Crisis Intraeclesial-La Iglesia Oriental

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Crisis Intraeclesial- La Iglesia Oriental

UNIVERSIDAD EVANGELICA NICARAGUENSE M.L.K


Facultad de Teología
Catedra Historia de la Iglesia
Segundo año
Profesor Miguel España

Cr is is i nt r aec l esi al
La ig l es ia Or i ental

“El Ateísmo es un cuento de hadas de personas con miedo a


la luz.”

Marvin David Castañeda


Katherine Herrera

Managua, 25 de Mayo del 2018


Crisis Intraeclesial- La Iglesia Oriental

INTRODUCCION

El desarrollo de 2 poderes con vocación religiosa, el PAPADO y el IMPERIO,


creo una división dentro de la Iglesia. Esta crisis era de características
profundas precedidas por el claro agotamiento del modelo de organización
eclesiástico vigente desde la reforma centralizadora de Gregorio VII, quien
logró imponer la autoridad papal sobre los poderes cristianos y plasmados
en los DICTATUS PAPAE. Este total respaldo de la Iglesia hacia el PAPA,
habría dado a este un poder absoluto por encima del cuerpo eclesial, un
poder irrevocable que ejercía “ad libitum” el supremo poder pontificio
teorizado a comienzos del siglo XIV, en la doctrina de la plenitudo
potestatis plasmada en la bula papal UNAM SANCTAM, del papa Bonifacio
VIII.

DESARROLLO,

La disputa entre Emperador y el Papa alcanzaría uno de sus puntos más


álgidos en la Controversia de las Investiduras. El conflicto se centraba
en el nombramiento de los obispos, ya que las autoridades laicas deseaban
contar con el poder para nombrar a las autoridades de las diócesis. En esta
lucha por el poder, la Iglesia contaba con armas temibles: la excomunión,
que consistía en negar al emperador la salvación y liberar a sus súbditos
de obedecerlo; y el interdicto, que negaba los sacramentos a toda la
población, condenándolos al infierno. En 1122, el Concordato de Worms selló
la paz momentáneamente, al establecer que la Iglesia mantendría el poder
de nombrar a sus autoridades, sometido a poder de veto del Emperador.

En ITALIA Federico “Barbaroja” se enfrenta al papa Alejandro III y a los


lombardos. En 1176 derrotan a Barbaroja en la Batalla de Legnano.

En 1170, Pedro Waldo, mercader que renuncio a su riqueza para vivir una
vida de pobreza, fundo “Los Pobres de Lyons”. Tradujo los evangelios a la
lengua común y predicaba en las calles consiguiendo un sinnúmero de
seguidores. La iglesia considero este movimiento peligroso y procedio a
excomulgarlos, y en 1190 los declaro en herejía.

Los Waldesianos se mezclaron con los Cataros, crearon su propio culto,


donde negaban el bautismo, consideraban la cruz el instrumento de tormento
con el cual los romanos y judíos habían traicionado a JESUS, atacaban los
sacrementos diciendo que no había ninguna referencia sobre ellos en la
Biblia. En respuesta el papa Inocencio III, envio una cruzada bajo el
liderazgo de Simon de Monfort que masacro a miles de personas.
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Federico III se hizo emperador en 1215 y se enfrento al papa Gregorio IX,


que lo excomulgo por no cumplir la promesa de tomar la cruz. La llegada de
un nuevo papa, Inocencio IV, permitio llegar a un acuerdo entre ambos
poderes, pero en 1245 el papa volvió a excomulgarlo, luego las tropas
papales derrotaron a las imperiales en la batalla de Parma, en febrero
1248. El papa Bonifacio VIII, encontró un nuevo adversario para la iglesia
en la figura del monarca francés Felipe IV “El hermoso”, Felipe acusó al
pontífice de materialista, de no creer en la inmortalidad del alma ni en
la transubstanciación, de revelar secretos de confesión, cometer pecados
sexuales, de tener un demonio privado y consultar a brujos, de asesinar a
su predecesor y preferir ser perro que francés, etc. Bonifacio amenazó a
Felipe con la excomunión en 1303, pero el rey contraatacó enviando a Italia
una fuerza armada que irrumpió en la residencia papal y arrestó al pontífice
que moriría poco después. El colegio de cardenales, ahora dominado por los
franceses, procedió a elegir un nuevo Papa: Clemente V, que estableció su
residencia en Avignon en 1309. Fuertemente ligado al rey francés, Clemente
enfrentaría desde allí el juicio a los templarios, el conflicto con el
emperador Luis, el caos reinante en Italia y la guerra de los Cien Años,
mientras su ausencia de Roma era visto como un escándalo por toda la
cristiandad.

