Hughes Robert - El Impacto de Lo Nuevo
Hughes Robert - El Impacto de Lo Nuevo
Hughes Robert - El Impacto de Lo Nuevo
El impacto de lo nuevo
El arte en el siglo XX
Ttulo original: The Shock of the New: Art and the Century of Change
Ilustraciones: AA VV
Este libro es el resultado de una serie de televisin que escrib y narr para la
BBC. Desde la primera hasta la ltima toma, El impacto de lo nuevo consumi tres
aos de investigacin, escritura y rodaje; sumando los billetes de avin, descubr
que haba recorrido ms de cuatrocientos mil kilmetros hablando ante la cmara
en lugares tan distantes unos de otros geogrfica y espiritualmente como el
puente japons de Monet en el estanque de los nenfares de Giverny, el horno
crematorio de Dachau, una azotea en Brasilia, el borde del Gran Can y las ruinas
del castillo del marqus de Sade. El alma, segn creen algunos pueblos rabes, slo
puede viajar en la paz de un camello trotador. Tienen razn.
Los ocho captulos de este libro siguen el hilo de las ocho emisiones de la
serie al pie de la letra, tanto en los temas como en la estructura general, y aunque
son ms largos que los guiones ms o menos cinco veces ms largos, de todos
modos decid usar el espacio extra ms bien para desarrollar la discusin que para
introducir nuevos personajes. La televisin no se presta para desplegar argumentos
abstractos, ni para extensas categorizaciones. Si hubo una frase que se repiti a lo
largo de la realizacin de la serie, y cuyo eco an resuena en mi cabeza, no fue algo
que se oyera en la banda sonora, sino la inexorable voz de Loma Pegram, la
productora, murmurando: Ese argumento es muy ingenioso, querido Bob, pero
qu se supone que vamos a ver\'7d?.
Los libros tienen su destino, y ste ha tenido la suficiente suerte como para
durar ms de diez aos ciertamente mucho ms tiempo que la serie televisiva en
la cual est basado. En el nterin, tengo que confesar que el entusiasmo que yo
senta por la televisin como medio para transmitir informaciones y opiniones
sobre las artes visuales mientras haca la serie original de El impacto de lo nuevo ha
menguado. Sin llegar a compartir la visin extrema de crticos neoconservadores
americanos como Hilton Kramer de que todo lo que pueda ser mostrado o dicho
sobre el arte en la televisin es una perniciosa mentira, ahora me doy cuenta de
que la esperanza optimista antes expresada, referida a que de alguna manera las
deformaciones de la obra de arte inherentes a la reproduccin en ese medio
carecan de importancia, tal y como ocurre en gran medida con la reproduccin
impresa, result ser una equivocacin. El deseo fue el padre de la idea. Al enfatizar
el contenido icnico del arte, forzando en un marco meramente narrativo unas
imgenes concebidas para ser contempladas detenidamente, y por tanto
imponindole el tiempo rpido de la televisin al tiempo lento de la pintura y de la
escultura; eliminar superficies, texturas, detalles y el autntico color, conspirando
contra la resistente presencia fsica y la escala de la obra de arte, y, sobre todo,
debido a la fugaz atencin que suscita, la televisin no puede ni siquiera en las
manos del director ms comprensivo construir nada que sea satisfactoriamente
anlogo a la experiencia que emana de la obra de arte inmvil. Eso no hubiera sido
un problema en una cultura que no confunde la televisin con la realidad.
Desgraciadamente, Norteamrica s confunde ambas dimensiones. Pero la verdad
ms cabal sobre el arte est en los museos, en los estudios, en las galeras y en los
libros, y, por ms que se intente, no cabe en la pantalla.
Para los franceses, y para los europeos en general, la gran metfora de este
sentimiento del cambio su imagen dominante, la estructura que pareca resumir
todos los significados de la modernidad era la torre Eiffel. La torre se termin en
1889, como punto central de la Exposicin Universal celebrada en Pars. La fecha de
la exposicin era simblica. Coincida con el centenario de la Revolucin francesa.
Las Exposiciones Universales, aquellos festivales de la poca del auge de la
maquinizacin capitalista, donde cada nacin exhiba su podero industrial y la
amplitud de sus recursos coloniales, no eran, por supuesto, nuevas. La moda la
inici el prncipe Alberto de Sajonia, consorte de la reina Victoria I, en la Gran
Exposicin de 1851. All, la ms grandiosa maravilla expuesta no fueron las
hornillas Birmingham, el motor alternativo o rotatorio, el telar, las vajillas de plata,
ni siquiera las exticas de China, sino el pabelln que alberg la exposicin, el
Crystal Palace, con sus bvedas de vidrio reluciente y su casi invisible tracera de
hierro. Quiz podamos burlarnos de la prosa empleada por algunos Victorianos
para dejar constancia de su asombro ante esa catedral de la poca de la mquina,
pero su emocin era real.
A finales del siglo XIX, la cuna del modernismo, nadie experimentaba las
incertidumbres que hoy albergamos con respecto a la mquina. En el horizonte no
se barruntaban estadsticas de polucin, ni la posibilidad de fusiones o explosiones
nucleares; y muy pocos de los que visitaron la Exposicin Universal de 1889 tenan
mucha conciencia de la miseria y del sufrimiento mudo de las masas que William
Blake haba maldecido y Friedrich Engels descrito. En el pasado, la mquina haba
sido representada y caricaturizada como un ogro, un monstruo gigantesco o
debido a la fcil analoga entre hornos, vapor, humo e infierno como el
mismsimo Satans. Pero hacia 1889 su alteridad haba disminuido, y el pblico
que asista a la Exposicin Universal tenda a pensar en la mquina como un bien
incondicional, fuerte, estpido y obediente. La vean como un gigantesco esclavo,
un infatigable negro de acero, controlado por la razn en un mundo poblado de
infinitos recursos. La mquina significaba la conquista del proceso, y solamente
espectculos muy excepcionales, como el lanzamiento de un cohete, pueden
proporcionarnos una emocin similar a la que experimentaban nuestros
antepasados en los aos ochenta del siglo XIX cuando contemplaban la maquinaria
pesada: para ellos, el idilio con la tecnologa pareca mucho ms difuso y
optimista, actuando pblicamente sobre una amplia gama de objetos, de lo que nos
parece hoy. Eso quiz se deba a que la gente viva cada vez ms y ms en un
entorno configurado por la mquina: la ciudad. La mquina era un aspecto
relativamente nuevo de la experiencia social de 1880, mientras que en 1780 haba
sido algo extico, y ya para 1980 sera un lugar comn. El vasto crecimiento
industrial de las ciudades europeas era una novedad. En 1850, Europa segua
siendo abrumadoramente rural. La mayora de los ingleses, franceses y alemanes,
sin hablar de los italianos, los polacos o los espaoles, viva en el campo o en
pueblos pequeos. Cuarenta aos despus, la mquina, con su imperiosa
centralizacin del proceso y de los productos, haba inclinado la balanza de la
poblacin hacia las ciudades. La fourmillante cit de almas enajenadas de Baudelaire
hormigueante ciudad, ciudad llena de sueos / donde a plena luz del da los
fantasmas te tiran de la manga comenz a desplazar las imgenes buclicas de
la naturaleza cuyo ltimo florecimiento estaba en las obras de Monet y de Renoir.
La imagen dominante de la pintura ya no era el paisaje sino la metrpolis. En el
campo, las cosas crecen; pero la esencia de la fabricacin, de la ciudad, es un
proceso, y eso slo puede expresarse por medio de metforas de articulacin,
relatividad e interconexin.
Es un coche de piedra: una idea que resulta surrealista para un ojo moderno,
casi tan errnea como una taza de t hecha de piel. El mrmol es inmvil,
silencioso, mineral, quebradizo, blanco, fro. Los coches son rpidos, estrepitosos,
metlicos, elsticos, calientes. Un cuerpo humano tambin es caliente, pero
pensamos en las estatuas como humanos de piedra porque estamos acostumbrados
a las convenciones de representar la carne en la piedra. (Cuando se violan esas
convenciones, como en el segundo acto de Don Giovanni, cuando la estatua del
comendador cobra vida, el efecto es siempre espectral o cmico). El problema para
Jules Dalou, quien dise el monumento a Levassor, era la falta de consenso en las
convenciones para representar un faro delantero o un volante. Tales imgenes eran
demasiado nuevas, igual que la propia mquina, as que la exacta representacin
de un automvil en piedra poda resultar visualmente tan poco convincente como
el automvil en s.
1. Camille Lefebvre, Monumento a Levassor, Porte Maillot, Pars, 1907. Mrmol en
relieve, diseo de Jules Dalou 1838-1902 (foto Roger Viollet, Pars).
Esta manera de ver fue uno de los pivotes de la conciencia humana. La vista
de Pars vu den haut, contemplada por millones de personas en los primeros veinte
aos de existencia de la torre, fue tan trascendental en 1889 como lo sera ochenta
aos despus la famosa fotografa de la NASA de la tierra vista desde la luna,
flotando como una verde burbuja vulnerable en la oscura indiferencia del espacio.
El caracterstico tratamiento plano del espacio en el arte moderno Gauguin,
Maurice Denis, Seurat estaba ya en ciernes antes de que la torre fuera construida.
Se inspiraba en otras fuentes histricas del arte: en la perspectiva plana de los
primitivos frescos italianos, o en los grabados de tacos de madera japoneses, en
los diversos dibujos entretejidos del esmalte cloisonn. Cuando en el verano de 1890
el amigo de Gauguin, Maurice Denis, escribi su manifiesto La definicin del
neotradicionalismo, empezaba con una de las frases cannicas del modernismo: Un
cuadro antes de ser un corcel, una mujer desnuda o cualquier clase de ancdota
es esencialmente una superficie cubierta con colores dispuestos en un cierto
orden. Denis estaba invocando ese principio para llevar de vuelta la pintura a una
especie de herldica proyeccin plana, la estructura plana de los estandartes, de las
losas sepulcrales de los cruzados y del tapiz de Bayeux, un principio en el cual su
ambicin de cubrir las nuevas iglesias de Francia con frescos cristianos pudiera
prosperar. La torre Eiffel no tena nada que ver con sus intereses; pero la nocin de
espacio que suscitaba, una composicin plana que contena ideas de dinamismo,
movimiento, y la propiedad de abstraccin inherente a estructuras y mapas, era
tambin la dimensin donde gran parte del arte europeo de avanzada se revelara
entre 1907 y 1920.
Los primeros artistas en esbozar una respuesta a todo eso fueron los
cubistas.
Incluso hoy, setenta aos despus de que los pintaran, la clave de los cuadros
cubistas puede resultar oscura. Parecen difciles de comprender; de alguna manera
son casi literalmente ilegibles. No presentan una visin inmediatamente coherente
de la vida, como haca el impresionismo mostrando sus placenteras imgenes de la
sociedad burguesa y el estilo del bulevar. El cubismo tena muy poco que ver con la
naturaleza; casi cada pintor cubista es una naturaleza muerta, en cuya obra los
objetos artificiales predominan sobre los naturales como las flores o las frutas. El
cubismo, tal como lo ejecutaron sus principales inventores e intrpretes Picasso,
Braque, Lger y Gris, no le hace la corte al ojo ni a los sentidos, y su teatro es un
espacio muy reducido, o el rincn de un caf. Al lado de los pavos reales del siglo
XIX los lienzos de Delacroix o de Renoir, sus pinturas parecen lechuzas. Una
pipa, un vaso, una guitarra; algn papel de peridico amarillento, negro sobre
blanco sucio cuando fue encolado hace dos generaciones, y ahora del color de una
colilla de tabaco mal oliente, alterando irrevocablemente el equilibrio tonal de la
obra. Sin embargo, el cubismo fue la primera proposicin radicalmente nueva
sobre la manera de pintar, una manera a la que estbamos acostumbrados desde
haca casi quinientos aos.
Aqu se impone una advertencia. Los grandes artistas tienen muchas facetas
y diferentes perodos incluso diferentes culturas al mismo tiempo, sacando y
obteniendo cosas diferentes de esos estadios. Como ha sealado Lawrence Gowing,
la relacin entre el Czanne de la ltima poca y el cubismo es absolutamente
asimtrica: l no habra imaginado un cuadro cubista, ya que su obra aspiraba a
una especie de modernidad que no exista, y que an no existe. A Czanne no le
habra gustado la abstraccin cubista, eso es seguro, pues todo su esfuerzo se
diriga al mundo fsico las formas del monte Sainte-Victoire, las cadas y amorfas
rocas de la cantera Bibmus, las seis compactas manzanas rojas o la cara de su
jardinero. La idea de Czanne como padre del arte abstracto est fundada en su
sentencia de que todas las formas de la naturaleza parten de la esfera, el cono y el
cilindro. Nadie sabe lo que quera decir con eso, ya que no es posible ver ni una
sola esfera, cono o cilindro en la obra de Czanne. Lo que hay all, especialmente en
los cuadros de los ltimos quince aos de su vida a partir de 1890, despus de
que finalmente dejara Pars para instalarse en su soledad de Aix es una vasta
curiosidad respecto a la relatividad de la visin, y la duda no menos vasta de que
l, o cualquier otro, llegara a pintarla siquiera por aproximacin. En 1906, pocas
semanas antes de morir, le escribi a su hijo en Pars:
2. Paul Czanne, Monte Sainte-Victoire, 1904-1906. leo sobre lienzo, 73,6 x 92 cm.
Museo de Arte de Filadelfia, Coleccin George W. Elkins.
3. Paul Cezanne, Monte Sainte-Victoire, 1906. leo sobre lienzo, 63,5 x 82,5 cm.
Kunsthaus, Zurich.
Pero, entonces, para qu usar el arte africano despus de todo? Los cubistas
fueron los primeros artistas que pensaron en hacerlo. Unos ciento treinta aos
antes, cuando Benjamin West admiraba las telas de tapa hechas con cortezas de
rboles, los garrotes de guerra y las canoas talladas que vinieron del Pacfico junto
con el capitn Cook y Joseph Banks reliquias de un nuevo mundo tan extraas
como rocas lunares, ningn miembro de la Real Academia de Bellas Artes sigui
el ejemplo y empez a pintar al estilo tahitiano ni a la manera maor. Representar
los monumentos de la Isla de Pascua, como hizo William Hodges, era una cosa,
pero imitar su estilo era harina de otro costal. Sin embargo eso fue lo que hizo
Picasso, entre 1906 y 1908, con sus prototipos africanos. Cuando l empez a
parodiar el arte negro, estaba planteando lo que ningn artista del siglo XVIII
jams hubiera soado sugerir: que la tradicin de la figura humana, que haba sido
la mismsima columna vertebral del arte occidental durante dos milenios y medio,
por fin se haba agotado, y que para renovar su vitalidad, haba que volver la
mirada hacia fuentes culturales sin explotar: las africanas, tan remotas en su
otredad. Pero si comparamos una obra de Picasso como Las seoritas de Avin
(1907) con su fuente material africana (Ilustraciones 4 y 5), las diferencias resultan
tan impactantes como las similitudes. Lo que a Picasso le interesaba era la vitalidad
formal del arte africano, que para l estaba inextricablemente unida a su aparente
libertad de distorsin. Que las alteraciones del rostro y del cuerpo humano
representados por tales figuras no eran deformaciones expresionistas, sino formas
convencionales, estaba tal vez menos claro (o al menos resultaba menos
interesante) para l que para nosotros. Aquellas tallas parecan violentas y se
ofrecan como un receptculo para su propia brillantez. De este modo, la etapa de la
obra de Picasso denominada poca negra no tiene nada de la frialdad, la
reservada contencin, de sus prototipos africanos; su ritmo flagelante nos recuerda
que Picasso mira sus mscaras como emblemas de salvajismo, de violencia
transferida a la esfera de la cultura.
7. Paul Czanne, Las grandes baistas I, 1894-1905. leo sobre lienzo, 152,4 x 191,7
cm. National Gallery, Londres.
Sin embargo, en la versin definitiva del cuadro slo quedaron los desnudos.
Su aspecto formal era un tema favorito de la pintura de la ltima dcada del siglo
XIX, memorablemente captado por Degas y por Toulouse-Lautrec; es la parade, ese
momento en que las prostitutas de la manceba desfilan exhibindose delante del
cliente para que escoja a una.
Picasso despej el terreno para el cubismo, pero fue Braque quien ms hizo
para desarrollar su vocabulario en el transcurso de los dos aos siguientes, 1908 y
1909. El zorro, como deca Isaiah Berln, conoca muchas cosas, pero el erizo
conoca una gran cosa. Picasso era el zorro, el virtuoso. Braque era el erizo, y la
gran cosa que conoca era Czanne, con quien se identificaba hasta casi llegar a la
obsesin. Admiraba a Czanne, como expres, porque haba liberado a la pintura
de la nocin de maestra. Amaba la duda de Czanne, su tenacidad, su
concentracin en la verdad del motivo y su falta de elocuencia. Todo lo cual, como
bien saba, estaba expresado en la misma estructura de los cuadros de Czanne,
con su acumulacin de pequeas y fusionadas facetas inclinadas. As pues, quera
ver si poda llevar ms lejos esa solidez de construccin y esa ambigedad de
lectura, aunque el pintor permaneciera fsicamente en presencia de su tema;
Braque ya no estaba interesado en las abstracciones del estudio y senta la
necesidad de estar in situ. Especficamente, necesitaba los mismos motivos de
composicin de Czanne, y en el verano de 1908 se fue a pintar a LEstaque, al sur
de Francia, donde Czanne haba trabajado. Lo que all pint fue prcticamente
puro Czanne. Cmo se desarroll ese proceso puede verse mejor comparando un
lienzo de LEstaque realizado poco despus con una foto del paisaje que Braque
estaba pintando: un casa de campo vista desde una cuesta poblada de arbustos, con
un rbol inclinado a la izquierda (Ilustraciones 9 y 10). Braque transform ese
simple tema en un curioso juego de ambigedades. Todos los detalles han sido
suprimidos del paisaje. Y nos quedamos con una composicin de prismas y
tringulos, con las casas amontonndose como en el juego de cubos de madera de
un nio, cuya escala es difcil de apreciar: la nocin de dimensin con la que
estamos familiarizados fue una de las primeras bajas en la guerra cubista contra la
perspectiva. A pesar del arbusto que brota a la derecha, cuyas ramas asumen una
enrgica y emblemtica categora, como de hojas de palmas, el resto del paisaje es
esttico, casi mineralizado. En su afn de ver detrs del rbol de la izquierda,
Braque suprime su follaje e introduce dentro del paisaje ms casas, cuyos ngulos
planos se asocian con las ramas y el tronco del rbol, dando la impresin
inamovible de ser al mismo tiempo primer plano y teln de fondo en el cuarto
superior izquierdo del cuadro. Sin embargo, las casas no transmiten sensacin de
solidez, su sombreado es excntrico, y algunos de sus ngulos sobre todo los de
la gran casa en el centro de la composicin, la que est ms cerca del ojo lo
mismo pudieran estar sobresaliendo del lienzo que entrando de nuevo dentro del
cuadro. El aspecto cubista, de formas amontonndose en el lienzo, como si la
tierra hubiera dado una vuelta de noventa grados para presentarse ante los ojos del
espectador, haba cristalizado ahora completamente en la obra de Braque.
8. Georges Braque, Gran desnudo, 1908. leo sobre lienzo, 140,3 x 99 cm. Coleccin
privada, Pars.
9. Georges Braque, Casas en LEstaque, 1909. leo sobre lienzo, 72,4 x 58,4 cm.
Kunstmuseum, Berna, Fundacin Hermann y Margrit Rup
El segundo lugar donde Braque sigui las huellas de Czanne fue el pueblo
de La Roche-Guyon, en el valle del Sena, a unas millas de Pars. Por coincidencia o
por designio, all encontr un paisaje que inclua, ya confeccionado por la
naturaleza, la frontalidad hacia la cual se estaba orientando su arte. El valle donde
est ubicado La Roche-Guyon est rodeado de altos y gredosos precipicios, entre
blancos y grisceos, y sembrado de peas. La ciudad est entre el ro y los riscos, y
su principal construccin es un castillo del siglo XVI: el chteau de la familia de La
Rochefoucauld. Ese castillo est construido junto al risco abundante en caliza
cretcica, y Braque lo convirti en su tema: ese revoltijo de agujas cnicas y
triangulares tejados de caballete, verticalmente amontonados. En lo alto, hay una
torre normanda del siglo XIII la roche propiamente, una ruina en 1909, an hoy
desrtica coronando el panorama con un grande y slido cilindro. Primero,
Braque pint ese paisaje desde el terreno que hoy ocupa el aparcamiento del hotel
del pueblo (Ilustracin 11). El frente del risco bloquea la perspectiva; las formas del
castillo suben por la cuesta ya aplastndose, por decirlo as, contra el lienzo. Luego
subi al despeadero de caliza que estaba al lado y capt el castillo desde un
ngulo que le ofreca una an ms complicada geometra de torreones y tejados a
dos aguas, cayendo en el valle en una cascada musical (Ilustracin 12).
11. Georges Braque, Chteau de La Roche-Guyon, 1909. Oleo sobre lienzo, 80 x 59,7
cm. Moderna Musset, Estocolmo.
12. Georges Braque, La Roche-Guyon, 1909. Oleo sobre lienzo, 91,4 x 72,4 cm. Van
Abbemuseum, Eindhoven.
De modo que puede que Braque inventara el cubismo por cuenta propia?
Es bastante probable, pero aquello careca del poder y la tensin que Picasso le
incorporaba. Ya que Picasso, ms que cualquier otro pintor del siglo XX y
ciertamente ms que Braque, tan propenso a lo conceptual, fundaba su arte en la
sensacin fsica. Tena una incomparable habilidad para elaborar las formas: para
hacerle sentir a uno la forma, el peso, la tirantez, el silencio de las cosas. Eso queda
claro en su modo de manejar un tema similar a los cuadros de Braque en La Roche-
Guyon. En 1909, Picasso estaba pintando en el norte de Espaa, en Horta de Ebro.
Su lienzo La Fbrica, Horta de Ebro (1909) (Ilustracin 13) tiene la impactante solidez
gris de los cubos cristalizados de galena, y a pesar del racionalismo del sombreado
ya que el tratamiento de las edificaciones es muy similar al de las casas de
Braque en LEstaque sentimos que casi se puede asir toda la imagen, como si
fuera una escultura, separndola del lienzo, incluyendo las colinas en lontananza
detrs de las palmeras. Y, efectivamente, a los pocos aos Picasso volvera a esa
predileccin por la verdadera escultura, comenzando as una carrera paralela como
el escultor ms sucintamente inventivo del siglo XX. Hacia 1912, sus construcciones
cubistas, como la Guitarra de metal (Ilustracin 51), atestiguan el extraordinario
talento de Picasso para pensar lateralmente, ms all de las categoras dadas. Por
primera vez en la historia del arte, la escultura no es concebida como una masa
slida (arcilla modelada, bronce fundido, piedra esculpida o madera tallada), sino
como una abierta construccin de planos. Dudo mucho que cualquier simple
escultura haya tenido nunca, valindose de unos recursos tan engaosamente
humildes, un efecto comparable en el desarrollo de sus propios medios. Esa
guitarra de hojalata oxidada es el punto de partida desde el cual el constructivismo
ruso, va Tatlin, empieza su andadura; con ese conjunto de metal y alambre se
inicia en Occidente una tradicin que nos lleva hasta David Smith y Anthony Caro,
la de las esculturas hechas con planchas o piezas de metal soldadas y ensambladas.
14. Pablo Picasso, Ma Jolie, Pars (invierno 1911-1912). leo sobre lienzo, 100 x 65,4
cm. Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York, adquirido como parte del
legado de Lillie P. Bliss.
15. Georges Braque, El portugus, 1911. Oleo sobre lienzo, 117,5 x 81,9 cm.
Kunstmuseum, Basilea (foto Giraudon).
16. Georges Braque, Fuente de soda, 1911. leo sobre lienzo, 36,2 cm de dimetro.
Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York, adquirido como parte del legado
de Lillie P. Bliss.
17. Pablo Picasso, Naturaleza muerta con asiento de rejilla, 1912. Collage, 26,7 x 34,9
cm. Museo Picasso, Pars (foto Giraudon).
18. Juan Gris, Fantomas, 1913. leo sobre lienzo, 59,7 x 73 cm. Galera Nacional de
Arte, Washington D. C. Fondo Chester Dale.
Torre Eiffel
Durante la noche
El Sena ya no fluye
Telescopio o clarn
Torre Eiffel
O un tintero de miel
19. Fernand Lger, Los jugadores de cartas, 1917. Oleo sobre lienzo, 128,3 x 193 cm.
Krller-Mller Museum, Otterlo.
20. Fernand Lger, Tres mujeres (El gran almuerzo), 1921. leo sobre lienzo, 183,5 x
251,5 cm. Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York, Fondo Mrs. Simn
Guggenheim.
Do
re
mi
fa
sol
la
si
do
Estamos en lo alto
Delaunay debi de pintar la torre unas treinta veces, y de alguna manera era
casi el nico artista que la pintaba a pesar de que la vemos hacer una modesta
aparicin en un bosquejo al leo de Seurat, y surge de vez en cuando en segundo
plano en la obra del Aduanero Rousseau. La torre roja (1921-1912) (Ilustracin 21)
muestra cun completamente Delaunay poda llevar a cabo las sensaciones de
vrtigo y el ajetreo visual que Cendrars nos describe. Aqu se ve la torre, casi
literalmente, como un profeta del futuro: su roja silueta, que tanto recuerda la de
un hombre, predomina en medio de los plateados techos plomizos de Pars y las
distantes nubes a guisa de hongos. Ese vasto enrejado ascendiendo sobre Pars,
haciendo que el atolondrado cielo se tambalee, se convirti en su imagen
fundamental de modernidad: la luz vista a travs de la estructura.
Delaunay prolong esa imagen en una abstraccin casi pura con una serie de
Ventanas: el cielo visto a travs de otra clase de enrejado, un ordinario marco de
ventana, con vislumbres de la torre apareciendo brevemente para localizar la
escena en Pars. Guillaume Apollinaire ilustr esas imgenes fundindolas
lricamente con las palabras:
Levanta la persiana
21. Robert Delaunay, La torre roja, 1911-1912. Oleo sobre lienzo, 125,7 x 91,4 cm.
Museo Solomon R. Guggenheim, Nueva York.
Nada nos sita en una poca tan grficamente como las imgenes extradas
de la tecnologa o de la moda, y el hecho de ese entusiasmo de Delaunay por lo
nuevo encarnado en objetos que ahora nos resultan reminiscencias de una poca
tan obviamente vieja, casi la antigedad, los primeros tiempos del modernismo.
Los museos, con sus neutrales paredes blancas (las limpias salas de un museo son
el Aleph de la historia del arte, pues contienen todas las posibilidades
simultneamente) y esa sensacin de perpetuo presente, tienden a hacer que el arte
parezca ms nuevo de lo que es. Tenemos que pellizcarnos para recordar que
cuando el leo an estaba fresco en los Delaunay y en los Picasso cubistas, las
mujeres vestan faldas ceidas hasta los tobillos y paseaban en Panhard y Bedelia.
Ese sentimiento de disyuncin la sensacin de vejez del arte moderno se
agudiza cuando reflexionamos en el nico movimiento artstico importante (aparte
de la pittura metafsica, que ms que un movimiento fue el efmero encuentro
estilstico de Giorgio de Chirico y de Carlo Carr que floreci en Italia en el siglo
XX).
23. Umberto Boccioni, La ciudad que se levanta, 1910-1911. leo sobre lienzo, 198,5 x
300,7 cm. Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York, Fondo Mrs. Simn
Guggenheim.
24. Giacomo Balla, Dinamismo de un perro atado, 1912. leo sobre lienzo, 90,2 x 109,9
cm. Galera Albright-Knox, Buffalo, legado de A. Conger Goodyear.
25. Giacomo Balla, Exceso de velocidad (Coche de carrera, estudio de velocidad), 1913.
leo sobre cartulina, 59,7 x 97,2 cm. Galera de Arte Moderno, Miln.
26. Gino Severini, Jeroglfico dinmico de Bal Tabarin, 1912. leo sobre lienzo con
lentejuelas, 160,6 x 156,2 cm. Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York,
adquirido como parte del legado de Lillie P. Bliss.
La mquina, como expres Picabia en uno de sus ttulos (Ilustracin 28), era
La filie ne sans mere (1916-1917), el equivalente moderno del mito del parto de la
Virgen, cuyo hijo, Cristo, haba nacido sin padre. La maquinaria no slo parodiaba
el parto de la Virgen, sino tambin otros atributos del catolicismo: por ejemplo, el
ritual de servirlas, mantenerlas y operarlas, sugieren una misa. Pero su principal
esfera de imitacin era el sexo. Haba ya una poderosa, aunque oscura, tendencia
oculta de imgenes mecnico-sexuales en ciertos escritores experimentales
franceses. De este modo, Alfred Jarry (1873-1907), autor de la triloga de Ubu,
escribi una fantasa del poder mecnico en 1902 en la cual el protagonista, el
Supermacho o Superman, gana una imposible carrera desde Pars hasta Siberia,
pedaleando su bicicleta sin parar, compitiendo con una bicicleta de cinco plazas
cuyos cinco ciclistas tenan las piernas conectadas entre s con barras metlicas a
guisa de bielas (una probable fuente para los mutuamente conectados y mecnicos
solteros en El gran espejo, de Duchamp). Ambas mquinas competan con una
locomotora. El Supermacho gan ambas cosas, la carrera y la chica, la hija de un
americano industrial, que tambin competa viajando en un tren. Pero el
protagonista del libro de Jarry no puede amar a la muchacha; est ya demasiado
mecanizado para eso; de modo que un cientfico construye para Superman un
fauteuil lectrique, literalmente una silla elctrica, para inspirarle el amor a travs de
las descargas de un magneto inmensamente poderoso. (La silla elctrica entr en
servicio en Estados Unidos a finales del siglo XIX, y an era un objeto prodigioso
que suscitaba curiosidad en los franceses: filosofa materializada). Atado a la silla,
electrocutado con once mil voltios, el Superman se queda prendado de la silla y el
magneto se queda prendado de l. Los mecanismos del sexo haban triunfado
sobre los sentimientos.
27. Jacob Epstein, El taladro de roca, 1913-1914. Bronce, 71,1 x 66 cm. Tate Gallery,
Londres.
28. Francis Picabia, La filie ne sans mere, 1916-1917. Acuarela, pintura metlica y
leo sobre tabla, 76,2 x 50,8 cm. Coleccin privada, Londres.
29. Francis Picabia, Veo otra vez en el recuerdo a mi querida Udnie, 1914, quiz
comenzado en 1913. Oleo sobre lienzo, 249,3 x 197,9 cm. Coleccin, Museo de Arte
Moderno, Nueva York, Hillman periodicals Fund.
En 1914, Picabia pint una gran imagen del encuentro sexual que haba
vivido en un transatlntico con una bailarina llamada Udnie Napierkowska: Veo
otra vez en el recuerdo a mi querida Udnie (Ilustracin 29). En ese lienzo, el recuerdo
del placer sexual, expresado en la eclosin y las formas como ptalos, est
inextricablemente fusionado con simbolismo mecnico, y su verdadero subtexto
haba sido escrito por el novelista Joris Karl Huysmans en L-Bas (1821): Fjate en
la mquina, el juego de los mbolos en los cilindros: son Romeos de acero en el
interior de moldes de hierro que son Julietas. Las formas de expresin humanas no
se diferencian en modo alguno del vaivn de nuestras mquinas. Es una ley a la
cual debemos rendir homenaje, a menos que uno sea impotente o un santo.
Picabia no era ninguna de las dos cosas: tena, como dira el pequeo Alex
en La naranja mecnica, un talento especial para la inveterada costumbre del mete y
saca. Sexo mecnico, automecanizado. No es de extraar que los retratos
mecanizados de Picabia an parezcan tan sarcsticos. Una gran herramienta es
etiquetada como hombre; una pequea, como mujer; por medio del inexorable
engranaje de ruedas dentadas, una le dicta el movimiento a la otra. La mquina es
amoral. Slo puede actuar, no puede reflexionar. Nadie quiere que lo comparen con
un esclavo mecnico. Para darse cuenta de la envergadura del impacto de las
imgenes de Picabia, en todo su demoledor y elptico cinismo, tenemos que
contemplarlas en el contexto de una sociedad desaparecida. Eloy no hay nada
sobre el sexo que no se pueda decir o representar; el pblico est casi a prueba de
choque. En la poca de Picabia, sin embargo, se no era el caso. Casi toda la
imaginera sexual fuera de lo evidentemente pornogrfico (lo cual, por
definicin, no era arte) se inspiraba en la ms vaga clase de metforas
naturales; mariposas, grutas, musgo y otras cosas por el estilo. La pornografa
victoriana fue el primer tipo de discurso que asimil la imaginera de la Revolucin
Industrial para describir el sexo. Creme, exclamaba el narrador de El turco
lascivo, de Emily Barlow, a partir de ahora soy incapaz de resistir el suave placer
que l me ha provocado con la dulce friccin del vaivn de su voluptuoso aparato
[] esa terrible mquina que se agitaba tan furiosamente dentro de m
causndome dolor. Las mquinas eran la metfora idnea para esa fantasa
central de la pornografa del siglo XIX, la gratitud tras la violacin. Pero llevar las
mquinas al reino del arte era harina de otro costal, y el esfuerzo de Picabia por
mostrar las relaciones humanas como procesos mecnicos, con su sarcstico
despliegue de imgenes alusivas a la penetracin, la rigidez, la reciprocidad, la
cilindricidad, el empuje y, sobre todo, la repeticin sin sentido, era muy osado.
30. Marcel Duchamp, Desnudo bajando una escalera N. 2, 1912. Oleo sobre lienzo,
147,3 x 88,9 cm. Museo de Arte de Filadelfia, Coleccin Louise y Walter Arensberg.
