Razeto - Economía de Solidaridad y Mercado Democrático
Razeto - Economía de Solidaridad y Mercado Democrático
Razeto - Economía de Solidaridad y Mercado Democrático
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Aquí solo se reproduce con fines docentes una parte del libro. Puede accederse al mismo en su
totalidad en: http://www.economiasolidaria.net/textos/index.php
18. Conexiones reactivas entre los distintos tipos de relaciones económicas en el mercado
determinado. La agricultura como caso ejemplar.
19. El concepto de mercado democrático. Posibilidad de reformulación teórica y de nuevas
respuestas prácticas al problema de la distribución y asignación de recursos e
ingresos.
20. La democratización del mercado a través de la autonomización de los factores
económicos y su constitución como categorías organizadoras de actividades
económicas. El modelo de mercado de "competencia perfecta" como anticipación
teórica del modo de funcionamiento hipotético de un mercado democrático.
21. Carácter selectivo y excluyente (no-democrático) de una economía de puros
intercambios. Necesidad de distinguir entre economía de intercambios y economía
capitalista. Coexistencia de tendencias concentradoras y democratizadoras en la
economía de intercambios, e importancia de su identificación.
22. Carácter selectivo y excluyente (no-democrático) de una economía de puras
tributaciones y asignaciones jerárquicas. Necesidad de distinguir entre economía
estatista y economía regulada. Coexistencia de tendencias concentradoras y
democratizadoras en la economía de tributaciones y asignaciones jerárquicas. Un
modelo de planificación descentralizada y participativa como otra posibilidad teórica de
un hipotético mercado democrático.
23. Problemas teóricos e inconveniencia práctica de un mercado constituido de puras
relaciones solidarias. Diversificación y pluralismo de relaciones económicas en el
mercado democrático. Características que deben tener en él los sectores solidario,
regulado y de intercambios. La "combinación óptima" entre los tres sectores
económicos.
24. Una ampliación en el concepto de mercado democrático, considerando su estructura
relacional. Condiciones de la existencia de un mercado democrático. Papel y
contribución de la economía de solidaridad en la democratización del mercado.
25. La economía de solidaridad debe todavía demostrar que constituye un aporte real al
desarrollo.
26. La explicación "clásica" del equilibrio, y su incapacidad para explicar el crecimiento.
27. La explicación del desenvolvimiento en J. Schumpeter. Aportación y límites.
28. El crecimiento como resultado de la incorporación de nuevos factores y fuerzas
productivas. El papel de la economía solidaria en este sentido.
29. El crecimiento como resultado de la introducción y expansión de relaciones
económicas distintas de intercambio.
30. El crecimiento como resultado de una reasignación y redistribución de los recursos. La
explicación del crecimiento en J.M.Keynes y su crítica del ahorro. Keynes y la "ética"
del consumismo. Aporte y limitaciones de la explicación keynesiana.
31. La contribución de las donaciones al crecimiento, por su impacto sobre la demanda
agregada y sobre la oferta agregada.
32. ¿Por qué en la economía capitalista existen recursos y factores económicos
desocupados? Cómo el predominio del capital fija límites al crecimiento.
33. La esencia de la contribución de la economía solidaria al crecimiento: la superación de
la subordinación y exclusión de factores dado el predominio capitalista.
34. La utilización de los excedentes en la economía de solidaridad. Reconsideración del
significado económico y ético del ahorro y del consumo. La "ética perfecta" del
crecimiento y del bienestar colectivo.
PRIMERA SECCION: PARA UNA NUEVA CRITICA DE LA CIENCIA ECONÓMICA DESDE
LA ECONOMÍA DE SOLIDARIDAD.
16.- El reconocimiento teórico de las actividades y flujos económicos que proceden conforme a
relaciones económicas distintas al intercambio nos ha llevado a una ampliación del campo de la
economía y de su ciencia, en cuyo contexto los grandes problemas teóricos se presentan bajo
una nueva óptica desde la cual se perciben soluciones distintas a las conocidas.
Tener presente la economía de solidaridad nos ha permitido comprender la notable complejidad
del circuito económico de los intercambios y, especialmente su carácter de proceso social e
intersubjetivo donde las relaciones de poder son determinantes; y en particular, la
consideración de la economía regulada y de la economía solidaria nos ha llevado a postular un
cambio de perspectiva respecto al problema de los precios.
En este capítulo llevaremos el análisis más allá, a un ámbito de problemas teóricos cruciales -el
del mercado, con sus dinamismos y equilibrios-, respecto de los cuales los enfoques
tradicionales también resultan transformados. Retomaremos aquí la problemática del mercado
democrático y la democratización de la economía, que planteamos en Empresas de
Trabajadores y Economía de Mercado, llevándola a un nivel de comprensión más avanzada.
En el capítulo sobre la evolución de la ciencia económica hemos observado -proporcionando
una explicación del hecho- que distintas corrientes de pensamiento económico han trabajado
en base a conceptos de mercado caracterizados por la separación analítica de un ámbito
particular de la realidad -que en la fase neoclásica se constituyó como el objeto propio de la
disciplina-, y por cierto mecanicismo y "cosificación" de las relaciones y flujos económicos; tales
conceptos postulan que el mercado es un sistema dotado de regularidades y automatismos
susceptibles de ser expresados en leyes, fórmulas y cantidades, variables, tendencias y
equilibrios.
El primero de tales conceptos de mercado -que teorizaba la fase de expansión del capitalismo,
la difusión de un tipo relativamente homogéneo de homo oeconomicus cuyos comportamientos
son regulares y predecibles-, lo presenta como la organización de los intercambios de bienes y
servicios entre vendedores y compradores, conforme a un determinado sistema de precios,
regulado por las dos variables principales de la oferta y la demanda. En fases sucesivas, la
ciencia económica amplió el campo de estudio a fenómenos y procesos de orden
macroeconómico, incluyendo las funciones y actividades del Estado, pero reservó el concepto
de mercado para el circuito de los intercambios privados, reformulándolo más bien
terminológica que conceptualmente, al definirlo ahora como mecanismo de asignación de
recursos, distribución de ingresos y coordinación de las decisiones económicas.
En Empresa de trabajadores y economía de mercado propusimos una reelaboración del
concepto de mercado, a partir del reconocimiento de que en las economías modernas se han
constituido diferentes categorías económicas, a través de procesos concretos de
autonomización y universalización de los factores-sujetos que organizan y despliegan
actividades productivas, comerciales, financieras, etc. en función de su propia valorización.
Al centrar la atención en la presencia organizada y en la actividad organizadora de las fuerzas
del trabajo, se nos hizo posible comprender que el capital, el trabajo, la tecnología, la
administración, el factor financiero, el consumo, el ahorro, el poder público, etc., como factores
y categorías económicas concretamente personalizadas, interactúan complejamente a través
de actividades que se diferencian por su contenido y por su forma, dando lugar a un sistema de
distribución de los ingresos y de asignación de los recursos mucho más amplio, múltiple y
diferenciado de lo que se había considerado con el concepto y el modelo teórico del mercado.
Así, reconociendo las dimensiones subjetivas implicadas en la actividad y en los procesos
económicos; asumiendo teóricamente la existencia de diferentes racionalidades económicas
operantes en los procesos de producción, distribución y consumo concretos; percibiendo los
nexos íntimos que hay entre las esferas económica, política y cultural- cuya distinción es más
gnoseológica que real-, procedimos a una redefinición del concepto de mercado, siguiendo una
idea propuesta originalmente por Gramsci, que escribió: "El mercado determinado es una
determinada relación de fuerzas sociales en una determinada estructura del aparato de
producción, relación garantizada (es decir, hecha permanente) por una determinada
superestructura política, moral, jurídica".
De este modo llegamos a concebir el mercado, no sólo como la organización de las relaciones
de intercambio entre empresarios y consumidores, sino más concretamente, como todo el
complejo sistema de interrelación y de relaciones de fuerza entre todos los sujetos, individuales
y colectivos (empresas, instituciones, negocios, organismos públicos, asociaciones privadas,
organizaciones y grupos intermedios, familias, personas, etc.), que ocupan diferentes lugares
en la estructura económico-social, que cumplen distintas funciones, y que participan con
diversos fines e intereses en un determinado circuito económico relativamente integrado, o sea,
que forman parte de una cierta formación económico-política en relación a cuyos procesos de
producción y distribución persiguen la satisfacción de las propias necesidades e intereses.
Es un sistema de relaciones de fuerza porque los sujetos individuales y colectivos que forman
parte del mercado, despliegan sus propias fuerzas y poderes, y luchan entre sí, con el objeto
de participar de los bienes, servicios y factores disponibles, en la forma más amplia y
conveniente que les sea posible. En el proceso de esta lucha, los distintos sujetos pueden
operar independientemente o asociarse, establecer alianzas, buscar protecciones, actuar
correctamente, engañar o hacer trampas. La lucha se extiende también a nivel internacional,
cuyo comercio y relaciones de intercambio expresan también la interacción y las relaciones de
fuerzas entre los Estados y los distintos grupos nacionales.
El mercado, por otra parte, no incluye solamente las actividades que tienen que ver
directamente con los flujos de bienes, servicios y factores; los sujetos que despliegan en él sus
acciones son fuerzas sociales que potencian sus posiciones organizándose, adquiriendo
coherencia ideológica y cultural, tomando conciencia de sus propios intereses y posibilidades,
actuando políticamente sobre la sociedad y el Estado para obtener más poder de presión y
conducción. La institucionalidad jurídica y política regula el accionar de los distintos sujetos
sociales y económicos, garantizando los derechos y deberes de cada uno, estableciendo los
límites de un accionar legítimo, favoreciendo a algunos sectores más que a otros, otorgando
conseciones y privilegios etc.; en tal sentido, ella es también parte integrante -relevante- de la
relación de fuerzas que define la distribución y asignación de la riqueza: del mercado.
Así entendido, todo sistema económico constituye un mercado, que puede estar organizado en
distintas formas: con mayor o menor control e intromisión del Estado, con mayor o menor
libertad de iniciativa individual, con mayor o menor igualdad social, con procedimientos más o
menos racionales de planificación, con procedimientos progresivos o regresivos de distribución
de la riqueza, con distintos grados de concentración oligárquica o de participación democrática,
con distintos niveles de autonomía de los diversos actores económicos y sociales. Con mayor o
menor predominio y presencia de capital, trabajo, tecnología, poder público, etc. Pero en
ningún caso se trata de un "mecanismo automático objetivo" sino siempre de relaciones de
fuerza entre sujetos sociales activos (49).
El mercado no es, pues, algo "dado" y natural, sino una construcción social determinada en la
que intervienen todas las personas y sujetos económicos.
17.- Este nuevo concepto de mercado, que miramos ahora a la luz de los análisis que hemos
ido desarrollando en esta obra - especialmente en el Libro primero- en torno a los diferentes
tipos de relaciones económicas, mantiene validez teórica en cuanto se muestra capaz de
integrarlas a todas; pero la explicitación de tal diversidad de relaciones económicas, de los
circuitos a que dan lugar, de sus racionalidades particulares, y de sus complejas interacciones,
nos plantea la necesidad de un enriquecimiento significativo de los contenidos del concepto
mismo, a la vez que nos obliga a efectuar en su formulación una corrección parcial.
La corrección que es preciso hacer a nuestra primera formulación del concepto de mercado, se
refiere especialmente al énfasis que pusimos en la afirmación de que el mercado es un sistema
de relaciones de fuerza caracterizado por la lucha entre los sujetos económicos por participar
de bienes y recursos escasos, y consecuentemente, que se mueve y equilibra en función del
poder que ellos pueden desplegar. Si a los términos "lucha" y "poder" les atribuimos un
significado amplio, es cierto que pueden incluir también los comportamientos y relaciones
propios de las donaciones, la comensalidad y la cooperación. Sin embargo, es conveniente
reconocer que aquella formulación implica generalizar un modo de relacionarse que, si bien en
las sociedades modernas es el más extendido y predominante, caracteriza sólo a una parte de
los comportamientos, actividades y flujos económicos reales.
En efecto, si tenemos en cuenta estas relaciones económicas socialmente integradoras, el
"mercado" se nos presenta no sólo como un sistema de relaciones entre sujetos en lucha por
bienes y recursos escasos, sino que se relacionan también en términos no conflictivos,
solidarios e integradores.
En efecto, el análisis de los distintos tipos de relaciones económicas nos permitió distinguir
claramente -aunque no siempre de manera tajante, pues se dan situaciones intermedias- entre
las relaciones que producen integración social, las que generan conflictos entre las partes, y
aquellas que simplemente mantienen la exterioridad entre los sujetos involucrados sin implicar
compromisos positivos o negativos entre ellos.
