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Marina García-Granero
Más allá del binarismo varón-mujer* Universitat de València
[email protected]
Undoing Sex.
Beyond Male-Female Binarism ISSN 1 989-7022
RESUMEN : El objetivo de este trabajo es elucidar diversos argumentos ABSTRACT: This paper aims to elucidate a number of arguments that
que plasmen cómo tanto el sexo como el género descansan en una set forth the fact that both sex and gender are built and rest on a
construcción y un entendimiento cultural. Usando como hilo conduc- cultural understanding. Using the case of intersexuality as a guiding
tor el ejemplo de la intersexualidad, abogo por un feminismo filosó- thread, I advocate for a philosophical feminism that combines the
fico que combine la teoría del continuum sexual con el abolicionismo theory of sexual continuum with gender abolishment. Once we reali-
de género. Tras reconocer que tanto el sexo como el género son ze that both sex and gender are constructed, we must bring back the
construidos, se torna necesario recuperar una concepción del géne- understanding of gender as an analytical and inherently critical cate-
ro como categoría analítica e inherentemente crítica. Sólo de este gory. Only thereby will we move towards a society that works be-
modo caminaremos hacia una sociedad que funcione más allá del bi- yond male-female binarism.
narismo dicotómico varón-mujer.
PALABRAS CLAVE: sexo/género, binarismo de género, intersexualidad, KEYWORDS: sex/gender, gender binary, intersex, sexual continuum,
continuum sexual, abolicionismo de género gender abolishment
1 . Introducción
Las sociedades actuales siguen considerando la división varón-mujer como único mo-
delo posible de organización social. Dicho binarismo mujer-varón, cuando es consi-
derado como oposición dicotómica excluyente, coloca obstáculos que impiden vivir
la corporeidad y la experiencia vital con radical autonomía, especialmente para las
personas intersexuales, aquellas personas que poseen características genotípicas y/o
ILEMATA. Revista Internacional de Éticas Aplicadas, nº 25, 253-263
Estas dos primeras secciones sirven de preparación para la siguiente, en la que pongo de
relieve la permeabilidad de la distinción sexo-género. No sólo el género se construye en
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base a la diferencia sexual, sino que, además, los marcos de sentido, aquellas estructuras
axiológicas y ontológicas creadas en el ámbito socio-cultural, nos equipan para entender
y aprehender los cuerpos de una determinada manera, y por ello, se ha de combinar la
deconstrucción de la categoría “sexo” con la perspectiva abolicionista de género. Finali-
zaremos presentando la teoría del continuum sexual junto con una profundización en el
ejemplo de la intersexualidad.
2. Sobre el devenir histórico del «sexo»
Pretendo mostrar que la categoría «sexo», lejos de designar lo biológico, lo dado o lo in-
mutable, representa la interpretación contingente que una determinada sociedad realiza
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sobre la corporeidad humana, y, por lo tanto, es una categoría construida. El término «se-
xo» se ha relacionado tradicionalmente con la estructura anatómica de una persona,
mientras que el «género» se refiere a la condición psicológica social o impuesta, las ideas
que tiene la sociedad acerca de las expectativas de comportamiento de niños y niñas,
hombres y mujeres (Saldivia, 2007, 1 33). El concepto de «género» fue introducido para
distinguir los aspectos socio-culturales y construidos, de los innatos y biológicos. Su fun-
ción no era descriptiva sino fundamentalmente crítica, pues estaba destinado a facilitar la
desarticulación de las relaciones ilegítimas de poder (Puleo, 2005, 42).
