Entender Lo Que Nos Pasó

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Entender lo que nos pas

Los espantos. esttica y posdictadura, de Silvia Schwarzbck, Buenos Aires, Cuarenta


Ros (Las cuarenta y El ro sin orillas), 2016.
Por Anala Gerbaudo.
www.bazaramericano.com
Este libro de Silvia Schwarzbck es el primero de una coleccin imaginada por Diego
Carams y Gabriel DIorio para pensar el derrotero de la cultura argentina de las
ltimas dcadas a partir de una mirada generacional o, al menos, de una mirada afectada
por la poca de un modo intelectual y afectivamente intenso, tal como anuncian en La
vida interpelada. Prlogo a Los espantos. Una coleccin que se materializa gracias al
esfuerzo cooperativo de El ro sin orillas y la editorial Las cuarenta reunidos bajo el
poco ortodoxo nombre de Cuarenta Ros.
Contrariamente al tipo de ensayos que Schwarzbck publicaba en la revista El
ro sin orillas (pienso, por ejemplo, en La fiesta y el gasto incluido en el nmero 5 de
octubre de 2011), en este no llega hasta el presente sino tangencialmente. Y all radica
parte de su potencia: el ensayo lleva el anlisis de los materiales que toca a un arco
temporal expandido que comprende desde la Argentina del 30 hasta la del 2003 y deja
que el lector, en base a ese escudriamiento, saque sus conclusiones. Quien esto escribe
es, por lo tanto, uno de esos lectores que probablemente lleve sus tesis un poco ms all
de lo que el texto ratifica (para empezar, por leer desde las formulaciones de Jacques
Derrida una produccin inspirada fundamentalmente en Theodor Adorno). Quien esto
escribe, adems, conjetura respecto de lo que el ensayo, fuera de la moral y de las
prescripciones de todo orden, no muestra pero sugiere, no menciona pero deja entrever
en un gesto de absoluta confianza de Schwarzbck respecto de lo que pueden tanto su
escritura como sus destinatarios.
Digamos, para empezar, que por su carcter filoso, Los espantos hace serie con
dos trabajos. O ms bien, con dos conceptos inscriptos en diferentes artculos firmados
por Elizabeth Jelin y por Rossana Nofal entre los que destaco dos: Los trabajos de la
memoria de Jelin (publicado en 2002 y reeditado en 2012 con un nuevo prlogo que
actualiza el estado de la discusin sobre los problemas que aborda) y La guardarropa
revolucionaria en la escritura de Laura Alcoba de Nofal (publicado en 2014 en la
revista El taco en la brea, disponible on line). Si por un lado Jelin, desde la sociologa,

observa la dominante del familismo al momento de revisar quin se autoriza a hablar


desde el espacio de los derechos humanos en Argentina, Nofal desde los estudios
literarios compone el concepto cuentos de guerra para leer la literatura testimonial
sobre la violencia poltica y la represin estatal de los aos sesenta y setenta
posibilitando una interpretacin que acenta el lugar de las autofiguraciones que desde
el presente se sobreimprimen sobre los hechos del pasado que se evocan y se
reconfiguran desde la narracin actual. Tan incmodo como estos conceptos es el de
postdictadura que Schwarzbck aporta en Los espantos (y que escribo con el prefijo
post para diferenciarlo del propio que ensay en Polticas de exhumacin, un libro
recientemente publicado, tambin en coedicin, entre la Universidad Nacional del
Litoral y la Universidad Nacional de General Sarmiento). Una incomodidad generada,
en los tres casos, por desacomodar modos expandidos de leer el pasado reciente y el
presente revelando, en el mismo movimiento, cristalizaciones de sentido comn de
gnero y de clase, entre otras. En esta presentacin me detengo en las desarticulaciones
provocadas por las decisiones que Schwarzbck toma al escribir este ensayo.
La primera decisin que cabe subrayar transparenta la posicin desde la que lee
mientras coloca a su texto en equivalencia con un clsico: en principio se podra decir
que Nuestros aos sesenta de Oscar Tern es a la dcada que va entre el 56 y el 66 lo
que Los espantos es al perodo que va entre 1984 y, me atrevo a arriesgar, 2003 (vuelvo
ms adelante sobre este sealamiento y su porosa demarcacin). Y si alerto en
principio es porque el libro de Schwarzbck no solo comprende el perodo que de
modo ms o menos convencional (y no sin controversias) delimitamos como
posdictadura sino que va mucho ms atrs (y deja abierta la expansin en un
movimiento hacia adelante que llega hasta nuestros das): lo que intenta hacer ver es
hasta qu punto somos herederos de decisiones polticas y econmicas que ratifican las
dictaduras pero que se pergean mucho antes de la ltima e incluso del onganiato al
punto de que estas terminan siendo un pretexto para consolidar un sistema de
dominacin econmica, cultural y simblica que se sirve de la lucha contra la
subversin a modo de excusa auto-legitimante para ocupar el Estado (y no solo
durante el gobierno instaurado mediante el golpe). Para esto se vale adems del anlisis
de textos jurdicos, filosficos, periodsticos, etc., de films y de literatura. Una decisin
que se apoya en la posibilidad de esta ltima de poder decirlo todo, como aprendimos
a leer junto a Derrida: una fantasa cuyo carcter excesivo no menoscaba el potencial

