Coros Del Mediodía Rafael Maya

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COROS DEL MEDIODIA

1925 • 1930
INTERIOR

La tarde difundía
su resplandor antiguo
sobre el mundo.
Era la luz venida
de los campos remotos,
ardidos en el fuego
de una roja y violenta primavera.

Conversábamos. Una
diafanidad cristiana circundaba
tu faz, como esa tibia
atmósfera de ·ámbar que rodea
a las dulces imágenes
de los muros ilustres.
La tarde encendía
gloriosamente como
un templo donde hubiesen penetrado,
con teas encendidas,
los bárbaros greñud05,
enemigos del oro de los techos
y de las colgaduras
cuyos pliegues de púrpura revisten
el resplandor litúrgico del~edro.

Pero de pronto fuése


apagando la luz. En la distancia
se opacaron las rústiea$coli:nas.
cambiando de· eKP~s:iÓl')' OOl»O los·· ~os
120 RAFAEL MAYA

por donde pasa la tragedia humana.


El mundo se extinguia.
Mas entonces,
en tu alcoba profunda,
poblada por los diáfanos espejos
que multiplican tu ademán a modo
de una agua móvil, se encendieron, lentas,
las lámparas de plata.

Dejaste la ventana
y yo te vi alejarte,
delgada, blanca, rítmica,
con tus aéreos dedos sujetando
la rubia cabellera,
a través de la bruma de oro pálido
que vertía la noche de tus lámparas.

TIERRA

Está sembrado el grano.


Una gran paz desciende de la altura
sobre la tierra. Todo
calla porque en el surco
palpita el gran milagro de la vida.
El universo asiste
a las transformaciones silenciosas
de la materia, al lento
germinar de la nueva primavera.
Las fuerzas subterráneas
cuidan de la simiente. Las raices
dejan filtrar una humedad fecunda,
y el tallo de las flores
hunde un ray"o de luz ~jo la tierra~ .
OBRA POETICA 121

El sembrador anónimo,
de brazos varoniles,
de máscula esperanza,
de dolor altanero
y de rostro curtido por la lluvia,
se aleja. Todo calla,
Ha clavado su fe, tal como un dardo,
en el riñón oscuro de la gleba.
Ha dicho su oración, bajo la cúpula
que estremecen las aves de los valles,
al dogma universal de la sagrada
fecundación. Ya dio su anillo de oro,
símbolo de las nupcias triptolémicas,
a la virgen morena que se curva
ofreciendo la gracia de su vientre.

y el sembrador, nutrido
de las bellas y fuertes realidades,
que ha bebido su agua
en los inmensos ríos de la tierra,
y estampado la planta
en el rojo aluvión o en los guijarros,
se marcha. Lejos arde
la lucecilla familiar que aguarda
sobre el códice antiguo donde duerme,
como la estatua en la cantera muerta,
el invencible espíritu del hombre.

LA ASCENSIüN

Ya me abrasas, loh sol!


Ya estoy más cerca de tu lumbre.
'&G-6
122 RAFAEL MAYA

Mi corazón se va a caldear
en tu propia hoguera.
Ya me abrasas, j oh sol!

Atrás se queda el valle


con su f'auta monótona,
los senderos ocultos en la hierba
y las flores de la madrugada.

Ya me abrasas, j oh sol!

Toda mi vida es un empuje


para subir más cerca
de ti. Para palpar
tu fuego, como los antiguos mártires
acariciaban la llama
de 10'8 braseros.

No ya las morbideces
de las colinas matinales,
sino el áspero pico
y las quiebras enjutas que parecen
los ceños de la tierra.
El sendero que sube
hacia la altura.

Ya me abrasas, j oh sol!

De mi manto ha formado
mil banderas el viento,
y las huellas dispersas
de mis pies reconstruyen
la unidad de mi vida.
OBRA POBTICA 123

Ya me abrasas, j oh sol!
Siento ráfagas secas
como las que peinan la piel de los camellos.
El aire se enrarece.
A mi paso ofrecen los cardos
sus perfiles c()rtantes.
El espacio se abre, en círculos de fuego,
en torno de mis sienes.
El azul ciega.

Ya me abrasas, j oh sol!

Un paso más, un paso más, que arriba


toda la vida se hace luz, callando
en esa inconsolable inmensidad.

SEMILLAS EN LA NOCHE

¿No adviertes que, en la noche,


caen sobre la tierra
semillas?
Semillas de esperanzas
futuras, de misterios
que serán las verdades
de mañana.
El aire está vibrante
de gérmenes activos
en las horas más altas.
Solamente los hombres
que meditan debajo
de las lámparas mudas,
con las anchas ventanas
abiertas sobre el campo.
124 RAFAEL MAYA

presienten esta siembra


y el gérnúnar oculto
y la gran gestación
nocturna.
Ya descansa la tierra
que soportó la lucha
y el grito de la vida.
La lujuria ha escondido
sus ojos de esmeralda
en los pliegues revueltos
del lecho. Ya descienden
las alas de los ángeles
sobre la carne humana.
Lejos, entre la hierba,
asoman sus cabezas,
ceñidas de diamantes,
las flores.
y caen las semillas
como cuando se mueven
las ramas de los árboles.
y aquel que entre las sombras
espera, las recoge
y las siembra en su espíritu.
y un día, cuando el mundo
tiende las manos locas,
se abre una gran verdad
o una gran esperanza
en los labios proféticos
del pensador.
Los hombres
lo befan y lo exaltan
sobre el ingrato mástil.
Pero siempre hay alguno
OBRA POETICA 125

que sigue recogiendo


las semillas que caen
en la noche.

ALLA LEJOS

Hiéreme, j oh muerte!
Cóge la flor abierta
de mis años. No dejes
que envejezca. Vén pronto.
Rómpe la hélice roja
de mi ambicioso corazón en pleno
volar sobre los curvos horizontes.
Paralíza mis brazos
que hunden el remo en las doradas aguas
del tiempo. Ata mis plantas
manchadas con la sangre del racimo
carnal. Apága el ritmo
de mis arterias cuyo golpe hiere,
en la noche de insomnio, mis oídos
con un rumor de agua subterránea.
Fáj ame con tu venda
como a un niño, y entrégame a los brazos
de la oscura nodriza que alimenta
las ávidas raíces de los árboles.

No ver la luz, no ver la luz creadora,


que saca de su abismo inagotable
las infinitas formas de la vida.
No atisbar el espacio
que se puede beber con la mirada
como una copa azul llena de espumas.
126 RAFAilL MATA

No ver un rostro humano


nioir una palabra.
Hiéreme, i oh muerte!
Ni el dulce mar en que naufragan tántas
riquezas, y que guarda entre sus aguas
fabulosas ciudades,
hundidas como fúnebres navíos
con sus copas de oro
y sus lechos cargados de mujeres.
No el mismo cielo eterno que sustenta
la arquitectura móvil de las nubes,
y traza la remota geometría
de las constelaciones misteriosas.
Ni el cuerpo adolescent,e
de una doncella, apenas sombreado,
en sus pliegues recónditos, por una
vegetación de suave terciopelo.
Nada podrá ligarme a la ribera
terrestre.
Vén ioh muerte!
Quiero bajar los húmedos peldaños,
afelpados de musgo, de la estrecha
galería que lleva hasta tu cripta,
donde espera la esfinge soñolienta
coronada de rosas inmortales.
Allí, al fulgor de las marchitas lámparas
que filtran una aurora penumbrosa
a través de los grises alabastros,
repasaré la escena multiforme
de mi vida, los rostros conocidos,
y la imagen dorada de unos campos
que florecen aún, bajo otros cielos,
perdidos en el tiempo y la memoria.
OBRA POIlTICA 127

A LOS MUERTOS

Muertos
que habitáis el palacio subterráneo
de bóvedas sordas,
y que hundís vuestras plantas en la tierra
alimentada por las fuentes ocultas.
Yo os amo,
yo os. admiro,
con vuestras cabelleras copiosas
que os cubren los hombros,
libres del fino acero que las cortaba
como a la hierba excesiva
de los jardines terrestres.
Yo os amo,
yo os admiro,
con vuestros ojos grandes
que recogieron la unidad suprema
de la vida,
y penetraron en el misterio
con la confianza de una sombra
que vuelve a la cámara mortuoria
atravesando crespones
y colgaduras taciturnas.
Amados eternamente,
y siempre vivos.
¿ Qué raros coros entonáis
a la orilla del río del tiempo?
¿ Qué señales hacéis
en el aire vacío?
¿ Qué palabras
caen de vuestra boca,
como esas flores mudas
que deshoja sobre nuestra frente
128 RAFAEL MAYA

la primavera de un sueño matinal?


