Primera República Española
Primera República Española
Primera República Española
La Asamblea Nacional asume los poderes y declara como forma de gobierno la República, dejando a
las Cortes Constituyentes la organización de esta forma de gobierno.
Manuel Ruiz Zorrilla, hasta entonces presidente del gobierno, intervino para decir:
Protesto y protestaré, aunque me quede solo, contra aquellos diputados que habiendo venido al
Congreso como monárquicos constitucionales se creen autorizados a tomar una determinación que de
la noche a la mañana pueda hacer pasar a la nación de monárquica a republicana.
A continuación el republicano Emilio Castelar subió al estrado y pronunció este discurso que fue respondido
con encendidos aplausos:
Señores, con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía
parlamentaria; con la renuncia de donAmadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado
con ella, ha muerto por sí misma; nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae una
conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la Historia. Señores, saludémosla como el sol que se
levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra Patria.
Estanislao Figueras desempeñó el cargo de presidente del Poder Ejecutivo (jefe de Estado y Gobierno) pero no
el de presidente de la República, pues nunca se llegó a aprobar la nueva Constitución republicana. En su
discurso, Figueras dijo que la llegada de la República era «como el iris de paz y de concordia de todos los
españoles de buena voluntad».
Pero el problema más urgente que tuvo que atender el nuevo gobierno fue restablecer el orden que estaba
siendo alterado por los propios republicanos federales que habían entendido la proclamación de la República
como una nueva revolución y se habían hecho con el poder por la fuerza en muchos lugares, donde habían
formado «juntas revolucionarias» que no reconocían al gobierno de Figueras, porque era un gobierno de
coalición con los antiguos monárquicos y tildaban de tibios a los «republicanos de Madrid».10
«En muchos pueblos de Andalucía la República era algo tan identificado con el reparto de tierras que los
campesinos exigieron a los ayuntamientos que se parcelaran inmediatamente las fincas más significativas de la
localidad... algunas [de las cuales] habían formado parte de los bienes comunales antes de la
11
desamortización».11 En casi todos los lugares la República también se
identifica con la abolición de las odiadas quintas, promesa que la
Revolución de 1868 no había cumplido, como recordaba una copla que
se cantaba en Cartagena:12
Si la República viene,
No habrá quintas en España,
Por eso aquí hasta la Virgen,
Se vuelve republicana
Eso fue lo que el diputado radical José Echegaray echó en cara a los
líderes republicanos: que sus seguidores entendían el federalismo
como10
Sólo trece días después de haberse formado el nuevo gobierno se encontraba bloqueado por las diferencias que
existían entre los ministros radicales y los republicanos por lo que el presidente Figueras presentó la dimisión a
las Cortes el 24 de febrero. Esta situación fue aprovechada por el líder de los radicales y presidente de la
Asamblea Nacional Cristino Martos para intentar un golpe de Estado que desalojara del gobierno a los
republicanos federales y le permitiera formar uno exclusivo de su partido que diera paso a una república liberal-
conservadora. Martos, de acuerdo con el gobernador civil de Madrid, ordenó a la Guardia Civil que ocupara el
Ministerio de la Gobernación y el de Hacienda y que rodeara el Palacio del Congreso de los Diputados donde
fue elegido por sus compañeros de partido como nuevo presidente del Poder Ejecutivo. Pero esta maniobra no
tuvo éxito gracias a la rápida actuación del ministro de la Gobernación Pi y Margall que movilizó a la
guarnición de Madrid y a los Voluntarios de la República que consiguieron contrarrestar el golpe. Así se formó
el segundo gobierno de Figueras del que salieron los ministros radicales, entrando en su lugar Juan Tutau y
Verges en Hacienda, Eduardo Chao en Fomento, José Cristóbal
Sorní y Grau en Ultramar y los militares Juan Acosta Muñoz y
Jacobo Oreyro y Villavicencio en Guerra y Marina,
respectivamente. Además se acordó disolver la Asamblea Nacional
donde los radicales gozaban de mayoría absoluta.15
El 8 de marzo, cuando
la Asamblea Nacional
iba a discutir la
propuesta de disolución
de la misma, Cristino Jornada del 24 de febrero en el Congreso
Martos intentó un de los Diputados, en Le Monde Illustré.
nuevo golpe de Estado
con el mismo objetivo
de formar un gobierno exclusivamente radical, esta vez presidido
Caricatura de la revista satírica La Flaca por su compañero de partido Nicolás María Rivero, y que contaba
del 28 de marzo de 1873 que muestra el con el apoyo del general Serrano, líder del monárquico partido
apoyo a la República Española por parte de constitucional. Pero en el último momento los diputados radicales
las repúblicas —Suiza, Estados Unidos y seguidores de Rivero, temerosos de que la formación de un
Francia— y el rechazo de las monarquías y gobierno radical provocara un levantamiento de los republicanos
los imperios «intransigentes» que podría conducir a una guerra civil, no
apoyaron la iniciativa de Martos y votaron a favor de la disolución
de la Asamblea. Martos dimitió de su cargo de presidente de la Asamblea dos días después. Pero en la
Comisión Permanente que asumiría sus funciones de fiscalización del gobierno hasta que se reunieran las
nuevas Cortes Constituyentes y que se formó el 22 de marzo, los radicales mantuvieron su mayoría absoluta,
aunque divididos entre los «martistas» que tenían ocho representantes y los «riveristas» que tenía cuatro, frente
a cinco republicanos federales, más dos alfonsinos y un constitucional.16
El mismo día 8 de marzo en que en Madrid tenía lugar el intento de golpe de Estado, en Barcelona la
Diputación, dominada por los republicanos federales «intransigentes», volvía a proclamar el Estado catalán,
como ya había hecho el 12 de febrero, y como en aquella ocasión sólo los telegramas que les envió Pi y Margall
desde Madrid les hizo desistir, aunque en esta ocasión esperaron a que cuatro días después, el 12 de marzo,
fuera a Barcelona el propio presidente del Poder Ejecutivo de la República Estanislao Figueras para retirar la
declaración.17
La decisión de Pi y Margall de disolver la Comisión Permanente Madrid, 23 de abril de 1873, Emilio Castelar
—que Jorge Vilches califica de «golpe de Estado»— fue defendiendo la salida del Congreso de la
cuestionada por los republicanos federales «moderados» Comisión Permanente.
