Alf Regaldie - Larry El Astuto PDF

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CAPÍTULO PRIMERO

LARRY Foster había terminado de curarse la herida


del costado izquierdo.
La herida tenía orificio de entrada y salida. La bala
había rozado las costillas, pero sin llegar a tocarlas.
Tras la cura quedó momentáneamente sin fuerzas,
sintiendo que le dominaba la angustia. Que su piel
estaba humedecida por un sudor frío, molesto.
Encendió la hoguera a su llegada, y el calor lo fue
reanimando poco a poco.
Bebió un pequeño sorbo de whisky y respiró
hondo.
Había anochecido totalmente.
Tras el sorbo de whisky, que le hizo sentirse mejor,
confeccionó el joven una cena ligera aprovechando
algunas de las viandas de que podía disponer.
No quería cargar el estómago por si le daba fiebre,
a pesar de que la herida no revestía gravedad.
Después de la cena hizo café, del que tomó una
generosa ración.
Y se sintió bastante mejor, con la cabeza despejada.
El lugar que había elegido para acampar era bueno.
Podía descubrir con tiempo suficiente a cualquier
enemigo que se le pudiese acercar.
Lo peor era que debía dormir. Lo necesitaba.
Y lo mejor era que posiblemente no tenía
enemigos.
Había despachado a los tres que habían intentado
sorprenderle.
Uno de ellos, el último, le había causado la herida.
Sonrió al recordar la expresión del individuo
cuando se había dado cuenta de que era él quien
disparaba primero.
El fulano aún pudo hacer fuego, pero su bala había
salido ya ligeramente desviada por la sacudida que
había dado al encajar el plomo que Larry le había
dedicado.
—Tengo que dormir. Es necesario dormir… —se
dijo, volviendo al presente.
Dirigió la mirada en torno pensando en que debía
encontrar algo que le sirviese para engañar a quien
pudiese pensar en atacarle.
—¿Y por qué me han de atacar? —se preguntó.
No encontró una respuesta adecuada,
particularmente cuando se volvió a preguntar:
—¿Y por qué me han atacado?
Miró a su magnífico caballo, el cual había ganado
jugando. Era un caballo extraordinario, fuera de lo
corriente, capaz de justificar un robo.
—¿Tal, vez han intentado robármelo? ¿Habrá sido
por eso?
No encontraba el joven Foster otro motivo.
Unos arbustos, medio resecos y unos, cactos
próximos, le dieron una idea.
Poco después, pacientemente, con habilidad,
construyó algo que, debidamente cubierto con una
manta y colocándole, un sombrero, podía ser
confundido en la noche con un hombre sentado en una
piedra, ligeramente encorvado, como si se hubiera
quedado dormido en tal posición al rescoldo de la
hoguera.
Una vez terminado, lo examinó situándose a una
distancia aproximada de cinco metros.
—Puede engañar a cualquiera —se dijo.
Para que el engaño tuviese mayores visos de
verdad, descargó el rifle y se lo colocó a la figura como
si se hubiese dormido descansando sobre él.
Larry se sintió satisfecho con lo logrado.
Y entonces eligió el lugar en donde debía
descansar, fuera del círculo iluminado por la hoguera,
la cual reanimó para que durase aún y le llegase
aunque fuese un mínimo de calor.
Seguidamente el joven se preparó el lecho
amontonando vegetación que se hallaba reseca por la
escasez de agua y el exceso de sol.
Quedaba bien oculto por algunas rocas y por la
pequeña maleza, reseca, sedienta, pero que le servía.
Y se cubrió con la única manta que le quedaba
libre, tras haber sacrificado la otra.
Larry, en principio, cuando se acostó, sintió falta de
calor; pero se acurrucó, y la desagradable sensación se
fue perdiendo, sintiendo que le ganaba el sueño, un
sueño tranquilo a pesar de la herida y de lo sucedido.
Despertó cuando no hacía dos horas aún que se
había dormido, aunque tenía la impresión de que
había dormido bastante más.
Se mantuvo inmóvil, tratando de conocer el motivo
de haber despertado.
Su caballo estaba despierto también y había
levantado la cabeza, como si presintiera la presencia
de seres vivos, animales o seres humanos.
Larry, que había dejado uno de sus "Colt" cargado y
montado al alcance de su diestra, tomó el arma
Y se decidió a esperar con todos sus sentidos en
tensión.
Frente a él, a espaldas de su contrafigura, vio
asomar una cabeza. Lo más sorprendente para Larry
fue apreciar que se trataba de una cabeza de mujer.
Una mujer que debía ser muy joven.
A unas quince o veinte yardas de ella formando un
arco imaginario, se dejó ver otra cabeza.
Aquélla correspondía a un hombre, según Larry
pudo apreciar.
El hizo una señal y ambos comenzaron a
desplazarse sigilosamente.
La silueta de la chica era fina y atractiva. Sus
movimientos resultaban felinos.
El hombre, bastante corpulento aunque no gordo,
recio, musculoso, se movía con bastante más torpeza
que la mujer.
Ambos iban armados y miraban como hipnotizados
la figura sentada ante el rescoldo de la hoguera.
Se detuvieron en un lugar propicio, para luego,
avanzando uno y apoyándolo el otro, llegar
prontamente a dominar lo que creían un hombre
durmiendo.
Se detuvieron ambos para mirar al caballo que se
mostraba receloso, cabeceando y disponiéndose a
defenderse caso de ser atacado, ya que no podía huir
por hallarse atado.
Se cruzó una nueva seña entre hombre y mujer, y
fue ella la que avanzó de manera decidida.
Larry, que se había destapado, se deslizó entonces
hábilmente para situarse casi a espaldas del hombre.
La mujer llegó hasta el supuesto hombre y de un
puntapié lanzó lejos el rifle.
La figura apenas si se balanceó un poco, pero fue lo
suficiente para que la chica se diese cuenta de que
habían sido burlados.
Entonces llegó la conminación de Larry:
—No se muevan o los achicharro.
Tanto el hombre como la mujer se sintieron
ganados por la sorpresa.
—Dejen caer las armas y pongan las manos bien
por encima de sus cabezas —siguió ordenando Larry.
El hombre obedeció lentamente. La mujer se
mostró más remisa y el joven Foster, sin dejarse ver,
advirtió aún:
—Les advierto que no suelo errar disparo alguno. Y
se habrán podido dar cuenta de que es difícil
sorprenderme.
—Sabíamos que no suele errar disparos —dijo la
mujer.
Sorprendió no poco a Larry el timbre juvenil y
reposado a la vez de la mujer.
—Mejor. Así no hay lugar a errores ni
malentendidos. Obedezcan.
Su voz se produjo en un tono más imperioso que el
empleado hasta entonces. Obedecieron tanto el
hombre como la mujer.
Larry adelantó unos pasos y cuando estuvo más
cerca del hombre dijo a éste:
—Camine hacia donde está ella. Sin prisa.
—No hay prisa. No irá usted muy lejos. No somos
los únicos que le buscamos.
—Peor para ustedes porque tendré que
suprimirlos. Y éste es un buen lugar para que sea
usted quien cave las fosas. ¿La prefieren juntos o una
para cada uno? —preguntó el joven en tono incisivo.
No daba la impresión de bromear y tanto el
hombre como la mujer llegaron a sentir pánico,
particularmente el hombre, el cual llegó a dar un
traspié.
Foster advirtió:
—Cuidado. Ha estado a punto de provocar un
disparo. Y ya sabe lo que sucede cuando tiro.
—Lo sabemos. No hace falta que lo diga —
respondió la mujer.
Recogió Larry el arma que había dejado el hombre
en el suelo y ordenó a continuación:
—Quieto ahí.
Llegó hasta él y lo cacheó cuidadosamente,
terminando de desarmarlo.
—Ahora tiéndase en el suelo, boca abajo.
—Pero…
—Obedezca. Es la única posibilidad que tiene de
salvar la vida.
El hombre hizo lo que Larry le había pedido.
Y el joven, sin perder de vista, a. la mujer, inutilizó
al hombre atándole las manos a la espalda.
—Álcese y prosiga.
—¿Cree que es fácil ponerse en pie así?
—No he dicho que sea fácil, sino que lo haga, si no
quiere entrar en contacto con la punta de una de mis
botas.
El hombre giró en el suelo, se sentó primero y se
puso en pie a continuación.
Llegaron hasta cerca de donde estaba la mujer.
Larry pudo apreciar que no se había equivocado.
Era muy joven, en contraste con el hombre que incluso
habría podido ser su padre.
Era morena, de bellas facciones, ojos claros que
destellaban, al parpadear, al mirar.
Su pelo, largo, era oscuro y abundante, aunque
Foster no podía apreciar la tonalidad del mismo.
Resultaba sumamente atractiva a pesar de su
esbeltez y de que vestía prendas de acusado corte
masculino, aunque lucía algún detalle femenino.
Se dirigió el joven a ella para decirle:
—Respeto a las mujeres y no quisiera tener que
ponerle una mano encima. Si lleva algún arma más,
será mejor que la deje a sus pies sin intentar hacerse la
lista.
—Será mejor que no intente poner… —comenzó a
decir ella.
—No amenace. Ya le he dicho lo que hay.
Comience… —ordenó Larry.
La chica dejó en el suelo un cuchillo y una pistola
automática de menor tamaño que el "Colt" y de
modelo tan reciente que el joven solamente había visto
una hasta entonces.
Larry se apoderó también de las armas de ella y
junto con las del hombre y su descargado rifle, las dejó
cerca de donde estaba el caballo, al cual tranquilizó
con unas palabras y unas caricias.
Volvió a reunirse con los que habían interrumpido
su sueño. Y dijo en tono humorístico: —Considérense
mis invitados y compórtense como si estuviesen en su
casa. Siéntense, por favor…
—No quiero sentarme —dijo la chica.
—En tal caso, siéntese, se lo ordeno. Y a usted
también —dijo dirigiéndose al hombre. Este último
obedeció prontamente, aunque sentándose con
cuidado, sin precipitación. La chica se sintió dominada
por la mirada de Larry y tomó asiento también,
aunque lo hizo de mala gana.
Tomó asiento Larry asimismo. Y dijo a la joven:
—No se le ocurra usar piedras como proyectiles.
Me dan dolor de cabeza y el dolor de cabeza me pone
de mal humor. No quisiera que mi mal humor lo
pagasen ustedes.
—Es usted muy ingenioso. Pero no me hace
ninguna gracia.
—Menos gracia me ha hecho que hayan
interrumpido mi sueño. No comprendo cómo siendo
tan torpes, se atreven a abordar cosas como ésta.
No respondieron ni el hombre ni la mujer. Ella
miró a Larry con desdén.
El joven prosiguió dirigiéndose a ella, adivinando
que era quien dirigía.
—Explique ahora el motivo de este absurdo
ataque. No dan la impresión de ser ladrones ni
salteadores. Aunque muchas veces el aspecto de las
personas no tiene nada que ver con sus actividades.
—Usted debe saber bastante de ladrones y de
salteadores, ¿no?
—No lo crea. Estoy verdaderamente sorprendido.
La posesión de ese caballo podría justificar su acción.
En cuanto a dinero, llevo tan poco que no comprendo
me puedan atacar a causa de él.
—¿Debo ser sincera? —preguntó la mujer.
—Es lo que pido.
—En tal caso no es necesario que disimule.
Sabemos perfectamente que robó usted el Banco en
Hyler. Y que anteriormente había robado ese caballo…
Y que tuvo que matar para robarlo.
Llegó a Larry el tumo de la sorpresa.
Silbó con expresión admirativa. Y exclamó:
—¡Vaya! Resulta que me equivoqué y que el ladrón
soy yo. Ladrón y asesino, ¿es eso? —preguntó
finalmente.
—Sí —dijo escuetamente ella.
—O es usted tonta de pies a cabeza, o lo disimula
perfectamente —respondió Foster con tajante
expresión.
Capítulo II

LA chica desorbitó la mirada y su rostro reflejó


Incredulidad.
Se dio cuenta de que Foster era sincero.
Además, aparte lo sucedido, le resultaba agradable
tanto por su aspecto como por su manera de
comportarse.
Tras la incredulidad llegó la indignación. Y su
mirada brilló reflejando ira.
Le costó hablar. Cuando pudo hacerlo con cierta
tranquilidad, dijo:
—Es fácil insultar a una persona cuando se la tiene
encañonada. Cuando además una es mujer.
—No la he insultado. Le digo con sinceridad el
juicio que me merece. Y si está indefensa, es culpa
suya. No se puede decir que se haya acercado en plan
amigable…
La chica no tuvo más remedio que reconocer para
sí que Foster tenía razón.
El prosiguió:
—Si yo fuese lo que usted ha dicho, de la forma que
han llegado lo habría baleado a él. Y ahora me estaría
divirtiendo con usted. Es lo bastante atractiva como
para que un hombre la desee. ¿O no?
Se revolvió inquieta.
Pero se tranquilizó pronto al darse cuenta de que
él no pensaba atacarla de ningún modo.
—En lugar de eso está ahí desatada. ¿Cómo estaría
yo si me hubiesen sorprendido?
Ella no encontró respuesta.
Su compañero intervino para decir:
—El hombre tiene razón. Gail. Si fuese tal como nos
han dicho, yo no viviría. En cuanto a ti…
Dejó la frase en el aire a la comprensión de la
atractiva joven.
Ella cerró los ojos. Se sentía en evidencia, estaba
sorprendida. Temió que había sido objeto de una burla
que le podía haber costado cara.
Habló Gail, más para su compañero que para
Foster.
—¿Es posible que un moribundo mienta hasta este
extremo? —preguntó.
—¿Y por qué no? Tal vez buscó que le vengásemos
y no vaciló en recurrir a la mentira. Larry volvió a
silbar. Y dijo:
—¡Cualquiera lo diría! Observo que usted ha
despertado antes que ella. Y sin embargo, parece
menos inteligente.
Prosiguió el joven tras su comentario:
—Deduzco que un moribundo les habló de mí. Yo
creí que los tres estaban muertos. Porque se trata de
tres, ¿es así?
—Sí.
—Esos tres individuos fueron testigos de cómo
gané yo este caballo. Y también cuatro mil dólares. Tal
vez pensaron que; llevaba aún el dinero encima…
Quedó suspenso y preguntó de pronto:
—¿Han dicho que robaron el Banco de Tyler?
—¿Acaso no lo sabe? —preguntó la chica con
expresión de incredulidad.
—¿Cree que le preguntaría si lo supiese? —
inquirió Foster con cierta violencia.
—Tiene razón. Perdone. Estoy desconcertada, y
doy la sensación de que tengo menos seso que una
hormiga.
—Sucedió anoche—informó el hombre.
—Y yo había dejado cinco mil dólares allí a media
mañana —dijo el joven Foster. —Mataron al director
del Banco y golpearon al vigilante. Abrieron la caja
fuerte y se llevaron hasta el último centavo. Y joyas.
Había joyas de valor en la caja —dijo Gail Turner
completando así el informe que había comenzado a
dar su acompañante.
—¿Y eso significa que voy a perder mi dinero? —
preguntó Larry.
—Posiblemente. Hacía tres o cuatro meses que no
se pagaba el seguro de robo… El director, era
prácticamente el principal accionista y ha volado todo
—dijo el hombre.
—¡Vaya! Pues me costaron de ganar esos cinco mil
dólares. Quitando una pequeñez que llevo encima,
constituían toda mi fortuna. No se puede decir que
esté de suerte —se lamentó Foster.
—Peor es lo mío. Y lo de otros.
—No digo que no; pero lo que duele es lo propio…
—Justamente. A mí me ha pillado bastante más.
—¿Era usted rica?
—Estaba a punto de serlo. Me correspondían
treinta mil dólares y unas joyas que podían valer hasta
tres o cuatro mil dólares más.
—Lo siento por usted.
—A mí me correspondían, seis-mil dólares. Y un
simple reloj de oro y brillantes. Tal vez mil dólares
más. Lo siento por ella —dijo el hombre.
—Dejemos eso. ¿Qué sucedió con los tres fulanos
que encontraron? Bueno, dos estaban muertos. Me
refiero al que habló.
—Dijo que había robado el Banco de Tyler y que
era un sujeto peligroso. Que anteriormente le habían
matado el caballo y que usted había matado después
para apoderarse de ése.
—No es fácil leer con esta luz. Yo diría que es
imposible. Pero avivaré la hoguera y podrán ver el
resguardo del Banco. Cinco mil dólares, eso es. Y
podrán ver también el documento de venta del caballo.
Aunque lo gané jugando, pedí al dueño que hiciera un
recibo de venta. Es un ranchero conocido en
Jacksonville.
Sin preocuparse apenas de la chica, sacó los
documentos.
—Reanime usted misma el fuego. Ahí tiene ramas.
Y compruebe que no miento…
La chica, sin tomar los documentos, respondió:
—Bueno, ahora no dudo ya.
—Haga lo que le digo.
—¿Por favor?
—Está bien. Por favor.
La chica hizo lo que Foster le había pedido. Cuando
leyó los dos documentos, los devolvió a Foster y dijo:
—Conozco a Marcus Sheridan. Sé que es su firma.
Sé también que es capaz de jugarse hasta los botones
de la camisa.
Larry explicó:
—Esos tres individuos me atacaron con ánimo de
llevarse el caballo y los cinco mil dólares. Estaban en
Jacksonville cuando gané el dinero y el caballo. Es
cierto que me habían matado el mío. Tal vez fueron
ellos mismos, aunque no lo puedo asegurar.
—¿Cómo fue?
—Dispararon contra mí antes de llegar a
Jacksonville y mataron mi caballo. No pude ver quién
fue. Tiré y parece que tuvieron miedo. Se alejaron sin
darme ocasión a que los pudiese ver.
Estaba claro para la chica que Foster estaba
diciendo la verdad.
El joven prosiguió:
—Ellos me siguieron hasta Tyler. Lo hicieron
hábilmente y de lejos. Creyeron que no me daba
cuenta. En Tyler hice que me perdieran de vista…
—¿Y le atacaron más tarde?
—Poco antes de anochecer. Los dejé tendidos a los
tres. Uno de ellos me hirió en el último momento.
—¿Así pues, está herido?
—Sí. Nada de importancia.
—¿Ellos le habían seguido desde Tyler?
—No lo sé. Tal vez sí, aunque pienso que me habría
dado cuenta. No eran demasiado hábiles. Pienso que
me descubrieron en el camino. Sí, eso debió ser.
El hombre miró a Larry con expresión implorante.
Se dio cuenta el joven de ello, pero no se dio por
aludido.
Y pidió, dirigiéndose principalmente a la chica:
—¿Por qué no me cuenta lo suyo?
—No termina de fiarse de nosotros.
—Usted no se ha fiado de mí hasta que ha visto las
cosas claras.
—Cierto —dijo el hombre—. ¿Por qué no se lo
dices? Los que se han llevado nuestro dinero, se han
llevado el suyo. Tal vez lleguemos a ser aliados, puesto
que a él le interesa tanto como a nosotros dar con los
ladrones.
La chica se encogió de hombros. Y comenzó
diciendo:
—Hay muy poco que contar. Hace unos meses
murió en Tyler uno de los más ricos hacendados de la
región. No tenía hijos. Pero sí bastantes primos y
sobrinos.
Hizo una pausa.
—Si tiene sed y quiere refrescar el gaznate… —
ofreció Larry.
—¡El gaznate! Qué modo de hablar… —dijo Gail
con expresión de fastidio.
—En eso tiene razón, ¿ve? Rectifico: Si quiere
refrescar su linda garganta… Por la parte de dentro,
naturalmente.
—Eso está mejor. Aunque lo haya, dicho en tono de
burla. Gracias, no necesito refrescarme.
—Da acuerdo. Puede proseguir.
—Total, que se ha vendido su hacienda por orden
expresa. Había tasado todo y dejó a cada uno de sus
herederos lo que creyó mejor, según la simpatía o el
grado de parentesco.
—Entendido.
—Las joyas no quiso que se vendieran. Y dejó a
cada cual lo que le pareció…
—¿Y estaba todo eso depositado en el Banco?
—Sí. Más de ciento veinte mil dólares aparte las
joyas. Mat Murray, el director del Banco, era uno de los
parientes y herederos. Lo suyo era poco.
—¿Y porque era heredero se había hecho con la
cuestión de todo?
—Justamente. El reparto, una vez vendido todo,
era cosa de días.
Foster pareció reflexionar.
A continuación, sin decir palabra, dejó en libertad
al compañero de Gail.
—Gracias. Me llamo Stanley Brady. Soy tío de Gail.
—Espero que otra vez la sepa proteger mejor —fue
la respuesta de Foster.
El joven fue en busca de las armas, las cuales
devolvió a sus respectivos dueños.
—Si quieren quedarse aquí, pueden ir en busca de
sus caballos. Este es un buen lugar. Si no desean mi
compañía, pueden largarse cuando gusten.
Tío y sobrina se miraron en plan de consultarse.
Fue ella la que decidió, tal como Foster había
supuesto.
—Puede ir por los caballos, tío. Tal vez nos
pongamos de acuerdo. De no lograr un acuerdo
siempre hay ocasión de largarse cada cual por su lado.
—Bien pensado —admitió Brady.
El hombre se frotó las muñecas y comenzó a andar
sin prisa en dirección al lugar en donde habían dejado
los caballos.
—¿Va a intentar recobrar sus cinco mil dólares? —
preguntó Gail a Larry.
—Por el momento no tengo nada mejor que hacer.
—¿Adónde se dirigía?
—Ni yo mismo lo sé. Me gusta viajar,—conocer
mundo, gentes nuevas. Tal vez hubiese pedido trabajo
en algún rancho que me acomodase. O me hubiera
dedicado a las pieles o a buscar oro. ¿Qué más da?
—¿Aventurero?
—¡Bueno! ¿Qué más da?
—Tiene razón…
Siguió una pausa.
Larry se puso en pie, fue hasta su cantimplora,
ofreció a la chica, y al decir ésta que no, bebió él un
trago.
Seguidamente explicó:
—Esto me ayudará a conciliar el sueño.
—Siento haberle despertado.
—Son cosas que suceden…
—¿Tiene inconveniente en que nos unamos para
encontrar a los ladrones y recobrar lo nuestro?
—¿Están dispuestos a aceptar mi dirección? —
preguntó Larry.
—Sí. Siempre habrá ocasión de separarnos cuando
el acuerdo no sea posible.
—Cierto.
—Mi tío no se puede decir que sea un lince, a pesar
de todo… —dijo Gail recordando la frase de Larry
referente a que Brady se había mostrado más
despierto que ella.
Sonrió Larry. Había comprendido. Y respondió:
—Usted tiene menos experiencia que él, conoce
menos a los fulanos como ése que encontraron
moribundo… Sí, las mujeres tienen a su favor la
intuición.
—Gracias.
—Pero la intuición les falla. Tal vez sea debido al
instinto maternal.
—Yo aborrezco a los hijos —dijo Gail.
—¿Tiene muchos? —preguntó él en broma.
—¡Váyase al diablo!
—Me fastidia el olor a azufre. Prefiero los perfumes
femeninos… O los de las flores —respondió Larry en
tonillo humorístico.
—¿Qué piensa hacer en lo que se refiere a la
persecución de los ladrones?
—Debo pensar aún. Lo más probable es que decida
volver a Tyler.
—¿A Tyler otra vez? Será perder el tiempo.
—Bueno, depende de los datos que ustedes me
puedan proporcionar. Volver atrás puede significar
ganar tiempo. ¿Cómo sucedió?
Gail reflejó desconcierto.
—¿Cuántos eran ellos? Más de ciento veinte mil
dólares y un buen saco de joyas, más la lucha en el
Banco, hacen suponer que debieron ser de tres a
cuatro individuos.
—No lo sé.
—Sospecho que habremos de volver atrás. A
menos que su tío tenga más datos.
—No tiene más datos.
—Entonces…
—El vigilante sabe que le golpearon. Y ahí terminó
todo para él. No vio a nadie. Mataron al director… Y no
se sabe nada más.
—No es mucho. Habremos de volver a Tyler.
—Está bien, volveremos. Tal vez usted sea capaz
de sacar más.
—Tal vez.
Capítulo III

