Psicohistoria
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Fuentes
Ortega
Los problemas psicohistóricos y el laberinto de la Universidad Complutense de
Psicología Madrid
3. Pero ni siquiera podría decirse que estas dos estrategias que acabamos
de apuntar monopolicen en exclusiva el ámbito de los problemas
reconocibles como psicohistóricos. A poco que se mire, cabe apreciar que
abundan, en efecto, en el ámbito de las ciencias humanas y de la filosofía
antropológica, una notable variedad de enfoques o aproximaciones de los
cuales pudiera decirse que, cada una a su modo, afrontan, o siquiera inciden,
en el tipo de problemas que cabría reconocer como psicohistóricos. Este
sería el caso, por ejemplo, de la filosofía antropológica (o social) puesta en
juego por algunos de los más señalados autores pertenecientes a la
denominada "Escuela de Frankfurt" - Horkheimer, Fromm, Marcuse, Reich,
Elias -, cuyos intentos de síntesis freudo-marxista mediaron, sin duda, en el
nuevo impulso que a partir de los años sesenta el psicoanalista
norteamericano Erik H. Herikson diera a la psicohistoria de cuño
psicoanalítico (si bien ya algo menos freudianamente ortodoxa) mediante sus
trabajos psico-biográficos sobre Lutero y Gandhi (7). Pero también cabría
reconocer, nos parece, por ejemplo, que la "arqueología del saber - y/o del
psiquismo -" puesta en juego por un autor como M. Foucault no estaría a la
postre tan alejada del ámbito de las cuestiones de algún modo reconocibles
como psicohistóricas; o, por otro lado, que también incidiría en dicho ámbito
el intento de "psicología cultural" ensayado, desde coordenadas
notablemente diferentes (interconductistas) a cualquiera de las hasta ahora
mencionadas, por un autor como Kantor (8).
6. Pues bien, una vez hecha la precedente presentación crítica mínima del
asunto, en las (sub)apartados siguientes intentaremos desarrollar con alguna
precisión la discusión y reconstrucción críticas que hasta aquí hemos
esbozado. Para ello, comenzaremos, en primer lugar (en la entrada titulada
Condiciones biológicas de la psicohistoria. La conducta biológica: ¿condición
material o fundamento formal del campo antropológico?), por considerar y
discutir las posiblidades de una psicología biológica y sus relaciones con la
propia biología, al objeto de preparar la discusión sobre las relaciones entre
el psiquismo zoológico (y/o la psicología biológica) y el antropológico (y/o la
psicología humana); en segundo lugar (en la entrada titulada: Coordenadas
antropológicas de la psicohistoria: El concepto de 'conflicto de normas
irresuelto personalmente') ofreceremos una construcción de la idea de
"campo antropológico" que nos permita proponer una doble tesis sobre el
psiquismo antropológico, según la cual, como veremos, el psiquismo queda
en principio refundido y desactivado en el seno de las figuras culturales
objetivas (las normas) características del campo antropológico, a la par que
refluye o reaparece, bajo la forma de "fugas psicológicas", a partir de ciertas
condiciones del desarrollo de dicho campo, unas condiciones que, como
veremos, tienen que ver con la formación de las sociedades históricas o
civilizadas - y en particular con la figura de la "persona" generada en dichas
sociedades -. Semejante concepción de la génesis del psiquismo
antropológico en las sociedades históricas nos permitirá ciertamente
ensayar un determinado enfoque psico-histórico, en cualquier caso bien
distante y crítico de las alternativas psichohistóricas más comunes. Se
tratará, como veremos, de poner en práctica una especie de historia cultural
de la génesis y configuración de la figura (antropológica específica) del
psiquismo humano, y de sus formas de "psicología mundana", a la par que de
comprender, a su vez, como un trámite interno del desenvolvimiento de dicha
figura dadas ciertas condiciones de su propio desarrollo, la génesis y
formación de la propia disciplina psicológica - en cuanto que psicología
humana - en la cultura moderna -. Abordaremos esta cuestión en la entrada
titulada Psicología mundana y Psicologías académicas. Por fin, en la última
entrada (titulada Psicologías salvíficas: el psicoanalísis como ejemplar de
psicologías salvífica) nos ocuparemos en destacar y analizar una
modulación-límite muy característica que, como se verá, puede adoptar y de
hecho adopta la intervención psicológica en nuestras sociedades actuales:
se trata de lo que denominaremos "psicologías salvíficas", y de las cuales
precisamente el psicoanálisis constituye, como veremos, su ejemplar más
significativo.
