Yeti Vaya Que Timo
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El enigma de la orquídea
El aristócrata y botánico francés Louis
Marie Aubert Aubert Du Petit-Thouars
(supongo que Louis para sus amigos)
partió al exilio en 1792, época de la
Revolución Francesa. Durante varios
años viajó por el Índico, visitando
especialmente la isla Mauricio y
Madagascar. Cuando las cosas se
calmaron un poco se atrevió a regresar a
Francia y unos años después publicó su
Historia particular de las orquídeas
recogidas en las tres islas australes de
África, de Francia, de Borbón y de
Madagascar.
Una de las orquídeas citadas en esa
obra es la orquídea de Madagascar
conocida como estrella de Navidad
(Angraecum sesquipedale para los
botánicos), cuyas hermosas flores
blancas tienen un espolón, que es como
se llama al tubo que contiene el néctar
con el que muchas especies de
orquídeas recompensan a los insectos
que las polinizan. El espolón de esta
orquídea es larguísimo, de unos 30 cm,
de modo que el néctar queda a más de
25 cm de distancia de su abertura.
Durante muchos años no se supo cómo
se producía la polinización de esta
planta, ya que no se conocía ningún
insecto que pudiera llegar tan adentro. Y
si no alcanza el néctar, ningún insecto va
a dedicar su escaso tiempo a esa
orquídea; no hay ONG de insectos
polinizadores.
Aquí entra en escena Charles
Darwin, a quien Fernández califica de
«célebre naturalista» (yo diría que fue
realmente algo más que un «célebre
naturalista»…). A pesar de que el
Beagle no hizo escala en Madagascar,
Darwin tuvo conocimiento de esa
extraña orquídea. En El origen de las
especies se había referido ya a la
relación entre las orquídeas y los
insectos, pero es en una obra algo
posterior, de 1862, centrada
exclusivamente en la fertilización de las
orquídeas por estos animales, donde
propone la hipótesis de que debe existir
una especie desconocida de insecto, muy
posiblemente una mariposa, con una
probóscide o trompa de entre 25 a 28
cm (por cierto, este libro, Orquídeas e
insectos, será publicado próximamente
por Laetoli). Darwin argumentaba que
sólo así podía ser fecundada la orquídea
estrella de Navidad. Como por aquellos
tiempos no se conocía ninguna mariposa
con un «aparato» de semejante tamaño,
muchos entomólogos ridiculizaron la
propuesta de Darwin.
Supongo que ésta es la parte que más
os gusta de la historia: Darwin propone
la existencia de una especie animal
desconocida (más en concreto, una
mariposa) y a continuación unos
insensatos científicos (mejor todavía,
entomólogos: expertos en insectos)
rechazan de plano la idea. Darwin
sugiere la existencia de un animal
desconocido para la ciencia: ¡he aquí,
por tanto, al primer criptozoólogo! Y
como todo buen criptozoólogo, es
repudiado por el establishment
científico… Estupendo, ¿no? Sin
embargo, cualquier parecido entre lo
que hizo Darwin al proponer la
existencia de la enigmática mariposa y
lo que hace un criptozoólogo es mera
coincidencia, como veremos. Aunque
sólo sea porque Darwin acertó en su
predicción, mientras que los éxitos de la
criptozoología… Bueno, el asunto de los
«éxitos» de la criptozoología lo
dejaremos para más adelante.
La solución del enigma
Decía que la predicción resultó
correcta. Once años después de que
Darwin propusiera su hipótesis de la
mariposa de larga trompa, su buen
amigo Alfred Russel Wallace, que
estaba al tanto del asunto, informó de la
existencia de varias esfinges tropicales
cuyas probóscides eran, si no tan largas
como exigía la dichosa orquídea, sí lo
suficiente como para sospechar que la
idea de Darwin no andaba del todo
desencaminada. (Las esfinges son un
grupo de mariposas que, por su porte y
vuelo, suelen confundirse con los
abejorros; las especies más grandes
suelen tomarse incluso por colibríes. En
ecología se dice que esfinges, abejorros
y colibríes ocupan nichos ecológicos
similares y que son un ejemplo de
evolución convergente. Pero me estoy
yendo por las ramas…).
Por fin, en 1903, el inglés Lionel
Rothschild y el alemán Karl Jordan
encontraron una subespecie de la
mariposa «esfinge de Morgan»,
Xanthopan morgani, que recibió el
nombre de Xanthopan morgani predicta
en recuerdo de la predicción de Darwin.
Esta mariposa es un insecto
impresionante, con una envergadura de
unos 15 cm y una probóscide que llega a
alcanzar los 30.
Años después la historia se repite:
tras el descubrimiento de otra orquídea
malgache del mismo género, con un
espolón todavía más largo, el
entomólogo Gene Kritsky ha aventurado
la existencia de una mariposa con una
trompa que debería alcanzar los 40 cm.
Todavía no se ha encontrado. Aunque
cuando se logre —si evitamos que se
extingan tanto la orquídea como la
esfinge, lo que posiblemente esté al
llegar—, algo me dice que no será
gracias a un criptozoólogo, seguramente
porque estará tomando fotos a algún
misterioso brontosauro selvático. (Como
es habitual, las fotos saldrán borrosas
por culpa de la humedad de las lentes, o
se le caerá la cámara en medio de un
profundo río lleno de hipopótamos, o se
la robará un travieso monito…).
El simbólico okapi
El okapi es un rumiante de la familia de
los jiráfidos cuyo nombre científico es
Okapia johnstoni. A pesar de su
tamaño, similar al de los caballos, no es
un animal con el que uno pueda toparse
fácilmente, más que nada porque tiene la
costumbre de vivir en lo más espeso de
las selvas congoleñas, donde no es
sencillo aventurarse. Salvo que tus
conocimientos sobre los bosques
lluviosos africanos los hayas adquirido
en las películas del cinematográfico
Tarzán, el simpático «hombre mono»
tantas veces interpretado por Johnny
Weissmüller. Pero en esas películas los
escenarios tienen poco que ver con la
realidad: en las tupidas selvas africanas
no suelen encontrarse elefantes o leones,
mamíferos más propios de la sabana.
De hecho, la mayor parte de los
bosques centroafricanos son realmente
difíciles de atravesar incluso por los
más expertos, como puede atestiguarlo J.
Michael Fay, protagonista de una
expedición denominada Megatransect.
En esta insólita aventura de exploración,
Fay recorrió, acompañado por un
reducido grupo de apoyo, 3200
kilómetros a lo largo de los bosques del
Congo y Gabón, evitando ciudades y
aldeas, en una caminata que comenzó el
20 de septiembre de 1999 y finalizó, a
orillas del Atlántico, el 18 de diciembre
de 2000. A pie, única manera de
adentrarse en semejante terreno. Si lees
los números de octubre de 2000 y marzo
y agosto de 2001 de la edición española
de National Geographic, verás las
dificultades a las que tuvo que
enfrentarse el loco de Fay. Lo dicho: un
territorio muy inhóspito, en su mayor
parte nunca pisado por el ser humano
(los animales no huían ante su
presencia).