AL siguiente día a media mañana, Larry se dirigió a


Gail y a su tío, los cuales daban la impresión de estar
cansados.
—Temo que les he hecho madrugar demasiado… Y
correr más de la cuenta.
—No se preocupe por nosotros —dijo la chica.
—Debo preocuparme por ustedes. Si les agoto, no
servirán en el momento en que pueda necesitarles.
—Muy razonable —dijo el tío de Gail.
—Descansen aquí, por favor. Voy a llegar hasta
aquella cantina y almacén en busca de víveres.
—Sí. No tenemos suficientes para llegar hasta
Tyler —corroboró Stanley Brady.
—De paso, trataré de saber algo. Veo allí un
magnífico hato de ganado… Los cow-boys deben estar
en la cantina.
—No se liará a jugar, o a discutir… —señaló Gail.
—Ni una cosa ni otra. Comprar y regresar.
Mientras tanto, escucharé. Siempre hay gente que
habla demás…
Gail y su tío echaron pie a tierra, disponiéndose a
descansar y a dar un descanso a sus caballos.
Foster se alejó sin prisa, marchando directamente
a la cantina y almacén, situado en un lugar en donde
aparte tal edificación, no se veían más que otras tres,
de peor apariencia las tres.
Brady comentó cuando ya Foster no le podía oír:
—Es de hierro ese diablo. Y lo mismo sucede con
su caballo.
—Marcus Sheridan es el mejor criador de caballos
en más de quinientas millas a la redonda.
—¿Has creído eso?
—¡Naturalmente! Conozco bien la firma de
Sheridan. Y sé bastante de su afición al juego.
En voz más baja añadió:
—Arruinó a mi padre.
—Necesitamos a este chico. Y al mismo tiempo me
da un poco de miedo.
—¿Por qué?
—Por si al final lo quisiera todo para él.
—¿Cómo puede pensar en tal cosa?
Gail se manifestó en tono que resultaba
resueltamente favorable a Larry.
Y Brady se apresuró a rectificar:
—Está bien. Que no haya dicho yo nada. No
obstante, no me descuidaré.
—Haga lo que quiera. Pero procure que él no se dé
cuenta de sus sospechas. Podría romperle la cabeza…
—Todos podemos romper cabezas.
Gail miró a su tío. Y no rompió a reír por respeto.
Luego dijo suavemente:
—Tal vez usted tenga tanta o más fuerza que él.
Pero Foster posee una agilidad de la que usted carece.
Tiene imaginación. Y alrededor de veinte años menos.
—Está bien. Tú ganas.
—Ni gano ni pierdo. Y quiero evitar que sea usted
el que pierda.
En tanto Larry pasaba muy cerca del hato de
ganado, bastante numeroso, a cuidar el cual habían
quedado un par de cow-boys.
Pensó que era un excelente ganado, joven, apto
para ser la base de una ganadería bastante más
numerosa.
No le extrañó pues que en lugar de dirigirse hacia
el Este, fuese hacia los pastos del Oeste.
Se dio cuenta de que los cow-boys que cuidaban las
reses admiraban su caballo.
El animal cabeceó orgullosamente, como si se diese
cuenta de la admiración que despertaba.
Echó Larry pie a tierra cuando llegó cerca de la
entrada del establecimiento.
Y ató el caballo a la barra, colocada para tal
menester a una parte de la fachada.
Entró. Y se dirigió a lo que era almacén, dejando la
cantina para más tarde, cuando terminase su compra.
Hecha ésta, pagó y guardó todo bien dispuesto en
su saco de viaje.
Y se dispuso entonces a echar un trago de cerveza.
Se situó Larry a un lado del mostrador para no
molestar ni ser molestado.
Bebiendo en el mostrador se hallaban cinco
hombres.
Llamaba la atención uno por su cabeza poderosa,
cubierta de cabellos muy rojos y rizados, y por su
corpulencia.
Junto a él se hallaba uno casi tan alto como el
pelirrojo, bastante más delgado y de porte distinguido.
Era moreno.
En un momento en que el delgado se volvió a mirar
a Larry al pedir éste la cerveza, el joven exclamó:
—¡Diablos, si es Max Stein!
El hombre no dio la impresión de haber reconocido
a Larry.
En cuanto al corpulento pelirrojo miró a Larry
entre interesado y sorprendido.
El moreno dijo a Larry:
—No me llamo Stein…
Se fijó entonces Foster en que el hombre no llevaba
en el cuello una ligera cicatriz que poseía Stein.
Y se excusó:
—Perdone. Me he equivocado. Hace bastante
tiempo que no veo al bueno de Max.
—No tiene importancia.
El pelirrojo dejó de mirar a Larry y lo propio hizo
el hombre a quien Larry había confundido.
Bebió el joven su cerveza, pagó, y saludó en
términos generales, despidiéndose.
Le correspondieron cortésmente.
Y recibió la impresión de que el pelirrojo le volvía a
mirar de forma muy particular.
Sin embargo, no dio importancia a tal
particularidad.
Volvió a montar y poco después se reunía con Gail
y con Brady.
—¿Han descansado suficiente?
—Sí. De no haber tenido que hacer esa compra,
habríamos continuado antes.
—De acuerdo. Si tiro demasiado fuerte con mi
caballo, agradeceré que me lo hagan notar. Siento
cierta impaciencia por llegar a Tyler.
—Lo comprendemos perfectamente, porque nos
sucede lo mismo —respondió Brady. Gail se limitó a
sonreír.
Recibió la chica la impresión de que su tío era
bastante más hipócrita de lo que le hubiese gustado.
***
Cuando llegaron a Tyler a media mañana del
siguiente día, la primera visita de Foster fue para el
sheriff, al— cual mostró el resguardo de sus cinco mil
dólares.
El hombre se encogió de hombros y dijo:
—La siento, pero no puedo hacer nada por usted;
—Tal vez pueda hacer algo, sheriff. El resto lo
pondré yo.
—¿A qué se refiere?
—Trato de encontrar a los ladrones.
—Bueno. No sería yo el único que se alegraría de
que los encontrase.
—Sé por la señorita Turner que el vigilante no vio
a nadie. Le golpearon y ya no supo más hasta…
—Hasta tal vez una hora más tarde. Descubrió el
cadáver de su jefe cerca de la caja fuerte. Y ésta había
sido abierta con violencia.
—¿Cómo?
—Con un explosivo.
—¿No oyó nadie la explosión?
—Nadie. Aquí se oyen explosiones con frecuencia.
La gente se divierte disparando sus armas. Y esa tarde
se divirtieron más de la cuenta, lo recuerdo bien.
—¿Cómo mataron al director del Banco?
—De dos balazos. ¿Lo quiere ver?
—¿Es posible?
—Sí. Aunque no le va a servir de nada. Justo lo
mismo que a mí. Lo van a enterrar dentro de una
hora…
—Pensé que estaría enterrado ya…
—No. La familia decidió aguardar la llegada de
algunos parientes; ya están aquí.
El de la estrella, aunque de mala gana, acompañó a
Foster a que viese el cadáver de Mathias Murray,
asesinado director del Banco.
El joven experimentó viva sorpresa.
Mat Murray se parecía extraordinariamente a Max
Stein, tanto que se les podía haber confundido.
El joven, vencido su primer momento de estupor,
se inclinó para tratar de descubrir la cicatriz de Max
Stein.
Y la descubrió. Estaba allí, clara, inconfundible.
—¿Qué sucede? —preguntó el de la estrella.
—Ahora hablaremos, sheriff.
Se despidió el joven de los familiares que habían
acudido al entierro y que no parecían apenados.
Cuando se quedó solo con el sheriff, hizo la
observación.
El de la estrella respondió:
—Algunos de ellos debían participar de la famosa
herencia. Otros tal vez pensaran que Murray dejaría
bienes.
—Ese hombre que está muerto no es Mat Murray,
sheriff.
—¿Está bromeando?
—No bromeo. Me he sentido tan sorprendido, que
usted mismo lo ha notado.
—Cierto…
—Ese hombre se llamaba Max Stein. Me lo pareció
al entrar, y me aseguré luego, con una pequeña cicatriz
que lleva en el cuello.
—¡Oiga! Aquí conocíamos todos a Mat Murray…
—No lo dudo. Yo conocía a Max Stein y el otro día
me equivoqué. Llamé Max a un desconocido.
Se detuvo Foster sorprendido. Y exclamó:
—¡Sheriff! El haber visto yo al muerto va a servir,
aunque pensábamos que no serviría de nada.
—¡Suelte lo que lleva!
Foster relató al de la estrella el encuentro que
había tenido en la cantina del camino, al día siguiente,
cuando se había separado de Gail Turner y de su tío
para ir a comprar víveres.
—¡Diablos! —exclamó el de la estrella.
—¿Qué sucede?
—Ese fulano pelirrojo estuvo en Tyler el día antes
del robo. Desapareció y no se le volvió a ver.
—Sheriff, voy a descansar lo justo y no por mí, sino
por la señorita Turner y por Brady. Y trataré de
alcanzar al fulano de que le he hablado y al pelirrojo
ese.
—Pero eso…
—¿Usted vio alguna vez una cicatriz en el cuello de
Murray?
—No la vi jamás, es cierto. Claro, él llevaba siempre
cuello alto, tal vez para disimularla.
—Dudo que pudiera cubrirla totalmente. ¿Por qué
no vuelve atrás y la examina?
El sheriff vaciló, pero fue solamente unos instantes.
Volvió atrás y cuando al cabo de un par de minutos
reapareció, se podía apreciar que estaba sorprendido,
desconcertado. Dijo a Larry:
—Cierto. Si Murray hubiese tenido esa cicatriz, se
la habría visto. Y no se la he visto jamás. He
preguntado a dos de sus familiares, que le conocían
bastante bien. Tampoco sabían nada de esa cicatriz.
—¡Naturalmente! Es Max Stein. Y el que yo vi con el
pelirrojo ese, puede ser Mat Murray. Seguramente lo
es.
El sheriff admitió la idea como lógica.
Luego dijo: —Usted ha hecho una larga jornada
desde, que vio ayer al supuesto Murray y al pelirrojo
ese.
—Sí. Hemos hecho el equivalente de jornada y
media —respondió Foster.
—El habrá, hecho una simple jornada. Tal vez con
prisas…
—Seguro…
—Quiere decir que está a dos jornadas y media, de
nosotros.
—Como mínimo.
—Aunque esas dos jornadas y media, las
hiciésemos en una y media, él habría hecho otra
jornada y media más…
—Sí… Podríamos alcanzarlo a cinco o seis jornadas
de Tyler.
—Exactamente. Ni tengo jurisdicción allá, ni puedo
dejar abandonado Tyler durante tanto tiempo —
resumió, el sheriff.
—Le comprendo perfectamente. Seré yo quien se
encargue de darle alcance.
Habían llegado nuevamente los: dos hombres a la
oficina del sheriff, en la cual se hallaban, aguardando y
aprovechando para descansar, Gail Turner y su tío
Stan? ley Brady.
—¿Tienen idea de si en la familia hay un Max
Stein? —preguntó el joven Foster a sus dos
compañeros.
Respondió Gail, que parecía más enterada de todo
lo concerniente a la familia:
—Sí; Max Stein tiene un grado de parentesco
parecido al de Stan Brady, pero por la rama de Mat
Murray. Lo suyo son también unos seis mil dólares y
otro reloj semejante al de tío Stanley —dijo Gail
aludiendo a su acompañante.
—¿Conocen a Stein? —preguntó Foster.
—Lo he visto una vez hace años. Se parece
bastante a Murray —respondió la chica.
El sheriff dijo con expresión de encono:
—Había algo en Mat Murray que no me gustaba. Y
ha terminado por burlarse de todos nosotros.
Gail y Brady miraron al sheriff intentando
comprender lo que decía.
Capítulo IV

GAIL preguntó al fin:


