Los Origenes Del Federalismo PDF
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RESUMEN
En este artículo me propongo reflexionar sobre las interpretaciones que la reciente historiografía mexi-
canista ha formulado en torno al establecimiento del federalismo mexicano. Me interesé por aquellas
propuestas que revisan posturas predominantes para reconocer en ellas los problemas históricos que
anudan y presentan sus horizontes interpretativos y sus perspectivas. Quiero resaltar que los historia-
dores considerados asumieron una empresa revisionista que sugiere nuevos caminos de aproximación
a la investigación. Como todo proceso, lleno de accidentes y no exento de desacuerdos, los resultados
de que hoy disponemos resultan apasionantes. Continuidades y discontinuidades, miradas de larga
duración y coyunturas, y multicausalidad, son preocupaciones actuales de los historiadores del tema.
A su vez, se están ensayando nuevas formas de trabajo. De tal manera que el campo de estudio se ha
ampliado y hecho más complejo.
ABSTRACT
In this article I intend to reflect on the recent interpretations by the mexicanist historiography devoted
to the study of the establishment of federalism in Mexico. Focus is centered in the proposals which
review the predominant positions in order to recognize the historical problems entwined in them and
to depict their interpretative horizons and perspectives. I would like to emphasize that the historians
dealt with here developed a program that suggests new ways of approaching research. As in all proces-
ses, which usually are full of accidents and disagreements, the results, now in ours hands, are exciting.
Continuity and discontinuity, long and short duration, multicausality are current preoccupations of his-
torians. The field of the study is extended and is most complex.
1. INTRODUCCIÓN
dades, la abolición del virreinato con la creación de diputaciones provinciales, la continuidad del fermento
sieron el federalismo como única solución aceptable para las provincias. Los deba-
tes del congreso constituyente, del que emergió el federalismo, entonces, hicieron
frente a la realidad de México. De suerte tal que fue posible una transacción entre
los diferentes grupos que, en efecto, se agruparon en torno a la discusión de en quién
radicaba la soberanía. La soberanía compartida triunfó, sostiene Rodríguez, porque
se impuso la prioridad de construir la nación, quedando reducido el tema polémico
a una cuestión de división de poderes entre los gobiernos nacional y estatal13. Pero,
si la negociación quedó así resuelta ¿por qué la construcción del estado tuvo tantos
tropiezos?
Responder a tal pregunta es, no hay duda, difícil. Sin embargo, tengo la impre-
sión de que David Quinlan delineó una pista para responderla por el análisis de los
diputados que redactaron la constitución de 1824, partiendo del presupuesto de que
la carta no creó un sistema político, sino que codificó y clarificó un sistema de facto
por el que la realidad prevaleciente quedó institucionalizada, Quinlan se adhirió a la
idea de que la constitución preservó la unidad estatal, antes que construirla14. En-
cuentro que la mayor contribución de este estudio consistió en presentar una estra-
tegia de investigación para dar relevancia histórica a la actividad de los órganos
legislativos mexicanos. A partir de la discusión de los temas del congreso es posible
reconocer: la afiliación de los diputados en facciones por su participación en la vota-
ción de las propuestas y la procedencia de cada uno en términos generacionales y
sociales. De los resultados de Quinlan, dos afirmaciones quedaron en la discusión
historiográfica: a) los regionalismos eran una clave para entender cada tema debati-
do y cada facción en el congreso constituyente de 1823-1824 y b) los orígenes de
los regionalismos debían encontrarse en las reformas borbónicas, en las que se redis-
tribuyó el poder. De esta forma, la Constitución de Cádiz había sido otro momento
de redistribución de poder entre las tres instituciones que crearon los diputados, a
saber, el sufragio, las diputaciones provinciales y los ayuntamientos15.
Las preocupaciones atendidas por Rodríguez y Quinlan ya venían ocupando a
otros historiadores: los regionalismos, la trascendencia de las reformas borbónicas,
el impacto de la experiencia de Cádiz en Hispanoamérica, los alcances del triunfo
de la soberanía compartida, entre otros. Es pertinente, entonces, considerar las refle-
xiones de Josefina Zoraida Vázquez, quien sintetizó buena parte de los resultados de
estos historiadores, para hacer su propia formulación. Ella se aproximó al tema del
federalismo desde una perspectiva institucional (los aspectos normativos provenien-
tes de la influencia norteamericana y española, influencia última de la que subraya
los efectos indeseados), en la que se debía dar prioridad a las evoluciones histórico-
políticas que permitieran volver a una historia política capaz de explicar a actores y
político suscitado por el sistema constitucional aún en el lapso en que se abolió, la penetración del lenguaje
constitucional entre los insurgentes y el arraigo de la demanda de necesidad absoluta del gobierno local que
se expresó tanto en la acción de las provincias como en los debates del congreso.