Yo 08 amo,
i oh muertos!
Vuestro espíritu vivifica
mis potencias humanas.
La barca adorada
de mi juventud, loca de flores,
se siente atraída
por el encanto de vuestra isla de hierro.
Vuestras profundas cornamusas
hallan eco en mi corazón.
Vuestros pasos se dilatan,
a través de toda mi vida,
como las voces de los hombres
en la claridad del campo.
Yo os escucho
cuando venís a posaros
en la primer rama del día,
muy cerca de mi lecho.
Y os presiento
en torno de mi mesa nocturna,
como un coro bondadoso de abuelos,
inspirándome cosas bellas
y palabras santas
para cantar vuestra memoria,
para iluminar vuestros rostros,
para bendecir vuestros sepulcros
y para amar a vuestroS' hij os
'Sobre la tierra.
Muertos,
estad conmigo.
Cuando el hermano venga a matarme,
interponed vuestras manos.
Cuando la mujer me dé un beso,
OIlRA POlllTICA 129

purificadme con vuestro llanto.


y cuando duerma,
finalmente,
llevadme con vosotros
a la comarca extraña,
al subterráneo palado
donde imperáis en el tiempo
con vuestras diademas de luceros.

ORACION DEL JOVEN ARCADE

Muy antes que te aDras


ancha puerta de bronce,
incrustada de piedras eternales
y ornada de coronas
fúnebres, déja, déja,
que divague al azar por los collados
donde crecen las hierbas ofreciendo
la gracia in~sperada de sus flores
al seráfico azul de la mañana.
Déja que en la ribera
fértil de los arroyos
vaya cortando la menuda caña
para ensayar, con labio melodioso,
ingenuas. armonías matinales.
Déja que me corone
de hierbas enlazadas,
como se usa en mi fragante Arcadia
y que grabe en la piedra
rústica de la fuente
un verso fácil ilustt:"andoel rudo
combate de dos ciervos bramadores.
Déjame que termine
130 RAPAEL MAYA

el ánfora labrada tenazmente


en el pino aromático
que acendra en su corteza
tánta embriaguez, como la usada copa
donde hierve la púrpura del vino.
Déjame que coseche
las frutas del cercado,
abiertas por el sol y cuya carne
se condensa en el borde de la herida
como un labio floral lleno de miles.
Déjame que repita
sobre el césped jugoso,
y húmedo cual la piel de los corderos
que el nocturno pastor deja en el campo,
las danzas pastoriles
donde alternan ligeras actitudes
y lascivias ingenuas,
en frescos grupos cuya gracia triunfa
sobre la suave ondulación del monte
vecino. Déja, j oh puerta!
que se cubran de oro
los viñedos agrestes,
y que caigan los diáfanos racimos
sobre la faz morena del parrado
como crenchas rebeldes
por las sienes de un dios adolescente.
Déjame que termine
el ara familiar, hecha de piedra,
cuyos flancos soportan, en relieve,
fuertes escudos y aceradas lanzas
y una núbil cabeza de guerrero
segada en flor y cuyos ojos vela
la dócil hoja del laurel votivo.
Pero déjame, oh puerta
OBRA POETIGA 131

fatal, déjame pronto,


sea en la dulce placidez del campo
o ,en la cabaña de un pastor, o sobre
las gavillas de oro que amontonan
los hombres en la trilla, déja, i oh puerta!,
que posea por fin a la pequeña
FlOTa, de CÚyoSojos virginales
fluye un ardor nostálgico de fiera
joven, y en cuyo seno
se posaron anoche las palomas
de Afrodita.
Su flanco
palpita ya bajo la audaz caricia
de mi mano y en cada
movimiento se entrega como el agua
en el vientre convulso de la onda.
Después, ciérrate, i oh puerta!
sobre mi sombra estéril,
sobre el fantasma de mi amor terreno.

EL NOCTURNO DEL ALBA

Escribía, en la noche.
Las horas cejijuntas
arrastraban sus tácitas pisadas
en torno de mi mesa.
La fiebre creadora
fluía por mis dedos
como una fuerza cósmica. La estancia
parecía un horno,
y yo cantaba en medio de las llamas
como los babilónicos mªncebos.
Anillos de palabras
132 RAFAEL MAYA

ceñían sus imágenes en torno


de mis sienes exhaustas.
Apretaban mis dedos
cinco sortijas trágicas,
extraídas del fondo
siniestro de una hornaza,
y sentía en los pies el duro cerco
de la estrecha sandalia
que se encuentra un viajero, al medio día,
entre la roja arena de una playa.

jCómo estaban distantes, a esa hOira,


las campanas del Alba!

La noche, en negros círculos


dantescos, se ahondaba
hasta tocar el fondo de la tierra.
Y, a solas con mi alma,
único guía en el oscuro viaj e,
bajaba a la mansión desesperada.
Los ángeles rebeldes,
sujetos a la roca, me miraban
con sus ojos glaciales. de diamante.
Un gran río de agua
sorda corría con rumores de voces
bajo un puente de piedra calcinada,
y sombras errabundas
cobraban realidad bajo la vaga
luz qUé cernía la bóveda maldita.

y de pronto sonaron en la altura


las campanas del Alba.
OBRA POETICA 133

Yo desperté, con las miedosas manos


en la página blanca,
y vi el mundo cambiando de colores
a través del cristal de la ventana,
mientras reía la serena frente
del arcángel guerrero cuyas alas
me sacaron del fondo de la noche.
j Oh, campanas del Alba!

EN LAS PRIMERAS HORAS

Este suave temblor,


este misterio, esta visión,
esta vaga vislumbre de candor,
este dulce comienzo de oración;
este vasto rumor
que sale del nocturno corazón;
esta trémula voz,
esta brisa despierta y este olor;
esta clara canción
que sube hacia los cielos, como Dios;
este apacible són
de flauta cristalina y caracol;
esta vaga ambición
de libertad, este calor
que nos llega al espíritu, este dón
de simpatía universal, ¿ qué son,
oh hermano?

Yel hermano respondió:


Es que ya
viene la
Aurora.
,134 RAFAEL MAYA

Tiembla como un cristal


al borde del abismo sideral.
Lleva el astro de luz confidencial
que vio Dante inmortal
al salir de la cárcel infernal.
La orla de su manto celestial
se agita sobre el sueño terrenal.
Empieza a despertar
la pureza del cielo angelical.
Todo se santifica a esa señal
de luz.

y sube el mar
a lavar a la ciudad.
Oh, hermano, va a llegar
el Rey. Apága ya
la lámpara de humilde claridad
que alumbró nuestra mesa fraternal.
Póstrate en humildad
y réza tu oración universal
por la alegría de crear,
por la pequeña dádiva del pan,
por la humana maldad
y por el gozo singular
de pensar
y soñar.
Escúcha la campana triunfal.
Hendida está la losa sepulcral.
Cristo sale de un huerto matinal.

i Oh lento florecer
del mundo! j Oh primavera siempre fiel!
j Oh dicha de creer

en Dios y en la mujer!
OBRA POETICA 135I

j Oh perenne verdura del laurel!


j Oh fresco manantial en la aridez!.
j Oh plenitud del sér!

j Oh locura de ver!
Hermano, hay que encender
nuestra esperanza en este amanecer,
y lograr la embriaguez
en la copa de miel.
Ya caen a nuestros pies
las fnItas en su plena madurez.
Tiembla el fuego solar como una red
de oro. Entre la mies
corre el agua propicia a nuestra sed.
j Vamos a poseer

la tierra en su completa desnudez!

ALMA PLENA

"Bueno es que nutra tu cora-


zón una alegría luminosa".
Esquilo.

Elévate, alma mía,


en una vasta aspiración, al centro
de vida. Respíra,
como un héroe de pie sobre una roca,
todos los fuertes hálitos que llegan
del infinito. Cánta
con voz universal, y que tu canto
se dilata en el día despejado
cual la sonrisa innúmera y sonora
del mar.
136 RAFAIl:L MAYA

Aspíra., aspíra
a la solemne plenitud Concéntra
en los senos radiantes de tu espíritu
toda la vida cósmica. Palpíta
en un hondo temblor de fuerzas nuevas,
como late el esío vigoroso
con su embriaguez de aromas y su verde
colonia juvenil de alto~ arbustos
que dejan escapar, entre la sombra,
apacibles collares de agua viva.

