1 Introduccio N A Los Trastornos Externalizados
1 Introduccio N A Los Trastornos Externalizados
1 Introduccio N A Los Trastornos Externalizados
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Tabla 1. Documentos para el estudio de los Trastornos Externalizados disponibles en
el curso virtual.
Dentro de este sitio web pueden encontrarse distintas guías de interés, entre las que
se encuentran la que ahora señalamos:
http://portal.guiasalud.es/web/guest/catalogo-
gpc?p_p_id=EXT_16&p_p_lifecycle=0&p_p_state=pop_up&p_p_mode=view&p_
p_col_id=column-
3&p_p_col_pos=1&p_p_col_count=4&_EXT_16_struts_action=/ext/catalogo/vista
_previa&_EXT_16_contenidoId=63132&_EXT_16_version=2.4&_EXT_16_langu
ageId=es_ES&_EXT_16_OtraVentana=si
Hay otros sitios web en el que pueden encontrarse distintas Guías clínicas. Sólo a
modo de ejemplo señalamos el sitio web del NICE Clinical Guidelines, en el que
podemos encontrar, entre otras, la denominada “Diagnosis and Management of ADHD
in Children, Young People and Adults (No. 72)” elaborada junto con el National
Collaborating Centre for Mental Health; UK). Recomendamos su lectura si bien no es
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de obligado estudio para el presente curso.
http://www.ncbi.nlm.nih.gov/books/NBK53674/?report=reader
Desde una observación lega podemos comprobar cómo hay niños que llaman
especialmente la atención, porque reclaman más, porque hablan más de la cuenta,
porque se encuentran distraídos o porque no logran estarse quietos.
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cotidiano sin sentirse desbordado.
Recurriendo, una vez más, al DSM-IV-TR (APA, 2000), para esclarecer los
criterios diagnósticos de este trastorno, lo primero que nos encontramos es con la
distinción entre desatención, hiperactividad e impulsividad, que encontramos dentro del
primer criterio descrito:
Criterio A:
Hiperactividad:
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Impulsividad:
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edad escolar (DSM-IV-TR; APA, 2000), decrementando dicha prevalencia con la edad.
Llegado el final de la infancia, y con el inicio de la adolescencia, son menos frecuentes
los signos de actividad motora, pudiendo limitarse estos a una manifestación de inquietud
y a sentimientos de desazón, aunque existe una gran variabilidad a la hora de presentar
este proceso evolutivo. En la etapa adulta, los síntomas suelen dar lugar a dificultades
para participar en actividades que no permitan demasiados movimientos.
Con respecto a la incidencia en función del sexo los datos sobre la prevalencia de
hiperactividad son más consistentes, apareciendo una mayor proporción de varones que
padecen este trastorno en comparación al sexo femenino. Según el DSM-IV-TR (APA,
2000), las proporciones oscilan entre 4:1 y 9:1, en función que la población sea general o
clínica. Además algunos estudios sugieren que las chicas hiperactivas se implican en
menor medida en conductas desadaptativas, siendo su evolución más positiva en
comparación a los varones.
a) Hipótesis neurológicas
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estructurales como hipótesis etiopatogénicas de la hiperactividad se ha venido
sustituyendo por cuestiones funcionales, investigando sobre los posibles efectos de
algunos neurotransmisores como las catecolaminas, la dopamina o la noradrenalina.
e) Factores psicosociales
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de temperamentales, con otros de carácter ambiental, como las influencias familiares y
sociales. Es decir, partiendo de una vulnerabilidad individual, la hiperactividad
florecería bajo unas condiciones ambientales bajo las cuales el menor tuviera
problemas para adaptarse. El problema de este modelo es su generalidad, ya que
cualquier trastorno psicológico o problema surgido durante el desarrollo, podría
responder a las mismas premisas.
También en numerosas ocasiones les caracteriza una letra más tosca y deforme
en comparación a la realizada por sus compañeros, pero esto no se debe a una cuestión
de dejadez, sino a dificultades viso-motoras, por lo que se recomienda no criticarle al
respecto.
