Espectros Del Fascismo PDF
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Enzo Traverso
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EL INQUIETANTE SIGLO XXI
CONCEPTOS
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Para ser fecundo, el comparatismo no puede limitarse a establecer paralelis-
mos mecnicos. Dilucidar si las nuevas derechas radicales coinciden o no con un
tipo ideal fascista la convergencia de nacionalismo, racismo y antisemitismo,
la oposicin a la democracia, el uso de la violencia, la movilizacin de las masas
y un liderazgo carismtico es un ejercicio ms bien estril. Un continente que ha
vivido setenta aos de paz casi ininterrumpida no puede dar lugar a la misma po-
ltica brutalizada que afect a Italia, Alemania o Espaa en las dcadas de 1920
y 1930. Buscar a los Filippo Tommaso Marinetti, a los Ernst Jnger y a los Carl
Schmitt estetas de la violencia y tericos del Estado total en la Europa de hoy
sera tan anacrnico y vano como deplorar la ausencia de un filsofo de la ac-
cin comunicativa como Jrgen Habermas o de un pensador de la justicia como
John Rawls en la Italia de 1922 o en la Alemania de 1933. Pensar el fascismo
hoy significa entrever, advertir, las formas posibles de un fascismo del siglo xxi,
no la reproduccin del fascismo de entreguerras.
En el pasado no fue infrecuente el uso del trmino fascismo para referirse a
las tendencias autoritarias o a nuevas formas de poder aparecidas despus de la
Segunda Guerra Mundial, no solo en Amrica Latina sino tambin en Europa.
En un famoso artculo de 1959, en plena era de Adenauer, Theodor W. Adorno
consideraba que la pervivencia del nazismo en la democracia era ms peligrosa
que la persistencia de tendencias fascistas dirigidas contra la democracia.3 Los
estudiantes alemanes que en la dcada de 1970 se manifestaban contra las leyes
anticomunistas de la RFA (Berufsverbot) no decan otra cosa. En 1974 Pier Paolo
Pasolini observaba el advenimiento de un nuevo fascismo basado en el mo-
delo antropolgico consumista del capitalismo neoliberal, en comparacin con
el cual el rgimen de Mussolini apareca irremediablemente arcaico, como una
especie de paleofascismo.4 Y har unos diez aos, los historiadores que queran
analizar la Italia de Berlusconi no podan evitar registrar una relacin de paren-
tesco, cuando no de filiacin, con el fascismo clsico. Cierto, las diferencias son
de envergadura: partidario de las libertades negativas y enemigo a muerte del
comunismo un trmino que utiliza como metfora de cualquier idea de igual-
dad, el pequeo Duce de Arcore no tena la ambicin de construir un nuevo
Estado y estaba totalmente entregado al culto al mercado; su hbitat natural era
la televisin, no las concentraciones ocenicas que tanto gustaban a su prede-
cesor; su carisma y la exhibicin de su cuerpo eran producto del instrumental
de la comunicacin moderna, ms una variante del carisma a distancia que
del carisma clsico teorizado por Max Weber, que implica una relacin directa,
emocional, casi fsica, entre el jefe y sus adeptos.5
Esta breve digresin basta para mostrar que el fascismo posee una dimensin
no solo transnacional hay brillantes estudios que han puesto de relieve su ca-
rcter transatlntico sino tambin transhistrica. El vnculo entre un concepto y
su uso pblico, ms all de su dimensin historiogrfica, lo establece la memoria
colectiva. Desde esta perspectiva, el fascismo puede devenir un concepto trans-
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MUTACIONES
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normal y corriente la globalizacin, el islam, la inmigracin, el terrorismo,
pero sus soluciones consisten siempre en volver al pasado: vuelta a la moneda
nacional, reafirmacin de la soberana, repliegue identitario, proteccin de la
gente sencilla que se siente ahora extranjera en su propia casa, etc.
