Entender Lo Que Nos Pasó
Entender Lo Que Nos Pasó
Entender Lo Que Nos Pasó
trabajo con el como si, el incierto juego pragramatolgico que el arte abre a la
recepcin cada vez que cruza bordes que ningn otro discurso osara atravesar. Bordes
de uso de la lengua y tambin de historias que va esos usos de la lengua se ponen en
texto. Es a travs de este cruce que Schwarzbck desliza una conjetura que me atrevo a
expandir: si nuestros aos sesenta en la lectura de Tern- son la protohistoria de
nuestros aos setenta, la posdictadura es la protohistoria de este presente cuya
rotulacin solo puedo imaginar a partir de la irona mordaz del narrador que Flix
Bruzzone se inventa en Los topos. Un tiempo post-post:
A los aos sesenta argentinos, segn Oscar Tern, hay que introducirse por la
filosofa. As lo pide el objeto: son aos sartreanos, aos de formacin de una
nueva izquierda, aos en los que el peronismo, proscripto, aparece como una
clase, la clase trabajadora. El objeto mismo es filosfico, si nuestros aos
sesenta en la lectura de Tern- son la protohistoria de nuestros aos setenta.
El objeto de este ensayo, en cambio, pertenece al gnero de terror. Es un objeto
esttico, antes que filosfico-poltico. Los espantos encarnan, en el modo de la
ficcin pura, lo postdictatorial de la Argentina. Por eso, para introducirse a ellos,
hay que hacerlo por la esttica, la parte de la filosofa que, despus de Adorno,
se dedica a pensar rigurosamente, con tanto rigor como la poltica, en trminos
de no verdad.
La segunda decisin que toma es la que permite no solo entender lo que nos
pas sino lo que nos pasa. Hablo de un nosotros del que participan no slo los actores
que se reconocern, casi al final de este escrito, conscientemente afectados como tales
por algo ms que un conjunto desafortunado y eventual de acontecimientos locales
(acepcin que intenta referir, en este caso, al territorio nacional). Hablo de la sutil
entrada, a partir de categoras de la esttica, al anlisis de las grietas que separan
realidad de deseo, juicio de conocimiento de juicio de sentimiento. Hablo de cmo
logra, a partir de estas mismas categoras, desmantelar las calibradas e inteligentes
operaciones a partir de las cuales se habilita que la derrota se presente como victoria
Los espantos, por pertenecer al gnero de terror, piden a la esttica para ser
ledos. Lo que en democracia no se pude concebir de la dictadura, por ms que
se padezcan sus efectos, es aquello de ella que se vuelve representable, en lugar
de irrepresentable, como postdictadura: la victoria de su proyecto econmico / la
derrota sin guerra de las organizaciones revolucionarias / la rehabilitacin de la
vida de derecha como la nica vida posible.
La postdictadura es lo que queda de la dictadura, de 1984 hasta hoy, despus de
su victoria disfrazada de derrota.
Como bien observa Horacio Gonzlez en El peronismo fuera de las fuentes, presente,
pasado y futuro se anudan de un modo ms opaco de lo que lleg a percibir el
presidente Alfonsn cuando, en una de sus alocuciones durante las asonadas militares
que entrecortaron su perodo, propuso: por un momento una rfaga del pasado nos ha
rozado. Son justamente estas convivencias las que insinan el carcter simplificador
de cualquier corte temporal que pretendiera alisar bajo rtulos englobantes complejos
momentos de nuestra cultura que suponen formas de vida en conflicto. Porque la
pregunta de Gonzlez respecto de si la democracia supone una forma de vida (7), trae
consigo una impronta afirmativa que no aplaca la atencin a lo incompleto, a lo que
resta y a lo por-venir. Es en esta lnea que en un texto reciente sobre las clases de los
crticos en la universidad argentina de la posdictadura me atrev, no sin prevenciones, a
esbozar una periodizacin respecto de sus diferentes momentos mientras resaltaba su
muy relativo fin (hoy no solo subrayara el trmino relativo sino que lo
complementara con el ya citado rtulo robado al personaje de Bruzzone). Momentos
trazados junto al nfasis en el carcter superfluo de toda hiptesis de marcha
identificada con un estado de las cosas conquistado para siempre y/o sin restos, sin
vestigios residuales, sin emergencias monstruosas, sin fisuras. Como bien observa
Gonzlez, cuando se hablaba del pasaje de la anomala dictatorial a la democracia
recobrada se trazaba un arco que calcaba los modelos ejemplares de trnsito cultural,
desde la oscuridad a la razn y desde la barbarie a las luces civilizatorias. Por efecto
mgico la historia se reparta en dos y comprenda en el hemisferio recobrado todo lo
que uniformemente perteneca a la vida buena, plausible.
