitimistas obstinados,
vivirán como Justo Sierra, positivistas en prosa y siem­
pre poetas en la poesía, y siempre llamando ai hombre
de grandes sentimientos, gran corazón; y al que es sen­
sible y generoso, corazón de oro.
Estas son las inconsecuencias de la humanidad, que
es necesario perdonar y no tomar nunca á lo serio.
Pero, resida la sensibilidad en donde se quiera, y sea
ó no bien definida, como Ja presentan los metafísicos,
los positivistas ó los poetas, el hombre que no se entu­
siasme ante un acto de valor; que no se enternezca ante
una escena de amor filial; que no sienta humedecerse
sus ojos delante de una gran desgracia; aquel en cuyo
pecho no se encienda el fuego santo de la indignación
mirando el abuso de la fuerza y del poder; que no com­
prenda el amor sino como el goce material de los senti­
dos; que no mire en la Patria más que una reunion de
hombres á quienes explotar; aquel para quien las mise­
rias de la humanidad no sean más que fenómenos tan
naturales y tan indiferentes como la caída de las hojas
en el Otoño, y que cuente sólo de la vida, las horas que
gozó y no las que amó, ese no puede ser poeta: será un
filósofo, un matemático, un sabio, pero nunca un poeta.
El astrónomo que observa las culminaciones de la lu­
na, no se preocupa de que á la luz de aquel astro, cuyo
288 LOS CEROS DE CERO

camino observa, tienen quizá dulces y misteriosas citas


muchos amantes; el estadista que traza una curva necro-
gráfica no piensa que esa línea que va formando un dato
científico sobre el papel, representa una inmensidad de
dolores, es un rio de llanto cuyo cauce señala aquella
curva y que forma parte del que debe correr siempre en
la humanidad; el médico que sobre la plancha del anfi­
teatro hace la disección del cadáver de una vieja, no en­
cuentra sobre aquellos nervios las huellas de las terribles
pasiones que esa mujer en su juventud sintió é inspiró.
Porque todos esos íntimos resortes de la humanidad,
cuyo estudio forma la misión del poeta, ni se resuelven
con una ecuación, ni se encuentran con un escalpelo, ni
se descubren con un reactivo ; pero forman quizá la parte
más importante de la vida, las ilusiones, esas ilusiones
que todos hacen gala de despreciar en público y que to­
dos acarician en secreto, como si fueran una mujer de
cuyos amores tuvieran que avergonzarse; esas ilusiones
que revisten la forma de un torrente de oro para el co­
merciante, de un laurel de gloria para el soldado, de un
canto de la fama para el artista, de una mujer para el hom­
bre apasionado, de un cielo cristiano para el asceta cató­
lico, de un paraíso para los musulmanes.
Y á los poetas se les burla miéntras viven sobre la
tierra y se les llama locos, y la sociedad en coro grita que
no sirven para nada serio ni para nada útil ; ¡ como si no
fuera nada serio y nada útil llevar una gota de consuelo
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 289

al fondo de una alma destrozada por el sufrimiento; como


si no fuera nada serio y nada útil llorar en la soledad con
el que llora, gozar ai lado del que goza, alentar al que
desmaya en el camino del infortunio, encender el valor
en el corazón del hombre que vuela al combate, ofrecer
una mano vigorosa al que tropieza en la senda de la vir­
tud, y prodigar la inmortalidad, dando á los hombres que
la merecen, esa vida objetiva que todos buscan y que se
llama la gloria!
Poesía son todos los grandes libros de las religiones:
el de Manú, en la India; Zenda-A vesta, en la Persia;
la Biblia, en el pueblo de Israel; los Evangelios, entre
los cristianos; el Corán, entre los sectarios de Mahoma;
hasta la Leyenda de Oro, entre ios Mormones.
¡ Qué poesía tan poderosa la de Homero que ha atra­
vesado tantos siglos! .............¡ Qué entonación tan le­
vantada no necesitaría Pedro el Ermitaño y qué raudal
de inspiración y sentimiento para haber exaltado el es­
píritu de la Europa y llevarla en armas contra el Asia,
haciendo chocar las dos civilizaciones más poderosas de
su siglo!
Pero volvamos á Peza, á quien dejé abandonado hace
tanto tiempo.
Ni sentimiento ni inspiración faltan á su alma para
hacer de él lo que puede llamarse un poeta; y entre sus
buenas cualidades brilla, como Vénus en llena en medio
del estrellado firmamento, el amor filial. Todo hijo, á
290 LOS CEROS DE CERO

no ser un monstruo, ama á su padre, y sin embargo, hay


algunos que se distinguen por su mayor ternura.
La composición de Peza á su padre, podrá tener al­
gunos defectos literarios; pero ¿qué poesía no los tiene?
Hermosilla, á pesar de esa idolatría que profesa á Ho­
mero, de haber dedicado tanto tiempo y tanto trabajo
para escribir, á mi juicio, la mejor traducción de la Iliada
y anotarla, no cesa de decir á cada instante aquello de
Aliquando bonus dormitat Homero.

Pero á pesar de los defectos que puedan encontrarse


en la composición de Peza á su padre, hay en ella tanta
ternura, se descubre allí tanto respeto por aquel anciano,
se trasparenta un fondo de honradez tan noble, que á
mí me ha deleitado siempre, y no puedo resistir al deseo
de copiar algun trozo de esa composición, en la que al
describir á su padre comienza por decir que lleva en la
cabeza
El polvo del camino de la vida

para hablar de su cabellera cana.


Dice el poeta:
Mi padre tiene en su mirar sereno
Reflejo fiel de su conciencia honrada ;
¡ Cuánto consej'o cariñoso y bueno
Sorprendo en el fulgor de su mirada!
La nobleza del alma es su nobleza,
La gloria del deber forma su gloria ;
Es pobre, pero encierra su pobreza
La página más bella de su historia.
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 29I

Seca su llanto, calla sus dolores,


Y sólo en el deber sus ojos -fijos,
Recoge espinas y derrama flores
Sobre la senda que trazó á sus hijos.

No se puede expresar con más nobleza ni con más ter­


nura, que como lo hace el poeta en los dos últimos ver­
sos, la misión sagrada y cariñosa de un padre que guarda
para sí los dolores y procura esmaltar de rosas el camino
de la virtud que deben recorrer sus hijos; y no hay un
buen padre que no quisiera que de él se dijese:
Recoge espinas y derrama flores
Sobre la senda que trazó á sus hijos.

El amor á la patria ha inspirado á Peza hermosos y


dulces pensamientos.
Dice en una composición hecha en España y hablando
de México:
¡ Oh verjel de mis sueños, tierra hermosa
Que guardas mis recuerdos y mis lares !
¡ Queda con Dios tras los revueltos mares !
Yo léjos vengo á suspirar por tí.

Y más adelante:
El nombre de la patria en tierra extraña,
Es un himno, un poema, una oración.

En otra poesía escrita á la memoria del General Gon­


zalez Ortega, dice, hablando de la rendición de Puebla:
Presentas con asombro al extranjero
Rotas las armas y el honor entero.

Esta cifra con que se pinta el fin glorioso de ese sitio


292 LOS CEROS DE CERO

siempre memorable para los mexicanos y modelo de pa­


triotismo y honor militar, es magnífica.
Para el teatro ha escrito Peza tres comedias que han
sido muy aplaudidas; sobre todo, una que se intitula «La
Ciencia del Hogar: » el argumento es bueno; la trama,
natural y ordenada; fácil y sencilla la versificación; recta
y enérgica la crítica de algunos vicios de nuestra socie­
dad: en esa comedia, más que el mérito, hay que consi­
derar la medida que da Juan Peza de sus aptitudes para
llegar á ser un distinguido escritor dramático ; y sensible
es que pierda su tiempo y los años de su juventud en es­
cribir artículos ligeros de periódico, versos eróticos, ó re­
vistas de cosas que á nadie interesan, cuando podia con
el estudio, la dedicación, y sobre todo con el abandono
de esa literatura de mariposa que pasa de una á otra flor
sin formar jamas un panal, y que es Ja que se usa, no por
«
el periodista serio, sino por el que busca sólo llenar la
hoja que debe entregarse al suscritor, escribir mucho útil
para su patria, adquiriendo con esto una verdadera y
honrada fama.
Para concluir este artículo, tengo que hacer una con­
fesión que cumple á mi honradez el hacerla por más que
me duela decir que yo también me he tomado alguna vez
lo ajeno, que pecado tan común debe ser este en la hu­
manidad, que dió origen á aquellos versos tan sabidos
que á cada momento decían nuestros antepasados al ha­
blar de los mandamientos :
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 293

Si en el sexto no hay perdón


Ni en el sétimo rebaja,
Ya puede nuestro Señor
Llenar el cielo de paja.

Y la historia es esta: comenzó Peza á escribir para


« La República » artículos que firmaba con el pseudó­
nimo de Cero: leyóme uno y otro, y otro, y tanto me
gustaron, que sucedió aquello de:

Á un amigo yo llevé
Á casa de la que amaba;
Y tanto llegué á llevarlo,
Que después él me llevaba.

Ocurrióseme á mí también la tentación de escribir Ce­


ros: tomé la idea, me apropié del pseudónimo, y han
salido estos artículos, cuya inspiración le confieso á Pe­
za; y cumplo con lo que Ripalda aconseja como condi­
ción para perdonar pecados contra el sétimo; « que pago
lo que debo, ó á lo ménos Ja parte que puedo.»
JOSÉ PEON CONTRERAS
JOSÉ PEON CONTRERAS

ara escribir artículos de crítica, « científica, lite­


raria ó artística», no basta tener conocimientos,
ni estar dotado de una inteligencia mediana si­
quiera, y poseer toda & rectitud y todas las buenas in­
tenciones de que blasona siempre en la tribuna nuestro
querido amigo D. Ezequiel Montes; es preciso que el
modo de sentir y de comprender sea conforme con eso
que se llama el sentido común, que no por llevar este
nombre, es tan común como parece; que lo que podemos
llamar idiosincrasia intelectual puede hacernos ver como
bella una cosa que realmente no lo sea, ó al contrario.
Estas aptitudes físicas ó morales para emitir un juicio
acertado, suelen ser origen de extraviadas calificaciones.
Ocúrreme, con motivo de esto, una historia que no
LOS CEROS DE CERO

deja de ser divertida y cuya responsabilidad dejo comple­


tamente al ilustre Figuier que es quien la refiere.
Cuando David Brewster inventó el esteroscopio de
refracción ó de prisma, tan usado hoy, fué á París en 1851
con el objeto de hacer fabricar, por los ópticos de aquella
ciudad, su aparato.
Hizo en París Brewster amistad con el Abate Moig-
no, quien tomó tan á pechos aquel descubrimiento, que
se propuso no sólo acreditarlo sino popularizarlo en la
Francia, y para esto, lo primero que se le ocurrió fué di­
rigirse al Instituto y presentar el instrumento á la Sec­
ción Física de la Academia de Ciencias. Y aquí va lo
bueno de la historia.
El esteroscopio necesita para ser útil, que la persona
que de él hace uso, tenga regulares los órganos de la
vision.
El Abate comenzó su peregrinación por Arago, se­
cretario perpetuo de la Academia y cuya autoridad era
inmensa.
Arago recibió al ilustre Abate con la mayor benevo­
lencia y aplicó sus ojos al instrumento; pero por desgra­
cia, Arago no podia juzgar de aquel invento, porque
estaba afectado de diplopia* es decir, veia dobles los ob­
jetos, y por consecuencia en el esteroscopio los veia cua­
druplos: permaneció un momento contemplando el apa­
rato, y después se separó diciendo:
— «No veo nada.»
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 297

El Abate recogió humildemente el instrumento, lo


metió debajo de su manteo y se dirigió á la casa de Fé­
lix Savart, otro de los miembros de la Sección Física.
Savart tenia un ojo nublado, casi era tuerto, pero ven­
cido por las súplicas del Abate, consintió en aplicar su
ojo bueno en el aparato, y como era natural, se retiró
exclamando :
— «No veo gota.»
El Abate, suspirando, tomó su instrumento y se di­
rigió al Jardín de Plantas en busca de Becquerel, célebre
por sus descubrimientos en electricidad, pero que no se
habia ocupado jamas de óptica, por la sencilla razón de
que era tuerto, y no podia, por mucho que quisiera, juz­
gar de la bondad de un instrumento que exige el con­
curso de los dos ojos.
El ilustre Abate no perdió la paciencia y ocurrió á
buscar á Pouillet al Conservatorio de Artes y Oficios, y
le presentó aquel desgraciado instrumento.
Pouillet, como dice Figuier, tratándose de ciencias,
se inflamaba siempre en un santo celo ; pero en este caso,
ese celo era ineficaz porque el famoso físico tenia un li­
gero defecto, era bizco, y como es de suponerse, un bizco
no puede aprovechar el descubrimiento del esteroscopio,
y Pouillet tampoco vió nada.
Así un crítico armado de todas las buenas aptitudes
para la empresa que acomete, puede resultar intelectual­
mente afectado de estrabismo, de meopía, de diplopia,
298 LOS CEROS DE CERO

