Yeti Vaya Que Timo

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Serpientes marinas gigantes, pulpos

con masas calculadas en toneladas,


misteriosos marsupiales, hombres
de Neandertal y otros homínidos
salvajes, perezosos gigantes,
monstruos acuáticos, brontosaurios,
pterosaurios, mamuts… Un cajón de
sastre borgiano donde cabe todo
tipo de bichos raros. En 1986,
Bernard Heuvelmans, el inventor del
término criptozoología («estudio de
los animales ocultos») puso un poco
de orden en el mundo de esos seres
«escondidos» y redactó una lista —
que sigue creciendo— en la que
incluyó a todos los anteriores más
otros como el chupacabras, el
monstruo del Lago Ness y el
abominable hombre de las nieves.
Desde luego, nunca tendremos una
buena fotografía de ninguno de
ellos. Como siempre, las fotos
saldrán borrosas por culpa de la
humedad de las lentes, o al
fotógrafo se le caerá la cámara en
medio de un río lleno de
hipopótamos, o se la robará un
travieso monito…
Título original: El yeti y otros bichos
¡vaya timo!
Carlos Chordá, 2007

Editor digital: Colophonius


Escaneo: sirmath
ePub base r1.2
Deseo proponer a la favorable
consideración del lector una
doctrina que, me temo, podrá
parecer desatinadamente
paradójica y subversiva. La
doctrina en cuestión es la
siguiente: no es deseable creer
una proposición cuando no
existe fundamento para suponer
que sea cierta.
Bertrand Russell
Querido
divulgador…

… de lo paranormal, de la «verdad» que


está ahí fuera; de ese mundo situado al
otro lado de los límites del saber
humano; de ese supuesto universo de
avanzados conocimientos científicos,
tecnológicos y éticos legados por
antiguas civilizaciones; de esa realidad
que la ciencia no puede ni quiere
explicar; de los expedientes
confidenciales que, gracias a tus
contactos y denodados esfuerzos, eres
capaz de conseguir…
Querido apologista de lo
paranormal, que con tu buen hacer
pronto conseguirás que los gobiernos de
las naciones todas, más la NASA, la
OTAN, la ONU, la UEFA y demás
organizaciones conspiradoras,
reconozcan que todo lo que afirmáis tú y
tus colegas es nada menos que la verdad
absoluta.
Querido anónimo aventurero de lo
paranormal, a ti me dirijo y dedico este
humilde libro.
También podría dirigir esta carta a
ti, paisano Juan José Benítez, que sin
mudar la expresión del rostro has
afirmado que la humanidad está siendo
visitada por 3000 razas distintas de
seres extraterrestres, o que has
declarado en una entrevista que tus
detractores somos agentes de los
Servicios de Inteligencia. A ti, a quien
Televisión Española, que tanto dinero
nos cuesta a quienes pasamos por la caja
de Hacienda, te proporcionó un dineral
para que viajaras por todos los
continentes. Tú, que como resultado de
ese viaje de millones de kilómetros de
sangre, sudor y lágrimas, nos ofreciste
una serie documental, Planeta
encantado, en la que soltabas, sin rubor
alguno, lindezas como que —y son tan
sólo un breve muestrario, según sabes—
Jesús de Nazaret estuvo en el coliseo
romano, a pesar de que fue construido
después de su muerte; o que los egipcios
no sabían escribir (¿qué carajo son,
entonces, sus hermosos jeroglíficos?); o
que los astronautas de una de las
misiones Apolo filmaron en la Luna una
base alienígena en ruinas, película que
nos mostraste como auténtica, pero que
se realizó por encargo tuyo en unos
estudios de animación.
O a ti, Charles Berlitz, que tuviste la
feliz idea de trazar en un mapa del
Océano Atlántico un triángulo, te
aseguraste de que «precisamente ahí»
habían desaparecido unos cuantos
barcos y aviones —en proporción
similar a la del resto de océanos del
mundo, considerando el tráfico, las
condiciones meteorológicas y su
extensión—, adornaste los casos reales
con datos y testimonios inexistentes,
incluiste en la zona unas cuantas
desapariciones ocurridas a miles de
kilómetros, inventaste un buen puñado
de desapariciones inexplicables, y te
forraste con el invento del enigmático
Triángulo de las Bermudas.
O a ti, Pedro Amorós, director de la
Sociedad Española de Investigaciones
Parapsicológicas, SEIP, institución que
debe su «prestigio», sobre todo, a los
(perdón, las) caras de Bélmez. Con qué
seriedad escenificabas tu papel cuando
decías: «Hay que descartar que sean
fantasmas, pues no se mueven como
ellos», refiriéndote a las figuras
humanas captadas en la grabación de un
rascacielos madrileño en llamas (¿cómo
se mueven los fantasmas?). A ti, que no
tienes reparo en mentir asegurando que
eres ingeniero informático o asesor del
instituto SETI de la NASA (por cierto,
ni siquiera te molestaste en comprobar
que el SETI no pertenece a la NASA).
Debiste cogerle gusto a eso de no decir
la verdad: también inventaste que eras
asesor de la CNN, de la BBC o de la
serie de televisión Expediente X…
O a ti, Bruno Cardeñosa, que dices
que en la película americana Tres
solteros y un biberón se ve, sin ningún
género de dudas, el fantasma de un niño
asesinado tiempo atrás en el
apartamento neoyorquino donde se
filmó. Aunque si ver fantasmas es algo
raro, más raro es que no des el brazo a
torcer incluso cuando te dicen que la
película no se grabó en Nueva York sino
en unos estudios de Toronto, Canadá. Y
que la silueta que se veía tras la cortina
era una figura promocional de cartón,
algo mucho más común que un espíritu
atormentado. Claro que este tipo de
historias son las que nutren tus artículos
en varias publicaciones esotéricas,
habitualmente tan absurdos como los
argumentos del libro El código secreto,
los misterios de la evolución humana,
en el cual pretendes echar por tierra
todos los conocimientos actuales sobre
la evolución humana, y donde se
evidencia tu nivel de conocimientos en
genética, antropología, paleontología,
anatomía, estratigrafía y unas cuantas
disciplinas más.
O a ti, Enrique de Vicente, director
de la revista Año Cero, publicación en
la que no sólo los artículos, las noticias
y los reportajes son de traca, sino que
hasta la publicidad podría ser un filón
para el programa de humor El club de la
comedia. ¿Qué me dices del generador
de ondas Beta-Alpha-Theta-Delta, con
48 programas, algunos tan
impresionantes como los de claridad
mental, energización, modificación de la
personalidad o pensamiento superior?
¿Qué me dices del poderoso Sello de
Salomón, magnetizado especialmente
mediante un procedimiento de carga
vibracional, y al que se le atribuye
fuerza, abundancia, poder, protección y
bendición? ¿O del genial Megabrain,
que nos permite un aprendizaje
acelerado, una relajación autógena o un
equilibrio de los chakras, amén de
fortalecer el sistema inmunitario o
acabar con la adicción a las drogas?
¿Has probado la utilidad de los
detectores de Biomasa, o lo que es lo
mismo, de fantasmas, tal y como traduce
el anunciante? Supongo que sí, dado que
tu revista afirma que «investiga sobre la
seriedad de sus anunciantes». Como
comienzas el editorial del ejemplar que
tengo ante mí con un sincero: «Hay
meses en los cuales el escéptico que hay
en mí…».
O a ti, Eric von Däniken,
responsable de la idea de que los
grandes logros escultóricos y
arquitectónicos de los antiguos no
europeos (pirámides, moáis, líneas de
Nazca y tantos otros) son obra de
extraterrestres. Claro que no dices lo
mismo del Partenón o del acueducto de
Segovia… ¿Racismo?
Tampoco me olvido de ti, Jaime
Maussan, periodista del hermoso país de
los mariachis, que desde los estudios de
televisión ofreces un variado muestrario
de embaucadores ufólogos, astrólogos,
videntes, iluminados, abducidos,
quirománticos… Que todavía sacas a
colación el sobado asunto de Roswell.
Que afirmas que, siendo presidente,
Eisenhower estuvo de charla con dos
extraterrestres. Que muestras en tu
programa la fascinante capacidad
lectora de una niña con los ojos
vendados (percepción dermoóptica,
llamas a eso), capacidad que se esfuma
cuando un escéptico interpone una
carpeta entre los huecos que deja la
venda a los lados de la nariz y el texto
que supuestamente lee a través de las
yemas de los dedos…
O a ti, Iker Jiménez, quien desde la
radio, gracias a tu programa Milenio 3,
y últimamente también desde la
televisión, con Cuarto milenio, nos
deleitas con absurdos tales como que los
astronautas no llegaron a la Luna, pero
que una vez allí se encontraron con
terribles misterios. Tras una ardua
investigación por parte de todo tu
equipo diste a conocer el escalofriante
caso del cosmonauta Istochnikov, que la
Unión Soviética borró supuestamente de
la historia (y de las fotografías
oficiales) de un plumazo por ser
conocedor de los detalles de una misión
espacial fracasada. Más aún, añadiste
que su familia fue deportada a Siberia y
que sus amigos más íntimos fueron
silenciados de diversas maneras. Lo que
tan profunda investigación no consiguió
averiguar fue que Istochnikov es la
traducción al ruso del catalán
Fontcuberta («fuente cubierta»),
apellido del fotógrafo que se incluyó,
disfrazado de astronauta, en un montaje
de textos, fotografías y vídeos realizado
para una instalación realizada en 1997
para la Fundación Telefónica, y expuesta
en muchas ciudades. A ti, Iker, que con
tu dulzura característica ofendes la más
elemental inteligencia mostrando una
foto trucada en la que se ven niñas
fantasmas en un cementerio; que vives
de los contactados, los poltergeist, las
casas encantadas, los ovnis y los
fantasmas; que pretendiste involucrar a
planetarios y museos de la ciencia en
una alerta ovni sin explicar tu auténtico
propósito. Y todo esto sin despeinarte.
En una reciente entrevista, decías, muy
digno:

En nuestra sociedad actual, todo


vale. La gente se vende o se
humilla por cualquier cosa, todo
por salir en la tele.

Querido anónimo divulgador de lo


paranormal, sabes perfectamente que
muchas personas se esfuerzan día a día,
desde muy variadas ocupaciones, en
descifrar el funcionamiento de la
naturaleza, averiguar nuestra historia,
mejorar las condiciones de vida de los
más desfavorecidos, perfeccionar los
tratamientos de los miles de
enfermedades a que estamos expuestos,
reducir las tensiones entre gentes con
distintos credos, educar a nuestros niños
y jóvenes, utilizar la razón, en definitiva,
para despejar las tinieblas de la
ignorancia. Como sabes también que la
ignorancia es el camino más corto a la
miseria, la pérdida de libertades, la
intolerancia y el fanatismo, y a ser
víctima del engaño y la manipulación.
Tu tarea consiste en tirar en dirección
contraria. Lo sé, es una acusación
terrible.
No estaría bien que intentaras
justificarte con el rollo ése de que eres
un perseguido por la ciencia oficial; eso
de que tus teorías son tan avanzadas que
los científicos se verían obligados a
rechazar sus «dogmas» y que por eso se
empeñan en ningunearos. Sabes, o
deberías saber, que los científicos no
tienen dogmas sino leyes provisionales
sometidas a continua revisión y mejora,
como la historia de la ciencia se empeña
en demostrar. No eres un nuevo Galileo,
aquel científico revolucionario que no
fue silenciado precisamente por los
científicos. Galileos ha habido pocos,
mientras que los charlatanes son legión.
Lo que pasa es que éstos no acostumbran
a pasar a la posteridad, y los pocos que
lo hacen suelen servir de ejemplo a
evitar.
Si lo que se te ocurre es apelar a la
libertad de expresión, mejor no lo hagas.
Eso estaría pero que muy mal, pues las
libertades se merecen un respeto. De
cualquier manera, y por si no lo sabes,
existe un concepto abstracto pero
imprescindible para, entre otras cosas,
tratar de lograr un buen funcionamiento
de la sociedad humana. Es la ética. ¿Te
suena? Pues no sólo hay una ética
universal, sino que, además, cada
profesión tiene sus normas éticas
específicas. Ahí va una selección de las
normas del Código Internacional de
Ética Periodística, de la UNESCO:

1. El derecho del pueblo a una


información verídica. El pueblo y
las personas tienen el derecho a
recibir una imagen objetiva de la
realidad por medio de una
información precisa y completa.
2. Adhesión del periodista a la
realidad objetiva. La tarea
primordial del periodista es servir
al derecho a una información
verídica y auténtica por la adhesión
honesta a la realidad objetiva,
situando los hechos en su contexto
adecuado.
3. La responsabilidad social del
periodista. En el periodismo, la
información se comprende como un
bien social y no como un simple
producto.
4. La integridad profesional del
periodista. El papel social del
periodista exige que la profesión
mantenga un alto nivel de
integridad.

Sobran los comentarios.


Debo reconocer, no obstante, que la
criptozoología (del griego kryptós,
escondido; zóon, animal; y lógos,
estudio), objeto de este librito, es una de
las más inocuas de entre todas las
pseudociencias que te empeñas en
prestigiar. No es tan dañina como las
que forman el grupo de las
pseudomedicinas. Con éstas, el paciente,
además de dinero, puede perder la vida,
lo que por desgracia pasa muy a
menudo. No es tan peligrosa para la
integridad psicológica como los rituales
de adivinación o de contacto con entes
espirituales. Ni llega a destrozar
familias, como las técnicas de hipnosis
regresiva, capaces de hacer aflorar
falsos recuerdos de abusos sexuales en
la infancia. Creer que la criptozoología
es una disciplina científica no es
especialmente dañino.
Sin embargo, cuando alguien «se
informa» de manera habitual en vuestras
fuentes, puede llegar en algunas
ocasiones a la tragedia personal, incluso
debido a algo tan aparentemente
inofensivo como la creencia en bichos
como el yeti, el chupacabras o el
monstruo del lago Ness. Éste fue el caso
de Jordi Magraner. Tras 15 años de
infructuosa búsqueda del yeti pakistaní,
y creyendo estar a punto de lograr el
éxito definitivo, se negó a abandonar la
remota región montañosa de Chitral
incluso cuando se enteró de que los
integristas musulmanes lo habían puesto
en el punto de mira. A los 35 años,
vestido como uno más de la tribu de los
kalash, minoría politeísta con la que
convivía desde hacía varios años, murió
cosido a puñaladas. Según muchos de
quienes le conocían, había perdido el
juicio.
Para acabar con esta presentación te
propongo que disimulemos. Has leído
bien, sí. Hagamos como que yo creo que
tú crees en las bobadas que pregonas.
Tú y yo sabemos que eso no es así. Por
desgracia, no podemos decir lo mismo
de tu público, ése que habitualmente lee
tu revista, o tus libros, o te escucha por
su aparato de radio, o ve tu exitoso
programa de televisión mientras le miras
a los ojos a través de la pantalla con esa
cara de buena gente. Tú, en cambio, no
puedes creerlo. No porque seas
especialmente inteligente. Eso no lo sé,
aunque sospecho que sí, lo que a mis
ojos te hace todavía más culpable.
Tú, anónimo divulgador de lo
paranormal, no puedes creerte semejante
sarta de patrañas porque recibes la
información en bruto, eliminas de ella
todo aquello que pueda resolver el
presunto enigma, añades datos falsos,
introduces testimonios de encargo y
recortas las opiniones de personas
sensatas, dejando sólo aquello que te
interesa dar a conocer y censurando lo
que no conviene.
Y si hace falta, te inventas la noticia,
¿no es cierto? Al fin y al cabo, ¿quién ha
dicho que es necesario que un fenómeno
exista para ser un buen enigma? ¡Todo
sea para que la máquina de fabricar
dinero no se detenga! Porque, y yo te lo
he oído decir así, como suena, «los
enigmas no deben ser desvelados».
1
¿Cómo que Darwin?

«Cuando iba como naturalista a bordo


del Beagle, buque de la marina real, me
sorprendieron mucho ciertos hechos en
la distribución de los seres orgánicos
que viven en América del Sur…». Así
comienza un libro titulado El origen de
las especies por medio de la selección
natural, que no sé si has leído, aunque
sospecho que no.
Y con él la biología se hizo
mayor
Todo empezó el 22 de diciembre de
1831, fecha en que un navío de nombre
Beagle partió de la costa británica hacia
el continente sudamericano con el
objetivo de cartografiar detalladamente
su línea de costa. Entre los tripulantes se
encontraba, como naturalista sin sueldo,
el joven de 22 años Charles Robert
Darwin. La travesía fue muy larga, no
sólo por su duración (casi cinco años)
sino también por su recorrido. Aparte de
navegar en torno a las costas
sudamericanas, el Beagle visitó
numerosas islas del Pacífico, entre ellas
las Galápagos, cuyas especies
endémicas resultaron ser decisivas para
el posterior desarrollo de las ideas de
Darwin. Además, el navío hizo escala
en Nueva Zelanda, Australia, diversas
islas del Índico, África, y en las islas
atlánticas de Canarias, Azores y Cabo
Verde. Darwin, que era un hombre muy
observador, aprovechó las
circunstancias para fijarse en las
formaciones geológicas de las costas a
las que arribaban y reunir una gran
colección de fósiles y ejemplares de
vegetales y animales.
El Beagle retornó a Gran Bretaña en
1836, momento a partir del cual Darwin
comenzó a madurar sus reflexiones,
influenciadas, como no podía ser de otra
manera, por las de otros grandes
pensadores de su época, como Thomas
Malthus, Charles Lyell y, sobre todo,
Alfred Russel Wallace. Con este último
mantuvo una fructífera correspondencia,
dado que estaba llegando de forma
independiente a unas conclusiones muy
parecidas a las suyas, lo que el propio
Darwin reconoció en la primera página
de su libro.
En 1859 salió a la luz El origen de
las especies, que se agotó el primer día
que se puso a la venta (hubo que hacer
seis ediciones sucesivas) y, lo que es
más importante, sacudió los cimientos
de la concepción que tenía de sí misma
la especie humana. El revuelo formado
fue de tal magnitud que hoy, siglo y
medio más tarde, todavía no se ha
aplacado. El escándalo que en
determinados círculos provoca todavía
la teoría propuesta por Darwin nos
asombra a muchos. Pero ésta es otra
historia…
En ese libro Darwin exponía la
teoría de la evolución biológica por
medio de la selección natural. En
esencia, esta teoría sostiene que los
distintos ejemplares de cualquier
población compiten por su
supervivencia. Sólo los que sobreviven
hasta alcanzar la madurez sexual pueden
llegar a ser los progenitores de la
siguiente generación. Y los individuos
de la siguiente generación reciben las
cualidades presentes en sus progenitores
por medio del fenómeno de la
transmisión de los caracteres
hereditarios, fenómeno que por aquel
entonces era de naturaleza desconocida
(si hubieras vivido en aquellos años lo
habrías calificado como «enigma
inquietante», ¿no te parece?, y
seguramente habrías aventurado la
original hipótesis de que tras él se
ocultaban misteriosas energías cósmicas
o alguna otra tontería por el estilo).
A lo que íbamos. Como resultado,
generación tras generación, el conjunto
de los individuos de la especie está
mejor adaptado a su forma de vida, y
este proceso lento y gradual se
manifiesta como la evolución de las
especies. O lo que es lo mismo, que las
especies actuales son descendientes de
especies anteriores ya extinguidas. Una
de las implicaciones de la teoría de la
evolución es que las especies
emparentadas tienen antepasados
comunes, lo mismo que los hermanos
comparten padres; y los primos,
abuelos. De esta teoría se desprende,
además, que «el hombre viene del
mono», una simplificación popular de
algo que, sin duda, ha sucedido, lo cual
cayó como una bomba.
Todos los biólogos del mundo
reconocen, salvo quienes lo niegan por
razones religiosas —ajenas, por tanto, a
su formación científica (aunque insistan
en que hablan desde posturas
científicas)— que la biología es
absolutamente incomprensible si se
niega la teoría de la evolución propuesta
por Darwin. Desde luego hoy, tras el
tiempo transcurrido desde su
proposición, todos, absolutamente todos
los datos apuntan hacia su validez,
incluso aquellos datos de los que
Darwin no pudo tener noticia, como los
procedentes de la genética o la biología
molecular. Todos los científicos
coinciden, en resumidas cuentas, en que
el hecho real de la evolución (explicado
por la teoría del mismo nombre) es el
fundamento de la biología moderna.
Ante todo esto, además de
ignorancia, manifiestas indiferencia.
Vamos, que ni sabes ni te importa, salvo
para arremeter contra la evolución
cuando se tercie. Para ti Darwin es una
figura muy importante pero por algo
completamente distinto: para ti, Darwin
debería pasar a la historia como ¡el
primer criptozoólogo! Algo que ni él
mismo hubiera llegado a imaginar
jamás.
Científicos y coleccionistas
En un trabajo incluido en
www.usuarios.lycos.es/criptozoo,
titulado «La orquídea y la esfinge», uno
de tus colegas, Germán Fernández,
comienza recordando sus tiempos de
estudiante. Pero antes debe quedar claro
que ser estudiante no asegura aprender,
ni aprender supone necesariamente
llegar a saber; conozco a gente muy
sabia sin apenas estudios y también, y
esto es realmente triste, a gente muy
ignorante que va por la vida
presumiendo de carrera. En sus tiempos
de estudiante, Germán Fernández
bromeaba diciendo que «los físicos son
científicos; y los biólogos,
coleccionistas». Dice que la broma tiene
su parte de razón, ya que ciencias como
la física y la química son empíricas, es
decir, se basan en la experimentación
para inferir leyes generales, mientras
que la biología o la geología son de
carácter descriptivo, por lo que su
capacidad de predicción es
prácticamente nula. Me sorprende tanto
dominio del método científico por su
parte, casi tanto como su cita de Popper,
cuando dice que, según éste, ciencias
como la biología ni siquiera deberían
figurar entre las ciencias ya que carecen
de la propiedad de la refutabilidad. Es
decir, no permiten presentar hipótesis
que puedan comprobarse como
verdaderas o falsas.
Claro que esto es bastante correcto
para las disciplinas que, dentro de la
biología, son y seguirán siendo
descriptivas, como la zoología o la
botánica, pero no para otras como la
dinámica de poblaciones, la genética o
la biología molecular, que poseen un
carácter mucho más predictivo.
Bonita introducción, de cualquier
manera, para arrimar el ascua a su
sardina. Porque ahora es cuando Germán
Fernández pasa a contar cómo, en la
época en que la biología y la geología
iban de la mano en lo que se conocía
como historia natural, un naturalista de
genio fue capaz de formular una
hipótesis o, lo que es lo mismo, una
predicción a partir de los datos que
conocía, y cómo esa hipótesis se reveló
correcta por un descubrimiento
posterior. Con todo ello monta una
bonita historia sobre el nacimiento de
una supuesta «ciencia» revolucionaria:
la criptozoología.

El enigma de la orquídea
El aristócrata y botánico francés Louis
Marie Aubert Aubert Du Petit-Thouars
(supongo que Louis para sus amigos)
partió al exilio en 1792, época de la
Revolución Francesa. Durante varios
años viajó por el Índico, visitando
especialmente la isla Mauricio y
Madagascar. Cuando las cosas se
calmaron un poco se atrevió a regresar a
Francia y unos años después publicó su
Historia particular de las orquídeas
recogidas en las tres islas australes de
África, de Francia, de Borbón y de
Madagascar.
Una de las orquídeas citadas en esa
obra es la orquídea de Madagascar
conocida como estrella de Navidad
(Angraecum sesquipedale para los
botánicos), cuyas hermosas flores
blancas tienen un espolón, que es como
se llama al tubo que contiene el néctar
con el que muchas especies de
orquídeas recompensan a los insectos
que las polinizan. El espolón de esta
orquídea es larguísimo, de unos 30 cm,
de modo que el néctar queda a más de
25 cm de distancia de su abertura.
Durante muchos años no se supo cómo
se producía la polinización de esta
planta, ya que no se conocía ningún
insecto que pudiera llegar tan adentro. Y
si no alcanza el néctar, ningún insecto va
a dedicar su escaso tiempo a esa
orquídea; no hay ONG de insectos
polinizadores.
Aquí entra en escena Charles
Darwin, a quien Fernández califica de
«célebre naturalista» (yo diría que fue
realmente algo más que un «célebre
naturalista»…). A pesar de que el
Beagle no hizo escala en Madagascar,
Darwin tuvo conocimiento de esa
extraña orquídea. En El origen de las
especies se había referido ya a la
relación entre las orquídeas y los
insectos, pero es en una obra algo
posterior, de 1862, centrada
exclusivamente en la fertilización de las
orquídeas por estos animales, donde
propone la hipótesis de que debe existir
una especie desconocida de insecto, muy
posiblemente una mariposa, con una
probóscide o trompa de entre 25 a 28
cm (por cierto, este libro, Orquídeas e
insectos, será publicado próximamente
por Laetoli). Darwin argumentaba que
sólo así podía ser fecundada la orquídea
estrella de Navidad. Como por aquellos
tiempos no se conocía ninguna mariposa
con un «aparato» de semejante tamaño,
muchos entomólogos ridiculizaron la
propuesta de Darwin.
Supongo que ésta es la parte que más
os gusta de la historia: Darwin propone
la existencia de una especie animal
desconocida (más en concreto, una
mariposa) y a continuación unos
insensatos científicos (mejor todavía,
entomólogos: expertos en insectos)
rechazan de plano la idea. Darwin
sugiere la existencia de un animal
desconocido para la ciencia: ¡he aquí,
por tanto, al primer criptozoólogo! Y
como todo buen criptozoólogo, es
repudiado por el establishment
científico… Estupendo, ¿no? Sin
embargo, cualquier parecido entre lo
que hizo Darwin al proponer la
existencia de la enigmática mariposa y
lo que hace un criptozoólogo es mera
coincidencia, como veremos. Aunque
sólo sea porque Darwin acertó en su
predicción, mientras que los éxitos de la
criptozoología… Bueno, el asunto de los
«éxitos» de la criptozoología lo
dejaremos para más adelante.
La solución del enigma
Decía que la predicción resultó
correcta. Once años después de que
Darwin propusiera su hipótesis de la
mariposa de larga trompa, su buen
amigo Alfred Russel Wallace, que
estaba al tanto del asunto, informó de la
existencia de varias esfinges tropicales
cuyas probóscides eran, si no tan largas
como exigía la dichosa orquídea, sí lo
suficiente como para sospechar que la
idea de Darwin no andaba del todo
desencaminada. (Las esfinges son un
grupo de mariposas que, por su porte y
vuelo, suelen confundirse con los
abejorros; las especies más grandes
suelen tomarse incluso por colibríes. En
ecología se dice que esfinges, abejorros
y colibríes ocupan nichos ecológicos
similares y que son un ejemplo de
evolución convergente. Pero me estoy
yendo por las ramas…).
Por fin, en 1903, el inglés Lionel
Rothschild y el alemán Karl Jordan
encontraron una subespecie de la
mariposa «esfinge de Morgan»,
Xanthopan morgani, que recibió el
nombre de Xanthopan morgani predicta
en recuerdo de la predicción de Darwin.
Esta mariposa es un insecto
impresionante, con una envergadura de
unos 15 cm y una probóscide que llega a
alcanzar los 30.
Años después la historia se repite:
tras el descubrimiento de otra orquídea
malgache del mismo género, con un
espolón todavía más largo, el
entomólogo Gene Kritsky ha aventurado
la existencia de una mariposa con una
trompa que debería alcanzar los 40 cm.
Todavía no se ha encontrado. Aunque
cuando se logre —si evitamos que se
extingan tanto la orquídea como la
esfinge, lo que posiblemente esté al
llegar—, algo me dice que no será
gracias a un criptozoólogo, seguramente
porque estará tomando fotos a algún
misterioso brontosauro selvático. (Como
es habitual, las fotos saldrán borrosas
por culpa de la humedad de las lentes, o
se le caerá la cámara en medio de un
profundo río lleno de hipopótamos, o se
la robará un travieso monito…).

