(Alazraki, Jaime) Cortázar Antes de Cortázar, Rimbaud (1941)

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CORTÁZAR ANTES DE CORTÁZAR: «RIMBAUD» (1941)

JAIME ALAZRAKI
Columbia University

Me demoré en la relación de mi pequeña odisea bibliográfica como una ma-


nera de dramatizar la siguiente pregunta: ¿Qué valor tiene el ensayo sobre Rim-
baud para comprender el desarrollo de la obra de Julio Cortázar? ¿Arroja alguna
luz nueva? ¿Justifica el ensayo de Huella mi denodada búsqueda de esa «hue-
lla» tan lejana en su camino de escritor?
Por comenzar hay que decir que la colección de sonetos Presencia, de 1938,
y el ensayo «Rimbaud», de 1941, son los dos únicos textos de Cortázar firma-
dos con el seudónimo Julio Denis. Toda su obra posterior, desde su estudio so-
bre Keats, de 1947, las reseñas de Cabalgata (1947-1948) y su primer libro en
prosa Los Reyes (1949) en adelante, asumirá su nombre legal. ¿Tiene alguna
significación este detalle? Eran sus primeros tanteos, no tanto literarios como en
el plano de la página impresa. Cortázar comenzó a escribir a los ocho años1 y
dejó sin publicar una novela primeriza de seiscientas páginas que eventualmen-
te destruyó,2 dos libros de cuentos escritos durante los años de Chivilcoy y Bolí-
var, dos novelas cortas (El examen y Divertimento, publicadas postumamente),3
«algunos ensayos y muchísimos poemas».4 Ha explicado en varias entrevistas
que su sentido severamente autocrítico le aconsejó no publicar esas obras que,
en términos de volumen, podrían constituir la producción de un escritor.5 A di-
ferencia de Bestiario (1951), la publicación de Presencia fue un acto apresura-
do. Antes de Bestiario, había escrito dos colecciones de relatos que dejó sin pu-

1. Ernesto GONZÁLEZ BERMEJO, Conversaciones con Cortázar, Barcelona, Edhasa, 1978, p. 17.
2. lbid.,p.Xl.
3. Julio CORTÁZAR, Divertimento, Buenos Aires, Sudamericana, 1986 (escrita en 1949). El exa-
men. Buenos Aires, Sudamericana, 1986 (escrita en 1950).
4. E. GONZÁLEZ BERMEJO, op. cit., p. 28.
5. /fcid.,p.27.

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blicar. Cuando aparece su primer libro de cuentos, Cortázar es un cuentista for-
mado. Nace a la página impresa probado, maduro, seguro. No es el caso del
poeta. Se inicia escribiendo poemas, niño todavía, pero Presencia es el acto im-
pulsivo de un joven que, como él lo ha explicado posteriormente, «se precipita a
publicar un puñado de sonetos y hasta paga la edición si el editor no los acep-
ta».6 Cortázar purgó y corrigió ese apresuramiento negándose a republicar Pre-
sencia y, cuando tuvo que comentarlo, lo descartó como poemas «muy mallar-
meanos y felizmente olvidados».7 El seudónimo actuaba como una toma de
distancia, como una reserva y hasta una señal de inseguridad. Tal vez este pri-
mer revés como poeta explique, en parte, el efecto traumático que tuvo después
en su actitud reticente a publicar su poesía. A Ornar Prego le confesó, muy poco
antes de su muerte: «Tengo que reconocer que he sido débil en lo que toca a la
poesía: la convertí, ía fui conviniendo en una actividad un poco secreta».8 Y en
otra entrevista, casi dolido: «Nadie me pregunta, nadie me entrevista ni me inte-
rroga sobre temas poéticos partiendo del principio de que no soy poeta sino pro-
sista. Y sin embargo, la poesía es absolutamente necesaria para mí y si alguna
nostalgia tengo yo es que mi obra en definitiva no es una obra exclusivamente
poética».9
Tres años después de la aparición de Presencia, cuando Cortázar publica su
segundo texto —«Rimbaud»— lo firma como había firmado el primero. El seu-
dónimo responde ahora a un motivo más bien técnico: unificar la identidad del
autor del primer poemario impreso y de la primera prosa publicada. Julio Denis
quedará asociado con Presencia y su abandono del seudónimo en obras subsi-
guientes será también un esfuerzo y una manera de disociarse del autor del mal-
hadado libro. Abandonar el seudónimo ha sido también una forma de renegar de
ese primer libro y, sobre todo, de la poética implicada en él. Pues bien, aunque
firmado Julio Denis y escrito apenas tres años después, el ensayo sobre Rim-
baud registra ya ese doble cambio. Lo registra y articula. Vamos a detenernos
en este primer aspecto del artículo.
Uno de sus temas centrales es la discusión de las diferencias que separan la
obra de Mallarmé de la de Rimbaud. Esas diferencias están primero concentra-
damente resumidas en un corolario: «Ocurre que Rimbaud (y de ahí su diferen-
cia básica con Mallarmé) es ante todo un hombre».10 El desarrollo de esta dis-
tinción es gradual y convincente:

