Los Bárquidas y La Conquista de Iberia - Carlos G. Wagner
Los Bárquidas y La Conquista de Iberia - Carlos G. Wagner
Los Bárquidas y La Conquista de Iberia - Carlos G. Wagner
Amílcar.
Cuando Amílcar desembarcaba en Gadir en el 237 a. C. para restablecer con
medios militares el control cartaginés sobre los metales y otros recursos de la
Península Ibérica, le acompañaban su hijo Aníbal y su yerno Asdrúbal. La
elección de Gadir, además de ser un buen puerto aliado para el desembarco de las
tropas, y de servir de base de penetración hacia el valle del Guadalquivir y las
regiones mineras de Sierra Morena, muestra claramente la inexistencia de otros
asentamientos cartagineses en la Península, por más que se halla querido atribuir
este carácter a Baria (Villaricos) o Sex (Almuñecar).
No conocemos en detalle la actividad de Amílcar durante los nueve años
siguientes, aunque nuestras fuentes, Diodoro, Polibio, Nepote, Justino y Apiano,
permiten trazar un esbozo de la misma. En una primera etapa Amílcar situó bajo
su dominio a los pueblos de la costa, íberos y tartesio-turdetanos, y algunos, de
raigambre celta, ubicados más hacia el interior. Si nos ceñimos a la parca
información de que disponemos, la resistencia parece haber sido menor en las
zonas costeras, en contacto desde muy antiguo con los fenicios y púnicos, que
entre los pueblos que habitaban algunos territorios interiores, donde una
coalición dirigida por dos jefes locales se enfrentó a su avance. Algunos
investigadores han supuesto que se trataba de tropas mercenarias al servicio de
los régulos turdetanos, reduciendo así el alcance de la penetración de Amílcar,
pero del texto de Diodoro (XXV, 10, 2) parece inferirse claramente que estos
pueblos luchaban por su cuenta. La resistencia de la coalición liderada primero
por Istolacio y luego por un tal Indortes parece, por consiguiente, tener relación
con el interés de Amílcar por controlar las zonas mineras de Sierra Morena,
habitadas algunas de ellas por gentes célticas. Se trata de la Beturia céltica (Plinio,
N.H., III, 13), región situada en términos generales entre el Guadalquivir y el
Guadiana (García Iglesias, 1971) y que no sobrepasaría hacia el Este el trazado de la
posterior vía romana que unía Emérita con Itálica, y que hay que distinguir de la
Beturia túrdula, situada más al sur y habitada por los túrdulos, población de
raigambre turdetana con mezclas e influencias culturales púnicas (García Bellido,
1993: 129 ss; Bendala, 1994: 62 ss). Otros investigadores sugieren la posibilidad de
que se tratase de jefes oretanos, pueblo en el que ven ciertos componentes
indoeuropeos (García-Gelabert y Blázquez, 1996: 17) y que otros autores (Ruiz y
Molinos, 1993: 248 ss) identifican con gentes procedentes de la Meseta meridional
que irrumpen en el valle del Guadalquivir para controlar los ricos núcleos
mineros de Cástulo. Se ha señalado también (Pérez Vilatela, 1991: 222) que la
aristocracia de Cástulo era en parte de origen celtíbero y que este pueblo poseía
plazas en la región oretana. Esta hipótesis, si bien se adecúa al interés de Amílcar
por controlar las minas de la alta Andalucía, las más famosas de las cuales eran
las de la zona de Cástulo, descansa sobre una base muy frágil, ya que la Oretania se
nos muestra como un territorio típicamente ibérico con influencia céltica (López
Domech, 1996) y no al contrario.
Istolacio fue derrotado y parece que murió en la batalla tras la cual Amílcar
incorporó en su ejército a los tres mil prisioneros que habían hecho los
cartagineses. Poco después Indortes no tuvo mejor suerte. Sus numerosos
guerreros, las fuentes hablan con evidente exageración de cincuenta mil, fueron
derrotados antes incluso de entrar en combate y muchos de ellos aniquilados en
la huida por las tropas de Amílcar. El propio Indortes fue objeto de un cruel
castigo, normalmente reservado a los desertores. Le arrancaron los ojos, fue
sometido a tortura y finalmente crucificado.
