Alf Regaldie - Larry El Astuto PDF
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FOSTER respondió:
—He venido a Lubbock a estar presente cuando
asaltaran el Banco, para evitarlo.
—¿Tú sabes que van a asaltar el Banco?
—Pensé que darían en él su próximo golpe. Hace
pocos días lo hicieron en Wichita Falls. Y yo llegué
unas horas tarde.
—¿Así pues, los vienes persiguiendo?
—Sí.
—¿Te has hecho policía federal? —preguntó Dolly
con cierto temor.
—No. No debes temer. Me robaron cinco mil…
Quiero recuperarlos y demostrarles que de mí no se
burla nadie.
—Bueno, no temería nada aunque fueses agente
federal.
—No lo soy. No me gusta husmear en lo que no me
importa.
Dolly, más tranquila ya, dijo:
—No es que en mi casa suceda nada raro. Pero
siempre hay alguna cosa sobre la que, si no se habla, es
mucho mejor.
—Comprendo que ha de ser así.
—¿Bebemos una copa? Lady Honey tardará cerca
de una hora.
—¿Piensas que ella estará presente cuando los
otros lleguen?
—¿Y por qué no?
—Sería correr un riesgo inútil.
—¿Quieres decir que no vendrá esta noche?
—Puede que venga. Pero se irá con cualquier
excusa antes de que comience el jaleo. —Tiene que
venir. De lo contrario tal vez no llegue a seguir la
partida. Ella tiene gancho para los fulanos y es quien lo
ha removido todo.
—Tienes buen olfato, Dolly. Ellos cambian de
rumbo. En lugar de un Banco, una sala de juego.
—¿Por qué la mía?
—Ha de ser una u otra. ¿Has advertido a tus
hombres?
—Sí, están avisados. Pero ellos son profesionales y
los profesionales son conservadores. Tú eres diferente.
Vales por cuatro o seis de ellos.
—Gracias.
—¿Los conoces a ellos? —preguntó Dolly.
—Supongo quiénes son. Uno es el amigo de Lady
Honey, un tal Billy O'Connor, conocido también por
Billy el Niño, aunque éste es peor. Ahora se hace llamar
Billy Marshall. —¿Ese sucio indeseable?
—Sí. ¿No lo imaginabas?
—Me sacó dos mil dólares para que se largase y
nos dejase tranquilos.
—El dirá que ahora no pretende sacarte nada a ti,
que es a los otros a los que quiere limpiar —señaló
Foster en tono humorístico.
—Sé por qué lo hace. Tras aquellos dos mil
pretendió sacarme más y lo desengañé. Le dije que
estaba bien con lo que se había llevado.
—¿Así pues, lo conoces?
—Sí; pero ignoraba que ahora fuese él. Y no sabía
tampoco que es el amigo de Lady Honey.
—Pues es su amigo. Aunque ella se hizo pasar en
Tyler por la prometida de otro fulano que se ha unido
luego a la banda.
—¡Esa víbora! Me gustaría dejarle las nalgas al aire
y darle una buena tanda de azotes delante de todos.
Pero con un látigo…
—Por lo que he oído decir, los que fueran testigos
de la cosa se divertirían en grande.
Seguidamente preguntó el joven Foster:
—¿En dónde se hospeda ella?
—En Excelsior Hotel; digno de su rango —dijo en
tono hiriente Dolly.
—¿Por qué?
—Es adónde van a parar todas las aventureras de
postín que circulan por ahí. Es un hotel caro y no es
mejor que el otro. Pero Frankie se aprovecha… Le ha
sabido dar tono.
—Me vas a disculpar, Dolly, pero habrá ocasión de
beber después que les hayamos zurrado. Ahora me
voy a dar una vuelta por allí.
—¿Para qué? Si ella te ve…
—Ella no sabe nada de mí. O si sabe algo, es muy
poco. Y no creo que me conozca.
—Como quieras. Pero no me falles, por favor.
—Antes de una hora habré regresado.
Foster se dirigió antes que nada al hotel en donde
se hospedaba. Encontró a Gail sola, hojeando una vieja
revista francesa que alguien había olvidado.
—¿Y tu tío?
—Salió a poco de irte tú. Creí que se iba a acostar,
pero se fue a la calle. ¿Hay algo de interés?
—De mucho interés. Esta vez parece que no va a
ser en un Banco, sino en una sala de juego…
Barry hizo a Gail un resumen de lo que había sido
su conversación con Dolly Finlay.
—¿Has comprobado si Lady Honey está en el
Excelsior?
—No. He querido venir antes a avisarte de cómo
están las cosan. Y a decirte que te quiero.
—Eso suena a algo nuevo y muy viejo a la vez. A
algo esperado y presentido. ¿Por qué ahora?
