Teponaztli de San Juan Atzingo
Teponaztli de San Juan Atzingo
Teponaztli de San Juan Atzingo
Aclaración inicial
Presentación
Entre las diversas curiosidades etnográficas que los antropólogos Roberto Weit-
laner y Jacques Soustelle indagaron en el territorio tlahuica (1934) se encuentra
el vínculo cultural entre Tepoztlán, Morelos, y San Juan Atzingo, en el Estado
de México. Estos dos poblados en apariencia distantes y disímiles parecen haber
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El contexto cultural
En sus trabajos etnográficos entre los indios del centro de México se interesó
en el tema de las peregrinaciones y recorrió, de pueblo en pueblo, el norte
del Balsas y sus afluentes, surcando gran parte de los estados de Guerrero,
Morelos y el de México, siendo el pueblo más septentrional Ixtlahuaca; así
descubrió una extensa red interétnica que delinea la totalidad de la antigua
zona matlatzinca.
En México, tierra india, Soustelle narra el episodio en el que Imgar Weit-
laner Johnson y el propio Soustelle visitaron San Juan Atzingo (1934), pueblo
descrito como refugio de zapatistas y fugitivos que se asimilaron a la vida de
este pintoresco lugar en la frontera con Morelos, “todos ellos, cualquiera que
fuera su origen, han adoptado la lengua del pueblo. Es un dialecto matlatzinca
único en su género, de fonética erizada, ruda a la boca y al oído y no se lo habla
estrictamente sino allí” (Soustelle 1971: 129-139).
Dichos investigadores, indagando sobre las costumbres y las cofradías,
fueron informados de la existencia del teponaztli: “Los aztecas empleaban el
teponaztli, tambor de madera hueco, con dos labios o bordes vibrantes cada
uno de los cuales producía un sonido diferente y este instrumento, conocido
por todas las tribus civilizadas, intervenía en las ceremonias y en todos los
actos públicos importantes”.
En tiempos de los antiguos, había en San Juan Acingo un teponaztli que era
al mismo tiempo un ser viviente. ¿Cómo podría ser eso? Nada se sabe, pero en
esos tiempos, dicen, las cosas poseían virtudes que han perdido después. Ese
tambor era inclusive hembra pues dio a luz un teponaztli más pequeño, que
es el que se conserva todavía en San Juan. En cuanto al tambor-madre, él (o
ella) se marchó, siempre por arte de magia, a Tepoztlán, estado de Morelos, y
la pirámide que se ve allí no es otra cosa que el lugar donde terminó el viaje
del tambor...
Soustelle y Weitlaner debatían sobre lo extraordinario del relato, donde el
tambor sagrado se transforma en el mero tepozteco, el dios que era adorado en
Tepoztlán, el mismo hombre-dios-gobernante, considerado por los evangeliza-
dores como el diablo (Acuña 1985: 183 y sigs.), adorado por los habitantes
de la comarca.
Los pueblos de Tepoztlán y San Juan Atzingo poseen una historia cultural de
muy larga tradición que se nutre con la interacción simbólica entre el territorio,
la naturaleza y la cultura. Así, en el imaginario colectivo de la población actual
de Tepoztlán,2 el teponaztli nana en posesión de la mayordomía de Tepoztlán
2
En el registro etnográfico de la fiesta patronal del 7 de septiembre del 2005 y 2006.
