Discursividades Perspectiva de Género-Preinscripcion

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APROXIMACIONES HISTÓRICAS A LA CONSTITUCIÓN

SOCIAL DEL GÉNERO. UNA MIRADA A LA ESCUELA

Claudia Mallarino Flórez PhD


Universidad de San Buenaventura
Cali, Colombia
[email protected]
[email protected]

Área: Educación e igualdad de género

Resumen:
La modernidad posee formas singulares de discursividad somática que han constituido
regímenes de saber/poder sobre el cuerpo generizado, socialmente situadas e
históricamente determinadas. Las narrativas producidas socialmente frente a asuntos
como la identidad, la sexualidad, los roles y el lugar de las feminidades y las
masculinidades en las prácticas corporales, llevan a re-pensar algunas supuestas
verdades con relación a la constitución social del género, en la comprensión de que
tales significaciones no son universales o fijas, por el contrario, emergen en
consonancia con los lugares, los tiempos y las circunstancias corporales en las que son
producidas, pues acontecen en el cuerpo.
Palabras claves: cuerpo, género, sociedad, escuela, dispositivo, discursividades.

Historical approaches of the social constitution of gender. A


look at school

Abstract:
Modernity has unique forms of somatic discursivities that have been constitute regimens
of knowledge and power about the gendered body, social and historically situated. The
socially produced narratives against issues such as identity, sexuality, roles and the
place of the femininity and the masculinity in bodily practices, lead to re - think some
supposed truths in relation to the social constitution of the genre, on the understanding
that such meanings are not universal or fixed, on the contrary, emerge in line with
places times and personal circumstances in where they are produced, as they occur in
the body.
Keywords: body, genre, society, school, somatic discursivities.
INTRODUCCIÓN
A partir de la enorme libertad y de la multiplicidad de temáticas con que se tratan hoy
socialmente los cuerpos en el ámbito del sexo, de la diversidad de género y de las
posibilidades humanas de expresión somática intercorporal, se podría pensar que
estamos en una sociedad más abierta y más tolerante a la divergencia en general, y a la
sexual en particular. A juzgar por lo que en los últimos tiempos se testimonia, se ha
puesto de moda lo “queer”1, lo raro, lo “a-normal”, o lo que se sale de lo “normalizado”,
lo diferente, y lo “ex-céntrico”, en términos de las prácticas, los imaginarios y las
posturas y perspectivas frente al articulado sexo/género/erotismo y a sus múltiples
expresiones. Por un lado estamos frente a una discursividad polisémica en tanto saber y
en tanto experiencia somática: gays, Drag Queens, hermafroditismo, transexualidad,
transgenerismo, intersexualidad, lesbianismo, homosexualismo, comunidades LGTBI2,
etc.; y por el otro, a dominios de manifestación que aparecen todavía como distantes e
incomprensibles: deseos transgresores, erotismo transitorio, pospornografía, cibersexo,
sexting, sexohibridación, etc., que se hacen visibles a través de la literatura, el cine, el
arte visual, la música y el video, pero también en la vida cotidiana. Cuando esta
diversidad toma cuerpo a la luz de actuaciones radicales y de cuerpos atrevidos, los
viejos prejuicios se desdibujan y la política heteronormativa parece perder terreno.

Pero, ¿Está la escuela al tanto de esta emergencia diversa de cuerpos generizados?


¿Cuáles son los discursos que circulan socialmente y cuáles los que la escuela admite
respecto de estas corporalidades? ¿Cómo se constituyen dichos discursos?

DISCURSIVIDADES SOMÁTICAS Y REGÍMENES DE SABER/PODER


SOBRE EL CUERPO GENERIZADO EN LA MODERNIDAD
Las discursividades son enunciaciones sujetas a condiciones de posibilidad del saber
acerca de algo que delimitan sus funciones merced al acto mismo de enunciar. Las
discursividades producidas socialmente frente a asuntos como la identidad, la
sexualidad, los roles y el lugar de las feminidades y masculinidades en las prácticas
corporales, llevan a re-pensar algunas supuestas verdades con relación a la
constitución social del género y la propuesta educativa que lo agencia dentro de la
escuela, en la comprensión de que tales significaciones no son universales o fijas, por
el contrario, emergen en consonancia con los lugares, los tiempos y las circunstancias
corporales en las que son producidas, pues acontecen en el cuerpo. Estas
discursividades como enunciados de lo posible se articulan como un instrumento
regulatorio para inscribir en los cuerpos realidades somáticas referidas al género y
legitimadas en clave heteronormativa por la escuela, la familia, la religión, los medios,
los libros y las conversaciones que sostenemos cotidianamente, al punto de que
constituyen modos sociales aprobados o desaprobados de ser niñas y niños, jóvenes y
adultos y de pensar la infancia, la juventud y la adultez. En este sentido decimos que la