—¿Qué sucede?
—Tememos que haya sido Mat Murray quien se
haya llevado el botín.
—¿Al otro barrio? —preguntó Brady con expresión
de incredulidad.
—El muerto no es Murray. Tal vez sea Max Stein. Y
ayer tuvimos a Murray al alcance de nuestras manos
—fue la respuesta de Foster.
—Yo lo habría conocido, lo conocía bastante bien
—dijo Gail.
—Pero usted no lo vio. Y yo, que no lo conocía, lo
vi. Fue una lástima que no lo viese cuando ingresé en
su Banco mis cinco mil dólares.
—¿Dónde fue? —preguntó Gail más interesada
cada vez.
—¿Recuerdan aquel hato de ganado? ¿La cantina
adonde fui en busca de víveres, mientras ustedes
descansaban?
—Sí.
—Él estaba allí. Iba con aquellas reses.
—¡Y con el botín, claro! —exclamó Stanley Brady.
—Es de suponer…
—¿Y qué hacemos ya aquí? —preguntó el tío de
Gail, olvidando el cansancio de que se quejaba no hacía
mucho.
—No estén tan seguros de que lleva el botín. Al
menos, todo el botín —dijo entonces el de la estrella.
—¿Por qué no ha de llevarlo? ¿Cree que lo habrá
escondido?
—Eso sería lo mejor que podía sucederles a
ustedes. Tanto a los herederos de Kenneth Turner,
como a los que habían depositado su dinero en el
Banco de Murray.
—Explíquese, sheriff.
—Mat Murray llevaba una vida bastante irregular.
Juego, mujeres… Tenía buen cuidado de ir fuera de
Tyler a divertirse. Aquí su conducta era regular,
normal…
Hizo una pausa. Se dio cuenta de que le escuchaban
atentamente y prosiguió:
—Como resultado de eso, las deudas se le comían.
Incluso había recibido amenazas de muerte si no
pagaba.
—Y pagó —dijo Foster.
—Debió pagar, porque de pronto se le vio
tranquilo y sonriente de nuevo; y volvió a su vida de
diversiones de la que se había tenido que retirar.
—Y eso fue hace poco, tras la muerte de Ken
Turner —dijo Foster adivinando. —Exactamente. Yo
llegué a pensar que había acallado a sus deudores con
la esperanza de la herencia; pero parece que me había
equivocado —señaló el de la estrella.
El mismo sheriff dijo, dirigiéndose a Gail:
—Puesto que usted conocía bien a Murray y había
visto una vez a Max Stein, ¿quiere echar un vistazo al
cadáver?
—No me gusta ver muertos, pero iré a verle.
Volvieron al lugar en donde ya en aquel momento
se disponía el entierro del hombre asesinado en el
Banco.
Había cierto revuelo al trascender entre los
familiares de Murray que el muerto era otro y no
Murray.
Gail examinó el cadáver, particularmente la
cicatriz, según la indicación que le había hecho Larry.
Luego dijo al joven y al sheriff:
—El otro día me había parecido Murray. Verdad es
que apenas si miré. Los muertos me dan miedo. Y
todos pensábamos que era Murray. Pero él no tenía
ninguna cicatriz.
—¿Puede ser Stein? —preguntó el sheriff.
—Ya dije que se parecían. Pero yo no conocía a
Stein como para poder asegurar tal cosa. —Así pues
está claro que éste no es Murray. Es Stein, no puede
ser otro —dijo en tono concluyente el sheriff.
—Que yo sepa, no puede ser otro. Y Stein tenía que
venir a recoger su parte —dijo la chica.
—¿Qué diablos hacemos aquí ya? —volvió a
preguntar Brady.
—Creo que se debe decir la verdad a todos los
herederos —señaló el sheriff.
Foster se encogió de hombros y dijo:
—Haga lo que le parezca. Aunque eso puede
complicar las cosas.
—¿Por qué?
—Se van a lanzar como lobos, se van a estorbar
unos a otros.
—Usted podría tener una buena ayuda —dijo el de
la estrella.
—¿Cree que aceptarían mi dirección? Tal vez a
quien menos vaya es a mí.
—Pero a mí es a una de las que va más. A mí y a mi
prima Anne Scott. A ella también le corresponden
treinta mil dólares y una parte de joyas muy semejante
a la mía.
—¿Ella está ya en Tyler? —preguntó Foster.
—No. Ha anunciado su llegada para dentro de tres
días. Y se la esperaba para proceder al reparto,
siempre que no demorase más, naturalmente —
informó Gail.
—Hagan lo que consideren oportuno. Yo quisiera
entrevistarme con el vigilante del Banco. Y también me
gustaría salir aproximadamente dentro de una hora —
dijo Foster.
—¿Por qué dentro de una hora? —preguntó Brady.
—Aprovecharemos el tiempo bien, hasta la noche.
Y será aproximadamente lo mismo que si salimos
precipitadamente, en este momento.
—Deje hacer al señor Foster, tío —pidió Gail—. Él
sabe bien lo que se lleva entre manos.
—Sí, pero vio a Murray y no lo atrapó.
—No diga tonterías, tío. Él no podía imaginar que
fuese Murray. E ignoraba el parentesco existente entre
Murray y Stein.
Foster no se había molestado en hacer caso a
Brady.
El sheriff había designado a uno de sus ayudantes
para que acompañase al joven que deseaba
entrevistarse con el vigilante del Banco.
El de la estrella, por su parte, se quedó con Gail y
algunos otros herederos que se habían reunido con
ellos.
Decidieron ir a entrevistarse con el juez para que
éste resolviese a su vez.
Foster, una vez en presencia del vigilante del
Banco, preguntó a éste, tras las presentaciones:
—¿Cuándo le golpearon, estaba usted solo en el
Banco?
—No, señor. El señor Murray estaba en su oficina
personal.
—¿Usted había cerrado la puerta principal?
—Sí, señor.
—¿Había hecho requisa para saber si había alguien
escondido dentro del edificio?
—Sí, señor. La había hecho, la hacía todos los días.
Pero tal vez no la hice bien. Ya sabe usted, la rutina…
—¿Hay otra puerta por la cual el señor Murray
podía entrar al Banco desde la calle?
—Hay una puerta. Pero está condenada y no fue
abierta.
—¿Está seguro?
—Completamente. Yo pensé que ellos podían
haber entrado por ahí. Y fui a examinarla tan pronto
pude.
—No queda más que otra entrada —dijo Foster,
aunque no estaba seguro de ello.
—Sí, otra. Desde la casa del señor Murray. Está
arriba y se desciende por una escalera de caracol. Pero
él no iba a abrir la puerta a sus propios asesinos.
—Y no había ninguna violencia.
—Ninguna, ni rastro de violencia.
—¿Si estaban solos usted y el señor Murray, quién
le pudo golpear?
—Me lo he preguntado muchas veces. Y no he
podido responderme.
—Le responderé yo, Smith. Fue el propio Mat
Murray quien le golpeó a usted. El muerto no es
Murray, sino un tal Max Stein, pariente de Murray.
—Pero es imposible…
—Nada imposible. Murray ha robado lo que
quedaba en el Banco después de pagar sus deudas. Y
nada mejor que hacer creer en su muerte para que no
se le busque, para que le dejen tranquilo.
—¡Diablos! —exclamó el vigilante.
—¿No se dio cuenta de si había alguien arriba, en
casa de Murray, durante la noche anterior? ¿O poco
antes de que le golpeasen a usted?
—Bueno, arriba se reunían a veces algunos amigos
del señor Murray. Y ahora recuerdo que aquel
atardecer se oyó crujir el piso de arriba, como si
hubiese alguien en él.
—Seguro que había alguien…
—Yo pensé que podía ser a causa del calor. La
madera reseca, ya sabe lo que sucede…
—Ignoro si atraparemos a Murray. Si lo atrapamos,
recuerde lo que ha dicho, porque se le llamará a
declarar.
—Sí, señor. Pero no puedo imaginar que el señor
Murray…
—El señor Murray le ha engañado, Smith. Y se ha
valido de usted para burlar a los demás. Es casi seguro
que aquella tarde la mayor parte del dinero y de las
joyas, hubiesen sido sacadas ya de la caja por el señor
Murray… Y alguno de sus amigos.
El vigilante miró a Foster con expresión que
reflejaba asombro y un poco de temor.
—¿Qué se le ocurre, Smith?
—La tarde anterior, después de cerrar el Banco, el
señor Murray me envió a un recado. Y tardé más de
una hora en regresar.
—¿Qué recado?
—El señor Murray me envió a recoger unas flores
que él había encargado. Se las llevé a una señorita,
Carrie Stevens. Ella me entretuvo bastante. Decían que
se iban a casar.
—¿Se lo dijo Murray o la señorita Stevens?
—La señorita Stevens. Una linda chica, sí, señor. Y
muy distinguida —dijo el vigilante. Foster miró al
ayudante del sheriff, el cual se encogió de hombros y
respondió:
—No conozco a la señorita Carrie Stevens.
—Se hospedaba en el Lafayette Hotel —informó el
vigilante.
Silbó el ayudante del sheriff, el cual dijo:
—¡Cáscaras! Una pelirroja que estaba así y así.
Tenía de todo y muy bien repartido… Accionó el
hombre señalando las curvas ideales de una mujer.
Brilló la mirada de Smith, que dijo con entusiasmo:
—¡La misma! Cuando me recibió en su
departamento del hotel, no se puede decir que lucía un
escote. Era, era…
Señaló en el aire, sobre su pecho, un busto que
habría resultado espléndido.
Y tras una pausa para humedecer sus resecos
labios, prosiguió:
—Pues eso, casi todo al aire… Pero parecía muy
distinguida.
—Sin duda que era muy distinguida —ironizó
Foster—. ¿Y lo entretuvo a usted mucho tiempo,
Smith?
—Pues bastante tiempo. Me invitó a que echara un
trago. Ella no bebió, naturalmente. Ella puso las flores
en un jarrón y dijo que eran preciosas… Luego me
estuvo preguntando por mi trabajo. Me preguntó si
pasaba miedo por las noches al quedarme solo.
—Y usted le dijo que no, naturalmente.
—¡Claro! Como no pasaba miedo… Y aunque lo
hubiese pasado. A una mujer así no se le debe decir
nunca que uno pasa miedo.
Prosiguió, después de sonreír:
—Me preguntó si yo me asustaría de verla entrar
por el Banco alguna noche. Me pareció un disparate,
me eché a reír y le dije que no, claro.
—¿Y qué más?
—Fue cuando ella me dijo que tal vez la viese
alguna noche por allí, porque se iba a casar con el
señor Murray.
Larry, tras varias preguntas más que no le
aportaron nada de interés, dio las gracias a Smith y se
despidió de él.
Marchó directo al Lafayette Hotel.
Allí le informaron que la señorita Stevens se había,
despedido del hotel precisamente el mismo día en que
Murray había sido muerto. Pero ella se había ido dos
horas antes.
—¿En la diligencia?
—No. Ella tenía su propio coche. Según el registro,
la señorita Stevens reside en Woodville. Sus padres
son ricos, poseen una importante explotación
maderera.
Foster dio las gracias. Y abandonó el hotel
acompaña del ayudante del sheriff.
—Si fuéramos a Woodville, seguro que no
encontraríamos rastro de la señorita Stevens ni de la
explotación maderera de sus padres. Ella tal vez
explote el juego; u otras cosas más delicadas.
—Bueno, de ella se puede pensar que es
distinguida. Y también eso que usted dice.
Uno pensaría lo que ella quisiera que pensase —
dijo filosóficamente el ayudante del sheriff.
El joven se reunió nuevamente con el de la estrella,
con Gail y con su tío.
La linda morena le informó:
—El juez ha decidido informar a todos de la
verdad.
—¿Y qué ha sucedido?
—La gente se reserva. No ha habido modo de saber
qué piensa cada cual. Creo que debemos irnos cuanto
antes —dijo Gail.
—Sí. He sacado de Tyler todo lo que tenía que
sacar. Que no es poco —añadió el joven.
Capítulo V

EL corpulento y pelirrojo acompañante de Mat


Murray no podía pasar inadvertido.
Y constituyó la mejor referencia para Larry y sus
dos acompañantes, que pudieron seguir así la misma
ruta que los ladrones.
Mediaba la mañana del sexto día tras la salida de
Tyler, cuando Larry, al coronar el primero una loma,
hizo señas a sus acompañantes para que apresurasen.
Mientras ellos llegaban, el joven sacó los gemelos y
miró en dirección a tina senda trazada por el ganado a
fuerza de ir a un lado y otro por el mismo sitio.
—¿Qué hay? —preguntó Gail.
—Allí los tenemos —dijo el joven, señalando.
—¿Son ellos, seguro? —preguntó Brady después de
resoplar fuertemente.
—Parece el mismo ganado. Me fijé bien en las
reses… Y no hay otro hato que vaya en esta misma
dirección.
—Es cierto.
Larry estaba seguro de que sus acompañantes
estaban cansados, no por lo recorrido aquel día, sino
por las jornadas anteriores.
No se dio, sin embargo, por enterado y dijo:
—Vamos. Pero por ahí abajo. No quiero que nos
descubran hasta que nos interese ser descubiertos.
Lo dijo con intención que no podía pasar por alto a
sus dos acompañantes.
—¿No descansamos un rato? —preguntó Brady—.
Si tuviésemos que luchar…
—¿No podría contar con usted?
—Tal como estoy de cansado ahora, no.
—La verdad es que no he contado nunca con usted,
ni cansado ni sin cansar…
—¿Para qué diablos he venido entonces?
—Usted es uno de los interesados, va con su
sobrina… Y yo debía aceptar su compañía.
—No era cosa de que Foster y yo fuésemos solos —
dijo Gail con leve matiz de picardía en su voz.
—Podíamos haber ido solos. Ya le dije que usted es
muy atractiva; pero yo sé respetar a las mujeres.
—No hay duda. Se ha comportado como un
auténtico caballero durante todo el camino —dijo Gail.
—¿Habría sido igual de no haber estado yo? —
preguntó Brady.
—Prefiero no responderle, Brady. Le gusta
incordiar. A veces pienso que es usted
premeditadamente desagradable.
—Tío, por favor —intervino la linda morena.
—¿Se habría comportado usted bien con ella de no
haber ido yo, Brady? —preguntó impensadamente el
joven.
—Es mi sobrina…
—Lo sé. Y usted es un cuarto de siglo mayor que
ella, año más, año menos, ¿no?
—Exactamente —dijo Brady, desconcertado por la
actitud de Foster.
—Sin embargo, usted la ha mirado a ella con sucio
deseo en más de una ocasión, cuando creía que no era
observado —dijo Foster con crudeza.
Seguidamente dijo a Gail:
—Ya sabe lo que hay, señorita Turner. Si yo
desapareciese por cualquier motivo, debe guardarse
de él.
—Eso es absurdo… —comenzó a decir Brady, que
había enrojecido de ira.
—No es absurdo, tío. Yo también lo he notado. Pero
he preferido no darme por enterada —dijo la chica con
desconcertante tranquilidad.
—Celebro que lo haya notado. Así no podrá pensar
que también trato yo de incordiar por mi parte.
—No incordia usted. Y hasta pienso que ha tenido
bastante paciencia con mi tío.
Seguidamente Gail se dirigió a Brady:
—Ya lo sabe. Estamos viviendo tan unidos, que
forzosamente nos hemos ido conociendo bien todos.
—Parece que me han adjudicado la peor parte —
dijo Brady.
Había desaparecido el síntoma de irritación que
había ofrecido y aparecía completamente tranquilo.
—No es necesario que se haga la víctima —señaló
Gail.
—Y prosigamos —pidió a su vez Foster, el cual dio
ejemplo, señalando el camino.
Dio la espalda casi deliberadamente a Brady y éste
tuvo un repentino impulso, llevando la diestra a su
"Colt".
Frenó el impulso a tiempo, en el instante en que
Foster se volvía y decía sonriendo con ironía:
—Frene sus ímpetus, Brady. La vida es muy
amable, para todos o casi todos. Y yo estoy dispuesto a
defender la mía.
—No comprendo por qué dice eso… —se defendió
el tío de Gail.
—Le hemos visto los dos, tío. Y no habría llegado a
tiempo. Si no es capaz de comportarse mejor, nos
puede abandonar. Ahora tiene ya a la vista a esa gente.
Foster ha llevado a cabo el trabajo más difícil, que era
encontrarlos…
Brady se había sentido descubierto; y una vez más
hizo alarde de su cinismo al responder:
—No debo dejarles solos a pesar de todas esas
buenas palabras y de las mejores intenciones. Aunque
si se quieren fugar juntos, no podría impedirlo,
naturalmente.
—Hace ya dos o tres días he pensado más de una
vez que me equivoqué al aceptar su compañía —
replicó Gail con cierta acritud.
—Un poco de paciencia, sobrina. Nos queda poco.
Una vez hayamos recobrado lo nuestro, cada cual se
puede ir por su parte. Y lo dicho, si ustedes se quieren
ir juntos…
Señaló un encogimiento de hombros.
Larry decidió no hacer caso y prosiguió la marcha,
señalando el camino.
Gail no se quiso confiar y dijo a su tío:
—Usted, delante. De cara al peligro son los
hombres quienes tienen la preferencia —señaló Gail,
intencionadamente.
Larry, que la oyó y comprendió la intención, se
esforzó en aguantar la risa. No deseaba molestar a
Brady innecesariamente.
Él marchó detrás de Foster y delante de la linda
morena. Lo hizo refunfuñando mientras la chica
sonreía con burlona expresión.
Foster dio la sensación de que se desviaba de la
ruta del ganado.
Brady se dio cuenta de ello, pero no quiso decir
nada. Experimentaba el afán de que
Larry, tan seguro siempre, sufriese algún fracaso
que lo pusiese en evidencia.
Un posterior cambio de dirección bastante brusco
hizo ver a Brady que Foster no se había equivocado.
Por el contrario, tras rebasar cumplidamente el
hato de ganado, buscaba un lugar en donde poder
situarse a observar sin que ellos fuesen descubiertos a
su vez.
Se sintió humillado. Le fastidió una vez más la
seguridad, la pericia del joven.
Y más aún, la confianza que Gail había puesto en él
y que se manifestaba en todo momento.
Y pensó no sin cierta amargura:
—Ella tiene alma de esclava. Irá a parar a sus
brazos llevándole sus treinta mil dólares, sus joyas… Y
ella misma, que vale bastante más que todo eso.
Llegó el momento en que Larry, tras un
reconocimiento del terreno, echó pie a tierra. Aguardó
a que Gail llegase a su lado y la ayudó a saltar de su
caballo.
La chica se apoyó confiadamente en él, segura de
que lo podía hacer.
El agradeció mentalmente la confianza que la linda
morena le mostraba.
—Dejaremos aquí los caballos. Y nos situaremos
allá arriba. Los podremos ver pasar sin que ellos nos
vean.
—¿Es necesario?
—Absolutamente necesario. Cuando los hemos
visto antes no descubrí entre ellos al pelirrojo
corpulento.
—¿No dijo que era su ganado? —preguntó Brady
en tono burlón.
—Lo dije y estoy seguro de que lo es. Y eche un
candado a la boca de una vez. Si desconfía de mi
capacidad, actúe por su cuenta, pero cuidando de no
estorbar.
—Está bien. Vamos para arriba.
Como en tantas ocasiones, Foster ayudó
galantemente a Gail a pesar de que ella no se mostraba
torpe y era lo bastante decidida y fuerte como para no
necesitar ayuda. Cuando llegaron al lugar que
dominaba la senda por donde el ganado debía pasar,
faltaba bastante para la llegada de éste.
Y tanto los dos jóvenes como Brady se pudieron
situar cómoda y convenientemente, colocándose Gail
entre los dos hombres, pero más cerca de Larry que de
su tío. Aguardaron en silencio.
Larry, para evitar el rebrillar de los cristales de los
gemelos, había manchado éstos ligeramente con barro.
—Ahí están —anunció Brady.
Asomó la cabeza del hato y con ella uno de los cow-
boys.
Foster, tan pronto dirigió los gemelos hacia él, lo
reconoció. Y dijo a la chica en tono bajo:
—Es uno de los que estaban con Murray y con el
pelirrojo en la cantina.
—Mejor que no nos hayamos equivocado.
Pasaron hombres y ganado.
—Ni rastros de Murray ni del pelirrojo —dijo
Foster, extrañado, pero no descorazonado.
Brady se arrastró hasta llegar junto al joven.
—¿Y el carro? Tienen que ir en el carro —dijo
señalando para un carro tirado por cuatro mulas y en
el cual pensaron que, según era usual, debían llevar los
víveres y algunos útiles y herramientas.
—No van en el carro.
—¿Está seguro?
—Si fuesen en el carro sus caballos irían cerca del
mismo. O lejos, pero los llevarían con ellos.
—Es cierto.
Brady pensó en que habían fracasado. Y que el
fracaso era del joven.
—Total, que nos hemos esforzado para nada —
dijo.
—¿Está seguro de que nos hemos esforzado para
nada?
—Bueno, no se puede tener seguridad.
—Yo no pensé que la cosa fuese fácil. Ustedes,
tampoco. De ser fácil no se habrían unido a mí.
—Cierto —tuvo que admitir Brady.
Gail se había sentido decepcionada.
Pero tras su natural decepción estaba la confianza
en su joven compañero de aventura.
Y le divertía que Brady se sintiese confundido
cuando había considerado que podía humillar a Larry.
—Este ganado es muy valioso. Tal vez Murray ha
pensado en establecerse en algún lugar para dedicarse
a ranchero. Al menos, aparentemente.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Murray llevaba una especie de doble vida en
Tyler. Se quedó sin dinero, se sintió amenazado y tuvo
que cortarla. Volvió a ella apenas pudo disponer del
dinero de ustedes.
Gail dio la razón a Foster.
—Eso significa que no va a renunciar a su vida de
diversión, de juerga y de juego.
—Es lo más probable.
—Un rancho no puede dar para tanto, al menos, en
sus principios.
—Lo comprendo así.
—Eso me hace pensar que tras la aparente
respetabilidad de su vida de ranchero, Murray habrá
de continuar haciendo fechorías.
—¡Exactamente! —exclamó Brady en tono
brillante, como si hubiese sido él quien hubiera
aportado la idea.
Gail sonrió burlonamente al darse cuenta del
entusiasmo de su tío.
—¿Y quién no dice que esa vida de fechorías no ha
comenzado ya?
—¡Pues es verdad!
—Ellos pueden llevar el ganado por esta parte. Y
de tanto en cuanto se despegan para dar un golpe.
—Es más que posible —admitió el tío de Gail.
—Sí. Por ese motivo ellos dos no van aquí.
—¿Falta alguno otro de los cow-boys que vio usted
aquel día? —preguntó Gail.
—No falta ninguno. Incluso los dos que estaban
con el ganado, van también ahí.
—¿Así pues, debemos seguirles hasta que ellos
vuelvan a reunirse con el hato? —preguntó Brady.
—Ahora tenemos tiempo para pensar. No por
mucho correr se llega antes. Hay que correr cuando es
necesario. Y detenerse a reflexionar cuando la cosa lo
exige.
—Bueno. Estoy cansado y tengo hambre.
Volvieron los tres expedicionarios al lugar en
donde habían quedado los caballos.
—¿Puedo encender fuego? —preguntó Gail.
—Puede encenderlo. La ayudaré.
—No es necesario…
—Es usted fuerte, jovencita, y resiste… Pero debe
estar algo más cansada que yo. Y hemos de repartirlo
todo, hasta el cansancio —bromeó Larry, el cual
comenzó a buscar ramas secas para encender el fuego.
Apenas comenzaban a chisporrotear las llamas,
exclamó:
—¡Wichita Falls, eso es!
—¿Qué quiere decir?
—Allí hay dinero. Puede ser el lugar del próximo
golpe, en el caso de que no lo hayan dado ya.
Capítulo VI