Una de las fuentes fundamentales del fascismo clsico, su razn de ser y en
muchos casos la clave de su acceso al poder, fue el anticomunismo. El fascismo
se defina como una revolucin contra la revolucin y su radicalismo estaba a
la altura del desafo que representaba la revolucin rusa. Fascismo y comunis-
mo postulaban el derrocamiento del orden establecido y estructuraban sus mo-
vimientos segn un paradigma militar heredado del primer conflicto mundial;
eran el espejo de una vida poltica brutalizada por la guerra total. Hoy en da, el
posfascismo difunde su palabra por medio de spots televisivos y campaas publi-
citarias y no haciendo desfilar a sus tropas de uniforme. Y cuando moviliza a las
multitudes, stas no desdean ciertos cdigos estticos tomados de la izquierda
libertaria, como sucedi en la Manifpourtous en Pars, opuesta al matrimonio
homosexual. El imaginario posfascista no se alimenta de figuras jngerianas de
milicianos del trabajo (Arbeiter) de cuerpo metlico esculpido en el combate,
ni de fantasmagoras eugenistas de purificacin racial. Nada de eso: se reduce
a las pulsiones conservadores de lo que el pensamiento crtico define como la
personalidad autoritaria, una mezcla de miedo y frustracin y una falta de con-
fianza en s mismo que conducen a regocijarse con la propia sumisin.
El posfascismo seala muchos enemigos. Pero ni el movimiento obrero ni el
comunismo estructuran ya su odio y sus iras. El bolchevique ha sido sustituido
por el terrorista islmico, que ya no se esconde en las fbricas sino en suburbios
poblados por minoras tnico-religiosas. Desde esta perspectiva histrica se
puede decir que el posfascismo es una consecuencia de la derrota de las revolu-
ciones del siglo xx y del eclipse del movimiento obrero como sujeto de la vida
social y poltica. El comunismo ha desaparecido y la socialdemocracia se ha ajus-
tado a las normas de la gobernanza neoliberal. En estas condiciones, las derechas
radicales han asumido una especie de monopolio de la crtica del sistema, sin
siquiera tener necesidad de mostrarse subversivas dejan este papel a outsiders
como Dieudonn o Alain Soral o de entrar en competicin con la izquierda
antiliberal. All donde esta izquierda existe y acta de manera eficaz caso de
Espaa o de Grecia, el posfascismo desaparece o recobra sus colores de origen.
Pero esta ventaja, que es cierta, es tambin una limitacin. No hay duda de que
en la dcada de 1930 el anticomunismo permiti a Mussolini y a Hitler obtener
el apoyo de las elites dominantes en Italia y en Alemania, y a Franco beneficiar-
se de la no-intervencin franco-britnica durante la guerra civil espaola. Hubo
seguramente un error de clculo, como sugiere Ian Kershaw, en la nominacin
de Hitler para la cancillera alemana en enero de 1933,7 pero tambin es verdad
que sin la Gran Depresin y la revolucin rusa, en una Repblica de Weimar
completamente paralizada, las elites industriales, financieras y militares no ha-
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RACISMO E ISLAMOFOBIA
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de los fascistas, los judos eran racialmente ajenos a las naciones europeas; su
inteligencia abstracta los haba situado en el corazn del capitalismo financiero,
parasitario y especulativo, alejndolos de la autenticidad de los pueblos del Viejo
Mundo; su racionalismo calculador estaba en trance de destruir las viejas culturas
orgnicamente ligadas a los territorios y a sus pueblos, sustituyndolas por una
modernidad mecnica y sin alma; en fin, los judos haban introducido el bacilo
del bolchevismo en Europa, ellos eran el cerebro que mova sus hilos.