Los animales desconocidos


Seamos justos. A Dios lo que es de Dios
y al César lo que es del César. El primer
criptozoólogo no fue Darwin sino el
belga Bernard Heuvelmans, zoólogo de
formación, quien acuñó el término
criptozoología en Sur la piste des bêtes
ignorées (Tras la pista de los animales
desconocidos), libro traducido a varios
idiomas y del que se ha vendido más de
un millón de ejemplares. En él,
Heuvelmans plantea un método para
rastrear, localizar e identificar los
animales desconocidos e ignorados por
la ciencia, y propone que esta
disciplina, la criptozoología, sea
reconocida como una categoría
científica más. Así que no debemos
negarle el honor: Heuvelmans es el
primero de la gloriosa estirpe de los
criptozoólogos.
Tan en serio se tomó este señor el
estudio del yeti, el monstruo del lago
Ness, el chupacabras y otros
enigmáticos bichos, a los que bautizó
como críptidos, que en 1982 creó la
Sociedad Internacional de
Criptozoología
(www.internationalsocietyofcryptozoolog
de la que fue presidente hasta 2001, año
de su muerte. Esta sociedad, cuya sede
está en el corazón de Estados Unidos (en
Tucson, Arizona) cuenta en la actualidad
con más de un millar de socios. De
ellos, unos 100 son miembros activos, lo
que significa que participan en
expediciones a recónditos lugares donde
aseguran que van a encontrar, tarde o
temprano, las pruebas incontestables con
las que callar la boca a tanto escéptico
de mente estrecha. Mientras tanto, unos
cuantos seguimos esperando a que nos
traigan un yeti metido en una jaula…
En 1986, Heuvelmans puso un poco
de orden en el fascinante mundo de los
seres desconocidos elaborando una
lista, que sigue creciendo, en la que
incluyó serpientes marinas gigantes,
cetáceos, pulpos con masas estimadas en
toneladas, misteriosos marsupiales,
hombres de Neandertal y otros
homínidos salvajes, perezosos gigantes,
monstruos acuáticos, brontosauros,
pterosauros, mamuts… Vamos, un cajón
de sastre donde cabe todo tipo de bicho
raro. Con una condición: que sea grande,
muy grande. No vale la pena perder el
tiempo con menudencias como insectos,
arañas, gusanos o anfibios. Eso, para los
zoólogos de verdad, que son una panda
de aburridos.
Por cierto, el símbolo de la
Sociedad Internacional de
Criptozoología es un hermoso animal
¡que existe! Existe de verdad. Es el
okapi, un mamífero emparentado con las
jirafas, aunque a simple vista cualquiera
lo confundiría con un equino. Vive en las
densas selvas centroafricanas y es de
carácter esquivo, lo que, a pesar de su
tamaño (más de metro y medio hasta la
cruz) hizo que no fuera descubierto hasta
1900: descubierto por los científicos
occidentales, claro está, pues los nativos
lo conocían desde siempre. El
testimonio de los habitantes del lugar es
un detalle que suele ser recalcado por
los criptozoólogos, pues lo usan como
prueba de la existencia de bichos como
el brontosauro centroafricano y otros
críptidos. Seres de carácter parasitario
(los criptozoólogos, quiero decir), pues
se empeñan en atribuirse el mérito del
descubrimiento del okapi. Uno más en
una extensa lista de «éxitos».
2
Una historia plagada
de «éxitos»

Empezamos bien la historia de la


criptozoología. Desde luego, hace falta
mucho rostro para afirmar que la
mariposa esfinge de Morgan es una
especie animal dada a conocer a la
comunidad científica por parte de algún
criptozoólogo. Entre otras cosas, porque
no es el estilo de «investigadores» como
vosotros. No soléis dedicar vuestro
precioso tiempo a nimiedades del
tamaño de los insectos, salvo que esos
insectos sean realmente grandes… ¡por
ejemplo del tamaño de una persona!
Entonces no os importa ir a la búsqueda
de una polilla, ¿verdad?

El simbólico okapi
El okapi es un rumiante de la familia de
los jiráfidos cuyo nombre científico es
Okapia johnstoni. A pesar de su
tamaño, similar al de los caballos, no es
un animal con el que uno pueda toparse
fácilmente, más que nada porque tiene la
costumbre de vivir en lo más espeso de
las selvas congoleñas, donde no es
sencillo aventurarse. Salvo que tus
conocimientos sobre los bosques
lluviosos africanos los hayas adquirido
en las películas del cinematográfico
Tarzán, el simpático «hombre mono»
tantas veces interpretado por Johnny
Weissmüller. Pero en esas películas los
escenarios tienen poco que ver con la
realidad: en las tupidas selvas africanas
no suelen encontrarse elefantes o leones,
mamíferos más propios de la sabana.
De hecho, la mayor parte de los
bosques centroafricanos son realmente
difíciles de atravesar incluso por los
más expertos, como puede atestiguarlo J.
Michael Fay, protagonista de una
expedición denominada Megatransect.
En esta insólita aventura de exploración,
Fay recorrió, acompañado por un
reducido grupo de apoyo, 3200
kilómetros a lo largo de los bosques del
Congo y Gabón, evitando ciudades y
aldeas, en una caminata que comenzó el
20 de septiembre de 1999 y finalizó, a
orillas del Atlántico, el 18 de diciembre
de 2000. A pie, única manera de
adentrarse en semejante terreno. Si lees
los números de octubre de 2000 y marzo
y agosto de 2001 de la edición española
de National Geographic, verás las
dificultades a las que tuvo que
enfrentarse el loco de Fay. Lo dicho: un
territorio muy inhóspito, en su mayor
parte nunca pisado por el ser humano
(los animales no huían ante su
presencia).
Te decía que el okapi es un animal
difícil de ver debido a las
peculiaridades de su hábitat. Su
comportamiento tampoco ayuda a
tropezarse con uno de ellos: además de
ser de naturaleza huidiza, tiene un oído
finísimo, capaz de captar débiles
sonidos a más de dos kilómetros. Por si
esto fuera poco, y salvo en época de
celo, cuando los instintos exaltados les
obligan a chillar de vez en cuando, no
se comunican mediante sonidos.
Así que no es de extrañar que
durante mucho tiempo sólo los nativos
supieran de su existencia. Fueron
conocidos en Occidente gracias al
famoso explorador Henry Morton
Stanley, quien ha pasado a la historia
por aquel saludo famoso: «¿El doctor
Livingstone, supongo?». En 1890,
Stanley publicó el libro El África
tenebrosa, donde contaba cómo en 1883
los pigmeos de la selva del Congo belga
le hablaron de un misterioso animal.
Harry Johnston, a la sazón gobernador
de Uganda, decidió que había que
encontrarlo. Tras rescatar de la
Exposición Universal de París de 1900
a un grupo de pigmeos exhibidos como
monos en un zoo, los condujo de regreso
al Congo Belga, donde fue
recompensado por ellos con pieles del
animal. Al estudiarlas, se llegó a la
conclusión de que el okapi era una
especie de cebra (aún hoy hay quien lo
llama erróneamente cebra selvática) y
se le dio el nombre de Equus johnstoni.
Los primeros ejemplares vivos llegaron
a Europa en 1918.
Y ahora, dime, por favor: ¿dónde
están los criptozoólogos en toda esta
historia? ¿Lo era el periodista Stanley?
¿O quizá el gobernador Johnston? ¿O le
endosamos el título de licenciado en
criptozoología a alguno de los pigmeos?
¡Pobre okapi! Un animal tan hermoso
convertido en la marca de una
asociación formada por unos cuantos
embusteros y otros tantos ingenuos,
símbolo de la desfachatez y la
ignorancia.

El coela… ¿qué? o ¡vaya


metedura de pata!
Detengámonos en uno de los últimos e
impresionantes éxitos de esta ciencia de
vanguardia. Se trata del caso de un
curioso pez llamado celacanto. Además
de por otras peculiaridades, es curioso
porque forma parte de la subclase de los
crosopterigios, antiguo grupo de peces
de esqueleto óseo considerados
precursores de los tetrápodos. Sí, tetra
podos, cuatro patas: los clásicos
anfibios, reptiles, aves y mamíferos.
Ahora que, para curioso, el asunto de su
descubrimiento.
El 19 de abril de 2002, la agencia
informativa EFE ofrecía a los medios la
noticia del descubrimiento de un extraño
pez que se creía extinguido desde hacía
muchos millones de años. El teletipo
rezaba textualmente:

El coelacanth, un predador
marino que se pensaba había
desaparecido hace 70 millones
de años, ha emergido vivo y
coleando en aguas de la costa
este de Sudáfrica.

En el número de junio de ese año de


la revista Más Allá, dirigida por Javier
Sierra, y bajo el titular «Peces de 280
millones de años», podemos leer la
siguiente noticia:

En la localidad sudafricana de
Sodwana Bay, en la costa este
del país, han localizado una
colonia de coelacantes, peces de
280 millones de años de
antigüedad que se creían
extinguidos hacía 70 millones de
años.
Esta vez hay disculpa. Al fin y al
cabo, la revista no hizo sino reproducir
el teletipo recibido de la agencia. Claro
que conviene no tragarse directamente
todo lo que proviene de las agencias
informativas, capaces de confundir,
aunque a muchos nos cueste creerlo, la
astronomía con la astrología. Para la
posteridad queda un titular enviado por
EFE, repetido en casi todos los
periódicos sin que los correctores
fueran capaces de pillar el gazapo:
«Astrólogos húngaros descubren un
nuevo planeta fuera del sistema solar».
Ya sé que para ti astrólogos y
astrónomos vienen a ser la misma cosa,
pero no es así: la astronomía estudia los
astros utilizando el método científico,
mientras que la astrología afirma que
nuestras vidas son regidas por ellos
según su posición en el instante del
nacimiento, así que en poco se parecen
astrólogos y astrónomos, aunque suenen
tan parecido como la gimnasia y la
magnesia. Que yo sepa, lo único que han
descubierto los astrólogos es cómo
vaciar la cartera de los crédulos. Dudo
mucho, incluso, de que sean capaces de
localizar en el cielo nocturno las
constelaciones del zodiaco. Otra vez me
voy por las ramas…
Te decía que hay disculpa para ese
artículo, pero, pensándolo mejor, creo
que no. Porque en el mismo número de
Más Allá, en esa misma publicación que
tantas veces pone en solfa la labor de la
ciencia, aparece la foto de los autores
de un libro sobre criptozoología
posando en el interior del Museo de
Ciencias Naturales de Tenerife. Qué
osados representantes de la
criptozoología, esa rama del saber
denostada por la «dogmática ciencia
oficial»… Y en un museo de ciencias,
¡en la guarida del enemigo! ¿A qué viene
todo esto? Viene a que en esa foto los
dos autores posan delante de un hermoso
ejemplar disecado de… celacanto. El
mismo pez protagonista de la noticia de
EFE.
Durante la fase de corrección de este
libro, el segundo canal de Televisión
Española emitió una película, de la que
debo admitir que desconocía su
existencia, dirigida por Antonio
Momplet y protagonizada, ni más ni
menos, que por la fantástica pareja
formada por Conchita Velasco y Tony
Leblanc. El argumento gira sobre el
descubrimiento, en una conservera de
pescado, de un antiquísimo pez. Su
título, pásmate: Julia y el celacanto. Por
cierto, es una película rodada ¡en 1960!
¿Cómo es posible? ¿Se trata acaso
de un fenómeno paranormal? Pues no.
Como suele suceder, la explicación de
tan apasionante enigma es mucho más
prosaica. De hecho, entre los libros que
conservo de mi paso por la facultad de
Biología (de lo cual hace ya demasiado
tiempo) hay un tomo de zoología donde
se cita al celacanto:

No se ha encontrado ningún
celacanto fósil posterior al
Mesozoico y hasta 1939 se creyó
que los actinistios, incluidos los
celacantinos, se habían
extinguido hacía 50 millones de
años; pero en ese año se extrajo
un individuo vivo frente a la
costa oriental sudafricana, que se
describió con el nombre de
Latimeria chalumnae; se le
capturó a unos 60 metros de
profundidad, medía 1,5 metros
de longitud y tenía 50 kilogramos
de peso. Su color era azul de
acero.

Parece que la agencia EFE no


siempre muestra la diligencia necesaria:
la noticia (que evidentemente desde
hacía tiempo ya no lo era) llevaba un
retraso de 63 añitos. Se podía haber
reducido el error si se hubieran referido
al descubrimiento de una segunda
especie de celacanto, Latimeria
meadoensis, esta vez cerca de las costas
indonesias, sucedido en 1998 (sólo
cuatro años antes de la noticia de EFE)
y de cuyo hallazgo fue autor un biólogo
marino. Una vez más, ni rastro de
criptozoólogos en ninguno de los casos;
de otro modo lo habrías sabido de
inmediato gracias a esas publicaciones
tan estupendas donde en todos los
números se informa de los últimos
avances en criptozoología.

Los minúsculos habitantes de


Flores
Desde hace tiempo se pensaba (mejor
dicho: los pérfidos científicos pensaban)
que, tras la extinción hace unos 30.000
años del Homo neanderthalensis, los
famosos neandertales, nuestra especie
era la única representante de la familia
de los homínidos sobre el planeta
Tierra. Te alegrará saber que esos
científicos estaban tal vez equivocados.
En septiembre de 2003,
investigadores indonesios y australianos
llevaban excavados unos seis metros en
el suelo de la cueva de Liang Bua, en la
isla de Flores, Indonesia. Faltaban
pocos días para el final de la campaña,
de tres meses según las previsiones
iniciales, cuando apareció una astilla de
hueso. Después fueron saliendo a la luz
parte de un cráneo, una mandíbula, una
pelvis y una pierna con los huesos
todavía unidos entre sí.
«Al principio creímos que se trataba
de un niño de unos tres años», afirmaron
los autores del hallazgo. Un examen más
minucioso reveló que los huesos eran
propios de un adulto: una mujer adulta
de un metro de altura. No es
sorprendente que lo bautizaran con el
nombre de Hobbit.
Continuaron con la excavación y
desenterraron otros restos de adultos de
tamaños similares. Eso permitió
descartar que Hobbit fuera un adulto
afectado por desnutrición o alguna
enfermedad. Habían descubierto nada
menos que una nueva especie de
humanos: el Homo floresiensis (en
realidad, no todos los científicos están
de acuerdo con esta conclusión, y
algunos sostienen que se trata de
hombres modernos aquejados de
microcefalia; cuando escribo estas
líneas, el debate sigue abierto. Lo
repito: debate, en esa ciencia que os
resulta tan «dogmática»…).
Uno de los aspectos más llamativos
del caso es la edad de estos fósiles. Tan
pronto como dataron los restos de
Hobbit con las técnicas del carbono 14 y
de luminiscencia se reveló que su
muerte se había producido hace sólo
18.000 años. En 2004 se había
determinado la antigüedad de otros seis
individuos, entre 13.000 y 95.000 años.
Hubo una época, por tanto, en la que
vivían tres especies diferentes de seres
humanos.
El descubrimiento era realmente
excepcional, como señalaron Eudald
Carbonell y José María Bermúdez de
Castro, codirectores de las
excavaciones de Atapuerca. Y lo era,
por supuesto, por haber coincidido en el
tiempo con los humanos modernos hasta
fechas relativamente muy recientes. Era
excepcional, además, por lo reducido de
su talla y peso (tan sólo unos 25 kilos) y
también por el escaso volumen de su
cerebro. Con sus apenas 380 centímetros
cúbicos de capacidad craneal, menos de
un tercio de la de los humanos actuales,
es la especie del género Homo con el
cerebro más pequeño.
Por si faltara poco, las
características craneales de estos
diminutos seres humanos, lejos de
parecerse a las de los fósiles de Homo
erectus desenterrados en otros
yacimientos del este asiático, son
semejantes a las de otros erectus más
antiguos y pequeños, como el hombre de
Dmanisi, de hace casi dos millones de
años, hallado en Georgia, Asia Central,
e incluso a los australopitecos africanos
de más de tres millones de años.
Esto, sin embargo, no les impidió
disponer de una tecnología
relativamente avanzada, como demuestra
la existencia de restos de hogueras,
huesos carbonizados y miles de
herramientas líticas, junto con el
revelador detalle de que en aquella
época posiblemente no había rastro de
Homo sapiens en la isla. Es muy
probable que floresienses y
representantes de nuestra especie no
tuvieran conocimiento unos de otros ya
que, a la espera de nuevas excavaciones,
los más antiguos restos de sapiens
hallados en Flores son de hace 11.000
años. Y algo me dice que, de haber
coincidido, los grandullones habrían
terminado rápidamente con los
pequeñitos…
Los antepasados erectus de los
hombres de Flores eran seguramente
más altos; llegaron a la isla por algún
medio y allí quedaron aislados. El
enanismo es frecuente en grandes
mamíferos que quedan confinados en
ambientes insulares, tanto por la
ausencia de depredadores como por la
escasez de recursos: es más fácil
alimentar un cuerpo pequeño. De hecho,
la isla de Flores ha sido el hábitat del
elefante enano.
Todos los investigadores coinciden
en que faltan muchas piezas del
apasionante rompecabezas de la
evolución humana. El descubrimiento
del Homo floresiensis ha supuesto un
importante revulsivo. «Queda mucho por
hacer, muchos lugares por explorar; es
posible que haya especies parecidas en
entornos insulares», afirma Carbonell. Y
su colega Bermúdez de Castro añade:
«Puede aparecer cualquier cosa en
cualquier sitio».
Estos comentarios fueron, sin que
ellos lo pretendieran, la guinda del
pastel con el que celebrar el último gran
«éxito» de la criptozoología. De hecho,
en cuanto el hombre de Flores salió a la
luz, Henry Gee proclamó las «profundas
implicaciones para la criptozoología»
que suponía el hallazgo, y nos recordó
«la existencia de misteriosos
homúnculos selváticos en Indonesia, que
los criptozoólogos llevan discutiendo
casi 50 años». Para vergüenza de
Nature —y no es la primera metedura de
pata de esa revista; recordemos el
artículo sobre la memoria del agua
firmado por un homeópata— queda la
afirmación de Gee, responsable de
paleontología de la revista, de que la
criptozoología podía ya reivindicar la
búsqueda de humanoides fabulosos:

El hecho de que Homo


floresiensis sobreviviese hasta
una época tan reciente, en
términos geológicos, presta más
credibilidad a las historias sobre
otras míticas criaturas de
apariencia humana como el yeti.
¡Vivir para ver!

Podrían ser todavía más


En www.usuarios.lycos.es/criptozoo,
donde se glosan las bondades de la
criptozoología, aparece un apartado
titulado de la siguiente manera:
«Algunos éxitos de la criptozoología».
Para más inri, al final de la lista se dice
que suponen «una cura de humildad para
la comunidad científica», aunque resulta
que son humildes científicos (casi todos,
zoólogos) los responsables de esos
éxitos…
Después del okapi, el primero
citado, vienen unos cuantos más, como
el tapir andino, descubierto en 1829. O
el ave de Peter Mundy, un pájaro algo
mayor que el estornino y del que se
cuenta que, desde que Mr. Mundy lo
observó y dibujó en 1656 en la isla
Ascensión, nadie más lo ha vuelto a ver,
quizá porque se ha extinguido a causa de
la introducción de ratas en la isla. Otras
muescas en la canana de la
criptozoología se atribuyen al
descubrimiento del hiloquero, un cerdo
salvaje conocido antes por los pigmeos;
al varano del Yemen, lagarto de más de
un metro nunca visto en la península
arábiga hasta que en 1987 se rodó un
documental sobre la naturaleza local; al
mangabey de montaña, monito
catalogado en 2004 como una nueva
especie; al guepardo real, que no es sino
una variante recesiva del guepardo
común (así que nada nuevo hay en el
mundo de los guepardos); o a otro
félido, la onza, que quizá sea una
subespecie del puma, así que tampoco
parece haber nada nuevo en el mundo de
los pumas…
En esto de los éxitos
criptozoológicos hay algo que no me
cuadra. Son éxitos, de acuerdo, pero ¿de
quién? Porque, una vez más, ¿dónde
están los avezados criptozoólogos en
todas estas historias? Ni siquiera se
habla de ellos en vuestras webs, salvo
que se suponga que el tanto se lo tiene
que apuntar la criptozoología, sin más
(buen truco: hablar de criptozoología,
genéricamente, para no tener que
nombrar a esos criptozoólogos que
nunca están en el escenario del
descubrimiento), siempre que los
nativos conocieran al animal en cuestión
antes que los científicos. Pero el mérito,
en todo caso, debería ir a parar a los
nativos, ¿no? Me parece también que os
parece que el mérito es de la
criptozoología cuando hay un debate
entre los zoólogos sobre si el animal en
cuestión es especie o subespecie, cosa
que en muchos casos no es fácil de
delimitar. Pero ahí tampoco me imagino
a los tuyos haciendo, pongamos por
caso, análisis genéticos para tratar de
resolver la cuestión…
Tampoco me cuadra la introducción
a la lista de éxitos de la citada web. Me
refiero a esa frase sobre que «varios
importantes descubrimientos han sido
predichos criptozoológicamente», como
la mariposa esfinge que ya conocemos,
el pavo real del Congo, el reptil
Gymnophtalmus cryptus, el lémur
dorado del bambú y el sifaka de Tattesal
(un lindo monito). Claro que tampoco en
estos gloriosos descubrimientos
aparecen los criptozoólogos por ninguna
parte. Me pregunto si el término
criptozoólogo no querrá decir zoólogo
escondido, y por eso nunca se les ve…
Me vas a permitir que dude de que
esos animales «han sido predichos
criptozoológicamente». Usa el sentido
común y fíjate en las actuales
«predicciones criptozoológicas»:
hombres de las nieves, dinosaurios,
plesiosauros y pterodáctilos,
chupacabras, hombres lobo, hombres
pez, hombres polilla… Nada de pájaros
(pequeños), nada de monos (pequeños),
nada de polillas (pequeñas)…
Por cierto, si en estos
descubrimientos ha habido predicción
criptozoológica (a mí me parece que no,
ya ves tú), ¿qué papel ha desempeñado
la criptozoología en los otros, en
aquellos en los que no ha habido
predicción?
Podrían ser todavía más.
Continuamente se descubren nuevas
especies animales. Si no están en
vuestra lista quizá sea porque no os
ponéis al día leyendo los periódicos.
Aquí tienes algunos titulares de los
últimos meses: «Nuevo carnívoro en la
selva de Borneo», «La expedición
española al Luba halla seis nuevas
especies», «Un grupo de científicos
descubre un nuevo mundo submarino en
el Caribe», «Descubierta área
inexplorada con nuevas especies en
Indonesia», «Nuevo crustáceo cubierto
de pelo», «El CSIC halla en los Andes
siete nuevas especies de ranas»…
Ya hay más… Y si estáis atentos,
veréis que la lista seguirá aumentando.
Los cálculos más audaces dicen que
faltan millones de especies por
catalogar (la mayoría, eso sí, de
individuos pequeñitos), sobre todo en
los puntos calientes de biodiversidad,
25 lugares repartidos por todo el planeta
que suman más de dos millones de
kilómetros cuadrados de superficie
terrestre. Me daré por satisfecho cuando
me nombres a un solo criptozoólogo
participante en cualquiera de esos
inminentes descubrimientos.
3
Nessie, eres un
monstruo

En el norte de Escocia hay un lago que


parece querer cortar en dos las
hermosas Tierras Altas. Es el lago Ness,
una masa de agua de casi 40 de largo,
dos de ancho y hasta 230 metros de
profundidad. Según puede deducirse de
lo que sueles contar, en él mora el
mundialmente famoso monstruo del lago
Ness, Nessie para los amigos.
La historia de Nessie parece
empezar en 1868, cuando el Inverness
Courier, un periódico de la principal
localidad a las orillas del lago, se hizo
eco de los rumores sobre la presencia en
sus aguas de un enorme pez o criatura
similar. Pero se dice que en tiempos tan
remotos como el siglo VI vivía en el
lago un terrible monstruo cuya principal
afición era devorar a los incautos, hasta
que San Columbano, artífice de la
cristianización de aquellos lugares,
logró apaciguarlo…
El 19 de abril de 1934, el cirujano
Robert Kenneth Wilson consiguió
fotografiar a tan extraordinaria criatura;
dos días más tarde apareció la foto en
The Daily Mail. Efectivamente, la
instantánea muestra un largo cuello
coronado por una pequeña cabeza
emergente de las tranquilas aguas del
lago. Este impactante documento, que ha
pasado a la gloriosa historia de la
criptozoología como «la foto del
cirujano», constituye el punto de
inflexión que supone el reconocimiento
mundial de nuestro amigo Nessie, uno de
los especímenes más importantes de la
supuesta ciencia criptozoológica.
Desde entonces, no sé si Nessie ha
crecido, pero sí es evidente que la
estupidez que rodea al simpático bicho
se ha incrementado exponencialmente.
Como muestra, vaya media docena de
botones.

Botones de estupidez
1. El empeño de poner nombre a algo
que ni siquiera quienes creen en él se
ponen de acuerdo en si es reptil o
mamífero. Bernard Heuvelmans dijo en
1965 que se trataba de un pinnípedo
gigante, algo así como una enorme foca
de cuello largo, y bautizó oficialmente al
monstruo como Megalotaria
longicornis. Poco le duró la alegría,
pues los criptozoólogos Scott y Rines
aseguraron en 1975 que Nessie no era
sino un plesiosauro con unas aletas en
forma de rombo, así que le pusieron un
nuevo nombre, Nessiteras
rhombopterix. Por cierto, poner nombre
a «presuntos» animales está rechazado
por la Comisión Internacional de
Nomenclatura Zoológica… que al fin y
al cabo está integrada por científicos de
mente estrecha…
2. En el libro Mis enigmas
favoritos, tu colega Juan José Benítez
habla de la filmación realizada en el
lago Ness el 23 de abril de 1960 por el
ingeniero aeronáutico T. Dinsale, quien
afirmó: «Era un animal, estoy seguro. Vi
sus aletas y se movía en zigzag. Después
se sumergió». Benítez afirma que «la
película fue analizada por la Royal Air
Force, y no hay dudas sobre su
autenticidad»: falso como un Judas de
plástico.
3. La BBC, principal emisora de
radiotelevisión del Reino Unido, de
titularidad pública, financia con el
dinero de los contribuyentes frecuentes
sondeos del lago en busca del esquivo
monstruo. Siempre con resultados
negativos.
4. Un criptozoólogo sueco, Jan
Sundberg, va más allá de los sondeos y
pretende montar una trampa para atrapar
a Nessie. Ante tamaña osadía, el sumo
sacerdote de los brujos blancos
británicos (individuo que existe de veras
y se llama Kevin Carlyon) lanza un
maleficio para impedir que Sundberg
logre su malvado propósito. Por si
acaso, la organización gubernamental
para la conservación del patrimonio
escocés dicta unas normas para que, si
es atrapado, sea liberado sano y salvo
—¡faltaría más!— tras tomarle una
muestra de ADN.
5. Los organizadores de un triatlón,
que incluye natación en el lago,
contratan un seguro de más de dos
millones de euros en previsión de
posibles ataques del monstruo. Ya me
hubiera gustado ser la compañía
aseguradora…
6. El Smithsonian Institute, el mayor
complejo de museos del mundo, no sólo
tiene una página web dedicada al
monstruo del lago Ness, sino que en ella
anima a adherirse a la Sociedad
Internacional de Criptozoología, y
afirma que la mayoría de científicos
mantiene la mente abierta y aguarda
pruebas concretas de su existencia.