1 Ya hoy en día, podemos ver que algunas comunidades de intelectuales feministas interesadas en estos
temas específicamente se hacen llamar “cuir”.
2 LGTBI: lesbianas, gays, transgéneros, bisexuales e intersexuales.
sociedad moderna posee formas singulares y específicas de discursividad que
devienen regímenes de saber/poder o dispositivos para generizar el cuerpo. Michel
Foucault propone el dispositivo como objeto de descripción del poder y lo presenta
como “la red de relaciones que se pueden establecer entre elementos heterogéneos:
discursos, instituciones, arquitectura, reglamentos, leyes, medidas administrativas,
enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas, lo dicho y lo no-
dicho” (Castro, 2004, pp. 98-99) y como la naturaleza del nexo que puede existir entre
ellas. El dispositivo deviene agenciamiento colectivo de enunciación en donde los
regímenes de signos, las máquinas de expresión (Lazzarato, 2006) actúan como
ruedas del agenciamiento en razón de su “decibilidad” implícita. Este modo de ser de la
enunciación (decibilidad implícita), se logra en virtud de la “repetibilidad” de lo
enunciado, pues a pesar de que emerge en diferentes ámbitos y se transforma, se
mantiene. Tales decibilidades señalan la necesidad de pensarnos de conformidad con
el ambiente del que hacemos parte y de acuerdo con los usos y costumbres de
aquellos que nos precedieron, de tal manera que se moldea un cuerpo y se lo instala
dentro de una cultura somática que lo hace portador de un género femenino o
masculino y que lo identifica y lo autoriza para desempeñarse socialmente –roles- y
actuar en consonancia –prácticas corporales-.
(…) siempre hago referencia a la construcción cultural de lo femenino. Pero el trasfondo es cómo
de la historia de lo femenino y de la historia de lo masculino construimos nuestras identidades
contemporáneas (…) me inspiro en Brigitte Bardot porque es un referente de la feminidad de mi
época (…) conozco sus película, su entorno cinematográfico (…) Entonces yo me parezco es a la
actriz que sale en sus películas no necesariamente a la Brigitte que es una persona de carne y
hueso (Baptiste, 2015)3

La materialidad que se produce en esta repetibilidad del discurso le da permanencia al


saber y le otorga su positividad empírica, lo que lo naturaliza 4 como régimen de verdad,
como discursividad. Al respecto se puede decir que,
(…) el hecho de que ni la palabra homosexual ni la homosexualidad (entendida como identidad)
existían antes del siglo XIX (la pre-modernidad), no significa que los actos sexuales entre
hombres o entre mujeres no hayan existido o que personas no hayan sentido deseo, atracción y
placer erótico hacia personas del mismo sexo. Los cánones de la Iglesia Católica, la ley civil, la
literatura y los textos médicos pre-modernos incluyen innumerables referencias a actos de
intimidad que incluyen órganos genitales, anos, manos, muslos, bocas y lenguas, realizados por
hombres y mujeres, que horrorizaban e incitaban a las sociedades de esa época (Goldberg,
1992, pp. 1-26)

Estos actos eran parte de una categoría social muy amplia, dice Goldberg, de una lista
muy heterogénea de prácticas corporales que terminan nombrándose con una palabra
que las reduce y las condena a una sola realidad semántica: sodomía. El
agenciamiento que se instituye vía el dispositivo, es un engranaje que resulta de la
afectación recíproca entre saber y poder y de los efectos que esta reciprocidad produce

3Artículo publicado en El País, Sección Protagonistas el 22 de Marzo de 2015.


http://www.elpais.com.co/elpais/colombia/noticias/nunca-me-he-sentido-discriminada-brigitte-baptiste-
directora-instituto-humboldt
4 Naturalizar es hacer ver algo (objeto, práctica) como natural a fuerza de repetirlo y de volverlo hábito,

habitual.
[poder del saber: saber experto / saber del poder: poder ilustrado] Las discursividades
de las que hemos venido hablando están fechadas en tanto son social e históricamente
situadas y queremos tratarlas dentro de regímenes específicos de saber/poder en la
escuela moderna y a propósito de un asunto en particular: los saberes acerca del
cuerpo en la perspectiva de una cultura de género. Frente a lo anterior dice Butler:

