La Piel Del Lagarto

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Jorge Rodrguez Gmez

La piel del lagarto


Cuentos reunidos

La piel del lagarto


Cuentos reunidos

Jorge Rodrguez Gmez

La piel del lagarto


Cuentos reunidos

Fundacin para la Cultura y las Artes, 2015


La piel del Lagarto. Cuentos reunidos
JORGE RODRGUEZ GMEZ

Imagen de portada
Autor: Juan Calzadilla
Edicin: Karibay Velsquez
Al cuidado de: Coral Prez
Hecho el Depsito de Ley
Depsito Legal: N. Lf23420158002451
ISBN 978-980-253-657-3
FUNDARTE

Av. Lecuna. Edif. Tajamar. PH


Zona Postal 1010, Distrito Capital, Caracas-Venezuela
Telfax: (58-212) 5778343 - 5710320
Gerencia de Publicaciones y Ediciones.

Prefacio
El golpe tormentoso de La piel del lagarto

Salvo por la aislada y luego soterrada ocasin de


haber obtenido el consagratorio premio cuentstico
de El Nacional en 1998, con un relato de formato
policial que se incluye en el presente libro, Jorge
Rodrguez Gmez ha sido hasta ahora un narrador
indito. La tres partes de La piel del lagarto (Cuentos
reunidos) recogen su trabajo silencioso de aquellos
aos y los posteriores, reivindicando el lenguaje de
una libre naturalidad donde coinciden y transitan
de uno al otro el coloquialismo ms crudo, la sutil ternura amorosa y la descripcin sucia y crtica,
nauseante a veces, de la Venezuela vivida a fines del
siglo XX.
La narrativa venezolana se caracteriz a todo lo
largo de aquella centuria por producir, a travs de
novelas o de conjuntos de cuentos, el retrato urbano
y el paisaje psicolgico de sus respectivas generaciones. Pensemos en Al sur del Ecuanil, de Renato
Rodrguez; Piedra de mar, de Francisco Massiani;
Historias de la calle Lincoln, de Carlos Noguera.
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Los relatos de La piel del lagarto son el testimonio narrativo, largo tiempo postergado en su publicacin, de Jorge Rodrguez Gmez y su autorretrato generacional. Con su crueldad anecdtica,
su punzante humor negro, su desparpajo ertico, se
inscriben en este linaje literario que, quizs como
defensa o resistencia, opone la crudeza expresiva a
la inmisericordia propia de la urbe y de su fauna
humana.
La generacin y su subjetividad colectiva dibujada en esta secuencia de relatos, que trazan entre
s lneas de continuidad novelstica, resulta hoy, en
muchos aspectos, una suerte de generacin perdida o descontinuada. Son los jvenes universitarios,
estudiantes o pasantes rurales, comprometidos por
conviccin o por inercia con una aspiracin poltica
cada vez ms difusa y vaga, casi sin causa, en las
dcadas finales del decadente siglo pasado.
La convivencia del izquierdismo hurfano con el
yupismo emergente, y el inicio de las frustraciones
de la adultez, produce efectos trgicos y cmicos,
complacientes y crticos, antagnicos y agnicos,
que la prosa de Rodrguez Gmez retrotrae a la
memoria con la fluidez de su monlogo, la vitalidad
desembozada del deseo, la mordacidad del desapego y la rabia de la injusticia.
Hay aqu un realismo sucio, memorial de ju10

ventud y generacin frustrada, que dibuja con desenvuelta furia una estampa de esos aos 80 y 90 en
que la supervivencia espiritual deba aliarse necesariamente con el cinismo. De esa generacin universitaria polticamente entrampada, moralmente
inconsistente, erticamente sin freno, indolente en
el fondo ante el dilema tico, procede toda una camada de adultos contemporneos que se vern a
s mismos imberbes o hirsutos, con todas sus disociaciones, olvidos, apostasas, conversiones y renuncias, en estas pginas.
El sujeto de la enunciacin no es el sujeto del
enunciado, nos advierten los lingistas. Uno podra
temer que un lector moralista, buscador de valores trascendentes e impolutos, se horrorice con los
enunciados de este universo diegtico (que posee la
crueldad, la avidez de transgresin y el humor viscoso de esas ltimas dcadas del siglo: esa vivencia
de la posmodernidad) y adscriba al autor el autorretrato subjetivo, psicolgico, del personaje, que se
manifiesta casi siempre en primera persona.
Lo que reivindica este narrador que funde las
dos dimensiones del sujeto en un gesto de autobiografa fabulada y autocrtica, cnica pero irnica, es
un pathos de enunciar el deseo en toda la libertad
que permite el acto verbal. Lo que algn moralista
podra condenar (con susceptibilidad enfermiza) es
11

la reivindicacin en acto de ese espacio de libertad


conquistada que constituyen la literatura, la poesa
y la imaginacin, para expresar las intensidades del
deseo, de la pasin y del afecto. Desde el amor ms
loco hasta la repulsin ms abyecta.