Además, el análisis de la racionalidad del sector solidario de la economía puso en evidencia
que ciertos tipos de necesidades espirituales, relacionales y de autoconservación no pueden
satisfacerse siempre mediante bienes cuya propiedad y uso sea disputable por los distintos
sujetos, sino mediante actividades creativas y/o integradoras de comunidades y grupos, que
implican la gestión colectiva de recursos humanos y materiales.
Asimismo, se ha puesto en evidencia que los distintos sujetos tienen diferentes estructuras de
necesidades y jerarquizan de distinta manera los bienes con que las satisfacen, lo cual implica
que las personas y los grupos no luchan hasta el extremo -usando todas sus fuerzas y
poderes- por los bienes, servicios y factores económicos, sino que pueden darse por
satisfechos en ciertos niveles variables de consumo; por ejemplo, hay sujetos ávidos, otros que
se satisfacen a un nivel intermedio e incluso de subsistencia, y algunos pocos que casi no
entran en competencia o lucha con otros sino que aspiran activamente a la autosuficiencia.
El análisis sectorial de las relaciones de intercambio y de los precios nos ha permitido
comprender más particularmente y en cierto modo operacionalizar el concepto del mercado
como conjunto de interacciones y relaciones de fuerza, al mostrarnos el sistema de precios
como un entrelazamiento altamente complejo de poderes que se compensan, equilibran,
descompensan y mueven en distintos sentidos. Al poner bajo observación las relaciones de
intercambio, y al investigar la formación de los precios y su significado, se nos ha manifestado
una de las formas en que los sujetos ejercen sus poderes en una economía en que predominen
las relaciones de intercambio, y un modo en que se estructura la correlación de fuerzas.
Es importante explicitar esto último, porque los hombres y grupos sociales pueden luchar y
pujar por los bienes y recursos en distintas formas y usando diferentes medios y
procedimientos, y el poder puede ser ejercido de diferentes maneras. Dicho en otras palabras,
una economía en que predominan los intercambios implica la generalización de un tipo de
comportamientos particulares, no sólo diferentes de otra en que predominan las asignaciones
jerárquicas o las relaciones de cooperación solidaria, sino también de aquellas en que la lucha
se exacerba hasta niveles de conflictualidad bélica.
La distribución del producto total entre los distintos miembros que componen la sociedad puede
procesarse de tantas maneras como sean los comportamientos humanos y sus motivaciones e
impulsos, y el predominio de uno u otro tipo de comportamientos dará lugar a muy distintas
estructuras de la correlación de fuerzas.
La existencia de un sistema de precios, en particular, implica que en el mercado de
intercambios existe y opera realmente una compensación de poderes, regulada jurídicamente y
aceptada por todos; compensación de poderes que es asumida subjetivamente e incorporada a
los comportamientos de cada uno, de modo que los distintos sujetos económicos tienen
presente las limitaciones y posibilidades que el sistema establece al accionar legítimo. Así, por
ejemplo, el saqueo, la imposición de la propia voluntad a los demás, o el imperio irrestricto de la
"ley del más fuerte" no están legitimados, siendo considerados comportamientos anómalos que
rompen la normalidad del sistema de los intercambios. A la inversa, preside los intercambios la
idea de que toda contribución debe ser retribuida por unidad de recursos y por unidad de
tiempo, en conformidad con un mecanismo de medición tal que cada relación de cambio -cada
precio- encuentra dada una referencia en el sistema de precios que se forma en la economía
en su conjunto a través de múltiples intercambios análogos.
Lo anterior puede expresarse en los siguientes términos generales: el mercado de los
intercambios es una determinada estructura de la relación de fuerzas sociales, caracterizada
por el hecho que cada sujeto busca la realización de sus propios intereses y beneficios, pero
teniendo presente la existencia de intereses legítimos también en quienes hacen de contraparte
en cada operación, y la existencia de un marco de referencia general, o pauta normal, dado por
el equilibrio de fuerzas actualmente establecido; así, cada sujeto busca retribuir el mínimo
posible por el máximo posible recibido, estando "lo posible" regulado y limitado socialmente.
Un mercado es resultado de un proceso histórico que en cierto modo puede concebirse como
civilizador, e implica que ciertos comportamientos han sido difundidos a nivel general; pero es
también un sistema generador de determinados comportamientos, en cuanto condiciona los
modos en que los sujetos ejercen sus poderes y luchan por los recursos y bienes producidos
socialmente. Los poderes no se despliegan incontrolados, no quedan dejados a la arbitrariedad
de las pasiones, sino que se someten a normas de conducta tales que cada uno busca la
realización de sus propios intereses en términos socialmente "racionales". Hay, pues, en el
mercado de los intercambios, cierta morigeración de las fuerzas en sus formas de lucha y en
sus procedimientos de ejercicio del poder (50).
Ahora bien, el mercado determinado no está constituido -en ningún caso- por un sólo tipo de
relaciones económicas, sino por todos ellos interactuando complejamente. El mercado
determinado está compuesto del mercado de intercambios, del "mercado" de tributaciones y
asignaciones jerárquicas, del "mercado" de donaciones, comensalidad y cooperación, etc., que
interactúan y se condicionan recíprocamente. Ello, obviamente, tiene consecuencias tanto
sobre los sujetos y fuerzas que se presentan en el mercado y sobre la correlación que
concretamente se establece entre las distintas fuerzas sociales, como también sobre el modo
en que se estructura dicha relación de fuerzas y la forma en que los sujetos ejercen sus
poderes.
Así, por ejemplo, la presencia de un consistente sector regulado, donde los procesos de
asignación y distribución proceden conforme a relaciones de tributación y asignación jerárquica,
influye sobre la fuerza relativa de los distintos sujetos económicos, y también sobre los modos
de configurarse dicha correlación, al acentuar la discrecionalidad en el uso del poder por parte
de quienes controlan los órganos estatales, al introducir prácticas de planificación que vinculan
recursos por períodos de tiempo prolongados, al imponer el aporte de todos al financiamiento y
ejecución del plan general, etc.
18.- Es oportuno considerar con mayor detenimiento la interacción entre los distintos tipos de
relaciones económicas copresentes en el mercado determinado. Si todos los flujos económicos
-cualquiera sea la estructura de relaciones que los distinguen- se entrelazan e influyen
recíprocamente, no es posible comprender la evolución y tendencias que siguen fenómenos y
procesos globales tales como la inflación, las recesiones, el desarrollo, los cambios en las
relaciones sociales condicionados por la economía, etc., examinando solamente el mercado de
intercambios o la política económica del Estado. Incluso el sistema de precios, que existe sólo
porque existen relaciones y circuitos de intercambio, es afectado por todos los demás flujos y
relaciones, no pudiendo ser comprendido analizando solamente las relaciones de fuerza que se
determinan a nivel de los puros intercambios.
Esto, que es obvio si se parte de una teoría de los precios en cuanto resultantes de la compleja
relación de fuerzas sociales, es también claro si el problema se analiza al nivel en que lo trata
la propia teoría neo-clásica.
Si en vez de comprar una camisa obsequio el dinero a un mendigo, estoy alterando en alguna
medida la composición de la oferta y la demanda globales de camisas e incidiendo, en alguna
proporción -infinitesimal pero real- en el sistema de precios relativos; si con ese dinero el
mendigo compra pan, alguna pequeñísima modificación se producirá en el mercado de este
producto. Es probable que, de todas maneras, yo compre la camisa con el sueldo del próximo
mes, pero estaré destinando a ello dinero que podría haber utilizado de otro modo. El diminuto
efecto de mi acto inicial irá en tal modo extendiéndose en la economía, pero también
diluyéndose, aunque siempre resultará ser mayor que cero. Hay más de algún economista de
renombre que podría acusarme, si fuera consecuente con su "modelo de libre mercado", de
contribuir con mi acto caritativo a la ruptura del equilibrio económico general, al entorpecimiento
de la óptima asignación de los recursos, los más graves pecados "capitales".
Porque, en realidad, este ejemplo no difiere cualitativamente de lo que sucede en el mercado
cuando se producen transferencias de riqueza por cualquiera de las otras vías diferentes al
intercambio. Cuando el Estado subvenciona determinadas actividades productivas, o penaliza
con impuestos ciertos tipos de consumo, o asigna presupuestariamente financiamientos
especiales de fomento a la construcción de viviendas, y cuando determina los diversos items
del gasto social, está incidiendo directamente, -con criterios políticos que se gestan fuera del
circuito de los intercambios mercantiles- en la estructura de la oferta y la demanda, en los
precios relativos, en las funciones de inversión, de consumo y de gasto globales; el impacto de
estas decisiones económicas en el sistema de precios es notabilísimo, en todas las economías
modernas.
Estos efectos han sido estudiados por los economistas teóricos del libre cambio, que postulan
la existencia de mecanismos y fuerzas que operarían automáticamente en el mercado de los
intercambios para llevarlo a una situación de equilibrio general. El equilibrio consistiría en una
perfecta correspondencia entre la oferta y la demanda existentes para todos los bienes
económicos, de modo que en todos los rubros de actividad económica se generarían precios
"normales" que significarían también ganancias "normales" para todos los productores.
Cualquier desviación respecto de tal situación de normalidad generaría desplazamientos, sea
en la oferta, en la demanda o en los precios, que movería de nuevo el sistema hacia alguna
situación de equilibrio.
Si la oferta de un producto excede a su demanda, los precios del mismo serán muy bajos; esta
situación pondrá en acción dos fuerzas distintas que convergerán hacia el restablecimiento de
precios normales y llevarán a la adecuación entre oferta y demanda: por un lado, los bajos
precios harán incrementar la demanda del producto, lo que implicará la posibilidad de
incrementar los precios, y por otro lado, como los bajos precios implican utilidades inferiores a
las normales, los productores alejarán recursos de dicho rubro, con lo que la producción y la
oferta disminuirán, con la consiguiente tendencia a la elevación de los precios. A la inversa, si
la demanda de un producto es mayor que la oferta, sus precios serán altos, de modo que, por
un lado la demanda tenderá a disminuir presionando los precios a la baja, y por otro lado,
nuevos recursos serán atraídos hacia dicho rubro de producción debido a las ganancias
extraordinarias que ofrece, con lo que la oferta tenderá a incrementarse, con el consiguiente
efecto reductor de los precios. El libre movimiento de los precios que resulta de las
modificaciones que se produzcan en la oferta y la demanda como consecuencia de la libre
decisión de los productores y consumidores, tiene efectos retroactivos sobre la oferta y la
demanda (las decisiones y preferencias de consumidores y productores), que las llevan a
restablecer su correspondencia generando nuevos precios y ganancias normales.
Al exponer tal modelo teórico, los economistas del libre cambio ponen especial cuidado en
argumentar que la intervención del Estado en la economía generaría las más graves
distorsiones respecto del equilibrio postulado; pero la coherencia del modelo implica reconocer
"efectos distorsionadores" a todo flujo económico que proceda por cualquier conducto diferente
a las relaciones de intercambio. Como es claro, implícita o explícitamente dicho modelo
enuncia un juicio de valor negativo respecto de todas las relaciones económicas que alejan del
supuesto equilibrio general (considerado el óptimo económico), en cuanto ponen obstáculos al
operar de las fuerzas y mecanismos de ajuste automático.
Ahora bien, es importante observar que las mencionadas fuerzas y mecanismos que se
desencadenan en las situaciones de desequilibrio entre oferta y demanda a través de los
precios, si bien han de ser interpretadas de otro modo, operan realmente en el circuito de los
intercambios: los consumidores y productores reaccionan efectivamente ante los movimientos
de los precios, alterando los niveles de oferta y demanda de las mercancías.
Lo que en cambio no sucede es que tales fuerzas y mecanismos conduzcan al "equilibrio
general", o apunten en la dirección de aproximar el mercado al funcionamiento óptimo. De
hecho, las fuerzas de ajuste operan siempre en un mercado que no es sólo de intercambios, e
interactúan con todas las demás fuerzas que se verifican en los demás circuitos y sectores
económicos constituidos por relaciones económicas diferentes. Como observamos recién, las
donaciones, las asignaciones presupuestarias, las compensaciones, las incidencias
redistributivas, etc., tienen siempre un impacto sobre la oferta, la demanda y los precios de los
bienes que entran en el circuito de los intercambios; por ello, las fuerzas y "mecanismos" de
ajuste reaccionan también a las alteraciones del mercado provocadas por los flujos que no son
de intercambio.
Ahora bien, las interconexiones entre los distintos flujos y relaciones son aún más complejas,
en cuanto hay que considerar los impactos en todos los sentidos; por ejemplo, alteraciones que
se produzcan en los precios afectan también los volúmenes de los flujos de donaciones,
asignaciones presupuestarias, etc. Verdaderamente, como afirmó Hegel, "es interesante
observar cómo en economía todas las conexiones son reactivas, cómo los grupos e intereses
particulares se asocian, tienen influencias unos sobre otros y experimentan recíprocamente su
fuerza y su oposición" (51).