El género es el aparato a través del cual tiene lugar la producción y la normalización de lo


masculino y lo femenino junto con las formas intersticiales hormonales, cromosómicas, psíquicas
y performativas que el género asume. Asumir que el género implica única y exclusivamente la
matriz de lo «masculino» y lo «femenino» es precisamente no comprender que la .producción de
la coherencia binaria es contingente, que tiene un coste, y que aquellas permutaciones del
Género que no cuadran con el binario forman parte del Género tanto como su ejemplo más
normativo (Butler, 2006, p. 70)

Las narrativas referidas al “género” más que un saber son una voluntad de saber en
tanto son producto de una actitud ilustrada propia de la modernidad, pero también
porque son emergencia de dispositivos que naturalizan modos de saber hegemónicos
acerca de mujeres y hombres. El género así puede asumirse como mecanismo que
naturaliza estas dicotomías: masculino/femenino – hombre/mujer – macho/hembra, a
través de discursos médicos y saberes disciplinares especializados (higiene, urbanidad,
educación física, psicología, pedagogía, puericultura, etc.), controlados por el poder
administrativo y económico del Estado y tramitados por la escuela y la familia entre
otras instituciones, para delinear un cuerpo ciudadano atendiendo a diferencias
anatómicas, fisiológicas y de género (decibilidades que delimitan roles culturalmente
instituidos) con el objetivo de establecer una clara división sexual del trabajo, en donde
el hombre va a entenderse como el sujeto productivo y la mujer quedará encargada de
la administración del hogar. La entrada del concepto de género al movimiento
feminista, sobre el cual volveremos luego, le otorgará un escenario contundente de
lucha tanto teórica como política:
El cuestionamiento a la fórmula biología es destino formó parte importante de un modelo teórico
de explicación de las diferencias entre varones y mujeres y dio un sostenido empuje a las
estrategias feministas a partir de los años ’60 (…) Las voces de las mujeres lesbianas y también
las voces de las mujeres negras, serán las primeras en denunciar a un feminismo que, tras la
categoría Mujer, no reconoce la singularidad que asume la subordinación en virtud de la raza, la
clase y/o la elección sexual (Fernández, 2003, p.138)

Como se ve, también las desnaturaliza y las deconstruye (a las dicotomías) ya que
lejos de tener garantizada su verdad, se van enredando en las lógicas de un campo
estratégico de fuerzas, distante y extraño en donde están tejidos cuerpos inmersos en
juegos móviles y desiguales que actúan al margen de esa voluntad de saber siguiendo
sus propias lógicas, las lógicas del poder. (Mallarino, 2012). Es esta condición del
saber/poder que preside lo legítimo/ilegítimo y lo central/periférico lo que ha sido
contexto propicio para el ejercicio de los llamados dispositivos. Un análisis crítico
acerca de la naturaleza de la presencia corporal en la escuela se pregunta por las
corporalidades que la habitan y por los desafíos que enfrenta al momento de pensar
una educación para la sexualidad y el género en el contexto de la formación ciudadana
y en consecuencia, es inminente leer desde esta perspectiva el andamiaje institucional
que sostiene a la escuela. “Algunas personas me han preguntado para qué sirve
incrementar las posibilidades del género. Generalmente contesto que la posibilidad no
es un lujo; es tan crucial como el pan” (Butler, 2006, p. 51).

Atendiendo a lo anterior, se intentará elaborar una aproximación a la configuración del


cuerpo generizado en la escuela como institución social, desde algunos dispositivos de
identidad delimitados socialmente, que le señalan al cuerpo sexuado roles culturales y
prácticas singulares.

