Norberto Fernandez-La Evaluacion de Docencia
Norberto Fernandez-La Evaluacion de Docencia
Norberto Fernandez-La Evaluacion de Docencia
http://www.rinace.net/riee/numeros/vol1-num3_e/art7.pdf
La Evaluación de la Docencia Universitaria en Argentina. Situación
Problemas y Perspectivas
Norberto Fernández y Natalia Coppola
E
l tema de la calidad de la educación en general y de la educación superior en particular, comienza a
afirmarse en el escenario y en la agenda de la educación mundial con el advenimiento del denominado
“Estado evaluador” (Neave, 1988), a principios la década de los noventa. La calidad en la educación es
un concepto clave en tanto se considera un bien público y se declara como un factor determinante de la
competitividad de un país. Sin bien aún está abierto el debate acerca de la definición y los componentes
de los procesos de evaluación y la acreditación, se coincide en que la calidad y la excelencia son
propósitos fundamentales, más allá de la estructura metodológica o conceptual que les oriente.
Como se expresa en el artículo de Fernández Lamarra y Marquina, 2008, la “profesión académica” como
objeto de investigación ha cobrado importancia en las últimas décadas, de forma paralela al crecimiento
y afianzamiento de la educación superior como campo de investigación. Si bien desde los setenta se
desarrollan importantes estudios sobre el profesorado universitario y sus espacios de trabajo (Bourdieu et
al., 1975; Geertz, 1976), fue durante los ochenta que, a nivel internacional, se ha ido generalizando el
estudio de las distintas políticas que impactaron sobre el trabajo de los académicos, sus contextos y sus
dimensiones, considerando a estos sujetos como centrales para el análisis del sistema universitario de un
país, incluyendo la evaluación de la docencia universitaria (Clark, 1987).
Estos desarrollos coinciden con las reformas de los sistemas de educación superior a nivel mundial. Según
Becher y Trowler (2001), el requerimiento de “performatividad” investigadora ha cambiado la naturaleza
del trabajo académico. Otros estudios analizaron los efectos de estos cambios en las identidades
académicas (Henkel, 2000) y el rol de éstos en la mejora de la productividad del sistema universitario y de
su subsistema científico y tecnológico. Estos avances sostuvieron que la mayoría de estos cambios fueron
externos a las disciplinas, las que tradicionalmente definían el carácter de “lo académico”. En ese
contexto, existe un renovado interés por la evaluación de la docencia universitaria, en tanto juega un
papel fundamental en la mejora de las instituciones y es una de las funciones esenciales de la universidad
(Fernández Lamarra y Marquina, 2008).
En Argentina, el espacio de producción sobre el tema es muy incipiente. Existen algunos trabajos
exploratorios, otros se remiten a casos institucionales o disciplinares específicos, no registrándose
estudios empíricos de alcance nacional. En términos comparados con países de la región –como Brasil,
Chile o México– así como con el resto del mundo, en Argentina el tema de la evaluación de la docencia
universitaria constituye un área de vacancia que, a la vez, limita la interpretación de los estudios que
toman como objeto los cambios recientes en nuestro sistema de educación superior.
En este trabajo nos proponemos desarrollar un panorama general sobre la evaluación de la docencia
universitaria en Argentina, a partir de distintas fuentes de información y del análisis de experiencias
realizadas en distintas universidades y de datos preliminares obtenidos por la aplicación de la encuesta
adaptada al país del Proyecto The Changing Academic Profession: an Internacional Research Project
(CAP) 1 .
1
Universidad Nacional de General Sarmiento, Instituto de Desarrollo Humano (IDH), Universidad Nacional de Tres de Febrero Núcleo
Interdisciplinario de Formación y Estudio para el Desarrollo Educativo (NIFEDE), PICT Redes La profesión académica en proceso de cambio. Un
proyecto internacional. Directores del capítulo argentino: Norberto Fernández Lamarra y Mónica Marquina.
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Sin embargo cualquiera fuera su orientación “lo sustancial en la evaluación de la docencia universitaria
es la mejora de profesor y de la institución. Un sistema evaluativo de alta calidad deberá constituirse en
el equilibrio dinámico entre la mejora de la calidad del centro-institución educativa- y la mejora del
profesorado” (Mateo, 2000).
Así como en la implementación de las evaluaciones subyacen conceptos de calidad, de política educativa
y de definiciones sobre la valoración, surgen también diferentes metodologías de operación. Si bien no
vamos a adentrarnos en un detalle de las mismas, 2 las más usuales para la evaluación de la docencia
universitaria son: las encuestas a alumnos y profesores; la realizada por pares, las autoevaluaciones, el
uso de portafolios y diarios académicos; el resultado de los rendimientos de los alumnos, evaluaciones e
informes de las autoridades de las instituciones; la evaluación de expertos, los resultados de
investigaciones, etc. En Argentina, el uso de encuestas, de resultados de aprendizaje (cantidad de
graduados, promociones por cohorte, calificaciones promedio, etc.), de resultados de investigaciones y la
realizada por pares son las formas más frecuente de evaluación de la docencia universitaria.