31. Marcel Duchamp, Los solteros desnudando a la novia, Even (El gran espejo),
1915-1923. leo y alambre sobre cristal, 277,5 x 175,3 cm. Museo de Arte de
Filadelfia, legado de Katherine S. Dreier.
De hecho, El gran espejo es una alegora del amor profano, que sera, como
advirti sabiamente Marcel Duchamp, la nica clase de amor que quedara en el
siglo XX. Su texto fundamental fue escrito por Sigmund Freud en La interpretacin
de los sueos, de 1900: El imponente mecanismo del aparato sexual masculino se
presta para la simbolizacin de toda clase de mecanismos indescriptiblemente
complicados. Pero para Duchamp, que tena motivos para saber, el mecanismo
masculino de El gran espejo no era en absoluto imponente. Los solteros son meros
uniformes, como marionetas. De acuerdo con las notas de Duchamp, tratan de
manifestarle su deseo a la novia coordinando sus esfuerzos y haciendo girar la
batidora de chocolate, para que reproduzca mecnica y laboriosamente una
imaginaria sustancia lechosa similar al semen. Esa sustancia sale a chorros a travs
de las anillas, pero no puede llegar a la mitad del Espejo donde est la novia por
culpa de la barra profilctica que separa los cristales. As las cosas, la novia est
condenada a tentar y a atormentar eternamente, mientras que el destino de los
solteros es una interminable masturbacin.
Cuando mir a la tierra vi todas las lneas del cubismo hechas ya antes de
que ningn pintor subiera a un aeroplano. Vi all abajo, en la tierra, la mezcla de
lneas de Picasso, yendo y viniendo, desarrollndose y destruyndose entre s, vi
las sencillas soluciones de Braque, s, vi y una vez ms supe que un creador es
contemporneo, que comprende lo que es contemporneo cuando sus
contemporneos an no lo saben, pero es contemporneo, y como el siglo XX es un
siglo que ve la tierra como nunca nadie la haba visto, la tierra tiene un esplendor
que nunca haba tenido, y cuanto ms todo se destruye en el siglo XX y nada
contina, tanto ms el siglo XX tiene un esplendor que le es propio.
La arena del desierto est empapada de rojo, roja con los restos de un cuadro
de infantera roto;
Uno de los requisitos del arte elemental que buscaban Arp y los habituales
del cabaret Voltaire era la espontaneidad, la cual, escribi Ball, ocasionara la
ejecucin pblica de la falsa moralidad. Qu hay que hacer para encontrar lo
espontneo? En parte, recurrir a otras culturas. Los dadastas slo podan tener un
conocimiento superficial del jazz, a pesar de que interpretamos una estupenda
msica negra (siempre con el gran tambor, boom boom, boom boom), lo cual estaba
presumiblemente ms cerca de los estereotipos del europeo blanco salvajismo,
tambores y calaveras que de las alegres e intrincadas sonoridades de Nueva
Orleans. En ese mismo espritu, que esencialmente era el del cubismo negro,
Marcel Janeo haca vivas y toscas mscaras de cartn para las piezas cortas de
teatro que se representaban en el caf y tambin las pintaba en carteles para
anunciar los espectculos. Pero para el dadasmo, las dos fuentes principales de
espontaneidad eran la infancia y el azar. Los rompecabezas de bajorrelieves de
madera de Arp elaborados entre 1916 y 1920 eran como juguetes, simples y
directos; en contraste con las ambigedades minerales del cubismo, l propuso un
arte de cosas suaves, hojas, nubes, pulpas, reducidas a contornos, silueteadas y
luego pintadas con frescos colores esmaltados (Ilustracin 32). En realidad, esos
bajorrelieves de madera pintada eran ms espontneos que la mayora de los
juguetes, ya que los cuartos de los nios de las familias burguesas de 1916 estaban
llenos de juegos de cubos de madera, aquellos abecs de rectilnea contencin con
los cuales los futuros idelogos del post-Bauhaus adquiran experiencia mientras
les salan los dientes. Arp tambin rasgaba trozos de papel (sus bordes se
dibujaban a s mismos, sin ninguna intervencin consciente, al ser rasgados) y los
dejaba caer en una hoja, fijndolos all donde cayeran, y logrando as unos collages
enteramente hechos de acuerdo con las leyes del azar. Tristan Tzara segua el
mismo procedimiento en la escritura, sacando de un bolso, supuestamente al azar,
unos papelitos con palabras escritas, que daban lugar a arbitrarios poemas de
frases revueltas.
No me gustan las calaveras de los hsares ni los morteros con los nombres
de chicas grabados, y cuando por fin lleguen los das gloriosos discretamente
seguir mi camino.
Marinetti quera destruir la cultura en nombre del futuro, y Ball, a causa del
pasado: deberamos quemar todas las bibliotecas y dejar solamente lo que todos
saben de memoria. Entonces empezara una bella era de leyenda. Del mismo
modo que la aversin de la historia aliment el fascismo de Marinetti, este aspecto
dadasta pronosticaba el confuso pasotismo que impregnara la contracultura de
los aos sesenta. En su afn de un arte completamente libre, gratuito, que durase
hasta el fin de la historia y no sirviera a los existentes intereses sociales (mientras
anunciaba el pjaro del mensch-Dada, el Mesas de ligeros pies que estaba por
venir), los dadastas de Zurich eran a Marinetti lo que Marinetti haba sido a
Nietzsche. Si la versin de Zaratustra de Marinetti era la mquina, la del dadasmo
era el nio. Despus de todo, la maquinaria haba destruido Europa de un extremo
al otro, matando a millones de seres humanos; la nica esperanza resida en un
nuevo comienzo, en la infancia cultural. Cada palabra que aqu se canta y se dice,
declar Ball, representa al menos una cosa: que esta humillante poca no ha
conseguido ganarse nuestro respeto.
32. Hans Arp, Pjaros en un acuario (c. 1920). Bajorrelieve de madera pintada, 23,7 x
20,3 x aproximadamente 11,4 cm. Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York,
adquisicin.
Haz soplar velos, suaves pliegues cayendo, haz caer hilo de coser y deja
chorrear el agua [] Luego toma ruedas y ejes, y lnzalos al aire hacindolos
cantar (poderosas erecciones de gigantes acuticos). Los ejes danzan atravesando
sendos barriles esfricos rodantes. Las ruedas dentadas olfatean, encuentra una
mquina de coser que bosteza. Voltendose hacia arriba o doblegndose, la
mquina de coser se decapita a s misma, patas arriba. Coge una barrena de
dentista, una mquina de moler carne, una niveladora de caminos para carros, coge
autobuses y coches deportivos, bicicletas para dos personas con sus neumticos, y
defrmalos. Coge lmparas y defrmalas tan brutalmente como puedas. Haz
chocar una locomotora con otra [] que exploten las calderas de vapor para
provocar bruma en la va frrea. Coge enaguas y otros artculos por el estilo,
zapatos y pelucas, tambin patines de hielo, y arrjalos en su lugar y siempre en el
momento oportuno. Y, si quieres, coge cepos para reos, pistolas automticas,
mquinas infernales, latas de sardinas y embudos, todo por supuesto
artsticamente deformado. Las llantas son particularmente recomendables.
34. Kurt Schwitters, Catedral de la desdicha ertica, 1923. Foto de Merzbau, Hannover.
Kunstmuseum, Hannover, Coleccin Sprengel.
Esa aceptacin tan voraz del mundo de lo no artstico dentro del arte, junto
con la rimbombancia anticultural de Tzara y otros de ese jaez, convenci a la
mayora de la gente y an persuade a muchos de que el dadasmo estaba
contra el arte en s y que, por lo tanto, entraaba una profunda contradiccin. Qu
pintura puede negar a la pintura? Qu escultura puede invalidar a la escultura?
Ninguna: pero alrededor de 1918, las personas de cultura media dedicadas al culto
del arte tuvieron que soportar muchos y agudos golpes. En nuestro tiempo, ese
culto lo fomentan las exposiciones de obras maestras comercializadas por
corporaciones a precio de oro, de modo que la experiencia del arte queda
reemplazada por la emocin de mirar con ojos de miope al inaccesible capital.
Hace sesenta aos, la motivacin era el arte como pseudorreligin: la sensibilidad
idolatrando al hroe de la cultura, el gran artista fallecido en su papel
postumamente promulgado de divino creador. En ese sentido, la stira ms
conocida fue el L. H. O. O. Q. de Marcel Duchamp (1919): el bigote y la perilla
aadidos al retrato de Mona Lisa, un gesto que ya es sinnimo de traviesa
irreverencia cultural (Ilustracin 35). Como es habitual en los juegos de palabras de
Duchamp, esa imagen funciona en varios niveles a la vez. El grosero ttulo: L. H. O.
O. Q. que, pronunciado letra por letra en francs, significa: Ella tiene un culo
cachondo, se combina con el colegial grafito del bigote y la perilla; pero adems,
tambin revela un nivel de ansiedad, ya que otorgarle atributos masculinos al
retrato femenino ms famoso y fetichizado de la historia entraa a su vez una
broma sutil alusiva a la homosexualidad de Leonardo (o sea, un tema prohibido)
sirviendo al propio inters de Duchamp en la confusin de los papeles sexuales.
Duchamp llev a cabo otros intentos de desmistificar el arte, sobre todo con
sus ready-mades: objetos de uso cotidiano como una pala de nieve, la rueda de una
bicicleta o un secador de botellas, los cuales expona como objetos desprovistos de
valor esttico pero clasificados, por contexto, como arte. El ms agresivo fue
Fountain (1917), un urinario de porcelana. Esos objetos eran manifiestos.
Proclamaban que el mundo estaba ya tan lleno de interesantes objetos que el
artista no necesitaba aadirles nada. En vez de eso, poda limitarse a escoger uno, y
ese irnico acto de eleccin era equivalente a la creacin, una eleccin que obedeca
ms a la mente que a la mano.
DAD!!!
36. Franz Marc, El destino de los animales, 1913. leo sobre lienzo, 194,3 x 261,6 cm.
Kunstmuseum, Basilea.
37. Ernst Ludwig Kirchner, Autorretrato uniformado de soldado, 1915. leo sobre
lienzo, 69,1 x 60,9 cm. Museo de Arte Alien Memorial, Oberlin College, Ohio,
Fondo Charles F. Olney.
39. John Heratfield, Adolfo, el Superhombre, traga oro y vomita basura, 1932.
Fotomontaje Akademie der Knste, Berln.
40. Hannah Hch, Doncella bonita, 1920. Montaje de fotografas y material
publicitario, 34,9 x 29,2 cm. Coleccin privada.
El dadasmo alemn trat de rechazar todas las tradiciones, pero choc con
una muy vieja: la idea de la sociedad humana como una Narrenschiff, una nave de
los locos, donde se apretujan emblemticos pasajeros de diferentes categoras y
oficios, condenados para siempre a navegar sin rumbo ni destino. Los dadastas
sentan tanto apego por sus estereotipos como cualquier ilustrador de folletos
luteranos, y en su obra pululaban las figuras emblemticas, como en las populares
xilografas de la Alemania del siglo XVI que aparecen pobladas de papas satnicos,
monjes con caras de cerdo y demonios pedorros. Uno de los emblemas obsesivos
del dadasmo eran los mutilados de guerra. Estaban en todas las esquinas de las
calles berlinesas, malaventurados hombres a medias, mostrando lo que Otto Dix,
George Grosz y sus amigos perciban como el cuerpo reformado por la poltica: en
parte carne, en parte mquina. El hombre protsico, tal como lo vio Dix en Los
mutilados de guerra jugando a las cartas (1920) (Ilustracin 41), era tambin una
metfora absolutamente especfica. Para aquellos artistas jvenes, que eran
miembros del Partido Comunista o socialistas radicales de una u otra tendencia, la
Repblica de Weimar tambin era un mutante poltico, una vctima de la guerra,
que exhiba los atributos externos de la democracia mientras dejaba el poder real
en manos de los capitalistas, la polica y los oficiales prusianos.
4i. Otto Dix, Los mutilados de guerra jugando a las cartas, 1920. Oleo sobre lienzo con
montaje, 109,8 x 87 cm. Coleccin privada.
Tal como suceda con las transacciones oficiales de la sociedad, as suceda
con las no oficiales, particularmente con el amor, Daum se casa (1920) (Ilustracin
43) es, en parte, un chiste para iniciados: el hombrecillo mecanizado, el soltero
que est a la derecha resulta interesante que un tema tan duchampiano surgiera
tan frecuentemente y tan lejos del an desconocido El gran espejo, el cual estaba en
Nueva York, est estrechamente relacionado con El espritu de nuestro tiempo, de
Hausmann, y encarna la obra abstracta de los dadastas como hacedores de
mquina-montajes; mientras que la rolliza novia, una de las imgenes menos
moderadas de Grosz representando a la prostituta berlinesa como cerdita,
evidentemente alude al aspecto del realismo-social, a la vertiente polticamente
legible del dadasmo. Cmo casan esos dos? Pero aunque se era en parte un
comentario que formaba parte de las propias estrategias y problemas de los
dadastas como grupo artstico, su significado mayor es obvio. El maniqu-marido
es el hombre de Weimar otra vez, una nulidad a quien la sociedad ha programado
con ciertos deseos para transformarlo en un eficiente consumidor. Grosz expresa
claramente esa idea con las manos cortadas que manipulan la informacin en su
cabeza. Esas manos flotantes riman ingeniosamente con la otra mano, atareada en
hacerle cosquillas a Daum en el pezn para seguir llamando su atencin. La nica
novia posible para semejante soltero es una puta, cuyas pasiones son tan mecnicas
como sus actos.
Grosz dibuj innumerables prostitutas, y las atac con tal virulencia moral y
tan rencorosamente como apenas se haba visto en el arte desde el ocaso de la Edad
Media. Para l, la prostituta era la Giftmadcben, la doncella venenosa del folklore
alemn, el centro de toda ansiedad castradora: la portadora de la sfilis y de la
ruina. (Lo que cerr ese captulo de la imaginera europea, despus de la segunda
guerra mundial, no fue un cambio en las actitudes morales sino la disponibilidad
comercial de la penicilina). El teatro del capitalismo de Grosz era tan claro y
memorable como el argumento de un vieja obra llena de alegoras. He aqu el mal
absoluto, incalificable. (Ciertamente, el estereotipo predilecto de los caricaturistas
de la izquierda, ese gordo industrial con chaleco blanco y sombrero de copa,
sentado en lo alto de una montaa de dinero con un habano embutido en la boca,
en gran medida fue codificado, si no inventado, por George Grosz, y los
admiradores del avaricioso To Gilito deberan darle las gracias). En la Alemania de
Grosz, todas las cosas y todo el mundo estaba en venta. Todas las transacciones
humanas, excepto los grupos solidarios con los obreros, estaban envenenadas. El
mundo es propiedad de cuatro razas de cerdos: el capitalista, el oficial, el sacerdote
y la puta, otra de cuyas formas es la esposa mundana. De nada serva objetar, como
razonablemente cualquiera pudiera hacerlo, que haba algunos oficiales decentes,
banqueros cultivados y honorables mujeres ricas en el Berln de la Repblica de
Weimar. Sera como decirle a Daumier que algunos abogados eran honestos. La
rabia y el dolor de las imgenes de Grosz simplemente no hacan caso de tales
excepciones. Dentro del arte, l era uno de los jueces amigos de la horca, y su
veredicto resuena, nos guste o no, estemos o no de acuerdo con l, cada vez que
vemos un cuello de toro en una cervecera alemana.
42. Raoul Hausmann, El espritu de nuestro tiempo, 1921. Ensamblaje, 32,4 cm. de
alto. Museo Nacional de Arte Moderno, Pars.
43. George Grosz, Daum se casa con su pedante autmata George en mayo de 1920; John
Heartfield est muy contento con la boda, 1920. Acuarela, collage, dibujo a pluma y a
lpiz, 41,9 x 29,8 cm. Galerie Nierendorf, Berln.
44. George Grosz, Autmatas republicanos, 1920. Acuarela sobre papel, 59 x 46,3 cm.
Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York, Advisory Commitee Fund.
Desde el punto de vista de Pars que todava es el ngulo desde el cual los
historiadores del arte tienden a pensar sobre el arte de los aos veinte, tales
imgenes no slo parecan estridentes sino retardatarias. Peor an, eran
ilustrativas, pero tenan que serlo, ya que no slo Grosz sino todos sus colegas
dadastas ansiaban la reproduccin en masa y la diseminacin de su obra, en aras
de su impacto poltico. Esos reproches si es que tienen algn valor (no mucho, en
mi opinin) tambin se los echaron en cara a los pintores alemanes de la Neue
Sachlicbkeit (Nueva objetividad) durante los aos veinte. El expresionismo haba
producido algunas imgenes polticas memorables: basta recordar la cubierta del
libro de Max Pechstein para An Alie Knstler (1919), con su artista-protagonista
agarrndose el corazn, ardiendo con fervor espartaquista, en una deliberada
imitacin de los populares cromos catlicos del Sagrado Corazn de Jess. Pero el
defecto del expresionismo era precisamente que su nico protagonista era el yo,
y qu trabajador iba a identificarse con el narcisismo de los pintores y con el
Angst, por muy sensiblemente que lo presentaran? Mi intencin es que todos me
comprendan, escribi Grosz en 1925. Rechazo la profundidad que la gente
demanda hoy da, a la que nunca se puede descender sin una verdadera campana
de buzo atestada de chorradas cabalsticas y metafsica intelectual. Esa anarqua
expresionista ha de acabar [] llegar el da en que el artista ya no ser ese
bohemio engredo anarquista que se da bombo, sino un hombre sano trabajando
con lucidez en el seno de una sociedad colectivista. El advenimiento de ese da era
una esperanza general de la civilizacin del norte de Europa en los aos veinte,
compartida por los constructivistas, la Bauhaus, el realismo social y otros por el
estilo. La Neue Sachlicbkeit la comparti hasta cierto punto, a pesar de que no todos
sus pintores experimentaban el mismo fervor poltico de Grosz: sus ardores
respondan ms a un retroceso ante el aislado yo expresionista que a una
apertura a las masas.
Al otro lado del Muro, en el imperio ruso, ningn artista en medio siglo
haba disfrutado de ese mnimo de libertad que los dadastas, los expresionistas y
los pintores de la Neue Sacblichkeit daban por sentado: el derecho a interponer el
arte, incluso sin garantas de efectividad, entre el mensaje oficial y el pblico. Por
ah todava Stalin est revolvindose en su tumba. Pero antes de Stalin hubo un
momento en Rusia en que el arte de avanzada estuvo al servicio del poder de la
izquierda, no slo libremente, sino con el ms elevado espritu de optimismo y con
brillantes, aunque efmeros, resultados. Eso sucedi entre 1917 y 1925, cuando la
promesa del comunismo era nueva y la novedad del arte se fusion con ella. Y del
mismo modo que Hitler extingui la cultura de Weimar, tambin esa nueva
atmsfera cultural rusa fue sofocada por Stalin y sus vengativos escritorzuelos a
sueldo en los aos treinta.
Por supuesto, era una esperanza moderna que all pudiera haber
revoluciones gemelas en las esferas del arte y de la poltica, pero esa esperanza se
basaba en la naturaleza de la atrasada Rusia zarista: un sociedad casi esttica, an
no industrializada, con pocos medios de comunicacin fuera de las ciudades ms
grandes, y una minscula lite de aristcratas y burgueses cultivados que
formaban la punta de una pirmide de analfabetismo. Cuando una sociedad no
puede leer, las imgenes visuales y la tradicin oral adquieren una gran
importancia. Durante mil aos, la Iglesia ortodoxa rusa haba entrado en contacto
con su pueblo a travs del arte didctico de los iconos. As que haba motivos para
suponer que un didctico arte poltico poda hacer lo mismo, y que cambiar el
lenguaje del arte en nombre de la Revolucin poda resultar casi tan contagioso y
abarcador como las emisoras de televisin de hoy.
No podan verse muchas obras originales futuristas en Rusia, pero eso no era
un gran problema, ya que los artistas tenan libertad para viajar. As, entre 19lo y
1924, una lista hecha a la ligera de la comunidad artstica rusa en Pars habra
incluido a casi todas las principales figuras de la vanguardia postrevolucionaria
(con las excepciones de Kazimir Malvich y Vasily Kandinsky): Natan Altman,
Marc Chagall, Vladimir Tatlin, Eliezer Lissitzky, Ivn Puni, Alexandra Ekster,
Alexandr Shevchenko, Lydia Popova, Naum Gabo y su hermano Antn Pevsner. El
cubo-futurismo, como lo practicaban los rusos, a menudo tena un tono
orientalizante, decorativo o mstico: despus de todo, si Matisse poda ir a
Marruecos, por qu un ruso no iba a encontrar inspiracin en el arte popular y en
la decoracin textil de un pas limtrofe con Persia, Afganistn y China? Para m
Oriente significa la creacin de nuevas formas, una ampliacin y profundizacin
de los problemas del color, escribi Natalia Goncharova en 19L2. Eso me
ayudar a expresar la contemporaneidad su intensa belleza mejor y ms
vividamente. Pero la contemporaneidad significaba la mquina; y por eso, en los
cuadros de Goncharova, al igual que en los primeros de Malvich o incluso los de
Chagall, se ven incesantes referencias a la esttica de la mquina: la plancha de
vapor y los plisados metlicos de la pechera en La lavandera, de Goncharova (1912)
(Ilustracin 46), o los rajados planos parpadeantes del Afilador de tijeras de Malvich
(1912), o la torre Eiffel que se alza como una bendicin de la modernidad al fondo
del Autorretrato con siete dedos, de Chagall (1913) (Ilustracin 47).
Y yo digo:
Que las cmaras de tortura de los acadmicos no aguantarn los das que
vienen.
47. Marc Chagall, Autorretrato con siete dedos, 1913. leo sobre lienzo, 127 x 106,7
cm. Stedelijk Museum, Amsterdam.
Pero cualesquiera que fueran las fuerzas latentes en la vanguardia rusa, fue
la Revolucin de Octubre la que le proporcion su mayor metfora social. Aquello
era proceso y transformacin, la renovacin literal de la historia: el materialismo
pico trabajando en el plano social, recombinando los fragmentos de una realidad
abolida en un nuevo modelo colectivo. Un artista, Natan Altman, lleg incluso a
afirmar que el futurismo (su trmino para englobar todo arte radical) era la
forma de la creacin proletaria. Cun terriblemente necesitamos luchar contra
esa perniciosa inteligibilidad, exclamaba, refirindose a los ordinarios carteles
artsticos: el obrero musculoso con una bandera roja. Mejor que eso es cualquier
obra de revolucionario arte futurista. La gente, acostumbrada a ver una descripcin
de objetos individuales o fenmenos en una imagen, se queda perpleja. No se
puede distinguir nada. Y en realidad, si se extrae una parte cualquiera de una
imagen futurista, ese fragmento aislado representa una absurdidad. Porque cada
parte de una imagen futurista slo cobra sentido a travs de la interaccin con el
resto de sus partes; solamente en conjuncin con las dems, esa imagen adquiere el
significado que el artista le infundi.
Una pintura futurista vive una vida colectiva, que es el mismo principio a
partir del cual se construye toda la creacin del proletariado.
48. Kazimir Malvich, Dibujo arquitectnico suprematista, 1924. Dibujo a lpiz, 30,7 x
43,5 cm. Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York, adquisicin.
49. Natan Altman, Decoracin para el Palacio de Invierno, 1918. Collage y acuarela,
28,2 x 38,6 cm. Museo Ruso, San Petersburgo (foto Centre Pompidou).
51. Pablo Picasso, Guitarra, Pars, 1912-1913. Lmina de metal y alambre, 76,7 x 33,1
x 18,4 cm. Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York, obsequio del artista.
52. Vladimir Tatlin, Relieve para colocar en un rincn, 1915. Tcnica mixta, 79,2 x 149,9
x 74,2 cm. Reconstruccin de Martyn Chalk, 1980.
53. Vladimir Tatlin, Relieve para colocar en un rincn, 1915. Tcnica mixta, 84,3 x 69 x
79,2 cm. Reconstruccin de Martyn Chalk, 1979.
54. Raoul Hausmann, Tatlin en casa, 1920. Collage (original perdido), 40,6 x 27,9 cm
(foto Moderna Museet, Estocolmo).
55. Vladimir Tatlin, Maqueta del monumento a la Tercera Internacional, 1919. La
maqueta llevada en procesin el primero de mayo de 1926 en San Petersburgo (foto
Centre Pompidou, Pars).
56. El Lissitzky, Golpea a los blancos con la cua roja, 1919. Cartel, 58,4 x 48,3 cm. Van
Abbemuseum, Eindhoven.
57. El Lissitzky, Composicin Proun (c. 1922). Aguada y dibujo a tinta sobre papel, 49
x 38,9 cm. Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York, obsequio de Curt
Valentn.
58. Nikolai Kolli, La cua roja, 1918. Caricatura al carboncillo y acuarela, 33 x 20,3
cm. Museo de Arquitectura A. Shchusev, Mosc (foto Centre Pompidou).
El mejor medio para realizar esa aspiracin era, por supuesto, la fotografa.
En opinin de Rodchenko, la fotografa era socialismo instantneo: era rpida,
barata, real, y sus imgenes podan repetirse, copiarse y distribuirse
indefinidamente. La fotografa, argumentaba Rodchenko, proporcionara los
autnticos monumentos del futuro:
Esa intuicin del celebrado poder de los medios de difusin era a la vez
proftica y exacta. Pero solamente en un contexto constructivista poda
considerarse mayor el poder factual del documento que el idealizado poder del
retrato del arte figurativo. Rodchenko se opona a este ltimo porque era
sinttico, una suma de aproximaciones, falsamente generalizadas en una unidad.
l prefera la veracidad de lo inequvoco, el hecho libre, el momento individual
visto al desnudo. Como ilusin, la foto fija no poda rivalizar con las pelculas. Pero
cuando la fotografa era deformada y vuelta a ensamblar, s poda: por eso los
fotomontajes de Rodchenko influyeron y a su vez fueron influidos por ella en
la obra de su amigo, el documentalista cinematogrfico ruso Dziga Vertov.
59. Alexandr Rodchenko, Cartel para la cerveza Trekhgornoe, 1923. Museo de Arte
Moderno, Oxford.
60. R. A. Bertelli, Cabeza de Mussolini, 1933. Cermica negra, 48,5 cm. de alto,
Imperial War Museum, Londres.
La nica moraleja que podemos inferir de todo esto, aparte del hecho
conocido de que los artistas tienden a trabajar para cualquiera que les pague, es
que el estilo modernista careca de valores y poda servir a casi cualquier inters
ideolgico. Esto era igualmente cierto para el gusto esttico del dictador, el
neoclasicismo, el estilo oficial de Hitler y de Stalin. Sin embargo, cada bando crea
tenazmente que su fidelidad al drico en sus pasteles de boda era la mejor. Albert
Speer, arquitecto personal de Hitler y despus su ministro de Armamento y
Construccin, sostuvo hasta el final de sus das que los rusos en mi opinin eran
toscos en su arquitectura. Por supuesto, nosotros tenamos una arquitectura
hermosa, pero la de ellos era ordinaria.
Lo que Speer dise para Hitler en los aos treinta poco tena que ver con el
modernismo, excepto por el hecho crucial de que lo hizo en el siglo XX y que no
habra recibido esos encargos si Hitler no hubiera compartido la creencia
fundamental de la vanguardia de Weimar en cuanto a que la arquitectura era un
instrumento especialmente apropiado para ser la voz de la ideologa. (En este
sentido, vase el captulo 4, Problemas en la utopa). Si hubieran sido
construidos, los diseos de Speer para Hitler seran las estructuras estatales ms
grandiosas desde los tiempos de las pirmides; en realidad, algunas de ellas eran
mucho ms grandes que el colosal monumento de Keops. En 1925, un don nadie
sin dinero, Hitler, ya estaba esbozando gigantescas cpulas y arcos para la
remodelacin de Berln, capital del mundo. Con la ayuda de Siemens y de AEG, las
firmas de ingeniera ms grandes de Alemania, Speer casi convirti esas
estructuras en realidad; solamente la segunda guerra mundial lo detuvo. La cpula
de Berln, concebida para acoger a ciento treinta mil miembros del partido nazi
durante ceremonias, declaraciones de guerra y de paz, y otras cosas por el estilo,
tendra ms de doscientos cincuenta metros de alto y siete veces el dimetro de la
cpula diseada por Miguel ngel para la baslica de San Pedro (Ilustraciones 64 y
65). Aquello sera tan grande que los nubarrones se formaran en su interior,
ascendiendo desde el vaho y el sudor de la multitud hasta el remate de la cpula.
Pero el tamao de la cpula entraaba una frustracin, ya que, como recordaba
Speer, en una edificacin tan enorme, el hombre, que era lo ms importante, la
persona para la cual realmente se haba hecho aquello quedaba reducida a la nada.
No se le podra ver. Yo trat de resolver el problema, pero no pude. Iba a poner un
guila enorme con una cruz gamada detrs de l para decir: Aqu esta l, pero
Hitler realmente hubiera sido invisible en medio de tanta grandiosidad. La cpula
de Berln, de hecho, marc el punto en el cual la arquitectura necesariamente debe
darse por vencida en un estado de masas ante los medios de comunicacin.
Los nazis no podan aumentar proporcionalmente la escala poltica del gora a las
dimensiones del Reich de mil aos, para conducir a todo el pueblo a donde estaba
el fbrer. La solucin hubiera sido llevar al lder hasta la sala de cada hogar, por
medio de la televisin, pero eso tendra que esperar otros veinticinco aos.
61. Mostra della Rivoluzione Fascista, Roma, 1933. Coleccin Mansell, Londres.
62. Enrico Prampolini, Los camisas negras de Mussolini, 15 de abril de 1919, 1933.
Mural para la Mostra della Rivoluzione Fascista.
63. Marino Marini, Italia en armas, 1933. Escultura de piedra para la Mostra della
Rivoluzione Fascista.
Fue bajo la influencia de Speer que Mussolini, al final de los aos treinta,
dej el modernismo para adoptar el estilo clsico en la arquitectura del Estado, e
incluso construy un nuevo Foro Italiano en las afueras de Roma, decorado con
heroicos desnudos y remedos de mosaicos antiguos de Prampolini. La metfora de
aquella empresa era, por supuesto, la continuidad: el pasado respaldando al
presente. Si Hitler haba quedado impresionado con las ruinas de Roma y quera,
al igual que muchos otros tiranos, superarlas, Mussolini posea las ruinas en s, y
consigui que sus arquitectos las explotaran. Hubo una Roma de los Csares y una
Roma de los papas, pero ahora sera la Terza Roma, la Roma del fascismo,
establecida a medio camino entre la baslica de San Pedro y la desembocadura del
Tber. Mussolini esperaba terminar las obras hacia 1942, su fecha planificada para
la EUR o Exposicin Universal de Roma. El broche de oro sera un arco de triunfo,
una altsima elipse de hormign armado. A la larga se construy, pero no de
hormign, sino de acero inoxidable, y tampoco fue en Roma, sino que la hizo Eero
Saarinen como el arco de entrada a Saint Louis, Missouri.
Roma de mrmol,
reconstruida en cartn,
68. Palacio de la Civilizacin Italiana, EUR, Roma, John Hillelson Agencia (foto
Dan Budnik).
Por otra parte, qu ha quedado del arte disidente? Muy poco. Diego Rivera
(1886-1957), el prodigiosamente fecundo muralista mexicano que cubri acres de
muros con imgenes de produccin y revolucin, y tal vez el nico artista moderno
importante fuera de Alemania y de Rusia consagrado a un arte de elocuencia
completamente social, no ha dejado sucesores cuya obra pueda compararse a su
propia e inmensa energa. El alcance del arte de Rivera y el prestigio nacional de
que an goza en Mxico tienen su origen en unas circunstancias histricas
especiales; las masas mexicanas, igual que las de Rusia, eran preelectrnicas, pocos
saban leer y escribir, y estaban acostumbrados a consultar el arte popular religioso
como fuente fundamental de instruccin moral. En otra parte, slo una obra de arte
humanitaria y poltica ha alcanzado una autntica fama en los ltimos cincuenta
aos: Guernica, de Picasso (1937) (Ilustracin 71). Es la ltima de una serie de
formales imgenes de batalla y sufrimiento que van desde La batalla de San Romano,
de Uccello, pasando por Tintoretto hasta Rubens, hasta el 3 de mayo de 1808 en
Madrid, de Goya y Las matanzas de Ros, de Delacroix. La obra fue inspirada por un
acto de guerra, el bombardeo de una ciudad del Pas Vasco durante la guerra civil
espaola. La destruccin de Guernica fue llevada a cabo por aviones alemanes,
tripulados por pilotos alemanes, a peticin de un militar nacionalista espaol, el
general Emilio Mola. Debido a que el gobierno republicano de Espaa haba
concedido la autonoma a los vascos, Guernica era la capital de una repblica
independiente. Su devastacin llen las pginas de la prensa mundial, empezando
por The Times, en Londres, como el smbolo supremo de la barbarie fascista. Por eso
al lienzo de Picasso le correspondi la ejemplar fama del acontecimiento,
transformndose en un monumento conmemorativo de la catstrofe tan bien
conocido como La carga de la brigada ligera, de Tennyson, lo haba sido ochenta aos
antes.
71. Pablo Picasso, Guernica, 1937. leo sobre lienzo, 348,5 x 777,2 cm. Museo
Nacional Centro de Arte Reina Sofa, Madrid.