Respecto de este punto, quisiera destacar que el libro de Schwarzbck va mucho ms
all: es la categora de esttica de la explicitud la que emplea para detectar los puntos
en los que se materializa la victoria de los esquemas econmicos y culturales que se
consolidaron durante la dictadura. Una victoria que se afianza en la dcada del noventa
(y que, agrego, se reafirma en el estado post-post del presente):
detenerse en la apariencia, como hara una cmara, para ver qu hay cuando nadie
mira.
La metfora inteligentemente robada al cine de Lucrecia Martel es el hilo que
hilvana la escritura: es La mujer sin cabeza el cuento que se cuenta para pensar la figura
de los espantos. Pero no es slo este cuento que tiene como personaje a Vernica (la
odontloga que mientras atiende el celular atropella en la ruta a un nio o a un perro y
sigue, sin detenerse, sin volver atrs) el que se trae, si bien es el que sobresale. La
referencia a mujeres sin cabeza enva a la catequista de La nia santa y a Tali en La
cinaga. Estos envos, si bien ocupan un lugar marginal en el texto, tienen un sitio clave
en la cida lectura respecto de nuestros andares cotidianos y respecto del lugar que en
esos andares juegan la posicin de clase y dentro de ella, la educacin a la que se
accede, tanto la formal como la no formal (esa que crea los habitus ms enquistados y
contra la que la formal debe trabajar muchsimo si lo que quiere es menguarlos). Como
se ver en el pasaje que a continuacin transcribo, Schwarzbck pasa de Martel a Proust
y de ambos a la lectura de la relacin entre clase y poder en la Argentina desde el 30
hasta un insinuado presente:
A partir del golpe de 1930, son las lites militares las que imponen la costumbre
de ocupar el Estado a travs de la familia. Las familias oligrquicas ingresan a la
administracin pblica en el primer estrato, que es el ms contingente, pero
dejan las capas familiares en la segunda lnea, que es la que va a permanecer y
hacer carrera. As cuando el funcionario se va, los parientes nombrados quedan.
Lo mismo sucede en la justicia, en las fuerzas armadas y en las empresas
estatales.
No slo por los indultos a los Comandantes, que completan las leyes de Punto
Final y Obediencia Debida, sino por consumar el proceso de desindustrializacin
iniciado en la dictadura (y no revertido por el gobierno radical) y el
desmantelamiento del Estado (con la privatizacin de las empresas pblicas y el
traspaso de las escuelas nacionales a las provincias y los municipios) sin alterar
su funcionamiento mafioso en las reas de Seguridad y Defensa (aunque, en este
punto, Menem es ms sutil que Alfonsn, porque le quita poder territorial a las
tres Fuerzas, al eliminar el servicio militar obligatorio, mientras les habilita
pinges negocios, como el trfico de armas).
El menemismo, con su apelacin al fin de la historia, muestra lo no poltico de la
poltica, aquello que la hace afn a lo numrico, a la medicin de voluntades
cambiantes, y compatible con el clima de negocios. Pero lo no poltico es parte
de la poltica no por perversin, sino porque su prctica en democracia, en la
posguerra fra, cuando ya no hay revoluciones en el Tercer Mundo, est
sutilmente atada a los ciclos del capitalismo, incluso por las acciones
contracclicas.
partidarios de Menem, sino los peronistas que creen que el peronismo, en ese momento
(sobre todo tras la reeleccin de Menem), se ha vaciado de contenido. A esos peronistas
se les dice, desde el menemismo, que se quedaron el 45: qu es lo que Menem llama
a combatir?, interroga Schwarzbck. Otra vez, la respuesta ser rotunda: la vida de
izquierda.