Por otra parte, en las distintas concepciones y formas de puesta en marcha de los procesos de evaluación,
también se definen diferentes roles para los distintos actores de la comunidad educativa: docentes,
alumnos, directivos, evaluadores y expertos, agencias y para la sociedad. En este sentido, Fernández
Lamarra (2004) señala que “para cada actor la evaluación se referencia a un objeto distinto: para los
académicos se refiere a los saberes; para los empleadores a competencias; para los estudiantes a la
empleabilidad; para la sociedad a ciudadanos respetables y competentes; para el Estado, según la
concepción que asuma, puede variar de aspectos vinculados con el desarrollo social y humano a la
eficiencia, a los costos y a los requerimientos de capital humano”.
Siguiendo el planteo de Vain (1998), los posibles aportes y limitaciones de cada tipo de actor en la
evaluación de la docencia podrían analizarse desde:
Los docentes: como gestores principales de la enseñanza, poseen una particular mirada acerca de las
condiciones de trabajo, sus ideas y creencias sobre la enseñanza, sobre los alumnos, la universidad, la
ciencia, etc.; y sobre la docencia como función, “que muchas veces aparece anónima o aparentemente
desvinculada de su situación concreta en las evaluaciones”. En este sentido, el autor advierte que “la
autoevaluación en el contexto de la carrera docente puede adquirir cierto grado de autocomplacencia,
habida cuenta de las posibles consecuencias que ésta podría tener en la estabilidad laboral y la escasa
difusión de las prácticas autoevaluativas entre los docentes universitarios” (Vain, 1998).
Los estudiantes, quienes son potenciales críticos de esta actividad ya que son los principales implicados
por las consecuencias de la enseñanza y quienes establecen una relación cotidiana con el profesor,
aunque limitada a un tiempo escaso de contacto. En este sentido, el autor citado, señala que será
fundamental, para obtener datos significativos de esta fuente, garantizar la confidencialidad de la
información. Como limitaciones pueden mencionarse: la ausencia de una cultura de la autoevaluación en
el propio alumno (ausencia de evaluaciones formativas); la acentuada presencia de evaluaciones para la
calificación –examen–, la disparidad de niveles entre los ingresantes y los alumnos avanzados o el
desconocimiento –en la mayoría de los casos– sobre las condiciones de trabajo de los docentes.
2
Mayor referencia sobre los modos de evaluación de la docencia universitaria se pueden encontrar en Rueda Beltrán (2006).
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La evaluación por pares permitiría generar un marco de evaluación más amplio, que sitúe la actividad
docente en relación con los planes estratégicos de la institución, aportar elementos de comparabilidad y
prospectiva. “Sin embargo el obstáculo principal es el escaso desarrollo de la cultura evaluativa. Sumado
a las implicancias que en términos afectivos, de relaciones interpersonales o de intereses sectoriales
aporta la proximidad con quienes serán los evaluados, limitante ésta que se potencia todavía más en el
caso de la carrera docente. No obstante este mismo factor resulta en posibilidad, en tanto ambos
(evaluante y evaluado), comparten un mismo contexto, por cuanto el conocimiento sobre esa realidad es
más profundo y puede dar cuenta de lo procesual así como de la historia” (Vain, 1998).
Las autoridades institucionales: las limitaciones pueden darse, fundamentalmente en estructuras
organizativas verticalizadas, en relación con estilos de gestión más autocráticos y de escasa participación.
En estos casos la valoración estará muy sesgada por el sistema de organización y gestión que sustentan
los directivos. Sin embargo, la participación de las autoridades en los procesos de evaluación docente es
de vital importancia, porque esta tarea los acerca a una percepción directa de los aspectos que deberán
modificarse mediante acciones a desarrollar.
La evaluación a cargo de expertos plantea el riesgo de una visión externalista, construida desde sus
propias categorías, si estos expertos carecen de flexibilidad y disposición para interpretar el contexto en
el cual se desarrolla su intervención. Si por el contrario son permeables a escuchar las posturas de los
actores y hábiles para descifrar lo oculto y lo invisible, pueden realizar aportes sustantivos, sacando
provecho a su posición externa, que les posibilita estar menos involucrados con la institución y sus
actores, así como tomar distancia para observar mejor (Vain, 1998).
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La mayor parte de los docentes argentinos se desempeña con dedicación simple y es muy bajo el
porcentaje de profesores con dedicación exclusiva a diferencia, negativamente, de los de casi toda
América Latina, Estados Unidos y Canadá y los países europeos.
Entre 1989 y 2005 el porcentaje de docentes en las universidades públicas con dedicación exclusiva pasó
de 10.4% a 12.9% (con un pico de 13.6% en el año 2000), lo que muestra un mejoramiento muy leve. El
de docentes con semi-dedicación se mantuvo en el orden de 22% y aquéllos con dedicación simple
constituyen alrededor de dos tercios y tiende a quedar estabilizado en ese orden. Las universidades
privadas –en su conjunto– tienen una proporción menor aún de docentes con dedicación exclusiva o
semi, en comparación con las públicas (Fernández Lamarra, 2003; Fernández Lamarra y Pérez Centeno,
2007).
El tipo de organización del trabajo académico que predomina en las universidades, sobre todo en las más
tradicionales, es el de cátedra. En este esquema, la carrera docente universitaria está compuesta por una
serie de cargos organizados jerárquicamente, al frente de un profesor titular que es quien goza de la
condición de libertad de cátedra. Otras instituciones más nuevas se organizan bajo estructuras
departamentales, intentando diferenciarse de la verticalidad y rigidez de la cátedra. No obstante, los
distintos niveles de los cargos docentes no varían demasiado y, en muchos casos, se mantiene una
organización vertical del trabajo.