Todo está en ti, i oh alma! Eres el dueño


de la vida. Tu sola
mirada puede crear un universo
o destruír un mundo. Todo calla
cuando duermes, en pródigo descanso,
como la estatua de la luz tendida
sobre la piedra fúnebre del mundo.
y cuando abres los ojos
se hace en ti la creación, y es en ti j oh alma!,
donde ríe la luz y se despierta
el amor a manera de un mancebo
que, rompiendo las breves ligaduras
nocturnas, 'Salta y en la mano agita
el arco tenso de la flecha de oro.

Elévate, alma mía,


en una vasta aspiración. Despója .
de la niebla sutil de tu tristeza
la visión interior. Desnúda pronto
tu cuerpo de los húmedos harapos
con que vistiólo la piedad cansada.
Arrója la careta
trágica con que pasas por la vida,
OBRA POETICA 137

y que tu rostro se descubra vivo


y fresco como el rostro de la fuente
en su espesa guirnalda de verdura.

Siglos, siglos de grave


pesadumbre te abruman. La a~egría
murió como el destello de la copa
que se apura una noche y que se rompe
sobre las losas del festín, si cae
de la firme rodilla de los dioses.

Quebránta el hierro oscuro


de la cadena inmemorial, y ajústa
en torno de tu frente, señalada
con los negros estigmas de la muerte,
la corona de rosas,
empapadas en vino,
que ciñeron un tiempo los humanos
frente al mar polifono y bajo el cielo
donde dejan fluír las ricas urnas
rojos hilos de olímpica ambrosía.

Rómpe las vestiduras


negras con que pediste
piedad para tus goces, en la noche
rayada con las lenguas. de la hoguera
en que ardían los mártires convulsos,
en tanto que en las urnas
de fúnebre basalto
caía la ceniza de los cielos
para signar la frente de los hombres.

Olvída la plegaria
inútil que modulan
138 RAFAEL MAYA

los salterios profundos, en la nave


oscura de resinas olorosas,
y embóca, al sol naciente,
la trompeta de oro
que congrega las huestes matinales
y las dispersa por el campo abierto
y por las anchas vías libertadas.

Elévate, alma mía,


en una vasta aspiración. ¿No sientes
que te cargas de luz, como una nube?
¿No sientes que en tí caen
misteriosas semillas de esperanza,
como el rocío leve
que baja a refrescar la fiebre oscura
de la tierra, en las noches de verano?
¿ No te sientes henchida
de múltiples arterias que dilata
una sangre más joven, como el grueso
torso de una mujer que ha concebido
entre los verdes haces de la avena?

Oh, sí; la vida bate


contra ti como un río
que arrastra una floresta, desbordado.
La vida está fundiendo
su anillo con el oro
de todas las promesas que reserva
el porvenir.

¿No escuchas
los cánticos nupciales? ¿ No ves cómo
la selva se despoja de sus ramas
para tejer coronas que decoren
OBRA POBTICA 139

el umbral de tu puerta? Oh, sí; j la vida!


Mil voces, bajo el sol, cantan el himno
pánico. Frente al mar, otras mil voces
cantan la sangre. Y descendiendo, raudas,
por los flancos de la ávida colina,
celebran otras voces la alegría
de crear. Vasto coro
que llena el éter diáfano, envolviendo
en la nube dorada de los cantos,
el triunfo de la Tierra.

INVITACION A NAVEGAR

"Navigare necesset est".

Cuándo, cuándo llegará el día


en que me diga: Es necesario
navegar. Alísta una nave .
que tenga un timón y un palo
para colgar la vela nómade
que ha de perderse en el mar ancho.

Mi raza llevaba en la frente


el imperativo mandato.
Después lo grabó en su escudo
un poeta que fue corsario,
y puso un ángel con un remo
y una torre que eleva un faro.

La tibia noche de mi infancia


oyó una historia de naufragios
en que mi abuelo, que tenía
un corazón de Ulises bárbaro,
140 RAFAEL MAYA

murió de viejo en una isla


comiendo dátiles dorados.

Vino después el mar medido


con el compás del verso clásico.
Indómitas naves de Grecia
volaban al naval asalto,
y la memoria toda ardía
con la ciudad de los troyanos

Rítmicos grupos de mujeres


mi adolescencia despertaron
en forma de sirenas jóvenes
que llamaban mi esquife raudo,
haciendo sonar en su escollo
los caracoles encantados.

Y, en la dulce fiebre que flota


sobre una noche de verano,
siempre vi ciudades lejanas,
curvadas a modo de un brazo,
para estrechar un golfo donde
se duplican faros fantásticos.

Y este dón del interno ritmo


que ata palabras como ramos,
es lejana reminiscencia
de la marea, y de los cantos
que entonan los viejos marinos
balanceándose sobre el barco.

Pero yo nací en una urbe


hecha de granito y de mármol,
con escudos de piedra tosca
OBRA POETICA 141

que unen la clave de los arcos,


y llena de polvo y de huesos
como un antiguo catafalco.

i Lejos del mar! Altas colinas


estrechan, mudas, el ámbito.
El tiempo mismo allí conserva
su virtud de encaje plegado,
y de la espada de un guerrero
cuelgan los hábitos de un santo.

Cuándo, cuándo llegará el día


en que me diga: Es necesario
navegar. Alista una nave
que tenga un timón y un palo
para colgar la vela nómade
que ha de perderse en el mar ancho

Yo partiré. Nubes alegres


me trazarán un rumbo claro.
Se esfumará la playa como
el curvo vuelo de los páj aros,
y ya sólo tendré delante
los mil caminos del espacio.
Y he de gritar: Adiós, i oh tierra!
amasada con polvo y llanto
bajo la furia de tus cielos,
y cruzada pOTríos amargos
que te ciñen a la cintura
el viejo sayal de los campos.
Tú me diste tu rojo vino
exprimido en diáfanos vasos,
y abriste tus follajes verdes
142

para refrescar mi cansancio,


y fui tan rico bajo un árbol
como un monarca en su palado.

Me labraste lechos de cedro


para el amor. Bajo los astros
vi mujeres de muchas razas
desnudando su cuerpo blanco
que proyectaba sobre el mundo
la sombra del dolor humano.

Corté la caña que se alza


en la ribera de los lagos,
para cantar penas· antiguas
o venideros, desengaños,
y, sobre el cielo o el infierno,
cada verso quedó temblando
como con el peso de un ave
suele doblarse un junco largo.

¡Ah 1, mas nada será bastante


a detenerme. Un viento extraño
silba. La bruma se despeja.
Clavémos el mástil gallardo
para colgar la vela nómade
que ha de perderse en el mar ancho.

HIMNO A LA AURORA PRESENTIDA

Aurora presentida
tras de mi noche.
Aurora que te ciernes sobre mi negro monte
en un triunfo de arpas
OBRA POETICA 143

y de coros angélicos.
Aurora presentida
tras de mi noche.
Vas llenando el espacio de un resplandor sereno
en que se mezclan todas
las absortas miradas de las vírgenes blancas.
Te tiendes como un arco
trémulo
sobre el abismo azul para que pasen
los celestes espíritus que llevan
tu suave resplandor sobre la frente.

Aurora presentida
tras de mi noche.
Te formaste en la sombra,
lentamente, a manera
del pendón cuyos hilos, uno a uno,
fueron tramados en la noche ciega
por un grupo de esclavas laboriosas
para lucir, en los balcones reales,
un día de victoria.
Ya llegas, ya te anuncia
la tromp€ta de oro.
Roto en el suelo yace
el fúnebre madero
donde sufrí la múltiple agonía
de las horas, y roto
está el negro martillo que en mi frente
clavaba el hierro frío
de la imperial corona de mis sueños.
Ya llegas, ya te anuncia
la espada temblorosa
que asoma entre la bruma taladrando
el corazón ingrato de la tierra.,
144 RAFAEL MATA

Ya llegas, ya te anuncia
el éxtasis qorado
que abre el párpado gris del horizonte.
Míra que me despojo
ya de mi vestidura,
toda empapada en el sudor nocturno,
y en cuyos negros pliegues.
se movían las larvas del pecado,
para quedar desnudo,
como el dios impetuoso de los aires,
y recibirte, plena,
vasta y total, aurora presentida.
Y llegas ...