Un caso particularmente complejo de interconexión entre relaciones económicas de distinto tipo
es el que se verifica en la agricultura; una esquemática descripción del mismo puede ser útil
para comprender mejor las interconexiones entre los distintos sectores económicos.
La demanda de bienes agrícolas tiende a variar muy poco y lentamente en función de cambios
en sus precios, de manera que los aumentos de productividad resultantes del avance técnico
en la agricultura no se traducen tanto en un incremento de la oferta sino en un desplazamiento
de recursos hacia otras actividades productivas. Por un lado, entonces, los precios tenderán a
disminuir en menor proporción de la que se daría si la elasticidad-precio de la demanda fuese
alta, pero por otro lado los recursos no se alejarán del sector a menos que las rentas agrícolas
sean menores que las de las demás actividades. Debido a esta doble presión, la emigración de
personas y recursos fuera de la agricultura será generalmente menor de lo que supondría el
incremento de la productividad, con la consiguiente tendencia a la sobreproducción agrícola.
Como resultado de todo esto las rentas agrícolas tenderán a encontrarse generalmente
deprimidas, mientras que los márgenes de ganancia que obtienen los intermediarios que
comercializan la producción agrícola suelen ser mayores que los normales, porque pueden
comprar barato a los productores y vender caro a los consumidores.
Ante este estado de cosas, suelen entrar en funcionamiento otros mecanismos distintos a los
del mercado de intercambios. Siendo los productos agrícolas bienes de primera necesidad, e
incidiendo sus precios de modo significativo en los índices de precios que a su vez impactan
sobre los niveles salariales de la industria y demás actividades económicas, la presión
combinada de los consumidores, de los asalariados, de los empresarios industriales y de los
responsables de la política económica del Estado, lleva fácilmente a la fijación y control de
precios, los cuales entran así en una dinámica que no es la del libre desenvolvimiento de los
intercambios. Fuerzas ajenas al mercado de los intercambios interactúan con éste, dando lugar
a procesos altamente complejos.
La fijación y control de precios a los productos agrícolas impacta directamente los niveles de
renta de los productores, en mayor proporción que a los intermediarios. Ello acentúa el
movimiento de emigración hacia otras actividades, tendiendo la oferta a la disminución, con la
consiguiente presión al incremento de los precios de oferta para tales mercancías; en el
contexto del control de precios, se genera entre los productores agrícolas un creciente
sentimiento de injusticia. La presión de los agricultores, y sobre todo la percepción por los
responsables de la política económica de que la tendencia a la reducción de las rentas, a la
disminución de la oferta y al incremento de los precios conduce inevitablemente a sobrepasar
las posibilidades de control de precios, con todos los efectos sociales, políticos y económicos
derivados, suele llevar a la dictación de políticas públicas que compensen a los productores
agrícolas en situación desmedrada. Nuevos flujos económicos ajenos a la lógica de los
intercambios se generan mediante reducciones de impuestos, subvenciones directas, poderes
compradores del Estado, etc.
Tales situaciones en los mercados de productos agrícolas, inducen a menudo al surgimiento de
relaciones económicas de otros tipos. Las políticas públicas de apoyo a la agricultura en
términos de subvenciones y excenciones favorecen mucho más a los grandes productores que
a los pequeños, porque son proporcionales a las cantidades vendidas (el que tiene más recibe
más), y hay que considerar también que los pequeños agricultores destinan una proporción
significativa de su producción al consumo familiar, de modo que sólo una parte de su
producción obtiene los beneficios; además, el acceso a éstos, dadas las complejidades
burocráticas y otros problemas derivados del modo de comercialización agrícola, se hace difícil
para muchos pequeños productores.
Los agricultores y campesinos pobres quedan en posiciones tan deprimidas y crecientemente
deterioradas que su migración hacia las ciudades se convierte a menudo en un fenómeno
masivo, cuyas repercusiones sociales y políticas pueden ser extremadamente graves. Para
evitar el deterioro de la pequeña producción agrícola y la migración de los campesinos, y
respondiendo a específicas demandas de ayuda, es habitual que desde distintos organismos
públicos y privados nacionales e internacionales se dispongan flujos de donaciones de variados
recursos: financiamientos, asistencia técnica, capacitación, asesorías organizativas, etc. Todo
ello impacta la economía agraria no solamente en términos cuantitativos sino también
cualitativos, generando relaciones sociales, formas organizativas, comportamientos
económicos, alternativas tecnológicas, etc. distintas de las tradicionales.
Por otra parte, la existencia de márgenes de ganancia considerables para los intermediarios y
reducidos para los productores, ha dado lugar en innumerables ocasiones a la organización de
formas cooperativas de asociación entre pequeños y medianos productores agrícolas, que en
tal modo logran comercializar colectivamente su producción prescindiendo de los
intermediarios, y alcanzan un cierto grado de concentración de la oferta que acrecienta su
poder en el mercado.
El caso de la agricultura ha sido ampliamente investigado por los economistas, llegándose a
conclusiones mucho más complejas de las que hemos resumido aquí con el sólo propósito de
poner un ejemplo altamente revelador de las interconexiones que en los mercados
determinados complejos se dan entre intercambios, asignaciones jerárquicas, compensaciones,
incidencias, donaciones, cooperación. Las dinámicas particulares de cada uno de tales
subconjuntos de flujos económicos se ven concretamente afectadas por las dinámicas de los
demás, en un encadenamiento tan estrecho que resulta imposible separar los efectos
particulares de la acción de cada una de ellas. Otras caso tan complejo y revelador como el de
la agricultura es el del mercado de la vivienda, aunque éste haya sido menos estudiado que
aquél.
19.- La mayor parte de los análisis que los economistas han hecho sobre los entrelazamientos,
incluye apreciaciones sobre su significado en función de un supuesto sistema de asignación
óptima de los recursos, y juicios valóricos desde el punto de vista de la "justicia distributiva". Se
insertan, en consecuencia, en la postulación de diferentes políticas económicas y modelos de
desarrollo. Las polémicas teóricas y políticas entre neo-liberales, neo-keynesianos y socialistas,
se hayan de hecho centradas en esta problemática, aunque su discusión proceda con una
terminología distinta a la que aquí empleamos; además, tal polémica tiende a considerar
solamente las interacciones que se dan entre el sector de intercambios y el sector regulado
público. Veremos ahora cómo el análisis de esta problemática en términos más amplios,
incluyendo a todos los tipos de relaciones económicas y sus nexos, y partiendo de nuestro
concepto más complejo de mercado, ofrece un punto de vista distinto desde el cual es posible
construir una nueva respuesta.
Con un concepto de mercado restringido a la esfera de los intercambios, y aún con el
reconocimiento de las interacciones de los distintos sectores económicos y de sus impactos
sobre el sistema de precios, la problemática económica permanece centrada en el debate
sobre los modos de lograr la "asignación óptima de los recursos" y la mejor o más justa
"distribución de los ingresos". Con nuestro nuevo concepto de mercado se hace posible la
apertura de un espacio de análisis y reflexión inédita, en el que los temas de la óptima
asignación de los recursos y de la justa distribución de la riqueza quedan integrados en una
perspectiva más amplia, que involucra elementos económicos, políticos y culturales. Tal
espacio de análisis -espacio teórico- lo hemos identificado con los términos de mercado
democrático y democratización del mercado.
En efecto, sólo si prestamos atención a los aspectos sociales y subjetivos de la vida
económica, si detrás de las variables y parámetros identificamos sujetos y fuerzas reales, y
detrás de los automatismos y regularidades observamos comportamientos, y si en vez de
equilibrios entre fuerzas mecánicas de oferta y demanda descubrimos las correlaciones entre
fuerzas sociales e interacciones entre las actividades reales, se nos hace posible dar
consistencia teórica a un concepto de mercado democrático y diseñar consecuentemente un
proyecto o propuesta estratégica de democratización de la economía.
Si el mercado determinado es el complejo sistema de interrelación y de relaciones de fuerza
entre todos los sujetos que forman parte de una cierta formación económico-política en relación
a cuyos procesos de producción, distribución y consumo persiguen la satisfacción de las
propias necesidades e intereses, distinguiremos en las distintas configuraciones del mercado
(competitivo, concentrado, mixto, etc.) diferentes correlaciones de fuerzas sociales, y diferentes
estructuras relacionales de dichas fuerzas.
En una primera aproximación, podemos considerar democrático aquel mercado determinado en
que el poder se encuentre altamente distribuido entre todos los sujetos de actividad económica,
repartido entre una infinidad de actores sociales, desconcentrado y descentralizado. En
contraposición a éste podemos considerar oligárquico aquél en que predominen oligopolios y
monopolios, en que el poder y la riqueza se encuentren altamente concentrados mientras de
ellos son excluidos o marginados amplios sectores de la población. Se trata de dos extremas y
opuestas correlaciones de fuerzas sociales.
En Empresa de trabajadores y economía de mercado, en conexión a nuestra primera
elaboración del concepto de mercado determinado, desarrollamos una teoría del mercado
democrático (y del proceso de democratización del mercado) que -del mismo modo que
respecto al concepto de mercado-, a la luz de los análisis que hemos ido desarrollando en este
libro en torno a los diferentes tipos de relaciones económicas, mantiene su validez teórica
resultando al mismo tiempo enriquecido significativamente. Además, la parcial corrección que
hemos hecho al concepto de mercado al incorporar al análisis las distintas estructuras
relacionales, impacta también la formulación del mercado democrático y de la democratización,
abriéndonos una nueva dimensión del problema.
En el mencionado estudio pusimos de manifiesto que la conformación no-democrática y
oligárquica del mercado, con todo lo que implica en términos de concentración y
monopolización de la economía, trabas al acceso de nuevas unidades económicas, desempleo
de factores y restricciones a su movilidad, manejo restrictivo de las informaciones, etc., ha sido
resultado directo de la estructuración capitalista de la economía (definida por el hecho de que
en ella el capital se presenta como el factor organizador de la mayor parte de las actividades
económicas, subordinando a su lógica y funcionalizando a su propio crecimiento y valorización
a todos los demás factores económicos, o sea, al trabajo, la tecnología, la administración, el
poder público, etc.), y consecuencia indirecta de los mecanismos a través de los cuales los
factores subordinados -concretamente personalizados en grupos y categorías sociales
determinadas- han reaccionado a dicho predominio de manera defensiva, corporativa, en
formas que no logran superar dicha subordinación.
Consecuentemente, desarrollamos ampliamente la teoría de que una transformación del
mercado en sentido democrático consiste en liberar las potencialidades de todos los factores
económicos para organizar autónomamente actividades y empresas, de manera que el
mercado no funcione bajo el predominio de una de ellas, sino con múltiples centros de
dirección y operación.
En tal sentido, apreciamos la expansión de las actividades económicas del Estado como un
momento histórico de avance en sentido democratizador, aunque pronto su hipertrofia comenzó
a operar en sentido contrario. Demostramos también que el cooperativismo y el desarrollo de
actividades económicas autogestionadas constituyen procesos y formas organizativas a través
de las cuales un conjunto de factores económicos distintos del capital, tales como el trabajo, el
consumo, el ahorro, la tecnología y la administración, experimentan un proceso de
autonomización respecto del capital y del Estado -los dos factores que principalmente los han
organizado y subordinado-, y se configuran como categorías económicas organizadoras de
actividades y unidades alternativas; haciendo esto, liberan y despliegan nuevas energías
sociales, y junto con incidir en el mercado introduciendo en él racionalidades económicas
distintas a la capitalista, van configurando a través de su progresiva expansión una nueva
relación de fuerzas, un potenciamiento de las categorías y sujetos actualmente subordinados.
Nuestra conclusión general fue que un mercado democrático, esto es, una correlación de
fuerzas caracterizada por la descentralización y diseminación del poder en forma equilibrada
entre los distintos y múltiples sujetos de actividad económica, implica una economía en que
todos los factores económicos se constituyen como fuerzas con capacidades organizativas
propias; lo cual supone necesariamente una reducción (relativa) tanto del tamaño del Estado
como de las actividades capitalistas, reducción paralela al crecimiento progresivo de otros
sujetos económicos autónomos que, al disponer de una propia capacidad organizativa,
disputarán con aquellos los recursos económicos disponibles en una sociedad determinada.
El capital, el trabajo, las tecnologías, el consumo, etc., podrán presentarse y operar en el
mercado como categorías que pueden ser tanto organizadas como organizadoras. El resultado
de esto sería un mercado con plena ocupación de factores, en que la competencia -o sea la
lucha entre sujetos económicos independientes- será "perfeccionada" en cuanto ella no se
limitará a la concurrencia entre unidades económicas organizadas por el capital, sino entre
unidades y sujetos organizados por cualquier factor del sistema económico.