Te decía que el okapi es un animal
difícil de ver debido a las
peculiaridades de su hábitat. Su
comportamiento tampoco ayuda a
tropezarse con uno de ellos: además de
ser de naturaleza huidiza, tiene un oído
finísimo, capaz de captar débiles
sonidos a más de dos kilómetros. Por si
esto fuera poco, y salvo en época de
celo, cuando los instintos exaltados les
obligan a chillar de vez en cuando, no
se comunican mediante sonidos.
Así que no es de extrañar que
durante mucho tiempo sólo los nativos
supieran de su existencia. Fueron
conocidos en Occidente gracias al
famoso explorador Henry Morton
Stanley, quien ha pasado a la historia
por aquel saludo famoso: «¿El doctor
Livingstone, supongo?». En 1890,
Stanley publicó el libro El África
tenebrosa, donde contaba cómo en 1883
los pigmeos de la selva del Congo belga
le hablaron de un misterioso animal.
Harry Johnston, a la sazón gobernador
de Uganda, decidió que había que
encontrarlo. Tras rescatar de la
Exposición Universal de París de 1900
a un grupo de pigmeos exhibidos como
monos en un zoo, los condujo de regreso
al Congo Belga, donde fue
recompensado por ellos con pieles del
animal. Al estudiarlas, se llegó a la
conclusión de que el okapi era una
especie de cebra (aún hoy hay quien lo
llama erróneamente cebra selvática) y
se le dio el nombre de Equus johnstoni.
Los primeros ejemplares vivos llegaron
a Europa en 1918.
Y ahora, dime, por favor: ¿dónde
están los criptozoólogos en toda esta
historia? ¿Lo era el periodista Stanley?
¿O quizá el gobernador Johnston? ¿O le
endosamos el título de licenciado en
criptozoología a alguno de los pigmeos?
¡Pobre okapi! Un animal tan hermoso
convertido en la marca de una
asociación formada por unos cuantos
embusteros y otros tantos ingenuos,
símbolo de la desfachatez y la
ignorancia.
El coelacanth, un predador
marino que se pensaba había
desaparecido hace 70 millones
de años, ha emergido vivo y
coleando en aguas de la costa
este de Sudáfrica.
En la localidad sudafricana de
Sodwana Bay, en la costa este
del país, han localizado una
colonia de coelacantes, peces de
280 millones de años de
antigüedad que se creían
extinguidos hacía 70 millones de
años.
Esta vez hay disculpa. Al fin y al
cabo, la revista no hizo sino reproducir
el teletipo recibido de la agencia. Claro
que conviene no tragarse directamente
todo lo que proviene de las agencias
informativas, capaces de confundir,
aunque a muchos nos cueste creerlo, la
astronomía con la astrología. Para la
posteridad queda un titular enviado por
EFE, repetido en casi todos los
periódicos sin que los correctores
fueran capaces de pillar el gazapo:
«Astrólogos húngaros descubren un
nuevo planeta fuera del sistema solar».
Ya sé que para ti astrólogos y
astrónomos vienen a ser la misma cosa,
pero no es así: la astronomía estudia los
astros utilizando el método científico,
mientras que la astrología afirma que
nuestras vidas son regidas por ellos
según su posición en el instante del
nacimiento, así que en poco se parecen
astrólogos y astrónomos, aunque suenen
tan parecido como la gimnasia y la
magnesia. Que yo sepa, lo único que han
descubierto los astrólogos es cómo
vaciar la cartera de los crédulos. Dudo
mucho, incluso, de que sean capaces de
localizar en el cielo nocturno las
constelaciones del zodiaco. Otra vez me
voy por las ramas…
Te decía que hay disculpa para ese
artículo, pero, pensándolo mejor, creo
que no. Porque en el mismo número de
Más Allá, en esa misma publicación que
tantas veces pone en solfa la labor de la
ciencia, aparece la foto de los autores
de un libro sobre criptozoología
posando en el interior del Museo de
Ciencias Naturales de Tenerife. Qué
osados representantes de la
criptozoología, esa rama del saber
denostada por la «dogmática ciencia
oficial»… Y en un museo de ciencias,
¡en la guarida del enemigo! ¿A qué viene
todo esto? Viene a que en esa foto los
dos autores posan delante de un hermoso
ejemplar disecado de… celacanto. El
mismo pez protagonista de la noticia de
EFE.
Durante la fase de corrección de este
libro, el segundo canal de Televisión
Española emitió una película, de la que
debo admitir que desconocía su
existencia, dirigida por Antonio
Momplet y protagonizada, ni más ni
menos, que por la fantástica pareja
formada por Conchita Velasco y Tony
Leblanc. El argumento gira sobre el
descubrimiento, en una conservera de
pescado, de un antiquísimo pez. Su
título, pásmate: Julia y el celacanto. Por
cierto, es una película rodada ¡en 1960!
¿Cómo es posible? ¿Se trata acaso
de un fenómeno paranormal? Pues no.
Como suele suceder, la explicación de
tan apasionante enigma es mucho más
prosaica. De hecho, entre los libros que
conservo de mi paso por la facultad de
Biología (de lo cual hace ya demasiado
tiempo) hay un tomo de zoología donde
se cita al celacanto:
No se ha encontrado ningún
celacanto fósil posterior al
Mesozoico y hasta 1939 se creyó
que los actinistios, incluidos los
celacantinos, se habían
extinguido hacía 50 millones de
años; pero en ese año se extrajo
un individuo vivo frente a la
costa oriental sudafricana, que se
describió con el nombre de
Latimeria chalumnae; se le
capturó a unos 60 metros de
profundidad, medía 1,5 metros
de longitud y tenía 50 kilogramos
de peso. Su color era azul de
acero.
Botones de estupidez
1. El empeño de poner nombre a algo
que ni siquiera quienes creen en él se
ponen de acuerdo en si es reptil o
mamífero. Bernard Heuvelmans dijo en
1965 que se trataba de un pinnípedo
gigante, algo así como una enorme foca
de cuello largo, y bautizó oficialmente al
monstruo como Megalotaria
longicornis. Poco le duró la alegría,
pues los criptozoólogos Scott y Rines
aseguraron en 1975 que Nessie no era
sino un plesiosauro con unas aletas en
forma de rombo, así que le pusieron un
nuevo nombre, Nessiteras
rhombopterix. Por cierto, poner nombre
a «presuntos» animales está rechazado
por la Comisión Internacional de
Nomenclatura Zoológica… que al fin y
al cabo está integrada por científicos de
mente estrecha…
2. En el libro Mis enigmas
favoritos, tu colega Juan José Benítez
habla de la filmación realizada en el
lago Ness el 23 de abril de 1960 por el
ingeniero aeronáutico T. Dinsale, quien
afirmó: «Era un animal, estoy seguro. Vi
sus aletas y se movía en zigzag. Después
se sumergió». Benítez afirma que «la
película fue analizada por la Royal Air
Force, y no hay dudas sobre su
autenticidad»: falso como un Judas de
plástico.
