Aub Max - Escribir Lo Que Imagino
Aub Max - Escribir Lo Que Imagino
Aub Max - Escribir Lo Que Imagino
Max Aub
PRLOGO
verosimilitud del relato bblico. Lo que para los creyentes es un relato que parece
maravilloso, pero dogmticamente mimtico de la realidad, para otros es un relato
fantstico, que puede provocar inquietud y tribulaciones en los agnsticos (los
indecisos, que se ven sin recursos para decidir entre la veracidad o la ficcionalidad
del relato), y para otros en fin, los ateos, es un relato maravilloso que no tiene
fundamento y que, por consiguiente, no les produce la menor inquietud: lo que los
ateos franceses llamaban sornettes dglise y los espaoles cuentos para viejas
o cuentos de Calleja, es decir, para nios sin uso suficiente de razn, que todo
dan por cierto, con tal de que venga de la boca de una persona mayor.
Naturalmente, no slo la frontera entre ambos tipos de relato es variable en el
tiempo, sino fluida y no siempre discontinua en el espacio, por lo que pueden
combinarse dentro del relato y dentro de una lectura individual elementos que
apuntan a lo maravilloso, y otros que apuntan a lo fantstico, o combinados
incluso con elementos realistas, siempre que stos sean secundarios o sometidos a
los efectos primeros. En esa zona mixta se inscribe Caja, el primer relato de Aub
que presentamos, en el que el narrador de la historia, un narrador testigo de la
mayor parte de los hechos que narra y que relata los que aparentemente no ha
presenciado precisamente aquellos ms inslitos, los que ocurren en el desenlace
de la historia con la misma conviccin y ausencia de indicios de sorpresa que si
hubiera asistido a ellos personalmente y los relatara con la conviccin de quien se
alegra de un final feliz para una triste historia de cautiverio.
El lector atento notar la perfeccin con que el autor ha ido poniendo en su relato
pequeos indicios fantsticos es decir, que provocan inquietud en el narrador, y
consiguientemente, en el lector a propsito de las circunstancias y los actos
protagonizados por la muchacha aparentemente insignificante, cajera de una
tienda de tejidos, que sin embargo ha conseguido llamar la atencin del narrador y
suscitarle la idea de protagonizar con ella una pequea historia de seduccinredencin. Todos esos indicios sorprendentes que van apareciendo en el desarrollo
de la ancdota encuentran su justificacin su explicacin al producirse el
desenlace que, curiosamente, resuelve en maravilla aceptada esa sarta de
inquietantes notas e indicios. Si siguiramos rigurosamente la preceptiva de
Todorov, el estudioso que con mayor audiencia ha tratado de la narrativa
fantstica, este relato no sera clasificable como fantstico en su resolucin. Y sin
embargo, es evidente que en su fundamento lo es, porque ni el autor ni el lector,
por mucho que el narrador se haga el tonto, creen en las sirenas. Slo que esa
fantasa no se resuelve dejando abierta la inquietud y, menos an, los temores ante
lo inslito, sino con una sonrisa cmplice entre autor y lector que, a diferencia del
narrador, estn al cabo de la calle. Por ese camino, precisamente, le iba a seguir
Revista de Occidente[4] y que por el gusto de decir una frase divertida (demasiados
vegetales), habra rechazado la publicacin del relato en la revista. Hoy parece
menos evidente la atribucin a Jarns de esta frase infeliz, que nos hizo recordar la
mucho ms tristemente clebre de Andr Gide, cuando para rechazar el
manuscrito de la recherche du temps perdu de Marcel Proust, utiliz aquello de
trop de marquises que luego le perseguira como un fantasma por sus pesadillas.
Errare humanum est, pero no nos parece hoy tan clara la atribucin a Jarns, ya que
con posterioridad, al leer El libro de Esther, su miscelnea de 1935, encontramos
recogida una muy positiva resea suya de Fbula verde. Segn otra versin, no
habra sido Jarns, sino Fernando Vela el responsable del rechazo y de la frasecita.
En cualquier caso, sea por una falsa informacin o por el gesto de autorredencin
que implicara la resea jarnesiana, hemos de desdecirnos de la impugnacin, con
mil perdones. Ya desde su aparicin, y precisamente en Revista de Occidente, el
relato fue objeto de una resea laudatoria de Juan Chabs quien, acertadamente, la
calific de fbula ertica. Pero desengese el lector de 1994: nada tiene que ver
el erotismo de esta fbula con las sales gordas a las que nos tiene acostumbrada la
postmodernidad. El personaje femenino que protagoniza esta historia no slo se
desmaya ante la simple vista de las carniceras, sino que su vegetarianismo es,
como diramos hoy, absolutamente integral, incluso en su sexualidad, como ver el
curioso lector a quien no queremos revelar el desenlace un desenlace
minuciosamente preparado pero que se resuelve con la ms delicada de las
fantasas: una fantasa que el racionalista de este siglo no puede admitir sino como
procedente de lo onrico. Y sin embargo, el racionalista Newton no quedara
excesivamente asombrado del incidente (O s?). No vamos aqu a repetir nada
respecto del estilo peculiar de este relato vanguardista. Cuanto hemos dicho a
propsito de Caja puede reiterarse aqu, por lo que, como en la partitura musical,
incitamos simplemente al lector para que recomience da capo, si as gusta. Lo que s
conviene aadir es que en su formato original, la cuidadsima edicin in folio, con
un papel de lujo en el que se vea, como fondo de cada pgina, una ilustracin de
la botnica de Cavanilles, y que vena acompaada en la portada por dibujos
originales de Genaro Lahuerta y de Pedro Snchez, nos incita a un paradjico
agradecimiento a quienquiera que fuese que oblig a Aub a hacer la edicin por
cuenta de autor, dejndonos esta joya para biblifilos[5].
***
inspirndose para ello en las maravillas de ese Mundo Nuevo que descubre al
desembarcar en Amrica[6]. Los relatos maravillosos La verdadera historia de los peces
blancos de Ptzcuaro y Uba-Opa estn inspirados en los relatos mtico-legendarios,
que en todas las civilizaciones explican mitos de los oscuros orgenes relativos a la
procedencia, estirpe o caractersticas de los pueblos que los narran, y que buscan
autojustificar su existencia, sus caractersticas y su ubicacin espacial y temporal.
Se distinguen los relatos en que el primero el de los peces no est enmarcado
por una breve narracin introductoria, como Uba-Opa, en el que un espaol relata
las circunstancias en que un amigo negro le cont en frica la historia que a
continuacin transcribe, y cuya responsabilidad asume Babua-Op, el africano en
cuestin. La historia de los peces blancos, en cambio, est narrada sin mediaciones,
aunque enmarcada ladinamente por un embaucador comienzo de ttulo, en el que
se anuncia una veracidad que no se corresponde, ciertamente, con el carcter
mitolgico del relato. No sera sta la nica vez que Aub recurriera a ese ardid
para presentar un relato imaginario: nos referimos al famoso cuento La verdadera
historia de la muerte de Francisco Franco que, publicado bastantes aos antes de la
muerte del personaje histrico, es una pura fantasa satrica, dedicada a subrayar la
inanidad de un supuesto magnicidio con vistas a cambiar la vida de los espaoles
del exilio o del interior[7].
Hemos clasificado estos relatos como puramente maravillosos porque nada en
ellos trasluce la menor tensin entre lo real y lo supuestamente irreal. Rigen en
ellos las leyes propias de la visin animista del mundo, que Aub, como sus
compaeros de generacin, conocan ya por las filosofas panmaterialistas de
principios de siglo, inspiradoras de escuelas literarias como la del unanimismo
francs. El inters por el animismo dio paso tambin a la publicacin de
colecciones de relatos mticos traducidas en Espaa por la editorial Revista de
Occidente, y nuestros escritores, empezando por el inevitable Ramn, lo haban
explotado ldicamente o con seriedad, como ya hemos visto, en su narrativa
vanguardista. No obstante, dentro de este universo maravilloso, cuando se lee el
relato Uba-Opa, nos percatamos de la posibilidad de que se introduzcan conflictos
ms bien atribuidos al universo de lo fantstico, pero que aqu estn puestos al
servicio de un latente, pero intencionado cuestionamiento de ciertos principios de
raigambre ancestral, como el orgullo racista.
Como antes en Caja, lo maravilloso y lo fantstico se mezclan en La gran guerra,
relato propiamente bimembre en el que el modo maravilloso y el fantstico se van
turnando. Antonio Risco en su seminal libro Literatura fantstica de lengua espaola
(1987, pp. 199-200), consider este relato como perteneciente a la modalidad
fantstica en la que lo maravilloso, exterior al hombre, hace irrupcin en la esfera
de lo cotidiano. El cuento nos parece adems una notable ilustracin del principio
freudiano de la extraeza inquietante. Acentos mticos y bblicos caracterizan el
estilo narrativo de este relato que comienza como una mitificacin de los orgenes
para, en su segunda parte, irrumpir en la realidad contempornea, o ms bien
futurista, en la que se produce una invasin de las huestes mitolgicas,
antropomorfizadas como en los relatos vanguardistas de los aos veinte, pero con
resultados inquietantes por sus efectos de realidad y sus posibles interpretaciones
alegrico-apocalpticas.
A otra combinacin habitual en la narrativa de fantasa la de lo fantstico con lo
lrico corresponde el relato La gran serpiente, cuya motivacin puede estar en una
actividad contemplada en la realidad un grupo de obreros trabajando con esos
inmensos tambores en los que se enrollan los cables subterrneos o submarinos y
a partir de la cual se desarrolla una ancdota preparatoria poco verosmil o que,
cuando menos, implica una metamorfosis (un perro de caza trae a su amo, en lugar
del pjaro cazado, algo absolutamente inslito) y, consiguientemente, por una
lgica absurda propia ms de los sueos o las ensoaciones, ese gesto banal se
transforma en una amenaza apocalptica.
Ms evidente relacin con los sueos tiene el relato Trampa, cuya atmsfera de
pesadilla se instala a partir de la frase inicial del narrador-protagonista, que desde
el primer instante abandona el mundo tranquilizador de la realidad para caer en el
universo extrao y fantstico en que queda atrapado como en un laberinto, ese
lugar a la vez mtico y real que tanta importancia tiene en la figuracin narrativa
de Aub. El sujeto, escindido, enajenado, asaltado por las dudas y la inquietud va
desarrollando un discurso sembrado de trampas y alguna incongruencia que sera
intil resolver con una lectura verosimilizante, pero que tiene mayores
posibilidades de interpretacin por el camino de la alegora existencial, en la lnea
de los relatos kafkianos.