Hoy en da el discurso racista ha cambiado de formato y de diana: el inmigran-
te musulmn ha sustituido al judo. El racialismo un discurso repleto de cienti-
fismo y de biologismo ha dejado paso a un prejuicio culturalista que proclama
la existencia de una cesura antropolgica radical entre la Europa judeocristiana
y el islam. El antisemitismo tradicional, que durante todo un siglo fue elemento
constitutivo de todos los nacionalismos, ya no es ms que un fenmeno residual.
Las instituciones del Continente incluso han hecho de las conmemoraciones del
Holocausto una especie de garanta moral de sus polticas y mantienen relacio-
nes especiales con Israel. El clima malsano del antisemitismo larvado, pero om-
nipresente, que dominaba en las esferas pblicas del Viejo Continente antes de
la guerra ya no es estructurador; ha sido sustituido por una hostilidad anloga
en relacin a todo lo que tiene que ver con el islam, una categora que a su vez
ha sido metaforizada designa mezclando churras con merinas una religin, la in-
migracin, determinadas minoras, el terrorismo, etc. y esencializada, como una
especie de alteridad ontolgica en el seno de las naciones europeas.11 El lenguaje
ha cambiado, pero la representacin del enemigo reproduce el antiguo esquema
racial: muchas veces se pinta al terrorista islmico, como antao al judeo-bolche-
vique, con una alteridad fsica muy marcada, donde la barba abundante hace las
veces de la nariz ganchuda.
La nueva xenofobia se apoya en una produccin neoconservadora culta y eru-
dita bastante considerable. Obras del tipo de El choque de civilizaciones de Samuel
Huntington (1993), Riqueza y pobreza de las naciones de David Landes (1998) o
Qu nos ha pasado? Islam, Occidente y la modernidad de Bernard Lewis (2002) son
el equivalente actual de La psicologa de la evolucin de los pueblos de Gustave Le
Bon (1895), La gnesis del siglo xix de Houston Stewart Chamberlain (1899) o
La decadencia de Occidente de Oswald Spengler (1918). Su lenguaje y su utillaje
conceptual han cambiado, pero cumplen una funcin anloga. En el momento
en que se publicaron, los libros de Le Bon, Chamberlain y Spengler gozaron
de una slida reputacin cientfica y ejercieron una indudable influencia en la
cultura conservadora. Como sucede con nuestros eruditos actuales su influencia
quedaba circunscrita a las capas cultivadas.
La xenofobia ordinaria se expresa ms bien a travs de la violencia simblica
de los eslganes, de las declaraciones vocingleras, de imgenes vulgares o de t-
picos racistas. Como pasaba con el antisemitismo de antao, extendido tanto en
las capas aristocrticas como en las clases populares, el repertorio de la islamofo-
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bia contempornea es amplio y rebasa con mucho las fronteras del posfascismo.
Ninguno de los lderes de la Unin Europea (salvo Alexis Tsipras) ha reconocido
nunca, desde que se form la Unin, que el Viejo Mundo tiene necesidad de sus
inmigrantes y que stos son su futuro. Despus de decenios de retrica sobre la
inmigracin selectiva, la imposibilidad de acoger toda la miseria del mundo,
el ruido y el mal olor, el pan y chocolate, etc., el posfacismo se ha visto pode-
rosamente legitimado por los mismos que decan combatirlo. Ya en el fascismo
clsico la palabra era ms importante que los textos escritos. Dado que hoy en
da la videoesfera deja muy atrs, en cuanto a influencia, a la grafosfera, no puede
sorprender en absoluto que el discurso xenfobo se propague sobre todo a travs
de los medios. La produccin intelectual desempea un papel auxiliar.