3. La BBC, principal emisora de
radiotelevisión del Reino Unido, de
titularidad pública, financia con el
dinero de los contribuyentes frecuentes
sondeos del lago en busca del esquivo
monstruo. Siempre con resultados
negativos.
4. Un criptozoólogo sueco, Jan
Sundberg, va más allá de los sondeos y
pretende montar una trampa para atrapar
a Nessie. Ante tamaña osadía, el sumo
sacerdote de los brujos blancos
británicos (individuo que existe de veras
y se llama Kevin Carlyon) lanza un
maleficio para impedir que Sundberg
logre su malvado propósito. Por si
acaso, la organización gubernamental
para la conservación del patrimonio
escocés dicta unas normas para que, si
es atrapado, sea liberado sano y salvo
—¡faltaría más!— tras tomarle una
muestra de ADN.
5. Los organizadores de un triatlón,
que incluye natación en el lago,
contratan un seguro de más de dos
millones de euros en previsión de
posibles ataques del monstruo. Ya me
hubiera gustado ser la compañía
aseguradora…
6. El Smithsonian Institute, el mayor
complejo de museos del mundo, no sólo
tiene una página web dedicada al
monstruo del lago Ness, sino que en ella
anima a adherirse a la Sociedad
Internacional de Criptozoología, y
afirma que la mayoría de científicos
mantiene la mente abierta y aguarda
pruebas concretas de su existencia.
Pruebas e hipótesis
¿Acaso no es indudable la existencia de
Nessie? Bien, casi indudable… pero
todavía no, te apresuras a contestar. Y
añades que el monstruo del lago Ness es
uno más entre los muchos enigmas que la
ciencia se niega a considerar.
Repasemos, entonces, las pruebas que
aportáis para que consideremos
seriamente si en el lago Ness puede
haber un enorme ser desconocido para
la ciencia.
Comencemos por los testimonios. A
pesar de que los investigadores de tu
estilo los consideráis de una fiabilidad
prácticamente total, conviene ser muy
precavidos. O escépticos, como os gusta
consideraros… Si descontamos los
casos de mala fe (es decir, de mentiras),
por ejemplo para lograr una entrevista y
una foto en algún periódico
sensacionalista, muchos avistamientos
pueden explicarse como identificaciones
erróneas de troncos flotantes o grupos
de animales, como nutrias que nadan en
fila, o pequeñas embarcaciones
entrevistas en la niebla… Los
esturiones, que llegan a crecer mucho,
pueden parecer también un monstruo
cuando se sumergen. Hay quien sugiere
que Nessie ha podido ser confundido en
ocasiones con masas de materia
orgánica que, al descomponerse,
producen y retienen gases como metano,
y lo liberan a la atmósfera al llegar a la
superficie para volver
parsimoniosamente a las profundidades,
como si de un extraño ser vivo se
tratase. Si se añade que es realmente
difícil estimar el tamaño de un objeto
desconocido cuando no hay referencias
visuales cercanas, puede explicarse lo
grande que se ha «visto» en muchos
casos.
No sé si te has enterado de que muy
recientemente el paleontólogo Neil
Clark, de la Universidad de Glasgow, ha
propuesto la hipótesis de que los
avistamientos de 1933, año en que se
produjo la mayoría de ellos, pueden
explicarse por una trompa. La del
elefante de un circo que recorrió la zona
aquel año, y que se daba sus buenos
chapuzones en el lago para refrescarse.
Cuando no hacen pie, estos majestuosos
mamíferos nadan con relativa agilidad
sumergidos de manera que apenas
emerge parte del lomo —y no siempre
—, parte de la cabeza y la trompa,
apéndice que levantan en vertical
dirigiendo su extremo hacia adelante.
Como nada les impide respirar, pueden
permanecer nadando lentamente, sin
emerger durante muchos minutos. Ahí lo
tenemos. El monstruo de cabeza pequeña
y cuello largo, con una y a veces dos
«jorobas». El dueño del circo, que al
parecer era un cachondo, al darse cuenta
de la confusión llegó a ofrecer 20.000
libras, muchísimo dinero, si alguien
capturaba al «monstruo» para su
espectáculo. Clark reconoce que no
puede probar la hipótesis, pero tiene
buenas probabilidades de acabar con
gran parte del enigma, aunque a ti eso de
que se resuelva un enigma no te guste
nada de nada…
Un avistamiento masivo resultó ser
un montaje perpetrado por la cadena de
televisión Channel Five. Fabricaron un
Nessie de pega y lo hicieron surgir,
manejado por tres buceadores, frente a
un camping lleno de turistas. Unos días
después repitieron el experimento frente
a un barquito turístico con más de cien
pasajeros. Con las expresiones del
público, la mayor parte con síntomas de
ser protagonistas de la historia, y con el
«cómo se rodó», se montó un
documental en el que si algo queda claro
es que el personal tiene ganas de creerse
cualquier cosa.
En cuanto a las fotografías y
filmaciones, algunas de ellas son tan
borrosas que es realmente difícil llegar
a conclusión alguna. De cualquier forma,
la mayoría han resultado ser,
simplemente, fraudulentas. Como «la
foto del cirujano», que durante años se
consideró la prueba definitiva. Aunque
muchos expertos ya habían afirmado
tiempo atrás que era falsa, en 1994, 60
años después de ser tomada, un tal Chris
Spurling reconoció, a punto de pasar a
mejor vida, que se trataba de un montaje
urdido por su suegro, llamado
Marmaduke Wetherell. La imagen de la
foto no era otra cosa que un barquito de
juguete con un añadido de arcilla para
imitar el cuello y la cabeza. A pesar de
eso, muchos seguís afirmando que la
foto es, sin sombra de dudas, auténtica.
No debemos olvidar las fotografías
subacuáticas tomadas por el equipo de
Scott y Rines, aparecidas hasta la
saciedad en las revistas donde sueles
colaborar. Si no me equivoco, llegué a
verlas en un ejemplar de Selecciones
del Reader’s Digest. Éstas imágenes
borrosas (¡cómo no!) fueron las que
llevaron a ambos «investigadores» a
asegurar que Nessie era el plesiosauro
N. rhombopteryx. De tener razón, ambos
habrían pasado a la historia de la
ciencia por tan sensacional
descubrimiento. A la historia sí que han
pasado, pero a la de la infamia. Se ha
demostrado que esos supuestos
demoledores documentos no son sino
imágenes manipuladas de los sedimentos
del lago.