Pero lejos de detenerse all, intenta entender ese comportamiento y su
repercusin, intenta analizar por qu el Pueblo, cuando se vuelve representable, no
quiere la vida de izquierda, por qu la izquierda espanta al Pueblo y, yendo bastante
ms all, por qu la incapacidad para imaginar una vida de izquierda es
consustancial a la postdictadura. Su respuesta demuele una representacin expandida
de la supuesta conquista lograda a partir de 1984: para poder condenar al Estado por la
desaparicin sistemtica de personas, antes que por la poltica econmica a la que esas
desapariciones sirvieron, la sociedad argentina, a partir de 1984, santifica la vida de
derecha. Una condena que, por otro lado, tranquiliza a los responsables civiles de ese
proceso que arranca mucho antes de marzo de 1976: la lesa humanidad cometida por
personas no civiles buenifica, como un todo, a la poblacin civil. Eso explica la
exculpacin de los responsables econmicos de ese proceso: palabra que cabe
restituir a la conversacin en ciencias humanas y sociales, como postula y fundamenta
extensamente en un artculo publicado en el nmero 3 de la revista online El taco en la
brea de mayo de 2016. Agrego que esto explica no solo por qu no atemoriza sino por
qu seduce a amplios sectores populares la vida de derecha que promociona Macri en
Argentina (Capriles en Venezuela, Temer en Brasil): en lo que tiene de terrorismo de
Estado (y no de victoria oligrquico-banquero-multinacional), la dictadura es la vara
con que, a partir de 1984, es medida la derecha. La derecha, al no tener la forma de un
ismo, se estetiza como sublime: un sublime maldito. Quien se encuentra frente a una
persona de derecha no logra temerle lo suficiente hasta que no la asocia, de un modo
directo o indirecto, con la dictadura.
Y qu es, en definitiva, una vida de derecha, se preguntan en el prlogo a este
ensayo Carams y DIorio. La respuesta arriesga aquello que Schwarzbck solo
bosqueja: Vida de derecha decimos nosotros es el sueo de una vida sin problemas.
Y la vida sin problemas dicen otros es matar el tiempo a lo bobo. Matar el tiempo a lo
bobo es una (nueva) forma de matar al s mismo y a los otros, pero ahora sin nervio, sin
drama, sin pica. Matar banalmente, por descuido, para no aburrirse, por omisin. El
balance de su prlogo es deceptivo: la batalla vitalista la gan la derecha, anotan. La
vida de izquierda es hoy la forma de vida planetariamente derrotada. Una derrota
que incluye, entre otras cosas pero fundamentalmente, no interrogar las muertes
silenciosas que provoca la vida de derecha: podemos impugnar las muertes
provocadas por los proyectos vitales de la izquierda y afirmar no matars, y en el
mismo momento, caer rendidos ante la evidencia de que morimos aqu y ahora
desatendidos, olvidados, rechazados, ignorados, si no actuamos concretamente para
evitarlo. Esto es, si no hacemos algo para evitar que mueran siempre los mismos. Esos
mismos que aparecen en las crnicas de Cristian Alarcn y en su activista
visibilizacin de las de otros que escriben sin el poder de poner en la vidriera que da la
firma que ya l es. As, en el XII Argentino de Literatura celebrado en junio de 2016 en
Santa Fe, Alarcn produce la operacin ms prolfica de su conferencia cuando hace
caer junto a sus textos los de Larisa Cumin y los de Barrio 88, un colectivo militante de
la zona cuyas fantasas de intervencin se materializan a travs de la escritura de
crnicas. Crnicas sobre la muerte silenciada de Ana Mara Acevedo (sobre cuyo cuerpo
ejerci su poder la moral patriarcal y religiosa institucionalizada en los aparatos
burocrticos de un hospital pblico de Santa Fe que no le permiti abortar a pesar de su
cncer avanzado). Crnicas sobre la muerte silenciada de un pibe acribillado por la
polica al huir de un robo a una panadera. Crnicas sobre muertes de NNs. Nadies de
una poco meditica ciudad de provincia. Crnicas que caen junto a Semilla, ese
poema de La cura que Claudia Masin dedica a la memoria de David Moreyra, el chico
de 18 aos que muri en Rosario tras tres das de agona despus de ser linchado por
una multitud tras un aparente intento de robo. Un poema que exhuma un cuerpo que no
importa. Un poema cuyos efectos de archivo interrogan la ligereza con la que
consumimos las noticias de las muertes de todos los David Moreyra de nuestros das
junto a la banalidad con la que no asumimos nuestra responsabilidad de clase en esos
homicidios barnizados de defensa de lo propio: Yo quiero estar en la respiracin
dificultosa del chico moribundo,/ el ladrn adolescente tirado en el asfalto mientras una
multitud/ lo muele a golpes, ser la catarata de imgenes/ que aparecen para liberarlo de
la fealdad de lo que ve:/ es decir, ser el vrtigo de sus primeros pasos inseguros/ sobre el
piso de tierra, la alegra de poder pararse al fin/ en las dos piernas, un rbol pequeo su
cuerpo,/ aunque ya entonces guiado por una rama vieja,/ un tutor que no lo deja crecer
hacia el sol aunque le permita/ recibir algo de su tibieza.