encabezados en aquel momento por Emilio Castelar y Nicolás
Salmerón pues eran conscientes de que iba a tener como
consecuencia el retraimiento del resto de partidos en las elecciones, lo que restaría legitimidad a las Cortes
Constituyentes que saldrían de ellas. «Fue tal el miedo a la soledad, que Castelar y Figueras negociaron con los
radicales y los conservadores para darles una representación parlamentaria», pero ambos grupos rechazaron la
propuesta y se reafirmaron en la opción del retraimiento, argumentando la ilegalidad de la disolución de la
Comisión Permanente. Así pues, en las elecciones no hubo lucha electoral, pues optaron por el retraimiento,
además de radicales y constitucionales, los carlistas, que estaban alzados en armas, y los alfonsinos, que no
reconocían a la República. En los pocos distritos que hubo disputa electoral fue entre candidatos republicanos
federales del sector «moderado» o del «intransigente».20
Las elecciones a Cortes Constituyentes, que debían reunirse el 1 de junio en Madrid, habían sido convocadas
por una ley de 11 de marzo de 1873.21 Los comicios tuvieron lugar los días 10, 11, 12 y 13 de mayo,
obteniendo los republicanos federales 343 escaños y el resto de fuerzas políticas, 31.22 Así pues, la
representatividad resultante de estas elecciones fue muy limitada a causa del retraimiento de la totalidad de las
fuerzas de oposición política —radicales, constitucionales, carlistas (en guerra desde 1872), monárquicos
alfonsinos de Cánovas del Castillo, republicanos unitarios, e incluso las incipientes organizaciones obreras
adscritas a la Internacional—.23 Con un 60 % de abstención, fueron los comicios con la participación más baja
de la historia de España.24 En Cataluña, sólo votó el 25 % del electorado; en Madrid, el 28 %. Y eso que se
había reducido la edad mínima para votar de 25 a 21 años, «pensando que los jóvenes votarían a los
federales».25 Como señaló Nicolás Estévanez, «España distaba mucho de ser republicana».26
La República federal
Proclamación de la República F ederal y huida de Estanislao Figueras
El 1 de junio de 1873 se abrió la primera sesión de las Cortes Constituyentes bajo la presidencia del veterano
republicano José María Orense y comenzó la presentación de propuestas. El 7 de junio se debatió la primera de
ellas, suscrita por siete diputados, que decía:
El presidente, haciendo cumplir lo que ordenaba el Reglamento de las Cortes para la aprobación definitiva de
las propuestas de ley, dispuso celebrar una votación nominal al día siguiente. El 8 de junio se aprobó la
propuesta con el voto favorable de 218 diputados y solamente 2 en contra, proclamándose ese día la República
Federal.27
A pesar de que los republicanos federales gozaban de una mayoría aplastante en las Cortes Constituyentes, en
realidad estaban divididos en tres grupos:28
Los «intransigentes» con unos 60 diputados formaban la izquierda de la Cámara y propugnaban que las
Cortes se declararan en Convención, asumiendo todos los poderes del Estado —el legislativo, el
ejecutivo y el judicial— para construir la República Federal de abajo arriba, desde el municipio a los
cantones o Estados y desde éstos al poder federal, y también defendían la introducción de reformas
sociales que mejoraran las condiciones de vida del cuarto estado. Este sector de los republicanos
federales no tenía un líder claro, aunque reconocían como su "patriarca" a José María Orense, el viejo
marqués de Albaida. Destacaban dentro de él Nicolás Estévanez, Francisco Díaz Quintero, los generales
Juan Contreras y Blas Pierrad, o los escritores Roque Barcia y Manuel Fernández Herrero
Los «centristas» liderados por Pi y Margall coincidían con los «intransigentes» en que el objetivo era
construir una república federal pero de arriba abajo, es decir, primero había que elaboran la Constitución
federal y luego proceder a la formación de los cantones o estados federados. El número de diputados con
que contaba este sector no era muy amplio y en muchas ocasiones actuaban divididos en las votaciones,
aunque se solían inclinar por las propuestas de los «intransigenes».
Los «moderados» constituían la derecha de la Cámara y estaban liderados por Emilio Castelar y Nicolás
Salmerón —y entre los que también destacaban Eleuterio Maisonnave y Buenaventura Abarzuza Ferrer
— y defendían la formación de una República democrática que diera cabida a todas las opciones
liberales, por lo que rechazaban la conversión de las Cortes en un poder revolucionario como defendían
los «intransigentes» y coincidían con los pimargalianos en que la prioridad de las Cortes era aprobar la
nueva Constitución. Constituían el grupo más numeroso de la Cámara, aunque había ciertas diferencias
entre los seguidores de Castelar, que eran partidarios de la conciliación con los radicales y con los
constitucionales para incluirlos en el nuevo régimen, y los seguidores de Salmerón que propugnaban que
la República sólo debían fundamentarse en la alianza de los republicanos «viejos». Su modelo era la
República Francesa, mientras que «intransigenes» y «centristas» pimargalianos lo eran Suiza y Estados
Unidos, dos repúblicas de estructura federal.
Las sesiones de las Constituyentes me atraían, y las más de las tardes las pasaba en la tribuna de la
prensa, entretenido con el espectáculo de indescriptible confusión que daban los padres de la Patria. El
individualismo sin freno, el flujo y reflujo de opiniones, desde las más sesudas a las más extravagantes,
y la funesta espontaneidad de tantos oradores, enloquecían al espectador e imposibilitaban las
funciones históricas. Días y noches transcurrieron sin que las Cortes dilucidaran en qué forma se había
de nombrar Ministerio: si los ministros debían ser elegidos separadamente por el voto de cada diputado,
o si era más conveniente autorizar a Figueras o a Pi para presentar la lista del nuevo Gobierno.
Acordados y desechados fueron todos los sistemas. Era un juego pueril, que causaría risa si no nos
moviese a grandísima pena.
Presidiendo un Consejo de Ministros, harto de debates estériles, llegó Estanislao Figueras a gritar en catalán:
«Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!»29
En cuanto se reunieron las Cortes Constituyentes, Estanislao Figueras devolvió sus poderes a la Cámara y
propuso que se nombrara nuevo presidente del Poder Ejecutivo a su ministro de Gobernación, Francisco Pi y
Margall, pero los intransigentes se opusieron y lograron que Pi desistiera de su intento de formar gobierno, por
lo que Figueras quedó encargado de formarlo. Entonces Figueras tuvo conocimiento de que los generales
«intransigentes» Contreras y Pierrad preparaban un golpe de estado para iniciar la República federal al margen
del Gobierno y de las Cortes, lo que le hizo temer por su vida, sobre todo después de que Pi y Margall no se
mostrara muy dispuesto a entrar en su gobierno. El 10 de junio Figueras, presa del pánico, huyó a Francia:30
dejó disimuladamente su dimisión en su despacho en la Presidencia31 se fue a dar un paseo por el parque del
Retiro y, sin decir una palabra a nadie, tomó el primer tren que salió de la estación de Atocha. No se bajó hasta
llegar a París.
