Baudelaire El Encuentro Del Mal

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24/6/2019 Charles Baudelaire: el encuentro con el mal | El vuelo de la lechuza

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El vuelo de la lechuza
Publicación humanista de referencia en español. “No hay escapatoria / a lo vacío y atemporal” (Hannah
Arendt).

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Charles Baudelaire: el encuentro con el mal


Carlos Javier González Serrano / 15 noviembre, 2013

Al contrario de lo que sucede con otros autores –más preocupados por el juicio de la Historia–,
Charles Baudelaire (1821-1867) se deja conocer en sus escritos (en los que siempre se
expresó sin tapujos) de igual o mejor forma que en sus actos. No fue un escritor prolífico,
tampoco una figura literaria de primera línea en aquel segundo tercio del siglo XIX (eclipsado,
entre otros, por Victor Hugo o  Alejandro Dumas). A pesar de ello, su descaro a la hora de
enfrentarse a los gustos establecidos y a las normas literarias predominantes, junto a la
característica sinceridad que rastreamos en sus obras, le dieron finalmente una merecida
fama gracias a la que sus contemporáneos pudieron comprender mejor, aunque
incómodamente, su tiempo y a sí mismos.

“ La vida no posee más que un encanto verdadero: el encanto del juego. Pero ¿y si
nos resulta indiferente ganar o perder?

Las consecuencias del vertiginoso


desarrollo urbanístico que en aquel tiempo
comenzaba a convertir París en una gran
metrópoli -paulatina industrialización,
diseño de enormes avenidas, etc.,
desarrollo al que Baudelaire asistió
durante toda su vida- le inclinaron a
observar con actitud recelosa el
concepto de progreso y todo cuanto este
pudiera traer consigo: “La virtud es
artificial, sobrenatural –aseguraba–. El mal
se hace sin esfuerzo, naturalmente, por
fatalidad; el bien es siempre producto de
un arte”. Pero pronto nos asalta uno de los
mayores atractivos de la obra del francés:

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los fuertes contrastes y las contradicciones cordiales de su pensamiento. En 1863 nuestro


protagonista publicaba un interesante artículo, bajo el título de “Elogio del maquillaje”, en el
que abogaba por la huida de lo natural en favor de aquellas conductas humanas que tienden a
“sobrepasar la naturaleza”, a hacer un “permanente y sucesivo esfuerzo de reforma de la
naturaleza”. En contra del concepto de buen salvaje de Rousseau, Baudelaire elogiaba todo
cuanto estuviera relacionado con lo artificial: debemos alejarnos de todo lo natural, auténtica
sede y origen del mal. Mientras, aquella ciudad de París de la que por momentos renegó, no
cesaba de cambiar: de devenir, precisamente, “artificial”.

“ Existen en todo hombre, y a todas horas, dos postulaciones simultáneas: una


hacia Dios y otra hacia Satán. La invocación a Dios, o espiritualidad, es un deseo
de ascender de grado; la de Satán, o animalidad, es un gozo de rebajarse.

Baudelaire escribió aquellas líneas ya próximo a su muerte, cuando los achaques de distintas
enfermedades (provocadas por sus excesos de juventud –droga, alcohol y prostitución–)
hacían mella en su cuerpo y en su ánimo. En ellas intenta justificar una trayectoria vital que
siempre interpretará bajo la sombra del arrepentimiento. Un arrepentimiento que no tiene su
base en acciones reprobables, sino en la permanente huida del tiempo. Esta concepción de
la existencia como un viaje efímero del que hay que dar cuenta quedó claramente expresada
en dos de los poemas más célebres de Las flores del mal: “El reloj” y “Lo irreparable”, en los
que rastreamos versos como estos: “Acuérdate que el Tiempo es un ávido jugador/ que gana
sin hacer trampas, ¡en todo lance!, es la ley”, o “¡Lo Irreparable roe con sus dientes malditos!”.

“ ¡Qué diferente y qué poco es lo que queda de un hombre, a excepción del


recuerdo! Pero el recuerdo no es más que un nuevo sufrimiento.

En ninguno de ellos encontramos la confesión de un hombre arrepentido por un acto concreto


o por la comisión de alguna fechoría cualquiera. Más allá, a Baudelaire le interesa subrayar el
carácter crónico de uno de los males endémicos de nuestra existencia: el tedio de vivir, “el
fruto de la melancólica falta de curiosidad”, una indiferencia dolorosa que quedó recogida
bajo el nombre de spleen. En una carta que Baudelaire dirigió a su madre en 1957 define
certeramente este concepto: “Lo que siento es un inmenso desánimo, una sensación de
aislamiento insoportable, una ausencia total de deseos, una imposibilidad de encontrar
cualquier diversión”.

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“ Crueldad y voluptuosidad, sensaciones idénticas, como el calor extremo y el


extremado frío.