Con otros dos relatos de los aqu recogidos El fin y La llamada, ambos
relacionados con el extrao mundo de lo inconsciente, pudieran intentarse
explicaciones racionales. Si poda sospecharse un ambiente de pesadilla en La
trampa, en El fin no es cuestin de simple sospecha, ya que el narrador nos la ofrece
como tal, sirviendo una vez ms para poner en juego el fondo animista del relato
deshumanizado, al dar vida inquietante a un nmero. Por otra parte, La llamada
podra haber tomado como contrapunto de referencia la famosa frase de Churchill
que describa el vivir en democracia como la tranquilidad que uno experimenta
cuando, al sonar el timbre a una hora intempestiva de la madrugada, est seguro
de que es el lechero. El pobre protagonista, vctima de tres visitas de la polica
toda libertad que saque sus propias conclusiones. La fantasa del texto est
precisamente en esa apertura de preguntas y respuestas tal vez interminable.
En cuanto a La rama, el lector estar de acuerdo con nosotros, despus de leerlo,
que es una pequea obra maestra del desconcierto. A nosotros incluso se nos
resiste desde el punto de vista clasificatorio, a pesar de disponer de un tan variado
abanico de opciones como la que nos proponen minuciosos tratadistas como
Antonio Risco en su ya citada obra. Hay una materia fantstica, un tratamiento
pseudoilosfico, hermtico, y un discurso narrativo de efectos hipnticos o al
menos, sos son los que nos ha producido su lectura. Lo fantstico significa,
ciertamente, pero qu es exactamente lo que significa? Quin reina, qu rige en el
universo mgico de lo fantstico, donde los reinos de la naturaleza se trasmudan
inesperadamente, se metamorfosean sin la menor previsibilidad? Nuestros pies de
lectores avezados sienten temblar el firme suelo de la narratologa, y nos
preguntamos, con el lector, qu fallas oculta el subsuelo de esta azul y luciente
California
Y queda para el final El monte, ese minirrelato, como encore o bis en este recital
de un maestro del instrumento maleable, polifactico de la fantasa narrativa.
Nunca mejor citada que aqu aquella idea de Rosemary Jackson, cuando afirma
que la literatura fantstica es una literatura del deseo, que persigue lo que se
experimenta como ausencia y prdida. Aqu Mahoma no le ha pedido nada al
monte, pero puesto que a ste le da un da por ponerse al mundo por montera, o
echarse al monte, por qu no tomar las cosas como vienen?
Tmeselas el lector como Juan y su mujer, y eche por el camino adelante en esta
visita por la fantasa narrativa de Max Aub, que le deparar un tour tan lleno de
sorpresas que ni la ms experta agencia de viajes podra ofrecerle con tantas
garantas: divertissement garanti ou argent remis, como anuncian siempre los que
nada devuelven nunca. Slo nos queda desearle: Bon voyage!!
Trent University, Universit Laval
Peterborough y Quebec (Canad)
En la primavera de 1994.
CAJA
Conchita de la mar, y cmo se diseminaba el pecho por las aguas todas, y nadaba,
s, nadaba sin saber!
Sirena de la caja, ya no tomars resignada los dineros, que te fuistes con tus
hermanas a bailarle el coro al viejo dios del mar. Cmo bailaba loca, nuevecita tu
cola y cmo te revolvas ligera sin saber todava la alegra de tu vida nueva,
sirenita de la mar.
Max Aub, 1926
FBULA VERDE
Al departamento del
Oise, con todo mi amor
otoaba la tierra se senta envuelta, ella y la tierra, por una imaginaria tanda de
mantillo. Ests hecha un esqueleto le solan decir en invierno, me deshojo
contestaba ella muy seria. Poco a poco se le fue moldeando el conocimiento que de
las legumbres tena. Comiendo, dejaba asombrados a todos sabiendo diferenciar el
nabo de las virtudes del nabo de Epernay. Ms adelante hubiese dicho con cierto
retintn filolgico del que ella misma no conociera la meta: crucferas.
Cuando por vez primera le intentaron dar carne para comer le dio tal repugnancia
que creyeron que se mora. Y ya desde entonces slo comi vegetales. Ni por
imposicin, ni por vegetarianismo, sencillamente porque le era imposible digerir
otra cosa. Empez a conocer todos los verdes y a amar, por parentesco, los
amarillos y los tostados. El siena le saba ya a putrefacto. Y nunca consinti vestirse
de rojo; una vez en que una lejana ta le envi para su cumpleaos un traje carmes
se puso mala, con fiebres altas. En el cocimiento de los cuatro granos radica su
salvacin.
Desde siempre sinti la gran atraccin de los prados, y cuando iba a las afueras de
la ciudad a pasear, en esos das bien vestidos, las botas atadas con los menos
ruidos posibles, dejaba ir por el medio de las sendas artificiales, que entonces le
parecan de verdad, al pap, a la mam y a la criada, e iba por las orillas de los
caminos falsos pisando aquella hierba de mentira, pequea y renegrida, que le
proporcionaba un placer intenso y verdadero. Hasta que dej de creer en el buen
Padre Navidad y descubri que plantaban aquellos bosques los sbados y que los
quitaban en la madrugada de los lunes.
Las flores cultivadas no le gustaban, no las comprenda, les tena lstima. Senta,
eso s, una gran simpata por las siemprevivas; le parecan algo as como las bolas
de naftalina, necesarias para la conservacin del reino vegetal. Qu son las flores
al lado de la hierba, tan pintadas y azucaradas? Como es natural, no le gustaban
los dulces, y un poquito nada ms los caramelos.
Contaba que un da en el que tuvo un fuerte dolor de muelas se le pas al
entreabrir las vainas de un guisante Prncipe Alberto, y descubrir las semillas
alineadas como una perfecta, fresca dentadura. Porque gustaba de entrar en la
cocina para desgranar lo que ella llamaba sus pltanos.
Las calabazas, los grandes pepinos, los melones, le hacan el efecto de enormes
animales prehistricos, hipoptamos y rinocerontes. Uno de sus amores eran los
berros, violetas de las legumbres, escondidos y limpios, aunque ella pregonaba su
maridaje con las manzanas. Y a propsito de las manzanas:
saba cul coger tena dolor de vientre, cuando se decida por uno se acordaba
del otro y lanzaba su mirada con recelo de perder el inmediato. Desesperacin de
ver uno huido, alegra de uno nuevo. Incertidumbre. Pasaban en trozos largos
muestras de huertas, de campos, de bosquecillos. Ella se quiso dejar arrastrar por
un campo de coles moradas, se hizo con l por la ventanilla pequea, lo vio
inmediatamente mejor por la ventanilla grande y se aplast la nariz en la tercera,
desesperada como un pez en un acuarium. Se le quebraba el corazn, el campo de
coles hua a campo traviesa. El tren se puso de pronto a correr cuesta abajo,
alegremente, meneando la cola. Le pareca que los postes de telgrafo huan
veloces a formar un gran haz, y los verdes de los prados se le amontonaban hasta
ahogarla. Sinti que la misma inquietud que en la ciudad la empujara hacia la
estacin la sobrecoga; aumentaban sus dolores de vientre; todos los frutos verdes
que recordaba bailaban en su imaginacin, con sus pepitas blancas y su pulpa
dura. Ni el ms amado tena la menor culpa.
No saba cunto tiempo llevaba el tren parado cuando se dio cuenta de ello. Punto
y aparte. De pronto era otra cosa: el campo por todas partes. Baj y ech a andar.
Sus dolores eran cada vez ms fuertes. Imposible recordar la cena del da anterior.
Campo absoluto, haba existido el da anterior? Empez a correr, atraves un
campo de remolachas y lleg a orillas de un bosquecillo. Florecan cercanas, rojo
presagio, multitud de pimpinelas. No puedo ms, susurr, y se dej caer. Cogi,
sin verla, una hoja, intent sonrer al reconocerla. Fresales: hojas compuestas,
dentadas, trifoliadas. Fresal Bella de Meaux?, Presidente Thiers?. Todo se le
embrollaba. Rojo. Fresas rojas. Intent incorporarse y coger una que haba visto
entre sus piernas. Se desmay al ver manar sangre en ellas. La tierra, callada, beba.
La hallaron desmayada, en cruz. Fue la futura ta, con el moo gris y la bondad
pintada en su corpio de brillante falletina, bien apretada en las ballenas del cors.
Volva de coger setas en compaa de su hermano. La casa era blanca, con su techo
de pizarra. Los muebles ya sin color por los aos, el piso rojo oscuro tan oscuro
que Margarita Claudia ni se fij y la limpieza presentida. Estuvo dos das sin
miradas, perdida. Sali por vez primera al campo apoyada en el brazo de su ta
futura, Seora todava respetuosamente. Le pareci, era necesario, que todo
rodaba a su alrededor. Entonces recuerda el gramfono que trajeron a su casa las
amigas, y la circunferencia de fieltro verde que rodaba visible antes de poner la
placa. S, era eso, la placa negra, y desfalleci.
Aqu la alegra le empezaba a amontonar los recuerdos. No recordaba qu pieza,
qu sentido, qu miembro le haba devuelto diariamente la huerta, el campo. A
poco empez a correr, a gritar. Se senta empujada por todas partes, hecha por el
campo. Rodaba prado abajo, toda envuelta por la hierba, palpada por las manos de
la tierra y le salan estridentes gritos de jbilo. El recio y rancio olor del estircol la
penetraba y le hizo sentir el regusto de la tierra; lo aspiraba con ese mismo
entusiasmo con el que un buen cazador huele un plato de liebre caliente, ya un
poco pasada. Le dio valor, se sinti asegurada en sus races profundas, anclada.
Anclada con un ancla de cuatro brazos, como los globos.
Los manzanos y los verdes! A travs de los setos y por las sendas escondidas por
la hierba alta, correr toda la maana! El roco, madrugada condensada, mojaba
inmediatamente los zapatos, las medias, los bordes de la falda. Plata fundida en
alegra. Las bocanadas del amanecer desaparecan con los amplios latigazos del
sol. El hilo de alambre con las pas de la propiedad se salvaba con un grito. Las
flores amarillas, azules y rojas hacan de estrellas en el cielo verde. Los manzanos
con la corteza entrecana bailaban en ronda a su alrededor. Las manzanas lanzadas
parablicamente entretejan el agua azul del cielo, frutas en las antpodas de los
acianos, de los amargones y de las amapolas.