La baja Edad Media también es el momento de máximo poder de la Iglesia,


que domina toda Europa e impulsa incluso expansiones como las de las
Cruzadas. Ese dominio de la Iglesia se puede ver en los grandes templos
góticos de las ciudades medievales y en la importancia de los caminos de
peregrinación, como el Camino de Santiago.

Los siglos X al XV son la época de mayor balance de Occidente, donde quedan


establecidas las leyes y pautas de la Iglesia (habeas corpus, celibato,
sacramentos, etc.). El siglo XIV, destaca también, por ser el siglo de la
Peste Negra, trágico episodio que sufrió todo el mundo occidental conocido,
partes de Asia y África, que reduciría la población peninsular casi un
tercio (años 1348-1349).

Al interior de la iglesia existía un sentimiento de crisis. La figura del


papa se había debilitado y desprestigiado.

En 1378, contando con el apoyo popular, los cardenales italianos lucharon


por la elección de un pontífice local y por el regreso de la sede papal a
Roma. El nuevo Papa, Urbano VI, comenzó entonces una reforma del colegio
de cardenales, pero una parte del mismo se rebeló y huyó a Anagní desde
donde declararon ilegal al pontífice y procedieron a elegir un nuevo Papa
que tomó el nombre de Clemente VII. Clemente regresaría a Avignon y ambos
pontífices se excomulgarían mutuamente. Esto dio inicio al Gran Cisma de
Occidente que dividió profundamente a la cristiandad y representó un nuevo
escándalo. Francia, Escocia, España, Parte de Alemania eligieron seguir a
Avignon; mientras que Inglaterra, Portugal y el Emperador se inclinaron
por Roma. El Concilio de Pisa de 1409 intentó reparar las cosas eligiendo
un tercer pontífice (Alejandro V) pero éste fue excomulgado por los otros
dos. Finalmente, en 1416, el Concilio de Constanza puso fin al Cisma.
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IGLESIA ORIENTAL

El distanciamiento entre ambas iglesias comienza a gestarse desde el


momento mismo en que el emperador Constantino el Grande decide trasladar,
en el 313 d.C., la capital del Imperio romano de Roma a Constantinopla; se
inicia, prácticamente, cuando Teodosio el Grande divide a su muerte (395)
el Imperio en dos partes entre sus hijos: Honorio, que es reconocido
emperador de Occidente, y Arcadio, de Oriente; deja notarse a partir de la
caída del Imperio occidental ante los pueblos bárbaros del Norte en el 476;
se agudiza en el siglo IX por Focio, patriarca de Constantinopla, y se
consuma definitivamente en el siglo XI con Miguel I Cerulario, también
patriarca de Constantinopla.

En tres grupos pueden clasificarse las principales causas que motivaron el


Cisma:

1. De tipo étnico: La natural antipatía y aversión entre asiáticos y


europeos, unidas al desprecio que en esta época sintieron los cristianos
orientales hacia los latinos, a quienes consideraban contagiados de
barbarie a causa de las invasiones germánicas.

2. De tipo religioso: Las variaciones que, con el paso del tiempo, fueron
imponiéndose en las prácticas litúrgicas, dando lugar al uso de calendarios
y santorales distintos; las continuas disputas sobre las jurisdicciones
episcopales y patriarcales que se originaron a partir de dividirse en dos
el Imperio; la opinión extendida por todo el Oriente de que, al ser
trasladada la capital del Imperio de Roma a Constantinopla, se había
trasladado igualmente la Sede del Primado de la Iglesia universal; las
pretensiones de autoridad por parte de los patriarcas de Constantinopla,
que utilizaron el título de ‘Ecuménicos’ a pesar de la oposición de los
papas, que reclamaban para sí, como obispos de Roma, la suprema autoridad
sobre toda la cristiandad; la negativa de los patriarcas de Oriente a
reconocer esa autoridad sobre la base de la Sagrada Tradición Apostólica y
las Sagradas Escrituras, alegando que el obispo de Roma sólo podía pretender
ser “primus inter pares” (un primero entre sus iguales); y la intromisión
de los emperadores en asuntos eclesiásticos, creyéndose pontífices y reyes,
y pretendiendo decidir ellos solos los graves problemas de la Iglesia.