J.A. Calzadilla Arreaza


Julio de 2015

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Los peces

Los peces siempre traen mala suerte, dijo mi


ta Maye mirando con rabia la pecera casi vaca
mientras los gritos comenzaban a explotar por toda
la casa. Lloraba quedo, con la cabellera arrojada a
borbotones sobre la cara y las manos blancas de rabia. Me pareci raro, porque a m, ese cuadriltero
traslcido, las algas cubiertas de burbujas, siempre
me haba producido una extraa sensacin de bienestar. Quedarme horas a mi regreso de la escuela
mirndoles las bocas a los peces, que abran y cerraban como si hablaran desde un sueo, asombrndome por el poder de su nadar sigiloso, escudriando
las enemistades y las alianzas, preocupndome por
las colas radas de los betta, masticadas con saa por
las cebritas y los mollys. Cada viernes pap apareca
con una bolsa de plstico con dos peces agobiados
por el exilio, los arrojaba en la pecera y les pona un
nombre. Un da lleg con uno bellsimo: aplanado
y con tonalidades verde oscuro como un uniforme
de camuflaje.
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Se llama scar dijo pap


Poco despus se revel el asesino: scar pasaba
al lado de la presa con aleteos inconsecuentes, una
indiferencia que alentaba la confianza y en el momento preciso mova con velocidad pasmosa el cuello oblongo y propinaba unas dentelladas feroces a
la vctima. As acab con una pareja de goldfish, de
la aleta trasera del escalari (al que pap haba bautizado Niebla), qued un mun arrugado como un
pergamino inservible, los gupis huan intilmente
tratando de preservar la integridad de sus colas,
pero scar fue sanguinario desde el principio y con
el tiempo se volvi un experto. Tambin ayudado
por la rata de mi to Orlando, que le arrojaba trozos
de carne cruda y las cras de los gupis que vivan
en el frasco de mayonesa que habamos habilitado como maternidad. De manera imperceptible, el
paisaje de la pecera se volvi sombro. scar se paseaba feliz por el agua verdosa, la quijada rgida, erizada de dientes, que recordaban el gesto congelado
de la piraas. El da que mataron a pap recorra
con gracia sus dominios, ajeno a mi temblor, al fro
nuevo en mis manos, a la claridad que entraba por
la ventana del cuarto, una maana feliz de la que
acababan de expulsarme.

16

II

Por qu recuerdo esto ahora? Por qu hoy,


Martha, que ya todo est resuelto, que nuestro silencio no es ms el vaco, si no una certeza, la primera en meses? Por supuesto no vas a responderme,
nada vas a decir, hoy es tu da de clavar la mirada
en el techo, de soportar indolente mis reclamos. No
permitiras que te tocara, pero s que ests ida de
aqu, hastiada, ida, Martha, no lo niegues.
Martha se estaba divorciando cuando la conoc.
Alta y flaca, los pmulos pronunciados de una nadadora. Experta en computadoras, en redes axiomticas. Me atrap su sonrisa de dientes perfectos y el jugo con que manchaba la cama cuando
nos ambamos (ola a musgo, a camarones cocidos,
a tela sudada, a libros viejos, a caramelo de menta chupado). Se desnudaba en silencio y abra las
piernas como un angelito de yeso. Poco a poco me
fui quedando en su apartamento de Lomas de San
Romn, arrullado por la vista y el rumor uterino
del aire acondicionado central. A Martha le diverta el bolso de paja con que iba a la universidad y
la reverencia confianzuda con que me trataban mis
estudiantes. Llenaba los estantes de cajas de cereal
de afrecho y el bar con forma de globo terrqueo de
botellas de etiqueta negra y esperaba, con la serenidad de una Head Hunter, que mi novela progresara.
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Le encantaban mis salidas ingeniosas, pero no hay


talento que soporte una chuleada persistente. A sus
amigos, con sus camisas de Gitmann and Bros y
sus corbatas de seda Armani, les pareca un bicho
raro, una nueva excentricidad de la Martha, pero
inofensivo. Noche del viernes, recepcin en casa
del jefe y Martha se presentaba con su taller ambiguo de Chanel y acompaada por su monstruo del
lago Ness, su yanomami amaestrado, tomado de la
mano, dispuesto a hacer el numerito, a atiborrarme
de whisky y canaps de salmn ahumado, y a escuchar horas y horas de las bondades del sistema iOs y
chistes extraos de los que se rean como tiburones
ancianos. Pero Martha me amaba y yo era casi feliz.
A veces haban pequeas quejas, no lo niego, que
si mis ronquidos no la dejaban dormir, que si no
anduviera por la casa sin camisa, que si me cortara
las uas de los pies. Pero Martha me amaba. Creo.
Un da apareci agotada y prspera con un goldfish de tres colas y vetas plateadas, habitante nico
de un frasco de boca ancha bellamente labrado.
Hola. Beso al aire, maletn de Louis Vuitton
sobre la butaca de cuero escoltada por la lmpara de
Phillip Starck Cmo va la novela?
Algn sindicato de escritores debera prohibir
esa pregunta.
Avanza: el transfor se encuentra con el amor
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de su vida, un gordo inmenso profesor de fsica


(experto en Cosmologa) que reta cada da a unos
portus en un duelo por ver quin come ms perros
calientes.
Aj. Camina hasta la cocina, deja el frasco
sobre la mesa del comedor (las patas delgadas como
un suspiro sobre las que se posa un cristal ingrvido.
Starck too, of course) y busca algo en la nevera.
Slo la disciplina ms frrea, los aerbicos ms
cuidados, la escaladora diaria y extenuante son capaces de lograr esas nalgas perfectas, la raja tensa
como un reloj de arena.
Y eso? le pregunt
El pececito estaba tapizado por unos puntos algodonosos que no auguraban nada nuevo.
Me lo regalaron. En la oficina.
Martha le puso al bicho un nombre oriental,
Yuyo, o Puyi, no recuerdo bien. Lo cuidaba, lo mimaba, le sonrea cada pirueta. Jodido no? Un perro
te da la pata, un gato ronronea, pero con Yuyo, o
Puyi, haba que tener la paciencia de una profesora de nios autistas. Adivinaron. Simultneamente,
ineluctablemente, Martha comenz a alejarme con
su ceo fruncido, llegaba del trabajo y abrazaba al
pez (abrazaba el frasco, hasta le estampaba un besito) y para m la cara de culo reserva especial, un suspiro hondo, quizs una pregunta leve en la que se
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adivinaba el reproche pagaste el condominio? Esto


nunca me haba ocurrido: se haba convertido ese
goldfish costroso en mi contrincante?, y si as fuera,
cmo enfrentar su silencio indolente, cmo penetrar en su enigmtica conducta? Celos? Celos de
un pez? Lo hablo con Martha? Qu?

