Canon Literario y Canon Escolar
Canon Literario y Canon Escolar
Canon Literario y Canon Escolar
Resumen: El trabajo aborda los conceptos de canon literario y canon escolar poniendo
el acento en su dimensión política. Desde este punto de partida se explican algunos
presupuestos que subyacen a la enseñanza de la literatura y a las elecciones canónicas.
Palabras clave: canon literario, canon escolar, dimensión política, enseñanza de la
literatura.
Abstract: The paper deals with the concepts of literary canon and scholar canon by
emphasizing its political dimension. From this point of view some presuppositions that
underlie the teaching of literature and the canonical elections are explained.
Keywords: literary canon, scholar canon, political dimension, teaching of literature.
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Esta afortunada expresión –las estrategias del orden- al igual que la cita, pertenecen a
un volumen en el cual Héctor Cavallari y Graciela García (2003) analizan la cuentística
de Liliana Heker. Lejos del canon como concepto y de la escuela como institución
1
Profesora y Licenciada en Letras (Universidad Nacional de La Matanza.), Licenciada en
Educación (Universidad Nacional de Quilmes), Especialista en Ciencias Sociales con mención en
Lectura, Escritura y Educación (FLACSO), Profesora Adjunta e investigadora de la Universidad
Pedagógica. Correo electrónico: [email protected]
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Tomamos el concepto de “comunidad de interpretación” tal como lo describe Stanley Fish (1987)
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La dinámica del canon, por tanto, está dada por la continuidad de ese
“coloquio” que no debe pensarse al margen del debate o la controversia: vale la pena
recordar el peso diferencial que, en cualquier intercambio- como lo sería ese
“coloquio”- tiene el “derecho a la palabra”.3 Hay una dualidad fundamental que, lejos
de ser dicotómica, parece signar los recortes canónicos, más allá del momento
histórico en que se produzcan: la ligazón estrecha entre tradición y marginalidad. Noé
Jitrik (1998) explica tal relación de la siguiente manera:
Si el canon es un producto del cruce de códigos previamente consagrados en
varios niveles —retóricas, gramáticas, preceptivas, etcétera— es evidente que
sus componentes proceden, ante todo, de una memoria cultural; este hecho
propone el tema de la tradición que si bien parece estar inmediatamente
anexado a la idea de canon también cubre, en ciertas condiciones, la de la
marginalidad aunque, igualmente, la idea desborda uno y otro concepto en la
medida en que existen tradiciones diversas que se disputan entre sí o se
articulan o, al menos, confluyen para explicar una peculiaridad literaria, incluso
cierta identidad. (p. 26)
3
“Para comprender lo que puede y no puede decirse en un grupo, hay que tener en cuenta no solo las
relaciones de fuerza simbólicas que se establecen en ese grupo y que impiden a ciertos individuos hablar
(por ejemplo a las mujeres) o les obligan a conquistar por la fuerza su derecho a la palabra, sino también
las leyes mismas de formación del grupo (…) que funciona como una censura previa” (Bourdieu, 2001,
p.110).
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Esta concepción del canon como escena de contiendas extraliterarias que Sullà
atribuye a los críticos del canon nos induce a considerar una segunda característica del
mismo: su dimensión política. El canon constituye, por lo tanto, un espacio en el que se
disciernen cuestiones políticas vinculadas al estatuto otorgado a textos y autores, a
qué es la literatura -en una determinada encrucijada espacio-temporal- teniendo
además en cuenta que el propio concepto de valor estético se tiñe de la arbitrariedad
que las instituciones con poder de canonización impostan en los criterios y procesos de
selección.
Será propicio, al respecto, establecer un concepto de lo político que contribuya
con intención clarificadora. Citamos, en tal sentido, a Chantal Mouffe (2007) que
delimita del siguiente modo la diferencia entre la política y lo político:
Algunos teóricos como Hannah Arendt perciben lo político como un espacio de
libertad y deliberación pública, mientras que otros lo consideran como un
espacio de poder, conflicto y antagonismo. Mi visión de “lo político” pertenece
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del canon sino también de la mirada crítica, con la consiguiente necesidad de revisar
los criterios de canonización. Tal como lo ha señalado Virginia Woolf (1993) la
concreción de una “tradición femenina” ha sido sustancial no solo en la historia de la
literatura sino como construcción de un camino que pudieran transitar las escritoras:
[Hacia fines del siglo XVIII] la mujer de clase media comenzó a escribir. Porque
si Orgullo y prejuicio tiene importancia, y si importan Media marcha y Villette y
Cumbres borrascosas tienen importancia, tiene entonces mucha más
importancia de la que puedo demostrar en una hora de charla el hecho de que
las mujeres en general, y no solamente la aristócrata solitaria encerrada en su
casa de campo, entre sus folios y sus aduladores, se dedicara a escribir. Sin esas
predecesoras, ni Jane Austen ni las Brontë ni George Eliot, podrían haber
escrito como no podría haber escrito Shakespeare sin Marlowe, o Marlowe sin
Chaucer, o Chaucer sin esos poetas olvidados que pavimentaron los caminos y
domaron el salvajismo natural de la lengua. Pues las obras maestras no son
creaciones individuales y solitarias, sino el resultado de muchos años de
pensamiento en común, pensamiento del conjunto de la gente, de modo que
detrás de la voz individual se encuentra la experiencia de la masa. (p. 88)
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Tomamos esta noción de Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron (1996) La reproducción. Para una
teoría del sistema de enseñanza, México, Fontamara. Allí los autores realizan un análisis del sistema
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educativo considerando que la arbitrariedad cultural es constitutiva de todo proceso de enseñanza: “Toda
acción pedagógica (AP) es objetivamente una violencia simbólica en tanto que imposición, por un poder
arbitrario, de una arbitrariedad cultural” (p. 45). Tal postura ha sido revisada en tanto no permite suponer
la existencia de brechas que habiliten llevar adelante acciones contrahegemónicas que posibiliten
cambios.