3
EL PAISAJE DEL PLACER
El siglo XIX no invent el arte hedonista, lo que hizo fue dilatarlo. Algo de
cierto haba en la observacin de Talleyrand, ministro de Asuntos Exteriores de
Napolen, cuando dijo que quien no haba vivido antes de la Revolucin francesa
no conoca la dulzura de la vida. Para los ricos eso era una verdad absoluta, ya que
el principio del placer en el arte del siglo XVIII era virtualmente propiedad de una
clase: la aristocracia. La gran imagen pictrica del placer civilizado era la escena
arcdica: reuniones galantes de personas disfrutando al aire libre, en el csped
verde de un dcil paisaje, junto a una fuente, a la sombra de los rboles formando
bvedas, ni desnudos ni de etiqueta: la cultura pavonendose en presencia de su
opuesto, la naturaleza. Esas idealizadas meriendas campestres empiezan con
Giorgione y Tiziano en el siglo XVI veneciano. Evidencian que el miedo al bosque
de la cosmovisin medieval haba sido, cuando menos, exorcizado: la naturaleza
era ahora benevolente, y se poda entrar en ella, simblicamente al menos, sin
experimentar un escalofro de terror. Es en la Arcadia donde las primigenias
imgenes del paraso como un jardn cercado amurallado y emparrado, para
tener a raya los aspectos demonacos de la indomada naturaleza se unen con la
imagen secundaria de la naturaleza como propiedad, perteneciente a las figuras
para que puedan sentirse cmodas en ella. El Concierto campestre de Giorgione es
uno de los primeros cuadros en la historia del arte cuyos personajes no hacen nada
excepto disfrutar de s mismos, siendo ms que haciendo. Ese ideal del placer se
transmiti a travs de Rubens en el siglo XVII a Antoine Watteau en el XVIII como
la fiesta campestre, y en Embarque desde la isla de Citerea, de Watteau, ese gnero
alcanza su exquisita culminacin. La estancia en la isla de Venus ha terminado, el
grupo regresa a su fala con popa en forma de concha y, de este modo, a la vida
real: los rboles emplumados, los velos de menguante luz en el cielo, y cada arruga
y pliegue de seda en el creciente crepsculo se combinan en un ltimo recuerdo
del placer, tanto ms conmovedor cuanto que se acerca su prxima desaparicin. Si
Watteau, con su incomparable sentido de la fragilidad y del comps, era el Mozart
de sus temas, haba muchos artistas menores que usaban esas escenas
generalmente como decoracin cortesana; y aunque la fiesta campestre haba cado
en la trivialidad hacia 1770, poda recombinarse con otras modalidades. Thomas
Gainsborough la combin con el solemne retrato en El seor y la seora Andrews (c.
1750): la serena pareja de jvenes terratenientes contemplando la naturaleza tan
condensada y resumida en sus propias tierras. El paisaje y los personajes que estn
all, sus ropas y posesiones todos esos objetos representan a la clase que
tambin es propietaria de la pintura. Eso siempre haba sido normal en el arte; pero
a la vuelta de unas dcadas de la Revolucin francesa surgira un nueva clase
gobernante en Europa, la burguesa. Sus miembros queran ver sus placeres
descritos y su existencia documentada, no por encandiladas vislumbres de la
marquesa de Pompadour, ni por un columpio, sino en trminos de la vida tal como
ellos y sus hijos la vivan.
Esa clase media triunfante inclua no slo a los pintores conservadores sino
tambin a algunos de los artistas ms renovadores de finales del siglo XIX:
Edouard Manet, Edgar Degas, Auguste Renoir, Claude Monet. La primera
exposicin impresionista tuvo lugar en 1874, y para muchos en el siglo siguiente, el
impresionismo al principio tan desconcertante que los caricaturistas
pronosticaron que ese estilo hara abortar a las mujeres preadas fue el ms
popular de todos los movimientos artsticos. El apetito de cuadros y dibujos
impresionistas no parece desaparecer jams, y al mismo tiempo el impresionismo
parece representar un mundo perdido: un mundo premoderno, cuyas imgenes
tienen relativamente poco que ver con nuestra propia cultura.
Sin embargo, hacia mediados de la dcada de los ochenta del siglo XIX, los
artistas jvenes desafiaron el amor de los impresionistas a la espontaneidad. Una
vista impresionista era la esencia del realismo: representaba una cosa en un
momento dado en el tiempo, un efecto de luz y color que era fugaz por definicin;
idealmente, pintar un paisaje impresionista slo tomara tanto tiempo como
tomaba verlo. El impresionismo no se rega por ningn sistema ms all de la
agudeza del ojo del artista y la sensual eficacia de sus pinceladas, entretejiendo su
dibujo rpidamente sobre el lienzo. En realidad, esa falta de sistema devino un
motivo para su popularidad. Nadie poda sentirse intimidado ni ofendido ante una
pintura impresionista. Il nest quun oeil, mais, mon Dieu, quel oeil!, deca
Czanne de Monet. La reserva de Czanne era compartida por algunos de los ms
jvenes, quienes vean el impresionismo como la dictadura de la retina sobre la
mente. Ellos queran dar a sus imgenes la permanencia y la dignidad de los
clsicos o del arte oriental: de alguna manera, el caos de la vista deba estar
hecho para reflejar orden, estructura y sistema. Entre ellos, el mejor pintor era
Georges Seurat (1859-1891).
Seurat era un prodigio. An no tena treinta y dos aos cuando muri. Pocos
artistas hallaron su estilo tan precozmente. Seurat no solamente lo encontr, sino
que el suyo era uno de los ms lcidos estilos clsicos desarrollados desde el siglo
XV, y se basaba en el punto. La unidad del impresionismo haba sido la pincelada,
gruesa o delgada, neta o pastosa, entreverada, blanducha o transparente, siempre
imprevisible en la forma, aliada con el dibujo en su direccin, e intuitivamente
mezclada para ajustarse a la escena representada. Seurat quera algo ms estable
que eso. Era un hijo del positivismo y del optimismo cientfico de finales del siglo
XIX. Gracias a la tabla peridica de los elementos, pareca que el hombre ahora
conoca todas las partes constituyentes de la realidad, los mismos ladrillos de que
est hecha la materia. Se podra diseccionar lo visible hasta llegar a sus ms
diminutas partculas, y as construir una gramtica objetiva de la visin? Seurat
crea que s, y su teora se basaba en estudios cientficos del anlisis de los colores y
en tratados de ptica. De todas esas obras, la que ms le influy fue La ley del
contraste simultneo de los colores (1839), de Eugne Chevreul. El color puro, como
haba demostrado Chevreul, se mezclaba en el ojo. Un punto de color puro daba la
retiniana impresin de estar rodeado por un halo de su complementario: el naranja
aparece bordeado de azul, por ejemplo, el rojo con un borde verde, el violeta con
uno amarillo. La interferencia de esas aureolas significa que cada color cambia a
su vecino. Por lo tanto, la percepcin del color es una cuestin de interaccin, una
red de acontecimientos interconectados ms que la simple exposicin de un matiz
tras otro ante el ojo. Seurat decidi explicitar ese fenmeno haciendo que sus
toques de color fueran ms diminutos, reducindolos a puntos: de ah el nombre
de puntillismo. Aplicando pequeas pinceladas yuxtapuestas, esos puntos
crecan multiplicndose por millones igual que los plipos del coral, y se unan (al
igual que esas pequeas criaturas coloniales) en un duro cuenco, un sosegado
arrecife de formas. Haba tantos puntos por centmetro cuadrado, o lienzo, que
Seurat poda hacer todos los cambios de color y de valor que necesitaba, pero por
supuesto aqul no era un sistema fluido, y se adaptaba mejor a motivos tranquilos,
hierticos y luminosos que a imgenes agitadas o dramticas.
Por encima de todo, era una tcnica idnea para el paisaje. Seurat visitaba a
menudo los puertos del Canal en el norte de Francia. Sus cuadros de despejados
paseos martimos, los lisos horizontes marinos y la calma tocada por la luz, revelan
un imponente poder de anlisis visual. Puerto del canal de Gravelines (1890)
(Ilustracin 72), parece simple mientras no reparamos hasta qu punto ese paisaje
carece de costuras. El ms pequeo error en el matiz poda haber provocado un
pinchazo en esa tensa, arenosa y cremosa membrana de puntos. Si el acuerdo entre
el subyacente sistema de Seurat y las grandes formas que describe se hubiera
relajado un solo instante, nos habramos quedado con un sarampin visual. En
cambio, hay un perfecto equilibrio, en el cual la neblina y luminosidad del aire del
Canal se han traducido escrupulosamente en formas (no solamente evocadas por el
color). La ausencia de episodio en la pintura cuyos escasos acentos consisten en
largos y delgados mstiles, un faro, un noray y el ngulo curvado del muelle, nada
ms vuelve a engatusar nuestra mirada para hacernos reflexionar en ese anlisis
de la luz, como su tema esencial. Sera difcil encontrar otra imagen que se
despliegue tan sutilmente a guisa de paisaje para ser pensado.
74. Puvis de Chavannes, Massilia, colonia griega, 1869. leo sobre lienzo montado en
una pared, 422,1 x 564,4 cm. Muses des Beaux-Arts, Marsella (foto Giraudon).
Poco tiempo despus, Claude Monet llegara al mismo punto por un camino
diferente. Si Monet hubiera muerto el mismo ao que Seurat (1891), seguira siendo
recordado como el impresionista esencial; pero su importancia para el arte
moderno no hubiera sido crucial. Ninguno de los impresionistas haba enaltecido
la superficie del paisaje tan elocuentemente. l era a los rboles, al mar y al cielo lo
que Renoir era al cutis de las mujeres. Sin embargo, no muchas de las obras que
pint antes de cumplir los cincuenta aos tenan la reflexiva permanencia, la
analtica quietud dentro de la matriz de placer, que seala la presencia de la
grandeza. Hacia 1880, Monet empez a expresar sus escrpulos sobre el
impresionismo como movimiento, porque qu fcil era para los artistas de segunda
hacer carrera con todo ese tinglado impresionista. l quera ahondar en el juego,
mostrar las profundas conexiones entre el ojo y la mente.
Eso fue lo que Monet decidi hacer, y empez en 1888 pintando el mismo
motivo una y otra vez, en series. Probablemente sac esa idea de los grabados
japoneses que circulaban ampliamente entre los artistas de Pars
proporcionndoles una corriente de temas. Puede que se haya inspirado en Cien
vistas del monte Fuji, de Hokusai. En cualquier caso, en 1891, Monet expuso su
primera serie de cuadros: quince vistas de un grupo de almiares. Los circulares
montones de heno aparecan ms prximos a la deformidad de lo que poda estarlo
cualquier otro objeto artificial. La eleccin de Monet recordaba la decisin de
Courbet de pintar un distante haz de palos que realmente no poda identificar. Los
almiares eran neutrales receptculos de luz (Ilustracin 75). Pero precisamente se
trataba de eso, se era su propsito, ya que Monet quera mostrar quince de las
infinitas variantes de efectos luminosos que podan representarse, partiendo de un
mismo motivo, a diferentes horas del da, en las distintas estaciones del ao. Lo que
se pretenda era que cada almiar se viera como una muestra de algo que es a la vez
trivial e interminable, susceptible de absorber toda la capacidad de examen y de
discriminacin de que el ojo humano es capaz. La eternidad en un grano de arena,
y el cielo en una flor.
Tras teir los almiares con esos tonos mgicos, como si fueran vidrieras de
colores, Monet continu con la descripcin de una catedral gtica como si fuera un
almiar. En 1892, alquil una habitacin frente a la fachada occidental de la catedral
de Run. Entonces pint unos veinte cuadros de esa misma fachada, bajo diferentes
condiciones de luz. Ciertamente, sus motivaciones para pintar el edificio no eran
religiosas. Monet no era un francs devoto. Nunca una estructura tan
venerablemente histrica haba sido pintada tan resueltamente en su da, ni jams
un objeto religioso tan famoso haba sido tratado de manera tan laica. De hecho,
haba algo un poco inquietante en la decisin de Monet de tomar como modelo el
templo de Run igual que si fuera un lamo, un almiar o una parcela de csped, lo
cual implicaba que la conciencia es ms importante que cualquier religin. Las
catedrales se revelaban pastosas y diluidas, desbaratndose entre colores arenosos,
como helados derritindose (Ilustracin 76). Su densa atmsfera se muestra
desvanecida: la fachada ya no est baada en aire, sino incrustada de pintura. Al
trabajar en series, Monet declaraba que su tema no era una vista, sino el acto de ver
esa vista: un proceso mental, desplegndose subjetivamente, nunca cristalizado,
siempre formndose. Ese anlisis no poda llevarse a cabo con un contenido hostil
o desagradable; la distraccin hubiera sido demasiado grande. El motivo deba ser
posedo. La meditacin deba empezar con placer, no con dolor; en el centro del ser,
no en sus perturbados contornos. El arte es un artculo de lujo, seal una vez
Gustave Flaubert. Necesita blancas, serenas manos. Uno de los emblemas de ese
estado de nimo entre los pintores es el jardn que Claude Monet construy cerca
del pueblo de Giverny, a ochenta kilmetros de Pars. l vivi all desde 1883 hasta
su fallecimiento en 1926, y pint todo lo que all posea.
75. Claude Monet, Dos almiares, 1891. leo sobre lienzo, 64 x 99,3 cm. Instituto de
Arte de Chicago.
76. Claude Monet, Catedral de Run, por la manara, 1894. leo sobre lienzo, 104,6 x
71,6 cm. Louvre, Pars (foto Giraudon).
78. Claude Monet, Nenfares (sin fecha). leo sobre lienzo, 200,7 x 426,7 cm.
National Gallery, Londres.
El estanque era tan artificial como si hubiera sido pintado. Liso, como un
lienzo. Lo que mostraba en su superficie, las nubes y las hojas de los nenfares y
un viento suave como pisadas felinas, las oscuras manchas del follaje reflejado, los
abismos de azul oscuro y los trmulos y opalinos reflejos de la luz del cielo, todo
eso aparece comprimido a la vez en un espacio poco profundo, una piel, como el
espacio donde se pinta. Los sauces llorones acarician esa superficie como pinceles.
No hay primer plano, ni fondo; en vez de eso, una red de conexiones. La visin de
la energa de Monet manifestndose en un continuo campo de matices sera de
gran importancia para la pintura abstracta treinta aos despus de su muerte. Una
obra como Neblina lavanda (1950), de Jackson Pollock, con su palpitacin de
enmaraadas madejas entretejindose a travs de todo el lienzo, es una
prolongacin americana de esa lnea simbolista que discurre por el jardn de
Monet. Pero aunque esa obra no hubiera tenido eco en la pintura futura, algo de los
Nenfares seguira estando entre los momentos de suprema visin del arte
occidental. El estanque era una rebanada de infinito. Asir lo indefinido para fijar lo
que es inestable, para dar forma y ubicacin a unas visiones tan evanescentes y
complejas que apenas podan nombrarse, eran ambiciones bsicas del
modernismo, y se oponan a la presumida concepcin de determinar la realidad
que el materialismo y el positivismo nos legaron. El tercer explorador de esa
bsqueda en aquel final del siglo XIX, despus de Seurat y de Monet, fue Paul
Czanne, a cuya obra ya nos hemos referido brevemente.
80. Paul Czanne, Manzanas, botella y el respaldo de una silla, 1902-1906. Dibujo a
lpiz y acuarela, 43,7 x 58,7 cm. Courtauld Institute Galleries, Londres.
Ay del artista en quien Hollywood pone sus ojos! Gracias a Anthony Quinn,
todos saben algo de Paul Gauguin: el arquetpico marginado, el hombre que
renuncia a una carrera de banquero para pintar, que se volvi loco con su amigo
Vincent, el que se cort la oreja, abofeteado por el mistral en la Casa Amarilla de
Arls, y que dej a su esposa (por cierto, una mujer muy bonita y sufrida, y en
modo alguno la plida antimusa represiva de la ficcin popular) por los lquidos
abrazos de las tahitianas. Gauguin fue el primer artista francs (si descontamos los
viajes a Africa de los romnticos del siglo XIX) que trat de encontrar el paraso
terrenal muy lejos de Francia, pero en modo alguno fue el primer pintor europeo
en ir a Tahit. El paraso en los mares del Sur haba sido un elemento esencial del
arte occidental durante ms de un siglo antes de Gauguin. Casi desde el momento
de su descubrimiento por el capitn Wallis, en 1767, Tahit fue descrita por los
exploradores (y aquellos que lean sus libros) como un Elseo anterior a la cada del
hombre, el jardn del Edn [] digno del pincel de un Boucher, como anot el
navegante francs Bougainville mientras paseaba en barco por la baha Matavai un
ao despus, con las bronceadas ninfas polinesias surgiendo aqu y all, como si
cada una de ellas fuera la mismsima Venus aparecindose ante el pastor frigio,
todas con las celestiales formas de esa diosa. Aquello era el embarque a la isla de
Citerea en la vida real; sin duda agudizado por seis meses en el ocano, lejos de las
mujeres.
El primer artista que pint Tahit fue un escocs, William Hodges, quien fue
all con el capitn Cook en 1769. (A diferencia de Gauguin, renunci
prudentemente a la pintura cuando regres a Inglaterra y se volvi banquero). Pero
hacia finales del siglo XIX la idea del buen salvaje, viviendo feliz en la inocencia, en
el seno de la naturaleza repleta de frutas, era una de las grandes fantasas del
pensamiento europeo, y Tahit segua siendo imaginada como la prueba de su
existencia. Adems, el paraso era una colonia francesa, con servicio postal y otras
ventajas; si la dieta de frutos del rbol del pan y de pescado resultaba montona,
uno siempre poda variarla como hizo Gauguin, a un ruinoso precio
recurriendo a las sardinas enlatadas e importando botellas de Beaujolais.
As que el paraso que Gauguin pintaba era engaoso, un jardn del Edn
violado, poblado de fantasmas culturales; y sus tahitianas eran como
supervivientes de una Edad de Oro que ellas mismas no podan recordar. De una
peculiar manera, eso se ajustaba al aspecto formal, clsico, de la obra de Gaugum.
Pensamos que era un pintor moderno, pero no lo era, o no del todo: zonas enteras
de su imaginacin pertenecen ms al Tercer Imperio que al siglo XX, y una de ellas
era su aficin a la alegora. Quera que sus cuadros fueran fbulas morales, y, por
ms seas, portentosas; se conceba a s mismo como un maestro moral, no
exactamente un ingeniero de sensaciones visuales. Ese afn de predicarle a una
vasta audiencia sobre asuntos religiosos o ticos era precisamente lo que gran parte
del arte iba a dejar atrs entre el siglo XIX y el XX. Ese deseo sera la primera baja
de la nueva intimidad. Pero Gauguin pensaba que l poda encontrar alguna pista
general para el destino del gnero humano en el arruinado mito del buen salvaje.
En 1897, pint un inmenso lienzo titulado De dnde venimos, qu somos, adnde
vamos? (Ilustracin 82). Desde la Eva tahitiana en el centro, cogiendo el fruto del
tropical rbol del paraso, hasta las figuras que cuchichean y la sibilina vieja
agachada en la postura de la momia peruana, esa tela est cargada de simbolismo:
una obra filosfica, le escribi Gauguin a un amigo en Francia, sobre un tema
comparable al del Evangelio.
No eran los temas de Gauguin, sino sus colores, lo que apuntaba al futuro.
Los colores de Tahit eran billantes, y aunque l nunca haba sido un colorista
inhibido, ahora era capaz de darle a su paleta una an ms violenta y resonante
intensidad. Al igual que todos los simbolistas, crea que el color poda actuar como
las palabras; que entraaba una exacta contrapartida para cada emocin, cada
matiz del sentimiento. Era el equivalente visual del sentido de musicalidad de la
poesa de Mallarm, mediante la cual las palabras formaban constelaciones a travs
de latentes afinidades, magnticas cargas que se atraan simultnea y mutuamente,
como limaduras de hierro alrededor de los polos de un magneto, en una estructura
de significados. Si un poema estaba hecho de manchas (palabras) distribuidas en
una hoja en blanco, entonces la pintura tambin como sostena Maurice Denis
sera vista en primer lugar como una composicin de manchas de color en un lisa
superficie en blanco. Su tarea no era describir, sino expresar. De esta forma, el color
poda reivindicar su propia libertad de pensamiento.
81. Paul Gauguin, Cosecha en Bretaa, 1889. leo sobre lienzo, 91,7 x 71,9 cm.
Courtauld Institute Galleries, Londres.
82. Paul Gauguin, De dnde venimos, qu somos, adnde vamos?, 1897. leo sobre
lienzo, 145,5 x 373,9 cm. Museo de Bellas Artes, Boston.
83. Andr Derain, El recodo del camino, LEstaque, 1906. leo sobre lienzo, 127,5 x
193,5 cm. Museo de Bellas Artes, Houston, Coleccin John A. y Audrey Jones Beck.
Los muebles relucientes con la ptina de los aos adornarn nuestra alcoba;
las rarsimas flores, mezclando sus olores con vagas bocanadas de mbar, los cielos
rasos pintados, los insondables espejos, el esplendor del Oriente todo eso
hablar, en secreto, con nuestras almas, en su dulce lenguaje. All, todo es orden y
belleza, esplendor, calma y voluptuosidad.
Seurat ya estaba muerto por entonces, pero Matisse trab amistad con su
epgono ms cercano, Paul Signac. Los paisajes de la baha de Saint-Tropez de
Signac constituyeron una importante influencia en la obra de Matisse. Quiz
tambin lo fue el cuadro que Signac consideraba su obra maestra y que se expuso
en el Saln de los Independientes en 1895, En tiempos de armona, una gran
composicin alegrica que exhiba sus convicciones anarquistas. La pintura
mostraba una utpica Arcadia de recreo y de labranzas cerca del mar, y muy bien
pudo haberse fusionado en la imaginacin de Matisse con la tradicional fte
champtre produciendo su desmaada, aunque importante, tarjeta de presentacin
artstica: Esplendor, calma y voluptuosidad (1904-1905) (Ilustracin 84). En esa tela, el
inters literario de Matisse en Baudelaire se mezcla con sus arcdicas fantasas, tal
vez bajo la influencia de las conversaciones de sobremesa de Signac sobre la futura
Edad de Oro. Vemos una merienda campestre a orillas del mar en Saint-Tropez,
con una barca con la vela latina aparejada y un grupo de bulbosos desnudos
cubiertos de manchas. Desde luego, no se puede decir que se trate de una obra de
un gran esplendor, pero fue el primer intento de Matisse de formular una imagen
del Mediterrneo como un estado de nimo.
En 1905 Matisse fue al sur de nuevo, para trabajar con Andr Derain en la
pequea ciudad costera de Collioure. En ese momento se produjo su liberacin en
el uso del color. Hasta qu punto se liber su paleta puede verse con exactitud en
La ventana abierta, Collioure (1905) (Ilustracin 85). Se trata del primero de los
paisajes a travs de una ventana que se repetira como un tema favorito de Matisse.
Todos los colores han experimentado la misma distorsin y emocin. Los tiestos
con flores y el rojo herrumbroso de los mstiles y las velas aferradas se vuelven un
rojo ardiente otoal: los reflejos de las barcas, borneando en la embriaguez de la
luz en el agua, son rosados; el verde de la pared de la izquierda, reflejado en los
cristales de la abierta puerta vidriera de la derecha, se intensifica ms all de lo
esperado hasta teir con sus matices el cielo. Y la pincelada tiene un mpetu
optimista, una especie de lo tomas o lo dejas, que pareca negar la destreza del
oficio ms an que la manera comparativamente serena de pintar de su compaero
Derain.
84. Henri Matisse, Esplendor, calma y voluptuosidad, 1904-1905. leo sobre lienzo, 94
x 116,8 cm. Coleccin privada, Nueva York.
85. Henri Matisse, La ventana abierta, Collioure, 1905. leo sobre lienzo, 54,1 x 46 cm.
Coleccin privada, Nueva York.
86. Henri Matisse, La danza, 1910. Panel decorativo, leo sobre lienzo, 259,3 x 318
cm. Museo del Ermitage, San Petersburgo (foto ZIOLA).
87. Henri Matisse, La msica, 1910. Panel decorativo, leo sobre lienzo, 259,3 x 388,6
cm. Museo del Ermitage, San Petersburgo (foto ZIOLA).
La otra cara de esa moneda era un intenso inters en la artesana y los oficios
civilizados. A Matisse le encantaba el diseo, y el diseo dentro del diseo: no
solamente las suaves formas decorativas de sus propias composiciones, sino
tambin los estampados de los tapices, los bordados, las sedas, los toldos a rayas,
las florituras, los jaspeados, los puntos abigarrados y las manchas, las atestadas
habitaciones amuebladas con vivos colores que poblaban sus cuadros. En
particular amaba el arte islmico, del cual vio una gran muestra en Munich en su
viaje de regreso desde Mosc en 1911. Los dibujos islmicos ofrecen la ilusin de
un mundo completamente lleno, donde todas las cosas, hasta el ltimo rincn, se
apretujan con la misma urgencia ante la mirada. Matisse admiraba esa sensacin, y
quera transponerla en trminos de puro color. Uno de los resultados fue El estudio
rojo (1911) (Ilustracin 88).
Por otra parte, quera meternos dentro del cuadro: hacer que cayramos all
dentro, como si pasramos a travs de un espejo. Por eso la caja de lpices de color
est puesta, como un cebo, justo al alcance de nuestra mano, de la misma manera
que estaba al alcance de la suya. Pero no estamos ante un espacio real, y por esa
razn todo est saturado de un rojo liso, sutilmente modulado, un rojo que est
ms all de la experiencia ordinaria, tiendo toda la habitacin, describindose a s
mismo agresivamente como ficcin. Todo es un diseo taraceado, colmado de
posibles ventanas, pero esas aberturas son tambin superficies lisas. Son los
cuadros del propio Matisse. Todos los objetos que vemos en ese espacio son obras
de arte o de artesana: los muebles, el aparador, el reloj y las esculturas, las cuales
tambin son reconocibles Matisse. La nica referencia a la naturaleza es la planta
de interior cuyos tallos guiados emulan obedientemente con la curva del silln de
mimbre de la derecha y el cuerpo de un desnudo a la izquierda. El estudio rojo es un
poema sobre cmo la pintura se relaciona consigo misma: cmo el arte se nutre de
otras artes y cmo, con la suficiente conviccin, el arte puede formar su propia
repblica del placer, un parntesis dentro del mundo real: un paraso.
88. Henri Matisse, El estudio rojo, Issy-les-Moulineaux, 1911. leo sobre lienzo,
180,6 x 218,7 cm. Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York, Fondo Mrs.
Simn Guggenheim.
89. Henri Matisse, Contraventana en Collioure, 1914. leo sobre lienzo, 116,8 x 89,4
cm. Coleccin privada, Pars (foto ZIOLA).
Ella era casi siempre la misma mujer, Marie Boursin, conocida como Marthe.
Bonnard la conoci en 1894, y cinco aos le sirvi de modelo para una de las
imgenes sexuales ms intensas jams pintada: la chica tumbada en un sueo
postcoito, toda animalidad en la creciente oscuridad azul del dormitorio, Desnudo
azul (1899) (Ilustracin 91). Tras un concubinato que dur ms de treinta aos,
finalmente se cas con ella, y vivieron juntos hasta 1942, ao en que ella muri. En
realidad, l le era completamente, y masoquistamente, fiel: y lejos de ser la femme
dartiste sacada de un libro de cuentos, regando alegremente los geranios en una
cabaa de la Costa Azul, Marthe era una marimandona, una arpa neurtica que le
haca la vida imposible a Bonnard y a sus amigos, que no saba nada de pintura, y
ni siquiera era capaz de cocinar. Pero Bonnard estaba obsesionado por el misterio
de la vida casera y el recuerdo del placer sexual: la intimidad y las escenas
entrevistas, la manera en que las parejas que se conocen desde hace aos se
familiarizan uno con el cuerpo del otro, la sensacin de que el ojo participa de
todos esos secretos. En algn momento, alrededor de 1920, Bonnard decidi que
ella nunca envejecera. Cuando Marthe tena sesenta aos, l segua pintndola
como si tuviera un cuerpo de treinta. Siempre, hasta el ltimo momento, ella
permaneci apartada, distante, ensimismada, espiada: la perpetua Susana en su
bao, con Bonnard como el incesante mirn, el ansioso anciano, disolvindola en la
luz, reconstituyndola en el color, poseyndola una y otra vez a distancia. Ninguna
sesentona puede tener el aspecto de la nyade que flota en la tremenda imagen de
Bonnard del soleado cuarto de bao, en Desnudo en la baera (1941-1946)
(Ilustracin 92). La luz que llena la habitacin, sesgando su ajedrezado espacio,
tiendo de ncar y de palo sus baldosines, no es de este mundo. A Bonnard, el
mirn, le ha sido dado un poco de lo que Dante vio cuando contempl con fijeza a
su amada:
me fij en Beatriz, pero sta lanz tales resplandores sobre mi mirada que
al principio no los pude soportar.
91. Pierre Bonnard, Desnudo azul, 1899. leo sobre lienzo, 28,7 x 38,6 cm. (foto
Muses Nationaux).
92. Pierre Bonnard, Desnudo en la baera, 1941-1946. leo sobre lienzo, 121,9 x 150,4
cm. Museo de Arte, Carnegie Institute, Pittsburgh.
Junto con Matisse y Picasso, Braque fue el ltimo gran artista europeo que
us su propio estudio como tema. Rara vez pintaba paisajes; su asunto esencial era
la habitacin, una caja cerrada, perforada con ventanas y atestada de cosas. Para l
era natural pintar su propio lugar de trabajo enaltecindolo, como una especie de
capilla laica, un condensador de refinados sentimientos. En el pasado, como sucede
en la obra de Vermeer o en la de Velzquez, ese tema siempre llevaba implcita la
dignidad de las ideas y del trabajo del artista; y as ocurra con Braque. Adems,
para los profanos, el estudio del artista tenda a parecer un lugar misterioso, menos
explicable que un laboratorio o una fbrica, aunque tena algo en comn con
ambos: all se pensaba, se hacan cosas, se llevaban a cabo investigaciones,
experimentos, pero no por medio de la lgica cientfica ni del proceso fabril. El
estudio es un lugar sagrado, la caverna de la imaginacin, y su aglomeracin de
botellas, cacharros, utensilios y rarezas sugiere la celda del alquimista, con sus
alambiques y sus cocodrilos disecados. Tal era, al menos, la imagen que se tena del
taller del artista en Francia hace cincuenta aos. La imagen del estudio como un
lugar privilegiado de transmutacin, memoria y contemplacin es la clave para
interpretar los cuadros que Braque pint en su vejez, los Talleres, ejecutados entre
1949 y 1954, con su serena transparencia y las deslumbradoras cascadas de
imgenes, con ese espacio que permanece abrindose y cerrndose como un
acorden o un biombo en zigzag, y el misterioso pjaro recortado acaso un
emblema de la imaginacin liberado en medio de la habitacin (Ilustracin 94).
93. Georges Braque, El velador, 1921-1922. leo sobre lienzo, 190,5 x 69,3 cm. Museo
Metropolitano de Arte, Nueva York, obsequio de Mrs. Bertram Smith.
94. Georges Braque, El taller III, 1949. leo sobre lienzo, 144,8 x 173,5 cm. Coleccin
privada, Basilea (foto HIAZ).
No hay mucho en la obra de Picasso durante ese mismo perodo los aos
treinta que pueda compararse con esa especie de msica congelada. Pero,
atencin, Picasso no tena talento para la serenidad. Su manera de entrar en
contacto con el mundo era siempre ms vida que la de Braque. l quera
apoderarse, penetrar y sumergirse en los objetos que despertaban su atencin. Le
gustaban los sentimientos poderosos y concretos. Y donde ms poderosamente se
cruzaban los sentimientos, para l, era en el sexo. Picasso nunca trat de ocultar lo
que senta al respecto, y ningn artista ni siquiera Renoir ni Rubens nos ha
dejado una autobiografa sexual tan vivida. Hay zonas de su obra donde uno
puede seguirlo casi da a da, a travs de una sucesin de accesos de lujuria,
arranques de clera, ansias, temor a la castracin, fantasas de dominacin e
impotencia, burlas de s mismo, ternuras y alegras flicas; y lo que senta por la
mujer que estuviera con l en ese momento rara vez dejaba de afectar su obra,
cuando esa obra concerna a la figura humana. Parte del xito de Picasso consisti
en crear las ms penetrantes imgenes de placer sexual de todo el arte moderno.
Imgenes inspiradas en su relacin amorosa con una muchacha rubia que encontr
a la salida de las Galeras Lafayette de Pars, en 1927. Su nombre era Marie-Thrse
Walter, tena diecisiete aos y l, a los cuarenta y seis, sobrellevaba un matrimonio
que iba cuesta abajo con una exbailarina quejica y esnob llamada Olga Koklova.
Abord a esa nueva chica (y ella a l) con total franqueza y vehemencia. Durante
los primeros meses de una relacin, suele suceder que una nueva amante nos llena
toda la pantalla, y todas las sensaciones fsicas quedan moduladas por medio de
ese amor, o corren parejas con l, y el sentimiento de hacerle el amor, la convierte
en una imagen del mundo Oh, Amrica ma, mi tierra recin encontrada!,
como exclamaba Donne. Y si vamos un paso ms all, puede parecer que la
diferencia absoluta entre nuestro cuerpo y el de la amante, mientras hacen el amor,
vacila, y durante un momento, desaparece. Una equivalencia de eso era lo que
Picasso, en algunos de sus cuadros de Marie-Thrse Walter, estaba intentado
encontrar. En los lienzos su cuerpo resulta reformado, no tanto como estructura de
carne y hueso sino como una serie de orificios, enlazados por esa lnea sinuosa:
tierna, sosegada, hinchada, hmeda y desenfadada (Ilustracin 95). No se trata de
que Picasso lograra entrar a voluntad en los pensamientos de esa mujer; no estaba
interesado en tal cosa. En vez de eso, lo que representa es su propio estado de
excitacin, proyectndolo en el cuerpo de su amante como una imagen en una
pantalla. El cuerpo de ella se recompone en la configuracin del deseo de l, y los
cuadros que resultan describen un estado de ocenico placer.
