El Derecho Como Practica Social PDF
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El riesgo de
un pragmatismo limitado a la teoría del derecho.
(BORRADOR)
Resumen: En este trabajo realizo algunos comentarios críticos a la concepción del derecho
como práctica social de las llamadas teorías interpretativistas o teorías de la argumentación
jurídica. En particular discrepo con el argumento –sostenido con respectivos matices, entre
los que tomo el de M. Atienza- de que el carácter de práctica social del derecho es un rasgo
derivado del hecho (que no pretendo negar) de que en el ámbito jurídico intervienen
instituciones, valores, aspiraciones sociales, cuestiones de moralidad, de política, etc; y en
base al cual acuña la opinión de que existiría algo así como un tipo de argumentación,
discurso o razonamiento específicamente jurídico, para el cual “la lógica” como tal resulta
insuficiente. Señalo algunos malentendidos que subyacen a esta concepción. Traigo a
colación la concepción pragmatista del significado en la línea del inferencialismo de
Brandom -que en lógica se plasma en su “expresivismo lógico”- en el marco del cual es
clave la noción sellarsiana de inferencia material como conceptualmente anterior a la de
inferencia formal. Adaptando algunas consideraciones que surgen de una discusión acerca
de la relación entre el expresivismo moral y el pragmatismo (Price et al, 2013) sugiero que
no se necesita ser “pragmatista local” para sostener que el derecho es una práctica social.
En cambio, podemos ser inferencialistas (pragmatistas globales en cuanto a concebir a toda
actividad discursiva como práctica social) y expresivistas en lógica: con ello estaremos en
mejores condiciones de sostener que el derecho es, a su vez, una práctica social, sin tener
que dar cuenta de algo así como un tipo especial de razonamiento jurídico.
Creo que subyacen a estas nociones algunos malentendidos. Por supuesto que tenemos
objetivos distintos que cuando hacemos ciencia que cuando hacemos derecho, pero
¿Implica ello que cuando razonamos sobre alguna cuestión jurídica incurramos en algo
específico como un “razonamiento jurídico”? ¿O que estemos haciendo algo distinto que
cuando razonamos en otro ámbito? Si es así: ¿en qué difieren ambos “tipos”: en su
procedimiento, en su modo operativo, en el modo de justificación requerida? Confieso que
la idea misma de “razonamiento jurídico” no me resulta inteligible más que como referida a
la materia sobre la cual razonamos o argumentamos en el ámbito jurídico, pero no como
una categoría especial de razonamiento o tipo de argumentación.
También parece confuso que “la lógica” quede ligada al tratamiento de cuestiones
“analíticas” o matemáticas, como si la misma no tuviera que ver con el derecho, y de igual
modo, con cualquier otro ámbito en el que razonamos sobre algo. Me parece que al decir
ello se malentiende el hecho de que la lógica es “general”: el rasgo de generalidad no
implica que la lógica no hable “sobre nada”, sino, por el contrario, que permite hablar sobre
todo –cualquier dominio- en tanto “brinda las leyes constitutivas del pensar en tanto tal”.
(MacFarlane, 2002)
Más allá de estas consideraciones generales, lo que quiero sugerir aquí es que cuando con
el afán de avalar una posición pragmatista se sostiene -explícita o implícitamente- que el
carácter de práctica social es un dato específico del ámbito jurídico (y/o eventualmente de
ámbitos normativos en contraposición a otros ámbitos discursivos) derivado de que en la
práctica del derecho intervienen valoraciones, intereses, aspiraciones sociales, etc; esto es,
cuando se aplica la noción de práctica social al derecho en forma local (en contraposición a
globalmente a cualquier actividad discursiva) se corre el riesgo de quedar comprometido
con un enfoque anti-pragmatista a nivel general. Y creo que no es necesario correr ese
riesgo; porque tenemos disponibles explicaciones pragmatistas del significado en general y
de la lógica que permiten defender mejor una noción del derecho como práctica social.