Aquí tienes mi espíritu


como una copa de cristal alzada
para que se desborde tu alegría.
Aquí tienes mL cuerpo
formado, como un horno,
con el oscuro limo de los ríos
humanos, para que éntre
tu calor y lo funda
y lo enrojezca de pasión a modo
de la estatua de un héroe que crepita
en el crisol incombustible.
Llegas,

aurora presentida.
El soplo de tus alas
va inflamando el espacio
como el fulmíneo vuelo de un arcángel
en cólera. Tus manos
abren rutas de oro
en la comba celeste
OB!l.A POJfI'IOA

y vientos mensajeros,
salidos de la selva de la noche,
pregonan tu llegada
como en las rubias horas del terrestre
verano pasa el aire
anunciando en sus silbos pastoriles
el dorado temblor de las praderas.

Aurora presentida
tras de mi noche.
Ya llegas, ya te acercas,
y creces, Ya tu frente
rompe la oscura zona y centellea
de luz, como las sienes
humanas que despiertan del olvido
y vuelven a forjarse un mundo nuevo
de verdades aladas
y graves pensamientos luminosos.
De tu seno fecundo
fluyen claras corrientes
como el agua. que baja por los flancos
de un monte plateado de olivares.
La bruma de los valles
sube como un incienso
a velart~ la faz. Alzan los árboles
sus ramas ofreciendo
la guirnalda vivaz de su follaje
para mullir tu enérgica victoria,
y voces infantiles
rasgan el éter puro como flechas
de oro que se clavan
en los Benos desnudos
de una bella mujer martirizada.
146 RAFAEL MAYA

Ya llegas, ya te acercas
aurora presentida.
Con los brazos, abiertos
y fijo en la desnuda lontananza,
como el hombre que sube a un promontorio
a consultar la estrella de los mares,
yo te e1spero, oh aurora,
que me darás tu libertad tranquila,
tu sereno dominio del espacio
y tu canto de luz en el abismo.

CANTO DEL HO:l\1:BRE NUEVO

Si; yo bien sé que un día


he de vivir de nuevo en otro mundo
más hermoso, y en una
juventud vigorosa y perdurable.
Será después de que la tierra oscura
me reciba en su senO'como al fruto
maduro que se cae de la rama.
Se pudrirán mis huesos,
secaránse mis venas como antiguos
canales, y mi carne irá cayendo
a par de los andrajos funera~es.
Y de esa oscura forma,
de ese siniestro afán, cual de las manos
esclavas que soportan la cadena
se ve brotar el ánfora armoniosa,
un nuevo sér resurgirá a la vida.
Será bajo la gracia
nupcial de una mañana en que se agiten
los espíritus leves de la tierra.
Lluvias primaverales,
o:BRA POWl'ICA 147

cernidas a través de los ramajes


aéreos de los árboles alegres,
habrán barrido el va.lle
como el rústico patio de una ermita.
Especies aromosas
difundirán una ebriedad celeste
por el ambiente claro,
y múltiples caminos
hendirán las montañas bajo el pa.so
fuerte de los descalzos mensajeros
que irán, en claros grupos,
tremolando banderas matinales.
y yo resurgiré.
Una más pura
sangre circulará por mis arterias
y moverá mi corazón al ritmo
potente de las hélices divinas.
De mi rostro marchito,
modelado en la gleba pecadora,
se borrarán las huellas del insomni()
sufrido entre los brazos mercenarios,
o a la luz de la lámpara ya exhausta
cuando, sobre la página inconclusa,
caía el verso como
una larva de oro desprendida
del árbol de los sueños.
y yo resurgiré.
No ya las hO'lldas
arrugas que formaban en mis sienes
una siniestra red, sino la sabia
tensión de las cabezas inmortales
que, en su zona de luz, vive la vida
eterna de una idea silenciosa.
148 RAFAEL MAYA

Una risueña juventud, a modo


de un resplandor heroico, por mi cuerpo
difundirá sus hálitos vitales.
La sombra de una idea
bella tan sólo nublará mi rostro,
como esa breve proyección que arrojan
las hojas del laurel sobre la frente
de los bravos mancebos efigiados.
Del terrestre dolor, de la amargura
hermana, de la fiebre padecida
bajo el sol encendido, del furioso
trabajo de los días, de la lenta
destrucción, nada, nada,
conservarán mi cuerpo y mi memoria.
Nociones cristalinas,
como azules corrientes que arrastraran
la imagen de las húmedas riberas,
penetrarán en mi conciencia clara,
llevando la belleza
pura, directa y sustancial del mundo.
Será el conocimiento
como un enlace místico del alma
con las diáfanas formas terrenales.

En cada amanecer, por los senderos


húmedos, diré el himno
de las trémulas horas que preceden
al sol.
Canto sagrado
lleno de balbuceos infinitos
cual la oración de los primeros hombres
en la primer mañana de la tierra.
Las. ramas de los árboles
se curvarán de amor cual las ojivas
OBRA POETICA 149

sagradas sobre el éxtasis


en que duermen los santos visionarios.
Subirán las palabras
con religiosa gravedad luciendG,
en su fuerte sentido originario,
la lozanía vegetal que ostentan
las guirnaldas tej idas
con las hierbas que nacen bajo el agua.

Un temblor semejante
al pálido temblor de los almendros
bajo la lluvia, por el cielo blanco
difundirá su rósea opalescencia.
Dórase así el contorno
de las sacras columnas
cuando salen las vírgenes del alba,
y en el altar de piedra
encienden los carbones perfumados.
Largos hilos azules,
émulos de las venas que circulan
por el seno precoz de una doncella,
irán rayando el éter
y se abrirán como canales diáfanos
y cual golfos cerúleos
para encerrar las aguas impetuosas
de la luz.
y postrado,
como el velloso conductor de greyes
sin dueño, ante la hoguera primitiva,
cantaré al sol:
j Oh, padre luminoso!
varón que tienes el costado en llamas
y en cuya sien, bajo el dorado fuego
de los cabellos, resplandece una
corona de saetas luminosas.
Tu cuerpo fue forjado
de metales brillantes.
Tu ancho pecho recibe,
y las devuelve en ondas invisibles,
las áreas corrientes,
los arroyos de tácita energía,
los torbellinos cósmicos del éter.
Tu sandalia, clavada
de diamantes, va hollando
las viejas rocas de granito y oro
por donde corre el Tiempo. De tus manos
caen siempre virtudes germinales
y tu cintura rítmica se envuelve
como en un gran vellón, en. el espacio.
i Oh dios del fuego! desvan~e pronto
el fúnebre fantasma de mi vida
pasada. Ház que se borren
las huellas de mis pies sobre la tierra
ántigua en que mis brazos trabajaron,
y se curvó mi espalda bajo el peso
de todos los pecados de la raza.
Ilumíname el mundo
joven, con la dorada
antorcha. que crepita entre tus manos.
Que todos los caminos
sean de libertad. Que se abran todas
las fuentes a mi sed como regazos
frescos que me acogieran
entre el verdor de la natal campiña.
Que cada día sea
una fiesta litúrgica de gritos
caniculares como
la vendimia solar en que los hombres
OBRA POETICJ\ Hit

se pintan con el mosto de las cubas.


Que los árboles dejen
caer sus frutos sobre mi, durante
el sueño, y que despierte
entre rojos racimos y montones
de pomas que el calor vaya fundiendo
en transparentes ríos de dulzura.
y que toda la tierra
me sea como un dón, como una mesa.
jovial donde se esparza
mi serena alegría entre las flores
y los arbustos, mientras
pasan las estaciones renovando
su fulgor.
i Oh gran Padre!
comunícame el fuego que palpita
en tus entrañas pródigas!

LAS ALAS

Yo tenía dos alas,


el ala azul, el ala roja.

El ala azul era en mi hombro


como el peplo
que el huracán profético desenvuelve
en torno del brazo de las Sibilas.

Como el arco de alianza


que tiembla entre los dedos de la lluvia,
el ala azul iba en mi hombro
sembrando paz entre los mortales.
152 RAFAEL MAYA

Su sombra se cernía
sobre la tierra hecha de lodo y de ceniza,
como la sombra de una nube benéfica
que trae el agua,
absorbida en los ríos lejanos,
para refrescar la pradera
donde crecen las flores párvulas
y la hierba humilde
que es llevada en carretas para el establo.

El ala azul era en mi hombro


como el ala del arcángel guerrero
que defiende a los niños
y vela el sueño de las vírgenes.

El ala azul era en mi hombro


como el pabellón de flores
que protege los idilios campestres
y la púdica entrega de la doncella,
alta y flexible
como las pastoras del agreste Teócrito.

Otras veces
era como el toldo de colores
de una feria, en un pueblo alegre,
que tiene un anfiteatro de colinas
y un río
para mover las aspas de lienzo
que anuncian el nacimiento del pan.