95. Pablo Picasso, Desnudo en el jardn, 1934. leo sobre lienzo, 160,7 x 129,5 cm.
Museo Picasso, Pars (foto Muses Nationaux).
96. Pablo Picasso, Escultor y modelo recostada, 1933. Aguafuentes, 18,3 x 25,9 cm.
Lmina de la Suite Vollard.
97. Henri Matisse, La piscina, Niza (verano 1952-principios 1953). Nueve paneles
murales en dos partes, aguada sobre papeles recortados y pegados, montados en
arpillera; a-e: 228,9 x 845,4 cm; f-i: 228,9 x 795 cm. Coleccin, Museo de Arte
Moderno, Nueva York, Fondo Mrs. Bernard F. Cimbel.
98. Henri Matisse, Gran composicin con mscaras, 1953. Papeles pintados a pincel y
con tinta, recortados y pegados, 353,3 x 996,2 cm. Galera Nacional de Arte,
Washington D. C., Fondo Ailsa Mellon Bruce.
Aqulla era una obra difcil de seguir. En trminos seculares, todo tena que
aprenderse de Matisse: l fue el pintor ms influyente del tercer cuarto del siglo
XX, como Picasso lo haba sido en el segundo cuarto, y Czanne en el primero.
Pero haba algo en su obra que no poda transplantarse al otro lado del Atlntico, a
una sociedad diferente y ms puritana que al mismo tiempo era menos mesurada y
razonable. Era la mediterraneidad, la ligereza y la sensual integridad que estaba
enraizada en la propia experiencia de Matisse, en su educacin y en su herencia
como francs. No era una cuestin de estilo artstico, sino algo que emanaba de una
actitud total hacia la vida y la manera de vivirla, una actitud que floreci en el siglo
XIX y finalmente fue aplastada por la guerra entre 1939 y 1945. Despus de eso, se
pueden pintar Matisse, pero no se puede ser Matisse; ese paraso particular estaba
cerrado, sobre todo si da la casualidad de que se vive en un lugar sumamente
utilitario, alimentado por el pragmatismo y el sentimiento de culpabilidad, como el
Nueva York postfreudiano.
Otros artistas, que aprendieron la tcnica de las manchas y del teido del
lienzo con las obras tempranas de Frankenthaler, no permiten que tales imgenes
aparezcan en sus obras. Esas composiciones estaban hermticamente cerradas para
todo lo que no fuera la accin del color. Uno de los propsitos de Morris Louis
(1912-1962) y de Kenneth Noland (n. 1924) era producir una superficie que fuera a
la vez impersonal y totalmente decorativa, en el sentido matisseano de la palabra:
es decir, augusta y potenciadora de la vida, pero sin comentarios sobre las
contingencias de la vida. Por lo tanto quedaba excluida cualquier cosa que oliera a
carcter, cualquier pincelada direccional, un cambio de textura, un golpe de
mueca o un dibujo hecho a pulso. Las configuraciones de Louis (Ilustracin 100)
estaban concebidas para plisar el lienzo e inundar sus pliegues con pintura acrlica
vertida directamente, o para restregar y emborronar cualquier cosa menos pintar
con pincel. Igualmente, su espacio pictrico estaba como planchado, casi
reducido a la nada: en vez del estrujado espacio del cubismo, poco profundo pero
aun as agitado por pequeos parpadeos de profundidad, aqu no haba nada salvo
los colores tiendo el tejido del lienzo: una figura perfectamente plana en una
superficie perfectamente plana, liberada (o privada) de toda ambigedad.
99. Helen Frankenthaler, Montaas y mar, 1952. Oleo sobre lienzo, 218,4 x 297,2 cm.
Coleccin de la artista, en prstamo a la Galera Nacional de Arte, Washington D.
C.
Kenneth Noland redujo las opciones ms an, pasando del dibujo al
estarcido. Sus cuadros se basaban en los diseos ms simples crculos
concntricos, galones y listas paralelas sugiriendo, en realidad, que no haba
nada inherentemente interesante en las formas excepto el refinamiento de sus
proporciones y armonas, y que slo servan para ser vistas como estanteras de
color, nada ms. Mi propsito es que el color sea el origen del cuadro, dijo
Noland en 1969, y trato de neutralizar el trazado, la forma, la composicin, para
obtener el colorido. Pollock indic que haba que huir del dibujo. Lo que yo busco
es convertir el color en la fuerza generadora. En los aos sesenta, el talento de
Noland como colorista era innegable. En el mejor de sus cuadros de dianas,
Cancin (1958) (Ilustracin 101), fue capaz de colocar una mancha gris en forma de
aro girando alrededor de los crculos concntricos rojos, negros y azules, con una
difana energa que pocos pintores norteamericanos (y, en aquel entonces, tampoco
europeos) podan igualar. Como gigantescas acuarelas, pues eso son, las dianas y
los galones de Noland florecen y laten con la luz, constituyendo un hedonismo
puro y ordenado para la retina.
Pero eso es todo cuanto ofrecen. Los cuadros que Frankenthaler, Noland,
Louis y Jules Olitski pintaron en los aos sesenta eran, como un conjunto, los
lienzos ms abiertamente decorativos, exentos de ansiedad y socialmente
indiferentes de la historia del arte norteamericano. Sin embargo, lo que sobre ellos
se escribi figura entre los juicios ms estrechos y prescriptivos de la crtica
autoritaria en la historia de las letras americanas: el formalismo de los sesenta de
Nueva York, como se dio a conocer al mundo en parte gracias a Clement
Greenberg, pero principalmente debido a sus seguidores de la revista Artforum.
Arte alejandrino, escritura romana. En realidad, el puritanismo norteamericano del
cual huan los artistas regresaba para actuar como argumentos que reforzaban su
obra. Que tal escndalo se montara a propsito de unas pinturas tan deleitables e
inofensivas nos parece extrao hoy, y sin duda resultar apenas creble a finales de
los ochenta. Aquel arte se convirti en el arte del museo moderno americano por
excelencia; se dedicaron ms tiempo y espacio en los museos para propagarlo que el
que mereci cualquier otro movimiento o grupo modernista en Norteamrica. Sin
embargo, los recursos del colorismo en la pintura norteamericana (excepto en las
manos de Frankenthaler) muy pronto se agotaron. Aquello continu como un estilo
mandarn menor, reprendiendo malhumoradamente las novedades e irnicas
vulgaridades del pop, pero ya no se senta el corazn matisseano.
Donde ese rgano informado continuaba latiendo era en la obra de dos
pintores nacidos en California, Robert Motherwell y Richard Diebenkorn. A lo
largo de este captulo he tratado de sugerir que la principal tradicin dentro de la
cual se ha realizado un arte modernista de gratas sensaciones un arte que ms
que la mera evocacin de sentimientos agradables, es riguroso e inteligente es la
del simbolismo: una tradicin de equivalencias, mediante las cuales la palabra (en
poesa) o la mancha de color y los bordes lineales (en pintura) alcanzan, sin tener
que describirla necesariamente, una armona y exactitud paralelas a las
satisfacciones del mundo. Dentro de algn privilegiado espacio que demanda el
simbolismo, las infinitas sutilezas son posibles, pero el conflicto no desaparece. El
artista es libre de investigar los dominios de los sentimientos no como un derroche
expresionista el imperioso yo inundando cuanto toca, sino como una
estructura de arduos matices y dudas que tonifican. Esos cuadros no pueden, por
su naturaleza, constituir un movimiento artstico. Ante un Diebenkorn como
Ocean Park N. 66 (Ilustracin 102), no se oye ni el canto de una oleada de millones
de personas ni tampoco los coros de un movimiento, sino una voz mesurada,
tranquila, que nos explica concisamente por qu esa luz, ese color, esa invasin de
un ngulo de treinta grados en un campo vidriado y modulado pueden ser
valiosos en la vida espiritual y sentimental. Indudablemente, lo que imprimi un
giro en la obra de Diebenkorn fue la Contraventana en Collioure, de Matisse
(Ilustracin 89), lienzo que vio en 1966: aquel ao lo exponan por primera vez
pblicamente en Estados Unidos, en una muestra en California, y su total osada
la manera en que mezcla alusiones a la realidad con el escassimo dibujo casi
geomtrico lo abrum. Lo que finalmente sali de esa experiencia fue la serie de
Diebenkorn titulada Ocean Park. Vistos en conjunto, y teniendo en cuenta una cierta
desigualdad cualitativa, los Ocean Park son seguramente una de las meditaciones
ms eminentes dentro de la pintura paisajstica despus de los Nenfares de Monet.
El paisaje en cuestin es el de la costa del sur de California que da al Pacfico, vista
a travs del travesao de la gran ventana del estudio de Diebenkorn. El aire en lo
alto, planos de mar y lneas de calle, una cerca, un paseo martimo, y el marco de la
ventana, la luz cristalina, en un azul envolvente. Ciertamente estos cuadros hablan
del placer sensual, pero modificados y tensados por un agudo sentido de
inestabilidad: una falla de San Andrs, por decirlo as, recorriendo el paraso de la
pintura. La sintaxis en la obra de Diebenkorn es siempre explcita, y su capacidad
para dejar que los primeros impulsos del intelecto dejen sus huellas en la obra
terminada, convierte al espectador en testigo del proceso pictrico: cmo se reduce
ese amarillo demasiado obstructor, dejando su fantasma junto a una lnea de
carboncillo; cmo esa cuchillada de cuarenta y cinco grados se agudiza, primero
dejando que su trazo se vuelva confuso, y quedando luego ocultada por velos de
capas de pintura. Examinar la superficie de un gran Ocean Park es observar cmo
esas adiciones se transforman en una especie de transparencia, baando el tema en
una sosegada y elevada reflexin.
100. Morris Louis, Alfa-Pi, 1960. Pintura acrlica sobre lienzo, 259,6 x 449,6 cm.
Museo Metropolitano de Arte, Nueva York, Fondo Arther H. Hern.
101. Kenneth Noland, Cancin, 1958. Polmero sinttico, 165,1 x 165,1 cm. Museo de
Arte Americano Whitney, Nueva York.
Cules son los temas de este artista, en su manera lrica? Los paisajes, por
ejemplo: las paredes en la blanca luz, las paredes de tabla blancas como la sal de
Provincetown, a orillas de su baha azul, las paredes ms granuladas y gruesas de
Cadaqus o de Niza, con sus oscuras anfractuosidades y las caligrafas de las
sombras del medioda, y las ventanas matisseanas enmarcando una perspectiva.
Las contraventanas anaranjadas cerradas y el mar abierto. El color, en s mismo, es
parte del tema, ya que Motherwell tena una arraigada preferencia por los colores
naturales, esos que parecen como si hubieran sido directamente catados y
sacados de la superficie del mundo: ocres, negros, blancos, amarillos, y una
exquisita gama de azules, el azul Motherwell, tan fcilmente identificable como
el color pardo de Braque o el rosado de Matisse. Si hay un azul que puedo llamar
mo, es simplemente un azul clido, efusivo, algo que no se puede explicar
qumicamente, ni tcnicamente, sino slo como un estado de nimo. Ese azul
tena sus prototipos literarios: el azur de Mallarm, color de ocenica satisfaccin, y
el mar de Baudelaire, color de evasin. Es una de las rbricas del bienestar.
Tambin estn los paisajes interiores del estudio, tal como se insinan en los
collages de Motherwell. Ante todo, el collage es un juego. Las reglas del juego
incluyen lo que est disponible: el papel de cartas, las cajas de cerillas, los paquetes
de cigarrillos, las envolturas de chocolate, las pegatinas y otras cosas inmersas en el
inestable flujo de mensajes y seales que pasa a travs del estudio del pintor.
Disponer esas cosas, aqu y all, en los papeles es pura improvisacin, un juego de
acertijos cultos que se sigue jugando hasta que el dibujo alcanza repentinamente su
forma final. En sus mejores momentos, los collages de Motherwell tienen una
augusta elegancia apenas vista en esa tcnica desde los papiers colls cubistas de
Braque, a cuya tradicin (ms que a las aglomeraciones de materiales de desecho
de Kurt Schwitters) pertenecen. Su inters en el automatismo surrealista, la
aceptacin del azar y del gesto espontneo, se verifica en el hecho de que las
formas, cuando estn alteradas, estn invariablemente rasgadas en vez de cortadas.
No se puede predecir la forma final de un borde rasgado. Es una casualidad
manual. (Una de las obras de Motherwell de finales de la dcada de los cincuenta
lo enfatiza con su ttulo joyceano, El desgarramiento del colagear). Ese margen de
violencia, ms que la violencia en s, est implcito a lo largo de los bordes del
papel, y esa sensacin de inestabilidad dentro de la aparente serenidad resulta,
especialmente en sus grandes collages de los setenta, esencial para que surtan
efecto.
103. Robert Motherwell, Elega a la Repblica espaola 34, 1953-1954. leo sobre
lienzo, 203,2 x 254 cm. Galera Albright-Knox, Buffalo, obsequio de Seymour H.
Knox.
La cultura del siglo XX est llena de planes utpicos. Damos por sentado que
ninguno ha triunfado; en realidad, estamos tan acostumbrados a aceptar el fracaso
de la utopa que nos resulta difcil entender a nuestros abuelos culturales, la
mayora de los cuales crea apasionadamente que el destino histrico de la utopa
era triunfar. Ms que la pintura o la escultura, el hogar del impulso utpico fue la
arquitectura. La pintura nos puede alegrar, pero los edificios son el arte dentro del
cual vivimos; es el arte social por excelencia, el caparazn de la fantasa poltica, el
exoesqueleto de nuestros sueos econmicos. Tambin es el arte del que nadie
puede escapar. Uno puede vivir muy bien (en un sentido material) sin la pintura,
sin la msica o el cine, pero la vida de los que no tienen techo es asquerosa, brutal
y hmeda.
La utopa era la tumba del ello. Dentro de ella, habra ms agresin, y los
conflictos de lo mo y de lo tuyo se resolveran. Vale la pena recordar que uno
de los aforismos de Le Corbusier al principio de los aos veinte, cuando Europa
estaba dividida por el malestar social, fue la arquitectura o la revolucin, como si
todos los impulsos hacia la violencia social fueran producto de errores en las
viviendas. (No obstante, los mecenas de Le Corbusier, entre ellos uno o dos de los
capitalistas ms grandes de Francia, prefirieron en general arriesgarse con la
revolucin; la metralla costaba menos que un realojamiento general). Con su
creencia de que el animal humano era moralmente perfectible, y que el medio para
lograr este mejoramiento eran cuatro paredes y un techo, los europeos que crearon
el movimiento moderno Walter Gropius, Mies van der Rohe, Bruno Taut,
Antonio SantElia, Adolf Loos y Le Corbusier, para nombrar slo a los ms
conocidos formaron una concentracin de talento idealista nada comn en la
historia de la arquitectura. Se expresaban ms a travs de hiptesis que de edificios
terminados. La arquitectura ms influyente del siglo XX, en ms de un sentido, fue
una arquitectura de papel que nunca sali de la mesa de dibujo. Y slo en el siglo
XX adquirieron los planes idealistas anteriores tanta importancia retrospectiva.
Ese es el paisaje de Manet, visto con ojos an ms fros. Entre los arquitectos,
el argumento en contra de la ornamentacin empez de veras durante el auge
popular del penltimo estilo decorativo universal en los anales del diseo mundial:
el Stile Liberty, como se conoci en Italia, o el modernismo en Barcelona o, como se le
llama hoy en da, el art nouveau. Los ritmos amanerados y el uso profusamente
contradictorio de materiales en el art nouveau integran una protesta exquisitamente
narcisista de la sensibilidad artesanal contra la generalizacin de la vida; un ltimo
gesto antes de que la mano y el resultado de su trabajo quedaran sepultados bajo
los productos de la mquina. Fue el estilo esnob, y el mundo preindustrial libraba
su ltima batalla entre esos vstagos entrelazados, esas lneas ondulantes y los
lnguidos lirios de cristales de colores. La contemplacin de ese estilo presupone
un tiempo de inactividad que lleva aparejada la cantidad de tiempo libre necesaria
para seguir, saborear y digerir los ritmos serpenteantes de las frases de Marcel
Proust: el ocio, esa propiedad de una clase.
Loos no se content con tomar este comentario como lema; lo interpret con
un fervor polmico, y el resultado concreto puede verse en su Casa Steiner del ao
1910, en Viena: un edificio asombrosamente conciso, absolutamente puro en sus
superficies y perfiles, la austeridad monstica, despojado de adornos, lo que
resulta tanto ms asombroso por el hecho de haberse construido en la misma
ciudad, y dentro de la misma esfera de ideas, de las suntuosas y atrevidas
decoraciones de Gustav Klimt (Ilustraciones 104 y 105). El tono de las objeciones de
Loos a cualquier cosa que no declarara su simplicidad total como un artculo de fe
se pone de manifiesto en el ttulo de un ensayo que escribi en 1908: Ornamento y
delito. Como Klimt, o Kokoschka, o Egon Schiele, o incluso el doctor viens
Sigmund Freud, Loos crea que el arte era ante todo libidinoso. Todo arte es ertico,
declar rotundamente, e identificaba los cuerpos pintarrajeados como la raz del
ornamento, una prctica apropiada para los primitivos, pero no para los europeos
modernos. El hombre moderno que se hace tatuajes o bien es un criminal o un
degenerado [] Si alguien que lleva tatuajes muere estando libre, quiere decir que
ha muerto unos aos antes de asesinar. La abolicin del ornamento, conclua
Loos, era una disciplina social tan necesaria como acostumbrar a un nio a no
ensuciarse encima. La cultura de un pas se puede evaluar por el grado de
suciedad que exhiben las paredes de sus cuartos de aseo. En el nio las guarradas
son un fenmeno natural [] Pero lo que es natural en el pap y en el nio, es un
sntoma de degeneracin en el adulto moderno. Yo he hecho el siguiente
descubrimiento y quiero compartirlo con el mundo: La evolucin de la cultura es
sinnimo de quitar ornamentos a los objetos utilitarios. Evidentemente, la sentencia de
Mies van der Rohe de que menos es ms empezaba con la creencia mesinica de
Loos de que el ornamento era el excremento. A qu angustias en la habitacin de
los nios, a qu juegos forzados con los cubos de madera (aquellas maravillas de la
educacin infantil, estandarizadas y popularizadas en Alemania a principios del
siglo XIX), se debe el fanatismo de Loos por la higiene, eso es algo que ya no se
puede saber; pero uno podra suponer, despus de leer sus obras, que la represin
anal fue una contribucin a los orgenes del nternational style junto con el vidrio
cilindrado o el estuco. Sin embargo, Loos tambin desarroll su horror al
ornamento en una teora econmica ms razonable. La omisin del ornamento,
seal, significa una reduccin en el tiempo de fabricacin y un aumento salarial.
El tallador chino trabaja diecisis horas, el obrero norteamericano, ocho. Si yo pago
lo mismo por una petaca lisa que por una ornamentada, la diferencia en el tiempo
trabajado le corresponde al obrero. Y si no hubiera ningn ornamento en
absoluto el hombre slo tendra que trabajar cuatro horas en vez de ocho, porque
la mitad del trabajo que se hace actualmente se dedica al ornamento. El ornamento
es un gasto de energa laboral y, por lo tanto, es salud malgastada. Y cul debe
ser el resultado de esta limpieza? El momento est cerca, la realizacin nos
espera! Pronto las calles brillarn como paredes blancas. Como Sin, la ciudad
santa, la capital del cielo. Entonces, habr llegado la realizacin!.
104 Y 105. Adolf Loos, Casa Steiner, Viena, 1910. Vistas de la fachada y de la parte
trasera. sterreichischen Nationalbibliothek y Graphische Sammlung Albertina,
Viena.
Pero esa realizacin segua sin llegar, y cuando lleg aunque en una forma
que Loos no haba imaginado lo hizo por osmosis, desde Norteamrica. Mientras
tanto, otros visionarios europeos asuman un enfoque algo distinto del ideal de una
nueva arquitectura para una nueva era. Este fue un tema muy importante entre los
futuristas, pero ellos no le aadieron el tono de reforma social, ni el pago equitativo
por el trabajo, factores que tanto atraan a Loos. Al igual que los pintores futuristas,
los dos arquitectos relacionados con el movimiento (Antonio SantElia y Mario
Chiattone) estaban cautivados por el glamour de la mquina, su poder de
transformar la vida sin importar qu clase social controlara las palancas. La
tecnologa reformara a la cultura, pero de una manera gratuita y socialmente
amoral. Su musculatura abolira la historia. Ya no somos los hombres de las
catedrales, los palacios, los salones de actos, escribieron SantElia y Chiattone en
el Manifiesto futurista de la arquitectura (1914), sino los de los grandes hoteles, las
estaciones de trenes, las avenidas inmensas, los puertos colosales, los mercados
techados, las galeras brillantemente iluminadas, las autopistas, la demolicin y los
planes para edificar de nuevo. Hemos de inventar y edificar la ciudad futurista,
dinmica en todas y cada una de sus partes [] y la casa futurista ser como una
mquina enorme.
107. Antonio SantElia, Terminal de aviones y trenes con funicular, 1914. Tinta y lpiz
de tiza, 48,8 x 38,4 cm. Museo Cvico, Como.
108. Antonio SantElia, Estudio para un edificio (Teatro?), 1913. Tinta y lpiz de tiza
negra, 27,9 x 20,3 cm. Museo Cvico, Como.
109. Antonio SantElia, Estudio para un edificio (Estacin?), 1913. Tinta y lpiz de
tiza, 27,9 x 20,6 cm. Museo Cvico, Como.
Su novedad visual depende del hecho de que no parece hecho por capas ni
amontonado. Sullivan minimiz sus horizontales rebajando la parte frontal de las
pechinas de la parte frontal de los pilares. De ese modo los pilares verticales
dominan el diseo. Se erigen terminando en arcos sin dificultad, y estn
enfatizados por los acentos brillantes y grficos de las ventanas circulares de la
ltima planta. La estructura reticular y el diseo de implcita tensin le confieren al
edificio su leitmotiv visual.
110. Burnham & Root, Edificio Monadnock, Chicago, 1889-1891. Bettmann Archive
Inc. Nueva York.
111. Burnham & Root, Edificio Reliance, Chicago, 1890-1894. Bettman Archive Inc.
Nueva York.
112. Louis Sullivan, Edificio Guaranty, Buffalo, 1894-1895. Brown Bros., Sterling,
Pensilvania.
113. Louis Sullivan, Almacenes de Carson Pirie & Scott. Chicago, 1899. Chicago
Architectural Photo Co.
qu absurdo!
116. Wassily Luckhardt, Torre de la alegra, 1919. Akademie der Knste, Berln.
117. Bruno Taut, Arquitectura alpina, 1919. Akademie der Knste, Berln.
118. Bruno Taut, Bosquejo para arquitectura alpina, 1919. Akademie der Knste,
Berln.
Para comprobarlo, basta ver los dibujos que hizo Mies, a los treinta y cuatro
aos, para el concurso de arquitectura ms importante que tuvo lugar en los
primeros aos de la Alemania de la Repblica de Weimar: el concurso de la
Turmhaus-AG en Berln para construir una torre de pisos cerca de la estacin de
Friedrichstrasse (Ilustracin 120). Quera que se asemejara a un cristal pulido, as
lo manifest; y eso es lo que parece en sus dibujos. Su masa parece volatilizada en
la luz, dejando slo perfiles y reflejos: sta es la torre expresionista en su pureza,
con sus ngulos agudos, el cristal en forma de lminas, los destellos y todo lo
dems. Ms tarde, Mies rechazara el contenido expresionista del palacio de hielo,
pero su obra siempre conserv un inters obsesivo en lo absolutamente formal.
Llev esa obsesin a tal extremo que slo Taut o Luckhardt, si acaso, podan haber
simpatizado con l. As las cosas, cuando se estaba construyendo su ltimo edificio
exitoso en Berln, ese gran museo negro parecido a un Partenn, la administracin
le pregunt si el espacio de almacenaje (que era demasiado pequeo) podra
extenderse subterrneamente, y Mies se neg rotundamente, porque pens que tal
expansin, aunque fuera invisible, habra comprometido el cubo perfecto que era
su museo.
Ni uno solo de los diseos de Mies fue prefabricado con xito, porque l
insista en unas tolerancias que la produccin en serie, tal como exista para la
arquitectura, no poda manejar. Era hijo de un albail y su experiencia resida en la
artesana tradicional, en el poder manual de refinar y dar forma a los materiales
nobles. De hecho, antes de 1930 haba renegado de sus elogios al ideal del
proceso del maquinismo: Que edifiquemos alto o bajo, con acero y con vidrio, no
nos dice nada sobre el valor del edificio, y por valor quera decir la intensidad
espiritual y esttica. Un ao antes, haba construido su edificio ms perfecto, y ya lo
haban derrumbado. Fue el Pabelln Alemn para la Exposicin Universal de
Barcelona de 1929 (Ilustraciones 121 y 122). Era una arquitectura sumamente pura,
sin ninguna funcin aparte de estrenarse, levantada como una escultura (cosa que
virtualmente era) en una base de mrmol. El delgado techo voladizo flotaba sobre
las columnas de acero cromado, y las paredes interiores apenas eran ms que
pantallas, indicios de recinto que flexibilizaban el espacio en vez de encerrarlo,
como hacen los shoji y byobo (biombos plegables) japoneses. Algunas paredes eran
ligeros paneles de vidrio, otras, costosas losas de mrmol muy bruidas haciendo
juego. Al dotar las paredes de volatilidad, pero tambin conservar el rigor clsico
del proyecto, Mies llev el edificio de pequeas dimensiones ms cerca del estatus
de la idea pura que cualquier otro arquitecto del siglo XX; y la idea tuvo mucha
progenie, desde la casa Tugendhat y la Farns-worth, ambas del propio Mies, hasta
la de Philip Johnson, en Connecticut, conocida como la Glass House. Sin embargo, la
belleza de los materiales era vital para su efecto. Cuando Mies emigr a Estados
Unidos y dise los muros de cortina del edificio Seagram, en Nueva York (1956-
1958) (Ilustracin 123), pudo haber usado el acero o el aluminio. Pero l quera
lograr un aspecto particular de color y sombra, la oscuridad de las ranuras
incrustadas en una oscuridad ms clida circundante, y eso concluy slo se
poda conseguir con perfiles de bronce. El resultado fueron los paneles ms caros
jams colgados en una estructura reticulada de acero, pero tambin los ms
elegantes: la elegancia del vaco, una arquitectura de la inelocuencia y de la
renunciacin absoluta.
123. Ludwig Mies van der Rohe, Edificio Seagram, Nueva York, 1956-1958 (foto
Alexandre Georges, Nueva York).
124. Auguste y Gustave Perret, Estudio para rascacielos en Parts, 1922. Akademie der
Knste, Berln.
125. Ludwig Hilbersheimer, Estudio para la Ciudad Ideal, 1924. Akademie der
Knste, Berln.
126. Le Corbusier, Dibujo para el Plan Voisin, 1925. Akademie der Knste, Berln.
Para llevar a cabo el Plan Voisin (as llamado debido a que su investigacin la
patrocin el fabricante de coches Voisin, despus de que Peugeot y Citroen se
negaran) haba que despejar una zona de doscientas cuarenta hectreas en forma
de L en la orilla derecha del ro; era preciso destruir totalmente reas
particularmente insalubres y anticuadas alrededor del mercado Les Halles, la
place de la Madeleine, la ru de Rivoli, la Opera y el Faubourg Saint Honor. A
partir de esta tabula rasa, una autopista gigantesca dividira la zona de este a oeste
(Ilustracin 126), y el nuevo centro comercial y residencial de Pars se levantara
con sus bloques de pisos cruciformes, rodeados de reas verdes. Imaginaos que
limpiemos y eliminemos toda esta basura, que hasta ahora se esparce sobre la tierra
como una costra seca, reemplazndola por unos inmensos y difanos cristales
espejeantes elevndose a una altura de ciento ochenta metros!. El hecho de que Le
Corbusier pudiera descartar la mayora del depsito histrico de Pars como una
costra seca de basura nos da la medida de su fervor, y sera un grave error pensar
que no estaba convencido de las diatribas que dirigi contra los passistes
sentimentales que, en nombre de la memoria y la diversidad, se oponan a su
ciudad vertical baada por la luz y el aire. Segn seal, no estaba
amargamente en contra del pasado, pero consideraba que era un deber cvico
demostrar que era el pasado dejando sus monumentos aislados, sin ninguna
funcin que cumplir: mi sueo es ver de nuevo la place de la Concorde vaca,
silenciosa y solitaria [] de alguna manera, estos parques verdes con sus reliquias
son cementerios, cuidadosamente atendidos [] De este modo el pasado se
transforma en algo que ya no es peligroso para la vida, sino que encuentra su
verdadero lugar dentro de ella. sa era la venganza de la utopa para con la
historia. Pero el enemigo particular de Le Corbusier era la calle, y contra ella desat
una guerra implacable (afortunadamente, slo verbal). La idea de posibles
alternativas a la congestin del trfico en los viejos centros urbanos por ejemplo,
la restriccin del casco antiguo al trfico peatonal y la desviacin de la circulacin
de coches a su alrededor, como han hecho recientemente en Munich nunca
pareca pasarle por la cabeza. Las perspectivas congeladas de Le Corbusier con sus
gigantescas avenidas y los cups avanzando a paso de tortuga y los biplanos
zumbando significaban slo una cosa: un odio al encuentro casual expresado en
una ciudad totalmente destinada a la locomocin veloz. Asistimos al renacimiento
titnico del trfico. Coches, coches! Velocidad, velocidad! Nos vemos arrastrados
por ese mpetu, presas del entusiasmo, de la alegra, del entusiasmo que suscita
la alegra del poder. El coche abolira la calle, y cada persona en la utopa tendra
un coche. La nica cosa que nadie en la Ciudad Radiante poda esperar tener era el
espritu del barrio, esa sensacin de diversidad, la sorpresa y los encuentros
casuales, agradables, que en un tiempo hicieron que vivir en Pars fuera una de las
experiencias supremas del hombre urbano.
Hoy las artes estn aisladas, y de ese aislamiento slo pueden rescatarlas los
esfuerzos conscientes y cooperativos de todos los artesanos []
Tengo una visin del futuro, amigo: los pisos de los obreros, en campos de
soja alzndose como lpices plateados, docena tras docena,
131. Lyonel Feininger, Catedral. Frontispicio del primer manifiesto de la Bauhaus, 1919.
Xilografa.
132. Walter Gropius y Adolf Meyer, Fbrica Fagus de hormas de calzado, Allfeld-
an-der-Leine, 19 II (foto RIBA, Londres).
133. Walter Gropius y Adolf Meyer, Casa de Sommerfeld, Berln, 1920. Archivo
Bauhaus, Berln.
134. Walter Gropius, Bauhaus, Dessau, 1925-1926. Vista desde una ventana de la
escalera (foto Luca Moholy, Zurich).
135. Ludwig Mies van der Rohe, Weissenhofsiedlung, Exposicin Werkbund,
Stuttgart, Alemania, 1927. Fotografa: cortesa del Archivo Mies van der Rohe,
Museo de Arte Moderno, Nueva York.
Las metas de De Stijl eran tan claras como inalcanzables. Disgustados por la
primera guerra mundial y la sociedad que la haba producido, creyendo estar al
final del individualismo capitalista y en la frontera de un nuevo y espiritualizado
orden mundial, sus miembros queran ser hombres internacionales. El arte de De
Stijl se concibi como una forma de discurso supranacional, un idioma universal,
como el esperanto. Abajo las fronteras, viva la cuadrcula: una versin
extremadamente abstracta del Mundo Blanco de Le Corbusier (un arquitecto
mucho ms fsico que Oud) se alzara desde las ruinas. No contendra ninguna
lnea curva, pues eran demasiado personales. De Stijl representaba la rectitud
masnica: contra lo individual, a favor de lo universal. Las concesiones de la
Bauhaus a la comodidad, incluso a la decoracin, eran inaceptables para De Stijl,
que restringi su esttica al rectngulo y sus colores a los tres primarios rojo,
amarillo y azul ms el negro y el blanco. De este modo, propuso una gramtica
de la forma que se aplicara a todas las artes, tanto a la arquitectura como a la
pintura. El grave clasicismo espiritualizado de De Stijl (Ilustracin 138) traera un
milenio de austeridad y entendimiento.
138. Theo van Doesburg, Sala universitaria, 1923. Collage, papel de calco, pluma y
tinta, 3,5 x 144,8 cm. Coleccin C. Van Eesteren, Amsterdam.
La consecuencia del cubismo fue estabilizar este flujo elstico. Antes de 1912,
los cuadros de Mondrian eran ms serenos, aunque no menos apasionadamente
realizados desde el punto de vista formal, y sus rasgos caligrficos dieron lugar a
un moderado examen del espacio que, segn l esperaba, revelara una
continuidad espiritual por toda la naturaleza, uniendo lo slido con el vaco, lo
positivo y lo negativo, lo horizontal y lo vertical (Ilustracin 140). En ninguna otra
imagen aparece mejor logrado este equilibrio de contrarios, como Mondrian lo
llam, que en sus paisajes marinos de entre 1912 y 1915. En esas marinas, el
destello de luz y el diseo movedizo y cambiante de las olas en la tabla plana del
mar del norte deviene un diseo de cruces, cuyos brazos sutilmente varan en
longitud y, por lo tanto, en densidad tonal, para que toda la austera superficie
parezca palpitar (Ilustracin 141). Producto de muchas horas de caminata,
contemplando la costa en Scheveningen, donde un muelle (hace mucho destruido)
sobresala en el agua, apareciendo una y otra vez en los cuadros, las marinas de
Mondrian tienen una belleza reposada y cerebral, son un equivalente visual de los
versos de Paul Valry en El cementerio marino, de 1920:
140. Piet Mondrian, El rbol gris, 1912. leo sobre lienzo, 78,7 x 106,9 cm.
Gemeentesmuseum, La Haya.