Amílcar dispuso muy pronto del control de la extracción de metal en las
principales zonas mineras de Andalucía, como revela el hecho de que, apenas
iniciada la conquista, Gadir, que hasta entonces no había emitido sino monedas
de bronce, estuviera en condiciones, junto con otras cecas cartaginesas, de acuñar
moneda de plata de extraordinaria calidad (Alfaro Asins, 1989, 139 ss). Esta política
monetaria, seguida por Asdrúbal y Aníbal, pretendía sin duda alguna evitar que
se repitieran situaciones como la que, tras el final de la Primera Guerra Púnica,
había imposibilitado el pago de las tropas, que finalmente se sublevaron llevando
a Cartago al borde del desastre. Una moneda fuerte y no devaluada era la mejor
garantía de la fidelidad de los contingentes de mercenarios que luchaban junto a
los púnicos y un factor, por tanto, que propiciaba la estabilidad militar interna.
El estallido de una revuelta de los númidas, parcialmente sometidos por
los cartagineses en el norte de Africa, distrajo momentáneamente algunos de los
efectivos que operaban en la Península, ya que Amílcar hubo de enviar a su yerno
Asdrúbal con una parte de las tropas para sofocarla (Diodoro, XXV, 10, 3).
Sometidos los africanos, la atención de Amílcar se centró en la alta
Andalucía, el S.E. y Levante, donde finalmente, y según una opinión
generalizada fundó Akra Leuke, la que sería desde entonces su base de
operaciones, en las proximidades de Alicante. No obstante, algunos
investigadores (Sumner, 1967: 210 ss, Chic García, 1977-8: 235, García-Gelabert y
Blázquez, 1996: 18) consideran, basándose en una cita de Tito Livio (XXIV, 41, 3),
así como en la riqueza minera de la alta Andalucía y en los acontecimientos que
rodearon la muerte de Amílcar, de los que trataremos en breve, que el
emplazamiento de la ciudad fundada por aquel debía encontrarse en las
proximidades de Cástulo. Desde Akra Leuke emprendió Amílcar la segunda etapa
de su política de conquista con el objetivo de apoderarse de las ricas zonas
argentíferas de Cartagena y Cástulo, y de las minas de hierro y cobre del litoral de
Murcia, Málaga y Almería.
En el 231 a. C. una embajada romana habría visitado al Bárquida en la
Península, según una noticia de Dión Casio (XII, frg. 48), que otras fuentes más
cercanas a los hechos, como Diodoro, Polibio o Tito Livio, no mencionan, lo que
ha provocado cierta divergencia sobre su autenticidad entre los historiadores
(Errington, 1970: 33; Sumner, 1972: 474 ss; Chic García, 1977-8: 236; Blázquez, 1991:
33 Lancel, 1997: 52, cfr: Scardigli, 1991: 258 ss). Amílcar habría recibido a los legados
cortésmente, asegurándoles que tan sólo combatía ante la necesidad de obtener los
medios que permitieran a Cartago satisfacer su deuda de guerra con Roma,
respuesta a la que al parecer los romanos no pusieron objeciones.
En el invierno del 229-228 a. C. Amílcar moría en circunstancias que
permanecen oscuras en nuestras fuentes. Diodoro (XXV, 10, 3-4) sostiene que
mientras luchaba en el cerco de Helike fue atacado por sorpresa por Orisón, jefe
de un pueblo que acudió en ayuda de los sitiados. En la retirada, el Bárquida
perecería al intentar vadear un río. Tito Livio (XXIV, 41, 3), por su parte,
menciona que Amílcar murió en Akra Leuke, que él denomina Castrum Album,
mientras que Apiano (Iber., 5) sostiene que pereció en combate. Tal disparidad ha
dado ocasión al debate, pues si por una parte pudiera parecer que la Helike sitiada
por los púnicos no era otra que Elche, entre ésta y Alicante no existe ningún río
de importancia, como el que menciona Diodoro. Aquí adquiere mayor sentido la
hipótesis ya señalada sobre la ubicación de Akra Leuke en el interior en vez de en
la costa. Según esto, la capital de Amílcar, que otros investigadores habían situado
en el Tosall de Manises, yacimiento ibérico que muestra claros signos de
influencia púnica, se encontraría como se dijo cerca de Cástulo y no en Alicante o
en sus proximidades. Además, esto explicaría mejor la intervención de Orisón al
frente de su pueblo al que se ha identificado con los oretanos, aunque no existe
ninguna seguridad al respecto.
Asdrúbal.