trabajo con el como si, el incierto juego pragramatolgico que el arte abre a la
recepcin cada vez que cruza bordes que ningn otro discurso osara atravesar. Bordes
de uso de la lengua y tambin de historias que va esos usos de la lengua se ponen en
texto. Es a travs de este cruce que Schwarzbck desliza una conjetura que me atrevo a
expandir: si nuestros aos sesenta en la lectura de Tern- son la protohistoria de
nuestros aos setenta, la posdictadura es la protohistoria de este presente cuya
rotulacin solo puedo imaginar a partir de la irona mordaz del narrador que Flix
Bruzzone se inventa en Los topos. Un tiempo post-post:

A los aos sesenta argentinos, segn Oscar Tern, hay que introducirse por la
filosofa. As lo pide el objeto: son aos sartreanos, aos de formacin de una
nueva izquierda, aos en los que el peronismo, proscripto, aparece como una
clase, la clase trabajadora. El objeto mismo es filosfico, si nuestros aos
sesenta en la lectura de Tern- son la protohistoria de nuestros aos setenta.
El objeto de este ensayo, en cambio, pertenece al gnero de terror. Es un objeto
esttico, antes que filosfico-poltico. Los espantos encarnan, en el modo de la
ficcin pura, lo postdictatorial de la Argentina. Por eso, para introducirse a ellos,
hay que hacerlo por la esttica, la parte de la filosofa que, despus de Adorno,
se dedica a pensar rigurosamente, con tanto rigor como la poltica, en trminos
de no verdad.

La segunda decisin que toma es la que permite no solo entender lo que nos
pas sino lo que nos pasa. Hablo de un nosotros del que participan no slo los actores
que se reconocern, casi al final de este escrito, conscientemente afectados como tales
por algo ms que un conjunto desafortunado y eventual de acontecimientos locales
(acepcin que intenta referir, en este caso, al territorio nacional). Hablo de la sutil
entrada, a partir de categoras de la esttica, al anlisis de las grietas que separan
realidad de deseo, juicio de conocimiento de juicio de sentimiento. Hablo de cmo
logra, a partir de estas mismas categoras, desmantelar las calibradas e inteligentes
operaciones a partir de las cuales se habilita que la derrota se presente como victoria

mientras correlativamente, la victoria se exhibe deliberadamente como la derrota que no


fue. Hablo de mucho ms que una batalla cultural (aunque tambin se libre una
batalla cultural). Hablo de una pugna por el gobierno entendida como posibilidad de
desplegar un programa econmico, educativo, cientfico y comunicacional que logre por
fin, para la clase que lo promueve, que sea el Pueblo representado el que lo lleve al
triunfo. Ese Pueblo que contra s mismo vota un modelo que excede el que defiende un
partido o una agrupacin de partidos de un paisito del sur de Amrica Latina. Ese
Pueblo que no supimos escuchar quienes hablbamos en su nombre desde las
universidades pblicas, los organismos de gestin estatales, el sistema cientfico con sus
aparatos de divulgacin, la Biblioteca Nacional y un largo etctera, figurndonos el
Pueblo irrepresentable, el que queramos que fuera y que no fue (ser?, ser como
quiere que sea o quera que fuera Juan Gelman en su ya clsico poemario Pas que fue
ser, escrito entre 2001 y 2002?):