6. Luis HARSS, LOS nuestros, Buenos Aires, Sudamericana, 1966, p. 262.


7. Ibid., p. 257.
8. Ornar PREGO, La fascinación de las palabras; conversaciones con Julio Cortázar, Barcelo-
na, Muchnick Editores, 1985, p. 152.
9. Evely PICÓN GARFIELD, Cortázar por Cortázar, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1981,
p.42.
10. Julio DENIS, «Rimbaud». Huella, Buenos Aires, n s 1, 1941, p. 30. Citas subsiguientes indi-
cadas con el número de página en el texto.

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En Rimbaud y en Mallarmé existió un «icarismo»: ambos creyeron poder rom-
per los cuadros lógicos de nuestra inaceptable realidad, recrear el mundo para des-
cubrirse íntegramente en él... Pero sus caminos se apartan, se hacen hostiles, di-
vergen hasta perderse en fines que son antípodas... Mallarmé concentra su ser en
el logro de la Poesía con el anhelo catártico de ver surgir, alguna vez, la pura flor
del poema... Nada lo satisface... Desangrado en el esfuerzo, deshumanizado al fin
—cuando cayó en el total hermetismo del que lo libró la muerte—, su obra es una
traición a lo vital, un intento de salirse de sí mismo en lo que tenía de hombre
complejo y arraigado en lo telúrico... Sus poemas miran hacia lo absoluto y dan
resueltamente la espalda a este aquí y abajo que fue su amargo cáliz, (pp. 30-31)

Cortázar habla de Mallarmé, pero también del joven autor de Presencia. La


deshumanización del poema, su hermetismo y traición de lo vital, su búsqueda
del texto absoluto y su dar la espalda a lo real eran rasgos aplicables por igual al
poeta francés y a su émulo argentino. Basta leer los sonetos de Presencia para
reconocer de inmediato el modelo francamente mallarmeano: su rigor formal, su
arquitecturada perfección, su condición de juego de espejos y su esteticismo
hermético. Algunos de estos rasgos, en mayor o menor medida y, sobre todo, en
lo que toca a lo formal, reaparecerán en su poesía posterior hasta Salvo el cre-
púsculo (1984), pero más atemperados, más sincronizados a los registros de su
experiencia, menos como ese virtuosismo aséptico con que Cortázar manejó sus
primeros poemas. Si en Presencia Mallarmé es un tono dominante, se converti-
rá, en su poesía posterior, en un tono más, asimilado a una diversidad de tonos y
modos plurales.
Cuando Cortázar escribe el ensayo de 1941 es para tomar conciencia de lo
excesiva que había sido la «presencia» de Mallarmé en su primer libro. Rim-
baud era, en ese momento, la contrapartida. Era la palabra nueva que abría las
puertas al existencialismo y al surrealismo, dos vetas muy profundas en la obra
de Cortázar.11 Por eso proclamará en la primera frase del ensayo: «Ahora sabe-
mos que Arthur Rimbaud es un punto de partida, una de las fuentes por donde
se lanza al espacio el líquido árbol de esta poesía nuestra» (p. 29). Mallarmé ha-
bía sido una retórica para llegar a lo absoluto de la poesía, el poema como fin
en sí mismo (p. 32). El problema de Rimbaud, en cambio, «no fue un problema
poético, sino el de una ambiciosa realización humana, para la cual el Poema, la
Obra, debían constituir las llaves. Eso —concluye Cortázar— «lo acerca más
que todo a los que vemos a la Poesía como un desatarse total del ser, como su
presentación absoluta, su entelequia» (p. 30). Desde Rimbaud, Cortázar ha defi-
nido ya, en 1941, una de las direcciones más poderosas de su obra: la intrínseca
relación entre literatura y vida, el poema como una búsqueda humana y no ex-