A diferencia de otros países del mundo y también de la región, poseer un título de posgrado no es una
condición generalizada en los académicos argentinos. En la encuesta del estudio CAP realizada sólo 22.7
% de los respondientes son doctores, y en similares porcentajes aparece la posesión de títulos de
maestría o especialización. En efecto, la explosión de la oferta de posgrado en Argentina es un fenómeno
reciente, enmarcada en la agenda de los noventa. Más de 80% de los académicos encuestados
manifiesta haber obtenido su título de posgrado a partir de 1990, y más de 50% a partir de 2000. Estos
datos están íntimamente asociados con el impulso político-universitario, dado en la dirección de obtener
perfiles docentes con mayor nivel de formación.
En este sentido, los docentes de este nivel tienden a ajustarse al modelo de académico implícito en las
políticas públicas universitarias implementadas en la última década, que van en línea con las tendencias
de los países centrales. El crecimiento del número de doctores, maestros y especialistas es un fenómeno
reciente. Asimismo, hay una leve tendencia a inclinarse por la investigación en las tareas de preferencia,
situación que va en línea con la tendencia internacional de los noventa pero que actualmente parece
revertirse en algunos países centrales. En Argentina, ambos aspectos analizados son criterios de
evaluación que aparecen en todos los procesos a los que se someten los académicos argentinos, ya sea
para obtener subsidios, para acceder a un cargo o para distinguirse respecto de sus pares al momento de
ser seleccionado como evaluador de proyectos, árbitro de revistas, o miembros de comités académicos.
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3
En Argentina las carreras de posgrado comprenden las especializaciones, maestrías y doctorados dictados por una institución universitaria o
instituciones reconocidas a tal fin.
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4
Desde el documento Lineamientos para la evaluación institucional se define que “la evaluación debe servir para interpretar, cambiar y mejorar
las instituciones y programas. Debe realizarse en forma permanente y participativa. Debe ser un proceso abierto, flexible y establecido en el
marco de la misión y los objetivos de la institución. Debe permitir: conocer, comprender y explicar cómo funcionan las universidades para poder
interpretarlas, mejorarlas y producir innovaciones y cambios; contribuir al mejoramiento de las prácticas institucionales; enriquecer la toma de
decisiones; mejorar la comprensión que los actores tienen de la institución; estimular la reflexión sobre el sentido y significado de la tareas que
realizan”.
5
Es de señalar que las opiniones de los rectores difieren sustancialmente en su contenido: algunas son simplemente formales, otras son de
aceptación plena al contenido del informe, otras plantean puntos de vista distintos a los de la CONEAU sobre algunas partes del mismo y,
finalmente, algunas tienen opiniones muy discrepantes sobre el proceso de evaluación externa y los contenidos del informe en su casi totalidad.
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versión final y la envía al rector solicitándole sus opiniones; éstas se publican conjuntamente con el
informe de evaluación externa.
3) Evaluación final: generalmente se traduce en el informe de evaluación que se realiza en las
instancias centrales (ministerios, secretarías, comisiones, etc.). A partir de las informaciones
obtenidas a través de la autoevaluación y las evaluaciones externas se realiza un informe final que
es enviado a las instituciones y se considera un tiempo en que las instituciones pueden objetar o
complementar el informe. Se añade también una carta de respuesta del Rector, que en algunos
casos ha disentido con las conclusiones de las evaluaciones. Luego de ese plazo se elabora un
informe final que no es vinculante, con recomendaciones para la mejora, y que en general tienen
carácter público. 6
Ricco (2001) ha identificado dos criterios para organizar el listado de variables que se consideran en el
proceso de evaluación institucional:
1) legal-contextual: donde se detallan las funciones a evaluar: docencia, investigación y extensión
para todas las universidades (la función gestión únicamente en las nacionales) y se intenta abarcar
tanto “insumos y resultados de la actividad universitaria como sus procesos e impacto en el medio
social”.
2) ordenar la realidad institucional: este enfoque se refiere a considerar los distintos aspectos
institucionales como articulados y reveladores de los objetivos propuestos por las universidades
para el cumplimiento de sus funciones.
Estos dos criterios presentes en los informes de evaluación externa, dan cuenta que la evaluación de la
docencia está presente en todas las de la CONEAU aunque desde diferentes miradas: podría decirse que
en la acreditación de carreras de grado y posgrado el docente es evaluado como parte de un todo
“cuerpo académico” cuantificándose las titulaciones, antecedentes y trayectoria académica y de
investigación, pertinencia de su designación en relación con la formación y la actividad que desarrollará
en esa carrera, experiencia en dirección de tesistas, participación como jurado de concursos,
evaluaciones, editoriales, etc. En cambio desde las evaluaciones externas la mirada es más comprensiva,
tendiendo a describir el cuerpo académico en sentido de una evaluación formativa. Esto se manifiesta en
el análisis de los informes de evaluación externa que se desarrollará en el siguiente apartado.
En esta línea, Ricco (2001) indica dos formas de abordaje que predominan en el análisis de la función
docente en los informes de evaluación: la primera es considerar como unidad de análisis la universidad en
su totalidad aunque se incluyen referencias a ciertas facultades. La segunda trata de dar “sentido” a la
totalidad a partir de los componentes facultades o unidades académicas. Estas dos perspectivas
complementarias se manifiestan en cuanto al predominio “cualitativo” o “cuantitativo” del enfoque
aplicado, lo que se relaciona con los pares evaluadores y su formación teórica y disciplinar que lo lleva a
privilegiar aspectos en los cuales se siente más competente.