III

No conozco Nueva York. Lo conozco y no lo conozco. Lo conozco porque la situacin con Martha
se iba haciendo insoportable. Un da me le plant
llorando y le pregunt si ya no me quera. Ella me
abraz, acarici mi cabeza mientras susurraba cosas
bonitas, permiti, despus de unas semanas de blindaje, que me la cogiera, es decir, abri las piernas
con la cualidad de un valium de cinco miligramos,
mientras me mova dentro de ella miraba detrs de
m, cuando me estaba viniendo me tom el rostro
con las dos manos abiertas y se qued escudrindome un rato, como si se preguntara qu cosa era ese
peso muerto que en ese momento jadeaba y arrojaba unos chorritos de leche en su vagina. Como el
llanto haba funcionado, segu llorndole a Martha.
Casi todos los das. Llanto, insomnio, amenazas de
suicidio: termin llevndome a su psicoterapeuta,
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un tipo cansado que me mand un antidepresivo


de nueva generacin (as me dijo: antidepresivo de
nueva generacin. Y a m qu coo me importa
el rbol genealgico de los antidepresivos?). Claro
que no le dije nada, calladito me veo ms bonito,
como haba aprendido, adems el seor cansado era
mi aliado tctico, ms an cuando haba recomendado una actividad comn que nos reuniera, salirse
un poco de la rutina, todas esas frases hechas de las
que yo me agarr con la esperanza intil de los agnicos. Martha lo interpret como una orden mdica, habl con su agente de viajes, habl con su jefe,
habl con su vecina para que cuidara a Puyi (Yuyi),
come dos veces al da, slo lo que te quepa en las
yemas de los dedos, estas gotas se las mand el veterinario para los hongos (lo llev al veterinario?
Las manchas horribles eran hongos? Tena razn
el tipo cansado, nuestro problema era de comunicacin), y aqu estbamos en un avin rumbo a
Nueva York. Martha pareca algo ajada, pero ahora
entiendo que as lucen las ejecutivas en los aviones.
Yo estaba al borde de un ataque de pnico. Despus
de la segunda copa, o durante la segunda copa, no
recuerdo bien, fue cuando la cagu:
Martha le pregunt t me amas?
Herisberto me silb ya no aguanto ms.
Y a n o a g u a n t o m s. Yanoaguantoms. Y
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bueno, era inevitable: me dijo de todo, o lo que es lo


mismo, me dijo pelele, me dijo vago, escritor fracasado, etc. Yo tampoco me qued atrs y la llam frvola, superficial, cuando mis insultos comenzaron a
parecerme un poco ridculos, le busqu el hueso: la
llam vieja, le dije que me estaba tirando a una de
mis estudiantes porque aoraba la firmeza de las
carnes (digan lo que digan los folletos, los antidepresivos de nueva generacin tambin te la tumban), que no tena idea de lo bien que se senta el
temblor convulso de las multiorgsmicas.
Vete a la mierda, Herisberto.
Aterrizaje forzoso tres horas despus. Me disculp de todos los modos posibles, apel a las recomendaciones del seor cansado, le rogu que no
me dejara, asom, nuevamente, la posibilidad del
suicidio. Martha se lanz a fondo:
Y qu quieres? Que te compre el libro del
Dr. Kervokian? Haz con tu vida y con tu muerte lo
que te salga del forro.
Y me dej all con setenta dlares en billetes nuevecitos de a cinco y el pasaje de regreso. Conclusin:
de Nueva York conozco el aeropuerto Kennedy, que
es un recinto luminoso y amplio donde uno puede
llorar tranquilo sin que nadie le pregunte nada.
Martha regres a la semana, suspir hondamente cuando me vi, pas de largo para saludar a
22

Puyi, que, a decir verdad, estaba mucho mejor de las


manchas. Me convert en un mayordomo filipino,
discreto y eficiente. Fregaba el piso que los zapatos
Gucci de Martha pisaban. Pagaba las cuentas, me
las vea con los sdicos de la Compaa de Telfonos. Mi cmplice, el tipo cansado, me haba dado
un permiso por quince das; igual, los alumnos ya
estaban hartos de mis pataletas y del seminario que
escudriaba un enlace entre Chejov, Carver y la joven literatura latinoamericana. Trataba de no aparecer por el campo visual de Martha, si para algo
tengo olfato es para saber cuando estn a punto
de mandarme para el carajo. Cuando Martha me
atrapaba y se vena con el Herisberto tenemos que
hablar yo llamaba al tipo cansado llorando a gritos, lo dejaba hablando con Martha y me escabulla.
Perd quince kilos, pero no importa, la buena vida
me haba convertido en el doble de Pablo Escobar
antes de que le dieran matarile y nada de malo tena
recuperar la forma de escritor sufrido. Una tarde
que el seor cansado me dej embarcado, llegu a
la casa ms temprano de lo habitual. Escuch unos
ruidos extraos, como de una nia que llora. Venan
del cuarto, de nuestro cuarto, de su cuarto. Fui hasta all, abr la puerta: Martha feliz, las piernas en
comps hacia el cielo, ensartada por el Gerente de
Comercializacin. l se mova sobre ella como un
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becerro asustado, no pude dejar de fijarme en sus