11. Véase los dos capítulos dedicados al existencialismo y al surrealismo en nuestro libro En
busca del unicornio: los cuentos de Julio Cortázar, Madrid, Gredos, 1983.

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elusivamente estética, el acto de escribir como una cuerda tendida sobre el va-
cío pero apuntando hacia una otredad liberadora y hacia el reverso de los «cua-
dros lógicos de nuestra inaceptable realidad» (p. 30). «No me parece,» —dice
en el ensayo— «contra la opinión de Maritain y otros, que Rimbaud buscara un
absoluto de Poesía. Siempre he pensado que su descenso a los infiernos era una
tentativa para encontrar la Vida que su naturaleza le reclamaba» (p. 32). A diez
años de su primera colección de relatos, a diez años de esos cuentos de Bestia-
rio que representan una zambullida profunda en la vida, apenas en los comien-
zos de una obra que irá creciendo como una exploración de esa realidad —como
dirá muchos años más tarde en Rayuelo— «sin interposición de mitos, religio-
nes, sistemas y reticulados»,12 Julio Denis define, desde un artículo que quedará
sepultado en las páginas de una oscura revista, el blanco más pertinaz hacia el
que Julio Cortázar apuntará lo más venturoso de su obra.
El Cortázar antí-burgués, inconformista y rebelde está también aquí antici-
pado. Rimbaud deviene así un espejo de no pocos ángulos de la obra de Cortá-
zar que el propio Cortázar no podía sospechar a los veintisiete años. Oigamos:
«La desesperación, el insulto, la amargura, todo lo que subleva a Rimbaud ante
la contemplación de la existencia burguesa que se ve obligado a soportar, es
prueba de que en él hay un hombre ansioso de vivir» (p. 32). Casi cincuenta
años más tarde, a muy pocos años de su muerte, Cortázar defendió esa misma
lealtad hacia la vida que había vindicado en Rimbaud. A González Bermejo le
dijo: «Estoy muy contento de estar vivo, quisiera vivir mucho; estoy muy con-
tento de ser hombres y que no me haya tocado ser un lagarto o una gallina...
Qué suerte enorme que tenemos Ud. y yo de ser hombre y no esa mosca que es-
tá pasando por allí, de haber acertado en lo más alto de la gran lotería biológi-
ca».13 Resulta curioso y hasta paradójico que el Julio Denis que por esos años
defendía y exaltaba la fidelidad a la vida de un Rimbaud, viviera, durante esa
misma época, en el campo, «completamente aislado y solitario, devorando mi-
llares de libros, fundando así la base de su información libresca, para reconocer
que esos mismos años le había privado de una buena dosis de experiencia vi-
tal».14 Esta aparente inconsecuencia confirma su percepción de Rimbaud no tan-
to como modelo sino más bien como una dirección, entre las muchas, que más
tarde seguiría su obra y su vida. Es el caso de Los Reyes, ese poema en prosa
sobre un polvoriento-mito clásico y escrito en un estilo cinceladamente lírico,
reminiscente de un Saint John-Perse, y que sin embargo define ya una dirección
humana y política muy posterior, intuitiva todavía, pero que anticipa uno de los
cursos que seguirá sU'Obra después de su viaje a Cuba en 1963.15 Y así como