Pruebas e hipótesis
¿Acaso no es indudable la existencia de
Nessie? Bien, casi indudable… pero
todavía no, te apresuras a contestar. Y
añades que el monstruo del lago Ness es
uno más entre los muchos enigmas que la
ciencia se niega a considerar.
Repasemos, entonces, las pruebas que
aportáis para que consideremos
seriamente si en el lago Ness puede
haber un enorme ser desconocido para
la ciencia.
Comencemos por los testimonios. A
pesar de que los investigadores de tu
estilo los consideráis de una fiabilidad
prácticamente total, conviene ser muy
precavidos. O escépticos, como os gusta
consideraros… Si descontamos los
casos de mala fe (es decir, de mentiras),
por ejemplo para lograr una entrevista y
una foto en algún periódico
sensacionalista, muchos avistamientos
pueden explicarse como identificaciones
erróneas de troncos flotantes o grupos
de animales, como nutrias que nadan en
fila, o pequeñas embarcaciones
entrevistas en la niebla… Los
esturiones, que llegan a crecer mucho,
pueden parecer también un monstruo
cuando se sumergen. Hay quien sugiere
que Nessie ha podido ser confundido en
ocasiones con masas de materia
orgánica que, al descomponerse,
producen y retienen gases como metano,
y lo liberan a la atmósfera al llegar a la
superficie para volver
parsimoniosamente a las profundidades,
como si de un extraño ser vivo se
tratase. Si se añade que es realmente
difícil estimar el tamaño de un objeto
desconocido cuando no hay referencias
visuales cercanas, puede explicarse lo
grande que se ha «visto» en muchos
casos.
No sé si te has enterado de que muy
recientemente el paleontólogo Neil
Clark, de la Universidad de Glasgow, ha
propuesto la hipótesis de que los
avistamientos de 1933, año en que se
produjo la mayoría de ellos, pueden
explicarse por una trompa. La del
elefante de un circo que recorrió la zona
aquel año, y que se daba sus buenos
chapuzones en el lago para refrescarse.
Cuando no hacen pie, estos majestuosos
mamíferos nadan con relativa agilidad
sumergidos de manera que apenas
emerge parte del lomo —y no siempre
—, parte de la cabeza y la trompa,
apéndice que levantan en vertical
dirigiendo su extremo hacia adelante.
Como nada les impide respirar, pueden
permanecer nadando lentamente, sin
emerger durante muchos minutos. Ahí lo
tenemos. El monstruo de cabeza pequeña
y cuello largo, con una y a veces dos
«jorobas». El dueño del circo, que al
parecer era un cachondo, al darse cuenta
de la confusión llegó a ofrecer 20.000
libras, muchísimo dinero, si alguien
capturaba al «monstruo» para su
espectáculo. Clark reconoce que no
puede probar la hipótesis, pero tiene
buenas probabilidades de acabar con
gran parte del enigma, aunque a ti eso de
que se resuelva un enigma no te guste
nada de nada…
Un avistamiento masivo resultó ser
un montaje perpetrado por la cadena de
televisión Channel Five. Fabricaron un
Nessie de pega y lo hicieron surgir,
manejado por tres buceadores, frente a
un camping lleno de turistas. Unos días
después repitieron el experimento frente
a un barquito turístico con más de cien
pasajeros. Con las expresiones del
público, la mayor parte con síntomas de
ser protagonistas de la historia, y con el
«cómo se rodó», se montó un
documental en el que si algo queda claro
es que el personal tiene ganas de creerse
cualquier cosa.
En cuanto a las fotografías y
filmaciones, algunas de ellas son tan
borrosas que es realmente difícil llegar
a conclusión alguna. De cualquier forma,
la mayoría han resultado ser,
simplemente, fraudulentas. Como «la
foto del cirujano», que durante años se
consideró la prueba definitiva. Aunque
muchos expertos ya habían afirmado
tiempo atrás que era falsa, en 1994, 60
años después de ser tomada, un tal Chris
Spurling reconoció, a punto de pasar a
mejor vida, que se trataba de un montaje
urdido por su suegro, llamado
Marmaduke Wetherell. La imagen de la
foto no era otra cosa que un barquito de
juguete con un añadido de arcilla para
imitar el cuello y la cabeza. A pesar de
eso, muchos seguís afirmando que la
foto es, sin sombra de dudas, auténtica.
No debemos olvidar las fotografías
subacuáticas tomadas por el equipo de
Scott y Rines, aparecidas hasta la
saciedad en las revistas donde sueles
colaborar. Si no me equivoco, llegué a
verlas en un ejemplar de Selecciones
del Reader’s Digest. Éstas imágenes
borrosas (¡cómo no!) fueron las que
llevaron a ambos «investigadores» a
asegurar que Nessie era el plesiosauro
N. rhombopteryx. De tener razón, ambos
habrían pasado a la historia de la
ciencia por tan sensacional
descubrimiento. A la historia sí que han
pasado, pero a la de la infamia. Se ha
demostrado que esos supuestos
demoledores documentos no son sino
imágenes manipuladas de los sedimentos
del lago.
Nunca soléis poner reparos a la hora
de aprovechar el trabajo de los
científicos de verdad, los mismos a
quienes soléis denigrar, como cuando
recientemente se encontró parte del
esqueleto fosilizado ¡de un plesiosauro
de verdad y a orillas del lago Ness! La
prueba definitiva de la existencia del
monstruo, dices con la voz entrecortada
por la emoción. Pues no, ya ves tú. Ese
fósil tiene 150 millones de años, y en
aquella época era un animal común en
un mundo de reptiles gigantescos, como
los famosos dinosaurios. El lago, por su
parte, existe desde hace unos 10.000
años y es producto de la última
glaciación. El fósil se formó en un lugar
que en nada se parecía a Escocia, que ni
siquiera estaba en esas coordenadas, y
en una época en que las Islas Británicas
no existían. Se trata de una simple
coincidencia. Claro que eso es lo que
dice la ciencia…
Como las «pruebas» no consiguen
tener la consistencia adecuada para
sustentar la existencia del pesado
monstruo, desde la académica
criptozoológica se lanzan hipótesis para
explicar la presencia de eso que os
resistís a abandonar.
Ni foca gigante ni plesiosauro
superviviente del período Cretácico. Ni
mamífero ni reptil, sino pez. Anguila,
para ser más exactos. Estos peces nacen
en el mar de los Sargazos, cerca de
América, y se dirigen a los ríos
europeos llegando en forma de
apetitosas angulas. En los ríos viven
unos diez años y, cuando están hechas
unas hermosas anguilas, se dirigen al
lugar que las vio nacer para aparearse y
morir, perpetuando el ciclo. El
«científico» Richard Freeman, miembro
de una delirante institución
autodenominada Centro de Zoología
Forteana, propone que Nessie es una
anguila de una decena de metros, a la
que algo le ha impedido migrar. Al no
poder hacer uso de su sexualidad, le ha
dado por seguir creciendo y no morir.
Lógico, ¿no? Las que se reproducen se
mueren, luego las que no lo hacen… se
vuelven inmortales. ¡Fantástico!
Otra hipótesis, ésta extraída de Año
Cero, propone seriamente que el lago no
es el hogar de Nessie, sino su segunda
residencia. Vive en el mar, y entra en el
lago por túneles que nadie conoce. Pero
esto, además de no explicar quién
puñetas es Nessie, es imposible. Si el
lago y el mar estuvieran comunicados, el
nivel de ambos sería el mismo, por el
principio de los vasos comunicantes. Y
no es así: el lago, muy cercano al mar
por un extremo, tiene su superficie a 16
metros sobre el nivel del mar.
Está claro, aunque no te guste, que
las probabilidades de que exista el
monstruo del lago Ness tienden a cero,
como ha reconocido —más vale tarde
que nunca— la BBC. Se ha gastado
demasiado tiempo y esfuerzos en tratar
de comprobar si realmente hay algo
detrás de lo que no deja de ser, en el
mejor de los casos, una leyenda. Se ha
barrido el lago con detectores de sonar
en varias ocasiones, lo han recorrido en
todas direcciones minisubmarinos que
no han encontrado ni siquiera una bolita
que pudiera sospecharse sea un
excremento de Nessie, y desde hace
unos años hay webcams en varios puntos
del lago enfocándolo 24 horas al día. El
Daily Mirror ha publicado
recientemente que el gobierno británico
utilizó delfines en la búsqueda del
monstruo, allá por 1979. Los resultados,
invariablemente, fueron negativos.
Eso sin hablar de la imposibilidad
ecológica de explicar la presencia de un
animal de la talla de Nessie. En primer
lugar, no puede haber un único Nessie,
salvo que sea más viejo que Matusalén.
De haberlo, tiene que existir un buen
número de ellos, al menos un centenar
según los cálculos más conservadores,
para mantener estable la población. Lo
que tampoco puede ser, pues se ha
calculado, tal como se publicó en The
Naturalist, que la baja productividad
del lago Ness impide que en él
sobreviva un depredador de más de 300
kilos. ¡Y tú sin enterarte!

Atención, pregunta
Rápidamente: ¿eres capaz de hacer un
listado con los nombres de, digamos,
quince lagos de todo el mundo? No me
digas que te he puesto en un aprieto…
De los miles de lagos que salpican
continentes e islas, el lago Ness no es, ni
de lejos, el primero en nada. No es el de
mayor superficie, ni el situado a mayor
altitud, ni el más salado, ni el situado
más al norte, ni el más profundo, ni…
En todo caso, es posible que sea el
número 1 en la lista de lagos más
populares. ¿Adivinas por qué?
Prueba a recoger folletos o a visitar
las páginas de Internet de distintas
agencias de viajes en las que aparezcan
viajes por Escocia. Trata de encontrar
algún circuito que no ofrezca una visita
al lago Ness. Yo no lo he conseguido.
Absolutamente todas las agencias
incluyen un crucero por el lago o un
recorrido por sus orillas con parada en
el castillo Urquart: «un lugar idóneo
para observar al monstruo», según una
reputada guía de viajes. Vamos, que
Nessie empieza a revelar su verdadera
identidad. Juraría que no es ni pez ni
saurio ni foca; apuesto a que el famoso
monstruo es un ave… de corral: la
gallina de los huevos de oro.
Por si acaso no lo tienes del todo
claro, ahí van datos correspondientes al
año 2003, tal como se recogen en el
estudio más reciente al respecto, el
informe The volume and value of
tourism in the Loch Ness partnership
area:
212.000 visitantes pasaron al
menos una noche en la zona del
lago, generando unos ingresos de
17.610.000 libras.
173.000 visitantes alojados fuera
de la zona dejaron unos beneficios
de 2.414.000 libras.

Si tenemos en cuenta el cambio entre


la libra y el euro, resulta que los
ingresos alcanzaron aquel año un total
de casi 30 millones de euros, lo que
supone que la economía local debe
mucho al amigo Nessie. Aun asumiendo
que no todos los visitantes del lago
acuden atraídos por él, es evidente que
buena parte de ellos no se dejaría sus
dineros en la zona si no fuera por la
leyenda del monstruo del lago Ness. Por
ejemplo, porque el lago ya no sería un
destino inevitable en los circuitos
organizados que recorren Escocia…

Los primos de Nessie


Dado que Nessie resulta ser un atractivo
turístico de primer orden, no debería
extrañarnos que otros lagos se hayan ido
poblando, como por arte de magia, de
monstruos locales. El número 2 de los
monstruos lacustres, aunque a mucha
distancia de Nessie, líder indiscutible,
es quizá Nahuelito, habitante del lago
Nahuel Huapi, en Argentina. Ojo al
dato: las descripciones son calcadas de
las de Nessie: que si unos diez metros,
que si largo cuello, que si una o dos
jorobas… (y como a aquél, hay que
alimentarlo: un desconocido dejó
recientemente un sobre con fotos de
Nahuelito en un diario local de
Bariloche, localidad pegada al lago).
Heredero de las leyendas indígenas, que
desde tiempos inmemoriales hablaban
de un monstruo en cada río y lago del
Cono Sur, Nahuelito es un asiduo de las
publicaciones «misteriosas» y en ellas
encontramos, claro está, todo tipo de
supuestas explicaciones: otra vez un
plesiosauro o una gigantesca foca de
larguísimo cuello o un mamífero
extinguido llamado milodón (sin
embargo, el milodón no era acuático).
La mejor hipótesis, seguramente fruto de
las elucubraciones de una mente
impresionable tras ver un episodio de
Los Simpson, es la siguiente: Nahuelito
es un mutante, un desgraciado producto
de la radiactividad liberada por el
Centro Atómico Bariloche.
Pero hay muchos bichos más, como
se lee en Año Cero o en el libro Mis
enigmas favoritos, cada uno con su
nombre, como las mascotas, y cada uno
en su lago: Altamaha-Ha, Caddy,
Champ, Manipogo, Menphre, Ponik,
Ogopogo, Igopogo, Chan… la lista es
extensa. En casi todos los casos se
repite la misma historia: jorobas,
cuellos largos, fotografías y películas
borrosas, testigos, leyes para evitar
daños a las criaturas…
Y puestos a exprimir el tema, qué
menos qué poblar los océanos con
monstruos de todo tipo. El kraken, por
ejemplo. Un terrible monstruo de las
leyendas noruegas, de más de dos
kilómetros, gracias al cual el obispo de
Bergen explicaba en 1755 la existencia
de islas que desaparecían súbitamente.
Ahora cuentas que los criptozoólogos
han «descubierto» que son calamares
gigantes… de unos pocos metros.
Como los calamares, a veces
aparecen enormes «monstruos» en
descomposición varados en las playas.
Entonces vas y tomas un puñado de fotos
y las publicas diciendo que se trata de
una extraña criatura, que recuerda
vagamente a un plesiosauro, un
ictiosaurio o a Carcharodon
megalodon, el gigantesco tiburón
extinguido, y añades que los científicos
—¡no iban a ser los criptozoólogos!—
se han llevado unas muestras para
analizar. Los análisis de ADN confirman
(siempre) que el «monstruo» es un
cachalote o cualquier otro cetáceo,
irreconocible tras llevar muerto varios
días. Pero tu siempre olvidas esta parte
final de la historia, ¡no vaya a
resolverse el enigma!
4
Lagarto, lagarto

Hace mucho, mucho tiempo, en una era


conocida como Mesozoico, los reptiles
dominaban el planeta. No sólo los
dinosaurios, como cree gran parte de la
población, que agrupa bajo este nombre
a todos los grandes reptiles
«antediluvianos», sino también otros,
impresionantes por sus dimensiones y
variadas formas de vida, como los
ictiosauros, plesiosauros o
pterodáctilos, los mayores seres
voladores que han existido jamás.
Pero a todos los grandes imperios
les llega el fin tras su época de gloria, y
si no que se lo pregunten a los romanos,
los incas, los egipcios… (¡tiembla,
imperio americano!). Como no podía ser
de otro modo, el imperio de los grandes
reptiles, y con él el Mesozoico, terminó
hace nada menos que 65 millones de
años, dando comienzo al Cenozoico.
Desde entonces, sólo unos pocos
representantes del gran clan de los
reptiles permanecen entre nosotros, en
un segundo plano, tras sus descendientes
las aves y los mamíferos: tortugas,
cocodrilos, lagartos y serpientes. Los
científicos dicen osadamente que de
aquellos grupos zoológicos de gloriosos
gigantes reptilianos no queda ni un solo
representante, tras resultar extinguidos
por el brutal impacto de un asteroide
(hay otras hipótesis para explicar esa
extinción, pero ésta parece ser la más
probable).
Para sostener semejante afirmación
—desde luego, de mayor calado que
pretender que un plesiosauro mora en un
lago escocés—, los científicos aportan
pruebas de las de verdad. Por ejemplo,
que en los estratos (los depósitos de
sedimentos transformados en rocas) de
más de 65 millones de años hay
abundantes fósiles de dinosaurios y
otros grupos de reptiles que no vuelven
a aparecer en los estratos más recientes;
eso es así en cualquier yacimiento del
mundo. Más aún, existe, en todo el
planeta, un fino estrato de 65 millones
de años con un elevado contenido en
iridio, metal muy poco abundante en la
corteza terrestre pero muy frecuente en
los asteroides. Por debajo de ese estrato
hay fósiles de dinosaurios; por encima,
no (los sedimentos más recientes se
depositan sobre los más antiguos).
Finalmente, a mediados del siglo pasado
se encontró frente a la península del
Yucatán un enorme cráter causado hace
65 millones de años por el impacto de
un objeto de unos 10 kilómetros a una
velocidad de 25 kilómetros por segundo.
Este impacto ale equivalente a 5000
millones de bombas atómicas como las
lanzadas sobre Japón en la Segunda
Guerra Mundial, suficiente, desde luego,
para provocar un repentino cambio
climático capaz de borrar del mapa un
porcentaje muy elevado de especies,
sobre todo las más grandes, que tienen
enormes necesidades nutritivas y son
más lentas en adaptarse a los cambios.
Por cierto, debemos nuestra
existencia a la catástrofe planetaria
producida por la caída de aquel
meteorito. Si hubiera cruzado la órbita
terrestre unas horas antes o después, no
se habría producido la gran extinción
que permitió que unos pequeños
vertebrados poco interesantes, los
mamíferos, ocuparan tantos nichos
ecológicos que habían quedado vacíos.
Sin la caída de aquel meteorito, el
mundo no habría conocido a los
humanos.

A pedradas con la inteligencia


¿Y qué haces tú con todo esto? Pues
pasártelo por el arco de triunfo. Como
hace ya unos añitos hizo con el
«apasionante» caso de las piedras de Ica
(Perú) Juan José Benítez en su libro Mis
enigmas favoritos y, más
específicamente, en ¿Existió otra
humanidad?, y rescató después en la
serie Planeta encantado de nuestra
televisión pública. «Mensajes
fidedignos de un pasado remoto», según
él. Para añadir a continuación con una
ceja levantada: «¿Por qué temen los
arqueólogos aceptar su autenticidad?».
Recordemos la historia tal y como la
muestra al público uno de tus
compañeros en www.lo-
inexplicable.com.ar:

Corría el mes de mayo de 1966.


Al consultorio del doctor Javier
Cabrera, en el pueblo de Ica,
llegó su amigo Félix Llosa,
llevándole un regalo. Una piedra
ovalada, de color negruzco, y de
aristas redondeadas; tenía
grabada en una de sus caras la
imagen de un extraño pez […].
Llosa le dijo que su hermano
poseía una gran colección,
proveniente del caserío de
Ocucaje, donde un huaquero
(campesino que realiza
excavaciones arqueológicas
clandestinas) las extraía por
docenas.
Esto despertó la curiosidad
del doctor Cabrera, quien, a lo
largo de los años, ha reunido una
colección de miles de piedras
grabadas. Y lo que es más, ha
realizado una interpretación […]
que, de ser cierta, revolucionaría
todas las ideas actuales acerca
de la antigüedad del hombre en
la Tierra y también de sus
orígenes.

La cosa promete. ¿Qué grabados


aparecen en las piedras? En lo que toca
al objeto del presente libro, escenas que
muestran la caza de dinosaurios o el
desarrollo (que no la evolución, como
equivocadamente indicas) de los
dinosaurios desde el huevo hasta su
completa madurez. Desarrollo absurdo
pues incluye una metamorfosis propia de
insectos. Pero la cosa no queda ahí:
otros dibujos muestran robots,
pirámides, complejísimas
intervenciones quirúrgicas como
trasplantes de órganos, mapamundis que
muestran el planeta tal y como era en el
Mesozoico (incluyendo los
misteriosamente desaparecidos
continentes de Lemuria y la Atlántida),
esquemas del ciclo menstrual femenino,
personas volando a lomos de seres
alados… Incluso hay grabados que
muestran la utilización de la acupuntura,
lo que es en sí bastante curioso porque
aquí, en nuestro planeta Tierra, todavía
no se ha podido demostrar que sirva
para nada. ¡Quizá sea un tratamiento
válido en otros lugares del universo…!
Eso no es todo. El no va más es la
interpretación realizada por el doctor
Cabrera de las piedras y que tú tampoco
dudas en airear sin someter a crítica
alguna. A saber: que las piedras fueron
grabadas por una raza superior que llegó
a la Tierra desde otro lugar del cosmos;
que no encontraron seres inteligentes y
que los crearon a partir de una especie
de lémur —un prosimio— extinguido
hace 50 millones de años; que esa raza
decidió grabar sus conocimientos en
piedras y en metales preciosos que han
sido destruidos por la avaricia humana
(¿cómo sabe esto último el doctor
Cabrera?); que esta información nos la
transmitieron para evitar catástrofes a
los hombres del futuro y para que
rigieran sus vidas con normas sabias y
racionales; que los incas así lo hicieron,
pues conocieron y conservaron las
piedras; que se han desenterrado, junto a
objetos toscos fabricados por los incas,
otros de la misma época con complejos
diseños que no pudieron haber sido obra
suya sino de una inteligencia superior
(¿no es esto racismo?); que como las
piedras son andesitas del Mesozoico,
fue en esta época cuando los
extraterrestres crearon la humanidad…
Y tú sin inmutarte. Ni siquiera
imaginas que el pobre doctor Cabrera se
ha podido volver loco… Asumes —algo
es algo— que la mayoría de
arqueólogos (los que llamáis
arqueólogos convencionales) ni siquiera
consideran que las piedras sean
auténticas, pero aduces que es imposible
que el pobre huaquero haya tenido
tiempo material de grabar semejante
montón de cantos rodados. ¿Acaso no
has oído hablar de las confesiones de
los campesinos locales, que han
reconocido ganar dinero vendiendo las
piedras? ¿O que los análisis demuestran
que las muescas son recientes,
realizadas con ácidos y limas? Decís
también que el pobre huaquero, Basilio
Uchuya, prefiere mantener un velo de
misterio sobre su hallazgo, por miedo a
la durísima legislación que afecta a los
hallazgos arqueológicos. ¡Pero si el
señor Basilio es conocido como
proveedor del doctor Cabrera desde
hace una porrada de años (su foto y
nombre están en Mis enigmas favoritos)
y nadie le ha acusado nunca de expoliar
el patrimonio arqueológico de Perú!
Como muestra del miedo que tiene, el
señor Basilio fue grabado para el
programa Planeta encantado sacando
piedras de uno de sus yacimientos
secretos mientras el inefable
presentador calificaba el momento de
histórico, lo que sería suficiente —si
realmente se tratara de un yacimiento
arqueológico— para terminar ambos en
la cárcel.
Debe ser especialmente peligroso
ver una serie como Los Picapiedra con
una mentalidad como la tuya. Quizá
deberían advertir al comienzo de cada
capítulo que no está basada en hechos
reales y que todo es mera ficción. En ese
caso, sería mucho más probable que no
te empeñaras en que el ser humano
convivió con los dinosaurios. Que no.
Que el ser humano moderno tiene unos
120.000 años, y los dinosaurios se
extinguieron hace unos 65 millones de
años. Sí, ya sé que además de las
piedras de Ica tienes más «pruebas» que
demuestran supuestamente la
coincidencia temporal de hombres y
dinosaurios, pero, la verdad, son todas
igual de patéticas. Como las del cauce
del río Paluxy, en Texas, terreno
formado hace 100 millones de años.
Aseguras que allí, junto a huellas de
saurios de muchas especies, se han
encontrado, con «notable perfección»,
otras de seres humanos, lo que echa por
tierra la teoría de la evolución. Claro
que cuando los paleontólogos de verdad
acudieron a comprobar tan impactante
descubrimiento no encontraron ni una
sola huella humana. Las que
pretendidamente tenían ese origen, que
no mostraban dedos ni empeines (por lo
que tampoco parecían muy humanas)
fueron atribuidas a dinosaurios: en
concreto, a impresiones de metatarsos y
colas en el mismo barro en el que
dejaron las demás huellas.

El que detiene los ríos


O lo que es lo mismo, el mokele-
mbembe, como le conocen los nativos
de las selvas congoleñas. Pero, como se
le «localiza» por toda el África
subsahariana, incluido Madagascar, se
le conoce con muchos nombres, según
me informo en la web
usuarios.lycos.es/criptozoo: nyamala,
amali, badigui, songo, guanerú, diba,
jago-nini, isiququmadevu… Un bicho
tan extendido y conocido por todo tipo
de gentes no puede pasar desapercibido
para la ciencia… ¿O sí?
Pues sí, la verdad es que no aparece
en ningún tratado de zoología, lo que se
me hace muy extraño, sobre todo
teniendo en cuenta los datos de que
dispone Germán Fernández sobre el
bicho en la mencionada web. En cuanto
a su descripción: de cinco a diez metros
de longitud; cuello largo y flexible, de
tres metros de largo; cabeza pequeña y
serpentina, con un largo cuerno, y en
algunos casos con cresta; piel lisa, de
color grisáceo; huellas con tres dedos.
Me pasmo todavía más de sus
conocimientos sobre su comportamiento,
teniendo en cuenta que hablamos de un
críptido: se halla casi siempre
sumergido, sólo asoma la cabeza para
comer y respirar, es herbívoro y su
alimento principal es la planta conocida
como malombo, se enfrenta a cocodrilos
e hipopótamos, aunque no los devora…
Me atrevo a añadir que su carne debe de
ser venenosa, pues nos informa de que
«se cuenta» (vamos abandonando la
precisión) que en una ocasión unos
pigmeos mataron un mokele-mbembe y
todos los que comieron su carne
murieron.
Parece que la sensación dominante
entre los criptozoólogos es que se trata
de uno de aquellos gigantes
desaparecidos hace 65 millones de
años; más en concreto, de un saurópodo,
uno de aquellos diplodocus de algunas
entrañables ilustraciones de nuestra
infancia. Sin embargo, sorprende que,
con tantos datos de que disponéis, no os
pongáis de acuerdo sobre el grupo al
que pertenece. Así, hay quienes opinan
que se trata de un varano gigante de
cuello largo o de una tortuga gigante.
Hasta aquí todavía estamos hablando de
un reptil, pero resulta que el gran
Heuvelmans, el «padre de la
criptozoología», sugiere que se trata de
un mamífero que ha adquirido el aspecto
de un dinosaurio… ¿Qué tal otra foca
gigante de cuello largo?
Es curioso, pero todas las pruebas
que aportáis de su existencia son tan
sólidas como la de la indigestión de los
pigmeos. A saber, se cuenta que una
expedición de 1980 al río Likouala-aux-
herbes, en la República del Congo,
encontró una pista que empezaba y
terminaba en el río, abierta por un
animal de unos dos metros de alto que
arrastraba una cola pesada. ¿Cabría la
posibilidad de que fuera el rastro de una
persona que tirase, por ejemplo, de una
canoa? Se cuenta también que en 1993
un tal Rory Nugent fotografió un objeto
acuático en el lago Télé. Así, sin añadir
nada más. ¡Pasmoso! Ah, eso sin olvidar
los testimonios de los habitantes de la
zona. En Wikipedia está recogida la
opinión que tenía Hans Schomburgk,
cazador de principios del siglo XX, de
los testimonios sobre el mokele-
mbembe:

Los nativos que desean


complacer al visitante blanco y
esperan una recompensa valiosa
están dispuestos a garantizar que
conocen un animal de piel azul,
seis patas, un solo ojo y cuatro
colmillos.

¿Solución? Quizá la que propone


Manuel Carballal en el espeluznante
relato en que cuenta su búsqueda del
mokele-mbembe titulado «Y el río, más
que sonar, bramaba a nuestro
alrededor», publicado en
www.mundomisterioso.com; tras el
rastro de

una de esas extraordinarias


criaturas que siempre han sido
relegadas a la superstición de
los indígenas por parte de los
misioneros y de los zoólogos
más conservadores.

Con su estilo habitual, capaz de


poner los pelos como escarpias al más
pintado, cuenta su recorrido de
kilómetros y más kilómetros por
territorios inhóspitos y sus encuentros
con nativos primitivísimos, y casi
congela nuestra respiración cuando se
acerca el desenlace:

[…] un espantoso bramido a


escasos metros de mi cabeza me
hizo caerme (sic) al húmedo
suelo de la barcaza […].
Instintivamente dirigí el 300 mm
de mi cámara hacia la fuente de
aquel terrible rugido, pero no
pude apretar el disparador antes
de que dos enormes ojos
redondos despareciesen bajo las
aguas […]. Aproveché para
sacar el magnetófono dispuesto a
grabar de nuevo aquel bramido
si llegaba a producirse. Y vaya
si se produjo. Poco a poco, a
unas decenas de metros de la
barcaza, comenzaron a asomar
de las aguas del río Lambwe
pares de ojos redondos
flanqueados por divertidas
orejas oscuras. Eran
hipopótamos.

Pues no era el mokele-mbembe. ¿O


sí? Porque lo cierto es que la
explicación más racional de las antiguas
leyendas locales es precisamente que se
trata de este mamífero acuático, el
hipopótamo. La inscripción «Aquí
habitan dragones», que en los antiguos
mapas solía colocarse sobre las
regiones inexploradas del centro de
África, junto con la candidez de algunos
pioneros exploradores ante las
respuestas de los nativos, contribuyó a
la leyenda.