No verdad es lo que significa la democracia, tanto en el crculo del arte como


fuera de l: opinin, discurso, disenso, perspectivismo, economa cultural,
produccin de lo nuevo como trasmutacin de un valor vigente, no creencia en
la originalidad, retorno a un lugar de comienzo.
Lo contrario de la no verdad, cuando lo no verdadero no es lo falso, es el orden
social justo que iba a fundar la revolucin tras su victoria: la patria socialista.
Entre la perspectiva de la verdad y la de la no verdad, en Argentina, media la
dictadura.
Todo revolucionario argentino, a comienzos de la dcada del setenta, habla en
nombre de otra vida que la vida de derecha: la vida verdadera, la vida que le
atribuye al Pueblo, al Pueblo irrepresentable, no al Pueblo representado.
La relacin entre el revolucionario y el Pueblo, en un contexto as, no est
mediada por un juicio de conocimiento (un juicio que podra ser falsado, si el
Pueblo no se diera a la presencia), sino por un juicio esttico en el que el Pueblo,
como portador de la vida verdadera, no necesita aparecerse como objeto, porque
el objeto de ese juicio es un no objeto, el Pueblo irrepresentable, no el Puelo

representado, el Pueblo hecho nmero, el Pueblo que vota al FREJULI en 1973


y reelige a Menem en 1995.
El juicio del revolucionario, para la filosofa poltica, es un error; para el
psicoanlisis, una alucinacin: lo piensan, en los dos casos, como un juicio de
conocimiento, no como un juicio esttico. Para la esttica, la no verdad de ese
juicio (cuya frmula sera: esto es sublime) proviene de una prctica legtima,
que se vuelve inevitable cuando un sujeto siente, en una situacin concreta, que
la experiencia que est viviendo, por su intensidad, desborda sus sentidos, sin
importar que el objeto est presente.
La no verdad, aplicada al juicio de quien cree cercana la vida verdadera, impide
hablar de error o alucinacin (). En el lugar del conocimiento aparece el
placer, el placer ante una presencia suprasensible, la del Pueblo irrepresentable

Junto a esta distincin y junto a la perturbacin que supone, Schwarzbck


inscribe el concepto de postdictadura. Un concepto que, contrariamente a mis (si bien
agujereadas) demarcaciones (aunque demarcaciones, de todos modos), lee la
persistencia de un tiempo en otro a partir de los restos de un modelo econmico pero
tambin esttico y cultural, ms all de la obvia y transitada apelacin al fin del
terrorismo de Estado como fin de la dictadura:

Los espantos, por pertenecer al gnero de terror, piden a la esttica para ser
ledos. Lo que en democracia no se pude concebir de la dictadura, por ms que
se padezcan sus efectos, es aquello de ella que se vuelve representable, en lugar
de irrepresentable, como postdictadura: la victoria de su proyecto econmico / la
derrota sin guerra de las organizaciones revolucionarias / la rehabilitacin de la
vida de derecha como la nica vida posible.
La postdictadura es lo que queda de la dictadura, de 1984 hasta hoy, despus de
su victoria disfrazada de derrota.

Como bien observa Horacio Gonzlez en El peronismo fuera de las fuentes, presente,
pasado y futuro se anudan de un modo ms opaco de lo que lleg a percibir el
presidente Alfonsn cuando, en una de sus alocuciones durante las asonadas militares
que entrecortaron su perodo, propuso: por un momento una rfaga del pasado nos ha
rozado. Son justamente estas convivencias las que insinan el carcter simplificador
de cualquier corte temporal que pretendiera alisar bajo rtulos englobantes complejos
momentos de nuestra cultura que suponen formas de vida en conflicto. Porque la
pregunta de Gonzlez respecto de si la democracia supone una forma de vida (7), trae
consigo una impronta afirmativa que no aplaca la atencin a lo incompleto, a lo que
resta y a lo por-venir. Es en esta lnea que en un texto reciente sobre las clases de los
crticos en la universidad argentina de la posdictadura me atrev, no sin prevenciones, a
esbozar una periodizacin respecto de sus diferentes momentos mientras resaltaba su
muy relativo fin (hoy no solo subrayara el trmino relativo sino que lo
complementara con el ya citado rtulo robado al personaje de Bruzzone). Momentos
trazados junto al nfasis en el carcter superfluo de toda hiptesis de marcha
identificada con un estado de las cosas conquistado para siempre y/o sin restos, sin
vestigios residuales, sin emergencias monstruosas, sin fisuras. Como bien observa
Gonzlez, cuando se hablaba del pasaje de la anomala dictatorial a la democracia
recobrada se trazaba un arco que calcaba los modelos ejemplares de trnsito cultural,
desde la oscuridad a la razn y desde la barbarie a las luces civilizatorias. Por efecto
mgico la historia se reparta en dos y comprenda en el hemisferio recobrado todo lo
que uniformemente perteneca a la vida buena, plausible.
Respecto de este punto, quisiera destacar que el libro de Schwarzbck va mucho ms
all: es la categora de esttica de la explicitud la que emplea para detectar los puntos
en los que se materializa la victoria de los esquemas econmicos y culturales que se
consolidaron durante la dictadura. Una victoria que se afianza en la dcada del noventa
(y que, agrego, se reafirma en el estado post-post del presente):