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ahistórica. Esto da cuenta de los lazos estrechos que se articulan entre literatura e
identidad, en tanto la enseñanza de la literatura a través de la escuela debe responder
a una demanda política – así como a un mandato social- que se estructura de manera
situada en distintos momentos históricos.
En este sentido, parece fundamental mencionar el papel de las políticas de
estado en relación con el canon/ los cánones construidos y promovidos desde las
instituciones formadoras. La enseñanza de la literatura y su funcionalidad política e
ideológica ha involucrado históricamente la intervención, en mayor o menor medida,
del aparato estatal bajo la forma de lecturas obligatorias o sugeridas, campañas de
promoción de la lectura, concursos literarios, lineamientos curriculares. La pregunta
acerca de qué leer en la escuela debe, por tanto, resituarse en términos de formación
política y formación ciudadana, intereses considerados “comunes” y propósitos, en
resumen, más amplios que los de la “educación literaria”. En consonancia con esos
intereses y presupuestos ideológicos la presencia del estado hace uso de su lógica
particular, tal como ha señalado Mario Rufer (2016):
el estado-nación refiere a un lugar particular de enunciación. Hay un aparato
que habla por la nación, que se adjudica la virtud de la representación, una
paradoja en términos jurídicos y discursivos. Por supuesto que ese aparato no
es unívoco, homogéneo ni maquinario. Pero en sus diferentes versiones, utiliza
la ventriloquia como capacidad política. La noción de representación es la que
pretende dotar de legitimidad al estado, y es también la que permite ese
ejercicio de usurpación ventrílocuo: el estado puede hablar por la nación, el
estado puede hablar por el pueblo. Esa amalgama histórica y contingente entre
un aparato institucional y su aparente capacidad de representar el interés, es
de una eficacia mucho más profunda que la mera institucionalización de la
voluntad general en un aparato jurídico-político (la ciudadanía). (pp. 277-278)
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estado. Génesis y estructura del campo literario” (1997), explica cómo la enseñanza de
la literatura cumple una función en la construcción de la idea de nación:
Y así imponiendo e inculcando universalmente (en los límites de su capacidad)
una cultura dominante constituida de este modo en cultura nacional legítima,
el sistema escolar, en particular a través de la literatura, inculca los
fundamentos de una verdadera «religión cívica» y, más precisamente, los
presupuestos fundamentales de la imagen (nacional) de uno mismo (…) La
unificación cultural y lingüística va unida a la imposición de la lengua y de la
cultura dominantes como legítimas, y a la relegación de todas las demás a la
indignidad (dialecto). (pp.106-107)
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duda, un acto político, como la enseñanza misma, y a través de ese acto el/la docente
pondrá en juego su relación con el canon, su vínculo con las regulaciones y los
márgenes de autonomía que se permita a sí mismo/a o que le sean permitidos. Del
mismo modo esa operación supone el ejercicio de la autoridad docente, entendida
como esa autoridad moral y cultural que, a través de su institución, permite a los
sujetos su inscripción en la sociedad y la cultura.5
En tercera instancia, la heterogeneidad constitutiva del canon escolar, mediado
por factores cuya disímil naturaleza es en verdad insoslayable: no solo textos y
autores, sino un vasto repertorio de materiales que lo redimensionan y lo modulan:
libros de texto, paratextos, recursos digitales, propuestas del lectura de diversa
procedencia y en distintos soportes de circulación, entre otros. Por otro lado, una
notable diversificación en la que convive la multiplicidad: clásicos y no clásicos,
literatura consagrada y juvenil, letras de rock, teatro para jóvenes. Esta
heterogeneidad es muy bien caracterizada por Paola Piacenza (2012) al referir que
Las relaciones entre los productos de la cultura escolar (el corpus de lectura y
sus sistemas interpretantes legitimizados por la escuela), la cultura estatal (el
canon crítico y accesible y los sistemas interpretantes autorizados por las
instituciones especializadas: la cultura "oficial", "letrada" o "alta") y los
productos de la cultura de masas y popular (los géneros y objetos producidos
por los medios de comunicación masiva y las formas del folclore) no son
unívocas sino que tienden a modificarse mutuamente en una interacción que
lleva a cada una de estas formaciones a un nuevo plano de funcionamiento que
afecta, además, la propia índole de la relación. (p. 118)
5
Cfr. Dussel, Inés (2001)
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Antología que selecciona de entre todo lo escrito aquello que merece destacarse,
preservarse y enseñarse” (p. 4). El canon escolar, asimismo, puede leerse como una
vasta antología que, estableciendo qué debe ser enseñado, traza normatividades y, al
mismo tiempo, instala brechas de apertura.