¿Dragones? Sí, pero en


vuestras cabezas
Una leyenda que os empeñáis en
engordar, como en ese artículo
publicado en la revista Año Cero
titulado «Dragones, ¿existieron
realmente?». No me ha quedado más
remedio que leer algunos de vuestros
reportajes, aunque no termino de
acostumbrarme. En éste, Miguel Seguí
propone la presencia de pterodáctilos,
serpientes y lagartos gigantes como una
realidad aún ignorada para explicar los
relatos, aparentemente míticos, en los
que aparece la figura del dragón:

¿Es posible que la sugerente


figura del dragón sea el recuerdo
de unos extraños animales
todavía no clasificados por los
zoólogos?
Cualquier persona sensata diría que
no; que los dragones son tan reales como
las hadas (aunque lo cierto es que hay
gentes aparentemente sensatas que creen
en las hadas, así que no debería
extrañarme nada). Sin embargo, no es
esto lo que opina el autor de una
delirante web con el apocalíptico
nombre de www.antesdelfin.com. Se
trata de alguien empeñado en que la
Biblia es cierta al pie de la letra, desde
«En el principio» hasta el «amén» final.
Y si para ello hay que prescindir por
completo del sentido común, ¡pues peor
para el sentido común!
Parece ser que el autor, Dawlin A.
Ureña, que firma como pastor,
licenciado y miembro de una asociación
«científica» llamada reveladoramente
Creation Research Society, está
empeñado no sólo en que el Génesis es
un documento científico que revela el
origen y evolución (con perdón) del
universo, sino que día a día se está
cumpliendo el último de los libros
bíblicos, el Apocalipsis. Cualquier
catástrofe natural, como una inundación
en Bangladesh, o causada por la
estupidez humana, como un atentado
terrorista en Bagdad, está reflejada en
algún versículo del Apocalipsis, o al
menos él la encuentra. Con la de
catástrofes que afligen a la humanidad,
ya tiene mérito.
Mérito tiene también asegurar que en
la Biblia están las tres leyes de la
termodinámica, que contiene un
modernísimo tratado de meteorología o
que explica las relaciones entre la salud
y las bacterias. ¡En serio! Lo que me
extraña es que no haya acusado de
plagio a Pasteur, pongamos por caso.
Volvamos a los dragones. ¿Qué nos
dice este pastor licenciado? Que
dragones es el nombre con que se
conocía en la antigüedad a los
dinosaurios. Que la Biblia llama
Leviatán a los plesiosauros. Que no se
extinguieron hace decenas de millones
de años, como dogmáticamente
sostienen los evolucionistas —a los que
califica de ateos siempre que puede—,
sino que, junto a los demás trillones de
fósiles (aquí exagera el hombre), fueron
enterrados bajo inmensas cantidades de
lodo y grava como consecuencia del
diluvio de Noé.
Qué alegría se llevó este buen
hombre cuando se descubrió el fósil de
plesiosauro en el lago Ness, hecho al
que me he referido ya en el capítulo
anterior. ¿Y qué opinaba, a raíz de la
noticia, de los «evolucionistas ateos»?

Pero vamos, así que cientos de


personas han tomado imágenes y
han reportado haber visto un
animal gigantesco en un lago de
Inglaterra [confunde Inglaterra
con Escocia], y estos enemigos
de Dios y de la Biblia pretenden
convencernos de que nuestra
razón nos engaña.

Y pone la siguiente afirmación en


boca de los evolucionistas:

Sabemos que los plesiosauros y


demás dinosaurios [sic]
desaparecieron hace millones de
años. Por tanto, estos fósiles
deben haber sido plantados por
alguien […] para que los
evolucionistas quedemos mal.
¿Cómo es capaz de poner semejante
idea en boca de un evolucionista? Pues
retorciendo la idea de que los fósiles,
junto con los estratos en los que quedó
atrapado el cadáver del plesiosauro, han
terminado realmente ahí gracias a que
algo los ha puesto donde se hallan. Algo
(no alguien) como la tectónica de
placas, que se manifiesta en fenómenos a
muy largo plazo tales como la deriva de
los continentes, la elevación de las
cordilleras o la apertura y cierre de los
océanos, capaces no sólo de colocar al
dichoso plesiosauro en las orillas del
lago Ness sino también de situar fósiles
de moluscos en las cumbres del
Himalaya. Pero, claro está, el pastor
licenciado no cree en la teoría de la
tectónica de placas, que explica los
fenómenos asociados a los movimientos
de la corteza terrestre. Para él, esta
teoría es tan demoníaca como la de la
evolución. (Y si está clara su incultura
en ciencia, tampoco es muy ducho en
teología: valga como muestra la
amenaza de ser enviado al infierno por
Cristo —¡desde las nubes!— a quien
abrace la evolución o el comunismo, que
ya son ganas de liar las cosas).
Dawlin A. Ureña insiste en que es
evidente que los dinosaurios, antes
llamados dragones, han existido en
épocas históricas: ¿acaso no tenemos
noticia de la épica batalla entre san
Jorge y un dragón? ¿O de que los
dragones eran especialmente comunes en
Escandinavia, tanto que tras matarlos
tenían la costumbre de colocar sus
cabezas en los extremos de sus
embarcaciones? (esto seguramente lo
sabe gracias a la serie documental Vicky
el vikingo).
De cualquier manera, este licenciado
pastor no es un criptozoólogo al uso.
Digamos que sus intereses no tienen
nada que ver con los tuyos. Todo su
empeño se centra en demostrar de forma
enfermiza la literalidad de la Biblia. Y
queda claro que lo que le preocupa, ante
todo, es el ataque que supone la teoría
de la evolución a sus convicciones
creacionistas. Dragones y dinosaurios
no son un fin sino un medio en su
absurdo discurso. Si le resultaran útiles
los extraterrestres para demostrar la
presencia de la serpiente en el Árbol del
Bien y del Mal, los usaría. A ti te
resultan útiles los dragones y los
extraterrestres para sacar pasta a los
ingenuos. Por eso escribes sobre ellos,
envolviendo tus relatos en una capa de
misterio. Por eso tú no me das pena, no
sé si lo has notado. Me resulta triste, sin
embargo, ver cómo este señor trata de
demostrar de forma pretendidamente
científica, además de la existencia actual
de dragones-dinosaurios, otros absurdos
tales como la posibilidad de que todas
las especies animales catalogadas por la
ciencia cupieran en el arca de Noé
mientras el diluvio sumergía a la
totalidad de los continentes, o la
extraordinaria talla (más de tres metros)
y la no menos extraordinaria longevidad
(los 969 años de Matusalén, por
ejemplo) de los hombres antediluvianos.
En fin, no es el momento de rebatir
las tesis creacionistas. Me vas a
permitir que te señale una obra,
compañera de colección de la que tienes
ahora en tus manos, que profundiza en el
tema: El creacionismo ¡vaya timo!, de
Ernesto Carmena. Te la recomiendo por
si, puesto a arremeter contra la
dogmática ciencia, te planteas que quizá
la teoría de la evolución no es más que
eso, una teoría. Desafortunado y erróneo
planteamiento que, importado de
Estados Unidos en el marco de las tesis
creacionistas, es capaz de hacer
incomprensible la biología actual.
Aunque no sé para qué me empeño. Si te
parece rentable el creacionismo, te
harás portavoz del creacionismo,
tampoco hay que ser tan escrupuloso…
5
Muy latino

Cuando hablamos de lo latino nos viene


a la cabeza todo aquello característico
de los países americanos de idioma
castellano y, en muchos casos, también
de España. El primer elemento
vertebrador ha sido, históricamente, el
idioma. El segundo, la religión católica.
Por supuesto, los latinos compartimos
muchas más cosas, casi todas ellas de
vital importancia: el festival de la
canción de la OTI, la festividad del 12
de octubre, el sentido del ritmo (en
realidad, sólo los del lado oeste del
Atlántico, con honrosas excepciones en
el lado este), una cierta propensión a ser
«gobernados» por dictadores
(afortunadamente, cada vez quedan
menos) o esa alegría de vivir de la que
tanto hacemos gala y que quizá no deja
de ser un tópico. Pero hay más. Tenemos
un críptido prácticamente en exclusiva,
tan nuestro como la delicada expresión
cojones: el chupacabras. Lo cual,
francamente, es muy extraño. No es
normal que un animal se distribuya por
un territorio (y sólo por él) muy amplio,
con gran variedad de climas y paisajes,
repartido entre dos continentes y varias
islas. La distribución espacial de los
seres vivos, estudiada por la
biogeografía, no contempla motivos
políticos o lingüísticos. ¡Pero qué más
da! El chupacabras es un críptido muy
especial. Quizá precisamente por eso,
porque es latino.
Al parecer, los primeros informes
del chupacabras se remontan a la década
de 1960 en los Andes bolivianos. Desde
entonces ha actuado, según fuentes
«dignas de todo crédito», en Argentina,
Brasil, Chile, Estados Unidos —que, al
fin y al cabo, está lleno de latinos—, las
españolas islas Canarias, Santo
Domingo, Puerto Rico…
¿Y cómo es él?
Seguramente, bajo el nombre
chupacabras se esconde una amplia
variedad de seres, o al menos eso es lo
que podemos concluir si atendemos a
los distintos testigos que juran haberse
topado con él. De cualquier manera, si
pudiéramos formar una imagen que
sintetizara las diferentes descripciones,
obtendríamos un ser de
aproximadamente un metro de altura,
piel verdosa y cubierta de escamas, ojos
grandes y saltones, y cabeza
relativamente grande y ovalada. Andaría
a dos patas, por lo que su aspecto
tendría algo de humanoide a pesar de
estar un tanto encorvado. Las patas
delanteras serían unas garras con uñas
afiladísimas al final de sus cuatro dedos,
mientras que las traseras, parecidas a
las de los perros, tendrían tan sólo tres
dedos. Por supuesto, no podemos
olvidarnos de la boca, armada con
terribles colmillos y, tal vez, con una
especie de trompa filiforme destinada a
succionar los órganos y la sangre de sus
víctimas.
Claro que es mucho más probable
que se parezca a la terrible imagen
publicada en Año Cero, generada por
ordenador por el «investigador» chileno
Jaime Ferrer, de la organización
«científica» Calama UFO Center, que
por algo es un experto en enigmas. En
este caso la piel no es verdosa y
escamosa, ya que el bicho está cubierto
en toda su superficie por un pelo
grisáceo, tirando a cano en la cabeza.
Los ojos son grandes, brillantes y de
color rojo; la lengua asoma bífida, como
la de un ofidio.
Quizá Don Jaime se basó en la
escalofriante descripción del
chupacabras realizada por un testigo de
Villa San Rafael, en Calama, Chile, que
se publicó, junto con una foto del testigo
debidamente pixelada, en
www.akasico.com, web oficial de las
revistas Año Cero y Enigmas. Al fin y al
cabo, la noticia comienza diciendo que
la llamada telefónica fue recibida en el
Calama UFO Center sólo tres minutos
después del encuentro. Además de la
descripción del (en este caso) peludo
ser, el testigo relata su propia reacción:

Como ésta no es mi primera


experiencia con estos
depredadores, lo primero que
pensé fue: ¡Éste es el CHUP…!
Intenté terminar la palabra ¡pero
no me salía!, quise gritar y
llamar a mi papá, que duerme en
la habitación contigua, ¡pero
tampoco pude hacerlo! ¡Quedé
paralizado! Este ser hizo una
gesticulación y achicó sus ojos,
sentí como una orden en mi
mente que me decía ¡CÁLLATE,
NO GRITES! Y de hecho ¡NO
PUDE HACERLO!, ni siquiera
moverme, llenándome de pánico.

En este relato de un encuentro con el


chupacabras —¡que no es el primero,
caramba!— aparece uno de sus aspectos
característicos, como veremos en
seguida: su capacidad «hipnótica».
Como sucede en otros críptidos, se
hace realmente difícil adscribir al
chupacabras a un grupo concreto del
reino animal. Si tiene escamas y es
verdoso, diría que se trata de un reptil,
algo parecido al extinto velociraptor
popularizado por Spielberg en Parque
Jurásico. Si es peludo, diría que es un
mamífero, pero no sé si situarlo en el
grupo de los grandes simios —junto a
chimpancés, orangutanes, gorilas y
humanos—, aunque la marcha bípeda y
la postura encorvada así lo indiquen.
Pero no me cuadra que tenga patas de
perro, ni sus escasos dedos. Tampoco la
lengua bífida y esos ojos rojos y
brillantes, si me pongo exigente. En fin,
decido consultar la Wikipedia y me
encuentro con que su aspecto puede ser,
además de reptiliano, mamífero, pero en
este caso lo adscriben entre los
quirópteros (murciélagos) o los cánidos
(perros y similares). Lejos de
aclararme, mi confusión aumenta.

Enigmático modus operandi


El chupacabras es un bicho malo, muy
malo. Seguramente el peor de todos los
críptidos. Los demás tienen su puntito
canalla, pero no dejan el rastro de
muerte y destrucción que deja este mal
nacido. Hay quien jura que el yeti rapta
ocasionalmente a bellas señoras (que
resultan ser siempre amigas del primo
de un conocido), o que el mokele-
mbembe envenenó post mortem a unos
que osaron probar su carne… pero no es
lo mismo, ni de lejos.
Los ataques del chupacabras no
tienen parangón en el reino animal. Ni
en el vegetal, me atrevo a añadir. Según
cuentan, los animales muertos por él
quedan completamente desangrados y, en
la mayor parte de los casos, incluso sin
vísceras, lo que tiene mucho mérito si
tenemos en cuenta que suele producir
sólo una única herida: un solitario
agujero.
El misterio se acrecienta debido a la
extraña reacción de las víctimas ante el
inminente ataque. O mejor aún, por su
ausencia de reacción. Me explico. Los
dueños de granjas que han sufrido el
ataque del chupacabras no comprenden
cómo es posible que ni vacas ni ovejas
ni gallinas ni demás pobladores de la
granja enviados a mejor vida mostraran
signos de inquietud. Ningún alboroto,
ningún pataleo. Nada de mugidos,
berridos, cacareos, balidos o relinchos.
Más aún: ni siquiera los perros,
omnipresentes en las instalaciones
agropecuarias, dieron nunca la más
mínima muestra de que un extraño ser
estuviera masacrando a diestro y
siniestro. Eso sí, tras el ataque, los
perros (los supervivientes, pues incluso
ellos pueden sucumbir a manos —¿o a
garras?— del chupacabras) suelen
mostrarse retraídos y asustadizos. Para
empeorar las cosas, no suele haber
testigos humanos de los ataques.
Pero eso no es todo. El enigma
alcanza una dimensión extra pues casi
nunca se encuentran huellas del atacante;
algo lógico cuando el ataque tiene lugar
sobre un suelo de cemento, pongamos
por caso. Pero tampoco aparecen
huellas en la cálida y blanda capa de
estiércol en la que hasta unos momentos
antes del fatídico desenlace retozaban en
su beatífica estupidez ovejas y vacas. Y
no se trata sólo de las huellas de los
pies (si es que son pies): tampoco
aparece ni una miserable gota de sangre.
Sólo con imaginarlo se me eriza el
vello.
En realidad, a veces el chupacabras
sí deja alguna huella, pero entonces es
aún peor. A veces han aparecido unas
huellas que recuerdan las de un enorme
cánido, con la prolongación de un talón.
Lo más escalofriante es que están
separadas por unos buenos cuatro o
cinco metros, lo que indica una
extraordinaria capacidad para el salto.
Como ejemplo de las mortíferas
capacidades del chupacabras te copio a
continuación lo que se publicó en
www.akasico.com respecto a un ataque
en Tizimin, Yucatán:
La propiedad en cuestión
pertenece a Don Esteban Osorio,
quien fue informado de que, de
forma misteriosa, les habían
succionado la sangre a 23 de sus
aves (gallinas y pavos) sin dejar
ni una gota ni rastro de ésta en el
lugar […]. Presentaban huellas
de colmillos incrustados en la
garganta y la masa encefálica
succionada.

Esto, ya de por sí, constituye toda


una hazaña anatómica, por decirlo de
alguna manera. Se precisa una habilidad
fuera de lo normal para succionar el
encéfalo a través de la garganta
(además, sorber la comida es de mala
educación). Pero aún cuenta más:

[El capataz] se llevó una


considerable sorpresa al
percatarse de que una yegua de
escasos dos meses de edad
presentaba similares señales de
colmillo en el cuello y estaba
igualmente sin gota de sangre
[…]. Hace tan sólo un mes y
medio un suceso similar se había
registrado en un rancho vecino,
ubicado a 3 km […] Ambos
hechos ocurrieron exactamente
tres días antes de la Luna llena.
Claro que tú también estás
convencido de que la Luna tiene una
influencia decisiva en multitud de
circunstancias de «aquí abajo» (al fin y
al cabo, la astrología es una «ciencia»,
¿verdad?)… Seguro que «sabes» con
certeza que hay más partos, más ingresos
en manicomios y más altercados
violentos en las noches de Luna llena,
así que ¿cómo no va a influir la Luna en
el comportamiento del chupacabras? En
fin, qué atrevida es la ignorancia… Por
cierto, ya me explicarás cómo es posible
que dos «Lunas llenas» estén separadas
por un intervalo de mes y medio. Los
astrónomos definen un mes lunar o
sinódico como el tiempo que pasa desde
que la Luna está en una fase hasta que
vuelve a estar en esa misma fase: como
promedio es de 29,5 días. Aunque no
hace falta ser astrónomo; basta con
mirar de vez en cuando el cielo para
comprobar que el origen del mes, como
el de la semana, está en las fases
lunares…

El chupacabras tinerfeño
No voy a ser menos que tú y voy a
escribir lo que me dé la gana. Y ahora
me dan ganas de hacer publicidad de una
revista diferente de ésas en las que
alegremente colaboras. Se llama El
Escéptico, y justo debajo pone, en letra
más pequeña, La revista para el
fomento de la razón y la ciencia.
Supongo que no te va a gustar, sobre
todo cuando te diga que tras ella está
ARP-Sociedad para el Avance del
Pensamiento Crítico, la misma sociedad
que colabora en la edición de esta
colección de libros.
En el número 19, publicado en 2005,
Ricardo Campo (sí, el mismo autor de
Los ovnis ¡vaya timo!) publicó un
informe exhaustivo sobre el caso del
chupacabras tinerfeño que me voy a
permitir resumir. Para que, ya puestos,
veas la diferencia entre tus métodos y
los de personas como él.
La historia se remonta a mayo de
1979, cuando en Taco, un barrio de
Santa Cruz de Tenerife, se produjeron
unas misteriosas muertes de animales
domésticos. En octubre, la historia se
repitió en otro núcleo de población
llamado Barranco Grande.
La prensa tuvo un papel destacado
en los acontecimientos. La primera
referencia que encuentra Ricardo en su
investigación es del periódico
santacrucero El Día en su edición del 12
de mayo. Este periódico informaba de
que habían aparecido dos perros y tres
cabras sin corazón ni sangre en las
venas. LA día siguiente ampliaban la
noticia informando de que algunos
vecinos se sentían inquietos al pensar
que podría ser un fenómeno
extraterrestre. La razón estaba en que el
5 de marzo de ese mismo año se habían
observado en la alta atmósfera los
efectos de varios misiles Poseidon
norteamericanos, calificados por la
prensa como «ovnis».
Ricardo continúa tirando de
hemeroteca y halla que las
informaciones publicadas por la prensa
local son contradictorias de principio a
fin: la primera muerte extraña de un
perro había sucedido el 29 de abril,
pero sus dueños no le dieron
importancia inicialmente al pensar que
se había debido a una pelea entre
perros. Entonces nadie habló de heridas
extrañas ni de desangramientos. Así se
publicó en El Día el 15 de mayo. Sin
embargo, al día siguiente los dueños no
se ponían ya de acuerdo sobre las
heridas ni sobre las vísceras extraídas;
al mismo tiempo, se atribuía la autoría a
una secta satánica que en cualquier
momento podía pasar de los perros a los
seres humanos… Un día después, el 17
de mayo, el mismo periódico dedicó una
página entera al caso, apuntando como
hecho relevante la existencia de una
creencia popular en las islas según la
cual un ladrón que lleve en el bolsillo
vísceras secas de animales puede
neutralizar la fiereza de un perro,
acercándose a él sin que le ataque. El
autor del reportaje confirma que la cosa
funciona de verdad (¡qué pasada!).
Otros periódicos, en las mismas
fechas, no hicieron sino aumentar la
confusión: niños que habían visto un
bicho, sin añadir más; que había
aparecido un cerdo con el hocico
destrozado; que se rumoreaba sobre el
hallazgo del cadáver de un joven con las
mismas heridas que los animales,
aunque luego el mismo periódico, tras
investigar el rumor, concluyó que era
falso; que las muertes de los perros
estaban causadas por manos humanas;
que habían aparecido conejos y cabras
degollados, pero el veterinario afirmaba
que el autor era un perro (los perros no
pueden degollar, como bien indica
Ricardo); que se descartaba que el autor
fuera un guepardo huido de un Safari
Park cercano…
Respecto a los sucesos de octubre en
Barranco Grande —ocho cabras y
varios conejos muertos—, la prensa se
decantó, más racionalmente, por una
gamberrada. Al fin y al cabo, las
autopsias indicaron que los animales
habían sido estrangulados, desangrados,
y que después les vaciaron las vísceras.
En 2002, Ricardo se puso en
contacto con uno de los periodistas que
cubrió el caso, quien le confesó que
trataron la historia con mucha carga
dramática, quizá demasiada, lo que pudo
motivar a unos imbéciles a dedicarse a
despellejar animales.
En 2005 mantuvo una conversación
con el jefe de prensa de la Policía
Nacional de Santa Cruz de Tenerife,
quien a su vez se puso en contacto con
quien era jefe de la Brigada de
Investigación en 1979. Según éste, la
conclusión ale que en casi todos los
casos se trató de perros asilvestrados, y
que las víctimas, cabras en su mayoría,
estaban heridas en el abdomen, como si
se hubiera adiestrado a los perros para
agredir en esa zona. El dato de que no
había sangre resultó ser falso. Además,
alguien vio una pequeña banda de
perros, que bien pudo ser la
responsable. La Jefatura Superior de
Policía dio una rueda de prensa para
informar de todos esos detalles,
añadiendo algunas posibles
explicaciones para otros casos, como la
autoría humana y la posterior
participación de ratas, pero los
periodistas no se dieron por satisfechos.
Otras hipótesis tenían más gancho…
Ricardo contactó asimismo con un
experto en sectas, quien le confirmó que
alguna de las muertes tenía visos de
haber sido causada por manos humanas,
sin nada que ver con ritos satánicos sino
más bien con simple gamberrismo.
¿Dónde está el chupacabras en toda
esta historia? En aquellos lejanos días
de 1979 nadie nombró al bicho. Fue uno
de vosotros quien, años más tarde,
desempolvó los hechos enfundado en su
chaleco multibolsillos para encontrar,
«sin ningún género de dudas», el rastro
indeleble del enigmático chupacabras, y
sacar tajada de ello. Como te decía, hay
una gran diferencia.

¿Quieres más?
Te presento un documento difundido por
el argentino Servicio Nacional de
Sanidad y Calidad Agroalimentaria,
fechado en Buenos Aires el 1 de julio de
2002, que puedes encontrar en la web de
ARP-SAPC (www.arp-
sapc.org/articulos/mutilaciones.html).
Se trata del Informe oficial sobre
lesiones y mutilaciones de cadáveres
bovinos, encargado a la Universidad del
Centro ante la «sospecha» de que el
chupacabras pudiera ser responsable de
la muerte de varios animales en 15
establecimientos agropecuarios de
Olavarría, Tandil, Tres Arroyos,
Coronel Pringles, Coronel Dorrego y
Balcarce.
Tras analizar 20 cadáveres, el
Servicio Nacional concluyó que las
muertes se produjeron por causas
naturales, en concreto por enfermedades
metabólicas e infecciosas, y que las
lesiones fueron provocadas por
predadores, en particular por el
«hocicudo rojizo», un ratón del género
Oxymycterus cuya población está en
aumento y ha cambiado sus hábitos
alimentarios.
El estudio fue concienzudo. Incluyó
análisis de radiactividad, que resultaron
negativos, así como la acción de
narcóticos. Se demostró que las lesiones
en la piel y los órganos, estudiadas por
observación directa y mediante una lupa
estereoscópica, fueron ocasionadas por
depredadores tales como roedores y
zorros, y se descartó la participación de
elementos como el calor o la
cauterización. Las lesiones, además,
estaban asociadas con aberturas
naturales, como boca, orejas, ubres,
recto, vulva y, en cadáveres con más
tiempo muertos, el abdomen: el patrón
habitual que siguen los carroñeros para
acceder a los órganos internos.
Los especialistas no se conformaron
con las autopsias. Por un lado,
realizaron observaciones de campo, que
les permitieron encontrar roedores
alrededor y dentro de los cadáveres en
el momento en que los estaban
devorando. Por otro, colocaron animales
recientemente muertos, sin lesiones, en
lugares elegidos para observar la acción
de los predadores y constataron que las
lesiones producidas fueron exactas a las
del resto de animales estudiados.
En definitiva, que no había
chupacabras. Claro que estos puñeteros
científicos lo demuestran fácilmente con
un método que es, sencillamente, lógico.
Y racional. Se llama método científico.
¡Así cualquiera! También es posible
que, aunque sólo sea por no dar el brazo
a torcer, te alinees con los que
mantienen que el gobierno ocultaba algo
terrible. Y así la historia continúa en
forma de conspiración.
De cualquier manera, y como no
podía ser menos, el chupacabras es, ante
todo, un negocio. En los Andes, sobre
todo en la década de 1990, su imagen
era habitual en recuerdos para turistas
como camisetas, llaveros y demás
quincallería. En el puertorriqueño
periódico La Estrella, en un artículo
firmado por Lucas Montes Valentín, me
informo de que en los últimos años el
chupacabras se ha convertido en un
icono internacional y en el primer
artículo de exportación de Puerto
Rico…
6
El yeti y otros seres
abominables

Me pregunto quién ganaría en una


hipotética consulta para decidir cuál es
el críptido más famoso, aunque creo
adivinar entre qué dos enigmáticos seres
se disputaría el título. Algo me dice que,
si salimos a la calle, y durante un rato
pedimos a quien se nos cruce el nombre
de un animal enigmático, la mayoría de
las respuestas se concentraría en dos
únicas opciones. «El monstruo del lago
Ness», dirían muchos. Efectivamente, el
simpático Nessie, a quien hemos
dedicado un capítulo, es ya una estrella
en vuestras publicaciones esotéricas y
en el imaginario colectivo. «El yeti»
sería la otra elección masiva. Desde
luego, la lista de críptidos que ofrecéis
al público es muy larga, dado que los
únicos límites son los de vuestra
imaginación, pero Nessie y el yeti se
llevan la palma en páginas de libros y
revistas y horas de emisión de radio y
televisión.
(Casualmente, días después de
escribir el párrafo anterior, me entero de
que en EE UU se acaba de publicar un
libro sobre los 1O1 personajes de
ficción más influyentes en los habitantes
de dicho país. Abre la lista, por
desgracia, el viril causante de
muchísimas muertes prematuras en todo
el mundo: el vaquero de Marlboro.
Otros personajes son el novelesco rey
Arturo, Papá Noel, la muñeca Barbie y,
en el puesto 56, el monstruo del lago
Ness, del que ese libro asegura que «su
influencia en el cash flow de su país ha
sido significativa»).
Me atrevería a añadir, además, que
entre ambos seres, Nessie y el yeti, hay
un paralelismo sorprendente. En ambos
casos nos encontramos con confesiones
de fraude, búsquedas infructuosas,
hipótesis absurdas, negocietes turísticos,
parientes por todos los continentes… Al
respecto de esto último, es
impresionante lo bien que se documentó
Juan José Benítez para escribir Mis
enigmas favoritos: sasquatch en
Canadá, bigfoot en Norteamérica
(supongo que sólo EE UU), maricoxi en
el Amazonas, chemosit en África,
xuêren en China, alma en el Cáucaso,
chuchunaa en Siberia, hibagón en
Japón, yowy en Australia. Para tratarse
de enigmas con patas, sorprende la
precisa clasificación que hacen los
sherpas de los yetis: los metrey son yetis
caníbales de 1,5 metros; los chutrey
llegan a medir tres metros y devoran
yaks; y los theima (¡qué alivio!) son
herbívoros y pacíficos. Ya sé que le
gusta asegurar que hace investigación de
calidad porque recorre miles de
kilómetros, pero ha olvidado citar los
más cercanos: los hombres de las nieves
de los Pirineos, conocidos a su vez con
nombres tan variados como ome
granizo, chigán, crepazero o basajaun.
En la población aragonesa de
Lafortunada hay quien asegura haberlo
visto.
¿Serán todos ellos de la misma
especie? ¿Serán distintas especies del
mismo género? No le demos más
vueltas. Me informo en el libro El
código secreto, los misterios de la
evolución humana, de Bruno
Cardeñosa: algunos de ellos son
neandertales, otros Homo erectus, y
también hay ejemplares de
Australopitecus y Gigantopitecus.
Según Cardeñosa, ninguno de estos
homínidos se ha extinguido, como
sostienen erróneamente los científicos.

