La Feria de Vilque de Jaime Urrutia

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LA FERIA DE VILQUE: entre mulas, lanas… y timba

Jaime Urrutia Ceruti

El boom lanero

Ubicado en el altiplano puneño, a una altura de 3860 m. sobre el nivel


del mar, a pocos kilómetros de la ciudad de Puno, Vilque es hoy un
humilde pueblo con algunas centenas de habitantes, que no debe
confundirse con Vilque Chico, en la provincia de Huancané. Hoy el
nombre de Vilque no evoca la importancia de su pasado, que resume
ni más ni menos que la principal feria del s ur peruano desde las
primeras décadas de 1800 hasta la llegada del ferrocarril a Puno en
1874.

En Vilque nació en 1808, Juan Bustamante Dueñas, el “Loco


Bustamante” o “Mundo Purikuq” (Vasquez 1976), “exitoso comerciante
de lanas” y viajero que dio la vuelta al mundo y fue asesinado en Pusi ,
cerca de su pueblo natal, en enero de 1868, siendo líder de un
movimiento campesino duramente reprimido en pleno auge de
exportación de lanas de ovinos y camélidos, y por ende de la feria de
Vilque, que tenía lugar por dos semanas, durante la celebración de
Pentecostés, a fines del mes de mayo o inicios de junio (Dominguez
2011), cuando las ocupaciones agrícolas/pastoriles no son tan
demandantes de trabajo. En su libro de viajes editado en 1849, Juan
Bustamante elogia la feria de su pueblo natal.
Hace varias décadas que en su importante estudio sobre la importancia
del puerto de Islay en el s. XIX, Heraclio Bonilla remarcó que “la
economía del sur peruano, en el siglo XIX…reposó fundamentalmente
sobre la explotación y exportación de las lanas ”.

En efecto, desde la década de 1830 esta ciudad se convirtió en el


epicentro de acumulación de lana acopiada en las zonas altoandinas
de Puno, fundamentalmente, permitiendo la conversión de l puerto de
Islay en el principal lugar de despacho marítimo utilizado por las
diversas casas exportadoras asentadas en Arequipa:

Islay: lana exportada


Año Quintales en Libras
1834 57 183
1835 1,834 6567
1836 1,009 4642
1837 3,858 15432
1838 4,593 22965
1839 8,555 79530
Fuente: Bonilla 1974

Islay: quintales de lana de alpaca exportados


9000
8000
7000
6000
5000
4000
3000
2000
1000
0
1834
1835
1836
1837
1838
1839

Fuente: Bonilla 1874

Este crecimiento espectacular continuara su alza sostenida por varias


décadas. Según Bonilla, se pueden distinguir, entre 1854 y 1919, cinco
fases según las cifras de exportación de lana, básicamente de alpaca:

1. 1854-1860: expansión
2. 1860-1880: declive
3. 1880-1892: expansión
4. 1892-1911: declive
5. 1911-1919: expansión

Si tomamos como referencia la llegada del ferrocarril a Puno en la


década de 1870, se identificarían entonces dos fases, una de
expansión hasta 1860 y otra de contracción hasta 1880.

Podríamos cotejar estas fases con la evolución de precios que el


mismo Bonilla nos presenta, a partir de cuyos datos elaboramos el
siguiente gráfico:

Precio de libra de lana de alpaca (peniques)


20
18
16
14
12
10
8
6
4
2
0
1855 1860 1865 1870 1874

Elaboración nuestra con datos de: Bonilla 1974

De casi 16 peniques por libra en 1855, el precio se mantiene hasta su


caída en 1869 a 14 peniques, ratificando que a fines de la década de
1860 la exportación lanera sufre un estancamiento del cual se
recuperará apenas 20 años después, al iniciarse otro ciclo de
expansión.

La cruenta guerra civil que se libró entre 1856 y 1858 fue el mayor
ejemplo, en el periodo que nos interesa, de la azarosa vida política del
país, enfrentando caudillos e intereses regionales y parcialmente
ideológicos, con secuelas directas sobre la economía del sur
altiplánico, como señalan los informes de los cónsules británicos
citados por Bonilla:

Durante el año pasado los negocios han sido malos en la ciudad de


Arequipa, debido en gran parte a la reacción generad después del sobre-
comercio ocurrido en 1858. El comercio con el interior ha sufrido un daño
incalculable a causa del movimiento revolucionario que tuvo lugar en la
ciudad del Cuzco en el mes de mayo, el mismo que destruyó la feria de
Vilque, (Bonilla op.cit.)

Junto con las luchas caudillistas, no podemos dejar de mencionar las


innumerables protestas indígenas ocurridas en el altiplano, sobre todo
en Huancané, contra el intento de reimplantación de la contribu ción
personal, en el marco de lo que se ha denominado exageradamente
como “guerra de castas” en clara alusión a la sublevación maya en
Yucatan ocurrida en la misma época, que condujo a la respuesta
genocida del estado mexicano. El punto culminante en Huancané es
la revuelta encabezada por Juan Bustamante entre 1866 y 1868 , que
altera profundamente la cotidianeidad de la región , en la cual las
economías indígenas, conforme veremos, eran el vector más
importante de los intercambios comerciales gracias a la producción
alpaquera.

La Feria: tenderetes, mulas y garitos

A pesar de la importancia que ocupan las grandes ferias en la


economía de la republica naciente, no existen suficientes
investigaciones para indagar sobre estos espacios cruciales de
participan de las economías indígenas en los mercados regionales e
incluso internacionales, como es el caso de la lana de alpaca y de ovino
producidas en las parcialidades y ayllus puneños , para terminar
consumidas sobre todo en la sociedad inglesa. Langer propone que
estas ferias reemplazaron con la republica a los mercados generados
por la minería colonial, sobre todo Potosí:

Muy poco se ha hecho sobre este tema, a pesar de Viviana Conti


y yo hemos sostenido que las ferias, en lugar de los grandes
mercados de minería andina de la época colonial, muy
especialmente Potosí, representan una importante evolución de
los patrones de comercio en los Andes (Langer 2004)

La feria de Vilque se estableció en los lindes de la hacienda Yanarico,


que fuera propiedad de los jesuitas. No tenemos información precisa
sobre la feria a fines del S. XVIII e in icios del XIX, período en el cual
la peregrinación original al Señor de Vilque, posible mente impulsada
por los jesuitas -como señala Jacobsen- fue derivando en un evento
básicamente comercial.