141. Piet Mondrian, Muelle y ocano, 1915. leo sobre lienzo, 86,9 x 114,6 cm.
Gemeentesmuseum, La Haya.
142. Piet Mondrian, Broadway Boogie Woogie, 1942-1943. Oleo sobre lienzo, 127 x 127
cm. Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York, donacin annima.
Por eso Brasilia, en menos de veinte aos, dej de ser la ciudad de maana
para convertirse en la ciencia ficcin de ayer. Es un testimonio, caro y feo, de que
cuando los hombres piensan en trminos de espacio abstracto en vez de en lugares
reales, en significados nicos en vez de mltiples, en aspiraciones polticas ms que
en necesidades humanas, tienden a producir kilmetros chapuceramente
construidos en medio de ninguna parte, infestados de escarabajos Volkswagen. Lo
menos que se puede esperar es que el experimento no se repita; es hora de poner
fin a las tonteras utpicas.
El sueo era el instrumento para llegar a esa nueva realidad. Era la puerta
que conduca al arte. En los sueos, el ello hablaba; la mente que soaba era la
verdad ilegislable, y por tanto la neurosis, la forma involuntaria y permanente de
los sueos. En ese sentido, Bretn y su crculo formaban parte de esa gran corriente
de pensamiento cuyo motor fue la obra de Sigmund Freud. Pero no eran, en ningn
sentido defendible de la palabra, freudianos. Conocan relativamente poco la obra
de Freud porque ninguno saba alemn para leerlo con fluidez y las obras bsicas
que hubieran podido interesarles, sus estudios sobre la histeria y la interpretacin
de los sueos, no se tradujeron al francs hasta mediados de los aos veinte. En
cualquier caso, el concepto de neurosis de Bretn se diferenciaba mucho del
freudiano. Freud consideraba que la neurosis era una enfermedad, una
circunstancia que haba que curar. Bretn era ms frvolo, y quera preservarla,
pues consideraba que los locos eran orculos. En pocas palabras, era uno de los
ms notables herederos de una tradicin de actitud ante la locura que se filtr en el
siglo XX directamente desde el Romanticismo decimonnico, cuyo centro era la
idea de que la perturbacin mental daba acceso al lado oscuro de la mente, el
sitio de las verdades dolorosas pero irrefutables acerca de la sociedad, la naturaleza
humana y el arte en especial. El sueo de la razn produce monstruos, escribi Goya al
pie del grabado donde vemos a un hombre que suea reclinado en su escritorio. El
proyecto surrealista consista en anatomizar esos monstruos.
147. Max Ernst, Reunin de amigos, 1922. leo sobre lienzo, 129,5 x 193 cm. Wallraf-
Richartz Museum, Colonia.
148. Arnold Bcklin, La isla de los muertos, 1880. leo sobre madera, 112,5 x 154,9
cm. Kunstmuseum, Basilea, Gottfried Keller Stiftung (foto Hinz).
150. Giorgio de Chirico, Melancola y misterio de una calle, 1914. leo sobre lienzo,
86,9 x 71,4 cm. Coleccin privada (foto Allan Mitchell, Connecticut).
151. Giorgio de Chirico, Las musas inquietantes, 1916. leo sobre lienzo, 96,8 x 66
cm. Coleccin privada, Miln (foto SCALA).
153. Max Ernst, Dos nios amenazados por un ruiseor, 1924. Oleo sobre madera con
construccin de madera, 69,1 x 56,4 x 10,7 cm. Coleccin, Museo de Arte Moderno,
Nueva York, adquisicin.
Entre los nafs el nico gran pintor fue Henri Rousseau (1844-1910).
Conocido como el Aduanero debido a sus quince aos de servicio como
funcionario civil de menor cuanta, Rousseau ambicionaba exponer en los salones,
en compaa de Manet y de Grome, de Bouguereau y de Puvis de Chavannes. Si
hubiera sido capaz de pintar mejor desechando sus caractersticas primitivas,
seguramente lo habra conseguido; afortunadamente, pudo exponer sus cuadros
anualmente, a partir de 1886, en el Saln de los Independientes, junto con los
artistas modernistas profesionales que el Saln oficial haba excluido. No se dej
impresionar por aquellos pintores, a juzgar por el comentario que le hizo a Picasso
para explicarle que ellos eran los dos pintores contemporneos ms grandes: Yo
en el estilo moderno, y t en el egipcio. La primera caracterstica que un ojo
moderno encuentra fascinante en la obra de Rousseau, su intensa estilizacin
(Ilustracin 155), no era en absoluto lo que el pintor deseaba. l quera que sus
visiones fueran absolutamente reales, cada figura, rostro, hoja, flor y rbol,
medidos y concretos, enumerados hoja por hoja, vena por vena, pelo por pelo. Esta
vocacin de paciente formalidad se combinaba de extraas maneras con su gusto
por lo extico. Rousseau sola justificar la realidad de sus escenas selvticas con
una sarta de mentirijillas acerca de cmo l haba visto todas aquellas cosas cuando
serva en el ejrcito francs en Mxico en los aos sesenta; era importante que esos
espectculos de maravillosa fantasa parecieran presenciados, no inventados. De
hecho, haban sido presenciados dos veces: primero por el ojo temible de la
imaginacin de Rousseau, y luego en el Jardn Botnico, donde el viejo pasaba
horas entre las palmeras y las arceas tomando apuntes para sus obras, escuchando
todo el tiempo como an se puede hacer hoy los rugidos y los graznidos de los
animales enjaulados en el zoolgico que est al lado. La claridad de la visin de
Rousseau aument an ms el tono compulsivo y como sonado de sus telas: ah
est la imagen, sbitamente, sin ambigedades, tomada (como l habra insistido)
de la vida.
156. Facteur Cheval, Palacio Ideal (comenzado en 1879) (foto Robin Lough).
Joan Mir (1893-1983) fue indiscutiblemente el mejor pintor puro entre los
surrealistas. Se resisti a adherirse al movimiento; no firmaba sus manifiestos y no
participaba en sus embrollos polticos. Pero el grupo surrealista se adhiri a l.
Necesitaban su arte, una mezcla lrica donde se daban cita libremente las consejas
populares, el erotismo, el humor irnico, las charlas escatolgicas en las masas y la
grotesca absurdidad; las teoras del surrealismo no tenan nada que aadirle a su
esttica como no fuera un contexto modernista parisino. Los surrealistas estaban
cautivados por el arte de los nios, pues consideraban que era una de las salidas
ms generosas del polimrfico yo no reprimido. En ese sentido, llevaron a un
punto culminante la idea, corriente desde fines del siglo XVIII, de que el arte
infantil era una forma cultural especial capaz de revelar informacin sobre el
crecimiento y la naturaleza de la mente. Su admiracin por los nios no se extenda
a tenerlos (el cochecito en el vestbulo era, por decirlo de alguna manera, el
enemigo de le merveilleux), pero s valoraban la imitacin de la libertad infantil por
parte de los adultos. La mente que se sumerge en el surrealismo, escribi Bretn,
vive de nuevo la mejor parte de la niez con una excitacin abrasadora. La
infancia es lo que ms se aproxima a nuestra vida real la niez, donde todo se
confabula para realizar la posesin eficaz y sin riesgos de uno mismo. El arte de
Mir pareca satisfacer esta idea. Pero no haba nada ingenuo en ella. Mir era
cataln, y Barcelona, la capital de Catalua, se haba convertido en una de las
encrucijadas del modernismo europeo cuando Mir era un cro; de hecho, no se
vera empujada a entrar en el provincianismo hasta despus de la guerra civil
espaola, cuando un Franco victorioso sell las fronteras intelectuales de Espaa.
Cuando era estudiante de arte y ni siquiera tena veinte aos, Mir intentaba
conseguir una sntesis aguda y bruscamente diseada del cubismo y del intenso
colorido fauvista mediterrneo de Matisse. Sus primeros paisajes son visiones
llenas de detalles: los surcos de la tierra arada, los rgidos arabescos de las vias y
los enrejados, los establos de bordes definidos y los animales dibujados uno por
uno, planos y brillantes, muy parecidos a los hombres y a las criaturas que
aparecen en los frescos romnicos del norte de Espaa.
Los cuadros pintados por Mir entre 1924 y 1927 funcionaban a un nivel de
invencin casi frentico. Por entonces su bestiario estaba en plena expansin, y en
telas como El carnaval del arlequn (1924-1925) (Ilustracin 159) se convirti en el
heredero de los imagineros romnicos con sus bestiarios y sus demonios, incluso
en un descendiente del Bosco. Ms tarde, Mir afirm que las alucinaciones
provocadas por el hambre, todos aquellos aos de pobreza en Pars mirando las
grietas en las paredes de yeso, le ayudaron a desencadenar su imaginera, como
podra haberlo hecho la mescalina. Pero las criaturas que pululan y zumban en El
carnaval del arlequn son demasiado consistentes para ser del todo el producto del
ensueo, porque brotan de un sentimiento de la naturaleza muy especfico, denso y
juguetn, que slo una niez rural puede proporcionar. Ese animismo lascivo de
Mir, expresado con una lnea definida socarrona que rebota y chirra como un
saltamontes en el polvo cataln, obedece a una curiosidad por los detalles y a la
capacidad de observacin: asomar las narices y no dejar de husmear. Riguroso
pero libre, salvaje pero exacto como un cuchillo, el patio de la masa de Mir
poblado de imgenes primordiales fue una de las invenciones supremas del arte
modernista, y la prolong durante veinte aos. Un siglo antes del nacimiento de
Mir, William Blake haba sugerido a sus lectores:
el len y la virgen,
la puta y el nio.
157. Joan Mir, La masa, 1921-1922. leo sobre panel, 122,2 x 140 cm. Galera
Nacional de Arte, Washington D. C., Coleccin de Mr. Ernest Hemingway.
158. Joan Mir, Tierra labrada, 1923-1924. leo sobre lienzo, 66 x 91,9 cm. Museo
Solomon R. Guggenheim, Nueva York.
159. Joan Mir, El carnaval del arlequn, 1924-1925. leo sobre lienzo, 66 x 91,9 cm.
Galera Albright-Knox, Buffalo.
160. Joan Mir, Ferro ladrndole a la luna, 1926. Oleo sobre lienzo, 73,7 x 91,7 cm.
Museo de Arte de Filadelfia, Coleccin A. E. Gallatin.
Esa era la meta de las obras tempranas de Mir. Cubri todo el abanico de
sus sensaciones, sintindose dueo de ellas, y sin avergonzarse de ninguno de sus
deseos. En un extremo de ese abanico est la visin microscpica, los grafitos
vivientes: los pelos que bailan, los genitales que se menean y copulan, la
generacin y la multiplicacin irreprimible de la vida. En el otro, la sensacin del
gran espacio, no el vaco que provoca la angustia (como en De Chineo o, a veces, en
Ernst) sino el reino de las posibilidades. En mis cuadros, dijo Mir en una
ocasin, pensando en imgenes como Perro ladrndole a la luna (1926) (Ilustracin
160), hay unas formas minsculas en unos vastos espacios vacos. El espacio vaco,
los horizontes vacos, las llanuras vacas, todo lo que se presenta desnudo siempre
me ha impresionado. A veces este vaco adoptaba un aspecto ocenico y
consolador, y siempre se presentaba dentro del lenguaje de los planos de colores
puros que virtualmente ningn otro artista de su generacin (ya que Matisse tena
veinte aos ms que l) haba empleado con tal maestra.
Casi todas las obras que sustentan la fama de Dal como artista serio fueron
realizadas antes de que cumpliera treinta y cinco aos, entre 1929 y 1939.
Alrededor de 1926, descubri que el realismo llevado al extremo en el tratamiento
de los detalles podra minar la nocin de realidad. En lugar de presentar un cuadro
como una superficie, con todas sus tensiones intrnsecas, Dal fue al extremo
opuesto, tratndolo como una ventana perfectamente transparente, utilizando lo
que l llam todos los viejos trucos que paralizan y engaan el ojo, el
academicismo ms desacreditado para invocar las jerarquas sublimes del
pensamiento. El pintor que Dal eligi como modelo fue el acadmico de finales
del siglo XIX Jean-Louis Meissonier, cuyos minuciosos lienzos representaban todo
lo que no era moderno: una precisin ms que fotogrfica, con una pintura tan
suave y lamida como la porcelana de los cuartos de bao.
Gracias a esta tcnica, cualquier visin, por muy escandalosa e irracional que
resultara, pareca persuasivamente real. Pero necesitaba un sistema de imgenes, y
Dal lo abord a travs de lo que llam su mtodo paranoico-crtico. En esencia,
significaba mirar una cosa y ver otra. Esta tcnica de la doble lectura engaosa ya
se conoca desde el siglo XVI los retratos capriccio compuestos de flores, frutas,
hortalizas, pescados o animales, de Arcimboldo y sus imitadores, estuvieron tan de
moda en la corte de Rodolfo II de Praga como lo estaran, despus de Dal, entre los
decoradores de interiores chic, pero Dal le aadi un extraordinario toque de
ingeniosidad, conectando los objetos ms diversos y espacialmente lejanos en unos
tropos iconogrficos que se cancelaban mutuamente. Por eso en Metamorfosis de
Narciso (1937) (Ilustracin 162), la mano que brota de la tierra sosteniendo un huevo
enorme de cuya cscara resquebrajada brota un narciso puede convertirse en
la figura del Narciso al fondo, contemplndose en el estanque. Normalmente estas
ambigedades tienen lugar en un paisaje onrico que Dal tom, con refinamientos,
de De Chirico: la aplanada llanura desrtica, la mesa de operaciones de
Lautramont, donde los objetos ms ajenos entre s se encuentran de manera
chocante, como en el verso burln que apareci en un nmero de Punch de los aos
treinta:
163. Salvador Dal, La persistencia de la memoria, 1931. leo sobre lienzo, 23,4 x 33
cm. Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York, donacin annima.
164. Salvador Dal, Juego lgubre, 1929. leo y collage sobre lienzo, 41,1 x 25,6 cm.
Coleccin privada, Pars.
Parece lgico que uno de los lugares donde se recuerda a Dal, de pie con su
atuendo de miembro de la Academia Francesa de Bellas Artes, sea un palco de
teatro junto con otras figuras representativas de la cultura media y de la alta
costura (Franoise Sagan, Pierre Cardin), en la sala de las efigies de cera del Museo
Grvin, el equivalente parisino del Museo de Madame Tussaud. Ese fue uno de los
lugares preferidos del surrealismo en los aos veinte y treinta, porque las figuras
de cera, como los maniques de De Chirico, se hallan en algn lugar entre el arte y
la vida. Son hbridos siniestros, fracasados, y desde el punto de vista surrealista
mientras ms toscas eran esas figuras, ms poderosas se volvan, burlndose de las
ilusiones del arte sin ofrecer ninguno de los consuelos de la naturaleza. El Museo
Grvin era uno de los diversos parajes que integraban el itinerario surrealista de
Pars: la torre de Saint Jacques, la porte Saint Denis, los laberintos de arcadas y
pasillos acristalados como el pasaje de la pera, el melanclico belvedere del pare
des Buttes-Chaumont con la vista de su puente de hierro de los suicidios, y otra
docena de sitios en aquel palimpsesto de ciudad que hablaba, no de la razn y la
ceremonia, sino de la nostalgia, del encuentro casual o de los terrores de la noche.
Aquella ciudad secreta es la que evoca conmovedoramente Louis Aragn en El
campesino de Pars, una reflexin pastoril desenroscndose en un paisaje urbano de
ensueo. Para los surrealistas la naturaleza casi no tena importancia. Sustituyeron
la diversidad de la naturaleza con la complejidad de la cultura: la infinita profusin
de los objetos fabricados que se encontraban en el Mercado de las Pulgas. Elace
cincuenta aos, la basura era la basura, no antigedades ni objetos
coleccionables. Casi todo se poda comprar en el Mercado de las Pulgas por casi
nada. Aquel lugar era como el subconsciente del capitalismo: contena el excedente
de los objetos rechazados o reprimidos, fallidos, los pensamientos marginados.
All, en un lugar real, la mquina de coser se encontr con el paraguas en la mesa
de operaciones, y pronto dio a luz toda una progenie que constituy una forma de
arte nueva, aunque menor: el objeto surrealista.
165. Meret Oppenheim, Objeto (Merienda con piel), 1936. Taza, platillo y cuchara
revestidos de piel; taza: 10,5 cm de dimetro; platillo: 23,2 cm de dimetro; cuchara:
20,3 cm de largo; altura total: 5,9 cm. Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva
York, adquisicin.
Quiz el ms duradero de los objetos surrealistas fue el que hizo una mujer,
Meret Oppenheim, en 1936. Tomando una taza, un platillo y una cuchara, y
envolvindolos en la piel de un animal (Ilustracin 165), Oppenheim cre una
imagen que lleva implcita una contradiccin de un poder asombroso. Merienda con
piel tambin ha tenido una larga vida secreta como emblema sexual. La accin que
insina la artista llevndose a los labios el recipiente peludo lleno de caliente
infusin convierte la taza de Oppenheim en la imagen ms intensa y abrupta del
sexo lsbico en toda la historia del arte.
Con ese estilo escueto, flemtico, lentamente adquirido y sin que lo avivara
el ms mnimo rastro de estar copiando del natural, Magritte pintaba cosas tan
comunes que podran haber salido de un manual de conversacin o de una gua de
bolsillo para viajeros: una manzana, un peine, una nube, un sombrero, una jaula
para pjaros, una calle de casas suburbanas cursis. No hay nada en este inventario
que un belga normal y corriente, hacia 1935, no hubiera visto o usado a lo largo de
un da cualquiera. La poesa de Magritte era inconcebible sin la banalidad con la
que trabajaba. Si no tuvieran un tono de documental, un rechazo de la fantasa
construido en su propio estilo, sus cuadros seran mucho menos elocuentes. Y si su
esttica se hubiera limitado a impactarnos, habra durado tan poco como la de
cualquier otro efmero surrealista. Pero sus preocupaciones eran ms profundas.
Lo que le interesaba era el lenguaje en s mismo, transpuesto en la representacin
pictrica. Magritte estaba obsesionado por el dominio que el lenguaje tiene sobre lo
que describe. Cuando (en El uso de las palabras, de 1928) calific dos manchas
amorfas y virtualmente idnticas con los vocablos espejo y cuerpo de mujer,
no estaba simplemente bromeando con el narcisismo, sino mostrando lo
extremadamente tenues que son los signos. En uno de sus botones de muestra ms
famosos, La condicin humana I (1934) (Ilustracin 168), aparece un lienzo en un
caballete frente a la vista que se ve a travs de una ventana. El lienzo contiene una
imagen de ese paisaje. La imagen pintada se yuxtapone exactamente con la imagen
propiamente dicha. De modo que el juego entre la imagen y la realidad sugiere que
el mundo real es slo una construccin de la mente. Sabemos que si moviramos
el caballete, la vista que se nos ofrecera a travs de la ventana sera igual a la
mostrada en el cuadro dentro de un cuadro; pero como la escena entera est
cerrada dentro de la inmovilidad y la permanencia del cuadro ms grande, no
podemos saberlo. Esa sensacin de deslizamiento entre la imagen y el objeto es una
de las fuentes de la inquietud modernista. Si una porcin del mundo puede
demostrar que es irracional pero coherente, argumenta la obra de Magritte,
entonces no sabemos nada a ciencia cierta. Y, as, sus bombas visuales estallan una
y otra vez, porque su provocacin reside en el pensamiento mismo. Cuando el
can dispara (Ilustracin 169), las pantallas de las imgenes que nos son
familiares se caen, y nos encontramos, como dice el ttulo del cuadro, en El umbral
de la libertad.
166. Ren Magritte, La traicin de las imgenes, 1928-1929. leo sobre lienzo, 58,9 x
94 cm. Museo de Arte del Condado de Los ngeles.
167. Ren Magritte, El asesino amenazado, 1926. leo sobre lienzo, 150,1 x 193,9 cm.
Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York, Fondo Kay Sage Tanguy.
168. Ren Magritte, La condicin humana I, 1934. leo sobre lienzo, 99,6 x 79,2 cm.
Coleccin privada, Francia.
169. Ren Magritte, El umbral de la libertad. leo sobre lienzo, 114,3 x 145,5 cm.
Museo Boymans-Van Beuningen, Rotterdam, SABAM.
Entonces tuvo lugar una de las comedias de enredos y malos entendidos tan
caractersticas de la vida intelectual francesa: un grupo de poetas y pintores
esforzndose por complacer a Mosc sin conseguir convencerse a s mismos ni a
los soviticos. El surrealismo poda orientarse hacia el comunismo entre 1925 y
1928 porque, en Rusia, la gran congelacin an no haba tenido lugar; todava
quedaba algo de libertad en la expresin artstica en la Unin Sovitica. Es ms, las
primeras ediciones en francs de los escritos de Trotsky estaban ahora disponibles.
Aquellos textos aprobaban a Freud, a Jung y a Adler, lo cual deleit a Bretn, y
Trotsky fue inmediatamente aceptado como ejemplar poltico por los surrealistas.
Sigui disfrutando de esa condicin durante sus aos de destierro, hasta que Stalin
orden que lo asesinaran en Mxico D. F. en 1940. Sin embargo los surrealistas no
eran los elementos ms apropiados para las tareas institucionales bajo la tutela del
Partido Comunista Francs. Bretn pas un tiempo escribiendo informes para una
clula de trabajadores de la compaa de gas, y despus lo dej, pues consider
que el trabajo era incompatible con la poesa. Louis Aragn, al contrario, viaj a
Rusia para asistir a una conferencia de escritores en Kharkoy en 1930 y regres
convertido en un estalinista vociferante, repudiando a Trotsky y a Freud. Poco
despus de regresar a Pars, escribi un infame poema de propaganda poltica, El
frente rojo, que slo el ms sanguinario miembro del aparato del partido comunista
hubiera podido tragarse.
El divino marqus era una de las pocas figuras del siglo XVIII que los
surrealistas admiraron, porque afirmaba extensamente y con una prolijidad
pasmosa, como sabe cualquiera que haya hecho el esfuerzo de leer Justina y Juliette
la supremaca del deseo por encima de todas las convenciones morales,
demostrando lo que se ha convertido en un lugar comn despus de Freud: que,
para asegurar el reino de la razn, la imaginacin ha de ser reprimida y censurada
hasta cierto punto. Sade se convirti en el primer escritor que describi la relacin
fundamental entre el sexo y la poltica que, en el siglo XX, sera desarrollada por
autores como Wilhelm Reich.
Como la zona fundamental del tab social era el sexo, fue uno de los ms
importantes temas surrealistas; pero el surrealismo slo se interesaba por un tipo
de libertad sexual, la del hombre, y la del hombre heterosexual por ms seas.
Bretn le profesaba un odio intenso a la homosexualidad. Por esta razn (as como
por su arribismo social y por todo lo que tom prestado del surrealismo sin
reconocerlo en pelculas como Orfeo) Bretn le tuvo rencor toda la vida a Jean
Cocteau, y el hecho de que la homosexualidad a la moda se apropiara de recursos
surrealistas a travs de los talleres de alta costura y las pginas de Yogue, parece
haberle quitado un poco el sueo a partir de mediados de los aos treinta. El ideal
ertico surrealista estaba muy vinculado con el ideal del amor corts medieval; la
imaginacin podra liberarse mejor si se adoraba a una mujer, lo mismo si era real o
(como el caso de la Nadja de Bretn, protagonista de su novela homnima)
imaginaria. El amor surrealista se fundaba en la obsesin del mismo modo que en
los aos setenta la liberacin sexual se basara en la promiscuidad; prometa la
libertad por medio de la mxima atencin, y equivala, en el terreno de las
relaciones humanas, a esa propiedad obsesiva que el surrealismo apreciaba en
los objetos. Pero no se tradujo en arte. La imagen homosexual ms inolvidable de la
esttica surrealista fue La violacin (1934), de Magritte, una magnfica protesta
contra la obsesin y el fetichismo, donde el semblante de la mujer se convierte con
una claridad espantosa en ese rostro genital cuya sexualidad ciega, muda y
pattica tiene un carcter verdaderamente sdico (Ilustracin 170). En general, la
imagen de la mujer en el arte surrealista no tena ninguna cara real: siempre estaba
en un pedestal o encadenada. Su forma favorita era la de maniqu, lo cual era en s
(debido a las inevitables asociaciones con la moda y lo comercial) un objeto
bastante comprometido, directamente secuestrado de los maniques de sastre de
De Chirico. En la pintura surrealista hay muebles con formas femeninas, pero
ninguna mesa ni silla masculina; por ejemplo, est el sof de Dal con la forma de
los labios de Mae West, o el Ultramueble de Kurt Seligmann (1938) (Ilustracin 171),
un taburete que se apoya en tres piernas de maniqu, una transcripcin directa de
las fantasas que tienen lugar dentro del castillo del ogro loco Minski, descritas por
Sade en Juliette, donde los comensales orgisticos asan a un nio mientras cenan
sentados en sillas construidas con esclavos vivos entrelazados.
170. Ren Magritte, La violacin, 1934. leo sobre lienzo, 71,9 x 53,6 cm. Fundacin
Menil, Texas.
171. Kurt Seligmann, Ultramueble, 1938 (foto D. Bellon, Pars).
172. Hans Bellmer, La mueca, 1935. Diez fotografas retocadas con acuarela
dispuestas horizontalmente, 76,9 x 20,6 cm. Tate Gallery, Londres.
Sin embargo, a lo largo de los aos treinta, el tono dominante no era tanto la
frustracin como un sentimiento apocalptico. Pareca que las democracias
burguesas liberales, de cuya existencia dependa la libertad de expresin artstica,
estaban siendo pulverizadas, una tras otra, por las dictaduras tanto de derecha
como de izquierda. Desde las purgas y los procesos espectaculares en Rusia hasta
la subyugacin fascista de Abisinia, desde el ascenso al poder de Hitler en
Alemania hasta la victoria de Franco en Espaa y el pacto de no agresin nazi-
sovitico, un mundo amenazador se estaba montando, en el cual las discusiones y
las afirmaciones de la cultura tendran, a lo sumo, un papel insignificante. La
aprensin que se apoder de los artistas justo antes de la segunda guerra mundial
se reflej en la pintura surrealista tarda por ejemplo, en Naturaleza muerta con
zapato viejo (1937) (Ilustracin 176), de Mir, cuyos colores chillones y fuliginosos
como el humo, brillando entre invasiones de negro, colman un tema que en otras
circunstancias sera neutral, impregnndolo con tal ansiedad que el tenedor
clavado en el pan parece estar perpetrando un acto de despecho homicida.
173. Pablo Picasso, Baista sentada (principios de 1930). leo sobre lienzo, 162,8 x
129,5 cm. Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York, Fondo Mrs. Simon
Guggenheim.
174. Alberto Giacometti, Mujer degollada, 1932. Bronce, 86,9 cm. Coleccin Peggy
Guggenheim, Fundacin Solomon R. Guggenheim.
175. Alberto Giacometti, Pelota suspendida, 1930-1931. Yeso y metal, 58,9 cm. Tate
Gallery, Londres.
Fue en Nueva York donde los restos del surrealismo echaron races y se
transformaron. Pero un excepcional artista de lo irracional ya viva all, en una casa
de madera de la Alameda Utopa, en el barrio de Queens, en las afueras de
Manhattan. Hasta su muerte en 1972, Joseph Cornell fue el ms solitario, sutil y
huidizo de los artistas norteamericanos; su esttica era tan idiosincrsica que
convirti en un sinsentido la obra de sus imitadores, para que no pudiera haber
ninguna cole de Cornell. Su casa, donde vivi cincuenta y cuatro aos, representaba
un exilio del mundo del arte; aquel sistema de marchantes, coleccionistas,
crticos y conservadores de museos que, a partir de 1950, adquirira una
importancia tan preponderante en Manhattan. Estaba llena de cartones, carpetas,
paquetes de fotos antiguas, recortes de peridicos, rollos de viejas pelculas con el
nitrato del celuloide descomponindose, libros amontonados, baratijas y cajas; todo
eso configuraba un mundo que le permita viajar.
176. Joan Mir, Naturaleza muerta con zapato viejo, Pars (24 enero-29 mayo de 1937).
leo sobre lienzo, 81,3 x 116,8 cm. Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva
York, obsequio de James Thrall Soby.
177. Max Ernst, Europa despus de la lluvia, 1940-1942. leo sobre lienzo, 53,8 x 147,6
cm. Wadsworth Atheneum, Hartford, Coleccin Ella Gallup Sumner y Mary Catlin
Sumner.
Sin embargo, algunas de las cajas de Cornell mostraban un alto grado de
elaboracin. La ms complicada fue LEgypte de Mlle. Clo de Mrode (1940)
(Ilustracin 178). Clo de Mrode era una clebre cortesana francesa de la ltima
dcada del siglo XIX, y Cornell ley en alguna parte que el gobernador turco en
Egipto le haba prometido un regalo fabuloso para que le visitara en el pas de las
pirmides. Por eso confeccion (en nombre de su pretendiente, por as decirlo) una
caja cosmtica a guisa de exvoto, simbolizando a Egipto con una coleccin de
souvenirs o gemas para aquella nueva Cleopatra. LEgypte de Mlle. Clo de Mrode
contiene muchos frasquitos, encajados en agujeros practicados en un papel
marmreo. Cada frasco contiene un atributo diferente de Egipto, o de la propia
Clo: arena, trigo, rizos de papel rotulados Serpientes del Nilo, perlas, la Esfinge,
etc. Como todos se relacionan con un tema central, no tienen mucho que ver con la
incongruencia surrealista. Son ms bien como un poema simbolista, compuesto de
grupos de imgenes fugaces, registrados con toda precisin, pero separados por
agujeros: el tiempo que uno tarda en sacar un frasco de la caja, examinarlo,
devolverlo a su sitio y extraer otro, corresponde a los silencios intermedios y las
zonas de papel en blanco que Stphane Mallarm valoraba como teln de fondo
para las palabras. Cornell idolatraba a Mallarm por su precisin sentimental; una
simetra perfecta, ya que los simbolistas franceses admiraban a un norteamericano
adelantado, Edgar Allan Poe, cuya imagen de una Europa de fantasa, teida por
un sentimiento neurastnico de misterio e imaginacin, tiene mucho que ver con
la de Cornell.
178. Joseph Cornell, LEgypte de Mlle. Clo de Mrode: cours lmentaire dHistoire
Naturelle, 1940. Cortesa de la Galera Leo Castelli, Nueva York.
179. Arshile Gorky, El hgado es la cresta del gallo, 1944. leo sobre lienzo, 181,9 x
248,9 cm. Galera Albright-Knox, Buffalo, obsequio de Seymour H. Knox.
180. Mark Rothko, Navos de magia, 1946. Acuarela sobre papel, 97,3 x 64,2 cm.
Museo Brooklyn, Nueva York.
181. Jackson Pollock, Guardianes del secreto, 1943. Oleo sobre lienzo, 122,7 x 190,5
cm. Museo de Arte Moderno de San Francisco, legado de Albert M. Bender.
Sin embargo, a pesar de que tales obras eran ridculas, tambin resultaban
siniestras. Un hostil crtico francs lo comprendi tcitamente, a finales de los
cuarenta, cuando salud una de las exposiciones de Dubuffet con un titular
derivado de los anuncios publicitarios Dubonnet en el Metro de Pars: Ubu, du
Bluff, Dubuffet ya que el padre espiritual de esa obra fue el dramaturgo Alfred
Jarry, inventor de aquel monstruo absurdo y brutal, el rey Ubu, prototipo de los
Somoza y los Idi Amin de nuestros tiempos. El mensaje de que el mundo es un
muladar gobernado por unos gallos absurdos fue la contribucin de Dubuffet al
realismo de postguerra, pero las limitaciones de este punto de vista quedan de
manifiesto a lo largo de la pura extensin y locuacidad de su produccin. Los
toscos hombrecillos como tapones y los homnculos aplanados ya han perdido su
capacidad de asombrar. Algunos miembros del grupo de Dubuffet, como el
escritor francs Georges Limbour, dicen que l an sigue empeado en la
consecucin de la emancipacin total de todas las reglas y las convenciones de la
representacin, dedicado a rechazar todo conocimiento anterior a inventar de
nuevo su arte y sus mtodos en cada nueva produccin. De hecho, durante los
ltimos veinte aos su obra ha sido totalmente convencional; limitndose a repetir
sus primitivos prototipos burlescos, con ligeras variaciones para mantener alerta el
mercado. La idea de que la inocencia es un recurso renovable es la tpica ilusin de
la crtica y del arte influidos por el surrealismo. Es el ltimo eco de la fantasa
romntica que ha venido reiterndose en Pars desde el siglo XVIII, pero que ahora
ha perdido toda posibilidad de credibilidad. En los ltimos aos, las locuaces
alabanzas de Dubuffet dedicadas al instinto, la convulsin y el analfabetismo como
principios poticos, slo han servido para fomentar lo que, en gran medida, no es
ms que un torrente de imgenes primitivizadas con mucha labia. Lo cual nos hace
pensar en un chef du premier rang pasndose de listo con un plato de carne de
caballo.
Jean Dubuffet, La vaca de sutil hocico, de la serie Vacas, pastos, follajes, 1954. leo y
esmalte sobre lienzo, 88,9 x 115 cm. Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva
York, Fondo Benjamn Scharps y David Scharps.