El yeti existe
No lo digo yo, que conste. Reproduzco
textualmente un titular de
www.akasico.com. Podría decirte ahora
que cuando leí tan impactante noticia me
sobrecogí pensando que había llegado el
momento de reescribir la historia de
nuestra familia, los homínidos; que la
paleontología iba a sufrir un vuelco
desde sus cimientos; que la
criptozoología, en fin, iba a ser
considerada una más entre las ciencias
de verdad. Pero si escribiera cosas
como ésas sospecharías que estoy
usando la vieja figura retórica de la
ironía, y acertarías. Otra cosa hubiera
sido leer el mismo titular no ya en la
prensa del día, que hubiera sido casi lo
mismo, sino en una revista científica de
ésas que tienen revisores que miran con
lupa los originales.
El yeti existe, dice el titular. A ver, a
ver, me digo. Y como el texto de la
noticia es breve, mi mirada es captada
por la última frase, que me deja
patidifuso: «Puede que haya llegado el
momento de que el escepticismo
integrista se tenga que tragar un sapo»
(por supuesto, también utilizáis figuras
retóricas, porque lo del «sapo» debe de
ser una metáfora, digo yo; y lo del
«escepticismo integrista» se me antoja
una antítesis, aunque no lo pretenda el
autor). Decido leer desde el principio:

Científicos británicos que siguen


el rastro del Yeti han encontrado
la mejor prueba disponible hasta
el momento sobre la existencia
de la mítica criatura del
Himalaya: una muestra de pelo
que hasta el momento ha sido
imposible identificar.

El mundo es de los valientes, sí


señor. Por la misma regla de tres vamos
a aceptar el piojo como animal de
compañía. Así que alguien ha
encontrado una muestra de pelo
imposible de identificar:

Pruebas genéticas realizadas


sobre esos pelos, recogidos de
un árbol en Bhután, no
consiguieron asimilar su ADN al
de ningún otro animal, según un
informe publicado el lunes en el
Times de Londres.

Es decir, el yeti existe porque


alguien ha encontrado unos pelos que, de
momento, y si es cierto lo que publica el
Times (no sería la primera vez que
alguien se la cuela a un periódico), no se
ha logrado identificar. Claro que con
esas deducciones cualquiera hace
ciencia. Y ésta es «la mejor prueba
disponible» de la existencia del yeti en
el Himalaya…
La historia se repite. Ahí va otro
titular, de un artículo firmado por
Miguel Seguí y publicado en Año Cero.
«Nuevas pruebas de la existencia del
Yeti de Sumatra». Son tan similares
ambos casos que me costó darme cuenta
de que se refería a un yeti alejado miles
de kilómetros del anterior, llamado
orang pendek por aquellas tierras.
Pruebas de su existencia: otra vez un
mechón de pelo y unos presuntos
análisis de ADN que no consiguen
identificar la especie.
He intentado, en ambos casos, ver en
qué queda la historia, y si
definitivamente se han asignado esas
muestras a alguna especie conocida. No
he podido encontrar nada. Quizá no os
ha interesado darlo a conocer. O quizá
sea cierto que no ha habido manera de
identificar a los propietarios de esos
pelos. En este caso, es posible que
pertenezcan a una especie desconocida
para la ciencia. Pero asegurar que
pertenecen al yeti sin dejar la puerta
abierta a que se trate, qué se yo, de un
mono, una musaraña o una rata sin
catalogar, me parece muy aventurado. Se
han resuelto casos similares: el mechón
que unos testigos juraban que pertenecía
a un homínido peludo de tres metros de
alto, visto por sus propios ojos en el
Yukón, fue sometido a análisis de ADN
en la Universidad de Alberta.
Resultado: pelo de bisonte.
De cualquier forma, hay cosas que
no entiendo. Por un lado, reconoces que
la mejor prueba de la existencia del yeti
(o de cualquiera de sus muchas
variantes) es un puñado de pelos. Y por
otro, que con sólo esto un criptozoólogo
sea capaz de escribir un libro sobre la
vida sexual de, por ejemplo, el bigfoot
norteamericano: Bigfoot, la verdadera
historia de los simios en América. En él
su autor, Loren Coleman, relata con todo
lujo de detalles su comportamiento
íntimo (el del bigfoot) a partir de los
numerosos informes de avistamientos en
los que el grandullón ha sido visto
practicando el sexo. No olvida
semejante lumbrera incluir en tan
apasionante documento los testimonios
de hombres raptados por un bigfoot y
obligados a copular con una hembra de
esa especie. ¡Pavoroso!

Los testimonios irrefutables


Las personas de visión «dogmática»,
pensamos, aunque quizá estemos
profundamente equivocados, que lo que
cuenta un libro como ése no es más que
una solemne tontería, como casi todo lo
que rodea al mundo de la criptozoología
en general o al de los yetis y otros
bichos similares en particular.
Como, por ejemplo, las perlas que
localizo en el artículo de Scott Corrales
«Criaturas extrañas de Norteamérica»,
colgado en www.mundomisterioso.com.
En este compendio de irracionalidad se
detallan unos encuentros con el temible
bigfoot. El del año 1811 en Allegancy
Creek, por ejemplo, propició que
alguien pintara el único óleo que existe
de la bestia y lo titulara El oso
monstruoso. El autor, desde luego,
opina que es mucho más probable que se
trate del bigfoot, aunque el «oso
monstruoso» se parezca mucho a un oso.
También nos revela que en la
hemeroteca del Minnesota Weekly News
se encuentra esta noticia de 1869:

La población de Gallipolis,
Ohio, está siendo asediada por
un hombre salvaje […] desnudo
y cubierto de pelo; su estatura es
enorme y sus ojos comienzan en
el fondo de sus órbitas.

Esto de que los ojos comiencen —o


terminen, según desde donde se mire—
en el fondo de las órbitas nos pasa a
todos, así que no añade nada interesante
a la descripción del salvaje… Pero lo
bueno viene a continuación:

Un carruaje que transportaba a


un padre con su hija fue atacado
por esta criatura. La criatura se
abalanzó sobre el padre,
echándolo del carruaje y
cayendo sobre él para rasguñarlo
y morderlo como lo haría una
bestia salvaje. La contienda
entre ambos fue larga y cruenta,
ya que la criatura sujetaba a su
víctima contra el lodo, tratando
de asfixiarlo. La hija, tratando de
salvar la vida de su progenitor,
puso fin a la contienda cuando le
asestó un golpe a la criatura con
una piedra cerca de la oreja. La
criatura se levantó y se internó
lentamente en un matorral
cercano.

En fin, uno de esos casos que


demuestran sin género de duda la
existencia de la bestia… salvo si eres un
taimado escéptico y te planteas si es
normal sobrevivir al largo y cruento
ataque de un ser enorme, que incluye ser
derribado violentamente de un carruaje,
arañado y mordido e incluso sufrir un
intento de ahogamiento, con la cara
presionada contra un charco de lodo.
Tampoco es de buen gusto dudar de la
veracidad de la inmediata rendición de
la bestia tras el ataque de la muchacha…
El caso del condado de Logan, Ohio,
es el que más me gusta de todos los
seleccionados. Sucedió el 24 de junio
de 1980, cuando un policía del poblado
de Rusell’s Point alegó haber visto salir
de un granero a una criatura peluda de
más de dos metros de alto. El policía
pensó que se trataba de un vagabundo y
le gritó, pero la bestia salió corriendo y
se ocultó en una arboleda cercana.
Entonces el policía cayó en la cuenta de
que no se trataba de un ser humano, pues
a su paso dejó un hedor fortísimo
descrito por él como «queso de
Limburgo vertido sobre un amortiguador
caliente». ¡Toma ya! ¿Quién no ha
experimentado alguna vez un olor tan
frecuente como ése? Imaginación no le
falta a nuestro testigo, y no quiero añadir
más…
Otro caso espeluznante es el
ocurrido en 1995, cuando tres jóvenes
cazadores sufrieron una experiencia
aterradora que no podrán olvidar. Esos
muchachos cuentan que lo que les
pareció inicialmente un oso que se
movía entre los árboles, les miró y se
lanzó hacia ellos a dos patas, a largas
zancadas, bramando como una mezcla de
gorila y ser humano. Como estaban
cerca de su furgoneta, se dieron a la
fuga, entrando en el vehículo justo
cuando les alcanzaba la criatura, quien
propinó un golpe certero al parabrisas
haciéndolo añicos. Según uno de los
aterrorizados jóvenes, «la criatura
parecía estar comiendo algo cuando nos
miró con ojos amarillos y malévolos».
Vista de lince la del muchacho si le
pareció ver que estaba comiendo; más
aún si pudo ver en los ojos de la
criatura, además de su color, una
malévola expresión. Lo digo porque el
relato sitúa la acción en un bosque y al
amanecer, y la distancia estimada por
los chicos existente entre ellos y la
bestia era, al comienzo de la
persecución, de unos 150 metros, más de
vez y media la longitud de un campo de
fútbol. Resulta también sospechoso que
conozcamos la historia si el dueño de la
furgoneta no quiso reclamar el arreglo
del parabrisas a su compañía de seguros
para no tener que contar tan inverosímil
historia.
En fin, testimonios. Pruebas tan
consistentes como el queso de Limburgo
derretido sobre un amortiguador
caliente.

Más «evidencias»
No sólo disponemos de la «prueba» —
concluyente, según tú— de la existencia
del abominable hombre de las nieves
(unos pelitos). Parece ser que hay más.
En relación con el bigfoot, quizá el
mejor documento existente es una
película de 16 mm grabada el 20 de
octubre de 1967 por Roger Patterson y
Bob Gimlin. En ella, a decir de los
«expertos», se ve a una hembra bigfoot
corriendo por un riachuelo del bosque
de Six Rivers, California. En la película
puede apreciarse un objeto cilíndrico
similar a una lata de cerveza bajo el
brazo del peludo ser. Conclusión de Eric
Beckjord, del Proyecto de Investigación
del Sasquatch de San Francisco: estos
seres provienen del espacio exterior y
son androides experimentales. Sus
argumentos son éstos:

«Un mono no tiene un cilindro en el


brazo, a no ser que sea una criatura
experimental».
«Podría estar pululando en pro del
gobierno estadounidense».
«El cilindro es, muy posiblemente,
un equipo de radio o equipo
médico».
«La indicación más persuasiva de
que el bigfoot es de otro mundo es
la ausencia de restos
arqueológicos».
«No se ha encontrado ninguno de
ellos muerto en la carretera, tal y
como aparecen los animales
terrestres».

Razonamientos tan impecables sólo


requieren prescindir de algunos detalles
que enturbian tan sorprendentes
revelaciones. Basta con no tener en
cuenta que las primeras huellas del
bigfoot fueron creadas en 1958 por el
constructor Ray L. Wallace, quien
después se dejó ver por los bosques con
un disfraz de simio con el propósito, tal
como confesó, de alejar a los gamberros
que destrozaban su maquinaria aparcada
en las carreteras en construcción. O que
recientes análisis de la película de
Patterson y Gimlin han revelado algo
parecido al cierre de un disfraz en la
pelambre de la «hembra» bigfoot,
disfraz que vestía un tal Bob
Hieronimus, a quien los autores del
montaje le prometieron 1000 dólares,
que al parecer nunca llegó a cobrar.
Según el cineasta John Landis, el
creador del disfraz fue John Chambers,
ganador del Óscar de maquillaje por El
planeta de los simios. Así que ese
cilindro que parece una lata de cerveza,
¿podría ser realmente una lata de
cerveza?
Parece que la historia de la
criptozoología está llena de fraudes.
Como su primo norteamericano, el yeti
se fundamenta en argumentos similares:
por poner un ejemplo, falsas huellas del
yeti por el Himalaya, sembradas durante
más de quince años por un tal Rant
Mullens. En Mis enigmas favoritos,
Benítez llega a aceptar que tras el yeti
hay fraude, lo que no puede obviarse
desde que se reveló que un cuero
cabelludo encontrado procedía del lomo
de un antílope:
Los restos de un cuero
cabelludo, de un cráneo y de una
mano de un Yeti son exhibidos y
reverenciados en los
monasterios budistas de
Pangboche, Namche y Khumjung.
Sin embargo, los análisis
practicados revelan que son
falsos. Pero, a decir verdad, el
rigor científico les trae sin
cuidado […]. Y en el fondo
puede que tengan razón. Aun así,
este enigma tendrá que ser
encarado de forma sistémica
[sic] por la comunidad
científica.
¿Enigma «encarado por la
comunidad científica»? Pero si cada vez
que el enigma es encarado por la
ciencia, se desvanece… Además, no nos
engañemos, si a los monjes de esos
remotos monasterios les trae sin cuidado
el rigor científico, a vosotros,
directamente, os repatea.
Tampoco os parece mal usar la
falacia del principio de autoridad. Si la
eminente primatóloga Jane Goodall
opina que la existencia del yeti podría
ser real, concluís sin lugar a dudas que
la ciencia respalda su existencia. Pero
por muy experta en primates que sea la
señora Goodall, que lo es (y fue
galardonada por ello con el premio
Príncipe de Asturias de Investigación
científica y técnica en 2003), su opinión
tiene la misma validez que la de
cualquier otra persona, si no se apoya en
pruebas un poco más concluyentes que
las que presentáis.
Qué decir del respaldo que
pretendéis obtener del descubrimiento
del hombre de Flores… En
www.criptozoologia.org, la Sociedad
Española de Criptozoología no duda en
atribuirse su trocito de gloria gracias al
trabajo ajeno al afirmar que el
descubrimiento supone un espaldarazo
importante para quienes defienden que
la criptozoología es una disciplina de
interés científico. Muy aventurado me
parece extrapolar la posible (aunque
dudosa) existencia del Homo
floresiensis a la confirmación de la
realidad del orang pendek, el supuesto
yeti enano de Sumatra… Sobre todo si
semejante bicho tiene las extrañas
cualidades que se detallan en el
reportaje «Los hombrecillos del sudeste
asiático»
(www.usuarios.lycos.es/criptozoo):

Se le atribuyen caracteres
fabulosos. Se dice que tiene un
solo ojo en medio de la frente,
que está dotado de una fuerza
sobrehumana, y que es capaz de
transformarse en un tigre. Quien
acampe en la selva y no le deje
una ofrenda de tabaco o musgo
seco, sufrirá el acoso de estos
seres, que durante toda la noche
armarán jaleo para no dejarle
dormir…

Esas características, desde luego, no


son propias de ningún primate conocido
(salvo armar jaleo para no dejar dormir,
comportamiento habitual de muchos
juerguistas noctámbulos de nuestra
especie).
Al menos de vez en cuando topamos
con personas honradas. Como Reinhold
Messner, considerado el mejor alpinista
de todos los tiempos, el primer ser
humano que coronó el Everest en
solitario y sin la ayuda de oxígeno,
primero también en coronar las 14
cumbres de más de 8000 metros. En
1986, mientras seguía la ruta del éxodo
del pueblo sherpa desde la región del
Dege a la del Khumbu, un anochecer se
topó de bruces con la leyenda:

Y entonces algo grande y oscuro,


sigiloso como un fantasma, se
metió en un hueco que había
entre la maleza […]. Cuando
salió otra vez al claro por un
breve instante, resultó ser una
figura gigantesca con dos
piernas, como si mi propia
sombra se hubiera proyectado
sobre la espesura que había a
unos diez metros de allí. Por un
segundo, el ser que tenía enfrente
permaneció inmóvil, luego se
dio la vuelta y se esfumó en la
oscuridad.

Messner cuenta en su libro Yeti.


Leyenda y realidad que la leyenda del
yeti es muy antigua. Su origen está
probablemente en un dios-simio
tibetano, una reencarnación de Chenresi,
casado con una mujer-demonio de la que
tuvo seis hijos cubiertos de pelo.
En 1986, Messner había conquistado
el último de los ochomiles y se había
retirado del alpinismo. Pero como no es
precisamente un urbanita, se dedicó a
recorrer los últimos territorios salvajes
de la Tierra, como la Antártida, el
Ártico, el desierto de Takla Macán y su
amado Himalaya, por supuesto, donde
tras aquel encuentro ha vuelto en
repetidas ocasiones en busca del yeti.
En 1997 viajó al Tíbet, donde localizó a
la criatura que identifica con el yeti. En
ese viaje, el superior de los lamas le
mostró un ejemplar disecado, tras
bajarlo de un escondite situado en el
techo:

El enigma del hombre de las


nieves quedaba para mí resuelto.
El jemo, de quien los nativos de
esta región hablaban de forma
tan natural como si se tratara de
un conocido, correspondía
exactamente a la descripción que
los lamas daban del Yeti: podía
ser tanto oscuro como claro, era
por lo general un ser solitario y
nocturno. Andaba sobre dos
patas, casi tan erguido como un
hombre, y a menudo se agachaba
para desenterrar algo […]. Ernst
Schäfer [explorador alemán de
la década de 1930] había
identificado a un oso pardo, y
muchos khambas lo
consideraban un monstruo. Para
mí, el Yeti era la contrafigura
salvaje del hombre en la
dialéctica entre la civilización y
el medio silvestre.

Tonto es el que hace tonterías


O eso le decía a Forrest Gump su mamá.
Me gustaría saber qué opinaría este
personaje de cosas como las siguientes:

1. En 1969, el condado de Skamania,


Washington, aprueba una ley que
dice que «cualquier agresión
voluntaria a tales criaturas [los
sasquatch] será juzgada como un
crimen». El comisario del condado
Conrad Lundy declara al respecto:
«Ésta no es una broma del Día de
los inocentes; hay razones para
creer que tal animal existe».
2. Una agencia de viajes británica
anuncia que en adelante asegurará a
los turistas que se desplacen al
Himalaya contra el eventual riesgo
de encontrarse con el yeti. El
seguro cubrirá la muerte o
invalidez del viajero, en caso de
ataque del abominable ser, con un
millón y medio de dólares.
3. Disney World exhibe la foto de la
presunta mano amojamada del yeti,
tomada por el criptozoólogo Marc
Miller durante una expedición al
Himalaya. Dicha foto se puede
contemplar mientras se disfruta de
las emociones de la «Expedición
Everest» en el Walt Disney World’s
Animal Kingdom.
4. Alguien se hace subrepticiamente
con un pelo del cuero cabelludo
que se venera en el lejano
monasterio de Pangboche, en el
Tíbet, y lo pone a subasta en eBay,
el famoso sitio de Internet. La
última puja de que tengo noticia
asciende a 6000 euros.
5. Un yowy ataca una autocaravana en
Australia mientras su ocupante
duerme. El testigo relata que notó
un fuerte golpe en el vehículo, oyó
las pisadas del ser cuando éste se
escapaba y abrió la puerta a tiempo
de ver, a la pálida luz de la Luna,
movimientos en el follaje. ¿Que
cómo sabe que el atacante era un
yowy y no un simple gamberro?
Seguramente porque —asegura—
encontró huellas de 40 centímetros
y pudo rescatar (esta palabra tan
poco adecuada en el contexto la
tomo de una nota aparecida en
www.akasico.com) unos
excrementos, pues el animal no
pudo aguantarse y defecó allí
mismo. Que el testigo fuera Dean
Harrison, el líder de un grupo de
«cazadores de yowies», parece que
no tiene nada que ver con su
interpretación del suceso…
6. Un ministro del Estado de Johor, en
Malaisia, organiza una expedición
oficial en busca de su yeti local a
raíz de la aparición de una huella
(o algo similar) de 45 centímetros
en una ciénaga de dicha región.
7. Como no podía ser menos, el yeti
tiene nombre científico por obra y
gracia del señor Heuvelmans:
Dinanthropoides nivalis, que no es
otra cosa que «abominable hombre
de las nieves» en latín.
8. A raíz de la recompensa que una
agencia de viajes ofrece en su
paquete de vacaciones, que incluye
la caza del yeti, el gobierno chino
decreta la prohibición de cazar a
dicho ser y expulsa de su territorio
a la agencia de viajes. «Por una
vez, el gobierno chino ha tomado
una decisión acertada», opina la
redacción de www.akasico.com.

Para mondarse, desde luego. O lo


sería si no fuera porque, a veces, alguien
termina haciéndose daño. Recordemos
el caso de Jordi Magraner, muerto en
plena juventud, que había dedicado los
últimos años de su vida a demostrar la
existencia del yeti pakistaní, el
barmanu. Ni siquiera en el reportaje
sobre su trágica muerte publicado en
Año Cero, fue capaz Miguel Seguí de
mostrar una pizca de cordura, aunque
sólo fuese por respeto a su memoria.
Entresaco un par de frases, que desde
luego no quedan fuera de contexto:

También estarían dotados de una


gran nariz chata, ojos grises,
frente huidiza, cuello grueso y
unos órganos genitales que los
nativos comparaban en tamaño a
los de un asno […]. Las
apariciones del Barmanu en
Chitral no son el fruto de
leyendas o historias que cuentan
los abuelos a sus nietos, sino
algo vivo y bien documentado.

No es la única muerte causada por la


creencia en estos seres. En 1932, al otro
extremo del mundo, en Hamilton, Nueva
York, alguien vio que un peludo ser (¿un
bigfoot?) dormía en una cabina. Avisada
la policía, le obligaron a salir. El ser
enigmático salió rompiendo una puerta y
se escondió entre unos arbustos. Desde
allí gritó y disparó, tras lo cual fue
abatido por la policía. Se trataba de un
hombre negro, alto y cubierto por pieles
de oso y ciervo. Nunca pudo ser
identificado.
Más recientemente, en 2002, la
propagación de rumores sobre la
existencia de un ser simiesco
(muhnochwa) en el Estado indio de
Uttar Pradesh, ha provocado un desastre.
Así quedó contado en Año Cero:

El miedo y la superstición han


resultado ser más peligrosos que
el propio Muhnochwa: más de
una docena de personas murieron
apaleadas por sus vecinos al ser
confundidas con el monstruo.

Tantos años de «misterio» han hecho


de los diversos yetis un emblema de la
cultura popular y un objeto de consumo.
En la década de 1950 se organizaban ya
más expediciones al Himalaya para
localizar al yeti que para escalar sus
cumbres. En cualquier caso, eran una
bienvenida inyección de dinero para la
economía local. Muchos supimos de
aquellas lejanas tierras gracias al álbum
Tintín en el Tíbet, en que el intrépido
reportero se topaba con la entrañable
bestia. Las «variedades»
norteamericanas —el bigfoot y el
sasquatch— son el pretexto para realizar
convenciones anuales y cumplen una
función muy interesante en la promoción
del turismo de ciertas zonas, habiéndose
convertido en un fenomenal negocio. En
Harrison Hot Springs, Columbia
Británica, se celebra una multitudinaria
fiesta anual en torno al sasquatch. Estos
supuestos seres forman ya, de hecho,
parte del folclore de Estados Unidos y
Canadá, y han prestado su nombre a
productos tan variados como pizzas,
patinetes, un portal de Internet y un
modelo de camión. No todo son
tonterías, como ves.
7
Una polilla en la sala

A las seis artes tradicionales —


literatura, música, danza, pintura,
escultura y arquitectura— se vino a unir,
a caballo entre los siglos XIX y XX, el
cine. En la historia de este séptimo arte
ha habido obras que confirman la
naturaleza artística del cine. Así, a bote
pronto, y a título personal, citaré títulos
como La quimera del oro, El guateque,
La naranja mecánica, Bienvenido Mr.
Marshall o La lista de Schindler. Pero
también, al igual que en las seis artes
clásicas, algunos no han hecho
precisamente arte con la técnica
cinematográfica sino películas
francamente malas, de las que no es
necesario dar ejemplos.

Cine pseudocientífico
No es mi intención hacer crítica de cine
en estas páginas, ni soy capaz de ello,
sinceramente. Pero sí me gustaría
apuntar que el cine (aunque no sólo él)
ha contribuido a popularizar ideas
falsas. Estoy convencido de que
Encuentros en la tercera fase o ET han
hecho mucho por la difusión del
fenómeno ovni, abducciones incluidas.
Gracias a la película Señales, mucha
gente se ha enterado de la existencia de
«enigmáticos mensajes cósmicos»
aparecidos en campos de cereales. Da
miedo lo que la ciencia de la genética
puede conseguir de alguien que debe
todos sus conocimientos a Parque
Jurásico, GATTACA o El sexto día. El
cambio climático, que ya está aquí, se
puso de moda sobre todo con El día de
mañana, filme exageradísimo. Los
inexistentes fenómenos psíquicos, como
la precognición o la telekinesia, parecen
reales en Premonición, Poltergeist o
Carrie. En fin, los hay incluso
convencidos de que las almas de los
muertos pueden comunicarse con los
vivos, como en la sorprendente Los
otros, o peor todavía, apoderarse de
nosotros (¿quién no ha disfrutado
sufriendo con El exorcista?).
Consciente o inconscientemente, el
cine ha puesto su granito de arena en la
aceptación social de las pseudociencias.
Es obvio que la criptozoología no podía
ser menos. Y como la mayor parte del
cine que devoramos con las palomitas
viene de EE UU, el bigfoot es uno de los
protagonistas más frecuentes de este,
podríamos llamarlo, subgénero. Ahí van
unos pocos títulos: Harry y los
Henderson, Sasquatch: la leyenda de
Bigfooot, La leyenda del arroyo Boggy,
El aullido del mutilado, El hombre
nuclear, El secreto de Pie Grande, El
monstruo de la montaña, Bigfoot… Ni
siquiera ha podido escapar el popular
grandullón a la temática porno: en 1971
se rodó The Geek, película en la que se
ofrece al espectador una cópula entre un
bigfoot y una joven excursionista. Y hay
más… Incluso series de televisión,
como una que tuvimos ocasión de ver
hace unos años en España y cuyo título
he olvidado.
Por supuesto, Nessie también ha
hecho sus pinitos como actor: El horror
del lago Ness, Incidente en el lago
Ness, El secreto del lago o Lago Ness,
en la que actúa Ted Danson, el simpático
camarero de Cheers. El primo africano
de Nessie, el mokele-mbembe, es la
estrella de Babi.
No puedo olvidarme del hombre-
animal más cinematográfico de todos: el
vampiro. ¡Cuántas películas se han
realizado basadas en el libro que sobre
esta leyenda escribió Bram Stoker!
Cómo no citar la versión de Drácula
protagonizada por Bela Lugosi o la más
reciente dirigida por Ford Coppola.
¡Maravilloso, nuestro gótico personaje!
O qué decir del hombre lobo… La
interpretación de José Luis López
Vázquez como lobisome en la película
española El bosque del lobo, dirigida en
1970 por Pedro Olea, fue magistral,
como es habitual en él.