12. Julio CORTÁZAR, Rayuelo, Buenos Aires, Sudamericana, 1963, p. 558.


13. E. GONZÁLEZ BERMEJO, op. cit., p. 83.
14. Luis HARSS, op. cit., p. 263.
15. Sobre este aspecto de Los Reyes, v. nuestro ensayo «De mitos y tiranías: relectura de Los
Reyes», 1NTI; Revista de Literatura Hispánica, na 22-23, 1987, pp. 193-203.

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Los Reyes es una reelaboración del mito del Minotauro de Apolodoro y también
una denuncia de los excesos y abusos del poder, el ensayo sobre Rimbaud es a
la vez una profesión de fe literaria de la generación de 1940, casi su manifies-
to,16 y también un microcosmos de lo que será su visión de mundo, o la semilla
de esa visión, si se quiere, pero conteniendo ya sus ingredientes fundamentales.
Y es aquí donde reside el valor del ensayo de 1941: en ser un primer bosque-
jo, una versión muy simplificada todavía de una cosmovisión dispersa en toda su
obra y que da su medida mayor en Rayuelo. Es apenas el croquis de un mapa que
con el tiempo se irá poblando hasta devenir una rica y tupida geografía, pero la
historia de ese territorio y algunas especies de su flora están ya presentes en este
texto inaugural. El existencialismo y el surrealismo, por ejemplo, dos de los estí-
mulos intelectuales y literarios más fecundos de su obra, aparecen ya aquí men-
cionados en relación a Rimbaud, sí, pero también en relación al papel que de-
sempeñarán en su propia obra. ¿Es de extrañar que el escritor que todavía en
1949 define el surrealismo como «la empresa más alta del hombre contemporá-
neo y como previsión y tentativa de un humanismo integrado»17 subraye en el en-
sayo de 1941 la deuda del surrealismo con Rimbaud, su estrecha filiación (p.
29)? En otro lugar del artículo comenta la famosa «Lettre du Voyant» a propósi-
to de la frase «Car Je suis un autre» y dice: «Frase que, sometida a todos los ma-
lentendidos posibles, encontrará una explicación en el surrealismo, cuyo único
punto de contacto con el poeta es la creencia de que órdenes inconscientes, cate-
gorías abisales del ser, rigen y condicionan la Poesía» (p. 31).
Pero si el interés de Cortázar por Rimbaud puede explicarse, en parte al me-
nos, por la anacrónica filiación del poeta francés con el surrealismo y por la in-
fluencia de este movimiento en su propia obra, el valor de esta primera aprecia-
ción crítica del surrealismo reside en que no solamente inicia una extensa serie
de textos dedicados al mismo tema, y que culmina con la célebre discusión sobre
el surrealismo de los miembros del Club de la Serpiente, en Rayuela, sino que ya
la nota de 1941 anticipa, además, una actitud irreverente hacia aquellos costados
del surrealismo que Cortázar vio muy tempranamente como mera tecniquería. La
comentada imagen acuñada en Rayuela de aquellos «surrealistas que se comieron
la banana con cascara» y que alude a aquellos que vieron al surrealismo como
una mera pirotecnia verbal y no como «una cosmovisión y una empresa de con-
quista de la realidad»18 —según diría en su artículo sobre Antonin Artaud en
1948—, está ya insinuada en el ensayo de 1941. Allí dice, diferenciando entre un
surrealismo revolucionario que él suscribe y otro efectista y fácil: «Los surrealis-
tas —pragmáticos— convirtieron la creencia de Rimbaud de que órdenes incons-

16. Sobre la generación de 1940, v. C.R. GIORDANO, E. ROMANO, y HJ. BECCO, El 40, Buenos
Aires, Editores Dos, 1969.
17. Julio CORTÁZAR, «Irracionalismo y eficacia», Realidad, n° 6, sept-dic. 1949, p. 253.
18. Julio CORTÁZAR, «Muerte de Antonin Artaud», Sur, n9 163, mayo de 1948, p. 80.