Cuando llegaba el atardecer, por si acaso, senta, vehemente el deseo de grabar
inolvidables en ella los colores de las colinas. Cerraba los ojos. Uno, dos, tres,
contaba como si se tratara de una fotografa hecha con exposicin. Los matices se le
confundan, las lneas se le atrofiaban y todo lo visto se converta en una mezcla sin
color, color del tiempo, color siempre, que ella invent. Le daba rabia de ello y
mordisqueaba briznas de hierba.
Senta poca simpata por las amapolas, rojas, carne casi ya, con las piernas velludas
y el corazn negro. Y se iba a dormir la siesta entre las verduras, al son de las
adormideras. Las grandes hojas de col eran los mapas de su imaginacin; viajaba
por las nervaduras ms altas y vea un extenso paisaje frtil y verde; canales,
ferrocarriles, ros, se juntaban camino del corazn. Y la hoja se haca ms blanca
cuando ms a la cumbre se acercaba, como en los montes de verdad que ella
desconoca. Amarillo claro, corazn de col, topacio. Color hecho para ser
traspasado, espacio. Nadaba por el amarillo claro de un amanecer con un corazn
de col, col corazn de buey, en la mano, como salvavidas.
Los das en los cuales se senta llena, sin un solo recoveco disponible, pensaba, con
gusto, en la muerte. Se suicidaba entonces sorbiendo digitales. Se las pona en los
dedos y mora como en el teatro de Vctor Hugo, nico por ella conocido.
El primer da completamente gris, por el brezo y la luz velada, se le despertaron
sus deseos hacia Escocia, sentimiento que sobrenad muchos atardeceres en que el
hlito de la luna luchaba contra las nubes. Volva a casa con una rama de retama en
la mano, retama de retar, dura, flexible, inflexible, implacable, amarilla, azotando
los aires. Batindose valiente, campeona de esgrima. El viento la embraveca, cartel
de desafo y pregonero de su victoria.
A veces se quedaba perpleja, Amar de igual manera al manzano que a la
coliflor?. Esperaba inconscientemente que un da apareciese la hortaliza celosa
que le dijera: Sola para m, para toda la vida, y no dejaba de pasar con temor
cerca de los esprragos, sobre todo cuando empezaban a apuntar.
Es fcil de adivinar su antipata por los tomates, no poda comprender que fuesen
legumbres, tan rojos, tan aparatosos, con ese cambio de casaca del verde verde, al
rojo maduro, y que se llamasen tan relumbrantemente Lycopersicum
esculentum. Se consolaba pensando que, igual que los pimientos son de charol,
deca, eran de origen americano.
Las cebollas no la hacan llorar, y se rea de los dems; bromeaba con su ya ta
cuando llevaba a sus ojos la punta doblada de su delantal azul.
La yedra, deca, debe de ir seguramente al cine, con su encina, los sbados por la
noche. Le pareca el smbolo de un amor pegajoso, honrado, abrumador. Margarita
Claudia descubra por aquellos das los lugares comunes. Esta falta de simpata
poda decantar de cierta retorcida y difcil afinidad de la yedra con la vid; a lo lejos
exista una pasavolandera lectura de una Mitologa y un recuerdo: Yedra, planta
dedicada a Baco. Margarita Claudia no probaba el vino. No poda representarse
sin estremecimientos esos hombres demonacos pisando las uvas. Y ese color
sangre Por entonces, una noche, confundi una campanilla enroscada en el
cerezo con una serpiente de cascabel.
Las encinas tambin tienen flores indagaba y rea como quien ha dado la mano
a un gigante terrible y forzudo.
El to, que haba viajado por Espaa vendiendo pipas y cepillos de dientes, dijo un
da, con su aire ms convincente, al levantar la cabeza y ver el cielo con slo una
nubecilla: As es el cielo en Espaa, siempre, pero sin esta nubecita. Margarita
Claudia record que en su vida anterior la vistieron, un carnaval, de petite
espagnole y tena un recuerdo confuso de oros bordados y montera negra. Se
apoy en el tilo era su manera de calmarse las imgenes y las fantasas y se
durmi. So nadar entre azahares y chumberas, sostenida por los fuertes olores;
las naranjas, los limones y las chirimoyas rodaban en grandes plataformas y las
quedaban. Y ella se senta sobre todo en los suaves atardeceres en los que
empezaba a gozar de no sentirse piloto de vilano. Tomaba hoja en un peral para
mejor ir a rozar los guisantes de olor.
Empez a notar el peso, el volumen de su alegra y de que algo enorme, confuso, la
llamaba. Acariciaba maternalmente los frutos, encariada. March hacia el prado
con un pensamiento en la mano, feo, cara hirsuta y barbas picudas. Plantabandas
de pensamientos y resedas. Pensamientos! Si se les pudiese dar la vuelta igual
que a la flor! El tallo entre los dedos! Margarita Claudia!
Margarita Claudia no ve claro hacia adentro. Existe una gran barrera. Un obstculo
desconocido. Pero se siente lo suficientemente fuerte para salvarlo. Las huertas, las
legumbres, los rboles frutales y las hierbas quedan afuera. Dentro qu siente, qu
ve? Y ella, que a s misma se interroga sin darse exacta cuenta, se ve deslizar cuesta
abajo el prado en pendiente era una ltima luz, y luego la oscuridad y el
atascamiento. Haba llegado, miraba y no vea, pensaba y no recordaba, qu
mira?, qu ve?, qu piensa?, qu recuerda?
Siente acaso subir entre ella y lo dems las barreras infranqueables, o ni siquiera
las ve, ciega ms all de los lmites de su carne, o mejor, sin divisar su fin? Se
preocupa por saber dnde acaba? Dnde empieza a ser o a ser otra cosa? O
siente esa seguridad, esa placidez de sentirse en su epidermis sin saber ms que lo
que estrictamente le rodea, le toca a un centmetro de distancia, sin importarle lo
dems?
(No ves aquel cerezo? Te sientes punto? O, al revs, tienes inmensa sed de amar
y te notas a ti misma impalpable, inexistente, pero en potencia de amarlo todo?).
No lo sabe y quisiera ahondar ms y se pierde; no son conocidos laberintos,
revueltos caminos por los cuales por el gusto, el olor, el tacto, teniendo la sensacin
de haberse perdido voluntariamente, pero no hay que decirlo se sabe
exactamente a qu calle, a qu plaza interior se va a salir. Es un estanque quieto,
profundo, de mercurio si se quiere, incomprensible. (Un grillo, Margarita Claudia,
has odo un grillo? Y, en seguida, de su ruido, atado sin saber cmo, un recuerdo,
un recuerdo exacto, claro, nimio, un rtulo, por ejemplo: Frutera). Un salto
sobre el estanque; ya se siente del otro lado, con luces nuevas. Pero es indiscutible
que en el salto se ha desprendido algo suyo. En esa busca del no s qu perdido en
la persecucin del recuerdo exacto, Margarita Claudia se vuelve a hundir en su
inseguridad interior.
Ella sinti tal asco que crey desvanecer. Del desvn de sus recuerdos sac
seguidamente el del da nico en que la hicieron probar carne y en el cual
creyeron que se mora.
Se march corriendo a difuminarse en las hierbas, rabiosa, llevada sin saber cmo
sta es la frase verdadera. Ella, que se senta enraizada, que notaba al despegar
los pies de la tierra como que algo se le quebraba, no record luego, de esas horas
que tantos recuerdos le proporcionaron, ni la manera, ni el itinerario de su
vagabundeo. Los recuerdos empezaban, ya tarde, en el prado imaginario. Senta,
recostada, como la tierra la acoga amorosa y la abrazaba. Las hierbas eran todas
diferentes y de la misma estatura, bao verde imposible de volver a tomar. Ni
acianos, ni dientes de len, ni amapolas, ni una piedra escondida; hierba, hierba
sola, lisa, pelo insoado por perfecto, frescor maravilloso (a lo lejos el recuerdo de
la carne con cierto gusto a organo o clavillo, aromatizando, sin llegar a lo picante).
Suavsima brisa, sensacin marina de las olas del prado. Espasmo. Ella se senta
poseda, briznas de hierba en la boca. Verde, verde, verde. A lo lejos el pipirigallo
entonaba su kiri-kik.
No volvi a morder los frutos desde aquel da sino que ellos venan hacia ella para
ser acariciados. Al otoo, con una manzana en cada mano, sentada en la hierba
vieja del prado en declive, miraba vagar los atardeceres. Fue un otoo seco y ella
anhelaba el sabor de la tierra hmeda. En el bosquecillo se hundan las pisadas
secamente, rompiendo los sarmientos con un clac sonoro; ella hubiese preferido la
manta de la humedad que suaviza los ruidos.
Vio venir con temor aquel invierno. Recluida en casa, bajo la tierra de los techos,
mientras los rboles levantaban sus brazos desesperados hacia los cielos grises,
nervaduras negras, diseos esquelticos de hojas monstruosas, antediluvianas,
vistos por los rayos X del invierno, empez a estudiar las patatas.
La primavera brot del mes de abril. Nabos, remolachas, zanahorias, perifollos,
cebollas, rapnchigos, ajos: una hermana os ha nacido. Lechugas, espinacas,
esprragos, coles de Bruselas, berros, acelgas, coliflores, cardos, mostazas, lindo
perejil, ajos porros, delicioso estragn, arquitecturales alcachofas: una hermana,
una hermana. Menta, tomillo, albahaca qu bonito, albahaca! pimpinela,
romero, mejorana qu bonito, mejorana! una hermana recin nacida, hierbas
buenas de tomar! Y a vosotros tambin, frutos de legumbres, una hermana nueva,
guisantes, pimientos, sandas, habas, lentejas, berenjenas cardenales en los
mercados, calabazas, alcaparras, melones, habichuelas, fresas y fresones.
Las nubes bajas, como techo de algodn en rama, por si algo imprevisto sucediese.
Ella entre sus hierbas y una legumbre de cada especie Una serpiente en el
manzano ms prximo como nico testigo.
S, seor, s, no lo tome usted a broma, una manzana, una manzana grande parida
sin dolor.
Los amargones se partan los tallos para amamantar el fruto recin nacido.
1930
A Gutierre Tibn
En aquel tiempo los chinos crean que los peces eran almas fugadas. Inmviles, los
miraban hora tras hora. Y si un pez atravesaba su imagen reflejada tenan el
convencimiento de que aquel animal era parte de su propio ser. Supongo que el
mito de Narciso tiene cierta relacin con esto.