Diversos viajeros del s. XIX han perennizado, con sus vívidas


descripciones, las características de la Feria de Vilque , además de
informes oficiales de funcionarios ingleses y franceses destacados a la
región (ver Bibliografia). Markham la describe en 1860:

“Fuera del pueblo había miles de mulas de Tucumán esperando que los
arrieros peruanos las compraran. En la plaza había puestos de todo tipo
de productos de Manchester y Birmingham; en lugares más apartados
había polvo de oro y café de Carabaya, plata de las minas, corteza y
chocolates de Bolivia alemanes con cristalería y prendas de lana de punto,
modistos franceses, italianos, indios quechuas y aimaras en sus diversos
trajes pintorescos; de hecho, todas las naciones y lenguas…El camino
estaba repleto de personas que venían de Arequipa a la feria de Vilque:
tenderos nativos, comerciantes ingleses llegados a concertar sus
suministros de lana, y una ruidosa compañía de arrieros en camino a
comprar mulas, y armados hasta los dientes con pistolones, viejas armas
e inmensas dagas, para defender sus bolsas de dinero” (citado en:
Jacobsen 2013: pp.129-130)

En 1838, E. de Sartigues da cuenta de la importancia de Vilque:

“Vilque tiene cierta importancia en el país a causa de la feria de mulas que


tiene lugar allí una vez al año. Se traen las mulas de Tucumán, provincia
de la República del Plata y se emplea cuatro meses en realizar el viaje.
De Vilque se distribuyen a todo el Perú. Esa gran población está edificada
a orillas de una llanura pantanosa que parece haber sido el lecho de un
lago y termina en un vasto estanque” (Sartigues 1947).

De la misma época es la opinión de otro viajero:

“A algunas leguas del gran lago Titicaca, que duerme como un mar interior
entre la meseta del Collao y las montañas de Bolivia, se levanta el villorrio
de Vilque. Es allí donde se celebra esa feria, la más considerable del Perú
y quizás de toda la América del Sur y a la que afluyen las poblaciones, no
solo de los departamentos vecinos, Arequipa, Moquegua y el Cusco, sino
también de Bolivia y de las provincias argentinas, en particular del
Tucumán. Durante quince días Vilque, que apenas cuenta con algunos
centenares de habitantes, ve elevarse su población hasta diez o doce mil
almas” (Botmiliau 1947).

La Feria de Vilque fue originalmente una gran “tablada” de


comercialización de miles de mulas llegadas desde la región de
Tucumán, luego de un largo periplo que se iniciaba más al sur de esa
región hasta llegar, luego de varios meses, a Vilque.

En efecto, el negocio de mulas traídas desde territorio del antiguo


virreinato de La Plata representó la continuidad de un gran intercambio
iniciado en la época colonial, y sostenido hasta la segunda mitad del
s. XIX, que generó en el bajo Perú un circuito de ferias que, por rebotes
sucesivos, llegaba algunas veces hasta Cerro de Pasco. Aún hoy existe
en el lenguaje popular la frase “ más terco que mula tucumana”.

Hasta la segunda mitad del S. XVIII la gran feria de mulas del sur
peruano se realizaba en Paucarcolla, a pocos kilómetros de Vilque:
“A las dos leguas de Puno, camino algo escabroso sin riesgo y de trotar,
está el pueblo de Paucarcolla, que fue la capital de la provincia y que
actualmente está arruinado, pero sin vestigios de haber sido de alguna
consideración. En él se proveen de mulas correos y pasajeros con mucha
prontitud, porque hay abundancia” (Concolorcorbo 1773)

En su minuciosa propuesta para la reforma de los correos coloniales


en el Virreinato del Perú, Alonso Carrió de la Vandera “Concolorcorbo”,
Administrador del correo real, en su Lazarillo de ciegos y caminantes
desde Buenos Aires hasta Lima (editado en Lima en 1776), no
menciona a Vilque, tal como si hace con Paucarcolla, Coporaque y
Tucle, citando estas dos últimas como dos grandes ferias de mulas, en
Cusco y Jauja respectivamente. Sin embargo, describe con
minuciosidad la “industria” de crianza y venta de mulas desde Tucumán
al Perú. En recuerdo de ese pasado existe actualmente una Danza en
Vilque que se llama "Los Tucumanos", inspirada en los arrieros que
confluían en Vilque. Y en Salta, en Argentina, se rinde culto al Señor
de Vilque, en el pequeño pueblo de Sumalao , la gran “tablada” de
mulas en Salta de donde partían las recuas hacia el altiplano y el Perú.
En el valle de Lerma, donde se halla ubicado, el pueblo de
Sumalao, dice una leyenda que “…fue una terca mula la que trajo la
imagen desde Puno”.

Paucarcolla además de ser cabecera de un corregimiento del cual


dependía la parroquia de Vilque, era el lugar como dijimos donde se
realizaba a fines del siglo XVIII la feria de mulas más importante del
altiplano; pero también fue un lugar importante durante el
levantamiento de Tupac Amaru, luego del cual, según parece, la feria
se trasladó a la cercana localidad de Vilque, convirtiéndose este
poblado en el principal lugar de venta de mulas traídas desde las
provincias argentinas, a la vez que centro de acopio de lana, vendida
por indígenas a agentes intermediarios, y exportada a través de Islay
por compañías surgidas en la primera mitad del S. XIX, cuya sede
central estaba en la ciudad de Arequipa.