Mucho tiene que ver con el spleen nuestra conciencia fragmentada, siempre en tensión entre
dos extremos: el bien y el mal. Baudelaire se deja arrastrar en este punto por Poe, a quien
leyó, estudió y tradujo, y al que creyó sin duda cuando el autor norteamoricano explicaba que
la perversidad, como fuerza primitiva e irresistible, hace que el hombre sea “sin cesar y a la
vez homicida y suicida, asesino y verdugo”. Los seres humanos somos ángeles caídos,
divididos esencialmente en dos mitades que se excluyen y repudian de manera constante:
“¿Qué es la caída? –escribía Baudelaire en Mi corazón al desnudo–. Si es la unidad que se
convierte en dualidad, es Dios quien cae. En otros términos, ¿no será la creación la caída de
Dios?”.

“ Hay que estar siempre ebrio. Nada más: ese es todo el asunto. Para no sentir el
horrible peso del Tiempo que os fatiga la espalda y os inclina hacia la tierra,
tenéis que embriagaros sin tregua. Pero ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud,
como queráis. Pero embriagaos.

Es más, nos vemos atraídos misteriosa y permanentemente hacia el mal: aquella


perversidad constituye una fuente inagotable de placeres para quien da rienda suelta a sus
inclinaciones satánicas. Ya curtido por la experiencia que dan los años, Baudelaire no dudaba
en afirmar que “la voluptuosidad única y suprema del amor radica en la certidumbre de
hacer el mal. Y tanto el hombre como la mujer saben de nacimiento que en el mal se
encuentra toda voluptuosidad”. Baudelaire es tajante en este sentido: Dios necesita a Satán
para mostrar su poder tanto como Satán necesita de Dios para afirmarse frente a él. Es por eso
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que ambas fuerzas, inextinguibles, despiertan en el alma humana sentimientos encontrados


de temor y veneración.

Nuestra necesidad de acudir a la divinidad depende, en última instancia, de la imagen que


guardemos de nosotros mismos. El fuerte y seguro de sí (términos que recuerdan mucho a
Nietzsche) no necesitará echar mano del consuelo de la creencia, mientras que los que caen
presa de la desgracia –y la hacen suya como si fueran culpables– buscarán a Dios. Así,
Baudelaire mencionaba este mandamiento en Mi corazón al desnudo: “Ser un gran hombre y
un santo para sí mismo, he aquí la única cosa importante”.

“ Este es uno de los caracteres más interesantes de la Belleza, el misterio.

También el progreso, la industrialización y el comercio fomentan la innata perversión


humana. El poeta –y el artista en general– es, por el contrario, un repudiado, un paria, alguien
a quien se excluye de la sociedad por todo cuanto se atreve a denunciar públicamente: “el
mundo está compuesto de gentes que no pueden pensar más que en común, en bandas” –
aseguraba Baudelaire–. Sólo puede existir un único progreso moral: el del individuo en su
unicidad. La sociedad adocena, adoctrina y empuja a pensar de forma uniforme,
erradicando toda eminencia que pretenda resaltar: “Religiosa embriaguez de las grandes
ciudades. Panteísmo. Yo soy Todos. Todos, soy yo”. Tal es el placer de sumergirse en la masa,
que también esconde un aspecto anímico, existencial: cuando nos mezclamos en una multitud
nos sentimos solos porque experimentamos de primera mano la indiferencia –y en ocasiones
el desprecio– de quienes nos rodean.

“ Sin el don divino de la esperanza, ¿cómo podríamos atravesar este terrible


desierto del tedio?

Baudelaire muere persuadido de que el


hombre hace el mal porque sufre, por su
condición de desterrado en un escenario que,
salvo excepciones, siempre le es hostil. El mal
no existiría y sería superfluo si no se diera el
sufrimiento, que además es siempre creciente.
Aunque –y quizás fuera su único alivio– por
encima de este mundo que arremete con la
fuerza de un vendaval, siempre planeará el
poeta, que no dudará en intentar descubrir
entre tanto contraste una unidad que parece
perdida para siempre.

