Revolucion Darwiniana

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Revolución Darwiniana

RESUMEN: Darwin ocupa un lugar destacado en la historia del pensamiento occidental,


recibiendo un merecido reconocimiento por su teoría de la evolución. En El origen de las
especies expuso las pruebas que demostraban la evolución de los organismos. No
obstante, Darwin consiguió algo aún mucho más importante que la demostración de la
evolución. El origen de las especies de Darwin es, en primer lugar, un razonamiento
sostenido a fin de solucionar el problema consistente en cómo explicar científicamente el
diseño de los organismos. Darwin trata de explicar el diseño de los organismos, su
complejidad, su diversidad y sus mecanismos maravillosos como el resultado de los
procesos naturales. Darwin completó así la Revolución Copernicana, introduciendo en la
biología la noción de la naturaleza como un sistema legítimo de materia en movimiento, que
la razón humana es capaz de explicar sin tener que recurrir a fenómenos sobrenaturales.

La Revolución Darwiniana.

Bernard Cohen.

La revolución darwiniana fue la mayor revolución en las ciencias del siglo diecinueve.
Destruyó el concepto antropocentrista del universo y ‘causó una gran conmoción en el
pensamiento del hombre como ningún otro avance científico desde el resurgimiento de la
ciencia en el Renacimiento’ (Mayr, 1972, 987). La revolución darwiniana es la única
revolución biológica mencionada en la lista usual de las grandes revoluciones en la ciencia,
las cuales son tradicionalmente asociadas con los nombres de científicos de la física:
Copérnico, Descartes, Newton, Lavoisier, Maxwell, Einstein, Bohr y Heisenberg. La
revolución darwiniana, como perceptivamente observó Sigmund Freud (1953, 16: 285), fue
una de las tres que asestaron golpes significativos a la imagen narcisista que el hombre
tiene de sí mismo -siendo las otras dos la copernicana y la que el propio Freud había
iniciado. Además, la revolución darwiniana difiere de todas las otras revoluciones en la
ciencia en que es la única, a mi conocimiento, que contenía en la primera presentación
completa de la toría el anuncio formal de que iba a producir una revolución.

El tremendo impacto revolucionario que tuvo la evolución darwiniana surgió en alguna


medida de un componente extra-científico, lo que se ha llamado la revolución ideológica
concomitante. Esto es cierto incluso para la reacción de los científicos, puesto que éstos -
como otros seres humanos- tienden a estar fuertemente influenciados en sus juicios por
cuestiones filosóficas, religiosas y otros preconceptos. Así, uno de los críticos de Darwin
sostenía que El Origen de las Especies ‘ofendió grandemente’ su ‘sentido moral’. Darwin,
decía, se había desviado de la visión de que ‘la causación (es) la voluntad de Dios’. Este
crítico decía que él podía ‘probar’ que Dios ‘actúa por el bien de Sus criaturas’, y temía que
la visión alternativa propuesta por Darwin terminaría causando que la humanidad ‘sufriera
un daño que podría brutalizarla’. Estaba preocupado por que Darwin causara ‘(el
hundimiento) de la raza humana a un grado de degradación tan bajo como ningún otro en
que hubiera caído desde que los registros escritos nos hablan de su historia’. Estos temores
se expresaban en una carta dirigida a Darwin (Darwin 1887, 2: 247-250) por el Profesor
Woodwardiano de Geología de la Universidad de Cambridge, quien firmaba su carta como
‘tu verdadero y viejo amigo’, Adam Sedgwick. Este parecer subrayaba la profética verdad
de la advertencia que Huxley hizo a Darwin (ibid. p. 231) del ‘abuso considerable...que, a
menos que me equivoque en gran medida, está reservado para tí’.

La Visión de Darwin sobre la Revolución.

