Peregrinaciones de Un Alma Triste
Peregrinaciones de Un Alma Triste
Peregrinaciones de Un Alma Triste
Peregrinaciones
de una
alma triste
edición de
Mary G. Berg
m - STOCKCERO - n
Peregrinaciones de una alma triste v
Indice
Prólogo
Prologo a la edición de 1886
Bibliografía
Obras principales de Juana Manuela Gorriti, en orden cronológico: ........xxiv
Bibliografía selecta sobre Juana Manuela Gorriti:......................................xxvi
–I–
Una visita inesperada ........................................................................................1
– II –
La fuga ..............................................................................................................3
– III –
La partida ........................................................................................................11
– IV –
¡Cuán bello es vivir! ........................................................................................15
–V–
Una ciudad encantada ....................................................................................18
– VI –
Un drama íntimo ............................................................................................22
– VII –
¡La patria! ........................................................................................................33
– VIII –
La vuelta al hogar ..........................................................................................38
–I–
Un drama y un idilio ......................................................................................76
– II –
El desheredado ................................................................................................85
– III –
vi Juana Manuela Gorriti
Prólogo
Peregrinaciones de una alma triste y su autora
gentina. La novela documenta los viajes de Laura; pero al hablar de Salta las
dos mujeres comparan sus memorias, y cuando Laura menciona su igno-
rancia de cierto episodio, es la amiga, que asistió a la misma escuela salteña,
quien lo recuerda y narra. La memoria que perdura es la memoria com-
partida. Desde el principio sabemos que Laura se ha vuelto a Lima rebozante
de salud y energía y que le cuenta sus aventuras a su amiga desde esta pers-
pectiva triunfadora. También hay cierta insistencia al principio en paralelos
literarios, sobre todo en Las Mil y Una Noches,2 que establecen la ficcionalidad
del relato, su estructura episódica, y su inclusión de una serie de cuentos en
contrapunto a la narración principal. Estos cuentos intercalados se pueden
ver como claves para la interpretación de la historia del viaje de Laura.
La historia principal de Peregrinaciones cuenta la huída de Laura de su
casa materna en Lima, donde se estaba muriendo de tuberculosis, excesiva-
mente medicada y mimada, y de su reencuentro con la salud y el bienestar. Se
niega a tomar el arsénico (remedio entonces convencional) recetado por el
doctor, logra vestirse, y con el dinero de su alcancía,3 llega a Callao y se em-
barca en un vapor que va para el sur. A pesar de su miedo, cuenta que
yo había resuelto cerrar los ojos a todo peligro; y asiendo mi valor a dos
manos, puse el pie en la húmeda escalera del vapor; rehusé el brazo que
galantemente me ofrecía un oficial de marina, y subí cual había de
caminar en adelante: sola y sin apoyo. (13)
Su euforia no conoce límites cuando se da cuenta de que todos los otros
pasajeros están mareados y ella no, por la irónica circunstancia de haber in-
gerido por su tuberculosis “una fuerte infusión de cascarilla” (14). Por pura
coincidencia, el doctor le dió algo que le sirve. Dice que
entregueme a una loca alegría. Rompí el método del doctor, y comí, bebí,
corrí, toqué el piano, canté y bailé: todo esto con el anhelo ardiente del
cautivo que sale de una larga prisión. Parecíame que cada uno de estos
ruidosos actos de la vida era una patente de salud; y olvidaba del todo
la fiebre, la tos y los sudores, esos siniestros huéspedes de mi pobre
cuerpo. (14)
La autora
Mary G. Berg
Resident Scholar,
Women’s Studies Research Center,
Brandeis University
Peregrinaciones de una alma triste xxi
MARIANO A. PELLIZA
1.º de mayo de 1876
xxiv Juana Manuela Gorriti
Bibliografía
Obras principales de Juana Manuela Gorriti, en orden
cronológico:
Cocina ecléctica. Buenos Aires: Félix Lajouane, editor, 1892. 2a. ed. Buenos
Aires: Librería Sarmiento, 1977. Pról. y ed. de Miguel
Brascó.
Perfiles (Primera parte). Buenos Aires: Félix Lajouane, editor, 1892.