NOTAS Y REFERENCIAS
(1) Lloyd deMause (ed.) (1975): A Bibliography of Psychohistory . New York,
Garland Publishing Inc.
(2) William Gilmore (1984): Psychohistorical Inquiry: A Comprehensive
Research Bibliography. New York, Garland Publishing Inc.
(3) Pierce L. Clark, "A psychohistorical study of sex balance in greek
art", Medical Journal and Rec, 1924, 20.
(4) Pierce L. Clark, "A psychohistorical study of Akhnaton, first idealist and
originator of a monotheistic religion", Archives of Psychoanalysis, 1927, 1,
241-254.
(5) Libro aparecido, por lo demás, casi treinta años después de la muerte de
Freud: Sigmung Freud y Wiliam C. Bullit (1967): Thomas Woodrow Wilson:
Twenty-Eight President of the United States - A psychological Study .
Houghton Mifflin.
(6) Robert Mandrou (1985): Histoire sociale, sensibilitiés collectives et
mentalités. PUF, París.
(7) Erik H. Erikson, "On the nature of psycho-historical evidence: In search of
Gandhi", Daedalus, 1968, V, 97, 3.
(8) Ver, por ejemplo, en Kantor, J. R. (1982): Cultural psychology, Chicago:
Chicago University Press.
(9) Algo muy parecido es lo que viene a señalar Pinillos al respecto cuando
dice: "En verdad, el estatuto epistemológico de la psicohistoria no resulta
fácil de definir en estos momentos. Por lo pronto, hay que admitir que la
psicohistoria carece todavía de una teoría científica propia, a no ser que se
tenga por tal el psicoanálisis (lo que por otra parte obligaría a tomar partido
por esta o aquella variante del psicoanálisis mismo). Ni siquiera se puede
afirmar que la psicohistoria posea un territorio propio, un campo privativo
muy definido" ( J. L. Pinillos (1988): "Historia y Psique", en Psicología y
psicohistoria, Valencia, Universitat de Valencia, p. 96). Por lo demás, en la
mencionada obra pueden encontrarse diversos trabajos de Pinillos donde se
realizan exposiciones generales y observaciones de interés sobre las
cuestiones psicohistóricas. Así también en: Pinillos (1987): "Qué es
Psicohistoria", Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, nº
64, pp. 243-255.
2. Pues bien, nuestra intención es mostrar ahora de qué modo (sin perjuicio
de la presencia de otras floraciones más o menos semejantes en las
sociedades de referencia) el psicoanálisis constituye una muestra
genuinamente ejemplar de semejante tipo de psicologías salvíficas.
2.1. Nos importa ante todo centrar la atención en lo siguiente: en que hay un
momento en la formación de la obra de Freud en el que éste introduce un
trámite de cobertura psicologista muy preciso, a partir del cual precisamente
brota la figura del psicoanálisis como una doctrina psicologista
característicamente salvífica: se trata de la interpretación del "trauma
afectivo originario" en términos de "fantasía desiderativa", interpretación
que, como es sabido, Freud hace pública por primera vez en 1905, en sus Tres
ensayos sobre teoría de la sexualidad.