6
Se pueden encontrar las evaluaciones realizadas en la página web de CONEAU: www.coneau.gob.ar
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Se mencionan, entre otras, la congruencia del plan de estudio de la carrera con los fines institucionales y
el perfil buscado; la articulación del currículo con las expectativas sociales y del alumno y las
características de la organización curricular (rigidez, flexibilidad, actualidad, articulación con las
necesidades regionales y nacionales) pero poco se dice de un análisis de los canales de distribución del
poder; las imbricaciones de la función docente con el resto de las funciones a evaluar; la evaluación de
los aprendizajes, la práctica de los docentes en las aulas, etc. Hay un marcado sesgo de evaluar la
docencia universitaria como una parte de la universidad y no como una función en sí misma, lo que sí
ocurre con la investigación; quedando la primera –generalmente– subsumida a los parámetros de la
segunda.
Por otra parte, se observa que en el texto de CONEAU Lineamientos para la evaluación institucional se
afirma que:
[…] la tarea de enseñanza es uno de los principales contenidos de la institución y que las dimensiones que
la representan son: los actores (docentes y alumnos), el contenido y la carrera y los currículo (programa,
planes de estudio, etc) [pero, como señala Ricco (2001)] en los informes analizados no se observa que se
problematicen las dimensiones ni las recomendaciones a tener en cuenta a la hora de la evaluación de la
función docente.
De hecho, la autora indica que se dedican varias frases a la consideración del “actor” estudiantes (“tener
en cuenta sus expectativas”, “satisfacción del alumno como indicador de calidad”, etc.) pero no se dice
nada sobre el estatus del docente como garante del buen uso y del desarrollo de conocimientos en el
7
Peón (1999). Los casos analizados por Fernández Lamarra y Coppola para este trabajo son: Universidad Nacional de la Patagonia, Universidad
Nacional de Salta, Universidad del Aconcagua y Universidad de San Andrés.
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seno de la institución, ni que el análisis de la docencia se articule con las funciones de investigación,
extensión y gestión.
En este sentido, se debe atender también al objeto de evaluación y su configuración: la profesión docente
universitaria, cuya complejidad remite a la necesidad de análisis más profundos y a definiciones
conceptuales a la hora de evaluar. Como señala Souto (1996):
La pregunta, nuevamente en el caso de los profesores universitarios es: ¿cuál es esta profesionalización?
¿Se trata de hablar de la profesión de origen, la de ingeniero, médico, abogado, etc., o se trata de incluir
también la profesión docente? Es decir conceptualizar la profesión docente universitaria como un lugar de
encuentro entre dos campos: el de la docencia y el de las profesiones de origen, que son muy diversas.
Otro tema a considerar en los informes es la “presentación de indicadores cuantitativos, citados como
datos aislados, descontextualizadamente, la utilización de indicadores construidos en términos de datos
cuantitativos para evaluar la docencia universitaria, se convierte en un problema que no es no es
meramente una cuestión metodológica” (Vain, 1998).
Estas observaciones llevan a reflexionar sobre la necesaria valoración simultánea de las tareas de
enseñanza y de investigación, en los procesos de evaluación, pues ambas tienen implicaciones en relación
con el buen funcionamiento institucional. Más aún, esto se hace imperioso cuando las posibilidades de
estas interacciones afectan a la carrera docente y a su remuneración. Para evaluar la institución, la
función del docente debe ser concebida como una práctica compleja en estrecha relación con el resto de
las dimensiones:
[…] sin infraestructura edilicia adecuada, sin recursos materiales apropiados (bibliotecas, equipos
informáticos), sin personal de apoyo administrativo, el cuerpo docente se resiente, se conflictúa, tendiendo
a una precarización creciente de la función. Asimismo, los aspectos socio organizacional y sociopolítico de
la institución repercuten directa o indirectamente sobre el cuerpo académico (Ricco, 2001).
3.3. Las experiencias en las universidades
Como ya se mencionó, en Argentina, las universidades han ido desarrollando una estructura propia para
dar cuenta de los procesos de evaluación: estas unidades se concentran en un área o dirección (conocidas
usualmente como unidades pedagógicas) o bien tienen un estatus propio como direcciones o áreas de
evaluación.
En muchas universidades nacionales, en particular, las unidades pedagógicas tienen más de 30 años de
existencia y se encuentran estrechamente vinculadas con la función docente por ser el ámbito de consulta
permanente de profesores y autoridades en materia de diseño y desarrollo curricular, didáctica del nivel
superior, orientación vocacional. A ellas se les delega la función de realizar las autoevaluaciones y
evaluaciones de desempeño docente, la formación docente –a través de las carreras de posgrado y cursos
de pos-titulación–, además de las funciones ya mencionadas.
En el caso de la Universidad de Buenos Aires (UBA), la más importante de Argentina, existen estas
unidades en las facultades de Medicina, Farmacia y Bioquímica, Veterinaria, Agronomía, Derecho e
Ingeniería.
Daremos dos ejemplos de funcionamiento de las unidades pedagógicas: el primero es la Dirección de
Educación Odontológica y Asistencia Pedagógica de la Facultad de Odontología de la Universidad de
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Buenos Aires 8 y el segundo de una privada, la Universidad de Ciencias Sociales y Empresariales (UCES) que
tiene un área de evaluación continua. 9 En ambos casos, desde allí se realizaron las evaluaciones a los
docentes, con diferentes fines y abordajes.