La Feria de Vilque era sometida a remate púbico anual, adjudicando al


mejor postor el control y manejo del espacio ferial. Casi no existe
información sobre la Feria en el Archivo Regional de Puno y nuestros
esfuerzos apenas han sido gratificados con un par de documentos
relacionados precisamente al remate de la Feria. El primero est á
fechado en agosto de 1820:

“El barbero Eustaquio Murillo en quien se remato la plaza de la Feria de


Vilque en cantidad de ciento quince pesos; hasta ahora no lo ha exivido
sin embargo de ntras. repetidas recombenciones. Por lo q. lo hacemos
presente a VS. para que se sirva librar las providencias conducentes al
pago y afin de q. no se carezca mas tiempo de esta cantidad q. debio
haber ingresado en Arcas desde aquel tpo. A los ocho días como VS. lo
dispuso. Dios guarde a VS. Contad. Pral. de Puno y Agosto 8 de 1820.
Victor.no de la Riva y Pablo Man. de Egrena. P. S. Gobernador Inte. D.
Tadeo Garate“ (Archivo Regional de Puno)

El otro documento, que data de 1823, señala que la subas ta de la Feria


será por 158.3 1/2 reales". Los agentes consulares ingleses instalados en Islay,
eran los primeros interesados en adquirir información sobre la Ferrria convertida
en un espacio crucial tanto para conocer el precio de la fibra de camélido como
para sondear la potencial adquisición de productos ingleses:

Vilque es un pequeño pueblo en el Departamento de Puno, distante a


unas cinco leguas de la ciudad de ese nombre, y a unas cuarenticinco
leguas de Arequipa. En la feria realizada allí, se llevan a cabo un número
considerable de transacciones comerciales; gran cantidad de mercadería
es enviada allí por los comerciantes de Arequipa, y llegan compradores
desde Cuzco, Bolivia, y las provincias argentinas. Aquellos de este último
país traen consigo gran cantidad de mulas para la venta; allí también se
hacen cuantiosos contratos para la entrega de lana, la materia prima que
constituye la exportación principal del distrito; así, se verá que el éxito o
fracaso de esta feria es un asunto de no poca importancia para la
comunidad comercial (Informe del Sr. Wilthew, Cónsul británico en Islay,
sobre el comercio de su distrito consular durante el año 1859 (House of
Commons, Accounts and Papers, Londres, 1861, Vol.LXIII, no.9, pp. 61-
62; en Bonilla 1977).

Como era de esperar, en búsqueda igualmente de mejorar la venta de


productos franceses en el Perú, el vice c ónsul francés en Arequipa
viajó a Vilque poco antes que su paisano viajero Botmilieu, y envió en
1846 un informe al Cónsul francés en Lima, resumiendo la oferta
comercial que había observado en la feria:

Productos en la Feria de Vilque:


Productos del país:
oro de Paucartambo,
plata, café, coca, chocolate, cacao del Cusco,
azúcar
bayetones, telas de lana ordinaria,
aguardiente
sillas de montar
contratos para las lanas y la quinquina (que se exportan por
Islay y Arica).
Mulas de Tucumán,
Oro de Bolivia,
Plata de Bolivia
Artículos franceses:
vinos, aguardientes y licores, telas, merinos, chales de lana,
chales de seda, pañuelos, tejidos de seda, rubana de seda,
tela para chaleco, tejidos de algodón, mercería, arpillería,
librería, papelería, joyería, armas e instrumentos.
Artículos ingleses:
bayetón, algodones impresos y crudos, tocuyo, calicota,
quincallería, telas, medias de algodón, medias de seda,
cerveza (de uso generalizado entre los indios).

Artículos de procedencia diversa:


vino de España, juguetes de niños, vidriería ordinaria
(Urrutia 2015)

Esta lista de productos ofertados en la feria es completada en el


informe citado del cónsul, que incluye una aguda observación:

Independientemente de las ventas de las cuales vengo de hablar, y que


son hechas al detalle o en semi mayoreo para el aprovisionamiento de las
ciudades del interior, en Vilque se hace la mayor parte de los contratos
para las lanas y la quinquina que se exportan por Islay y Arica. Estos no
pueden ser estimados en menos de doscientas mil piastras, y éste ha sido
un año muy inferior en razón de la baja de estos dos artículos en Europa.
Lo que llama la atención en el cuadro precedente de mercaderías
vendidas en la feria de Vilque es lo exiguo de la cifra que representan los
artículos franceses comparada con la cifra de los artículos ingleses. Esta
inmensa diferencia proviene sobretodo del hecho de que en el interior del
Perú los objetos de lujo, de los cuales se compone especialmente nuestro
comercio, son aún casi enteramente desconocidos, mientras que los
artículos ingleses, tales como el bayetón, los algodones crudos y los
impresos, tienen ahí un uso generalizado entre los indios (ibid.)
En Vilque, en suma, la venta de lana permitía la excepcional
concurrencia de una producción diversa extrarregional: oro y productos
agrícolas del Cusco, mulas de Tucumán, oro y plata de Bolivia, además
de mercadería inglesa y francesa.

Mateo Paz Soldán, en su “Geografía del Perú”, calcula el movimiento


económico de la Feria el mismo año de 1846:

“…nos concretaremos al que se hace todos los años en la célebre


feria de Vilque el día de Pentecostés. Dista este pueblo de Puno
7 leguas y aunque normalmente su población es de 2,000
habitantes; pero en la época de la feria llega hasta 30,000, pues
vienen desde República Argentina. En 1846 se vendió:
Productos del país 70,000 $
Productos extranjeros 485,000
Total 555,000 $
Ademas de esto hay los negocios y contratos comerciales que
representarán un valor de más de 200,000 pesos. Por
consiguiente, casi puede asegurarse que en esta feria, cada año
juega un capital de un millón de pesos más o menos”.
(Paz Soldán 1862)

Si bien diversos investigadores han presentado cifras del comercio lanar en el


sur andino en base a documentación aduanera, solo disponemos, para el
conjunto del movimiento monetario de la Feria, de cifras proporcionadas por
viajeros, funcionarios o escritores basadas en observaciones y cálculos
subjetivos, como aquellos consignados por Paz Soldán, que parecerían más
cercanos a la realidad que los resumidos por Vasquez en su libro sobre Juan
Bustamante, donde señala que:

“Año tras año, hacia los días de la Pascua de Pentecostés, se repetía la


renombrada feria en la cual – se cuenta – se hacían transacciones por
nada menos que la cantidad de cinco millones de pesos, por aquellos
tiempos una suma fabulosa, extraordinaria (Vasquez 1976).

Según el Cónsul inglés:

“Tomando en consideración las mercaderías importadas a lo largo de la


costa y aquellas adquiridas por los pequeños comerciantes, puede
calcularse el valor aproximado de las importaciones, durante el año, en
Libras 350,000. (en: Bonilla 1977, vol.IV, p.172).

Jacobsen hace una propuesta más cauta, señalando que “ el volumen


de los negocios realizados en la feria a finales de la década de 1840
podría haber alcanzado entre los 750 mil y los 2 millones de pesos”
(p.130).
A los viajeros y funcionarios que describieron la feria, se suman
diversos estudios que analizan el ciclo de exportación lanar,
complementario del guanero, que se generó en el sur andino peruano,
teniendo como eje la ciudad de Arequipa, y que implicó el activismo del
puerto de Islay, tanto para exportar la lana de ovinos y la fibra de
camélidos, como para desembarcar los más diversos artículos, sobre
todo ingleses (Bonilla 1980).