Al día siguiente se produjo un nuevo intento de golpe de Estado, cuando
una masa de republicanos federales instigados por los «intransigentes»
rodeó el edificio del Congreso de los Diputados en Madrid, mientras el
general Contreras, al mando de la milicia de los Voluntarios de la
República, tomaba el Ministerio de la Guerra. Entonces los
«moderados» Castelar y Salmerón propusieron que Pi y Margall
ocupara la presidencia vacante del Poder Ejecutivo, pues era el dirigente
con más prestigio dentro del partido republicano. «Castelar y Salmerón
creyeron que Pi y Margall, cercano a los intransigentes, el que les había
dado su base ideológica y su organización, podría controlar y contentar
a la izquierda parlamentaria mediante un Gabinete de conciliación».
Finalmente los «intransigentes» aceptaron la propuesta aunque bajo la
condición de que fueran las Cortes las que eligieran a los miembros del
gobierno que iba a presidir Pi y Margall.32
Pi y Margall accede a la presidencia
Según otras versiones no contrastadas, el acceso de Pi y Margall a la del Poder ejecutivo, junio de 1873,
presidencia del Poder Ejecutivo fue el resultado de la actuación de un dibujo de Vierge.
coronel de la Guardia Civil, José de la Iglesia, quien ante el vacío de
poder creado por la huida de Figueras y ante la amenaza de que se
produjera un golpe de estado, se presentó con un piquete en el edificio del Congreso y anunció a los diputados
que de allí no salía nadie hasta que eligieran a un nuevo presidente.[cita requerida]
En el Proyecto de Constitución Federal de 1873 redactado por Emilio Castelar, éste reflejó su concepción de la
República como la forma de gobierno más adecuada para que entraran en ella todas las opciones liberales,
porque no se podía conciliar la democracia con la monarquía como lo había demostrado la experiencia de la
«monarquía democrática» de Amadeo I. Pero para que la República fuera aceptable por las clases
conservadoras y medias era necesario poner fin a lo que Castelar llamaba «demagogia roja» que confundía la
república con el socialismo. De ahí que el proyecto de Constitución federal que presentó ante las Cortes fuera a
su entender una continuación de los principios establecidos en la Constitución de 1869 —de hecho mantuvo su
Título I—. Asimismo su proyecto se basaba en una rígida separación de poderes, todos electivos. Así el
presidente de la República no era elegido por las Cortes sino mediante unas juntas electorales votadas en cada
Estado regional, que emitirían su voto y el candidato que obtuviera la mayoría absoluta sería proclamado por
las Cortes —y en caso de que ninguno obtuviera la mayoría absoluta sería elegido por los diputados entre los
dos candidatos con mayor número de votos—. Su función fue la de ejercer el llamado «poder de relación» entre
las diferentes instituciones. Los diputados y senadores, por su parte, no podían formar parte del Gobierno, ni
éste asistir a las reuniones de las Cámaras. En cuanto al Poder Judicial se establecía el jurado para todo tipo de
delitos y en cuanto a la estructura federal, cada Estado gozaría de «toda la autonomía política compatible con la
existencia de la nación» y podría dotarse de una Constitución propia, siempre que no fuera contraria a la
federal, y tener su propia Asamblea Legislativa. Por último, los municipios elegirían a sus concejales, alcalde y
jueces por sufragio universal.40
El proyecto de Constitución iba «precedido de un preámbulo en el que se razonan las exigencias a las que
intenta responder su articulado. Primero la de consolidar la libertad y la democracia conquistadas por la
Gloriosa Revolución de Septiembre. Después la de indicar una división territorial, que basada en la historia,
asegurase la Federación y con ella la unidad nacional. Por último, diluir los poderes públicos de manera que no
pudieran confundirse ni mucho menos facilitar el advenimiento de la dictadura».41 Después del preámbulo
venían los 117 artículos de que constaba organizados en 17 títulos.
Estos estados tendrían una «completa autonomía económico-administrativa y toda la autonomía política
compatible con la existencia de la Nación», así como «la facultad de darse una Constitución política» (artículos
92º y 93º).
El proyecto de Constitución preveía en su Título IV, además de los clásicos poderes legislativo, ejecutivo y
judicial, un cuarto poder de relación que sería ejercido por el presidente de la República.
El poder legislativo estaría en manos de las Cortes federales, compuestas por Congreso y Senado, siendo el
Congreso una cámara de representación proporcional con un diputado «por cada 50 000 almas» que se
renovaría cada dos años, y el Senado, una cámara de representación territorial siendo elegidos cuatro senadores
por las Cortes de cada uno de los Estados.
El poder ejecutivo sería ejercido por el Consejo de Ministros, cuyo presidente sería elegido por el presidente de
la República.
El artículo 40 del proyecto disponía: «En la organización política de la Nación española todo lo individual es de
la pura competencia del individuo; todo lo municipal es del Municipio; todo lo regional es del Estado, y todo lo
nacional, de la Federación». El artículo siguiente declaraba que «Todos los poderes son electivos, amovibles y
responsables», y el artículo 42 que «La soberanía reside en todos los ciudadanos, y se ejerce en representación
suya por los organismos políticos de la República, constituida por medio del sufragio universal», debiéndose
tener en cuenta que con «sufragio universal» en aquella época se referían al sufragio masculino, pues las
mujeres no tenían derecho de voto.
El poder judicial residiría en el Tribunal Supremo Federal, que se compondría «de tres magistrados por cada
Estado de la Federación» (artículo 73) que nunca serían elegidos por el poder ejecutivo ni el legislativo.
Además, establecía que todos los tribunales serían colegiados e imponía la institución del jurado para toda clase
de delitos.
El poder de relación sería ejercido por el presidente de la República Federal cuyo mandato duraría «cuatro
años, no siendo inmediatamente reelegible», como decía el artículo 81 del proyecto.
En cuanto a los derechos y libertades, el proyecto fue una continuación del Título I de la Constitución española
de 1869, aunque introducía «algunas innovaciones significativas, como la separación definitiva de Iglesia y
Estado y la prohibición expresa de subvencionar cualquier culto. También exigía la sanción civil de los
matrimonios, nacimientos y defunciones y se declaraban abolidos los títulos nobiliarios. Se establecía y
regulaba con bastante amplitud el derecho de asociación [...]».42
Lo que pretende el Sr. Navarrete y sus epígonos es que el Caricatura de la revista satírica La Flaca en la que
Gobierno debería haber sido un gobierno revolucionario, aparece Pi y Margall desbordado por el
que debería haberse arrogado una cierta dictadura, federalismo, representado por figuras infantiles
dejando de contar con las Cortes Constituyentes. [...] Si la ataviadas con los distintos trajes regionales.