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Hubo en este pueblo de Tepoztlán, Morelos una doncella hermosa, hija de padres honorables,
que les agradaba mucho ir a lavar y bañarse en la barranca de Atongo, situada a dos kilómetros
de esta población; se decía y hasta la fecha existe la creencia que en las barrancas dan aires
que dañan a las personas, pero la doncella no se lo creyó; cuando al cabo de un mes se sintió
madre. Apenada por lo que sentía, consulto a una famosa curandera de ese tiempo, y ella la
instruyó cómo debía presentarse ante sus padres; diciéndoles que bañándose en la barranca
donde existen los aires resultó embarazada. Pero si quería cubrir su honra, la curandera le
daría un remedio muy eficaz compuesto de yerbas por ella conocidas; pero la doncella por el
remordimiento en su interior pensaba conocer al hijo de sus entrañas. Entonces se resolvió
presentarse ante sus padres y con pena les dijo del estado en el que se encontraba. Pero los
padres con honda pena por su honorabilidad, aparentemente se convencieron. Pero al nacer
el niño, el padre de la doncella ocultándose improvisó un cajón en forma de huacal en el que
acomodó a la criatura y en la obscuridad de la noche lo fue a tirar a la barranca de Huicoyan
para que muriese ahogada, regresó a su casa. Al otro día muy temprano volvió a la barranca
encontrando al niño vivo, sin el menor daño, pues se alimentó con el rocío de la noche. Volvió
a recogerlo y lo llevó a un hormiguero y lo abandonó. Volvió al día siguiente al hormiguero
y lo encontró vivo, había sido alimentado por las hormigas que le llevaban de comer. Muy
enojado tomó al niño y se lo llevó a una ranura de la barranca de Huicoyan, un sitio muy
peligroso y desde ahí lo aventó. A la mañana siguiente muy temprano un matrimonio de
ancianos pasaba por el lugar, escucharon el llanto de la criatura, al oirlo fueron a buscar
3
Comunicación personal 1983 a 2000.
El Teponaztli nana de Tepoztlán y su hijo en San Juan Atzingo 217
dónde se encontraba y he ahí que lo encontraron con sus bracitos extendidos hacia ellos.
En cuanto los ancianos lo abrazaron dejo de llorar, lo llevaron a su casa donde le dieron
todos los cuidados.
Creció el niño muy inquieto pero respetuoso con sus padres ancianos. Cuando tenía siete
años, le dijo a su padre que le hiciese un arco y unas flechas, el cariñoso padre le concedió el
deseo. Entonces el pequeño todos los días salía al campo a cazar huilotas, conejos y otras aves
para alimentar a sus padres ancianos. Cuando tenía doce años, se presentarón ante el padre
los tepiles o mandatarios del pueblo a decirle que por su edad había sido elegido según la ley
para que lo devorase el monstruo de Xochicalco, lugar que significa la flor de los palacios. El
anciano se entristeció por la noticia, pero el pequeño niño le dijo a su padre, no te apenes
yo iré en tu lugar. Lo que debo recomendarte le dijo, es que al otro día acompañado de los
tepiles, vayan al lugar llamado Tlahtlachialoyan o mirador, desde ahí se observa toda la región,
al amanecer tendrán cuidado de mirar al oriente, si aparece una hermosa nube blanca. Esten
satisfechos pues he matado al monstruo y si fuese nube negra es ya me ha devorado. Hecha
esta recomendación al día siguiente preparó su morralito de izcle y al tercer día fue llevado
por los tepiles, saliendo del pueblo llegaron a Tequimila donde el niño le dijo a uno de los
tepiles párate ahí y te llamarás Zacatepetl ó cerro del zacate y quedó encantado para siempre.
Enseguida dijo al segundo tepil párate ahí y te llamarás Texihuiltepetl quedando encantado.