Lo que la dictadura depara con su victoria econmica los espantos: un plural


sin singular no se hace explcito, como objeto esttico, ni bien los represores

dejan el gobierno: recin entra en el rgimen de la apariencia pura,


convirtindose en un objeto explcito, en la dcada del noventa.
() Para que los espantos espanten con seriedad justo en el momento histrico
en el que ya no necesitan ocultarse, se tiene que abandonar, en la operacin de
representarlos, el lenguaje negativo, antiexplcito, que fue caracterstico del arte
post Auschwitz.
() Cuando finalmente la tecnologa, con internet, se adecua a los deseos
humanos, la esttica explcita ya es, de manera ostensible, la esttica
hegemnica de la sociabilidad contempornea.

La lgica de la explicitud es la de la cmara: si alguien poderoso no oculta su


accionar clandestino a la mirada de la cmara es porque se considera a s mismo, ms
all de las crticas que pueda recibir, como inmune a toda destitucin. Si todo lo que
pueda criticrsele no alcanza para que su poder merme, ese poder aumenta, por el solo
hecho de que no ha podido mermar. Este incisivo anlisis junto a su interpretacin de
ciertos hechos polticos de los setenta permiten leer los hechos polticos del presente
con la lucidez aguda que no encontr en ningn trabajo acadmico de los ltimos meses
(su libro, cabe aclararlo, lleva un prlogo que Carams y DIorio datan en diciembre de
2015, es decir, apenas haba asumido el gobierno de Cambiemos: en definitiva, antes
de los Panam papers y del cinismo despreocupado con que se admite la participacin
en estos negociados, ms todo lo que vino despus y que ya aqu parece avizorarse). Su
interpretacin de la relacin de Montoneros con el Pueblo irrepresentable, su
interpretacin de la relacin de la democracia con el Pueblo representado tramada en
trminos de no verdad, es decir, de juicio esttico (ms ac y ms all de que esas
relaciones se hayan fundado en la voluntad de verdad) permite entender la sorpresa
de muchos, no solo por el triunfo de Mauricio Macri en las ltimas elecciones
presidenciales sino por la derrota de Daniel Scioli. Derrota porque era en trminos de
victoria en primera vuelta como muchos habamos imaginado el escenario. Si bien
Schwarzbck no habla directa y especficamente de este corte del presente, su lectura de
aquel escenario de los setenta lo ilumina: si hay que introducirse a los espantos por la
esttica, no es para desocultarlos como algo que est oculto, aclara, sino para

detenerse en la apariencia, como hara una cmara, para ver qu hay cuando nadie
mira.
La metfora inteligentemente robada al cine de Lucrecia Martel es el hilo que
hilvana la escritura: es La mujer sin cabeza el cuento que se cuenta para pensar la figura
de los espantos. Pero no es slo este cuento que tiene como personaje a Vernica (la
odontloga que mientras atiende el celular atropella en la ruta a un nio o a un perro y
sigue, sin detenerse, sin volver atrs) el que se trae, si bien es el que sobresale. La
referencia a mujeres sin cabeza enva a la catequista de La nia santa y a Tali en La
cinaga. Estos envos, si bien ocupan un lugar marginal en el texto, tienen un sitio clave
en la cida lectura respecto de nuestros andares cotidianos y respecto del lugar que en
esos andares juegan la posicin de clase y dentro de ella, la educacin a la que se
accede, tanto la formal como la no formal (esa que crea los habitus ms enquistados y
contra la que la formal debe trabajar muchsimo si lo que quiere es menguarlos). Como
se ver en el pasaje que a continuacin transcribo, Schwarzbck pasa de Martel a Proust
y de ambos a la lectura de la relacin entre clase y poder en la Argentina desde el 30
hasta un insinuado presente:

La impunidad de Vero, no obstante, no necesita inteligencia: est garantizada por


su familia, que tiene vnculos con los tres poderes del Estado. Esos vnculos
que no le agregan ninguna distincin a su persona- la hacen pertenecer, de suyo,
a una clase acomodada.
Al comienzo del segundo tomo de En busca del tiempo perdido, la madre del
narrador no termina de entender por qu el Marques de Norpois ha aceptado un
cargo en un gobierno que segn l mismo dice representa a las clases
populares y no a la propia. Lo que ella no concibe por ser de clase burguesa y
creer en la meritocracia es que un aristcrata, para mantener sus privilegios, se
ensucie las manos con la poltica. El narrador, en cambio, s lo entiende: lo que
hace el Marqus es lo mismo que hicieron sus antepasados, de lo contrario, no
tendran privilegios.