En general, parece que, a estos adolescentes, las críticas les resbalan, pero no es
así; han perdido su efecto debido a la saturación. Son criticados continuamente en casa,
por sus incesantes “meteduras de pata”, por sus despistes…, en el colegio apenas
pueden mantenerse sentados, se olvidan de presentar los deberes, pierden las cosas, no
atienden al profesor…, lo cual les supone más de una regañina, incluso los compañeros
también utilizan etiquetas negativas e insultos al referirse a ellos de forma más frecuente
que lo harían con otros compañeros. El resultado, para ellos, es una baja autoestima que
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podemos corregir utilizando algunas de las estrategias destinadas a conseguir un
aumento en esta faceta del autoconcepto.
Una vez detectado el problema, con frecuencia las familias acuden a centros
sanitarios con el objetivo de que les faciliten ayuda médica (en este caso de tipo
farmacológico como veremos) o psicológica. En este sentido, la oferta terapéutica puede ser
variada, pero, en todo caso, limitada. Exponemos a continuación el abordaje terapéutico
más frecuentemente utilizado y de probada utilidad en estos casos.
a) Tratamientos farmacológicos
Los antidepresivos también son utilizados para el tratamiento del trastorno que
nos ocupa, también de acción más prolongada que el metilfenidato, consiguen, en
algunos casos mejorar las conductas de hiperactividad, pero con respecto al plano del
procesamiento cognitivo los resultados no son tan claros. En todo caso, su utilización
no resulta conveniente en menores debido a sus efectos secundarios como es la
toxicidad cardiovascular.
Por último, entre los fármacos utilizados para el tratamiento del TDAH, cabe
mencionar los neurolépticos, los cuales solo se administran en los casos muy
necesarios ya que suelen tener más efectos negativos que los psicoestimulantes y los
antidepresivos.
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psicopedagógico que vamos a exponer a continuación sean ineficaces o en los casos
de TDAH muy graves.
b) Técnicas conductuales
Dado que el niño o adolescente hiperactivo suele tener una amplia variedad de
estos comportamientos, por las características que subyacen a este trastorno
(impulsividad, falta de atención…), no sería factible realizar una intervención óptima
sobre todos ellos de forma simultánea, de manera que, una vez que el terapeuta haya
recogido la información necesaria sobre los comportamientos objeto de cambio,
deberá seleccionar las conductas concretas que serán abordadas en primer lugar;
nunca intentar tratar todo en conjunto.
c) Técnicas cognitivas
1) Técnicas de autocontrol.
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de que los comportamientos que tenga o de los que carezca, no sean óbice para
conseguir, en un fututo, metas importantes. Existen varios tipos de técnicas de
autocontrol:
2) Entrenamiento en autoinstrucciones.
a) El terapeuta ejecuta una tarea mientras describe en voz alta las reflexiones
necesarias para su realización.
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d) El niño se recita así mismo, a través del habla internalizada, las instrucciones
necesarias para ejecutar la tarea que está llevando a cabo.
Este proceso se utiliza en la realización, paso a paso, de múltiples tareas, las cuales
necesitan, para la obtención de un resultado correcto, la necesidad de observar y escuchar
cuidadosamente a una persona experta en dicha labor.
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Así pues, y bajo las argumentaciones expuestas, la primera pauta recomendable
consiste en dispensar verbalizaciones positivas más frecuentes, a la mínima oportunidad,
reservando las negativas para casos concretos y/o extremos. Otro aspecto importante en la
comunicación es saber escuchar. En este sentido, conviene tener en cuenta que la habilidad
de los menores afectados de TDAH para expresar lo que les pasa con los demás y lo que
sienten es muy baja. Por eso debemos hacer un esfuerzo para saber situarnos en su lugar,
en su mundo de significados y tratar de facilitarle la expresión de sentimientos.
Desde el ámbito escolar, también es factible introducir una serie de pautas para
ayudar a los adolescentes con problemas de TDAH.
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proporcionándole pautas generales como las que hemos venido comentando, tiene sin duda
ventajas a la hora de incrementar la eficacia de los tratamientos terapéuticos descritos.
Según el DSM-IV-TR (APA, 2000), el primero de ellos (TC) consiste en "un patrón de
comportamiento persistente y repetitivo en el que se violan los derechos básicos de los
otros, o importantes normas sociales adecuadas a la edad del sujeto". Dentro de este
trastorno se distinguen entre cuatro grupos de comportamientos perturbadores: agresivo,
con daño físico o amenaza a otras personas o animales, daños a la propiedad, fraudes o
robos y violaciones graves de las normas.