nalgas lechosas por las que se asomaban unos pelitos tristes. Puyi, el voyeurista, segua todo desde su
frasco labrado. El gerente, apenado, se medio visti
y sali, no sin antes intentar una disculpa. Martha,
desde la cama, me lanz una mirada vidriosa; jadeaba, en esos sonidos lquidos no alcanc a notar
una sombra de disculpa.
Bueno, Heri dijo cuando recuper el aliento es mejor as para todos.
Casi pareca un slogan, el lema de campaa de
un candidato derrotado: Lo mejor para todos.
As es mejor. Para todos.
No aguant. Con rabia agarr el frasco desde
donde Puyi expres su alarma extrema incluso antes de que Martha se percatara de mi intencin.
Corr al bao con el frasco en mi regazo, desde la
habitacin se escuchaban los gritos de Martha que,
desesperada, buscaba cubrirse para alcanzarme y
detenerme (qu pudorosa se haba vuelto ahora que
me odiaba, antes me encantaba ver desde la cama
su culo alejarse cuando iba a la cocina por un vaso
de agua). No lleg a tiempo, cuando entr, ya haba
arrojado a Puyi a la poceta y accionado el bajante. Hizo unas breves piruetas de carrusel de feria y
desapareci en el agujero negro. Martha empez a
gritar como una loca, intent golpearme y araar24

me, yo la apart de un manotazo en la oreja. Sal a


la calle. Vena lluvia avisando. Prend un cigarrillo,
algo apenado de haber condenado a Puyi a nadar
eternamente en el ro de mierda que atraviesa esta
ciudad asustada.

25

Cancin

Cuando sali de su casa, sinti en la cara el aire


que bajaba del cerro. No se dej amargar por la oscuridad del pasillo del Bloque, ni por el bombillo
de nen que despeda una luz sucia, ni por los gevotes pintados en la pared de la fachada, ni por el
borracho derrengado sobre unos cartones contra la
reja del abasto, ni por la gente que corra, ni por el
humo de los autobuses. Sonri al recordar la razn
de su salida, no haba querido decir nada en la casa,
no quera que se burlaran: iba a sacarse el pasaporte. Ech hacia atrs un mechn rebelde de pelo, un
gesto que a Pablo le encantaba. Pablo la noche anterior comindosela a besos en el sof de la sala, su
aliento un poco fuerte recorrindole las mejillas, el
cuello alerta como un bosque de bambes, su boca
metlica cerrndose desesperada contra la tela del
sostn, la descarga de leve voltaje que le recorra el
cuerpo y le dejaba una manchita en la pantaleta con
un olor que le encantaba, el del mar desde la carretera las tardes que regresaban de la playa.
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Se le ocurran unas cosas: y que sacarse el pasaporte. Ni idea de por qu. Le haca sentirse persona
mayor, como la primera que vez que fue al cine sola,
o la vez que le entregaron el sobre con la primera
paga en la fbrica, o la tarde que Pablo intent bajarle el blmer (empapada, hirviendo estaba) y ella
sac una fuerza lquida de los pulmones para susurrarle no, Pablo, no, Pablo, para, Pablo, en la oreja.
Se mont en una camionetica repleta, pag el
pasaje y limit con los codos a un viejo lagaoso
que intent recostrsele durante todo el viaje. En la
camioneta todo el mundo pareca como dentro de
una burbuja, los rostros sudados, las mujeres con las
carteras apretadas contra el cuerpo, un hombre plido sentado al fondo miraba por la ventanilla con
los ojos muy abiertos. Le encantaba esa cancin,
haba comprado el cd con el aguinaldo, la tarareaba
echndole unas miradas asesinas al viejo. Un nio
de cabeza inmensa jugaba con saliva, le haca gorgoritos hasta que la mam se dio cuenta y le solt
un bofetn que le dej la oreja roja. El nio se sob
la oreja y aguant las lgrimas. Cuando Laura se
baj de la camioneta, intent hacerle un gesto en la
cabeza que impidi el conductor al arrancar bruscamente.
Cabrn, dijo en voz baja.
El edificio de Extranjera pareca una cucaracha
27

impasible. Todo estaba sucio, el ruido haca pensar


en una fiesta, en una jaula de pjaros exticos. Los
papeles volaban por la calle, un tipo mugriento, con
un saco a la espalda, revisaba un pipote de basura.
En la acera, posado sobre un trapo rojo, un hombre
sin piernas venda relojes y radios am/fm. La gente
lo esquivaba con pericia de mediocampistas.
Entr al edificio sombro, repleto, maloliente.
Colas y colas detenidas detrs de unas taquillas de
barrotes gruesos. Un aviso pegado en la pared la
desahuci: Suspendida la entrega de pasaportes
hasta nuevo aviso.
Pero qu pendeja soy, pens, sintiendo que no
tena nada que hacer, dejando caer los brazos delgados. Suspir.
Cuando tena diez aos, su pap le ofreci regalarle un reloj. l siempre andaba como molesto,
como si algo le picara. Pero una noche que Laura
estaba viendo televisin le haba dicho: Maana
te compr un reloj Laura recuerda que le hizo un
montn de preguntas a su pap, que si era de cuerdas, que si con las tres agujas, que si con fecha, que
si con puntitos fosforescentes para ver la hora en la
oscuridad, el viejo mova la cabeza para un lado y
para otro, complacido de su ocurrencia. Aquella noche Laura durmi mal, so con un pjaro enorme
que se rea a carcajadas agarrndose la cabeza. Al
28