Vindolos, quietos, frente a frente, sin pestaear, aos y aos, ganaron aquella
impasibilidad de los msculos de la cara que ha llegado a caracterizarlos. Y de
tanto sol se pusieron amarillos. En esa contemplacin, los mejores llegaron a
perder el conocimiento de s mismos. Nadie pensaba entonces que el hombre fuera
la medida del hombre, sino la medida de los peces. De eso no supieron ni Confucio
ni Mencio, ni Chountz, ni Tseyou, ni la reina Nancia, ni su marido el duque, ni el
barn Kan Ki de Lou. Es una historia muy anterior: cuando los peces inventaron la
palabra melancola. Entonces Poseidn era todava un dios muy poderoso, tanto o
ms que Zeus, y no slo reinaba sobre el mar, sino en las entraas de la tierra. Lo
dice Homero, aunque slo habl de odas, tiempo despus. Poseidn el don de
poseer era entonces, todava, el rey de los temblores. Por eso se llama tambin
Enochtithn, el que conmueve la tierra. De Enochtithn a Tenochtitln, no hay ms
que un soplo. Pero no adelantemos acontecimientos.
En esa poca, tan lejana que nadie se acuerda de ella, el lago de Ptzcuaro que no
se llamaba todava as ni de ninguna manera estaba triste, sin peces. Al agua le
gustan los peces porque le divierten y hacen cosquillas en la espina dorsal de la
Tierra. Se los pidi a los ros y a los mares, pero ni unos ni otros podan llegar a l:
estaba demasiado alto. Hubo grandes tormentas en la mar, pero a pesar de todos
los esfuerzos de las olas y sus espumas, stas se quedaron a medio camino. As se
form, entre otras cosas, el golfo de California. El ro Lerma y el ro Balsas
intentaron llegar a l, con la ayuda de sus hijos, el Tepalcatepec, el Carcuaro y el
Tacmbaro que tampoco se llamaban entonces as, pero tampoco pudieron.
Entonces el Viento le dijo al Lago que slo los hombres podan traerle peces. Pero
el Lago no saba qu eran los hombres, ninguno se haba mirado en sus aguas. El
Lago se mora de quieto. El Viento que en l se posaba le tuvo lstima y fue un da
a contrselo al Emperador de la China. Pero el Emperador, sublimado de honra y
dignidad, no le oy, y lo remiti al dios de la Literatura y a su vez ste al de los
Exmenes. Pero debido a la gran burocracia china, el Viento tuvo que ir a
consejo del tercer ministro, el Emperador promulg una ley mandando matar
todos los peces que tuvieran aunque slo fuese una sola escama amarilla, en cien
leguas a la redonda. A los tres meses volvieron a nacer, de padres negrsimos,
algunos pececillos con escamas doradas.
Entonces Fu-No-Po, el famoso desterrado, envi al Emperador un largo
razonamiento que empezaba diciendo:
La noche es larga, pero no interminable.
Las nubes se deshacen en los almendros y las flores miran las nieves eternas de tus
montaas lejanas.
Los pjaros se miran en las aguas quietas de los lagos y bajan raudos creyendo
encontrar el amor.
Luego vuelven a subir ms lentos tras haber formado los crculos de la sabidura y
del desengao, que van a morir en las orillas.
Oh poderossimo monarca del mundo!
Todos los seres miran, el universo est lleno de miradas y aparece cruzado por
ellas, rayado de mil modos.
Los peces tienen ojos y ven. Mas tus peces los que tienes encerrados no
pueden sino ver el jade que los rodea y tienen que reconcomer sus propias
miradas. Y, sabido es, el verde es el color de la envidia, que degenera siempre, y
ms en el otoo, en amarillo.
En eso no se parecen a tus cortesanos que no ven ms all de la punta roma de sus
narices.
Los cortesanos protestaron, pero el Emperador hizo construir un enorme vaso de
cristal para que sus peces negros pudieran ver el mundo. As se inventaron los
acuarios. Pero de nada sirvi. Las escamas doradas siguieron apareciendo y el
Emperador, sobrado de razn, mand ajusticiar al poeta que, gracias a su escrito,
haba regresado a la patria.
Todo hecho tiene una base real. ste era el lema de una famosa escuela filosfica
de Ur. El Emperador hizo venir al ms conocido maestro de esta doctrina. Pero el
filsofo declin la invitacin (pudo hacerlo porque todo un mundo le separaba de
UBA-OPA
Era del Yatenga, all cerca de Onagadougou, tierra adentro. Se deca descendiente
del rey Sonink, el Kaya Magan Siss[10].
Estoy seguro de que me lo cont porque le propuse que se viniera conmigo a
Espaa:
El mar es un crculo encantado, y todo el que lo atraviesa, cambia o perece.
Babua-Op se haba hecho muy amigo mo. No s por qu. La simpata no tiene
nada que ver con los pigmentos epiteliales. Babua rea siempre y me miraba con
ojos picaros. Ojos amarillos y rojos, y un labio inferior que barra con todo, como
una catarata de lava. Me sola sentar a su lado y hablbamos muy largo con pocas
palabras, las que sabamos en el idioma del otro. Por eso, quiz, me figuro haber
odo parte de lo que cuento: no se sabe nunca dnde acaba lo de los dems.
T, negro.
Como me lo repiti varias veces supuse que era para demostrar el aprecio en que
me tena.
Yo, negro contestaba halagado.
T no saber, pero t: negro.
Yo, negro.
Todos negros.
No voy a intentar reproducir su manera de hablar porque sin la mmica sera falsa.
Mi padre deca
No se refera a su padre sino al abuelo de su abuelo o al tatarabuelo de su
tatarabuelo: los blancos no han sorprendido nunca a los negros, ni aun aquellos
portugueses, primeros que buscaron el reino del Preste Juan; tienen la
superioridad del tiempo, siempre igual; tan llano el mar como el desierto, las penas
y las sorpresas no tienen donde agarrarse.
Estbamos all, en aquella rinconada del frica, frente a Fernando Poo. El calor era
lo de menos.
Hubo una vez un negro que era un gran nadador. En el agua resista ms que
nadie. Un da hizo una apuesta que a todos pareci descabellada: ira nadando
hasta la isla. Ninguno lo crey, l se empeaba, hizo una apuesta con el Gran
Sacerdote. Y una maana se fue tranquilamente mar adentro.
Mientras tuvo tierra a sus espaldas no pas nada, pero cuando la perdi de vista
se le acerc una sardina y le dijo al odo:
Negro, negrito, si sigues adelante perders el color
El negro, que se llamaba Uba-Opa lo cual equivale a Santiago no le hizo caso
y sigui nadando. Entonces se le acerc un salmonete y le dijo al odo:
Negro, negrito, no olvides lo que te dijo la sardina. Si sigues adelante perders
el color
Uba-Opa no le hizo el menor caso. Se senta muy animoso y muy tranquilo y
sigui nadando mar adentro. Entonces se le acerc una merluza y le dijo al odo:
Negro, negrito, no te olvides de lo que te dijeron la sardina y el salmonete. Si
sigues adelante perders el color.
Uba-Opa se rea y nadaba, seguro de ganar la apuesta. l conoca muy bien las
tretas del Gran Sacerdote. Entonces se le acerc una lubina y le dijo al odo:
Negro, negrito, no te olvides de lo que te dijeron la sardina, el salmonete y la
merluza. Si sigues adelante perders el color
Uba-Opa no se preocupaba. l estaba seguro de llegar a la isla y de ganar la
apuesta. La verdades que ya haba ido y vuelto antes sin decrselo a nadie.
Entonces se le acerc un besugo y le dijo al odo:
Negro, negrito, no te olvides de lo que te dijeron la sardina, el salmonete, la
merluza y la lubina. Si sigues adelante perders el color
Uba-Opa no quera or, sonrea porque haba dejado una novia en la isla. Una
novia tan bonita como la noche. Nadie lo saba sino l y ella. Uba-Opa nadaba cada
vez ms y mejor. Entonces se le acerc una lisa y le dijo al odo:
Negro, negrito, no te olvides de lo que te dijeron la sardina, el salmonete, la
merluza, la lubina y el besugo. Si sigues adelante perders el color
hizo lo mismo. Entonces Uba-Opa se dio cuenta de que aquella cara era la suya y
se puso a llorar[12].
Decidi volverse en seguida, seguro de que a medida que se acercara de nuevo a
su tierra recobrara su color perdido. Y as se ech de nuevo a la mar nadando da
y noche, noche y da. La ballena se le acerc y le dijo al odo:
Ya te lo dije, y el tiburn, y el pez espada, y el delfn, y la lisa, y el besugo, y la
lubina, y la merluza, y el salmonete, y la sardina. Qu vas a hacer ahora?
Uba-Opa lloraba.
Tendrs que cambiar hasta de nombre
Uba-Opa tena la esperanza de recobrar su color y nadaba y nadaba cada vez
con ms fuerza. Se le acerc el tiburn, que dando vueltas a su alrededor le
susurr:
Ya te lo dijo el pez espada, y el delfn, y el besugo, y la lubina, y la merluza, y el
salmonete, y la sardina. Qu vas a hacer ahora? Tendrs que cambiar hasta de
nombre
Uba-Opa empezaba a cansarse de tanto nadar. Entonces se le acercaron el pez
espada, el delfn, la lisa, el besugo, la lubina, la merluza, el salmonete y la sardina,
y bailndole en coro le dijeron:
Ya te lo dijimos, ya te lo dijimos Tendrs que cambiar hasta de nombre
Uba-Opa sinti cmo el mar se le meta por los ojos y cmo sus brazos ya casi no
le sostenan. Se acordaba de su color y le iban faltando las fuerzas. Cuando ya
estaba dispuesto a morir tristsimo de hacerlo blanco, sus pies tocaron tierra. Y
se encontr en Fernando Poo. Se fue en seguida a casa de su novia, pero sta no le
conoci. Y no quiso saber nada de l. Uba-Opa se mir en el agua y vio con tristeza
que segua siendo blanco. Entonces le cont a su novia todo lo que le haba
sucedido, y su novia le reconoci. Ella quera mucho a Uba-Opa, pero le daba
vergenza su color: le pareca que estaba desnudo, dispuesto para la fiesta de la
Luna Verde, que no poda mirarlo, porque era pecado. Entonces Uba-Opa le
propuso que se fueran a la isla que haba descubierto y cambiaran de nombre sin
decrselo a nadie. Su novia, tras dudarlo mucho, porque quera entraablemente a
sus padres, acab dicindole que s.