20.- Buscando entre los diversos modelos económicos, alguno que nos permitiera
aproximarnos a la comprensión del modo de funcionamiento de un mercado democrático,
encontramos que la concepción de un mercado de competencia perfecta presenta analogías
notables con la definición que de aquél propusimos. En efecto, con la expresión "competencia
perfecta" los economistas designan una hipotética situación del mercado en que los diferentes
actores económicos enfrentan precios dados y no están en condiciones de influir sobre la oferta
y la demanda globales. Ellos no tienen poder sobre las condiciones existentes en el mercado,
siendo su acción económica insignificantemente pequeña en relación al funcionamiento
conjunto de la economía.
Ha sido insistentemente observando por lo mismos economistas que una tal situación de
competencia perfecta no existe ni ha existido nunca en la práctica; sin embargo, ello no invalida
completamente el concepto, en la medida que éste se propone como modelo hipotético que
sirve para evaluar el grado de competitividad o de "perfección" de un mercado determinado. En
tal sentido, en la realidad encontramos grados más o menos declarados de competencia
"imperfecta", consistiendo la imperfección precisamente en la concentración del poder
económico, monopolista y oligopólica. El proceso de concentración acrecienta el poder de
mercado de las mayores empresas, sean monopólicas o no, de manera que un mercado más
concentrado es un mercado más oligárquico; por el contrario, un mercado que se aproxime a la
situación de competencia perfecta es un mercado en que el poder se haya más difundido,
siendo, en consecuencia, un mercado más democrático.
Por cierto, no adoptamos el modelo de competencia perfecta como equivalente al de mercado
democrático, pues el concepto de "competencia perfecta" -en cuanto designa una situación en
que los actores económicos enfrentan precios dados y no tienen influencia ni poder sobre el
mercado- carece de verdadero sentido teórico: porque el mercado es, esencialmente y
siempre, relación de fuerzas, correlación de poder. Los precios no son nunca "dados" sino el
resultado de decisiones de los agentes económicos, y cada uno de éstos tiene siempre un
cierto poder de determinarlos. Pero mientras más democrático sea el mercado, mientras más
"competitivo o perfecto", serán mas los sujetos que incidirán sobre el sistema de precios, cada
uno de ellos con menor poder pues el de unos será compensado por el de los otros; mientras
más democrático, más parecerá que el sistema de precios no corresponde a la voluntad de
ninguno, más podrá creerse que los precios están "dados" y son independientes de la voluntad
de los sujetos; pero la decisión de cada uno de todas maneras tendrá algún efecto que es
mayor que cero.
La reformulación del concepto de "mercado de competencia perfecta" en términos de "mercado
democrático" -para hacerla corresponder con el concepto reformulado de mercado-, lejos de
invalidar las consecuencias que los economistas extraían del modelo, permite darles su
verdadero alcance y significado. En particular, esta reformulación no invalida la demostración
teórica de que el libre juego del mercado en condiciones de competencia perfecta conduce a la
asignación óptima de los recursos y a la equitativa distribución del ingreso; por el contrario, se
hacen presentes nuevas razones avalando la afirmación de que el mercado democrático es el
único que puede teóricamente conseguirlo.
Las argumentaciones que han sido propuestas para demostrar la tesis de que la competencia
perfecta implica la asignación y distribución óptimas no han sido refutadas por los críticos de
dicha teoría. Lo que éstos han hecho ha sido demostrar que la competencia perfecta no ha
existido nunca en la práctica en forma plena, y que por tanto la teoría no es aplicable a la
realidad;(52) se ha visto también que la forma capitalista de la competencia conduce a la
concentración del capital, y que en consecuencia destruye en la práctica los mismos supuestos
en que se funda la teoría.
Otras críticas han tomado pie del hecho que ella fue formulada para justificar el capitalismo,
siendo efectivamente utilizada con dicho propósito por sus mentores. Pero es fácil darse cuenta
que la misma teoría puede convertirse en la más formidable de las armas anticapitalistas, una
vez que se demuestre que competencia perfecta podría existir solamente si desapareciera todo
predominio del capital, esto es, si no existiera el capitalismo.
Por nuestra parte, podríamos abandonar toda referencia al modelo de competencia perfecta y
elaborar de manera completamente autónoma las mismas conclusiones, desde el momento
que nuestra concepción de la diversidad de relaciones económicas y nuestro concepto de
mercado nos han puesto en un nivel de análisis completamente distinto, desde el cual los
fundamentos de la ciencia económica clásica y neo-clásica quedan superados; pero es
precisamente porque hemos alcanzado este punto de vista nuevo que podemos
despreocuparnos del temor a la subordinación teórica, y proceder con libertad en la utilización
de las teorías existentes, que han dejado de ser para nosotros "marcos de referencia" para
convertirse en meros "instrumentos analíticos".
Queda un trecho del camino que hicimos apoyados en la teoría de la competencia perfecta. Si
la argumentación de la competencia perfecta se sostiene una vez que se aceptan los
supuestos de la teoría, y si el problema de ésta consiste en que tales supuestos no concuerdan
con los datos de la realidad, se sigue que una óptima asignación y distribución requeriría
construir en la práctica los supuestos de la teoría.
Como sabemos, los supuestos de la competencia perfecta identificados por los economistas
son, fundamentalmente, la atomización del mercado, el libre acceso de nuevas unidades
económicas, la plena ocupación y movilidad de los factores, la transparencia del mercado y la
máxima información.
Si reflexionamos en profundidad sobre el contenido de estos supuestos, descubriremos que
todos y cada uno de ellos son requisitos de la diseminación democrática del poder entre los
distintos sujetos sociales; más exactamente, ellos se presentan como elementos integrantes de
un mercado democrático. En efecto, la diseminación democrática del poder es mayor cuando el
mercado está constituido por una multitud de sujetos que toman decisiones autónomamente,
sin que existan conglomerados que concentran grandes cuotas de poder en pocas manos;
cuando cada sujeto puede libremente organizar actividades económicas e integrarse al
mercado de acuerdo con sus propias cualidades e intereses, sin que existan impedimentos
estructurales al desarrollo de iniciativas independientes, o privilegios para las ya constituidas;
cuando no existen recursos humanos y materiales desocupados, cuya inactividad excluye a
quienes los poseen de toda posibilidad de participación en el mercado y los pone en una
situación en que no pueden incidir en las decisiones generales; cuando todos disponen de la
información necesaria para adoptar sus decisiones, y no existen niveles de información
reservada a ciertos sujetos que en base a ellas adquieren situaciones de privilegio y poder.
Así, la construcción práctica de los supuestos de la teoría de la competencia perfecta se
presenta como contenido fundamental de un proceso de democratización del mercado.
Analizando uno a uno de estos supuestos, fuimos viendo de qué manera el cooperativismo y la
autogestión(53) contribuyen directamente a su realización práctica. Ahora nos es fácil
comprender que, por las mismas razones más específicas para cada caso, no sólo el
cooperativismo sino todos los componentes del sector solidario de la economía operan en la
misma dirección. La línea conductora de tal argumentación apunta a evidenciar que el
desarrollo de unidades y actividades económicas organizadas autónomamente por las
categorías del trabajo, la tecnología, el consumo, etc., reduce los márgenes de ganancia
extraordinaria que el capital obtiene precisamente de la posición subordinada en que las ha
organizado, contrarrestando así el proceso de acumulación y concentración capitalista; al
mismo tiempo, al crearse nuevas posibilidades de desarrollo de las categorías que se
organizan cooperativamente, ellas mismas tienden a desconcentrarse pues se hace
innecesaria su organización defensiva subordinada.
La presencia de un amplio sector de empresas organizadas por la fuerza de trabajo, la creación
tecnológica, el ahorro, el consumo, etc., atomiza y torna efectivamente más fácil y libre el
acceso al mercado, porque además de poder entrar en cuanto contratadas por el capital
pueden hacerlo organizando sus propias actividades y contratando o incorporando a su vez a
otros factores necesarios para el desarrollo de sus actividades. El empleo de factores y su
movilidad se verán también incrementados en presencia de alternativas múltiples de utilización
e inserción al mercado. El perfeccionamiento de la información y la transparencia del mercado
que resultan de todo este proceso pueden ser notables.
21.- Estamos ahora en condiciones de dar otro paso en la formulación teórica del mercado
democrático y de las vías de democratización económica; como adelantamos, la consideración
de los diferentes tipos de relaciones económicas nos abre una nueva dimensión del asunto,
que podemos considerar como una segunda aproximación. Pero es conveniente poner de
manifiesto, desde un comienzo, la homogeneidad teórica existente entre ésta que podemos
considerar como segunda aproximación al tema, y la primera. En aquella partimos de la
diversidad de categorías económicas que pueden ponerse como organizadoras de actividades
económicas, determinando racionalidades diferentes, y llegamos a la afirmación de que un
mercado democrático implica un cierto modo de articulación entre los sectores privado, público
y cooperativo. En ésta partimos de la diversidad de tipos de relaciones económicas,
determinantes de racionalidades diferentes, y llegaremos a la afirmación de que un mercado
democrático implica un cierto modo de articulación entre los sectores de intercambio, regulado
y solidario.
Las distintas categorías económicas, en este caso, el capital, el poder público y el trabajo, al
organizar unidades y actividades económicas en base a su propia racionalidad, establecen
principalmente (no exclusivamente) relaciones de intercambio, de tributación-asignación
jerárquica y de cooperación, respectivamente. Los sectores privado, público y cooperativo
constituyen, respectivamente, elementos significativos y característicos de la economía de
intercambios, de la economía regulada y de la economía solidaria. Es claro, entonces, que esta
nueva entrada al tema representa un enriquecimiento (en cuanto a profundidad de análisis) y
una ampliación (en cuanto a las actividades económicas consideradas) respecto de la anterior:
la complementa sin alterarla.
En la investigación anterior comprobamos que un mercado democrático no puede existir allí
donde una categoría económica (cualquiera sea ella) se presente como dominante y
totalizadora, subordinando a sí a todas las demás; cuando así sucede (por ejemplo en el
capitalismo, en que el factor dominante es el capital, o en el socialismo centralizado, donde el
factor económico totalizante es el Estado), la categoría que domina y subordina a las otras se
hiperdesarrolla, manteniendo parcialmente desocupados y limitando el crecimiento y la
expansión creadora de los demás recursos económicos, con lo que la asignación de los
recursos no puede ser óptima, ni se logra la maximización del producto y de las potencialidades
de la economía. Veremos ahora cómo la difusión y predominio incontrastado de un sólo tipo de
relaciones es contradictorio con la existencia de un mercado democrático, y en consecuencia
que éste requiere un amplio pluralismo de relaciones económicas de distinto tipo.
Como sabemos, el modelo clásico de un mercado de competencia perfecta fue elaborado
partiendo del supuesto de que todas las actividades y flujos económicos procedan conforme a
relaciones de intercambio y que cualquier interferencia en dicha lógica económica introduce
elementos de "imperfección". Nosotros afirmamos lo contrario, de modo que debemos
comenzar identificando el error de aquel supuesto.
Ninguna economía ha existido nunca sobre la base de puras relaciones de intercambio, por lo
que es preciso hacer un esfuerzo para imaginarse en qué podría ella consistir y cómo
funcionaría. Los teóricos del "libre cambio" postulan que en tales condiciones se verificaría un
estado de equilibrio general, como consecuencia del operar de las fuerzas automáticas de
ajuste. K.E. Boulding sostiene, por el contrario, que una economía de puros intercambios
conduciría a la extinción de la sociedad: "En una economía sin donaciones(54), la renta sólo
puede recibirse a través del intercambio -esto es, la venta de algún activo-, y la renta
continuada sólo se obtiene por medio de la producción -el aumento continuo de activos por
medio de algún proceso productivo-. Por lo tanto, en una economía sin donaciones (...)
"aquellos que no trabajan tampoco comerán". Es decir, sólo aquellos que producen podrán
consumir, a menos que puedan consumir de la acumulación procedente de la producción
previa. Está claro que bajo estas condiciones los niños se morirían de hambre inmediatamente
y la sociedad dejaría de existir. La existencia de la sociedad en sí misma implica la existencia
de una economía de donaciones redistributivas, con donaciones que van de los adultos
productivos a los niños improductivos. De igual forma, en una economía sin donaciones, todas
las personas que son demasiado viejas para producir también consumirían de su acumulación
anterior o se morirían de hambre rápidamente si esta acumulación se terminara."(55).
Esta argumentación identifica lúcidamente el hecho que una economía constituida
exclusivamente de relaciones de intercambio no permite la sobrevivencia de todos aquellos que
tienen demasiado poco o nada que intercambiar en el mercado, sea por razones de edad,
salud, desempleo, desastre u otras. Un mercado de puros intercambios se manifiesta selectivo
y excluyente, permitiendo sólo la sobrevivencia de los más fuertes. Si a algún "equilibrio"
conducirían sus supuestas "fuerzas espontáneas de ajuste", se trataría de un equilibrio
entrópico.