El ala azul era en mi hombro


como la sombra de la campana
sobre el atrio evangélico de la iglesia.
OBRA POETICA 153

(Oh, las mañanas,


cuando entre las palmas sacramentales
entraba el asno manso
a beber el agua del cielo
en los tazones de piedra).

El ala azul era el misterio


de la tarde sobre el valle humoso
donde parpadean las ventanas,
ante la lejanía del cielo
que se recoge en el horizonte
como un velo lleno de flores extrañas.

El ala azul era en mi hombro


como el ala del sueño
caída sobre el mundo.

Yo tenía dos alas,


el ala azul, el ala roja.

El ala roja era en mi hombro


como una llama.
Semejante a un pendón de guerra
entre el cobre de las trompetas,
el ala roja saludaba
la asunción del alba.

El ala roja
encendía el fuego
en la sangre de los mancebos
y en las mejillas. de las vírgenes.
ftAPAIIL HAYA

El ala roja presidía


el rito nupcial, en la noche
sin término, cuando el río de carne
fluye de los lechos,
poblado de gritos
como las aguas que devastan una ciudad.

El ala roja era mi hombro


para surcar las rutas
aéreas. Para el vuelo soberbio
sobre el mar y la tierra.
Para descubrir las costas
celestes, donde se encienden los faros
que orientan a las naves
ya los conductores de rebaños
por ,los caminos de la tierra.
Para seguir el cauce
de la luz que nace
en las rosadas praderas del Para.íso
donde las vírgenes desnudas
recogen el rocío en sus manos.

El ala roja alimentaba


con su soplo
las hogueras, prendidas. en el mundo
para consumir las selvas
y los libros
y el cuerpo llagado de los, mártires.
Para sembrar de espanto
el alma dulce de las fieras.
Para pu~1ifcar el agua
que nace de los líquenes
y se enturbia después entre los cauces
terrestres. Para fundir los metales
OBRA POETICA 155

que perpetúan, entre los hombres,


el sueño vago de las formas increadas.

Yo tenía dos alas,


el ala azul, el ala roja.

Hoy, cuando de mi vida


penden las años muertos,
como las flores secas de las ventanas
abiertas para los festivales
mundanos, camino por la tierra
tambaleándome a modo
del labrador que vuelve de la vendimia,
porque he perdido
mis dos aJas.
Vanamente, en la noche
ciega, por las ciudades
que festejan con ramilletes de farolas
se triunfo de lujuria
y de sangre,
. clamo por mis· dos alas.
No las encuentro y solo,
errante y abstraído,
voy como fundiéndome, paso a paso,
en el gran caos nocturno.

LA MUERTE DEL HERüE

De súbito un flechazo
vibró y el fino dardo
hincóse en su costado,
mientras un hilo cálido
descendía a lo largo
156" RAFAEL MAYA

del cuerpo inmaculado.


Irguió el desnudo brazo
cuyo contorno pálido
cobró un matiz dorado.
Se fue a poco doblando
sobre la tierra. Un largo
mechón cubrió su blanco
rostro. Los fuertes brazos
cayeron a los lados.
Curvóse como un arco.
Su pecho de centauro
vaciábase en un largo
.sollozo. El labio árido,
que fUe experto en el canto,
buscaba en el espacio
,la frescura de un vaso
de miel.
Impetu vano,
de arranque o vuelo raudo,
lo sacudió y acaso
sintió el olivo ático
sobre su sien de mármol,
en tanto que el esclavo
le vertía un jarro
de aceite perfumado.
Mas pronto el hierro amargo
volvió 'Su alma al regazo
de los dioses. Un manto
de luz fue resbalando
de los árboles mansos
y Io vistió de rayos
vibrantes como a un astro.
El día estaba claro
yel sol, en lo más alto, .
OBRA POETICA 157

radiaba como un trapo


de púrpura engarzado
en la punta de un palo
heroico.
El casto
cuerpo vertía el vago
fulgor de un alabastro
lleno de vino diáfano.
En la curva del labio
se acentuaban los rasgos
de un dios que halla descanso
bajo el verde emparrado
que sombrea un patio.
Entre la boca el árido
lustre de los de~gados
dientes de perro bárbaro.
Y, como un crespo océano,
ya revueltas, velando
el sueño de los párpados,
las melenas de heraldo
que prensó bajo el casco
de hierro, aligerado
por dos alas de pájaro.

Así vivía el héroe


en su claustro de rocas.
Un mar de hierbas trémulas
se extendía en redor sin que ninguna
ruta cortase su verdor tranquilo,
Ni la tarda pezuña,
ni la viajera planta,
arrugaron las ondas vegetales.
Y en la remota orilla
de aquel piélago glauco se agitaban
158 RAFAEL MAYA

los hombres sin que nunca


llegase humana voz hasta las rocas
donde el héroe crecía bajo el ojo
del sol.
Intacta y pura,
su juventud dorábase a manera
de un fruto en una rama.
Bajo el espacio abierto,
donde el éter bullía preparando
la creación de mundos invisib:es,
solo, enhiesto, tranquilo,
bañábase en la lumbre merid!ana.
La claridad ponía
un círculo de fuego
en torno de sus sienes vigorosas,
como ese resplandor que ciega el rostro
de una virgen ecuestre,
ceñida en una vaga incandescencia
de metales guerreros.
En su tórax se henchía
la fuerza que reparte
la serena virtud del movimiento,
ya se rompa en el juego de la vida
° se equilibre en el esfuerzo unánime
de dos alas abiertas.
Bajo el enjuto mus~o
se traducía la vital urdimbre
del nervio, más tirante que las cuerdas
de un navío empujado por el viento
en una roja tarde de borrasca.
Y, propicia al esfuerzo
elástico del salto,
la tosca prominencia
de la móvil rodilla,
OBRA POilTICA 159

pulida como el áspero guij arra


del sendero que lleva hasta las aguas
de un río conocido.
Así vivía el Héroe.
La vasta geometría
de las rocas natFJes,
simplificando el mun(lo de las formas,
disciplinaba su visió:l interna.
El sol aparecía
limpio como un escudo
abandonado al pie de una columna;
y el Héroe, en el ingenuo
arrobo de los nómadas lacustres,
recibía la diáfana enseñanza
de claridad que el astro
vertía en su conciencia primitiva.
Luégo, como la bestia
que llevan los pontífices mitrados
a sumergir en las sagradas. fuentes,
el Héroe descendía
al fondo de los puros manantiales
que improvisaban sus volubles arcos
y tejían sus voces
en medio de esa pétrea arquitectura.
Sumergido en la viva
conciencia transparente de la tierra,
se redimía de la carne grave
y de la vieja esclavitud que fluye
por las venas humanas.
El mundo proyectaba
sobre el cristal sensible de su espíritu
no la sombra que huye
sino la forma eterna.
(Así el agua tranquila,
160 RAFAEL MAYA

reflejando los cambios en la nube,


se abisma en el azul que es la perpetua
fidelidad del cielo).
El viento que se afila
entre los duros riscos
le traía semillas de verdades
activas, y palabras
para animar el alma de una raza
viril sobre la tierra miserable.
y en los giros del aire
recogía el breve
consejo de constante ligereza
que movía sus nuevos pensamientos
como esferas de oro
en torno de sus órbitas tranquilas.
Así vivía el Héroe.
Lejos, bajo la sorda indiferencia
de cielos implacables,
ora ardientes a modo
de una pasión estéril, o rojizos
COmolos campos que secó el verano,
o bien cargados de agua
como los grandes ojos de los niños,
hervían las ciudades
en medio de sus fértiles colinas,
a la orilla del mar, o entre las quiebras
de inhóspites peñones.
Los rústicos caminos
les ceñían sus fajas de verdura.
Viejos puentes de piedra .
tendían 'sus abrazos
sobre el abismo. En las abiertas calles,
forjaba sus motores
o movía sus hélices
OBRA POi:TICA 161

la divina mecamca,
mientras los altos árboles polvosos,
plantados a lo largo de las vías,
renovaban también sobre la piedra
de las pulcras mansiones
su primavera urbana,
lustrando el viejo cobre de sus hojas
bajo la luz refleja de los vidrios
que prenden su fulgor en los balcones.
Luégo, cuando tla noche
desataba sus tácitos arroyos
de sombra, y encendía en las riberas
sus antiguos fanales,
el grito de los hombres,
sumidos en la fiebre de los lechos
llevaba hasta la altura
un eco de las hondas soledades
terrestres, y el cansancio
de la carne que busca el infinito
agotando las formas del deseo.
Mas el Héroe, entretanto,
crecía en gracia bajo el ojo grande
del sol. Iba a bajar a las ciudades
vestido de su propia cabellera
como los leones. En su labio ardía
la palabra violenta
que llena el corazón de los que viven
en honda compañía con el desierto.
Iba a crear el alma
de los hombres en una aurora nueva
que amasara con fuego
las entrañas del mundo.
A renovar las razas
de corazón cansado,
UI2 RAFAEL MAYA