República hubiese venido de abajo-arriba, se habrían
constituido los cantones, pero el período habría sido
largo, trabajoso y pleno de conflictos, al paso que ahora, por medio de las Constituyentes, traemos la
República federal, sin grandes perturbaciones, sin estrépito y sin sangre.
Tras el abandono de las Cortes exhortaron a la inmediata y directa formación de cantones, lo que iniciaría la
rebelión cantonal, formándose en Madrid un Comité de Salvación Pública para dirigirla, aunque, según López
Cordón, «lo que prevaleció fue la iniciativa de los federales locales, que se hicieron dueños de la situación en
sus respectivas ciudades». A pesar de que hubo casos como el de Málaga, en que las autoridades locales fueron
las que encabezaron la sublevación, en la mayoría se formaron juntas revolucionarias. En pocos días la revuelta
era un hecho en Andalucía, Valencia y Murcia.44
Pi y Margall reconoció que lo que estaban haciendo los «intransigentes» era poner en práctica su teoría del
federalismo «pactista» de abajo arriba, pero condenó la insurrección porque esa teoría estaba pensada para una
ocupación del poder «por medio de una revolución a mano armada» no para una «República [que] ha venido
por el acuerdo de una Asamblea, de una manera legal y pacífica».37
El 30 de junio el ayuntamiento de Sevilla acordó transformarse en República Social. Una semana más tarde, el
9 de julio, Alcoy se declara independiente: desde el día 7 de julio estaba teniendo lugar una ola de asesinatos y
ajustes de cuentas al amparo de una huelga revolucionaria (la llamada Revolución del petróleo dirigida por
elementos locales de la sección española de la AIT).
Según Jorge Vilches, «puntos comunes en las declaraciones cantonales fueron la abolición de impuestos
impopulares, como los consumos y el estanco de tabacos y sal, la secularización de los bienes del clero, el
establecimiento de medidas favorables a los trabajadores, el indulto a presos por delitos contra el Estado, la
sustitución del Ejército por la milicia y la formación de comités o juntas de salud pública».45
Los focos federales del país no estallaron en forma de estados autónomos, sino como una constelación de
cantones independientes. Los levantamientos se produjeron, fundamentalmente, en diversas localidades de
Valencia, Murcia y Andalucía. Sin embargo, las experiencia paradigmática del periodo, el famoso Cantón de
Cartagena, respondió en verdad a un intento de montar un Cantón Murciano en donde sus promotores se
dividieron entre los que pretendían que fuera de tipo regional y los que aspiraban a uno de tipo provincial.46
Otros de ámbito provincial fueron los de Valencia y Málaga. Otros afectaron a municipios como Alcoy,
Algeciras, Almansa, Andújar, Bailén, Cádiz, Castellón, Granada, Motril, Salamanca, Sevilla, Tarifa y
Torrevieja. Por último, llegó a haber otros que afectaron a pequeñas localidades como el pueblo manchego de
Camuñas o el murciano de Jumilla, aunque sobre este último no existe constancia en el archivo municipal de
proclamación de cantón alguno.47 48
El más duradero y activo de todos los cantones fue el cantón de Cartagena, que estalló el 12 de julio en aquella
base militar y naval, bajo la inspiración del diputado federal murciano Antonio Gálvez Arce, conocido como
Antonete.49
Dos fragatas cantonales, la fragata de hélice Almansa y la fragata blindada Vitoria, salieron de Cartagena
«hacia una potencia extranjera» (es decir, a Almería), para recaudar fondos. Al negarse la ciudad a pagar, fue
bombardeada y tomada por los cantonalistas, quienes se cobraron ellos mismos el tributo. El general Contreras,
al mando de la flota, se hizo rendir honores al desembarcar, curiosamente al son de la Marcha Real. A
continuación, repitieron hazaña en Alicante y, de vuelta a Cartagena, fueron apresados como piratas por las
fragatas acorazadas HMS Swiftsure y SMS Friedrich Carl, británica y alemana respectivamente.
La política de Pi y Margall de combinar la persuasión y la represión para acabar con la rebelión cantonal se
aprecia muy bien en las instrucciones que dio al general republicano Ripoll en su cometido de acabar con la
rebelión cantonal en Andalucía al frente de ejército de operaciones con base en Córdoba compuesto por 1677
infantes, 357 caballos y 16 piezas de artillería:54
Confío tanto en la prudencia de Vd. como en su temple de alma. No entre en Andalucía en son de
guerra. Haga Vd. comprender a los pueblos que no se forma un ejército sino para garantizar el derecho
de todos los ciudadanos y hacer respetar los acuerdos de la Asamblea. Tranquilice Vd. a los tímidos,
modere a los impacientes; manifiésteles que con sus eternas conspiraciones y frecuentes desórdenes
están matando a la República. Mantenga siempre alta su autoridad. Apele, ante todo, a la persuasión y
al consejo. Cuando no basten no vacile en caer con energía sobre los rebeldes. La Asamblea es hoy el
poder soberano
Como la política de Pi y Margall no consiguió detener la rebelión cantonal, el sector «moderado» le retiró su
apoyo el 17 de julio proponiendo para sustituirlo a Nicolás Salmerón. Al día siguiente Pi y Margall dimitió, tras
37 días de mandato.52 De esta forma describió las decepciones que le había dado la política:
Han sido tantas mis amarguras en el poder, que no puedo codiciarlo. He perdido en el gobierno mi
tranquilidad, mi reposo, mis ilusiones, mi confianza en los hombres, que constituía el fondo de mi
carácter. Por cada hombre agradecido, cien ingratos; por cada hombre desinteresado y patriótico,
cientos que no buscaban en la política sino la satisfacción de sus apetitos. He recibido mal por bien...
En la sesión de las Cortes del 6 de septiembre Pi i Margall realizó una dura crítica sobre la forma como se había
reprimido la rebelión cantonal:57
El Gobierno ha vencido a los insurrectos, pero ha sucedido lo que yo temía: han sido vencidos los
republicanos. ¿Lo han sido los carlistas? No. Interín ganabais vitalidad en el mediodía, los carlistas la
ganaban en el norte. [...] Yo no hubiese apelado a vuestros medios, declarando piratas a los buques de
que se apoderaron los federales; yo no hubiese permitido el que naciones extranjeras, que ni siquiera
nos han reconocido, viniesen a intervenir en nuestras tristísimas discordias. Yo no hubiese
bombardeado Valencia. Yo os digo que, por el camino que seguís es imposible salvar la República,
porque vosotros desconfiáis de las masas populares y sin tener confianza en ellas, es imposible que
podáis hacer frente a los carlistas
58
consiguió fue aplazarla un solo día—.58 Cuando murió Salmerón muchos años después se grabó en piedra en
su mausoleo: «abandonó el poder por no firmar una sentencia de muerte».