da siguiente su pap amaneci con un dolor fortsimo en la barriga y el rostro baado en sudor fro.
Se lo llevaron para el hospital y Laura pudo verlo
dos veces ms, tirado en una cama y flaqusimo, antes de que se muriera. Aunque su mam no quera
pudo verlo un ratico en la urna, le haba crecido una
barba de pelos rojizos y le pusieron el traje gris que
se haba comprado en Dorsay. Y en la mueca derecha estaba: un Seiko de correa negra y esfera azul.
A quin se le haba ocurrido enterrar a su pap con
el reloj puesto?
Qu pas, mi reina? Perdiste el viaje? le
pregunt un gordito de bigotes y corbata morada.
Laura mir para otro lado, pero el hombre se le
puso de frente, se le vea la credencial en el lado
izquierdo del pecho.
Qu venas a sacarte? le pregunt.
El pasaporte respondi Laura.
Te vas de viaje?
S minti Laura.
Cundo?
El viernes
Y para dnde?
Curazao.
Pues te jodiste, flaca, porque no hay pasaportes hasta nuevo aviso.
S, me jod dijo Laura. Volvi a suspirar.
29

Pero me caste bien. Vamos para la otra oficina


y te ayudo. Compraste los timbres fiscales?
No dijo Laura.
El hombre la mir como un cura bonachn frente a sus ovejas descarriadas:
Anda para aquella taquilla, compra trescientos
bolos en timbres fiscales, y yo te espero en la puerta
de all.
Laura compr las estampillas y camin hasta
donde el hombre le haba dicho. Le pregunt:
Y dnde es?
En la oficina VIP de Extranjera le respondi el hombre.
La qu?
Donde se sacan el pasaporte las very important persons. All trabajo yo.
Salieron a la calle y caminaron por el ro de gente. El hombre se mova rpido, los codos pegados al
abdomen que saltaba como si portara un canguro
beb. Laura lo segua callada, apretando fuerte el
sobre con las estampillas y las dos fotos. Atravesaron unos tarantines de buhoneros, una vieja se rodeaba el cuello con la cintura de un bluyn, peda
rebaja. Cuando el gordo le dijo por aqu Laura se
haba quedado mirando a un chichero que se escudriaba la nariz, haca unas peloticas de moco y
luego las aplastaba entre el pulgar y el ndice.
30

Por aqu le volvi a decir el hombre.


Se sumergieron en unos stanos que servan de
estacionamiento. La luz ocre que se colaba desde la
bocacalle arrullaba a los carros que parecan recin
nacidos agobiados en un retn.
Falta mucho? pregunt Laura.
No. Casi llegamos respondi el gordo
mientras descenda por unas escaleras de caracol
ennegrecidas por el holln. Abajo estaba ms oscuro, unos pocos autos oxidados parecan despojos de
un holocausto nuclear. Laura se detuvo:
No, mira, no te preocupes, otro da vuelvo, es
que me tengo que ir.
Pero si ya estamos llegando le dijo el gordo.
S, pero es que me tengo que ir. Disculpa dijo
Laura.
S eres desconfiada, flaca le dijo el hombre,
y le solt un derechazo que se estrell en su mandbula.
Sali disparada hacia atrs y se golpe la cabeza
contra el concreto sucio. Cay de rodillas. El hombre se le acerc y la golpe en el pecho, la sostuvo
por las tetas apretndoselas, retorcindoselas con
fuerza. Luego la agarr por el pelo y volvi a darle
contra la pared. Laura empez a llorar:
No, qu pasa, djame le dijo.
31

Cllate respondi el gordo cllate le


atenaz el cuello y apret: prtate bien, colabora.
Cuando le revent la blusa, Laura se sinti repentinamente cansada, ajena mientras le mordan
el cuello, la lama un lobo, le arrancaban el aire con
un codo duro en el plexo solar. Un camin encima,
toda el agua del mar encima, la punta de una montaa que se desprende y la aplasta. Los jadeos del
gordo, su saliva pastosa, la anestesiaban, la alejaban
de las manos que en ese momento le suban la falda.
Cientos de hormigas rojas recorriendo la tela suave
de su sexo. El gordo no dur mucho, unos empellones y se derrumb sobre ella con ternura, con sueo.
Todo en silencio. El gordo se esfum como un
espejismo. Laura senta la grasa del pavimento pegada a la espalda y a las nalgas. Se levant, se cubri
con los restos de la blusa, recogi las fotos que la
miraban desde el suelo, a la falda no le suba el cierre. Camin hacia la luz, hacia el rumor, y entre el
humo y la gente que empezaba a rodearla con asco,
pudo ver la recta desordenada de tres guacamayas
que atravesaban el cielo de nubes hinchadas como
en los libros de catecismo.

32

La piel del lagarto

He aqu unos muertos cuyos huesos no blanquear la lluvia, lpidas donde nunca ha resonado el golpe
tormentoso de la piel del lagarto, inscripciones que
nadie recorrer encendiendo la luz de alguna lgrima;
arena sin pisadas en todas las memorias.
Olga Orozco