El enigma del hombre polilla


Ahora bien, para hombre-animal raro de
verdad, el hombre polilla. Dicho así,
suena como un chiste; no puedo evitar
que me venga a la memoria el del
diálogo entre el perro lobo y el oso
hormiguero… Quizá por eso la película
sobre tan extraordinario críptido no vio
su título completamente traducido al
español. O simplemente no se tradujo
porque se ha puesto de moda no traducir
los títulos originales en inglés, como si
todos por aquí domináramos la lengua
de Shakespeare.
De todas formas, el público español
conoció al hombre polilla gracias a
Mothman, la última profecía, una
película estadounidense dirigida por
Mark Pellington en 2002. Mothman
(moth, polilla; man, hombre) no es un
superhéroe al estilo de Spiderman, el
hombre araña, o Batman, el hombre
murciélago. Al contrario, es un ser
malvado que mejor debería haberse
llamado Pájaro de Mal Agüero. Voy a
contarte la película, aunque lo más
seguro es que no te hayas perdido ese
documento supuestamente «basado en
hechos reales».
La película comienza con un
matrimonio muy enamorado que sufre un
accidente de tráfico cuando ella, sentada
al volante, tiene una fugaz visión de un
extraño ser a punto de impactar contra el
parabrisas. La peor parte del golpe se lo
lleva la mujer, por lo que es ingresada
en el hospital. Cuando la examinan en
busca de posibles lesiones se revela que
tiene un tumor cerebral. Poco después
muere, no sin antes preguntar a su
marido si vio tan extraña aparición y
realizar en un cuaderno varios dibujos
del monstruo.
Dos años más tarde, el viudo, el
periodista del Washington Post John
Keel, interpretado por el siempre
atractivo Richard Gere, sufre un
episodio paranormal. Hora y media
después de salir de Washington está
perdido y con el coche averiado en
Point Pleasant, ¡a 650 km de distancia!
Durante el resto de la película no
abandonará esta población por dos
motivos: uno, porque una representante
de la policía local (interpretada por
Laura Linney) le hace tilín; y dos, y
mucho más importante, porque se topa
con un buen número de lugareños que
afirman haber visto un ser (que en la
película nunca termina de mostrarse)
similar al que vio su mujer poco antes
de su muerte. Como entonces, cada
aparición parece inextricablemente
unida a una pronta desgracia.
El bicho tiene un sentido del humor
muy macabro. Le da por telefonear a
Keel haciéndose pasar por otras
personas (incluso por su difunta esposa)
y haciendo «trucos de magia»: es capaz,
por ejemplo, de adivinar las palabras
exactas que lee el periodista en un libro
abierto en ese momento al azar.
Mothman es visto tan a menudo que
Keel sospecha que algo gordo va a
pasar en ese pueblo, por lo que se pone
en contacto con un experto en el extraño
ser, un tal señor Dick. Éste, como buen
especialista en lo paranormal, sostiene
que «existen cosas que no vemos, como
la electricidad o las microondas» y que
«la mayoría de las personas no tiene
sensibilidad para captarlas». Comenta
que ha sido visto en otras ocasiones, por
ejemplo en Ucrania justo antes de la
explosión de la central nuclear de
Chernóbil.
Algo después, Mothman telefonea
una vez más a Keel y le comunica que va
a haber una tragedia en el río Ohio.
Junto al río se levanta una impresionante
planta química que al día siguiente va a
recibir la visita del gobernador, por lo
que, nada más bajar éste del avión, Keel
le aborda y le advierte de que la planta
va a explotar. Pero el gobernador le
mira como si fuera un chiflado y
continúa con el programa previsto. La
visita se lleva a cabo con toda
normalidad. Ninguna catástrofe. ¿Una
broma macabra de Mothman?
No, señor. Cuando por fin Keel
decide que ya es hora de volver a la
redacción del periódico, una avería en
los semáforos lo atrapa, junto a otros
muchos conductores, en el puente Silver,
que une las orillas del río Ohio en Point
Pleasant. De repente, el puente se viene
abajo y varios coches caen a las gélidas
aguas, entre ellos el de la bella policía.
Por supuesto, Gere se luce saltando al
agua y rescatándola in extremis.
Fallecen 36 personas, lo que nos hace
recordar el sueño premonitorio que la
agente había contado previamente al
periodista, en el que oía una voz que le
susurraba: «Despierta, número 37». Tras
informar al espectador de que nunca se
ha sabido la causa de la rotura del
puente, la película termina con un
fundido en negro donde se lee la
siguiente leyenda:

A pesar de que las apariciones


han continuado por todo el
mundo, Mothman nunca más
volvió a ser visto en Point
Pleasant.
«Basada en hechos reales»
Muchas películas están basadas en
hechos reales, pero los hechos pueden
moldearse como arcilla húmeda. Hay
que reconocer que eso no está mal si se
logra un relato más atractivo para el
espectador… Así que podemos
preguntarnos acerca de la fidelidad de
esta película a los hechos. Por suerte
tengo en mis manos un ejemplar de Año
Cero en el que se publica una entrevista
con Loren Coleman, antropólogo y
criptozoólogo —al menos así reza el
titular— y declarado seguidor de
Charles Fort, personaje del que hablaré
más adelante. Y digo suerte porque,
además de haber publicado un libro
sobre las apariciones del hombre
polilla, es uno de los expertos que
asesoró a los guionistas de la película.
Aun asumiendo que hay cambios, éstos
son secundarios, según Coleman: «Todo
eso sucedió realmente», asevera al
comienzo de la entrevista. Y en «todo
eso» incluye extraños fenómenos que no
aparecen en la película, como
avistamientos de ovnis o mutilaciones
de ganado.
Como soy de naturaleza escéptica,
no acabo de fiarme de Coleman, por lo
que indago en los ya mundialmente
famosos hechos de Point Pleasant. Por
ello me atrevo a opinar que quizá no
todo fue tan real como se nos quiere
vender.
Es cierto que el periodista John Keel
perdió a su joven esposa tras un
accidente de tráfico. Es probable que su
mujer le comentara haber visto una
extraña figura de ojos rojos junto al
coche instantes antes del accidente, y
que dibujara inquietantes siluetas aladas
postrada en el lecho del hospital.
También es cierto que un par de años
más tarde, a principios de diciembre de
1966, se desplazó a Point Pleasant. Pero
no es cierto que apareciera allí como
por embrujo y sin haber oído antes del
lugar. Su profesión de periodista le
llevó a esa población con el propósito
de realizar un reportaje sobre ovnis. Por
cierto, Keel no trabajaba para el
Washington Post sino para una
publicación que muchos hombres
adultos (y también adolescentes)
compran para leer sus interesantes
artículos: la revista Playboy. Parece que
a los guionistas de la película les dio
por el recato, aunque eso no afecta al
fondo de la cuestión, como tampoco que
la película esté ambientada en la
actualidad. Sí me parece interesante
resaltar la afición del periodista por el
fenómeno ovni.
Una vez allí, Keel entrevistó a los
testigos de la primera aparición de
Mothman en Point Pleasant. El 15 de
noviembre anterior, dos jóvenes parejas
viajaban en coche junto a una vieja
fábrica de municiones cercana a la
ciudad, conocida por los habitantes de
la zona como Área TNT. Según su
testimonio, algo parecido a un hombre,
aunque mayor, con alas y unos ojos rojos
y brillantes, se acercó al coche en
marcha. Para cuando Keel llegó, un
periodista más madrugador que él había
bautizado ya a la criatura como
Mothman, el hombre polilla. De
cualquier manera, Keel había viajado a
Point Pleasant porque en el lugar,
además de las apariciones de Mothman,
se hablaba de ovnis, casas encantadas,
llamadas telefónicas misteriosas, ganado
inexplicablemente mutilado,
amenazadores hombres de negro (sí,
esos malvados agentes del gobierno
cuya misión es que los testigos olviden)
… Durante el tiempo que el periodista
permaneció en Point Pleasant, otras
personas afirmaron haber visto a
Mothman.
El puente Silver se hundió la tarde
del 15 de diciembre, cuando una fila de
coches esperaba a que el semáforo
cambiara a verde. Sin embargo, la cifra
oficial de muertos ascendió a 46, diez
más que en la película. También se hizo
oficial que el desastre se debió a la
fatiga de los materiales y no a causas
desconocidas. Finalmente, cuando el
puente se vino abajo, John Keel no
estaba en él, así que del heroico rescate
de la agente, nada de nada. Ni siquiera
estaba en Point Pleasant sino en Nueva
York, donde se enteró de la tragedia
como la mayoría de sus compatriotas,
por televisión.
No sé en qué quedó el reportaje que
había ido a preparar para Playboy, pero
la experiencia le inspiró un libro, que
salió al mercado en 1975: The Mothman
Prophecies, en el que se ha inspirado la
película homónima; un libro que gracias
a ésta ha vuelto a los estantes de las
librerías. En él, nuestro periodista
cuenta que en Point Pleasant se abrió
una puerta a otra dimensión, que quedó
definitivamente cerrada tras el desastre
del puente. Por eso desde entonces no se
ha vuelto a ver al enigmático Mothman.
¡Todo un prodigio de racionalidad! Keel
sostiene que durante su estancia recibió
multitud de llamadas de personas
abducidas por extraterrestres e incluso
de los propios extraterrestres
(¿consiguió el simpático ET llevarse el
teléfono a casa?). Más aún, asegura que
en estas llamadas le anunciaron, además
de la inminente caída del puente Silver,
el futuro asesinato de Martin Luther
King, líder de la resistencia pacífica
contra la segregación racial en EE UU.
Esto viene en el libro, pero no hay ni la
más mínima prueba, claro está, que
demuestre que Keel conocía esos
trágicos hechos antes de que sucedieran.

¿Qué es Mothman?
Nadie lo sabe con certeza. Puede que
sea un ser paranormal venido de un
universo paralelo… pero yo diría que
esa hipótesis es extremadamente poco
probable. Ornitólogos de las cercanas
universidades de Ohio y Virginia
Occidental consideraron que las
enigmáticas visiones, siempre bajo
condiciones adversas de visibilidad
(por la noche, desde vehículos en
marcha, etc.) podrían corresponder a
ejemplares de grullas areneras perdidas
tras desviarse, por alguna razón, de sus
rutas habituales de migración. Estas
aves, de más de metro y medio de altura
y de más de dos de envergadura, pueden
dar un buen susto si levantan
inesperadamente el vuelo cerca de uno.
Por cierto, lucen unos bonitos adornos
en forma de aros de intenso color rojo
en torno a los ojos. También se ha
apuntado la posibilidad de que se trate
de una especie de búho de gran tamaño.
Los «escépticos» como tú no podéis
creer (¡faltaría más!) en la remota
posibilidad de que alguien confunda a
Mothman con un bicho tan terrenal como
una grulla. Al fin y al cabo, ¿qué pasa
con las premoniciones? ¿Y con los
hombres de negro? ¿Y con las
misteriosas mutilaciones del ganado? ¿Y
con los ovnis? ¿Y con…?
Dímelo tú. Yo no lo sé. No tengo ni
idea de lo que pasa con semejantes
fenómenos. Todo lo que sé de ellos es
que hay gente que asegura que los ha
visto. Que lo jura, incluso, por su honor.
Ni una sola prueba más que su palabra.
«Aplastante evidencia testimonial», a tu
entender. Para mí, sólo testimonios. Con
esos testimonios se han vendido miles
de ejemplares del libro de Keel y
millones de personas han visto la
película en los cinco continentes.
Testimonios. No debería terminar este
libro sin que habláramos de ellos, ¿no te
parece?
8
Hay gente muy
animal

Tranquilo, que no va por ti. Me refiero a


algo más literal, a esas quimeras entre
hombre y bestia, a esos seres —mitad
animal, mitad humano— que tanto han
influido en el imaginario colectivo
desde las más antiguas leyendas a las
películas más recientes. Mitología en
estado puro. Al menos, ésa es mi
humilde opinión: se trata, nada más y
nada menos, que de mitos, algunos de
ellos de una hermosa complejidad, que
ocupan un lugar destacado en la historia
de la cultura.
Sin embargo tú, en calidad de
estudioso de lo enigmático, esotérico y
paranormal, opinas que no conviene
precipitarse a la hora de llegar a
conclusiones. Sostienes que deberíamos
tener la mente abierta; que hay cosas que
la ciencia no puede explicar; que —
cómo no— algo se oculta detrás tantos
testimonios, historias y tradiciones vivas
aún en muchos rincones de nuestro
ancho mundo…
Terribles transformaciones
Las que nos han hecho pasar tantos
buenos ratos con un libro entre las
manos o en la oscuridad de una sala de
cine. ¿Personajes de ficción? Insistes en
que no está tan claro.
Como el vampiro, ese ser nacido en
Transilvania que se niega a abandonar
definitivamente el mundo de los
mortales, medrando a base de succionar
la sangre de sus víctimas. D’Arbó
(pseudónimo de Sebastià Arbonés) aireó
en la desaparecida revista Karma 7,
dirigida por él, el caso del vampiro de
Borox, la aterradora historia de un ataúd
llegado de la extinta Yugoslavia, que en
los años de la transición recorrió
España desde Cartagena hasta La
Coruña pasando por diversas
poblaciones, entre ellas Borox, en
Toledo, hasta que un compatriota se hizo
cargo definitivamente de su entierro.
Durante su azaroso viaje, el ataúd, o el
cadáver que se alojaba en su interior,
iba dejando a su paso un reguero de
anemia y muerte. Es curioso ese
reportaje de investigación, repleto al
parecer de datos «reales». Lo digo
porque toda la historia es mera ficción:
se trata de un relato publicado en 1966
en un libro titulado Antología de la
literatura fantástica española, que
formaba parte de una novela de Alfonso
Sastre titulada Las noches lúgubres.
¡Qué juego te ha dado también el
hombre lobo, del que dices que la Luna
provoca su terrible mudanza! ¿Y quién
puede convertirse en hombre lobo? Aquí
adjunto una selección de lo que debemos
evitar si no queremos ser uno de ellos:
beber donde lo haya hecho un lobo,
cubrirse con su piel, dormir desnudo a
la luz de la Luna llena, no ser bautizado
siendo séptimo hijo varón y, por
supuesto, ser mordido por otro hombre
lobo. En www.escalofrio.com lo tienen
muy claro: los hombres lobo

no son sólo un mito; son un


fenómeno complejo que se ha
ido desarrollando, entre el bien y
el mal, a lo largo de la historia.

Por suerte, hemos superado gran


parte del oscurantismo del pasado
(aunque, desde luego, no gracias a gente
como tú). La creencia en los hombres
lobo hizo que sólo en Francia, en el
siglo XVI, se registraran unos 30.000
«casos». El temor hizo que muchas de
esas personas fueran salvajemente
asesinadas. Hoy día sabemos que hay
enfermedades que pudieron haber
alimentado el mito. La hipertricosis, por
ejemplo, que provoca que todo el
cuerpo esté cubierto de pelo, incluido el
rostro, desde la infancia. También la
porfiria congénita, enfermedad que
incluye entre sus síntomas la
fotosensibilidad, lo que obliga a vivir
de noche. Más otras enfermedades que
afectan a la médula ósea y a los
cartílagos y que hacen necesario a quien
las padece desplazarse a cuatro patas.
No olvidemos que en aquella época
también había psicópatas, sádicos,
necrófilos, antropófagos… personas con
desviaciones que podrían explicar otro
buen número de casos. Sumemos las
alucinaciones producidas por los
«medicamentos» de la época, que solían
incluir hongos y plantas tóxicas, y no
olvidemos los casos en que alguien
denunciaba al vecino por venganza.
Explicaciones racionales las hay, y muy
variadas.
En mis manos tengo el reportaje
«Humanos transformados en animales»,
publicado en la inefable Año Cero,
donde José Antonio Iniesta hace un
repaso de esa categoría de críptidos que
agrupa a los hombres-animales. Nada
más comenzar, deja ya clara su postura.
Por un lado, reconoce que algunos
relatos sobre inquietantes criaturas
híbridas y sobre humanos que se
transforman en bestias pueden ser fruto
de testimonios exagerados de
aventureros inquietos. Por otro, y aquí
se manifiesta su «mente abiertas»,
escribe que en alguno de ellos…

podría subyacer un encuentro


con seres inclasificables o con
animales deformes, resultantes
de extrañas mutaciones […].
Sabemos de la enorme
capacidad para fabular de los
viejos cronistas y de los
románticos viajeros de los siglos
pasados, pero tendríamos que
preguntarnos dónde acaba la
imaginación y empieza la
realidad.

Vamos, ¡que algo tiene que haber! Y


a continuación desgrana algunos casos.
Por ejemplo, el caso del «hombre
culebras» de la Sierra del Segura, en la
provincia de Albacete, caso que
presume haber «investigado» a fondo.
Nos cuenta que ese señor está vivo y
coleando, y que se trata de un hombre
afectado por una llamativa enfermedad
que da a la piel la apariencia escamosa
de un reptil. Supongo que se refiere a la
ictiosis (del griego ichthys, pez), que se
manifiesta, entre otros síntomas, por
placas cutáneas más o menos oscuras,
semejantes a las escamas de peces y
reptiles. Vaya, un caso con explicación
racional. Me sorprende.
Poco dura la racionalidad de Iniesta.
En seguida recobra su temperamento
habitual para contarnos el caso que le
relató una mujer «de toda confianza».
Cuenta la señora que un hombre
perseguía a los habitantes de
Huauchinango, México, y que, aunque
era un ser humano, presentaba
extremidades de cabra de rodillas para
abajo. Verídico, sin duda, ¿no?
Desde ahí salta al terreno de la
especulación histórica para contarnos el
«tormento psicológico» al que debían
estar sometidos los doctores del Santo
Oficio, también conocido como Santa
Inquisición. En principio, las
transformaciones que protagonizaban los
acusados de brujería no podían ser
reales, puesto que, como queda
reflejado en el Canon episcopi, una
mutación tan sólo puede hacerla Dios,
creador de las esencias. El problema
quedó resuelto cuando concluyeron que
las transformaciones eran reales y obra
del mismísimo demonio, y comenzaron a
recoger cientos de casos en el Malleus
maleficarum.
A continuación da un nuevo salto
intelectual, ahora a la teratología, rama
de la medicina que se ocupa de los
casos de nacimientos de personas con
terribles malformaciones. Algunos de
estos casos podrían ser el origen —en
esto estoy de acuerdo— de algunas
historias de hombres-animales, como los
casos extremos de siameses que
comparten el organismo de cintura para
arriba y tienen dos pares de piernas
(caso del cruelmente llamado «niño
araña» de Paraguay).
José Antonio Iniesta dedica un
apartado al hombre lobo, mezclando sin
hacer distingos los trastornos mentales y
los físicos, ritos chamánicos de la
Nueva Era, energías cósmicas que
pueden conectar al ser humano con su
animal interior, alucinaciones inducidas
por drogas…: todo resulta igual de
válido.
Antes de terminar, hace un nuevo
viraje para aparecer en el campo de la
mitología. Cuenta la bonita historia de
Ascálago, hijo de Aqueronte y Gorgira,
convertido en búho (o lechuza, según
versiones) por Deméter como castigo
por haber acusado a su hija Perséfone de
haber comido una granada del jardín de
los Infiernos. Cita a Nerites,
transformado en caracol al negarse a
aceptar las alas que Afrodita,
enamorada de él, le había ofrecido para
que la acompañara en su ascenso al
Olimpo. Estas y otras historias, sin duda
mitológicas, añade, nos muestran el
claro rastro de esa esencia animal a la
que tanto tememos. Algo me dice que
con eso de la esencia animal no quiere
referirse al origen de nuestra especie
por el mecanismo de la evolución
biológica. Mitológicos considera
también a centauros, tritones, sirenas,
hombres pez… y deja caer, como quien
no quiere la cosa, un caso muy poco
mitológico: el del hombre pez de
Liérganes. Como este pueblo cae cerca,
vamos a husmear en el asunto.

El hombre pez de Liérganes


Un caso tan apasionante como el del
monstruoso hombre pez de Liérganes
merecía que se investigara con el
«rigor» característico de Iker Jiménez,
que se hace patente, domingo tras
domingo, en el programa televisivo
Cuarto milenio. Por supuesto, la
investigación no podría terminar con el
enigma… Sus investigaciones consiguen
siempre que los enigmas sean aún
mayores que antes de empezar; su labor
consiste en hacer la oscuridad aún más
oscura. Por suerte, algunos tratan de
tirar en dirección opuesta y encienden
una vela en las tinieblas, por continuar
con la metáfora. Como Fernando Frías,
miembro de la Asociación para el
Avance del Pensamiento Crítico, quien,
motivado por su «investigación»,
desmantela el enigma en un pispás
(yamato.arp-sapc.org/incu01.htm). El
título de su trabajo es revelador: «El
extraño caso del hombre pez y el
intrépido investigador. O de cómo unos
escépticos desmontan un reportaje
sensacionalista sin tener que levantarse
del sillón». Empecemos por la crónica
de Iker Jiménez que vio la luz en la
revista Enigmas, n.º 5, en cuya portada
pudimos leer:

El hombre pez de Cantabria:


¡Demostramos su existencia!

Así, entre signos de admiración. En


páginas interiores, el artículo con su
firma. En éste leemos que en el
siglo XVII vivió en la localidad cántabra
de Liérganes un hombre llamado
Francisco de la Vega Casar, que se
convirtió en un híbrido entre hombre y
pez. Cuenta cómo su labor de
investigador de lo paranormal le
condujo a Liérganes, donde su párroco
le informó de que las actas que podrían
demostrar la existencia del hombre pez
sólo podían estar en las celdas del
monasterio de clausura de las clarisas
en Santillana del Mar. Con su labia
proverbial convence a sor Emilia y entra
en el convento, donde encuentra las
partidas de bautismo y defunción de
Francisco de la Vega Casar, el hombre
pez:

Los datos irrefutables estaban en


mis temblorosas manos; nadie ya
los podía negar […]. El hombre
pez vivió en aquellas remotas
tierras y nosotros lo habíamos
demostrado.

En el reportaje se incluía una


pequeña imagen de ambas actas: las
pruebas «irrefutables» de la existencia
del hombre pez. Junto a ellas, sus
transcripciones. Así transcribe Iker el
acta de bautismo:

Digo yo el B r po; de heras que


oy a 22 de octubre de 1658 anos
Bautice a Franco. de la Vega hijo
de Frco. de la Vega y de ma de
Cassar su mujer fue su P.o el tal
Frco. de heras y testigos el SR
Reñada y el Sr. Pascual de
Macas y por ser así lo firmo
Hurs ffr po de heras miera.

En cuanto al acta de defunción, nos


cuenta que se trata de

las notificaciones oficiales del


fallecimiento de Francisco de la
Vega, el denominado «hombre
pez» por el propio párroco.

Éste es el momento de tener en


consideración el análisis de ambas actas
realizado por Fernando Frías. En su
concienzudo trabajo, Fernando nos
muestra imágenes de ambas actas de más
calidad que las que proporcionaba
Enigmas y demuestra que donde el
amigo Iker leía «Franco.» como
abreviatura de Francisco, en realidad
pone «Jno», es decir, Juan: se trata del
acta de bautismo de un tal Juan de la
Vega.
En cuanto al acta de defunción, es
cierto que está firmada por el párroco
de Liérganes, pero éste no escribe
«hombre pez» en ningún sitio. Esta
anotación (que indica que el acta
«corresponde a Francisco de la Vega,
llamado el hombre pez») está escrita al
margen y con una letra distinta. Expertos
paleógrafos han demostrado que se
añadió a principios del siglo XIX,
cuando la leyenda era ya sobradamente
conocida, y más de medio siglo después
de haberse redactado el acta.
Volviendo al acta de bautismo,
alguien escribió también una vez en ella
las palabras «hombre pez» para
borrarlas posteriormente, lo que Iker
utiliza en su argumentación. ¿Alguien se
dio cuenta de que no era de Francisco
sino de Juan, y corrigió su error? Parece
que ese alguien tuvo, por tanto, mejor
vista…
Fernando Frías no se queda ahí.
Deja a Iker Jiménez aún más en
evidencia al señalar que no es cierto que
descubriera esas actas, pruebas
«irrefutables» de un fenómeno
paranormal. Ya habían sido descritas (y
manipuladas) tiempo atrás, como se
puede comprobar en su exhaustivo
trabajo. Y tampoco es cierto que violara
la clausura del convento de las clarisas
por su cara bonita. Los documentos
estaban en el archivo diocesano de
Santander, en un edificio anexo al
convento, pero no en él. ¡Ah, ya!, que la
historia queda así más novelesca…
Resumiendo. Primero, el trabajo del
intrépido reportero Iker Jiménez no
supone entrar en un convento de clausura
sino en un archivo público. Segundo, no
es el descubridor de las actas de
bautismo y defunción de nadie. Tercero,
las actas son de dos personas distintas.
Y cuarto, cuando se escribieron, nadie
anotó en ellas la expresión «hombre
pez». ¿Qué demuestra? ¿La existencia
del hombre pez de Cantabria? ¡Nada de
nada! O peor que nada: su nivel de
honradez profesional.

¿De qué pez estamos


hablando?
En 1674, Francisco de la Vega, afincado
en Bilbao desde unos años atrás para
aprender el oficio de carpintero,
desapareció cuando se estaba bañando
en el río con unos amigos. Como no
apareció, a pesar de ser un buen
nadador, tras una intensa búsqueda fue
dado por muerto.
Cinco años después, un ser acuático
con apariencia humana fue visto por
unos pescadores nadando en aguas de la
bahía de Cádiz. Cuando decidieron
sacarlo del agua vieron que se trataba de
un hombre de aspecto normal salvo por
un detalle: tenía la piel del pecho
escamosa. Cuando fue interrogado, pudo
decir sólo una palabra: Liérganes. El
hombre fue conducido por un fraile hasta
esa localidad, donde fue reconocido y
acogido por su madre. Se confirmó
entonces que el joven era Francisco de
la Vega.
Francisco se quedó en casa de su
madre, donde mantuvo un
comportamiento extraño: no mostraba
interés por nada, iba descalzo y desnudo
si no le obligaban a calzarse y vestirse,
no hablaba, y comía hasta reventar para
ayunar a continuación durante cuatro o
cinco días. Al cabo de nueve años
desapareció definitivamente, al parecer
un día que se bañaba en el mar.
No puede extrañarnos que pasara a
la posteridad como «el hombre pez».
Desapareció en las aguas de un río,
reapareció años después en las aguas
costeras del otro extremo de España y
volvió a desaparecer en el mar. Y, no lo
olvidemos, tenía escamas. Una vida
verdaderamente misteriosa. Pero de ahí
a afirmar que se trataba de un híbrido
entre hombre y pez media un abismo…
Puede que, como buen nadador,
recorriera la distancia entre Bilbao y
Cádiz a nado, descansando y
alimentándose a lo largo de la costa, o
quizá tomó un barco, lo que es mucho
más probable. Nadie en su sano juicio
puede sugerir que vivió en el agua los
cinco años que estuvo desaparecido. En
cualquier caso, su desinterés, glotonería
y mudez pueden explicarse como
síntomas de cretinismo, enfermedad
frecuente en aquella época en las
montañas cántabras. En cuanto a la piel
escamosa, he señalado que es propia de
la ictiosis. Esta enfermedad suele ir
acompañada de insuficiencia tiroidea,
que provoca que el organismo tenga una
menor demanda de oxígeno, lo que viene
de perlas para las inmersiones
acuáticas.
En fin, se puede optar por la
racionalidad o por el espectáculo. Pero
en este último caso hay que tener
cuidado de no pillarse los dedos.
¿Recuerdas a Joan Fontcuberta, el
fotógrafo que se disfrazó de cosmonauta
para una exposición? Sí, el que hizo
meter la pata a Iker Jiménez hasta la
ingle en su programa de televisión,
cuando trató del misterio del
cosmonauta borrado de la historia…
Pues bien, Fontcuberta ha preparado
recientemente una exposición titulada La
sirena del Tormes, que puede ser
visitada en distintas ciudades. Es un
montaje fotográfico con el que pretende
«convencernos» —de broma, advierte,
como ya lo advirtió en el caso del
cosmonauta desaparecido— de que en
las orillas de este río han aparecido
fósiles de sirenas, incluso una de ellas
embarazada. ¡No vaya a hacer Iker
Jiménez un programa sobre ello tras
intensas investigaciones por parte de
todo su equipo!
9
¿Dónde se ocultan?