Ahora bien, la argumentación de Boulding adolece del error de considerar el intercambio como
transferencia bi-direccional de activos de igual valor; como este supuesto de la equivalencia no
corresponde a la realidad, y como además los intercambios pueden implicar más de dos
sujetos en un mismo acto, y también sujetos "colectivos", la conclusión extrema a que llega el
autor no tiene necesariamente que verificarse en la realidad. Además, la afirmación según la
cual los niños y los ancianos improductivos morirían rápidamente de hambre en una economía
organizada de sólo intercambios, no tiene en cuenta que los intercambios pueden efectuarse a
través de actos sincrónicos pero también de procesos que se prolongan en el tiempo; así, la
sobrevivencia de algunos niños podría garantizarse a través de sistemas de intercambios
diferidos en el tiempo, del mismo modo como podría organizarse un sistema previsional para
los ancianos improductivos basado en una extensión de los mecanismos de cambio.
Una sociedad así organizada sería probablemente monstruosa y carente de toda humanidad en
las relaciones sociales, pero es teóricamente pensable un sistema que asegure cierta
reproducción del sistema productivo en base a relaciones de intercambio generalizadas. De
todas maneras, la argumentación de nuestro autor tiene el mérito de evidenciar con fuerza
extraordinaria la necesidad de reconocer teóricamente la importancia de los flujos y relaciones
económicas distintas al intercambio, de mostrar la insensatez que significa la postulación de
cualquier modelo económico de puros intercambios, y de patentizar una valoración
indiscutiblemente positiva de la existencia de una pluralidad de relaciones económicas.
Podemos, pues, abandonar la hipótesis extrema de un mercado constituido mediante puras
relaciones de intercambio y analizar la situación y las tendencias propias de un mercado en que
predominen los intercambios, estando las demás relaciones -en particular las constituyentes de
la economía familiar y de la economía pública- subordinadas a aquellos. Es esta la situación
característica de las economías denominadas capitalistas.
Debe notarse -sin embargo- que no es teóricamente legítimo hacer coincidir conceptualmente
un mercado en que predomina el capital sobre las demás categorías y factores económicos (lo
que denominamos economía capitalista), con un mercado en que predominen los intercambios
sobre los demás tipos de relaciones (que podemos denominar economía mercantil).
En efecto, en la lógica económica de las unidades y actividades organizadas por algunas
categorías económicas distintas al capital, está también el relacionarse con los demás agentes
económicos mediante intercambios; así, puede perfectamente postularse una economía de
carácter autogestionario a nivel de las unidades productivas, en que factores organizadores
principales sean por ejemplo, el trabajo, la tecnología, y la administración, que se relacionen en
el mercado conforme a un sistema mercantil de intercambios regulado por un determinado
sistema de precios. Formas de economía "mercantil simple" sin acumulación capitalista han
existido en períodos históricos anteriores a la época moderna; la experiencia de autogestión
que se trató de implementar en Yugoslava puede ser considerada también como una búsqueda
de una economía mixta en que predominen las relaciones de intercambio sin que se verifique la
dominación económica del capital. Por lo demás, como ha observado P. Sweezy en un texto
que ya citamos, "la forma de la circulación M-D-M no deja simplemente de existir o de ser
pertinente con la aparición de la producción capitalista. Sin duda, para la gran mayoría de la
gente, para los trabajadores, la circulación sigue teniendo la forma M-D-M, con todo lo que ella
implica".
La distinción entre economía capitalista y economía de intercambios, en los términos
planteados, es decisiva para comprender el problema que nos hemos planteado, y su confusión
ha sido, en cambio, fuente de graves malentendidos. La tesis de que una economía de libres
intercambios conduce espontáneamente hacia un equilibrio competitivo en el mercado, no es
tan arbitraria como han sostenido sus detractores, pues en la realidad del mercado de
intercambios operan efectivamente fuerzas que dan lugar a tendencias al equilibrio, en base a
las reacciones que los productores y los consumidores suelen adoptar frente a alteraciones en
los precios relativos (las denominadas fuerzas marshallianas y walrasianas, que hemos aludido
en un capítulo anterior). Los críticos del libre cambio han formulado, a su vez, la tesis de que
una economía capitalista de mercado lleva inevitablemente a la concentración del capital en
pocas manos y a la pauperización progresiva de los trabajadores asalariados; esta tesis
tampoco tiene nada de arbitrario, habiendo evidencias empíricas e históricas de que en la
realidad de los mercados de intercambios operan efectivamente fuerzas quedan lugar a
tendencias concentradoras, monopólicas y oligopólicas, generando simultáneamente procesos
de marginalización y exclusión de grandes sectores sociales.
Si, pues, tanto las argumentaciones lógicas como las evidencias empíricas señalan la
existencia de ambas tendencias de direcciones contrapuestas, deberá reconocerse
teóricamente que en una economía en que predominan las relaciones de intercambio pueden
coexistir procesos de concentración y de democratización, uno de los cuales puede predominar
sobre el otro. Si descubrimos cuáles sean las situaciones o las fuerzas que apuntan en cada
dirección, será posible actuar consecuentemente para reforzar las fuerzas y tendencias
democratizadoras y para reducir aquellas que conducen hacia la concentración.
En nuestra investigación anterior demostramos analíticamente que la lógica operacional de las
empresas organizadas por el capital tiende a la concentración de la propiedad y de los
ingresos, mientras que la lógica específica de las empresas de trabajadores, y también de otras
formas de actividad cooperativa, es "tendencialmente igualitaria" desde el punto de vista de la
distribución de las utilidades y de la repartición de la propiedad. Partiendo de aquél análisis, así
como de las observaciones que expusimos sobre el significado democratizador que sobre la
economía tienen las unidades organizadas por los factores económicos distintos al capital,
podemos ahora -al enfocar la problemática desde un punto de vista más amplio- afirmar que en
una economía en que predominen las relaciones de intercambio (y en general, al interior del
sector de la economía de intercambios, cualquiera sea su grado de desarrollo y posición
relativa con los demás sectores), la preminencia de las tendencias concentradoras o
democratizadoras está en relación directa con la preponderancia que en él tengan las distintas
categorías económicas, especialmente el capital, el Estado y el trabajo.
Las tendencias a la concentración son resultado del carácter capitalista de la economía (de la
lógica D-M-D'), mientras que las tendencias al equilibrio derivan de una situación en que el
capital no sea predominante sino subordinado (situación que puede representarse no sólo por
la fórmula M-D-M -que es propia de actividades que no generan excedentes-, sino también por
aquella T-M-T' y otras equivalentes a ésta).
De modo que, así como no hay en la economía de intercambios una tendencia natural y
espontánea hacia la competencia perfecta, tampoco existe una tendencia inevitable hacia la
concentración. Se sigue, pues, que al interior del sector de intercambios puede avanzarse en
sentido democratizador del mercado, desplegando acciones conscientes y voluntarias con tal
objetivo.
22.- La teoría del libre cambio no es la única que postula una economía organizada en base a
un sólo tipo de relaciones económicas. El socialismo, como utopía, es una sociedad en que no
existirían el dinero ni los precios, y en que la asignación de los recursos y la distribución de la
riqueza serían racionalmente reguladas por decisiones científicamente elaboradas. El
socialismo real, en sus variadas manifestaciones, constituye un modo particular de
estructuración del mercado determinado en que la mayor parte de las actividades y flujos
económicos proceden conforme a relaciones de tributación y asignación jerárquica. El
predominio de este particular tipo de relaciones económicas da lugar a una economía regulada,
centralmente planificada, respecto de la cual la coexistencia de otras formas de relaciones y
organizaciones económicas son consideradas como "imperfecciones", supervivencias de
modos de producción precedentes que deberán ser progresivamente abolidas.
En la base de la búsqueda y postulación de una economía sin mercado de intercambios se
encuentra el error teórico al que hemos hecho referencia, de identificar economía capitalista
con economía de intercambios, esto es, el predominio de la categoría económica del capital
con el predominio de las relaciones de intercambio. Así, postulando la negación del capitalismo
los socialistas postularon la negación a la lógica de los intercambios en general; su
anti-capitalismo (que hubiera debido entenderse como lucha contra el predominio del capital)
se identificó con una posición anti-mercado (partiendo de un concepto restringido del mercado,
el mismo que había sido formulado por los teóricos funcionales al capitalismo). No es difícil
comprender que el haber entendido la lucha contra el capitalismo como lucha general contra el
mercado de los intercambios, está a la base de un proyecto de sociedad iliberal, que reprime
las libertades económicas.
Una economía constituida en base a puras relaciones de tributación y asignación jerárquica es
tan poco imaginable como una compuesta de puros intercambios. En la historia no ha existido
nunca una sociedad completamente planificada, y la verdad es que tampoco puede postularse
teóricamente porque es contradictoria; tal sociedad se autodestruiría de modo similar a como
sucedería en una sociedad en que hubiera solamente relaciones de intercambio.
En efecto, el "plan", si determina completamente la asignación y distribución de los bienes y
recursos disponibles en una sociedad determinada, se convierte en el mecanismo a través del
cual se decide quienes pueden vivir y quienes no han de hacerlo; si en una economía de puros
intercambios la selección de los que pueden vivir quedaría definida según el criterio de la
capacidad de producción de los sujetos y de su posesión o no posesión de activos
intercambiables, en una economía planificada dicho dictamen será efectuado conscientemente
por el órgano central.
Ahora bien, si el "plan" fuese un ordenamiento técnico y objetivo según el cual se disponen los
medios adecuados para la obtención de ciertos fines previamente definidos, en la forma más
eficiente posible, ningún recurso sería destinado hacia aquellas personas que no están en
condiciones de contribuir activamente al logro de dichos fines, sea porque son improductivas o
se encuentran incapacitadas por razones de edad, enfermedad, u otras limitaciones, sea
porque ellas no adoptan como propios los fines definidos en el plan.
Pero el "plan" no es nunca un ordenamiento objetivo y puramente técnico, sino un sistema de
decisiones subjetiva y socialmente elaboradas, decretadas y ejecutadas, de manera que esta
conclusión extrema probablemente no se verificaría, destinándose algunos recursos -en forma
que habría que considerar improductiva y económicamente "irracional"- hacia quienes no
pueden o no quieren aportar (tributar) al menos tanto como reciben por asignación jerárquica.
Una sociedad cuyo mercado estuviese articulado exclusivamente por relaciones de tributación
y asignación jerárquica es teóricamente pensable, pero sería probablemente monstruosa y
carente de toda humanidad en las relaciones sociales.
Abandonando la hipótesis extrema de la exclusividad de este tipo de relaciones económicas,
podemos analizar la situación y las tendencias de un mercado en que predominen las
relaciones de tributación y asignación jerárquica, aquella en que a través de la planificación se
determinen los flujos económicos más abundantes y los decisivos a nivel de la sociedad en su
conjunto, manteniendo en posición subordinada a los demás tipos de relaciones económicas.
Es ésta la situación característica de las economías denominadas socialismos reales.
Debe advertirse, también, aquí, que no es teóricamente legítimo hacer coincidir
conceptualmente un mercado en que predomina el poder público (el Estado) sobre las demás
categorías y factores económicos (lo que denominamos economía estatista o socialista), con
un mercado en que predominan las tributaciones y asignaciones jerárquicas sobre los demás
tipos de relaciones (que podemos denominar economía regulada). En efecto, sistemas de
tributación y asignación jerárquica existen también en sujetos de actividad económica distintos
del Estado, como por ejemplo en las Iglesias, partidos políticos, instituciones educacionales y
otras; y además, al interior de unidades económicas de tipo capitalista o cooperativo se asignan
y distribuyen numerosos recursos en base a procedimientos burocráticos que corresponden
plenamente al tipo de las asignaciones jerárquicas. Por lo demás, formas de economía
regulada no estatales han existido en períodos históricos anteriores a las modernas sociedades
socialistas.
La confusión entre economía socialista (estatista) y economía regulada o planificada, ha sido
fuente de graves malentendidos en la disputa sobre las cualidades y desventajas del socialismo
y de la planificación.
Los teóricos del socialismo ha formulado la tesis de que una economía planificada
racionalmente conduce a una distribución igualitaria de la riqueza, tal que cada uno recibe
conforme a sus necesidades; dicha afirmación no es tan arbitraria como han pretendido sus
detractores, pues en la realidad de los procesos de planificación operan efectivamente fuerzas
y tendencias igualizadoras, en términos de satisfacción proporcional de las necesidades, en
base a ciertos criterios de racionalidad con que toman decisiones los planificadores en función
de tales objetivos. Los críticos del socialismo han formulado, a su vez, la tesis de que una
economía planificada conduce inevitablemente a la concentración del poder y del control social
y económico en manos de una clase o categoría burocrática; tesis que tampoco tiene nada de
arbitrario, habiendo evidencias empíricas de que la planificación centralizada de carácter
estatista genera dichos procesos.