Tras la muerte de Amílcar, Asdrúbal fue proclamado por las tropas
comandante en jefe según una costumbre en boga en los ejércitos helenísticos de
la época. El gobierno de Cartago, en el que era ascendente la influencia de la
Asamblea del Pueblo, ratificó el nombramiento (Polibio, II, 1, 9). Tras recibir
refuerzos de Africa se dedicó a la pacificación completa de la Oretania, tal vez para
vengar la muerte de Amílcar o por la simple necesidad de ejercer un control
efectivo sobre las riqueza mineras de la región y los caminos que conducían a la
costa. O por ambas cosas. Muchas poblaciones fueron sometidas y sus ciudades
reducidas a la categoría de tributarias. Luego emprendió una política de
acercamiento a la poblaciones autóctonas, desposándose con un princesa
indígena, lo que le granjeó la amistad de las aristocracias locales, llegando a ser
aclamado como jefe supremo de los íberos. En palabras de Polibio (II, 36, 2) ejerció
el mando con cordura e inteligencia, mientras que Tito Livio (XXI, 2) destaca su
preferencia por los métodos diplomáticos frente a los militares.
Obtenido de esta forma el control de amplios territorios en el sur
peninsular, Asdrúbal fundó, en las cercanías del Cabo de Palos, un ciudad para
convertirla en centro político, económico y estratégico, a la que denominó Qart
Hadast, dándola por tanto el mismo nombre que a la metrópolis, siendo conocida
por los romanos como Cartago Nova. La capital de Asdrúbal, ubicada en uno de
los mejores abrigos de la costa meridional, cumplía además la función de
controlar más de cerca la explotación de las minas argentíferas de la región
circundante, contaba con un excelente puerto y disponía en sus proximidades de
explotaciones de sal y de campos de esparto, muy útiles para el mantenimiento de
la flota. La ciudad, que albergaba el palacio construido por Asdrúbal, llegó a contar
con cuarenta mil habitantes y se convirtió en un arsenal y un centro
manufacturero de primera magnitud. He aquí la descripción que nos proporciona
Polibio (X, 10, 6): “El casco de la ciudad es cóncavo; en su parte meridional
presenta un acceso más plano desde el mar. Unas colinas ocupan el terreno
restante, dos de ellas muy montuosas y escarpadas, y tres no tan elevadas, pero
abruptas y difíciles de escalar. La colina más alta está al Este de la ciudad y se
precipita en el mar; en su cima se levanta un templo a Asclepio. hay otra colina
frente a ésta, de disposición similar, en la cual se edificaron magníficos palacios
reales, construidos, según se dice, por Asdrúbal, quien aspiraba a un poder
monárquico. Las otras elevaciones del terreno, simplemente unos altozanos,
rodean la parte septentrional de la ciudad. De estos tres, el orientado hacia el Este
se llama el de Hefesto, el que viene a continuación el de Altes, personaje que, al
parecer, obtuvo honores divinos por haber descubierto unas minas de plata; el
tercero de los altozanos lleva el nombre de Cronos. Se ha abierto un cauce
artificial entre el estanque y las aguas más próximas, para facilitar el trabajo a los
que se ocupan en cosas de la mar. Por encima de este canal que corta el brazo de
tierra que separa el lago y el mar se ha tendido un puente para que carros y
acémilas puedan pasar por aquí, desde el interior de la región, los suministros
necesarios...Inicialmente el perímetro de la ciudad medía no más de veinte
estadios, aunque sé muy bien que no faltan quienes han hablado de cuarenta,
pero no es verdad. Lo afirmamos no de oídas, sino porque lo hemos examinado
personalmente y con atención; hoy es aún más reducido”.