No obstante, a partir de la década de los 90, la distinción entre sexo y género, que había
sido acuñada treinta años antes como estrategia de lucha política, comienza a ser revisa-
da y criticada por teóricas feministas como Christine Delphy, Monique Wittig o Judith
Butler. La sospecha recayó sobre si acaso era posible tal separación categórica entre bio-
logía y construcción social. Desde una perspectiva deconstructivista se cuestionó el
carácter prelingüístico y acultural del sexo. Por su parte, mediante un análisis histórico,
Thomas Laqueur mostró que «el sexo es contextual» (1 994, 42), criticando así la aparien-
cia de inmutabilidad del cuerpo. Laqueur expuso cómo la construcción sexual se realizó
con fines políticos a partir del siglo XVIII , momento en que se transitó de un modelo de un
sexo ― el cuerpo femenino se consideraba una versión menor del masculino porque sus
órganos son versiones interiores de los masculinos ― al modelo binario actual. Más aún,
durante buena parte del siglo XVII, ser hombre o mujer era ostentar un rango social, asumir un
rol cultural, y no pertenecer orgánicamente a uno u otro de los dos sexos. El sexo era todavía
una categoría sociológica y no ontológica. (Laqueur, 1 994, 246)
La naturalización o traducción de la categoría «sexo» en modelos de cuerpos normativos
de hombres o mujeres no se realizó hasta bien avanzada la historia. Esto explica por qué
no existía la costumbre de intervenir o remodelar genitales intersexuales. En la Edad Me-
dia, se exigía que las personas intersexuales se adscribieran a uno de los dos sexos nor-
mativos y permanecieran en él sin levantar ninguna sospecha de cara al resto de la
sociedad ― por ejemplo, si una persona intersexual decidiese ejercer los roles de un
hombre, habría de mantener en secreto sus menstruaciones. Fausto-Sterling (2000, 35)
nos cuenta una historia interesante: en 1 601 , el soldado Daniel Burghammer dio a luz a
una niña tras haber tenido relaciones sexuales con un soldado español. Este es un ejem-
plo de práctica «cross-gender», considerada peligrosa para la conservación del orden so-
cial. En pocas palabras, los intersexuales tenían derecho a mantener toda su integridad
corpórea, siempre y cuando se adaptaran a las costumbres del género escogido y con la
condición de no combinar prácticas de un género y del otro.
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A medida que la biología emergió como ciencia a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX,
fue extirpando la autoridad a la Iglesia y ganando poder y disposición sobre los cuerpos
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variados. La denominada «edad de las gónadas» no llegó hasta 1 876, cuando el médico
alemán Theodor Albrecht Klebs publicó sus estudios sobre el hermafroditismo y el pseu-
dohermafroditismo (Fausto-Sterling, 2000, 38). Nos encontramos en un momento de re-
clamación de derechos, las teorías políticas declaraban que «todos los hombres son
creados iguales». En este contexto, los intersexuales comenzaron a representar una ma-
yor amenaza. Ya no era suficiente obligarles a ejercer únicamente las prácticas del géne-
ro escogido, sino que se comenzó a prestar atención a los genitales. Se intentaba elucidar
el sexo prevaleciente en cada cuerpo (that sex which prevaileth), pues si dichos genitales
se aproximaban más al estándar femenino que al masculino, la persona no tendría dere-
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dos categorías resulta ambiguo. Dicha ambigüedad necesita ser solucionada ― ya sea
mediante cirugía o tratamiento hormonal ― para perpetuar el sistema binario hombre-
mujer, que goza de la consideración privilegiada como «lo natural». Se obvian, pues, los
procesos históricos y socioculturales que realmente han conformado que en la actualidad
utilicemos dicha oposición excluyente como referencia. En palabras de Galcerán, «ni el
sexo es lo natural, ni el género es lo cultural. Ambos están construidos por medio de tec-
nologías sociales y biomédicas» (Galcerán, 2009, 1 63).
Las propuestas de desnaturalización tienen la intención de flexibilizar las normas que ri-
gen lo humano. En realidad, no se sabe, ni se puede saber, cuándo acaba la biología y
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político, e incluso científico. En realidad, «la categoría "mujer" es una construcción social
que se hace sobre el cuerpo biológico femenino» (Reverter, 2003, 39).
El género es una herramienta hermenéutica cuyo objetivo es acudir a la raíz de la opre-
sión y desmantelar el mapa ideológico de los lugares simbólicos que nos son asignados
de manera heterónoma. En este sentido, Alicia Puleo (201 3) ha hablado del género como
hermenéutica de la sospecha, especialmente respecto a las teorías naturalistas que han
servido para legitimar la inferioridad de la mujer respecto al hombre. Incluso hoy los es-
tudios de neurociencia tienden a establecer conclusiones ilegítimas respecto a las dife-
rencias entre los cerebros de hombre y mujer presentándolos como fijos, en lugar de
estudiarlos como producto de una socialización diferenciada (Reverter, 201 6).