CUANDO los expedicionarios llegaron a Wichita


Falls, encontraron la tejana ciudad casi fronteriza
bastante revuelta.
No habían transcurrido aún seis horas de asalto al
principal Banco de la localidad, prácticamente, el único
al que se le podía dar la consideración de tal.
Según se pudieron enterar, el asalto había sido
perpetrado con mano maestra, sin más violencia de la
necesaria en el último momento, cuando los
salteadores, que eran cinco, se retiraban y se vieron
acosados.
Habían resultado heridos dos hombres.
Y pese a las baladronadas de un individuo que se
jactaba de haber acertado a dos de los salteadores,
ninguno de éstos había resultado herido.
Gail se sintió asombrada por la perspicacia que
había mostrado Larry al pensar que Wichita Falls
podía ser la ciudad elegida por los asaltadores.
—Una lástima que no hayamos llegado seis horas
antes.
—Es cuestión de paciencia. Algún día llegaremos
antes que ellos.
Brady intervino para decir:
—Lo que nos interesa es nuestro dinero y no el
evitar un asalto.
—¿Está seguro de que ellos llevan nuestro dinero?
¿Al menos, todo nuestro dinero? —preguntó Larry.
—Bueno, yo…
—Recuerde que Murray hubo de tapar los bolsillos
de algunos de sus acreedores, que gastó dinero. Y que
en parte fue eso lo que le obligó a llevarse lo que
quedaba y a simular su muerte.
—Sí, es cierto.
Seguidamente dijo Brady:
—No pretenderá que salgamos ahora mismo…
—Haremos noche en Wichita. Quiero recoger
algunos informes.
—¿Más todavía?
—Sí. Suponemos que han sido ellos. Pero ¿y si nos
hemos equivocado? Pueden haber sido otros.
—Es usted el que ha supuesto.
—Sí, he sido yo. Pero comparto mis ideas con
ustedes. Las aceptaron como buenas, ¿no? —preguntó
en tono burlón.
Gail rió divertida. Y respondió:
—Las aceptamos. Y han demostrado que eran
buenas, aunque necesiten una confirmación.
—Menos mal que usted me alienta en mi tarea.
¿Cree que por recobrar cinco mil dólares vale la pena
soportar a su tío? —inquirió el joven dirigiéndose a la
chica.
—¡Uf, no! Se podrían perder a gusto.
—Eso mismo pienso yo. Pero él no hace más que
intentar fastidiar.
—¡Está bien! ¡Cerraré el pico!
—Es lo mejor que puede hacer. De lo contrario
puede ocurrir que un día lo vamos a perder como se
pierde un paraguas o una sombrilla —bromeó Larry.
Gail rió de buena gana la salida de su acompañante,
llegando a imaginarse a su tío en forma de paraguas.
—Te divierte el chico, ¿no? —chilló Brady.
—Debes reconocer que ha tenido gracia.
—Naturalmente. Es joven y apuesto. Y eso a las
mujeres os lleva de cabeza.
—A las mujeres nos gustan los hombres jóvenes y
apuestos, como a los hombres os gustan las mujeres
jóvenes y atractivas. Es lo natural, ¿no? —preguntó la
chica en tono ligeramente agresivo.
—Sí, es lo natural; pero…
—Sin peros… Y lo que más me gusta de Foster es
su caballerosidad, su lealtad y sus atenciones para
conmigo…
—Sí, es muy atento, por su cuenta y razón…
—Lo es porque es así; y usted, que es de otra
manera, no lo puede comprender. No me ha dirigido ni
una sucia mirada. Y no será porque no le resulte
atractiva. El mismo lo dijo…
—Lo dije y es cierto. Es usted endiabladamente
atractiva, pero eso no significa que no sea merecedora
de respeto.
Señaló el joven, una corta pausa y prosiguió
diciendo:
—Me gustaría de verdad que congeniáramos, que
siguiéramos entendiéndonos bien cuando todo haya
terminado. Entonces, a poco que usted me dé aliento,
le propondré que se case conmigo.
Gail dijo con graciosa malicia:
—Piénselo bien antes de proponérmelo, porque
corre el máximo riesgo de que le tome la palabra.
—Vale la pena correr ese riesgo. Además, no soy
demasiado miedoso. Habrá observado usted que he
desafiado tranquilamente peligros mayores que el de
un matrimonio con usted.
—No esté tan seguro.
—Está bien, tortolitos. Se le hacen los dientes
largos a uno. ¿Por qué no dejan eso para mejor
ocasión? —planteó Brady.
—Usted lo ha provocado —respondió
tranquilamente Larry—. No pensaba decir nada a la
chica por el momento.
—Esta noche no voy a poder dormir de alegría.
Debemos terminar cuanto antes con este enojoso
asunto para poder dedicarnos a nosotros —señaló Gail
con evidente alegría.
—Yo lo deseo ardientemente.
—¿Vamos a descansar de una vez? Y cuando estén
solos pueden proseguir diciéndose todas esas lindezas
—señaló Brady.
—Los conduciré hasta un hotel donde podrán
descansar. Hay limpieza y honradez. Buena comida,
nada de lujo y no es caro —propuso Foster.
—Adelante. Los aventureros tienen algunas
ventajas sobre los demás. Conocen buenos lugares —
dijo Brady queriendo señalar menosprecio por la
condición de aventurero que achacaba a Foster.
—Murray no es un aventurero, pero es un
indeseable. Yo soy todo lo aventurero que usted
quiera; y ni usted ni Murray me llegan a la suela de los
zapatos en decencia —concretó Larry.
Tomó de la mano a Gail.
—Vamos, señorita Turner. Su tío está imposible.
Parece que le van fracasando algunos proyectos que se
había forjado. Tal vez al principio de reunirse con
usted se juzgó indispensable…
—Si dice todo eso para hacerme abandonar, se
equivoca. Seguiré con ustedes —dijo Brady.
Poco después el joven tomaba tres habitaciones en
un hotel en el cual era bien conocido, hotel que reunía
las buenas condiciones que él había señalado.
Tomó Larry un baño, repuso fuerzas y se despidió
de Gail y su tío:
—Voy a realizar determinadas gestiones que
pueden resultar provechosas.
—Como poco, el descanso nos va a ser muy útil —
dijo la atractiva morena.
—¿Puedo acompañarle? —preguntó Brady.
—Puede acompañarme, pero es mejor que vaya
solo. Además, usted necesita más descanso aún que
Gail.
—¿Desconfía de él, tío? —preguntó la chica en tono
burlón.
—Lo dicho. No se puede con la gente joven. Me voy
a descansar.
Poco después Foster, que conocía al sheriff de
Wichita Falls, en donde había estado con frecuencia, se
reunió con él.
—¿A qué has venido, Larry?
—Sigo las pistas a unos indeseables. Y pensé que
podían estar por aquí.
—¿Qué han hecho?
—Robar un Banco en el que yo había depositado
cinco mil dólares. Me han dejado casi sin dinero.
—¿Te has enterado de lo sucedido?
—Sí.
—Yo estaba fuera. Se produjo un asalto a una
diligencia.
—Posiblemente fueron los mismos del Banco. E
hicieron lo de la diligencia para alejarse de Wichita
Falls.
—Lo he pensado.
—¿Cómo eran? ¿Había un pelirrojo muy
corpulento entre ellos?
—¿Sospechas que pueden ser los de tu Banco?
—Sí.
—Que yo sepa, no había ningún pelirrojo. Había un
fulano muy corpulento… Era quien dirigía…
Hizo una descripción que coincidía en mucho con
el pelirrojo que acompañaba a Murray.
Pero fallaba precisamente lo que era su más clara
característica.
Al final dijo el sheriff:
—Claro que él llevaba el sombrero hasta las cejas.
Y cubría su rostro con un pañuelo. No se le veían más
que los ojos.
—Deme las señas de otro que pueda ser su
segundo.
—Un tipo moreno, alto, delgado. No correspondía
al tipo que tenemos de lo que puede ser un salteador.
Iba bien cubierto también.
—¿Aspecto distinguido?
—¡Exactamente!
—Mat Murray. Asesinó a su primo Max Stein para
hacerlo pasar por él y hacer creer en su muerte.
—¡Diablos, Max Stein! Podía haber sido Max,
exactamente.
—Podía haber sido, pero no ha sido porque Max ha
sido asesinado en Tyler. Mat Murray ignoraba que Max
tenía una cicatriz inconfundible. O pensó que Max era
desconocido en Tyler y que una vez enterrado, los que
hubiesen podido darse cuenta de la cicatriz se habrían
olvidado de ella.
Relató brevemente el joven lo que conocía de lo
sucedido en Tyler.
Silbó el sheriff admirativamente.
—Han sido muy hábiles —dijo.
—Lo han sido. Ese grandullón puede ser el
pelirrojo de que le he hablado.
—Casi seguro que lo será. Los he perseguido, pero
he tenido que regresar desalentado.
—Es gente hábil.
—Sí. Comenzaron por señalar pistas falsas
primero. Luego se dividieron. Luego se perdió toda
posible huella.
—¿Se han llevado mucho dinero?
—Menos del que esperaban. Apenas si llegaban a
los ocho mil dólares. Había más, que no debían haber
sido retirados hasta mañana a primera hora. Pero
fueron retirados a primera hora de la mañana,
escasamente quince minutos antes de que ellos
llevasen a cabo su asalto.
—¿Ha estado estos días en Wichita Falls alguna
forastera que llamase la atención? Me refiero a una
pelirroja estupenda…
Foster dio las señas que conocía de la pretendida
Carrie Stevens.
—Hubo una chica así en el Diamond Hotel. Según
dijo era Anne Scott y se dirigía a Tyler. Sobrina de un
tal Kenneth Turner, un ricachón… Él ha muerto y ella
iba a recoger su parte de herencia.
—De eso, nada. Existe una Anne Scott, pero seguro
que no es ésa. Esa fulana se hizo pasar en Tyler por
Carrie Stevens. Sus padres tenían una importante
explotación maderera en Woodville.
—No sé qué decirte. Ella depositó dinero y algunas
joyas en el Banco el mismo día de su llegada. Y lo retiró
todo ayer mismo por la mañana, a punto de irse ya.
—¿Estuvo alguna vez más en el Banco?
—El día anterior, a retirar una pequeña cantidad
que necesitaba para hacer unas compras; fue lo que
dijo. Pero yo sé que había estado jugando la noche
anterior. Sin suerte.
—Fue recibida por el director del Banco,
naturalmente…
—No puedo decir tanto; pero es de suponer. Una
pelirroja como ésa es recibida con gusto por cualquier
hombre. Y si ella se lo propone, ese hombre bailará de
coronilla. ¿No la has visto?
—No. Pero me han hablado de ella. Me dijeron que
si sobraba algo de tela por abajo, faltaba bastante por
arriba.
—¡Exactamente! ¡Había que verla!
Silbó el de la estrella, poniendo los ojos en blanco y
bamboleándose como si fuera a desmayarse.
—Esa chica tenía de todo, muy bien puesto
además. Y no regateaba a la vista de los demás.
—Es asombroso lo que puede lograr un pedazo de
piel bien administrado.
—¡No era sólo la piel, muchacho! ¡Se pensaba
enseguida en todo lo demás!
—Tome nota. No es Anne Scott. En Tyler se hizo
llamar Carrie Stevens, pero dudo que sea ése su
nombre. Y ella no va ahora hacia Tyler, sino todo lo
contrario. —De acuerdo, muchacho. A estas horas está
fuera de mi alcance. Y por otra parte, no se la podría
acusar más que de enseñar su linda piel, y no lo
suficiente como para considerarla inmoral.
—Ahora sabe que se la puede acusar de usar
nombre supuesto por una parte. De usurpación de
personalidad, en lo que se refiere a Anne Scott.
—¿Vas a seguirla?
—Es posible. Antes de decidirme quiero saber más
cosas de ella.
—¿Piensas que tiene algo que ver con el asalto?
—Al menos tuvo algo que ver en Tyler. Encandiló
al vigilante del Banco con su piel y lo entretuvo
mientras los ladrones hacían una buena parte de su
trabajo.
—Me haces pensar. Aquí fue todo fácil para ellos.
Sabían mucho del Banco.
—No le extrañe, sheriff. Mat Murray era director
del Banco de Tyler. Y sabe bastante de lo que es la
organización de una oficina de ésas. Con pocos
informes que le llevase la pelirroja, fue suficiente para
que pudiesen planear el asalto perfectamente.
Los dos hombres se despidieron. El sheriff
permaneció pensativo durante un buen rato, con la
sensación de que había sido burlado por la pelirroja
primero y por los salteadores después.
Muy pocos minutos más tarde entraba Foster en la
Golden Hall, sala de juego de la cual era propietaria
Nellie, la Perla, una sugestiva rubia que se iba
acercando ya a los cuarenta, aunque representaba
cinco años menos de los que tenía.
Un amigo que rebasaba los sesenta había costeado
la sala. Tal amigo había sido apartado una vez la sala
en marcha.
Nellie, la Perla, encandiló la mirada cuando vio
ante sí a Foster.
Suspiró cómicamente y dijo a continuación:
—Eso sí que son hombres, y no los que una puede
llevarse a la boca.
—No sabía que te habías hecho antropófaga, Nellie.
—Me han llamado la devoradora de hombres. Y no
es cierto. No eran hombres, sino piltrafas…
—Y lo que tú devorabas era su dinero. ¿Acierto?
—¡Claro que sí! Una lo vale, ¿no?
—Seguro…
Ella movió la cabeza negativamente y dijo con
tristeza:
—No para ti. No has venido a verme… Puedes
preguntar lo que sea…
Capítulo VII

FOSTER se dispuso a ser sincero. Y dijo:


—Me han robado cinco mil dólares. No me importa
perderlos. Pero me fastidia que se burlen de mí.
—Lo comprendo. Tú puedes ganar bien esos cinco
mil "pavos" en mi casa, en un par de noches.
—Cuatro mil los gané en una noche. Y un caballo
que no lo vendería por quinientos dólares…
—¿Quiénes fueron ellos?
—Tal vez los mismos que asaltaron hoy el Banco.
Yo había depositado los cinco mil en el Banco de Tyler.
—Ya… No sé nada de ellos.
—Lo sé.
—¿Ah, lo sabes?
—Sí. Me interesa una pelirroja. Vino alguna de
estas noches a jugar aquí, y perdió. —¿Fue ella la que
te mareó? Porque estás cambiado.
—Ni siquiera la conozco. Por lo que me han dicho
no es el tipo de mujer que me puede soliviantar.
—Es cierto. Tú eres diferente, no como esos cerdos
que me rodean casi siempre…
Volvió a suspirar. Y preguntó a continuación:
—¿Qué quieres saber?
—¿Quién es ella?
—La llaman Lady Honey. Y de verdad parece tener
miel para los hombres. Y ellos parecen moscas
zumbando alrededor de ella.
—¿Y a veces dejan sus patas pegadas a la miel?
—No diré que dejen pegadas sus patas, pero sí sus
dólares. Aunque aquí no le fue bien. —Tal vez lo hizo
premeditadamente.
—Tal vez.
—¿Quién es su amigo?
—Un pelirrojo muy bestia. El escapó de prisión
cuando estaban a punto de ahorcarle. Hizo creer que
había muerto al huir, pero no es cierto. El que murió
fue uno de sus compañeros de fuga.
—Posiblemente lo preparó él todo.
—Puedes darlo por seguro. Si tuviese padre sería
capaz de machacarlo con tal de sacarle lo que fuese.
—¿Cómo se llama?
—Su verdadero nombre es William O'Connor. Hay
quien lo llama Billy el Niño en recuerdo del otro. Pero
éste es bastante peor.
—Lo imagino.
—Ahora se hace llamar Billy Marshall.
—¿Asaltos?
—Sí. Y juego. No vacila en hacer trampas cuando
lleva a dos de sus hombres cubriéndole las espaldas.
—Y se las permiten, claro…
—¡Cualquiera se le opone!
—¿Estuvo aquí alguna vez?
—Sí. Le di dos mil dólares para que se fuese sin
tocar los naipes. Aceptó.
—Menos mal.
—Me dijo que se lo debía agradecer. ¡Después que
me arrancó dos mil "pavos"! —exclamó Nellie
indignada.
Luego añadió:
—Él era abogado… Pero ni eso le hubiese salvado
de ser ahorcado. Si te enfrentas con él, tira a matar
desde el primer momento.
—Es lo que pienso hacer. Gracias, Nellie.
—¿Te vas?
—He de descansar. Debo salir a primera hora de la
mañana. ¿Sabes hacia dónde fue ella?
—Dijo que se iba a Tyler. Lo cual quiere decir que
habrá ido en dirección totalmente opuesta.
—La conoces, no hay duda. ¿Por ejemplo, Lubbock?
—Allí hay pasta ahora. Es un buen lugar para ella. Y
para él.
—Sí, seguro que va hacia allá. ¿Qué tal si tomamos
una botella de champaña? Brindaremos por nuestra
suerte, Nellie.
—Gracias, Larry. Es un bonito detalle. Y has de
permitir que sea yo quien invite.
—Eso no tiene importancia, Nellie. Lo importante
es brindar junto a una buena amiga por la suerte de los
dos.
Nellie la Perla sonrió e hizo seña a Larry para que
la siguiera a un pequeño gabinete en donde recibía a
los pocos amigos que consideraba como tales.
Entre ellos estaba su perro, el cual recibió a Larry
con grandes muestras de alegría.
Cuando después de brindar se despidieron Nellie y
Larry, dijo la mujer:
—Recuerda. Ten cuidado con Billy.
—Lo tendré.
—Estás enamorado, Larry…
—No estoy seguro de ello.
—¿Quién es ella?
—Una auténtica mujer. Si llegases a conocerla,
estoy seguro de que sería de tu gusto.
—Pero no la llegaré a conocer…
—¿Por qué no? Si me casara y pasase con ella por
Wichita Falls, te la presentaría. Ya te he dicho que es
una mujer, no es una niña gazmoña.
Nellie sonrió.
—Me alegro que sea así, Larry. Yo llegué al mundo
un poco pronto y en un camino en el que no me habría
encontrado contigo de cara al matrimonio.
—¿Por qué pensar en eso, Nellie? Hasta pronto y lo
dicho: Suerte.
—Suerte para los dos.
***

Larry Foster y sus dos acompañantes tuvieron


ocasión de alcanzar nuevamente el hato de ganado de
Mat Murray.
Si Murray y el pelirrojo Billy O'Connor se habían
refugiado en él después del asalto en Wichita Falls, fue
cosa que no pudieron averiguar.
Si habían estado, ellos habían vuelto a marcharse.
Y los tres expedicionarios, tan pronto hubieron
comprobado tal extremo, volvieron a adelantar,
dejando atrás el hato de reses que, por otra parte,
caminaban sin prisa, sin que los cow-boys que las
conducían las hostigasen, como si la consigna recibida
fuese: "Marchar despacio para llegar lejos y bien".
Cuando se habían separado del hato más de un par
de millas, dijo Brady:
—Estamos perdiendo tontamente el tiempo.
—Veamos eso —pidió Larry con paciente
expresión.
—El botín va en ese carro. No tenemos más que
apoderarnos de él y largarnos. Nos lo han robado, ¿no?
—Si es ésa su idea, puede actuar. No creo que los
cow-boys que conducen el ganado se dejen arrebatar
nada, así por las buenas.
—Es cosa de los tres. Y si es necesario, podríamos
contratar a alguien más. Se le da luego lo que sea.
—Esos cow-boys, posiblemente, son auténticos
cow-boys que no tienen nada que ver con la conducta
de Murray y de Billy O'Connor.
—Seguramente es así —dijo Gail.
—Me hubiese extrañado que te pusieras de mi
parte —dijo Brady acremente a Gail.
—Lo que ha dicho Larry es razonable y por eso
estoy de su parte.
Foster prosiguió:
—Si atacamos a unos cow-boys que conducen
tranquilamente un hato de ganado, seríamos juzgados
como salteadores. Aunque ellos condujesen el botín en
ese carro. Es casi seguro que ignoran tal circunstancia.
—Seguro que la ignoran —dijo la chica.
—Si tratamos de arrebatárselo, habrá lucha. Caería
más de uno. Y no solamente seríamos tratados como
salteadores, sino como asesinos.
—Podemos denunciar a cualquier sheriff lo que
sucede.
—Hágalo si lo considera oportuno. Caso de que
vaya el botín ahí, se habría de demostrar que es tal
botín. En tanto, quedaría en depósito; y no veríamos
un solo dólar. A menos que capturásemos a Murray.
—¿Algo que oponer? —preguntó Gail en tono
burlón.
—¿Y si hablamos con ellos? Si son honrados…
—Aun siendo honrados, se burlarán de nosotros.
Inténtelo si le parece. Tal vez consiga que algunos de
ellos no sean tan honrados como se les puede
considerar ahora. O se cansen de serlo. Y se larguen
con el botín.
Brady resopló fuertemente. Se sentía fastidiado.
—Siempre ha de tener razón usted…
—Procuro comportarme de forma razonable. Las
cosas no son tan simples como parecen a primera
vista.
—Está bien, sigamos. ¿Adónde ahora?
—A Lubbock. Con un poco de suerte podemos
llegar antes que ellos hayan hecho nada. —Si hemos de
confiar en la suerte…
—Exacto. Algo se ha de confiar a la suerte. En
Wichita Falls nos falló por muy pocas horas. Ganemos
esas horas para que no nos falle en esta ocasión.
***
Llegaron a Lubbock forzando la marcha, cuando
hacía un par de horas que había anochecido.
Como en Wichita Falls, Foster dejó a sus dos
acompañantes instalados en un hotel.
Y tras un pequeño descanso y una cena ligera, se
fue a la sala de juego en donde suponía podría entrar
en contacto con la pelirroja Lady Honey.
Cuando Foster hubo salido del hotel, Brady dijo a
Gail en tono insidioso:
—No le gusta que le acompañe porque va a
divertirse. Por el olor me di cuenta en Wichita Falls
que había bebido.
—Lo sé. Estuvo brindando con champaña. Ella era
una rubia estupenda, aunque algo pasadita ya. Tal vez
buena para usted, tío…
—¿Te estás burlando de mí?
—¡Oh, no! Respondo a su insidia. Lo malo es que
ella, a usted, lo consideraría una piltrafa. Y no le
faltaría razón.
—Gracias, sobrina.
—De nada. ¿Por qué no se va a descansar? Usted lo
necesita más que ninguno de nosotros. Y de paso que
descansa, me dejará tranquila. Lo necesito.
Brady, sin hacer comentario alguno, se levantó.
Pero en lugar de subir a su habitación, se dirigió a
la calle.
Larry, en tanto, había entrado en As de Trébol, la
casa de juego de la cual era propietaria Dolly Finlay,
algo más joven que Nellie y bastante más dura, menos
femenina.
Un vistazo por la sala le hizo ver que Lady Honey
no estaba en ella.
Consideró el joven que era temprano aún.
Y se dirigió al mostrador en donde se despachaban
bebidas, al fondo de la sala.
No había llegado al mostrador aún, cuando
descubrió a Dolly, la cual salía a su encuentro.
—Hola, Foster. ¿Dispuesto a jugar?
—No te conviene. Apenas llevo doscientos dólares.
—Buenos son.
—No los perdería, ya sabes. Y por muy poco, me
podría llevar mucho.
—Puedes entrar a formar parte de alguna partida…
—A nadie interesa un individuo que no puede
colocar sobre el tapete más que doscientos.
—A ti te presto yo lo que necesites.
—Gracias, Dolly. Pero ya sabes que no juego más
que lo mío. Ni una sola vez he jugado bajo palabra, aún
a sabiendas de que tenía para responder.
—Es cierto. Por eso se te considera…
Vaciló Dolly, que dijo a poco:
—Verás, Larry. Podrías hacerme un favor.
—Tú dirás.
—Hay organizada una partida para esta noche. Han
jugado ya dos noches más. Se va a cruzar mucha pasta.
Miles de dólares, pero bastantes. Lo ha removido todo
una pelirroja.
—¿Lady Honey? —preguntó Larry.
—Sí. ¿Cómo lo sabes?
—Ha sido un presentimiento. Estuvo en Wichita
Falls y dijo que se iba hacia Tyler. Entonces Nellie
pensó que venía hacia aquí.
—Nellie no tiene un pelo de tonta. Y bien, temo que
se pueda producir un asalto —dijo Dolly serenamente,
pero sin ocultar el temor que sentía.
Capítulo VIII