13 Los temas de debate dan cuenta de su novedad en América: a) la soberanía y las entidades de su
que coordinó Josefina Zoraida Vázquez, en un proyecto muy ambicioso, cuyo segun-
do fruto está por ver la luz21, aunque en sus análisis no dejaron de aludir al regiona-
lismo. Asimismo, ambos proyectos de investigación comenzaron considerando los
antecedentes borbónicos. Pero ahí terminan las similitudes; las diferencias de enfo-
que son patentes. En este último trabajo el enfoque daba prioridad a las tendencias
manifiestas en las provincias a la vez que a las de las instituciones del centro políti-
co. A la sombra de estas decisiones subyacía una discusión sobre el tema de los
regionalismos y de sus grados de consolidación, tema que era obligado para expli-
car el federalismo mexicano.
3. FEDERALISMO Y REGIONALISMO
21 VÁZQUEZ, 2003.
22 HAMNETT, 1984, pp.305-306 y 313.
23 VÁZQUEZ, 1998, pp. 315-318.
estar enfrente de los regionalismos; uno nos propone buscarlos apenas en 1821 y, en
la otra postura, desde siglos anteriores.
Algunos historiadores, ocupados colateralmente del tema federal, habían hecho
sus propias consideraciones sobre los regionalimos. Marcello Carmagnani, interesa-
do en explorar continuidades y discontinuidades entre los periodos colonial e inde-
pendiente, coincide con Hamnett en que los regionalismos, al que denomina “pode-
res territoriales”, surgieron en el siglo XVIII como reacción a sucesivos intentos de
la Corona española para institucionalizar y formalizar el eje colonial24. Antes de ese
siglo, propone, el poder metropolitano en la Nueva España convivió con un gobier-
no indirecto. Desde una perspectiva colonial, Carmagnani identifica que la presen-
cia del primer poder mencionado se ubicó en el eje colonial metropolitano Veracruz-
Ciudad de México, en tanto que el gobierno indirecto fue producto de la fuerza y
función que adquirió el Consulado de Comerciantes de la ciudad de México. Él arti-
culaba el poder formal de la Corona en la Nueva España y el poder informal de gru-
pos notabiliarios que habían ocupado efectivamente el espacio a través de las for-
mas económicas y sociales hispanas. Entre ambos poderes había un tácito pacto por
el que la Corona desplegaba su dominio sin tener que organizar una estructura que
monopolizara la fuerza; los segundos ejercían un poder informal apuntalado en los
cabildos cedidos por la Corona. La expansión de la agricultura y sobre todo de la
ganadería extensiva, continúa el autor, originó múltiples unidades territoriales dife-
renciadas con amplia autonomía informal, ejercida por elites que se conformaron
tanto de la articulación entre notables como en los cabildos. De esta manera, hasta
el primer tercio del siglo XVIII, la Nueva España aparece como un espacio coordi-
nado pero no jerarquizado y tal coordinación fue la función que cumplió el Consu-
lado de comerciantes26.
Fue contra ese gobierno indirecto y esas unidades territoriales autónomas que
la Corona dirigió una ofensiva para formalizar su poder en la Nueva España. En su
pretensión de extender su autoridad y mejorar el control de los recursos, desde las
primeras décadas del siglo XVIII introdujo reformas en lo comercial, militar y admi-
nistrativo que, si bien fracasaron, pusieron a la vista la capacidad de respuesta de las
elites territoriales. Las reformas advirtieron a las elites territoriales que su poder
informal estaba amenazado y por ello renovaron su interés por la autoadministra-
ción, sostiene Carmagnani. Un concepto clave de la explicación aquí aparece: terri-
torialidad. Las elites no sólo renovaron su interés por controlar una división admi-
nistrativa, sino por conformar en ella una tradición de común pertenencia a un terri-
torio, con su consecuente sentimiento comunitario27. Tal es el contenido del térmi-
no. A partir de aquí se delinea una tensión entre tendencia centrípeta de concentra-
ción del poder y tendencia centrífuga de difusión del poder, tendencia esta última
que fue favorecida por el liberalismo español en 1812 y que el pacto federal de 1824
disminuyó y reorientó28.