Por lo que respecta a dicha tectónica: Es verdad, desde luego, que ya antes
de su interpretación del trauma emocional como fantasía desiderativa, Freud
ya usa la distinción entre lo consciente y lo inconsciente en el seno de su
incial teoría de la represión, es decir, en el marco de su idea de que el
trauma afectivo es relegado o reprimido, en virtud de su carácter
moralmente aversivo, al inconsciente, desde donde sin embargo vuelve a
manifestarse conscientemente bajo la forma de los síntomas histéricos.
Ahora bien, la cuestión es que precisamente mientras no medie la
interpretación de la "fantasía desiderativa", semejante distinción puede sin
duda todavía entenderse en el contexto de una efectiva explicación socio-
genética del psiquismo, como una distinción meramente (co)relativa y
comparativa entre los diversos tramos conductuales implicados en un
proceso de sustitución vicaria de logros generada por la propia dinámica
social de represión/disponibilidad de las actividades reprimidas. Sería, en
efecto, semejante dinámica la que explicaría que la conducta sustitutoria
que alcanza - o evita - vicariamente un fin sea comparativa y/o
correlativamente menos consciente del fin sustituído que lo es del fin
sustituyente.(9)
Psicohistoria.
(6) Personas, sin duda, despersonalizadas al máximo, pero despersonalizdas
por privación - no por negación -, lo que significa que siguen siendo, aun
cuando privativamente, personas. También ellas, por tanto, experimentarán el
"malestar" al que nos hemos referido en la entrada Psicología mundana y
psicologías académicas, como consecuencia de su despersonalización, un
malestar que adoptará ahora unos rasgos (fenomenológicos) acusadamente
difusos y acaso abismales.
(7) Por lo que respecta a la formación de la persona, debe consultarse la
entrada, en esta misma obra, Coordenadas antropológicas de la
Psicohistoria.
(8) Por tanto, precisamente, por un caso ejemplar de la figura que (en la
entrada Coordenadas antropológicas de la Psicohistoria) hemos visto que
genera la vida psicológica.
(9) "Menos y/o más consciente", esto es, con una graduación discriminativa
comparativamente menor y/o mayor.
El estudio de la percepción fue uno de los flancos por los que la psicología
se abrió a las temáticas propias de una "ciencia del conocimiento". El
cognitivismo pretendió ser el estudio de procesos básicos en la adquisición y
manejo de la información (o conocimiento) por parte del organismo. Y este
tratamiento experimental hacia uno de las ideas clásicas de la
Epistemología, la percepción, quiso presentarse como un revolucionario
"cambio del objeto" de la ciencia psicológica: desde las conductas
--"simples"-- hacia las cogniciones -- actividad "compleja". No obstante, no
parece justificado deslindar la conducta perceptiva de la conducta en
general. Nuestro mensaje central será este: no entendemos cómo se puede
dar la una sin la otra.
GIBSON, J.J. (1950): The perception of visual world , Boston: Houghton Mifflin
GIBSON, J.J. (1966): The senses considered as perceptual systems . Boston:
Houghton Mifflin.
GREGORY, R. (1977); Eye and brain, Londres: Weindefeld & Nicholson.
MARR, D. (1985): La visión. Madrid: Alianza.
Román Reyes (Dir): Diccionario Crítico de Ciencias Sociales
Fromm indica que faltan medios materiales o, mejor aún que no se dedican
recursos a potenciar una libertad serena que vele también por la seguridad
de los seres humanos.
Una razón muy simple por la que Aristóteles creyó que el conocimiento
teorético sólo podía descansar en un deseo natural de buscar la verdad por
sí misma es que estaba convencido de que el hombre había tocado el techo
de su desarrollo tecnológico, de que ya existían "casi todas las cosas
necesarias y las relativas al descanso y al ornato de la vida" ( Met.A 982b 22).