FOSTER respondió:
—He venido a Lubbock a estar presente cuando
asaltaran el Banco, para evitarlo.
—¿Tú sabes que van a asaltar el Banco?
—Pensé que darían en él su próximo golpe. Hace
pocos días lo hicieron en Wichita Falls. Y yo llegué
unas horas tarde.
—¿Así pues, los vienes persiguiendo?
—Sí.
—¿Te has hecho policía federal? —preguntó Dolly
con cierto temor.
—No. No debes temer. Me robaron cinco mil…
Quiero recuperarlos y demostrarles que de mí no se
burla nadie.
—Bueno, no temería nada aunque fueses agente
federal.
—No lo soy. No me gusta husmear en lo que no me
importa.
Dolly, más tranquila ya, dijo:
—No es que en mi casa suceda nada raro. Pero
siempre hay alguna cosa sobre la que, si no se habla, es
mucho mejor.
—Comprendo que ha de ser así.
—¿Bebemos una copa? Lady Honey tardará cerca
de una hora.
—¿Piensas que ella estará presente cuando los
otros lleguen?
—¿Y por qué no?
—Sería correr un riesgo inútil.
—¿Quieres decir que no vendrá esta noche?
—Puede que venga. Pero se irá con cualquier
excusa antes de que comience el jaleo. —Tiene que
venir. De lo contrario tal vez no llegue a seguir la
partida. Ella tiene gancho para los fulanos y es quien lo
ha removido todo.
—Tienes buen olfato, Dolly. Ellos cambian de
rumbo. En lugar de un Banco, una sala de juego.
—¿Por qué la mía?
—Ha de ser una u otra. ¿Has advertido a tus
hombres?
—Sí, están avisados. Pero ellos son profesionales y
los profesionales son conservadores. Tú eres diferente.
Vales por cuatro o seis de ellos.
—Gracias.
—¿Los conoces a ellos? —preguntó Dolly.
—Supongo quiénes son. Uno es el amigo de Lady
Honey, un tal Billy O'Connor, conocido también por
Billy el Niño, aunque éste es peor. Ahora se hace llamar
Billy Marshall. —¿Ese sucio indeseable?
—Sí. ¿No lo imaginabas?
—Me sacó dos mil dólares para que se largase y
nos dejase tranquilos.
—El dirá que ahora no pretende sacarte nada a ti,
que es a los otros a los que quiere limpiar —señaló
Foster en tono humorístico.
—Sé por qué lo hace. Tras aquellos dos mil
pretendió sacarme más y lo desengañé. Le dije que
estaba bien con lo que se había llevado.
—¿Así pues, lo conoces?
—Sí; pero ignoraba que ahora fuese él. Y no sabía
tampoco que es el amigo de Lady Honey.
—Pues es su amigo. Aunque ella se hizo pasar en
Tyler por la prometida de otro fulano que se ha unido
luego a la banda.
—¡Esa víbora! Me gustaría dejarle las nalgas al aire
y darle una buena tanda de azotes delante de todos.
Pero con un látigo…
—Por lo que he oído decir, los que fueran testigos
de la cosa se divertirían en grande.
Seguidamente preguntó el joven Foster:
—¿En dónde se hospeda ella?
—En Excelsior Hotel; digno de su rango —dijo en
tono hiriente Dolly.
—¿Por qué?
—Es adónde van a parar todas las aventureras de
postín que circulan por ahí. Es un hotel caro y no es
mejor que el otro. Pero Frankie se aprovecha… Le ha
sabido dar tono.
—Me vas a disculpar, Dolly, pero habrá ocasión de
beber después que les hayamos zurrado. Ahora me
voy a dar una vuelta por allí.
—¿Para qué? Si ella te ve…
—Ella no sabe nada de mí. O si sabe algo, es muy
poco. Y no creo que me conozca.
—Como quieras. Pero no me falles, por favor.
—Antes de una hora habré regresado.
Foster se dirigió antes que nada al hotel en donde
se hospedaba. Encontró a Gail sola, hojeando una vieja
revista francesa que alguien había olvidado.
—¿Y tu tío?
—Salió a poco de irte tú. Creí que se iba a acostar,
pero se fue a la calle. ¿Hay algo de interés?
—De mucho interés. Esta vez parece que no va a
ser en un Banco, sino en una sala de juego…
Barry hizo a Gail un resumen de lo que había sido
su conversación con Dolly Finlay.
—¿Has comprobado si Lady Honey está en el
Excelsior?
—No. He querido venir antes a avisarte de cómo
están las cosan. Y a decirte que te quiero.
—Eso suena a algo nuevo y muy viejo a la vez. A
algo esperado y presentido. ¿Por qué ahora?
—Ni yo mismo lo sé. Tal vez porque me voy a jugar
la piel y uno quiere asegurarse de que se la juega por
algo que vale la pena.
—¿Y si abandonamos? Tu vida y nuestro futuro
vale bastante más que ese dinero. ¿Qué son treinta y
cinco o cuarenta mil dólares?
—No se trata del dinero, sino de nuestro derecho a
la vida. Si nos sometemos, esa clase de indeseables se
adueñarían de todo.
—Sí, tienes razón. Pero ¿por qué nosotros?
—Alguien tiene que correr los riesgos. En esta
ocasión me ha tocado a mí.
—No te dejaré solo. Yo también te quiero…
—Lo esperaba y lo deseaba con todas mis fuerzas.
—Mi tío va a faltar en el momento decisivo. Y luego
querrá lo suyo.
Larry sonrió.
—Aunque no sea más que por perderlo de vista, se
lo daremos.
—Tienes razón… —dijo Gail, que prosiguió
diciendo a continuación:
—Yo me encargaré de Lady Honey. ¿Es eso lo que
deseas?
—Justamente. Si se la dejamos a Dolly, es capaz de
cualquier barbaridad.
—¿Dolly es atractiva? —preguntó Gail sin poder
evitar una punzadura de celos.
—Si fuese hombre tal vez tendría éxito entre las
mujeres. Como mujer no creo que vuelva loco a nadie
con sus encantos. Es una excelente amiga, leal y
valiente…
—Menos mal.
—¿Vas armada?
—Sí. ¿Llevo también el rifle?
Larry vaciló. Y dijo:
—Tal vez resultaría demasiado espectacular. Tú
manejas bien el "Colt".
—Mejor que lo manejaba, gracias a tus lecciones…
—Ten cuidado con Lady Honey. Ignoro si es
agresiva o no, y cuáles son sus armas si resulta una
violenta —bromeó Foster.
—Por lo que se sabe, sus armas son otras, y las
esgrime con los hombres —dijo Gail con gracia,
haciendo alusión a los encantos que la pelirroja Lady
Honey tan bien sabía emplear.
—De acuerdo. Vamos.
Foster tomó de la mano a Gail y ambos salieron del
hotel para pasar al Excelsior, el cual se alzaba a menos
de cien yardas de donde se hospedaban ellos.
Los dos jóvenes pasaron por el hall, en donde se
hallaba instalado el recepcionista, y se dirigieron a una
sala contigua en la que había algunas mesas con sillas,
para los clientes, y un mostrador en el cual se
despachaban café y licores.
Tuvieron suerte Gail y Larry. Lady Honey, inscrita
en el hotel como Sharon Turner, se hallaba en el
mostrador bebiendo champaña.
Estaba sola en aquel momento, aunque no tardó en
acercársele un joven caballero, elegante y pulcramente
vestido, al cual la pelirroja apenas si hizo caso.
A poco se acercó a Lady Honey un muchacho
mestizo, el cual lucía un uniforme de vivo color rojo y
galones dorados.
—¿Señorita Sharon Turner? —preguntó el mestizo.
—La misma.
—Ya lo tiene todo dispuesto.
—Voy enseguida.
Se alejó el muchacho y la supuesta Sharon Turner
apuró la copa.
Seguidamente se disculpó con el elegante joven.
Y marchó hacia el hall moviendo cadenciosamente
las caderas al andar.
Como era habitual en ella iba muy descotada,
atrayendo con ello la atención, tanto de los hombres
como de las mujeres, aunque algunas de las que se
hallaban en el hotel iban tan ligeras de ropa como ella
misma.
—Un ambiente fastuoso y descocado —comentó
Gail.
—Lo suyo les cuesta —respondió Larry.
Aunque sin precipitarse, dieron fin con rapidez a lo
que habían pedido.
Y salieron al hall cuando ya Lady Honey se
despedía del recepcionista.
El galoneado mestizo que la había avisado cargó
con la mayor parte del equipaje de ella que, por otra
parte, no era muy voluminoso.
La falsa Sharon Turner cargó únicamente con una
sombrerera y su bolso de mano, bastante grande en
aquella ocasión.
Gail se tomó del brazo de Larry, como si fuese su
esposa, Y con la mayor naturalidad salieron del
Excelsior, siguiendo a la pelirroja, que iba dejando tras
sí una estela de perfume.
—Ese perfume marea a cualquiera —comentó.
—Es una de sus armas.
La pelirroja y el mestizo giraron al llegar a la
primera esquina, penetrando en una calle de regular
anchura, pero mal iluminada a la cual daba un de las
fachadas laterales del hotel.
—Debe tener ahí el coche —comentó Gail.
—Seguro…
Cruzaron la bocacalle sin prisa alguna, como dos
enamorados ajenos a todo lo que les rodea.
Pudieron apreciar que junto al coche había un
hombre, el cual se apresuró a tomar lo que portaba el
muchacho.
La falsa Sharon Turner, que llevaba preparada una
moneda de oro en una de sus manos, la dio al mestizo.
Dio éste las gracias al darse cuenta de la cuantía de
la propina y echó a correr por si la dadivosa pelirroja
se arrepentía.
El mestizo estuvo a punto de tropezar con Gail y
con Larry. Se excusó y siguió corriendo.
El incidente dio ocasión a que los jóvenes se
detuviesen un momento a observar. Siguieron
andando y cuando estuvieron fuera del alcance de las
miradas de la pelirroja y el desconocido, dijo Larry:
—¿Lo has visto a él?
—Lo he visto. Me ha parecido Mat Murray.
—El mismo… Yo lo puedo decir por su parecido
con Max Stein…
—¿Qué hacemos? —preguntó Gail.
.—Me hubiese gustado que estuviese tu tío. Así te
habrías quedado con él vigilando los movimientos de
la pelirroja. No creo que el coche quede ahí.
—No te preocupes. Pasaremos a un lado y a otro.
Cuando sea necesario tú te vas a lo tuyo. No me
importa quedarme sola en la calle… Aunque alguien
me tome por una aventurera de esas.
—No me gustaría que se produjese un incidente…
—Cuidaré de evitarlo. Y ya sabes que cuando uno
no quiere, dos no chocan.
—Eres muy atractiva.
—A veces pienso que es una suerte, ¿no crees? —
preguntó Gail con graciosa coquetería.
—Estoy seguro de ello.
Iban a separarse, pero en aquel momento oyeron el
ruido que hacía el coche al iniciar la marcha.
—Ahí los tenemos —dijo Gail iniciando un
despegue.
—Quieta un momento. No deben pensar que
huimos.
—Pero…
—Abrázame fuerte…
—Si no hay otro remedio… ¿Ha de ser fuerte?
—Todo lo fuerte que puedas…
Foster había abrazado a la linda morena que a su
vez se había refugiado en los brazos del hombre,
pasando los suyos por los hombres de él.
Se besaron, primero, como queriendo dar la
sensación de que cumplían una obligación, luego,
apasionadamente.
Salió el coche a la calle principal. Iba la falsa Sharon
sola en él.
La pelirroja, al descubrir a la pareja estrechamente
abrazada, sonrió primero, carraspeó después y dijo
para sí:
—Las hay que tienen suerte. Porque ese fulano…
No terminó la frase, aunque silbó ligeramente a la
vez que ponía los ojos en blanco y movía la cabeza a un
lado y a otro.
Los dos jóvenes fingieron que se asustaban por
haber sido sorprendidos.
Había hecho girar la pelirroja el coche, el cual hizo
marchar en dirección a la casa de juego de Dolly.
Larry hizo seña de que, por el momento, podían
seguir juntos.
—¿Y luego? —preguntó Gail a media voz.
—Nos casaremos…
—No te preguntaba eso.
—Pienso que ella dejará el coche cerca de la sala de
juego. Si lo hace así, puedes entrar en la sala y
mantenerte en ella hasta que la pelirroja salga.
—¿La sigo?
—La sigues, hasta que se acerque al coche. Pero no
permitirás que se vaya.
—No se irá, te lo aseguro.
Tal como Larry había imaginado, Lady Honey hizo
entrar el coche en una calle semejante a aquélla en
donde había estado anteriormente junto al hotel.
Una vez en ella dejó el carruaje de forma que fuese
fácil salir con él a la calle principal que, a su vez, era la
vía para llegar al camino que debía seguir.
Trabó la pelirroja una de las ruedas del vehículo,
para evitar que el caballo lo pudiese arrastrar con
facilidad.
Y se aseguró luego de que había un hombre que
vigilaría el vehículo hasta tanto ella volviese.
Era uno de los de la banda, el cual se mantendría
allí hasta el momento de dar el golpe. Tanto Gail como
Larry se dieron cuenta de la presencia del salteador en
la calle, refugiado en el quicio de una puerta.
—Es una complicación, ¿no crees? —preguntó la
linda morena.
—Sí, es una complicación… Naturalmente, depende
del plan que ellos hayan formado.
—¿Me das libertad para resolver por mi cuenta en
el momento decisivo? —preguntó Gail.
—Si me prometes ser prudente, sí. Es preferible
que la pelirroja pueda escapar a que tú corras el
menor riesgo.
—No te preocupes.
—A ella la podremos alcanzar siempre…
—Seguro que la alcanzaremos. Aunque tenga que
hacer saltar parte de una rueda de un par de balazos.
Será lo que haré si no encuentro otra solución mejor.
Ambos jóvenes entraron en la sala antes de que lo
hiciera Lady Honey.
Capítulo IX