ó de cualquiera otra de esas enfermedades que tanto las


padece el cuerpo como el espíritu.
Lo mismo que en la percepción de los colores, de los
sonidos y del sabor, en literatura hay apreciaciones que
podrán llamarse extraviadas; pero que no dependen de
la voluntad del individuo, ni puede culpársele por ello,
supuesto que aquella apreciación es el resultado, en úl­
timo análisis, de su organismo. Literatos distinguidos ha
habido que no encuentran gusto ninguno en la lectura de
Homero; hombres de ilustración que apénas distinguen
una aria de Aida ó de Semíramis, de una Malagueña ó
de un Jarabe. Yo confieso, con vergüenza, que no pue­
do leer con paciencia dos páginas seguidas de Lamar­
tine·. me parece tan femenil, tan afectada, tan empalagosa
la sensibilidad de que á todas horas quiere hacer gala el
poeta francés, que me produce el mismo efecto que ese
sentimentalismo romántico con que muchos escritores
quieren sustituir el sentimiento clásico.
Quizá al escribir estos artículos, haga yo apreciaciones
que no estén conformes con el juicio común que, acer­
ca de muchas cosas y aun de muchas personas, tengan
escritores dignos de respeto: pero repito que no es cul­
pa mia.
Dalton, el célebre químico, descubrió ese defecto en la
vista que tiene el nombre de achromatopsia y que con­
siste en la falsa percepción de los colores, sobre todo
del rojo, que los individuos afectados de esta enferme-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 299

dad orgánica, nunca perciben ni conocen ; y no descubren


en el espectro más que dos colores: amarillo y azul; pe­
ro lo curioso en la historia de este estudio tan impor­
tante, es que Dalton, el iniciador, era víctima también
de la achromatopsia, y el mundo científico, por esto, la
llamó Daltonismo.
Puede ser muy bien que los vicios de la crítica á que
me he referido, los tenga yo; pero en todo caso no pue­
den ser de consecuencias tan terribles como el Daltonis-
mo, que á un empleado del ferrocarril le hará ver en una
noche oscura la linterna roja que anuncia peligro, blanca
ó verde, causando una catástrofe en el tren.
En fin, con este criterio, bueno ó malo, supuesto que
otros han sido ya juzgados, voy á tratar ahora de Peon
Contreras, nuestro poeta dramático más distinguido, y
que ha alcanzado tantos aplausoscomo ningún otro puede
gloriarse de haber recibido.
Peon Contreras ha escrito para el teatro los siguien­
tes dramas: María la Loca, El Castigo de Dios, El Conde
de Santiestéban, Un odio de la niñez, ¡Hasta el cielo!, El
sacrificio de la vida, Gil Gonzalez de Ávila, La hija del rey,
Un amor de Hernán Cortés, Luchas de honra y amor, Juan
de Villalpando, Impulsos del corazón, Esperanza, Anton de
Alaminos, El Conde de Peñalva, Entre tu tio y tu tia, Por
el joyel del sombrero, y El Capitan Pedreñales,
Todos ellos han sido recibidos con grandes extre­
mos, no por el público, en la representación, sino por la
300 LOS CEROS DE CERO

prensa, que los ha juzgado siempre de una manera favo­


rable.
Ya fe que hay razón para ello : Peon tiene grandes ap­
titudes para ser autor dramático y sabe aprovecharlas; es­
tudia y pule sus dramas, escoge buenos modelos, y procu­
ra siempre amoldarse á las reglas del buen gusto literario.
Casi todos los dramas de Peon pertenecen á esa escuela
de Calderon y de Lope de Vega, que tanto brillo y re­
nombre tan grande han alcanzado para el teatro español.
Esas comedias que vulgarmente llamamos de capa y
espada, buscando para la denominación las prendas y el
vestuario que caracterizan á los actores en ellas, se pres­
tan más fácilmente que las del teatro moderno, á presen­
tar aventuras romancescas y acciones heroicas : el amor
convertido casi en una religion; la mujer levantada hasta el
idealismo; el valor llevado hasta la temeridad poética;
el honor dirigiendo hasta la acción más insignificante, y el
sentimiento religioso sin producir esos colores abigarra­
dos de los libros místicos, pasando sobre el cuadro tomo
una veladura de concha nácar, dan al poeta poderosísi­
mos elementos para conmover á los pueblos, y sobre
todo á los pueblos de origen meridional, y arrancar un
laurel á la gloria para cada una de sus obras.
Peon ha comprendido todo eso, y su teatro está lleno
de bellezas; su versificación no tiene el afectado senti­
mentalismo de la Flor de un dia, por ejemplo, pero no
sólo agrada sino que conmueve; conoce por el estudio
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 3OI

ó por la intuición, el estilo en que deben hablar sus per­


sonajes, y no tropieza ni en el ridículo arcaísmo en el
lenguaje, ni en el anacronismo en las frases y en las imá­
genes: esto, que ha sido un escollo para muchos escrito­
res dramáticos que han querido tomar por modelo á
Calderon ó á Lope; que ha hecho escasas en nuestro tiem­
po composiciones de esa clase; que da más brillo al mé­
rito de Echegaray, yque forma, como decían los antiguos,
el quid de la dificultad, ni ha detenido á Peon Contreras, ni
ha hecho zozobrar su bien adquirida reputación.
Yo no estoy de acuerdo con algunos críticos que opi­
nan que esta clase de dramas y comedias no tienen ya
razón de ser en la escena del siglo XIX, fundados en que
si el teatro es la escuela de las costumbres, nada se apren­
dería con presentar las que parece que han pasado para
siempre y que tan lejos están de las nuestras.
Pero la fuerza de la reflexion está en lo que para mí
es error; siempre se dice que el teatro es la escuela de
las costumbres, cuando realmente no debe considerarse
sino como la escuela de los afectos y de los sentimientos;
en una palabra, de lo que en nuestro lenguaje común,
aunque figurado, llamamos el corazón; y el corazón se
educa quizá con más facilidad que el cerebro, y para re­
sistir desde la niñez el influjo de los buenos modelos, de
los sanos consejos y de las dulces amonestaciones que
vienen de la boca de un padre, de la imaginación de un
poeta ó de la franca verdad de la Historia, se necesita,
38
302 LOS CEROS DE CERO

siempre hablando en estilo figurado, un corazón orgáni­


camente defectuoso que, así como el cerebro puede estar
viciado por el idiotismo ó la estupidez, esté, desde los
primeros años, atacado de insensibilidad ó de dureza.
El teatro, como he dicho en otro artículo, considerán­
dolo escuela de las costumbres, sólo puede ser útil con
la comedia, y con la comedia de costumbres; pero co­
mo escuela del corazón, en la que al par del solaz y la
distracción, pone en ejercicio el sentimiento y predispone
el alma á las grandes acciones y á los nobles afectos, cum­
ple su misión con el drama y con la tragedia.
Así lo han considerado todos los pueblos cultos, y por
eso los orígenes del teatro se pierden en la oscuridad de
los tiempos.
Todos hemos leído, y así nos lo cuenta Aristóteles,
que la tragedia comenzó por tener un carácter distinto de
las masas corales que cantaban los himnos en honor de
Dionycio (el Baco de los Griegos); que el actor Thespis
fué el primero que introdujo un personaje; que Esquilo
introdujo otro, y se formó el diálogo; que Frínico hizo
tomar parte á la mujer en la representación; que el arte
de adornar á los actores con trajes y máscaras correspon­
dientes, calzarles el coturno para hacer más elevada y
majestuosa su figura, formar el palco escénico y arreglar
las decoraciones, se le debió á Esquilo; y que después,
Sófocles y Eurípides llevaron la tragedia á la mayor per­
fección que se vió en la Grecia. Pero estos datos, por lo
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 3O3

mismo que tienen ya tal carácter de exactitud, no nos


enseñan sino la época en que el teatro apareció entre los
Griegos, y de ninguna manera dan el indicio de la fecha
en que otros pueblos civilizados usaban ya de la tragedia
y de la comedia.
Yo creo que, antes que los Griegos, en la India y en­
tre los Judíos había ya dramas y comedias, que si bien
respecto á los Hebreos, ni en su historia ni en sus insti­
tuciones se hace mención alguna del teatro, nos queda
como un monumento el cantar de los cantares, falsamente
atribuido á Salomon y extrañamente tomado como un
libro simbólico de religion por los cristianos, y que nos
da la muestra de un verdadero drama en los pueblos se­
míticos.
El cantar de los cantares puede dividirse perfectamente,
como lo ha hecho Renan, en actos y escenas; pueden se­
ñalarse sus personajes:
La Sulamita, doncella de la Villa de Sulem, de la tribu de
Issachar.
Un Pastor, amante de la Sulamita.
El Rey Salomon.
Los Hermanos de la Sulamita.
Las Mujeres del harem de Salomon.
Mujeres de Jerusalem.
Pastores.
Acompañamiento de Salomon; y por último,
Un Personaje que aparece diciendo, al terminar la pieza, la
sentencia que, como la moral de una fábula, condensa el
espíritu del drama.

La Sulamita, arrebatada por las gentes de Salomon y


3°4 LOS CEROS DE CERO

llevada al harem, resiste á todas las seducciones de la


riqueza y del ejemplo, constante en su pasión por un
pastor, con el que al fin logra encontrarse saliendo del
Palacio del rey: las últimas escenas son verdaderamente
tiernas.

ACTO V.
ESCENA III.
La SulAMITA ( corriendo hiela «u amante).

Ven, mi bien amado; salgamos á los campos, volvamos


á vivir á nuestra aldea; allí nos levantarémos con la au­
rora para correr por los viñedos; veremos si las cepas
han germinado, si las yemas han abierto sus hojas, y si
los granados están en flor; allí te daré mis caricias. La
manzana del amor exhalará su perfume; á nuestra puerta
ruedan los más bellos frutos, nuevos y viejos: los guardo
para tí, mi bien amado. ¡Oh! ¡que no seas mi her­
mano !.......... ¡ que no te hayas nutrido en el seno de mi
misma madre para que yo pudiera, cuando te encontrara,
besarte sin que me culparan por ello !
Yo te conduciré, yo te introduciré á la casa de mi ma­
dre ; allí, tú me enseñarás, y yo te daré á beber el vino aro­
matizado, el jugo de mis granados.
Comienza á desvanecerse y dice á media voz :

Su mano izquierda sostiene mi cabeza y con su dere­


cha me abraza.
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS JOS

El Pastor (ai coro).

Yo os lo suplico, hijas de Jerusalem; no la despertéis;


no despertéis á mi bien amado hasta que ella quiera.

ESCENA IV.

El Pastor conduce á la Sulamita desmayada y la coloca á la sombra


de un manzano, frente á la casa materna.

El coro.

¿ Quién es esta que sale del desierto apoyada sobre su


bien amado?
El Pastor (í i«suian¡t«).

Yo te despierto bajo el manzano; mira el sitio donde


tu madre te ha dado al mundo, donde tu madre te ha
dado á luz.
La Sulamita.

Pónme ahora como un sello sobre tu corazón ; como


un anillo sobre tu brazo; porque el amor es terrible co­
mo la muerte; la pasión, inflexible como el infierno; sus
llamas son como las llamas del incendio, como las flechas
de Jehováh.
Un PERSONAJE «pareciendo, dice:

Las aguas más abundantes no podrían extinguir el


amor; los rios no bastarían á apagarle. Cuando un hom­
bre quiere comprar el amor á precio de sus riquezas, no
recoge más que confusion.
3o6 LOS CEROS OE CERO

Ciertamente seria exigencia ridicula querer encontrar


en esos dramas el arte y el juego escénico de nuestros
teatros modernos; pero es indudable que El cantar de los
cantares puede calificarse como un drama, mejor quizá
en sus condiciones literarias, que muchos de los que re­
cibieron este nombre en los tiempos de Esquilo.
Resta la dificultad de saber si se representaba esta pieza
como un drama, ó solamente se cantaba estando presen­
tes todos los actores.
Bossuet cree que El cantar de los cantares se recitaba en
los dias de las bodas; pero de todos modos, la compo­
sición no deja de tener el carácter de un drama.
Ahora bien, los primeros ensayos trágicos de Thespis
fueron, según los mejores datos cronológicos, por el pri­
mer año de la cincuenta y nueve Olimpiada, que corres­
ponde al de 580 ántes de Jesucristo : el Alcestes, de Thes­
pis, se dió el año 1 de la Olimpiada sesenta y una, por
el año de 536; y Esquilo disputó el premio de la trage­
dia en la Olimpiada setenta y siete, en el iv año, que cor­
responde al 469 ántes de Jesucristo.
El cantar de los cantares, según todos los datos histó­
ricos y filológicos, fué compuesto poco después de la
muerte de Salomon, por los dias del cisma de Samaria:
en consecuencia, por el año 940 ó 41 ántes de Jesucristo;
es decir, cerca de tres siglos ántes de que figuraran Sófo­
cles y Esquilo.
Kalidasa, el poeta indio, escribió, según ios cálculos más
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 3°7

aproximados, cosa de 150 años después que el autor des­


conocido de El cantar de los cantares^ y cerca de 200 ántes
que hiciera Thespis los primeros ensayos de la tragedia;
porque el poema Raghou-Vança, es decir, La raza ô ge­
neración de Raghou, la dinastía de este gran rey, que con­
funden con el sol, alcanza en el xvm y último canto com­
puesto en el reinado del hijo postumo de Agnivarn'a, y
así lo indica el poema.
El cálculo se funda y se resuelve así: desde Rama, el
esposo de Sita, cantado por Valmyki, y de quien hace
mención Kalidasa en el canto x, hasta el año 1 de la Era
Cristiana, la Cronología india cuenta sesenta reyes suce­
sivos: multiplicado este número por 22, término medio
de la duración de cada reinado, produce 1320 años entre
Rama y el primer año de nuestra Era: el Raghou-Vança
enumera veinticinco reyes desde Rama hasta la muerte
de Agnivarna, fecha en que entró á gobernar la viuda en
nombredel hijo postumo, abarcando una era de 550 años,
lo cual da por resultado que Kalidasa floreció por el año
770 ántes de Jesucristo.
Dos comedias quedan de Kalidasa sobre las cuales no
.hay duda en materia de autenticidad: «Vikrama y Our-
vaçi » en cinco actos, y « El reconocimiento Çakountala»
en siete; el estilo de estos dramas es dulce, delicado, flo­
rido, lleno de sentimiento, abundante en sentencias mo­
rales y profunda filosofía, lleno de galantería y de gracia,
y sembrado de figuras y descripciones verdaderamente
3o8 LOS CEROS DE CERO

admirables. £1 argumento, la fábula en ambas, á pesar


de la extension de las piezas, es enteramente sencillo, y
los episodios, más que por la novedad, por la ternura
y por el estilo encantan.
La escena entre Çakountala y el rey en el acto m, es
casi un idilio griego: la joven siente los primeros impul­
sos del amor, y vacila contenida por la inocencia y el
candor; se desprende por fin de los brazos del rey, pero
apénas se ha separado, la agita el deseo de volver á estar
á su lado, y encuentra, como un gran pretexto, ir en busca
de un brazalete que se le ha caído y el rey ha levantado:
esta escena merece copiarse, y yo lo hago, traduciéndola
de la version de Hipólito Fauche.