CONSTITUCIÓN DEL CUERPO GENERIZADO EN LA ESCUELA: UNA


MIRADA HISTÓRICA
La determinación de formas de ciudadanía y civilidad propias de la vida republicana,
instituyó modos burgueses (maneras, gestos, vestido, alimentación) y de utilitarismo
bio-político (higienización del cuerpo, la casa, la ciudad y el territorio), como
tecnologías urbanas de control del cuerpo sano, productivo, vigoroso y educado, hasta
bien entrado el siglo XX. El Estado nacional apoyado por la familia y la escuela fue
perfilando un proyecto civilizatorio de ciudadanía que definía las coordenadas de un
cuerpo cívico femenino y masculino controlado y regulado desde los idearios de
progreso, industrialización, moralidad y modernización del país. En atención a esto, los
ciudadanos varones debían ser hombres blancos, educados, productivos, padres de
familia, debían educar a sus hijos en una escuela higienizada y tener en casa a una
mujer reproductiva, que cuidara los niños y que se encargara de la economía
doméstica. Diseñar las formas de gobierno corporal de la escuela se reveló como
campo de aplicación entre otras cosas, de las tecnologías disciplinarias creadas para
el convento, el cuartel, la prisión y la fábrica (Foucault, 2002), que usadas para mapear
e intervenir los cuerpos de mujeres y hombres, garantizaron el cumplimiento de la
asignación generizada de responsabilidades en el ámbito de la vida laboral y
productiva. Esto quiere decir, dispositivos de regulación y de homologación /
singularización de los sujetos que se han ocupado de la materialización de pautas de
conducta y de normalización tanto de cuerpos aprobados como de aquellos
considerados desviados.

Tiene que existir la posibilidad de admitir y afirmar una serie de “materialidades” que
correspondan al cuerpo (…) el carácter innegable de estas “materialidades” en modo alguno
implica qué significa afirmarlas en realidad, que matrices interpretativas condicionan, permiten y
limitan esa afirmación necesaria (Butler, 2002, p.108)

Si pensamos en la preeminencia de la heterosexualidad, vemos que la preparación


para la maternidad y la vigilancia de los cánones de belleza femenina –peso, vello
corporal, menstruación, porcentajes de grasa, etc.-, han posibilitado la materialización
de una identidad en donde se controla la sexualidad femenina como dispositivo de
poder que desempodera a la mujer pues la ubica frente a una representación
hegemónica. Otro tanto ha sucedido con los niños y los jóvenes sujetos a dispositivos
de control que configuran identidades y racionalidades objetivas del ser hombre/macho
y que los han comprometido con una performatividad de género que al tiempo que
puede dotarlos de una identidad sobreestimada, puede hacer de ellos sujetos invisibles
que no se reconocen en los estereotipos masculinos definidos por los cánones
dominantes. Esta proclividad hacia el estereotipo binario se logra merced a patrones
exteriores delineados minuciosamente en los momentos adecuados: comportamiento,
género, edad, aspecto externo, estilo de vida, hábitos y costumbres
(…) es posible ver que la socialización tiende a efectuar una progresiva somatización de las
relaciones de dominación sexual (…) concretada en una construcción social biologizada y que
produce e impone a hombres y mujeres conjuntos diferentes de disposiciones con respecto a los
juegos sociales considerados fundamentales. Por medio de la masculinización de los cuerpos
masculinos y la feminización de los cuerpos femeninos se efectúa una somatización inconsciente
de una construcción perdurable (Palomar Verea, 2002, pp. 6-7)

En la escuela moderna de la primera mitad del siglo XX se instala la urdimbre social y


cultural de la que dispone el aparato de Estado para llevar a cabo su encomienda como
progenitor, cuidador y dador de posibilidades de vida digna, en el entendido de que es
a esta institución, entre otras, a quien se le encomienda esta tarea y se le solicita que
se ordene en consonancia con los cambiantes objetivos políticos y las estructuras
sociales, de tal suerte que proporcione respuestas flexibles a las presiones económicas
que proceden de agencias nacionales e internacionales (Martínez Boom, 2004, p. 15).
Vemos entonces que en este período histórico la construcción de una identidad
homogénea a través de la articulación de políticas del cuerpo en el sistema educativo,
se ve naturalizada en prácticas corporales singulares que se pueden reconocer como:
la reticulación espacio-temporal minuciosa del trabajo somático que produce cuerpos
dóciles y disciplinados, en el ámbito de la distribución generizada de responsabilidades
sociales para cumplir con el proyecto ciudadano (varones que trabajan y fecundan y
mujeres que dan a luz, amamantan y administran el hogar); la vestimenta como
tecnología del cuerpo (uniformes en la escuela, el vestido de 15 años para las
jovencitas, el pantalón, saco y corbata para los varones, etc.); la institucionalización de
tecnologías de gobierno que introducen en la escuela prácticas de administración del
saber determinadas por las lógicas del progreso y la industrialización; el
desplazamiento del discurso de la espiritualidad al de la moralidad y la vida civilizada
de la burguesía acordes con el imperativo social del cuerpo sano y productivo; y
muchas otras. Lo anterior ha significado la emergencia en la escuela de modos
legítimos de saber y autoridad para orientar concepciones específicas de géneros y
sexualidades que producen cuerpos generizados, sexuados y sexualizados, así como
modos concretos de inclusión/exclusión social y ciudadana por medio de patrones
genitalistas fuertemente naturalizados. La construcción de un referente identitario de
masculinidad / feminidad, ha otorgado a la escuela potestad para determinar
coincidencias y disidencias sexo-genéricas frente a los patrones de validez
entronizados socialmente y en consecuencia, naturalizar prácticas corporales que
responden a una verdad encarnada que se verá fuertemente cuestionada en los años
posteriores. La segunda mitad del siglo XX, aun manteniendo dichas prácticas y
discursividades, ha sido escenario de transformaciones profundas. Surgen otros modos
de agenciamiento5 del saber acerca del cuerpo que apelan a la corporalidad como
anclaje de la subjetividad para determinar la trama de las relaciones sociales y la