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Además de la edad, otros factores han de tenerse en cuenta en la valoración del
trastorno. La frecuencia o cronicidad de los actos, así como su gravedad son,
evidentemente, dimensiones a tener en cuenta a la hora de valorar un comportamiento.
Algunos actos antisociales, son conductas de baja frecuencia y alta gravedad, que a
pesar de que pueden acaparar la atención de instituciones clínicas y legales, pueden no
comportar la necesidad de tratamiento. Pensemos, por ejemplo, en el caso de un niño que
ha provocado un incendio de consecuencias lamentables.
En otros casos, la frecuencia de la conducta disruptiva puede ser elevada, sin que
por ello la gravedad de las consecuencias haya llegado a ser destacada. El hecho de
quemar papeles o de jugar con fuego a escondidas, puede ser una conducta frecuente, sin
embargo, si nunca ha producido daños ni lesiones importantes, probablemente los adultos
que rodean al niño no requieran para este atención psicológica o legal por tal motivo.
Por otra parte, la amplitud de las conductas disociales también se puede considerar
una dimensión importante a la hora de definir su anormalidad ya que, frecuentemente dichas
conductas no suelen presentarse de manera aislada y, todas ellas, tienen un denominador
común: el hecho de ser conductas "exteriorizadas" y difícilmente gobernables por los adultos
que rodean al niño.
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infantil, y los modelos de presentación de las mismas (frecuencia y gravedad de las
consecuencias). De esta manera, la dificultad de delimitar unos ejes definitorios de las
conductas antisociales se deriva de su necesaria caracterización en dimensiones muy
diferentes, pudiéndose encontrar actos tan distintos en gravedad, cronicidad y frecuencia
como agresión física o verbal, falta de respeto a la autoridad, fugas reiteradas del hogar y
escasa asistencia al colegio, hurtos, mentiras, etc.
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Tabla 2. Conjunto de síntomas propuestos por el DSM-IV-TR (APA, 2000) para el
diagnóstico del Trastorno disocial o de Conducta.
Destrucción de la propiedad
(8) ha provocado deliberadamente incendios con la intención de causar daños graves
(9) ha destruido deliberadamente propiedades de otras personas (distinto de provocar incendios)
Fraudulencia o robo
(10) ha violentado el hogar, la casa o el automóvil de otra persona
(11) a menudo miente para obtener bienes o favores o para evitar obligaciones (esto es, "tima" a otros)
(12) ha robado objetos de cierto valor sin enfrentamiento con la víctima (p.ej. robos en tiendas,
pero sin allanamientos o destrozos; falsificaciones)
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cuestión se pueda considerar un síntoma de la disfunción subyacente del sujeto y no
constituya una simple reacción al contexto social inmediato.
Podemos realizar una distinción del trastorno por déficit de atención con
hiperactividad, teniendo en cuenta que, en este último, el comportamiento del sujeto no viola
por sí mismo las normas sociales propias de la edad. Cuando se cumplen simultáneamente
los criterios de trastorno por déficit de atención con hiperactividad y de trastorno disocial,
deben establecerse ambos diagnósticos.
Los síntomas del trastorno son más evidentes en las interacciones que el sujeto
realiza con adultos o compañeros que conoce bien y, por lo tanto, pueden quedar ocultos en
una exploración clínica.
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Así pues, dado que todas las características del comportamiento negativista
desafiante suelen estar presentes en el trastorno disocial, el primero no se diagnostica si se
cumplen los criterios de este último.
Respecto a los factores de riesgo, cabe decir, en primer lugar, que la probabilidad de
padecer un problema de conducta en la niñes tiene diferentes niveles de influencia
(biológicos, familiares, personales, culturales, etc.).
Sin embargo, a pesar de la importancia de todos estos factores, existe uno que
destaca como predictor óptimo del riesgo de incursión en comportamientos antisociales y/o
delictivos; se trata de la propia conducta mantenida en los primeros años. Los informes
elaborados por los educadores, clínicos y compañeros de pandilla, indican que conductas
negativistas, irritabilidad e incontrolabilidad de su propia conducta a lo largo de los años de
escolaridad pueden llegar a ser predictores de su conducta antisocial posterior.