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cientes rigen y condicionan la Poesía, de hipótesis, en método; algunos poetas
afiliados dijeron bellos versos nacidos de un semisueño o de una escritura auto-
mática. Pero a Rimbaud —como a Cortázar— «le interesaba poco o nada todo
aquello» (p. 31). El interés de Rimbaud en la literatura —como el de Cortázar—,
aquello que más profundamente lo une al surrealismo es su creencia en la posibi-
lidad de la poesía de cambiar la vida. Por eso insistirá en las diferencias que se-
paraban a Rimbaud de Mallarmé; por eso hará hincapié en «el proyecto de Reali-
zación humana» de Rimbaud; y por eso contrapondrá el empeño vital de
Rimbaud y el empeño estético de Mallarmé. «Siempre he pensado» —dice en el
ensayo del 4 1 — «que el descenso de Rimbaud a los infiernos —Je me croes en
enfer, done j'y suis— era una tentativa para encontrar la Vida que su naturaleza
le reclamaba. La desesperación, el insulto, la amargura, todo lo que lo subleva
ante la contemplación de la existencia burguesa que se ve obligado a soportar, es
prueba de que hay en él un hombre ansioso de vivir» (p. 32).
Esa actitud vital de Rimbaud, su esfuerzo por sacudirse de los condiciona-
mientos del orden burgués de su tiempo y su aventurarse vertiginosamente por
los «caminos de la libertad» indujeron a Cortázar a considerarlo prolegómeno del
existencialismo, ese otro movimiento de inconformistas y rebeldes que junto con
el surrealismo constituyen dos de los catalizadores más activos de obra. Ocho
años antes de su balance del existencialismo publicado en Realidad bajo el título
«Irracionalismo y eficacia» y siete años antes de sus reseñas de Kierkegaard y la
filosofía exisiencial de León Chestov y La náusea de Sartre, aparecidas en Ca-
balgata,13 Cortázar anticipa en su ensayo sobre Rimbaud un reconocimiento de
lo que el existencialismo había contribuido a su visión de mundo más tardía:

Por haber jugado la Poesía como la carta más alta en su lucha contra la reali-
dad odiosa, la obra de Rimbaud nos llega anegada de existencialismo y cobra para
nosotros, hombres angustiados que fiemos perdido la fe en las retóricas, el tono de
un mensaje y una admonición... La obra de ese muchacho magnífico e infortunado
no es un grimorio, sino un pedazo de su piel cuyo tatuaje puede ser descifrado sin
más que leerlo con la inocencia necesaria (p. 33).

Dos puntos reclaman comentario. Primero, su definición de la poesía como


un juego, como «la carta más alta en su lucha contra la realidad odiosa». Recor-
demos que casi veinte años más tarde, en su colección Último round (1969),
Cortázar volverá a esa definición de poesía para reforzar su sentido lúdico de la
literatura y la vida: «¿..Porque jugar poesía es jugar a pleno, echar hasta el últi-
mo centavo sobre el tapete para arruinarse o hacer saltar la banca».20

19. Cabalgata. Revista mensual de letras y artes, Buenos Aires, n" 16 (feb. 1948) y na 15 (enero
1948) respectivamente.
20. Julio CORTÁZAR, Último round, México, Siglo XXI, 1969, p. 66.

