Puig - Mujer Araña Intertextualidad
Puig - Mujer Araña Intertextualidad
Puig - Mujer Araña Intertextualidad
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Mihaela Comsa
Texto, intertextualidad y
personaje: El beso de la
mujer araña de Manuel
Puig
Es esta una de las propuestas gracias a las cuales los integrantes del Grupo Tel
Quel identificaban, en los años setenta, la noción de texto; texto, concebido como
práctica significante, como productividad, realizada en y por el lenguaje. Hay que
entender la productividad como dimensión fundamental del texto; ella evidencia la
lengua en su proceso de estructuración (es allí donde se articulan el sentido y el
sujeto) y rechaza la aceptación de ésta como efecto, como estructura de un objeto
finito.
En este punto aparece como obvia la hipótesis según la cual la producción textual
pone en escena una dupla: escritura-lectura. Escribir y leer se vuelven actividades
simultáneas. El lector, dejaba ver Philippe Sollers, no debe fabricar un libro por su
lectura, lo debe forjar como su propia escritura. Escritura-lectura, producción-
consumo o “escritura redoblada” obligarán al escritor y al lector a actuar con una
misma intensidad: “escribir es convertirse de inmediato en lector, leer es
transformarse de inmediato en escritor”, aseguraba, también, Jean Ricardou.
En el espacio de esta dupla, el texto (literario) evidencia lo que ocurre en el interior
de la serie literaria, su textura, así como lo que sucede en la articulación e
interacción de ésta con las demás series: la cultural, la histórica, la social.
El texto surge así no separado del sistema infinito constituido por la historia de la
humanidad, sino como escritura-lectura, como eco, como variación de esta historia.
Representa, de manera inevitable y obvia, una pluralidad, una permutación de
textos; así, se propone como intertextualidad: “todo texto se encuentra en el cruce
de varios textos de los cuales es a la vez relectura, acentuación, desplazamiento y
profundidad. En cierta medida un texto vale lo que vale su acción integradora […]
de otros textos” (Sollers, 1968: 75).
“La escritura trasciende a la historia”. Esta idea programática del mismo Grupo Tel
Quel define la capacidad del texto de hacerse sensible en sí y al mundo al mismo
tiempo, de ser una lectura de su propia producción. El texto no se cierra ni en su
propio trabajo, ni al contexto que lo hace posible. Trabajado por otros textos, los
absorbe y los transforma.
Todo texto se sitúa en la conjunción con otros textos que re-escribe, re-lee y, así,
transforma. Se puede afirmar, nuevamente con Kristeva, que “todos los textos
pueden ser considerados parte de un solo texto que se escribe siempre”. Al hablar
de la intertextualidad literaria es menester recordar el carácter dialógico del
discurso, espacio del encuentro de voces propias y ajenas, colectivas e individuales;
espacio en el que se explora ilimitadamente la naturaleza polifónica del lenguaje.
En opinión de José Enrique Martínez Fernández, la novela es el tipo de discurso
literario en el cual “el dialogismo se refracta básicamente […] la dialogicidad atañe
a numerosos aspectos del lenguaje […] uno de ellos es el de las voces ajenas o
voces enmascaradas, es decir, el de la reproducción del texto ajeno en la
producción de otro nuevo texto-marco […] En estas voces enmascaradas está el
origen, sin duda, del concepto de intertextualidad” (Martínez, 2002: 54).
Una de las categorías vitales del texto-novela es, sin duda, el personaje, el cual, al
ser él mismo una unidad de sentido, se propone como texto, como actualización de
rasgos diferenciales, portador inevitable de la intertextualidad.
A pesar de ser “como criatura de ficción […], lo que el texto le permite” (Bobes,
1990: 53), el personaje realiza una función catalizadora tanto en el interior del texto
(en cuanto a su interacción con las demás categorías narrativas), como, en muchos
casos, a un nivel extratextual, ya que “reproduce de forma homológica […] espacios
sociales, profesionales y familiares de la sociedad en la que se sitúa el relato”
(Bobes, 1990: 66), poblando el mundo novelesco, al cual podríamos imaginar como
una maqueta en la estructuración de la cual cada detalle participa de manera
significativa en la realización del movimiento, de la dinámica de este hábeas
englobante, el texto de la novela.
El personaje destaca como “construcción que se efectúa progresivamente en el
tiempo de una lectura, en el tiempo de una aventura ficticia” (Hamon, 2001: 131).
Es por ello que el personaje funciona como principio organizador, portador de los
efectos de lo real, sujeto enunciado que establece con el autor y el lector un pacto
comunicativo de veracidad al participar en una ilimitada actividad de
transformaciones que le permitirán ser vehículo de la inscripción del texto en un
permanente proceso de escritura-lectura, porque “toma a su cargo en el relato la
heterogeneidad de todos sus niveles —y aporta lo que es indispensable para su
desarrollo, es decir la coherencia de un hilo director” (Glaudes y Reuter, 1998: 73).
Y ahora, ¿por qué El beso de la mujer araña? Esta novela que Manuel Puig publica
en 1976 y que ya ha sido objeto de infinidad de comentarios sigue, como todo
organismo viviente, generando inquietud, desconcierto, gozo, admiración o reserva,
en diversas categorías de lectores.
el punto de vista de ese otro, el punto de vista de quien padece el efecto de la acción, es una pasión.
De alguna manera, pues, el efecto de la acción del otro es un afecto, o mejor dicho una pasión. La
pasión es el punto de vista de quien es impresionado y transformado con respecto a una acción
(Fabbri, 2000: 61).
En este texto límite (así llaman Rolan Barthes y Julia Kristeva al texto que se va
produciendo) se vuelve evidente la función del personaje como fuerza estructurante,
como organizador de la intertextualidad, la cual, como ya se dijo, se manifiesta en
“las relaciones entre textos que se establecen dentro de un texto determinado”
(Martínez, 2002: 74).
Las numerosas técnicas narrativas, el constante empleo del presente del indicativo,
permiten ver a Molina involucrado en la trama, en las emociones y los sentimientos
de estos otros personajes que cita al contar a Valentín las películas:
Bueno, lo que no te dije es que lo que cantó fue algo muy raro, a mí me da miedo cada vez que me
acuerdo de esa pieza que canta, porque cuando la canta está como mirando fijo en el vacío, […]
está asustada, […] como entregada a lo que le va a pasar. (Puig, 1999: 58).
Molina mira a través del deseo, y esta mirada estética modifica las condiciones de
la sensibilidad. Las formas de la enunciación, lugar donde se establecen nuevas
relaciones con respecto al Otro, festejan el advenimiento de la palabra poética que
logra demostrar que si bien la mirada común disocia las identidades, la mirada
estética reconfigura el universo sensible del sujeto.
Bibliografía
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