En la decisión de Nicolás Salmerón de dimitir también pudo pesar la conducta del general Pavía de continuo
desafío a su autoridad. Manuel Pavía, nombrado por Salmerón al frente del Ejército de Andalucía, quería tomar
a toda costa el cantón de Málaga, el último reducto insurgente andaluz, pero el gobierno había sellado un pacto
no escrito con el gobernador civil de Málaga por el que se permitía su semiindependencia de facto —lo que
incluía que no habría fuerzas del Ejército en la capital malagueña— a cambio de que reconociera plenamente la
autoridad del gobierno de Madrid. Pavía presentó por dos veces su dimisión que no le fue aceptada, como lo
hizo después con el nuevo presidente del Poder Ejecutivo Emilio Castelar que continuó resistiendo a la presión
de Pavía. El problema se resolvió con la salida de Málaga de los cantonalistas encabezados por el gobernador
civil, siendo detenidos en Boadilla por las fuerzas de Pavía, quien finalmente consiguió lo que se proponía:
entrar en Málaga al frente de las tropas gubernamentales y acabar con el cantón.59
Hubo días de aquel verano en que creíamos completamente disuelta nuestra España. La idea de la
legalidad se había perdido en tales términos que un empleado cualquiera de guerra61 asumía todos los
poderes y lo notificaba a las Cortes; y los encargados de dar y cumplir las leyes desacatábanlas
sublevándose o tañendo a rebato contra la legalidad. No se trataba allí, como en otras ocasiones, de
sustituir un ministerio al ministerio existente, ni una forma de Gobierno a la forma admitida; tratábase
de dividir en mil porciones nuestra patria, semejantes a las que siguieron a la caída del califato de
Córdoba. De provincias llegaban las ideas más extrañas y los principios más descabellados. Unos
decían que iban a resucitar la antigua coronilla de Aragón (sic), como si las fórmulas del derecho
moderno fueran conjuros de la Edad Media. Otros decían que iban a constituir una Galicia
independiente bajo el protectorado de Inglaterra. Jaén se apercibía a una guerra con Granada.
Salamanca temblaba por la clausura de su gloriosa Universidad y el eclipse de su predominio científico
[...] La sublevación vino contra el más federal de todos los ministerios posibles, y en el momento
mismo en que la Asamblea trazaba de prisa un proyecto de Constitución, cuyos mayores defectos
62
provenían de la falta de tiempo en la comisión y de la sobra de impaciencia en el gobierno.
El 9 de septiembre, solo dos días después de haber sido investido presidente del Ejecutivo, Castelar consiguió
de las Cortes, gracias al retraimiento de los «intransigentes», la concesión de facultades extraordinarias, iguales
a las pedidas por Pi y Margall para combatir a los carlistas en el país vasconavarro y Cataluña, pero ahora
extendidas a toda España para acabar también con la rebelión cantonal. El siguiente paso fue proponer la
suspensión de las sesiones de las Cortes, lo que, entre otras consecuencias, supondría paralizar la discusión y la
aprobación del proyecto de Constitución federal. La sesión parlamentaria tuvo lugar el 18 de septiembre y dio
lugar a un debate muy enconado entre dos bandos: por un lado, los «intransigentes» —que habían vuelto a la
Cámara— y los «centristas» de Pi y Margall, que se oponían radicalmente a la propuesta, y por otro, los
«moderados» que apoyaban a Castelar. Pi y Margall intervino para exigir que las sesiones continuaran hasta
que se aprobara la Constitución alegando que los «períodos de interinidad son peligrosos y ocasionados a
turbulencias y desórdenes», además de afirmar que la pretensión de incorporar a la República a los
constitucionales y a los radicales era una «ilusión» porque los «partidos en España serán siempre partidos, y
tenderán siempre a alcanzar el poder por los medios que puedan». También acusó a Castelar de quebrantar la
ley, a lo que éste le respondió que fue Pi el que la infringió en su momento cuando el 23 de abril disolvió la
Comisión Permanente, a lo que él se opuso. Finalmente, la propuesta fue aprobada con los votos de los
republicanos federales moderados y la oposición de los centristas y los intransigentes. Así las Cortes quedaron
suspendidas desde el 20 de septiembre de 1873 hasta el 2 de enero de 1874.63 A partir de entonces Castelar
gobernó mediante decretos. El 21 de septiembre publicó una serie de ellos en los que suspendía las garantías
constitucionales, establecía la censura de prensa y reorganizaba el cuerpo de artillería disuelto por Manuel Ruiz
Zorrilla durante la última presidencia del reinado de Amadeo I.60 A estos les siguieron otros como el
llamamiento a los reservistas y la convocatoria de una nueva leva con lo que Castelar consiguió un ejército de
200 000 hombres, y el lanzamiento de un empréstito de 100 millones de pesetas para hacer frente a los gastos
de guerra.64 Con todas estas medidas se propuso cumplir el programa que había presentado ante Cortes para
acabar con la rebelión cantonal y con la Tercera guerra carlista: «para sostener esta forma de gobierno necesito
mucha infantería, mucha caballería, mucha artillería, mucha Guardia civil y muchos carabineros».
