La Feria de Vilque de Jaime Urrutia
La Feria de Vilque de Jaime Urrutia
La Feria de Vilque de Jaime Urrutia
El boom lanero
1. 1854-1860: expansión
2. 1860-1880: declive
3. 1880-1892: expansión
4. 1892-1911: declive
5. 1911-1919: expansión
La cruenta guerra civil que se libró entre 1856 y 1858 fue el mayor
ejemplo, en el periodo que nos interesa, de la azarosa vida política del
país, enfrentando caudillos e intereses regionales y parcialmente
ideológicos, con secuelas directas sobre la economía del sur
altiplánico, como señalan los informes de los cónsules británicos
citados por Bonilla:
“Fuera del pueblo había miles de mulas de Tucumán esperando que los
arrieros peruanos las compraran. En la plaza había puestos de todo tipo
de productos de Manchester y Birmingham; en lugares más apartados
había polvo de oro y café de Carabaya, plata de las minas, corteza y
chocolates de Bolivia alemanes con cristalería y prendas de lana de punto,
modistos franceses, italianos, indios quechuas y aimaras en sus diversos
trajes pintorescos; de hecho, todas las naciones y lenguas…El camino
estaba repleto de personas que venían de Arequipa a la feria de Vilque:
tenderos nativos, comerciantes ingleses llegados a concertar sus
suministros de lana, y una ruidosa compañía de arrieros en camino a
comprar mulas, y armados hasta los dientes con pistolones, viejas armas
e inmensas dagas, para defender sus bolsas de dinero” (citado en:
Jacobsen 2013: pp.129-130)
“A algunas leguas del gran lago Titicaca, que duerme como un mar interior
entre la meseta del Collao y las montañas de Bolivia, se levanta el villorrio
de Vilque. Es allí donde se celebra esa feria, la más considerable del Perú
y quizás de toda la América del Sur y a la que afluyen las poblaciones, no
solo de los departamentos vecinos, Arequipa, Moquegua y el Cusco, sino
también de Bolivia y de las provincias argentinas, en particular del
Tucumán. Durante quince días Vilque, que apenas cuenta con algunos
centenares de habitantes, ve elevarse su población hasta diez o doce mil
almas” (Botmiliau 1947).
Hasta la segunda mitad del S. XVIII la gran feria de mulas del sur
peruano se realizaba en Paucarcolla, a pocos kilómetros de Vilque:
“A las dos leguas de Puno, camino algo escabroso sin riesgo y de trotar,
está el pueblo de Paucarcolla, que fue la capital de la provincia y que
actualmente está arruinado, pero sin vestigios de haber sido de alguna
consideración. En él se proveen de mulas correos y pasajeros con mucha
prontitud, porque hay abundancia” (Concolorcorbo 1773)
En efecto, Flores Galindo afirma que el espacio regional del sur, que tenía hasta
el surgimiento de la república un eje longitudinal que desde el Cusco articulaba
el altiplano y el Alto Perú, se modifica desde la década de 1830 por otro eje, esta
vez transversal, que unía el altiplano peruano con Arequipa y el puerto de Islay,
sobre la base de exportación de lanas, oro, plata y quinina. Según el mismo
Flores, en 1821 se estableció en Arequipa la casa Braillard (francesa), luego la
casa Gibbs (inglesa), y otras como Forga, Stafford, Gibson, Fletcher. En total,
más de doce grandes casas comerciales que acoian lana procedente de las
ferias campesinas, siendo Vilque (Puno) la más importante de ellas (p.57) (Flores
et. al. Op.cit.)
“Las mercaderías más finas así como las más ordinarias de Europa y de
América, estaban expuestas unas cerca de otras en un extraño desorden.
Al lado de sacos de cacao y hojas de coca se exhibían relojes de Ginebra
y joyas de Paris. Nuestros paños, nuestros terciopelos y nuestras sedas,
se ofrecían a las miradas en groseros bayetones que se fabrican en el
Cusco….a menudo una mujer que tenía solo un pedazo de bayeta sobre
los hombros compraba sortijas de brillantes de 50, de 60 pesos (250 a 300
francos), o pendientes de perlas más ricos aún” (Botmiliau op.cit.).