5 Vamos a ver como el saber necesita ser agenciado, esta es la condición que lo hace posible. La
condición del saber de ser agenciado es lo que configura una discursividad (régimen de verdad) en tanto
emerge porque hay fuerzas que lo instituyen y que a la vez necesitan de él para expresarse.
realidad de los inacabables y a menudo contradictorios procesos del individuo, para
comprender su mundo (Merleau-Ponty, 2003).

Hacia los años 60´s emergen movimientos sociales con un carácter global6 que
empiezan a sentar la premisa de un cuerpo que no está dispuesto a ser la
consecuencia de una normatividad sorda y ajena a sus necesidades y que se entiende
diverso, múltiple y ciudadano del mundo. Estos movimientos fortalecen el feminismo y
otras resistencias como la lucha contra la discriminación étnica, la ciencia, la
tecnificación y el capitalismo, porque estos y en general el planteamiento de mundo
vigente no dan cuenta de sus necesidades humanas. La revolución sexual que es uno
de sus efectos, da origen a concepciones acerca de la vida de relación y del lugar que
deben ocupar las personas en la sociedad que permiten, entre otras cosas, que las
mujeres decidan sobre su sexualidad tomando “la píldora” , gobiernen su cuerpo y
empiecen a hacer parte de la vida pública y laboral.7 Lo anterior cambia por completo el
panorama económico, político y productivo en las sociedades de la naciente
globalización económica a la que da paso el fin de la bipolaridad geopolítica que había
instituido la guerra fría. Las relaciones intra familiares mutan en razón de que la figura
femenina deja de ser su eje de gravitación y por ende, se transforma la naturaleza del
anclaje familia–sociedad, pues se disloca el estatuto de responsabilidad sobre la vida
de los niños y sobre la fecundidad en términos de responsabilidad con el cuerpo social,
que se le había asignado a la mujer (Mallarino, 2013). Las corporalidades jóvenes a su
vez, se están ocupando de configurar otras identidades somáticas. Estos cuerpos son
mutables, están siempre en proceso de construcción y adaptación a los nuevos
principios y órdenes impuestos por la sociedad en la que viven evidenciados como
tendencia, moda, estereotipo y estandarización somática. Estas voces narran los
efectos derivados de la disolución de referencias y coordenadas para vivir una vida con
sentido y de la necesidad de hacerse a un estilo propio mediante el cuerpo y sus
superficies sirviéndose de las tecnologías de la apariencia corporal. Voces marginales,
a su vez, empiezan a denunciar configuraciones somáticas asimétricas como la
dominación de los hombres sobre las mujeres -sistema patriarcal-, que recurre
sutilmente a diversos mecanismos institucionales e ideológicos para mantener esta
primacía y opresión en prácticamente todas las esferas de la vida privada y pública.
Estos serán los llamados movimientos feministas. En el contexto de la tercera ola
feminista, hacia la última parte del siglo XX, estas mujeres dejan oír sus voces
renovadas:

Si el sexo proporciona una suerte de sustrato físico sobre el cual puede injertarse cualquier
identidad genérica, o si, por el contrario, el género hunde inexorablemente sus raíces en el sexo; si,
en verdad, el cuerpo sexuado es un dato o si el significado de las propiedades físicas —de las