Charles Darwin publicó El Origen de las Especies en 1859, un año y una década después
de que las revoluciones de 1848 recorrieran Europa. Escribió el borrador final del Origen
justo diez años después de El Manifiesto Comunista, el cual no sólo anunciaba una
revolución inminente sino que también institucionalizaba la acción hacia la revolución
política y social. Los periódicos que Darwin leía durante las décadas de 1840 y 1850
estaban llenos de referencias a revoluciones políticas, a acción revolucionaria, e incluso a
revoluciones científicas. Pero aparte de algunos signos de inquietud en la industria, los
ingleses no se sentían amenazados por la revolución: su única experiencia en revolución
se remontaba a los días de 1688, y en comparación con las de 1789 y 1848, la Revolución
Gloriosa había sido un cambio bastante pacífico. De este modo los científicos y filósofos
británicos podían contemplar la revolución, al menos en las ciencias, con distante
ecuanimidad. En las décadas anteriores a la publicación del Origen, Darwin se habría
familiarizado con la imagen de cambio revolucionario, e incluyó en su libro muchas
referencias sorprendentes a la revolución en la ciencia.

Una de ellas aparece en el capítulo 10, donde Darwin elogia la ‘revolución en la historia
natural’ de Lyell. Otra vez, hablando sobre las imperfecciones del registro fósil en el capítulo
9 (1859, 306), Darwin escribe que se había producido ‘una revolución en nuestras ideas
paleontológicas’. En el capítulo final del Origen, que contiene el anuncio completo y formal
de su teoría, Darwin dice simple y directamente que ‘cuando las ideas propuestas por mí
en este volumen, o cuando visiones análogas sobre el origen de las especies son
generalmente admitidas, podemos vagamente vislumbrar que habrá una revolución
considerable en la historia natural’. Esta manifestación posee un tono darwiniano especial.
Se resguarda en una forma de modestia por la cual Darwin es bien conocido, en las
palabras ‘podemos vagamente vislumbrar’, pero luego pasa a la audaz y fuerte declaración
de ‘una revolución considerable’.

Este evento, la declaración de revolución en una publicación científica formal, parece no


tener paralelo en la historia de la ciencia. Varios científicos han escrito en su
correspondencia o en manuscritos, anotaciones o diarios privados de investigación que su
propio trabajo era revolucionario o que provocaría una revolución. Pero sólo Lavoisier y
Darwin evaluaron sus propias contribuciones como revolucionarias en forma impresa.
Lavoisier leyó un artículo ante la Academia de Ciencias de París, el cual más tarde publicó,
referido a la nueva química y a la consecuente producción de un nuevo lenguaje de
nomenclatura química en términos de revolución (una revolución en las bases de la química,
que por lo tanto afectaba a la educación), pero no utilizó el término ‘revolución’ en la
presentación completa de su nueva teoría, como sí hizo Darwin

La evolución darwiniana claramente exhibe las etapas de crecimiento de una revolución


desde sus raíces intelectuales tempranas hasta la revolución en el papel. La experiencia de
Darwin en el viaje del Beagle (1831-1836) fue de crucial importancia, especialmente su
estudio de los fósiles y su ‘confirmación de la ley de que los animales existentes tienen una
estrecha relación de forma con los de las especies extintas’; pero como Ernst Mayr (1982,
395) ha insistido, ‘El Darwin que se unió al Beagle en 1831 ya era un naturalista
experimentado.’ Contamos con buena evidencia (ibid., 408-409; Sulloway 1983) de que
Darwin no se convirtió en evolucionista durante la travesía. Su conversión ocurrió en 1837,
en el tiempo en que abrió su primer cuaderno de anotaciones sobre ‘La Transmutación de
las Especies.’

Darwin resolvió lentamente las consecuencias de sus ideas. Para 1844 escribió un ensayo
de 320 páginas manuscritas (Darwin, 1958), que contenía la esencia de lo que
eventualmente se convertiría en el Origen. Tenemos la extraordinaria paradoja, entonces,
de Darwin convirtiéndose en evolucionista en 1837, concibiendo la teoría de la selección
natural en setiembre del año siguiente, y no publicando sus ideas en ninguna forma por dos
décadas. En resumen, la revolución intelectual se logró en 1836-37; la segunda etapa en la
consecución de la revolución, la revolución privada, cobró forma en 1844; pero la etapa
pública de la revolución en el papel tuvo que esperar por otra década y media hasta que
Darwin recibió el artículo de Wallace, con su concepción independiente de la selección
natural, en 1858.

La Naturaleza de la Revolución Darwiniana.