Nunca soléis poner reparos a la hora
de aprovechar el trabajo de los
científicos de verdad, los mismos a
quienes soléis denigrar, como cuando
recientemente se encontró parte del
esqueleto fosilizado ¡de un plesiosauro
de verdad y a orillas del lago Ness! La
prueba definitiva de la existencia del
monstruo, dices con la voz entrecortada
por la emoción. Pues no, ya ves tú. Ese
fósil tiene 150 millones de años, y en
aquella época era un animal común en
un mundo de reptiles gigantescos, como
los famosos dinosaurios. El lago, por su
parte, existe desde hace unos 10.000
años y es producto de la última
glaciación. El fósil se formó en un lugar
que en nada se parecía a Escocia, que ni
siquiera estaba en esas coordenadas, y
en una época en que las Islas Británicas
no existían. Se trata de una simple
coincidencia. Claro que eso es lo que
dice la ciencia…
Como las «pruebas» no consiguen
tener la consistencia adecuada para
sustentar la existencia del pesado
monstruo, desde la académica
criptozoológica se lanzan hipótesis para
explicar la presencia de eso que os
resistís a abandonar.
Ni foca gigante ni plesiosauro
superviviente del período Cretácico. Ni
mamífero ni reptil, sino pez. Anguila,
para ser más exactos. Estos peces nacen
en el mar de los Sargazos, cerca de
América, y se dirigen a los ríos
europeos llegando en forma de
apetitosas angulas. En los ríos viven
unos diez años y, cuando están hechas
unas hermosas anguilas, se dirigen al
lugar que las vio nacer para aparearse y
morir, perpetuando el ciclo. El
«científico» Richard Freeman, miembro
de una delirante institución
autodenominada Centro de Zoología
Forteana, propone que Nessie es una
anguila de una decena de metros, a la
que algo le ha impedido migrar. Al no
poder hacer uso de su sexualidad, le ha
dado por seguir creciendo y no morir.
Lógico, ¿no? Las que se reproducen se
mueren, luego las que no lo hacen… se
vuelven inmortales. ¡Fantástico!
Otra hipótesis, ésta extraída de Año
Cero, propone seriamente que el lago no
es el hogar de Nessie, sino su segunda
residencia. Vive en el mar, y entra en el
lago por túneles que nadie conoce. Pero
esto, además de no explicar quién
puñetas es Nessie, es imposible. Si el
lago y el mar estuvieran comunicados, el
nivel de ambos sería el mismo, por el
principio de los vasos comunicantes. Y
no es así: el lago, muy cercano al mar
por un extremo, tiene su superficie a 16
metros sobre el nivel del mar.
Está claro, aunque no te guste, que
las probabilidades de que exista el
monstruo del lago Ness tienden a cero,
como ha reconocido —más vale tarde
que nunca— la BBC. Se ha gastado
demasiado tiempo y esfuerzos en tratar
de comprobar si realmente hay algo
detrás de lo que no deja de ser, en el
mejor de los casos, una leyenda. Se ha
barrido el lago con detectores de sonar
en varias ocasiones, lo han recorrido en
todas direcciones minisubmarinos que
no han encontrado ni siquiera una bolita
que pudiera sospecharse sea un
excremento de Nessie, y desde hace
unos años hay webcams en varios puntos
del lago enfocándolo 24 horas al día. El
Daily Mirror ha publicado
recientemente que el gobierno británico
utilizó delfines en la búsqueda del
monstruo, allá por 1979. Los resultados,
invariablemente, fueron negativos.
Eso sin hablar de la imposibilidad
ecológica de explicar la presencia de un
animal de la talla de Nessie. En primer
lugar, no puede haber un único Nessie,
salvo que sea más viejo que Matusalén.
De haberlo, tiene que existir un buen
número de ellos, al menos un centenar
según los cálculos más conservadores,
para mantener estable la población. Lo
que tampoco puede ser, pues se ha
calculado, tal como se publicó en The
Naturalist, que la baja productividad
del lago Ness impide que en él
sobreviva un depredador de más de 300
kilos. ¡Y tú sin enterarte!
Atención, pregunta
Rápidamente: ¿eres capaz de hacer un
listado con los nombres de, digamos,
quince lagos de todo el mundo? No me
digas que te he puesto en un aprieto…
De los miles de lagos que salpican
continentes e islas, el lago Ness no es, ni
de lejos, el primero en nada. No es el de
mayor superficie, ni el situado a mayor
altitud, ni el más salado, ni el situado
más al norte, ni el más profundo, ni…
En todo caso, es posible que sea el
número 1 en la lista de lagos más
populares. ¿Adivinas por qué?
Prueba a recoger folletos o a visitar
las páginas de Internet de distintas
agencias de viajes en las que aparezcan
viajes por Escocia. Trata de encontrar
algún circuito que no ofrezca una visita
al lago Ness. Yo no lo he conseguido.
Absolutamente todas las agencias
incluyen un crucero por el lago o un
recorrido por sus orillas con parada en
el castillo Urquart: «un lugar idóneo
para observar al monstruo», según una
reputada guía de viajes. Vamos, que
Nessie empieza a revelar su verdadera
identidad. Juraría que no es ni pez ni
saurio ni foca; apuesto a que el famoso
monstruo es un ave… de corral: la
gallina de los huevos de oro.
Por si acaso no lo tienes del todo
claro, ahí van datos correspondientes al
año 2003, tal como se recogen en el
estudio más reciente al respecto, el
informe The volume and value of
tourism in the Loch Ness partnership
area:
212.000 visitantes pasaron al
menos una noche en la zona del
lago, generando unos ingresos de
17.610.000 libras.
173.000 visitantes alojados fuera
de la zona dejaron unos beneficios
de 2.414.000 libras.
El chupacabras tinerfeño
No voy a ser menos que tú y voy a
escribir lo que me dé la gana. Y ahora
me dan ganas de hacer publicidad de una
revista diferente de ésas en las que
alegremente colaboras. Se llama El
Escéptico, y justo debajo pone, en letra
más pequeña, La revista para el
fomento de la razón y la ciencia.
Supongo que no te va a gustar, sobre
todo cuando te diga que tras ella está
ARP-Sociedad para el Avance del
Pensamiento Crítico, la misma sociedad
que colabora en la edición de esta
colección de libros.