El Rey.

i Ah ! La fortuna detiene mis pasos ; hé aquí como una


cadena para mi corazón, el brazalete de fibras de loto,
que se ha deslizado de su brazo y está impregnado aún
del perfume de su seno.
(Levanta con veneración el brazalete.)

ÇAKOUNTALA (aparte, mirando ai rey, oculta tras un


retal).

¡ Ahí .... No lo habia advertido ; se me ha escapado;


mi debilidad me obligó á bajar los brazos.

El Rey (estrechando contra su pecho el brazalete).

¡Oh qué dulce contacto! De tu brazo querido me


GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
3°9

llega aquí esta graciosa prenda que se ha desprendido de


sus contornos: sabe, mi bien amado, que tu infortunado
amante recibe un consuelo, no de tí, sino de este objeto
tan insensible como tú.
ÇAKOUNTALA (aparte).

¡No tengo fuerza para resistir más! Voy á aprove­


charme de ese pretexto para ofrecerme de nuevo á sus
ojos.
El Rey (mirándolavenir).

¡ Oh felicidad ! ¡ Hé aquí la soberana de mi vida! El


favor del destino debía venir en mi ayuda al escuchar mis
lamentos. Espirando de sed el tchataka, pide una gota
de agua y hé aquí la lluvia que vertida por las nubes
viene á caer en el pico del ave dichosa.

ÇAKOUNTALA (tímidamente).

Estaba á la mitad del camino de la Ermita, cuando he


advertido, señor.............y vuelvo sobre mis* pasos bus­
cando un brazalete de fibras de loto que se ha escapado
de mi mano. « ¡Ah!—dije yo, como si mi corazón hu­
biera adivinado—él lo habrá encontrado.» — ¡Vuélve­
melo! No su falta sea un indicio á los ojos de los anaco­
retas y nos acuse á ambos.
El Rey.

Consiento en volverlo, pero con una condición.

ÇAKOUNTALA.
¿Cuál? dime.
39
310 LOS CEROS DE CERO

El Rey.

Que yo lo pondré en el mismo lugar en que estaba.

Çakountala (aparte).

No hay medio de rehusar (acercándose al rey). Sea; pónlo


pues.
El Rey.

Sentémonos sobre el banco que nos ofrece esta roca.


(Se sientan.) ¡ Qué dulce contacto ! (tocando la mano de la joven.)

Tengo entre mis manos un retoño del árbol del amor,


consumido por el fuego de la cólera de Çiva, y que un
destino feliz hizo renacer regándole con ambrosía.

Çakountala (estremecida).

¡Detente, detente, hijo de mi señor!

El Rey.

Soy feliz, porque ese título no se le da más que á un


esposo. ¡Niña encantadora! las fibras de este brazalete
no forman un buen nudo ; ¿ quieres que lo arregle de otra
manera?
Çakountala (sonriendo).

¡Como tú quieras!
(El rey finge dificultad para atar el brazalete.)

El Rey.

Mira, hermosa niña; te diría que Ja luna ha huido del


GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
311

cielo, y para dar mayor esplendor á tu belleza y cambiada


en fibras de loto, viene á entretejer sus rayos sobre tu
mano encantadora con el azul de las venas.

ÇAKOUNTALA.

¡No veo nada! mi vista está turbada, quizá ha caído


en mis ojos el polen de las flores que llevo como zarci­
llos y que el viento sacude.

El Rey (sonriendo).

Si tú me lo permites, soplaré en tus ojos con mi boca


para limpiarlos.
ÇAKOUNTALA.

Seria una acción propia de un hombre complaciente,


pero no me fio de tí.
El Rey.

Desconfías de mí ! Un servidor nuevo nunca se excede


de las órdenes que recibe.

ÇAKOUNTALA.

Pero éste es muy celoso, y yo no debo fiarme.

El ReY (aparte).

Es preciso que yo no deje escapar esta brillante opor­


tunidad de mi ventura.
( Procura levantar el rostro de Çakountala : ella indica una resistencia
sólo aparente, y acaba por ceder.)
312 LOS CEROS DE CERO

¡ Oh! no temas, mujer de los ojos embriagadores, deja


de temer un atrevimiento de mi parte.
( Çakountala fija un instante su mirada en el rey y baja de nuevo el
rostro : el rey le toma la barba con dos dedos, vuelve á levantarle el ros­
tro, y dice aparte :)

Esos labios delicados de mi bien amado, ¿no parece


que trémulos de emoción tan encantadora me invitan á
calmar la sed que me abrasa, de dar en ellos un beso ?

ÇAKOUNTALA (tímidamente mirando que el rey vacila).

¿ El hijo de mi señor duda en cumplir lo que me habia


prometido ?
El Rey.

Es, hermosa mia, que me he fascinado por la seme­


janza de tus ojos con los azules lotos que adornan tus
orejas. (Sopla en los ojos de la joven.)
Çakountala.

Mi vista ha vuelto al estado natural, pero tengo ver­


güenza de no encontrar un servicio que hacer al hijo de
mi señor, en recompensa del que he recibido.

El Rey.

Hermosa mia, esta recompensa es el suave aroma que


he respirado en el borde de tus labios: ¿el perfume del
loto, no es bastante para satisfacer á la abeja?

ÇAKOUNTALA (candorocamente).

Pero si ella no está contenta, ¿qué hará?


GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
3X3

El Rev.

Ella, hará esto. (Diciendo estas palabras, el rey besa, lleno de


entusiasmo, la boca de Çakountala.)
(Se oyé gritar adentro.)

La compañera de tchakravaka (la tórtola) dice adiós


á su esposo : la noche se aproxima.

ÇAKOUNTALA (escucha con atención y luego dice turbada):

Hijo de mi señor, la venerable Gaautami se aproxima;


sin duda ha percibido mi ausencia: escóndete pronto en
tre esos arbustos.
El Rey.
Así lo haré.

Esta escena tiene la sencillez y la dulzura de un idilio


griego: en los dramas Indos los poetas no buscan nunca
el terror, como recurso dramático, que tan usado es en­
tre los trágicos griegos y los latinos. La locura del rey,
en el drama Vikrama y Ourvasi, no tiene nada de común
ni con la de Ajax ni con la de Orestes; es un trastorno
mental que se expresa por pensamientos dulces, elegan­
tes, delicados, que no destroza el corazón, que no hace
llorar: el rey ha perdido á su amada y vaga en las selvas
preguntando por ella; esa es su locura; ¡ pero qué modo
de expresarla!
La escena tiene un coro que alterna con sus estrofas
los delirios del rey.
3H LOS CEROS DE CERO

Dice el coro:
«Grabadas en su corazón las dulces miradas de su
« perdida compañera, un joven cisne se abandona á su
« dolor sobre las aguas de los más bellos lagos.»

El Rey.

Nube que bañas esa parte del cielo con un torrente de


lluvia, encadena tu cólera; yo te lo ordeno: pero si re­
corriendo la tierra vuelvo á ver á la que amo, entonces
sufriré contento cuanto quieras.

El coro.

Entre las canciones délas abejas embriagadas de perfu­


me, entre el concierto que forman al cantar las tórtolas, al
soplo arrullador de los vientos que hacen ondular man­
samente las ramas tiernas, el sagrado árbol de Kalpa
hace los más graciosos movimientos.

El Rey (dirigiéndote i un pavo).

Rey de los pavos, dime, yo te lo suplico, si has visto


á mi amada cuando paseas en medio de los bosques; voy á
darte sus señas para que puedas reconocerla: su rostro
es bello comó la luna, y su porte es noble y majestuoso.

(Dirigiéndose á una tórtola.)

¡Tórtola amante de quejas melodiosas, tú que vuelas


incierta bajo las sombras del Nandana, dime si has visto
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
3*5

á mi bien amado; ave que no has sido nutrida por tus


padres, los amantes te llaman la mensajera de Madana;
tú eres su flecha victoriosa que sabe triunfar de los cora­
zones rebeldes al amor; conduce á mi bien amado á mi
presencia, ave de las dulces canciones, ó llévame al lugar
en que vive la que yo amo!

(Dirigiéndose á un Phenicóptero y poniéndose de rodillas.)

i Misericordia, soberano de las aves acuáticas; tú irás


después al lago Manasa; pero abandona un momento
esas fibras de loto, provision de viaje que tú volverás á
tomar luego, y arranca la pena de mi espíritu dándome
noticia de mi amada...............! Vuélveme á mi amiga
si tú has descubierto su camino, si tú la has visto en al­
guna parte: yo reclamo lo que me pertenece: vuélveme
á mi amiga.

En ese lago mismo, cuando una flor de loto te roba


la vista de tu compañera, ¿no gimes lleno de sentimiento
pensando que está ausente? El amor, y el temor de en­
contrarse sola, ¿no la atormentan también á ella? ¿Qué
alma es la tuya que me rehúsas siquiera una noticia, á mí
que lloro separado de mi esposa?
3i6 LOS CEROS DE CERO

Esta locura, que más bien parece un relato infantil,


tiene su belleza y no puede causar terror. Compárese con
la horrible descripción que hace Séneca, el trágico latino,
de la locura de Œdipo, y que desconfio de poder verter
con los colores que tiene el original.

ACTO V.
ESCENA I.
Habla un mensajero refiriendo,el delirio del rey, y termina diciendo:

«Dice así, y su cólera llega hasta el furor: un fuego


« salvaje anima sus facciones amenazadoras: sus ojos apé-
«nas pueden contenerse dentro de sus órbitas: se pintan
« en su rostro la cólera, la violencia, el arrebato feroz y
«la crueldad de un verdugo: lanza un gemido, se estre-

« mece de una manera horrible, lleva á su rostro las ma-
« nos furiosas: sus ojos se presentan fijos, salientes, como
« ofreciéndose ellos mismos á la mano que los amenaza,
« como adelantándose á encontrar el suplicio. El desgra-
« ciado rey clava furioso sus crispados dedos dentro de
«las órbitas: arranca á la vez los dos globos que ellas en­
acierran y los retira sangrientos y palpitantes: su mano»
« después no encuentra ya en esas órbitas más que el va-
« cío, pero siempre furioso clava más adentro sus dedos
« y hiere aun el interior de esas profundas cavidades don-
« de la luz no volverá á entrar jamas, y se agota en vanos
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 3I7

« trasportes y prolonga inútilmente su martirio : ¡ pero tan


«grande así es el temor que tiene de volver á ver el dia!
« Levanta en fin la cabeza, y con sus órbitas sangrien-
« tas y vacías, recorre la extension del cielo para probar
«la noche eterna en que él mismo se ha hundido, y ar-
« ranea los cortinajes de carne que penden aún del sitio
« en que estaba su extinguida vista. Después, fiero de tan
« terrible triunfo, exclama dirigiéndose álos dioses: «Per-
«donad á mi patria; yo he cumplido vuestros decretos;
«he castigado mis crímenes y he alcanzado por fin á en-
«contrar esas tinieblas cuyos horrores igualan al de mi
«hymeneo.» Una lluvia espantosa inunda su rostro, y
« de su cabeza mutilada brota en grandes olas la sangre
«de las venas que sus manos han despedazado.»
Los dramas indios se distinguen, sobre todo de los
griegos, por la diversidad del idioma en que hablan los per­
sonajes del drama; porque los dioses, los reyes y los hé­
roes hablan el sánscrito; y las mujeres, aun cuando sean
diosas ó reinas, hablan el pracrito, lo mismo que los per­
sonajes de rango inferior.
La delicadeza en la escena indica tanto estudio y tanto
refinamiento, que no es comparable no sólo con la per­
fección á que Jos griegos llevaron su tragedia, pero ni aun
á nuestras representaciones escénicas actuales: cada pa­
sión, puesta enjuego, tiene metro distinto para el verso,
distinta clase de música para el canto y diferente movi­
miento, á semejanza de baile, para ser expresada.
40
3*8 LOS CEROS DE CERO

Sin embargo, yo encuentro un punto de contacto en­


tre los teatros indio, griego y latino, en lo que llamaban
los clásicos Parábasts, que era un discurso ó peroración
que, en nombre del poeta y cortando la acción de la pieza,
dirigia uno de los actores á los concurrentes, convirtién­
dose en una especie de orador político, y que con tanta
exageración llegó á usarse en el siglo de Pericles, que Pla­
ton en el libro ni de Las leyes¡ hace decir á uno de los
personajes, que en Atenas la democracia se convierte en
una teatrocracia.
El drama de Vikrama de que hemos hecho mención,
comienza presentándose el director del teatro diciendo:
« Esta reunion está cansada de no ver otra cosa que
« asuntos tratados por poetas de los antiguos tiempos.
« Voy á hacer representar delante de ella un drama (tro-
&taka) nuevo intitulado «Vikrama y Ourvaçi,» pieza de
«que es autor Kalidasa................. » Y después de leer
la lista de los personajes, agrega:
« Ahora, con la frente inclinada delante de esta reu-
«nion de nobles y de ilustrados personajes, yo les dirijo
«la siguiente súplica: Prestad, señores, un oído atento á
« esta obra de Kalidasa, ya como efecto de esa política na-
« tural á las personas benévolas, ya por la estimación que
«os merezca un asunto felizmente escogido.»
En Çakountala, el director, al principio de la pieza,
dice en un diálogo con una de las actrices:
«Noble señora, estamos delante de una sociedad la
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 3I9

« más rica en cualidades encantadoras, y es preciso diver­


tí tirla con un drama nuevo que tiene por título: a El
^reconocimiento de Çakountala^ cuyo autor es Kalidasa;
debemos representar nuestros papeles con todo cuidado.