A la maana siguiente echaron a nadar hacia el horizonte. Esta vez ningn pez se
les acerc, mientras seguan hacia la estrella fija. La novia fue perdiendo tambin
su color. Uba-Opa la iba mirando mientras nadaba y su corazn sufra. Tras
muchos das y muchas noches llegaron a aquella tierra extraa y no supieron qu
hacer. Anduvieron por largas playas hasta encontrar un hermoso jardn, y en l un
rbol, y en el rbol una fruta que desconocan. No se atrevan a comerla cuando
una anguila se desenroll del tronco y empez a hablarles. (La anguila es un pez
envidioso al que castigaron quitndole las aletas y que desde entonces se arrastra
por el fango). Uba-Opa no quera hacerle caso, pero su novia s.
Lo que sucedi despus lo sabes t mejor que nosotros
Babua-Op no dijo ms de aquello, luego aadi:
Los negros lo ramos todo. Pero un da vinieron los hijos de Uba-Opa y su novia
que, por lo visto, conocan la verdad de la historia. Empezaron a reclamarlo todo
por suyo Qu podamos hacer nosotros? Luego se hicieron los amos. Todo
sucedi porque un negro no le hizo caso a los peces. El mar es un crculo
encantado. Todo el que lo atraviesa, cambia o perece. T no eres ms que un negro
desteido[13]
LA GRAN GUERRA
He aqu que ha llegado la hora de restablecer la verdad con las armas del
adversario.
Nosotras somos las autnticas serpientes ardientes que Jehov envi para morder
al pueblo, como hay prueba fehaciente en su libro.
Nosotras fuimos entonces las vencidas por nuestra representacin. Porque Jehov
dijo a Moiss: Hazte una serpiente ardiente y pona sobre la bandera: y ser que
cualquiera que fuere mordido y mirase a ella vivir.
Fuimos entonces vencidas por nuestra propia imagen, diversin de quien todo lo
puede y fuego del de los mil nombres. Mas aqu la impusimos: base y ejemplo de
la pirmide.
Y Moiss hizo una serpiente de metal y psola sobre la bandera; y fue que, cuando
una serpiente morda a alguno; miraba a la serpiente de metal y viva. Mas aqu no.
Ms tarde, dijo San Ambrosio: Porque la imagen de la cruz es la serpiente de
bronce que era el prototipo del cuerpo de Cristo, de tal modo que, cualquiera
que lo mirase, no morira. Mas aqu somos la representacin de nosotras mismas;
base y ejemplo de la pirmide.
Partieron los hijos de Israel y asentaron campo en Obeoth. Mas quin se preocup
por saber qu fue de nosotras?
Muchas quedaron en Egipto, miles cerca del mar Bermejo, en la tierra de Edom,
cerca del monte de Hor.
Pero la mayor multitud se puso a su vez en camino, siguiendo la gran cintura del
mundo, por los mares y los desiertos.
Vinieron los espaoles y destruyeron, pero en las ruinas se puede vivir. Mas
vinieron los otros con el cemento y el alquitrn, el fierro y los adobes y fueron
carcomiendo sin piedad lo que nos pertenece.
Somos las ms, las que sostienen la tierra, la entraa, lo que queda del mundo tal y
como se hizo, la vida de las piedras, base y ejemplo de la pirmide.
II
Primero era el silencio. Nadie por la llanura. A la derecha, unos cerros bajos. No se
vea nada que no fuese de todos los das. Todo normal, pero nadie respiraba como
de costumbre. Nos ataban las exageraciones del temor. El ejrcito, presa fcil del
miedo, no tena ms idea que huir. Los oficiales superiores no tenan fuerza para
combatir los terrores y abandonaban todas sus funciones militares. Lo nico que se
les ocurra era enviar partes pidiendo refuerzos para salvar sus banderas y los
tristes restos de un ejrcito destruido por el pavor. Prometan esperar, defenderse
hasta morir. Mentan, sabindolo. La cobarda se enseoreaba. Todo eran
reuniones vanas.
El horizonte se mova. Surgan las terribles voces infernales: Estamos
cercados!. Todos salan huyendo segn sus medios.
Soy de los pocos que, desde cierta altura, he visto adelantar el ejrcito enemigo. La
impresin de advertir cmo se mueve y anda la tierra es irresistible. El pelo se
eriza, las piernas de piedra. Todo se vuelve pasivo. La sensacin del riesgo, de la
inminencia del peligro incontenible, la amenaza de sentirse vendido sin remedio,
de estar con el agua al cuello, paralizado, puede ms que todo. Porque la muerte
no basta para ellos. Son ms. Todos nuestros artificios son intiles: son ms. La
mortandad debi ser espantosa, pero pasan, adelantan: son ms.
El pnico se retorca en el aire como una serpiente enorme; se lo llevaba todo por
delante. Pavor, no ante lo desconocido, sino ante lo visible, lo palpable. Ojal
hubiera sido una fabulosa manada de bisontes. Pero esa humanidad fra
avanzando, incontenible Espeluzno invencible.
Yo las he visto, avanzan como un mar, recubrindolo todo, a ras de tierra. Nada les
detiene, menos el agua: pasan los ros a nado, elegantemente, como si nada.
Todos acoquinados, intiles, clavados por el horror, mutilados. La vergenza, la
timidez, la cobarda, los temblores se anudan y machihembran. Dnde meterse?
Quin no se amedrenta vindolas progresar ininterrumpidamente? Y no tienen
problemas de abastecimiento: teniendo hambre se entredevoran y siguen. Son el
diablo.
Avanzan, se rebasan, progresan, renovando sin cesar la vanguardia. Nunca se
rezagan, su movimiento progresa uniforme. Millones de cabezas, de ojos, de
lenguas, ganando tierra, siempre idnticas, cubriendo cuanto se ve con sus
ondulados cuerpos viscosos.
Contaminan la tierra, emponzoan las mejores obras, revuelven el mundo,
LA GRAN SERPIENTE
Vol la torcaz, dispar. Cay como una piedra negra, mi perro fue a recogerla,
entre breales. Reapareci ciando, arrastrndose, gruendo; tiraba de algo largo,
oscuro, que principiaba. El animal retroceda con esfuerzo, ganando poco terreno.
Fui hacia l.
La tarde era hermosa y se estaba cayendo. Los verdes y los amarillos formaban
todas las combinaciones del otoo; la tierra, friable y barrosa con reflejos
bermejones, se abra en surcos, rodeada de boscajes. Suaves colinas, alguna nube
en la lontananza.
El perro se cansaba. De pronto, le relevaron grandes cilindros, enormes tornos de
madera alquitranada que giraban lentamente enroscando la serpiente alrededor de
su ancho centro. Era la gran serpiente del mundo; la gran solitaria. La iban sacando
poco a poco, ya no ofreca resistencia, se dejaba enrollar alrededor de aquel
cabestrante de madera que giraba a una velocidad idntica y suave.
Cuando el enorme carrete negro no pudo admitir ms serpientes, pusieron otro y
continuaron. Se bastaban dos obreros, con las manos negras.
El perro, tumbado a mis pies, miraba con asombro, las orejas levantadas, la mirada
fija: Era la gran anguila de la tierra, le haba cogido la cola por casualidad.
Me sent a mirar cmo caa infinitamente la tarde, morados los lejanos encinares,
oscura la tierra, siempre crepsculo. Segua sosteniendo la escopeta con una mano,
descansando la culata en la muelle tierra.
Cuando se llenaron muchos carretes, la tierra empez a hundirse por partes, se
suma lentamente, resquebrajndose sin estrpito; combas suaves, concavidades
que, de pronto, se hacan aparentes; metase a lo hondo donde antes apareca llana,
nuevos valles. La edad pens, los amigos. Pero no caba duda de que, si
seguan extrayendo la gran serpiente, la tierra se quedara vaca, cscara arrugada.
Apunt con cuidado a los dos obreros, dispar. El ltimo torno empez a
desovillarse con gran lentitud, cay la noche. La tierra empez de nuevo a respirar.
TRAMPA
al cuello y perder pie. Pero an tengo tiempo. Tengo que calcular, discurrir, con
calma. En el recuerdo est la solucin. Yo vena por el corredor y vi la puerta
entornada. Por qu entr? No. ste es mal camino. Lo pasado, pasado. Lo malo es
que no hay dnde sentarse. Cuidado con las equivocaciones! Y contar con los
dedos: primero, segundo, etctera.
Bien, he aqu el orden. Pero para qu sirve si he cado en una trampa? Lo primero:
no perder la compostura. Afeitarse todas las maanas.
Estoy cercado, sin salida. Pero, ante todo, no desesperar. Antever los
inconvenientes y suputar con los dedos. No echar la culpa a nadie.
Si por lo menos hubiese dnde sentarse. Siempre se puede uno sentar en el suelo.
Pero si se sienta uno en el suelo todo est perdido. Hay que tocar la pared con los
nudillos, ver a qu suena.
Sorda, como era de esperar. Mudo muro, de tierra, lleno sin hueso.
Que no llegue la clera. Alto a la sinrazn! Empieza en los pies, y sube
enroscndose. Estoy encerrado sin que nada lo justifique. Nadie lo poda prever.
Por qu entr? Cuidado con mi sangre. La sangre no atiende razones. Y lo que
importa aqu es la razn. La razn de la trampa. Nadie lo poda prever, ms que
yo. Entonces, hay que creer en Dios slo cuando se cae en una trampa?
No dejar una flor sana. Despachurrarlo todo. Porque no hay derecho.
Hay que suponer que me buscarn. La salvacin vendr de afuera. Es vergonzoso,
pero sin remedio. Entonces, hay que esperar, sentado en el suelo? Y si me
olvidan? Las sabandijas que estn encovadas en la pared.
Y de dnde viene la luz, si no hay resquicio que le deje paso?
Lo espantoso era que haba perdido la voz.
EL FIN
LA LLAMADA
LA VERRUGA
A Al Chumacero
que no todas son as. Aunque yo me llev muy mal con mi suegra y no conozco
ningunas que se lleven bien, a menos que ambas tengan queja de la misma persona.
Total, se qued soltero y vivamos tan ricamente hasta que le sali aquella verruga.
Ni l mismo pudo precisarme nunca cuntas veces se la arranc de cuajo, no lo
recordaba; lo cierto es que se reproduca cada vez ms de prisa y mayor. Hasta el
punto que lleg a nacer y crecer desmesuradamente en una sola noche. Usted no
ha visto nunca una verruga de cerca? No es hermosa, no. A menos que crea,
caballero, que es hermosa o puede serlo una piedra pmez.
No ha visto nunca una piedra pmez de cerca? No ha visto nunca una verruga
con lupa? Hablo de una verruga corriente, mrela con un cristal de aumento, se lo
recomiendo: es una pea, un menhir, una roca, una estalagmita, un mundo de
piedra pmez, un universo desolado, una corteza enferma que se abulta como una
buba cerrada, lava que se levanta y barre con todo, pero lava verdadera, humana,
sin volcn a la vista.