En el número 19, publicado en 2005,
Ricardo Campo (sí, el mismo autor de
Los ovnis ¡vaya timo!) publicó un
informe exhaustivo sobre el caso del
chupacabras tinerfeño que me voy a
permitir resumir. Para que, ya puestos,
veas la diferencia entre tus métodos y
los de personas como él.
La historia se remonta a mayo de
1979, cuando en Taco, un barrio de
Santa Cruz de Tenerife, se produjeron
unas misteriosas muertes de animales
domésticos. En octubre, la historia se
repitió en otro núcleo de población
llamado Barranco Grande.
La prensa tuvo un papel destacado
en los acontecimientos. La primera
referencia que encuentra Ricardo en su
investigación es del periódico
santacrucero El Día en su edición del 12
de mayo. Este periódico informaba de
que habían aparecido dos perros y tres
cabras sin corazón ni sangre en las
venas. LA día siguiente ampliaban la
noticia informando de que algunos
vecinos se sentían inquietos al pensar
que podría ser un fenómeno
extraterrestre. La razón estaba en que el
5 de marzo de ese mismo año se habían
observado en la alta atmósfera los
efectos de varios misiles Poseidon
norteamericanos, calificados por la
prensa como «ovnis».
Ricardo continúa tirando de
hemeroteca y halla que las
informaciones publicadas por la prensa
local son contradictorias de principio a
fin: la primera muerte extraña de un
perro había sucedido el 29 de abril,
pero sus dueños no le dieron
importancia inicialmente al pensar que
se había debido a una pelea entre
perros. Entonces nadie habló de heridas
extrañas ni de desangramientos. Así se
publicó en El Día el 15 de mayo. Sin
embargo, al día siguiente los dueños no
se ponían ya de acuerdo sobre las
heridas ni sobre las vísceras extraídas;
al mismo tiempo, se atribuía la autoría a
una secta satánica que en cualquier
momento podía pasar de los perros a los
seres humanos… Un día después, el 17
de mayo, el mismo periódico dedicó una
página entera al caso, apuntando como
hecho relevante la existencia de una
creencia popular en las islas según la
cual un ladrón que lleve en el bolsillo
vísceras secas de animales puede
neutralizar la fiereza de un perro,
acercándose a él sin que le ataque. El
autor del reportaje confirma que la cosa
funciona de verdad (¡qué pasada!).
Otros periódicos, en las mismas
fechas, no hicieron sino aumentar la
confusión: niños que habían visto un
bicho, sin añadir más; que había
aparecido un cerdo con el hocico
destrozado; que se rumoreaba sobre el
hallazgo del cadáver de un joven con las
mismas heridas que los animales,
aunque luego el mismo periódico, tras
investigar el rumor, concluyó que era
falso; que las muertes de los perros
estaban causadas por manos humanas;
que habían aparecido conejos y cabras
degollados, pero el veterinario afirmaba
que el autor era un perro (los perros no
pueden degollar, como bien indica
Ricardo); que se descartaba que el autor
fuera un guepardo huido de un Safari
Park cercano…
Respecto a los sucesos de octubre en
Barranco Grande —ocho cabras y
varios conejos muertos—, la prensa se
decantó, más racionalmente, por una
gamberrada. Al fin y al cabo, las
autopsias indicaron que los animales
habían sido estrangulados, desangrados,
y que después les vaciaron las vísceras.
En 2002, Ricardo se puso en
contacto con uno de los periodistas que
cubrió el caso, quien le confesó que
trataron la historia con mucha carga
dramática, quizá demasiada, lo que pudo
motivar a unos imbéciles a dedicarse a
despellejar animales.
En 2005 mantuvo una conversación
con el jefe de prensa de la Policía
Nacional de Santa Cruz de Tenerife,
quien a su vez se puso en contacto con
quien era jefe de la Brigada de
Investigación en 1979. Según éste, la
conclusión ale que en casi todos los
casos se trató de perros asilvestrados, y
que las víctimas, cabras en su mayoría,
estaban heridas en el abdomen, como si
se hubiera adiestrado a los perros para
agredir en esa zona. El dato de que no
había sangre resultó ser falso. Además,
alguien vio una pequeña banda de
perros, que bien pudo ser la
responsable. La Jefatura Superior de
Policía dio una rueda de prensa para
informar de todos esos detalles,
añadiendo algunas posibles
explicaciones para otros casos, como la
autoría humana y la posterior
participación de ratas, pero los
periodistas no se dieron por satisfechos.
Otras hipótesis tenían más gancho…
Ricardo contactó asimismo con un
experto en sectas, quien le confirmó que
alguna de las muertes tenía visos de
haber sido causada por manos humanas,
sin nada que ver con ritos satánicos sino
más bien con simple gamberrismo.
¿Dónde está el chupacabras en toda
esta historia? En aquellos lejanos días
de 1979 nadie nombró al bicho. Fue uno
de vosotros quien, años más tarde,
desempolvó los hechos enfundado en su
chaleco multibolsillos para encontrar,
«sin ningún género de dudas», el rastro
indeleble del enigmático chupacabras, y
sacar tajada de ello. Como te decía, hay
una gran diferencia.
¿Quieres más?
Te presento un documento difundido por
el argentino Servicio Nacional de
Sanidad y Calidad Agroalimentaria,
fechado en Buenos Aires el 1 de julio de
2002, que puedes encontrar en la web de
ARP-SAPC (www.arp-
sapc.org/articulos/mutilaciones.html).
Se trata del Informe oficial sobre
lesiones y mutilaciones de cadáveres
bovinos, encargado a la Universidad del
Centro ante la «sospecha» de que el
chupacabras pudiera ser responsable de
la muerte de varios animales en 15
establecimientos agropecuarios de
Olavarría, Tandil, Tres Arroyos,
Coronel Pringles, Coronel Dorrego y
Balcarce.
Tras analizar 20 cadáveres, el
Servicio Nacional concluyó que las
muertes se produjeron por causas
naturales, en concreto por enfermedades
metabólicas e infecciosas, y que las
lesiones fueron provocadas por
predadores, en particular por el
«hocicudo rojizo», un ratón del género
Oxymycterus cuya población está en
aumento y ha cambiado sus hábitos
alimentarios.
El estudio fue concienzudo. Incluyó
análisis de radiactividad, que resultaron
negativos, así como la acción de
narcóticos. Se demostró que las lesiones
en la piel y los órganos, estudiadas por
observación directa y mediante una lupa
estereoscópica, fueron ocasionadas por
depredadores tales como roedores y
zorros, y se descartó la participación de
elementos como el calor o la
cauterización. Las lesiones, además,
estaban asociadas con aberturas
naturales, como boca, orejas, ubres,
recto, vulva y, en cadáveres con más
tiempo muertos, el abdomen: el patrón
habitual que siguen los carroñeros para
acceder a los órganos internos.