Sostenéis, sin propósito de enmienda,


que la criptozoología es la disciplina
que se dedica al estudio de los animales
ocultos. Esto hace de ella una actividad
muy meritoria, pues ya me dirás tú cómo
se puede estudiar lo que está oculto…
Estaba pensando que, si los críptidos
existen, como mantienes obstinadamente,
se esconden muy bien. Por eso sigue
pasando el tiempo y no hay manera de
que abandonen esa categoría de
críptidos, es decir, de ocultos. Al fin y
al cabo, de algunos de ellos, como los
dragones o el monstruo del lago Ness,
tenemos noticias desde la antigüedad.
De casi todos se oye hablar desde hace,
como poco, unos cuantos decenios…
Las «pruebas» en las que basáis
vuestros análisis, como fotografías y
filmaciones de escasa calidad, huellas
en la nieve o testimonios, no terminan de
convencer a escépticos de mente
estrecha como el que firma estas
páginas. Nos conformaríamos con un
solo ejemplar al que pudiéramos hincar
el diente, e interpreta esto último en
sentido figurado…
Ocultos… ¿Dónde? ¿Cuál es su
origen? ¿Son unos animales corrientes
todavía no catalogados por los
zoólogos, esos científicos
«conservadores» que no se conforman
hasta que tienen a los bichos rellenos de
estopa o dentro de un tarro de formol?
¿O su origen es, digamos, mucho más
enigmático? Como no puedo
informarme sobre tan críptica fauna en
mis libros de zoología, no me queda más
remedio que sumergirme en los estudios
resultado de vuestras «investigaciones».

Fort en el País de las


Maravillas
Charles Fort fue un científico
autodidacta (así se lo califica en
www.akasico.com) que vivió a finales
del siglo XIX y principios del XX, un
adelantado a su tiempo (esto también lo
tomo de esa web) que dedicó gran parte
de sus esfuerzos a coleccionar
documentos referentes a cualquier
fenómeno extraño. Vivía en un modesto
apartamento del Bronx, en Nueva York,
de donde apenas salía salvo para visitar
la biblioteca municipal en busca de
noticias inexplicables.
Poco a poco su casa se fue llenando
de recortes de prensa que recogían
lluvias de peces, ranas o piedras, aguas
negras o con olor a azufre, apariciones
de seres imposibles, meteoritos con
grabados indescifrables…
Como no podía ser menos, Charles
Fort se interesó por el objeto de estudio
de la criptozoología. Esto cuentan José
Gregorio González y David Heylen
Campos respecto al demonio de
Devonshire en la web oficial de Año
Cero y Enigmas:

Uno de los episodios más


singulares de la criptozoología
fue recopilado por Charles Fon a
finales del siglo XIX, cuando por
espacio de varios meses se
localizaron un gran número de
extrañas huellas en el paraje
inglés de Devonshire. Su
singular forma de «U» y su
disposición individual en línea
hicieron pensar a los expertos de
la época que se trataba de una
criatura con una sola pierna, un
ser que se desplazaba dando
saltos que en ocasiones fueron
estimados hasta en 6 metros de
altura. Sin embargo, nadie la
llegó a ver…

Para poder encontrar explicación a


tan extraños fenómenos decidió estudiar
diferentes disciplinas científicas por su
cuenta. Esto le permitió formular
diversas teorías que recopiló en varias
obras, especialmente en El libro de los
condenados, publicado en 1919, un
clásico imprescindible, en opinión de
González y Campos, para todo «amante
del misterio». Según Fort, condenados
eran los sucesos sobre los que la ciencia
no había podido encontrar explicación,
condenándolos al olvido o, peor
todavía, negándolos (la ciencia, como es
costumbre, siempre por el camino fácil,
¿verdad?). Así que sugirió que los
científicos deberían cambiar su manera
de ver el mundo y tener la mente
«abierta» a conclusiones mucho más
audaces, aunque sin abandonar el
método científico, único válido para
llegar a la verdad.
Pero la ciencia «dogmática»
continúa sin reconocer las valiosas
aportaciones de la magna inteligencia de
Charles Fort… Por suerte, los
verdaderos conocedores de que la
realidad llega mucho más lejos de lo
que los científicos osan admitir, honráis
su memoria utilizando el término
forteano como sinónimo de paranormal,
inexplicable, sobrenatural. Forteanos
son, valgan como ejemplo, los
avistamientos de ovnis, la precognición,
el espiritismo, la radiestesia o la
criptozoología. Mejor todavía,
repartidas por el ancho mundo existen
unas cuantas sociedades de estudios
forteanos que intentan explicar lo
inexplicable. Lo que en ocasiones no
parece tener muchas probabilidades de
éxito, como reconoce Richard Freeman,
criptozoólogo del Centro de Zoología
Forteana del Reino Unido, y jefe de una
expedición que, en el verano de 2006, se
encontraba en Gambia en busca de un
dragón conocido en la zona como ninki-
nanka.
El ninki-nanka tiene cabeza de
caballo, un largo cuerpo con escamas
simétricas y una cresta de piel en la
cabeza, o así lo describen los
«testigos». Algunos aseguran que tiene
Alas y escupe fuego. El propio Freeman
admitía en una entrevista a la BBC que
las pruebas de la existencia del ninki-
nanka no son muy sólidas, pues la
mayoría de los «testigos» mueren al
poco tiempo de verlo, pero rechazó la
idea de que la búsqueda fuera una
pérdida total de tiempo y dinero. Algo
muy razonable, sobre todo tras oír el
testimonio de un superviviente, quien les
habló de un animal de 50 metros (¡vaya,
casi el doble de largo que la enorme
ballena azul!), parecido a un dragón
chino, que vio una hora antes de
enfermar. El «testigo» les contó que
pudo salvar la vida gracias a que se le
suministró una poción de hierbas. Lo
último que sé de este esperpento es que
el equipo pensaba volver al Reino
Unido con algo que suponen es una
escama del ninki-nanka…

Respuestas para un enigma de


otro mundo
En el n.º 159 de Año Cero, Javier
García Blanco publicó un análisis de las
teorías criptozoológicas más
«vanguardistas», las que proponen que
los críptidos son seres de carácter
paranormal. Porque hay que partir de
que los testigos no mienten. Así que
haberlos, haylos.
Partiendo del axioma de que su
existencia está fuera de toda duda, los
norteamericanos Loren Coleman y
Jerome Clark cayeron en la cuenta de
que criaturas como Mothman, el yeti, el
monstruo del lago Ness y los demás
bichos críptidos tenían algo en común: a
pesar del gran número de avistamientos
de esos seres en distintos lugares de
todo el mundo y de la cantidad de
expediciones destinadas a capturarlos,
¡nunca se ha conseguido atrapar ni a uno
solo! ¡Pasmoso! Aún hay más: en
muchas ocasiones, añaden, su aparición
está asociada al avistamiento de ovnis o
a fenómenos paranormales como los
poltergeist.
Pensando, pensando, se dieron
cuenta de que tanto los críptidos como
los alienígenas que viajan en ovni tenían
muchas cosas en común: son más
esquivos de lo que deberían ser, se
muestran bajo gran variedad de formas,
y el comportamiento de algunos
críptidos y extraterrestres resulta
sospechosamente mecánico.
Así que juntaron todos esos
ingredientes y, en 1978, sacaron a la luz
el libro Creatures of the outer edge, que
en castellano viene a ser Criaturas del
límite exterior. Si no ganó el premio
Pulitzer fue seguramente porque la teoría
de Coleman y Clark la había apuntado
ya el periodista John Keel, el de la
historia de Mothman, en su libro Guía
completa de los seres misteriosos. En
ese libro, Keel dividía a los críptidos en
dos grupos. En el primero de ellos, los
bichos que los científicos no han
descubierto todavía. En el segundo,

criaturas que no son reales ni


físicas en el sentido habitual de
estas palabras, pero
sobradamente reales mientras
duran. Son parafísicas y pueden
asumir la forma, por ejemplo, de
gigantes de un solo ojo, que
surgen de magníficas máquinas
voladoras.
La idea de Keel es que los animales
de este segundo grupo tienen su origen
en algún fenómeno desconocido, quizá
una inteligencia oculta en una dimensión
paralela que adquiere consistencia física
a su antojo.
¡Genial! Así se puede explicar
cualquier cosa, y así lo haces tú para dar
credibilidad al hecho de que en
Inglaterra se hayan visto en los últimos
años, según dicen, miles de gatos
extraterrestres gigantes (alien big cats)
o que en muchos lugares del mundo se
haya informado de la presencia de
cocodrilos (donde no debería haberlos,
claro está). Me voy a permitir contar el
avistamiento de un cocodrilo en un lugar
conocido como Monte Plano, muy cerca
de donde vivo. El testigo, muy próximo
a mí, es de total confianza. Me contó
que, al volante de su camión, se dirigía
por un camino rural a depositar unos
residuos en el vertedero municipal. Al
bajar de la cabina para abrir la verja de
entrada, tropezó con un cocodrilo de «no
menos de tres metros». Como lo oyes.
No le pareció ver un cocodrilo nadando
en un pantano, no: literalmente se dio de
bruces con él. ¡Imagina qué susto!
Instintivamente, salió corriendo hacia el
interior de las instalaciones, donde le
informaron de que el cocodrilo, que
todavía no se había movido, había
fallecido la víspera en la jaula de un
circo que visitaba el pueblo. Al
encontrar el vertedero cerrado, habían
abandonado su cadáver en la entrada,
donde permanecía para susto de quienes
llegaban y regocijo de los trabajadores
del vertedero.

Definitivamente, no son de
este mundo
No pueden serlo, tienes razón. Como
prueba, entresaco las siguientes perlas
de distintos artículos aparecidos aquí y
allá, lo que de paso nos permite
comprobar la gran variedad existente de
seres «criptozoológicos».

Estos seres son tan escurridizos


que […] podrían coexistir con
nosotros en un universo paralelo
o hiperdimensional y su
manifestación parafísica podría
ser provocada por el psiquismo
de los testigos.

Con la expresión «estos seres» el


autor se refiere a monstruos de agua
dulce como Nessie y Champ, seres, sin
duda, de carácter paralelo,
hiperdimensional y manifiestamente
parafísico.
Los parasimios […] han
demostrado ser invulnerables a
las balas […]. La doble
naturaleza física y parafísica de
estas criaturas ha sido
comprobada al paso de los años.

Si estos bichos son invulnerables no


veo cómo podemos cazarlos… Tampoco
me explico cómo me atrevo a llevaros la
contraria si la invulnerabilidad está
«demostrada» y la parafísica
«comprobada». Atención a esta noticia:

Hallan en Bosnia el cadáver de


una extraña criatura […]. «Es
una criatura extraña, intermedia
entre los anfibios y los
mamíferos», declaró uno de los
veterinarios.

No sé en qué facultad estudió el


equipo veterinario que analizó bicho tan
raro, porque las criaturas entre los
anfibios y los mamíferos son reptiles, si
no falla la teoría de la evolución…
He aquí otra perla:

Un alto funcionario del gobierno


de los EE UU […] declaró:
«Como oficial de alto rango de
la Fuerza Aérea, puedo afirmar
sin ninguna duda que los
Gremlins existen realmente»
[…]. Afirmó que ha conseguido
grabar la voz de uno de estos
entes.

¿Gremlins? ¿Se refiere a los


traviesos peluches de la película de ese
título? Pero… ¿en manos de quién están
los ejércitos? ¿Podemos dormir
realmente tranquilos?

En el sur de Texas, la gente


observa cuidadosamente los
cielos en busca de Big Bird, o
gran pájaro, criatura voladora
que aterrorizó el área en 1976.
«Este pájaro tiene el hábito de
perseguir a la gente», dijo
Guadalupe Cantú, testigo ocular.
«Éste es un pájaro nocturno,
pero… a partir de las 11 en
punto, todo el mundo es presa».

Que semejante pájaro es de carácter


paranormal está fuera de toda duda,
porque no es muy normal que un pájaro
lleve reloj para saber cuándo son
exactamente las 11 en punto. Como
tampoco es normal, o al menos a mí no
me lo parece, que nos visiten seres
venidos de otras galaxias. Ya sé, ya, que
para ti los ovnis son tan cotidianos como
los autobuses urbanos, pero puedes
imaginarte la estrechez de mi mente…
¡Cuántas veces habéis hablado de la muy
probable relación entre los críptidos y
los ovnis! Decís que es posible que
vengan (y se vayan, después de hacer la
puñeta) a bordo de naves extraterrestres:

«Pienso que tal vez este pájaro


persigue las vacas y les entierra
el pico para tomar muestras y
después se va arriba donde hay
un OVNI», dijo. «Está tan bien
hecho que nadie se da cuenta que
es un robot, pero yo no sé».

La zona alrededor de Sao


Gozalo do Amarante y Paraipaba
es, posiblemente, una de las que
presenta mayor número de
apariciones de humanoides
asociados a OVNIs en todo el
mundo. Los casos documentados
por expertos se cuentan por
docenas.

Y es que unos ojos tan aterradores


como los suyos no pueden ser de este
planeta… Qué digo planeta, ¡ni siquiera
de nuestra galaxia!

Duendes siembran el pánico en


Argentina. […] El pasado 5 de
julio la policía argentina tomó la
determinación de clausurar sus
dependencias en Banda de
Varela […] después de que un
funcionario declarase haber
visto a una criatura salida del
infierno […]. «¿Qué quiere?».
Preguntó el agente, petrificado
por el miedo. «He venido a por
ti en nombre de Satán» […].
«Era una persona; no sé si era un
hombre. Tenía los ojos rojos,
muy rojos».

Un extraño personaje armado


con grandes garras estaba
atemorizando a los aldeanos
[…]. Un ser de aspecto
simiesco, cuyos ojos despedían
luces brillantes.
Una extraña bestia de color
negro carbón que atacaba al
ganado […]. Se destacan unos
brillantes ojos verdes.

Un grupo de niños argentinos


aseguró haber visto al Diablito,
una criatura de unos 60 cm de
alto y extrañas orejas, […] con
ojos brillantes.

Los ovnis dan para mucho. Como


son tan enigmáticos pueden venir de
donde se les pase por… de donde se les
antoje, vamos. Unos vienen de otros
planetas, como el famoso Raticulín;
otros de un universo paralelo, que está
todavía más lejos. Los hay que surgen, a
través del corazón del Triángulo de las
Bermudas, del interior de la Tierra, que
como todo el mundo sabe está hueca por
obra y gracia de una inteligencia
extraterrestre (o de los supervivientes
de la Atlántida, ahora no recuerdo bien).
Los hay, en fin, que vienen de otra
época. Vamos, que son máquinas del
tiempo: la mejor explicación para que el
monstruo del lago Ness sea un
plesiosauro, el mokele-mbembe sea un
saurópodo, o el yeti sea un hombre de
Neandertal. Todos ellos extinguidos
tiempo atrás… Pero no son los únicos
viajeros en el tiempo:
En el mismo continente africano
los nativos hablan del Olumaina
o Muru-Ngu, también llamado
«león de las aguas». Su principal
característica son unos enormes
colmillos que le confieren el
aspecto de los prehistóricos
tigres de diente de sable, como
los macairodontes que vivieron
hace medio millón de años.

El Mapinguari, un posible
superviviente de los grandes
perezosos gigantes de
Sudamérica.

El enigma de la posible
supervivencia de paquidermos
desconocidos se prolonga hasta
Siberia, donde diversos registros
históricos hablan de la presencia
de unos elefantes peludos con
grandes colmillos. ¿Se trata de
mamuts?

«La otra teoría que estoy


siguiendo con mi libro es un
poco más extrema», dijo el
zoólogo criptógrafo. «Esto es la
posibilidad de que sea un
pterosaurio vivo».

Sí, claro, y también hay la


posibilidad de que alguien haya
confundido a un criptozoólogo con un
zoólogo que escribe mensajes
cifrados… Y hablando de mensajes
cifrados, herramientas propias del
mundo de los agentes secretos, ¿adivinas
por qué actúa el chupacabras sólo en
granjas de hispanos? Porque son agentes
del FBI dedicados a luchar contra ellos,
supongo que hasta el exterminio:

El gobierno estadounidense está


implicado en las actividades de
estas criaturas […]. «Esta bestia
atormenta a los granjeros y
rancheros hispanos, por lo que
no debieran preocuparse
aquellos que tienen otra
ascendencia cultural».

Aunque respecto al chupacabras no


puede descartarse la hipótesis ovni:

Llegaron a la conclusión de que


[el chupacabras] no era una
especie conocida, por lo que
adujeron que posiblemente se
tratara de un ente biológico de
origen alienígena.

En el lugar del posible


asentamiento del ovni, las
huellas del Chupacabras se
multiplicaban […]. Estas
criaturas producen una extraña
energía, que hace reaccionar de
manera sorprendente a los seres
humanos.

Incluso puede tratarse de un


diabólico mutante:

Es conocido que en la isla


[Puerto Rico] se han realizado
experimentos en extremo secreto,
como fue probar la píldora
anticonceptiva en nuestras
mujeres para los años 50, y el
agente naranja en El Yunque en
los 60’s. Aunque muy difícil de
probar, esto nos llevaría a
pensar que tal vez un
experimento genético realizado
en nuestro suelo, se tornó fuera
de control y los supuestos
«conejillos de indias» escaparon
hacia las áreas silvestres
convirtiéndose más adelante en
nuestro conocido chupador de
sangre.

Finalmente, cabe la terrible


posibilidad de que algunos críptidos
provengan —tiemblo con sólo pensarlo
— ¡de nosotros mismos! Ay, si Freud
pudiera psicoanalizaros:

Los relatos de animales que en


realidad son hombres no
responden a la fantasía, sino que
aluden a la expresión de una
energía que nos conecta con
nuestro animal interior.
10
Dignos de todo
crédito

En estos últimos meses no me ha


quedado más remedio que leer todo
aquello que he encontrado sobre el
fabuloso (nunca mejor dicho) mundo de
la criptozoología. De vuestros artículos,
una de las cosas que más me ha llamado
la atención —además de ese estilo
vuestro tan barroco con el que tratáis de
acrecentar la sensación de misterio— es
que la principal prueba sobre la que
sustentáis que yetis, Nessies,
chupacabras y demás criptofauna son
seres reales es la existencia de
testimonios. El resto de pruebas —es
decir, fotografías, filmaciones, leyendas
locales, pelitos, etc.— son decisivas,
faltaría más; es evidente que superan sin
esfuerzo el filtro del «escepticismo» del
que hacéis gala… Pero advierto que
utilizáis los testimonios como la prueba
definitiva.
Y eso que, para curaros en salud,
reconocéis que existen los falsos
testimonios. Además de mentiras, para
las que no es difícil encontrar
explicación, soléis admitir que en
ocasiones los testigos pueden estar
equivocados. Pero añadís que esos
casos son sólo una fracción mínima,
incluso insignificante, del total. La
mayoría de los testimonios nos
«revelan» la verdad. En todo el mundo,
son muchísimas las personas que
afirman haber visto críptidos; de lo que
se deduce, necesariamente, sin duda, que
esos críptidos existen…
Argumentáis que, al fin y al cabo, la
mayoría de los testigos son capaces de
hilvanar su relato con todo lujo de
detalles, sin que tengan motivo alguno
para el engaño. Por otro lado, entre los
miles de testigos de estos bichos —y de
tantas otras «realidades» negadas por la
ciencia, como los ovnis o los fantasmas
— encontramos a gente de todo tipo,
desde niños a ancianos, hombres y
mujeres, universitarios y campesinos
analfabetos, nativos de selvas tropicales
y científicos…
Sin embargo, mal que te pese, para
la ciencia los testimonios tienen un valor
probatorio nulo. Lo mismo da que
alguien jure que Mothman le susurró al
oído un desastre inminente, que otro
sonría a la cámara diciéndonos (casi
siempre desde otro continente, no
vayamos a conocerlo) cómo consiguió
su abdomen de tableta de chocolate
ingiriendo durante un mes una pildorita
diaria. Esto no tiene nada que ver con la
ciencia. Mientras no sea posible
comprobar la veracidad de un
testimonio, ese testimonio no sirve para
nada. Y a fecha de hoy, ni tan siquiera
uno de los miles de testimonios
recogidos en todo el mundo durante
muchos años —¡ni uno solo!— ha
podido ser verificado.

En el cerebro
En la génesis de la criptozoología
encontramos enfermedades que afectan
al aspecto y comportamiento de las
personas: la ictiosis y el cretinismo tras
las leyendas de hombres peces y
hombres reptiles, o la hipertricosis y el
síndrome de Ambras tras el mito del
hombre lobo.
Éstas constituyen una parte de la
creencia en los críptidos. Pero otra
buena parte de la pretendida existencia
de estos bichos podemos encontrarla en
la psicología; en muchos casos, tras los
críptidos se esconden trastornos
psicológicos.
En www.homowebensis.com puedes
encontrar el archivo «Psicología de los
fenómenos paranormales», escrito por
Ramón Ordiales, donde expone
brevemente una lista de trastornos que
pueden explicar los testimonios de las
personas que afirman haber vivido
fenómenos inexplicables o
contradictorios para la ciencia, es decir,
paranormales, entre los que podemos
incluir los relacionados con la
criptozoología. En primer lugar
aparecen dos trastornos muy graves, la
esquizofrenia y la paranoia,
especialmente proclives a los
fenómenos paranormales.
Además de ellos, y en refuerzo de lo
que te he comentado ya más arriba,
existen alteraciones de la memoria como
la amnesia psicógena, la fuga psicógena,
el déjà vu, la criptomnesia, la
confabulación y la pseudología
fantástica. Otras alteraciones afectan a
la percepción: traslaciones de la calidad
de las sensaciones, extrañeza
perceptiva, percepción cambiada del
tiempo, ilusiones afectivas, imágenes
eidéticas y alucinaciones, que pueden
estar causadas por drogas como LSD o
mescalina, el delirium tremens
relacionado con el alcoholismo, el
envenenamiento por cornezuelo, la
privación sensorial prolongada…
Hay que tener en cuenta, además,
que existen alucinaciones bastante
frecuentes en personas sanas, que
aparecen principalmente al acostarse y
levantarse y que pueden provocar
estados de pánico. Por cierto, dentro de
las alucinaciones las hay de diversos
tipos, además de las más conocidas
(visuales y auditivas): hipnagógicas,
hipnopómpicas, autoscopia… Otro
grupo de alteraciones lo constituyen los
delirios: de posesión, percepción,
ocurrencia, interpretación, de
recuerdos… Finalmente, las
alteraciones del yo: desdoblamiento,
invasión del espacio interior por un yo
extraño, disociación y heautoscopia. Ahí
es nada.

Juraría haber visto…


La mayoría de las personas, no obstante,
estamos libres de estos trastornos, lo
que no constituye una garantía frente a
los errores. En muchas ocasiones
estamos seguros de haber visto u oído
(nuestras principales fuentes de
información de lo que nos rodea son la
vista y el oído) algo que en realidad no
era como nos había parecido. Las causas
son muy variadas.
Es evidente que nuestro cerebro es
manipulable, y tú lo sabes mejor que
nadie. Nuestros deseos, miedos y
esperanzas son muy capaces de
distorsionar la realidad. En muchas
ocasiones, antes de que el cerebro pueda
hacerse una idea de lo que hay ahí fuera,
ya lo ha interpretado de manera que se
ajuste a lo que queremos (o tememos)
ver, eliminando al mismo tiempo aquello
que no nos interesa. Desde el siglo XIX
se estudia la percepción humana, y hace
tiempo que los psicólogos lo tienen muy
claro: lo que vemos no es una
representación exacta de la realidad. La
percepción es selectiva, como
demuestra perfectamente un estudio en el
que el 40% de un grupo de voluntarios a
los que se les hizo ver una breve
grabación de un partido de baloncesto
no vio a una persona disfrazada de
gorila que se colocaba unos segundos
entre los jugadores golpeándose el
pecho.
Además, la percepción es muy
influenciable. En general, y así lo
demuestran muchos estudios, las
distancias lejanas nos parecen más
lejanas; y los objetos grandes, mayores.
Esto explica que, pongamos por caso, el
lomo de un pez de buen tamaño que
asoma distante en un lago o un ancho río,
y lejos de referencias visuales, se
transforme en Nessie o en el mokele-
mbembe. Ya hemos visto cómo muchos
testimonios que hablan de monstruos
lacustres, en los que posiblemente no
haya ni pizca de mala fe en el testigo,
pueden explicarse perfectamente
mediante fenómenos naturales como
troncos, acumulaciones de restos
orgánicos en putrefacción o familias de
nutrias que nadan en formación. Si no
estás de acuerdo, tampoco lo estarás,
desde luego, en que gigantescos ovnis
triangulares vistos en el crepúsculo
eran, simplemente, bandadas de gansos
volando en la clásica formación en V
con los vientres aún iluminados por el
Sol. La mala visibilidad, combinada con
una ilusión óptica, puede hacernos ver
cualquier cosa.
Más aún, nuestro cerebro tiende a
ver algo donde no lo hay. Todos hemos
jugado alguna vez a ver figuras en las
nubes. Sin necesidad de esforzarnos
mucho, en seguida vemos cosas en ellas.
Sobre todo, caras. A la menor ocasión,
unas manchas inconexas se transforman
en ojos, boca, orejas… ¿Recuerdas
cuando, al poco tiempo del brutal
atentado contra el World Trade Center,
publicasteis en prácticamente todas
vuestras revistas y webs unas fotografías
en las que se veía perfectamente el
rostro del demonio entre el humo y el
polvo que surgía del derrumbe de una de
las torres? ¿Cuántas veces te has hecho
eco de extraños fenómenos en los que
Jesucristo o la Virgen María se nos
muestran en una mancha de humedad o
en media manzana oscurecida tras unos
días en el frigorífico? ¿Mensajes del
más allá?
Pareidolia, más bien. Así se conoce
este fenómeno que nos hace ver lo que
no hay: sobre todo, rostros. Porque el
ser humano está capacitado por su
naturaleza para reconocer y distinguir
rostros. Todos los rostros siguen un
patrón muy similar, pero somos capaces
de reconocer millones de ellos. También
los troncos de los pinos, por ejemplo,
siguen un patrón muy similar pero
nuestro cerebro no les hace el mismo
caso. Según los psicólogos, nuestra
capacidad para reconocer rostros
conlleva ese «defecto»: que nos hace
verlos donde no están. Los recién
nacidos, sin ir más lejos, prefieren
estímulos visuales que recuerden,
aunque sea muy vagamente, a una cara
humana, como un simple círculo con dos
puntos como ojos y una raya como boca.
Seguramente ya lo sabes, pero la cosa
da mucho juego en el mundo de los
fenómenos paranormales… Por cierto,
¿por qué cualquier rostro con aspecto de
barbudo es el de Jesucristo? Y si lo que
nos parece ver es el rostro de una joven,
¿por qué la Virgen? (los budistas, ¿ven a
Buda?). Y una cara deforme, ¿por qué es
un espíritu atormentado? Estas ilusiones
no son cosa de broma. Se calcula que en
1996 más de medio millón de devotos se
acercaron maravillados a reverenciar
una aparición de la Virgen María en
unos cristales sucios de un edificio de
Florida. Rostros. Aunque para rostro, el
tuyo…
Cuánto juego le dio al difunto
«doctor» Jiménez del Oso la fotografía
tomada por la Viking I en 1976, en la
que se veía una gigantesca cara
inexpresiva mirando a las estrellas en la
superficie de Marte… Desde el
principio afirmó que la humanidad
disponía ya de la prueba definitiva de la
existencia de seres extraterrestres
inteligentes. Una poderosísima
civilización, quizá extinguida, había
sido capaz de crear en el planeta vecino
una gigantesca cara tal vez con la
intención —¡quién sabe!— de que en el
futuro la encontráramos nosotros.
Aventuraba que era quizá la misma
civilización que había hecho escala en
el terrestre desierto de Nazca para
dibujar los «evidentes» campos de
aterrizaje ovni… Voces sensatas, como
la de Carl Sagan, sostuvieron que lo que
parecía una cara era el resultado de la
erosión y una azarosa combinación de
luces y sombras. En 1998, la Mars
Global Surveyor volvió a captar una
imagen del lugar, ahora con mucha más
resolución y una iluminación diferente.
La cara no se veía ya: en su lugar había
una colina, la misma colina que está allí
desde hace muchos siglos.
La pareidolia o un fenómeno similar
puede afectar también al sentido del
oído. En la actualidad hay un programa
de televisión más digno que la media, El
hormiguero, de Pablo Motos (tiene una
sección espectacular en la que se
divulgan curiosidades de física y
química), en que se juega a encontrar
frases graciosas, en castellano, en
canciones en inglés. ¡Y aparecen a
patadas! Por ejemplo, en una canción de
Electric Light Orchestra titulada Hold
on tight se puede oír «en tu huerto no
hay tomates». En la famosísima Hotel
California, de los Eagles, se oye la
expresión «un chinito pecando». No se
libra ni la música clásica. Sin ir más
lejos, en El Mesías de Haendel el coro
entona «pues sí saben joder los
enfermos»… Lo malo es que, una vez te
convencen de ello, es muy difícil no oír
esas expresiones que, en realidad, no
existen. La pareidolia auditiva, si así la
podemos llamar, es la causa de que
muchas mentes bienpensantes hayan
encontrado mensajes satánicos al
escuchar discos de heavy metal al
revés. Qué rebuscado es ver el mal por
todas partes…

Mira el péndulo fijamente


La escasa fiabilidad de la percepción
crece conforme el suceso se aleja en el
tiempo. La memoria es flaca, y eso es
algo que conviene no olvidar cuando se
trata de obtener información de los
testigos.
Elisabeth Loftus es, probablemente,
quien mejor conoce el tema de los
testigos oculares y, por tanto, el de los
recuerdos. Ha publicado varios libros
en los que concluye que hay que
conceder muy poca fiabilidad a los
testimonios oculares, lo que es de vital
importancia, sobre todo, en el ámbito
judicial. En su estudio ha recopilado
numerosos casos de errores en los
testimonios y ella misma ha provocado,
con una facilidad pasmosa, recuerdos
completamente falsos.
Las ruedas de reconocimiento con el
objetivo de encontrar al culpable de un
delito, en las que el sospechoso se
coloca entre otras personas, al otro lado
del espejo, para poder ser reconocido
por el testigo, han deparado notables
sorpresas. En muchas ocasiones, han
sido señaladas personas que nada tenían
que ver con el delito en cuestión. Así lo
relataba, en una carta abierta al famoso
escéptico James Randi, un estudiante
que solía colaborar con la policía
formando parte de ruedas de
reconocimiento:

Imagínese mi sorpresa y
preocupación cuando en dos
ocasiones distintas me señalaron
a mí como el culpable. Una vez,
también identificaron a mi amigo
Ken, y aunque no puedo afirmar
con toda seguridad que él no era
la elección correcta, ¡sé con
seguridad que yo no lo era! […].
En uno de los casos en que me
eligieron mal, quien se equivocó
estaba muy, muy convencido de
que tenía razón, y añadió que
nunca podría olvidar mi cara.