Desconocida a nivel arqueológico hasta hace bien poco, de unos años a esta
parte las excavaciones impulsadas por el Museo Arqueológico Municipal están
proporcionando interesantes hallazgos (Rodero Riaza, 1985; cfr: López Castro,
1993: 78 ss) como por ejemplo el de un tramo de la muralla púnica. “Por lo que
respecta al importante núcleo de construcciones púnicas puesto al descubierto,
nos encontramos con una doble línea de muralla, con una separación de casi 6
metros entre ambos lienzos, orientados en dirección norte-sur. El primer lienzo
que constituye la cara externa de la muralla conserva una longitud de 15 metros,
mientras que la segunda línea tienen una longitud de 30 metros. En ambos casos
el tipo de obra empleado en la construcción responde al gran aparejo
cuadrangular, opus quadratum, realizado con bloques de arenisca de
dimensiones comprendidas entre 130-120 cm de largo por 60 cm de anchura,
conservando en algunos puntos del lienzo exterior hasta cinco hiladas de bloques
con una altura de casi 3,20 metros. El espacio comprendido entre los dos lienzos
se encuentra dividido por una serie de muros perpendiculares, levantados con
un aparejo mixto de bloques y piedras, en una serie de estancias de planta
cuadrada, algunas de las cuales se comunican entre sí o bien tienen acceso por
distintos puntos desde la cara posterior de la muralla; su funcionalidad estaría
posiblemente en conjunción con el carácter estrictamente defensivo de la
construcción, cobijando grupos de tropa en su interior, necesarios para su defensa,
lo que recuerda el sistema defensivo empleado, por ejemplo, en Cartago” (Martín
Camino y Belmonte Marín, 1993: 162-3). En el llamado Cerro del Molinete, una de
las cinco colinas que rodeaban la ciudad cartaginesa y romana, se han encontrado
restos arquitectónicos -un muro de piedras bien trabadas y dos muros escuadrados
de grandes sillares de arenisca, con un alzado que se conserva en casi dos metros,
asociados a un pavimento de encanchado de piedra donde se vislumbra una
cisterna subterránea- relacionables con un posible santuario púnico. Una
excavación de urgencia ha documentado, así mismo, una serie de habitaciones de
un edificio relacionado con actividades pesqueras que fue destruido en el asalto a
la ciudad por Escipión en el 209 a.C. El 60% de la cerámica hallada es cartaginesa,
destacando en las importaciones las procedentes de Ibiza en primer término, así
como los llamados kalathos ibéricos, muy frecuentes en lo contextos fenicios
tardíos occidentales, y las procedentes de Italia (López Castro, 1995: 78 ss). Respecto
a estas últimas, son muy frecuentes, antes aún de la conquista emprendida por los
Bárquidas en la Península, las imitaciones cartaginesas que copian formas áticas y
se difunden por el sur, desde Sevilla, Málaga y Almería, y principalmente en
Cartago Nova y Murcia, hasta Ampurias, pasando por Alicante y Valencia. Estas
cerámicas, elaboradas en talleres norteafricanos y principalmente en la propia
Cartago, fueron exportadas en cantidades significativas coincidiendo en gran parte
con el periodo de la conquista Bárquida. De esta forma los cartagineses, que antes
de la Guerra de Sicilia redistribuían en su comercio por e Mediterráneo occidental
las cerámicas itálicas de barniz negro del taller de las pequeñas estampillas,
introdujeron ahora sus propias producciones de barniz negro en muchos centros
peninsulares (Blázquez, 1991: 29; López Castro, 1995: 78).
En el 226 a. C. Asdrúbal recibió en Cartago Nova una embajada romana que
se interesaba por los progresos de los cartagineses en la Península (Polibio, II, 13,
7). El motivo de tal visita a dado lugar una vez más a la controversia (cfr:
Scardigli, 1991: 259). Para algunos investigadores se trataría de la preocupación de
Massalia, aliada de Roma, ante los avances de los cartagineses. Otros opinan, en
cambio, que ante el peligro inminente de una invasión de los galos, los romanos
deseaban garantizarse la neutralidad de los púnicos. Sea como fuere, el resultado
de las negociaciones fue un tratado (Polibio, III, 27, 9) en el que cartagineses y
romanos se comprometían a no atravesar en armas el Ebro (Tsirkin, 1991;
Scardigli, 1991: 245 ss) que de esta manera se convertía en el límite de los
territorios sometidos a Cartago en la Península.
Cinco años más tarde Asdrúbal era asesinado en circunstancias oscuras en
sus propios aposentos (Diodoro, XXV, 12, Polibio, II, 36, 1). Antes había puesto en
pie la organización administrativa de sus dominios y había sistematizado la
explotación de los abundantes recursos de que disponía, a lo que nos referiremos
más adelante.
La explotación colonial.
Apenas sabemos nada de la organización territorial, lo que se debe
particularmente al silencio de nuestras fuentes. A grandes rasgos se puede
entrever una situación en la que contrasta la autonomía de Gadir y las restantes
ciudades fenicias peninsulares, cuyos dominios territoriales no debían ser muy
extensos, y junto a los que se dispuso el asentamiento de colonos militares
procedentes de Africa, con los dominios propiamente Bárquidas, gobernados
desde Akra Leuke y Cartago Nova, y las tierras de los iberos “aliados”. Gadir y las
restantes ciudades fenicias de la Península, así como Cartago Nova, poseían
instituciones y formas de gobierno típicamente púnicas (Gonzalbes Cravioto,
1983), lo que es digno de la más estricta lógica histórica. Nuestras fuentes
mencionan la existencia de sufetes en Gadir (Tito Livio, XXVIII, 37), magistrados
púnicos que encarnan el poder ejecutivo y que conocemos también en Cartago y
en Cerdeña, mientras que para Cartago Nova está atestiguada la existencia de un
gobernador. sin que sepamos si se trata de un sufete o de una magistratura militar,
un Senado y un Consejo de Ancianos (Polibio, X, 8 y 18, Tito Livio, XXVI, 51) que
probablemente reproducen a escala local la asamblea oligárquica, que las fuentes
griegas llaman Gerousia y las latinas Senado, y el Consejo o Tribunal de los 104
documentados en Cartago.