La islamofobia actual recuerda ms al antisemitismo alemn de final del
siglo xix que al de la Francia de los aos 30. Despus del affaire Dreyfus los
nacionalistas franceses despreciaban a los judos inmigrados de Polonia o Rusia
pero atacaban sobre todo a los judos de Estado, los notables israelitas que,
con la Tercera Repblica, haban podido acceder a la alta funcin pblica, a las
universidades ms prestigiosas e incluso escalar en los escalafones de la jerarqua
militar. El capitn Dreyfus era un smbolo de este ascenso. En la poca del Frente
Popular el blanco del antisemitismo era Lon Blum, el dandi judo y homosexual
que personificaba la degeneracin de una repblica de la que se haba adueado
la Anti-Francia.12 De los judos se deca que eran un Estado dentro del Estado,
cosa que tiene muy poco que ver con la situacin actual de las minoras negras
o musulmanas, de siempre ampliamente infrarrepresentadas entre los cuadros
superiores de las instituciones pblicas. La comparacin, en estas condiciones,
sera ms pertinente con la Alemania de la poca del Imperio guillermino, en
la que los judos eran excluidos rigurosamente del aparato del Estado mientras
que la prensa generaba alarma en torno a una invasin juda (Verjudung) que
podra llegar a poner en jaque la matriz tnica (alemana) y religiosa (cristiana)
del Reich. El antisemitismo desempeaba la funcin de un cdigo cultural que
permita definir en negativo una identidad alemana desfalleciente, sacudida por
la modernizacin del pas y la concentracin juda en las grandes ciudades, que
eran el segmento ms dinmico del pas. En pocas palabras, un alemn era ante
todo un no-judo.13
De manera anloga, el islam permite reencontrar hoy, por demarcacin nega-
tiva, una identidad francesa perdida o amenazada por la globalizacin. Como
indicaba, en la actualidad el lenguaje ha cambiado, pero la prosa de un Alain
Finkielkraut expresando su identidad desdichada frente al ascenso de la glo-
balizacin y a la idealizacin del mestizaje, calamidades que han transformado
a Francia en una especie de auberge espagnole,14 no es muy diferente de la de
un Heinrich von Treitschke. En 1880 ste deploraba la intrusin (Einbruch)
de los judos en la sociedad alemana, porque subvertan sus costumbres como
elemento modernizador y perturbador. El historiador alemn conclua su ensa-
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yo con una nota de desesperacin que se convirti en eslgan: Los judos son
nuestra desgracia (Die Juden sind unser Unglck).15 Lo que resulta desolador para
Finkielkraut es ese espectculo aflictivo de una Francia tradicional en la que los
secularmente asentados tienen que hacer la experiencia devastadora del exilio,
al sentir que se convierten en extranjeros en su propia tierra (p. 119), una Fran-
cia que se deshace poco a poco ante el avance inexorable de las carniceras y los
fast-food halal, en la que la jerga de las banlieues ha sustituido a la nobleza de
la lengua de Chateuabriand y los adolescentes pegados a los auriculares de sus
ipods han acabado con la autoridad de los enseantes de la escuela republicana.
El posfascismo da una respuesta poltica a este grito de dolor de una Francia que
se repliega sobre s misma, la Francia conservadora que viene del fondo de los
siglos y que ya no se reconoce en el mundo de hoy, del que se hace una imagen
fantasiosa y caricaturesca: La nueva norma social de la diversidad dibuja una
Francia en la que lo originario no tiene carta de ciudadana si no es extico y en
la que solo a una identidad se le achaca irrealidad: a la identidad nacional (p.
110). Segn Finkielkraut, lejos de ser una construccin social e histrica, Francia
tal es la imagen que de ella vierte en su libro es una especie de dato ontolgico,
una entidad intemporal que, para vivir, debe defenderse de toda contaminacin
exterior.