4. FEDERALISMO Y LIBERALISMO
fue este el momento en que el provincialismo surgió, a causa de que las ciudades recuperaron su condición
de entidades en las que la legitimidad política se originaba, establecida por la cultura política de España, que
alteraron los Borbones. Para este momento las provincias tenían la condición de hinterland de la ciudad prin-
cipal. ANNA, 1999, pp. 42-49.
35 VÁZQUEZ, 1998, p.320
neó la configuración de grupos políticos que desde la elite participaron en los con-
flictos. Consideró la influencia del proyecto liberal en los alineamientos, pero no le
atribuyó la causa del fracaso. Tiende más bien a enumerar factores que confluyeron
para que el federalismo no instaurara un régimen estable: las debilidades del gobier-
no general y del poder militar, el carácter personalista del poder político, encarnado
por Santa Anna, y las limitaciones de esta misma encarnación36. Esta mirada desde
el centro de decisiones y concentrada en él, no ha sido la privilegiada. A la luz de
otros enfoques y considerando otros resultados de investigación, otros historiadores
buscaron las explicaciones de las evoluciones del día a día en relación al peso que
tuvo el periodo previo a la evolución del federalismo.
Josefina Zoraida Vázquez sostiene que el pacto “casi confederal” de 1824 se
enfrentó a sucesivos problemas: entre 1824-1835 México no contaba con un grupo
dirigente con capacidad de gobernar y encaró una amplia difusión del liberalismo
que puso en cuestión el control del gobierno general sobre el sistema. Los poderes
locales (de pueblos, municipios y estados) sostuvieron tensiones que dificultaron el
cumplimiento de los compromisos con la federación, particularmente la provisión
del contingente de sangre y numerario, y se afiliaron en las luchas de los bandos
políticos que disputaban la conducción del país para resolver sus problemas y los de
sus líderes. Algunas importantes comandancias militares se convirtieron en polos de
poder autónomo del poder civil y el gobierno federal estaba maniatado por sus débi-
les facultades para encarar situaciones críticas. Así, en la búsqueda de soluciones a
la inestabilidad que provocaron la sucesión de problemas, sostiene la autora, se
formó un consenso favorable al centralismo o “federalismo restringido” para rever-
tir el poder de las localidades y la soberanía de los estados, concedida por la consti-
tución del 2437.
Timothy Anna valora de manera distinta la acción de estos actores y las fuentes
de su poder. Considera que para 1835 México enfrentaba una situación de parálisis
provocada por un equilibrio de fuerzas que se obstaculizaban mutuamente. Él descar-
ta que la inmovilidad haya sido resultado de la adopción del federalismo; afirma que
la autonomía municipal y estatal antes que ser un obstáculo para fraguar el estado
nacional, fue su base. Considera que la parálisis pudo haber estado enraizada en la
contradicción entre liberalismo político y estructura tradicional heredada, cuestión que
confirman las áreas de mayor desacuerdo entre los actores38. Pero la parálisis de 1835
devino de las tensiones entre niveles de gobierno: el federal y el de estados, tras los
que se escondían tensiones entre provincialidad y nacionalidad, autonomía regional y
provincial frente al gobierno federal. Tensiones, sostiene Anna, que fueron parte de las
luchas hacia el progreso, hacia la justicia social y por la democracia en México39.
Dejando de lado los aspectos teleológicos de esta interpretación, es claro que
Anna también sugiere que la influencia del liberalismo español resulta clave para
entender las acciones y reacciones de los actores. Provincias, estados federales y
40 Las líneas generales de esta posición pueden localizarse en los artículos de estos autores integrados
americanos había una propuesta que apuntaba hacia un régimen de federación y pre-
figuraba una república, la cual fue derrotada en 181243, pero se hizo realidad en el
México de 1824. Las convicciones doctrinales de estos diputados no parecen rele-
vantes frente al hecho reconocido por todos de que la alianza entre diputados ame-
ricanos y liberales españoles fue la fuerza que permitió empujar la revolución libe-
ral hispana, cuyas marcas no fueron abandonadas en el México de 1824.
Ciertamente, las diferencias en lenguajes entre diputados americanos y libera-
les españoles son bien reconocidas. Son muchos los autores que ponen en duda que
los americanos se hayan impregnado del aire liberal que se respiraba en las Cortes.
También está aceptado que los diputados americanos no formaban un grupo doctri-
nalmente compacto. De entre quienes participaron con opiniones, propuestas y argu-
mentos, Varela Suanzes-Carpegna distingue, por ejemplo, una mezcla de corrientes
que, a su juicio, eran difícilmente compatibles; sobre todo en aquellos temas tan
polémicos como los de representación y soberanía. Ahí había una mezcla de origen
tradicional hispánico y otra que procedía del iusnaturalismo racionalista germánico
y anglofrancés44.