A partir del golpe de 1930, son las lites militares las que imponen la costumbre
de ocupar el Estado a travs de la familia. Las familias oligrquicas ingresan a la
administracin pblica en el primer estrato, que es el ms contingente, pero
dejan las capas familiares en la segunda lnea, que es la que va a permanecer y
hacer carrera. As cuando el funcionario se va, los parientes nombrados quedan.
Lo mismo sucede en la justicia, en las fuerzas armadas y en las empresas
estatales.

Lo que Schwarzbck ataca es no solo la liviandad y la frialdad con que se


consumen relatos y archivos que suponen una mirada posthumana (las filmaciones de
Guantnamo, las fotos de las torturas en la crcel de Abu Ghraib durante la guerra de
Irak, entre otros) sino que tambin delata el atontamiento y la seduccin generada por
discursos que encarnan una forma de vida. Una vida de derecha. Una vida que en
Argentina se promociona durante el menemismo (y agrego, tambin en los discursos de
campaa que llevaron al triunfo de Cambiemos durante las ltimas elecciones).
Schwarzbck precisa por qu en su momento Menem lleva a sus opositores a enredos
que impiden cuestionar radicalmente la poltica econmica que conducir a la crisis del
2001 (similares artilugios, coronados por un estratgico slogan de campaa, sern los
que lleven a Macri a la presidencia: similitud definida por una exhortacin que supo
tocar los puntos de condensacin del deseo del Pueblo representado mientras se confunda arteramente el destino del gobierno del Estado con un concurso de Bailando por
un sueo, incluida en esa fantasa la banalidad con la que se prometa la solucin casi
automtica y por lo tanto, mgica de los conflictos entonces existentes):

Los opositores, si aspiraban a ser gobierno, deban prometer ms


Convertibilidad mientras criticaban lo que el propio ismo les ofreca, a modo de
imgenes explcitas, como su fiesta y su gasto (el consumo en cuotas de artculos
importados como la contracara de la desindustrializacin; los canales de TV
recin privatizados, llenos de pechos como globos aerostticos, como la
contracara del Nuevo Cine Argentino; los indultos a los comandantes de las

juntas militares como la contracara de la autocrtica del papel de las fuerzas


armadas en la dictadura hecha por su comandante en jefe, Martn Balza).

En cuanto al pacto de gobernabilidad con los poderes establecidos, el menemismo (que


dur 12 aos: de 1989 a 2001) es una continuacin acelerada del alfonsinismo: esta
afirmacin se repite algunas pginas ms adelante. Solo una mirada apresurada podra
ver all un fallido. Schwarzbck incluye al breve gobierno de la Alianza dentro del
mismo ismo y con idntico nfasis seala, como vimos en la cita anterior, los puntos
en que ni siquiera en la campaa este modelo se volva objeto de cuestionamiento.
Importa consignar los fundamentos que le permiten constatar una continuidad entre los
aos de Alfonsn y los de Menem (prcticamente los mismos fundamentos que llevaron,
en mi caso, a hablar de posdictadura para estos perodos):

No slo por los indultos a los Comandantes, que completan las leyes de Punto
Final y Obediencia Debida, sino por consumar el proceso de desindustrializacin
iniciado en la dictadura (y no revertido por el gobierno radical) y el
desmantelamiento del Estado (con la privatizacin de las empresas pblicas y el
traspaso de las escuelas nacionales a las provincias y los municipios) sin alterar
su funcionamiento mafioso en las reas de Seguridad y Defensa (aunque, en este
punto, Menem es ms sutil que Alfonsn, porque le quita poder territorial a las
tres Fuerzas, al eliminar el servicio militar obligatorio, mientras les habilita
pinges negocios, como el trfico de armas).
El menemismo, con su apelacin al fin de la historia, muestra lo no poltico de la
poltica, aquello que la hace afn a lo numrico, a la medicin de voluntades
cambiantes, y compatible con el clima de negocios. Pero lo no poltico es parte
de la poltica no por perversin, sino porque su prctica en democracia, en la
posguerra fra, cuando ya no hay revoluciones en el Tercer Mundo, est
sutilmente atada a los ciclos del capitalismo, incluso por las acciones
contracclicas.