Langer ha propuesto que la primera parte del siglo XIX se caracteriza por un
periodo de preeminencia de las economías étnicas andinas, lo cual no sucedía
desde mediados del s. XVI. La historia de la feria de Vilque, inicialmente
una feria campesina, es un capítulo importante en la historia de la
articulación económica del sur andino, y explica en buena medida la
relación de importantes sectores ganaderos indígenas al mercado, y la
dinámica de un amplio espacio rural involucrado e n este centro de
transacciones.
“Sin embargo, la gran oleada de compra de tierra por parte de los grandes
hacendados hispanizados, entre la década de 1890 y 1920, llevó a una
endémica violencia abierta en el campo azangarino” (Jacobsen p. 379).
Es difícil explicar, como destino final del dinero “ahorrado” por los
vendedores indígenas, entierros como los sugeridos por Markham , que
formaban parte de la mitología de los grupos dominantes en la región:
Entre la élite de Puno aún florecía e las décadas de 1850 y 1860 una
leyenda según la cual los campesinos indígenas habían enterrado unos
diez millones de pesos bolivianos, que eran sus ingresos procedentes de
la creciente venta de lana, un dinero que de este modo “desapareció de
la circulación” (Jacobsen p.315).
Productor indigena
Ofertante indigena
BOTMILIAU, Adolphe de
1947 “La republica peruana” (1848); en: “Dos viajeros franceses en el Perú
republicano”, Traducción de Emilia Romero, Prólogo y notas de Raul
Porras Barrenechea, Cultura Antártica, Lima,.
FERNANDEZ-NODAL, José.
1870 Los Peruanos ante sus autoridades y el Concilio Œcumenico de Roma.
Arequipa.
GASCÓN Jorge
2000 Sublevaciones colonas y reproducción del Sistema de haciendas en el Sur
Andino Peruano ,Revista Española de Antropología Americana nº30,
Universitat de Barcelona
JACOBSEN, Nils
2013 Ilusiones de la transición. El altiplano peruano, 1780-1930, BCR, IEP, Lima
LANGER, Erick:
2004 Ethnic Economy and National Economy: Indian Trade in the Early
Nineteenth Century; En: Rev. Estudios Interdisciplinarios de América
Latina y el Caribe, vol. 15., nº1, Estudios Interdisciplinarios de América
Latina y el Caribe 15.1 , Tel Aviv University (): 9-33
PAZ SOLDAN, Mateo
1862 Geografía del Perú, Lima,
PRADO R Gustavo A.
1995 Efectos Económicos de la Adulteración Monetaria en Bolivia, 1830-1870,
Revista de Humanidades y Ciencias Sociales, No. 1, Universidad
Autónoma “Gabriel René Moreno”, Santa Cruz, Bolivia.
RAIMONDI, Antonio
1929 El Perú, Libro II, Biblioteca virtual Miguel de Cervantes, España.
RENGIFO, Grimaldo
1990 Exportación de lanas y movimientos campesinos, Tesis UNMSM,
URRUTIA, Jaime
.2015 Informes de los cónsules franceses en Lima 1842-1877; IFEA, IEP.
VASQUEZ, Emilio
1976 “La rebelión de Juan Bustamante”, Librería Editorial Juan Mejía Baca.
ANEXO 1
La provincia de Tucumán envía todos los años muchos millares de esos animales
semi-salvajes los cuales son muy solicitados por los peruanos para los viajes y
el transporte de mercaderías a través de las cordilleras. A un kilómetros del
pueblo se reúne a esas mulas en tropas de quinientos o seiscientas o a veces
más, al cuidado de tres o cuatro gauchos, quienes con sus caras morenas,
grandes ponchos que los envuelve por entero, su chiripá que les cubre las
piernas a guisa de pantalón y el cuchillo siempre pendiente de su cinturón, tienen
más bien el aire de bandidos que de honrados comerciantes venidos para vender
sus mulas. Se mantienen inmóviles sobre sus sillas, con las riendas en la mano
y el lazo en la otra, en espera de la llegada de los compradores. Los aficionados
afluyen en gran número. Escogen con los ojos, pero sin poder acercarse mucho,
la bestia que les conviene, la designan al capataz o jefe de los gauchos, y tratan
con él del precio en algunas palabras. N general el precio es de 30 a 60 pesos y
el negocio se concluye rápidamente.