Los especialistas no se conformaron
con las autopsias. Por un lado,
realizaron observaciones de campo, que
les permitieron encontrar roedores
alrededor y dentro de los cadáveres en
el momento en que los estaban
devorando. Por otro, colocaron animales
recientemente muertos, sin lesiones, en
lugares elegidos para observar la acción
de los predadores y constataron que las
lesiones producidas fueron exactas a las
del resto de animales estudiados.
En definitiva, que no había
chupacabras. Claro que estos puñeteros
científicos lo demuestran fácilmente con
un método que es, sencillamente, lógico.
Y racional. Se llama método científico.
¡Así cualquiera! También es posible
que, aunque sólo sea por no dar el brazo
a torcer, te alinees con los que
mantienen que el gobierno ocultaba algo
terrible. Y así la historia continúa en
forma de conspiración.
De cualquier manera, y como no
podía ser menos, el chupacabras es, ante
todo, un negocio. En los Andes, sobre
todo en la década de 1990, su imagen
era habitual en recuerdos para turistas
como camisetas, llaveros y demás
quincallería. En el puertorriqueño
periódico La Estrella, en un artículo
firmado por Lucas Montes Valentín, me
informo de que en los últimos años el
chupacabras se ha convertido en un
icono internacional y en el primer
artículo de exportación de Puerto
Rico…
6
El yeti y otros seres
abominables
El yeti existe
No lo digo yo, que conste. Reproduzco
textualmente un titular de
www.akasico.com. Podría decirte ahora
que cuando leí tan impactante noticia me
sobrecogí pensando que había llegado el
momento de reescribir la historia de
nuestra familia, los homínidos; que la
paleontología iba a sufrir un vuelco
desde sus cimientos; que la
criptozoología, en fin, iba a ser
considerada una más entre las ciencias
de verdad. Pero si escribiera cosas
como ésas sospecharías que estoy
usando la vieja figura retórica de la
ironía, y acertarías. Otra cosa hubiera
sido leer el mismo titular no ya en la
prensa del día, que hubiera sido casi lo
mismo, sino en una revista científica de
ésas que tienen revisores que miran con
lupa los originales.
El yeti existe, dice el titular. A ver, a
ver, me digo. Y como el texto de la
noticia es breve, mi mirada es captada
por la última frase, que me deja
patidifuso: «Puede que haya llegado el
momento de que el escepticismo
integrista se tenga que tragar un sapo»
(por supuesto, también utilizáis figuras
retóricas, porque lo del «sapo» debe de
ser una metáfora, digo yo; y lo del
«escepticismo integrista» se me antoja
una antítesis, aunque no lo pretenda el
autor). Decido leer desde el principio:
La población de Gallipolis,
Ohio, está siendo asediada por
un hombre salvaje […] desnudo
y cubierto de pelo; su estatura es
enorme y sus ojos comienzan en
el fondo de sus órbitas.
Más «evidencias»
No sólo disponemos de la «prueba» —
concluyente, según tú— de la existencia
del abominable hombre de las nieves
(unos pelitos). Parece ser que hay más.
En relación con el bigfoot, quizá el
mejor documento existente es una
película de 16 mm grabada el 20 de
octubre de 1967 por Roger Patterson y
Bob Gimlin. En ella, a decir de los
«expertos», se ve a una hembra bigfoot
corriendo por un riachuelo del bosque
de Six Rivers, California. En la película
puede apreciarse un objeto cilíndrico
similar a una lata de cerveza bajo el
brazo del peludo ser. Conclusión de Eric
Beckjord, del Proyecto de Investigación
del Sasquatch de San Francisco: estos
seres provienen del espacio exterior y
son androides experimentales. Sus
argumentos son éstos:
Se le atribuyen caracteres
fabulosos. Se dice que tiene un
solo ojo en medio de la frente,
que está dotado de una fuerza
sobrehumana, y que es capaz de
transformarse en un tigre. Quien
acampe en la selva y no le deje
una ofrenda de tabaco o musgo
seco, sufrirá el acoso de estos
seres, que durante toda la noche
armarán jaleo para no dejarle
dormir…
Cine pseudocientífico
No es mi intención hacer crítica de cine
en estas páginas, ni soy capaz de ello,
sinceramente. Pero sí me gustaría
apuntar que el cine (aunque no sólo él)
ha contribuido a popularizar ideas
falsas. Estoy convencido de que
Encuentros en la tercera fase o ET han
hecho mucho por la difusión del
fenómeno ovni, abducciones incluidas.
Gracias a la película Señales, mucha
gente se ha enterado de la existencia de
«enigmáticos mensajes cósmicos»
aparecidos en campos de cereales. Da
miedo lo que la ciencia de la genética
puede conseguir de alguien que debe
todos sus conocimientos a Parque
Jurásico, GATTACA o El sexto día. El
cambio climático, que ya está aquí, se
puso de moda sobre todo con El día de
mañana, filme exageradísimo. Los
inexistentes fenómenos psíquicos, como
la precognición o la telekinesia, parecen
reales en Premonición, Poltergeist o
Carrie. En fin, los hay incluso
convencidos de que las almas de los
muertos pueden comunicarse con los
vivos, como en la sorprendente Los
otros, o peor todavía, apoderarse de
nosotros (¿quién no ha disfrutado
sufriendo con El exorcista?).
Consciente o inconscientemente, el
cine ha puesto su granito de arena en la
aceptación social de las pseudociencias.
Es obvio que la criptozoología no podía
ser menos. Y como la mayor parte del
cine que devoramos con las palomitas
viene de EE UU, el bigfoot es uno de los
protagonistas más frecuentes de este,
podríamos llamarlo, subgénero. Ahí van
unos pocos títulos: Harry y los
Henderson, Sasquatch: la leyenda de
Bigfooot, La leyenda del arroyo Boggy,
El aullido del mutilado, El hombre
nuclear, El secreto de Pie Grande, El
monstruo de la montaña, Bigfoot… Ni
siquiera ha podido escapar el popular
grandullón a la temática porno: en 1971
se rodó The Geek, película en la que se
ofrece al espectador una cópula entre un
bigfoot y una joven excursionista. Y hay
más… Incluso series de televisión,
como una que tuvimos ocasión de ver
hace unos años en España y cuyo título
he olvidado.
Por supuesto, Nessie también ha
hecho sus pinitos como actor: El horror
del lago Ness, Incidente en el lago
Ness, El secreto del lago o Lago Ness,
en la que actúa Ted Danson, el simpático
camarero de Cheers. El primo africano
de Nessie, el mokele-mbembe, es la
estrella de Babi.
No puedo olvidarme del hombre-
animal más cinematográfico de todos: el
vampiro. ¡Cuántas películas se han
realizado basadas en el libro que sobre
esta leyenda escribió Bram Stoker!