DOLLY Finlay respiró con expresión de alivio


cuando vio entrar a Larry en la sala.
Una mirada del joven le hizo comprender que no
debía acercarse a hablar con él.
Gail, del brazo de Larry, caminó con él hacia el
mostrador.
Detrás de la joven pareja, a un minuto escaso, entró
Lady Honey contoneándose graciosamente, llamando
la atención, haciendo que los hombres se apartaran
para dejarla pasar.
Dolly habría salido a su encuentro para
abofetearla.
Sin embargo, realizando un esfuerzo, fue capaz de
sonreír, acercándose a ella para decirle:
—Los caballeros la esperan, señorita Turner.
—Los caballeros son inaguantables. Podían haber
comenzado perfectamente sin mí. —Parece que el
juego, sin usted, no ofrece el mismo aliciente.
—Pues no. Hay que comprenderlo, aunque sea
inmodestia…
Rió de forma que Dolly, mentalmente, calificó de
estúpida. Y aumentó su contoneo al dirigirse a la mesa,
en torno a la cual los hombres, al divisarla, se habían
puesto en pie.
—¿Qué sucede que no han comenzado ya? —
preguntó cuándo se hubo reunido con los jugadores.
—¿Sin usted? ¡Imposible! Falta la inspiración —
dijo un poderoso hacendado cuya edad estaba muy
próxima a los sesenta.
Los demás jugadores mostraron su aprobación.
—Está bien. Ya estoy aquí. ¿A qué aguardan?
La pelirroja, con gesto de elegante negligencia,
depositó un par de miles de dólares sobre el tapete
verde.
—Aprovechen, porque esta noche es la última. En
verdad, no debiera haber venido.
—¿Quiere decir que nos va a privar del placer de
su presencia?
—Deber obliga. Están escandalizados con mi
tardanza. Imaginen que no se puede repartir la
herencia sin mi presencia. Y para mí son
aproximadamente sesenta mil dólares…
—Los daría a gusto porque se quedase entre
nosotros —dijo el hacendado.
—Menos hablar y jueguen. Pero jueguen fuerte,
como si fueran los últimos momentos de nuestra vida.
Antes de sentarse realizó un sensacional
movimiento de busto.
—Da un poco de risa ver la mesa vacía, ¿no creen?
Comenzó a salir el oro acuñado y los billetes, los
cuales formaron respetables montones en la mesa.
Y se inició inmediatamente la partida,
precisamente con un fuerte ataque de la pelirroja que
se llevó cerca de mil dólares.
—Abran los ojos y los bolsillos, caballeros, porque
vengo dispuesta a dejarles sin camisa. O a que me
desnuden —recalcó con picardía.
Se produjo una especie de relincho colectivo.
Y ella prosiguió, acentuando su picara expresión:
—Se debe entender una y otra cosa en sentido
figurado. Por ejemplo, usted, sin camisa, con su
gordura, estaría horroroso.
La ocurrencia fue celebrada con grandes irisas.
El aludido, fuerte criador de ganado lanar y de
cerda, del primero de los cuales contaba con más de
cincuenta mil cabezas, no se sintió molesto.
Y comenzó a decir, brillándole mucho los ojos:
—En cambio usted, des…
Ella interrumpió rápidamente, diciendo con
vivacidad:
—Por favor, no continúe porque se ruborizarán
hasta los naipes.
A la vez que hablaba le puso una de sus
perfumadas manos en la boca.
El hombre tomó la mano, la besó y depositó en ella
a continuación un valioso solitario que se quitó de uno
de sus dedos.
La pelirroja, animada con el regalo, siguiendo
adelante sus designios, volvió a apretar y volvió a
ganar más de lo que había ganado en su primera
entrada en juego.
Luego lamentó:
—Una vez que tengo suerte andan ustedes con
miserias…
—Usted ha apretado lo que ha querido —
respondió otro—. Los naipes que llegan a mis manos
son para pasar…
—Ahora los tiene mejores —dijo la pelirroja, que
daba en aquella ocasión.
Se animó el juego. Y ganó precisamente el que se
había lamentado momentos antes de su mala suerte.
Salió más dinero a la mesa.
Y como si en las mesas contiguas se contagiasen de
lo que estaba sucediendo en aquélla, comenzó a
jugarse fuerte, como Dolly no había visto en bastantes
meses.
Lamentó la dueña del As de Trébol no tener en su
casa de vez en cuando, un "gancho" como Lady Honey.
Llevaban más de una hora de juego cuando la
pelirroja, discretamente, retiró de la mesa y guardó en
el bolso lo que había ganado, que rebasaba los cuatro
mil dólares. Dejando sobre el tapete los dos mil
dólares iniciales.
Se puso en pie, excusándose:
—Un momento, caballeros. Vuelvo enseguida.
Pueden descansar, recapaciten y anímense. La cosa lo
vale, ¿no?
Volvió a encandilar a los hombres con un
sensacional movimiento de busto muy semejante al
anterior.
Luego dijo:
—Que traigan un par de botellas de champaña.
Seré yo quien invite en esta ocasión… Pero
resérvenme una copa para brindar a mi regreso.
Dejó dos águilas de oro sobre la mesa a la vez que
decía:
—Para el champaña. Más tarde puede invitar el
que quiera, de ustedes, pero en esta ocasión corre de
mi cargo.
Se apresuró la vigilante Dolly a dar la orden para
que sirvieran el champaña.
Ante la supuesta generosidad de la pelirroja, los
hombres situaron más dinero sobre el tapete verde.
Y no se fijó ninguno en que, si bien ella dejaba
sobre el tapete los dos mil dólares iniciales, se llevaba
las ganancias en el bolso.
Dolly comprendió que llegaba el momento crucial,
tal como Larry había pensado.
Se volvió y descubrió al joven, el cual se había
situado magníficamente para tener ventaja sobre los
asaltantes.
Y también para que Lady Honey no le descubriese
en el momento en que ella, al salir, debía pasar cerca,
muy cerca de él.
A Dolly, que aunque más pendiente de la
importante partida, había estado en todo lo que
sucedía en la sala, le extrañó ver a Larry solo, sin su
linda acompañante.
Salió Dolly entonces siguiendo los pasos de la
pelirroja, la cual, en lugar de dirigirse al tocador de
señoras, como era de presumir, una vez fuera de la
sala principal, que era la interior, se dirigió hacia la
calle, atravesando la especie de café que servía de
antesala al lugar en donde estaban instalados los
juegos.
Al llegar Dolly a la puerta que separaba ambos
lugares, descubrió nuevamente a la linda acompañante
de Larry.
Gail, pendiente aunque sin parecerlo, de la puerta,
tan pronto vio aparecer a Lady Honey dejó el lugar que
había ocupado hasta el momento a uno de los
extremos del mostrador.
Y se dispuso a seguir a la pelirroja.
Entendió Dolly enseguida el papel que se había
asignado la atractiva acompañante de Foster y se
despreocupó de la pelirroja, segura de que no podría
escapar.
Algo que deseaba con toda su alma.
Volvió Dolly atrás, para asegurarse de que los tres
hombres que tenía a sueldo estaban dispuestos para
ayudar a Larry en su acción contra los salteadores.
Recibió la sensación de que uno de ellos vacilaba,
no parecía muy seguro de sí.
Sin embargo, no le dijo nada.
Se acercó en cambio a donde estaba Larry, al cual
dijo señalando al hombre:
—No me gusta la actitud de aquél. Se diría que
tiene miedo.
—Puede que lo tenga… ¿Y la pelirroja? No habrá
ido al tocador.
—No. Todo lo que ha hecho aquí ha sido echar una
Cortina de humo. Se ha dirigido a la calle.
Tras dar la noticia subrayó:
—Pero tu amiga se ha ido tras ella. Muy linda tu
amiga.
—Y muy valiente. A ella le han robado treinta mil
dólares…
—Ella es diferente a todas éstas, ¿verdad?
—Sí.
—Te vas a casar con ella.
—A poco que quiera…
—Querrá.
En tanto Gail, había salido a la calle siguiendo
discretamente a la pelirroja, la cual marchó con cierto
apresuramiento hacia el lugar en donde había dejado
el coche.
Estaba vigilando el salteador, situado en el mismo
punto en donde estaba ya antes.
No necesitaron cambiar palabra alguna para
entenderse.
Y el hombre salió del sitio en que había estado
vigilando, desplazándose rápidamente hacia el lugar
en donde le aguardaban sus compinches.
La pelirroja, tranquilamente, libró la rueda del
coche de la cadena que la había estado sujetando, y
subió al mismo.
No se había dado cuenta de la presencia de Gail, la
cual se había movido ágil y sigilosamente a sus
espaldas.
Cuando la falsa Sharon Turner se dio cuenta de la
presencia de Gail, fue cuando sintió que el vehículo se
movía ligeramente al peso de la atractiva morena.
Pero ya Gail le había apoyado la boca de fuego de
su "Colt" en un costado.
—Tenga cuidado con lo que hace, Lady Honey, o la
mataré…
—Usted se ha equivocado… Me llamo…
—Sé cómo se llama aquí: Sharon Turner. En
Wichita Falls se llamó Anne Scott y en Tyler, Carrie
Stevens. Conozco bien la historia.
—¿Policía? —preguntó asombrada la pelirroja.
—Haga caminar el carruaje, sin demasiada prisa,
pero sin entretenerse, hacia la oficina del sheriff.
—No lo haré…
Un golpe rápido, inesperado, aplicado con el cañón
del "Colt" a la cara de la pelirroja, convenció a ésta de
que debía obedecer.
—Lo hará. En marcha, tal como lo he dicho.
—Le daré más de cuatro mil dólares, y todo lo que
llevo encima… —comenzó a ofrecer la falsa Sharon
Turner.
—Guárdeselo todo hasta que hayamos llegado a
presencia del sheriff. Será él quien se haga cargo de
todo. ¡Vivo, en marcha! No intente entretenerme aquí
hasta que lleguen sus compinches.
Se dio cuenta Lady Honey de que su vida pendía de
un cabello.
Y obedeció, dirigiendo el carruaje en el sentido que
Gail le había indicado, hasta detenerlo a la puerta de la
oficina del sheriff.
—Vamos, baje. Y tenga cuidado. Lleve consigo su
bolso…
La pelirroja no tuvo más remedio que obedecer.
Una vez ante el sorprendido representante de la
ley, dijo Gail:
—Los compinches de esta fulana me robaron
treinta mil dólares en Tyler. Son los mismos que
asaltaron el Banco en Wichita Falls hace unos días. Y
hoy se han preparado para asaltar la sala de juego de
Dolly Finley.
Capítulo X

DOLLY Finley reconoció inmediatamente a Billy


O'Connor, a pesar de que éste, en el momento en que
asomaba a la sala hacía subir un pañuelo de los que
usaba para el cuello, hasta que le cubrió el rostro
ligeramente por debajo de los ojos.
El hombre llevaba el sombrero encasquetado casi
hasta las cejas y subido el cuello de una especie de
cazadora que vestía, evitando así que se le viese nada
de su roja cabellera.
Detrás de él, con un "Colt" en cada mano, entró Mat
Murray, el cual había cubierto asimismo su rostro.
Y con pasmosa rapidez, como quienes se saben
bien la lección, entraron tres hombres más que se
situaron de forma que podían dominar a todos los que
se hallaban en la sala, contando con la sorpresa que su
presencia debía causar entre los jugadores.
Los dos vigilantes más efectivos de que disponía
Dolly se dispusieron a hacer frente a los salteadores.
Pero intervino de manera sorpresiva el otro
vigilante, el que por su actitud poco clara había
llamado la atención de la dueña de la sala de juego.
El individuo, que se había situado
convenientemente para sus fines, atrapó a Dolly,
aforrándola con un brazo mientras encañonaba con un
"Colt" a sus dos compañeros.
Y gritó:
—¡Vosotros quietos o la mato a ella!
—¡Matad a este perro! —gritó Dolly a pesar de la
amenaza que pesaba sobre ella.
O'Connor, en tanto, dominando con su vozarrón los
ruidos de la sala, gritó:
—Si se están quietos no sucederá nada. Pero como
se mueva alguien…
Foster había intuido el momento en que se iba a
producir el ataque y abandonó el lugar en donde había
estado.
Y Larry golpeó fuertemente con uno de sus "Colt",
derribándolo fuera de combate sin que, en el ruido que
se había producido en la sala, se percibiese el golpe ni
la caída del salteador.
Un nuevo giro colocó a Foster en buena situación
para hacer lo que Dolly había ordenado a pesar de que
el traidor vigilante se escudaba con ella.
La dueña del salón intuyó la acción de Larry y
cerró los ojos a la vez que se inclinaba ligeramente
todo lo que el brazo de su aprehensor le permitía.
Sintió la mujer el silbar de la bala cerca de su
cabeza, simultáneo casi con el estampido del disparo.
Y comprobó que la presión del brazo cedía
inmediatamente mientras la cálida sangre del traidor
la salpicaba.
El traidor vigilante, con la cabeza destrozada, cayó
sin exhalar un gemido.
O'Connor giró rápido al oír al disparo, dispuesto a
tirar contra quien fuese.
Al grito de Dolly pidiendo que matasen al traidor
vigilante, los jugadores y mirones, presos en su
mayoría de pánico, se arrojaron al suelo, produciendo
no poco tumulto.
Y tal movimiento, casi total, dejó en descubierto a
los salteadores y a los hombres que estaban
dispuestos a luchar contra ellos.
Larry no se había detenido a comprobar los efectos
del disparo que había hecho contra el traidor vigilante.
Y giró contra O'Connor, considerándolo como el
más peligroso de los salteadores.
Se adelantó a tirar el joven cuando el bandido no
había tenido ocasión de descubrirlo aún.
El plomo, bien dirigido, hirió a O'Connor en el
antebrazo derecho, haciéndole soltar el "Colt".
Inició un movimiento para desenfundar su otra
arma y un nuevo disparo se la arrancó de la mano
cuando la estaba sacando, produciéndole una nueva
herida a la vez que le dejaba totalmente inerme.
Silbó el plomo en varias direcciones.
Cayó herido uno de los vigilantes y lo propio
sucedió con otro de los salteadores, el cual gimió a la
vez que se doblaba hacia adelante y dejaba escapar el
arma.
Mat Murray, poco preparado para lances de aquel
tipo, sintió que los "Colt" le saltaban de las manos
cuando se disponía a hacer fuego.
Lo habían conseguido dos impecables tiros de
Foster que le produjeron sendas heridas.
Y el joven se hubo de arrojar al suelo
inmediatamente para evitar ser alcanzado por las
balas que le dedicó el único salteador que quedaba en
pie y armado.
O'Connor, que en aquella ocasión había
incorporado a su banda a dos hombres más, se dirigió
a los que habían quedado cerca de la puerta para
proteger la retirada de los salteadores.
—¡Cubridnos! ¡Y tirad a matar contra quien sea!
Mat Murray gritó a su vez, a tiempo que corría en
busca de la salida:
—¡Matad a esa serpiente!
Dolly se había echado al suelo para evitar que
pudiese tropezar le algunos de los abejorros de plomo
que zumbaban por la sala.
Larry, desde el suelo, tiró contra el salteador que
había tratado de eliminarlo y pudo colocarle un balazo
en la cabeza, lanzándolo aparatosamente contra Mat
Murray, que había salido disparado en dirección a la
salida.
Cayó Mat con el hombre, y el accidente le salvó de
un balazo que le había dirigido Larry, dispuesto, no a
matarlo, pero sí a evitar que pudiese huir.
Los dos salteadores que se hallaban en la puerta y
que dominaban la sala, se dispusieron a obedecer
fríamente la orden de O'Connor, comenzando por
barrer a Larry.
Y éste hubo de saltar nuevamente para esquivar
los balazos que le dirigieron.
Experimentó el valeroso joven el roce de uno de los
proyectiles, que dio la sensación de que le quemaba.
El otro vigilante había sido herido también, aunque
de escasa gravedad; y se había dejado caer tratando de
evitar así mismo los plomos que se cruzaban entre
Larry y los salteadores.
Tiró el joven de nuevo, sin preocuparle hacer
blanco o no, tratando de estorbar la acción de los
granujas, de obligarles a retirarse.
Mat Murray, tras su caída, se libró del hombre que
había caído sobre él y se desplazó a gatas, a mayor
velocidad de la que se podía imaginar pensando que,
aunque levemente, había sido herido en una mano y
un brazo.
O'Connor, furioso, enloquecido casi por el fracaso,
saltó, llegando hasta la puerta para situarse bajo la
protección de los dos granujas que hacían fuego.
Un balazo de Larry alcanzó al salteador en un
hombro, obligándole a dar una aparatosa voltereta.
Cayó O'Connor al suelo, pero su calda lo hizo salir
del radio de acción de los proyectiles que disparaba
Foster.
Este hubo de saltar nuevamente para llegar al
abrigo de una columna.
Había agotado la carga de sus dos armas y hubo de
recargar una rápidamente, dando ocasión tal pausa a
que Mat Murray llegase también hasta la puerta.
Los dos salteadores batieron con su fuego la
columna que servía de momentáneo refugio a Foster,
al cual de momento impedían todo movimiento.
Mat Murray, una vez se consideró a salvo de los
disparos del joven, gritó dirigiéndose a los dos
salteadores:
—¡Mil dólares si matáis a ese perro!
Larry Foster, a su vez, gritó:
—¡No te he matado porque quiero verte ahorcado,
Mat Murray! ¡Pagarás caro el asesinato de Max Stein!
Murray se sobresaltó al escuchar la amenaza, al
saber que su identidad era conocida, que no había
podido engañar a sus posibles perseguidores.
Foster aprovechó el momento en que uno de los
salteadores había agotado la carga de su arma y asomó
ligeramente por un lado, sorprendiendo al otro
individuo que se daba prisa en tirar para evitar que
pudiese reaccionar.
El individuo sintió el choque del plomo en uno de
sus hombros y retrocedió obligado por la
contundencia del impacto.
Dejó escapar el arma que, por otra parte, estaba
descargada ya.
Asustado por el accidente, miró a O'Connor y a
Murray.
El primero de ellos, con gran sentido práctico,
ordenó:
—¡Vamos, a los caballos! ¡Hay que salir de aquí
como sea!
El herido desenfundó su otro "Colt" y se dispuso a
retirarse matando al que se interfiriera en su huida.
Gritó:
—¡Vamos! Yo les abro camino.
O'Connor gritó al otro que se mantenía ileso y que
terminaba de recargar su arma:
—¡Cubre nuestra retirada!
Se producía toda la acción a vertiginosa velocidad,
anulando para toda reacción a los que no estaban
habituados a semejante clase de luchas y que, además,
habían sido sorprendidos por la presencia de los
salteadores.
Tiró el salteador obedeciendo la orden de
O'Connor, tratando de inmovilizar a Foster, el único
hombre que ofrecía peligro, que habría sido capaz de
cortar la huida.
Contrarrestó Foster con sus disparos la acción del
salteador, que experimentó en dos ocasiones seguidas
el roce de las balas.
Foster experimentó asimismo otro roce de bala
que lo aturdió momentáneamente, cosa de segundos,
pero que fue lo suficiente para dar ocasión a que los
otros se retirasen con apresuramiento.
A pesar de ello gritó:
—¡También te haré ahorcar a ti, Billy O'Connor!
¡No te he matado por eso, granuja!
¡Sentirás en tu garganta el apretón de la cuerda! No
saldrás tan bien librado como en la anterior ocasión…
Escuchó O'Connor perfectamente la amenaza de
Foster y se sobresaltó al saber que también él había
sido identificado.
De haber tenido la mínima posibilidad, habría
vuelto atrás para tirar contra el joven aún a riesgo de
perder su vida, tal fue la rabia y el miedo que llegó a
dominarle, ira y miedo que se unían a la desesperación
del espantoso fracaso.
Sin dejar de huir pensó qué tal vez Lady Honey
había sido indiscreta o les había traicionado.
De otra forma no se podía explicar el descalabro.
Porque no cabía duda de que el hombre que les
había destrozado el ataque, les esperaba.
Le recomía la ira al pensar que había sido un solo
hombre el que les había vencido.
Todas las ideas desfilaban con sorprendente
rapidez por su cerebro, recibiendo la sensación de que
pasaban envueltas en una nube de sangre que podía
terminar por derrotarle totalmente.
El salteador que había abierto camino para la
huida, había logrado montar a caballo a pesar de la
herida.
Mat Murray estuvo a punto de caer cuando ya tenía
un pie en el estribo del suyo y se salvó del accidente
gracias al otro forajido que lo aferró y lo ayudó a
situarse en la silla.
O'Connor, excepcionalmente fuerte, fue capaz de
subir a su montura sin ayuda alguna, a pesar de las
heridas.
Montó también el único forajido que había
resultado ileso.
Este barbotó:
—No he podido cazar a ese fulano. Se escurría
como una anguila. Y tiraba como un diablo.
—Justo, como un diablo… Aunque nosotros no
estamos mancos… —dijo el herido.
—Olvidadlo, por ahora —señaló O'Connor.
Fue el primero en lanzar a galope su caballo para
buscar una rápida salida antes de que se pudiese
organizar la persecución.
Antes de perder de vista el As de Trébol, por cuya
parte posterior pasaron al galope de sus caballos, alzó
el puño con aire amenazador.
—¡Volveremos! —gritó.
—¿Confías mucho en Lady Honey? —preguntó Mat
Murray.
—Hasta ahora no ha fallado… Yo también he
pensado… Pero no, ella no nos ha podido traicionar.
—¿Quién era ese individuo?
—No estoy seguro. Apenas si lo he podido ver
bien… Tal vez aquél que te confundió con Max Stein…
Mat Murray, tras un lapso de silencio, dijo:
—Sí, seguramente es él.
—¿Cómo puede saber que tú…?
—SI iba hacia Tyler cuando nos encontró.
—No tuvimos suerte, no, señor…
—Nos dejamos ver cuando estábamos aún
demasiado cerca.
—Ha sido la mala suerte. ¿Qué tiene que ver ese
individuo en todo esto? ¿Por qué nos ha perseguido
después…?
—Cualquiera lo sabe —dijo Mat Murray.
—¿No será alguno de los herederos…?
—No. Los conozco a todos.
—Hay que matarlo.
—Sí, hay que matarlo.
Guardaron silencio. Comenzaron a pensar que
tanto uno como otro habían dicho una tontería. No
tenían ni idea de quién era el temible enemigo que
tanto les aborrecía, que tan dura y certeramente les
había atacado.
Capítulo XI