Aquella verruga fue creciendo, creciendo, creciendo, hacindose enorme,
caballero, hasta que le impidi salir a la calle. Llena de surcos, de ranuras, de
lorzas, de plisados, de fruncidos, de recogidos, pero de piedra, de piedra vieja,
arrugada; como si dijsemos escarolada: cralo o no, aquella verruga se lo comi;
lo recubri todo, absolutamente todo hasta convertirlo en una enorme piedra
pmez. Ah la tengo. Quiere verla, caballero?
Le advierto que no es del tamao de un hombre normal, no: a medida que la
verruga le iba recubriendo, mi hijo se encoga, aunque no perdi gran cosa de su
peso, qu cree, caballero, fue por la prdida de agua? De verdad no quiere ver a
mi hijo convertido en una gran piedra pmez? Le advierto que no pasa del tamao
de un guarda cantn y de que, si yo no lo hubiese visto, nadie creera que ese
moln es mi hijo; ahora bien, si usted, caballero, lo mira con lupa, no hay
equivocacin posible: es idntica a la verruga que lo fue recubriendo, la
excrecencia es la misma, petrificada: rasca y raspa igual. Ah lo tengo guardado, no
se lo enseo a nadie, para qu?, no le parece, caballero? Pero si usted quiere
verlo
Le sali una verruga, la tronch y sta creci, creci y se lo comi; bueno
comrselo no: lo recubri, como un fsil. Usted no cree, caballero, que alguien
rasc, tal vez, un monte o lo cort, o lo tal y ste se enfureci y le ech la lava por
montera? Claro, usted no lo sabe, ni yo tampoco; pero, a veces, me pongo a pensar
de que quiz la luna es una gran verruga, una verruga se da usted cuenta,
LA LANCHA
l deca que era de Bermeo, pero haba nacido del otro lado de la ra de Mundaca.
Lo que pasaba era que aquel casero no tena nombre, o varios, que es lo mismo.
Esas playas y escarpes fueron todo lo que supo del mundo. Para l el Finisterre se
llamaba Machichaco, Potorroarri y Uguerriz; el Olimpo, Sollube; Pars, Bermeo; y
los Campos Elseos, la Alameda de la Atalaya. Su mundo propio, su Sahara, el
Arenal de Laida y el fin del mundo, por oriente, el Ogoo, tajado a pico por todas
partes, romo y rojizo. Ms all estaba Elanchove y los caballeritos de Lequeitio, en
el infierno. Su madre fue hija de un capataz de una fbrica de armas de Guernica.
El padre, de Matamoros y minero: no dur mucho. Lo llamaban El Chirto quiz
porque era medio tonto. Cuando se puso malo dej las minas Franco-Belges des
Mines de Somorrostro y se vino a trabajar en una serrera. All, entre mquinas
de acepillar y manchihembrar, creci Erramn Churrimendi.
Lo que le gustaba eran las lanchillas pequeas de vapor, las boniteras, las traineras
para la sardina. Los aparejos de pescar: los palangres, los cedazos, las nazas, las
redes. El mundo era el mar y los verdaderos seres vivos las merluzas, los congrios,
los meros, los atunes, los bonitos. Sacar con salabardo el pescado moviente; pescar
anchoas o sardinas con luz o al galdeo, atn y bonito con curricn, a la cacea.
Con slo poner el pie en una barca, se mareaba. No tena remedio. Acudi a todas
las medicinas oficiales y escondidas, a todos los consejos dichos o susurrados. A
don Pablo el de la botica, a don Saturnino el del Ayuntamiento, a Cndida
la criada de don Timoteo, al mdico de Zarauz, que era de Bermeo. No le
vali: con slo poner el pie en una barca, se mareaba. l mismo recurri a cien
estratagemas: embarcarse en ayunas, bien almorzado, sobrio, borracho, al desvelo;
y aun a los ensalmos que le proporcion la Sebastiana, la del arrabal; a las cruces, a
los limones, al pie derecho, al izquierdo, a las siete en punto de la maana, al
cuarto creciente, a las mareas, a los amuletos, a las yerbas, al da de la semana, a las
misas y padrenuestros, a la sola voluntad y sueo propio: Ya no me mareo, ya no
me mareo. Pero no tena remedio. Tan pronto como pisaba una tabla moviente, se
le revolva el adentro, perda la nocin de s mismo y se tena que acurrucar en una
esquina de la lancha procurando pasar inadvertido de los pescadores que lo
llevaban. Pasaba unos ratos terribles. Pero no era de los que desmayaban y durante
aos intent repetidamente la aventura. Porque, claro, la gente se rea de l poco,
pero se rea de l. Luego se aficion al vino, qu iba a hacer? El chacol es un
remedio. Erramn no se cas, ni siquiera le pas por las mientes el hacerlo. Quin
se iba a casar con l? Era un buen hombre. Eso lo reconocan todos. Y tampoco
tena la culpa de nada. Pero se mareaba. El mar jugaba con l sin derecho alguno.
Dorma en un barracn, cerca de la ra. Aquello era suyo. Hubo all un hermoso
roble si digo hubo, por algo ser. Era un rbol de veras esplndido. Alto
tronco, altas ramas. Un roble como hay pocos. El rbol era suyo y cada da, cada
maana, cada noche, al paso, el hombre tentaba el tronco como si fuese la grupa de
un caballo o el flanco de una mujer. A veces hasta le hablaba. Le pareca que la
corteza era tibia y que el rbol le quedaba agradecido. La rugosidad del tronco
corresponda perfectamente a la epidermis carrasposa de las palmas de las manos
de Erramn. Se entendan muy bien l y su roble.
Erramn era un hombre muy metdico. Trabajaba en lo que fuera con tal de que no
fuese lo mismo. Lo haca todo con voluntad y aseo. Le llamaban para cien faenas
distintas: componer redes, cavar, ayudar en la serrera que fuera de su padre; lo
mismo alzaba una barba que calafateaba o se ganaba alguna peseta ayudando a
entrar el pescado. No decir que no a nada. Adems Erramn cantaba, y cantaba
bien. En la taberna le tenan en mucho. Una de sus canciones en vasco deca:
Todos los vascos son iguales.
Todos menos uno.
Y a se qu le pasa?
se es Erramn.
Y es igual a los dems.
Erramn so una noche que no se mareaba. Estaba solo en una barquichuela, mar
adentro. La costa se vea fina y lejana. Slo el Ogoo, rojo, reluca como un sol falso
que se hundiera tierra adentro. Erramn era feliz como nunca lo fue. Se tumb en
el fondo de su lancha y se puso a mirar las nubes. Senta en su espalda el vaivn
inmortal del mar que le meca. Las nubes pasaban veloces empujadas por un
viento que le saludaba de largo. Las gaviotas dando vueltas le gritaban su
bienvenida:
Erramn, Erramn!
Y otra vez:
Erramn, Erramn!
LA GABARDINA
Tiene fro?
No.
Arturo no se atreva a pasar su brazo por los hombros de la muchacha como era su
deseo y, crea, su obligacin.
Tiene las manos heladas.
Siempre.
Si se atreviera a abrazarla, si se atreviera a besarla! Saba que no lo hara. Tena
que hacerlo. Llam a rebato todo su valor, levant el brazo e iba a dejarlo caer
suavemente sobre el hombro contrario de Susana cuando a la luz pasajera de un
reverbero, vio cmo le miraba, los ojos transparentes de miedo. Ante la splica
Arturo se dej vencer, encantado; se contentaba con poco, lo sucedido le bastaba
para muchos das. De pronto, Susana se dirigi al cochero con su voz dulce y
profunda:
Pare, hgame el favor.
Todava no hemos llegado, seorita.
No importa.
Vive usted aqu? pregunt Arturo.
No. Unas casas ms arriba, pero no quiero que me vean llegar. O que me oigan
Baj rpida. Segua lloviendo. Se arrop con la gabardina como si sta fuese ya
prenda suya.
Maana la esperar aqu, a las seis.
No.
S, maana.
No contest y desapareci. Arturo baj del coche y alcanz todava a divisarla
entrando en un portal. Se felicitaba por haberse portado como un hombre. De eso
no le caba duda. Estaba satisfecho de la entonacin autoritaria de su ltima frase
con la que estaba seguro de haberlo solucionado todo. Ella acudira a la cita.
Adems, no se haba llevado su gabardina en prenda?
Fue su primera noche verdaderamente feliz. Se regodeaba de su primicia, de su
autntica conquista. La haba realizado solo, sin ayuda de nadie, la haba ganado
por su propio esfuerzo. Sera su novia. Su novia de verdad. Su primera novia.
Todo era nuevo.
A las cinco y media del da siguiente paseaba la calle desigualmente adoquinada.
La casa era vieja, baja, de un solo piso, lo cual le tranquiliz porque hubo
momentos en los que le preocup pensar que viviesen all varias familias. El cielo
no se haba despejado, corran gruesos nubarrones y un vientecillo cicatero. Me
devolver la gabardina, pens sin querer. (La noche anterior su madre pudo
suponer que la haba dejado colgada en el perchero. Pero hoy tena que volver para
cenar y tendra que explicar su llegada a cuerpo).
Tocaron las seis en Santa gueda. Segua paseando arriba y abajo, sin impaciencia.
Empez a llover. Se resguard en un portal frontero al de la casa de su amada. Las
seis y media. Arreciaron lluvia y viento. Se levant el cuello de la chaqueta. Las
gotas hacan su ruidillo manso en el empedrado brillante de la calle solitaria.
Tocaron las siete, seguidas, mucho tiempo despus, por la media. Haca tiempo
que la noche haba cado. Tocaron los ocho. Entonces se le ocurri una idea: por
qu no presentarse en la casa con el pretexto de la gabardina? Al fin y al cabo, era
natural.
Pensado y hecho. A lo ms que alcanzaron sus piernas atraves la calle, penetr en
el portal. El zagun estaba oscuro. Llam a la primera puerta que le pareci la
principal. Se oyeron pasos quedos y entreabrieron. Era una viejecilla simptica.
Usted dir?
Mire usted, seora
Pase.
Arturo entr, un poco asombrado de su propia audacia, aconchado en su timidez.
Sintese. Usted perdonar. No esperaba visita. Viene tan poca gente. No veo a
nadie.
Era el mismo tono de voz, la misma nariz, el mismo vulo de cara. Deba ser su
madre, o su abuela.
No est la seorita Susana?
La viejecita se qued sin poder articular palabra, asombrada, lela.
No est?
La anciana susurr temblorosa:
Por quin pregunta?
La voz de Arturo se hizo ms insegura.