La Comedianta.

Nadie puede negar que el maestro presente perfecta­


mente montada una pieza en el teatro.

El Director.

Yo debo deciros una cosa, noble dama: que pongo en


duda la bondad de una comedia miéntras no ha recibido
la aprobación de los conocedores. Así es que, meditando
en estas razones, pierdo la confianza delante de un pú­
blico tan ilustrado.

Aristophanes nos da la muestra también de parábasis


en el teatro griego.
Dice por ejemplo en Akarnienses:

Coro.

« Desde que nuestro poeta dirige los coros cómicos,


nunca se ha presentado á hacer su propio panegírico;
pero hoy, ante los.atenienses, tan precipitados en sus de­
cisiones, sus enemigos le acusan falsamente de que se
burla de la República é insulta al pueblo; preciso le es
justificarse con sus volubles ciudadanos: el poeta pre-
320 LOS CEROS DE CERO

tende haberos hecho mucho bien, impidiendo que os de­


jéis sorprender por las palabras de los extranjeros, que os
hechicen los aduladores, y seáis unos chorlitos.»
Los latinos también acostumbraban la parábasis; ver-
bi gracia:
Comienza Plauto en el Asinario:
«Yo os pido vuestra atención,espectadores, y que los
dioses os ayuden como á mí, á los cómicos, á sus direc­
tores y á los magistrados que los emplean. Heraldo llama
bien la atención del pueblo, y piensa solamente en no ha­
ber trabajado gratis. Ahora voy á decir el objeto con que
me presento aquí, y es haceros conocer el título de la
pieza: en cuanto al argumento, es muy sencillo; diré so­
lamente que en griego se intitulaba Onagos; que Demó-
filo fué su autor; que Plauto la tradujo al latin y la llamó
el Asinario> con perdón de ustedes; es alegre, divertida
ÿ graciosa; escuchadla con atención, y en recompensa, que
Marte os continúe protegiendo como en otro tiempo.»
Terencio, en su Andria* comienza con este prólogo:
« Cuando nuestro poeta se puso á escribir para la es­
cena, creyó que todo lo que tenia que hacer era compo­
ner piezas agradables para el pueblo; pero comienza á
entender que no es esto todo, y héle aquí obligado á per­
der su tiempo en hacer un prólogo, no para narrar el
argumento de la pieza, sino para contestar los ataques de
sus enemigos.»
Esa costumbre de dirigirse al público por medio de
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 32I

un prólogo, duraba aún en los primeros tiempos del Re­


nacimiento, y así vemos que Maquiavelo comienza sus
comedias dirigiéndose al público.
« Dios os guarde,—dice en su Mandragora,—buenos
auditores, puesto que esta bondad viene de que os agrado.
Si continuais conteniendo vuestros murmullos, os voy
á hacer representar una aventura acaecida recientemente
en este país. Mirad esta decoración que se extiende á
vuestros ojos; es vuestra Florencia; otra vez será Roma
ó Pisa. En cuanto á la aventura, estoy seguro que hará
desprender vuestras quijadas á fuerza de risa.»
Ahora sólo nos quedan, y no en los dramas sino en
las comedias, los versos en que con el peor gusto posible
se pide al público un aplauso al terminar la pieza, cos­
tumbre que disgusta á todo hombre de buen sentido li­
terario.
Tanto tiempo hace que tengo abandonado á Peon Con­
treras, que ya volver á encontrarle me está causando ru­
bor; y me hallo en la situación del que sin motivo ha deja­
do de visitar una casa donde le aprecian, deseando volver,
y sin atreverse á verificarlo, lo hace delito, como decimos
vulgarmente en México.
Un joven crítico, estudioso y de grandes esperanzas,
Gomez Flores, ha hecho buenos estudios sobre las piezas
de Peon Contreras. Si yo quisiera hacer un juicio sobre
el teatro de nuestro poeta, para muchos dramas no ten­
dría yo necesidad más que de copiar los artículos de Go-
322 LOS CEROS DE CERO

mez Flores; pero como mi empresa no abarca tanto, me


contento con hablar de generalidades.
La versificación en los dramas de Peon, es sonora y
fluida, y aunque algunos críticos le acusan falta de entu­
siasmo, esto quizá proviene de que el público está vi­
ciado con el lirismo de comedias en que se cuida más de
la gala que del argumento.
Gomez Flores dice, hablando de Peon Contreras:
« Sus defectos de estilo son pocos y se reducen á faltas
prosódicas, supresiones frecuentes de sinalefas, escasa fi­
bra y energía en varías composiciones que la exigen, con­
tados galicismos, y algunos otros de poca monta, hijos
todos, sin la menor duda, de la precipitación con que
siempre escribe.»
Francamente, si estos fueran pocos defectos y de poca
monta, no sé qué habría que guardar para la calificación
de tanto poeta disparatador como hay: pero Gomez Flo­
res, sin duda profesando tan gran cariño como se tras­
luce en sus artículos, á Peon Contreras, quizo más bien
pecar por rígido que ser acusado de condescendiente por
amistad.
Peon Contreras tiene algunos de los defectos que in­
dica el joven autor del juicio á que nos referimos; pero
más que á la precipitación con que escribe el poeta, de­
ben atribuirse á la dificultad de hacer una obra perfecta;
manejar bien un idioma, y un idioma como el español, es
tan peligroso como manejar una navaja de barba al afei-
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 323

tarse: Ja menor distracción, el más ligero estremecimien­


to, la preocupación más pasajera, bastan para herirse; y
esto les pasa hasta á los grandes maestros, sin que pueda
decirse de ellos que erraron por la precipitación con que
escribían.
Todos los idiomas, pero principalmente el español, y
sobre todo en México, tienen un modo de hablarse y otro
de escribirse; quiere decir que hay frases y giros bien
usados y bien recibidos en la conversación, y que ningún
escritor ilustrado se permite presentar al público. Y no
necesitamos que Max Muller nos lo diga ni nos lo prue­
be, que una ligera observación lo hace comprender así.
Esta es una dificultad para el escritor; y respecto á
galicismos, están ya algunos tan infiltrados, tan natura­
lizados en nuestro idioma, que es difícil escapar de ellos,
y quizá no faltaría ejemplo de alguno en el mismo Cer­
vantes. Pero como la bandera cubre la mercancía, gali­
cismos hay que á la sombra de un nombre ilustre en la
literatura española, han dejado de serlo y tienen carta
de nacionalización.
Peon Contreras ha escrito también muchas y muy her­
mosas leyendas nacionales, y sus composiciones sueltas
tienen un mérito que no las hace parte menor en la bien
adquirida fama del poeta yucateco.
Se dirá que yo llamo esperanza de las letras en Mé­
xico, á todos aquellos de quienes me ocupo ; pero como
casi todos están en el vigor de Ja edad, están en la época
324 LOS CEROS DE CERO

en que el árbol de la inteligencia pierde sus flores para


comenzar á producir sus frutos, me creo con perfecto de­
recho para llamar también á Peon Contreras esperanza
de nuestra literatura en lo porvenir, sin que en el pre­
sente deje por eso de ser una de las joyas del Parnaso
Mexicano.
JOSÉ M, ROA BÁRCENA
JOSÉ MARIA ROA BARCENA

OA barcena—dice Sosa en la biografía que de él


escribe—es en la sociedad mexicana tan cumplido
caballero, como distinguido poeta y escritor.
En tan cortos renglones no puede hacerse más grande
elogio de un contemporáneo; y lo más notable es que
no hay exageración, porque Roa Barcena merece bien ese
elogio.
Apartado ahora de la política y dedicado á los nego­
cios comerciales, ha ocupado parte de su tiempo, como
Groto, en escribir la historia, no de las revueltas nacio­
nalidades de Ja Grecia, y sí de tiempos y de nación no
ménos revuelta, como es la nuestra.
Roa Bárcena no se contentó con ser poeta; publicó
bellísimas composiciones, obtuvo merecidos elogios, y
sin embargo, parece que esto no le satisfizo.
326 LOS CEROS DE CERO

Tampoco llenaba sus aspiraciones el periodismo; lu­


chó por la causa de la Reacción, fué uno de los paladi­
nes de las ideas conservadoras en la prensa; pero ha te­
nido el orgullo de haberse retirado del combate sin haber
escrito nunca en tales diarios ninguna de esas diatribas,
ninguno de esos artículos en que el insulto y la calum­
nia son el hilo y la trama de que se vale el periodista,
y que por desgracia están en moda entre nosotros.
No me ocuparé de las ideas políticas que Roa Bárcena
defendía; ya he dicho que para mí, en estos artículos las
cuestiones políticas no tienen significación alguna; pero
no puedo dejar de insistir sobre el giro caballeroso que
Roa Bárcena dió siempre á todos sus escritos políticos
en los momentos en que la lucha era más terrible.
El periodismo, entre los hombres honrados, entre los
políticos de buena fé, entre las gentes que buscan el triun­
fo de una idea, es un sacerdocio, un apostolado, y no un
medio de especulación: esto no quiere decir que yo crea
reprobable que un escritor gane honradamente su vida
como periodista; de ninguna manera; escribir para el pú­
blico, es siempre un trabajo que necesita retribución, y
retribución espléndida, porque supone, además de nota­
bles aptitudes, largos y pasados años de estudio, laborio­
sidad y meditación profunda en el presente, y valor, re­
solución y serenidad para afrontar el peligro que siempre
trae, el ataque al poderoso, cuando abusa de su fuerza, y el
grito de alarma á la sociedad, cuando el crimen oculto
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 327

entre la sombra, conspira contra la justicia; el odio de


algun partido contrario y el disgusto de los propios cor­
religionarios, cuando á ellos mismos se les dice una de
esas verdades que ningún bando político quiere escuchar.
El’periodista que escribe por adular al poder, buscando
la protección y el favoritismo, el lucro y la ganancia, lo
mismo que el que halaga las pasiones de la muchedumbre
y los vicios del pueblo, yendo en pos de lo que muchos
llaman popularidad, extravian el camino del honor por
el que debe marchar siempre un escritor leal y patriota.
Tampoco esto quiere decir que el periodista no pueda
cegarse muchas veces por el espíritu de partido ; que ar­
rastrado por el entusiasmo, cruce el vallado por donde
nunca debiera atravesar: eso es malo; mas yo no lo con­
sidero realmente como un delito, sino como una desgra­
cia, y desgracia á la que están expuestos todos los hombres.
Pero el « mercenarismo » de la pluma, el comercio de la
conciencia del escritor, el vil contrato por el que un hom­
bre que tiene mayor ó menor facilidad para escribir, se
compromete por un puñado de dinero á atacar las ideas
que ayer defendió; á insultar y á calumniar á hombres á
quienes no conoce ó conoce quizá por beneficios que de
ellos ha recibido; á espiar el hogar doméstico para lle­
var el escándalo á una sociedad y la desolación á una
familia; el empeño retribuido de manchar por medio de
la imprenta lo que está limpio, aun cuando esa mancha
tenga que pasar, dejando su huella indeleble, sobre el nom-
328 LOS CEROS 1>E CERO

bre de la patria, eso sí lo considero criminal; eso sí lo


creo punible, por más que nuestra Constitución y nues­
tras leyes lo autoricen, y por más que nuestros gobiernos
y nuestros hombres públicos hayan interpretado siem­
pre que la honra y la reputación de un hombre y de una
familia deben estar en México sin garantía de ninguna
especie, á la disposición del primero que, por una ene­
mistad personal, por una retribución ó por un rencor
inmotivado, quiera lanzar al público un artículo en que
llame á aquel hombre ladrón, plagiario, traidor, ébrio ó
jugador.
Desgraciadamente no están lejos los ejemplos de tales
abusos en la imprenta, ni han pasado tampoco los dias
en que de esa manera se ejerce el ministerio del perio­
dismo. Por eso cuando estudiamos los escritos de Roa
Bárcena, nos detenemos con satisfacción delante del pu­
blicista á quien bastaron las leyes de la caballerosidad,
para no excederse un punto en las luchas periodísticas,
sin ocurrir nunca al inacotado campo de lo que se llama
la libertad de imprenta.
El estilo de Roa Bárcena, no sólo como periodista sino
en lo general como escritor, es fluido, sencillo, y sobre
todo, es el estilo que corresponde á la lengua española y
á la raza latina.
Víctor Hugo algunas veces ha escrito en un estilo que
muchos han procurado imitar; por ejemplo, en El dere­
cho y la ley dice:
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 3*9

« La inviolabilidad de la vida humana, la libertad, la


paz, nada indisoluble, nada de irrevocable, nada de irre­
parable; tal es el derecho.
El cadalso, la espada y el cetro, la guerra, todas las
variedades del yugo, desde el matrimonio sin divorcio
en la familia, hasta el estado de sitio en la ciudad; tal es
la ley.
El derecho: ir, venir, comprar, vender, cambiar.
La ley: la aduana, el portazgo, la frontera.
El derecho: la instrucción gratuita y obligatoria sin
presiones sobre la conciencia del hombre, embrionaria en
el niño; es decir, la instrucción laica.
La ley : los ignorantes.
El derecho: la creencia libre.
La ley: la religion del Estado.
El sufragio universal, el jurado universal, ese es el de­
recho; el sufragio restringido, el jurado escogido, esa es
la ley.
La cosa juzgada, esa es la ley; la justicia, este es el
derecho.
Medid él intervalo.»
Este estilo que se ha llamado bíblico, hizo gracia á mu­
chos escritores, no sólo en México sino en España, y sin
reflexionar ni pararse en pelillos, se soltaron escribiendo
en renglones cortos y con cortados pensamientos, todo
lo que á las mientes les venia, recordando que Víctor
Hugo dice en el «Noventa y tres:»
330 LOS CEROS DE CERO

« Nos acercamos á la gran cima.