LARRY salió de detrás de la columna tan pronto se


dio cuenta de que los salteadores emprendían la huida.
Y tuvo que volver atrás rápidamente para esquivar
los pildorazos de plomo que le dedicó el hombre al
cual había derribado de un golpe, y que había vuelto
en sí.
Una de las balas le rozó, y la otra se estrelló en la
columna que ya anteriormente había servido de
refugio a Foster.
Este replicó rápidamente, recetando al salteador
una píldora de plomo que le hizo saltar de la mano el
"Colt" que con tan escasa fortuna había desenfundado.
El joven abandonó su refugio, encañonando al
salteador, al cual amenazó:
—Un solo movimiento y te clavo la cabeza con dos
plomos.
Se desplazó Larry, sin prisa ya, llegando hasta el
forajido, al cual ordenó colocarse de cara a la pared,
con las piernas en compás muy abierto y las manos
apoyadas en aquéllas.
Lo terminó de desarmar.
Y aprovechó luego el cinturón del indeseable para
atarle las manos a la espalda.
—Va a ser mejor que te estés quieto —ordenó
finalmente.
Terminada la lucha, Dolly, pálida por el susto
sufrido, se puso en pie y escupió sobre el cuerpo del
traidor vigilante que había pagado con la vida su
traición.
—Gracias, Foster. Lo que has hecho no tiene precio
—dijo, acercándose al joven.
—Eso creo, no tiene precio. Y por lo mismo, no te
va a costar nada —replicó el joven de buen humor.
—No he pensado en eso, Larry. Yo…
—Sé que eres generosa, Dolly. Y por lo mismo no te
va a costar nada. Si fueses tacaña, te pondría un precio
de acuerdo con tu tacañería…
—Yo…
—Invita a la gente y así me consideraré pagado.
Que se les pase el susto —señaló Larry de buen humor.
—Pensaba invitarles… Pero tú has arriesgado
mucho y…
—Me divierte vivir peligrosamente. Fíjate si amo el
peligro que hasta estoy dispuesto a casarme.
—¿Esa linda morena que te acompañaba?
—La misma.
—Ella arriesga tanto como tú.
—Ya se lo he avisado. Pero también ella es valiente.
—No la he visto desde que se dispuso a salir detrás
de Lady Honey.
—No tardará en volver… Pero veamos eso.
Habían acudido varios empleados de la casa a
recibir órdenes de Dolly.
—Curad a esos dos —ordenó la dueña de la sala
refiriéndose a los dos vigilantes que habían resultado
heridos, aunque ninguno de ellos de gravedad.
—¿Es que no hay un matasanos en este endiablado
pueblo? —preguntó Larry.
—A estas horas no se puede contar con él. Es
seguro que estará embriagado —respondió Dolly.
—Es el estado perfecto de estos "matasanos". A no
ser por el whisky, ellos estarían en otros lugares más
importantes…
—Tienes razón.
—Que lleven también a ese salteador. Está grave y
no creo que pueda revolverse contra ellos. De todas
formas…
Antes de entregarlo para que lo llevasen al médico,
Larry cacheó concienzudamente al herido.
—Pueden llevárselo.
Se aseguró el joven a continuación de que el otro
forajido estaba muerto.
—Ha sido una hermosa pelea, sí, señor…
—Has tenido que hacerlo tú casi todo —dijo Dolly
a media voz, mirando despectivamente a sus dos
vigilantes, que se retiraban para ir a casa del médico.
—Son profesionales, Dolly. Y sobre todo uno de
ellos ayudó bien. El otro tuvo mala suerte.
Los jugadores y mirones comenzaban a reaccionar
ya, tras haber recogido cada cual su dinero y haberse
asegurado que no sufrían herida alguna.
Dos de los jugadores se fijaron entonces en el
salteador que permanecía en la sala desarmado y
maniatado por Foster.
Y uno de ellos preguntó:
—¿Ese fulano no es uno de los salteadores?
—Eso mismo estaba pensando yo.
El que había hecho— el descubrimiento dijo
dirigiéndose a otros que le prestaban atención:
—¿Y a qué esperamos? ¡Hay que lincharlo!
—¡Has? que lincharlo! ¡Y para luego es tarde! —
exclamó otro.
Se pusieron ocho o diez hombres en movimiento
encaminándose al lugar en donde se hallaba el
forajido.
Foster se excusó un momento con Dolly y se
apresuró a interponerse entre el preso y los que
intentaban lincharlo.
El joven, cuya resuelta actitud no podía dejar lugar
a dudas, preguntó con fría agresividad:
—¿Quién habla de linchamiento?
El que había propuesto la violenta acción contra el
salteador respondió, aunque con bastante menos
ímpetu del empleado anteriormente:
—Es un salteador…
—Sé bien que es un salteador. Me di cuenta apenas
aparecieron y les di enseguida lo que correspondía
darles.
Lo dijo Larry en tonillo que resultaba irónico y que
por lo mismo hacía destacar más la falta de valor que
habían demostrado tanto jugadores como mirones.
—Pero es que… —comenzó a decir otro hombre.
—Nadie le tocará un pelo de la ropa. El será
entregado al sheriff. Y el sheriff hará lo que
corresponda…
Intervino otro de los jugadores, para decir:
—Le agradecemos mucho lo que ha hecho,
forastero; pero en Lubbock arreglamos las cosas a
nuestra manera…
—¿Sí? ¿Y por qué no se han enfrentado con los
salteadores en lugar de esconderse debajo de las
mesas?
Jugadores y mirones se miraron entre sí
comenzando a sentir vergüenza por su conducta.
Y Dolly se apresuró a intervenir, dispuesta a
suavizar la tensa situación.
—Amigos —dijo—, hagan caso al forastero.
Vuelvan a sus mesas y a su juego. La casa les invita a
beber lo que deseen… Y aquí no ha pasado nada…
Señaló una corta pausa al darse cuenta de que
algunos mostraban descontento en sus gestos, y
prosiguió:
—El sheriff ha sido avisado ya, y no puede tardar.
Por otra parte, en Lubbock no podemos dar un mal
ejemplo como significaría linchar a un hombre.
—No dejaría de ser un asesinato. Y ustedes no
deben perder la dignidad —prosiguió diciendo Foster
en un tono en que no se podía decir si hablaba en
serio.
—Justo, no deben perder su dignidad —concluyó
Dolly.
La dueña de la sala dio orden a sus empleados para
que sirviesen de beber por cuenta de la casa.
Comprendieron todos que para linchar al forajido
habrían de enfrentarse primero con el duro forastero y
cedieron en su actitud para ir a repartirse en las mesas
de juego, ocupando cada cual el lugar que tenía en el
momento de ser sorprendidos por los salteadores.
Se produjo entonces un poco de barullo a la
entrada de la sala, e instantes después entraba el
sheriff acompañado por uno de sus ayudantes y tres
hombres más, armados todos ellos.
Con el sheriff llegaba también Gail Turner, la cual
estrechó alegremente las manos que le tendió Larry.
—¿Cómo fue todo? —preguntó el hombre
adelantándose a las preguntas que se disponía a hacer
Gail.
—Ella está encerrada. Ha querido liarnos, ha
tratado de hacer creer que yo había intentado hacerle
chantaje.
—¿Y el sheriff…?
—En algún momento ha vacilado, no vayas a creer.
Menos mal que comenzaron les disparos y
comprendieron quién tenía razón.
El de la estrella, por su parte, que parecía un tanto
avergonzado, dijo dirigiéndose a Dolly:
—Parece que hemos llegado tarde.
—Sí. Afortunadamente está ya resuelto todo.
Bueno, ahí tienes a uno de los salteadores. Otro está
ahora en manos del matasanos. Y ese otro que está ahí
muerto…
Se fijó el sheriff en el otro muerto y dijo:
—Ese es uno de los tuyos, ¿no?
—No me hables de ese sucio traidor. Se había
puesto de acuerdo con los salteadores…
—¿Cómo es posible…?
—Todos lo han visto. Estoy viva de milagro, gracias
al forastero…
—Debías haber avisado.
—Solamente teníamos sospechas de lo que podía
suceder.
Gail intervino para decir al de la estrella:
—Le he llevado yo a una mujer bastante conocida
como es esa pelirroja y usted se resistía a creerme.
—Perdone, señorita Turner —se apresuró a decir
el de la estrella—. Ella es conocida, tiene amigos…
—No dudo de que es conocida. Yo diría que
archiconocida, y por nada bueno —acusó Gail.
—De todas maneras, aquí tiene amigos influyentes;
y no podía arriesgarme a dar un mal paso.
Foster cortó para decir al de la estrella:
—¿Le interesa tener una posibilidad para arrestar
a los salteadores? Me refiero a los jefes.
—Eso, ni se duda.
—Entonces debemos damos prisa. Son los mismos
que asaltaron el Banco en Wichita Falls. Robaron
también el de Tyler. Y los trabajos de Wichita y el de
esta sala de juego los preparó su influyente pelirroja.
—Comprendo que ha sido así… Aunque ella lo
niega, naturalmente.
—No había pensado que ella aceptaría ser una
pieza básica en la bando de Billy Marshall, como se
hace llamar ahora. Aunque él es Billy O'Connor.
—¿Cómo lo sabe?
—He procurado enterarme. Y también de que Lady
Honey es su amiga. ¿Han registrado el coche de ella?
—preguntó el joven.
—No ha habido tiempo —señaló Gail.
—Hay que hacerlo rápidamente antes de salir en
persecución de esos indeseables. Aunque no pienso
que ella lleve ahí lo que reste de los botines logrados.
Viendo Dolly que los dos jóvenes estaban
dispuestos a marcharse en persecución de los
salteadores, les preguntó:
—¿Volverán por aquí?
—No sabemos lo que podremos hacer. Depende de
la suerte que tengamos.
—Como sea, me gustaría saber que se casan,
cuándo y en dónde. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
Se despidieron con un fuerte apretón de manos.
Capítulo XII

EL sheriff trabajó rápidamente haciendo retirar los


dos cadáveres de la sala, dejando ésta expedita para
que pudiese seguir la diversión y los jugadores
olvidasen cuanto antes lo sucedido.
Gail y Larry fueron en tanto al hotel a prepararse
para la expedición que debían iniciar inmediatamente.
Buscaron al tío de Gail vanamente; y cuando fueron
a su habitación pudieron apreciar que él se había
llevado sus cosas, marchándose del hotel sin
despedirse.
Pasaron seguidamente a la cuadra en donde
guardaban los caballos.
Stanley Brady se había llevado el suyo.
—¿Por qué habrá hecho eso? Primero aseguraba
que no estaba dispuesto a dejamos y ahora…
—Tu tío no es hombre de criterio firme… Y por
otra parte, está dominado por una obsesión…
—Cobrar su parte de la herencia…
—No. Él es de los que piensan quedarse con todo.
—¡Eso es absurdo! Ha demostrado hasta la
saciedad que no es capaz de enfrentarse con hombres
como O'Connor, Mat Murray…
—El no piensa enfrentarse con O'Connor ni con
Murray. Por el contrario, cuidará de esquivarlos.
—¿Entonces…?
—El cree firmemente que el botín va en el carro,
junto con la conducción de ganado. Y es posible que no
se equivoque.
—Allí van cinco cow-boys, un carretero y un
muchacho que ayuda al carretero. No se va a enfrentar
con ellos.
—No pienso que trate de enfrentarse por medio de
la violencia, tal como tú y yo lo concebimos…
—¿Entonces?
—Intentará hacer jugar su astucia para engañarles
y llevarse el botín al primer descuido.
—Fracasará.
—Eso lo sabemos tú y yo; pero él se considera un
ser superior.
—Es cierto.
—Caso de fracasar su astucia, intentará ponerse de
acuerdo con esa gente para repartirse el botín.
—¿Y crees que ellos lo repartirían con él, con un
desconocido? Eso, en el caso de que estén dispuestos a
traicionar a su jefe.
—Creo que no lo repartirán con él en ningún caso.
Pero él confía en sí mismo… Tal vez haya logrado
reunirse con algún otro de los herederos —apuntó el
joven.
—Es cierto. Como sea, se ha comportado
suciamente.
—Se ha comportado suciamente desde el momento
en que te propuso marchar juntos en busca de lo
robado. Él pensaba deslumbrarte, conseguirte a ti y
apoderarse fie todo. Que luego habría compartido o no
contigo, según las circunstancias.
—Sí, temo que puede ser así.
Los dos jóvenes se reunieron con el sheriff cuando
éste había dispuesto todo para poder permitirse una
ausencia de tres o cuatro días.
En presencia de la pelirroja Lady Honey se hizo un
registro minucioso del coche de ella, registro que
dirigieron Foster y el propio sheriff.
A pesar de las negativas de la pelirroja, en sendos
depósitos secretos fueron encontrados cuatro y seis
mil dólares respectivamente.
Llevaba ella además algunas joyas, pero que según
aseguró, no tenían nada que ver con la herencia que
había dejado Ken Turner.
—No necesito de ningún Turner para tener joyas…
—Sí, ya sabemos que eres bastante hábil para
lograr dinero, no muy limpiamente por cierto; pero lo
cogieron Foster y el propio sheriff.
—Cuidado con lo que dices, Landon. Podría
costarte caro. Tengo amigos y tú lo sabes.
—Me río de ti y de tus amigos. Cuando ellos sepan
lo que ha sucedido y cuál ha sido tu sucio papel en lo
de Tyler, lo de Wichita Falls y lo de esta noche, se
apresurarán a declarar que no quieren saber nada de
ti y que apenas te conocen.
La pelirroja se contoneó y preguntó con maliciosa
coquetería:
—¿Tú crees?
—Estoy seguro de ello. Por ahí las hay tan
hermosas como tú, más jóvenes y menos peligrosas —
se apresuró a decir el de la estrella.
El hombre dijo a continuación:
—Dejaremos depositado todo esto en casa del juez.
Quedará confiscado y cuando se juzgue a esta fulana
ya se resolverá lo que se debe hacer con todo.
—¡No tienes derecho…! —comenzó a gritar la
pelirroja.
—Cierra el pico, muchacha. Piensa que cuando
estés encerrada una temporada, no estarás tan
apetitosa. Debiste haberte conformado con lo que
sacabas del juego. Pero la ambición…
—Es muy fácil hablar cuando se está en esa parte…
El de la estrella preguntó de repente:
—¿Conoces a un tal Billy O'Connor?
—No…
—Es tu amigo. Billy Marshall. Será inútil que lo
niegues.
—¡Está bien, sí, lo conozco! Y si los demás me
abandonan él me sacará de aquí aunque tenga que
barreros a todos y prender fuego a Lubbock por los
cuatro costados.
Larry intervino para decir:
—Te estás equivocando, pelirroja. Lo he hecho
huir. Está herido. No he querido matarlo porque
quiero que sea ahorcado. El y Mat Murray…
—¿Has sido tú? —preguntó dirigiéndole una
mirada de ira al joven.
—Sí, he sido yo. Murray y él asesinaron a un amigo
mío. Max Stein. ¿No sabes nada de eso?
La pelirroja se estremeció. Estaba claro que sabía,
pero se apresuró a negar:
—¡No sé nada! No sé quién es el tal Stein.
—Sí lo sabes; pero es lo mismo. Ellos cantarán.
Quisiera que hubieras visto cómo huían. Parecían
sucias ratas de desierto.
—Lo que son —remachó el sheriff.
—Te conviene ponerte de nuestra parte, Lady
Honey. Tal vez así te salves de la horca. —¿La horca
yo? No me hagas reír…
—Eres cómplice del asesinato de Max Stein y eso
se paga caro.
—He dicho que no sé nada.
—Sabemos lo que has dicho. Y bastante de lo que
no has dicho. Y te conviene decir algo de lo que
nosotros no sabemos, pero no tardaremos en saber —
dijo Foster fríamente.
Intervino el sheriff para decir:
—Has perdido la partida y debes darte cuenta ya
de ello. O'Connor no te podrá ayudar ya, no
tardaremos en capturarlo. Pero nos interesa el botín.
Tanto o más que él.
—De verdad, no sé nada.
—¿Ignoras que lo llevan en el carro que acompaña
a las reses que adquirió Murray?
La pelirroja acusó el golpe con un leve
estremecimiento y abriendo mucho los ojos. Luego
dijo:
—Tratas de sacar verdad de mentira.
—Como quieras. Recuerda que he querido
ayudarte a cambio de tu ayuda. Necesitamos ahorrar
tiempo… Eso es todo —dijo despectivamente Larry, el
cual dio media vuelta, disponiéndose a montar a
caballo.
El joven se dirigió al sheriff y a Gail, para decirles:
—Vamos. No perdamos más tiempo con ésta.
La pelirroja sintió un miedo instintivo a quedarse
sola. No era capaz de razonar en aquel momento, pero
su intuición le decía que el joven Foster decía verdad,
aunque la desorbitase un tanto.
Intuyó también que si el joven podía ser su más
implacable enemigo, sería de quien más ayuda podría
recibir en el caso de que ella fuese capaz de
ganársela…
Y gritó:
—¡Espere! Un momento…
Foster se mostró resignado. Volvió atrás y dijo:
—Espero. ¿Lo has pensado mejor? Por favor, no me
hagas perder el tiempo.
—Tiene razón, no se lo haré perder.
Señaló una pausa y preguntó:
—¿Me protegerá de O'Connor?
—Si lo mereces, sí. Y no seré yo. Serán también las
autoridades, el sheriff aquí presente…
—Usted, conoce bien a O'Connor.
—Bastante bien.
—En parte he sido una víctima suya… Yo vivía del
juego, tenía buenos y generosos amigos…
—Era normal —aprobó Foster.
—Pero Billy se fijó en mí, me presionó, me
amenazó y no tuve más remedio que ceder. —Cuéntele
eso a un tonto —dijo el sheriff.
—Puede ser verdad, sin duda lo es. Cuando
conozca a ese indeseable, lo comprenderá mejor —
intervino Foster a favor de Lady Honey.
Gail habría arañado a Larry de no intuir que él
estaba llevando las cosas al terreno que más les
convenía. Aunque no por ello dejaba de ser sincero.
La pelirroja se dirigió al sheriff, para decirle:
—Billy ha extorsionado a Nellie, la Perla en Wichita
Falls. La obligó a que le diese dos mil dólares para no
actuar en su sala de juego.
Intervino Larry para decir:
—Eso es cierto. Me lo denunció la propia Nellie.
—No voy a mentir. Lo que digan lo podrán
comprobar —expuso la pelirroja con energía.
—Adelante…
—También le sacó dos mil dólares a Dolly. Luego
volvió a la carga, queriendo sacarle más. Como ella se
lo negó, me obligó a preparar lo de esta noche.
—¿No niega que lo ha preparado usted?
—Le dije ya que estoy dispuesta a confesar toda la
verdad.
—Mejor para usted. Prosiga —pidió el de la
estrella.
—Yo conocía y apreciaba a Max Stein. No sabía que
iba a ser víctima de ellos en Tyler, en donde no hice
más que ayudarles un poco.
—¿En qué sentido?
—Yo debía entretener en mi hotel al vigilante del
Banco, con el cual Murray me envió unas flores. Así
ellos podrían sacar de la caja, sin testigos, lo que
debían llevarse. Y luego simularían el robo.
Aprobó Foster con el gesto.
—Allí me hice pasar por Carrie Stevens, prometida
de Mat Murray…
—¿Y cuál es su verdadero nombre, se puede saber?
Porque le conozco ya varios.
—Jane Smith. ¿Cree que con ese nombre se puede
ir por ningún sitio, puede una hacerse notar y que la
tomen en serio?
El sheriff, admirando los muchos atractivos de la
pelirroja, dijo con cierto sentido del humor:
—No creo que necesites más de lo que tienes para
hacerte notar por donde vayas. —Gracias, sheriff… —
respondió Lady Honey, más tranquila.
Prosiguió:
—Lo que robaron en Tyler, que es menos de lo que
puedan creer ustedes, y lo que han sacado en Wichita
Falls, más otro golpe que dieron en el camino,— lo
llevan en el carro, junto con el ganado…
—¿Exactamente, en dónde? —preguntó Larry.
—En el barril del agua, bien envuelto para que no
se moje, y cubierto luego por el agua. Cuidan de que el
barril vaya siempre lleno.
—¿Y este dinero? —preguntó el sheriff.
—La mayor parte lo he ganado yo jugando… Esta
noche misma he ganado cuatro mil dólares, aunque he
tenido que dejar dos mil sobre el tapete para que no
sospechasen que me iba a largar —explicó Jane Smith.
Larry aprobó con el gesto y dijo:
—Es cierto. Ignoro qué cantidad dejó, pero vi que
no fue poco.
—Al salir pasaremos por la sala de Dolly y
recogeremos esa cantidad. A menos que alguien se los
haya llevado.
—Usted se lo dice al señor Peter Surrey. Al no
regresar yo, se habrá encargado de guardar mi dinero.
Suspiró y dijo a continuación:
—De no haber intervenido Billy en mi vida, yo
podía estar casada ya con Peter… Tranquila, fuera de
todo riesgo y con pasta de sobra, sí, señor. Habría ido a
París…
—Si todo sale bien, por nuestra parte no la
perseguiremos. El sheriff hará lo que considere mejor
—dijo Foster.
Gail aprobó con el gesto.
—No me gusta encerrar a una mujer, sobre todo si
se tiene en cuenta que es muy joven y que ha sido un
poco víctima… Ya veremos a mi regreso, aunque no le
prometo nada, Jane Smith —dijo el sheriff…
La pelirroja consideró que había logrado bastante
por el momento y tuvo el tacto de no insistir.
Sonrió y dijo:
—Gracias, gracias a todos. A usted también,
señorita Turner. Me trató bien a pesar de todo, y no
me humilló…
—No tenía por qué humillarla. Y le deseo suerte
para el futuro. Pero de verdad…
—Lo sé… Gracias otra vez.
A un gesto del sheriff el ayudante, que debía
quedarse de guardia, se acercó a Lady Honey.
—¿Hace el favor de seguirme? No debe
preocuparse, la pondré en el mejor calabozo. Es lo que
puedo hacer por usted.
El sheriff se dirigió a los dos jóvenes, diciéndoles:
—Estoy a su disposición… Pasaremos por la sala de
Dolly.
Capítulo XIII