Efectivamente, parece existir una continuidad de la conducta problemática desde los
primeros años de la infancia a períodos de desarrollo avanzado, si bien también es cierto
que existen diferencias individuales en la tendencia a mostrar esta estabilidad.
Una vez ofrecida una visión general de los factores potencialmente implicados en los
problemas de conducta, pasemos a considerarlos de manera específica y con algo más de
detenimiento.
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dicigóticos (procedentes de dos óvulos y, por tanto, menos parecidos que los
monocigóticos) No obstante, los resultados de este tipo de estudios no llegan a establecer
inequívocamente que los factores genéticos influyan en mayor medida que los ambientales,
porque la explicación de las diferencias en concordancia entre ambos grupos de gemelos en
términos genéticos pasa necesariamente por la presuposición de equivalencia de ambientes
en los diferentes tipos de hermanos, algo que resulta difícil de cumplir.
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Por otra parte, vivir en condiciones socioeconómicas desfavorables aumenta la
probabilidad de que los niños desarrollen un mayor número de conductas antisociales, como
resultado de un intento de adaptarse a un sistema familiar marcado por un ambiente
empobrecido tanto desde el punto de vista educativo como cultural y económico. En niveles
bajos en la escala social es frecuente encontrar las llamadas "familias multiproblemáticas",
con diversas características comunes: muchos hijos, espacio vital reducido, bajo nivel de
ingresos, funciones parentales de nutrición y socialización débiles, deficiente escolarización,
fracaso escolar, problemática psicológica, miembros inestables e impredecibles, escasa
internalización de las normas y estilo de disciplina parental punitivo…
En definitiva, existe un acuerdo general acerca del importante papel jugado por los
modelos de interacción entre padres e hijos, sus pautas disciplinarias y actitudes ante la
educación. Como hemos mencionado, las pautas educativas demasiado rígidas o con
escaso control pueden desencadenar conductas agresivas Los padres de los niños con
trastornos conductuales han sido descritos frecuentemente como negligentes, equivocados
y duros en la aplicación de sus castigos, que suelen ser exagerados e incongruentes con la
situación. Estas actitudes conducen inevitablemente a un incremento en la hostilidad del
niño, generándose un proceso interactivo que se agudiza recíprocamente y que puede llegar
a trasladarse patológicamente a la próxima generación. Los datos procedentes de la clínica
reflejan que los niños con comportamiento antisocial han sido, con frecuencia, víctimas de
maltrato infantil, procediendo, además, muchas veces, de hogares en donde es habitual el
maltrato conyugal.
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(búsqueda de posibles respuestas), 4) evaluación de la respuesta (toma de decisiones
acerca de la respuesta a emitir, y 5) emisión de la conducta.
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Por ejemplo, el objetivo primordial de un programa de prevención primaria de
conducta antisocial, está situado en la identificación de menores de alto riesgo, es decir,
aquellos niños que tienen mayor probabilidad de desarrollar conductas antisociales en el
futuro. No obstante, el hecho, repetidamente observado, de que los niños y los adolescentes
superan y/o adquieren estas formas de conducta de una manera impredecible y que
podemos considerar arbitraria, reduce la eficacia de los esfuerzos dedicados a la labor de
detección de la población de riesgo.
Evidentemente, hay varios tratamientos que se han aplicado a los niños con
problemas de conducta, entre los cuales podemos destacar: la terapia cognitivo-conductual,
el entrenamiento de padres, terapia de familia y farmacoterapia (Fernández y Olmedo,
1999).