La exportación de lana en el sur andino, de rápido incremento entre


1835 y 1840, implica un espacio mayor que el del mero altiplano donde
se ubicaba la feria de Vilque. Flores Galindo propone la rearticulación
de circuitos económicos en el sur que fueron modificándose a partir de
la creciente importancia de Arequipa y su control del mercado de lanas:

“A través de la feria de Vilque persistían los lazos entre el Cuzco, Puno,


Arequipa, de un lado; y Bolivia y la Argentina, del otro. Pero a medida que
se fue desarrollando el comercio lanero, las vinculaciones interandinas
fueron subordinadas a las relaciones entre la costa y la sierra, el puerto y
el interior, teniendo como nexo a la ciudad de Arequipa. El comercio lanero
permitió la reconstitución del circuito comercial del sur, interrumpido con
la independencia y el caudillismo. Pero la dirección de este circuito fue
sustancialmente diferente a la que tuvo durante el siglo XVIII” (Flores
1977, p. 75).

En efecto, Flores Galindo afirma que el espacio regional del sur, que tenía hasta
el surgimiento de la república un eje longitudinal que desde el Cusco articulaba
el altiplano y el Alto Perú, se modifica desde la década de 1830 por otro eje, esta
vez transversal, que unía el altiplano peruano con Arequipa y el puerto de Islay,
sobre la base de exportación de lanas, oro, plata y quinina. Según el mismo
Flores, en 1821 se estableció en Arequipa la casa Braillard (francesa), luego la
casa Gibbs (inglesa), y otras como Forga, Stafford, Gibson, Fletcher. En total,
más de doce grandes casas comerciales que acoian lana procedente de las
ferias campesinas, siendo Vilque (Puno) la más importante de ellas (p.57) (Flores
et. al. Op.cit.)

El eje central de intercambio tuvo, entonces, a Arequipa como polo dinamizador


y a la Feria de Vilque como punto central de un circuito comercial en el cual ya
no se trataba solamente de mulas, sino se acumulaba la lana de ovinos y
camélidos, sobre todo de alpaca, y se expendían muy diversos productos. La
mayor cantidad de la lana comercializada provenía de hatos manejados por
campesinos indígenas, mientras que las haciendas apenas insinuaban un ciclo
de expansión en tierras de comunidades, que tendrá sus zenit a finales del S.XIX
e inicios del XX.

Además de la población indígena del entorno, que albergaba a los


principales asistentes, Vilque atraía a miles de comerciantes, arrieros,
vendedores de baratijas, y también vagabundos de distinta índole,
ociosos o “pinganillas”, e incluso era “ el último recurso de las rameras”,
según un artículo en un diario cusqueño de 1848, citado por Glave
(Glave 2004)

Por la Feria también pasó el incansable Antonio Raimondi:

Para el viajero que recorre un país no hay mejor ocasión para


sus estudios sobre las razas que ofrece una feria. Allí tiene la
facilidad de ver reunida en un solo punto una infinidad de tipos
distintos…El triste pueblo de Vilque, que en los demás días del
año escasea de todo recurso, no hallando el viajero con que
satisfacer sus mas urgentes necesidades, en la época de la feria
cambia totalmente de condición, siendo el lugar de cita de los
comerciantes de Arequipa, Moquegua y Lima ; entonces se
improvisan en el pueblo de Vilque varias fondas, cafés,
heladerías, tiendas de comercio. etc. Y la población que poco
antes era casi solitaria y desierta se convierte en un centro de
actividad y vida” (Raimondi 1929:379).

Esta multitud variopinta, venida en principio a rendir culto al Señor de


Vilque, convertía pues el villorrio en una colmena ajetreada donde
productos nativos e importados, transportados en cientos de mulas o
en camélidos, eran comprados y vendidos para ser redistribuidos en el
sur del país, y también exportados, como era el caso de la lana de
ovinos y la fibra de camélidos, apetecidas , sobre todo, por el mercado
inglés. Vilque se convertía, también, en la semana de feria, en un gran
garito, si aceptamos la descripción de Valdez quien seguramente
exagera su énfasis moralista en 1854 (ver Anexo 2):

“Tal vez no exista en el mundo un lugar donde la abundancia de dinero y


la falta de grandes y combinados objetivo de una industria creadora haya
hecho que el juego se convirtiera en una profesión y en un espectáculo
público, como en la celebrada feria de Vilque…Aumentó después tanto
esta concurrencia que el pequeño pueblo llegó de pronto a contar con una
población de 100,000 (sic) almas, y la plaza donde antes solamente se
vendían toscos tejidos indígenas, manteca de vaca, quesos, y carne
salada, cubríase en un instante de todas las producciones de la tierra, y
convertíase en una ciudad temporal, para así decir, donde se reunión
comerciantes de Lima, Cuzco, Arequipa, La Paz, Tacna, Chuquisaca,
Buenos Aires, y todas las demás ciudades principales de Colombia, de las
provincias del Rio de la Plata y del bajo y alto Perú…El lugar santo pasó
a plaza de comercio y de plaza de comercio a casa de juego; a ella
concurrían los curas de todas las parroquias del virreinato; se veían allí a
generales, intendentes, gobernadores, sub-delegados, chantres, vicarios,
deanes, contadores, tesoreros, etc., Había más de cien casas , donde
toda esa gente jugaba día y noche, por espacio de una semana; era tanta
la abundancia del dinero, que en esa ocasión, los pagos y las cobranza
se hacían en las copas de los sombreros para no perder el tiempo en
contarlo” (Valdez 1843).
Y tal como había descrito Valdez, el Vice Cónsul francés ratifica la importancia
de los juegos de azar en la feria:

El aspecto de un campo de batallas después del combate no es menos


siniestro que el de un salón de juego peruano alumbrado por las primeras
claridades del alba. El monte de la feria de Vilque es además celebre en
el Perú. Devora a menudo grandes fortunas y se cita a más de un
negociante cuya ruina ha sido precipitada en esta forma. En todas partes
en el Perú, el monte tiene sus templos (Botmiliau 1848).