—Ni yo mismo lo sé. Tal vez porque me voy a jugar
la piel y uno quiere asegurarse de que se la juega por
algo que vale la pena.
—¿Y si abandonamos? Tu vida y nuestro futuro
vale bastante más que ese dinero. ¿Qué son treinta y
cinco o cuarenta mil dólares?
—No se trata del dinero, sino de nuestro derecho a
la vida. Si nos sometemos, esa clase de indeseables se
adueñarían de todo.
—Sí, tienes razón. Pero ¿por qué nosotros?
—Alguien tiene que correr los riesgos. En esta
ocasión me ha tocado a mí.
—No te dejaré solo. Yo también te quiero…
—Lo esperaba y lo deseaba con todas mis fuerzas.
—Mi tío va a faltar en el momento decisivo. Y luego
querrá lo suyo.
Larry sonrió.
—Aunque no sea más que por perderlo de vista, se
lo daremos.
—Tienes razón… —dijo Gail, que prosiguió
diciendo a continuación:
—Yo me encargaré de Lady Honey. ¿Es eso lo que
deseas?
—Justamente. Si se la dejamos a Dolly, es capaz de
cualquier barbaridad.
—¿Dolly es atractiva? —preguntó Gail sin poder
evitar una punzadura de celos.
—Si fuese hombre tal vez tendría éxito entre las
mujeres. Como mujer no creo que vuelva loco a nadie
con sus encantos. Es una excelente amiga, leal y
valiente…
—Menos mal.
—¿Vas armada?
—Sí. ¿Llevo también el rifle?
Larry vaciló. Y dijo:
—Tal vez resultaría demasiado espectacular. Tú
manejas bien el "Colt".
—Mejor que lo manejaba, gracias a tus lecciones…
—Ten cuidado con Lady Honey. Ignoro si es
agresiva o no, y cuáles son sus armas si resulta una
violenta —bromeó Foster.
—Por lo que se sabe, sus armas son otras, y las
esgrime con los hombres —dijo Gail con gracia,
haciendo alusión a los encantos que la pelirroja Lady
Honey tan bien sabía emplear.
—De acuerdo. Vamos.
Foster tomó de la mano a Gail y ambos salieron del
hotel para pasar al Excelsior, el cual se alzaba a menos
de cien yardas de donde se hospedaban ellos.
Los dos jóvenes pasaron por el hall, en donde se
hallaba instalado el recepcionista, y se dirigieron a una
sala contigua en la que había algunas mesas con sillas,
para los clientes, y un mostrador en el cual se
despachaban café y licores.
Tuvieron suerte Gail y Larry. Lady Honey, inscrita
en el hotel como Sharon Turner, se hallaba en el
mostrador bebiendo champaña.
Estaba sola en aquel momento, aunque no tardó en
acercársele un joven caballero, elegante y pulcramente
vestido, al cual la pelirroja apenas si hizo caso.
A poco se acercó a Lady Honey un muchacho
mestizo, el cual lucía un uniforme de vivo color rojo y
galones dorados.
—¿Señorita Sharon Turner? —preguntó el mestizo.
—La misma.
—Ya lo tiene todo dispuesto.
—Voy enseguida.
Se alejó el muchacho y la supuesta Sharon Turner
apuró la copa.
Seguidamente se disculpó con el elegante joven.
Y marchó hacia el hall moviendo cadenciosamente
las caderas al andar.
Como era habitual en ella iba muy descotada,
atrayendo con ello la atención, tanto de los hombres
como de las mujeres, aunque algunas de las que se
hallaban en el hotel iban tan ligeras de ropa como ella
misma.
—Un ambiente fastuoso y descocado —comentó
Gail.
—Lo suyo les cuesta —respondió Larry.
Aunque sin precipitarse, dieron fin con rapidez a lo
que habían pedido.
Y salieron al hall cuando ya Lady Honey se
despedía del recepcionista.
El galoneado mestizo que la había avisado cargó
con la mayor parte del equipaje de ella que, por otra
parte, no era muy voluminoso.
La falsa Sharon Turner cargó únicamente con una
sombrerera y su bolso de mano, bastante grande en
aquella ocasión.
Gail se tomó del brazo de Larry, como si fuese su
esposa, Y con la mayor naturalidad salieron del
Excelsior, siguiendo a la pelirroja, que iba dejando tras
sí una estela de perfume.
—Ese perfume marea a cualquiera —comentó.
—Es una de sus armas.
La pelirroja y el mestizo giraron al llegar a la
primera esquina, penetrando en una calle de regular
anchura, pero mal iluminada a la cual daba un de las
fachadas laterales del hotel.
—Debe tener ahí el coche —comentó Gail.
—Seguro…
Cruzaron la bocacalle sin prisa alguna, como dos
enamorados ajenos a todo lo que les rodea.