Y lo mismo ocurri con gran parte del arte corporal. Puesto que ser y
nombrar eran ampliamente considerados ms importantes que los tradicionales
procedimientos creativos del arte una actitud que era, en s misma, otro legado
surrealista, heredada de las formas ms viejas del dandismo parisino, la
conclusin fue que el cuerpo poda despojarse de su familiaridad y transformarse,
a travs de la manipulacin de sus contextos y acciones, en una extraa cosa
gratuita, otra clase de objeto. Eso produjo momentos de una intensidad
electrizante, pero con frecuencia sugera la misma pregunta que muchas de las
actividades surrealistas la escritura en trance, la libre asociacin y otros juegos de
exploracin diseados para sacar a flote muestras del centro del inconsciente
tambin se haban negado a responder. Acaso el yo es automticamente
interesante para el arte? O slo puede reclamar nuestra atencin en la medida en
que produce estructuras ordenadas y lcidas, llenas de un significado articulado?
Para aquellos que sufrieron la gran resaca de los aos sesenta, el desagradable final
de una cultura que deposit tanta fe en la fcil alucinacin instantnea (cada uno
convertido en su propio Rimbaud), slo puede haber una respuesta a esa pregunta.
Porque uno de los resultados de aquella epidemia dionisaca entre los hijos de la
burguesa fue la caricatura del culto al yo surrealista. Pocas culturas a lo largo de
la historia han estado tan obsesivamente preocupadas por lo meramente personal
como la nuestra, y los ltimos veinte aos estn atiborrados con los escombros de
las tentativas de reivindicar la revelacin del yo impremeditadas salvo cuando
forman parte del contexto artstico, esa dignidad conceptual que es privativa
del arte. Toda clase de documentacin insignificante, la lista de la lavandera
psquica y el gesto autstico, han sido representados, grabados, colgados,
archivados y fotografiados. Cualquier clase de comportamiento extrao, desde
estar al acecho debajo de una rampa en una galera y masturbarse con fantasas
sobre las personas que pasan por arriba (Vito Acconci) hasta autodecorarse el
cuerpo con las quemaduras del sol (Dennis Oppenheim) ha entrado en el arte
montado en el carro del acte gratuit surrealista. Difcilmente seran imaginables
como arte sin su ancestro surrealista.
Uno de los grandes temas de la pintura romntica del siglo XIX era la
interaccin entre el mundo y el espritu: la bsqueda de imgenes de aquellos
estados de nimo, encarnados en la naturaleza, que existen ms all o por debajo
de nuestro control consciente. Por un lado estaba la escala del mundo, vista como
una dimensin sacralizada por su propia grandeza, en s misma una reflexin de la
grandiosidad de Dios: la panoplia de peones, tormentas, llanos, ocanos, fuego y
mar, y en el cielo, la luz de la luna, y la energa de las plantas, de donde extraan
sus temas Caspar David Friedrich, Turner, Samuel Palmer, Albert Bierstadt y
Frederick Edwin Church. Las pasiones humanas, escribi William Wordsworth,
se incorporan a la belleza y a las formas permanentes de la naturaleza. Por otro
lado, no todos los pintores compartan con Wordsworth esa visionaria, y sin
embargo emprica, paz con el mundo natural, y el rasgo ms extremo del
romntico era el deseo de explorar y registrar (y as, tal vez, mitigar) las
insatisfacciones del ser: sus conflictos y miedos, las apetencias y las ansias
espirituales apenas formuladas. La bsqueda de esas precarias imgenes del
hombre y la naturaleza tan ajena a la fructfera seguridad de un Rubens o un
Constable fue uno de los proyectos que el siglo XIX leg al modernismo. En
realidad, era uno de los principales vnculos entre el siglo XIX y el nuestro. Con el
tiempo, cuando Dios muri y los artistas tampoco se sentan demasiado bien, eso
adquiri una especial intensidad, produciendo, entre otras cosas, las diversas
formas del expresionismo.
Uno de los mbitos donde esa bsqueda continu fue el campo, en los
alrededores de Arls, al sur de Francia; el pintor era Vincent van Gogh (1853-1890).
Pocos artistas se han visto ms arrastrados por la necesidad de autoexpresin que
ese irritable e impaciente holands. Incluso en el caso de que ninguna de sus telas
hubiera sobrevivido, las cartas que le escribi a su hermano Tho se conservan
ms de setecientas cincuenta seguiran siendo una obra maestra de escritura
confesional, el producto de una conciencia literalmente obsesionada con la
necesidad de explicarse a s misma, de revelar sus pasiones y de dar a conocer sus
crisis ms ntimas. Como una especie de monje fracasado, enloquecido por la
desigualdad y la maldad social, Van Gogh fue uno de los sagrados chivos
expiatorios del materialismo decimonnico; y la tesitura de lo que l llam su
terrible lucidez era tan elevada que todava nadie puede orla lo cual explica
por qu Los girasoles, pintada en 1888, sigue siendo con mucho la naturaleza muerta
ms popular de la historia del arte, la respuesta botnica a la Mona Lisa.
Van Gogh pint sus obras ms famosas en la Provenza, adonde haba ido
para crearlas. Confiaba en que la luz del sur llenara sus lienzos con una intensidad
cromtica lo suficientemente fuerte para actuar en el alma y hablar a las facultades
morales. Ningn pintor tena menos que ver con la alegra impresionista que Van
Gogh, lo cual era lgico tambin, ya que nadie estaba menos dotado para
disfrutarla. No es posible imaginar a los coloristas de la siguiente generacin,
hombres como Matisse o Derain, asignndole al color el peso psicolgico y moral
que Van Gogh le asignaba; no porque fueran frvolos, sino porque su seriedad
entraaba un cariz menos didctico y religioso que la del holands. Van Gogh era
uno de los relativamente pocos artistas cuyas angustia era realmente inseparable
de su talento, lo cual explica por qu an resulta difcil imaginar, sin experimentar
una punzada de nusea, una de esas asoleadas y atormentadas visiones de Arls o
de Saint-Rmy, colgando en el saln de un millonario.
La mayora de los escenarios que pint Van Gogh en Arls han desaparecido.
La Casa Amarilla ya no existe, tampoco su habitacin, y el caf nocturno cuya
sala de billar l haba tratado de pintar, deca, valindose de un verde cido y de un
violento rojo para expresar las terribles pasiones de la humanidad y la idea de que
el caf es un lugar donde uno puede ir a la perdicin, enloquecer o cometer un
crimen fue demolido hace dcadas. Pero el aspecto del manicomio de Saint-
Rmy, y el paisaje que lo rodea, an se conservan extraordinariamente intactos.
Durante un ao y ocho das, desde mayo de 1889 hasta mayo de 1890, Van Gogh
estuvo all bajo tratamiento. Ese tratamiento consista en poco ms que baos
fros, y nadie poda diagnosticar a ciencia cierta su enfermedad. Lo nico que todos
saban sobre su sintomatologa era que, de resultas de un furioso altercado con su
amigo Gauguin, se haba cortado el lbulo de la oreja mostrndosela luego, como
una burla eucarstica, a una prostituta en Arls. Hoy decimos que sufra de una
enfermedad manaco-depresiva, lo cual es una manera de evitar entrar en
cuestiones de la mente que an no comprendemos del todo. Esa enfermedad no le
impidi ver claramente, o registrar lo que vea: el manicomio de Saint-Rmy sigue
exactamente igual que en sus cuadros, hasta el ltimo detalle de los bancos de
spera piedra, el estuco de color ocre de la fachada que da al jardn, e incluso los
lirios floreciendo en los macizos torpemente atendidos. Hay personas que aman la
naturaleza aunque estn chiflados y enfermos, le escribi a Tho van Gogh; sos
son los pintores. Sufra ataques de desesperacin y alucinaciones que le impedan
trabajar, pero tambin tena intervalos lcidos, y entonces s trabajaba durante
meses, enfatizados por momentos de extremo xtasis visionario.
Por otra parte, podemos alejarnos del manicomio y pasear entre los olivares
para calibrar la manera en que l los cambi, resolviendo la forma de las hierbas
secas y las vibrantes sombras azules en ramilletes de pinceladas, y transformando
los troncos de los olivos en cuerpos gangrenosos y artrticos agobiados bajo su
propio peso, como los nudosos cuerpos de los proletarios holandeses que haba
pintado en Neunen. En los olivares, de nuevo ese sentimiento de un continuo
campo de energa manifestndose en la naturaleza; entrando a raudales a travs de
la luz y levantndose desde la tierra, solidificndose en los rboles. Gracias a que
los olivos crecen tan lentamente, la extensa relacin entre el rbol y el campo, entre
el primer plano y el fondo que Van Gogh capt en el paisaje cercano al manicomio,
ha cambiado muy poco en el ltimo siglo, de modo que muchos de los motivos que
l describa en un radio de cuatrocientos cincuenta metros alrededor del hospital
siguen siendo perfectamente reconocibles. Todava podemos encontrar, con
razonable exactitud, el lugar donde se situaba, encima de una arboleda, para captar
la perspectiva del convulsionado y lvido horizonte de Les Alpilles (Ilustracin 184).
Pero hay por lo menos un motivo dentro de ese permetro que cualquier otro pintor
septentrional llegado a la Provenza hubiera aprovechado agradecido: es fcil
imaginar lo que Turner hubiera podido hacer con las ruinas romanas de Glanum,
justo al otro lado de la carretera, enfrente del manicomio. Van Gogh nunca las
pint. Solamente le interesaba la solemne arquitectura cristiana eso, o las
humildsimas cabaas y los cafs y presumiblemente las reliquias de la
colonizadora Roma presentaban demasiadas reminiscencias autoritarias para que
l las admitiera en su esfera de smbolos.
Uno de los paisajes favoritos de Van Gogh era la llanura de la Crau, la cuenca
aluvial que se extiende a los pies de Les Baux. Aquellos campos llanos, divididos
por setos vivos y caminos, le invitaban a un arduo ejercicio de tomar apuntes; tanta
monotona exiga un estudio minucioso. Sola decir que la llanura era infinita
como el mar, slo que ms interesante, porque all vivan personas. De haber
empleado una tcnica rutinariamente expresiva para dibujar ese paisaje,
subordinando todos los detalles a los generalizados garabatos, borrones y
manchas, sus estudios en tinta de la llanura de la Crau hubieran sido montonos.
En vez de eso, como uno de los pintores japoneses de la escuela sumi-e que l
admiraba, fue capaz de elaborar una manera diferente de describir para siempre
los rasgos naturales del paisaje, hasta el ltimo rincn, eludiendo de este modo la
narcisista reduccin del mundo propia del poco profundo expresionismo. Pocas
obras en la historia del paisajismo ostentan esa riqueza de superficie que Van Gogh
imprimi a sus bosquejos provenzales (Ilustracin 185). La vida del paisaje parece
estallar a travs del papel en una mirada de seales, la tinta sepia deviene casi tan
elocuente como el color en sus lienzos.
183. Vincent van Gogh, Noche estrellada, 1889. leo sobre lienzo, 73,7 x 91,7 cm.
Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York, adquirido como parte del legado
de Lillie P. Bliss.
184. Vincent van Gogh, Les Alpilles, 1890. leo sobre lienzo, 58,2 x 71,4 cm. Krller-
Mller Museum, Otterlo.
A veces la mirada fija de Dios era excesiva: el disco del sol, enorme y
penetrante, el emblema del despiadado Apolo. El color en el que converga su
bsqueda emocional de la verdad era el amarillo, un color extraordinariamente
difcil de aplicar debido a que tiene pocos grados de valor. Un sol, una luz que, a
falta de una definicin mejor, llamar plido amarillo-azufroso, plido limn,
dorado. Qu bello es ese amarillo!. Lo que Van Gogh llamaba la gran impresin
de la gravedad de la luz solar inundaba su obra liberndolo para intentar extraas
y emblemticas composiciones como la figura de El sembrador (1888), una silueta
oscurecida, agostada por la energa cromtica del disco solar a sus espaldas,
dejando caer en la tierra los rayos amarillos de los granos, como copos de luz solar
(Ilustracin 186). Cuadros como ste estaban llenos de un simbolismo que slo
podemos llamar religioso, aunque no tenan nada que ver con la iconografa
ortodoxa cristiana. La presencia dominante del sol expresa la idea de que vivimos
bajo la influencia de una inmensa voluntad exterior, y que trabajos como la siembra
y la siega no son simplemente faenas, sino alegoras de la vida y de la muerte. Para
explicarle a su hermano Tho otra obra que complementa a El sembrador un
hombre moviendo la hoz en un ondulante campo empastado de color polen Van
Gogh le escribi: Lo que veo en ese segador una vaga figura trabajando
afanosamente en medio del calor es la imagen de la muerte, en el sentido de que
la humanidad sera el trigo que se corta; de manera que, si me permites decirlo as,
es el opuesto del sembrador que antes intent plasmar. Lo que me resulta extrao
es que todo eso lo vi como a travs de los barrotes de una celda.
De modo que es desatinado suponer que el color en Van Gogh a pesar de
lo exquisitamente lrico y rico que es significaba simplemente una expresin de
placer. La intencin moral nunca anda lejos, y rara vez est ausente, de sus paisajes
provenzales; son las declaraciones de un corazn religioso, y su premisa central,
segn la cual la naturaleza puede reflejar, simultneamente, la voluntad de su
Creador y las pasiones de quienes la observan, es uno de los ejemplos ms
impactantes de atribucin de emociones humanas a los objetos inanimados que
existen en las artes plsticas. Eso tambin fue de capital importancia para el ltimo
perodo del expresionismo. Van Gogh tena solamente treinta y siete aos cuando
se peg un tiro, pero en los cuatro aos que transcurrieron entre 1886 y 1890 ya
haba cambiado la historia del arte. La libertad del colorido modernista, el modo en
que la emocin poda surtir efecto por medios puramente pticos, fue uno de sus
legados, y tambin lo fue de Gauguin. Pero Van Gogh haba ido ms lejos que
Gauguin, dilatando ms an la sintaxis del color modernista, tanto para incorporar
la piedad y el terror como por placer, y para llevar a cabo una investigacin formal.
Era capaz de poner ms catrtica emocin en un jarrn con girasoles que Gauguin,
con su refinada nocin ms simbolista de la alegora, en una docena de figuras. En
pocas palabras, Van Gogh fue el gozne donde el Romanticismo decimonnico
finalmente dio un giro hacia el expresionismo del siglo XX; y en 1890, mientras
agonizaba en Auvers, muchos kilmetros al norte, otro artista diez aos ms joven
que l estaba preparndose para llevar ese proceso un paso ms all. En la obra de
Van Gogh, el ser est araando la puerta para que lo dejen salir. Pero en la de
Edvard Munch, el ser ya est fuera; llenando el vaco que la retirada de Dios haba
dejado en la romntica naturaleza.
185. Vincent van Gogh, Paisaje cerca de Montmajour, 1888. Plumilla, clamo y
clarioncillo negro, 48,5 x 61 cm. British Museum, Londres.
186. Vincent van Gogh, El sembrador, 1888. leo sobre lienzo, 31 x 38,3 cm. Stedelijk
Museum, Amsterdam.
187. Vincent van Gogh, Autorretrato, 1889. Oleo sobre lienzo, 64 x 53,8 cm. Museo
de Orsay, Pars.
A pesar de toda una vida de trabajo, Munch pint la mayora de sus mejores
cuadros en unos pocos aos, a partir de 1895, el ao en que Freud public sus
Estudios de la histeria fundando as el arte, o pseudociencia, de la psicoterapia. Freud
y Munch nunca oyeron hablar el uno del otro, pero compartan una gran
percepcin: que el ser es un campo de batalla donde la irresistible fuerza del deseo
se enfrenta con la inamovible objecin de las restricciones sociales. De manera que
el destino de cada persona poda verse al menos como un posible ejemplo para los
dems, porque contena las fuerzas comunes a todos los encadenados y lujuriosos
animales sociales. Del mismo modo que Freud era el que diagnosticaba, Munch era
el trgico poeta de ese proceso, y un poeta inmensamente locuaz. Para describirlo,
invent un elaborado cdigo de smbolos. Nada que no hable de fuertes
sentimientos encuentra lugar en ese cdigo. Los personajes de sus futuros lienzos,
como escribi Munch en 1889 (entonces tena veintisis aos), sern seres vivos
que respiran, sienten, sufren y aman. Todos comprendern sus cualidades sagradas
y se descubrirn la cabeza ante ellos como si estuvieran en una iglesia. La
ambicin de producir un drama de tan elevada y ejemplar emocin, cuyos actores
en vez de individualidades eran ms bien iconos, nunca le abandon, y eso explica
la consistencia de su pesimismo. Fin pesimismo que empez en la infancia, y la de
Munch fue horrible. Su padre era un fantico religioso lleno de prejuicios que
desvariaba, su madre una sumisa con los nervios destrozados; su querida hermana
Sophie muri de tuberculosis, y, como l escribi despus: La enfermedad y la
locura eran los negros ngeles de la guarda en mi cuna. Durante mi infancia
siempre sent que me trataban de una manera injusta, sin una madre, enferma, y
siempre amenazado con castigos en el infierno que pendan sobre mi cabeza.
que nunca nos abandona, pero que nos estorba a cada paso.
188. Edvard Munch, Muerte en la habitacin de la enferma, 1895. leo sobre lienzo,
149,9 x 167,6 cm. Nasjonalgalleriet, Oslo.
189. Edvard Munch, Pubertad, 1894-1895. leo sobre lienzo, 150,4 x 109,5 cm.
Nasjonalgalleriet, Oslo.
190. Edvard Munch, Madonna, 1894-1895. leo sobre lienzo, 135,1 x 109,5 cm.
Munch Museet, Oslo.
Ne cherchez plus mon coeur, les btes lont mang. Algunas de las telas ms
conmovedoras de Munch son aquellas en las que trata, con pesimista ternura, de
llenar el vaco entre el yo y el otro. As ocurre en La voz (1893) (Ilustracin 191),
donde la muchacha est atrapada entre la represin y el deseo de hablar. Su rgida
postura se ve aumentada por las estrictas verticales de los rboles de Asgardstrand:
se inclina hacia delante como si estuviera ofrecindose tmidamente, mientras
mantiene las manos rigurosamente cogidas a la espalda, en un gesto de inhibicin,
como si tuviera los brazos atados; y la fuerza motriz del deseo est representada
(con inusual sutileza, para los valores morales de Munch) en el flico poste, o la luz
de un sol de medianoche en el rtico, reflejado en el agua.
192. Edvard Munch, El grito, 1893. leo sobre cartn, 91,4 x 73,7 cm.
Nasjonalgalleriet, Oslo.
193. Momia incaica de Per. Museo del Hombre, Pars.
195. Ernst Ludwig Kirchner, La roja cocotte, 1914-192.5. leo sobre lienzo, 119,6 x
89,4 cm. Staatsgalerie, Stuttgart.
197. Oskar Kokoschka, La tempestad o La novia del viento, 1914. leo sobre lienzo,
180,6 x 221 cm. Kunstmuseum, Basilea (foto Hinz).
Tal vez de resultas de la severa crisis nerviosa que sufri a raz de la guerra
(al igual que Kirchner, fue una de sus vctimas vivientes), Kokoschka no continu
trabajando a ese nivel. El expresionista del norte cuya obra, en trminos de pura
intensidad, sigue siendo ms notable en el arte de los aos veinte fue Max
Beckmann (1884-1950). Beckmann tambin haba salido de la guerra en un estado
de traumtica conmocin; casi se volvi loco tras prestar servicio en el cuerpo
mdico en las trincheras de Flandes, y en 1915 lo licenciaron del ejrcito por
invalidez, sufriendo ataques de alucinacin y sumido en una insoportable
depresin. Ese espacio infinito, escribi, cuyo primer plano siempre tena que
llenarse con alguna que otra tontera, a fin de disfrazar su espantosa profundidad
[] Ese sentimiento de estar desamparado para siempre, eternamente. Esa
soledad. Para reubicarse a s mismo en el mundo y luchar para abrirse paso a
travs de su horror vacui, Beckmann en cierto modo un artista mucho ms duro
que la mayora de sus contemporneos alemanes decidi tomar el difcil camino
de convertirse en un pintor histrico. Pero dado que era imposible llevar a cabo su
tarea bajo los auspicios de un acuerdo social entre la historia, la poltica y la
moralidad, tal y como haban podido hacerlo los artistas del siglo XIX, Beckmann
resolvi ser un cronista de la historia no oficial, la psicohistoria, por decirlo as, de
una Europa enloquecida por la crueldad, el asesinato ideolgico y el sentimiento
de una gran prdida. Sera el Courbet de los canbales.
Soutine era un pintor implacablemente bucal. Lienzo tras lienzo pareca estar
tratando de apropiarse de sus temas fsicamente, extrayendo de ellos protena,
como un insecto chupando la savia de una hoja. Lo que para Beckmann era un
sentimiento de ultraje moral, para Soutine era el hambre: a veces hambre de
verdad, pues fue mseramente pobre la mayor parte de su vida, pero siempre
posey esa voracidad ocular capaz de convertir la sustancia del mundo en una
espesa, blanducha y enardecida pintura. Pocos pintores han otorgado tanta
trascendencia a la desenfrenada expresin del sentimiento, pues ms bien los
dems se quedaban indiferentes ante la sociedad que les rodeaba. Soutine nunca
produjo una obra socialmente comprometida, tal vez porque era un nmada
cosmopolita que nunca ech races en ninguna comunidad. En la violencia de su
expresin, algunos cuadros de Soutine casi pueden parecer caricaturas de los que
consideraba sus maestros: Rembrandt, el Greco o Courbet. Las sombras reses
abiertas en canal, colgando en su estudio (y copiadas del natural, mientras se
pudran y apestaban) constituyen un evidente acto de devocin hacia Rembrandt
(Ilustracin 199); pero incluso cuando la invasin del tema se acerca a una
convulsiva parodia, sigue siendo un homenaje. Soutine tena la paradjica
ambicin de rivalizar, por una parte, con el arte de los museos, mientras que por
otra abra las compuertas del yo tanto como poda. Aunque afirmaba que no le
gustaban los cuadros de Van Gogh, su obra ms radical era un esfuerzo sostenido
para superar la vivacidad de los paisajes del holands: a saber, la serie de cuadros
que Soutine pint en la ciudad de Cret, en los Pirineos franceses, entre 1919 y
L92Z. Debido a la pureza de su violencia pictrica, los paisajes de Cret no tienen
precedentes en el arte (Ilustracin zoo). La sensacin de materialidad que emana de
sus naturalezas muertas, donde el leo que representa el cadver de la vaca
adquiere la propia y grasosa carnalidad del modelo, llega al lmite en sus paisajes,
distorsionando totalmente el contenido de lo descrito. Las casas inclinadas, como
azotadas por un viento de galerna, las colinas encabritndose, el horizonte furiosa
y oblicuamente arrastrado, convierten la escena en un amasijo de pintura
desmoronndose y derramndose, como tripas de pollo.
199. Cham Soutine, Res muerta, 1925. leo sobre lino, 114,3 x 78,7 cm. Instituto de
Arte de Minneapolis.
200. Cham Soutine, Vista de Cret, 1922. Oleo sobre lienzo, 73,7 x 74,2 cm. Museo de
Arte de Baltimore, obsequio de Mrs. George Siemonn.
202. Willem de Kooning, Mujer y bicicleta, 1952-1953. leo sobre lienzo, 193,5 x
124,5 cm. Museo de Arte Americano Whitney, Nueva York.
Por una parte, su linaje se remontaba a las mujeres de los cuadros de Edvard
Munch. Son emblemas de la otredad y la dominacin; tal vez dominacin
maternal, tal vez, si tomamos en consideracin la slida impresin que emana de
esas mujeres, regordetas como verduleras, en su feroz hermandad. En el
distorsionado vigor de sus texturas el pincel arrastrando de aqu para all las
formas de los pechos, las sonrisas, las nalgas y las panzas como si se tratara de una
espesa y alborotada membrana, ellas nos hablan de Soutine. Por otra parte,
tambin contienen reminiscencias de Kirchner. Achaparradas, poco elegantes e
inabordables, son como versiones afeadas de las prostitutas callejeras de Kirchner.
La visin de las mujeres de De Kooning (al menos como se muestran en los
cuadros) era casi gtica, y constituyen la ltima aparicin convincente, en arte, de
la imagen que Kirchner desarroll: la mujer como Giftmadcben, la medieval chica
ponzoosa. En Kirchner, lo que el ojo del espectador rechazaba era el afilado y
nervioso sombreado, los cuerpos puntiagudos, como erizados de pas; en De
Kooning, ese rechazo al contacto culmina en el apopltico tumulto de la pintura.
En cualquiera de los dos casos, el mensaje est claro: Noli me tangere.
Por una parte, eran chicas tpicamente norteamericanas. Tal vez debido a que
l era extranjero y poda ver Estados Elnidos como un pas curioso, incluso extico,
De Kooning disfrutaba francamente con la imaginera publicitaria de la revista Life
y las vallas publicitarias de Times Square destinadas a ese conjunto de
consumidores con poco sentido crtico. (Expresionistas abstractos ms teolgicos,
como Rothko o Still, consideraban que esas cosas eran despreciables). Eso se refleja
en las Mujeres, cuyas perturbadoras sonrisas dentudas son la versin de De
Kooning de la chica del viejo anuncio de cigarrillos Camel, cuyas proporciones
faciales estaban tan bondadosamente tratadas. Al crear esas Doris Day con dientes
de tiburn, anfibios vivientes entre lo atvico y lo trivial, De Kooning dio con una
de las imgenes ms memorables de la inseguridad sexual en la cultura
norteamericana.
203. Francis Bacon, Estudio del retrato del papa Inocencio X segn el estilo de Velzquez,
1953. leo sobre lienzo, 152,6 x 117,3 cm. Cortesa de Marlborough Gallery,
Londres.
Hacia 1950 todo pareca indicar que no se haban verificado tales verdades, y
el acontecimiento que revel que la pintura ya no poda lidiar catrticamente con
los horrores modernos fue el Holocausto. Si las Mujeres de De Kooning y los
desnudos masculinos de Bacon parecan aislados en su tiempo, quiz se deba a
que, despus de Auschwitz, la distorsin expresionista del cuerpo humano pareca
carecer de futuro para los espritus ms sensibles de hecho, esa esttica era poco
menos que una impertinencia o un entrometimiento, un barniz, comparado con lo
que los nazis haban hecho, a escala industrial, con los cuerpos reales. La
realidad haba dejado al arte tan atrs que la pintura enmudeci. Quin poda
rivalizar con el testimonio de la fotografa?
De hecho, el arte estaba ahora mal equipado para competir con la imprenta,
la fotografa o las pelculas en su capacidad de ilustrar lo que significaba la
catstrofe poltica del siglo XX. Hubo una rfaga de arte existencialista de
postguerra, especialmente en el campo de la escultura: andrajosas figuras con
cabezas de clavo, fundidas y soldadas con sopletes, llenas de alusiones a los
campos de exterminio, a Hiroshima y a los vaciados de los cadveres pompeyanos.
Nada de eso tuvo consecuencias duraderas. Despus de la primera guerra mundial,
como hemos visto, hubo una oleada de inters hacia las abstracciones utpicas por
medio de las cuales, segn se confiaba, un mundo hecho aicos poda reconstruirse
a s mismo en un orden definitivo e ideal. Los aos que siguieron a la segunda
guerra mundial, a la sombra moral de la bomba atmica, no conducan ni a los
esquemas utopistas ni a ninguna pronunciada fe en el futuro. Sin embargo, el
mismo patrn de conducta se repiti hasta cierto punto: a raz de la catstrofe, los
artistas una vez ms volvieron a interesarse en la trascendental abstraccin, basada
en una espiritualizada idea de la naturaleza. Las ambiciones trascendentalistas del
expresionismo se hicieron notar, y la tradicin que iba desde Van Gogh hasta
Kandinsky pareca ms fructfera que esa clase de enfoque que, heredado de
Munch, dependa de la figura humana saturada de Angst.
204. Wassily Kandinsky, Paisaje cerca de Murnau con locomotora, 1909. leo sobre
tabla, 50,8 x 64 cm. Museo Solomon R. Guggenheim, Nueva York.
205. Wassily Kandinsky, Pequeos placeres, 1913. leo sobre lienzo, 109,5 x 119,4 cm.
Museo Solomon R. Guggenheim, Nueva York.
206. Wassily Kandinsky, Lneas negras N. 189, 1913. leo sobre lienzo, 129,5 x 129,8
cm. Museo Solomon R. Guggenheim, Nueva York.
Aunque Klee no era uno de los grandes dadores de forma, era ambicioso. A
la manera de un miniaturista, quera que la naturaleza se tornara permeable, de
manera exacta, al lenguaje del estilo; y esto significaba una observacin del mundo
natural no slo de cerca, sino exttica, abrazando los extremos romnticos de la
proximidad y la lejana, el detalle visto en primer plano y el paisaje csmico. En
un extremo, la luna y las montaas, los oscuros pinos dentados, los mares planos
espejeando en un mosaico de guaches; en el otro, un enjambre de pequeas
invenciones grficas, cristalinas y retorcindose, que slo podan haberse hecho en
la era de la microscopa de alta definicin y del primer plano fotogrfico. Haba
una clara conexin entre algunos de los motivos vegetales de Klee (Ilustracin 208)
y las imgenes de plancton, diatomeas, semillas y microorganismos que los
fotgrafos cientficos alemanes obtenan en aquella poca. En esos cuadros, Klee
intent devolverle al arte un smbolo que deba de parecer perdido para siempre en
la violenta pesadilla de la primera guerra mundial y el subsiguiente malestar
social. Era el jardn ednico, una de las imgenes centrales del romanticismo
religioso: la metfora de la creacin, con todas las especies creciendo juntas
pacficamente bajo la mirada de la madre naturaleza (o el ojo de Dios).
Sin embargo, tal vez el principal artista moderno que se preocup por las
imgenes lenitivas de una naturaleza idealizada, fue el escultor rumano Constantin
Brancusi (1876-1957).
208. Paul Klee, Flora csmica, 1923. Acuarela y clarioncillo, 26,2 x 36,1 cm.
Kunstmuseum, Berna, Paul Klee Stiftung ( COSMOPRESS, Ginebra).
La obra de Brancusi ha sido vctima del mito. Era de rigor verlo como un
visionario o un sacerdote obrero; un viejo campesino flico, barbudo como Moiss,
salpicado de sagrado polvo blanco, creando imgenes elementales en un estado de
gracia que de algn modo no estaban influidas por sus siete aos en ese compresor
cultural que era Pars. Y al igual que otros mitos que estorban la potencia
suprema de Picasso, por ejemplo tena una cierta base (pero slo limitada) real.
Brancusi era hijo de campesinos, aunque se trataba de campesinos prsperos que
podan permitirse que un hijo suyo fuera a Pars para estudiar escultura con Rodin.
Criado en una granja rumana, tuvo oportunidad de estudiar no slo la naturaleza,
sino las formas caractersticas de la cultura de los campesinos: los dinteles y las
columnas de las cabaas de troncos, desbastadas en prismas speros, con sus
muescas aserradas y las esquinas hechas con azuela; los tornillos y las vigas
ennegrecidas de las prensas de vino del campo; las fuentes, los molinos de mano y
las estriadas ruedas de molino. Estas cosas (a veces preservadas en toda su tosca
franqueza, como en las bases de madera que Brancusi haca para sus esculturas)
integraban una de las races de su esttica. Otra era la escultura tribal africana. Una
tercera era la tecnologa de las mquinas, con sus formas pulidas y regulares. Y por
eso, en la escultura de Brancusi, lo primitivo y lo folklrico encontraron una
quintaesenciada simplificacin modernista de la forma.
209. Constantin Brancusi, El origen del mundo (c. 1924). Bronce pulido, 18,3 x 28,2 x
16 cm. Museo Nacional de Arte Moderno, Pars.
210. Constantin Brancusi, Pjaro en el espacio, 1925. Bronce pulido, 190,5 x 132,3 x
15,5 cm. Museo Nacional de Arte Moderno, Pars.
Brancusi fue un tesofo, como Kandinsky y Mondrian, y puede que nos diga
algo sobre el estado de la religin en el siglo XX el hecho de que nada menos que
tres de sus artistas ms importantes se hayan adherido a esta secta, mientras que ni
uno solo parece haber sido catlico practicante. Las declaraciones de Brancusi
sobre la escultura se centraban en la conocida divisin esencia frente a atributos:
Lo real no es la forma exterior, sino la esencia de las cosas [] nadie puede
expresar nada esencialmente real reproduciendo su superficie exterior. Sin
embargo, la obra escultrica de Brancusi parece mucho ms anclada en la realidad
que la pintura de Kandinsky, y no slo porque la solidez parezca ms real que la
pintura sobre un lienzo. Aparte de eso, el tratamiento brancusiano de la escultura
como una pieza de materia en el mundo, obteniendo tanto del poder expresivo de
su elocuente presencia material, contradeca lo que el expresionismo
(especialmente las variantes de Kandinsky o de Franz Marc) esperaba del arte.
Pues el expresionismo era, por as decirlo, un fsil de la antigua creencia
judeocristiana segn la cual exista un conflicto moral entre el mundo y el espritu.
Ascender por encima del mundo material, dominarlo usando su contenido como
emblemas o abstracciones, era apuntarse una victoria del espritu, aun cuando la
adoracin de Dios, lo que originalmente estaba en juego en esta batalla, hubiera
sido reemplazada, como ocurra en el expresionismo, por el culto del Ego
arrogante. Brancusi ignor al expresionismo cuando afirm que una piedra poda
estar tan llena de significado como cualquier otra cosa que uno quisiera hacerla
representar. En Japn enseguida hubieran comprendido su postura, pues all haba
todo un contexto cultural derivado del budismo favorable a esa concepcin: y de
hecho no fue un europeo, sino un norteamericano de origen japons, llamado
Isamu Noguchi (1904-1988), quien, tras algunos aos de aprendizaje en el estudio
parisino de Brancusi, lleg a convertirse en el poeta ms refinado de la piedra y sus
excelencias dentro del campo de la escultura ya avanzado el siglo XX,
perfeccionando una combinacin ms realizada entre el ideal japons de wabi la
naturalidad esencial, la correcta articulacin de las cosas en el mundo y las
empresas especficas del modernismo.