¿Pero cuáles eran precisamente los rasgos revolucionarios de la doctrina darwiniana? Todo
el mundo es conciente de que Darwin no fue la primera persona en creer en la evolución.
Los historiadores, de hecho, parecen obtener una forma de placer perverso buscando
predecesores de Darwin que creyeran en algún tipo de evolución en general, e incluso
aquellos que pudieran haber anticipado la idea de seleción natural. Debe señalarse, sin
embargo, que la expresión de estas ideas anteriores a 1859 no alteraron radicalmente la
naturaleza de la ciencia en la forma como lo hizo el Origen de Darwin. Una de las razones
de esta diferencia, en mi parecer, radica en el hecho de que Darwin presentó, no meramente
un nuevo ensayo, una nueva afirmación o una hipótesis, por más plausibles que fueran,
sino que demostró por medio de un razonamiento cuidadoso y una montaña de evidencia
de observaciones que la doctrina de la evolución de las especies por selección natural era
sensata y plausible. Entre otras cosas, juntó la tremenda experiencia de los criadores,
quienes practicaban (como él mismo dice) una especie de selección artificial -de la cual uno
puede hacerse la idea de la naturaleza produciendo una ‘selección natural’. También adujo
una gran variedad de evidencia de la distribución geográfica de las plantas y animales, de
la historia geológica, y de otros campos relacionados con la historia natural. Además,
Darwin presentó en forma sorprendente y convincente el hecho de la variación natural casi
sin límites entre los individuos de cualquier especie. Este hecho estaba acoplado con la
regla del incremento natural de las poblaciones y con la falta de un incremento similar en
las reservas de alimento disponibles. El resultado aparecía como ineludible para él así como
lo es para nosotros: una lucha por la vida, que llevaba a un proceso de ‘selecciòn natural’,
la cual él más tarde llamó ‘la supervivencia del más apto’, adoptando -según la sugerencia
de A. R. Wallace- una expresión poco afortunada que se originó con Herbert Spencer.
En otras palabras, Darwin no reafirmó meramente algunas viejas ideas generales del
desarrollo evolutivo sino que expuso nuevos y desafiantes argumentos específicos, para la
discusión posterior y para el progreso de la ciencia. Un ejemplo puede ser visto en el
problema de la secuencia de diferentes especies que se hallan en el registro fósil de eras
geológicas sucesivas. Un sinnúmero de explicaciones habían sido propuestas para explicar
este fenómeno. Cuvier había propuesto una serie de ‘revoluciones’, catástrofes que
destruían la vida seguidas por nuevas formas de vida. Charles Lyell propuso lo que parece
una explicación obvia y lógica, a saber, que existía una contienda entre las especies por la
supervivencia, que algunas especies desaparecieron durante esta lucha y nos son
conocidas sólo a través del registro fósil o geológico. Lyell propuso lo que Ernst Mayr (1972,
984) ha llamado ‘un tipo de microcatastrofismo’, un ‘concepto de una constante
exterminación de las especies y de su sustitución por las últimas creadas.’ La mayor
diferencia entre las ideas de Lyell sobre este tema y las de Cuvier es que Lyell pulverizó
‘las catástrofes en eventos relacionados con una especie, en vez de con faunas enteras.’
Darwin transformó este concepto de Lyell de una contienda entre las especies en el
concepto de una contienda entre los individuos.

Los miembros individuales de una especie se diferencian entre sí por varias características
de acuerdo con factores de variación bien establecidos. Pero algunas variaciones son
mejores para la supervivencia en relación a la naturaleza del ambiente. En la lucha por la
supervivencia resultante algunas variaciones son más favorables que otras; por ejemplo,
una coloración que se mimetiza con el entorno puede contribuir a salvar un individuo de la
mirada escrutadora de un predador y puede entonces favorecer la supervivencia, mientras
que una coloración que contrasta con el entorno hace más sencillo ser detectado y comido.
Darwin vio en estos fenómenos que las posibilidades de un individuo de sobrevivir
dependían de las variaciones particulares que el individuo poseyese. Al proceso de
supervivencia diferencial le dio el nombre de selección natural: un proceso en el cual un
eventual éxito reproductivo ocurre entre aquellos individuos cuyas variaciones se ajustan
más al ambiente y quienes por lo tanto tienen la mayor probabilidad de reproducir su propio
tipo. Esta concentración en el individuo aislado, el ‘acentuar el carácter de único de todo lo
del mundo orgánico’, es, de acuerdo a Ernst Mayr (1982, 46), la llave a una revolucionaria
nueva forma de considerar el mundo natural: el ‘pensamiento poblacional.’ Los pensadores
poblacionales ‘ponen el énfasis en que cada individuo de las especies que se reproducen
sexualmente es único y diferente de todos los otros.’ En este nuevo modo de hacer biología
o historia natural no existe el ‘tipo ideal’, ni ‘clases’ de individuos esencialmente idénticos.
La teoría de la evolución de Darwin por seleción natural se basó directamente en la
‘realización del carácter de único de cada individuo’, lo que Ernst Mayr ha descrito como
‘revolucionario’ en relación al desarrollo del pensamiento de Darwin