La transicin del antisemitismo de vieja escuela a la islamofobia se personi-
fica en una figura literaria como Renaud Camus, un escritor que no disimula su
cercana al Frente Nacional. Pues bien, har unos quince aos, en un volumen
significativo de sus diarios La Campagne de France (2000) se quejaba de que ha-
ba demasiados judos en las emisiones de France Culture, que fatalmente iban a
sustituir a la vieja voz de la cultura francesa (p. 330). Posteriormente el blanco
de sus invectivas eran ya los musulmanes: la inmigracin masiva de estos llevara
a una gran sustitucin, es decir, a la islamizacin de la vieja Francia. Paseando
por los pueblos de la regin del Hrault un buen da se apercibi estupefacto, de
que la poblacin, en el transcurso de una generacin, haba cambiado totalmen-
te; ya no era la misma gente la que se asomaba a las ventanas y la que encontra-
bas en las calles; se haba producido un cambio, de tal forma que en los lugares
mismos de mi cultura y de mi civilizacin me mova ahora en otra cultura y otra
civilizacin, las cuales ignoraba an que se revestan con el bello pero engaoso
nombre de multiculturalismo.16 En Camus el horror al mestizaje no es sino un
aggiornamento del miedo a la mezcla de sangres (Blutvermischung) de antao.
Por lo dems, lamenta el abandono de la nocin de raza, que querra rehabilitar,
cierto que aorando menos una hipottica comunidad o parentesco biolgico
que una historia compartida durante muchos siglos, la cultura, el legado ms que
la herencia (p. 23). La transicin del antisemitismo a la islamofobia se haba
consumado.
Los nuevos reaccionarios no todos, pero s muchos de ellos proclaman sus
simpatas hacia el sionismo e Israel. Mientras tanto, el antisemitismo ha vuelto
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a ser lo que era en el siglo xix: el socialismo de los idiotas (el odio a los judos
disfrazado de tendencias anticapitalistas), cultivado por algunos elementos de
las clases ms explotadas de la sociedad en busca de un chivo expiatorio. En Fran-
cia este odio a los judos lo protagonizan sobre todo, en forma de provocaciones
anticonformistas, algunos humoristas equvocos como Diuedonn o idelogos
identificados con el fascismo subversivo de los orgenes tales como Alain Soral.
Hasta ahora este antisemitismo no ha encontrado expresin poltica o electoral,
pero su influencia es nefasta y se corre el riesgo de que se extienda, sobre todo
si despus de cada atentado antisemita Franois Hollande aprovecha la ocasin
para exhibirse en pblico al lado de Benjamin Netanyahu. La paradoja trgica de
estos actos antisemitas, a veces terriblemente violentos, estriba en que los perpe-
tran jvenes pertenecientes a una minora excluida y oprimida contra otra mino-
ra, portadora de una memoria de exclusin y de persecucin pero que hoy est
muy bien integrada tanto en el plano social como poltico y cultural. Estos actos
merecen, ciertamente, el rechazo ms firme, pero calificarlos de fascistas denota,
una vez ms, una facilidad semntica que menoscaba su inteligibilidad. Pero el
hecho adems es que contribuyen poderosamente a crear un clima de miedo y
de hostilidad favorable a los llamamientos a restablecer orden y la caza de brujas.
El posfascismo no avanza solo, se beneficia de un humus favorable: las derechas
radicales y el terrorismo islmico se alimentan recprocamente.
EL LEGADO COLONIAL
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contra el islam estuvo en el centro de las campaas islamfobas de Pym Fortuyn
y luego de su sucesor, Geert Wilders.
En Europa existi tambin una Ilustracin racista. Si bien la interpretacin del
fascismo como versin radical de la Contra-Ilustracin es pertinente Zeev Ster-
nhell lo ha mostrado claramente en sus obras no deberamos olvidar que las
primeras tentativas de codificar el racismo en nombre de la ciencia tuvieron lugar
en el siglo xviii. Y que bajo el rgimen de Vichy hubo una corriente colaboracio-
nista, minoritaria desde luego pero real, que reivindicaba el legado de Diderot,
Rousseau y Voltaire.20 A finales del siglo xix Cesare Lombroso publicaba El hombre
blanco y el hombre de color, un ensayo en el que postulaba la superioridad de la
raza blanca y arga que solo ella haba sabido proclamar la libertad de pensa-
miento y la libertad del esclavo.21 Actualmente la superioridad del libertador
exige el restablecimiento de una barrera de seguridad redoblada frente al esclavo
liberado. Asistimos a una nueva retorsin de las Luces. El lenguaje ha cambiado,
pero son tan diferentes los sermones contemporneos acerca de la defensa de
nuestras libertades occidentales?