Aun cuando la poltica sea discordia, separacin entre amigos y enemigos,


desacuerdo, conflicto, discusin, militancia, territorialidad, trabajo en el
territorio, trabajo en el Estado, imaginacin, pensamiento, construccin de
hegemona, espera, tiene un momento no poltico que, mientras amenaza con
destruirla, la vuelve compatible con la dimensin numrica de la democracia:
negociacin, quid pro quo, altas esferas, verticalismo, internas, cambios de
bando, burocratizacin, purgas, sentimiento de fin de la historia, tiempismo,
maquiavelismo, enemigos principales y secundarios, amigos principales y
secundarios. Por todo lo no poltico que contiene la poltica, siempre se quiere
moralizarla, desde el institucionalismo abstracto, y substituirla por una comuna o
una asamblea, desde la izquierda anarcoesteticista.
El menemismo, lejos de ocultar lo no poltico de la poltica, hace todo lo
contrario: busca banalizarlo, hacindolo visible. De ah que a partir de 2003 se
hable de la dcada neoliberal, y no de la dcada menemista, como si durante
esos aos no se hubiera necesitado de la poltica para subordinar a la Argentina a
los dictados externos. Si el menemismo exhibe lo no poltico de la poltica es
porque en la posguerra fra, sin el fantasma de la patria socialista, la explicitud
siempre es ms eficaz que la clandestinidad.

No me distraje. No olvido que encuentro la clave de este ensayo en su anlisis de


las grietas entre el Pueblo irrepresentable y el Pueblo representado. Clave que explica
por qu para Schwarzbck el hito ms importante del menemismo es la reeleccin
de Menem en 1995, tras los indultos y las privatizaciones. Por qu situar all el
acontecimiento de su gestin? La respuesta es terminante: el Pueblo se hace
responsable, con el resultado de las urnas, de las medidas en su contra. Y estamos
hablando de un tiempo en que la hegemona meditica no tiene las caractersticas casi
monolgicas que adquiere en el presente (una batalla contra la que algo pueden, aunque
no mucho, Internet y las nuevas tecnologas junto a las pocas emisoras radiales, canales
televisivos y diarios no oficiales ni oficialistas). El propio Menem, en los aos
noventa, es el paradigma de la seduccin menemista: un peronista que, sin dejar de
llamarse peronista, se muestra seducido por todo lo que el peronismo, desde 1945, llama
a combatir. Los que dejan de llamarse peronistas, ante esta paradoja, no son los

partidarios de Menem, sino los peronistas que creen que el peronismo, en ese momento
(sobre todo tras la reeleccin de Menem), se ha vaciado de contenido. A esos peronistas
se les dice, desde el menemismo, que se quedaron el 45: qu es lo que Menem llama
a combatir?, interroga Schwarzbck. Otra vez, la respuesta ser rotunda: la vida de
izquierda.
Pero lejos de detenerse all, intenta entender ese comportamiento y su
repercusin, intenta analizar por qu el Pueblo, cuando se vuelve representable, no
quiere la vida de izquierda, por qu la izquierda espanta al Pueblo y, yendo bastante
ms all, por qu la incapacidad para imaginar una vida de izquierda es
consustancial a la postdictadura. Su respuesta demuele una representacin expandida
de la supuesta conquista lograda a partir de 1984: para poder condenar al Estado por la
desaparicin sistemtica de personas, antes que por la poltica econmica a la que esas
desapariciones sirvieron, la sociedad argentina, a partir de 1984, santifica la vida de
derecha. Una condena que, por otro lado, tranquiliza a los responsables civiles de ese
proceso que arranca mucho antes de marzo de 1976: la lesa humanidad cometida por
personas no civiles buenifica, como un todo, a la poblacin civil. Eso explica la
exculpacin de los responsables econmicos de ese proceso: palabra que cabe
restituir a la conversacin en ciencias humanas y sociales, como postula y fundamenta
extensamente en un artculo publicado en el nmero 3 de la revista online El taco en la
brea de mayo de 2016. Agrego que esto explica no solo por qu no atemoriza sino por
qu seduce a amplios sectores populares la vida de derecha que promociona Macri en
Argentina (Capriles en Venezuela, Temer en Brasil): en lo que tiene de terrorismo de
Estado (y no de victoria oligrquico-banquero-multinacional), la dictadura es la vara
con que, a partir de 1984, es medida la derecha. La derecha, al no tener la forma de un
ismo, se estetiza como sublime: un sublime maldito. Quien se encuentra frente a una
persona de derecha no logra temerle lo suficiente hasta que no la asocia, de un modo
directo o indirecto, con la dictadura.
Y qu es, en definitiva, una vida de derecha, se preguntan en el prlogo a este
ensayo Carams y DIorio. La respuesta arriesga aquello que Schwarzbck solo
bosqueja: Vida de derecha decimos nosotros es el sueo de una vida sin problemas.
Y la vida sin problemas dicen otros es matar el tiempo a lo bobo. Matar el tiempo a lo
bobo es una (nueva) forma de matar al s mismo y a los otros, pero ahora sin nervio, sin