Veladas literarias de Lima, 1876 1877; tomo primero, veladas I a X. Buenos
Aires: Imprenta Europea, 1892.
Lo íntimo de Juana Manuela Gorriti. Prol. Abelardo M. Gamarra. Buenos
Aires: Ramón Espasa, 1893. 2a. ed. Juana Manuela Gorriti y
Lo Intimo Pról. de Alicia Martorell. Salta: Fundación del
Banco del Noroeste, 1992.
El tesoro de los incas (leyenda histórica). Intro. José María Monner Sans. Buenos
Aires: Universidad de Buenos Aires, Instituto de Literatura
Argentina, Sección de documentos, Serie 4, Novela, vol. 1,
6, 1929.
Páginas literarias: leyendas, cuentos, narraciones. Prol. Antonio Sagarna. Buenos
Aires: El Ateneo, 1930.
Narraciones. Ed. y Prol. W.G. Weyland (Silverio Boj). Buenos Aires: Ediciones
Estrada, l946.
Relatos. Ed. y Prol. Antonio Pagés Larraya. Buenos Aires: Editorial Univer-
sitaria de Buenos Aires, 1962.
Obras completas. Salta, Fundación del Banco del Noroeste, 6 tomos, 1992-99.
Oasis en la vida. Ed. Liliana Zuccotti. Buenos Aires: Ediciones Simurg, 1997.
Dreams and Realities: Selected Fictions of Juana Manuela Gorriti. Ed. Francine
Masiello, trad. Sergio Weisman. Oxford: Oxford UP, 2003.
Cincuenta y tres cartas inéditas a Ricardo Palma; fragmentos de Lo íntimo: Buenos
Aires-Lima 1882-1891. Ed. Graciela Batticuore. Lima: Univ.
de San Martín de Porres, 2004.
xxvi Juana Manuela Gorriti
–I–
Una visita inesperada
– II –
La fuga
muy luego, esos ojos apagados ahora, resplandecerán; esos labios pá-
lidos cobrarán su color de grana; esta carne su morbidez, y presto una
buena moza más en el mundo, dirá “¡Aquí estoy yo!”.
Miróme sonriendo; acarició mi mejilla con una palmadita que él
creyó suave, y se fue restregándose las manos con aire de triunfo.
Aquella noche no pude dormir; pero mi insomnio, aunque fa-
tigoso, estuvo poblado de halagüeñas visiones. La imagen del joven
tísico restituido a la salud, merced a los largos viajes, pasaba y repasaba
delante de mí, sonriendo con una sonrisa llena de vida, y mostrándome
con la mano lejanos horizontes de un azul purísimo desde donde me
llamaba la esperanza. Y yo me decía “Como en mí, en él también, la
dolencia del alma produjo la del cuerpo; y por ello más razonable que
el doctor, que atacaba el mal sin cuidarse de la causa, recurrió al único
remedio que podía triunfar de ambos: variedad de escenarios para la
vida, variedad de aires para el pulmón”.
Hagamos como él: arranquémonos a la tiranía de este galeno, que
quiere abrevarme de tósigos 13; cambiemos de existencia en todos sus
detalles; abandonemos esta hermosa Lima, donde cada palmo de tierra
es un doloroso recuerdo; y busquemos en otros espacios el aire que me
niega su atmósfera deliciosa y letal. ¡Partamos!...
¡Partir! ¿Cómo? He ahí esa madre querida que vela a mi lado, y
quiere evitarme hasta la menor fatiga; he ahí mis hermanos, que no se
apartan de mí, y me llevan en sus brazos para impedirme el cansancio
de caminar; he ahí la junta de facultativos, que me declara ya incapaz
de soportar el viaje a la sierra.
¿Cómo insinuar, siquiera, mi resolución, sin que la juzguen una
insigne locura?... Y, sin embargo, me muero, ¡y yo quiero vivir! ¡vivir
para mi madre, para mis hermanos, para este mundo tan bello, tan rico
de promesas cuando tenemos veinte años! Mis ojos están apagados, y
quiero que, como dice el doctor, resplandezcan; que mis labios recobren
su color y mi carne su frescura. Quiero volver a la salud y a la belleza;
muy joven soy todavía para morir. ¡Huyamos!