3. De tipo político: El apoyo que buscaron los papas en los reyes francos
y la restauración en Carlomagno del Imperio de Occidente (s. IX) mermaron
prestigio a los emperadores de Oriente, que tenían pretensiones a la
reunificación del antiguo Imperio romano.

A estas causas de carácter general pueden añadirse los cargos —en realidad,
pretextos— que los patriarcas Focio y Cerulario imputaron a la Iglesia de
Roma, y que pueden resumirse en los cuatro siguientes: Que los papas no
consideraban válido el sacramento de la confirmación administrado por un
sacerdote; que los clérigos latinos se rapaban la barba y practicaban el
celibato obligatorio; que los sacerdotes de la Iglesia Romana usaban pan
ácimo en la Santa Misa, práctica considerada en Oriente una herejía de
influencia judaica; y, en fin, que los papas habían introducido en el credo
la afirmación de que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (“Credo
in Spiritum Sanctum qui ex Patre Filioque procedit”), en contra de lo que
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sostenían los patriarcas orientales, que no reconocían esta última


procedencia.

Estos cargos, que hubiesen podido solucionarse con la convocatoria de un


concilio, produjeron la separación definitiva, si no hubiesen prevalecido
razones espurias a la esencia misma de la religión.

Miguel I Cerulario (ha. 1000 - 1059) fue hombre altivo, prepotente y


ambicioso, de poca formación intelectual. Elevado a la Sede Patriarcal de
Constantinopla en 1943, su ministerio coincidiría con el del papa León IX,
y ambos consumarían el cisma que se venía gestando entre ambas Iglesias.
Su enfrentamiento con Roma se inicia en 1051, cuando, tras acusar de herejía
judaica a la Iglesia romana por utilizar pan ácimo en la Eucaristía, ordena
que se cerrasen todas las iglesias de rito latino en Constantinopla que no
adoptaran el rito griego, se apodera de todos los monasterios dependientes
de Roma y arroja de ellos a todos los monjes que obedecían al Papa, y
dirige una carta al clero en la que renovaba todas las antiguas acusaciones
contra las dignidades eclesiásticas occidentales.

En el año 1054, el papa León IX envió a Constantinopla una legación encabezada


por el cardenal Humberto de Silva y los arzobispos Federico de Lorena y Pedro de
Amalfi, portando un escrito en el que se conminaba a Cerulario a la retractación
de algunos aspectos en conflicto y un decreto de excomunión en caso de que éste
se negase a ello, pero el patriarca se negó a recibirlos y tratar con ellos. Ante esta
actitud, los legados papales publicaron su “Diálogo entre un romano y un
constantinopolitano”, plagado de burlas contra las costumbres griegas, y, el 16
de julio de 1054, depositaron la bula de excomunión en el altar mayor de la iglesia
de Santa Sofía, en Bizancio (antes Constantinopla), y abandonaron la ciudad de
inmediato.
Unos días después, el 24 de julio, el patriarca Miguel I Cerulario quemaba
públicamente la bula papal y excomulgaba al cardenal Humberto y a su
séquito. El cisma entre ambas Iglesias, que aún persiste hasta hoy, se
había consumado. La Iglesia de Oriente era una entidad independiente.
Con todo, aunque el inicio del Gran Cisma queda fechado en la Historia a
partir del papado de León IX, no son pocos los investigadores que cuestionan
la trascendencia de estos hechos en la efectiva separación de ambas
Iglesias, pues, por una parte, cuando la excomunión recíproca tuvo lugar,
León IX ya había muerto, lo que implica que cualquier actuación llevada a
cabo por el cardenal Humberto carecía ya de validez como legado papal, y,
por otra, las excomuniones afectaban a individuos, no a Iglesias.

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