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Cabe puntualizar que ya hace tiempo que se cuestiona la asociación del sexo con lo bioló-
gico y del género con lo cultural. Ya en 1 975, Gayle Rubin defendía que el género tiene un
alcance que llega al sexo, a aquello que consideramos biológico: dicho de otro modo, no
sólo el género es construido, sino también el sexo, precisamente a través del género (Re-
verter, 201 2, 21 ). Esta tesis fue desarrollada ampliamente por Judith Butler (1 990), quien
defendió que el planteamiento dualista de sexo/género como natura/cultura es reducti-
vo y simplista, y sirve para mantener libres de cuestionamiento las ideas respecto al sexo,
las cuales gracias a su consideración como “naturales”, parecen esenciales, necesarias y
ahistóricas, por ejemplo, el binarismo dicotómico varón-mujer y la heterosexualidad nor-
mativa.
Cuando analizamos las diferentes corporeidades, lo hacemos cargados con un bagaje y
una cosmovisión sostenida por el género. De este modo, el género es un mecanismo so-
cial que regula el comportamiento de hombres y mujeres, pero encuentra su propia legi-
timación en las ideas que él mismo crea en torno a la diferencia sexual. Sabiendo
entonces que tanto sexo como género están construidos, ¿cómo diferenciarlos? ¿Sigue
teniendo sentido la distinción? En la conversación cotidiana, el vocablo “género” parece
haberse convertido en un sinónimo de “sexo”. Se habla del “género” de una persona,
quizás debido a una reticencia a emplear una palabra que designa asimismo las relaciones
sexuales. A mi juicio, tras la toma de conciencia de que tanto el sexo como el género des-
cansan en un entendimiento social, se torna aún más necesario el empleo del término gé-
nero únicamente como una categoría analítica: ni para designar la constitución física de
una persona, ni para describir aquellas costumbres que de facto rigen las interacciones
entre los sexos, sino como tematización y crítica explícita de que dichas costumbres re-
presentan la subordinación y la relación de poder.
La perspectiva de género no es una perspectiva que se dedique a estudiar las diferencias
entre los sexos con mera vocación descriptiva o antropológica, sino que es la perspectiva
que desarrolla la complejidad del cuestionamiento de un orden sexual jerárquico como
motor de desigualdades (Fraisse, 201 6, 28). En esta misma línea, también Cristina Molina
nos avisa de que no hay que ontologizar el género convirtiéndolo en una identidad, sino
que éste debería expresar la jerarquía de sexos, y por ello, el objetivo es eliminar la marca
de género (Molina, 2003, 1 46). El género es una clase sexual, y del mismo modo que el
marxismo quería abolir las clases, el feminismo debe luchar por la abolición del género.
Sólo aboliendo el género, la estructura de poder, nos aseguraremos de que los mecanis-
mos de opresión no se trasladen a lo tradicionalmente considerado “natural” o “biológi-
co”, como el cuerpo o la sexualidad.
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En suma, el concepto de género debe dejar claro que la subordinación y la opresión de las
mujeres se ejerce mediante un orden social jerárquico al mismo tiempo que contingente,
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por lo que hay cabida para cambiar la sociedad y emprender un nuevo rumbo. En este senti-
do, Amorós define el género como una posición significativa de poder identificable, una je-
rarquía de estatus en la que lo masculino es hegemónico y lo femenino es subordinado. Por
ello, la emancipación consiste en «poner en cuestión la diferencia genérica que les ha sido
asignada como una construcción ―política, cultural, simbólica―, a la que no quieren estar
sujetas y de la cual, en la misma medida, se desidentifican» (Amorós, 1 997, 1 9). Para
Amorós, la marca de género es la marca de la opresión: una sociedad igualitaria no la produ-
ciría. Hablar de relaciones de género significa hablar relaciones de subordinación. El concep-
to de género por sí sólo ya expresa la existencia de una relación de poder en una sociedad
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Según la bióloga Fausto-Sterling (2000, 52-53), los factores empleados para determinar
el sexo de un individuo son los siguientes: 1 ) el sexo genético o cromosómico ― XY o XX;
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das como intersexo son aquellas cuyas anatomías, o más frecuentemente, sus órganos
sexuales, son clasificados como ambiguos por no poder ser encajados en ninguna de las
dos categorías de sexo existentes: hombres o mujeres. La intersexualidad permite pro-
blematizar sistemas de creencias sobre sexo, género y sexualidades muy arraigados, co-
mo por ejemplo abrirnos los ojos ante los numerosos presupuestos heterosexistas
operantes en los criterios de asignación de sexo: el cuerpo femenino obtiene su significa-
do dentro de la diferencia de género jerarquizada de la reproducción heterosexual. Este
fenómeno ha sido tematizado por Judith Butler (1 990, 1 94) como la matriz heterosexual:
un modelo discursivo/epistémico hegemónico de inteligibilidad de género, el cual da por sentado que
para que los cuerpos sean coherentes y tengan sentido debe haber un sexo estable expresado mediante
un género estable (masculino expresa hombre, femenino expresa mujer) que se define históricamente y
por oposición mediante la práctica obligatoria de la heterosexualidad.