Y asiéndome a la vida con la fuerza de un anhelo infinito, resolví burlar,
a toda costa, la solícita vigilancia que me rodeaba, y partir sin dilación.
Forjado un plan fingí esos caprichos inherentes a los enfermos del
pecho. Hoy me encerraba en un mutismo absoluto; mañana en pro-
13 Tósigo: veneno (de tóxico).
6 Juana Manuela Gorriti
funda oscuridad; al día siguiente pasaba las veinte y cuatro horas con
los ojos cerrados. Y la pobre madre mía lloraba amargamente, porque
el doctor decía, moviendo la cabeza, con aire profético: “¡Malos sín-
tomas! ¡malos síntomas!”.
Y yo, con el corazón desgarrado, seguí en aquella ficción cruel,
porque estaba persuadida que empleaba los medios para restituirle su
hija.
—Doctor –dije un día, al médico, ocupado con magistral lentitud
en componer mi bebida–, ¿sale hoy vapor para el sur?
—Como que del mirador de casa acabo de ver humeando su chi-
menea.
—Pues entonces, no perdamos tiempo: deme usted pronto mi ar-
sénico; porque hoy me pide el deseo encerrarme durante el día.
—¡Encerrarse!... ¡Pues no está mal el capricho!
—Ciertamente.
—¡Encerrarse!... Y ¿qué tiene de común el encierro con la partida
del vapor?
—Quiero recogerme para seguirlo en espíritu, sentada en su honda
estela.
—¿Sí? ¡ah! ¡ah! ¡ah!... ¡Desde aquí estoy viendo a la niña hecha
toda una gaviota, mecida por el oleaje tumultuoso que tras sí deja el
vapor!
—Pues, quisiera en verdad que usted me viese; porque, siempre
en espíritu, por supuesto, pienso engalanarme; echar al viento una larga
cola; inflar mi flacura con ahuecadas sobrefaldas; ostentar estos rizos
que Dios crió, bajo el ala de un coqueto sombrerillo, y calzar unas bo-
titas de altos tacones. Luego, un delicado guante, un saquito de piel de
Rusia14, un velo, a la vez sombroso y trasparente; sobre una capa de cos-
mético, otro de polvos de arroz, un poco de esfuerzo para enderezar el
cuerpo, y usted con toda su ciencia, no reconocería a su enferma.
—¿Sí? ¡Pobrecita!... Aunque se ocultara usted bajo la capucha de
un cartujo, había de reconocerla. Qué disfraz resistió nunca a mi visual
perspicacia...
Por lo demás, en las regiones del espíritu, nada tengo que ver. Viaje
usted cuanto quiera; échese encima la carga descomunal de colas, sobre
faldas, lazos y sacos; empínese a su sabor sobre enormes tacos, y dese a
14 Piel de Rusia: cuero de becerro teñido, curtido con cortezas de sauce, álamo y alerce, de
acabado liso y adobado del lado de la carne con una mezcla de aceite de alquitrán de
abedul, lo que le otorga un olor característico. Se utiliza para confeccionar objetos de
gran calidad.
Peregrinaciones de una alma triste 7
correr por esos mundos. Pero en lo que tiene relación con esta perso-
nalidad material de que yo cuido, ya eso es otra cosa. Quietud, vestidos
ligeros, sueltos, abrigados; ninguna fatiga, ningún afán, mucha obe-
diencia a su médico y nada más.
Alzó el dedo en señal de cómica amenaza, me sonrió y se fue.
—¿Cómo me la encuentra usted hoy, doctor? –preguntó mi
madre, con voz angustiosa, pero tan baja, que sólo una tísica podía en-
tenderla.
—¡Ah! ¿estaba usted escuchando?
—¡Ay! ¡doctor! no tengo valor para estar presente cuando usted
le hace la primera visita, porque me parece un juez que va a pronunciar
su sentencia.
—Ya usted lo ha oído. Esos anhelos fantásticos son endiablados
síntomas de enfermedad... Pero no hay que alarmarse –añadió, oyendo
un sollozo que llegó hasta el fondo de mi corazón– ¡pues qué! ¿no te-
nemos a nuestro servicio este milagroso tósigo que hará entrar en ese
cuerpecito gracioso, torrentes de salud y vida? Valor pues, y no dejarse
amilanar.