Esto no implica que, al considerar este objeto de análisis, se clausuren los
numerosos interrogantes que nos convocan a profundizar la indagación. La primera
pregunta a formular supone inquirir acerca de cuáles son las exclusiones e inclusiones
que el canon escolar ha propuesto y propone. Lejos del estatismo, las elecciones
canónicas han estado guiadas por intereses extraliterarios y han configurado
históricamente textos y autores “legibles”. Los corpora de textos, las elecciones
canónicas han respondido así a necesidades históricamente situadas que fueron
articulando ese ámbito de lo legible y trazando centros y periferias según
requerimientos político-institucionales y culturales que han variado con el tiempo.
No tenemos más que echar una ojeada a la constitución histórica de la
enseñanza de la literatura como disciplina escolar para dar cuenta de esto. Apelamos
para ello al exhaustivo estudio de Gustavo Bombini (2004) con la finalidad de
ejemplificar estas operaciones. Antes de la reforma educativa de 1884 (y según los
lineamientos del plan de estudios de 1870), se trabajaba con el libro Trozos selectos de
la literatura, de Alfredo Cosson, que contenía una gran cantidad de textos de autores
franceses y latinos y unos pocos de autores americanos. En 1884, Calixto Oyuela es el
encargado de reformular los planes de estudio en lo que respecta a la literatura,
imponiendo un giro significativo que mantendrá su impronta durante largos años:
Oyuela considera que la literatura americana está aún en sus inicios y es, sin duda,
tributaria de la literatura española (“En cuanto a la literatura americana, sabido es que
todo está por hacer”). Según Bombini (2004),
La operación más significativa en cuanto a la organización de la materia es, sin
duda, el establecimiento de la historia de la literatura como un saber legítimo
para la enseñanza en este marco, la particular organización que coloca a la
literatura española como antesala para el estudio de las literaturas
iberoamericanas (…) Con esta operación de historización se inaugura a su vez la
progresiva tendencia hacia la nacionalización del curriculum, que encuentra en
la literatura un material ideológico maleable, útil para la inculcación. (p. 43)
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Algunos corolarios
Hemos dejado de lado algunas cuestiones que también podrían contribuir al análisis
del canon escolar y- por qué no- del canon literario: la cuestión del mercado –cómo
juega en relación con las lecturas escolares y extraescolares-, los géneros y los
mecanismos de legitimación que los sancionan como legibles, dentro y fuera de la
escuela- la literatura juvenil, la noción de clásico, cuya larga tradición tiene un fuerte
anclaje en el canon escolar.
Con respecto a esto último, a esas presencias imprescindibles, hay también
posiciones encontradas. Sería tal vez oportuno recurrir a una cita que proporcionan
Carola Hermida y Mila Cañón (2002). Retomando palabras de Beatriz Sarlo, nos dicen
que
Hay quienes sostienen que ciertos países cuya historia literaria es más reciente
tienen en este sentido una ventaja. Dentro de la cultura argentina, por ejemplo,
Beatriz Sarlo (…) afirma que la selección del corpus que debe trabajar la escuela
no es un problema. Refiriéndose a la escuela Secundaria ella considera que lo
discutible son las estrategias pero no los textos. “Nosotros hemos solucionado
cierto problema: no tenemos que sentarnos a discutir cuál de las setenta u
ochenta obras de Shakespeare tenemos que dar. Debemos pensar,
simplemente, en cuáles son las estrategias para que alguien pueda leer a
6
Baquero, Diker y Frigerio (2007) se refieren a esto al explicar como el “canon” de saberes
académicamente legitimados –frente a saberes excluidos- tiene su correlato en los diversos cuerpos
que transitan por las instituciones educativas: “La dominación cultural que la escuela pública desplegó a
lo largo del siglo XX afectó los cuerpos productivos y los cuerpos ciudadanos, haciéndolos subalternos a
las redes de disciplinamiento inscriptas en la forma escolar hegemónica. Toda práctica ciudadana y
productiva se despliega en un nudo de tensiones culturales, deja ver espacios de conflicto, crisis e
injusticias que se condensan en las desigualdades sociales: ésta es la razón por la cual dichas prácticas
no podían ser aceptadas como reguladores del contrato pedagógico. La escuela pública postuló un
orden escolar que subordinó la vida del cuerpo (productivo y ciudadano) a un orden somático leído
desde condiciones morales y políticas de control disciplinario. Por la puerta grande ingresaban los
cuerpos legítimos que circulaban por los surcos de las rutinas prescriptas en la ocupación escolar del
territorio consagrado y por la puerta chica lo hacían los contracuerpos ilegítimos de los niños marcados
por el trabajo inmisericorde, los patrimonios de clase inscriptos en la piel y demás marcadores de
identidad somática (…)” (p. 248).
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