El citado Botmiliau resume su visión de la Feria, resumiendo el


comercio de mulas y los garitos de juego:

Cuando se ha visto a los domadores de caballos y a los jugadores de


monte, se conoce los dos espectáculos más curiosos de la feria de Vilque.

Es precisamente Botmiliau quien ha descrito, con mayor vivacidad la


feria en general, y la oferta y compra de mulas en particular, en las
pampas adyacentes al pueblo de Vilque (ver Anexo 1). Su observación
general no oculta la sorpresa de ver objetos “finos” mezclados en los
tenderetes de la feria con productos “chuscos”:

“Las mercaderías más finas así como las más ordinarias de Europa y de
América, estaban expuestas unas cerca de otras en un extraño desorden.
Al lado de sacos de cacao y hojas de coca se exhibían relojes de Ginebra
y joyas de Paris. Nuestros paños, nuestros terciopelos y nuestras sedas,
se ofrecían a las miradas en groseros bayetones que se fabrican en el
Cusco….a menudo una mujer que tenía solo un pedazo de bayeta sobre
los hombros compraba sortijas de brillantes de 50, de 60 pesos (250 a 300
francos), o pendientes de perlas más ricos aún” (Botmiliau op.cit.).

Vilque y la economía indígena

Debido a la fuerte demanda de lana de alpaca, por el gran número de


géneros que actualmente son manufacturados con ella estos animales
son cuidados por sus propietarios, los indios, muchos más que antes, y
han aumentado considerablemente en número. (Cónsul inglés en: Bonilla
1977, vol. IV, p.247).

Este ajetreo comercial donde lanas, mulas y garitos se combinaban


bulliciosamente está a la espera de una investigación basada en
fuentes primarias existentes en los Archivos de la región.
Desgraciadamente, nuestros esfuerzos en el Archivo Regional han
resultado absolutamente estériles pues, como dijimos aanterriormente,
apenas encontramos un par de documentos secundarios referidos al
remate anual de la Feria de Vilque. Es decir, seguimos sin responder
cabalmente las inquietudes que Bonilla planteó en su estudio sobre
Islay:

No se conocen desafortunadamente los mecanismos de las


transacciones comerciales establecidas entre las casas
comerciales y los campesinos-ganaderos, las formas de
captación de la lana, los niveles de los pr ecios, las tasas de
beneficio, las formas de organización de los campesinos -
ganaderos, etc. (Bonilla 1974).

Pero podríamos sugerir que tratándose básicamente de una oferta


indígena la venta de lanas no requería documentos legales que la
registraran; más aun teniendo en cuenta, como sucedía y sucede en
muchas ferias indígenas, que los “rescatadores”, acopiadores,
negociaban con habilidad un precio que posiblemente lindaba con el
engaño. Quizás existan en otros archivos documentos o cartas de
compromiso emitidos por las casas comercializadoras arequipeñas a
los acopiadores que las abastecían, señalando montos de dinero,
cantidad de lana y periodos de entrega.
Por ahora debemos contentarnos con plantear algunas preguntas de
partida para comprender las características de esta feria, y su papel
en la articulación del espacio económico involucrado en ella : ¿Por qué,
si la participación indígena en la Feria era fundame ntal, no lograron los
integrantes de las parcialidades un ahorro importante, es decir no se
“capitalizaron”? De otra parte, ¿cuál era la dinámica de la Feria de
Vilque? ¿cuál era la relación entre este movimiento mercantil en Vilque
y las estructuras socio productivas que le daban vida? ¿cuáles son las
características de la participación indígena en la Feria? ¿qué impacto
tuvo la feria en la economía campesina local, desde el inicio de la
república hasta la llegada del ferrocarril a Juliaca en 1874?

Bonilla propuso tentativamente que en “esa economía básicamente


ganadera, los propietarios de los animales que producían las lanas,
según informes concordantes de los Cónsules, fueron los campesinos
indios de la región” (Bonilla1974).

Los mercados indígenas rurales de Bolivia y Perú en el S. XIX,


incluyendo en ellos la feria de Vilque, han merecido la atención de Eric
Langer, quien presenta algunas respuestas a estas preguntas, tratando
de explicar las características de la participación indígena en el
intercambio ferial y su etnografía básica, es decir la vinculación de la
economía de las parcialidades indígenas con la Feria y el impacto de
ésta en aquella:

Otro aspecto importante del comercio indígena en el siglo XIX se refiere a


las ferias anuales. Muy poco se ha hecho sobre este tema, a pesar de
Viviana Conti y yo hemos sostenido que las ferias, en lugar de los grandes
mercados de minería andina de la época colonial, muy especialmente
Potosí, representan una importante evolución de los patrones de comercio
en los Andes. (Langer 2004)

Langer ha propuesto que la primera parte del siglo XIX se caracteriza por un
periodo de preeminencia de las economías étnicas andinas, lo cual no sucedía
desde mediados del s. XVI. La historia de la feria de Vilque, inicialmente
una feria campesina, es un capítulo importante en la historia de la
articulación económica del sur andino, y explica en buena medida la
relación de importantes sectores ganaderos indígenas al mercado, y la
dinámica de un amplio espacio rural involucrado e n este centro de
transacciones.

Debemos reconocer que, a pesar de las importantes investigaciones


sobre el ciclo lanero, queda la tarea de estudiar la feria de Vilque en
concreto, epitome de una circulación mercantil que involucró a miles
de personas, sobre todo indígenas, en un amplio espacio, donde
circularon importantes flujos monetarios. Por lo tanto, la investigación
que nos parece resonder a algunas de nuestras inquietudes es la que
ha publicado Eric Langer, quien observa que:

La mayoría de los historiadores de la economía que se han


centrado en las repúblicas andinas en el siglo XIX y más allá,
prácticamente han ignorado el aspecto del comercio indígena, a
pesar de su importancia. Hay muchas razones para ello, que
incluyen una concentración en las fuentes a nivel nacional, la
falta de muchos datos cuantitativos sobre el comercio interno y
la riqueza concomitante de información sobre las exportaciones
y las importaciones, así como la muy reciente aplicación de
preocupaciones y métodos etno-históricos al siglo XIX (Langer
2004).