Si tanto las argumentaciones como las evidencias empíricas señalan la existencia de ambas
tendencias contrapuestas, deberá reconocerse que en una sociedad en que predomine la
economía regulada o planificada pueden coexistir tendencias a la concentración y a la
democratización del mercado, pudiendo predominar, según el caso, unas u otras. También
aquí, entonces, si descubrimos cuáles son las situaciones o las fuerzas que apuntan en cada
dirección, será posible actuar consecuentemente para reforzar las fuerzas y tendencias
democratizadoras y para debilitar las que lleven a la concentración.
El punto crucial parece radicar en el grado de separación o identificación en que se encuentre
el órgano planificador respecto de la sociedad, y el proceso de adopción de las decisiones
respecto de la ejecución. La disyuntiva puede expresarse igualmente con los términos polares
de "centralismo" o "descentralización", o bien "burocratización" o "participación".
Si la planificación se concibe como una función especializada, a cargo de una institución o
grupo directivo especial, técnicamente dotado de los instrumentos de información
indispensables, se genera inevitablemente una dinámica de concentración burocrática del
poder, que termina excluyendo cada vez más de la toma de decisiones a los sujetos
encargados de la realización del plan. Es lo que sucede con la planificación centralizada de
carácter estatal, allí donde el Estado concentra la propiedad de gran parte de los medios de
producción y se pone como categoría organizadora del conjunto de las actividades
económicas. Si los fines y objetivos generales de la actividad económica, así como los medios
a través de los cuales se ha de perseguir su consecución, son definidos por una unidad o
sujeto decisional especializado, es evidente que todos los demás sujetos que participan en la
ejecución del plan y que obtienen la satisfacción de sus necesidades por su intermedio,
deberán ser inducidos a cumplir los roles y actividades que les han sido asignadas, lo cual
podrá obtenerse ya sea por convicción y persuasión (o sea, por adhesión a los fines
establecidos y a los modos de su logro), o bien por temor o compulsión (o sea, conminando a
ejecutar lo que se espera de ellos aún cuando no compartan los fines o medios fijados).
El grado de separación del órgano planificador respecto de la sociedad, y del proceso
decisional respecto de la ejecución, podrá entonces ser evaluado y medido por el tamaño que
tengan en dicha sociedad, los órganos encargados de la persuasión o propaganda, y de control
o coacción social. Si los recursos que son destinados a tales órganos y funciones constituyen
una proporción significativa del producto total, se trata de una economía cuyo sistema de
planificación se encuentra altamente concentrado.
Ahora bien, la planificación puede también concebirse como un proceso de racionalización de
los flujos de tributación y asignación jerárquica, tal que los mismos sujetos que han de ejecutar
el plan y que obtienen la satisfacción de sus necesidades por su intermedio, participen
activamente como sujetos de la adopción de las decisiones, tanto a nivel de la fijación de los
medios adecuados para conseguirlos. Podemos hablar en este caso de planificación
descentralizada y participativa, que da lugar a una correlación de fuerzas sociales -a un
mercado- de características democráticas, en que el poder se haya distribuido entre numerosos
sujetos de acción y diseminado por toda la sociedad.
Pero la planificación participativa no es garantizada sólo por un sistema de normas jurídicas
que defina procedimientos e instancias de participación; requiere, además, que los sujetos que
toman las decisiones tengan el control de los recursos y medios necesarios para ejecutarlas,
pues de lo contrario aún cuando tengan voz y voto en la adopción de las decisiones, éstas
serán muy poco libres y sí notablemente condicionadas u obligadas. La planificación
descentralizada y participativa requiere, pues, la existencia de autogestión de las unidades y
actividades económicas.
A partir de este concepto de planificación participativa y descentralizada sería posible elaborar
un modelo de funcionamiento de la economía que represente el proyecto ideal de un mercado
democrático, en forma equivalente a como lo hace el modelo de competencia perfecta. No es
difícil, en efecto, comprender que una planificación perfectamente democrática requiere que
operen prácticamente las condiciones de atomización, libre entrada, movilidad, ocupación plena
y transparencia, las mismas que el modelo de competencia perfecta considera que son sus
supuestos. Condiciones que pueden ser reales sólo en una economía en que los distintos
factores económicos puedan desarrollarse como categorías organizadoras de unidades y
actividades económicas, y en que coexisten los diferentes tipos de relaciones económicas.
De lo expuesto es posible concluir que no existe en la economía regulada alguna intrínseca
necesidad de concentración del poder, como tampoco alguna tendencia ineluctable hacia la
democratización económica; siendo, en cambio, evidente que en el sector económico
constituido por las relaciones de tributación y asignación jerárquica puede avanzarse en sentido
democratizador del mercado, desplegando procesos de descentralización, participación,
autonomización de las diferentes categorías económicas, particularmente la del trabajo,
perfeccionamiento de la transparencia, etc.
23.- Hemos visto que un mercado democrático no puede verificarse en economías en que
exista un predominio incontrastado de las relaciones de intercambio, ni de tributación y
asignación jerárquica. Permanece todavía la duda de si sea posible un mercado constituido
solamente por relaciones de donación, o de cooperación, comensalidad u otra, y si tal mercado
podría merecer el calificativo de democrático.
Dados los precedentes análisis, la pregunta tiene un carácter más bien retórico, pues la
respuesta no puede ser muy distinta a la expuesta en relación a las relaciones de intercambio y
asignación jerárquica; sin embargo, es importante explicitar la cuestión, debido a las
implicaciones éticas e ideológicas que tiene la respuesta que le sea dada. En efecto, un rasgo
típico del pensamiento ideológico que caracteriza a nuestra época es la tendencia a totalizar
indebidamente elementos parciales de la realidad, otorgando validez general a determinados
principios constitutivos de realidades y proyectos particulares, con la consecuente negación y
exclusión de otros elementos que podrían y debieran ser integrados en una perspectiva global
necesariamente pluralista. Frente al liberalismo que ha totalizado la economía de intercambios,
y al socialismo que ha hecho lo mismo con la economía regulada, no es difícil que surjan
proyectos utópicos alternativos que tiendan a absolutizar la economía solidaria, con la
consiguiente negación de la validez y eticidad de todo intercambio y asignación jerárquica.
Para evitar esta posible nueva forma del integrismo ideológico, conviene hacer el esfuerzo de
imaginarse lo que podría ser una economía estructurada en base a solas relaciones de
donación, o de comensalidad, o de cooperación.
Una economía de puras donaciones derivaría probablemente en una distribución muy
insatisfactoria de la riqueza: en ella podrían satisfacer sus necesidades sólo aquellos que sean
capaces de suscitarlas, por vía de cualquiera de las motivaciones (altruista, ideológica, de
control social, etc.) que pueden hacerlo. La asignación y distribución de los recursos y bienes
económicos estaría decidida libremente sólo por aquellos sujetos que están en condiciones de
hacer donaciones; situación que podría implicar tanto un proceso de concentración como de
redistribución democrática del poder y la riqueza.
Es difícil imaginar de qué manera una tal sociedad podría alcanzar un "equilibrio", en el sentido
de garantizar su propia autoconservación y desarrollo; en efecto, cada sujeto de actividad
económica (individual o colectivo), que posea activos o que sea creador de bienes y servicios,
tendría en cada momento sólo las alternativas de utilizarlos (consumirlos), donarlos a otros, o
conservarlos bajo su control (acumularlos) hasta el momento en que decida utilizarlos o
donarlos. Para satisfacer sus necesidades y desarrollar sus actividades económicas y
productivas, cada sujeto contaría con la parte de sus activos que destine a su propio uso o que
conserve bajo su propiedad, más todos aquellos que reciba graciosamente de las donaciones
de los demás. Como los flujos de bienes, servicios y factores resultarían de decisiones
múltiples pero unilaterales (cada una de ellas), no parecen existir razones que aseguren que la
distribución y asignación resultante se correspondan con las combinaciones eficientes, y ni
siquiera con alguna que sea satisfactoria.
Con todo, el mercado podría funcionar con un grado razonable de estabilidad en base a un
perfeccionado sistema de informaciones multilaterales, en que cada sujeto pueda difundir la
información actualizada sobre sus necesidades y sus excedentes, o más exactamente, sobre
sus "demandas" y "ofertas" de donaciones.
La plausibilidad teórica del un modelo de mercado solidario aumenta considerablemente si se
lo piensa constituido complejamente de relaciones de comensalidad, cooperación, reciprocidad
y donación. En tal caso, es probable que las relaciones de cooperación predominen en los
flujos económicos vinculados a las actividades y organizaciones productivas, así como las
relaciones de comensalidad prevalecerían al nivel del consumo, mientras que los flujos de
reciprocidad y donación cumplirían principalmente funciones redistributivas. Diversas
combinaciones serían posibles, pudiendo darse distintas proporciones relativas entre los tres
tipos de relaciones económicas. En antiguas sociedades comunitarias y autosuficientes de
pequeñas dimensiones pueden encontrarse situaciones que se aproximan bastante a la de un
"mercado solidario".
Siempre a nivel del modelo teórico, un mercado así estructurado sería con alta probabilidad
democrático, en el sentido que el poder se encontraría desconcentrado y muy distribuido entre
los diferentes sujetos de actividad económica; y la sociedad mostraría un grado de integración
inédita entre sus distintos componentes sociales. No obstante lo cual, la economía estaría lejos
de ser eficiente desde el punto de vista de la combinación de factores, de su utilización, y del
producto global. Ello por tres principales razones.
Una, porque dicho sistema de relaciones haría posible que muchos sujetos se beneficien de los
bienes y servicios socialmente disponibles, sin contribuir con su esfuerzo y actividad a su
producción; si bien en la economía solidaria existen importantes estímulos materiales e
inmateriales para participar activamente de las actividades laborales y creativas, nada garantiza
que no existan aprovechadores que vivan, sin necesitarlo, a expensas de los más esforzados.
Tal situación implica por sí misma un grado de desocupación de recursos productivos, que
puede llegar a ser considerable.
Una segunda fuente de ineficiencia radica en que dicho sistema de relaciones carecería de los
medios necesarios para adecuar los tipos de trabajo que los hombres quieren y escogen
realizar, con aquellos que son necesarios para producir los bienes y servicios en las
proporciones requeridas; en efecto, no hay ninguna razón para que se correspondan
automáticamente las opciones de trabajo individual con las de consumo general, de modo que,
con elevada probabilidad, ciertos tipos de trabajo más pesados o que generen menos
satisfacciones a quienes los realicen, al carecer de recompensas adecuadas, dejarán de ser
realizados, mientras que otros más satisfactorios serán sobreabundantes. En consecuencia, la
composición de producto será insatisfactoria.
Un tercer motivo de ineficiencia consiste en que la economía tendría muy lentos e insuficientes
mecanismos para sustituir o eliminar aquellas actividades, productos y tecnologías de baja
productividad y utilidad, porque el proceso de retroalimentación informativa de las decisiones
no daría los mensajes suficientes, o los daría de modo ambiguo y a menudo contradictorio.
Esta situación fue considerada por Boulding para el caso particular de las donaciones, al
mostrar cómo las fundaciones de donantes profesionales carecen de adecuados indicadores de
su éxito, que cumplan con la función que tiene en las empresas capitalistas la tasa de
ganancia; las fundaciones se mantendrán en actividad sin importar demasiado a quienes o con
qué fines hacen donaciones, razón por la que tendrán relativamente poco interés en conocer la
información sobre el destino y utilización de sus donaciones, que retroalimente las decisiones
que adoptan.
Ninguna de estas razones puede considerarse como absoluta, en el sentido que ellas sean
parte de una argumentación lógica interna al modelo de la economía solidaria. Ellas responden
más bien a lo que podemos denominar principio de realismo antropológico, esto es, a una
consideración realista de las debilidades morales del hombre. En efecto, la economía solidaria
requiere la difusión de un tipo de comportamientos individuales y colectivos particularmente
generosos, responsables y comprometidos. En la medida que tales comportamientos se
encuentren efectivamente asumidos por todos los sujetos de actividad económica, las tres
razones de ineficiencia que mencionamos dejan inmediatamente de ser tales. Pero esos
comportamientos, pudiendo indudablemente difundirse mucho más que lo que hoy
observamos, se hallarán presentes en los hombres siempre en grados diferentes de
maduración, e imperfectamente realizados. El interés privado y la coacción social serán
siempre necesarios en alguna medida, por lo que algunos particulares nexos indispensables
para el buen funcionamiento de la economía serán más eficientemente logrados mediante
relaciones de intercambio y de tributación y asignación jerárquica, que por medio de formas de
economía solidaria.