que rellenan de polvo y de ceniza


los angostos caminos de la tierra.
A encender en las frentes
humanas, como encima de una cumbre
bañada con la sangre de los mártires,
una nueva esperanza
más rica de fulgores que el abismo
de los cie~os nocturnos.
A libertar al hombre
del siniestro madero
levantado en la noche milenaria
sobre erlaltar de flores
que sostuvo la copa
toda colmada del antiguo vino.
y a prometer la tierra,
fecunda de sus dones, al esfuerzo
más alto, y al vigor de la conquista,
y al más vibrante gritol que saliese
del pecho acorazado en el más bello
escudo.
Así la tierra,
en medio de sus verdes estaciones,
sonreía desnuda,
con la frente cargada de racimos.
Ya descendía el Héroe
cuando fue herido por la flecha
bajo la luz impasible del día.
La tierra
no lo supo, ni lo supieron los hombres
encorvados sobre su faena
bajo la maldición antigua.
Las ciudades lanzaban por las chimeneas
su hálito impuro,
alimentado por aguas lentas.
Emigraban el dolor yel hastlo
ora a impulso de las velas
marinas, o sobre el carro
que hace crujir por el camino sus correas.
Una tierras indiferentes
daban las mismas cosechas,
y siempre, por las tardes, se oía el mismo canto
que, a lo largo de las riberas,
modulaba una vozsoibre la nostalgia
de dos flautas de avena.
Parecía.n cambiar los paisajes
tomando el .color de la hierba
que obedece al influjo del sol
como las mareas.
Las aguas
repartían sus virtudes eternas,
atravesando las ciudades
o las comarcas secas.
Monótonas plegarias
subían a la hora de la tormenta,
y risas de niños y mujeres
si 1&atmósfera era serena.
Todo estaba lo mismo en el cielo
y en la tierra.

CANTO DEL HOMBRE CAUTIVO

Me vuelvo a recoger baj o mi lámpara


y me siento seguro como el niño
que ha cerrado las puertas de la alcoba
en la noche de viento.
Me vuelvo a recoger.
Crecen mis f'ue:ijos
164 RAFAEL MAYA

bajo la luz benigna,


como crece la hierba
más robusta debajo de los árboles.
Fuéra cierne la noche
su impalpable ceniza
sobre la frente pávida del mundo.
Solamente las torres
cruzan de un horizonte a otro horizonte
sus señales de luz. En el espacio
germina el éter produciendo a veces
esas fosforescencias que denuncian
el hondo nacimiento de una estrena.
Pero yo pienso. El universo entero
se reduce a un anillo que me ciñe
las sienes. Y mi vida
-tan varia y permanente-
se integra con sus bienes y sus males
como la sombra y el fulgor se funden
en la unidad simbólica del agua.

y entonces mi nocturno pensamiento


se hace conciencia universal Y cantan
en mí voces remotas
y siento que despuntan en mi espíritu
albas en cuya luz se purifican
serafines de fuego;
auroras que despiertan en los campos
del paraíso; días
azules en que nacen las mujeres.
más bellas, y estaciones
cargadas de racimos y de frutos
como las barcas que conducen toda
la abundancia terrestre de una isla
maravillosa.
OBRA POETICA 165

Entonces,
como el agua en la hoja de la hierba,
cuajan en mí rocíos de palabras
y yemas de expresión en cuyo seno
se maduran los gérmenes del mundo.
Aguas de luz, en trémulos arroyos,
golpeadas en las rocas de lo eterno
fecundizan mi sér; y como el campo
sobre el cual se deshorda una cisterna,
reverdezco de gémulas doradas
y me visto de flores,
mientras recorre mis ardientes venas
la fiebre vegetal en que se mece
el sueño de una lánguida floresta.
y soy de nuevo fuerte
y otra vez soy sencillo
como el mástil guerrero de una torre
o como una guirnalda de vio~etas.

Me vuelvo a recoger bajo mi lámpara


en la noche de viento.
y es ahora
el vasto corazón del infinito
quien sufre mi congoja y quien soporta
ritmo de mi sangre
morta1. Cada palabra
de mi boca, perdida entre los hombres,
ensánchase allá arriba comol el eco
diáfano que devuelve una colina
cuando en la tarde clara grita un niño.
Sé que mi voz de hombre,
ora cruce jardines agobiados
de flores, que descienden hacia un río
en cuyo fondo glauco duerme el oro,
166

o bien se alce en la roja


soledad, bajo el cielo incandeseente
qUe rodea de insectos zumbadores
la aridez de 108 pozos,
ha de turbar el seno
del abi'smoinfinito,
y hará nublar la inmensidad serena
tan .limpia y tan azul sobre el humano
dolor, sobre la muerte de los campos,
sobre la negra sangre de las razas
y sobre las tinieblas
en que gritan y cantan las ciudades.

También 'Sé que está viva,


sobre mi amor del día o de la noche,
la piedad de la altura,
y que allá repercute
el beso largo y húmedo que cae,
como un copo de luz, de una ventana
humilde, o el esfuerto
viril con que se exprime de la hembra
todo el jugo de un huerto en que las frutas
abren su madurez desde las ramas.
y mi verso, manchado
del color de la tierra,
libre como las alas o las flechas,
va a clavarse en el ancho
corazón estelar que está desnudó
como el hermoso corazón de un mártir
levantado en la cruz y cuya sangre
incita, cual la miel de los racimos,
la golosa avidez de las abeja:!.
oaRA POETICA 167

Así vela la noche


sobre mi soledad como una madre
que, entre los pliegues de su manto oscuro,
ocultase una lámpara temiendo
despertarme.
y yo velo
y me siento seguro como el niño
que ha cerrado las puertas de la alcoba
en la noche de viento.

DOMUS AUREA

Como las casas de Israel,


levantadas en troncos de palmera,
y en (;uyos patios blanqueaban
los sepulcros de los patriarcas,
así te alzas, casa de mis abuelos,
sostenida en columnas de roble
y cruzada por vigas de pino.
La tierra en que te asientas
es buena. Está abonada
con huesos heroicos,
y la riegan arroyos perpetuos.
Tierra para el pan,
tierra para el humo,
tierar para los bueyes,
donde se fabrican los .hornos de arcn;a,
donde se queman las maderas olorosas,
donde se labran los arados r'esonantes.
Así te alzas, casa de mis abuelos.
Eres fuerte
como las tablas de cedro
con que fueron vestidas tus puertas.
RAFAIlL MAYA

Eres buena
como las piedras del molino,
que descansan en la tarde del sábado.
Eres justa
como tus aguas nativas
que se reparten en vertientes iguales.
y eres ancha
como tus campos que trasforman
en impalpables ondas de aire puro
el temblor de la hierba amarilla.
Así te alzas, casa de mis abuelos.

Una faja de piedra


te ciñe, y apareces
oomo un hombre que envuelve sus riñones
en la piel de las cabras montaraces.
Espesas higueras,
que dejan filtrar el humo de los fogones,
te rodean meciendo
sus follajes oscuros
donde resuena la lluvia de verano,
como en las tiendas de cuero
improvisadas por una tribu bárbara.
En tus patios se escucha,
por las mañanas, el ruido de la cadena
arrancadas a los brazos serviles.
para subir el agua del pozo,
que se condensa en neblina irisada
entre las hojas del brocal de ladrillo-.
Rústicas vides,
enjoyadas de zarcillos. húmedos,
trepan por tu techo hospitalario
vistiéndote de guirnaldas flotan.tes
como a la na ve de8tinada
ODRA POll:TICA 16lJ

para celebrar las fiestas del vino.


Tus portales se abren
para que circulen las corrientes aéreas
que trasforman la luz y conducen,
como velas dormidas a 10 largo del mástil,
las vagas formas del silencio.
Bajo tus aleros ahumados,
o al pie de tus escaños de piedra,
se guarecen inocentes colonias
de abejas que distribuyen sus labores
entre el follaje matinal de los sauces
para volver, en la tarde,
como un pueblo que celebra con pífanos
su regreso a la patria,
hasta los huecos abrigados,
donde la amargura de la tierra
y el dolor del canto errante
y el peso de las alas abrumadas de polvo
se convierten en el grumo diáfano
labrado en la sombra para contener
la infinita dulzura de la luz creadora.
Así te alzas, casa de mis abuelos.