Son varios los fármacos que, a través de numerosas investigaciones y bajo distintas
hipótesis, han sido candidatos a convertirse en la solución del problema. Los estimulantes
(anfetamina, cafeína, dextroanfetamina, etc.) han sido ampliamente estudiados en niños
agresivos diagnosticados también como hiperactivos; sin embargo cuando se trata de
separar la mejoría en los síntomas propios del trastorno de conducta mediante la aplicación
de estimulantes, los resultados aportados por las distintas investigaciones no han llegado en
ningún caso a ser concluyentes, encontrándose la mayoría de las ocasiones datos
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contradictorios. Otra alternativa farmacológica que ha sido investigada con relación a la
conducta antisocial en niños y adolescentes ha sido el tratamiento con antidepresivos
(principalmente tricíclicos e inhibidores de la monoaminoxidasa), basándose, en esta
ocasión, en la comorbilidad que presenta la depresión infantil con la agresividad en esta
etapa de la vida. Sin embargo, no existe ninguna prueba que muestre claramente la
adecuación de este tipo de tratamiento en el caso de los trastornos de conducta. Los
medicamentos antipsicóticos también han sido objeto de estudio con relación al tratamiento
de la conducta antisocial en niños y adolescentes. No obstante, al igual que ocurre en el
caso de los fármacos anteriormente comentados, no se dispone de datos suficientes para
sugerir que las medicaciones antipsicóticas produzcan efectos anti-agresivos permanentes
en niños y adolescentes. Además, los efectos adversos que de forma secundaria produce
su aplicación no hacen aconsejable la elección de este tipo de tratamiento).
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como, por ejemplo, el entrenamiento en solución de problemas interpersonales. En general,
los abordajes conductuales incluyen el reforzamiento positivo, el reforzamiento negativo, la
extinción y el castigo.
En ocasiones, este tipo de técnicas incluye los registros de la conducta contando con
las nuevas tecnologías (auditivas y/o visuales), recursos que ofrecen una mejora tanto en la
fase de modelamiento como de retroalimentación.
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c) Entrenamiento a padres y profesores. El entrenamiento de padres, profesores y,
en definitiva, cualquier persona que desempeñe una labor tutorial con adolescentes
afectados por problemas conductuales, comprende una serie de procedimientos a través
de los cuales se les enseña a alterar la conducta disruptiva en el ámbito cotidiano del
hogar, la escuela u otra institución.
Estas personas se reúnen con el terapeuta o instructor que les enseña a usar una
variedad de técnicas específicas dirigidas a modificar los intercambios coercitivos que
caracterizan a los adolescentes con problemas de comportamiento y a las personas que
interaccionan con ellos. Al igual que otros tipos de terapia anteriormente comentados,
dicho entrenamiento trata de cumplir dos objetivos generales: fomentar la conducta
prosocial y disminuir la conducta problemática.
El principio predominante es que el síntoma del menor surge para satisfacer una
determinada necesidad de la familia. Por lo tanto, cuando hay un niño con trastornos,
también hay probabilidad de que haya un matrimonio con trastornos (aunque, desde luego,
puede no ocurrir necesariamente lo mismo a la inversa).
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En todo caso, la familia que busca ayuda en un tratamiento psicológico, es probable
que conciba el problema como ubicado en uno de sus miembros (el paciente identificado).
Así pues, la primera labor del terapeuta consiste en ampliar la conceptuación del problema
para incluir las interacciones familiares, los papeles, y la organización en la familia.
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A lo largo de las páginas que engloban estos apuntes, se ha pretendido realizar
una exposición de los conocimientos básicos existentes acerca de los problemas del
desarrollo que se estiman de más relevancia y frecuencia. No obstante, estimamos
conveniente subrayar que, a pesar de no ser nuestro objetivo el abordaje terapéutico,
el aprendizaje de los recursos existentes adquiere especial relevancia de cara a
mitigar dichos problemas; asumiendo, en todo momento, que a la hora de hablar de
intervenciones, ya sean familiares o terapéuticas, los valores, las tradiciones culturales
e incluso los contextos físicos, juegan un papel que orienta y limita la actuación
realizada, de forma que las formas de actuación propuestas no deben considerase
como una solución definitiva, sino como la opción capaz, desde los conocimientos y
recursos disponibles, de guiar de la mejor manera al niño con problemas de desarrollo.
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Referencias
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from empirically based approaches. Development and Psychopathology, 5, 51-
64.
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384.
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Hetherington, E.M., y Martin, B. (1979). Family interaction. En H.C. Quay y J.S. Werry
(Eds.), Psychopathological disorders of childhood. New York: John Wiley & Sons.
Rapin, I. (1991). Autistic children: diagnosis and clinical features. Pedriatric, 87, 751-760.
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