De los precedentes análisis relativos a las posibilidades de existencia y al significado que
tendría un modelo de mercado constituido en base a un sólo tipo de relaciones económicas
-sea de intercambio, de tributación y asignación jerárquica, de donación o cooperación, etc.-,
podemos extraer la siguiente conclusión general: un mercado democrático, así como requiere
de las actividades organizativas de las distintas categorías económicas, implica también
diversidad y pluralismo en cuanto a las relaciones económicas que se establecen en los flujos y
actividades de producción, distribución y consumo.
Pero este pluralismo, que en algún grado siempre se verifica en la práctica, no garantiza por sí
mismo la estructuración democrática del mercado, siendo necesario para ella un cierto nivel de
desarrollo de cada sector, una determinada proporcionalidad entre los volúmenes de actividad
que proceden conforme a los distintos tipos de relaciones. Pero no solamente esto sino
además y sobre todo, que cada uno de los sectores considerados (de intercambio, regulado y
solidario), se encuentre organizado y funcione de un cierto modo específico. En efecto, como
vimos, cada sector económico puede ser más o menos democrático, dependiendo del grado de
realización de algunos criterios y modos de operación particulares.
Un mercado democrático implica que su sector de intercambios esté organizado en formas
tales que predominen las tendencias a la concurrencia y desconcentración sobre las tendencias
monopólicas y concentradoras; que por tanto no se encuentre dominado por el capital como
única categoría organizadora sino que el trabajo, la tecnología, la gestión, el ahorro, el
consumo, y demás categorías económicas, hayan desplegado sus potencialidades autónomas
de organización de unidades y actividades económicas, en función de su propia valorización;
que en consecuencia los intercambios no den lugar a ganancias extraordinarias basadas en el
"poder de mercado" de ciertos grupos privilegiados, sino que los distintos factores sean
remunerados conforme a su específica productividad; que el sistema de precios se aproxime a
las condiciones de equilibrio, esto es, que los intercambios sean efectuados a "precios justos".
El mercado democrático implica que su sector regulado no se encuentre burocratizado, y que
las decisiones que lo afectan no se hallen concentradas en un orden de poder centralizado; que
la adopción de decisiones y su ejecución sean partes integrantes de un proceso de
planificación descentralizada y participativa; que existan amplios espacios para la autogestión
de las unidades económicas por parte de quienes trabajan en ellas; que los distintos sujetos
que obtienen satisfacción de necesidades mediante las actividades del sector, ejerzan efectivos
controles sobre las instancias e instituciones reguladoras.
El mercado democrático implica que su sector solidario despliegue eficientemente sus
tendencias igualitarias y liberadoras; que no genere dependencias sino que promueva el
autocontrol de la propia actividad y de las propias condiciones de vida, por parte de los sujetos
que participan en él; que su lógica operacional específica no se vea distorsionada ni desviada
por elementos ideológicos ajenos, originados en los ámbitos capitalista y estatista.
En síntesis, un mercado democrático implica que sus tres principales sectores sean
democráticos. Así planteado, se observa que los términos del problema pueden ser invertidos;
cuando un mercado es democrático, lo serán su sector de intercambios, su sector regulado y
su sector solidario. Esta afirmación, aparentemente tautológica, tiene sin embargo un
importante sentido si se considera desde el punto de vista de un proceso de democratización,
en cuanto pone de manifiesto un recíproco reforzamiento de las tendencias democratizadoras
en los distintos sectores: cualquier mayor o mejor democracia en uno de ellos, incide sobre los
otros en el mismo sentido democratizador.
Esta observación se conecta a una más general, que la experiencia histórica ha verificado en
numerosos casos concretos. Parece ser que cada uno de los sectores -de intercambios,
regulado y solidario- funciona más democráticamente en la medida que se encuentre
compensado en los mercados determinados, por la presencia de los otros, o sea, en la medida
que el mercado sea menos "puro" en cuanto al tipo de sus relaciones económicas
predominantes. Mientras más "puro" sea, mayores serán sus tendencias a la concentración y a
la desigualdad. Esto ha de entenderse en distintos sentidos según cual sea el tipo de
relaciones económicas que predomine; para comprenderlo mejor, la ejemplificación histórica
puede servirnos.
La mayor parte de las sociedades tradicionales -precapitalistas y preestatales- en que
predominaron relaciones económicas del tipo solidario, han tenido estructuras sociales
patriarcales y se han caracterizado por alguna organización ideológico-política integrista, en las
que difícilmente puede reconocerse aquella diseminación del poder que merezca el apelativo
democrático. Aún más concentrado se ha manifestado el poder en las economías
mercantilistas y capitalistas en que el Estado se limita a cumplir en lo económico funciones
subsidiarias. La mayor concentración del poder la observamos, a su vez, en las economías
reguladas de planificación central (y no se piense sólo en los actuales "socialismos reales", sino
también en sociedades como la incaica y la egipcia de los faraones).
A la inversa, la expansión de un sector de intercambios al interior de economías tradicionales,
como igualmente la expansión del sector regulado en economías de libre cambio, han
significado generalmente procesos descentralizadores, tendencialmente democráticos. De la
expansión de un sector de economía solidaria en cualquiera de las formas precedentemente
consideradas, con toda probabilidad ha de resultar también una ulterior redistribución
democrática del poder.
Todas estas consideraciones llevan al planteamiento de un problema teórico de gran
importancia, cual es identificar -si es que existe- aquella combinación óptima entre los tres
sectores económicos, la más democrática. La pregunta tiene gran actualidad y relevancia, en
cuanto plantea en términos nuevos y más amplios la acuciante discusión contemporánea
respecto a cuánto "mercado" y cuánto "socialismo" (o cuánto Estado) sean convenientes en la
economía en función de la democratización política.
Sobre este problema es de gran interés una proposición de Boulding, que reproducimos a
continuación. Conviene, sin embargo, precisar que este autor no se plantea el problema de la
combinación óptima desde el punto de vista de un mercado democrático sino del "bienestar", y
que las preferencias que expone responden a sus opciones valóricas más que a la explicitación
de un razonamiento analítico; otra diferencia respecto de nuestro planteamiento está dado por
el hecho que Boulding parte de tres principios organizadores de la sociedad -la coacción, el
intercambio y el amor-, que no coinciden exactamente con nuestra idea de las relaciones
económicas y los sectores a que dan lugar; no obstante, su esquema ofrece relevantes
sugerencias también para nuestro enfoque del problema. (Obviamente, hacemos corresponder
"coacción", "intercambio" y "amor" a nuestros sectores "regulado", de "intercambios" y
"solidario" respectivamente).
La figura 1 representa el "triángulo social", que mide en el punto T el 100 por 100 de coacción,
en el punto E el 100 por 100 de intercambio, y en el punto L el 100 por 100 de relación
integradora, o amor. Cualquier punto situado dentro del triángulo representa una combinación
de dichas proporciones. "Dentro del triángulo habrá algún límite, sugerido por la línea
discontinua, que encierra el conjunto factible de estas tres proporciones. Estamos suponiendo
que ninguna sociedad puede existir sin al menos alguna proporción de los tres elementos, y
que es poco probable que la sociedad se sitúe en un punto donde la proporción de uno
cualquiera de los elementos sea excesivamente elevada"(56)
Figura 1
"¿Cuál es la combinación ideal? -se pregunta- ¿Dónde, dentro del triángulo social, se
encuentra el punto óptimo? Podríamos postular un conjunto de contornos (las líneas curvas
continuas) de una "función de bienestar" en la tercera dimensión, en donde el punto M es la
cima de la colina y representa el óptimo de todo el campo, representando cada uno de los
contornos una curva de indiferencia; esto es, todos los puntos del campo que tienen un mismo
valor para el evaluador. Tal como he dibujado los contornos, se ve una fuerte preferencia por la
sección integradora de la sociedad, aunque no tanta como para negar todo valor al intercambio
o incluso a la coacción. Vemos la preferencia secundaria por el intercambio y una preferencia
muy baja por la coacción"(57).
En nuestra perspectiva de análisis, el problema de la combinación de los sectores de
intercambio, regulado y solidario no resulta bien planteado en los términos de alguna
proporción definida como "óptima" que sea válida para cualquier sociedad particular. Si la
distribución democrática del poder puede verificarse al interior de cada uno de los sectores, el
mercado puede ser democrático en más de una proporción en que se combinen sus sectores.
Es posible, sin embargo, hacer algunas indicaciones generales que pueden ser válidas para
distintas sociedades particulares.
La primera puede formularse así: mientras mayor sea el pluralismo y la diversificación, tanto
respecto de los tipos de relaciones económicas como de las categorías que asumen funciones
organizadoras, mayores son las probabilidades de que la estructura del poder sea democrática.
La razón de ello reside en que dichos pluralismos y diversificaciones crean por sí mismos
alternativas múltiples para los distintos sujetos de actividad, resultando de ellos un dinamismo y
una movilidad social que conspiran permanentemente contra las posibilidades de
concentración.
Una segunda indicación, que de algún modo viene a especificar la anterior, nos lleva al interior
de cada uno de los sectores, para discriminar en su propia composición los elementos que
deben tener un tamaño reducido para que el mercado en su conjunto resulte democrático. En el
caso del sector de intercambios, puede formularse la tesis de que mientras mayor sea el campo
de las actividades capitalistas, menos democrático será el mercado, y que, al revés, a mayor
desarrollo de las actividades económicas organizadas por el trabajo, el carácter democrático
del mercado se encontrará mejor garantizado. En cuanto al sector regulado, será la hipertrofia
de las actividades burocráticas - asociadas generalmente a un tamaño excesivo del Estado- la
que atentará en contra de la democracia económica, mientras que a su favor militará el
desarrollo de la participación y descentralización en la adopción de decisiones. Respecto del
sector solidario, un tamaño muy grande de los flujos y actividades del tipo donaciones será
expresión de la existencia de desigualdades estructurales también muy grandes, mientras que
la expansión de las formas asociativas en que la comensalidad y la cooperación prevalezcan,
será parte de un proceso democratizador. Sin embargo, si consideramos dado un cierto nivel
de desigualdad estructural, a mayor volumen de donaciones mayor será la tendencia hacia la
democratización económica que se encuentre implícita en los comportamientos de los sujetos.
Una tercera indicación, que profundizaremos más adelante limitándonos por el momento a su
enunciación, se refiera a que la mejor combinación de los tres sectores en cada sociedad
determinada no es sólo cuestión de tamaños relativos. Pareciera, en efecto, que ciertos tipos
de funciones y actividades económicas son mejor realizadas por un sector, y otras lo son por
otros; si así fuese, se trataría de hacer coincidir el desarrollo de ciertos tipos de relaciones
económicas con aquellos rubros de actividad que le son más adecuados, resultando de esta
manera una cierta correspondencia entre la estructura de las actividades económicas
(productivas, comerciales, financieras, etc.) con la estructura de las relaciones económicas. La
composición de las relaciones económicas se vincula también a los niveles de desarrollo
material y espiritual alcanzado por cada sociedad determinada. Además, el acceso a niveles de
desarrollo superior a partir de situaciones de subdesarrollo, puede transitar más expeditamente
por distintas vías atendiendo a las características culturales y comportamentales de la
población.
Con estas indicaciones generales, aplicadas a la concreta realidad de las economías
contemporáneas, sean de tipo capitalista, mixta y socialista, pueden formularse como hipótesis
altamente plausibles:
a) que cualquier crecimiento del sector solidario tiene actualmente connotaciones
democratizadoras;
b) que la contención y reducción del tamaño y del poder del Estado es un elemento integrante
de un proceso democratizador; y
c) que la reversión de los procesos de acumulación y concentración capitalista es un
prerequisito de la democratización del mercado.
A la fundamentación histórica y a la especificación de estas hipótesis dedicaremos abundantes
consideraciones en el libro tercero.
24.- Estamos ahora en condiciones de volver sobre el concepto de mercado democrático, para
efectuar la que podemos considerar una tercera aproximación.
Hemos examinado hasta aquí un conjunto de implicaciones que tiene, para el modelo teórico
de mercado democrático y para el proceso práctico de democratización del mercado, la
presencia y desarrollo del sector solidario, junto a los sectores de intercambio y regulado. Al
hacerlo hemos partido de un concepto de "mercado democrático" como correlación de fuerzas
sociales en que el poder se encuentra altamente distribuido y repartido entre todos los sujetos
de actividad económica, desconcentrado y descentralizado. Ahora bien, la inclusión del sector
de economía solidaria como elemento integrante de gran importancia en el modelo del mercado
democrático nos induce a prestar atención a otro aspecto de la cuestión, a la cual hicimos
referencia ya al reformular el concepto de mercado en general, cual es el de las formas en que
los sujetos ejercen sus fuerzas y poderes, el modo en que se estructura la correlación social, el
carácter integrador o conflictual de los comportamientos de los sujetos involucrados.