Las concepciones de género siguen trabajando bajo el presupuesto de que el deseo mas-
culino ha de tener como objeto la mujer femenina, y a su vez, el deseo femenino ha de
tener como objeto al hombre masculino.
No podemos crear una teoría sobre la performatividad del género que no tenga en cuenta
la práctica reiterativa de los regímenes sexuales reguladores y de los numerosos presu-
puestos heterosexistas subyacentes en los criterios de adscripción de sexo (Reverter-
Bañón, 201 7). El sexo, cuando se ve entendido como masculino o femenino, adquiere una
función simbólica que ha de ser entendida como mandamiento. La «ley del sexo» (Butler,
1 993, 1 4) se ve fortificada repetidamente cada vez que es reiterada qua ley, como ideal
anterior a la existencia de la entidad corpórea, como algo que precede y excede la mate-
rialización de cada individuo. Se construye la ilusión de que la identidad sexual estuvo allí
antes del acto de interpelación, antes de que el personal sanitario decidiese en el momen-
to del nacimiento que el infante era un niño o una niña. Cada sujeto es llamado a identifi-
carse con una identidad sexual normativa ― mujer o varón heterosexual ― a causa de la
ilusión de que el binarismo existía con anterioridad al acto de dicha interpelación.
El propósito de las cirugías es normalizar y mantener el binarismo mujer-varón: hay un in-
terés social subyacente. Los cuerpos intersexo cuestionan la existencia de ese esquema
binario, ya que la persona posee, al mismo tiempo, características atribuidas al sexo fe-
menino y al sexo masculino. Dicha ambigüedad supone una amenaza al statu quo. Las
personas intersexuales tienen el poder de combatir el binarismo, pues ¿qué es lo opuesto
a una persona intersexual? (Cano, 201 2, 76). Hoy en día la comunidad científica sigue re-
comendando la reconversión para que los individuos encajen en la sociedad como seres
humanos "saludables", o, mejor dicho, coherentes con las normas de género establecidas.
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Se entiende que una persona intersexual es, en realidad, un hombre o una mujer, simple-
mente presentan una anomalía curable ― como si de errores de la naturaleza se tratase.
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Ahora bien, raramente se justifica la cirugía porque los genitales puedan causar proble-
mas de salud. Raramente los argumentos son médicos, sino que a menudo se apela a las
posibles burlas que pudiera sufrir el infante en el vestuario escolar. Son los infantes in-
tersexuales los que han de adaptarse a los estándares, en lugar de que sea la sociedad,
los progenitores, los compañeros de escuela o la comunidad médica quienes hayan de
poner en cuestión su amplitud de miras. Se ha preferido forzar modificaciones en los
cuerpos para convertirlos en masculinos o femeninos antes que admitir que nuestras
ideas sobre el binomio mujer-varón es un constructo cultural.
Si transitáramos de un modelo epistémico que trabaja en términos de normatividad a
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Bibliografía
Amorós, Celia (1 997): Tiempo de feminismo. Sobre feminismo, proyecto ilustrado y postmodernidad, Madrid:
Cátedra - Publicacions de la Universitat de Valencia.
Butler, Judith (1 990): Gender trouble, New York: Routledge.
― (1 993): Bodies that matter: on the discursive limits ofsex, New York: Routledge.
― (201 0): Marcos de guerra: las vidas lloradas, Barcelona: Paidós.
Cano Abadía, Mónica (201 2): «Intersexualidad: una mirada feminista», Feminismo/s, 1 9, 67-87.
― (201 5): «Nuevos materialismos: hacia feminismos no dualistas», Oxímora. Revista Internacional de Ética y
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