Darwin volvió al ejemplo de la jirafa:

“La alta estatura de la jirafa, la prolongación de su cuello, de sus miembros anteriores,


de su cabeza y de su lengua, hacen de ella un ani-mal admirablemente adaptado para
ramonear en las ramas altas de los árboles. Así puede encontrar alimentos que están fuera
del alcance de los otros ungulados que habitan en la misma región; lo cual, durante las
épocas de escasez de alimentos, debe procurarle grandes ventajas. (…) Los individuos
más altos y más capaces de ramonear un poco más arriba que los demás suelen ser los
que se han salvado en tiempos de hambrunas.”

Wallace, quien redactó una teoría evolutiva similar a la de Darwin

Wallace, quien redactó una teoría evolutiva similar a la de Darwin

Tan pronto como Darwin concretó su idea (hacia finales de la década de 1830), empezó a
reunir prudentemente los elementos para redactar un libro imponente. Pero en el mes de
junio de 1858 recibió una larga carta escrita por un joven naturalista entonces poco
conocido, Alfred Russel Wallace (1823-1913). ¡En ella exponía una teoría prácticamente
igual a la suya! Darwin se puso inme-diatamente a trabajar y, en un año, redactó El origen
de las especies por medio de la selección natural.

“El origen de las especies”

Recogida inmediatamente por la prensa, la teoría de la selección natural tuvo un inmenso


eco. Representaba una transforma-ción no sólo en el campo cientí-fico, sino también en el
plano filosófico, político o metafísica

Trastrocaba la concepción tradicional del hombre, que pasaba a ser el producto de una
historia y que compartiría un antepasado común con el mono. Para gran sorpresa de
Darwin, las críticas más acerbas vinieron de sus amigos científicos.

Por supuesto, se produjeron muchas resisten-cias de tipo religioso, pero, a excepción de


algunos extremistas ortodoxos (que todavía subsisten en Estados Unidos), la mayoría de
las religiones fueron aceptando progresiva-mente la idea de un nacimiento de la
huma-nidad después de una larga evolución (como demostraría la obra del padre Teilhard
de Chardin, 1881-1955).

“Una serie de bricolajes”

Lo que chocaba no era tanto el hecho de la transformación de las especies como el


mecanismo propuesto: el hombre no sólo descendía de un ser parecido a un mono, sino
que ello sería en cierta forma fruto del azar.

De hecho, Darwin afirmaba que las varia-ciones hereditarias se producen por azar antes de
ser incorporadas por la selección. Sin embargo, como todos sus contemporá-neos, no
admitía que pudieran existir fenó-menos radicalmente indeterminados en la naturaleza.
Aunque no las conozcamos, tie-nen que tener una causa. Si son fruto del azar, es sólo en
el sentido de que no son finalistas: los cambios no se producen para ser ventajosos.

Contrariamente a Lamarck, que creía que las variaciones eran precisamente el producto de
las condiciones de vida, para Darwin las variaciones se producen independientemente de
las condiciones de la selección. Se produ-cen por azar para la selección natural,
exac-tamente igual que las variaciones de los ani-males domésticos son una casualidad
para los criadores… porque ignoran sus causas.

Alguna aclaración:

Para Darwin, la “lucha por la vida” no ha de ser entendida en el sentido literal de un combate
sanguinario. Sólo cuenta la reproducción relativa de las distintas variaciones. Así, podemos
decir que dos plantas al borde del desierto luchan por la vida frente a la sequía.

La teoría de Darwin supuso una auténtica conmoción cultural para la Inglaterra victoriana.
La prensa se hizo eco del escándalo y trató de atacar con la burla esa teoría escrita por un
hombre que pretendía tener un parentesco con el mono.

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