114-B

Anoche se muri el viejo de al lado. Pareca que


se estaba pudriendo desde abajo porque algo le
estaba poniendo negros los pies y cada vez que le
quitaban las gasas para limpiarlo el olor a caraotas podridas se haca insoportable. El pobre viejo se
fue encogiendo como un pajarito y tena varios das
soltando unos chillidos amortiguados por los gargajos que le caan hasta el pecho como una catarata
de leche condensada. Vino una enfermera gorda y
lo vio tieso y plido, le agarr la mueca como por
no dejar y se volvi a ir; todos nos quedamos acurrucados en nuestras camas, al rato volvi con el
mdico de guardia que prendi la luz de la sala y
se acerc a la cama del viejo. Me dio, no s, algo de
tranquilidad verle tantos bolgrafos en el bolsillo de
la bata al muchacho que le quit la sbana al viejo,
mir los pies y dijo carajo, le puso el estetoscopio en el pecho y esper, no s si escuchar algo, no
s si se qued dormido, luego mir a la gorda y le
pregunt lo reanimamos?. Se cagaron de la risa,
37

a la enfermera se le movan las tetas asfixiadas por


el uniforme, le retir la aguja que el viejo tena en
el antebrazo, dio unos golpecitos a la cama y dijo:
Te traigo el certificado de defuncin?
A esta hora? dijo el mdico.
Y para cundo lo vas a dejar, papito?
Cuando amanezca, coo, son las tres de la maana, y ahora son cuatro copias que se llenan, no
me jodas, Etelvina.
Y vas a dejar el cuerpo all hasta que amanezca? pregunt la enfermera.
Ni de vaina dijo el de la 114-F.
Jhonny, te callas s?, que nadie te dio velas en
este entierro dijo la enfermera.
No van a dejar a ese muerto all hasta maana
Ustedes se volvieron locos? volvi a decir el de
la 114-F, que se miraba desesperado el tubo que le
sala del pecho y terminaba en un frasco grande de
mayonesa donde burbujeaba un lquido jabonoso.
Bueno, dejen el peo dijo el mdico bscame los papeles, Etelvina.
Camin hacia el estar de enfermeras, luego volte hacia la sala y dijo:
Y a dormir todo el mundo.
Pero apaguen la luz dije yo. Etelvina me
mir de reojo, tenamos una culebra de varios das,
ya ni me acordaba pero la acus con el Adjunto y
38

desde ese da me sac bola negra: me espaciaba las


curas, deca que yo no me baaba casi, le pona cara
de culo a Keyla las pocas veces que me visitaba.
La gorda camin hacia la puerta con su pinta de
elefanta insomne, llevaba el paral con el frasco de
solucin que tena puesto el viejo, pas por el interruptor, lo acarici levemente y dej la luz prendida,
la muy perra.

39

Sala de Partos

La guardia estuvo movidita. Naci un chamo sin


cabeza, el parto lo atendi Susana. Qu rica que
est la Susana, con ese cuello tan largo y la naricita levantada y el cabello que se le derrama por los
hombros en ondas que slo con cien cepilladas cada
noche. Una vez la vi saliendo de quirfano y tena
toda la entrepierna espolvoreada con talco de los
guantes. Eso me mat: Susana tan fina, tan limpia,
tan culito malo y le pic la totona y all mismo se
rasc con sus uas de manicura semanal. Imagin si
le habra picado la cuquita por el sudor durante la
intervencin (los pelitos pegados a la piel, buscando, desesperados de calor, la raja hirviente), pens
que bien poda tener alguna irritacin que le escaldara la piel, un enrojecimiento pruriginoso (pasarle
la lengua, refrescarle el fuego mientras ella echa la
cabeza hacia atrs agradecida), de slo suponer que
mientras se tomaba un caf en las maanas abajo
la mordan los caros, se me paraba horrible y qu
pena armando carpa a las siete de la maana en
el cafetn. Susana esper mientras la mujer pujaba,
40

pero algo no vena bien. Cuando se asom el tocn del cuello, Susana no hallaba qu hacer, sac el
cuerpo con un movimiento leve, cort el cordn, lo
examin un ratico, se lo entreg a la enfermera que
lo envolvi en un trapo como si fuera un pan recin
horneado, luego extrajo la placenta tratando de disimular el temblor de las manos, revis a la mujer
que se remova inquieta, la cosi cuidadosamente, y
esper la pregunta:
Pas algo, doctora? No lo oigo.
Despus hablamos, mi cielo le dijo Susana
mientras caminaba hacia el lavamanos, se quitaba
los guantes, el gorro y meta las manos bajo el chorro potente.
Tambin se apareci, en plena madrugada, Wiscon Wisconsin. As le decamos al loco Asdrbal,
uno que estudiaba con nosotros y se le fueron los
tapones en un examen de Anatoma II. Despus de
eso, y de una hospitalizacin de dos meses en Psiquiatra, Asdrbal no volvi nunca ms a su casa,
dorma bajo una escalera en la Facultad de Arquitectura y se la pasaba todo el da levantando unas
pesas que l mismo haba fabricado con unos potes
de pepsi de dos litros que haba rellenado de arena.
Sac unos msculos que cuando los vigilantes lo
intentaron expulsar de su cueva en Arquitectura le
fractur la mandbula a uno y a otro lo iba asfixian41

do con una doble nelson. Asdrbal se apareca en


las asambleas de estudiantes en el Instituto Anatmico, peda la palabra cmo se la negaban con
los bceps de camin que se gastaba? y siempre
se lanzaba un discurso donde culpaba de todo a la
escuela de Wiscon Wisconsin. Con el tiempo, y
por cario, terminamos llamndolo Wiscon. Anoche lleg a la Sala y empez a ponerle el estetoscopio en las barrigas a las mujeres en pleno trabajo de
parto. La vaina era demasiado cmica, las mujeres
gritaban con las contracciones y Wiscon les deca:
No se oye el foco, no se oye el foco.
Cul foco? le preguntaba una mujer entre
alaridos.
El latido, el latidooooooo aullaba Wiscon.
Y ah mismo se arm el peo: las mujeres chillando que si el beb se les haba muerto, los mdicos
llamando a vigilancia para que sacaran a Wiscon
que pareca un Tiranosaurio Rex con el mono de ciruga sucio y roto, los vigilantes que trataban de sacarlo y Wiscon que reparti uppers, jabs y ganchos
ms alguna patada en las bolas, que ni el novillo
Paiva cuando se arrebataba. Dos mujeres parieron
solas, esperaron aliviadas que vinieran a cortarles el
cordn umbilical con el muchacho entre las piernas, a Wiscon al fin le pusieron una inyeccin y se
lo volvieron a llevar para Psiquiatra.
42