Hé allí la Convención.
La mirada se petrifica en presencia de aquella altura.
Jamas apareció en el horizonte de los hombres nada
más elevado.
Hay un Himalaya como hay una Convención.
La Convención es el punto más culminante de la His­
toria.»
Pulularon Víctor Hugos por todas partes, desde Selgas
en España hasta Juan Mateos en México; y los artículos
de costumbres y de literatura y de política, se escribie­
ron así.
j Aquello era terrible! Y no se podía tomar un perió­
dico sin encontrar luego un escrito que al primer golpe
de vista parecía fluctuar, por sus apariencias, entre la oda
y la lista de la lavandera.
« Daban las doce de la noche.
La policía dormía.
El sueño es el invierno de la policía.
Velaba el ladrón.
El transeúnte cruzaba descuidado.
Se oyó un grito.
Acudió un policía.
Era tarde.
Una capa había desaparecido.
El devorante había puesto la garra sobre lo indevo-
rable.
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 33 1

La propiedad se había evaporado delante de la fuerza.


El huracán arrebata á las nubes.
Los ladrones son el huracán de Jas capas.
Las capas son viables en los hombros ó en los empeños.
Había una capa ménos.
Muchos grados de frió más.
El abrigo es la burla de la temperatura.
Una pelliza se carcajea del termómetro.
Un termómetro se avergüenza delante de una chi­
menea.
El policía ayudaba al termómetro.
El transeúnte fué el campo del combate.
El hombre de la ley y el hombre de la desgracia se
contemplaron.
Un robo es una afirmación.
Lo positivo estaba frente á frente de lo mitológico.
La policía es un mito.
Lo pasado y lo inverosímil se daban una cita en la os­
curidad.
El policía era el número 13. El 13 es un número fatal.
El robado se llamaba Don Gregorio Chamorro. El
nombre de Gregorio es fatídico.
La suerte tiene sus risas satánicas como los ángeles
caídos del infierno cristiano.
Un policía que llega fuera de tiempo es como una
carcajada de Satanás.
El paradero del ladrón quedó ignorado.»
332 LOS CEROS DE CERO

Este seria un buen párrafo de gacetilla, en el estilo


aquel famoso; y no he querido copiar un trozo original,
por consideraciones á los descarriados que por ese atajo
se arrojaron.
Sin embargo, no resisto á poner algo de Selgas, toma­
do de sus «Hojas sueltas.»
« Las mujeres tienen diferentes habilidades.
Unas hacen flores.
Otras hacen dulces.
Algunas hacen lo que deben (sin duda será no leer esto).
Muchas lo que quieren.
Todas hacen señas.
Y ¡oh dolor!.......... hay también mujeres que hacen
versos.

¿Qué tal? ¡Admirable! ¡y que en nuestra sesuda ma­


dre, la vieja España, se haya tolerado esto!
Dice Selgas:
«El corazón, puede decirse que es el cerebro de los
sentidos. (Y el estómago el cerebro de la humanidad.)
La cabeza nos dice: piensa; el corazón nos dice: siente.
( Hartzenbusch nos dice: el descubrimiento no me parece tan
plausible como el de las Indias.)
La inteligencia discurre. (Notición.)
El corazón adivina.
Lo que en la inteligencia es un cálculo, en el corazón
es una esperanza.
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 333

La razón hubiera ya convertido en virtudes todos los


vicios si hubiera podido seducir al corazón. (¡Qué lástima!)
La inteligencia más grande no vale tanto como un co­
razón hermoso. (Eso va en gustos, y la ciencia no es de ese
mismo,)
La inteligencia propone: el corazón manda: (Ô como di­
cen en México: el hombre pone, Dios dispone, y un tonto des­
compone)
Para medir bien la diferencia que hay entre la filan­
tropía y la caridad, debe tenerse presente que la primera
es una idea y la segunda un sentimiento. (Este hombre
ni ha olido siquiera el griego, ni ha leido à Santo "Tomás.)
La lógica del corazón dispone de argumentos irresis­
tibles. (¡Cáscaras!)
Nada es más fácil que tener veinticinco años. (Esta
sí es buena noticia, ¿Cómo se hace? todos somos marchantes,)
A poco de nacer los tiene cualquiera.» (Apoco, à los
veinticinco años; no vayan á creer los lectores que á los cuatro
ó cinco dias, ¡ Como dice Selgas que es tan fácil!)
Lamennais tomó el estilo de Isaías; Víctor Hugo imitó
á Lamennais; Selgas quiso imitar á Víctor Hugo, pero
no salió bien : con razón no hubo quien le persiguiera en
Francia por contrefaçon.
A Víctor Hugo se le alaba y se le admira escribiendo
así, porque el genio, como el rey Midas, convierte en oro
todo cuanto toca; porque las ideas, vigorosas y nuevas,
brotan del cerebro de ese hombre, bellas en su desorden
42
334 LOS CEROS DE CERO

é incapaces de someterse á las severas reglas que rigen en


la marcha de las inteligencias comunes, como no es po­
sible el orden en una concurrencia numerosa que sale
espantada y en revuelta confusion por las puertas de un
teatro huyendo de un incendio.
Víctor Hugo, llegando al mundo con las proporcio­
nes de gigante, y encontrando sólo trajes cortados y he­
chos para hombres de talla común, necesitó vestir sin
sujetarse ni á la moda ni á las costumbres de sus contem­
poráneos. Pero la verdad es que ese estilo, ese modo de
escribir, ni es de nuestra raza, ni es de nuestra lengua;
se le llama bíblico, porque en la Biblia es donde gene­
ralmente ha sido leído; pero verdaderamente debe lla­
marse semítico, porque es el estilo conforme con el es­
píritu y el idioma de los pueblos semíticos, y el usado
en sus libros religiosos y sus poesías.
« El arte de la oratoria—dice Renan en su « Historia
de las lenguas semíticas»—en el sentido clásico, fué siem­
pre desconocido á los Semitas: sus gramáticos ignoran
aun el arte de subordinar los miembros de la frase, y de­
nuncian en su raza una evidente inferioridad en las fa­
cultades del razonamiento, aunque un gusto muy vivo
de las realidades y una gran delicadeza de sensación. La
perspectiva falta completamente en el estilo semítico; en
vano se buscarían esos relieves, esos grabados, esas me­
dias tintas que dan á las lenguas Aryannas como una se­
gunda potencia de expresión. Llanas, sin inversiones, las
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
335

lenguas semíticas no conocen otro procedimiento más que


la «juxtaposicion » de ideas á la manera de las pinturas
bizantinas ó de los bajo-relieves de Nínive: es preciso
confesar que la idea de estilo, tal como nosotros la enten­
demos, falta completamente á los Semitas; sus períodos
son muy cortos, y la extension del discurso que abraza
no pasa de una ó dos líneas.»
« Unicamente preocupados con el pensamiento actual
los escritores Semitas, ni preparan de antemano el meca­
nismo de la frase, ni cuidan de la que pasó ni de la que
debe venir: de allí, extrañas inadvertencias ó incapacidad
para seguir hasta el fin con el mismo giro, y la costum­
bre de no volver sobre sus pasos para corregir lo que está
escrito. Se diria que es una conversación descuidada, to­
mada inmediatamente para fijarla en la escritura.»
« En la estructura de la frase, como en toda su cons­
titución intelectual, hay entre los Semitas menor com­
plicación que entre los Aryannos; les falta un grado de
combinación que nosotros juzgamos necesario para la
expresión completa del pensamiento; unir las palabras en
una proposición es su último esfuerzo; y no piensan jamas en
hacer la misma operación respecto de las proposiciones entre
sí: este es, para usar de la frase de Aristóteles, el estilo
infinito, procediendo por acumulación de átomos, en opo­
sición con la rotundidad perfecta del período griego ó la­
tino; todo lo que puede llamarse número oratorio les es
desconocido, y la elocuencia no es para ellos más que una
33¿ LOS CEROS DI CERO

viva sucesión de giros violentos y de imágenes atrevidas.


En Retórica, como en Arquitectura, el arabesco es su
procedimiento favorito.»
« La importancia del versículo, en el estilo de los Se­
mitas, es la mejor prueba de la falta absoluta de cons­
trucción interior que caracteriza su frase. El versículo
nada tiene de común con el período griego y el latino, por­
que no ofrece una sucesión de miembros, dependientes
los unos de los otros; es un corte casi arbitrario en una
serie de proposiciones separadas por comas; ninguna re­
gla fija determina su longitud; el versículo corresponde
al descanso que necesita la respiración; el sentido nada
exige; el autor se detiene, no por el sentimiento natural
del discurso, sino por la simple necesidad de detenerse.
Que se intente dividir en versículos una oración de De­
móstenes ó de Cicerón, y se comprenderá cómo el ver­
sículo corresponde á la esencia de las lenguas.semíticas.»
He tomado esta larga cita del ilustre Renan, porque
nada mejor ni más á propósito pudiera yo haber dicho
de ese estilo con que tanto nos fatigaron, y que se con­
virtió en una especie de moda, sólo por imitar á Víctor
Hugo.
Afortunadamente va echándose ya en olvido, y vuel­
ven nuestros escritores á buscar la gracia y la flexibilidad
del estilo de las lenguas modernas.
Roa Bárcena, de quien como de costumbre, me había
yo apartado, tiene entre sus trabajos como escritor pú­
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
337

blico, algunos históricos que son dignos de aprecio; por­


que campea en ellos la más grande imparcialidad, hasta el
grado de que en la mayor parte no puede traslucirse el co­
lor político de las opiniones del autor.
Escribir la Historia ha presentado siempre grandes di­
ficultades; prescindiendo del inmenso trabajo de inves­
tigación y de crítica de los datos que le sirven de base,
la imparcialidad para formar el juicio y emitir opinion
sobre los acontecimientos, es un escollo contra el que se
han estrellado muchas veces los escritores más ilustrados
y de más buena fe.
Sin preocupación de ninguna especie, sin antecedentes
de ninguna clase, nos ha pasado á todos, lectores y escrito­
res, experimentar una simpatía ó una antipatía inexplica­
bles por algun pueblo ó por algun hombre de los de la H is-
toria; y así vemos á muchos que son partidarios de los ro­
manos contra los cartagineses, otros que tienen verdadera
admiración por Aníbal, y muchos que sienten el mal éxito
de Catilina y aborrecen á Cicerón como si fueran de los
conjurados de Roma.
Cuando se escribe la Historia, todo esto impide ver
con claridad y juzgar con acierto, sobre todo en la His­
toria contemporánea.
Buscando la imparcialidad, en China, cuentan el padre
Mailla en el prólogo de su traducción de los Grandes ana­
les de la China, y Parenní en sus Cartas edificantes, que más
de veinte siglos ántes de Jesucristo, desde el tiempo de
338 LOS CEROS DE CERO

Hoang-ti, había un tribunal que se llamaba de la Histo­


ria, formado de dos clases de escritores con el nombre
de los de la derecha y los de la izquierda; unos recogían y
consignaban los hechos, y otros los discursos, subdivi­
diéndose en unos que se ocupaban de los negocios y de los
acontecimientos de dentro del palacio, y otros de los de
fuera; cada uno escribía secretamente y se guardaban con
religioso cuidado todos esos fastos, á los que no se daba
publicidad hasta pasados muchos años; generalmente has­
ta el cambio de una dinastía.
Así parece que los trabajos históricos más antiguos
son los chinos, y se conserva memoria de los libros de
San-fen, que se dicen perdidos enteramente; de Ou-
tien, de los que se conserva algun fragmento y que hacen
remontar la Historia propiamente dicha, más de treinta
siglos ántes de la £ra Cristiana.
Después de los grandes descubrimientos de Champo-
lion, cuando las escrituras geroglífica y cuneiforme han
comenzado á comprenderse, y cuando de cincuenta años
á esta parte, el espeso velo que cubría al Oriente ha em­
pezado á descorrerse, dejando penetrar la luz en los mis­
terios de ese inmenso territorio que se extiende entre el
Nilo y el Indo, las ciencias históricas han tomado un im­
pulso maravilloso; y asombran los descubrimientos que
los eruditos han hecho, de acontecimientos ignorados
hasta hoy en esos pueblos que se consideran como la cuna
de la humanidad y de la civilización: las fábulas van des­
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 339

apareciendo á la luz de la ciencia, como las sombras de


la noche á la llegada del sol ; « y el Egipto, reconquistado
por la Historia, toma un lugar entre los pueblos cono­
cidos.»
Hace pocos años, medio siglo, sólo Grecia y Roma
preocupaban con su historia á los hombres de ciencia: el
mundo antiguo no se veia sino en Grecia ó en Italia; y
vagamente se hacia mención de algo que indicara la gran­
de importancia de los estudios verdaderamente orienta­
les. El sánscrito era un idioma del que apénas hacían men­
ción algunos misioneros que, modelos de amorála ciencia,
no sólo buscando adeptos para la religion que predica­
ban, sino luz para la humanidad, se entregaban á esos
estudios.
En Grecia el primer historiador á quien tal nombre
se concedió por los clásicos, fué Herodoto; ántes de él se
mencionan á Cadmo de Mileto, Hecateo, Endemo y á
otros, de los cuales sólo se conservan algunos fragmen­
tos, pero que no formaban un cuerpo histórico en sus
escritos, como hizo Herodoto, á quien por esto llama­
ron todos «el padre de la Historia.»
A Herodoto siguieron Tucídides y Xenophonte: Tu-
cídides, ilustre como general y como filósofo, y que co­
bró afición á Jas letras, oyendo á Herodoto leer en unos
juegos, una parte de su Historia: Xenophonte, famoso,
tanto por haber mandado la terrible expedición que se
llamó « La retirada de los diez mil, » cuanto por haber
34θ LOS CEROS DE CERO