APROXIMADAMENTE treinta y seis horas más


tarde, al rebasar una elevación del terreno, Larry, que
como mejor conocedor del terreno iba en vanguardia,
hizo la señal de alto.
—¿Qué sucede?
—Allí —dijo señalando—. Ahora veré.
Se sirvió de sus anteojos para examinar lo que
tenían ante sí. Y dijo al cabo:
—Parece que es un hombre. Han debido
atormentarlo… Vamos…
Lanzó su caballo por delante, haciéndolo volar
materialmente sobre un terreno llano, en magníficas
condiciones para el avance.
A medida que avanzaba iba precisando lo que
había visto. Un hombre, con las ropas destrozadas,
sangrantes las extremidades y las partes visibles de su
cuerpo, se hallaba de rodillas, con la cabeza caída
sobre el pecho, amarrado a un arbusto de retorcido
tronco y escaso de hojas.
Fue Larry el primero en llegar, aunque tanto el
sheriff como Gail habían hostigado a sus cabalgaduras
al darse cuenta de lo que sucedía.
Saltó el joven de su caballo y lo primero que hizo
fue asegurarse de que el hombre vivía, aunque estaba
desmayado.
Lo desató y lo tendió rápidamente en el suelo, boca
arriba,
Y lo reconoció inmediatamente.
—Stanley Brady. Será mejor que no mires, Gail.
—Ya no me asusta nada. Cuando comprendí que se
trataba de un hombre, pensé inmediatamente que se
podía tratar de él.
—¿Es su tío? ¿El que estaban buscando? —
preguntó el sheriff.
—El mismo.
—¿Qué hacía aquí?
—Él nos lo dirá. Pensaría que podría sorprender a
los que llevan el botín…
Fue tratado enérgicamente a pesar de lo cual tardó
más de diez minutos en volver en sí, en comenzar a
adquirir conciencia de dónde estaba y quiénes eran los
que le rodeaban. Dijo en tono débil:
—¿Eres tú, Gail?
—Sí; pero no estoy sola. Y debe agradecerlo al
sheriff y a Larry.
El de la estrella dijo a su vez:
—Una hora más y lo habríamos encontrado muerto
y despedazado.
Señaló para los buitres que habían comenzado a
acudir, describiendo círculos concéntricos que iban
estrechando por momentos.
Foster mostró su condición de tirador nato
derribando a dos de los alados animales, poniendo en
fuga a los restantes.
—¿Y su caballo?
—No sé; tal vez esté por ahí a menos que se lo
hayan llevado —respondió el tío de Gail.
—¿Quiénes?
—El tal Billy O'Connor. Y Mat Murray. Estaban
furiosos con vosotros —dijo dirigiéndose a Gail,
aunque señalando también con cierta timidez para
Larry.
—Déjese de historias. Ellos ignoraban la presencia
de Gail en Lubbock. Y a menos de que usted haya
hablado más de la cuenta…
Brady, en lugar de responder, se lamentó, diciendo:
—¡Me han hecho mucho daño!
—Déjese de lamentaciones y ahórrenos alguna
palabra desagradable. Usted merecía que se le dejase
abandonado aquí a los buitres.
—¡No, por favor! —exclamó con expresión de
auténtico espanto—. Afortunadamente estaba
desmayado y no los he visto.
—¿Qué sucedió?
—Yo había llegado hasta los que conducían el
ganado, pregunté por el dueño y le pedí trabajo.
Aguardaba una pregunta cuando hizo la pausa. Al
no llegar la pregunta, prosiguió diciendo:
—Quería quedarme entre ellos para saber si el
botín iba en la caravana o no. Y si iba en ella, en dónde
lo escondían.
Suspiró y dijo al cabo:
—Pero tuve la desgracia de que llegasen Mat
Murray y Billy O'Connor. El primero me reconoció
enseguida… ¡Y no quiero deciros cómo me han
tratado! Creo que está a la vista.
—Milagro es que no le hayan matado.
—No ha sido por compasión, sino por un
refinamiento de su venganza. Esperaban que las
alimañas terminasen conmigo. Pensaron que yo vería
llegar los buitres. Y menos mal que me desmayé.
—¿No le preguntaron nada? —inquirió Larry.
—Bueno, no tenían nada que preguntarme. Lo
sabían todo.
—Está mintiendo, Brady. Ellos no saben gran cosa.
Únicamente que un individuo les hizo fracasar y que
no los mató porque desea llevarlos a la horca. Saben
que en parte se debe al asesinato de Max Stein…
Brady cerró los ojos, suspiró y dijo a continuación:
—Sí, me preguntaron por ti. No sé por qué
imaginaron, que yo debía saber bastante. ¡No puedes
imaginarte lo que me dieron porque me negué a
hablar!
—Usted no se negó a hablar. Dijo todo lo que sabía
desde el principio, creyendo que así podría salvarse;
pero no le valió —acusó Larry.
—No, no me valió… —admitió Brady.
—¿Y qué? ¿Llevan con ellos el botín?
—No he podido saber nada, te lo aseguro.
—Nos es lo mismo. Nosotros sí hemos sabido.
Usted se ha querido pasar de listo.
—Te aseguro que yo os hubiese llevado la
información. Bien, habría esperado a que nos dieseis
alcance.
—Está mintiendo. Usted pensó que podría llevarse
todo para usted. Habría desaparecido. Es su proyecto
desde el principio; el botín y Gail.
Brady, espantado, hizo vagar su mirada de Gail a
Larry y de éste a la linda morena.
—Pero falló en lo de Gail y se ha querido resarcir
llevándose el botín para usted solo. Es tan indeseable
como Murray y casi tanto como el propio Billy
O'Connor.
El sheriff preguntó a Brady:
—¿Murray y O'Connor llegaron solos?
—No. Iban dos fulanos con ellos. Agresivos y duros.
Uno de ellos también estaba herido.
—¿Han seguido con el ganado?
—No lo sé. No lo puedo saber. Me dejaron aquí
después de haberse divertido a su manera conmigo.
—¿Los que van en la caravana saben algo de lo que
llevan con ellos? ¿Tienen idea de que Murray y
O'Connor son salteadores?
—No lo sé. Ellos cuatro se apartaron conmigo y con
el que manda en el hato de ganado. Este sí sabe bien
quiénes son sus jefes.
—¿Hace mucho que han pasado por aquí?
—No lo sé exactamente. Tal vez haga dos horas,
acaso un poco más…
Larry dijo a Gail y al sheriff:
—Voy a tratar de localizar el caballo de Brady. No
es cosa de que uno de nosotros tenga que cargar con
él. Y tampoco es cuestión de abandonarlo aquí, aunque
es lo que merece.
Dirigió Brady una mirada suplicante a su sobrina.
Esta dijo con aspereza:
—No me mire a mí. Usted merece que lo
machaquen y dé gracias al sheriff y a Larry.
—Eres muy dura conmigo, Gail…
—No me haga hablar. Sus sucios propósitos están
claros, ¿no? Pues cierre el pico no sea que le escupa en
la cara.
Larry montó a caballo y se alejó en busca del
caballo de Brady; y también a hacer un estudio de las
huellas que tanto los del hato como los salteadores
pudiesen haber dejado.
Tardó más de media hora en reunirse con sus
compañeros, pero cuando lo hizo tenía ya las cosas
bastante claras.
Dijo a Gail y al sheriff:
—Podremos dar alcance al hato esta misma tarde,
todo lo más a la noche. Según las circunstancias,
actuaremos.
—Sí, es lo conveniente. Aunque tengo prisa en
regresar; y también porque dentro de muy pocas
millas ya no me corresponde actuar —dijo el de la
estrella.
—¿Se siente con fuerzas para montar? —preguntó
Larry a Brady.
—¿Y si no me encontrase bien, qué podría hacer?
—Quedarse aquí y no estorbar. Ahora tiene ya su
caballo y lo mismo que llegó hasta aquí, puede
regresar a Lubbock a esperar.
—Seguiré adelante.
—Está bien. No quiero escucharle un solo lamento.
Si no puede más se aguanta o se queda en donde no
pueda seguir.
—De acuerdo. No me quejaré.
Prosiguieron la marcha, demostrando Larry que
tenía prisa por entrar en contacto con los del hato.
Necesitaba ganar tiempo para poder conservar a su
lado al sheriff y no verse obligado a actuar por la
violencia contra hombres como los cow-boys, que
podían ser inocentes. Llegaron a la vista del hato
cuando aún era de día, cuando ellos se disponían a
establecer el campamento aprovechando la última
hora de sol.
Larry ordenó al tío de Gail:
—Quédese aquí. No conviene que le vean antes de
tiempo.
—Ésta bien.
Prosiguieron su avance Gail, el sheriff y Foster, los
cuales llegaron hasta el mismo límite del campamento.
El sheriff hizo bien visible su insignia cuando
preguntó:
—¿En dónde está el dueño de este ganado?
—Ahora hablará con el capataz —respondió el
cow-boy, que seguidamente gritó—: ¡Eh, Malone! ¡Aquí
buscan al patrón!
No respondieron y el cow-boy repitió la llamada.
Apareció a poco otro cow-boy de los que habían estado
poniendo orden entre el ganado, y dijo:
—Malone se ha largado. No sé qué diablos le habrá
sucedido, pero pareció como si temiese algo.
—Seguramente que temía algo —dijo el de la
estrella. Se escuchó en la lejanía el ruido que hacía un
caballo que había sido lanzado al galope.
El sheriff y Foster cambiaron miradas de
entendimiento.
El segundo dijo:
—Es inútil. No lo alcanzaríamos en una hora y
luego sería difícil y arriesgado.
—Estamos de acuerdo.
El cow-boy parecía descontento y hasta
desconcertado por lo que sucedía.
Preguntó cortésmente:
—¿Puedo serle útil en algo, sheriff?
—Vamos a echar un vistazo en el barril del agua.
—Pueden hacer lo que gusten. Pero han llegado
tarde. Sacaron algo de él y se lo llevaron.
—¿Quiénes?
—El patrón y Billy.
—¿Billy es el pelirrojo ese que acompaña al
patrón?
—Sí.
—¿Sabe usted que es el famoso Billy Marshall, el
salteador?
El cow-boy reflejó sorpresa e incredulidad. Luego
respondió:
—Si usted lo dice, no tengo por qué dudarlo, sheriff.
El patrón, él y otro de los dos fulanos que les
acompañaban, venían heridos.
—Yo no dudo de su palabra, cow-boy, pero tengo
que ver ese barril.
—No me ofenderé por ello, sheriff.
—¿Cómo se llama ahora su patrón?
—Desde que le conozco se llama Elliot Lewis. Nos
contrató cuando compró el ganado. —¿Hacia dónde se
dirigen?
—Es algo que no han concretado ni parece
demasiado claro. Hacia Montana. Es lo que he oído… Y
uno comienza a estar ya fastidiado.
El sheriff ordenó entonces:
—Este ganado lo llevarán a Lubbock y lo
pondremos bajo la decisión del juez. Ustedes cobrarán
lo que se les deba. Y podrán quedarse cuidando el hato
hasta que se subaste…
—Si usted lo ordena, mañana a primera hora
seguiremos hacia Lubbock.
—Sí, lo ordeno. Y ahora veamos lo del barril.
Tal como había señalado el cow-boy, en el barril no
quedaba ya más que agua. Y se notaba que ésta había
bajado bastante de nivel en las últimas horas.
El de la estrella preguntó a Foster:
—¿Qué van a hacer ustedes?
—Seguir tras ellos, hasta que les demos alcance. Si
me es posible, le prometo que se los llevaré vivos.
—Yo debo regresar. De verdad que siento no poder
seguir con ustedes. El resultado de la persecución es
muy incierto.
—Lo comprendo así. Y no debe preocuparse.
El joven se dirigió a Gail.
—Cuando quieras. Hemos de aprovechar el tiempo
que queda de día. Media hora escasa.
El sheriff les deseó suerte.
Los dos jóvenes, tras estrechar las manos del
sheriff, se alejaron buscando las huellas que Malone
había dejado.
Cuando pasaron a la altura de donde había
quedado Brady, gritaron a éste:
—Véngase, si no quiere quedarse solo o regresar a
Lubbock con el sheriff'.
Brady, que en principio pareció sorprendido e
irresoluto, tomó pronto su decisión y les siguió,
hostigando a su caballo hasta llegar a situarlo a dos
yardas escasas de los dos jóvenes.
Foster había encontrado ya las huellas dejadas por
el caballo de Malone y las siguió mostrando su deseo
de ganar tiempo.
Solamente cedió en la persecución cuando ya era
imposible seguir adelante por la falta de luz.
Había encontrado un lugar que consideró idóneo
para formar el campamento.
Gail preguntó mientras hacían una ligera cena:
—¿Crees que durará mucho tiempo esta
persecución…?
—¿Comienzas a sentirte cansada?
—Estando a tu lado no siento el cansancio…
—Gracias… Confío en que no terminará el día de
mañana sin que todo haya concluido. Stanley Brady se
mantenía a cierta distancia de los dos jóvenes, en
absoluto silencio.
***

No era mucho más de medianoche cuando cinco


hombres, cuyos caballos habían quedado a un cuarto
de milla escaso del lugar, llegaban a situarse formando
una especie de arco en torno al campamento de Gail,
Larry y el tío de la atractiva morena.
En cabeza del grupo iban Malone, hábil rastreador,
y Billy O'Connor, no menos hábil que Malone en aquel
y otros menesteres.
—Ahí los tenemos. Estaba seguro de ello —susurró
Malone.
—Sí… Ha sido una buena actuación la tuya. Porque
si te llegan a atrapar después de lo que hicimos con
Brady…
—Ese fulano no va a quedar en condiciones de
hablar más —señaló Malone.
—Seguro.
Mat Murray, que se hallaba inmediatamente detrás
de ellos, y que se mostraba intranquilo e impaciente,
se acercó y dijo:
—Que los barran cuanto antes. Y ya habrá ocasión
para hablar después.
—Cierto… —admitió Billy O'Connor.
Señaló en dirección a uno de los tres bultos que,
cubiertos con mantas, se veían en el suelo.
—Aquélla es la chica. El otro debe ser Brady. Sí, y
allí está el tal Larry Foster.
Lo dijo con rencorosa expresión.
—Hay que barrer a los dos hombres. Ella es una
chica atractiva que incluso podría servirnos de rehén
—prosiguió diciendo O'Connor.
Después de las heridas recibidas no se consideraba
en condiciones de disparar, a pesar de lo cual
desenfundó con la izquierda, única mano medio útil.
Murray desenfundó los dos "Colt" a pesar de sus
heridas.
O'Connor llamó con un gesto al pistolero que había
resultado ileso. Le señaló el bulto que, según sus
cálculos, debía ser Foster.
—Cuida de no fallar. Es el fulano de la casa de
juego.
—Seguro que no fallaré…
Señaló seguidamente para Brady y dijo
dirigiéndose a Malone:
—Ese es tuyo. Se trata de Brady. Los demás os
ayudaremos en la medida que podamos.
—Está bien.
—Apuntad bien. Y cuando yo silbe, entonces… Ni
antes ni después…
Apuntaron todos y O'Connor, antes de silbar, avisó:
—Preparados.
Se disponía el pelirrojo a dar la señal definitiva
cuando todos ellos oyeron una voz tajante a sus
espaldas.
—No se muevan o los barro.
No necesitaban preguntar para saber que se
trataba de Larry Foster, cuya voz les era bien conocida
desde el momento en que huían del salón de juego de
Dolly.
Se volvieron los cinco hombres como si de uno solo
se tratase, encarando sus armas al lugar de donde
había salido la voz.
No tuvieron ocasión de tirar a pesar de la celeridad
de su movimiento.
Vieron destellar ante ellos los fogonazos de los
disparos, se sintieron aturdidos por el ruido de los
mismos y comenzaron a experimentar el choque del
plomo candente en sus anatomías.
Foster, un "Colt" en cada mano, había comenzado
por tirar contra los hombres que se hallaban a ambos
extremos y que eran los encargados de iniciar la lucha.
El pistolero que había resultado ileso en Lubbock, y
Malone, fueron las primeras víctimas del torbellino de
balas que Foster había desencadenado.
El joven Larry, seguro de lo que hacía, prosiguió
disparando hasta llegar a cruzar los fuegos de ambas
armas en un movimiento convergente de las mismas.
Había tirado a matar a los dos hombres que por
estar ilesos debía considerar más peligrosos, y cuidó a
continuación de vencer a los otros sin llegar a
matarlos.
Los cinco hombres fueron cayendo uno tras otro,
acusando con respingos y sacudidas de sus cuerpos los
recios impactos de las balas.
Gail se incorporó rápidamente mientras que Brady,
temeroso de que lo alcanzase algún proyectil, se
aplastó materialmente contra la tierra.
La primera mirada de la linda morena fue para el
lugar en donde debería estar Larry durmiendo.
Al no observar movimiento alguno, temió en
principio lo peor, y experimentó terrible angustia.
Pero seguidamente recordó lo sucedido cuando
ella misma y su tío habían abordado el campamento
del joven dispuestos a sorprenderlo.
Intuyó que en aquella ocasión había sucedido algo
semejante y que los sorprendidos habían sido
precisamente los que habían intentado sorprenderles
a ellos.
Para confirmarle en su idea le llegó la voz de Larry
que dijo con tranquila expresión:
—Sin novedad, amiguita. Los granujas han caído en
su propia trampa.
Brady, que por un momento había temido morir, al
comprender que se había salvado, se desmayó,
quedando inmóvil en donde estaba.
Se puso en pie Gail de un salto y corrió al
encuentro de Larry, al cual abrazó estrechamente.
—Nena, vamos a tener que casarnos rápidamente.
Estás irresistible.
—Quiero casarme de blanco, y en una iglesia.
—Lo que tú digas. Para mí lo importante eres tú y
lo demás es secundario. Quiero que seas para mí
cuanto antes, quiero tener un hogar y uno hijo con la
mujer más encantadora del mundo.
—Sí, creo que te comprendo.
—Si te has mirado al espejo alguna vez, no te
resultará difícil comprenderme —susurró él.
—Me he mirado al espejo, pero no cómo tú
imaginas.
Foster sonrió. Y la abrasó estrechamente mientras
la besaba con apasionamiento.
—Ya está bien, salvaje. Piensa, que está ahí ese
desgraciado de mi tío.
—Pienso que se ha desmayado, nena… Pero si tú lo
dices…
***
Al sheriff Landon de Lubbock no le extrañó ver
llegar a Foster, junto con Gail y Brady, y llevando con
ellos, atados y maltrechos, a Billy O'Connor, a Mat
Murray y a uno de los pistoleros que, en el último
encuentro, habían resultado solamente herido.
—Estoy esperando el ganado de una hora para
otra. Deben llegar hoy.
—Nosotros hemos tardado algo más de lo previsto.
Quería que llegasen vivos y la verdad es que no están
demasiado bien.
—¿Qué hay del botín?
—Quedaba bastante dinero y todas las joyas. Si
además está el ganado, no se habrá perdido
demasiado. Tal vez de quince a veinte mil dólares
únicamente.
—He hablado con el juez. Usted y la señorita
Turner, que han luchado de verdad y limpiamente,
recobrarán todo. Los demás… Pues se hará un reparto
de las pérdidas según lo que haya de recibir cada cual.
Lo mismo que el Banco de Wichita Falls y la empresa
cuyo carruaje fue atacado por esos indeseables.
—Es usted estupendo, sheriff. ¿Y la pelirroja?
—Se ha considerado su caso; y cumplirá una
pequeña condena, una especie de arresto en su propia
casa…
Se va a casar con Peter Surrey. Entre nosotros, ya
tiene bastante castigo la pobre —dijo el de la estrella
sonriendo.
Dolly, enterada de que los jóvenes habían
regresado triunfadores, acudió corriendo.
Los abrazó efusivamente.
—Mi enhorabuena, muchachos. Si no tienen nada
mejor, quiero ser la madrina de esa boda.
—No hay nada mejor que usted. Y aceptamos
encantados.
—Vais a ser un buen matrimonio, estoy segura.
Seguramente yo no tendré hijos ni me casaré jamás. Y
vuestros hijos serán un poco los míos.
FIN

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