47-A

Era un buen paciente. Tranquilo, amable, nunca


se quej de nada, y mira que se las vio negras todo
el tiempo que estuvo aqu. Tres meses y eso eran
agujas por todos lados, biopsias, exmenes, pruebas,
los estudiantes metindole mano todo el da para
palparle el hgado grande. Tres meses y ni un solo
da estuvo sin fiebre, en la noche gritaba asustado,
soaba con un lagarto inmenso, me deca, con patas
de madera, que lo miraba desde la ventana. Conmigo siempre fue un caballero. Llegaba a tomarle la
tensin, o la temperatura, o a inyectarle cualquier
cosa y l siempre tan amable, se ve que era estudiado y no como esos malandros que llegan aqu todo
tiroteados, que con el cuerpo lleno de balas, y las
piernas paralizadas, y tubos de trax, igual intentan
meterle mano a una, o se quejan todo el tiempo, o
te dicen que te prepares, que apenas salgan te joden. l no, l siempre con una sonrisa, limpiecito,
baadito desde la maana, siempre con un libro,
daba dolor verlo sentado en el balcn con los ojos
43

cerrados como tratando de robarse un pedazo de


sol que le devolviera el color al cuerpo. Tres meses
aqu y ni un solo da levant la voz, o se neg a
pasarse el tratamiento. Al medioda vena la esposa
a visitarlo, Glenda creo que se llama, eternamente
arrecha, como harta de esa fiebre maldita que no
se le quitaba a Humberto. A veces, en las tardes,
cuando la Sala daba miedo de lo roja que se pona
y los pacientes abran los ojos como queriendo que
no se hiciera de noche, Humberto lloraba calladito
contra la pared. La mujer no supo pero yo s lo vi
muchas veces. No es que yo lo prefiriera ni nada de
eso como dice la perra de Ligia, que y que le tena
ganas y se me haca agua la boca cuando le lavaba
las bolitas y se las entalcaba. Para empezar que a m
nunca me toc baarlo, tuve que decirle a Ligia que
dejara la habladera, que si Pablo se enteraba la que
se armaba. En la revista los mdicos se hacan los
pendejos frente a la cama de Humberto, les daba
como pena no tener ni idea de lo que pasaba y francamente, ya no hallaban que otra mentira decirle.
La verdad es que la vida es bien rara. Una maana que estaba lloviendo, me acuerdo bien, Humberto amaneci sin fiebre. Ya ni le ponan nada, los
mdicos esperaban que se terminara de morir, pero
de repente esa maana Humberto amaneci sin
fiebre, incluso se comi la mortadela gris del de44

sayuno, cuando pas la ronda estaba muy sonredo


moviendo los dedos de los pies. La esposa vino en
la tarde, lo salud pasndole la mano por la frente,
y empez la letana que si deban la luz, el agua,
el telfono, el colegio de las nias, que mejor las
retiraban y las ponan en una escuela pblica, que
el rabe del apartamento la llamaba todos los das
para cobrarle, que pareca que en la oficina iban a
botar a un gento, que el cabrn del mdico residente se le esconde cada vez que la ve.
Hoy no he tenido fiebre en todo el da, Glenda le dijo Humberto.
Y cmo sabes?
Cmo que cmo s? Porque me siento bien,
no me ha dado el ahogo ni la sudadera. No he tenido fiebre.
Y entonces por qu el maricn de Ramrez
no me lo ha dicho? pregunt Glenda.
Porque no lo sabe, mi amor. Hoy no ha pasado
por aqu. Pero es verdad, me siento bien.
Y entonces? pregunt Glenda.
Que ojal me pueda ir de esta mierda.
Se quedaron en silencio un rato. Glenda le arreglaba la almohada, le sobaba la frente, Humberto
se qued mirando por la ventana el regreso de las
guacamayas gritonas hasta que se puso oscuro. Pas
45

a despedirme y me dijo bajito que no iba a poder


dormir:
Dile a Ramrez que pase por aqu maana me
dijo
Tanta paja que hablaba la Ligia y a que no sabes: la encontraron en la madrugada ensartada por
un residente de Ciruga. Cmo que no entiendes?
No te hagas la pendeja, se la estaban cogiendo, la
tenan en cuatro patas en el cuarto de tratamientos, los descubrieron unos pacientes por la bulla que
hacan los cabezasos de Ligia contra el gabinete de
los intravenosos. No, no creo que la vayan a botar, le
pondrn una amonestacin escrita y hasta ah. Pero
cuando el marido de Ligia se entere, ayayay, t no
te acuerdas de l? El kilote que operaron aqu de
las hemorroides. Bueno, para hacerte el cuento corto, a Humberto lo dejaron tres das ms ah acostado y despus lo dieron de alta. Ramrez andaba
de lo ms echn, como si hubiera hecho algo, ms
cochino que es ese Ramrez t no has visto cmo
se sopla los mocos con la bata? Asco. Humberto se
fue de lo ms contento ayer en la maana, se despidi de todas nosotras, a m me dio un beso que
me dej el cachete oloroso a Lavanda Yardley, y hay
que ver que la vida es muy rara. Parece que lleg a
su casa, bes a las nias, comi, descans un rato y
en la tarde se arregl para ir a visitar a su mam en
46

El Valle y cuando iba saliendo del edificio pas un


autobs de San Ruperto y se lo llev por delante.
Lleg a la Emergencia hecho sereta, fracturado por
todos lados, no dur ni una hora. La mujer, Glenda,
andaba como aturdida, no entenda nada de lo que
estaba pasando, la verdad que yo tampoco. Maana
lo entierran en el General del Sur, voy a ver si la
supervisora me da permiso y me acerco aunque sea
un ratico al velorio.