Por la seorita Susana. No vive aqu?
La vieja le miraba empavorecida. Desasosegado, Arturo sinti
monstruosamente su desconcierto por el espinazo. Intent justificarse.
crecer
Anoche le dej mi gabardina. Me pareci verla entrar en esta casa Es una joven
como de dieciocho aos. Con los ojos azules, azules claros.
Sin lugar a dudas, la vieja tena miedo. Se levant y empez a retroceder mirando
con aturullamiento a Arturo. ste se incorpor sin tenerlas todas consigo. Por lo
visto la desconfianza era mutua. La vieja tropez con la pared y llev su brazo
hacia una consola. El muchacho sigui instintivamente la trayectoria de la mano,
que no buscaba sino apoyo; al lado de donde se detuvo temblorosa, las venas
azules muy salientes en la carne traslcida y manchada de ocre recordando que
el orn no es slo signo de hierro carcomido sino de la vejez, vio un marco de
plata repujada y en l a Susana, sonriendo.
La anciana se deslizaba ahora hacia la puerta de un pasillo, apoyndose en la
pared, sin darse cuenta de que empujaba con su hombro una litografa ovalada en
un marco de bano negro que, muy ladeada, acab por caerse. Del ruido y del
susto anterior la vieja se desliz, medio desvanecida, en una silla de reps rojo
obscuro. Arturo adelant a ofrecerse en lo que pudiera. En su atolondramiento
haba ms asombro que otra cosa. Sin embargo, pens: Le habr pasado algo a
mi gabardina?. La viejecilla le mir adelantarse con pavor; pareca dispuesta a
gritar pero el hlito se le fue en un ayear temblequeante.
Qu le sucede, seora? Le puedo ayudar en algo?
estaba ya de vuelta.
Salieron. Haba dejado de llover, la noche estaba clara entre nubes que huan.
Subiendo alcor arriba hasta llegar a la explanada donde estaba el camposanto, los
pies se les pusieron pesados del lodo. El viento haba amainado, el frescor de la
tierra lo rejuveneca todo. Llamaron en vano. Por lo visto el guardin haba salido
o se haba dormido profundamente. Arturo porfi en volver: la crea bajo su
palabra. (Deba de ser muy tarde. Su madre le estara esperando). Iban a marcharse
cuando la viejecilla hizo un ltimo intento y se dio cuenta de que la verja slo
estaba entornada. Como era de esperar, los goznes chirriaron detenindoles, por si
acaso, sin saber por qu. Entraron. No haba luna, pero la luz de las estrellas
empezaba a ser suficiente para discernir las sendas y los cipreses. Los charcos
brillaban. Las ranas. Avanzaron sin titubeos hasta llegar ante una larga pared. Los
nichos recortaban sus medios puntos de ms sombra.
Tiene usted una cerilla?
Arturo tent su bolsillo, sac su fosforera, rasc el mixto, y a la luz vacilante, que
adquiri en la obscuridad una proporcin desmesurada, pudo leer, tras un cristal:
AQU DESCANSA
SUSANA CERRALBO Y MUOZ
FALLECI A LOS DIECIOCHO AOS
EL 28 DE FEBRERO DE 1897.
Rascay,
cuando mueras:
qu hars t?
T sers
un cadver
nada ms.
Rascay,
cuando mueras:
qu hars t?
Arturo ech a correr. Luego, como siempre, pasaron los aos. (Con mudos pasos el
silencio corre, como dijo Lope).
El joven, que pronto dej de serlo, se hizo muy amigo de la viejecilla. En su casa,
mientras las tardes se iban a rastras, cojeando, hablaban interminablemente de
Susana. Muri hace poco, soltero, virgen y pobre. Lo enterraron en el nicho vecino
del de la muchachita sin que nadie lograra explicarse su intransigente deseo. La
vieja desapareci, no s cmo; la casa fue derruida.
La gabardina pas de mano en mano sin deteriorarse. Era una de esas prendas que
heredan los hijos o los hermanos menores, no cuando le quedan pequeos a los
afortunados o crecidos, sino porque no le sientan bien a nadie. Corri mundo: el
Rastro en Madrid, los Encantes de Barcelona, el Mercado de las Pulgas en Pars,
estuvo en la tienda de un ropavejero, en Londres. Acabo de verla, ya confeccionada
para nio, en la Lagunilla, en Mxico que los trajes crecen y maduran al revs.
La compr un hombre triste para una nia blanca y ojerosa que no le soltaba la
mano.
Qu bien le sienta!
LA FALLA
Arturo Carbonell era hombre algo, narign, algo echado para adelante por el peso
de una espalda ms desarrollada de lo que debiera, despacioso, pasicorto, con una
mirada un si no es desconfiada, recelosa de un mundo demasiado grande. Era
hombre de bien, que saba muchas cosas, perspicaz y de pocas palabras, casi
siempre dichas en voz baja. Le o asegurar, alguna vez, cosas inciertas para todos
que, quiz por el solo hecho de que l las dijera y con ello pusiese en el buen
camino a los interesados, se realizaron. Su roncera le atraa reclamaciones, l sola
decir entonces, lentamente: Descuide, yo siempre llego a tiempo. Era cierto. No
fue zahor pero daba por hecho lo que estaba por hacer, sobre todo si estaba en su
mano: La voluntad es la mejor consejera, era otro de sus tranquillos.
Viudo, fontanero aprendiz, oficial, patrn, haba nacido en Chirivella hacia el
ao 75, muri en Valencia el 36: atropellado por un coche cuando ya no tena nada
que hacer en el mundo, su hijo ya crecido. Si lo supo de antemano no hizo nada
por evitarlo.
All por el 17 o 18, la noche de San Jos Amparo, la criada, haba ido a Burjasot a
felicitar a su hermano Pepe y no volvera hasta el martes, not un inconfundible
olor de gas, en la cocina de su casa, y se puso a componer la caera. Su hijo le
apremiaba para salir. La verdad es que poda haber cerrado la llave de paso y
dejado el arreglo para el da siguiente. Sea por morosidad, por aficin profesional o
por rebelda inconsciente ante las prisas del muchacho, quiso acabar el trabajo. El
ruido de las tracas entre el lejano rebombar de los cohetes le decidieron al fin, a su
pesar.
Vamos a llegar tarde.
No te preocupes: yo siempre llego a tiempo.
En Valencia, la noche de San Jos no es noche, sino da. La algazara hace vez de
luz. Participan las paredes y los rboles del alrededor, hcense las cosas ms
ligeras, alborotando; anda todo puesto en cantares y coplas, scase cualquier
menudencia a plaza, todo es pregn y arde: si la madera ms despacio y el cartn
con cierta lentitud, la tela se inflama en un dos por tres, la cera se derrite, la paja se
abrasa, todo se consume hacia lo alto, en llamas que se apoderan del monumento
entero y del nimo de los espectadores antes de cualquier otra cosa, cebo vivo.
Qu bien arde!
Qu bien se quema!
Y lo que se abrasa son los miles de ojos que ven quemarse la falla.
El fuego alegra los ojos y sosiega el alma, y ms si se le espera. Que un cartn,
una tela, un papel, un madero puedan convertirse sin ms en llama es un hecho
tan extraordinario y fuera de lo racional (no habiendo sido inventado por el
hombre), que no existe mente capaz de suponerlo de antemano. Que una vela, un
trapo, una hoja seca pueda revertir en tanta hermosura inmaterial es milagro. (De
la llama al alma no va nada, ni un paso, a lo sumo un traspaso). No hay
transubstanciacin ms sorprendente; si no estuvisemos acostumbrados a ellos,
qu mayor prueba de la existencia de Dios? Saban, Zeus y su cuerda, lo que
hicieron con Prometeo, por cuanto les hurt. Por eso el fuego siempre produce
cierta suspensin del nimo. Nuestros antepasados, por una razn u otra, tienen
que ver con l.
Eso iba diciendo, suficiente, don lvaro Gamn aquel que fue promesa de todo,
en prosa y en verso, y no fue nada, profesor de psicologa, lgica y tica del
instituto, a dos de sus alumnos que le haban arrastrado a presenciar el
espectculo. No le hacan mayor caso, encandilados por la gran hoguera. Yo era
uno de ellos.
Cunta gente! La calle de las Barcas rebosaba, hasta untar en las paredes
centenares de hombres, mujeres, nios que se alzaban a cuanto ms podan para
ver mejor; los ms pequeos se aprovechaban de su corta talla: eran los mejor
colocados, a horcajadas y aun de pie sobre los hombros de sus progenitores. Otros,
ya mayores, aprovechaban los faroles, encaramados en equis; la mayora envidiaba
a los aristcratas de los balcones, apretujados all a cuanto ms no podan. (Segn
la condicin: Vendris a ver quemar la falla? Os esperamos a cenar. No
tendris un lugar para Purita?, tiene muchas ganas de ver quemar la falla y su
padre no la deja estar en la calle a esas horas, con tanta gente. No, mujer, no; no
faltaba ms, nosotros llevaremos una botellita de ans). No se poda dar un
paso. El monumental armazn se consuma. Cay su estructura con lenta elegancia
alzando miradas de chispillas doradas en el oro claro de las llamas retorcidas que,
de pronto, se realzaron rojas.
Qu bien se quema!
Arturo Carbonell, llevando a su hijo de la mano, desemboc en ese preciso
momento de la calle de Pascual y Gens. Senta, a travs de su mano, el
desconsuelo del nio; le dio una pena increble, como si, de repente, el muchacho
se hubiese marchitado, y se aviv ms su amor. Le pesaba su culpa, y la tristeza del
LA INGRATITUD
Era ya vieja cuando tuvo una hija. El marido muri a los pocos aos y ella fue
cuidando su retoo como a la nia de sus ojos.
Era una muchachita desmedrada, de ojos azules, casi grises, mirada perdida,
sonrisa indiferente, dcil, de pelo lacio, suave, voz lenta y gravecilla.
Gustaba permanecer cerca de su madre, ovillar la lana y ayudarle a coser.
Vivan ambas en una casa humilde, a orillas de la carretera, que debi ser, en otro
tiempo, de pen caminero.
La madre bordaba para poder vivir. Cada quince das pasaba un cosario que le
dejaba unas telas y se llevaba otras llenas de bodoquitos y deshilados. El cosario
muri a consecuencia de las heridas que, a coces, le propin un burro, furioso por
una picada de tbano, en una venta del camino. Desde entonces, con la misma
regularidad, apareci su hijo. Cuando Luisa cumpli diecisiete aos, Manuel se la
llev. Como la vieja era tan pobre, no pudieron celebrar la boda; pero dio a su hija
cuanto tena: los cacharros de la cocina, un traje negro y una sortija de latn que su
difunto le haba regalado cuando fue a la feria de Santiago.