La ingenuidad de esta opinión hoy nos hace sonreír, pero sin darnos cuenta
seguimos en parte atrapados en una imagen del conocimiento construida
sobre ella. Lo anacrónico aquí no es el modesto punto en que queda situada
la supuesta cima de nuestro desarrollo material, sino la idea misma de una
culminación en él. Para el hombre moderno, el significado de la tecnología no
se restringe a la satisfacción de necesidades dadas; tiene que ver sobre todo
con la capacidad de crear posibilidades nuevas, inéditas. Por eso mismo la
percibimos ambiguamente como fuente al mismo tiempo de esperanzas y de
peligros, como panacea y como amenaza -algo tan consustancial a la
mentalidad moderna y contemporánea como inconcebible para una mente
antigua o medieval, aristotélica. Por eso también su desarrollo no puede
culminar propiamente: la tecnología no tiene un límite natural, y esto es
justamente lo que introduce la posibilidad de su colapso. La idea de un
conocimiento "puro" que comienza donde termina el imperativo técnico y
práctico; que está libre, por tanto, de consecuencias y
de responsabilidadesmateriales; de un conocimiento que no involucra a
productores y agentes, sino a contempladores pasivos sin otro fin o interés
que la verdad "por sí misma"; la idea, en definitiva, de un saber que rebasa
las coordenadas activas y electivas dentro de las que transcurre la vida en
general, es fruto de una visión estrecha y disminuida (nacida en un contexto
histórico, cultural y material, pero que no murió con él), tanto de las
auténticas dimensiones del potencial transformador humano, como del papel
que el conocimiento teorético desempeña a esos efectos.
Este modo de actuar, aun siendo continuo con las demás actividades
biológicas y orgánicas, presenta una peculiaridad: interfiere en los
acontecimientos, no de una manera directa a través de movimientos físicos y
esfuerzos musculares, sino indirectamente mediante manipulaciones
conceptuales y operaciones simbólicas. El psicólogo Jean Piaget decía que
la inteligencia es el complicado rodeo que damos cuando no sabemos qué
camino tomar. El neurobiólogo Horace Barlow la ha definido como todo
aquello que nos permite idear una conjetura que descubra un nuevo orden
subyacente. Uno y otro hacen referencia -implícita en lo que supone ese
"rodeo" en el primer caso, explícita en el término "idear" en el segundo- al
componente simbólico esencial a toda conducta inteligente. Y las
definiciones de ambos se complementan perfectamente: las decisiones
racionales sobre cómo actuar descansan en ciertas regularidades u
ordenaciones que extraemos de la sucesión de los acontecimientos. Esto
significa que podemos interesarnos en tales regularidades por la necesidad
que tenemos de calcular el estado de cosas final antes de elegir un camino,
y ello a su vez porque deseamos que tengan lugar unos estados de cosas y
no otros. Conocimiento, acción y fines aparecen en este esquema vinculados
entre sí de un modo perfectamente obvio; lo verdadero, lo satisfactorio y lo
útil confluyen aquí en una misma cosa, siendo su diferencia sólo de punto de
vista. (Podemos pensar con razón que semejante esquema resulta
enormemente simple; el pragmatista sólo añadirá que es al mismo tiempo
absolutamente básico.)
La idea aristotélica de que todos los hombres desean por naturaleza conocer
(teoréticamente) carece de la más mínima base antropológica -si bien hay
que conceder que Aristóteles no intentaba ofrecer con ella una mera
descripción, sino un modelo de excelencia, pero en todo caso basado en una
pretendida naturaleza o esencia del hombre. Si el concepto de "naturaleza
humana" ya es de por sí vidrioso, difícilmente puede incluirse en él algo tan
artificial como el refinado proceso de elaborar teorías (ya sean las teorías
mismas refinadas o toscas). La teorización es una actividad propia del
pensamiento racional, y éste constituye un logro cultural, no una
manifestación espontánea de la especie. Se trata además de un logro
relativamente tardío, antes del cual las culturas humanas estuvieron durante
largo tiempo inmersas en modos de pensar prerracionales -animismo, magia,
superstición- que guardaban escasa o ninguna relación con la actividad
teorética. Una vez más un rasgo de la mentalidad antigua, en esta ocasión su
visión estática, ahistórica y esencialista de la realidad humana, se
atrinchera en una creencia aún vigente pero incompatible con nuestro propio
marco de referencia general, para el cual la afirmación incondicional de ese
impulso teorético no es más que la hipóstasis de un fenómeno temporal y
culturalmente determinado.