6Hipismo, contracultura, feminismo, movimiento obrero, sufragista, etc. Todos ellos movimientos de
hombres y mujeres que empezaron a dejar oír sus voces frente a lo que estaba viviendo el mundo en su
conjunto, y que fueron capaces de descentrar la mirada y hacer suya la carne de otros cuerpos
sometidos, borrados y degradados. Los movimientos de mujeres se dieron inicialmente entre británicas y
estadunidenses, luego escandinavas y holandesas y paulatinamente fueron entrando en nuestras
latitudes.
7 En el curso de la década posterior, el mundo va a hacer resonancia del atrevimiento femenino. Pro

familia ofrece cursos de orientación sexual y reproductiva (1965), Pablo VI condena la contracepción
(1968) y se admite el aborto en Estados Unidos (1973).
diferencias anatómicas entre mujeres y hombres— es en sí mismo consecuencia de los procesos
de constitución del género: he aquí los problemas que el feminismo contemporáneo ha puesto de
relieve. Al distinguir entre sexo y género y politizar el espacio así delineado, los feminismos
contemporáneos han dotado de profundidad y posibilidad histórica a la feminidad, en todas las
dimensiones de este término (Ergas, 1993, pp. 605-606)

Una de las realidades sociales por las que el feminismo ha peleado a brazo partido es
la violencia contra la mujer, un fenómeno social tan antiguo como la sociedad misma.
Su puesta en marcha como tema de debate universal ha permitido, “apenas, visualizar
la punta del iceberg de la victimización femenina en el hogar que permanece oculta,
invisibilizada tras la cortina de la vida privada, de la intimidad familiar, bajo el supuesto
de no admitir la intromisión de ajenos. (Ayala & Hernández, 2012, p. 1). Otra prueba de
la relevancia que ha tenido la lucha feminista finisecular y del nuevo siglo se da en el
ámbito de la industria pornográfica, una industria montada sobre la base de la
explotación, en donde el espectador se sirve del cuerpo femenino para su goce. La
mujer frente a esto, ha puesto en vigencia otros modos de lo explícito respecto de su
sexualidad. En la industria pospornográfica, una industria emergente que se rebela
contra las relaciones de fuerza, la retórica y las discursividades de la pornografía,
cambian los usos de la imagen femenina. Bajo la posibilidad de pensar la verdadera
existencia de “una penetración al cuerpo que no defina únicamente la propia
continuidad del mismo, la herida y la violencia han sido llevados a la escena de lo
pospornográfico como forma de encaminar a la imagen sexualmente explícita hacia
una posible literalidad de la penetración del cuerpo” (Díaz, 2012, p. 11)

Hay otras realidades corporales que se han estado discutiendo y difundiendo en el


Ciclo Rosa, una alianza entre academia, arte y activismo fundada para “promover el
reconocimiento de derechos de sectores sociales que han sido marginados o excluidos
de la condición de ciudadanía plena” (Serrano, 2006, p. 10): yo no me sentía marica,
esto que me invadía era distinto (…) no se trataba de mi orientación sexual, esto que
sentía, tenía sus raíces en mi esencia (Serrano, 2006, p.11) Así se expresa un joven a
quien el régimen de verdad escolar sobre su cuerpo, lo sitúa en un no lugar. Las
categorías varón y mujer establecidas desde criterios anatómicos no son ni universales
ni válidas para un sistema de clasificación de género. Las categorías de tercer sexo y
tercer género se sitúan de manera antagónica o por lo menos contradictoria con el
dimorfismo sexual (Garfinkel, 1967). La gente, dice este autor, construye categorías no
solamente sobre la base de un cuerpo natural sino también sobre la base de “genitales
culturales”, en donde los cuerpos dislocan las categorías de varón / mujer y masculino /
femenino. Sus identidades, roles y prácticas corporales se pueden situar,
evidentemente en más de dos tipos de personas (sexos), varón/mujer y en más de dos
géneros: masculino/femenino.

CONCLUSIONES
La propuesta de la dicotomía sexual y de género, de los roles asignados a hombres y a
mujeres y de las prácticas corporales que aseguraron el proyecto civilizatorio de la
modernidad, se topa, a estas alturas, con territorios corporales que aún están en
proceso de ser descifrados. En tanto todas estas verdades somáticas devienen
dispositivos de constitución del cuerpo generizado y toda esta variedad de cuerpos
pasan inevitablemente por la escuela, parece pertinente hablar de diversos modos de
habitancia somática: corporalidades explícitas/corporalidades implícitas, pues más allá
de si ella es consciente de esto, esos cuerpos ya están allí.

Habrá que ver si el cuerpo que hace posible la escuela logra dar cuenta de la
diversidad de cuerpos que la habitan.

REFERENCIAS
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