Luisa era todo lo que en verdad tena. Sintindose encoger, la vio subir a la
carretera del cosario y perderse en la lejana. Cuando doblaron, al final de la lenta
bajada, ya haca tiempo que slo divisaba el polvo que levantaban las patas del
mulo y las ruedas de la galera.
La vieja se qued sola, ni un perro tena, slo algunos gorriones volaban por los
campos; alfalfa a la derecha y trigo ralo a la izquierda de la carretera.
Se qued sola, completamente sola. Bordaba menos porque sus ojos se llenaban de
lgrimas recordando a Luisa. Los primeros das, su hija le hizo saber, por Manuel,
que era muy feliz, y le mand una cazuela con un dulce que haba hecho. A los seis
meses el hombre le dijo que pronto esperaba un nio. La vieja llor durante una
semana; luego tom ms trabajo para poder comprar tela y hacer unas camisitas y
unos paales para su nieto. Manuel se los llev, muy agradecido. La vieja siempre
tuvo la seguridad de que sera un nieto, y no se equivoc. Unos meses despus de
su nacimiento, Manuel le dijo que iba a tomar un arriero para que la ayudara en su
negocio, que prosperaba. Dos semanas ms tarde, en vez de Manuel vino Luis, un
mocetn colorado y tonto que cantaba siempre la misma cancin:
El bombo dombn,
la lomba dombera,
Quin fuera lanzn!
Quin lanceta fuera!
Manuel y su mujer se fueron a vivir ms lejos y ni siquiera Luis pudo dar noticias a
la vieja. Supona, sencillamente, que estaban bien. La vieja se reconcomi poco a
poco. Los hijos son as, se deca para consolarse, pero recordaba cmo se haba
portado con su madre. Se quedaba horas y horas sentada a la orilla del camino
esperando que apareciese alguien que le trajera noticias de su hija y de su nieto,
pero no vena nadie y la vieja se iba secando.
Nunca tuvo gusto para muchas cosas, pero dej de hacer lo poco que haca: sin
comer, sin dormir, luchaba contra la palabra ingratitud que le molestaba como una
mosca pertinaz; espantbala de un manotazo, pero volva sin cesar, zumbando.
Los hijos son as, se deca, pero ella se acordaba de cmo se haba portado con su
madre. Seca, sin moverse, se convirti en rbol; no era un rbol hermoso: la corteza
arrugada, pocas hojas, y stas llenas de polvo; pareca una vieja ladeada en el
borde del camino.
El paisaje era largo y estrecho, las montaas, peladas, grises y rojizas a trechos; la
carretera bajaba lentamente hacia el valle, slo verde muy abajo, donde torca el
camino, cerca del riachuelo tachonado de cantos.
Era un rbol que no tena nada de particular, pero era el nico que haba hasta la
hondonada. Todava est all.
RECUERDO
Claro est que nosotros nunca hemos tenido principios. Ni hay razn para que los
tuviramos. Vivimos cerca de la playa, en una casa de madera, con algunos pinos
alrededor. Margarita se empe a ir a pasar sus vacaciones en la casa de al lado.
No es que est cerca, pero como no hay otra que nos separe, somos vecinos. No
hablbamos con ellos, no por nada: no somos orgullosos, no. Ellos son negros,
como nosotros, y no haba pasado nada, pero no nos hablbamos: cosas que
suceden. Margarita se empe en ir, y fue. Yo no estaba tranquilo, ella se rea de
m. Por si acaso quedamos en que si algo le sucediera, me llamara.
Ella no era fcil de colocar, con todo y ser blanca: tena bastante mala reputacin
por el contorno. Bueno. La cosa es que, al ir a la escuela, la dej en casa de los
Walter y no entr en clase. Pasaron las horas y me reconcoma. Anduve por la
playa, pas frente a la casa y como no se vea a nadie me puse nervioso. Mir a
travs de la cerca de caas: el jardn estaba tan descuidado y sucio como siempre,
con trozos de peridicos arrugados entre viejas latas de conservas abiertas y vacas,
cubiertas de orn, tiradas entre maderos y yerbajos que crecan como podan por la
arena llena de cascotes. Una palmera esqueltica, unos arbustillos de nada, unas
gallinas picoteando.
Por la noche no pude ms y decid que algo haba pasado. Cog un gran trozo de
carne cruda en la cocina y me fui acercando como un asesino al jardn de los
Walter. O a Margarita cuchichear con alguien, que no poda ser otro que Sostenes,
entonces les ech la carne, o cmo caa en el suelo, entre ellos.
Nunca me lo ha perdonado porque, segn me dijo, estaba a punto de casarse con
Sostenes, y mi trozo de carne deshizo la boda. Cuando me pongo a pensar en ello
no acabo de comprenderlo, porque, ya lo dije, ellos no tienen prejuicios y esa carne
era carne de res, un trozo cualquiera, buena, roja, no podrida. Pero no se casaron.
Yo tena entonces doce o trece aos eso nunca se sabe, y Margarita ya andara
por los veinticinco o los veintisis.
LA RAMA
La rama de un arbusto. Una rama oscura, de ms o menos una vara de largo, una
rama tierna de no s qu especie, de no s qu gnero, por lo que no puedo decirte
el nombre. Si te sirve de algo, haz una lista y te ir diciendo que no era laurel, ni
madreselva, ni arrayn, ni mirto, ni boj, ni madroo, ni parra, ni retama, ni brezo,
ni jara. Era mayor, sin llegar a rbol. La tierna rama se cort con dificultad, no de
golpe: hubo que retorcerla, tena vida, no quera dejar de ser lo que era. Pareca
tener pas espinosas, no eran sino blandos brazuelos de la misma rama. Ni espino,
ni escaramujo, ni zarza. Acacia sin rancajos, moral sin dientes, rosal sin espinas. No
planta rara por nada se distingua mas nadie la conoci.
Ola a epazote: no sabes lo que es, hierba aromtica del otro mundo. Una rama
hermosa, con renuevos por todas partes.
Lentamente empez a moverse. No me crees. Se empez a mover por s sola,
empujada tal vez por su olor, quiz por el recuerdo. (No quiero ni pensarlo. Te
das cuenta?, porque si entonces, a su vez). Se empez a mover. Cmo se mueve
una rama, una rama sola, negra, sin espinas ni pas, mdula negra, a remolque de
s?
Ech hacia adelante, arrastrndose atareada, menendose en continuo
movimiento. Qu hace crecer la eternidad, la calma o el vaivn, la inmovilidad o
la agitacin? No lo sabes. Ahora aprendiste algo, no pidas demasiado. Se movi y
se troc. O al revs. Se torci: de lo que era a lo que fue. Todo cambia y se
convierte; a ver cundo te toca. Todo cambia menos el viento. Confate, aunque
slo fuese por eso: el viento no cambia sino las cosas: la sierpe, de la rama (de raz
le vena). Lo vi con estos ojos que esperan mirarte.
Cort la rama, la dej a mis pies, y la rama empez a moverse, mudada. Como
tena que ver, tuvo ojos; que acabar, cola. Como lo vi te lo cuento, como sucedi te
lo digo. Fue mal trueque? Me dej asombrado, an lo estoy, no son mudanzas
diarias; si no dnde pararamos? Aseguran que nunca est una pelota mucho
tiempo en una misma mano. Gran consuelo para el maana.
Pensndolo no halla justificacin, mas vindolo te aseguro que pareci natural,
nadie se llam a engao. Las pas o lo que fueran vinieron a escamas. Ahora,
sabindolo, no puedes extraarte de su falta de firmeza y constancia. Si mudan las
EL MONTE
Notas
El lector curioso puede ver el excelente estudio de Csar A. Molina (La revista
Alfar y la prensa literaria de su poca, 1984) sobre esta revista, o repasarla casi
enteramente en la edicin facsmil realizada por este mismo investigador y crtico.
Y decimos casi enteramente porque precisamente el nmero 60, de agostoseptiembre de 1926, en el que apareci Caja, deba incluirse en el ltimo tomo de
esa edicin facsmil que, hasta ahora, no ha sido publicado. <<
[2]
[4]
El archivo-biblioteca Max Aub de Segorbe ha hecho una muy til edicin escolar
con un extenso estudio introductorio de M. A. Gonzlez Sanchs y otros (SegorbePaterna, 1993) que contiene alguna reproduccin facsmil de las ilustraciones. <<
[5]
Nos permitiremos anotar que este relato, ledo nicamente en su ttulo, provoc
graves consecuencias no slo en la dificultad que ms tarde tuvo Aub para obtener
un visado siquiera fuese temporal para visitar Espaa, sino incluso en quienes,
desempeando un cargo de funcionario de Espaa en el extranjero, tuvimos la
desvergenza de relacionarnos con Aub e invitarlo a dar una conferencia en la
Universidad de Quebec, all por los comienzos de los sesenta, cuando ya el relato
en cuestin llevaba ms de dos aos publicado. <<
[7]
[10]
Entre las varias versiones del mismo cuento, que luego recog, alguna acaba en
este punto y con esta frase: Entonces la ballena se lo trag. <<
[11]
En otros lugares del Sudn el cuento tiene este final: Llor tanto que all se
form un lago. Cuando ste forz las montaas, vino a ro. Los blancos suelen
llamarlo Nilo. Cada ao Uba-Opa hace el viaje, cada ao los peces le advierten de
lo que le va a pasar, cada ao Uba-Opa no les haces caso, cada ao Uba-Opa llora y
cada ao el ro se desborda. <<
[12]
Es curioso observar cmo la forma de los tmulos del Nger pongamos por
ejemplo, la tumba de los Askias en Gao se parece a las pirmides aztecas y
mayas. Quiz Uba-Opa fue de los primeros en cruzar el Atlntico. Por otra parte
existe otra versin del Uban-ga-Chari segn la cual el negro que se llama La
Yasibo marcha tierra adentro: se le acercan diez animales para disuadirle de
seguir adelante: (a) Un mosquito, (b) un moscardn, (c) una mariposa, (d) un
pjaro de cien colores, (e) un bho, (f) una liebre, (g) una gacela, (h) una jirafa, (i)
un elefante y, finalmente, (j) un tigre, que se lo come. La letana es ms o menos
idntica. Lo curioso es que el negro, que marcha hacia el oriente, se va volviendo
amarillo de tanto sol y que el propio astro le va encogiendo la piel, con lo cual sus
ojos se le vuelven pequeos y oblicuos. <<
[13]
[14]