En el primer caso, a partir de una Resolución Rectoral del año 1994 se establece que en la Universidad de
Buenos Aires se realizará sistemáticamente una evaluación y supervisión de la gestión docente. En
función de esa norma, la Facultad de Odontología realiza, adaptando los instrumentos a su contexto,
desde hace 10 años un proceso de evaluación a través de encuestas a los alumnos (hasta 2006 también a
profesores).
La encuesta –organizada con ítems cerrados y con preguntas abiertas– se aplica a 50% de los alumnos
regulares de segundo a sexto año, a partir de una muestra seleccionada. Las mismas son anónimas,
confidenciales, no vinculantes y aportan datos cuantitativos y cualitativos sobre aspectos del desempeño
docente: el programa, los objetivos, la relación con asignaturas de años anteriores, los contenidos y
estrategias de enseñanza, las formas de evaluación, la bibliografía, los recursos materiales, etc.
La información descriptiva, analizada e interpretada, se vuelca en un informe que es valorado por una
comisión ad hoc constituida por profesores de cátedras distintas a las evaluadas, quienes hacen la
devolución, con sugerencias para la mejora, a los docentes evaluados. No así a los alumnos. Cabe señalar
que las cátedras se constituyen en algunos casos hasta con 70 docentes y el relevamiento de los alumnos
abarca más de mil aproximadamente. También se aplican las encuestas a todos los alumnos de posgrado,
lo que da cuenta de la magnitud de la tarea.
Por otra parte, desde la unidad pedagógica, se realiza un curso de formación –carrera docente– que tiene
180 horas de desarrollo y cuyo objetivo es incentivar la relación entre docencia e investigación. A este
curso sólo asisten 30 postulantes seleccionados del conjunto de los docentes de la facultad; a quienes lo
finalizan se les entrega la certificación de “docente autorizado”, lo que les aporta antecedentes para los
concursos. También se asesora en el desarrollo de las escuelas de ayudantes de cátedras, que es una
iniciativa en pos de la formación pedagógica de quienes se inician en la docencia.
En el segundo caso es el de una universidad privada –UCES– en el marco de su proceso de evaluación
institucional, desarrolló una valoración a la totalidad de sus docentes, poniendo énfasis en aspectos
relativos a sus prácticas. Si bien se incluyeron encuestas anónimas a estudiantes y docentes, similares a
las descritas anteriormente, la particularidad de esta evaluación fue el carácter participativo y la inclusión
de entrevistas en profundidad a un importante número de profesores seleccionados. Los resultados de las
evaluaciones fueron discutidos con los docentes en su conjunto, lo que permitió, según lo expresado por
uno de sus participantes “incidir y mejorar algunas de las prácticas docentes que se realizaban” y en la
posibilidad de ver que “no sólo a mí me pasa esto o aquello”. Por motivos institucionales, esta práctica
evaluativa y el área responsable se discontinuó y actualmente sólo se realizan encuestas a los alumnos,
donde se evalúan algunos aspectos de las prácticas de enseñanza.
8
Se agradece la colaboración de la licenciada Claudia Finkelstein para la elaboración de este apartado.
9
Se agradece la colaboración del licenciado José Fliguer para la elaboración de este apartado.
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10
Universidad Nacional del Litoral, 1995.
11
La tradición de las universidades públicas en la Argentina, ratificada por el artículo 51º de la Ley de Educación Superior es que el ingreso a la
carrera académica debe hacerse mediante un concurso público y abierto de antecedentes y oposición. En los últimos años, sobre todo a partir de
las reformas de los noventa, se han implementado innovaciones en los sistemas de acceso a los cargos, especialmente en las nuevas
universidades creadas por entonces. En algunos casos se ha optado por una variación de la modalidad de concurso, en la que al momento de la
finalización del periodo, un jurado evalúa el trabajo realizado por el docente a cargo y se decide su renovación. Algunas universidades nacionales
han optado directamente por sistemas de contratación de docentes, renovables anualmente, al igual que en la mayor parte de las universidades
privadas, lo que genera a veces cierta inestabilidad de los cargos y funciones.
12
Las reglamentaciones para los concursos docentes son determinadas y aprobadas por cada universidad. En algunos casos hay normativa
específica por facultades o departamentos. Se han analizado cuatro reglamentos de concursos para la carrera docente de universidades públicas.
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institución hace un llamado abierto para la ocupación de un cargo –publicando el anuncio en medios de
difusión masiva–, los candidatos presentan una serie de documentos, que en su mayoría constan de:
currículum vitae, un programa para el desarrollo de la asignatura y cronograma de actividades,
documentación legal (titulaciones, avales, etc.) y completan una solicitud. En algunos casos se solicitan
otro tipo de documentos como seguro mala praxis (para las Ciencias de la Salud), propuestas de
actividades de investigación, transferencia, campo, etc. La selección se realiza a través de un jurado de
pares, con cargos de mayor jerarquía, que tiene como tarea evaluar las condiciones de los candidatos.
Generalmente se comunica de manera pública quiénes serán los miembros del jurado –los que pueden
ser “recusados por motivos fundados”– y la fecha de realización del concurso que es de carácter público
y consiste en la evaluación de los antecedentes curriculares, entrevista con cada candidato y el desarrollo
de una clase según un tema que se asigna por sorteo. El jurado elabora un orden de mérito de los
candidatos, en virtud de una grilla 13 pre-establecida por cada reglamento y de su propia evaluación.