Asumiéndolas se puede sostener la hipótesis –que por razones de espacio no voy a defender
aquí- de que la característica de práctica social del derecho proviene, no de su
especificidad, sino de lo que comparte con cualquier otra práctica humana de carácter
discursivo.
2. Inferencialismo
La concepción del significado ligada al seguimiento de reglas, cuyo origen es, obviamente,
Wittgenstein, tiene una vertiente contemporánea que comienza con Sellars, y pasa
actualmente por autores como Brandom, Peregrin y Price, entre otros; bautizada por
Brandom “Inferencialismo”. El mismo constituye una concepción del significado en
general, que, para decirlo por ahora de manera simplificada, considera que la clave de la
actividad humana de significar radica principalmente –aunque no de manera absolutamente
excluyente- en las relaciones inferenciales entre oraciones que estamos dispuestos a aceptar
en el marco de una práctica social y normativa como la del lenguaje; ello en contraposición
a la idea, extendidamente aceptada, de que el significado consiste en la representación por
parte de las palabras u oraciones de los objetos o estados de cosas. Expuesto rápidamente,
la clave del “significar” no está en referir sino en inferir1.(Brandom, 2000) En este sentido
se dice que el inferencialismo es una posición anti-representacionalista y que constituye una
concepción pragmatista del significado. El tipo de pragmatismo que sostiene es global, ya
que la propuesta es para cualquier enunciado del lenguaje.2
Brandom hace extensiva a todo el lenguaje la propuesta de Gentzen (1934), retomada por
Belnap (1962), de explicar el significado –que en aquéllos se limitaba al caso de las
constantes lógicas- como constituido por las reglas que rigen su uso: reglas de introducción
y eliminación. Al trasladarlo a cualquier expresión del lenguaje, ello se transforma en
condiciones para -y consecuencias de- realizar aserciones. Aquí las “reglas inferenciales”
no son ya procedimientos que surgen de una “forma lógica” determinada sino “reglas
materiales” (ej. la que va de “esto es rojo” a “esto es coloreado” y “esto no es verde”) y que
conforman una red de habilitaciones para y compromisos de afirmar algo en el marco de
una práctica intersubjetiva y normativa.3 Ahora bien, el fundamento y la normatividad de
las reglas inferenciales que guían esa práctica no proviene de ninguna instancia ajena a la
misma: son las actitudes estabilizadas y normativas de aceptación y rechazo las que
constituyen esa práctica social que, a su vez, y en tanto tal, provee los criterios de
corrección para nuestro comportamiento lingüístico.4
1
Que no es aquí inferencia lógica, como se verá más adelante.
2
Aunque hay que destacar que Brandom, a diferencia del pluralismo de Wittgenstein, considera central el uso asertivo
del lenguaje.
3
El núcleo de la propuesta de Brandom puede ilustrarse con artículo clásico de Alf Ross: Tû‐Tû. Peregrin explica el
inferencialismo tomando la estrategia de Ross referida a algunas palabras específicas del lenguaje jurídico (ej crédito,
ser propietario, etc) pero extendida a cualquier expresión del lenguaje. Sin embargo, no es mi intención aquí dar más
que unos lineamientos generales acerca del inferencialismo. Una explicación acabada se encuentra en Brandom (1994) y
Brandom (2002)
4
Las reglas de inferencia material son normas intersubjetivas generadas en la práctica y que regulan el uso de los
conceptos. Según Sellars (1997) entender un concepto es, desde un punto de vista pragmático, saber usarlo. Por ello,
entender un concepto requiere demostrar habilidad para pasar de ciertas afirmaciones a ciertas creencias o
actuaciones, cumpliendo las normas (inferencias materiales) que regulan ese paso de la afirmación a la práctica. En
palabras de Brandom (2002) El eslabón entre la significación pragmática y el contenido inferencial lo proporciona el
3. Expresivismo Lógico:
Relacionado con el inferencialismo pero distinguible del mismo por su carácter restringido
a la lógica tenemos al expresivismo lógico. El expresivismo lógico constituye una tesis
específica respecto del significado de las constantes lógicas. El expresivismo lógico es
atribuible tanto al “primer Frege” como a Sellars y Brandom. La tesis general es que las
expresiones lógicas hacen explícitas las relaciones inferenciales implícitas en nuestra
actividad racional.