Asimismo fueron restablecidas las Ordenanzas militares españolas lo que permitirá la aplicación de las
sentencias de muerte que provocaron la dimisión de su predecesor, Nicolás Salmerón, y todas las dictadas por
los consejos de guerra.64
Tras la suspensión de las Cortes Castelar inició su proyecto de acercamiento a las clases conservadoras, sin
cuyo apoyo, según Castelar, la República no podría perdurar ni siquiera alcanzar la estabilidad política para
poder hacer frente a las tres guerras civiles en que estaba envuelta —la de Cuba, la carlista y la cantonal—. El
29 de septiembre la Junta directiva del partido constitucional, reunida en Madrid, aprobó la propuesta de
Práxedes Mateo Sagasta, el almirante Topete y Manuel Alonso Martínez de dar su apoyo incondicional al
gobierno de Castelar, lo que provocó la salida del partido para ingresar en el Círculo alfonsino de Madrid de
Francisco Romero Robledo, Adelardo López de Ayala y de Cristóbal Martín de Herrera. A cambio Castelar
estaba dispuesto a conceder a constitucionales y radicales los 86 escaños que habían dejado vacantes los
diputados «intransigentes» que se habían sublevado y proponer al constitucional Antonio Ríos Rosas como
nuevo presidente de la República. Incluso llegó a ofrecer al alfonsino Antonio Cánovas del Castillo un escaño y
seis más para sus seguidores. Pero la muerte de Ríos Rosas, el 3 de noviembre, que era el contacto de Castelar
con los constitucionales, truncó el proyecto.65
Mientras tanto en Biarritz, Bayona y San Juan de Luz, localidades francesas cercanas a la frontera española, los
políticos constitucionales y radicales que se habían instalado allí después de escapar de España tras el fracasado
golpe de estado del 23 de abril, se reunieron para dar también su apoyo al gobierno de Castelar e impedir el
triunfo de los republicanos federales "intransigentes".66
Pasada la medianoche se produjo la votación de la cuestión de confianza en la que el gobierno salió derrotado
por 100 votos a favor y 120 en contra, lo que obligó a Castelar a presentar la dimisión, y a continuación se hizo
un receso para que los partidos consensuaran el candidato que habría de sustituir a Castelar al frente del Poder
Ejecutivo de la República. En aquellos momentos el diputado constitucional Fernando León y Castillo ya había
Salmerón, al recibir la orden del capitán general en una nota entregada por
uno de sus ayudantes en la que le decía «Desaloje el local», suspendió la
votación y comunicó lo que estaba sucediendo. Seguidamente intervinieron
varios diputados para protestar por la acción de Pavía pero entonces
fuerzas de la Guardia Civil y del Ejército entraron en el edificio del
Congreso disparando tiros al aire por los pasillos y los diputados lo
abandonaron rápidamente.76
Eduardo Palanca Asensi, el
El general Pavía nada más desalojar el Congreso envió un telegrama a los candidato de los republicanos
jefes militares de toda España en el que les pedía su apoyo al golpe, que federales para sustituir a Emilio
Pavía llamaba «mi patriótica misión», «conservando el orden a todo Castelar cuya elección fue
trance». En el telegrama justificaba así lo que más tarde llamará «el acto impedida por el golpe de Pavía.
del 3 de enero»:77
El ministerio de Castelar [...] iba a ser sustituido por los que basan su política en la desorganización del
ejército y en la destrucción de la patria. En nombre, pues, de la salvación del ejército, de la libertad y de
la patria he ocupado el Congreso convocando a los representantes de todos los partidos, exceptuando
los cantonales y los carlistas para que formen un gobierno nacional que salve tan caros objetivos
El general Pavía intentó que se formara un «gobierno nacional» presidido por Emilio Castelar, pero a la reunión
de los líderes políticos constitucionales, radicales, alfonsinos y republicanos unitarios que Pavía convocó con
tal fin —los republicanos federales de Salmerón y de Pi y Margall y los "intransigentes" quedaron obviamente
excluidos—, Castelar rehusó asistir al no querer mantenerse en el poder por medios antidemocráticos. En la
reunión Pavía defendió la república conservadora y por eso impuso al republicano unitario Eugenio García
Ruiz como ministro de la gobernación, y el general Serrano fue nombrado jefe del nuevo gobierno.78
Estos hechos supusieron el final de facto de la Primera República, aunque oficialmente continuaría casi otro
año más, con el general Serrano al frente; «nominalmente la República continuaba pero completamente
desnaturalizada», afirma José Barón Fernández.79 Como ha señalado María Victoria López Cordón, «la
facilidad y la escasa resistencia con que Pavía terminó con la República federal, irrumpiendo con sus tropas en
el Congreso, es el mejor exponente de la fragilidad de un régimen que apenas contaba con base para
sustentarse».80
El manifiesto del 8 de enero definía «la dictadura como el "duro crisol" y "fuerte molde" que haría ver a la
"nobleza y las clases acomodadas", a la Iglesia también, que el orden es posible con la libertad y la democracia
definidas en la revolución de 1868 y la Constitución de 1869». Antonio Cánovas del Castillo identificó el
proyecto de Serrano, y así se lo hizo saber a Isabel II y al príncipe Alfonso, con el régimen del general Mac
Mahon quien se habían hecho con el poder en Francia tras la caída de Napoleón III, la derrota de la Comuna de
París y la imposibilidad de la restauración de la monarquía borbónica con el conde de Chambord —porque éste
no aceptó la bandera tricolor republicana— y que estaba apoyado tanto por monárquicos como por
republicanos.84 Según Jorge Vilches, «el general Serrano, definido como un "soldado de fortuna" por Cánovas,
dudaba entre su poder personal con la dictadura y el protagonismo que podía obtener si se erigía en restaurador
de Alfonso, con el beneplácito que sabía iba a contar por parte de Isabel II». En cambio el otro líder del partido
constitucional, Práxedes Mateo Sagasta, «trabajó sin tapujos por la monarquía constitucional con la dinastía
legítima [los Borbones] como única vía para evitar el derrumbe completo de la revolución de 1868».85
Recién formado el nuevo gobierno se puso fin a la rebelión cantonal con la entrada en Cartagena el 12 de enero
del general José López Domínguez, sustituto de Martínez Campos, mientras Antonete Gálvez, con más de mil
hombres, lograba eludir el cerco a bordo de la fragata Numancia, y poner rumbo a Orán. El final de la
experiencia cantonal fue pagado por Gálvez con el exilio, pero la Restauración le permitió, mediante amnistía,
regresar a su Torreagüera natal. En esta época entablaría una extraña y entrañable amistad con Antonio
Cánovas del Castillo, máximo responsable de la Restauración, quien consideraba a Gálvez un hombre sincero,
honrado y valiente, aunque de ideas políticas exageradas.