Ningn artista norteamericano poda emular con xito la manera que tena
Brancusi de trabajar con la naturaleza y el material. En Estados Unidos, las
tendencias expresionistas y trascendentalistas predominaron en el arte avanzado
despus de la segunda guerra mundial. El hecho de que pudieran hacerlo se deba
en parte al ejemplo de Kandinsky, cuya pintura encontr en Nueva York su ltimo
y mayor campo de influencia. Gracias al Museo de Pintura No-Objetiva,
administrado con el dinero de los Guggenheim por una baronesa europea
excntrica de creencias teosficas llamada Hilla Rebay, probablemente se podan
ver ms cuadros de Kandinsky en el Nueva York de los aos cuarenta que cuadros
de Picasso, Braque o Matisse. Y por una casualidad que el propio Kandinsky no
poda haber previsto, sus ideas metafsicas de 1910-1914 chocaron, dentro de la
obra de los jvenes norteamericanos especialmente Jackson Pollock con una
tendencia ya profundamente establecida en la cultura norteamericana, la visin del
paisaje como trascendental.
211. Georgia OKeeffe, La luz saliendo en las llanuras III, 1917. Acuarela sobre papel,
30,5 x 20,3 cm. Cortesa del Museo Amon Carter, Fort Worth, Texas.
A finales de los aos cuarenta, Pollock empez a dejar chorrear pintura sobre
los lienzos que tenda en el suelo. Sus herramientas eran palos y viejos pinceles de
repostera. Este proceso, que pareca (y a muchos les sigue pareciendo) una especie
de receta de la incoherencia, clarific su obra. En el suelo, declar, estoy ms
cmodo. Me siento ms cerca del lienzo, formando parte de l, ya que de esta
manera puedo caminar alrededor de la tela, trabajar desde los cuatro lados y
literalmente estar dentro del cuadro. Esto se parece al mtodo de los indios del
Oeste que pintan con arena, quienes hacan efmeras imgenes rituales dejando
caer arena teida de colores a travs de sus dedos sobre la tierra. Pollock no era un
dibujante nato; su lnea tena un carcter laborioso, romo, una torpeza intrnseca de
la mano. Pero en 1948 despus de dominar esta nueva manera de pintar
irreflexivamente, como desenfundando el revlver y disparando sin apuntar,
blandiendo el palo untado de pintura en un floreo y un retozo que exiga un
movimiento casi danzario del cuerpo, los dibujos de Pollock llegaron al extremo
opuesto. En su corto vuelo hacia el lienzo, las enmaraadas composiciones al azar
y las salpicaduras de pintura adquirieron una gracia nica. La pintura iba
depositndose, configurando arcos y parbolas tan estrechas como la curva que
describe el sedal del pescador de truchas. Lo que la mano de Pollock ignoraba,
quedaba compensado por las leyes del movimiento fluido.
212. Jackson Pollock, Neblina lavanda, nmero I, 1950. leo, esmalte y pintura de
aluminio sobre lienzo, 218,9 x 302,3 cm. Galera Nacional de Arte, Washington D.
C., Fondo Ailsa Mellon Bruce.
Por otra parte estaban Clyfford Still (1904-1980), Mark Rothko y Barnett
Newman, quienes dependan de los grandes campos de color para producir unos
efectos solemnes y elevados. Estos tres pintores integraban la vertiente teolgica
del expresionismo abstracto. A pesar de todo su inters en los arquetipos y el alma,
a pesar de su estudio de Kandinsky y su preocupacin por los rituales de
invocacin (repetidos fsicamente en la danza creadora alrededor de los bordes
del lienzo extendido en el suelo del estudio), Pollock no hizo ninguna
reivindicacin metafsica para su arte. Rothko, Still y Newman s la hicieron, a
veces de manera absurdamente rimbombante. Yo demostr claramente alrededor
de 1946, escribi Still, que una sola pincelada de pintura, respaldada por el
trabajo y por una mente que entenda su potencia y sus implicaciones, era capaz de
devolverle al hombre la libertad perdida a lo largo de veinte siglos de disculpas y
estratagemas para consumar la subyugacin. Un artista capaz de creerse esto,
probablemente podra creer cualquier cosa que le dictara su ego. Sin embargo,
estas efusiones as como el tono metafsicamente ambicioso de los cuadros de
Still, de Newman y de Rothko eran una sorda respuesta a la historia de su poca.
La dignidad y las aspiraciones espirituales humanas haban resultado
espantosamente heridas entre 1939 y 1945, y puede que un arte dedicado a
trascender lo fsico fuera la manera de curar el trauma. La frase proftica de Paul
Klee, pronunciada en 1915, Cuanto ms miedo tenga el mundo, ms abstracto se
volver el arte, segua siendo verdad tres dcadas despus.
213. Clyfford Still, 1954, 1954. Oleo sobre lienzo, 287,5 x 396,2 cm. Galera Albright-
Knox, Buffalo.
A pesar de su frase tantas veces citada Yo pensaba que nuestra bronca era
con Miguel Angel!, Newman era con mucho el menos dotado formalmente del
grupo. Basta ver la evidencia de sus primeros dibujos para comprobar que no tena
ningn talento apreciable como dibujante. Pero era tenaz y discutidor, y su
temperamento reduccionista le vena muy bien en el estudio. Su carrera como
pintor empez, esencialmente, con un motivo: su cremallera, como lleg a
conocerse, una raya vertical dividiendo el lienzo. Se estren en un pequeo cuadro
titulado Onement I (1948), pero sus orgenes probablemente estn en ciertos lienzos
anteriores de Clyfford Still, como Julio 1945-R (PH-193) (1945), donde un campo de
color oscuro central aparece dividido, de arriba abajo en medio del lienzo, por una
lnea blanca irregular que parece un relmpago. Newman, sin embargo, hizo su
divisin tan recta como una columna o la rendija entre dos puertas; y cualquiera
que sea su origen, esta forma mnima lleg a ser investida con unos poderes tan
inmensos que uno incluso dudara a la hora de atriburselos al Paraso perdido o a la
novena sinfona de Beethoven. La cremallera fue, escribi Harold Rosenberg,
reconocida por Newman como su signo; representa su ser trascendental [] el
rectngulo dividido adquiri la multiplicidad de una existencia real y pica. Otros
crticos compararon la cremallera con el principal acto creador de Dios, al acto de
separar la luz de las tinieblas, con la figura de Adn y con pasajes de la Cbala.
Esta reputacin dio buenos frutos gracias a una difusin inflada. Cuando los
crticos de Newman terminaron de hablar, la jerga del trascendentalismo
norteamericano en lo referente al arte se haba envilecido hasta quedar
enmohecida. El mnimo de originalidad correspondiente a Newman ahora parece
hallarse ms en los atributos formales de sus enormes lienzos meticulosamente
pintados, como Vir Heroicus Sublimis (1950-1951) (Ilustracin 214), que en las
imaginarias virtudes morales que sus admiradores, vidos de tan siquiera un hroe
ms en una era de entropa, les atribuyeron. Las lneas verticales, dividiendo sus
fondos de colores planos intensamente saturados, devinieron los ecos de ambos
bordes del marco en vez de modular la relacin entre las diferentes partes dentro
del lienzo. Esta idea de una superficie como un campo en vez de una
composicin, inundando el ojo con un color principal, iba a transformarse en un
tema importante para la pintura y la escultura de los sesenta; aunque por regla
general, un tema pedante, o como mucho, digno de catedrticos. El
entumecimiento polmico del minimalismo aparece prefigurado en los cuadros de
Newman. Sus campos de color simples y agresivos llegaban a la retina con un
impacto curiosamente anestsico. No parecen sensuales; la sensualidad siempre es
una relacin. Ms bien parecen supresores, feroces y mudos.
214. Barnett Newman, Vir Heroicus Sublimis, 1950-1951. leo sobre lienzo, 241,7 x
541,3 cm. Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York, obsequio de Ben Heller.
Quiero ser muy ntimo y humano. Si uno pinta un cuadro pequeo se sita
fuera de su propia experiencia, equivale a considerar esa experiencia como una
mirada estereoscpica o con una lente que reduce [] Sin embargo, si pintas un
cuadro ms grande, ests dentro de l. No es algo que puedas dominar.
Paciencia, paciencia,
paciencia en el azul!
Sin embargo, eso no le bastaba a Rothko. No slo era judo, sino un judo
ruso, obsesionado con la posibilidad moral de que su arte pudiera ir ms all del
placer y entraar toda la carga de los significados religiosos; en realidad, el peso
patriarcal del Antiguo Testamento. Y lo que es ms, esperaba hacerlo durante la
marea alta del materialismo norteamericano, cuando todas las convenciones entre
la doctrina y el smbolo de donde sacaban sus temas los artistas religiosos del
pasado haban sido anuladas. Rothko habra necesitado un milagro para realizar
esto, y el milagro, naturalmente, no se produjo. Pero sus esfuerzos para hacer que
ocurriera quedaron grabados, poco antes de su muerte, en una serie de cuadros
pintados entre 1964 y 1967, encargados por la familia Menil, en Houston, como
objetos de contemplacin para una capilla no confesional aneja a la Universidad de
Rice (Ilustraciones 216 y 217).
215. Mark Rothko, Ocre y rojo sobre rojo, 1954. Oleo sobre lienzo, 228,6 x 175,3 cm.
Coleccin Phillips, Washington D. C.
As las cosas, el problema para el arte era cmo sobrevivir aqu, cmo
adaptarse a este medio ambiente, porque, de no hacerlo, se tema que el arte
naufragara. Todo en la cultura de los medios de comunicacin del nuevo siglo
conspiraba contra los estilos que el arte haba experimentado antes. El presente
tiene ms distracciones que el pasado. Antes las obras de arte no tenan tanta
competencia en los alrededores. Por eso el sonido de fondo del canto gregoriano,
en una comunidad monstica medieval, no era un ruido al azar. El silencio el
silencio de la propia naturaleza, que absorba los ruidos aleatorios de la cultura
era uno de los hechos dominantes de la vida medieval, tanto fuera como dentro del
claustro. Contra la quietud y el silencio que envolva la oreja, y las zonas de
naturaleza inalterada bosques, zarzales, brezales, pantanos que componan su
equivalente slido, cualquier estructura diseada, ya fuera acstica o de piedra,
adquira su correspondiente rareza y singularidad. En un mundo poco articulado,
un lugar an no atestado de seales, imgenes y objetos diseados, puede que el
impacto de un coro escuchado en el vasto bosque petrificado de una catedral gtica
sobrepasara cualquier cosa que hoy consideraramos una experiencia cultural
normal. Ahora vemos esa misma catedral a travs de un vasto filtro que incluye
nuestros conocimientos eclcticos de todas las otras catedrales (visitadas o vistas en
fotografas), todos los dems estilos arquitectnicos, desde el nuraghi primitivo
hasta el World Trade Center, los anuncios que estn en las calles que rodean el
templo, la desacralizacin del edificio, su conversin en otro museo ms de s
mismo, la esencia laica de nuestra cultura, el recuerdo de los espectculos
medievales de segunda en Disneyworld, etc.; mientras que unas trasposiciones
similares han tenido lugar en la matriz de la msica que omos. En nuestro
inconsciente, el coro compite con los martillos neumticos, los frenazos de los
automviles, los aviones 747 que pasan por encima, y ya no solamente con el
traqueteo de una carreta y el mugido de las vacas. Tampoco parece que el canto
tenga que ser necesariamente nico, ya que uno puede irse a casa y escuchar algo
muy parecido en la cadena de msica. Debido a que nada poda registrarse ni
reproducirse, la oreja pretecnolgica escuchaba tal y como el ojo pretecnolgico
estaba obligado a examinar slo una cosa a la vez. Los objetos y las imgenes no se
podan reproducir ni multiplicar, salvo a costa de mucho trabajo. No haba prensa,
ni pelculas, ni tubos de rayos catdicos. Cada objeto era nico; cada acto visual,
transitivo. La perspectiva de que viviramos sumergidos en una neblina de
imgenes casi no diferenciadas, y que la funcin social de esta neblina iconogrfica
sera la de erosionar nuestra capacidad de distincin en vez de multiplicar nuestro
discernimiento de la realidad, hubiera sido impensable para nuestros bisabuelos;
mucho menos para nuestros ms lejanos antepasados.
2i8. Vincent van Gogh, Las fbricas Huth en Clichy, 1887. leo sobre tela, 53,6 x 71,9
cm. Museo de Arte de Saint Louis, obsequio de Mrs. Mark C. Steinberg.
220. Joseph Stella, Batalla de luces, Coney Island, 1914. leo sobre lienzo, 193 x 213,6
cm. Galera de Arte Universidad de Yale, New Haven.
222. Stuart Davis, Odol, 1924. leo sobre lienzo, 61 x 45,7 cm. Coleccin privada,
cortesa de la Galera Andrew Crispo, Nueva York.
223. Stuart Davis, The mellow Pad, 1945-1951. leo sobre lienzo, 25,6 x 41,1 cm.
Coleccin Edith y Milton Lowenthal, Nueva York.
226. Jasper Johns, Bandera blanca, 1955. Encustica y collage sobre lienzo, 198,6 x
305,6 cm. Coleccin del artista, cortesa de la Galera Leo Castelli, Nueva York.
227. Jasper Johns, Diana con vaciados de yeso, 1955. Encustica y collage sobre lienzo
con objetos, 129,5 x 111,8 cm. Coleccin Leo Castelli, cortesa de la Galera Leo
Castelli, Nueva York.
Podra pensarse que el escenario estaba preparado para la aparicin del arte
pop en los Estados Unidos de los aos cincuenta. Ciertamente existan los
materiales: la materia prima de una cultura que, para crticos como Jacques Barzun
o Dwight Macdonald, estaba dividida en compartimientos estancos, niveles que
separaban permanentemente la cultura de masas de la cultura de clase media, y a
sta, de la cultura elitista. La hostilidad de los defensores norteamericanos de le
beau et le bien hacia los productos de la cultura de masas en los aos cincuenta se
agudiz especialmente porque se sentan aislados y sitiados: sus dbiles reductos
las universidades, las revistas de pequea tirada y las escuelas de bellas artes
estaban amenazados tanto por McCarthy como por el filistesmo. La visin
romntica del artista pico que crea un gran arte ejemplar y, por tanto,
permanentemente poco popular, accesible a los espritus afines, pero no al rebao,
hizo la que probablemente fuera su ltima aparicin en la cultura occidental, y fue
debidamente asimilada en forma popular por medio de libros como La agona y el
xtasis y Moulin Rouge. Cualquier inters evidente en la cultura de masas era visto
por los propios artistas como una capitulacin, una forma de traicin moral. Una
grieta en el dique, no tapada a tiempo, podra desencadenar una turbia inundacin
de banalidad en los estudios, disolviendo todos los valores, anegando todas las
distinciones. Tal vez el primer tenue destello de otra actitud ya haba llegado en
1940, con Fantasa de Walt Disney, cuando el ratn Mickey se dirige al podio para
estrecharle la mano a Leopold Stokowski; pero para los escritores, los
compositores, y especialmente los pintores y escultores ms serios, no poda haber
ningn acercamiento entre la imaginera, mucho menos los valores, del arte culto y
del inculto. En realidad, no haba ningn arte inculto como tal. Slo haba el gusto
kitsch, endilgado a un pblico mudo, boquiabierto, manipulado por los publicistas,
los artistas comercializados y los magnates; y de stos, el arte no tena nada que
aprender. No haba nada remotamente extico ni agradable en el gigantesco donut
de yeso, ni en la valla publicitaria de Westinghouse. Cosas as constituan la
pesadilla que el arte combata tratando de apartar la mirada, eran lo otro, de lo
cual tena que defenderse, el vaco contra el cual ninguna vanguardia poda
competir.
En Inglaterra, el problema era otro. All, en los aos cincuenta, para algunos
artistas jvenes resultaba profundamente fascinante el paisaje de la Norteamrica
comercial, aquella vasta jungla tropical de seales, mensajes y anuncios que
floreca en la lejana costa del Atlntico. Vean el lenguaje de los exagerados signos
de las ciudades norteamericanas con la misma clase de anhelo a distancia que
Gauguin haba experimentado por Tahit: un mundo mtico de inocente
abundancia, lejos de la austeridad de una Inglaterra victoriosa pero desgastada.
Ces nymphes, je les veux perptuer Para ellos la imaginera del capital
norteamericano era algo capaz de igualar, una evasin de la clase social: y la
cultura educada de Inglaterra estaba inextricablemente atada a la jerarquizacin
social, era propiedad de la gente elegante y paternal cuyo hogar espiritual se
hallaba entre Tatti y Retorno a Brideshead. Sus artistas enemigos, por otra parte, se
haban criado con racionamiento, leyendo cmics yanquis, y con denticiones de la
Seguridad Social. Eran unos mocosos de cara sucia que haban sido evacuados a
regaadientes hasta Brideshead; y, ms tarde, Hollywood haba formado sus
sueos: siempre jvenes, siempre sexy, potencialmente artificiales, e hinchados por
la abundancia. Dos grandes hechos dominaban su definicin de la cultura.
Primero, ahora las alternativas culturales eran mltiples, ya no estaban
verticalmente clasificadas, sino que se extendan a lo largo de un abanico de
elecciones generado por la fabricacin en serie y la reproduccin mecanizada, en
vez de ascender desde la confitera de la esquina hasta el Club Athenaeum.
Segundo, los libros y la pintura ya no eran los medios socialmente dominantes;
haban sido desplazados por las pelculas, los discos de larga duracin y la pantalla
de la televisin estableciendo el lenguaje reinante. Lawrence Alloway, el crtico
ingls que fue el primero en usar el trmino pop-art, lo explicaba as en 1959:
El mpetu fundamental del pop ingls naci de las discusiones que tuvieron
lugar a partir de 1952 entre escritores como Alloway, John McHale, el crtico de
arquitectura Reyner Banham, y artistas como Eduardo Paolozzi y Richard
Hamilton. En 1956 este grupo inaugur una exposicin innovadora en el Instituto
de Arte Contemporneo de Londres (ICA) llamada Esto es el maana: una
mirada casi antropolgica, medio irnica, pero totalmente entusiasta, a la
imaginera de masas de los inicios de la era electrnica. Hamilton expuso un
collage pequeo, pero densamente proftico, titulado Qu es exactamente lo que
hace que los hogares de hoy sean tan diferentes, tan atractivos? (1956) (Ilustracin 228).
En ese collage, la palabra pop aparece por primera vez en el arte como un blasn
adornando llamativamente el divertidsimo chupa chup flico que empua el
hombre musculoso. Es ms, las principales fuentes de las imgenes del arte pop
ulterior estn condensadas en este collage: literalmente una historieta, Young
Romance, enmarcada y colgando de la pared (Lichtenstein), el jamn enlatado en la
mesa (Rosenquist), el televisor, marcas como el logotipo de Ford en la lmpara de
mesa; la marquesina del cine, visible a travs de la ventana, mostrando un
fragmento de cartelera donde se ve a un Al Jolson rodilla en tierra; una aspiradora
recin estrenada y una grabadora, la burda cama de motel con su premonicin de
la suite de motel con listas de cebra de Oldenburg de los aos sesenta, y la pareja de
Salud y Belleza exhibiendo sus msculos pectorales, los dorsales y las tetas como
productos. Este collage cumpla casi al pie de la letra con la definicin del arte pop
que Hamilton escribi a guisa de desidertum en 1957, un arte que an no exista
salvo como material no fusionado. El pop, declar Hamilton, debera ser:
De bajo coste
Fabricado en serie
Ingenioso
Sexy
Truquero
Atractivo
228. Richard Hamilton, Qu es exactamente lo que hace que los hogares de hoy sean tan
diferentes, tan atractivos?, 1956. Collage, 25,6 x 23,6 cm. Kunsthalle, Tubinga.
Cuando se ve una pelcula, uno slo tiene dos opciones: irse o quedarse. Con
la televisin hay una tercera: cambiar de canal. Cientos de millones de personas
pasan as el tiempo, cada da, haciendo zapping de un canal a otro, seleccionando y
ajustando sus propios montajes basados en el azar mientras buscan un noticiario o
un programa-concurso que les guste. No piensan en estos montajes como
imaginera. Son simplemente un derivado del cambio de canal. Pero los ven: y lo
que ven, y dan por sentado, es un chorro de imgenes cuyas yuxtaposiciones son
muchas veces surrealistas en cuanto a su incongruencia. Con esta procesin de
fantasmas intercambiables, y de una manera catica, creamos nuestros propios
montajes en los espacios intermedios cuando miramos los montajes de otros. De
este modo, gracias a la televisin, por fin se realizaron los sueos del cineasta ruso
constructivista (Dziga Vertov) y de los dadastas alemanes (Heartfield, Hch,
Hausmann). Sociedades enteras han aprendido a experimentar el mundo
indirectamente, segn lo que otros les cuentan, en trminos del montaje rpido y la
yuxtaposicin. Pero el resultado no ha sido (como esperaban los artistas en los aos
veinte) conducirnos al corazn de la realidad, dondequiera que ese rgano est,
sino aislarnos y extraarnos de la propia realidad, convirtindolo todo en un
espectculo desechable: las catstrofes, el amor, la guerra, los culebrones. El
nuestro es el culto a la fragmentacin electrnica.
Uno de los artistas que ms experiment esa influencia en los aos sesenta
fue Rauschenberg. En 1962, empez a aplicar imgenes impresas al lienzo con la
tcnica de la serigrafa; la imagen encontrada, no el objeto encontrado, se incorpor
en su obra. Estaba bajo el bombardeo de la televisin y las revistas, recuerda,
bombardeado por la basura, y los excedentes del mundo [] Pens que si era
capaz de pintar o crear una sola obra honesta, tendra que incorporar todos estos
elementos, los cuales eran y son una realidad. El collage es una manera de obtener
una informacin extra que resulta impersonal. Yo siempre he intentado trabajar de
manera impersonal. Con acceso a cualquier cosa impresa, Rauschenberg poda
elegir, entre una ilimitada serie, las imgenes para sus nuevos cuadros, y las junt
con un estilo informal narrativo. Al incrementar el sabor documental de su obra,
trat de conferirles a los lienzos el parpadeo acumulativo de los televisores. La
presin vociferante de las imgenes cohete espacial, guila, Kennedy, multitudes,
seales de trfico, bailarines, naranjas, cajas, mosquitos crea un inventario de la
vida moderna, las emanaciones lricas de una mente estrujada hasta la saciedad
con la rapidez, la cotidianidad, lo real. Con sus tonos de color pavo real, o de caja
de caramelos electrnicos, ste era un arte que Marinetti y los dadastas de Berln
hubieran reconocido enseguida: una aglomeracin de seales memorables, capaces
de desafiar la anchura de la calle. Su tema era la superabundancia. La visin que
Rauschenberg tena de su paisaje de medios de comunicaciones era tan afectuosa
como irnica. Le gustaba excavar historias enteras dentro de una imagen, historias
de los propios medios de comunicacin. Un ejemplo perfecto es la mancha roja en
la esquina derecha inferior de Retroactivo I (Ilustracin 229). Es una ampliacin
serigrfica de una fotografa de Gjon Mili, que Rauschenberg encontr en la revista
Life. La fotografa de Mili era una parodia cuidadosamente montada, con la ayuda
de un flash estroboscpico, de Desnudo bajando una escalera, de Duchamp (1912)
(Ilustracin 30). A su vez, el cuadro de Duchamp se haba inspirado en las fotos de
Marey de un cuerpo en movimiento. As que la imagen regresa unos setenta aos
en el tiempo tecnolgico, a travs de una cadena de alusiones; y otra irona es que,
a su manera, rauschenberguianamente, acaba parecindose precisamente a las
figuras de Adn y Eva expulsados del paraso que aparecen en el fresco que
Masaccio pint en la capilla Brancacci de Santa Mara del Carmine, en Florencia.
Todo lo cual, por otra parte, convierte la imagen de John F. Kennedy ya por
entonces muerto y rpidamente acercndose a la apoteosis como centro de un culto
sensiblero en una especie de dios vengativo sealando con el dedo al culpable,
realizndose as la profeca que Edmond de Goncourt confi a su diario en 1861:
El artista que mejor entendi esto y que lleg a ser el ms famoso debido a
ese entendimiento fue Andy Warhol (1930-1987). Con l, la cultura del
empaquetado produjo su pintor caracterstico, y Warhol desempe este papel
brillantemente desde 1962, cuando surgi, hasta 1968, cuando su poder de
invencin pareci haberse extinguido. Ningn artista del siglo XX, que haya sido
tomado en serio, con la posible excepcin de Salvador Dal, dedic tanto tiempo y
habilidad a cultivar la publicidad. En vez del ardor de Dal, quien afirmaba que
transformaba cuanto tocaba, Warhol proyectaba una frialdad irnica y natural, que
dejaba que todo siguiera siendo como era. La perspicacia de Warhol fue entender
que uno no ha de actuar como un loco; se puede dejar que otros lo hagan por ti.
Desde el punto de vista de los medios de comunicacin, Warhol pareca apenas
explicable y, por tanto, infinitamente fascinante; un vaco un poco extrao, que
haba que llenar con cotilleo y especulacin. Se convirti en un artista bien
conocido debido a que proclamaba silenciosamente que el arte no poda cambiar la
vida, a diferencia de Dal, quien lo consigui ruidosamente dando la impresin de
que el arte s poda cambiarla. Como una mancha de tinta en el test de Rorschach,
la obra de Warhol ha suscitado bastantes comparaciones infladas por parte de
historiadores de arte que saban lo bastante para saber que eran incorrectas. Un
comentarista de los aos sesenta, John Coplans, lleg a afirmar que casi basta la
seleccin de la imaginera que hace Warhol para obligarnos a enfrentarnos
directamente al borde existencial de nuestra existencia. El borde existencial de
Warhol, durante la ltima dcada, se content con hacer superficiales retratos
sociales. Sin embargo, a pesar de que Warhol empez como ilustrador comercial y
parece haber terminado siendo lo mismo, s tuvo, durante un corto tiempo, algo
que decir.
229. Robert Rauschenberg, Retroactivo 1, 1964. Serigrafa. Wadsworth Atheneum,
Harford.
Ya antes otros artistas haban pintado en serie: Monet, por ejemplo. Pero
cuando Monet pint sus almiares y sus estanques con nenfares, su objetivo
especfico era mostrar, con la ms resplandeciente minuciosidad de matices, que
los fenmenos no estn estandarizados. Sus repeticiones estaban concebidas para
glorificar el ojo, para mostrar cmo la retina poda establecer distinciones entre
diferencias minsculas, y cmo esas diferencias equivalan a una alteracin
continua de la realidad. El discernimiento dentro de la abundancia era la esencia
de aquella esttica. Hoy tenemos la uniformidad dentro de la superabundancia, y
eso es lo que Warhol pint (Ilustracin 230). La diferencia entre ambos enfoques es
como la diferencia entre la alta cocina francesa burguesa de finales del siglo XIX,
con sus estrictos formatos que contenan una variacin y una continua
metamorfosis de ingredientes, y lo que podemos ver en un supermercado moderno
norteamericano.
La obra de Warhol a principios de los aos sesenta era una imitacin funesta
de la publicidad, sin el brillo del papel satinado. Trataba del procedimiento que
emplea la publicidad para prometernos que las mismas tonteras, con distintas
etiquetas, nos proporcionarn unas irrepetibles gratificaciones especiales. La
publicidad halaga a la gente dicindole que tiene algo en comn con los artistas; el
consumidor es nico, un entendido, un conocedor de sensaciones. Si alguna vez
Warhol fue subversivo y a principios de los sesenta lo fue se debi a que
invirti el proceso del cual depende la publicidad exitosa, transformndose en un
artista famoso a quien no le gustaba nada excepto la banalidad y la monotona.
Nada quedara en la esfera del arte excepto su uso como recipiente de la
celebridad, y de golpe y porrazo (aunque el mundo del arte tard en darse cuenta)
la nocin de vanguardia qued reducida a su parodia social, el mundo de la moda,
la promocin y la manipulacin comercial: una nueva obra de arte ejemplar cada
diez minutos. Quiero ser una mquina: para imprimir, duplicar, producir novedades
de manera repetitiva. Era la clase de dandismo ms astuto, especialmente en
alianza con la visin calculadamente sucia de la realidad que tena Warhol,
sugiriendo el grano manchado del papel de prensa, la compaginacin descartada,
el entintado desigual, borroso. Ms que pintarlas, Warhol registraba sus imgenes
(Ilustracin 231). La serigrafa careca de matices: una superficie con defectos, pero
sin corregir. Tena un aspecto basto, efmero y vagamente vil. Quera que la
miraran a ojeadas, como hace el ojo con la pantalla del televisor, no que la
recorrieran como hace el ojo con la pintura. Y al igual que la televisin
norteamericana en los sesenta, se mostraba moralmente insensible, rondada por la
muerte y dispuesta a tratar todos los sucesos como espectculo. La violencia con la
que Warhol disfrutaba, la destruccin desmembrada de metal y carne en sus
cuadros Desastre, la presencia meditabunda de la silla elctrica, se filtraba a travs
de un medio indiferente. Por eso las imgenes tienen un tema en comn. No es
exactamente la muerte, sino ms bien la condicin de ser un espectador
desapasionado.
230. Andy Warhol, 200 latas de sopa Campbell, 1962. leo sobre lienzo, 188 x 254 cm.
Coleccin privada, cortesa de la Galera Leo Castelli, Nueva York.
231. Andy Warhol, Suicidio, 1963. Acrlico y serigrafa esmaltada sobre lienzo, 208,3
x 208,3 cm. Cortesa de la Galera Leo Castelli, Nueva York.
232. Andy Warhol, Marilyn Monroe dptico, 1962. leo sobre lienzo, formado con
dos paneles, 208,3 x 289,6 cm. Tate Gallery, Londres.
233. Roy Lichtenstein, Mientras abra fuego, 1964. Magna sobre lienzo, 172,7 x 427
cm. Stedelijk Museum, Amsterdam.
234. Roy Lichtenstein, Chica ahogndose, 1963. leo y polmero sinttico sobre
lienzo, 170,8 x 168,4 cm. Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York, Fondo
Philip Johnson y obsequio de Bagley Wright.
Pero ahora est claro que en la obra de Lichtenstein haba algo ms que la
agresin contra un aspecto pictoricista existente, aunque no haba nada ms
opuesto a la superficie coagulada de speras pinceladas del expresionismo
abstracto tardo que el mecnico dibujo silueteado de Lichtenstein tomado (al
parecer), sin hacer mencin ni modificacin, de las publicaciones peridicas,
porque Lichtenstein fue con mucho el ms formalista de los artistas pop, y los
numerosos cortes, montajes y florituras adicionales (el grosor de una lnea formada
de nuevo, la relacin entre los puntos y el contorno agrandado y explcito) ms que
una vulgaridad revelaban un manierismo elaborado. Como Lichtenstein subray
en 1969, su obra:
Trata sobre las imgenes que han surgido en el mundo comercial, porque
hay cosas interesantes en ellas que son impresionantes o traviesas [] Es esa
propiedad de las imgenes lo que me interesa. La clase de textura que crean los
puntos es utilizable en mi obra. Pero eso no quiere decir que el arte comercial sea
terrible, o mira adonde hemos ido a parar!; puede que esto sea un hecho
sociolgico, pero no es el tema de este arte.
Estoy a favor del arte de las cosas perdidas o arrojadas a la basura [] Estoy
a favor del arte de los ositos de peluche y las pistolas y los conejos decapitados, los
paraguas chafados, las camas violadas [] Estoy a favor del arte de las cajas
abandonadas, atadas como faraones
Estoy a favor del arte Kool, del arte 7-UP, del arte Pepsi, del arte Sunshine,
del arte de 39 centavos, del arte Vam, del arte de Menta [] Estoy a favor del arte
inspeccionado por el gobierno de los Estados Unidos, del arte de primera, del arte
de precio razonable, del arte amarillo maduro, del arte superlujoso, del arte listo
para ser comido
La reaparicin de la comida en la imaginacin de Oldenburg no es, por
supuesto, un accidente. Pudiramos decir que su arte es alimenticio: incorpora una
constante masticacin, rumia y descomposicin del material crudo, y su
reconstitucin como metforas del cuerpo, del placer y de los desperdicios. Nada
es ms banal, menos sorprendente en sabor, ni ms culturalmente fijo que la
comida rpida norteamericana. Esa misma cualidad de lo insoportablemente
banal (como l la llam) se glorifica en una obra como Dos hamburguesas con queso
completas (1962) (Ilustracin 236). El esmalte de las hamburguesas con queso,
goteando en esa parodia semilquida del expresionismo abstracto, es como almbar.
Imaginamos un sabor asqueroso, tan brillante y sinttico como el mismo color, que
nos deja un mal sabor de boca acompaado de un repels. La burla del deseo es
una imagen de la frustracin. El apetito y la repulsin forman parte del mismo
objeto. Esta contradiccin en s es fundamental en gran parte de la obra de
Oldenburg. Hago cosas que son contradictorias. Intento hacer que el arte parezca
formar parte del mundo que lo rodea. Y al mismo tiempo, me esmero en mostrar
que no funciona como parte del mundo que lo rodea.
Virginia,
y la tierra es feraz
236. Claes Oldenburg, Dos hamburguesas con queso completas (Hamburguesa doble),
1962. Arpillera empapada en yeso, pintada con esmalte, 17,8 x 36,3 x 20,9 cm.
Coleccin, Museo de Arte Moderno, Nueva York, Fondo Philip Johnson.