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del problema, aunque tengamos claro por lo dems que el socialismo de los
idiotas hizo su contribucin al nacimiento del fascismo.
NACIONAL-POPULISMO
Hace aos que numerosos estudios apuntan a que las derechas radicales conver-
gen en una forma de nacional-populismo. Quieren movilizar al pueblo, crean
alarmismo, invocan un despertar nacional. El pueblo ha de librarse de las elites
corruptas, sometidas a la globalizacin, culpables de haber abandonado los inte-
reses nacionales en beneficio de la Europa monetaria, responsables, adems, de
unas polticas que en unos decenios han transformado a las naciones europeas
en un espacio abierto a la inmigracin incontrolada y a la colonizacin musul-
mana. Como han sealado Luc Boltanski y Arnaud Esquerre, la extrema derecha
no ha abandonado el viejo mito del buen pueblo enfrentado a los poderosos.
Lo ha renovado.24 En otra poca el buen pueblo se refera a la Francia rural
por oposicin a las clases peligrosas de las grandes ciudades. Despus del fin
del comunismo, la clase obrera golpeada por la desindustrializacin ha sido re-
integrada en esta virtuosa comunidad popular. El mal pueblo una nebulosa
heterclita que va de los inmigrantes, los musulmanes y las mujeres portadoras
de velo a los drogadictos y otros marginados se mezcla con los bobos [bo-
hemian bourgeois, burgueses bohemios, N. del T.] que exhiben sin recato sus
costumbres liberales: feministas, defensores de la diferencia sexual, antirracistas,
cosmopolitas favorables a la legalizacin de los sin papeles, ecologistas Al
final, nos explica el socilogo Grard Mauger, el buen pueblo se parece mucho
a la figura del beauf creada por Cabu en sus vietas de los aos 1970: machista,
homfobo, antifeminista, racista, indiferente a la contaminacin del medio am-
biente y profundamente hostil a los intelectuales.25
Las derechas radicales son populistas, pero esta definicin se limita a sealar
un estilo poltico, sin precisar absolutamente nada en cuanto a su contenido.
Desde el siglo xix hemos tenido constancia de un populismo ruso y de un po-
pulismo norteamericano, de un populismo latinoamericano tanto de izquierdas
como de derechas, de un populismo comunista y de un populismo fascista.26
En nuestros das la etiqueta populista recae en figuras tan dispares como Hugo
Chvez y Silvio Berlusconi, Marine Le Pen y Jean-Luc Mlenchon, Matteo Salvini
(lder de la Lega Nord italiana) y Pablo Iglesias (lder de Podemos en Espaa).
Populismo es un trmino que vale para todo. Una vez el adjetivo se ha trans-
formado en sustantivo, su valor heurstico es nulo. Sobre todo en un contexto
como el europeo en el que las oligarquas del poder lo utilizan todo el tiempo
para estigmatizar cualquier oposicin popular a su poltica, dejando as claro su
desprecio por el pueblo. A diferencia de Amrica Latina, donde ms all de su
diversidad, el populismo trata de integrar a las clases populares y a los deshere-
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NOTAS
1. Histoire sociale et histoire des concepts, en LExprience de lhistoire, Pars, Gallimard-Seuil,
1997, pp. 101-109.
2. Pour une histoire compare des socites europennes (1928), en LHistoire, la Guerre, la Rsis-
tance, Quarto, Pars, Gallimard, pp. 347-380.