Pudieron apreciar que junto al coche había un
hombre, el cual se apresuró a tomar lo que portaba el
muchacho.
La falsa Sharon Turner, que llevaba preparada una
moneda de oro en una de sus manos, la dio al mestizo.
Dio éste las gracias al darse cuenta de la cuantía de
la propina y echó a correr por si la dadivosa pelirroja
se arrepentía.
El mestizo estuvo a punto de tropezar con Gail y
con Larry. Se excusó y siguió corriendo.
El incidente dio ocasión a que los jóvenes se
detuviesen un momento a observar. Siguieron
andando y cuando estuvieron fuera del alcance de las
miradas de la pelirroja y el desconocido, dijo Larry:
—¿Lo has visto a él?
—Lo he visto. Me ha parecido Mat Murray.
—El mismo… Yo lo puedo decir por su parecido
con Max Stein…
—¿Qué hacemos? —preguntó Gail.
.—Me hubiese gustado que estuviese tu tío. Así te
habrías quedado con él vigilando los movimientos de
la pelirroja. No creo que el coche quede ahí.
—No te preocupes. Pasaremos a un lado y a otro.
Cuando sea necesario tú te vas a lo tuyo. No me
importa quedarme sola en la calle… Aunque alguien
me tome por una aventurera de esas.
—No me gustaría que se produjese un incidente…
—Cuidaré de evitarlo. Y ya sabes que cuando uno
no quiere, dos no chocan.
—Eres muy atractiva.
—A veces pienso que es una suerte, ¿no crees? —
preguntó Gail con graciosa coquetería.
—Estoy seguro de ello.
Iban a separarse, pero en aquel momento oyeron el
ruido que hacía el coche al iniciar la marcha.
—Ahí los tenemos —dijo Gail iniciando un
despegue.
—Quieta un momento. No deben pensar que
huimos.
—Pero…
—Abrázame fuerte…
—Si no hay otro remedio… ¿Ha de ser fuerte?
—Todo lo fuerte que puedas…
Foster había abrazado a la linda morena que a su
vez se había refugiado en los brazos del hombre,
pasando los suyos por los hombres de él.
Se besaron, primero, como queriendo dar la
sensación de que cumplían una obligación, luego,
apasionadamente.
Salió el coche a la calle principal. Iba la falsa Sharon
sola en él.
La pelirroja, al descubrir a la pareja estrechamente
abrazada, sonrió primero, carraspeó después y dijo
para sí:
—Las hay que tienen suerte. Porque ese fulano…
No terminó la frase, aunque silbó ligeramente a la
vez que ponía los ojos en blanco y movía la cabeza a un
lado y a otro.
Los dos jóvenes fingieron que se asustaban por
haber sido sorprendidos.
Había hecho girar la pelirroja el coche, el cual hizo
marchar en dirección a la casa de juego de Dolly.
Larry hizo seña de que, por el momento, podían
seguir juntos.
—¿Y luego? —preguntó Gail a media voz.
—Nos casaremos…
—No te preguntaba eso.
—Pienso que ella dejará el coche cerca de la sala de
juego. Si lo hace así, puedes entrar en la sala y
mantenerte en ella hasta que la pelirroja salga.
—¿La sigo?
—La sigues, hasta que se acerque al coche. Pero no
permitirás que se vaya.
—No se irá, te lo aseguro.
Tal como Larry había imaginado, Lady Honey hizo
entrar el coche en una calle semejante a aquélla en
donde había estado anteriormente junto al hotel.
Una vez en ella dejó el carruaje de forma que fuese
fácil salir con él a la calle principal que, a su vez, era la
vía para llegar al camino que debía seguir.
Trabó la pelirroja una de las ruedas del vehículo,
para evitar que el caballo lo pudiese arrastrar con
facilidad.
Y se aseguró luego de que había un hombre que
vigilaría el vehículo hasta tanto ella volviese.
Era uno de los de la banda, el cual se mantendría
allí hasta el momento de dar el golpe. Tanto Gail como
Larry se dieron cuenta de la presencia del salteador en
la calle, refugiado en el quicio de una puerta.
—Es una complicación, ¿no crees? —preguntó la
linda morena.
—Sí, es una complicación… Naturalmente, depende
del plan que ellos hayan formado.
—¿Me das libertad para resolver por mi cuenta en
el momento decisivo? —preguntó Gail.
—Si me prometes ser prudente, sí. Es preferible
que la pelirroja pueda escapar a que tú corras el
menor riesgo.
—No te preocupes.
—A ella la podremos alcanzar siempre…
—Seguro que la alcanzaremos. Aunque tenga que
hacer saltar parte de una rueda de un par de balazos.
Será lo que haré si no encuentro otra solución mejor.
Ambos jóvenes entraron en la sala antes de que lo
hiciera Lady Honey.
Capítulo IX