Anchos ríos
que ciñen islas verdes
en cuyos árboles se po~an
aves desterradas de lánguidos climas,
conducen a tus puerta8
la riqueza de regiones extrafias,
al balanceo de las barcas
que zozobran con la abundaneia de frutos
como continentes ahogados
bajo el peso de Un otofío excesivo.
Innumerables camino:;;,
uo-.-a
170 RAFAEL MAYA

labrados por la pezuña de las bestias,


parten desde tus murallas
como mensajeros de boca de oro
que celebran tu fuego
siempre encendido entre las piedras
del hogar; la bondad de tu vino
que se enfría debajo de las ramas
en el cántaro que se ofrece al cielo
como el vaso litúrgico
que contiene la sangre de un santo;
la pureza de tus aguas
que describen, sobre el césped inculto,
curvas ágiles como el salto de un galgo;
la paz de tus graneros
grávidos como el vientre
de una mujer que en las noches de estío
mulle el lecho con sólo su cabellera;
tus viej as panoplias
hechas con las astas salvadas
en las hecatombes de bueyes,
y de donde cuelgan las armas
que dirimen contiendas forales
y despejan de alondras el cielo.
Así pregonan los caminos
tu vida fecunda,
tu próspera hacienda,
tu sencillez desnuda
olorosa a las hierbas saludables
que arraigan en el umbral de tus puertas.
Así cantan tu vida,
fuerte y alegre
como un casco de acero
donde se mece una pluma lánguida,
o como tus arados
OBl't.APOwr!CA 1.71

en cuya reja amanecen loe pájarOl,


o como la frente de tus hombres
que, al salir de la noche,
se cubren de gloria como el cielo del alba.

Pero, muy adentro,


en la cámara de robusto artesonado,
junto al lecho de pabellones oscuros,
sobre el estrado donde arden los braseros,
frente a las imágenes piadosas,
o en medio de los espejos antiguOl8,
reparte su ademán sapiente
la flor de tu sangre,
la entraña de tu pueblo,
la palma de tu raza,
la raíz de tu tierra:
eso eres, ¡oh madre! bajo la toca humilde
que te circunda de días.
Eres hermosa como un templo
edificado sobre una colina.
Las siete virtudes te coronan
como torres que defienden una ciudadela.
Tu corazón es equilibrio de fuerzas
como una cúpula.
La edad no ha llegado a tus sienes,
y eres como una piedra
gastada por el sol únicamente en la base.
Tu delantal alegre
renueva sus flores dentro del agua,
de modo que siempre vas envuelta
en un ligero verano.
Animas las cosas
como el mismo grito de júbilo
con que nos diste la vida.
172 RAFAEL MAYA

La buena alegría
te ciñe de una zona dorada
como si estuviese detrás un ángel
inflamando la atmósfera con su vuelo.
y pisas la tierra
con el pie de los árboles.
Por eso te sostienen los muertos
y por eso, ya vuelvas la frente
al lado de la noche,
o al lado del día,
te levantas oomo la columna firme,
labrada en oro de la raza
y en bronce de la tierra.

BAJO EL ALA DE LA VICTORIA

De súbito, en nuestros lechos de piedra,


mullidos con la piel de las bestias sacrificadas
bajo el arco,
nos despierta una voz alegre,
voz de capitán o de marinero,
acostumbrada a gritar desde la arena
.para que se despierte el bosque de mástiles
clavados en el sueño del agua.
Al campo, al campo, al campo,
dice la voz dorada como un cobre.
Saltamos. En nuestra frente perdura,
como en una arcilla mojada,
el trabajo de la noche que modela los sueños
y ata los párpados caídos
con el hilo de seda
elaborado por las orugas de la muerte.
• La primera luz nos infunde
OBRA POJ:TICA 173

una leve embriaguez, y avanzamos


como los carros demasiado llenos de hierba.
Pero pronto el espacio
se inmoviliza sobre nuestra frente,
y participamos de] equilibrio del día
como el niño que ve el agua ya quieta
en torno de sus rodillas.
y entramos al campo.

Somos seis compañeros.


Un mismo esfuerzo vincula
nuestra juventud a modo del nervio
que liga todas las plumas del ala.
Cubre una misma luz nuestras sienes
como la veta de oro
que recorre las piedras de una cantera.
Idéntica ternura nos une
como la cera que aprisiona las cañas impares
en el instrumento de pocas notas.
Al darnos la mano
cerramos el cielo de nuestra infancia
como las montañas de la tierra nativa.
Crecimos juntos
como los sauces sembrados el mismo día.
La lluvia hizo prosperar nuestras cabelleras.
La tarde nos reconciliaba con el cielo
mezclando el humo de nuestros hogares.
Nos orientaban unas mismas fogatas
cuando regresábamos, en coro fraterno,
al valle sordo de voces bajo la bruma
que subía de los arroyos nocturnos.
Después, los seis compañeros
salimos al encuentro de la victoria
coronados de luz, únicamente, como las torres.
Cuando pisamos la hierba húmeda
tuvimos, por anticipado, la emoción del triunfo
porque encontramos la tierra buena bajo nuestros
(pies.
Sentimos que circulaba por nuestras plantas
y 'subía por nuestras piernas desnudas
la savia vegetal de que se alimenta
el pueblo laborioso de las raíces.
Mejor que el que escucha latir su propia sangre
por la noche, en el hueco de la almohada,
y sorprende el ritmo de su corazón desvelado,
advertimos nosotros el pulso vivo de la tierra,
y el sueño de las florestas subterráneas,
y la fiebre germinal de las semillas,
y la decantación del agua en los filtros profundos.
Así prometimos ser buenos en la lucha,
llevando toda esa vida en nuestras arterias,
y pelear por la tierra que había formado nuestros
(puños
tan recios como los nudos de los árboles,
y despejaba nuestras frentes lo mismo
que despeja los horizontes con el viento.
Por la tierra que había dejado en nuestros ojos
la pureza de los espacios llenos de aire y de agua,
y madurado nuestro corazón temeroso
como madura las frutas, librándolas del pico
(enemigo,
entre la envoltura de sus propias hojas.

Entonces, por el extremo opuesto del campo,


aparecieron los enemigos imberbes,
el grupo bárbaro que venía a disputarnos la rama
de olivo. Eran acaso demasiado jóvenes,
pero tenían una sangre oscura de mercenarios.
OBRA POETICA 175

Faenas serviles habían deformado sus cuerpos


y mascaban la rabia seca ele su fuerza sin gracia.
Lanzaron, al v:ernos, su grito ele tribu codiciosa
nacida en la tierra que sólo,produce el cardo.
Odiaban nuestra raza a través de sus puños
porque hizo el vientre de nuestras madres como el
(alfarero
que mode~a los. vasos del templo en arcilla dorada.

Sus abuelos habían cazado mujeres con el arco


y las violaban después sobre la piel de un toro.
Ellos, en su adolescencia fogosa,
querían ornarse con la gracia de nuestras doncellas
como si súbItamente un cauce seco,
por donde en otro ti~mpo se deslizó un río de
(bálsamo,
viera tupidas sus orillas de juncos verdes.
Ibamos, pues, al encuentro cuando las. primeras
(horas
habían caído perfectas del cielo que se dilataba
en ondas luminosas como la sonrisa de las aguas
(marinas.
Limitaban el campo hileras de sauces claros,
y detrás del cortinaje aéreo prometían las colinas
sus bellos flancos, sumergidos en la plenitud del
(día.