3. Modeles critiques, Pars, Payot, 1984, pp. 97-98.
4. Scritti corsari, Miln, Garzanti, 1990, p. 63
5. P. Santomassimo (dir.), La Notte della democracia italiana, Miln, Il Saggiatore, 2003; A. Gibelli,
Berlusconi ou la dmocratie autoritaire, Pars, Belin, 2011; P. Flores dArcais, Anatomy of Berlusco-
nism, New Left Review, 68, 2011.
6. G. Mosse, La Rvolution fasciste, Pars, Le Seuil, 2003; Z. Sternhell, La Droite rvolutionnaire, Folio,
Pars, Gallimard, 1997.
7. Hitler 1889-1936: Hubris, Pars, Flammarion, 1999, p. 605.
8. Les Somnambules, Pars, Flammarion, 2013.
9. La Persistance de lAncien Rgime, Pars, Flammarion, 1983.
10. Inmigration, racisme et antismitisme en France, Pars, Fayard, 2007.
11. A. Haijae, M. Mohammed, Islamophobie, Pars, La Dcouverte, 2013.
12. P. Birnbaum, Un Mythe politique: La Republique juive, Pars, Fayard, 1988.
13. S. Volkov, Antisemitism as a Cultural Code, Leo Baeck Institute Yearbook, 1978, 23/1, pp. 25-46.
14. LIdentit malheureuse, Folio, Pars, Gallimard, 2014, p. 111.
15. H. Treitschke, Unsere Aussichten, en K. Krieger (dir.), Der Berliner Antisemitismusstreit, Munich,
Saur, 2004, vol. 2, p. 16.
16. Le Grand Reemplacement, Neully-sur-Seine, Reinhare, 2011, p. 82.
17. Ibid., p. 17.
19
18. J. Rancire, Les ideaux republicans sont devenues des armes de discrimination et de mpris, Le
Nouvel Observateur, 2 de abril de 2015.
19. Valeurs actuelles, 19-25 de junio de 2014.
20. Vase G. Mosse, Toward the Final Solution, Nueva York, Howard Fertig. 1997; P. Pellerin, Les Philo-
sophes des Lumires dans la France des annes noirs, Pars, LHarmattan, 2009.
21. Luomo bianco e luomo di colore, Bocca, 1892, p. 223.
22. Les origines du totalitarisme, Quarto, Pars, Gallimard, 2000, p. 479 (el original boomerang effect
ha sido traducido [en esta edicin francesa] como effect de retour); Discours sur le colonialisme,
Pars, Presence africaine, 1955, pp. 77 y 111. Vase tambin M. Rothberg, Multidirectional Memory,
Redwood City, Stanford Univesity Press, 2009, cap. 1.
23. M. Battini, Il socialismo degli imbecilli, Turn, Bollati-Boringhieri, 2010.
24. Vers lextrme, Pars, ditions Dehors, 2014.
25. Mythologies: le beauf et le bobo, Lignes, vol. 45, 2014.
26. J.P. Rioux, Les Populismes, Tempus, 2007; F. Finchelstein, Returning Populism to History, Cons-
tellations, vol. 22, n 4, 2014.
27. Entrevista en el Corriere della Sera, 30 de octubre de 2014.
Enzo Traverso es historiador, nacido en Gavi (Italia), en 1957. Se doctor en la cole des
Hautes tudes en Sciences Sociales, Pars, en 1989. Actualmente ejerce como catedrtico de Hu-
manidades en la Universidad de Cornell (Estados Unidos). Sus intereses se centran en la historia
intelectual y la historia poltica de la primera mitad del siglo xx en Europa, desde una perspectiva
comparada. Ha publicado una extensa e influyente obra, en la que destacan libros como A sangre
y fuego. La guerra civil europea 1914-1945 (PUV), El final de la modernidad juda. Historia de un giro
conservador (PUV) o La historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo xx (FCE).
En breve aparecer una nueva obra suya, Left-Wing Melancholia. Marxism, History and Memory
(Columbia University Press).
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