Pero la historiografía tampoco es unánime en este punto. La reflexión de Jaime
Rodríguez sobre este tema no deja de ser sorprendente. En un trabajo reciente él sos-
tiene que es equivocada la idea de que el mundo hispánico estaba formado por una
sociedad tradicional o conservadora. Afirma que el cambio hacia una sociedad
moderna y liberal no fue fácil ni rápido porque los liberales españoles y americanos
eran una minoría y porque importantes grupos de interés defendieron el status quo.
Justifica la existencia de estas minorías en la consideración de que generaciones de
americanos se formaron en las teorías políticas hispanas preconstitucionales, las
cuales tuvieron evoluciones paralelas al pensamiento protestante, al de Italia y de
Francia. Recuerda que estas teorías ayudaron a formar las de contrato social y sobe-
ranía popular e influyeron los trabajos de los autores calvinistas en donde comple-
taron su desarrollo. Por eso encuentra que el ideal del gobierno mixto estaba arrai-
gado. A su vez, insiste en que del pensamiento español había germinado un mito
nacional en el que estaban asentadas las tradiciones constitucional, parlamentaria y
contractual. De tal suerte que el fermento intelectual, durante la Ilustración, cobró
tales alcances que en España y en América había un clima propicio para abrazar nue-
vas ideas políticas.
Nación era una sola, el criterio de definición de la condición ciudadana, el derecho de los diputados al con-
greso a decidir la forma de gobierno y la igualación de los derechos entre todas las provincias. Respecto a las
diferencias codificadas en la constitución de 1824 podemos enumerar: el tema de la residencia “radical” y
“esencial” de la soberanía en la nación, términos con los que quedaba establecida que ella era inalienable e
imprescriptible; la idea de que la unidad para formar una nación era compatible con considerar las singulari-
dades y la pluralidad de situaciones de quienes la formaban, de donde debía reconocerse atributos soberanos
y representativos en los órganos de gobierno de base. CHUST, 1999, pp. 137-141; CHUST, 2003, pp. 88-89.
43 CHUST, 1999, pp. 149 y 195-201.
44 Refiere a los elementos individualistas y orgánicos en sus propuestas. Los más interesantes son los
relativos a la concepción de soberanías múltiples y representación por mandato imperativo. VARELA, 1983,
pp. 25-32, 82-89 y 221-224.
de los procesos electorales, consolidó a las sociedades locales, cuyos cuerpos elegi-
dos (municipios) tendían a romper el pacto de subordinación al gobierno federal o
estatal y apoyaban a otros cuerpos (del ejército) recuperando su soberanía, en situa-
ciones críticas47.
Habría que reconocer que la historiografía mexicanista también ha estado ocu-
pada en señalar que estos esquemas explicativos pueden ser válidos, siempre y cuan-
do no se los piense como la conducta uniforme. Los estudios de caso han prolifera-
do y no siempre han estado guiados por las discusiones y preocupaciones planteadas.
De cualquier forma han sido útiles para tratar con cuidado los esquemas. Uno de los
estudios dedicados a los pueblos rurales que trabajó en esa línea fue el de Peter
Guardino. Él dedicó su atención a las comunidades de Guerrero, especialmente acti-
vas desde 1810 hasta 1857 y muy influyentes en el curso de la vida nacional. Guar-
dino no encuentra una relación de determinación entre su protagonismo y los contex-
tos constitucionales. Deja ver que la participación política en general dependía de
alcanzar objetivos sociales y políticos de naturaleza local, y cuando fue necesario
celebraron alianzas con otros pueblos y actores foráneos. Por estos medios reconstru-
yeron o fundaron corporaciones, y para ello fueron un buen recurso los municipios
gaditanos y los procesos electivos. A su vez tales comunidades reconstruyeron un
orden por el que la recaudación fue más fácil, la práctica del sufragio era amplia y la
difusión del poder local quedó más consolidada. Pero Guardino precisa que se trata-
ba de pueblos adscritos a las corrientes federalistas nacionales, que tuvieron por ante-
cedente su participación en la lucha insurgente48. El estudio, entonces refuta el carác-
ter elitista de la política en el México posindependiente, matiza los impactos trans-
formadores del liberalismo y resalta la capacidad de algunos grupos para preservar
prácticas tradicionales a partir del aprendizaje del lenguaje “moderno”.