Como hemos visto, son posibles distintos grados de conflictualidad y de integración del
mercado, determinados por los distintos tipos de relaciones económicas y los comportamientos
que suscitan. La lucha por los bienes y recursos pueden ser más o menos exacerbada, y el
poder que los sujetos hacen pesar en ella puede ser ejercido en formas y procedimientos más
o menos intensos y suaves. El comercio es una forma de interrelación social más integradora
que la guerra o el saqueo, y la ayuda mutua lo es más que el comercio. El "sistema" de
relaciones de fuerza, o sea el contenido social de la estructura de poder junto a la forma de las
relaciones, impacta a su vez sobre los comportamientos y poderes de los sujetos; éstos no
actúan incontrolados, dejados a la arbitrariedad de las pasiones, sino que se someten a normas
de conducta, a racionalidades reguladas por alguna combinación de los intereses privados con
los requerimientos colectivos. Es por ello que, mientras más distribuido socialmente se
encuentre el poder, mayor tenderá a ser la morigeración de las fuerzas en sus formas de lucha
y en sus procedimientos de ejercicio del poder. Y esta morigeración repercutirá a su vez sobre
la distribución social del poder.
Podemos, pues sostener, que mientras más suave, pacífica e integradora sea la acción social,
más democrático será el mercado, y a la inversa, mientras más democrático sea el sistema de
poderes, más integradores y "suaves" serán los comportamientos y relaciones. En esta "tercera
aproximación", consideraremos democrático aquel mercado cuya estructura relacional sea
integradora, donde los procedimientos de asignación y distribución de los bienes y recursos no
sean muy conflictivos sino pacíficos.
Al considerar el mercado democrático desde esta nueva perspectiva, que complementa y
enriquece a la anterior, se nos hace presente un conjunto de condiciones de su existencia real,
que será preciso construir y garantizar en la práctica en un proceso de democratización del
mercado.
Una primera condición de la diseminación y estructuración democrática del poder es la
existencia de una real libertad de iniciativa económica, tanto por parte de los individuos como
de las comunidades y grupos organizados. Libertad que implica, por un lado, que los sujetos
que son portadores o que personifican los distintos factores económicos puedan integrarse al
mercado tanto en cuanto contratados como en cuanto organizadores de unidades y actividades
autónomas; y por otro lado, que todos los sujetos de actividad económica tengan la posibilidad
de preferir entre los distintos tipos de comportamientos y relaciones económicas (intercambios,
cooperación, donaciones, tributaciones, etc.), aquellas que mejor correspondan a sus modos
de pensar, de sentir y de ser, con la sola limitación de que tales opciones no trasgredan iguales
y legítimos derechos de los demás.
Este planteo de la libertad económica permite comprender adecuadamente que la muy
difundida creencia que la libertad de mercado conduce a la concentración del poder y a la
marginalización, es sustancialmente errónea; tal concentración no es el resultado de mucha
sino de poca libertad, y en particular de una cierta forma de concebir y organizar la libertad
individual de algunos, pero no de todos, bajo el régimen de producción capitalista. La
controversia entre partidarios de la libertad y de la equidad ha estado mal planteada, pues si
bien es cierto que no necesariamente la libertad va asociada con la equidad, también es
verdadero que la distribución social del poder económico y político requiere la libertad de
iniciativa: toda desigualdad implica alguna limitación a la libertad, que será más intensa si
mayor es aquélla.
Una segunda condición de una estructura democrática de las relaciones de fuerza es la
existencia de efectivas posibilidades de participación, a distintos niveles de la toma de
decisiones, por parte de todos los sujetos involucrados en las actividades y que resultan
afectados por las decisiones en cuestión. Naturalmente, la participación adoptará formas y
contenidos diferentes en cada uno de los sectores económicos, no pudiendo definirse
procedimientos y modalidades que sean válidos para todos los tipos de actividad y de
organización. Lo importante, en cualquier caso, no es el respeto formal de ciertas normas
procesales sino la existencia de vínculos permanentes y "orgánicos" entre dirigentes y dirigidos,
que impida toda separación burocrática del poder decisional.
Una tercera condición del funcionamiento de un mercado democrático puede ser planteada en
estos términos: no hay efectiva diseminación y descentralización del poder sino cuando "el
poder" no es un elemento principal de la vida social, y cuando buscar su ejercicio no constituye
una motivación central de la voluntad, sea individual o colectiva. Tal situación puede verificarse
sólo allí donde exista un grado importante de integración social y de solidaridad, esto es, en
una sociedad donde los elementos de unión predominan sobre los de conflicto.
Una cuarta condición del mercado democrático está dada por un cierto nivel de desarrollo
económico, tal que la provisión de bienes y de recursos sea al menos suficiente para satisfacer
las necesidades básicas de toda la población. Si no existen los bienes suficientes para
satisfacer los requerimientos vitales de todos, es natural que la lucha por disponer de tales
bienes se agudice y exacerbe, buscando cada uno no sólo el mínimo necesario para lograr hoy
dicha satisfacción, sino también para garantizar la provisión de los bienes que necesitará en el
futuro (con la consiguiente acumulación que reducirá aún más la posibilidad de que otros
puedan satisfacerse hoy).
Este aspecto del problema es muy importante considerarlo, aunque a menudo se lo olvida en
los debates en torno a los problemas de la distribución. Hay bastante evidencia empírica de
que el grado de igualitarismo social no depende sólo del tipo de "relaciones sociales de
producción" sino también del nivel de desarrollo alcanzado por las "fuerzas productivas". En
vistas de la distribución democrática de las fuerzas económicas importa principalmente el
tamaño del mercado determinado (de modo que alcance un nivel de autosuficiencia que le
permita evitar dependencias materiales del exterior), la ocupación de recursos y factores (de
manera que una gran mayoría de la población pueda satisfacer sus necesidades a partir de su
empleo y actividad, sin constituirse un sector pasivo de tamaño exagerado), y la estructura del
aparato de producción (de manera que las distintas ramas y líneas de actividad se
correspondan adecuadamente con la estructura de las demandas internas del producto).
Otra condición del mercado democrático es la existencia de un sistema de comunicaciones
fluido y eficiente, que permita el acceso de todos a las informaciones que afecten sus intereses
y actividades, y la entrega de aquellas informaciones originadas en las actividades de cada
uno. Ha de observarse que frente a numerosos problemas económicos, sociales, técnicos,
políticos, etc., la comunicación de informaciones pertinentes constituye por sí misma una
solución, que se presenta como alternativa de otras respuestas que implican el ordenamiento
de los elementos involucrados mediante el uso de la fuerza por parte de la autoridad.
Se sostiene a menudo que la información es fuente de poder; tal afirmaciónes válida
especialmente en un contexto en que las informaciones son controladas por grupos de poder
ya constituidos, que precisamente logran impedir la circulación de las informaciones. La
afirmación ha de interpretarse, pues, en el sentido de que fuente de acumulación del poder es
la carencia de informaciones suficientes, o sea, el secreto y la ignorancia. En general, puede
sostenerse que la mayor presencia de elementos de comunicación e información en los
sistemas organizativos y en los procesos prácticos contribuye a hacerlos más "suaves" e
integrados; los procedimientos organizativos, en efecto, están constituidos por información y
energía, comunicación y ordenamiento, combinados en diferentes proporciones porque ambos
términos (el elemento comunicativo-informático por un lado, y el ordenador-energético por el
otro) pueden recíprocamente sustituirse, al menos en parte.
Estas cinco condiciones convergen en la dirección de morigerar los conflictos y la lucha por la
distribución y asignación de los bienes y recursos económicos, favoreciendo la integración
social entre los sujetos y fuerzas que interactúan en el mercado determinado.
Tales condiciones, si bien se observa, no son sustancialmente distintas de aquellas que los
economistas teóricos han identificado como supuestos del funcionamiento de un mercado de
competencia perfecta; constituyen, dicho más precisamente, una ampliación del contenido de
éstos y su exposición en términos menos formales y más históricos. A esta altura de nuestra
exposición, no es necesario argumentar demasiado para mostrar que la expansión y desarrollo
del sector solidario favorece directamente la realización práctica de cada una de estas
condiciones.
La libertad de iniciativa económica es una característica relevante de la racionalidad específica,
a nivel microeconómico y sectorial, de la economía solidaria; ella tiene, en este sentido, una
cualidad adicional a la que manifiesta la economía de intercambio, cual es la de ser
permanentemente liberadora de las potencialidades de acción autónoma de los sujetos
individuales y colectivos.
La economía de intercambios requiere libertad de iniciativa económica, pero ésta no se hace
extensiva a todos porque excluye del mercado a quienes carecen de bienes o recursos
excedentes disponibles para el cambio, y porque tiende a subordinar a quienes son
desplazados en la competencia por disponer de menores capacidades organizativas y
eficiencia empresarial. Por el contrario, la economía solidaria opera directamente en el sentido
de incorporar a los excluidos, marginados y subordinados, no en términos pasivos sino activos,
promoviendo sistemáticamente el desarrollo de las capacidades de los sujetos.
La participación en las decisiones de todos los sujetos involucrados en las actividades
económicas, es también un rasgo sobresaliente de la economía solidaria, constituyendo incluso
uno de los principios distintivos que este sector ha siempre mostrado y por el que puede ser
reconocido. Del mismo modo, la búsqueda y realización práctica de la integración social y de la
solidaridad, son rasgos esenciales de los distintos tipos de relaciones económicas que
configuran la economía solidaria, cuyas manifestaciones a nivel de "lógica operacional"
expusimos en el Libro primero.
En cuanto a la comunicación e información, la economía solidaria puede alcanzar ventajas
considerables en comparación a los sectores de intercambio y regulado. Conviene detenernos
un poco más en este punto, pues anteriormente analizamos ciertos problemas y dificultades
que se producen en el mercado de las donaciones, precisamente como resultado de
limitaciones que ha manifestado en cuanto a sus sistemas de información.
En los sectores de intercambio y regulado el control privado de ciertas informaciones y las
trabas a su libre circulación son, en medida significativa, expresión de la lógica operacional de
las unidades económicas que forman parte de ellos, pues a través de dicho control los sujetos
obtienen ventajas y beneficios extraordinarios. En el sector solidario dicho fenómeno se verifica
sólo en la medida que las unidades participen en los mercados de intercambio y de
donaciones, pero no en las actividades y relaciones específicamente solidarias, de
comensalidad y cooperación. En estas, los flujos inmateriales -de comunicación e información,
precisamente- concomitantes a los flujos de bienes y recursos materiales, son siempre
indispensables para que se cumplan los objetivos económicos de la operación misma; mientras
más completas sean tales informaciones, todos los sujetos participantes obtendrán un beneficio
más alto. Dicho en otras palabras, la amplitud y fidelidad de la información corresponde no sólo
a la racionalidad sectorial de la economía solidaria sino también a la lógica microeconómica de
sus unidades integrantes. En cuanto al "mercado de donaciones", nuestro precedente análisis
puso de manifiesto que los principales obstáculos a la fluidez informativa son en él
consecuencia del hecho que las instituciones donantes profesionales funcionan internamente
en base a relaciones de intercambio más que de donación; vimos también que la trasparencia
lleva a incrementar y mejorar la participación efectiva, tanto de los donantes como de los
beneficiarios, en dicho circuito económico.
Respecto a la incidencia del sector de la economía solidaria en la ocupación plena de los
recursos y factores económicos, hemos aportado varios elementos de comprobación en
distintos momentos de nuestro análisis. Resalta, entre todos ellos, el hecho que a través de la
cooperación, la comensalidad y las donaciones son "rescatados" para la economía abundantes
recursos humanos y materiales que han sido desplazados del mercado de intercambios por no
alcanzar en éste la productividad requerida, y que logran en su operación solidaria adecuados y
suficientes niveles de eficiencia.
En síntesis, el desarrollo de un amplio sector de economía solidaria -la expansión del ámbito de
actividades y del volumen de los flujos que proceden conforme a relaciones de comensalidad,
cooperación, reciprocidad y donación-, tiene un impacto democratizador del mercado en dos
sentidos complementarios: por un lado, construyendo los supuestos de la diseminación del
poder, actuando concretamente un proceso de desconcentración y descentralización de la
economía, y por otro, creando las condiciones que favorecen relaciones sociales integradoras,
incidiendo en la conformación democrática de los sujetos, en sus modos de pensar, de sentir,
de relacionarse y de actuar.
En otras palabras, el desarrollo de la economía solidaria opera en sentido democratizador del
mercado, creando una nueva correlación de fuerzas sociales y cambiando la estructura de
dicha correlación. Ambos aspectos se refuerzan recíprocamente.