Mientras mi madre se alejaba, hablando con el médico, yo con el
dolor en el alma, pero firme en mi propósito alcéme de la cama, corrí
a la puerta, le eché el cerrojo, y cayendo de rodillas, elevé el corazón a
Dios en una ferviente plegaria. Pedile que me perdonara las lágrimas
de mi madre en gracia al motivo que de ella me alejaba; y que me per-
mitiera recobrar la salud para indemnizarla, consagrándole mi vida.
Fortalecida mi alma con la oración, alcéme ya tranquila y comencé
a vestirme con la celeridad que me era posible.
Sin embargo, aunque el espíritu estuviese pronto, la carne estaba
débil y enferma; y más de una vez, el clamor desesperado de Violetta15
–Non posso!16– estuvo en mi labio.
Pero en el momento que iba a desfallecer, la doble visión de la
muerte y de la vida se alzó ante mí: la muerte con sus fúnebres acce-
sorios de tinieblas, silencio y olvido; la vida con su brillante cortejo de
rosadas esperanzas, de aspiraciones infinitas. Entonces, ya no vacilé:
hice un supremo esfuerzo que triunfó de mi postración, y me convenció
una vez más de la omnipotencia de la voluntad humana; pues que no
solamente logré vestirme, sino adornar mi desfallecido cuerpo en todas
15 Violetta: protagonista de La Traviata, ópera de Giuseppe Verdi (1813-1901) basada en la
obra francesa La Dame aux Camélias, de Alexandre Dumas (hijo). El personaje muere a
causa de la tuberculosis.
16 Non posso: (it.) “no puedo”.
8 Juana Manuela Gorriti
las galas que había enumerado al doctor. Enseguida, eché sobre mi em-
polvado rostro ese velo a la vez sombroso y trasparente, abrí la puerta,
y andando de puntillas, me deslicé como una sombra al través de las
habitaciones desiertas a esa hora.
Iba a ganar la escalera, cuando el recuerdo de mi madre, que allí
dejaba; de mi madre, a quien, tal vez no volvería a ver más, detuvo
mis pasos y me hizo retroceder. Acerquéme a la puerta de su cuarto,
que estaba entornada, y miré hacia dentro. Mi madre lloraba en si-
lencio, con la frente caída entre sus manos.
A esta vista sentí destrozarse mi corazón; y sin la fe que me llevaba
a buscar la salud lejos de ella, sabe Dios que no habría tenido valor para
abandonarla.
Así, llamé en mi auxilio el concluyente argumento de que menos
doloroso le sería llorar a su hija ausente que llorarla muerta; y arran-
cando de aquel umbral mis pies paralizados por el dolor, bajé las esca-
leras, gané la calle y me dirigí con la rapidez que mi debilidad me per-
mitía a la estación del Callao, temblando a la idea de ser reconocida.
Afortunadamente, el tren había tocado prevención, y la gente que
llenaba las dos veredas, llevaba mi mismo camino, y yo no pude ser vista
de frente.
Alentada con esta seguridad, marchaba procurando alejar de la
mente los pensamientos sombríos que la invadían: el dolor de mi
madre; los peligros a que me arrojaba; el aislamiento, la enfermedad,
la muerte...
Al pasar por la calle de Boza, divisé en un zaguán el caballo del
doctor; y no pude menos de sonreír pensando cuán distante estaba él
de imaginar que su enferma, la de los endiablados síntomas, había
dejado la cama y se echaba a viajar por esos mundos de Dios.
De súbito, la sonrisa se heló en mi labio; las rodillas me flaquearon,
y tuve que apoyarme en la pared para no caer. Un hombre, bajando el
último peldaño de una escalera, se había parado delante de mí.
Era el doctor.
Quedéme lela; y en mi aturdimiento hice maquinalmente un
saludo con la cabeza. La aparición de un vestiglo 17 no me habría, ni
con mucho espantado tanto en ese momento, como la del doctor. Un
mundo de ideas siniestras se presentaron con él a mi imaginación: mis
17 Vestiglo: monstruo fantástico horrible.
Peregrinaciones de una alma triste 9