Cualquiera de los candidatos puede plantear un recurso de alzada, si considera que el procedimiento no
ha sido correcto, lo que impugna el accionar hasta la decisión institucional de dar curso o no a dicha
solicitud. Si un concurso resulta vacante –o es aceptada una impugnación– se vuelve a comenzar con el
mecanismo. En el caso de cargos para profesores, la duración de las designaciones de los concursos
alcanza a 6-7 años, momento en el cual vuelve a convocarse un concurso abierto para el mismo cargo. En
el de los auxiliares, el periodo es menor.
El concurso docente le da al interesado el estatus de “regularidad” o estabilidad por el tiempo de
duración del concurso lo que implica que el docente no puede ser removido –salvo por causa extrema– y
que ha adquirido la “ciudadanía universitaria” que le permite elegir y ser elegido en las diferentes
instancias de gobierno universitario. Así, la complejidad de este mecanismo de “concurso” está dada por
su doble implicancia de calidad para la actividad académica y de incidencia política. Siguiendo este
planteo, en Argentina, la incidencia política de los concursos se manifiesta en el “uso de los concursos”
en tanto los manejos e influencias de los intereses de las autoridades universitarias sobre los mismos,
dado que el estatus de “docente concursado” habilita para el ejercicio de una “ciudadanía universitaria”
lo que incide en el gobierno de la institución. Por otra parte, un tema crítico son los tiempos en que se
llaman a concurso, en particular en las universidades nacionales, ya que pueden pasar más de cinco años
sin convocatoria o sin conformación de un jurado. Sin embargo, el bajo porcentaje de docentes
concursados en las nacionales se debe no sólo a la complejidad de la sustanciación de los concursos sino
también a decisiones políticas que inciden en el retraso o adelantamiento de los mismos, que claramente
tienen el potencial de determinar la composición política del gobierno de las universidades. A esto, debe
agregarse la restricción de los recursos financieros, lo que agrava la situación de congelamiento de cargos
o genera mecanismos informales de nombramiento, que con el tiempo se vuelven regulares como los
cargos interinos.
Distintos planteamientos críticos se han ido construyendo alrededor de los concursos y la función
docente, tanto en la forma en que se la conceptualiza como en la que se la evalúa. Tal como señalamos,
en los concursos se presentan los antecedentes académicos, profesionales, docentes y en investigación de
los candidatos y se solicita dar una clase, de carácter expositivo, ante el jurado, cuyo tema es elegido al
azar (48 horas, una semana o un mes antes de la fecha de concurso, según los distintos reglamentos).
13
Grilla es un formulario pre determinado con casilleros que implican un ordenamiento, para este caso los casilleros contienen estándares pre
establecidos (por ejemplo una encuesta donde una x en bueno, malo, regular) es decir que cada uno tiene un valor asignado.
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Pueden hacerse dos observaciones importantes al respecto: por un lado, el peso relativo bajo que para la
evaluación de los antecedentes tiene la docencia, ya que recae más en los antecedentes académicos y de
investigación; y por otra parte, el hecho de “dar una clase” ante un jurado, sin alumnos, es una situación
forzada y sin contexto real y con un tiempo, generalmente escaso para su preparación (en la mayoría de
los reglamentos es de 48 horas).
Otro tema a considerar, son las garantías sobre la igualdad de oportunidades y la equidad en la
evaluación, ya que los concursos no significan una garantía absoluta de las condiciones señaladas ni
tampoco de ser el mejor sistema de selección de personal académico. Tanto en la reglamentación como
en la administración de los concursos intervienen actores directa o indirectamente involucrados, que
pueden sesgar las reglas y procedimientos en dirección a sus intereses. Vain 1998, da claros ejemplos de
estos casos:
[…] las discusiones de las grillas para la evaluación de antecedentes, puede recomendarse que en el rubro
titulación se tome el de mayor jerarquía académica, con el propósito de lograr mayor objetividad o tomar
la totalidad, por considerar que no es lo mismo poseer una sola formación de grado que dos o tres. O bien
considerar que en una carrera profesionalista la experiencia profesional es más importante que los
antecedentes en investigación, pero también que al tratarse de un concurso para acceder a un cargo en la
docencia universitaria, la investigación debería ocupar un lugar relevante en los antecedentes. En otros
casos, los jurados externos se encuentran con sistemas de evaluación muy cerrados que establecen
puntajes para cada tipo de antecedente, previamente establecidos por la universidad o la facultad, dejando
a su discreción sólo la aplicación de los cálculos. En otros el sistema es tan abierto que da lugar a
arbitrariedades en las decisiones; los jurados terminan apelando a su experiencia o criterio, que muchas
veces no guardan relación con las condiciones del contexto local y regional, produciéndose así inequidades
como consecuencia de la aplicación de ciertos patrones o criterios válidos para otras realidades.
Señala Souto (1996) que “una tensión que habitualmente se produce en la toma de estas decisiones es
entre una evaluación basada en la meritocracia y otra asumida desde un proyecto institucional”. El
sustento de estos sistemas es que las universidades o las unidades académicas deben orientar, mediante
la definición de los mismos, el tipo de personal académico que les interesa incorporar.