drama, sin pica. Matar banalmente, por descuido, para no aburrirse, por omisin. El
balance de su prlogo es deceptivo: la batalla vitalista la gan la derecha, anotan. La
vida de izquierda es hoy la forma de vida planetariamente derrotada. Una derrota
que incluye, entre otras cosas pero fundamentalmente, no interrogar las muertes
silenciosas que provoca la vida de derecha: podemos impugnar las muertes
provocadas por los proyectos vitales de la izquierda y afirmar no matars, y en el
mismo momento, caer rendidos ante la evidencia de que morimos aqu y ahora
desatendidos, olvidados, rechazados, ignorados, si no actuamos concretamente para
evitarlo. Esto es, si no hacemos algo para evitar que mueran siempre los mismos. Esos
mismos que aparecen en las crnicas de Cristian Alarcn y en su activista
visibilizacin de las de otros que escriben sin el poder de poner en la vidriera que da la
firma que ya l es. As, en el XII Argentino de Literatura celebrado en junio de 2016 en
Santa Fe, Alarcn produce la operacin ms prolfica de su conferencia cuando hace
caer junto a sus textos los de Larisa Cumin y los de Barrio 88, un colectivo militante de
la zona cuyas fantasas de intervencin se materializan a travs de la escritura de
crnicas. Crnicas sobre la muerte silenciada de Ana Mara Acevedo (sobre cuyo cuerpo
ejerci su poder la moral patriarcal y religiosa institucionalizada en los aparatos
burocrticos de un hospital pblico de Santa Fe que no le permiti abortar a pesar de su
cncer avanzado). Crnicas sobre la muerte silenciada de un pibe acribillado por la
polica al huir de un robo a una panadera. Crnicas sobre muertes de NNs. Nadies de
una poco meditica ciudad de provincia. Crnicas que caen junto a Semilla, ese
poema de La cura que Claudia Masin dedica a la memoria de David Moreyra, el chico
de 18 aos que muri en Rosario tras tres das de agona despus de ser linchado por
una multitud tras un aparente intento de robo. Un poema que exhuma un cuerpo que no
importa. Un poema cuyos efectos de archivo interrogan la ligereza con la que
consumimos las noticias de las muertes de todos los David Moreyra de nuestros das
junto a la banalidad con la que no asumimos nuestra responsabilidad de clase en esos
homicidios barnizados de defensa de lo propio: Yo quiero estar en la respiracin
dificultosa del chico moribundo,/ el ladrn adolescente tirado en el asfalto mientras una
multitud/ lo muele a golpes, ser la catarata de imgenes/ que aparecen para liberarlo de
la fealdad de lo que ve:/ es decir, ser el vrtigo de sus primeros pasos inseguros/ sobre el
piso de tierra, la alegra de poder pararse al fin/ en las dos piernas, un rbol pequeo su
cuerpo,/ aunque ya entonces guiado por una rama vieja,/ un tutor que no lo deja crecer
hacia el sol aunque le permita/ recibir algo de su tibieza.

No me distraje. Di esta vuelta para dejar para el final el nudo de la


argumentacin de Schwarzbck. Su punto ms controversial y a la vez ms imponente:
la formacin de un colectivo que acta en nombre del Pueblo (del Pueblo
irrepresentable), al que considera portador de la vida verdadera, y lo hace sin
consultarlo, constituye un problema esttico. Y sigue: la aspiracin de todo juicio
esttico a la universalidad a ser vlido para todos los sujetos siempre queda en el
estadio de la aspiracin, sin poder realizarse empricamente ni siquiera cuando la
parcialidad que aspira al poder triunfa sobre otras como sucede en democracia y
deviene Estado. Tampoco en las revoluciones triunfantes los juicios estticos se
universalizan: esas clases de juicios, siempre individuales y con voluntad de volverse
colectivos, son los que inspiran las obras filo-oficiales. Escrito desde la esttica y
haciendo foco en las tensiones entre Pueblo irrepresentable y Pueblo representado
materializadas en los discursos que permiten leer la Argentina de los setenta y luego, de
los noventa, Schwarzbck lee la Argentina del presente. De este tiempo post-post o,
dicho en sus trminos, de postdictadura: La militancia revolucionaria, al no poder
ser pensada sino como homognea (sin diferencias de clase, sin fisuras, sin internas, sin
poltica, sin rivalidades entre agrupaciones), resulta inconcebible en su particularidad: es
un universal abstracto y, en tanto tal, pertenece al lxico del primer Prlogo del Nunca
ms. Ese prlogo que abonaba la teora de los dos demonios discutida por otro
incluida en la reedicin ampliada de 2006, a 30 aos del golpe de Estado. Un nuevo
prlogo firmado por la Secretara de Derechos Humanos de la Nacin que Schwarzbck
emplea para reforzar su propia conceptualizacin, su propias hiptesis sobre el pasado y
por deriva, sobre el presente: si al 24 de marzo de 1976 no existan desafos de
seguridad para el status quo porque la guerrilla ya haba sido derrotada militarmente,
puede conjeturarse entonces que el Terrorismo de Estado desencadenado de manera
masiva y sistemtica por la Junta Militar buscaba imponer otra cosa: un sistema
econmico que arrasara con las conquistas sociales de muchas dcadas y que la
resistencia popular impeda que fueran conculcadas.
Lo que se quera imponer, en definitiva, era una vida de derecha: un modo de
vida que va mucho ms all del que se instaura bajo un rgimen militar. Un modo de
vida que, va la devastacin del sistema educativo pblico unida a la hegemona
meditica, logr consolidarse (a pesar del intento de corrosin ensayado durante un
poco ms de una dcada) sin necesidad de las armas en los tiempos de la

