AMALIA Autor, Narrador
AMALIA Autor, Narrador
AMALIA Autor, Narrador
Algunas precisiones
Beatriz Curia
Desentrañar las relaciones entre autor, narrador y lector en Amalia de José Mármol
es hoy una tarea por demás ardua. La proliferación en las últimas décadas de enfoques
críticos disímiles y hasta contradictorios sobre este aspecto de las obras narrativas
impide contar con una visión unitaria y, por consiguiente, con una nomenclatura
unívoca. Puesto que cada obra requiere un particular y exclusivo modo de acercamiento,
utilizaré conceptos provenientes de autores y corrientes críticas diversos, aunados de
forma que, sin perder de vista la coherencia, permitan iluminar el tema según las
exigencias de la novela misma1.
Prólogo
En la edición de última mano, Amalia va encabezada por un prólogo que lleva el
título «Los Editores»4. Aunque no existan pruebas al respecto, estimo probable que
haya sido escrito por Mármol y no por los editores. El empleo de la primera persona del
plural y las referencias al «Señor Mármol» o a «el autor» como alguien distinto del
enunciante no impiden al lector familiarizado con la obra de Mármol reconocer su
estilo5. Tan así es, que Juan Carlos Ghiano, sin ningún tipo de aclaración sobre este
punto, afirma: «Este texto [la advertencia de "Los Editores" resume distintas
consideraciones del narrador sobre su quehacer: el interés acuciante de los lectores, la
crítica social y política de su obra, las relaciones entre el novelista y el historiador, el
anuncio de nuevas producciones sobre la tiranía»6. Ghiano establece, además, una
identidad entre autor implícito y narrador, identidad que, como se verá, es corroborada
por la explicación que precede al desarrollo de los acontecimientos novelescos.
Explicación
La «Esplicacion» tiene funciones de importancia en la novela. Es ella la que orienta
al lector acerca del modo en que debe acercarse a la obra. Por empezar, deja sentada una
supuesta referencialidad de lo narrado en cuanto a los personajes y sucesos históricos -
«La mayor parte de los personajes [...] ecsiste aun, y ocupa la posición política ó social
que al tiempo en que ocurrieron los sucesos que van á leerse» (T. I, p. 5)-,
referencialidad que se torna imprescindible para la concreción de dos objetivos
buscados por Mármol: hacer una novela histórica y combatir al régimen rosista7.
Además determina cuál es el destinatario virtual de la novela -tanto el lector
contemporáneo como el perteneciente a generaciones venideras- y establece con él un
pacto acerca de la perspectiva temporal -pretérita- desde la que debe leerla8.
Las importantes funciones del prólogo y de esta explicación no han sido advertidas
por la crítica en todo su valor. Así lo demuestra el hecho de que el primero no figure en
ninguna de las ediciones posteriores y la segunda haya sido omitida en buena parte de
ellas.
Hay que tener en cuenta dos factores que matizan esta perspectiva. Por un lado, el
uso de pronombres y verbos en primera persona del plural y, por otro, la esporádica
limitación de la omnisciencia. Con respecto al primero, se manifiesta como convención
literaria habitual en la narrativa del siglo XIX y muy particularmente en el campo de la
novela histórica. Basta examinar algunos de los más clásicos exponentes del género
para comprobarlo: Los novios, Waverley, Los tres mosqueteros, El doncel de Don
Enrique el Doliente, Nuestra Señora de París, entre muchos otros14, son pródigos en
ejemplos.
Mediante este recurso se logra una conveniente proximidad entre narrador y lector
ficticio que permite el tono amistoso, irónico o confidencial y redunda en un
acercamiento entre autor implícito y lector real. No se trata, entiéndase bien, de
intrusiones esporádicas de la primera persona en un texto no personal -«en tercera
persona», dirían algunos críticos-, sino efectivamente de narración en primera persona.
El narrador está representado -el solo hecho de usar la primera persona indica un
principio de representación-: no tiene aspecto físico reconocible, pero deambula por el
espacio que él mismo conforma -se acerca y se aleja para observar el detalle o
contemplar el panorama, transita por las calles, se introduce en los edificios y recorre las
habitaciones o se instala en ellas-, evalúa sucesos y personajes -ya sea mediante el
comentario extenso, a veces apasionado, ya sea a través de un simple adjetivo-,
manifiesta sus sentimientos e ideas. Este narrador, que se autodenomina «romancista»15
y se identifica en toda su escala de valores con el autor implícito, se presenta como un
peculiar testigo, aun cuando no sea personaje de la novela en el mismo sentido que lo
son los otros16.
Son múltiples los recursos que conforman la imagen de este lector ficticio. Señalo
algunos de los más notorios, acompañados de unos pocos ejemplos. Obsérvese que
todos ellos contribuyen, a la par, a la representación del narrador.
-Referencias aun contexto compartido por narrador y lector, a veces por medio de
demostrativos:
á quien Daniel saludó [...] con esa sonrisa que nada tiene
de familiar, aun cuando mucho de animador que es un
atributo de las personas de calidad acostumbradas á tratar con
inferiores.
-El lector presencia con el narrador el desarrollo de los hechos; observa con él las
realidades del mundo novelesco; suele hacer con él las transiciones de un lugar a otro,
los avances y retrocesos temporales:
Entremos [...].