Este ltimo destello de la idea romntica del artista como legislador del
conocimiento se manifest, a finales de los sesenta y principios de los setenta, en
varios intentos de colaboracin entre artistas y laboratorios de investigacin; no se
lleg a gran cosa, porque para casi todos, menos para McLuhan y quienes se
aferraban a sus palabras, qued claro que el juego dejaba atrs a los artistas. En una
era cientfica y tecnolgica cada vez ms compleja, cuyas tcnicas resultan
hermticas para los que no son especialistas, qu iba a ofrecerle el arte al poder
cientfico de la percepcin? No mucho, pero quiz pudiera organizarse algo llamado
informacin; y la informacin denotando cualquier conjunto de datos al
azar y no ordenados se convirti en una de las palabras de moda de la poca, tal
y como gesto lo haba sido una dcada atrs. Puesto que el medio era el mensaje,
no se consideraba importante la calidad de esta informacin. Simplemente su
cantidad ya la haca atractiva. Cuando se rodea a la gente con informacin
elctrica, dijo McLuhan, la sobrecarga de informacin resulta fantstica. La
cantidad de informacin en el entorno bajo condiciones elctricas es muchas veces
ms grande que la del medio ambiente humano normal preelctrico; y slo hay
una respuesta natural para esa sobrecarga, y es el reconocimiento de modelos.
Contemplar la sobrecarga fantstica, como un poeta extasiado ante el ocano
ilimitado, era en ciertos crculos un sustituto eficaz de la creatividad.
Los aos setenta, una poca que provoca poca nostalgia en el mundo del arte
de hoy, pasaron sin dejar atrs una esttica tpica. Quin echa de menos el
apacible pluralismo herbvoro, las esperanzas radicales defraudadas de aquella
dcada no muy intensa? No fue una poca de movimientos. stos, sobre todo el
arte pop, pertenecan a los aos sesenta. Los movimientos resucitaran con un
brillo estruendoso en los aos ochenta bajo el signo del reciclaje postmodernista: el
neoexpresionismo, la pittura colta, el neo-geo, y as sucesivamente. Pero en 1975
todos los ismos parecan pertenecer al pasado y las nicas personas que hablaban
de movimientos con aoranza, adems eran los marchantes. Los aos
sesenta produjeron estrellas del mundo del arte con la desenfrenada frecuencia de
un nio agitando una bolsa llena de purpurina. El boom del mercado de los ochenta
convertira este proceso en una parodia. Pero no haba ninguna nueva estrella de
las artes en la dcada de los setenta exceptuando al adusto y moralizador Joseph
Beuys en Alemania.
240. Carl Andr, Equivalente VIII, 1978. Tcnica mixta, 12,7 x 68,6 x 228,8 cm. Tate
Gallery, Londres.
241. Richard Serra, Arco inclinado, Federal Plaza, Nueva York, 1981. Acero
trabajado en caliente, 365 x 3600 x 5,6 cm. Cortesa de The Pace Gallery, Nueva
York.
El caso del Arco inclinado fue excepcional en una Norteamrica que por los
aos ochenta haba aprendido a aceptar cualquier cosa procedente de los artistas
simplemente porque eran artistas, y por lo tanto privilegiados. Lo cual, a su vez, era
en gran parte resultado de las normas que el MOMA haba puesto en marcha. El
MOMA insufl sus valores a travs del sistema de enseanza norteamericano,
desde el instituto hacia arriba; y hacia abajo tambin, estimulando e incrementando
extremadamente el prestigio de la creatividad y de la autoexpresin en los
jardines de infancia. Hacia los setenta, el estudio histrico del arte moderno se
haba extendido a tal punto que los estudiantes buscaban desesperadamente temas
vrgenes y sin explotar para sus tesis. A mediados de los ochenta, los estudiantes
de historia del arte de veintin aos estaran escribiendo ensayos sobre los artistas
del graffiti que tenan veintisis. Los valores y las actitudes modernistas ya no eran
un asunto secundario en la historia del arte; se haban convertido en una industria,
vinculada de cien maneras a la prctica de los museos, al mercado y a las
actividades de los artistas contemporneos. El lapso de tiempo entre la ejecucin de
la obra y su interpretacin se redujo casi a cero, y la cantidad global de
comentarios sobre el arte nuevo y nominalmente vanguardista rebas los lmites de
lo que hubiera sido concebible en la poca de Courbet, Czanne o incluso Jackson
Pollock. Por cada gramo de ideas nuevas, esta sobrecarga produca una tonelada de
jerga llena de ensalmos, unos textos sobre arte en los que el miedo a no estar al da
se mezclaba con el deseo de encontrar hroes y heronas histricos debajo de cada
piedra. Vinculado al sistema educacional, el modernismo institucional produjo
unas versiones de la historia del arte que se podan ensear con facilidad,
enfatizando la narrativa banal de progreso, innovacin y movimiento. Esta
versin de las prioridades modernistas lleg a ser tan dogmtica y rgida como las
beateras de la cultura oficial de haca un siglo. En 1988, por ejemplo, cuando el
British Council trat de encontrar en Nueva York un espacio para su exposicin de
Lucian Freud, ningn museo de all la acept: la obra de este gran realista no era
moderna, mucho menos postmoderna, y no encajaba dentro de la ideologa
esttica de los museos.
Courbet no invent esa credibilidad social del arte por s solo; era una
herencia de siglos anteriores, cuando era una cosa comn y corriente que el arte
estuviera al servicio del poder establecido. Pero aunque Courbet cambi la historia
del arte, su efecto en la historia misma fue insignificante. La lucha de clases en
Francia hasta su muerte, en 1877, habra sido muy similar si l no hubiera pintado
Los picapedreros y Entierro en Ornans. Sin embargo, nuestra comprensin de esos
conflictos sociales sera distinta. Porque el arte no acta directamente en la poltica
como conjeturaron los comprometidos que vinieron despus de Courbet. Lo ms que
puede hacer es ilustrar con ejemplos y modelos de disidencia. Y la novedad en
su lenguaje no implica ninguna garanta de eficacia, ni siquiera en lo que se refiere
a esos ejemplos y modelos de conducta.
De modo que, a pesar de que los estilos cambian y los nombres ascienden
como burbujas, la velocidad de cambio ya no parece ser un factor tan importante
excepto para el ojo de la moda como pareca serlo en 1900 o en 1930, o incluso en
1960. Pero cuando se habla del fin del modernismo (y la idea de una cultura
postmodernista, por muy mal definida que est, ha sido una constante desde
mediados de los aos setenta), no se alude a un sbito final histrico. Las historias
no se rompen tajantemente, como una varilla de cristal; se deshilachan, se estiran,
se deshacen, como sogas; y algunos ramales nunca se parten. No se puede sealar
ningn ao especfico que marque el final del Renacimiento, sin embargo termin,
aunque la cultura todava est impregnada de restos del pensamiento renacentista.
Y lo mismo ocurre con el modernismo, incluso ms, si cabe, porque estamos ms
cerca de l. An conserva sus reflejos, sus miembros se mueven, la mayora de sus
extremidades estn presentes, pero ya no parece funcionar como un organismo
vivo ntegro. Los logros del modernismo seguirn influyendo en la cultura durante
las dcadas venideras, debido a lo grande, imponente y, tan irrefutablemente
convincente, que fue. Pero nuestra relacin con sus esperanzas se ha transformado
en nostalgia. La poca de lo nuevo, como el siglo de Pericles, ha entrado en la
historia. Ahora nos enfrentamos al vaco de un arte totalmente monetarizado, en
cuyo bajo poco profundo y excesivamente iluminado escuchamos unas dbiles
voces proclamando que su propia vacuidad es (qu otra cosa iba ser?), un nuevo
desarrollo.
A finales de los aos sesenta y principios de los setenta, cuando gran parte
de la juventud de la clase media europea y norteamericana era un hervidero de
protestas primero contra la guerra de Vietnam y despus contra el racismo, el
sexismo y la ruina ecolgica, a los artistas les resultaba difcil privar sus obras de
contenido poltico, aunque en privado abrigaran, o no, dudas sobre la eficacia
pblica de sus gestos.
Algunos crearon un arte serio y que vala la pena que reflejara sus
percepciones polticas. El artista norteamericano Neil Jenney (n. 1940) (Ilustracin
243) pint vistas de la naturaleza que eran detalles iconogrficos, comprimidos en
sus marcos. Los marcos profusamente moldurados, a manera de homenaje a las
macizas molduras usadas por los pintores norteamericanos del legendario paisaje
decimonnico, como Bierstadt y Moran llevan la nocin del cuadro como
ventana al borde de la parodia. Tambin estn rotulados con el ttulo de la obra.
Jenney suele enfatizar la idea del marco como parte de la imagen pintando de
blanco sus rebordes interiores, de modo que un resplandor parezca salir del propio
cuadro. En el interior, vislumbramos un extenso horizonte, una franja de cielo
silencioso y dolorosamente puro, el segmento del tronco de un pino. El marco es
una crcel para un signo de la inmensidad tradicional, la visin decimonnica de
una Norteamrica inmaculada. Pero si uno mira ms de cerca, descubre que este
paisaje ideal padece ulceraciones, y una nube siniestra asciende desde la tierra. La
perfeccin tcnica evoca un mundo en peligro.
243. Neil Jenney, Maana de desastre nuclear, 1975. leo sobre tabla, 63,9 x 285 cm.
Museo de Arte de Filadelfia, adquisicin, Coleccin Samuel S. White y Vera White
(por canje) y fondos aportados por la Fundacin Daniel W. Dietrich en honor de
Mrs. FE Gates Lloyd.
244. Edward Kienholz, El hospital del estado, 1966. Construccin tcnica mixta, 243,8
x 426,7 cm. Moderna Museet, Estocolmo.
245. R. B. Kitaj, Donde la va frrea se aleja del mar, 1964. leo sobre lienzo, 121,9 x
152,4 cm. Coleccin privada, Londres, cortesa de Marlborough Gallery.
En Norteamrica, en los aos setenta, la poltica del mundo del arte recibi
la influencia de las ideas de aquellos que, como Herbert Marcuse, argumentaban
que ningn acto desde luego tampoco la creacin de imgenes era apoltico.
Por lo tanto, casi cualquier gesto relacionado con el arte, aunque se realizara con el
lenguaje correcto, poda considerarse un acto poltico. Se habl mucho acerca de las
coaliciones artsticas radicales, incluso de hacer huelgas de arte, como si la
interrupcin del suministro esttico pudiera poner en apuros al establishment del
mismo modo que lo hara el cierre de las compaas petrolferas o de las lneas
areas. En 1970, en Nueva York, el artista minimalista-conceptualista Robert Morris
cerr una exposicin de sus cajas y series de troncos de poliestireno en el Museo
Whitney de Arte Americano en seal de protesta por los bombardeos de Camboya.
Si no se suspendan los bombardeos, anunci, la exhibicin seguira cerrada. Sin
dejarse intimidar por esta amenaza, ni Richard Nixon ni Henry Kissinger
detuvieron los vuelos de los B-52. Quiz el gesto ms radicalmente conmovedor de
la poca fue el de una artista neoyorquina llamada Lee Lozano, quien anunci la
representacin de una obra en la que ella gradual pero resueltamente evitara
asistir a los actos oficiales o pblicos de la zona residencial de la ciudad y a las
reuniones relacionadas con el mundo del arte para dedicarse a la investigacin
de una revolucin total personal y pblica.
246. Pablo Picasso, Desnudo acostado y cabeza, 1972. Oleo sobre lienzo, 129,8 x 193,8
cm. Centro George Pompidou, Pars (foto B. Hatala).
Pero ni siquiera gestos reducidos como ste al lado de los cuales los
conjuntos de corrientes cajas de metal de Donald Judd o los tan execrados ladrillos
de Cari Andr parecen casi como algo de Bernini en su amplitud eran suficientes
para algunos artistas. En la bsqueda de una pureza inviolable era necesario que
las obras de arte desaparecieran, que perdieran su cosificacin contaminante, y
que surgieran como ideas. El resultado fue el arte conceptual, con sus listas,
proposiciones y meditaciones gnmicas sobre acontecimientos insignificantes. Su
linaje se remontaba a la Caja verde de Duchamp, y dos de sus padres ms cercanos
eran aquellos maestros de la provocacin: Yves Klein (1928-1962), quien una vez
organiz una exposicin en Pars consistente en una enorme galera completamente
vaca, y el italiano Piero Manzoni (1933-1963), uno de cuyos gestos fue la
confeccin y distribucin de un lote de pequeas latas cada una de las cuales
contena treinta gramos de su propia mierda; una alusin al culto de la
personalidad en el mercado del arte occidental, cuya concisin difcilmente ser
superada. Pero la mayor parte del arte conceptual tardo, especialmente cuando se
haca en las inmediaciones de las escuelas de bellas artes norteamericanas como
Cal Arts donde se gest gran parte del arte de los ochenta, no tena ningn
vestigio del ingenio de Manzoni ni del afn de trascendencia de Klein. Ms tpicas
eran las necias efusiones de la artista alemana Hanne Darboven, quien cubri mil
hojas de papel al ao con nmeros garabateados, sumas oscuras y frases copiadas
de libros.
248. Michael Heizer, Complejo Uno, Nevada centro oriental, 1972. Cemento, acero,
tierra, 7 x 33 x 42 m. Coleccin Virginia Dwan, Michael Heizer (foto Xavier
Fourcade Inc., Nueva York).
249. Walter De Mara, Campo de relmpagos, 1971-1977. Escultura de tierra, 1,6 x 1
km. Coleccin Fundacin Dia Art (foto John Cliett).
Por supuesto, entre estos dos extremos del concepto y de la obra en tierra, no
dejaron de producirse cuadros y esculturas en los setenta. Ambos gneros estaban
minimizados; eran los aos de la retrica de la pintura est muerta, una teora a
la que los pintores serios dieron la bienvenida, ya que tenda a desanimar a los que
realmente no queran pintar. La principal vctima fue la idea del arte abstracto
como la forma culminante de pintura. A finales de los setenta, no era posible
encontrar, en ninguna parte del mundo, a un artista que pensara en la abstraccin
de la manera en que una vez Kandinsky o Mondrian la haban concebido: como el
presagio de un cielo y una tierra nuevos. No obstante, durante los aos setenta e
incluso los ochenta, seguan ejecutndose cuadros abstractos realmente elegantes,
sin dejarse arrastrar por la modestia minimalista ni dejar de proporcionar modelos
de penetrantes sentimientos.
251. Bridget Riley, Elega rfica I, 1978. Aquatec sobre lino, 140 x 129,8 cm. British
Council, Londres.
252. Brice Marden, Verde (Tierra), 1983-1984. leo sobre lienzo, 213,4 x 276,9 cm.
Cortesa de la Galera Mary Boone, Nueva York.
253. Elizabeth Murray, Ojo de la cerradura, 1982. Oleo sobre dos lienzos, 252 x 280
cm. Coleccin de Agnes Gund, Nueva York (foto Eeva-Inkeri).
254. Sean Scully, Fuego plido, 1988. leo sobre lienzo, 243,8 x 373,4 cm. Coleccin
Museo de Arte de Fort Worth, Texas, cortesa de la Galera David McKee, Nueva
York (foto Sheldan Collins).
255. Christopher Wilmarth, Hoja callejera (de Mayagez), 1978-1986. Vidrio y acero,
121,9 x 182,9 x 22,9 cm. Coleccin de Asher Edelman, cortesa de Hirschl y Adler,
Modern, Nueva York.
Murray tambin est endeudada con Juan Gris, el discreto maestro del
cubismo analtico, con sus perfiles de tazas de t, las mesitas de noche y las
cucharas, con esas luces y sombras encajando como las muescas de una llave en las
guardas de una cerradura. Pero la obra de Murray es ms burda, menos ordenada,
inestable y teida de franca ansiedad. Pero, por muy torpe que sea su factura, todo
un temperamento est intentando transmitir esa sensacin de qu se siente estando
en el mundo. Un esfuerzo que va ms all de las fciles categoras de lo abstracto y
lo figurativo.
256. Philip Guston, La calle, 1977. leo sobre lienzo, 175,3 x 280,1 cm. Museo
Metropolitano de Arte. Adquisicin, Lila Acheson Wallace y Andrew Sal Gifts,
obsequio de George A. Hearn, por intercambio, y Fondo Arthur Hoppock Hearn,
1983.
Tras la muerte de Guston, una serie de artistas menores se apropiaron de
su estilo como emblema, con toda esa sutileza interiorizada, esa imitacin de la
torpeza basada en una inmersin total en la cultura pictrica. Despus de abrir una
brecha en el muro formalista (cuyos defensores de todas maneras estaban bastante
soolientos en aquel entonces), Guston dej un hueco a travs del cual pasaron el
expresionismo kitsch, el arte figurativo chapucero y la mala pintura, pululando
como los bichos en sus propios cuadros. Guston nunca fue el Mandarn
hacindose pasar por un inepto, como le llamaron en el ttulo de una crtica bien
conocida, pero sus seguidores rara vez fueron algo ms que ineptos hacindose
pasar por mandarines.
Esas preguntas fueron bsicas para el arte europeo a finales de los aos
setenta y principios de los ochenta, y aunque la calidad de las respuestas variaba
mucho, el hecho mismo de que se plantearan produjo, al principio, una sensacin
de autodominio y de alivio. Los artistas se dispusieron a recuperar su propio
pasado cultural, incluso el pasado inmediato de su modernismo ancestral. Todo lo
cual supuso el replanteamiento de algunas prioridades grabadas en la historia del
arte del siglo XX por el MOMA y sus vstagos. A veces la nocin del pasado se
interiorizaba profundamente en la obra, como en las esculturas de Giovanni
Anselmo, ms bien lacnicas que convencionalmente minimalistas, con sus rocas y
pigmentos que trasladaban un sentimiento poderosamente potico de la sustancia
al territorio de los sueos una vez explorado por Giorgio de Chirico; o las visiones
pomposas y apocalpticas de Enzo Cucchi (Ilustracin 257), que evocan a la vez el
pasado precristiano y los rituales de la moderna bruja rural, llenas de animales
sirviendo en labores campesinas, cementerios, atalayas, y enormes cabezas que
suean, levantndose en el paisaje de su natal Ancona. Pero eso tambin poda
parecer una recoleccin de desechos; por ejemplo, los pastiches que Sandro Chia
hizo del futurismo italiano, del arte oficial de la poca de Mussolini y de la
inaceptable obra tarda de De Chirico. Este eclecticismo resucitado poda patinar
en ese frenes de energa, tal como sucedi con la obra nerviosa y confusa de
Sigmar Polke (n. 1941), quien adopt como principal recurso estilstico uno de los
peores clichs del modernismo lumpen: esa transparente superposicin
iconogrfica a la que Francis Picabia haba recurrido en los aos veinte y treinta,
pero cuyas imgenes hacen referencia a una amplia variedad de fuentes en los
medios de comunicacin, el arte superior, y la cultura comn y la elitista
(Ilustracin 258). Tambin poda reflejar una relacin relativamente tranquila con el
pasado, como en la obra escultrica de Ian Hamilton-Findlay, en la que una
imaginera transmutada de la Arcadia y del jardn clsico se entreteje con una
aguda sensibilidad poltica.
257. Enzo Cucchi, Imagen de los preciosos fuegos, 1983 Oleo sobre lienzo, 297,5 x 389,1
cm. Coleccin de Gerald S. Elliott, Chicago.
258. Sigmar Polke, Paganini, 1982. Dispersin sobre lienzo, 198,9 x 449,6 cm.
Coleccin Saatchi, Londres.
La gran noticia transatlntica de principios de los aos ochenta fue el
neoexpresionismo alemn. En realidad, el expresionismo nunca haba
desaparecido del todo. Perdur en los aos setenta a la zaga tanto del arte de
terreno (con su implcita visin de la naturaleza como algo formidable y
sacramental) como del arte corporal (Vito Acconci, Chris Burden o el artista viens
Arnulf Rainer).
Estos rituales pardicos, todo ese juego con palos y grasa, huesos,
herrumbre, sangre, fango, cobertores de fieltro, oro y animales muertos, tenan un
propsito: expresar un estado de conciencia precivilizada, un conocido tema
modernista. Pero sugeran, al contrario de los anteriores modelos primitivos, la
inminencia de un regreso a alguna forma de barbarismo, o cuando menos, al
tribalismo. De ah la popularidad del arte de Beuys entre los romnticos jvenes;
pues ofreca un delicioso escalofro de imaginera telrica y tnica a los que vivan
en edificios altos. Al hacer eso, contribua a rehabilitar ciertos sentimientos
entraables del arte alemn que haban permanecido reprimidos tras la cada del
nazismo.
Speer lleg al extremo de proponer a Emil Nolde, nazi tambin, como artista
oficial. Hitler ni siquiera quiso or hablar del tema, de modo que los expresionistas
fueron a parar al exilio o a los campos. Sin embargo, eso no signific que los
artistas alemanes, despus de la guerra, abrazaran el expresionismo con mucha
alegra. Para entonces, sus atributos germnicos, su enaltecimiento de lo
instintivo, lo irracional y lo vlkisch estaban casi tan absolutamente contaminados
por las secuelas del nazismo como la msica de Wagner o la arquitectura de
Schinkel. Ahora se identificaba al arte abstracto con la libertad y la democracia. Se
haba convertido en parte de la imaginera de la reconstruccin de postguerra: la
mayora de los artistas alemanes adoptaron un estilo internacional, y lucan la
abstraccin de la misma manera que los arquitectos alemanes exhiban el bloque de
oficinas abstracto con fachadas de muros de cortina: como un virtuoso uniforme de
la desnazificacin.
Beuys cort ese nudo gordiano. Su don para convertir, como por medio de
un acto chamanstico, los materiales convencionalmente repelentes y los recuerdos
socialmente aborrecibles en visiones oblicuas de la historia, fue lo que provoc la
resurreccin expresionista de finales de los setenta. Consigui reintegrar en la
cultura moderna la nostalgia alemana de un pasado mtico, haciendo posible que
los alemanes por vez primera desde 1933 en el contexto de las artes visuales se
desenvolvieran con una conciencia tranquila en medio de su hereditaria imaginera
romntica, tan fatalmente contaminada por Hitler.
261. Anselm Kiefer, Sulamita, 1983. leo, pintura emulsionada, xilografa, laca,
acrlico, y paja sobre lienzo, 289,8 x 369 cm. Coleccin Saatchi, Londres (foto
Anthony J. Oliver).
Ciertamente no haba nadie como Kiefer en Nueva York, cuya vieja funcin
como centro imperial del modernismo tardo empez a presentar sntomas de
desgaste en los aos ochenta. Pero esos sntomas quedaban (al menos a principios
de la dcada) parcialmente ocultos tras una frentica superficie de creacin de
celebridades, insultos entre crticos y promocin de mercado. La obra de Andy
Warhol desemboc en su ltima decadencia, el kitscb dbil, pero el doble mensaje
de su carrera que la industria de la moda era el principal modelo cultural y que el
quid del arte era el negocio arras como una avalancha en medio del boom del
mercado del arte ms grande de la historia.
En los aos ochenta, el perfil del boom del arte de los sesenta cambi
completamente. Quince aos antes, en medio del clamor con que Norteamrica
descubri la cultura de la juventud como un fin en s mismo, pretendiendo
identificar la adolescencia tarda con una verdad visionaria y la moralidad poltica,
el arte tenda a ensimismarse en sus propios procesos (el minimalismo) o en lo
altruistamente decorativo (los campos de color). Lo mismo daba que desde el
plpito de la barricada universitaria se denunciara a los cerdos y fascistas, poco
importaban las mutaciones que la angustia moral de Vietnam provocara en el
discurso verbal, pasara lo que pasara, el campo de color y la caja mnima seguan
conservando su carcter apolneo; y, en general, la juventud per se se vea como un
problema tcnico ms al que los artistas tenan que enfrentarse en el camino hacia
la madurez. A principios de los aos ochenta, se verific exactamente lo contrario.
Aunque la izquierda norteamericana estaba desmoralizada y en plena retirada, el
mundo del arte lleg a considerar a la juventud en s como una seal de mrito: la
frescura, el nuevo talento, pienso para un mercado de masas de repente en
auge.
En 1980, los tres cuadros ms caros jams vendidos en una subasta pblica
fueron Julieta y su niera, de Turner (6,4 millones de dlares), Retrato de Juan de
Pareja, de Velzquez (5,4 millones de dlares), y El jardn del poeta, de Van Gogh (5,2
millones de dlares). En su momento, estos precios parecan escandalosos y
espectaculares. Hoy seran casi demasiado mdicos como para ser noticia. El
mercado del arte a finales de los ochenta se haba convertido en una demencial
plaza de toros del fetichismo, donde unos lienzos de Van Gogh podan venderse
por 35 millones de dlares a una compaa de seguros japonesa y por 53 millones
de dlares a un fabricante de cervezas australiano; donde Yo, Picasso, un pequeo
autorretrato de la primera poca, sin ninguna importancia especial, subastado por
unos 5 millones de dlares a mediados de los ochenta, se venda en 1989 por 47
millones de dlares; donde incluso una obra de un artista vivo, Comienzo falso, de
Jasper Johns, se venda por 17,7 millones de dlares en una venta pblica. Esos
precios ya han perjudicado incalculablemente la nocin del arte como un medio
socialmente compartido, de libre acceso al pensamiento y al juicio crtico. Al final,
puede que consigan destruir ambas concepciones, con muy pocas reas de
exencin. La superficie centelleante y exorbitante del mercado del arte no consigue
disimular una inmensa amargura: la muerte de la vieja creencia de que las grandes
(y no tan grandes) obras de arte son, de algn modo, propiedad comn de todos
los seres humanos. Encasillada en ese marco de valor ridculo, la obra maestra se
transforma en un instrumento para cegar a la gente deslumbrndola.
Por supuesto, haba una gran diferencia entre esos niveles de precios y los de
la mayora del arte contemporneo, pero haba (para usar una frase cara a la
retrica econmica de la dcada de Reagan) un efecto de goteo del dinero. Las
obras que ms consuma el nuevo mercado de masas eran las recientemente
pintadas, y el proyecto del mercado del postmodernismo era persuadir a su
clientela de que el mayor valor corresponda a lo temporalmente nuevo.
(Naturalmente, desempolvaron y reciclaron todos y cada uno de los flatulentos
clichs de la leyenda urea del vanguardismo). La capacidad de cada cual para
desenfundar el revlver, disparar sin apuntar y dar en el blanco del futuro antes de
que sus precios se quintuplicaran fue solemnemente descrita por un marchante y
coleccionista de arte de Nueva York, Eugene Schwartz con un trmino tomado de
la jerga burstil, como masa perceptiva. Con centenares, y luego miles, de
aspirantes a coleccionistas, flexionando diligentemente los bceps de sus masas
perceptivas recin descubiertas, el mundo del arte neoyorquino a mediados de los
ochenta haba empezado a tener algo ms que un ligero parecido con el apogeo de
la tulipomana en Utrecht.
262. Robert Moskowitz, Pensador, 1982. Oleo sobre lienzo, 274,3 x 160 cm. Coleccin
Helman, Nueva York, cortesa de la Galera BlumHelman, Nueva York.
263. Susan Rothenberg, Arriba, abajo, alrededor, 1985-1987. Oleo sobre lienzo, 226,1 x
236,2 cm. Coleccin de Gerald S. Elliott, Chicago, cortesa de Sperone Westwater,
Nueva York.
264. Howard Hodgkin, Cena en el Palazzo Albrizzi, 1984-1988. leo sobre madera,
117,1 x 117,1 cm. Coleccin del Museo de Arte Moderno de Fort Worth,
adquisicin, Sid W. Richardson Foundation Endowment Fund.
As las cosas, gran parte del esfuerzo destinado a recuperar para la pintura la
profundidad, la emocin y la obstinada individualidad, lo llevaron a cabo, casi sin
que se notara al principio, los artistas ingleses. Uno de ellos fue Howard Hodgkin
(n. 1932), cuya obra no se puede clasificar fcilmente ni como abstracta ni como
figurativa, aunque se puede decir que es sutilmente autobiogrfica.
265. Frank Auerbach, Busto de J. Y. M. I, 1981 Oleo sobre tabla, 56 x 50,8 cm.
Marlborough Fine Art (Londres) Ltd.
266. Lucian Freud, Retrato desnudo con reflejo, 1980. Oleo sobre lienzo, 228,6 x 228,6
cm. Coleccin privada, cortesa de la Galera Odette Gilbert, Londres.
Desde sus inicios, pintaba los mismos modelos vivos una y otra vez, siempre
en el estudio, nunca de memoria. Sin copiar del natural, no poda inventar, ya que
no haba ninguna resistencia en lo que era simplemente imaginado. Y la resistencia,
en palabras de Auerbach, es un valor muy importante. Tambin lo es la novedad,
que para l no tiene nada que ver con lo vanguardista. La novedad es existencial,
no estilstica. El verdadero estilo es no tener ningn programa, es cmo uno se
comporta en una crisis.
La novedad nace de la repeticin. Es lo desconocido encontrado en medio de
la visin ms conocida: Haber hecho algo imprevisto que sea fiel a un hecho
especfico. La obra de Auerbach (Ilustracin 265) est llena de observaciones
acerca de la postura, el gesto, la expresin, la mirada, la configuracin de la cabeza
en todas sus partes, la tensin o el desmadejamiento de un cuerpo. Ms que
describir estas cosas, el pincel llega a extremos inquisitoriales en su bsqueda de
unos equivalentes cinticos y tctiles para describirlas. Una estructura densa se
revela mientras miramos. Sin embargo, el tema esencial de la obra no es esa
estructura como una cosa dada, sino el proceso de descubrirla. La imagen
permanece mvil y abierta al cambio radical hasta el ltimo minuto. Si el bulto en
mi mente funciona, es porque de alguna manera el sentido del lenguaje ha
cambiado por la vehemencia de la transposicin de la visin en manchas. La lucha
contra el lienzo expele un estilo, de un modo u otro uno slo puede decir la
verdad brutal en medio de una discusin. A partir de los aos cincuenta, el
movimiento a largo plazo en la imaginera de Auerbach ha transcurrido desde la
opacidad hacia la claridad, desde el leo densamente empastado hasta los ritmos
inmediatos del dibujo y una amplitud de color veneciana; particularmente en sus
paisajes de Primrose Hill que, con esa frescura llena de roco, la velocidad del
viento y del tiempo captada en el trazo encorvado de Auerbach, son comparables a
los de Constable.
267. Philip Pearlstein, Mujer desnuda en una mecedora, 1977-1978. leo sobre lienzo,
183,1 x 243,8 cm. Museo Brooklyn, Nueva York. Fondo J. B. Woodward.
269. Eric Fischl, Chico malo, 1981. Oleo sobre lienzo, 167,6 x 243,8 cm. Coleccin
Saatchi, Londres.
El contraste entre nuestro fin de sicle y el del siglo XIX salta a la vista: de
Czanne y Seurat a Gilbert y George en slo cien aos. El ao 1900 pareca
prometer un mundo renovado, pero puede que algunos contemplen el
advenimiento del siglo XXI con cualquier cosa menos escepticismo y pavor.
Nuestros antepasados vieron los horizontes culturales en expansin, nosotros los
vemos encogerse. Sea cual sea la cultura que este milenio nos depare, no ser una
cultura optimista. Quiz (o as lo deseamos fervientemente) los artistas estn ahora
esperando entre bastidores, como hicieron hace un siglo, madurando lentamente,
ensayando y poniendo a prueba las imaginativas visiones que les permitirn
trascender las ortodoxias estancadas de su poca, la retrica sin salida de la
deconstruccin, la costra de las suposiciones del modernismo tardo sobre los
lmites del arte. Un exacerbado sentido de la irona el preservativo indispensable
para el nuevo fin de siecle nos hace temer que no estar esperndolos aquella
nocin de territorio virgen que sedujo al modernismo hacindole avanzar. Pero
realmente podemos estar tan seguros? A lo mejor no es ms que una coincidencia,
pero quiz no, el hecho curioso de que los nuevos ciclos creativos en la historia del
arte, tras perodos de agotamiento, suelan situarse con tanta frecuencia entre los
aos noventa y los treinta. Los lineamientos esenciales de la pintura del siglo XIV
quedaron definidos hacia 1337, cuando Giotto muri. Las principales formas
visuales del Renacimiento florentino ya haban sido creadas por Masaccio,
Brunelleschi y Donatello en 1428, ms o menos cuando muri Masaccio. Entre 1590
y 1630, Caravaggio, Rubens, Bernini, Poussin y los Carracci reescribieron el
lenguaje del arte occidental. Otra radicalizacin similar tuvo lugar entre 1785 y
1830 con David, Goya, Turner y Constable. En todos los casos, tras el primer
torrente de ebullicin creadora, sobrevena una disminucin de la creatividad, una
academizacin y una sensacin de estancamiento que fomentaba las dudas acerca
del papel, la necesidad e incluso la supervivencia del arte. Y as tambin ha
ocurrido en nuestro siglo.
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, Mark Rothko, 1903-1970, Londres, Thames & Hudson, 1978; Nueva York,
Abrams, 1978.
, intr., Roy Lichtenstein, Londres, Thames & Hudson, 1971; Nueva York,
Abrams, 1971.
Welsh, Robert P., Piet Mondrian 1872-1944, Toronto, The Art Gallery, 1966.
Willett, John, The New Sobriety, 1917-1933: Art and Politics in the Weimar Period,
Londres, Thames & Hudson, 1978; Nueva York, Pantheon, 1978.
AGRADECIMIENTOS
Harcourt Brace Jovanovich, Inc., y Faber and Faber Ltd.: Extractos de East
Coker de T. S. Eliot; reproducido de Four Quartets con permiso de Harcourt Brace
Jovanovich, Inc., y Faber and Faber Ltd.; 1943 de T. S. Eliot; renovado en 1971
por Esme Valerie Eliot.
Punch and Rothko Cartoons, Inc.: Seis versos de una edicin de Punch
publicado en la dcada de 1930. Punch.