Langer proponer corregir esta visión parcial y centralizada de las


economías indígenas:

se puede argumentar que el inicio del siglo XIX representa un


período de la dominación de las economías étnicas andinas no
presenciado desde mediados del siglo XVI. … tanto las
economías internas y de exportación de Bolivia y Perú las tierras
altas en la primera mitad del siglo XIX fueron altamente
dependiente de lo que podría llamarse las "economías étnicas"
de las comunidades indígenas (Langer 2004).

El mismo autor señala que, en la década de 1840, la Feria de Vilque


se encontraba en pleno apogeo, “esencialmente debido a la gran
participación de los indios que vendían sus lanas en ella ”; y, retomando
la propuesta de Flores Galindo, “ la participación de comerciantes de
lugares tan lejanos como Bolivia y Argentina representó una
reconstitución de los circuitos comerciales del siglo XVIII”
(Langerop.cit.). En suma, como dice Langer, “el comercio indígena fue
crucial para las economías de la región andina”

Por su parte, Nils Jacobsen, basado sobre todo en datos de la provincia


de Azángaro, ha publicado una importante investigación para entender
la dinámica socio económica del altiplano septentrional entre 1780 y
1930. Una de sus principales conclusiones es la situación exitosa de
las economías campesinas durante la fase del ciclo lanero que cor re
entre 1830 y 1870.

Jacobsen también ha remarcado el dinamismo de la economía indígena


de la región en ese período, previo a la expansión abusiva de las
haciendas a costa de tierras de las parcialidades, proceso que si bien
se insinúa desde 1850, adquiere niveles avasalladores en la última
década del S. XIX, a contracorriente de las economías indígenas que
van perdiendo no solo las tierras de pastoreo sino su autonomía en los
circuitos comerciales.

Según Jacobsen, en la década de 1870 se puede constatar que la


mayoría de la población indígena de la provincia de Azangaro vivía
fuera de las haciendas ganaderas, asociad a de diversa manera con
ayllus o parcialidades (Jacobsen op.cit.:237-8).

“Sin embargo, la gran oleada de compra de tierra por parte de los grandes
hacendados hispanizados, entre la década de 1890 y 1920, llevó a una
endémica violencia abierta en el campo azangarino” (Jacobsen p. 379).

La Feria de Vilque es la más clara y mayor expresión de la importancia


de las economías indígenas. Cabe por lo tanto derivar una pregunta
fundamental: ¿cuál fue el destino de las ganancias obtenidas por los
indígenas y sus parcialidades en su participación en el activo comercio
lanar?

Es importante tener en cuenta que el comercio interétnico, entre los indios


y los comerciantes locales, también mantuvo fragmentos de esta calidad
moral, al menos como un ideal. Los comerciantes locales participaron en
gran medida en el ciclo ritual de los indios. Fueron al carnaval y otras
fiestas, y con frecuencia asumieron el papel de los patrocinadores en
ciertas ocasiones rituales, cuando se presentaron a la comunidad con
alimentos, bebidas y otros artículos necesarios para la celebración.
Presumiblemente, los comerciantes dedicados a esta actividad lo hacían
como una forma de mantener buenas relaciones con las comunidades y
con socios comerciales individuales (Langer 2004)

Nuestro interés central ha sido mirar la feria “desde adentro”, es decir


identificar y describir el funcionamiento mismo de las formas de compra
y venta, mirando más hacia la sociedad indígena y su comportamiento.
A modo de inicio de la investigación que nos hace falta, quisiéramos
proponer tentativamente una hipótesis: la economía campesina de la
región del altiplano, básicamente ganadera, nos remite no solo a la
propiedad de los hatos, y por ende al mayor tiempo disponible de las
familias respecto a otras sociedades centralm ente agrícolas, y al
intercambio comercial como parte de sus estrategias, sino también a
formas culturas precapitalistas, donde los ritos y celebraciones
implican un gasto importante, y en las cuales la acumulación de
prestigio es quizás más importante que la acumulación de capital.

“En suma, luego de vender su producción a los comerciantes, los


productores de lana del Altiplano no se daban la vuelta y gastaban
inmediatamente sus ganancias en productos importados. Esto era
evidente para Clements Markham, quien se preguntaba qué hacían los
criadores de alpacas “con las enormes sumas de dinero recibidas”. Sugirió
entonces que usualmente enterraban este ingreso en metálico.
Entre el campesinado del altiplano, los entierros podrían efectivamente
haber sido un sentido común de ahorrar dinero para grandes gastos
especiales (p.ej. bautismos, matrimonios y funerales), esto es una forma
de consumo diferido. Pero en general, este incremento de los ingresos
que las exportaciones de lana y las actividades asociadas llevaron a la
región, estimuló el comercio regional de bienes producidos
domésticamente” (Jacobsen p.280)

Es difícil explicar, como destino final del dinero “ahorrado” por los
vendedores indígenas, entierros como los sugeridos por Markham , que
formaban parte de la mitología de los grupos dominantes en la región:

Entre la élite de Puno aún florecía e las décadas de 1850 y 1860 una
leyenda según la cual los campesinos indígenas habían enterrado unos
diez millones de pesos bolivianos, que eran sus ingresos procedentes de
la creciente venta de lana, un dinero que de este modo “desapareció de
la circulación” (Jacobsen p.315).

Mas pertinente que el entierro de monedas en los hogares indígenas


procedente de las ganancias de la feria, nos parece la búsqueda de
ostentación y por ende de prestigio adquiriendo joyas y vestidos de alto
costo. En efecto, nos queda claro que las ganancias obtenidas en el
comercio de lana permitía a los indígenas acceder a un consumo de lujo difícil
de observar en otras regiones:

Ya la joyería se vende fácilmente en la Sierra, y lo que llama la atención


es que mientras más bella es ésta, más la venta está asegurada, pues
contrariamente a los mercados de la costa ningún artículo falso puede ser
colocado ahí. No es raro ver a una india vestida con los tejidos más toscos
llevando un collar de dos y hasta trescientas piastras; las sortijas con las
cuales aman tanto adornarse, no valen menos de cien o doscientas
piastras, y a menudo más que eso (Botmilieu op.cit.)