4.2. La formación permanente de la docencia universitaria
Siguiendo con el planteo inicial, las políticas para la mejora de la enseñanza en la universidad deben
incluir el desarrollo de políticas de formación en docencia universitaria permanente destinada a la mayor
cantidad de docentes. En este sentido, las distintas propuestas, como espacios de formación continua,
plantean el dilema sobre la propia profesión: ¿se forma desde la disciplina o desde la docencia en sí?
Considerando que la identidad de un profesor universitario debería estar definida tanto desde su
disciplina de base como por su condición de profesor (pedagógica), la formación continua debería reflejar
ambos aspectos, en pos de una permanente actualización de los contenidos disciplinares y pedagógicos.
En este aspecto, durante los noventa, se pudo observar una “explosión de carreras de posgrado
puramente dedicadas a la formación en docencia universitaria”. Muchas de ellas eran cursos de
actualización o perfeccionamiento docente que tomaban aquellos que, en general, iban a concursar un
cargo docente para tener mayores antecedentes. Sin embargo, el campo de la docencia universitaria se
jerarquizó en tanto se trasformaron estas propuestas en carreras de posgrado, aunque aun tienen un
peso relativo en los concursos ya que no son obligatorias para ser docente en la universidad.
Según información de la CONEAU, al año 2008, hay 81 carreras de posgrado acreditadas (40
especializaciones y 41 maestrías) relacionadas con la docencia y gestión de la educación superior
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Para un mayor desarrollo de estos temas se sugiere la lectura de Porter (2003).
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Se agradece la colaboración de Cristina Palacios y Celina Curtis, funcionarias responsables de este Programa en el ámbito del Ministerio de
Educación.
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Habida cuenta de la escasez de concursos en las universidades nacionales se ha modificado la resolución en relación con las categorizaciones y
con los cargos de quienes acceden a ella.
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de la vigencia del Manual de Procedimientos donde la evaluación de la gestión tuvo un alto puntaje.
Brinda como ejemplo el caso de Carlos Aldao, investigador I, de la Universidad Nacional de Mar de Plata,
quien escribió “lo que él mismo denomina su paper más conocido: aplicando la grilla de evaluación, toma
los casos de un Rector XX que era categorizado I y de Albert Einstein, quien al final de su vida lograba la
categoría II por haber recibido el premio Nobel (60 puntos). Aldao y otros investigadores renunciaron a
ser evaluadores del Programa de Incentivos”.
Siguiendo esta, línea Vain (1998) describe una paradoja ya que plantea que quienes critican al Programa:
[…] por considerarlos vulnerables como modalidades de evaluación, luego toman los resultados de los
mismos como verdades absolutas e indiscutibles. […] Es decir, se realizan críticas a la forma en que se
realizaron las categorizaciones del Programa de Incentivos, pero a la hora de proponer la designación de
un equipo evaluador solicitamos que sus integrantes sean Categoría I o II o al momento de evaluar la
enseñanza en una universidad, tomamos como indicador la: relación de Docentes-Investigadores en el
Programa de Incentivos sobre Total Docentes. Lo que hasta ahora era un dato relativo, por el
cuestionamiento al cual se había sometido la metodología que lo produjo, milagrosamente tornó en un
dato tan fidedigno que puede ser unívocamente útil para valorar la enseñanza en la universidad.
Sin embargo, la mayor contradicción manifiesta es el rol de la docencia en el Programa de Incentivos
Docentes. Si bien se contempla la realización de actividades propias, la docencia es evaluada desde la
investigación y la producción; por ello parece ser responsabilidad de cada universidad; desde el Programa
está aún pendiente de resolución este aspecto, pues solamente se auditan la cantidad de horas de clase
dictadas –con un aval de la Secretaría Académica de cada universidad – pero no se evalúa la calidad de
la actividad en docencia ni si hay realmente una transferencia de las investigaciones a la docencia de
grado o posgrado y viceversa.
4.7. Algunos datos estadísticos
Según datos del año 2006, percibieron la segunda cuota de incentivos un total de 19 mil 903 docentes,
representando la Universidad de Buenos Aires 14.8%; la de La Plata 9.5 % y la de Córdoba 8.6% del
total. En cuanto a la dirección de “proyectos de investigación incentivados”, los datos dan cuenta de que
hay 4 mil 650 directores de proyectos con incentivo, lo que representa un 23.36%. Este dato adquiere
relevancia considerando el total de los proyectos incentivados que no siempre son dirigidos por docentes
con incentivos sino que algún miembro del equipo percibe el mismo; en este sentido, 76.64% (15 mil 253
docentes incentivados) participan de proyectos de investigación y perciben en distintas categorías el
incentivo docente. Cabe señalar que en este aspecto, se estaría logrando el objetivo de “romper” con las
estructuras de proyectos unipersonales al incluirse en los mismos docentes incentivados, con distintas
categorías.
En cuanto a la categoría de docentes-investigadores que perciben el incentivo, año 2006, segunda cuota,
la situación es la siguiente:
Categoría Cantidad total Porcentaje
Total 19 903 100
I 2 043 10.26
II 2 672 13.43
III 6 302 31.66
IV 4 936 24.80
V 3 950 19.85
Fuente: Programa de Incentivos, 2da cuota, 2006, Ministerio de Educación
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Es llamativa la cantidad de docentes en categoría III y IV, considerando los requisitos para categorización,
lo que, más allá de la flexibilidad propuesta por el Programa, está marcando una relación directa con la
falta de concursos y promociones internas en la carrera docente.