Una posibilidad puramente conjetural es que se hubiera implantado una
organización similar a la de las posesiones africanas de los cartagineses, divididas
en distritos o provincias -rst - que los romanos denominaron pagi, a cuyo frente
había un centro administrativo de carácter urbano (Lancel, 1994: 241 ss). Y una
cuestión muy relacionada es la de las denominadas “torres de Aníbal” (Plinio, II,
181 y XXV, 169), pequeños recintos fortificados o atalayas, similares a los que en la
costa norteafricana que defendían los territorios de Cartago, con las que los
Bárquidas pretendían afianzar su control militar y estratégico sobre las tierras
conquistadas en la Península (Corzo Sánchez, 1976: 214 ss). Sea cual fuera la
realidad, parece lógico suponer que, como ocurría en Africa y antes aún en
Cerdeña, la organización de los territorios conquistados en la Península Ibérica
tuviera como objetivo principal la explotación sistemática de sus recursos.
Los recursos estratégicos que la Península ofrecía a los cartagineses eran
fundamentalmente, pero también madera y esparto para la construcción naval y
hombres para sus ejércitos (Blázquez, 1961: 23 ss). Una de las primeras
preocupaciones de Amílcar parece haber sido el control de las zonas mineras de
Sierra Morena y el S.E. En el 235 a. C estaba ya en condiciones de enviar a Cartago
un importante cargamento de metales preciosos, más o menos por la mismas
fechas en que comenzó a acuñar en Gadir moneda de plata.
Nuestras fuentes son unánimes en señalar la importancia de las
explotaciones mineras durante el periodo Bárquida. Diodoro de Sicilia (V, 35-38)
menciona que todas las minas que estaban en producción en época romana
habían sido explotadas antes por los cartagineses. Plinio (XXXIII, 96-7) añade que
la explotación de un filón de plata de Cástulo reportaba a Aníbal trescientas libras
diarias y menciona otros pozos abiertos por éste que aún continuaban en
producción en la época en que escribía. Polibio (XXXIV, 9,9) por su parte alaba la
gran productividad de las minas de plata de Cartagena. La ceca de Byrsa en
Cartago y aquella de Cartago Nova se beneficiaron de esta explotación
comenzando a emitir una serie numerosa de dracmas de plata. El mineral de
hierro del S.E. fue explotado para nutrir la manufactura de armas y otros
utensilios en Cartago Nova. El estaño se obtenía a través de Gadir, que en esta
época aún controla el comercio con las Cassitérides, si bien el hallazgo de algunas
monedas púnicas en el valle del Sena permite sospechar la existencia de algún
tipo de presencia cartaginesa en la ruta del estaño de la Galia. Las campañas de
Aníbal en la Meseta podían haber contado también entre su objetivos el de
mantener abierto el acceso al N.O. peninsular, rico en estaño y oro, si bien en este
caso se trata de una hipótesis que carece de más fundamento.
El trabajo en las minas, de las que se ha pensado que probablemente eran
monopolio de los cartagineses (Etienne, 1970: 305), fue seguramente ejecutado por
mano de obra servil o esclava. En Cartago Nova, cuya población estaba compuesta
por artesanos, menestrales y hombres de mar, había un grupo significativo de dos
mil trabajadores especializados. Aunque las fuentes no dicen nada sobre su
regimen jurídico, sabemos que en Cartago los trabajos artesanales y especializados
eran desempeñados normalmente por hombres libres. Tras la conquista de
Cartago Nova, Escipión dejó en libertad a un buen número de sus habitantes
mientras que otros pasaron a convertirse en propiedad del pueblo romano.
Probablemente estos últimos eran siervos o esclavos de los Bárquidas, empleados
en los trabajos de las canteras y los arsenales, como también sucedía con este tipo
de trabajadores en la metrópolis africana. La extracción de sal, de gran
importancia para la navegación, el comercio y el abastecimiento de las tropas al
permitir conservar más tiempo los alimentos, pudo recurrir igualmente a esta
clase de mano de obra dependiente.