Este joven se lamentaba en su carta,


y no sin razón, de que muy
probablemente personas inocentes han
podido ser condenadas por errores
similares.
Loftus señala en sus trabajos que
tanto la percepción como los recuerdos
se ven influenciados negativamente en
situaciones de estrés; en ese estado,
esperable en quien cree estar viviendo
una situación incomprensible, la
capacidad de apreciar y recordar
detalles queda disminuida.
Además, la memoria es frágil y
constructiva, como ha demostrado
experimentalmente. Es posible inducir
falsos recuerdos mediante técnicas de
sugestión. De hecho, una de cada cuatro
personas es especialmente
sugestionable, de manera que podemos
modificar la memoria de una manera tan
sencilla como proporcionando
información incorrecta después de
ocurrido el suceso; especialmente si se
utiliza la hipnosis, estado de conciencia
en que la respuesta a la sugestión es
máxima. (Hay que señalar que sus
trabajos han conducido a Elisabeth
Loftus a ser públicamente amenazada
por personas que creen haber sufrido
abusos sexuales en su infancia tras
haberse sometido a «terapias»
pseudocientíficas de hipnosis regresiva,
en lo que forma parte de una oscura
historia de manipulación causante de
que muchas familias hayan terminado
destrozadas).
Esta investigadora señala que, desde
luego, no es necesario recurrir a la
hipnosis para distorsionar la memoria
del testigo ocular. El entrevistador (¡qué
te voy a contar!) puede manejar muy
bien los hilos con sus preguntas. Por
ejemplo, Loftus hizo ver a dos grupos de
voluntarios una película en la que se
había filmado un accidente de tráfico.
Preguntó al primer grupo: «¿Ha visto
usted un granero?», y obtuvo un 2,7% de
respuestas afirmativas. Preguntó al otro
grupo: «¿Ha visto usted el granero?». La
sutil diferencia hizo que los síes
aumentaran hasta el 17,3%, una
diferencia altamente significativa. Por
cierto, en la película no aparecía ningún
granero.
Y eso que todo giraba en torno a
situaciones nada paranormales ni
enigmáticas, sino muy cotidianas, por
desgracia. Igualito, igualito, que cuando
entrevistas a alguien que ha visto
fugazmente un ave abandonando una
carroña y le preguntas algo así como:
«¿Está seguro de haber visto al extraño
ser de ojos luminosos salir volando a
toda velocidad?». La cosa gana mucho
si añades un abonado previo del terreno,
soltando en diversos medios que
«recientemente se están multiplicando
los informes», que «las autoridades
quieren quitar importancia, pero…».
Cuando, finalmente, presentas la noticia
bajo el titular «¿Chupacabras o
extraterrestre?», negando cualquier otra
explicación, puedes anotarte el tanto.
Elemental, mi querido sir
Arthur
Hay que tener muy en cuenta la siguiente
máxima: Sólo ve fantasmas quien cree
en fantasmas. Es muy adecuada en
casos de «realidades» enigmáticas como
los fantasmas, desde luego, pero también
se puede aplicar a quien ve al
chupacabras, a Nessie o al bigfoot, o a
quien adivina una nave extraterrestre
donde hay una nube lenticular, o a quien
oye la tétrica voz de un espíritu errante
en una cinta puesta a grabar en los
sótanos abandonados de un viejo
edificio. Queda claro que las ganas de
creer realimentan la creencia en
fenómenos inexistentes, de manera que
la mente consigue manipularse a sí
misma. Al final, un tronco flotando en el
lago Ness, entrevisto en la niebla por un
escéptico, es muy probable que se quede
en lo que es, un simple tronco o, en todo
caso, en un «no he visto bien qué era».
El mismo tronco, visto por quien desea
fervientemente ver con sus propios ojos
al monstruo, tiene todos los boletos
para dejar de ser un tronco flotante y
transformarse, como por arte de magia,
en Nessie.
Quien quiere creer es muy probable
que, si las circunstancias son las
adecuadas, termine poniendo a
disposición del público un testimonio
totalmente convincente sobre un
críptido; tan convincente porque él
mismo está seguro de que realmente lo
ha visto. También es posible que no se
le presente la ocasión de «ver» al bicho
en el que cree. No importa. En este caso,
es un candidato perfecto a creer el
«verídico» testimonio de quien sí ha
tenido la suerte de vivir en sus carnes el
encuentro con ese ser venido de otra
dimensión. Basta con querer creer. Y
aunque los testimonios no tengan valor
probatorio, resultan creíbles porque
muchas personas quieren creerlos.
Un ejemplo revelador de las
enormes posibilidades brindadas por
unas buenas ganas de creer es el
conocido caso de sir Arthur Conan
Doyle y las hadas. No sé si recordarás
que este señor fue el creador del
literario Sherlock Holmes, el famoso
detective capaz de resolver cualquier
crimen analizando, siempre
racionalmente, las pruebas dejadas por
el criminal.
Sin embargo, Doyle no era tan
racional como su personaje; más bien,
todo lo contrario. Por ejemplo, creía
firmemente en el espiritismo y se
convirtió en uno de sus principales
propagandistas. Los últimos años de su
vida los dedicó a luchar sin descanso
contra la razón y la ciencia, lo que suele
ocultarse piadosamente en sus
biografías.
Su candidez se reveló al máximo en
la historia de las hadas. En 1920, llegó a
sus oídos que alguien había tomado unas
fotografías en las que aparecían gnomos
y hadas. Se enteró de que las autoras de
las instantáneas eran unas niñas de
«buena familia, incapaces de mentir», y
finalmente se hizo con unas copias de
dos de las fotografías. En la primera
aparecía una de las niñas, Frances, de
10 años, acompañada de cuatro hadas,
tres de ellas con alas y la cuarta tocando
la flauta. La foto había sido tomada por
su prima Elsie, de 16 años, quien
aparecía en la otra fotografía, realizada
por Frances, sentada con un gnomo.
Desde el principio, Arthur se mostró
entusiasmado, seguro de que las fotos
fueron tomadas por dos niñas inocentes,
hijas de comerciantes, que no tenían
ninguna posibilidad de hacer trucos
fotográficos.
Algún tiempo después de la toma de
las fotografías, mientras se hallaba en
Australia, Doyle escribió a un amigo
pidiéndole que convenciera a las niñas
de que trataran de tomar más fotos.
Dicho y hecho: en pocos días, las niñas
se presentaron con tres nuevas
instantáneas, lo que le llevó a un estado
cercano al trance.
En 1922 escribió The coming of the
fairies (La llegada de las hadas). En
este libro, Doyle sostenía que las hadas
pertenecen a una población que puede
ser tan numerosa como la de la raza
humana, separada de nosotros sólo por
cierta diferencia de vibraciones (esto es
bueno: ¡criptozoología de vanguardia!).
Afirmaba también que, con mayores
conocimientos y unos medios de visión
más avanzados, estas personillas —
hadas y gnomos— estaban destinadas a
convertirse en algo tan sólido y real
como los esquimales.
Lo más patético del caso es que las
fotos estaban manipuladas, claro está, y
además de una manera sumamente burda.
Las hadas y los gnomos eran recortes de
figuras publicadas en libros infantiles.
Explicación tan simple no convenció a
Doyle, quien siguió manteniendo que la
fotos eran auténticas (otros creyentes en
las hadas aceptaron que las figuras eran
idénticas a las láminas de dichos libros
pero que en las fotografías aparecían las
«proyecciones mentales» inconscientes
de las hadas que las niñas habían visto,
tiempo atrás, en el papel; Doyle ni
siquiera aceptó esta alternativa).
Nuestro hombre murió sin dar el brazo a
torcer.
Testimonios
En resumen: mentiras por afán de
notoriedad, trastornos psicológicos,
enfermedades desfiguradoras, bromas
juveniles, ilusiones ópticas, pareidolia,
creencias personales, recuerdos
erróneos, percepción alterada por el
estrés, influencia del entrevistador,
ganas de ver aquello en lo que creemos.
Testimonios. Sin duda, dignos de todo
crédito.
11
¿Cripto… zoología?

La zoología es una disciplina científica


cuyo objeto es el estudio de los
animales desde puntos de vista muy
diferentes. Uno de sus cometidos es
catalogar las nuevas especies que se
descubren, lo que sucede continuamente.
Sólo por esto podríamos concluir que la
criptozoología no tiene sentido. Tú no
estás de acuerdo: según tú, la
criptozoología es el estudio objetivo de
los animales que únicamente son
conocidos por indicios considerados
insuficientes por la ciencia oficial (las
cursivas son mías). Para ti, el problema
radica en que el trabajo que realizan los
zoólogos no es suficientemente bueno.
Los zoólogos tienen algunas rarezas,
es cierto: informan del hallazgo de una
nueva especie (lo que es, por supuesto,
una cuestión de prestigio) sólo cuando
presentan a la comunidad científica un
holotipo. Ah, que no has oído hablar
nunca de ello… Un holotipo es un
ejemplar depositado en un organismo
competente, como un museo de ciencias
naturales o una universidad, a
disposición de los interesados. Desde
hace unos años, el holotipo debe superar
un análisis de ADN. Además, el
descubrimiento debe ser publicado en
una revista científica con sistema de
arbitraje. Sólo si se cumplen todos esos
requisitos se acepta la existencia de la
nueva especie, que se incluye en un
género integrado en una familia… En
fin, que se la clasifica según las normas
de la taxonomía y la sistemática.
¿Cuál es el proceder de los
criptozoólogos? Estos señores oyen
hablar de un extraño animal, dan por
hecho que existe y publican en una
revista de tres al cuarto o en sus propios
libros la descripción de dicho animal.
En muchas ocasiones la descripción es
tan poco precisa que no puede
determinarse bien si el bicho en cuestión
es reptil, ave o mamífero. O ya puestos,
si es de este planeta. O de este
universo…

Científicos de mente estrecha


Dices que el problema es que la ciencia
es incapaz de aceptar realidades
sorprendentes; que es inmovilista, y que
quien osa tirar en dirección contraria es
perseguido inquisitorialmente por los
científicos «de mente estrecha»,
convirtiéndose en un nuevo Galileo.
La mayor parte de las veces, quien
propone una teoría «revolucionaria» no
es un Galileo sino un charlatán.
Proponer una «genialidad», y que ésta
no sea aceptada, significa, casi con total
seguridad, que se trata de una estupidez
o simplemente de un fraude (¡cuántas
«terapias» criminales habéis apadrinado
en vuestra cruzada contra la medicina
«oficial»!). Y digo casi porque, muy de
tarde en tarde, surgen auténticas ideas
revolucionarias capaces de poner patas
arriba disciplinas enteras, que generan
inicialmente el rechazo pero que, más
pronto que tarde, terminan
imponiéndose, como sucedió con la
teoría de la relatividad de Einstein, por
poner un ejemplo clásico, que se aceptó
porque se comprobó que era correcta.
En cuanto a que la ciencia es incapaz
de aceptar realidades sorprendentes, no
sé qué decirte. Es la ciencia la que ha
averiguado que giramos en torno a una
de los miles de millones de estrellas que
hay en nuestra galaxia, y que ésta es una
más entre miles de millones de galaxias.
Que el tiempo comenzó a contar hace
más de 13.000 millones de años. Que la
vida apareció en nuestro planeta hace
unos 4000 millones de años. Que todos
los seres vivos somos el resultado de
acumulaciones sucesivas de variaciones
sobre aquellos primeros organismos
microscópicos. Que el código de la vida
está escrito en un lenguaje químico de
cuatro letras que, además, ha sido
descifrado. Que a mucha profundidad
bajo nuestros pies la temperatura supera
la de la superficie del Sol. Que el calor
interno de la Tierra genera lentas pero
implacables corrientes de convección
que rompen los continentes, los arrastran
y los hacen chocar entre sí. Que la
materia está formada por partículas más
pequeñas de lo que la mente puede
imaginar. Que estas partículas se
relacionan entre sí poniendo en juego
fuerzas y energías colosales… ¿No te
parecen realidades sorprendentes?
La ciencia también ha encontrado
realidades sorprendentes en el reino
animal, y por supuesto que las acepta. Te
presento unos pocos ejemplos. Un
gusano marino llamado Riftia no tiene
aparato digestivo; casi todo su cuerpo
está ocupado por el trofosoma, un
órgano cuyas células están repletas de
bacterias quimiosintéticas, capaces de
producir materia orgánica (el alimento
del gusano) utilizando la energía
liberada por la oxidación del sulfuro de
hidrógeno expulsado por las fumarolas
submarinas. Los cnidarios tienen una
reproducción basada en la alternancia
de generaciones: las medusas se
reproducen sexualmente, más o menos
como los humanos, pero sus hijos los
pólipos, que viven fijos al sustrato, lo
hacen asexualmente, a partir de yemas
que se desprenden y se desarrollan
como medusas. El murciélago emite
ultrasonidos y detecta su reflexión en los
obstáculos (y en los insectos voladores,
su alimento) de forma similar a los
sistemas de sónar. Las cubomedusas
están dotadas de ojos bien formados,
capacitados para formar imágenes, pero
carecen de un sistema nervioso que las
recoja e interprete. El pequeño
escarabajo bombardero dispara hasta
veinte veces seguidas y a medio metro
de distancia, con mortífera puntería, una
mezcla de líquidos que alcanza los 100
°C. Segundos después de que el mero de
Florida macho ha regado de semen los
huevecillos recién puestos por la
hembra, se transforma en hembra
mientras aquélla hace lo contrario,
convirtiéndose en macho (lo que incluye
cambios en sus coloraciones), para
comenzar el cortejo de nuevo, cada uno
con su nueva identidad sexual. El
ornitorrinco es un mamífero con un
curioso pico que recuerda al de un pato,
tiene un aguijón venenoso en cada pata
trasera y la hembra pone huevos y
secreta la leche por unas glándulas
mamarias sin pezones, lo que obliga a
las crías a tomarla a lametones (cuando
llegó a Europa el primer ejemplar,
disecado, se creyó que se trataba de una
broma; el doctor Shaw, del Museo de
Historia Natural de Londres, trató,
tijeras en mano, de descoser el pico).
Sin embargo, el representante más
sorprendente del mundo animal es el
único capaz de interrogarse sobre sí
mismo y de hallar, más o menos
atinadamente, respuestas a sus
preguntas. El que ha aprendido a guardar
con celo los conocimientos que
trabajosamente ha ido adquiriendo,
generación tras generación, a base de
codificarlos mediante la escritura. El
que fabrica herramientas que sirven para
fabricar herramientas más complejas. El
que ha sido capaz de obtener en su
beneficio energía en cantidades mucho
mayores que las que le brindan los
alimentos. El que, contrariando su
biología, ha alcanzado las fosas marinas
más profundas y ha hollado un mundo
que no es la Tierra. El que trata de
divulgar conocimientos y el que divulga
cuentos chinos. El ser humano.

El ratoncito Pérez
¿Por qué tan enigmático animal no forma
parte de los desvelos de los
criptozoólogos? ¿Por qué no le habéis
dedicado ni una línea, ni un segundo de
vuestro tiempo en radio y televisión?
¿Por qué no lo habéis nombrado en
ninguna conferencia, en ninguna mesa
redonda, en ningún debate?
Al fin y al cabo, el simpático
ratoncito Pérez cumple todos los
requisitos para ser considerado un
críptido. Por ejemplo, forma parte de la
tradición oral española. Son muchísimos
los nativos, los aborígenes de este
rincón de Europa, que han transmitido
las antiguas revelaciones de sus
ancestros, de generación en generación,
sobre las andanzas nocturnas del famoso
ratón, lo que sin duda constituye una
sólida prueba en favor de su existencia.
En otras culturas tan antiguas como la
nuestra existen críptidos similares, que
conforman, sin duda, junto a nuestro
ratoncito, una gran familia extendida por
todo el globo. Leyendas sobre
misteriosos seres ávidos de dientes de
leche los encontramos en culturas tan
alejadas como la británica o la
australiana; leyendas que, como todas,
tienen su base de verdad.
Es evidente que, en algunas
ocasiones, hay fraudes tras el supuesto
roedor, y no nos debe temblar el pulso a
la hora de denunciarlo: algunos padres
desalmados, aprovechando la oscuridad
de la noche, han engañado a sus
inocentes hijos llevándose el tierno
dientecito depositado bajo la almohada
dejando en su lugar una moneda o una
baratija. Todos conocemos testimonios
de padres que han asumido el engaño.
Sin embargo, existen cientos, qué digo
cientos, miles de casos en los que no se
ha podido relacionar el misterioso
fenómeno con la actuación de tramposos
progenitores.
Por otro lado, de todos es sabido
que los niños, junto con los integrantes
del colectivo de borrachos, siempre
dicen la verdad. Pues bien, hay
documentada gran cantidad de
testimonios relativos al avistamiento del
enigmático ratón desde hace muchas
generaciones de niños y por todos los
rincones de nuestra geografía. Además,
y al igual que sucede con otros críptidos
más «mediáticos», las descripciones que
podemos obtener de él a partir de los
diversos testimonios son harto variadas,
tanto en lo tocante a su tamaño como a
su coloración y otros detalles de su
anatomía. De hecho, habría que
preguntarse si realmente se trata de un
representante del amplio grupo de los
roedores: quizá sea un reptil y «lagarto
Pérez» sea un nombre más adecuado.
No debemos rechazar la posibilidad
de que Pérez no sea de este planeta. Tal
vez se trate de un ser extraterrestre
proveniente de un lugar cuya fuente de
energía se obtiene de la dentina infantil.
O puede que venga de una dimensión
que no está en este universo sino en otro
paralelo —o perpendicular— al nuestro.
Eso explicaría que pueda acceder a
nuestros hogares sin abrir puertas ni
ventanas. Debería también considerarse
la alternativa de que se trate de una
proyección mental que se materializa
frente al sorprendido testigo…
Como ves, las mismas pruebas que
apoyan la existencia de Nessie, el yeti o
el chupacabras.

Ockham, el de la navaja
Como hemos visto, para intentar
aparentar credibilidad echáis mano de
trucos, como el consabido de reconocer
la existencia de fraudes y montajes
periodísticos, que afeas de manera
hipócrita. Así queréis dar a entender que
donde no se puede demostrar la trampa
es porque no la hay. Podrías aplicarte la
máxima que reza ausencia de prueba no
constituye prueba de ausencia, que
tanto te gusta retorcer en tu propio
beneficio.
Otro truco es no hacer distingos
entre lo racional y lo irracional, como
en el reportaje que explica que el
llamado hombre culebra padecía
ictiosis, pero a la vez presenta
«auténticos» hombres lobo; o cuando se
pone al mismo nivel el bigfoot y una
nueva subespecie de elefante pigmeo
malayo.
De lo que deduzco que vives en un
mundo poblado por unicornios,
gigantescas polillas extraterrestres,
dinosaurios juguetones, hadas, gremlins,
sirenas, centauros, seres que nos visitan
desde dimensiones ocultas… Deberías
hacértelo mirar.
O, simplemente, echar mano de la
navaja de Ockham, un principio
filosófico muy útil propuesto por
Guillermo de Ockham allá por el
siglo XIV. En resumen viene a decir que
la explicación más simple es la más
probable. Para que lo entiendas, ahí va
un ejemplo. Un día llegas a casa, pulsas
el botón del ascensor y éste no se digna
aparecer por muchos minutos que lo
esperes. Es posible que no venga porque
los átomos que lo componen se hayan
trasladado por trillones de agujeros de
gusano que conectan con otra dimensión
espaciotemporal, para reaparecer en
otro lugar del universo y en un tiempo
distinto del presente. También es posible
que alguno de los fusibles del motor
eléctrico del ascensor se haya visto
afectado por una subida de tensión. Son
dos explicaciones para un mismo caso,
pero no son igual de probables. Supongo
que me entiendes, ¿no? En tus libros, en
tus conferencias, en tus artículos, en tus
programas, blandes la navaja de
Ockham sujetándola por el filo: la mejor
explicación es la más inverosímil.
Siguiendo con la filosofía, ahí va
otra buena frase, ésta de David Hume:
Afirmaciones extraordinarias requieren
pruebas extraordinarias. Vamos, que si
un amigo me dice que el sábado se fue al
cine con su primo de Palencia no tengo
motivo de duda. Pero si me dice que fue
Angelina Jolie quien le acompañó, no
me basta con una foto de ambos cogidos
del brazo ¡Ya sabemos que existe el
Photoshop! ¿Lo captas?

¡Vaya timo!
Los académicos de la Real Academia
Española levantaron ampollas entre
vosotros cuando, en la 22ª edición de su
Diccionario incluyeron el término
ufología con la siguiente acepción:
simulacro de investigación científica
basado en la creencia de que objetos
voladores no identificados son naves
espaciales de procedencia
extraterrestre. Cuando escribo estas
líneas todavía no ha salido a la luz la
23ª edición, pero darían en el clavo si
incorporaran la criptozoología
indicando que es también es simulacro
de investigación y una creencia.
La criptozoología no es
investigación y no se centra en la
realidad. Y no lances el golpe bajo de
exigirme que demuestre la «no
existencia» del yeti, Mothman o lo que
sea: sabes bien que es imposible
demostrar que algo no existe. Es de
sentido común aceptar que quien
propone una hipótesis está obligado a
demostrarla. Así que ponte a ello. Y
presenta pruebas de verdad. Hasta
entonces, aplícate la exigencia de James
Randi a todo aquél que afirma poseer
capacidades paranormales: «Hágalo… o
cállese».
En la introducción dejé claro mi
convencimiento de que no crees en lo
que dices. A lo largo de todo el libro,
como acordamos, he prescindido de él.
Permíteme que, ahora que vamos
acabando, vuelva a tenerlo presente.
Asumo que con la divulgación de
«bobadas» te ganas la vida. Pero, por si
sirve de algo, me gustaría que tuvieras
en cuenta la respuesta de Randi al
editorial del Washington Star referido a
los esfuerzos del CSICOP, organización
empeñada en luchar contra los fraudes
irracionales de los que vives. He aquí
un fragmento de dicho editorial:

No hay nada más gracioso que la


aplicación errónea de una
disciplina rigurosa a tareas
desproporcionadamente
triviales. Es exagerar las cosas
hasta el límite. Equivale a matar
un mosquito con una maza; a
ametrallar mariposas […].
¿Dónde está su sentido del
humor?

Y he aquí la respuesta de Randi:

No sé quién escribió eso, pero


[…] nunca vio los rostros
enloquecidos de padres cuyos
hijos eran atrapados en algún
culto estúpido que prometía
milagros. Nunca tuvo que
enfrentarse con un hombre que
había perdido sus ahorros para
poder eliminar un hechizo
maligno. Nunca sujetó durante
una sesión a oscuras la mano de
una mujer que esperaba que su
ser querido regresara tal como
había prometido un estafador
[…]. ¿Ametrallar mariposas?
[…] Vaya a excavar la tumba de
alguno de los 950 cadáveres que
hay en Guayana y grítele a la
cara que el reverendo Jim Jones
no era peligroso. ¿Qué sucedió
con su «sentido del humor»?

Un último consejo: dejad en paz a


los niños. En vuestro afán por expandir
el negocio no estáis teniendo reparos en
salpicar con vuestra porquería
pseudointelectual el mundo infantil. En
uno de los últimos números de la revista
sobre animales de compañía
Pelopicopata, dirigida a los más
pequeños, aparece una entrevista con un
tal Gustavo Sánchez Romero,
criptozoólogo, autor del libro
Monstruos acuáticos: desde el lago
Ness hasta el Okanangan. En sus
respuestas, el señor Sánchez hace una
buena apología de la irracionalidad.
Seguid con vuestro trabajo pero, si os
queda un poco de decencia, alejaos de
los niños, que lo vuestro tampoco tiene
ninguna gracia.
Para leer más

Chordá, Carlos, Ciencia para Nicolás,


Laetoli, Pamplona, 2005. Libro con
el que pretendo, utilizando un
lenguaje al alcance de todos, dar a
conocer que la ciencia es el único
método que tenemos para conocer la
realidad del mundo físico, y que sus
fundamentos son mucho más
sencillos de lo que habitualmente se
piensa.
Dixon, Dougal, Después del hombre.
Una zoología del futuro, Blume,
Barcelona, 1982. Dixon se plantea
cómo podrían llegar a ser los
animales dentro de 50 millones de
años, sometidos a la inexorable
evolución biológica. Partiendo del
hecho de que es totalmente
imposible acertar, supone un
catálogo faunístico mucho más
apasionante que el de la
criptozoología.

Dröscher, Vitus B., Cómo sobreviven los


animales. Asombrosos recursos de
la creación, Planeta, Barcelona,
1988. El autor, etólogo y brillante
divulgador científico, presenta una
serie de asombrosos recursos que
permiten la existencia de muy
diferentes especies animales.

Page, Michael y Robert Ingpen,


Enciclopedia de las cosas que
nunca existieron, Anaya, Madrid,
1986. Delicioso libro,
magníficamente ilustrado, que
despliega un apasionante muestrario
de seres fantásticos. El título lo dice
todo.

Sagan, Carl, El mundo y sus demonios,


Planeta, Barcelona, 1999. Si existe
una Biblia que nos revela en qué
consiste el pensamiento lógico y
racional es este libro del genial
astrónomo y divulgador.

Revistas

El escéptico. Revista para el fomento de


la razón y la ciencia editada por
ARP-Sociedad para el Avance del
Pensamiento Crítico.

Natura. Buenos reportajes divulgativos


sobre zoología y naturaleza.

Pensar. Revista latinoamericana para la


ciencia y la razón, publicada en
español por el Comittee for the
Scientific Investigation of Claims of
the Paranormal.

Quercus. Sobre el estudio y


conservación de la naturaleza en
general y de la fauna en particular.

Webs

http://www.arp-sapc.org
http://www.blogs.elcorreodigital.com/mag
http://www.charlatanes.blogspot.com
http://www.circuloesceptico.org
http://www.homowebensis.com

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