Cómo no citar la versión de Drácula
protagonizada por Bela Lugosi o la más
reciente dirigida por Ford Coppola.
¡Maravilloso, nuestro gótico personaje!
O qué decir del hombre lobo… La
interpretación de José Luis López
Vázquez como lobisome en la película
española El bosque del lobo, dirigida en
1970 por Pedro Olea, fue magistral,
como es habitual en él.
¿Qué es Mothman?
Nadie lo sabe con certeza. Puede que
sea un ser paranormal venido de un
universo paralelo… pero yo diría que
esa hipótesis es extremadamente poco
probable. Ornitólogos de las cercanas
universidades de Ohio y Virginia
Occidental consideraron que las
enigmáticas visiones, siempre bajo
condiciones adversas de visibilidad
(por la noche, desde vehículos en
marcha, etc.) podrían corresponder a
ejemplares de grullas areneras perdidas
tras desviarse, por alguna razón, de sus
rutas habituales de migración. Estas
aves, de más de metro y medio de altura
y de más de dos de envergadura, pueden
dar un buen susto si levantan
inesperadamente el vuelo cerca de uno.
Por cierto, lucen unos bonitos adornos
en forma de aros de intenso color rojo
en torno a los ojos. También se ha
apuntado la posibilidad de que se trate
de una especie de búho de gran tamaño.
Los «escépticos» como tú no podéis
creer (¡faltaría más!) en la remota
posibilidad de que alguien confunda a
Mothman con un bicho tan terrenal como
una grulla. Al fin y al cabo, ¿qué pasa
con las premoniciones? ¿Y con los
hombres de negro? ¿Y con las
misteriosas mutilaciones del ganado? ¿Y
con los ovnis? ¿Y con…?
Dímelo tú. Yo no lo sé. No tengo ni
idea de lo que pasa con semejantes
fenómenos. Todo lo que sé de ellos es
que hay gente que asegura que los ha
visto. Que lo jura, incluso, por su honor.
Ni una sola prueba más que su palabra.
«Aplastante evidencia testimonial», a tu
entender. Para mí, sólo testimonios. Con
esos testimonios se han vendido miles
de ejemplares del libro de Keel y
millones de personas han visto la
película en los cinco continentes.
Testimonios. No debería terminar este
libro sin que habláramos de ellos, ¿no te
parece?
8
Hay gente muy
animal
Definitivamente, no son de
este mundo
No pueden serlo, tienes razón. Como
prueba, entresaco las siguientes perlas
de distintos artículos aparecidos aquí y
allá, lo que de paso nos permite
comprobar la gran variedad existente de
seres «criptozoológicos».
El Mapinguari, un posible
superviviente de los grandes
perezosos gigantes de
Sudamérica.
El enigma de la posible
supervivencia de paquidermos
desconocidos se prolonga hasta
Siberia, donde diversos registros
históricos hablan de la presencia
de unos elefantes peludos con
grandes colmillos. ¿Se trata de
mamuts?
En el cerebro
En la génesis de la criptozoología
encontramos enfermedades que afectan
al aspecto y comportamiento de las
personas: la ictiosis y el cretinismo tras
las leyendas de hombres peces y
hombres reptiles, o la hipertricosis y el
síndrome de Ambras tras el mito del
hombre lobo.
Éstas constituyen una parte de la
creencia en los críptidos. Pero otra
buena parte de la pretendida existencia
de estos bichos podemos encontrarla en
la psicología; en muchos casos, tras los
críptidos se esconden trastornos
psicológicos.
En www.homowebensis.com puedes
encontrar el archivo «Psicología de los
fenómenos paranormales», escrito por
Ramón Ordiales, donde expone
brevemente una lista de trastornos que
pueden explicar los testimonios de las
personas que afirman haber vivido
fenómenos inexplicables o
contradictorios para la ciencia, es decir,
paranormales, entre los que podemos
incluir los relacionados con la
criptozoología. En primer lugar
aparecen dos trastornos muy graves, la
esquizofrenia y la paranoia,
especialmente proclives a los
fenómenos paranormales.
Además de ellos, y en refuerzo de lo
que te he comentado ya más arriba,
existen alteraciones de la memoria como
la amnesia psicógena, la fuga psicógena,
el déjà vu, la criptomnesia, la
confabulación y la pseudología
fantástica. Otras alteraciones afectan a
la percepción: traslaciones de la calidad
de las sensaciones, extrañeza
perceptiva, percepción cambiada del
tiempo, ilusiones afectivas, imágenes
eidéticas y alucinaciones, que pueden
estar causadas por drogas como LSD o
mescalina, el delirium tremens
relacionado con el alcoholismo, el
envenenamiento por cornezuelo, la
privación sensorial prolongada…
Hay que tener en cuenta, además,
que existen alucinaciones bastante
frecuentes en personas sanas, que
aparecen principalmente al acostarse y
levantarse y que pueden provocar
estados de pánico. Por cierto, dentro de
las alucinaciones las hay de diversos
tipos, además de las más conocidas
(visuales y auditivas): hipnagógicas,
hipnopómpicas, autoscopia… Otro
grupo de alteraciones lo constituyen los
delirios: de posesión, percepción,
ocurrencia, interpretación, de
recuerdos… Finalmente, las
alteraciones del yo: desdoblamiento,
invasión del espacio interior por un yo
extraño, disociación y heautoscopia. Ahí
es nada.
Imagínese mi sorpresa y
preocupación cuando en dos
ocasiones distintas me señalaron
a mí como el culpable. Una vez,
también identificaron a mi amigo
Ken, y aunque no puedo afirmar
con toda seguridad que él no era
la elección correcta, ¡sé con
seguridad que yo no lo era! […].
En uno de los casos en que me
eligieron mal, quien se equivocó
estaba muy, muy convencido de
que tenía razón, y añadió que
nunca podría olvidar mi cara.
El ratoncito Pérez
¿Por qué tan enigmático animal no forma
parte de los desvelos de los
criptozoólogos? ¿Por qué no le habéis
dedicado ni una línea, ni un segundo de
vuestro tiempo en radio y televisión?
¿Por qué no lo habéis nombrado en
ninguna conferencia, en ninguna mesa
redonda, en ningún debate?
Al fin y al cabo, el simpático
ratoncito Pérez cumple todos los
requisitos para ser considerado un
críptido. Por ejemplo, forma parte de la
tradición oral española. Son muchísimos
los nativos, los aborígenes de este
rincón de Europa, que han transmitido
las antiguas revelaciones de sus
ancestros, de generación en generación,
sobre las andanzas nocturnas del famoso
ratón, lo que sin duda constituye una
sólida prueba en favor de su existencia.