El informe del cónsul británico en Islay, si bien se remonta a un periodo tardío de


la feria, en 1877, es válido en lo que respecta a la oferta de lana de camélidos
de parte de las comunidades indígenas:

Debido a que el indio peruano, en cuyas manos existe la mayor cantidad


de lana, especialmente de alpaca, no puede ser convencido de recibir
billetes, Islay, 22 de enero de 1877 (Prado 1995)

Pese a esta configuración de una economía campesina que no utiliza


mucho la moneda para adquirir los medios alimenticos de subsistencia,
pero maneja dinero por la venta de la mayor parte de su fibra, creo que
las posibilidades de capitalización no se dan en la magnitud que se
espera por algunas razones que derivamos de la información
proporcionada por quienes participan hoy en día como acopiadores en
las ferias alpaqueras aún existentes

El esquema de comercialización que presentamos en el gráfico reúne


información de inicios del S.XX, e incluye colonos, hacendados y
comuneros como parte del universo productor, y la cadena de acopio
va desde el “alcanzador”, “repartidor” “mandon” que adquiere la lana
en el lugar de producción y la entrega a una cadena de intermediarios
hasta culminar en las casas exportadoras de Arequipa.
Aunque desconocemos las proporciones de participación y ganancia
de cada uno de los agentes incluidos en el circuito, podemos imaginar
por nuestra parte un esquema de comercialización más simple para la
feria en Vilque:

Productor indigena

Ofertante indigena

Agente acopiador Agente acopiador Agente acopiador

Casa exportadora Casa exportadora Casa exportadora

En primer lugar, obviamente, están los indígenas ofertantes, sobre


todo, de lana de alpaca obtenida de hatos familiares pequeños pero
manejados en las parcialidades colectivamente a través de pastores
puesto que las pasturas no están privatizadas. La esquila es familiar y
nos remite a la venta individual de la fibra en pequeña escala pues no
disponemos de información sobre ofertas y ventas colectiva en
mayores volúmenes que podrían negociar en principio mejores precios,
tal como sucede posteriormente con las haciendas.

El contacto inmediato del indígena no es tanto el “alcanzador” -llamado


en muchas ferias actuales “rescatador”, quien además de utilizar
artimañas diversas, ofrece ventajas al vendedor y posiblemente
mantiene con él algún tipo de vinculación que va mas allá del mero
intercambio económico- sino el “acopiador”, agente de alguna de las
casas comerciales arequipeñas, lo cual le permite disponer del efectivo
metálico necesario para la transacción. Nos imaginamos la
competencia entre acopiadoras in situ, aunque los precios de la fibra
en la feria debieron ser, obviamente, bastante menores al precio de
compra de la casa de acopio arequipeña. Hoy en día la selección de la
fibra en calidades diversas otorga precios bastante diferenciados entre
la de mejor calidad y las demás seleccionadas. Desgraciadamente
desconocemos si la fibra ofertada en Vilque era sometida previamente
a algún proceso de selección por calidad, color, etc.
Desconocemos también si en la transacción influían relaciones
precapitalistas como el “compadrazgo” entre vendedor y comprador.
Según Jacobsen, el margen de autonomía de los vendedores indígenas
fue disminuyendo progresivamente, en forma paralela a la expansión
de las haciendas en tierras de pastoreo, y la violencia instalada con
ella entre 1890 y 1920.Pero esa es una historia posterior; nuest ro
recuento debe concluir con la decadencia progresiva de la Feria de
Vilque, originada principalmente por la llegada de la vía férrea a Puno.

El 1 de enero de 1874 hizo su “ingreso triunfal” a la ciudad de Puno el


ferrocarril que une Arequipa con esa ciu dad, cuya construcción se
había iniciado en 1870. El contrato de construcción fue adjudicado a Enrique
Meiggs y la construcción se realizó, a pesar de escollos topográficos, en un
tiempo relativamente corto, hasta instalarse la estación ferroviaria de Juliaca en
1873, de donde se reparte un ramal hacia el Cusco.

Ese fue el inicio del fin de la gran feria de Vilque y el surgimiento de la


ciudad de Juliaca como el nuevo foco comercial del altiplano y el sur
andino. Un escritor arequipeño sugirió al Gobierno peruano, ante la llegada
del ferrocarril, trasladar la Feria de Vilque a Arequipa para atraer el comercio
internacional (Fernandez 1870). Digamos que la Feria fue languideciendo hasta
fines del S. XIX, manteniéndose en el traslado de lana circuitos tradicionales:

“El ferrocarril no reemplazó de la noche a la mañana al transporte con


llamas y mulas. Las recuas eran necesarias para llevar la lana y otros
productos de las haciendas y los centros urbanos de acopio no
conectados a la línea del tren, hasta los almacenes…El transporte animal
tampoco desapareció inmediatamente de los antiguos senderos de mula
que cruzaban la Cordillera Occidental. Todavía en la década de 1920, casi
el 20% a 25% de la lana exportada del Altiplano era transportada hasta
Arequipa en recuas de llamas o mulas” (Jacobsen p.299-300).

Aunque a llegada del ferrocarril a Juliaca casi coincide con el incremento de


expansión de las haciendas, la importante Feria de Vilque pudo subsistir hasta
finales de esa década para luego perder su importancia articuladora justamente
cuando la población indígena debe enfrentar la agresiva actividad de propietarios
que codician los pastos de las parcialidades para constituir algunas de las
grandes haciendas que caracterizaran el altiplano puneño a lo largo el siglo XX
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ANEXO 1

La provincia de Tucumán envía todos los años muchos millares de esos animales
semi-salvajes los cuales son muy solicitados por los peruanos para los viajes y
el transporte de mercaderías a través de las cordilleras. A un kilómetros del
pueblo se reúne a esas mulas en tropas de quinientos o seiscientas o a veces
más, al cuidado de tres o cuatro gauchos, quienes con sus caras morenas,
grandes ponchos que los envuelve por entero, su chiripá que les cubre las
piernas a guisa de pantalón y el cuchillo siempre pendiente de su cinturón, tienen
más bien el aire de bandidos que de honrados comerciantes venidos para vender
sus mulas. Se mantienen inmóviles sobre sus sillas, con las riendas en la mano
y el lazo en la otra, en espera de la llegada de los compradores. Los aficionados
afluyen en gran número. Escogen con los ojos, pero sin poder acercarse mucho,
la bestia que les conviene, la designan al capataz o jefe de los gauchos, y tratan
con él del precio en algunas palabras. N general el precio es de 30 a 60 pesos y
el negocio se concluye rápidamente.