En la Conceptografía de Frege las propiedades lógicas, que son propiedades semánticas se
representan en la sintaxis; sin embargo, esto no las conveierte en propiedades sintácticas.
Que algo sea una consecuencia lógica de otra cosa es una relación que se establece entre
contenidos, no una relación sintáctica entre esquemas sin interpretar (Frápolli, 2013).
Brandom -que reivindica al Frege de la Conceptografía – tiene una concepción expresivista
de la lógica. No la concibe como el estudio de una clase característica de inferencia formal.
La tarea de la lógica es más bien expresiva: consiste en explicitar las inferencias que están
implícitas en el uso del vocabulario no lógico, corriente. “Esa explicitación puede
equivaler, entonces a presentar pautas de inferencias que son invariables respecto a la
sustitución del vocabulario no lógico por vocabulario no lógico” pero para Brandom “ello
constituye una tarea más bien instrumental” (2002: 37). “Hacer explícito lo que está
implícito (…) se puede entender, en un sentido pragmatista, como convertir lo que, en
principio, uno sólo hace en algo que uno puede decir: codificar una cierta especie de saber
cómo en una norma de saber qué”. Pero efectivamente esto es una tarea conceptualmente
posterior a la de saber realizar buenas inferencias: la corrección de las inferencias reside en
el saber práctico y no en el saber teórico o en su explicitación proposicional. La bondad
formal de las inferencias se deriva y se explica en términos de la bondad material de las
mismas, por lo que no necesitamos acudir a la primera para explicar lo que hace correcta a
una inferencia (Brandom 2002:69)
En una concepción “formalista” de la lógica el orden de explicación va del esquema
formalmente válido (ej. la regla del Modus Ponens) a las inferencias que se consideran
casos particulares o instancias del mismo y resultan buenas o malas únicamente en virtud
de su forma. Entonces, para considerar una inferencia como “buena” se requiere la
hecho de que afirmar una oración consiste en adquirir implícitamente un compromiso con la corrección de la inferencia
material que va desde las circunstancias a las consecuencias de su aplicación” (p. 79)
explicitación de premisas implícitas o de una premisa general que permita “adecuar” el
razonamiento al esquema válido. Ese es, justamente el orden de explicación –al que
Brandom llama “formalista”- que el expresivismo propone invertir. La idea de que lidiamos
siempre con razonamientos entimemáticos y que para justificarlos deberíamos explicitar las
premisas implícitas que nos permitirían adecuar los mismos a la “forma lógica válida”
resulta desencaminadora. El expresivismo lógico invierte los términos de la ecuación
formalista al considerar que la forma lógica expresa o explicita lo que hacemos al realizar
inferencias, mas no es el fundamento de la “bondad” de las mismas.
Pero no se necesita ser “pragmatista local” para sostener que el derecho es una práctica
social. Al contrario, podemos ser inferencialistas: es decir, no representacionalistas globales
(respecto del significado en general) y expresivistas en lógica. Con ello, estaríamos en
mejores condiciones de sostener una noción general de la argumentación como práctica
social, y consecuentemente mantener que el derecho es a su vez una práctica social sin
tener que dar cuenta de algo así como un tipo especial de razonamiento jurídico. Y además,
seríamos pragmatistas consecuentes.
BIBLIOGRAFIA:
- Frápolli Sanz María José y Villanueva Fernández, Neftalí (Frapolli, 2013): “Frege,
Sellars, Brandom. Expresivismo e inferencialismo semánticos” en Perspectivas en
la filosofía del lenguaje / coord. por David Pérez Chico, 2013, ISBN 978-84-15770-
66-4, págs. 583-617