Se configura así -los ejemplos citados constituyen sólo una pequeña parte de la
totalidad de los casos en que el narrador se refiere a su tarea- la imagen de un lector
crítico, que evalúa el quehacer del narrador, su disposición de la materia narrativa, el
grado de confianza que en él se puede depositar. Por extensión, el lector real siente que
hace el camino con un compañero confiable -el autor implícito-, interesado en el éxito
de su tarea33 y, por ello, empeñado en hacerla lo más eficazmente posible, en transmitir
verdades.
No hay cambios del punto de vista, aunque éste asuma algunos matices. El lector
real -identificándose con el ficticio- capta la existencia de un narrador único,
omnisciente, que maneja a su arbitrio los hilos de la trama, que lo lleva «del brazo» a
través del mundo novelesco, que a veces «se detiene con él» para observar algún
aspecto de esa realidad y otras le ofrece documentos, información adicional, resúmenes
de hechos34. Advierte también que la limitación de la omnisciencia es voluntaria y la
admite como una regla más del juego al que se ha prestado en la lectura.
Especie de Epílogo
En la «Especie de Epílogo» (T. VIII, pp. 175-176) el narrador alude al cuerpo de la
novela como «larga narración», agrega datos proporcionados por «La crónica», lo que
«Se cuenta», lo que «se sabe», y adopta -siempre en primera persona del plural- una
visión muy limitada. El único signo de primera persona es un «nos», que coloca al
narrador en una posición apenas diferente de la del lector ficticio: ambos sólo pueden
saber lo que otros cuentan. Aunque no está ausente la valoración de los hechos ya
narrados -«sangriento drama»35-, se produce cierto desasimiento por parte del narrador
con respecto al mundo configurado en la obra36. Tal vez la clave de su casi hermética
ignorancia deba buscarse en una voluntad de efecto sobre el lector, convocado por el
pronombre en primera persona: se cierra por el momento la narración, está vedado
vislumbrar el destino de los personajes; pero «La crónica [...] nos revelará más tarde
quizá, algo interesante sobre el destino de ciertos personajes que han figurado en esta
larga narración [...]». El autor implícito aspira a excitar la curiosidad del lector virtual
para que en el futuro lea las otras novelas que tiene planeadas -tal vez escritas- sobre la
época de Rosas37. Así vistas las cosas, se justifica el título de este final - no se trata de
un epílogo sino de una especie de epílogo, ya que el cierre de la narración es transitorio,
no le da un «definitivo remate»38 - y se afianza el efecto buscado en el prólogo.
Cuatro de ellas revisten particular importancia. Una -en el capítulo XIII, I (T. II, p.
123)39- lleva de modo expreso la firma40 «El Autor». Además de esta firma, el uso de la
primera persona del plural, las referencias a la supresión de datos en la novela, los
comentarios valorativos, la mención de lugar y fecha de la enunciación -«Buenos Aires,
Mayo de 1855»-, contribuyen a ficcionalizar al autor implícito. La nota avala, por otra
parte, la confiabilidad del narrador y fortalece la ilusión de verdad.
Otra nota, en primera persona del singular -capítulo XV, III. T. V, p. 58-, va firmada
«Mármol». Cargada de afectividad y de efusión subjetiva, pródiga en el comentario y en
la valoración política, corrobora mediante la opinión del autor implícito y sus recuerdos
autobiográficos lo que afirma el narrador acerca de Victorica. Es éste el único caso en
toda la novela -salvo cuando hablan los personajes- en que se utiliza la primera persona
del singular. El cambio de persona apunta a establecer matices distintivos entre
narrador, autor implícito y autor. Demuestra que Mármol era consciente de tales
diferencias: el autor implícito se distingue aquí absolutamente del narrador y se
ficcionaliza como autor.
Aunque sin firma, la tercera de las notas que he destacado -capítulo III, V. T. VII, p.
36-, en primera persona del plural, corresponde inequívocamente al autor implícito,
quien pretende consolidar la veracidad de lo narrado y llamar la atención del lector para
que advierta cuán interesante es el material inédito que le proporciona:
Las notas examinadas plantean un intrincado sistema de relaciones entre autor, autor
implícito y narrador. Con evidencia, el sujeto de la enunciación no es el narrador que
tiene a su cargo el cuerpo de la novela, aunque el uso de la primera persona del plural en
la mayor parte de los casos induzca a asimilarlos: conoce más que ese narrador, lo
apoya en sus aseveraciones, agrega datos; está más ficcionalizado, tiene biografía,
apellido, se ubica en circunstancias espaciales y temporales concretas, y el lector real -
que posee otros datos no incluidos en el texto- tiende a identificar sin más al locutor con
el autor.
Solamente hay dos notas en las que, sin lugar a dudas, el sujeto de la enunciación es
el mismo que en el cuerpo de la novela. Una de ellas, en el capítulo VII, III (T. IV, p.
115) aclara la comisión voluntaria de un anacronismo, utilizando la primera persona del
plural y haciendo referencia al hecho de narrar:
Aunque vibre tras las palabras el apasionamiento del autor implícito, también
parecen atribuibles al narrador dos notas insertadas en el capítulo XII, V (T. VIII, p. 48)
y en el capítulo XV, V (T. VIII, pp. 101-102). Ambas establecen la continuidad de la
narración por medio de un demostrativo:
El mismo recurso logra tal efecto en una nota del capítulo III, V (T. VII, p. 61):
El resto de las notas -no personales o en primera persona del plural- corresponden,
ambiguamente, al narrador o al autor implícito. En ellas se aportan documentos -
probatorios de lo enunciado en el cuerpo de la novela o que agregan datos47, se recalca
la autenticidad de las piezas documentales incluidas en la obra48, se hacen
aclaraciones49.
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