No todos los hombres, ni en todo tiempo, han buscado el saber por el saber
mismo ni han sentido la necesidad o el placer de encontrarlo. Pero, una vez
eliminadas las connotaciones de una naturaleza humana absoluta, sería
absurdo decir que el deseo de conocimiento y el placer intelectual no existen
o no son reales. Al contrario, la empresa que llamamos
genéricamente ciencia consiste precisamente en la
búsqueda incondicional de teorías cada vez más correctas, y quienes están
embarcados en ella con frecuencia no persiguen otra cosa que la
satisfacción que les produce su hallazgo. Pero nótese que la ciencia así
entendida es un producto histórico y sociocultural, una empresa sofisticada
y artificial cuya existencia depende de factores que desbordan el marco de lo
estricta y esencialmente epistemológico. El conocimiento como actividad
humana genérica es una cosa; la ciencia como institución social y
cultural es otra.
"Por sus obras los conoceréis", reza la que para Peirce constituía la única
aportación del Evangelio a la epistemología -y que, de paso, sirve de
respuesta a la pregunta de Pilatos por la verdad. Nuestra disposición técnica
y práctica, para la que ya Aristóteles reclamó el gobierno de la razón, no
puede entregarse a una "racionalidad instrumental" artificialmente separada
de valores y fines; en realidad no existe tal "racionalidad", sino el
desentendimiento de la propia razón de su cometido originario en aras de un
ideal teorético ilusorio. La búsqueda de la verdad es un proceso en sí mismo
práctico y normativo, pues el conocimiento no es hijo del ocio, sino del muy
perentorio negocio con la realidad, y su éxito reside en sus frutos. Una razón
que espera a que la obra esté hecha para entrar ella misma en acción no
hace sino condenarse a la irrelevancia; la obra nunca está hecha y todo lo
que sucederá es que seguirá haciéndose a sus espaldas. Nada tiene de
casual, pues, que en aquellos ámbitos donde está más en juego la felicidad
humana, allí donde toman forma las condiciones reales de vida de los
individuos, el vacío que deja la renuncia de la razón a señalar los fines
deseables y los medios que conducen a ellos sea rápidamente cubierto por el
interés personal y de clase, lo que según Dewey se ilustraba a la perfección
en el caso de las relaciones comerciales o la política de guerras. Aquí tienen
lugar dos perversiones que se alimentan mutuamente: por una parte, un
mundo de fenómenos sociales cuya existencia depende a todos los efectos
de la actividad humana, que son emanación directa de los sujetos agentes y
productores, se percibe como circunstancia objetiva; por otra, la ciencia
investida de neutralidad axiológica procede a escrutar las leyes de ese
mundo que convertirán a los propios individuos que lo crean en su sujeto
pasivo. El modelo imperante de la ciencia social, particularmente de la
economía, como saber teorético o contemplativo de procesos definidos a
fortiori como "necesarios" es sólo el caso más llamativo, por lo forzado, de
esa disociación entre conocimiento y acción que los pragmatistas
denuncian. También muestra con especial crudeza las penosas
repercusiones que de ello se siguen para el control del hombre sobre su
propio destino.
BIBLIOGRAFIA
Campbell, J., The Community Reconstructs: The Meaning of Pragmatic Social
Thought. University of Illinois Press, Chicago 1992.
Catalán, M., Pensamiento y acción: la teoría de la investigación moral de
John Dewey. PPU. Barcelona 1994.
Dewey, J., La reconstrucción de la filosofía . Aguilar, Buenos Aires 1955.
Thayer, H.S., Meaning and Action: A Critical History of Pragmatism . Hackett
Publishing Co., Indianápolis 1981.