Las primeras medidas que tomó el gobierno de Serrano pusieron de manifiesto su carácter conservador, como
lo puso de manifiesto la inmediata disolución de la sección española de Asociación Internacional de
Trabajadores (AIT), gracias a que la Constitución de 1869 estaba suspendida, por atentar «contra la propiedad,
contra la familia y demás bases sociales» o el decreto de movilización del 7 de enero, confirmado por el
llamamiento extraordinario del 18 de julio, en el que se volvió al viejo sistema de las quintas, con el sorteo y la
redención en metálico. La supresión de los consumos, la tercera reivindicación popular de la Revolución de
1868 junto con el reconocimiento del derecho de asociación y la abolición de las quintas, tampoco fue
respetada por la dictadura de Serrano que el 26 de junio restablecía este impuesto sobre los artículos de «beber,
comer y arder» además de otro sobre la sal y uno extraordinario sobre los cereales. Como ha señalado María
Victoria López Cordón, «la presión de la guerra, las exigencias económicas de los grupos dirigentes y el déficit
crónico del Tesoro se aliaban para poner fin al ciclo revolucionario».86
Acabada la rebelión cantonal, Serrano marchó al norte el 26 de febrero para encargarse personalmente de las
operaciones contra los carlistas dejando al general Juan de Zavala y de la Puente al frente del gobierno y
quedando él como presidente del Poder Ejecutivo de la República.84
Tras su éxito en el levantamiento del sitio de Bilbao, Serrano reforzó su posición en el gobierno con el
nombramiento en mayo de Sagasta al frente del ministerio de la Gobernación, lo que provocó la salida del
mismo de los tres ministros radicales y del único ministro republicano, el unitario García Ruiz. Así se formó un
gobierno exclusivamente constitucional que siguió presidido por el general Zavala, quien fue sustituido el 3 de
septiembre por Sagasta tras evitar que Zavala intentara que los republicanos volvieran al gobierno, ya que en
aquel momento los constitucionales propugnaban la Restauración «parlamentaria y democrática» del príncipe
Alfonso. Serrano nombró a Andrés Borrego para que negociara con los alfonsinos de Cánovas, pero éste
rechazó las propuestas de los constitucionales porque suponía reconocer la Jefatura del Estado de Serrano hasta
que fueran derrotados los carlistas y aceptar que la restauración borbónica llegaría a través de la convocatoria
de unas Cortes generales extraordinarias —la exreina Isabel II le escribió a su hijo el príncipe Alfonso:
«Serrano sigue empeñado en su propósito de ser presidente de la República por 10 años con 4 millones de
reales anuales»—.87
En ese mes de septiembre en que Sagasta sustituyó al general Zavala al frente del gobierno, la República
consiguió el ansiado reconocimiento internacional y uno tras otro los distintos Estados fueron restableciendo
las relaciones diplomáticas con España.88
Por iniciativa de Nicolás María Rivero los radicales, contrarios al nuevo rumbo restauracionista que estaba
tomando el gobierno —sobre todo tras la llegada de Sagasta a la presidencia—, iniciaron los contactos con los
republicanos de Castelar, en los que el protagonista de los mismos fue el antiguo líder radical Manuel Ruiz
Zorrilla que volvió a la vida política después más de un año apartado de ella —desde febrero de 1873 en que
abdicó Amadeo I–. El objetivo de la propuesta de unión de los dos grupos políticos era impedir la restauración
borbónica mediante la formación de un partido republicano conservador que propugnara una nueva República
que tuviera como base la Constitución de 1869 reformada por unas Cortes ordinarias –que empezarían por
cambiar el artículo 33:«La forma de gobierno de la Nación española es la Monarquía»—. La iniciativa fue
apoyada también por el constitucionalista almirante Topete que, según Jorge Vilches, no quería «ver restaurada
la dinastía a la que él creía haber dado el primer empujón para su destronamiento». Pero el proyecto de alianza
republicana finalmente fracasó por el acuerdo que alcanzó Ruiz Zorrilla con los republicanos federales de
Nicolás Salmerón que fue rechazado rotundamente por Castelar y Rivero.89
El 1 de diciembre Cánovas tomó la iniciativa con la publicación del Manifiesto de Sandhurst, escrito por él y
firmado por el príncipe Alfonso, en el que éste se definía «como hombre del siglo, verdaderamente liberal» —
afirmación con la que buscaba la reconciliación de los liberales en torno a su monarquía— y en el que unía los
derechos históricos de la dinastía legítima con el gobierno representativo y los derechos y libertades que le
acompañan.90 Era la culminación de la estrategia que había diseñado Cánovas desde que había asumido la
jefatura de la causa alfonsina el 22 de agosto de 1873 —en plena rebelión cantonal— que, como le había
explicado a la ex reina Isabel y al príncipe Alfonso en sendas cartas de enero de 1874 —tras el golpe de Pavía
— consistía en crear «mucha opinión en favor de Alfonso» con «calma, serenidad, paciencia, tanto como
perseverancia y energía».84
Final de la República
«Cánovas no deseaba que la Restauración fuera obra de un partido, del
Ejército o de un grupo de éste, ni de una elección parlamentaria o
pronunciamiento militar», pero el 29 de diciembre de 1874, el general
Arsenio Martínez Campos se pronunció en Sagunto a favor de la
restauración en el trono de la monarquía borbónica en la persona de don
Alfonso de Borbón, hijo de Isabel II. Luego Martínez Campos telegrafió
al presidente del gobierno Sagasta y al ministro de la Guerra Francisco
Serrano Bedoya, quienes a su vez se comunicaron por vía telegráfica
con el presidente del Poder Ejecutivo de la República, el general
Serrano, que se encontraba en el Norte combatiendo contra los carlistas.
Serrano les ordenó no resistir y el gobierno aceptó la decisión sin
protestar, por lo que no ofreció ninguna resistencia cuando se presentó
en la sede del gobierno el capitán general de Madrid Primo de Rivera,
implicado en el pronunciamiento, y les ordenó disolverse.91
El 31 de diciembre de 1874 se formó el llamado Ministerio-Regencia presidido por Cánovas a la espera de que
el príncipe Alfonso regresara a España desde Inglaterra. En ese gobierno estaban dos hombres de la revolución
de 1868 —y ministros con Amadeo I—, Francisco Romero Robledo y Adelardo López de Ayala, quien había
sido el redactor del manifiesto «Viva España con honra» que había dado inicio a la revolución.93
Imperaba aquí una especie de república... Eran tiempos de desolación apocalíptica; cada ciudad se
constituía en cantón; la guerra civil crecía con intensidad enorme; [...] Andalucía y Cataluña estaban,
de hecho en anárquica independencia; los federales de Málaga se destrozaban entre sí...; en Barcelona
el ejército, indisciplinado y beodo, profanaba los templos con horribles orgías; los insurrectos de
Cartagena enarbolaban bandera turca y comenzaban a ejercer la piratería por los puertos indefensos del
Mediterráneo; dondequiera surgían reyezuelos de taifas...
Los rasgos característicos de la imagen de la «República del 73» que legaron a la posteridad estos autores,
según José María Jover Zamora, «se corresponden con otros tantos aspectos reales de la situación histórica de
referencia, si bien deformados por una visión antagónica»:94
Memoria histórica
Hasta 1931, los republicanos españoles celebraban el 11 de febrero, aniversario de la Primera República.
Posteriormente, la conmemoración se trasladó al 14 de abril, aniversario de la proclamación de la Segunda
República, que además, entre 1932 y 1938 (desde la Guerra Civil Española solo en territorio republicano) fue
fiesta nacional.