escrito la historia de esa retirada, la de Cyro el Grande, y


muchos otros tratados históricos, filosóficos y militares.
A mí, quizá por preocupación, me encantan estos tres
viejos: leyendo á Herodoto parece que se oye á un amigo
de confianza que, recostado en un sillon, y con un mag­
nífico puro habano, delante de una taza de café, nos refie­
re con la mayor sencillez todo lo que vió y aprendió en
sus viajes.
Xenophonte, como un padre de familia, aprovecha y
aun amolda á su gusto los acontecimientos históricos que
refiere para envolver en ellos la vigorosa sávia de la mo­
ral que debe nutrir á la sociedad.
Tucídides, es el austero narrador sentado en una cáte­
dra, dando un curso de historia, no á jóvenes estudiantes,
sino á hombres de Estado.
Ántes de esta trinidad griega no hubo verdaderamen­
te historiadores; ó si los hubo, sus obras se han perdido.
Los relatos que de siglos anteriores á ellos se llaman his­
torias, son verdaderamente teológicos, mitológicos, cos­
mogónicos, poéticos ó heroicos. La creación del universo
y del mundo, el nacimiento y los hechos de los dioses,
las vidas de los semidioses que habitaban sobre la tierra
en comunicación directa y continua con la Divinidad,
este es el fondo de todas esas obras anteriores á los his­
toriadores griegos, lo mismo en la raza aryanna que en
la semítica.
Los romanos tardaron más en despertar, como histo­
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 341

riadores, que los griegos: los anales de los Pontífices no


merecen el nombre de historia, según opina Cicerón:
Quinto Fabio, Lucio Cincio, y Scipion el hijo del Afri­
cano, escribieron las primeras historias en griego según
dicen algunos autores, y verdaderamente los historiado­
res en Roma no pueden comenzar á enumerarse sino con
Julio César, Cornelio Nepote y Salustio.
Tito Livio fué el primero que escribió una historia ge­
neral, y Tácito vino á poner el sello de su grandeza en
el monumento de las letras latinas.
La historia en los tiempos que alcanzamos, ha tomado
un carácter más elevado y más noble: no es ya la relación
más ó ménos florida de los acontecimientos que han pa­
sado, ni el inocente pasatiempo del escritor y de los lec­
tores; es el exámen filosófico y crítico de las causas que
han producido los grandes acontecimientos, el estudio
de las terribles y consecutivas evoluciones que han traí­
do á la humanidad y á los pueblos al estado de civiliza­
ción y de progreso en que se encuentran; es el conjunto
de datos ciertos para despejar esas importantes incógni­
tas que persigue la sociología.
Entre nosotros Roa Bárcena ha comprendido perfec­
tamente el espíritu y la tendencia de la Historia mo­
derna: notable es su obra intitulada: «Recuerdos de Ja
Invasion Norte-americana en México,» y el último ca­
pítulo de ese libro merece de parte de Jos mexicanos una
profunda atención y una meditación muy detenida.
43
34a LOS CEROS DE CERO

Dos cualidades hacen notable á Roa Bárcena como


escritor: la prudencia y la modestia. La prudencia, esa
virtud que los antiguos describian diciendo que es la que
pone medio éntrelos extremos, zXmodus inrebus de que ha­
bló Horacio, es una virtud realmente escasa entre nos­
otros, que por naturaleza somos arrebatados y extremo­
sos en nuestras determinaciones, y muchas veces ligeros
en nuestros juicios. Quizá por el valor, ó casi por la te­
meridad con que las gentes de nuestra raza afrontan cual­
quier peligro ó acometen cualquiera empresa en la que va
de por medio la vida; quizá por la franqueza ó tal vez
prodigalidad con que aquí gasta la gente su dinero; quizá
también por lo poco que todos cuidamos del porvenir,
sin zozobras por el tiempo de la desgracia, entre los me­
xicanos eso que llaman prudencia, se encuentra con di­
ficultad.
Por eso son tan apreciables aquellos que en los nego­
cios públicos ó privados manifiestan esa cualidad.
Manuel Dublan por ejemplo, que es un hombre re­
flexivo y prudente, ha de ser siempre buscado y consi­
derado por todos los que gobiernan: en los negocios par­
ticulares y en su profesión de abogado, quizá no llegará
á aconsejar á un cliente una operación atrevida y peli­
grosa, en la que duplique repentinamente su capital; pero
sí es seguro que en negocio público ó privado que á él
se le consulte, examinará todas las dificultades, descubrirá
todos los peligros, pesara cuidadosamente las probabili-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
343

dades del éxito, y dará una opinion que se pueda seguir


con tranquilidad.
Roa Bárcena tiene esta prudencia, y es seguro que co­
mo escritor público, pocas veces habrá tenido que arre­
pentirse de haber dado á luz un artículo ó un libro que
pueda producirle una situación comprometida por su
contradicción con las ideas que profesa, ó con las que
otra vez ha manifestado.
La modestia no es tan escasa como la prudencia entre
nosotros, aunque hay que distinguir la modestia de la
timidez, que hay muchos que son tímidos sin que por
esto pueda llamárseles modestos.
Algo se viciaron en materia de modestia nuestros poe­
tas, sobre todo los de la generación de Roa Bárcena, por
la presencia de Zorrilla en nuestra capital, y por el entu­
siasmo que causaba á nuestros poetas de entonces las lec­
turas del vate español: aquel « yo » tan constante en Zor­
rilla; aquel proclamarse tan desembozadamente el cantor
de Dios y de la religion católica, aquel llamarse siempre
y muchas veces, sin venir al caso, « vate, bardo, trovador,
poeta,» tenia que viciar á los inexpertos que escuchaban
como un oráculo á Zorrilla cuando decía:

Dios me dió un corazón franco y sincero


Lleno de juventud y poesía,
De fe raudal, de inspiración venero,
Con un acento varonil y entero
Para cantar su gloria y la fe mia.
344 LOS CBROS DE CERO

Cristiano y español, con fe y sin miedo,


Canto mi religion, mi patria canto.

Genios que del Pisuerga en la ribera,


Al rumor soñoliento de las olas
A oir llegasteis mi canción primera,
Tejed para mi negra cabellera
Fresca diadema de tempranas violas.

Y os dejé cuando débil y atrevido


£1 premio á disputar entré en la lucha ;
Oyeme, dije al mundo, y ¿1 oído
Prestando el mundo, mi canción escucha.

Yo soy el trovador que vaga errante;


Si acaso vuestros son estos linderos,
No me dejeis pasar, mandad que cante.

Yo tengo en el arpa
Que guia mi canto,
El lánguido encanto
Del ruido del mar;
Las íntimas notas
Que arrancan el llanto,
Las que hacen á un tiempo
Gemir y llorar.

Por doquiera que voy va Dios conmigo.

Esto, exaltando la humana propension de alabar lo


propio y hacer gala de las personales cualidades, dió por
resultado que amenguando la modestia, las alabanzas
propias, ó cuando ménos el empeño de hablar de sí mis­
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 345

mo, enturbiaron composiciones dignas de mejor giro y


volvieron poco simpáticos para el público, á poetas do­
tados de brillantes cualidades: pero hay artículos y poe­
sías en que verdaderamente se descubre un principio de
megalomanía que hace dudar al lector si aquello debe
tomarlo en serio ó como una broma, ó si el autor estaba
sano ó enfermo del cerebro.
Realmente hay producciones de esas en que involun­
tariamente viene á nuestra memoria aquel mal soneto de
Don Belianis de Grecia á Don Quijote de la Mancha, que
el inmortal Cervantes pone después de su prólogo:

Rompí, corté, abollé y dije y hice;


Más que en el orbe, caballero andante,
Fui diestro, fui valiente, fui arrogante;
Mil agravios vengué, dos mil deshice.
Hazañas di á la fama que eternice;
Fui comedido y regalado amante ;
Fué enano para mí todo gigante,
Y al duelo en cualquier parte satisfice.
Tuve á mis piés postrada la fortuna;
Y trajo del copete mi cordura
A la calva ocasión al estricote.
Mas aunque sobre el cuerno de la luna
Siempre se vió encumbrada mi ventura,
Tus proezas envidio, ¡oh gran Quijote!

Roa Barcena, como dicho llevo, no padece tal enfer­


medad; si por desgracia tiene sus rasgos de soberbia, que
no lo creo, allá se los guarda solo y nunca pretende que el
público le haga coro cuando canta sus propias alabanzas;
346 LOS CEROS DE CERO

y esto es lo bastante, sin que pretendamos juzgar el mis­


terio de sus pensamientos secretos, para poder decir que
sus buenas cualidades como literato, se realzan y se ex­
treman cubiertas con el manto de la modestia.
Roa Bárcena, como Juan Arias, no estudió en colegio
alguno; lo que sabe lo debe á sus propios esfuerzos y á
su inteligencia: ha colaborado en los periódicos de más
nota del partido conservador, como «El Universal,»
«La Unidad Católica» y «El Cronista;» ha sido redac­
tor en jefe de « La Sociedad,» y ha publicado varios tra­
tados que sirven de texto en muchas escuelas, como el
de « Geografía Universal » y el de « Historia de México,»
biografías, novelas, leyendas, y sobre todo, trabajos his­
tóricos de que ya he hecho mención.
Está aún en buena edad; puede hacer mucho todavía,
y ojalá que no le embargue todo su tiempo el auri sacra
fames.
ALFREDO BABLOT
ALFREDO BABLOT

LFREDO bablot no es mexicano; su patria, Fran­


cia, está muy lejos de la nuestra, por más que
el vapor, la electricidad y la convención postal
se afanen en hacer que nos parezca más corta la distan­
cia, haciendo más rápido y ménos penoso el viaje de un
pasajero, la conducción de una balija ó la trasmisión de
un telegrama.
Todo esto será un triunfo de la ciencia y de la indus­
tria; pero la distancia se ha quedado la misma, á pesar
de todas las facilidades, de todas las comodidades y de to­
das las ilusiones.
Pero Bablot, aunque no ha nacido entre nosotros, llegó
á México muy joven; aquí, puede decirse, se acabó de
formar y se desarrolló física y moralmente: su carácter
agradable, comunicativo y franco, le ligó en estrechos
34» LOS CEROS DE CERO

vínculos de amistad con todos los hombres que enton­


ces eran jóvenes, y que ahora, después de tantos años, no
necesito presentar pruebas para decir que ya no lo son.
Poco tiempo después de haber llegado á México, ya
nosotros, los de esa generación, considerábamos á Ba-
blot como uno de nuestros compañeros, casi de infancia;
y él por su parte, se sentía también como en medio de
condiscípulos. En la amistad, lo mismo que en el amor,
cuando se forma un verdadero vínculo, los tiempos pa­
sados se revisten con la veladura del presente, y parece
como que siempre, desde la infancia, se ha cultivado
aquella amistad, lo mismo que se siente como si nunca
se hubiera amado á más mujer que á aquella; porque si
es verdad que las leyes no deben tener efecto retroactivo,
por un fenómeno inexplicable los buenos cariños tienen
efecto retrospectivo; que el miraje, el espejismo, es un
accidente que se presenta en el espíritu más comunmente
de lo que parece.
Dotado de una inteligencia clarísima. Alfredo Bablot,
aunque no hablaba bien el español, pudo rápidamente
amoldarse á nuestro lenguaje familiar en México, á nues­
tra pronunciación y á nuestros provincialismos. Un idio­
ma, según dice Max—Müller, para conservar la vida y
el movimiento, se nutre constantemente con elementos
que dia á dia le proporcionan los dialectos que le rodean:
entre nosotros no hay dialectos que hayan nacido del
idioma español que se ha nutrido aquí, para la conver-
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 349

sacion familiar, con muchas palabras y escasísimos giros


de los antiguos idiomas americanos.
España ha sido el puente por donde las lenguas semí­
ticas han enviado muchas palabras á naturalizarse y con­
fundirse con los idiomas de los antiguos pobladores de
México: el hebreo y el árabe dieron á los españoles de los
siglos XV y XVI palabras y costumbres que ellos han olvi­
dado; pero que trasmitidas entonces á México por ios
emigrantes, se conservan todavía y se usan frecuentemen­
te en la conversación familiar, más por la raza indígena
que por Ja raza mezclada.
Curioso seria hacer un estudio sobre esto y entresacar
del español que hablan nuestras gentes de campo, esas
palabras que ya en España están en desuso y que son
árabes ó hebreas. No seria difícil pero sí laborioso.
Bablot se dedicó al periodismo, y seguramente no hay
uno entre nosotros que haya comprendido mejor ni des­
empeñado con más acierto la dirección de esta clase de
publicaciones. Interes, variedad, oportunidad en las no­
ticias, exactitud en el servicio del público, acierto en la
elección de redactores, criterio sano para designar lo que
debe reproducirse de ajenas publicaciones, pormenores
minuciosos en lo que causa público interes, y sobre todo,
caballerosidad y decencia al tratar de los hombres y de
las cosas: todo esto puede asegurarse que se encontraba
en « El Federalista», en los muchos años que lo dirigió
Bablot.
44
35θ LOS CEROS DE CERO

El grupo de redactores que para ese periódico supo


atraerse, fué simpático y escogido, y todos ellos, como
una prueba de que merecen este elogio, han figurado des­
pués ventajosamente, en la literatura ó en las ciencias. Jus­
to y Santiago Sierra, Francisco Sosa, Silva, Peza, Cuenca
y otros varios que daban á ese periódico tanto interes
como popularidad, haciendo extraordinaria la circulación
de aquel diario que, cuando Bablot lo recibió como di­
rector, no contaba ni con un centenar de suscritores.
A su actividad y á su inteligencia, reúne Alfredo va­
riados y notables conocimientos, sobre todo en la mú­
sica, que es para él la pasión dominante; y ya se ve que
con dotes intelectuales como las de Alfredo, el arte debe
tener en él un admirable representante.
Notables por más de un título son los artículos de crí­
tica musical de Bablot; y el Gobierno, pensando en la
reforma del Conservatorio de Música de México,y recor­
dando quizá las aptitudes y los conocimientos que en esos
artículos había demostrado, fijóse en él y le nombró Di­
rector del Conservatorio.
La satisfacción no sólo de los amigos de Bablot, sino de
los amigos de la música, de los que saben cuánto influye en
las costumbres de los hombres y en su modo de ser mo­
ral el cultivo de la armonía, fué naturalmente grande y
significativa, y raras veces un Gobierno puede, como en
esta vez, dar una disposición que sea del agrado, no sólo
de los muchos, sino también de los buenos.
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS □ SI