Apenas sabemos nada de las explotaciones agrícolas, aunque, como se ha
visto, se sospecha la presencia en algunos lugares de grupos de libiofenicios y
blastofenicios en un regimen similar al del colonato militar. Por otra parte, es
lógico suponer que los centros urbanos de población colonial, como Akra Leuke y
Cartago Nova, dispondrían de su propio territorio circundante donde el regimen
de propiedad y las relaciones de producción no debieron diferir en mucho de las
conocidas en Cartago. Es probable que algunas tierras, debido a la especial
importancia de sus productos, estuvieran sometidas, según la práctica helenística,
a una forma de propiedad directa por parte del gobierno Bárquida, siendo
explotadas tal vez mediante mano de obra servil o esclava. En las proximidades
de Cartago Nova se cultivaban grandes extensiones de esparto (Estrabón, III, 160)
que era utilizado para la construcción de aparejos para los barcos. Tito Livio
(XXXIII, 48, 1, cfr: Plinio, N.H. XVII, 93) menciona la gran cantidad de cereales y
de esparto que los romanos encontraron en los almacenes de la ciudad tras su
conquista. La producción de esparto debió ser notable, ya que según parece podía
incluso ser enviado fuera de la Península, como ocurrió con el utilizado en la
flota de Hierón II de Siracusa (Ateneo, V, 206). Por otra parte, resulta habitual
atribuir a los cartagineses, aunque no existen pruebas literarias ni arqueológicas
concretas, la introducción de algunos cultivos, como la granada (malum
punicum ), y ciertas innovaciones técnicas, como una máquina de trillar conocida
como plostellum punicum.
La situación parece haber sido algo distinta en las Baleares. En Ibiza está
documentada una colonización agrícola del interior de la isla desde la segunda
mitad del siglo V. a. C, probablemente impulsada desde Cartago. La colonización
ebusitana de Mallorca, donde destaca la factoría de Na Guardis, se intensificó
durante todo el siglo III a. C. La extracción de mineral de hierro, de sal, así como el
reclutamiento de mercenarios se destinó entonces, en gran parte, junto con el
aprovisionamiento de víveres, a abastecer a los ejércitos cartagineses en la
Península, como muestran algunos pecios y la presencia de las ánforas
cartaginesas y ebusitanas en los contextos de destrucción y abandono ocasionados
por la guerra (Guerrero Ayuso, 1997: 257 ss).
Los astilleros estaban localizados en Gadir, Carteia y Cartago Nova. Allí se
construían los barcos, tanto de guerra como mercantes. La fabricación y
distribución comercial del garum debía proporcionar grandes beneficios y se ha
sugerido que esta industria, así como la extracción de sal, eran un monopolio de
los Bárquidas (Etienne, 1970: 302 ss). Llama la atención que el comercio ebusitano
de esta época, más activo aún que en los períodos precedentes, siga teniendo
como objetivos los poblados ibéricos catalanes y la propia Ampurias, como
muestran los hallazgos de ánforas (Guerrero Ayuso, 1997: 258 ss), entre las que
también están documentadas, si bien en menor proporción, las cartaginesas y las
púnicas de procedencia centro-mediterránea (Sanmartí, 1991: 127). La evidencia
numismática subraya también los vínculos económicos entre la colonia griega y
el mundo púnico poco antes de la conquista iniciada por los Bárquidas en la
Península Ibérica. Precisamente por estas fechas Ampurias emite sus primeras
dracmas con un tipo cartaginés, el del caballo parado (cfr: Eckstein, 1984: 60;
Blázquez, 1991: 28). Todo ello, unido a ciertas semejanzas que presentan algunas
de las monedas acuñadas por los Bárquidas en la Península con monedas sud-
itálicas, así como a la presencia de cerámicas “campanienses” fabricadas en el N.
de Africa y distribuidas en los territorios sometidos por los Bárquidas en la
Península, a las importaciones de cerámicas campanienses y ánforas greco-itálicas
presentes en Cartago Nova (López Castro, 1995: 79), junto a las monedas
saguntinas de inspiración massaliota o cartaginesa y al hallazgo de algunas
monedas cartaginesas en Massalia, esboza un contexto en el que las relaciones
comerciales se sobreponen a las supuestas zonas de influencia y añade algunas
dudas sobre la absoluta falta de interés de Roma en estas tierras occidentales.
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