En otras culturas tan antiguas como la
nuestra existen críptidos similares, que
conforman, sin duda, junto a nuestro
ratoncito, una gran familia extendida por
todo el globo. Leyendas sobre
misteriosos seres ávidos de dientes de
leche los encontramos en culturas tan
alejadas como la británica o la
australiana; leyendas que, como todas,
tienen su base de verdad.
Es evidente que, en algunas
ocasiones, hay fraudes tras el supuesto
roedor, y no nos debe temblar el pulso a
la hora de denunciarlo: algunos padres
desalmados, aprovechando la oscuridad
de la noche, han engañado a sus
inocentes hijos llevándose el tierno
dientecito depositado bajo la almohada
dejando en su lugar una moneda o una
baratija. Todos conocemos testimonios
de padres que han asumido el engaño.
Sin embargo, existen cientos, qué digo
cientos, miles de casos en los que no se
ha podido relacionar el misterioso
fenómeno con la actuación de tramposos
progenitores.
Por otro lado, de todos es sabido
que los niños, junto con los integrantes
del colectivo de borrachos, siempre
dicen la verdad. Pues bien, hay
documentada gran cantidad de
testimonios relativos al avistamiento del
enigmático ratón desde hace muchas
generaciones de niños y por todos los
rincones de nuestra geografía. Además,
y al igual que sucede con otros críptidos
más «mediáticos», las descripciones que
podemos obtener de él a partir de los
diversos testimonios son harto variadas,
tanto en lo tocante a su tamaño como a
su coloración y otros detalles de su
anatomía. De hecho, habría que
preguntarse si realmente se trata de un
representante del amplio grupo de los
roedores: quizá sea un reptil y «lagarto
Pérez» sea un nombre más adecuado.
No debemos rechazar la posibilidad
de que Pérez no sea de este planeta. Tal
vez se trate de un ser extraterrestre
proveniente de un lugar cuya fuente de
energía se obtiene de la dentina infantil.
O puede que venga de una dimensión
que no está en este universo sino en otro
paralelo —o perpendicular— al nuestro.
Eso explicaría que pueda acceder a
nuestros hogares sin abrir puertas ni
ventanas. Debería también considerarse
la alternativa de que se trate de una
proyección mental que se materializa
frente al sorprendido testigo…
Como ves, las mismas pruebas que
apoyan la existencia de Nessie, el yeti o
el chupacabras.
Ockham, el de la navaja
Como hemos visto, para intentar
aparentar credibilidad echáis mano de
trucos, como el consabido de reconocer
la existencia de fraudes y montajes
periodísticos, que afeas de manera
hipócrita. Así queréis dar a entender que
donde no se puede demostrar la trampa
es porque no la hay. Podrías aplicarte la
máxima que reza ausencia de prueba no
constituye prueba de ausencia, que
tanto te gusta retorcer en tu propio
beneficio.
Otro truco es no hacer distingos
entre lo racional y lo irracional, como
en el reportaje que explica que el
llamado hombre culebra padecía
ictiosis, pero a la vez presenta
«auténticos» hombres lobo; o cuando se
pone al mismo nivel el bigfoot y una
nueva subespecie de elefante pigmeo
malayo.
De lo que deduzco que vives en un
mundo poblado por unicornios,
gigantescas polillas extraterrestres,
dinosaurios juguetones, hadas, gremlins,
sirenas, centauros, seres que nos visitan
desde dimensiones ocultas… Deberías
hacértelo mirar.
O, simplemente, echar mano de la
navaja de Ockham, un principio
filosófico muy útil propuesto por
Guillermo de Ockham allá por el
siglo XIV. En resumen viene a decir que
la explicación más simple es la más
probable. Para que lo entiendas, ahí va
un ejemplo. Un día llegas a casa, pulsas
el botón del ascensor y éste no se digna
aparecer por muchos minutos que lo
esperes. Es posible que no venga porque
los átomos que lo componen se hayan
trasladado por trillones de agujeros de
gusano que conectan con otra dimensión
espaciotemporal, para reaparecer en
otro lugar del universo y en un tiempo
distinto del presente. También es posible
que alguno de los fusibles del motor
eléctrico del ascensor se haya visto
afectado por una subida de tensión. Son
dos explicaciones para un mismo caso,
pero no son igual de probables. Supongo
que me entiendes, ¿no? En tus libros, en
tus conferencias, en tus artículos, en tus
programas, blandes la navaja de
Ockham sujetándola por el filo: la mejor
explicación es la más inverosímil.
Siguiendo con la filosofía, ahí va
otra buena frase, ésta de David Hume:
Afirmaciones extraordinarias requieren
pruebas extraordinarias. Vamos, que si
un amigo me dice que el sábado se fue al
cine con su primo de Palencia no tengo
motivo de duda. Pero si me dice que fue
Angelina Jolie quien le acompañó, no
me basta con una foto de ambos cogidos
del brazo ¡Ya sabemos que existe el
Photoshop! ¿Lo captas?
¡Vaya timo!
Los académicos de la Real Academia
Española levantaron ampollas entre
vosotros cuando, en la 22ª edición de su
Diccionario incluyeron el término
ufología con la siguiente acepción:
simulacro de investigación científica
basado en la creencia de que objetos
voladores no identificados son naves
espaciales de procedencia
extraterrestre. Cuando escribo estas
líneas todavía no ha salido a la luz la
23ª edición, pero darían en el clavo si
incorporaran la criptozoología
indicando que es también es simulacro
de investigación y una creencia.
La criptozoología no es
investigación y no se centra en la
realidad. Y no lances el golpe bajo de
exigirme que demuestre la «no
existencia» del yeti, Mothman o lo que
sea: sabes bien que es imposible
demostrar que algo no existe. Es de
sentido común aceptar que quien
propone una hipótesis está obligado a
demostrarla. Así que ponte a ello. Y
presenta pruebas de verdad. Hasta
entonces, aplícate la exigencia de James
Randi a todo aquél que afirma poseer
capacidades paranormales: «Hágalo… o
cállese».
En la introducción dejé claro mi
convencimiento de que no crees en lo
que dices. A lo largo de todo el libro,
como acordamos, he prescindido de él.
Permíteme que, ahora que vamos
acabando, vuelva a tenerlo presente.
Asumo que con la divulgación de
«bobadas» te ganas la vida. Pero, por si
sirve de algo, me gustaría que tuvieras
en cuenta la respuesta de Randi al
editorial del Washington Star referido a
los esfuerzos del CSICOP, organización
empeñada en luchar contra los fraudes
irracionales de los que vives. He aquí
un fragmento de dicho editorial:
Revistas
Webs
http://www.arp-sapc.org
http://www.blogs.elcorreodigital.com/mag
http://www.charlatanes.blogspot.com
http://www.circuloesceptico.org
http://www.homowebensis.com