Como Alfredo tiene un carácter en el que á la par de la


alegría y la jovialidad, de la dulzura y de la prudencia,
lleva una buena dosis de energía y de firmeza, de cons­
tancia y dedicación, la obra casi magna de la reforma del
Conservatorio y con ella la de los estudios de la música
en México, tiene que llegar á feliz término, aunque tro­
pezando con muy grandes dificultades.
Inútil me parece decir hasta qué punto es necesario
para una sociedad el cultivo de la música, y hasta qué
punto es indispensable, en la educación, la enseñanza
de ella. Los padres de la Iglesia, lo mismo que los filó­
sofos paganos; los poetas, lo mismo que los jurisconsul­
tos, todos han convenido, no sólo en la utilidad, sino en
la necesidad de la música.
Como una prueba de esto, voy á citar las palabras de
un escritor que ni es de los más entusiastas por esa clase
de estudios, ni pertenece en su escuela administrativa á
esos autores á quienes Bluntschili llama románticos. Dice
Bain en su obra La ciencia de la educación, hablando de la
música:
« De todas las artes, la más accesible, la más extendí-
«da, la más poderosa, es la música. De todos los place-
« res del hombre, la música puede considerarse como el
«más inocente y como el que le cuesta ménos caro: en
«todos tiempos los hombres han estado tan ávidos de
« música, que no podemos comprender cómo han podido
«vivir alguna vez sin ella. En las épocas primitivas es-
352 LOS CEROS DE CERO

«taba unida á la poesía, y el elemento poético tenia un


«valor igual al de su acompañamiento musical, cuando
« no mayor.
« Como los moralistas han reprobado siempre el anhe-
« lo del placer por sí mismo, y no lo permiten sino como
« el auxiliar de la moral y de los deberes sociales, los le-
«gisladores se han ocupado en determinar el género de
« música más á propósito para desarrollar las virtudes mo­
mies y las cualidades más elevadas del espíritu. Tal es
« la idea que se encuentra en las teorías de la organiza-
«cion social de Platon y de Aristóteles. En efecto, es
« incontestable que los diferentes géneros de música ejer-
«cen sobre el espíritu acción bien diferente: los dos gé-
« neros extremos, la música military la música religiosa,
«son bien conocidos de todo el mundo; y la imaginación
«puede sin trabajo presentarnos la multitud de timbres
«que en el intermedio de ellas pueden encontrarse.»
¿Para qué citar á Platon que señala hasta los instru­
mentos y el aire que convienen para desarrollar en los
espíritus sentimientos nobles?
Él deja la lira, el arpa, para las grandes emociones;
proscribe los aires lúgubres y apasionados, Jo mismo que
los muy dulces, y no tolera más que los cantos dóricos
y frigios, que juzga más á propósito para despertar pen­
samientos enérgicos y viriles.
Las noticias sobre la música en los remotos tiempos
en que los aryannos ó los semitas comenzaban á desper-
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 353

tar á la civilización y á la cultura, se pueden llamar con


seguridad, más bien fantaseos de escritores alucinados por
pretendidos descubrimientos, que datos seguros para la
Historia.
Nuestros conocimientos sobre la historia de la músi­
ca arrancan desde los tiempos de Pitágoras.
Pitágoras y sus discípulos, con una intuición verdade­
ramente admirable, buscaron las armonías musicales en
las relaciones numéricas: levantaron el arte musical á las
matemáticas y á la física; le dieron ó procuraron darle
una base científica; y todo esto, que la ciencia moderna va
cimentando de dia en dia, merced á la perfección siem­
pre creciente de los métodos de observación y de los ins­
trumentos, lo presintieron, lo adivinaron, lo quisieron
plantear Pitágoras y sus discípulos.
Para ellos no podia haber consonancia sino en inter­
valos que expresaran relaciones sencillas, como la cuarta,
la quinta y la octava, comprendidas en las razones */4 */,
y l/i} y excluían algunas armonías por la razón de no ser
simple la proporción, aun cuando después se han admiti­
do en la música moderna.
Aristóxeno levantó una escuela enteramente opuesta
á la de Pitágoras, no sujetando las armonías á más juicio
que al de los sentidos y á la comparación que el oído le
daba con los sonidos armónico y fundamental.
Los griegos tenían por base para todas sus teorías y
para todas sus composiciones musicales, el tetracordio, es
354 LOS CEROS DE CERO

decir, ut, fa, sol, ut, cuyas relaciones se representan por


i,4/i’/*y 2 que, según la tradición antigua, constituían
la lira de Orfeo.
Los tetracordios fueron tres: el diatónico, sólo tonos;
el cromático, también semitonos, y el enarmónico con
cuartos de tono.
La opinion más común es que en los coros griegos
las voces de las mujeres eran reforzadas en octava baja
por los coros de los hombres: con este sencillo mecanis­
mo se conformaban todos sus cantos religiosos y guer­
reros. No es probable que un pueblo, que una raza que
á tan gran altura había llevado todas las artes y que po­
seía un sentimiento estético tan puro y tan desarrolla­
do, hubiera tenido sólo como órbita de la música, en sus
coros, ya en los convites, ya en las ceremonias religiosas,
ya en las marciales funciones, cantos semejantes á las sal­
modias de la Iglesia.
La instrumentación, lo que podemos llamar la or­
questa, realmente debió haber sido pobre; porque ni en
Platon ni en Aristóteles vemos que se haga mención de
gran número de instrumentos; y la lira, el arpa, la flauta
y algún otro, indudablemente debían haberse ahogado en
la inmensa vibración de aquellas grandes masas corales;
pero el Orfeón moderno nos prueba todo el partido que
puede sacarse de los diferentes timbres de la voz humana,
y conocidas son las reglas de alta composición que acon­
sejan que, en ciertas ocasiones, el compositor debe hacer
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS
355

abstracción del acompañamiento de la orquesta, y puede


ejecutarse aquella pieza sin necesidad del dicho acompa­
ñamiento.
La Iglesia, en el siglo iv, admitió los cuatro tonos de
los griegos que se llamaron dorio, frigio, lidio y misolidio.
El Papa Gregorio introdujo, 200 años más tarde, otros
cuatro tonos que se llamaron colaterales, y éstos fueron
el fundamento de los cantos de la Iglesia que llegaron á
formar en esos siglos la base de toda la música. Pero aun
no aparecía la verdadera gama musical.
Guido Aretino, tomando por fundamento, como los
griegos, el tetracordio, formó un exacordio combinando
los tonos griegos, y á esto llamó gama, y á las notas que
Ja formaron nombró ut, re, mi, fa, sol, la, tomando estas
sílabas del himno de S. Juan:

Ut queant laxis
Asonare fibris
Λ/z'ra gestorum
/¿muli tuorum
Sfl/ve polluti
Latín reatum
Sánete Ioannes.

El sí estractado del sétimo verso (S é I), fué agregado


para señalar la sétima nota en 1684 por Lemaire.
El uso de las denominaciones propuestas por Guido
d’Arezzo no se extendió inmediatamente, pues en el si­
glo XIV, en tiempo de Juan de Mûris, se solfeaba toda­
vía en Francia con las sílabas: pro, to, no, do, tu, a.
LOS CEROS DE CERO

En Inglaterra y Alemania se ha conservado á las notas


de la escala los nombres de las letras C, D, E, F, A, B,
(i H).
Roqueplan dice que, según un libro del siglo xv que
se conserva en la Biblioteca de Santa Genoveva, en Paris,
los nombres de las notas fueron inventados por un ale­
mán llamado Phontus.
Según Bohlen, los nombres son de origen persa, pues
en Persia se solfea con las palabras durr-i mufassal¡ que
significan «rosario de perlas.»
Desde entonces las notas tienen este nombre, y cada
vez que, hablando de la música de los griegos, hacemos
relación del «/, del re ó delfa¡ ó de cualquiera otra de ellas,
sólo salvamos el anacronismo, considerando la ignorancia
en que estamos de su tecnicismo musical.
El estudio de la gama, dice Blacerna, nos da en com­
pendio uno de los criterios más importantes para juzgar
del estado musical de un pueblo: ya hemos visto algo
de la gama entre los griegos; largo seria de estudiar el
movimiento artístico y científico que la ha traído hasta
el estado en que hoy la encontramos, y que sin embargo,
científicamente no puede llamarse perfecto, por más que
la educación no nos permita juzgar de los inconvenien­
tes pequeños que tiene, pero sí de las ventajas que po­
drían sacarse con su reforma.
El sonido no es más que el producto de la vibración
de las moléculas de un cuerpo; pero el sonido musical
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 357

debe satisfacer la condición esencial de ser agradable al


oído, y además, á mi juicio, debe también ser armonioso,
es decir, que pueda descomponerse en elementos que es­
tén en relación simple con el sonido fundamental. Me
explicaré más claramente: hay sonidos, por ejemplo el
que se produce golpeando suavemente una lámina de ma­
dera delgada, que por sí mismos no son agradables, pero
que si sucesivamente y en intervalos proporcionales se
golpean otras siete tablas que correspondan á la serie de
sonidos armónicos de la gama, ya se convirtieron en agra­
dables, y á éstos se pueden llamar sonidos armónicos; pero
cuando al vibrar una cuerda que produzca un sonido,
se observa por medio de un resonador de Helmholtz,
por ejemplo, que en ese sonido las vibraciones toman
una forma complicada y puede descomponerse en una
serie de sonidos simples, pertenecientes todos á la serie
armónica, entonces se puede decir que es un sonido ar­
monioso: por ejemplo, si en un piano se hace sonar un ut
grave, es fácil, por medio de un resonador, para las per­
sonas que no tengan el oído músico delicado y desarrolla­
do, ó sin el auxilio del aparato para los que posean esas
aptitudes, se puede, repito, en ese ut encontrar fácilmente
el tercero y el quinto armónico, y casi siempre la octava
alta, que viene á reforzar el sonido fundamental; y está
experiencia, á mi juicio, se comprueba y explica con la
resonancia que hace vibrar, cuando un cuerpo vibra, to­
dos los cuerpos cercanos á él y que están en estado de
45
35» LOS CEROS DE CERO

producir un sonido idéntico.—Sentado ese principio y


entendiéndose que sólo se habla de sonidos armoniosos,
el número de vibraciones es la base científica y fundamen­
tal de la música, combinado con el movimiento rítmico
y la progresión por intervalos determinados.
El oído humano no percibe generalmente, por segundo,
más que las vibraciones comprendidas cuando más entre
16, como más graves, y 38,000 como extremadamente
agudas; pero no todas éstas son musicales: las muy ba­
jas se oyen mal y como un rumor, y las muy altas mo­
lestan por agudas: el piano moderno de siete octavas
abarca casi todas las vibraciones musicales, desde 27,5 la
más grave, hasta 3,500 la más aguda; y aunque algunos
instrumentos llegan á 4,700, ya en esa altura Jos sonidos
se convierten en estridentes y la música no hace uso de
ellos.
El más dulce, el más agradable y el más completo de
todos los instrumentos, la voz humana, juega en sus seis
divisiones, bajo, barítono, tenor, contralto, mezzo-so­
prano y soprano, entre 82 y 1044 vibraciones por segun­
do. Algunas voces maravillosamente dotadas, como las
de la Cruvelli, la Catalani, la Patti y la Nilsson, han al­
canzado límites más altos; según refiere la tradición, en
1770 cantó en Parma la Bastardella, cuya voz tenia una
extension de 3 7» octavas y alcanzaba hasta 2000 vibra­
ciones.
La música requiere pues, para serlo, la relación pro­
GALERIA DE CONTEMPORANEOS 359

porcionada entre las vibraciones de los sonidos que la


componen; y esto era lo que habían presentido los pita­
góricos al fundar las bases de su armonía. Por esto, para
la serie armónica de la gama, no se han podido tomar
nunca en ningún pueblo, por bárbaro que se suponga,
más que sonidos que tuvieran entre sí esa relación, y no
escogidos al azar, guiándose los que han carecido de las
reglas científicas, de un sentimiento estético más ó ménos
acertado, después de multiplicados experimentos y de
tentativas muchas veces desgraciadas.
Por eso, una de las cuestiones de importancia práctica
que se ha resuelto en estos últimos tiempos, es la adop­
ción del diapason normal que debe poner de acuerdo to­
dos los instrumentos en todos los países. El diapason
que corresponde al la de la segunda cuerda libre del vio­
lin, y en un piano completo de siete octavas al quinto la,
contando desde el sonido más grave, habia sido motivo
de diferencias en algunos teatros de Europa.
En el año de 1700, en París se usaba un diapason que
producía 405 vibraciones; después uno de 425; en 1855
de 440, y en 1857 de 448 : ebteatro de Berlin adopta esta
cifra, el de Milan 451, y el de Londres 455.
Los constructores de instrumentos elevan siempre el
diapason para obtener mayor sonoridad; pero la Comi­
sión internacional fijó como número de vibraciones para
el diapason normal, 435 por segundo.
Debe pues sentarse como un principio, que el oído no
36ο LOS CEROS DE CERO

percibe como armónicos sonidos simultáneos y sucesi­


vos, si el número de vibraciones no está entre ellos en
relaciones simples, es decir, en relaciones de cifras sim­
ples; y la más sencilla de todas éstas es de i á 2, que cor­
responde á la 8*, indicando que si el sonido fundamen­
tal se produce con un número dado de vibraciones, la 8*
alta debe tener doble número, y la baja la mitad; así,
suponiendo 240 vibraciones para el #/, la gama mayor
entre la música moderna, estará representada por las ci­
fras siguientes:
ut re mi fa sol la ai ut
24O, 27O, 3OO, 32O, 36O, 4OO, 45O, 48O,

y la gama menor por:

240, 270, 288, 320, 360, 384, 432, 480.