Convencido de que la temporalidad afecta


decisivamente al núcleo de la moral,
Baudelaire redactó Las flores del mal –su obra
más conocida, publicada por vez primera en
1857– a sabiendas de que la dualidad entre
placer y dolor, unida a la conciencia de la
fugacidad del tiempo, constituye lo más
característico del ser humano. El libro se vio
envuelto desde el principio en la polémica. Las autoridades parisinas pusieron enseguida en
marcha una campaña de escarnio mediante la que se declaró que Las flores del mal entrañaba
“un desafío lanzado a las leyes que protegen la religión y la moral”. Tanto el autor como sus
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editores fueron llevados a juicio, acusados de ultrajar la moral pública y las buenas
costumbres. En esta obra, Baudelaire se propuso extraer la belleza del mal y ponerla a
disposición de un público “aristocrático”: no se dirige a las masas, sino a la élite espiritual
que pueda comprender su mensaje. Su intento de escandalizar y poner en vilo los
convencionalismos sociales más arraigados de la época tuvo éxito… al precio de que las
autoridades civiles cercenaran el texto original y consintieran su futura publicación sin
incluir aquellos poemas que con más fuerza atentaban contra el fomento de la virtud. En Las
flores del mal quedan planteados los temas que más preocuparon a Baudelaire durante toda
su vida: el amor, el avance inexorable del tiempo, su relación con las mujeres y el sexo, la
brevedad de la existencia, el aburrimiento, la muerte y el papel del artista en la sociedad.
Aunque nada es capaz de calmar el gusto del autor por la nada, que llega a convertirse en
verdugo de sí mismo: “¡Ay, todo es abismo; –acción, deseo, sueño, palabra!”, suspira
Baudelaire.

Los Pequeños poemas en prosa, que su autor nunca llegó a ver publicados en vida, “son –en
palabras de Baudelaire– como las Flores pero con mucha más libertad, y más detalles, y más
humor”. En ellos no se abandona el terreno moral y se continúa la investigación sobre el mal,
aunque en este caso la perspectiva es más social que individual. En las Reflexiones sobre
algunos de mis contemporáneos, Baudelaire se preguntaba qué es un poeta: dado que la
existencia es un gigantesco jeroglífico, su labor es la de actuar como una suerte de traductor o
descifrador. Por eso, “sé siempre poeta, incluso en prosa”, invitaba. Por su parte, en Los
paraísos artificiales y El vino y el hachís, Baudelaire pone sobre la mesa los efectos de las
drogas y el alcohol –que no tuvo reparos en experimentar a lo largo de toda su vida–.

Por último, es digna de mención una de sus obras menos conocidas, quizás porque se trata de
su única novela, donde Baudelaire se autorretrata de manera magistral: La Fanfarlo,
redactada alrededor de 1843, en la que narra las cuitas de su alter ego, Samuel Crane,
personaje que se verá envuelto en una enrevesada trama amorosa que le llevará a confesar
sentimientos de los que se creía a salvo.

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15 noviembre, 2013 en Filosofía, Literatura. Etiquetas:Baudelaire, El vino y el hachís, La Fanfarlo, Las


Flores del Mal, Los paraísos artificiales, Mi corazón al desnudo, Pequeños poemas en prosa, Poe

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10 comentarios en “Charles Baudelaire: el encuentro con el mal”

Begoña de Eguiluz 9 abril, 2015 a las 11:13

Excelente artículo del que he disfrutado como una ” flaneur” que diría W, Benjamín ( no
puedo sino asociarlos).
El poeta como un “descifrador” Sí, efectivamente, yo también lo siento así así.

…De la profunda vena/ en la espesura/ ¡el tajo!/ de lo silente enmarañado:/ el grito/ del magma/
¡la figura!/ de mi impotencia como plus:/ ¡la gana!/ re torcedura en línea maravilla/ que pare
de lo absurdo…/ ¡la palabra!

Muchas gracias!!

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Carlos Javier González Serrano 9 abril, 2015 a las 11:14

Gracias a ti por leer, Begoña, y por dejar un comentario:).

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Carlos Espinosa 9 abril, 2015 a las 19:28

Una interesante interpretación…Me gustan algunas de las citas expuestas aunque sugiero
revisar algunas comas en el texto ya que no se usan con una función de respirar simplemente
separar ideas.. saludos desde Colombia.

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Lydia 28 noviembre, 2016 a las 21:54

Que buen artículo , lo he disfrutado. Gracias

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Carlos Javier González Serrano 28 noviembre, 2016 a las 22:49

Gracias a ti por leer, Lydia.

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Albert Guiu 9 abril, 2017 a las 13:21

He disfrutado intuyendo el infinito de Baudelaire sus oscuridades llegan tan claramente, que
solo cabe pensarlo como una estrella de lo oscuro, un transmisor de la belleza que emana de
sufrir, naufragar, rebelarse…

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Gino 9 abril, 2017 a las 16:37

Excelente artículo, lo disfruté mucho, me vino muy bien ya que justo acabo de descubrira
Baudelaire y de comenzar a leer “las flores del mal”

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luispablodetorrescabanillas 22 noviembre, 2017 a las 16:00

Reblogueó esto en luispablodetorrescabanillas.

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letraspodridas 10 diciembre, 2017 a las 23:08

Reblogueó esto en ilusionesenletras.

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Anónimo 4 noviembre, 2018 a las 10:22

Excelente artículo, el pensamiento, el alma humana con esos claros oscuros, del bien y el mal
enmarañando la visión de la existencia.

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