Solo falta coger a la bestia en medio de esa multitud de animales con largas
orejas, jóvenes, obstinados y delos cuales ninguno ha sentido todavía el freno.
A una señala del capataz, uno de los gauchos toma su lazo, lo hace silbar por
encima de la cabeza corriendo a gran trote alrededor de la tropa, medio
espantada. Las mulas se ponen también a correr en círculo y se aprietan más y
más unas contra otras. La que el comprador ha escogido desaparece muy
pronto. Pero el gaucho no la ha perdido de vista, Su lazo recogido se balancea
sobre su cabeza. Muy pronto, cuando el momento favorable se presenta, lo
despliega como una enorme serpiente y a doce o quince pasos del jinete, va a
coger el animal designado. En vano la mula espantada se resiste al apretón, el
lazo atado a la misma montura del gaucho no suelta al pobre animal. Por el
contrario, mientras más esfuerzos hace por desasirse, con más fuerza la aprieta
el nudo corredizo. La mula cae algunas veces y se revuelca sobre el polvo con
rabia y dolor. ¡Vanos esfuerzo! La respiración le falta, las fuerzas la abandonan,
está vencida. El gaucho, tranquilo como un hombre que no ha hecho otra cosa
en su vida, descabalga, se acerca lentamente al animal dominado sin quietar el
lazo que lo tiene cautivo y l echa rápidamente su poncho sobre los ojos. Todo ha
concluido, es el dueño y puede hacer lo que quiere. Entonces empieza otra
escena más animada aún. Se trata de montar la mula, de hacerla galopar con su
jinete para conocer su paso, pues en estas ferias el comprador no puede probarla
sino después de haber cerrado el trato. Da 4 reales (2 fr.50) al gaucho, el cual
por esta módica retribución, no teme exponerse a quebrarse el espinazo.
Mientras que la mula está todavía en tierra, se le pone un freno muy fuerte en la
boca. Una especie de albarda apenas cubierta con un viejo cuero hecho jirones,
con dos cuerdas pasadas por un pedazo de madera a guisa de estribos, se echa
sobre el lomo del animal y es fuertemente cinchado. En el momento en que, libre
del lazo, la mula se levanta todavía medio aturdida y espantada, el gaucho se
lanza sobre su lomo, la aprieta entre sus dos piernas armadas de inmensas
espuelas de fierra con rosetas anchas como la palma de la mano. De ordinario,
la mula se detiene un instante, como admirada del peso nuevo que siente sobre
ella y del freno que le oprime la boca por primera vez. De repente, replegándose
sobre sí misma, de lanza en saltos cortos y nerviosos, inclinándose a la derecha,
a la izquierda, encabritándose, arrastrándose, enderezándose. Pero el gaucho
no la deja. Esta tan tranquilo, tan impertérrito sobre su silla en medio de estos
saltos espantosos, como un petimetre que galopa en el Bois de Boulogne llevado
dulcemente por el animal de una caballeriza. Cuando la desgraciada bestia
fatigada y agotada, empieza a calmarse gracias a los esfuerzos victoriosos del
jinete, éste le hunde las espuelas en los flancos, la empujar, la excita a su vez,
la lanza arrojando espuma en medio de la llanura, en donde, después de haber
corrido un tiempo, regresa a galope al punto de partida. Entonces se detiene por
fin, arroja de nuevo su poncho sobe los ojos del animal extenuado, le pasa una
cuerda alrededor del cuello y lo conduce donde el comprador, quien le paga los
cuatro reales prometidos. El gaucho examina sin decir nada la moneda de plata,
como para asegurarse que es de buena ley, la guarda en el cinturón de cuero
que lleva siempre sobre si y sube impasible sobre su montura, en donde espera
que un nuevo comprador le ofrezca pronto la ocasión de ganar otra pieza de
cuatro reales por una hazaña semejante (Botmilau p. 203).
ANEXO 2