Lo demás fue violencia. Nos abrazamos en la lucha


como sarmientos. que se retuercen en una llama
(silenciosa.
Nuestra carne revuelta creaba la humana
(arquitectura
en equilibrios súbitos, en rápidos escorzos, en
(posturas soberbias.
176 RAFAEL MAYA

Era un esfuerzo unánime que aislaba la vida del


(músculo,
y en el que consumíamos, como en la hora del
(delirio,
la última burbuja de aire contenida en la tierra.
Luégo, postrados unos, otros en pie, sentíamos
(la vida
llenar nuevamente nuestros pechos, y en una
(aspiración ancha
bebíamos el espacio, la claridad, la lejanía.
Después el salto ágil, el golpe audaz, la curva
(corta,
el vuelo circular del buitre, la reminiscencia
(del felino,
la divina celeridad de la centella que funde hierro
Nuestras propias arterias nos ceñían como
(cordajes.
Palpitaban nuestros vientres como los ijares de
(nn galgo.
Los cabellos. húmedos se nos pegaban a las sienes
como se adhiere el lienzo mojado sobre un boceto
(heroico.
Iban cayendo los compañeros y crispaban las
(manos.
Una sonrisa coronaba su sueño. .. Pero los
(muertos
volvían del infierno con el puño en llamas.
Entonces, como en el día del primer sacrificio,
apareció la sangre sobre la tierra. Era la sangre
de nuestra juventud, la sangre de nuestros padres,
que manaba de nuestros brazos, del pecho, de la
(frente,
en hilos gloriosos como los jirones de una bandera.
y transcurrían las horas cargadas de cólera
OBRA P01!:TICA 177
,
J
como el alma del justo. La tierra parecía devorada
en el incendio solar, en la fiebre de la canícula.
Como flota el espíritu del vino, en el campo,
durante los meses de la vendimia, así flotaba
la roja locura sobre nuestras cabezas rebeldes.
El viento corría juntando todas las voces
en una nube sorda que iba a sembrar de fuego
ciudades edificadas en las llanuras malditas.
Los sauces se habían despojado de su sombra.
Vibraba la atmósfera como un canto.
El.negro exterminio sacudía nuestras almas,
y éramos como los hombres que violan un templo
aturdidos entre el humo de las antorcbas.
Lejos, sin duda, fluían las aguas
bajo el vaivén de las florestas azules,
y soplaba la brisa del mar sobre otros pueblos,
y había países alborozados con la lluvia.
y nosotros teníamos sed, en la llanura caliente,
cruzada de reverberaciones metálicas
y ciega en la claridad de los relámpagos mudos.
Pero habíamos vencido
en la furia de la sangre y del polvo.
Huían los pequeños bárbaros a tiempo
que la. tarde se anunciaba en las nubes.

Nos sentamos sobre las piedras.


Semejábamos recién desatados del árbol
a cuyo pie yacían las' flechas hostiles,
o que hubiésemos sido robados a la llama
por un áng;el guerrero.
Nos miramos unos a otros
y reconocimos nuestros cuerpos ejercitados
178 :RAFAJ:L MAYA

en las recias jornadas, y reconocimos nuestras


(manos
que marcaban los pocos años vividos
como las primeras hojas de un arbusto.
Vestíamos harapos
como los mendigos vilipendiados en la calle.
Pero aunque hubiesen gemido las mujeres
sobre nuestros pies, y en su llanto
se hubiera anegado una ciudad muy rica,
habría sonreído nuestro desdén, porque era mas
(grande
la ofrenda de nuestra desnudez victoriosa.
No habría podido coronarnos
ni el cielo magnífico de la tarde.
Nos trajeron una cesta colmada.
Entonces, como si fuera el nuéstro un descanso
después del juego en que alternaron palabras
sob:r:elas cosas bellas del mar y de la tierra,
tendimos sobriamente las manos
hacia las frutas maduras.

Era la hora en que se enternece


el corazón de los desterrados.
Venían voces hondas de todas partes.
A una misteriosa indicación de la sombra
oomenzaron a levantarse las hierbas holladas
por nuestros pies. Entre los sauces
había personas desconocidas ...
Pero en la altura
se extinguía tranquilamente un otoño
de luz. Semejantes a naves perezosas
anclaban las nubes sobre solinas distantes,
descargando en quiméricos golfos
toda la opulencia robada a los climas celestes.
OBRA POJ:TICA 179

El olor de la sangre,
y el orgu110 del triunfo,
y la nube de gritos
erah ya como una memoria perdida
que bien pudo llorarse en los instrumentos
(vesperales.
Entonces apareció la VICTORIA.
Vibraba toda la tarde con el ímpetu de su vuelo.
Era bella como nuestra vida
y heroica como nuestra esperanza invencible.
Recogió en su frente toda la luz del mundo
a tiempo que nosotros, con la rama de olivo,
cantábamos un himno guerrero, juntando
(nuestras cabezas
bajo ei ala de la VICTORIA.

CAPITAN DE VEINTE AÑOS

Capitán de veinte años,


recién salido del gimnasio
donde la línea de las barras y de las cuerdas
impone sobre el alboroto de los árboles
su limpia geometría al aire Ubre.
Capitán de veinte -años,
virgen como el acero,
y ágil como el viento que mide el campo
pisando :!lobrelos tallos donde se columpia la luz.
Llévame en tu nave ligera,
en la menuda armazón de lienzo y de mimbre!'!
que posa sobre la tierra dando saltos
como las garzas cuando huyen a lo largo del río.
180 RAFAEL MAYA

Llévame en tu na ve ligera,
i Oh, Capitán!
Vástago de una raza nacida
de ~as cenizas del mundo, y del cadáver
de todos los dioses sacrificados por el hombre.
Tu alma floDece en la pulpa de tus labios
roja y carnal como el sexo de la nueva alegría.
Tu conciencia es un tejido orgánico
labrado con tu sangre como el pétalo de las flores.
Tienes la fe en el músculo,
y transportas las montañas con un solo grito
(salvaje.

Capitán de veinte años,


llévame en tu nave ligera.

Imberbe N06 de la edad de hierro,


fabricaste tu barca no con maderas incorruptibles,
sino con un poco de aire y de fuego,
y la echaste al espacio, confiado
en el equilibrio de todas las fuerzas sagradas.
y hé aquí que tu nave se mece
del mismo hilo que sostiene los astros.

Desnudo estás de tus vestiduras mortales,


i Oh, Capitán!

Cubre tu cuerpo el ártico ropaje


que destila aceite como la piel de las bestias
(marinas
y -símbolo de tu fidelidad a las alturas-
del sordo casquete que te oprime la cabeza
se desprenden dos orejas de galgo.
OBRA POETICA 181

Capitán de veinte años,


llévame en tu nave ligera.

Como se remontan los pájaros


con el solo equipaje de sus plumas, y llevando
(una hoja
de la última rama en que se posaron,
así vas a las rutas aéreas
con tu cuerpo alargado en el ímpetu del arranque,
y un último reflej o del verdor terrestre
en tus ojos estrangulados ya por la furia del viento
que te arrebata en su torbellino como a los dioses .
. j Oh, Capitán!

Ni el flanco de las naves


pintadas. con los colores de la esperanza o de la ira
por los alegres obreros del agua;
ni las caderas de una mujer ejercitada ,en el salto
mejor que en la lides del amor antiguo;
ni los ijares de los felinos en celo,;
ni la curva de los horizontes celestes,
nada iguala a tu divina máquina provista
de su múltiple corazón resonante,
ávido de la gloria del cielo
y conquistador impetuoso de las zonas azules.

Capitán de veinte años,


llévame en tu nave ligera.

Volaremos por la mañna


como las primeras voces de los hombres.
Mi corazón, prisionero de la tierra
igual que las raíces de los árboles,
182 RAl"AB'L MATA

batirá sobre mi vida con más fragor que tu hélice,


i Oh, Capitán!
recibiendo las convulsiones metálicas de tu nave
(flotante
como recibió las primeras palabras de amor, en
(la noche extinta,
bajo la vibración de los luceros románticos
o en la bermeja alegría de los soles que maduran
(la hierba.
Sí; volaremos por la mañana

purificados en la luz que renueva la conciencia


(del mundo,
y sólo una nubecilla del mísero polvo originario
dará testimonio de nuestro rapto celeste,
ante los caminos de la tierra
y ante las montañas distantes.
y habremos entrado en la vorágine azul, en el éter
que nos traspasará como la luz a las nubes.
y ya no habrá ni tiempo ni límite
para nuestra alegría, y todas las cosas
serán conocidas en su unidad desde el reino del
(sol.

y talvez ... (Oh Capitán, sólo mi madre, sólo ella,


pudo entrever esta esperanza bajo la fidelidad
(de la lumbre·
que aclaraba conjuntamente sus manos y mil
(sueño)
talvez caigamos en ,el mar como la luz de todas
(las tardes,
roto el último cielo que alcanzó la hélice divina,
conocido el último espacio a donde penetró la
(audacia del fuego,
OBRA POJfi'lCA 183

violado con el ruido de alas mecánicas


el cósmico 'silencio en que se mueven las formas
que son puras, bienaventuradas y eternas.

Capitán de veinte años,


llévame en tu nave ligera.

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