El impacto de la guerra insurgente en combinación con la Constitución de 1812
en la conducta de los pueblos en donde aquella estuvo activa, también ha sido explo-
rada para el periodo anterior. En este sentido tiene relevancia el trabajo de Juan Ortiz
Escamilla y su especial contribución sobre el impacto del “Plan Calleja”, porque
permite entender el entrelazamiento entre los fenómenos de fragmentación política,
repliegue de la rebelión insurgente, difusión del liberalismo y el papel de las fuerzas
milicianas organizadas por reclutamiento de vecinos de las localidades. Ortiz ha de
subrayar tanto el fortalecimiento de los poderes locales y el aprendizaje de algunos
principios liberales, como la igualdad social, los procesos electivos y los vínculos
que se establecieron entre los militares y los ayuntamientos. Así, el movimiento de
consumación de la independencia, ya liderado por Iturbide, había de asentarse sobre
estos basamento; movimiento que triunfó, como tantos otros, de la “circunferencia
al centro”49.
El impacto de la guerra de independencia y de la Constitución de Cádiz, tam-
bién ha sido objeto estudios en el nivel de jurisdicciones intermedias. El análisis de
las transformaciones del orden político colonial jerárquico de ciudades en la
Provincia de Guanajuato en función de esos factores ha mostrado el papel de las eli-
tes patricias para adaptarse a las coyunturas de cambio. José Antonio Serrano, autor
de esta investigación, ha puesto de relieve la flexibilidad de estos grupos con tal de
retener el control político e institucional sobre la provincia durante la primera repú-
blica federal. Analizando los movimientos de expansión y contracción de la partici-
pación política desde 1808 a 1835, su estudio deja ver que esas elites compartieron
la escena pública con otros actores políticos (vecinos principales de villas y pueblos)
y favorecieron al federalismo como sistema de gobierno de la naciente república,
con el objeto de limitar las facultades coactivas y fiscales del gobierno nacional. La
homogeneidad que caracterizaba a ese grupo social, le permitió usar de esa fuerza
tanto para ganar autonomía provincial, como para bloquear medidas gaditanas que
abrían el espacio político a nuevos actores. Así que los cambios liberales tardaron
en implantarse en la sociedad, a pesar de su respaldo popular, por la capacidad de
resistencia de esos grupos50.
Investigaciones de caso, de más específicos objetivos, también han sido anima-
das. La reciente publicación de los trabajos que atienden el destino de los ayunta-
mientos gaditanos en México, como indican sus editores, deja ver que el estudio de
estas instancias administrativas y políticas son una puerta de entrada para analizar la
transición de virreinato y nación. El desarrollo de esos ayuntamientos, el ejercicio
de sus atribuciones y sus efectos sobre la cultura política, estuvieron marcados por
sus contextos y condiciones regionales y locales. A pesar de la diversidad de com-
portamientos que se reflejan en los trabajos, los editores han podido distinguir tres
factores que influyeron su curso: las características y rasgos étnicos, la jerarquía
territorial previa a 1808 y los impactos de la guerra insurgente51.
A su vez, las imágenes que se crean de los estudios de caso reunidos en la obra
del establecimiento del federalismo, citada ya antes, bajo la dirección de Josefina
Zoraida Vázquez, también dejan ver diversidad de conductas. Y si esas contribucio-
nes no dejan ver conductas regulares, un singular rasgo aparece con frecuencia. Una
buena parte de estos trabajos desvelan que en la formación del federalismo hubo
acciones determinantes las cuales carecían de consenso, o fueron sometidas a pro-
longadas discusiones que generaron pugnas internas de poder entre grupos dirigen-
tes y entre ciudades. De tal forma que no puedo dejar de hacerme una pregunta que
me sugiere Cecilia Zuleta cuando formula, al final de su trabajo, ¿Detrás de estas
pugnas y larguísimas discusiones no hubo acaso más de un sólo proyecto confede-
ral en las provincias?52. La sola pregunta me hace pensar que los historiadores inte-
resados en esta temática aún estamos en una etapa de acercamiento y lejos estamos
de reconocer los profundos alcances de la fragmentación política.
Empresas de investigación como ésta, dan cuenta del acogimiento de una con-
ciencia en la historiografía mexicanista que favorece el reconocimiento de la diver-
sidad y pluralidad para la comprensión de los procesos históricos del país. Creo que
la fructífera discusión de los historiadores de la revolución mexicana, que optaron
por esta misma línea, evitará excesos. El estudio de las “partes” no puede omitir el
análisis del conjunto. Las perspectivas de trabajo que imponen las discusiones seña-
50 SERRANO, 2001.
51 ORTIZ y SERRANO, 2007.
52 ZULETA, 2003, p. 187.
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