Véase también
Gobiernos de la Primera República Española
Segunda República Española
Sexenio Democrático
Notas y referencias
3. Al hablar de los acontecimientos que se
1. «Sesión de lunes 11 de febrero de 1873» (http://www.c desencadenaron en abril de 1931, escribe Salvador de
onstitucion1812.org/leerlibroamp.asp?tipo_libro=3&id Madariaga: «Bien había merecido la República, por su
=770&orden=2&ir=3201&secuencia=3186&Ir=Ir) . llegada sonriente y apacible, el nombre que sus fieles
Diario de las sesiones de Cortes. Congreso de los conspiradores la daban cariñosamente durante todo el
Diputados. Número 108 (Cádiz: Fundación Centro de siglo XIX: La Niña Bonita». Madariaga, Salvador de
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Saturnino Calleja Fernández. 5. Vilches, 2001, pp. 340-342.
6. Vilches, 2001, pp. 342-344. 25. Vilches, 2001, p. 381.
7. Fontana, 2007, p. 371. 26. López-Cordón, 1976, p. 57.
8. Vilches, 2001, pp. 344-345, 365-366. 27. López-Cordón, 1976, p. 58.
9. López-Cordón, 1976, p. 54. 28. Vilches, 2001, pp. 381-382.
10. Vilches, 2001, p. 370. 29. Senyors, ja no aguanto més. Vaig a ser-los franc: estic
11. López-Cordón, 1976, p. 55. fins als collons de tots nosaltres!.
12. Barón Fernández, 1998, p. 214. 30. Vilches, 2001, pp. 382-383.
13. Vilches, 2001, pp. 366-367. 31. En aquel tiempo en la actualmente desaparecida Casa
14. Chusco es el nombre, según el Diccionario de la de los Heros, en la calle Alcalá.
lengua española, del pan de munición, esto es, el de 32. Vilches, 2001, pp. 383-384.
calidad inferior que se hace o se hacía para los 33. Vilches, 2001, p. 384.
cuarteles, cárceles, etc. Véase también el Diccionario 34. López-Cordón, 1976, p. 61. «Otras dos proposiciones
de uso del español de María Moliner. de ley, la del diputado Carné fijando las horas de
15. Vilches, 2001, pp. 367-369. trabajo en las fábricas de vapor y talleres en un
16. Vilches, 2001, pp. 369-372. máximo de nueve horas, y otra sobre constitución de
17. Vilches, 2001, p. 377. Jurados mixtos de patrones y obreros, no llegaron
18. Vilches, 2001, pp. 373. nunca a aprobarse»
19. Vilches, 2001, pp. 372-375. 35. López-Cordón, 1976, p. 62.
20. Vilches, 2001, p. 379. 36. Vilches, 2001, pp. 384-385.
21. «Ley de 11 de marzo de 1873 convocando Cortes 37. Vilches, 2001, pp. 385-386.
Constituyentes, que se reunirán en Madrid el día 1º de 38. López-Cordón, 1976, pp. 58-59.
Junio próximo para la organización de la República, y 39. Vilches, 2001, p. 394.
mandando proceder a la elección de Diputados para 40. Vilches, 2001, pp. 392-394.
dichas Cortes» (http://www.boe.es/datos/pdfs/BOE/187 41. López-Cordón, 1976, p. 59.
3/089/A01019-01019.pdf) (PDF). Gaceta de Madrid. 42. López-Cordón, 1976, p. 59.
CCXXII (89): 1019. 30 de marzo de 1873. Consultado 43. Barón Fernández, 1998, p. 89.
el 16 de abril de 2012. 44. López-Cordón, 1976, pp. 67-68.
22. Los diputados de la oposición se repartieron de la 45. Vilches, 2001, p. 390.
siguiente manera: veinte radicales, siete conservadores 46. Vilar Ramírez, Juan Bautista (1983). El sexenio
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Madrid: Taurus. pp. 201 y 203. la que es exponente el manifiesto del cantón de
23. Los bakuninistas, mayoritarios entonces en España, Jumilla, texto que se popularizó en la época pero que
decidieron que la Primera Internacional no debía no tiene fundamento histórico alguno: «La nación
organizar candidaturas propias para dichas elecciones y jumillana desea vivir en paz con todas las naciones
dejaron que sus potenciales votantes optaran por acudir vecinas y, sobre todo, con la nación murciana, su
o no a las urnas y que eligieran, en su caso, a los vecina; pero si la nación murciana, su vecina, se atreve
representantes de su preferencia. Vid. Martínez a desconocer su autonomía y a traspasar sus fronteras,
Cuadrado, Miguel (1969). Elecciones y partidos Jumilla se defenderá, como los héroes del Dos de
políticos de España (1868-1931). Biblioteca Política Mayo, y triunfará en la demanda, resuelta
Taurus. Vol. 1. Madrid: Taurus. p. 194. completamente a llegar, en sus justísimos desquites,
24. Así lo afirma para el periodo 1868-1931: Martínez hasta Murcia, y a no dejar en Murcia piedra sobre
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57. Barón Fernández, 1998, p. 134. 78. Vilches, 2001, p. 402.
58. Vilches, 2001, pp. 391-392. 79. Barón Fernández, 1998, p. 266.
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60. Barón Fernández, 1998, p. 228. 81. Vilches, 2001, pp. 402-403.
61. Se refiere al Ministerio de Guerra. 82. López-Cordón, 1976, pp. 71, 74.
62. Castelar y Ripoll, Emilio (2009). Crónica 83. Barón Fernández, 1998, p. 95.
internacional (http://books.google.es/books?id=U0brC 84. Vilches, 2001, p. 403.
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68. Barón Fernández, 1998, pp. 247-248,250. 92. Vilches, 2001, pp. 410-411.
69. Vilches, 2001, p. 398. 93. Vilches, 2001, p. 411.
70. Barón Fernández, 1998, pp. 250-251, 259-260. 94. Jover Zamora, 1991, pp. 90-91.
71. Barón Fernández, 1998, pp. 247-248. 95. Piqueras, 2014, p. 367-370.
72. Barón Fernández, 1998, p. 261-262. 96. Piqueras, 2014, p. 375.
73. Barón Fernández, 1998, p. 251. «Se insinuó que Pi y 97. Jover Zamora, 1991, pp. 81-82.
Margall mantenía contactos con los rebeldes a fin de 98. Piqueras, 2014, p. 375-376.
que no se rindiesen, por lo menos antes de la sesión de
la Asamblea. No hay prueba documental que acredite
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Enlaces externos
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República Española de 1873.
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