Solo falta coger a la bestia en medio de esa multitud de animales con largas
orejas, jóvenes, obstinados y delos cuales ninguno ha sentido todavía el freno.
A una señala del capataz, uno de los gauchos toma su lazo, lo hace silbar por
encima de la cabeza corriendo a gran trote alrededor de la tropa, medio
espantada. Las mulas se ponen también a correr en círculo y se aprietan más y
más unas contra otras. La que el comprador ha escogido desaparece muy
pronto. Pero el gaucho no la ha perdido de vista, Su lazo recogido se balancea
sobre su cabeza. Muy pronto, cuando el momento favorable se presenta, lo
despliega como una enorme serpiente y a doce o quince pasos del jinete, va a
coger el animal designado. En vano la mula espantada se resiste al apretón, el
lazo atado a la misma montura del gaucho no suelta al pobre animal. Por el
contrario, mientras más esfuerzos hace por desasirse, con más fuerza la aprieta
el nudo corredizo. La mula cae algunas veces y se revuelca sobre el polvo con
rabia y dolor. ¡Vanos esfuerzo! La respiración le falta, las fuerzas la abandonan,
está vencida. El gaucho, tranquilo como un hombre que no ha hecho otra cosa
en su vida, descabalga, se acerca lentamente al animal dominado sin quietar el
lazo que lo tiene cautivo y l echa rápidamente su poncho sobre los ojos. Todo ha
concluido, es el dueño y puede hacer lo que quiere. Entonces empieza otra
escena más animada aún. Se trata de montar la mula, de hacerla galopar con su
jinete para conocer su paso, pues en estas ferias el comprador no puede probarla
sino después de haber cerrado el trato. Da 4 reales (2 fr.50) al gaucho, el cual
por esta módica retribución, no teme exponerse a quebrarse el espinazo.
Mientras que la mula está todavía en tierra, se le pone un freno muy fuerte en la
boca. Una especie de albarda apenas cubierta con un viejo cuero hecho jirones,
con dos cuerdas pasadas por un pedazo de madera a guisa de estribos, se echa
sobre el lomo del animal y es fuertemente cinchado. En el momento en que, libre
del lazo, la mula se levanta todavía medio aturdida y espantada, el gaucho se
lanza sobre su lomo, la aprieta entre sus dos piernas armadas de inmensas
espuelas de fierra con rosetas anchas como la palma de la mano. De ordinario,
la mula se detiene un instante, como admirada del peso nuevo que siente sobre
ella y del freno que le oprime la boca por primera vez. De repente, replegándose
sobre sí misma, de lanza en saltos cortos y nerviosos, inclinándose a la derecha,
a la izquierda, encabritándose, arrastrándose, enderezándose. Pero el gaucho
no la deja. Esta tan tranquilo, tan impertérrito sobre su silla en medio de estos
saltos espantosos, como un petimetre que galopa en el Bois de Boulogne llevado
dulcemente por el animal de una caballeriza. Cuando la desgraciada bestia
fatigada y agotada, empieza a calmarse gracias a los esfuerzos victoriosos del
jinete, éste le hunde las espuelas en los flancos, la empujar, la excita a su vez,
la lanza arrojando espuma en medio de la llanura, en donde, después de haber
corrido un tiempo, regresa a galope al punto de partida. Entonces se detiene por
fin, arroja de nuevo su poncho sobe los ojos del animal extenuado, le pasa una
cuerda alrededor del cuello y lo conduce donde el comprador, quien le paga los
cuatro reales prometidos. El gaucho examina sin decir nada la moneda de plata,
como para asegurarse que es de buena ley, la guarda en el cinturón de cuero
que lleva siempre sobre si y sube impasible sobre su montura, en donde espera
que un nuevo comprador le ofrezca pronto la ocasión de ganar otra pieza de
cuatro reales por una hazaña semejante (Botmilau p. 203).

ANEXO 2

Tal vez no exista en el mundo un lugar donde la abundancia de dinero y la falta


de grandes y combinados objetivo de una industria creadora haya hecho que el
juego se convirtiera en una profesión y en un espectáculo público, como en la
celebrada feria de Vilque. En las planicies del departamento de Puno , a 7 leguas
del Lago Titicaca, hay un lugar que lleva ese nombre y que cuenta con una
población de 300 a 400 almas. La tradición transmitió la creencia de que en este
lugar apareciera milagrosamente una imagen de N. Señor Jesucristo,
verdaderamente admirable por su hermosura y milagros. Para solemnizar este
acontecimiento reuníanse por la Pascua del Espíritu Santo algunos peregrinos,
llegados de los más remotos lugares del virreinato; con el tiempo fue aumenta
la concurrencia, y en proporción se fueron también desviando los devotos de su
primer objetivo hasta convertir el lugar sagrado en una plaza de comercio, que
se abría una vez por año, durante ocho días. Aumentó después tanto esta
concurrencia que el pequeño pueblo llegó de pronto a contar con una población
de 100,000 (sic) almas, y la plaza donde antes solamente se vendían toscos
tejidos indígenas, manteca de vaca, quesos, y carne salada, cubríase en un
instante de todas las producciones de la tierra, y convertíase en una ciudad
temporal, para así decir, donde se reunión comerciantes de Lima, Cuzco,
Arequipa, La Paz, Tacna, Chuquisaca, Buenos Aires, y todas las demás
ciudades principales de Colombia, de las provincias del Rio de la Plata y del bajo
y alto Perú. Pero como el tiempo muda todas las cosas, y como el mundo físico
y moral no es más que una serie de revoluciones, ya no eran los devotos
peregrinos que llegaban para adorar al Señor de Vilque, ni eran los comerciante
que allí iban para vender los productos de su país y aumentar los medios de
felicidad, y si los jugadores que afluían cargados de oro y plata para aventurar
sus fortunas y las de sus familias. El lugar santo pasó a plaza de comercio y de
plaza de comercio a casa de juego; a ella concurrían los curas de todas las
parroquias del virreinato; se veían allí a generales, intendentes, gobernadores,
sub-delegados, chantres, vicarios, deanes, contadores, tesoreros, etc., Había
mas de cien casas , donde toda esa gente jugaba día y noche, por espacio de
una semana; era tanta la abundancia del dinero, que en esa ocasión, los pagos
y las cobranza se hacían en las copas de los sombreros para no perder el tiempo
en contarlo. Existen aún infinitos testigos de este cuadro de corrupción y de
grandeza, y no hacen veinte años que el pueblo de Vilque volvió a su estado
primitivo.(Valdez)

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