En cuanto a las áreas de conocimiento, los docentes incentivados provienen de distintas áreas:
Ciencias Naturales: 33%
Tecnológicas: 13.2%
Agricultura: 11.8%
Sociales: 21.5 %
Humanas: 12.5%
Médicas: 7.5%
En este sentido se observa que hay un predominio de docentes incentivados en el área de Ciencias
Naturales, se seguidos por la suma de los porcentajes de Tecnología y Agricultura. Sin embargo, es
destacable el número de docentes incentivados del área de Ciencias Sociales, lo que implica una apertura
en la investigación, tradicionalmente arraigada en las primeras áreas mencionadas.
Otro dato interesante es el tema de género, donde se manifiesta la tendencia hacia la feminización de la
docencia e investigación. Del total de docentes-investigadores incentivados (19 mil 903) un 60.4% (12
mil 24) son mujeres y el 39.5% (7 mil 879) son hombres. En cuanto a las áreas disciplinares según género
en porcentaje:
Femenino Masculino
Ciencias Naturales 58.5 41.4
Tecnológica 40.1 59.8
Médica 71.88 28.1
Agrícola 52.1 47.8
Sociales 69.9 30.0
Humanas 71.2 28.7
Total 60.4 39.5
Fuente: Programa de Incentivos, 2da cuota, 2006, Ministerio de Educación.
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The Changing Academic Profession Project (CAP), llevado adelante por una red de instituciones de 21 países: Estados Unidos, Alemania,
Holanda, Francia, Reino Unido, Finlandia, Noruega, Portugal, Italia, República Checa, Japón, China-Hong Kong, India, Malasia, Rusia, Sudáfrica,
Canadá, México, Brasil y Argentina. Al respecto, se pueden consultar las siguientes páginas: http://www.capstudy.org,
http://www.une.edu.au/chemp/projects/cap/index.php, http://www.usm.my/ipptn/fileup/CAP.pdf, http://en.rihe.hiroshima-u.ac.jp/hourouki.php
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Fuente: Resultados de la Encuesta capítulo Argentina para la Investigación CAP, UNTREF/UNGS, 2007.
En cuanto a la docencia, se observa que hay muy poca diferencia entre quienes responden que son los
pares miembros de los departamentos y la Dirección del mismo quienes evalúan (46.30% y 46.69%,
respectivamente), lo que es consecuente con lo señalado anteriormente. También es llamativo el
porcentaje de respuestas sobre la evaluación de la docencia por parte de los estudiantes (60.72%). Es
considerable el porcentaje de respuestas sobre autoevaluaciones (42.16 %).
En relación con la investigación se señala como dato relevante el porcentaje de respuestas sobre la
evaluación externa (53.72%), siendo ésta una práctica instalada a la hora de evaluar investigaciones, no
así la docencia (15.48%). La extensión en cambio, es la actividad menos evaluada: de hecho un 20.39%
de respuestas indican que nadie evalúa dichas actividades.
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desarrollen procesos colectivos de diálogo, reflexión y construcción sobre los aspectos éticos,
relacionales, educativos. Es decir crear reales comunidades de aprendizaje.
Es necesaria la integración de la evaluación de la docencia, como una actividad compleja y en
permanente interacción con las distintas dimensiones del quehacer institucional. Como señala
Vain (1998), “el proceso de evaluación universitaria debería abarcar la totalidad del quehacer
institucional, incluyendo las distintas prácticas: gobierno y gestión, producción y distribución
del conocimiento, concepciones sobre la enseñanza y el aprendizaje, la práctica educativa y el
modo en que éstas se articulan entre sí, configurando el perfil particular de una determinada
universidad”.
La docencia debe ser considerara como una de las principales funciones de la universidad, “ya
que mediante ella se pretende cumplir con los propósitos formativos que habiliten a los
estudiantes para el campo profesional del mundo laboral y social. La docencia universitaria y su
evaluación comparten una serie de problemas atribuidos a la función docente de todos los
niveles escolares y de su trayectoria histórica” (Rueda 2006).
Para avanzar hacia un modelo comprensivo de la evaluación de la docencia universitaria en Argentina y
en América Latina que contribuya al desarrollo personal y profesional del docente, así como la mejora de
la institución, es necesario comprender que el desarrollo profesional no es algo inherente sólo a los
profesores, sino que es un proceso de crecimiento de la institución educativa, de la comunidad educativa,
que compete a todas las personas que pueden tener algún impacto en la docencia, como también en sus
aspectos organizativos y los recursos que se aplican. Se trata de un modelo de evaluación y desarrollo
profesional que implica un compromiso integral de la universidad y de todos aquellos elementos que
intervienen favoreciendo la mejora profesional y a la institución. Como señala Mateo (2000) “la
evaluación de la docencia universitaria cobra significado cuando se integra en el concepto de evaluación
a la docencia, como una función y responsabilidad de la universidad y de todos aquellos que intervienen
en su desarrollo”.
Esperamos que este trabajo pueda aportar al debate y la reflexión en este Seminario y contribuya
eficazmente a concretar el desafío que implica la construcción de un modelo integral de evaluación de la
docencia, que asumimos como docentes e investigadores en procura de impulsar y fortalecer nuevas
tendencias en materia de evaluación de la docencia y de la calidad de la educación superior en América
Latina.
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