Al tercero le dijo, párate ahí y te llamarás Tlamatepetl, siguiendo el camino iba jugando y
juntando aiztli ó vidrios (obsidiana) en forma de hoja cortante, depositándolos en su morra-
lito de iztle. Enseguida llego a un lugar donde un Cuicuizcatl ó aguililla estaba sobre una
piedra plana, lugar llamado cuicuizcatlan. Mas abajo encontró en el camino un carrizo tirado
y le llamó Acallyohcan. . Enseguida llego a un pastal y lo llamó Zacatech, adelante encontró
una varaniera le llamó Tlacotzinco. Así mismo todos los lugares que atravesó hasta llegar a
Xochicalco. Llegando al lugar fue presentado al monstruo, era una serpiente enorme que
le decían Mazacuatl que lo vió con desprecio por lo pequeño que era; pero que no objeto
debido al hambre que tenía, así que pidió que se lo llevasen, enseguida se tragó al pequeño
Tepoztecatl, cuando al instante empezó el monstruo a retorcerse, el niño con los vidrios que
llevaba en el morral le rajó la barriga, el animal al fin murió y el niño salió ileso de la barriga
del monstruo. En ese momento se sintió un fuerte emalocotl ó remolino oscureciendo el día,
haciendo desaparecer al animal que tanta gente había devorado. La gente a ahí reunida quedó
sombrada por la proeza del niño. Entonces el Tepoztecatl vencedor de este desafío había
liberado y salvado a tantos pueblos de la región, fue declarado rey por su pueblo haciéndose
famoso en la región. Entre tanto, sus ancianos padres se encontraban en Tlahtlacharoloyan,
se llenaron de gusto al mirar por el oriente una hermosa nube blanca. Tiempo después los
mexihca le hicierón muchos obsequios, le trajeron un cajón cerrado sin saber lo que contenía.
Un día reunido con su pueblo sin saber que contenía los regalos por curiosidad empezaron
a forcejear el cajón del obsequio de él escaparon miles de palomas dirigiéndose hacia la
ciudad de México. Las que quedarón desplumadas se quedaron en el pueblo. Entonces el
Tepoztecal enojado les dijo: Las palomas que dejaron volar no era otra cosa que la fortuna de
este pueblo, esa fortuna fue a enriquecer a los mexihca y las desplumadas que han quedado
aquí, son la pobreza de éste pueblo. Este pueblo vivirá siempre pobre y por su curiosidad
será entre los pueblos observador de la riqueza de otros; habrá hombres inteligentes pero se
alejarán de este pueblo donde nacierón como las polomas que escaparón.
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Durante el siglo xviii, inician los litigios por invasión de tierras contra los de Ocuilán. Es
por eso que los tlahuicas hemos hecho cumplir nuestros derechos plenipotenciarios y soberanos
demandando la reposición de 14 700 hectáreas de tierras también colindantes. Hemos denuncia-
do a los talamontes y a los invasores de los terrenos comunales de todo el núcleo agrario, hemos
solicitado a las autoridades conservar el bosque y el medio ambiente, y demandado se cumplan
las resoluciones. Porque de no atenderse habrá confrontaciones en la cabecera municipal. Y que
se sepa: San Juan Atzingo está en pie de lucha por defender su cultura y territorio.
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Consideraciones finales
Más allá del vínculo geográfico entre dos poblaciones distantes se encuentra
el vínculo cultural entre Tepoztlán y San Juan Atzingo, el que a través de la
narrativa indígena, en la memoria colectiva, se actualiza, en el episodio remoto
de la celebración del triunfo del Tepoztécatl y su independencia del enclave
Xochicalco-Cuauhnahuac. Tepoztécatl inició la independencia de los pueblos
tributarios de Xochicalco bajo el signo independentista de los chichimecas
que empezaron a llegar a la región a finales del Clásico (Brotherson op. cit.),
integrándose desde entonces a la división tributaria xochimilca hasta la llegada
de los españoles.
Observamos también para los dos casos de estudio, Tepoztlán y San Juan
Atzingo, que la tradición oral recupera de la memoria individual y colectiva el
conocimiento, la valoración y la voluntad de conservación de los orígenes re-
motos que dan legitimidad a los pueblos originarios. Es por ello que la tradición
oral sobre el teponaztli y la Leyenda del Tepoztécatl sirven de instrumento para
retroalimentar la tradición oral y la memoria colectiva destacándose el origen
prehispánico del héroe cultural y el linaje de los tepoztecas y los atzintecas
contemporáneos.
Es pertinente señalar la preeminencia que guardan las fuentes orales en
estas modernas sociedades tradicionales; éstas recuperan el valor de la palabra
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