Ahora bien: la gama inventada por Sebastian Bach,


aceptada generalmente y usada por todos los artistas mo­
dernos, está representada por esta expresión :
ut re mi fa sol la si ut
240, 269 /s, 302 /j, 320*/,, 359,/p 4°3*/n 4θ3> 4^°·

Esta gama obvia grandes dificultades en la ejecución


musical; á ella se deben, según dice Blacerna, grandes
progresos en la música instrumental y la importancia
creciente del piano en la vida social; pero comparada con
la gama matemática, sólo los sonidos fundamentales y
sus octavas coinciden, modificándose más ó ménos los
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 361

demas sonidos; y aun cuando las diferencias parezcan


insignificantes, sin embargo, estas diferencias tienen, en
ciertos casos y en instrumentos como el órgano, que pro­
ducir batimentos* trepidaciones* que son el indicio de la fal­
ta de proporción matemática y por consecuencia de armo­
nía entre dos notas, influyendo de una manera sensible
en los sonidos resultantes que deben producirse mate­
máticamente cuando la diferencia entre las vibraciones de
dos notas pasan de 16 batimentos por segundo, y se con­
vierten en un verdadero sonido agradable con tanta pre­
cision, que Helmholtz dice que si se dan, por ejemplo, al
mismo tiempo ut¡* mi3* sol3* cuyas vibraciones son entre
sí como 4, 5, 6, se escucha utt* perfectamente unísono.
La ciencia ha encontrado todas estas proporciones exac­
tas, valiéndose de ese aparato que se llama La Sirena de
Helmholtz y que es el perfeccionamiento de La Sirena
de Cagniar-Latour.
La ciencia y la experiencia han venido á vindicar la
memoria de Pitágoras y á demostrar que la proporción
entre las vibraciones forma los sonidos armónicos, armo­
niosos, las consonancias, las disonancias, todo el sistema
en fin, de la música; pero esto ¿por qué? La naturaleza,
esa terrible esfinge que dia á dia presenta al espíritu hu­
mano nuevos y complicados enigmas, no ha encontrado
quien llegue á darle la verdadera resolución de éste. Helm­
holtz, en una conferencia musical, en Bonn, ha logrado
dar una que hasta hoy parece la más satisfactoria, coor-
362 los ceros de cero

diñando las vibraciones del sonido con la organización


anatómica del oído y sus relaciones con el sistema ner­
vioso y con la masa encefálica.
La música llegará á adoptar la gama matemática, y en­
tonces será la música perfecta y merecerá el nombre algo
pretencioso de la música del porvenir. Los instrumentos
de arco, la voz humana y aun los mismos instrumentos de
viento, podrán entrar en esa reforma: el piano y el ór­
gano presentarán grandes dificultades; «el piano,» como
dice un escritor notable, «es el verdadero instrumento
de la gama inexacta; con ella ha vivjdo y probablemente
con ella morirá.» El piano es como sintético, quizá el
único instrumento musical usado en sociedad; es un au­
xiliar poderoso para los compositores; es la alegría de
nuestras casas; el compañero de nuestras fiestas domés­
ticas; para el acompañamiento del canto no tiene ni rival
y verdaderamente ni sustituto en los salones de la grande
sociedad; en cambio, como instrumento clásico, sus so­
nidos se extinguen rápidamente cualquiera que sea la ha­
bilidad del pianista; sus notas falsas se esconden y se
toleran con más facilidad, y su influencia en la música
no ha dejado de ser nociva. El canto, la verdadera melo­
día en la música para piano, ha ido desapareciendo poco
á poco; y como si no se tratara más que de dar una mues­
tra de agilidad, de vigor y de fortaleza, se ha sustituido
con una cascada de trinos, de grupetos, de ruidos, de mo­
vimientos extraños y convulsivos que servirán cuando
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 363

mucho para probar la destreza del ejecutante, el trabajo


del compositor y la condescendencia de los oyentes, pero
que de ninguna manera pueden conmover nuestros sen­
timientos ni despertar en nuestro cerebro esas ideas dul­
ces y melancólicas, ó alegres y de satisfacción, que es lo
que busca y procura la música.
Un pianista, de esos que gozan fama de buenos eje­
cutantes y que tiene delante de sí un papel cubierto de
complicados arabescos de un género desconocido, y que
se suelta produciendo ruidos que hacen gemir al pia­
no, y causa, como dice Helmholtz, mal de nervios á los
oyentes, podrá saber mucho ; ser un gran prestidigitador;
levantarse de allí enteramente satisfecho de su destreza
y de su agilidad; recibir mil felicitaciones de Jos que, á
fuerza de alabar lo que nadie entiende, quieren pasar por
grandes conocedores; pero aquel hombre no ha ejecutado
un trozo de música, por más que lo aseguren todos los
dillettantis; esto se llama mal gusto, perversion del arte y
blasfemia científica^ aquí y en toda tierra de cristianos;
y así lo llaman los músicos científicos, por más que se le
quiera dar el mal nombre de pieza fuerte.
Si un profesor de elocuencia quisiera probar el pro­
greso y la aptitud de sus discípulos, presentando en un
acto público jóvenes que pudieran pronunciar clara y dis­
tintamente, cincüenta palabras por segundo, aunque fue­
ran de las Oraciones de Cicerón, todo el mundo diría que
aquello no era elocuencia sino un baturrillo infernal.
364 LOS CEROS DE CERO

A ningún literato le ha ocurrido que es prueba de


gran saber, escribir y luego leer rápidamente yen un tiem­
po muy limitado, un gran trozo redactado en alguno de
esos idiomas polisintéticos en que cada palabra tiene ca­
torce ó quince sílabas: y eso que se llama grande ejecu­
ción, á mí me da idea, en último análisis, de aquel juego
de los muchachos que consiste en decir rápidamente y sin
equivocarse: el arzobispo de Constantinopla se quiere desarzo-
bispoconstantinopolizar; el que lo desarzobispoconstantinopoli-
zarey buen desarzobispoconstantinopolizador será: γ esto equi­
vale á suponer que es orador Emilio Velasco, porque con
el mayor desenfado, como un reloj al que se le ha reven­
tado la cuerda, habla una ó dos horas sin detenerse.
Bablot, dotado de una inteligencia clarísima, con nota­
bles aptitudes para la música, como he dicho, y ayudado
con grandes conocimientos, podrá, como Director del
Conservatorio, y contando con el apoyo del Gobierno,
llevar adelante la reforma del gusto tan necesaria en Mé­
xico.
Si las grandes disposiciones que tienen los mexicanos
para la música y su notable afición á ese arte, no hubie­
ran hecho que aquí se cultivara con empeño, merced á
esfuerzos privados y venciendo toda clase de obstáculos,
indudablemente México en ese ramo seria el país más
atrasado: casi todos los profesores, casi todos los artis­
tas han tenido aquí que formarse solos; porque ni escuela
ni maestros lograron alcanzar realmente todos los que
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 365

eñ el arte se han distinguido; y á fe que muchas notabili­


dades mexicanas podrían contarse en los anales de la mú­
sica, si hubieran encontrado, muchos también que han
pasado inapercibidos, facilidad y modelos que les sirvie­
ran de guía en tan difícil ejercicio.
El Maestro Melesio Morales, apénas un corto tiem­
po, insignificante puede decirse, para lo que se tiene que
aprender y que estudiar, permaneció en Europa; y el
Maestro Morales es una honra para nosotros, y al escu­
char cualquiera de sus composiciones, los ménos cono­
cedores descubren un estilo y un gusto muy diferentes
de aquel de que hablé al ocuparme de las piezas escritas
para piano.
Ni faltan en México profesores distinguidos, ni fal­
tan ejecutantes dignos de llamar la atención; pero creo
que el estudio de la música está en decadencia entre nos­
otros, por los sistemas de enseñanza. Apénas un joven
comienza á tener alguna destreza y algunos conocimien­
tos en el piano, cuando contándose ya como secundaria
la perfección musical, empiezan á ponerle los maestros,
bien por halagar á la familia, bien por lucir los adelantos
del discípulo, ó por condescender con éste que se fastidia
de la aridez del estudio, walses, polkas, danzas habaneras,
mazurkas y toda esa multitud de piezas para baile, que
sobre no ser de lo más clásicas, vician el gusto del discí­
pulo, y además le hacen perder la afición por el estudio
serio, como á un estudiante en cuyas manos se pusieran
46
366 LOS CEROS DE CERO

novelas y versos eróticos y se le quisiera despues obligar


á los duros estudios de la lógica ó de las matemáticas:
las piezas de música escritas que vienen á México, gene­
ralmente son de baile, ó cuando más, variaciones en las
cuales el amor propio del autor y del ejecutante se satisfa­
cen á costa del buen gusto clásico; porque se busca en
ellas más bien una dificultad que vencer, que no un pen­
samiento agradable y conmovedor que presentar; y no es
el trozo de una tragedia que se declama, sino el peligroso
y difícil ejercicio de un acróbata el que se ejecuta.
El arte, la dedicación y el estudio podrán crear una
escuela nacional en México, porque hay elementos para
ella; no digo que seria una escuela original; tendría ne­
cesariamente que ser ecléctica: la escuela italiana con sus
dulces melodías y su bel canto, llevando á la orquesta á
servir de acompañamiento á la voz humana; la escuela
alemana rica en armonías, con sus grandes masas cora­
les, sus magníficos movimientos de orquesta y convir­
tiendo casi la voz humana en instrumento de esa orques­
ta, han formado en Paris una escuela ecléctica francesa.
En México, la índole de nuestra raza seria un factor
importantísimo para formar esa escuela.
El fondo de nuestro carácter, por más que se diga, es
profundamente melancólico; el tono menor responde en­
tre nosotros á esa vaguedad, á esa melancolía á que sin
querer nos sentimos atraídos; desde los cantos de nues­
tros pastores en las montañas y en las llanuras, hasta las
GALERIA DE CONTEMPORÁNEOS 367

piezas de música que en los salones cautivan nuestra


atención y nos conmueven, siempre el tono menor apa­
rece como iluminando el alma con una luz crepuscular.
Inútil seria buscar aun en los bailes de máscara y en me­
dio del bullicio del Carnaval, esa alegría atronadora que
distingue á los franceses, de todos los demas pueblos de
la tierra: vano intento ha sido querer trasplantar entre
nosotros esas ruidosas manifestaciones del placer; y se
han estrellado contra el indiferentismo ó contra el ridícu­
lo, los imitadores de costumbres que no pueden aclima­
tarse aquí.
Cada raza, cada pueblo, tiene, como los individuos,
su modo peculiar de sentir y de expresar sus sentimien­
tos: los frutos intelectuales de cada raza, de cada pueblo,
tienen que afectarse y que llevar en sí el sello del espí­
ritu de esa raza: por eso una escuela ecléctica musical en
México, llevaría también marcada la originalidad en el
sentimiento, que siendo natural, estaría muy léjos de ese
afectado sentimentalismo en que degeneró la escuela ita­
liana.
Quizá Alfredo Bablot, al frente del Conservatorio de
Música, pueda, ya que no ver consumada esta evolución
que no es obra ni de un individuo ni de una generación,
sí darle el primer impulso, iniciarla y marcarle el camino:
tiene de sobra para ello, aptitudes y atrevimiento.
ADIOS AL LECTOR

Ector querido: aquí cierro este libro, más bien


temeroso de fastidiarte, que falto de asunto; pues
aun se me quedan en el tintero personajes de
quienes quisiera haberte hablado y que son dignos de
tu atención, contándose entre ellos, como principales,
Francisco Pimentel, Ignacio Altamirano, García Icazbal-
ceta y otros que bien pueden formar una serie que, si te
conduces bien conmigo y me alienta tu aprobación, po­
dré presentarte dentro de algun tiempo, y si no, me bas­
tará con ese desengaño.
¿Por qué se llaman ceros estos artículos? Yo mismo
no lo sé: tomaron su nombre del pseudónimo con que
estaban firmados, y estos bautismos populares son los
más legítimos.
Podrá tachárseme de parcial en favor de los hombres
370 ADIOS AL LECTOR

á quienes juzgo. Tai vez haya razón para ello: pero yo


que he presenciado sus esfuerzos y su buena fe para le­
vantar las letras en México, no me avergüenzo de quemar
delante de esos hombres que no cuentan con el poder
ni con la riqueza, un incienso que nunca ha humeado de­
lante de los magnates. Como ese instrumento primitivo
de música que se llama vulgarmente el arpa del pastor y
que tiene una sola cuerda, así en mi corazón sólo una
tengo, y no vibra más que por el cariño; ni el miedo
ni el interes han arrancado nunca una sola frase de mi
boca: hoy, cansado del mundo y harto de desengaños,
me da la gana de alabar á los que lo merecen ; á aquellos
de quienes nada espero ni nada temo, y con los que la
sociedad es injusta mirándoles con indiferencia.
ÍNDICE

Páp.
Prólogo.................................. ,......................................................
5
Luis Malanco........................................................................... · II
Manuel Payno.............................................................................. 21
Joaquin Alcalde............................................................................ 33
Justo Sierra...................................................................................
43
Ipandro Acaico.............................................................................. 55
Las Odas de Píndaro.................................................................... 63
José Maria Vigil............................................................................ 81
Una traducción........................................................................... 91
Aguilar y Marocho..................................................................... 107
Guillermo Prieto........................................................................... “5
El Doctor Peredo........................................................................ 127
Ezequiel Montes.......................................................................... 137
Alfredo Chavero................................................................. iSi
Joaquin Tellez............................................................................... 163
Juan de Dios Arias........................................................................ 179
Mariano B&rcena. ........................................................................ 199
Juan A. Mateos................. ......................................................... 223
Francisco Sosa............................................................................... 241
Juan de Dios Peza...................................................................... 269
José Peon Contreras..................................................................... 295
José Maria Roa B&rcena..................................... ....................... 325
Alfredo Bablot............................................................................... 347
Adiós al lector............................................................................... 369

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