postdictadura (o en mis trminos, en los tiempos de la posdictadura y el post-post del


presente). Tiempos que la implacable mirada de Rodolfo Fogwill desnuda desde la
crtica atravesada por la sociologa y desde la literatura. Puntualmente, en Vivir afuera
(1998) y en las notas para El Porteo publicadas en 1984 y recogidas en Los libros de
la guerra (2008): textos que escribe mientras la fiesta alfonsinista (y luego la
menemista) est sucediendo y que puede leer con distancia porque desconfa de lo
benfico de su novedad (tal como Schwarzbck advierte en el ya citado ensayo de El
ro sin orillas) mientras a travs de un gesto verdaderamente diseminatorio revisa el
trmino proceso retrotrayendo su inicio a 1972:

Fogwill llama dictadura militar no cvico-militar a una operacin de carcter


banquero-oligrquico-multinacional, cuya victoria fue enmascarada por los
derechos humanos, violados para hacerla posible. Las demandas de justicia de
los damnificados por derechos de sangre habran hecho que ni se hablara de una
sociedad damnificada en sus derechos de propiedad.
()
l mismo, con toda la oscuridad ilustrada de la que es capaz, no puede imaginar
hasta cundo, haciendo un clculo en la postdictadura, podra extenderse la
victoria de la dictadura.
En 1982, Fogwill dice: no porque el brazo militar de la entente banquerooligrquico-multinacional se haya rendido en Malvinas ha finalizado su proceso
de reorganizacin nacional, que tuvo inicio en 1972: la seal ms ostensible,
para quien advierte que la entente se retira victoriosa, es que nadie ha devuelto
las picanas.
()
Lo que Fogwill logra pensar sobre la dictadura, como beneficio de haber
trabajado en ella para el poder econmico, no para el poder poltico, es su
victoria, una victoria que excede (y hasta contradice) su momento estatal. ()

En su papel de ilustrado oscuro, Fogwill piensa para el saln literario (para


entrar en l, dira cualquiera de sus miembros) el pensamiento de la dictadura: se
imagina cmo pensaran los vencedores (los banqueros, la oligarqua
agropecuaria, los CEOs de las multinacionales, los dueos de las empresas
monoplicas) si su propsito fuera pensar.
Cuando dice, en 1984, los vencedores callan/ los perdedores piensan, narran, l
est del lado de los que piensan y narran.

Schwarzbck parte de El caso Satanowsky de Rodolfo Walsh para poner en


evidencia las continuidades entre el funcionamiento de la Secretara de Inteligencia del
Estado (SIDE) en 1955 y el vigente hasta ms de una dcada antes de su
desarticulacin. Se vale para ello de un caso de sobreinterpretacin: un brutal error de
lectura que nace de la indistincin entre militancias revolucionarias y piqueteras. Un
error traducido en alerta sobre un (fabulado) complot destituyente supuestamente a
encabezar en julio de 2002 por la agrupacin Anbal Vern. El saldo del error: el
acribillamiento en junio del mismo ao de Maximiliano Kosteky y Daro Santilln,
pertenecientes al colectivo. Un saldo del que nadie en definitiva se haba hecho cargo
hasta que ese aparato paraestatal se desmonta, con altsimo costo, sobre el fin de un
estilo de gestin que el Pueblo representado decidi no continuar a travs de su voto en
las ltimas elecciones de diciembre.
Sobre estos restos, con estos restos se escribe nuestra historia y nuestro presente.
Nadie supo ir ms all de Walsh, de Fogwill, de Nofal y de Jelin en su lectura. Me
apresuro en corregir: nadie pudo. Hasta ahora. Hasta este libro de Schwarzbck.

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