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Si todavía quedara alguna duda sobre el valor del ensayo de 1941 como ade-
lanto y formulación primera de algunas ideas cardinales del escritor maduro, es-
te anticipo bastaría para disiparla. Pero hay más. El contrapunto presentado en
el ensayo polariza las figuras de Mallarmé y Rimbaud, pero hay un segundo
contrapunto que Cortázar emplea para aclarar su fe en la experiencia humana
más que en los recetarios, su lealtad a la vida más que a algunas fórmulas. Es
cuando contrapone la percepción de la obra de Rimbaud no como un grimorio
sino como un pedazo de piel. A los veintisiete años, Cortázar tenía ya plena
conciencia de que el conocimiento libresco, las abstracciones y fórmulas teóri-
cas no podían ser sustitutos de la realidad y la experiencia sino apenas andado-
res para llegar a ella. Se puede partir de ciertas fórmulas, pero la obra será siem-
pre más rica que esas fórmulas, «Las fórmulas de Rimbaud» —dice en el
ensayo— «no condicionan su obra al extremo de creer que comprendiendo unas
se puede habitar en la otra. En realidad, los poetas anteriores han empleado mu-
cho más que el mismo Rimbaud esas directivas del pensamiento, pero no logra-
ron lo que él, hecho que demuestra la tontería de toda escuela y de toda influen-
cia» (p. 33).
Antes de escrita, Cortázar defiende lo que su obra tendrá de compendio, de
esponja, de texto reescrito, sí, pero que al pasar por el tamiz de su circunstancia
y de su percepción se convierte en otra cosa, en un texto nuevo que ya no se pa-
rece a ninguno. La originalidad no es la soledad o el aislamiento de un texto, si-
no la refracción de ese texto en otro, la incidencia de una experiencia en la sen-
sibilidad del creador. El escritor habita en una biblioteca o en un espacio vital.
Cortázar vio, ya en 1941, estas dos posiciones antitéticas: una conducía a un
juego verbal, retórico; la otra, a un juego vital, existencial. Al final de su nota
comenta: «Mallarmé se despeña sobre la Poesía; Rimbaud vuelve a esta existen-
cia. El primero nos deja una Obra; el segundo, la historia de una sangre» (p.
34). A pesar de los sonetos mallarmeanos de Presencia, a pesar de su juventud
intoxicada de libros y a pesar de que su obra es todavía una promesa en espera,
Cortázar escoge, en 1941, la ruta de Rimbaud: «Con toda mi devoción al gran
poeta Mallarmé, siento que mi ser, en cuanto integral, va hacia Rimbaud con un
cariño que es hermandad y nostalgia». Porque, explica, «uno puede amar a Gón-
gora, pero es San Juan de la Cruz quien aprieta el pecho y vela la mirada. Se po-
drá decir que la poesía es una aventura hacia el infinito; pero sale del hombre y
a él debe volver» (p. 34).
En sus conferencias en Berkeley de 1984, Cortázar habló de esa condición
de música que la prosa alcanza en sus mejores momentos. No hablaba de los
efectos musicales de la prosa o la poesía simbolistas, sino de una cierta estruc-
tura sintáctica, de una cierta cadencia que, sin imitar la música, procede como
ella, organizando frases y palabras en una arquitectura encantatoria. Esa alta
conciencia del oficio lo acompañará desde sus inicios de escritor hasta sus tex-
tos más tardíos. Era la lección de gran rigor verbal aprendida en Mallarmé.

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Rimbaud le enseñará, en cambio, a llegar a la Vida por la literatura y a buscar al
ser humano en el fondo de cada poema.
«¿Encontraría a la Maga?» Esa primera frase que abre en la gran novela un
verdadero abanico de búsquedas corretea ya por estas páginas juveniles. La Vi-
da es más poderosa que todas las fórmulas que intentan contenerla, e inevitable-
mente asfixiarla, y el poema es el testimonio de una ruptura, casi una herida. El
ser humano no es ese ente conformado por la costumbre (que otros llaman la
cultura) sino ese «otro» que el poema busca rescatar. La nota de Huella de 1941
es apenas una semilla, pero desde ella es posible ver, como por el ojo de una ce-
rradura, el desbordante y luminoso interior de Rayuela.

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