47

Anatmico

Pedroza cuidaba los cadveres del Instituto Anatmico. Con bigote encrespado y una bata de botones heroicos que le haca parecer el Sargento Garca de la Universidad Central, recorra sus dominios
de urnas metlicas donde reposaban los cuerpos a
los que los hongos convertan en capullos de mariposas gigantes. Tambin era el encargado de la piscina de formol en la que dormitaban, guindados de
los pies, los restos humanos que cada mircoles y
viernes acribillbamos los estudiantes de Anatoma
Uno y Dos. Pedroza siempre estaba de buen humor,
con frecuencia nos haca la segunda: una vez me
prest un crneo en excelente estado, un corazn
no excesivamente deshilachado y la mitad inferior
de un pobre hombre por la que pude estudiar la regin gltea y el hueco poplteo. Un viernes Pedroza
se duch temprano y se fue para su casa en Hornos
de Cal. Cuando entr a la casa se asombr por una
humedad de helechos y un murmullo de peces, la
48

cortina que daba a su cuarto le mostr movimientos de combate chino: Mara estaba tirando con un
malandrito de la zona. Pedroza sali y sin pensarlo
demasiado fue al Metro y se lanz al paso del tren.
Una de las ruedas le seccion la pierna derecha bastante arriba de la rodilla. Luego meses de hospitales
y psiquiatras y colectas para comprarle la prtesis.
Me contaron que todava anda sonriente por los
pasillos del Instituto mientras lleva acompasado
las urnas hacia los cubculos repletos de estudiantes
ateridos de miedo.

49

Consulta Externa

Aunque fuera un solo da que llegara y no hubiera esa cola de pacientes que da la vuelta hasta
el estacionamiento. Un solo da sin este olor a carnicera, un da que no me recibieran los gatos comiendo sobre la camilla, un solo maldito da que el
aire acondicionado sirviera, un puto da que las historias estuvieran en su sitio, que hubiera tensimetro que funcionara, tampoco es para exagerar pero
cmo coo esperan que uno sea cardilogo si el cabrn electrocardigrafo vive daado. Un pequeo
pedazo de da que la enfermera no pusiera esa cara
de cocodrilo ofendido, de proletaria al borde de la
lucha de clases. Si yo mandara en este hospital, nojoda, una semana es lo que pido, una semanita y
arreglo esta mierda.
El siguiente.
Masculino. Setenta y tres aos. Cardiopata hipertensiva e isqumica. Insuficiencia Cardaca
Congestiva Global. Ya el corazn es una gomita
que vibra como un zapato roto. A comprar tierra,
50

seores, pero y este monumento de dnde sali.


Esa mirada lquida puesta sobre mi corbata Kenzo, las yuntas de alpaca compradas en Londres, el
pelo negro y cortsimo, las orejas blancas, suaves,
los labios un poco delgados. Qu buena est. Las
tetas un poquito pequeas, seguro que caben en mi
mano como una mandarina, el vientre plano, hundido hacia el ombligo, las piernas largas, el culito
parado de garza regalada.
Perdn, la seorita es?
Su hija, doctor. No lo veo nada bien, se despierta ahogado en las noches, se desmaya, como si
no respirara por un rato. Yo lo veo muy mal.
Y tienes razn, querida. Este viejo ya est llenando el plan de vuelo.
Djeme examinarlo. Claro que todo fue para
impresionarla. En eso yo soy un as, el Meteoro de
la tecnologa mdica. Para nada, la verdad, porque
los soplos del viejo se escuchaban desde el escritorio, de dnde tambin poda ver de reojo el tronco
de los muslos de la ninfa protegidos por el vestido
entallado de flores. Pero igual le tom el pulso, yo
mismo le tom la tensin con una dedicacin que
olvdate de Jos Gregorio Hernndez, lo auscult
concienzudamente, encharcados los dos pulmones,
este viejo debe ser medio anfibio para respirar con
los dos piquitos de pulmn que le quedaban sal51

vados de las aguas. El corazn era un desorden de


ruidos y chasquidos, pareca que en algn momento
iba a salir Prez Prado gritando maaaaaammbo.
Mejor lo hospitalizamos le dije.
En esta parte nadie nos gana a los mdicos. En
esa frase grave dicha con seguridad. En la mano
impecable que arruga el estetoscopio y lo arroja con
descuido en la bata. Cuando ella abri los ojazos
ensanchados por las lgrimas, este servidor se le
acerc y le tom las manos, suavemente, sin apuros,
que la gacela calme tranquila su sed en el recodo del
manantial bajo el cielo abierto del Serengueti.
Es lo mejor para l. Aqu podemos cuidarlo
bien. Mientras le deca esto record la cocina del
hospital. Nunca en mi vida, lo juro, ni cuando mdico rural en Maroa, haba visto unas cucarachas
tan grandes. Al hijo de puta del director yo lo agarraba y lo amarraba en su silla, le pona delante el
busto de Vargas que est en la entrada del Hospital y lo haca almorzarse al menos cuatro de esas
mutaciones conchudas, lo obligaba a chuparle las
cabezas duras como langostinos al vapor, yo a ese
cabrn no lo puedo ni ver. Pero al grano Ambrosio,
caballo seis alfil rey, jaque.
rdenes en la historia, solicitud de exmenes, radiografas, indicaciones y ya est la enfermera con
su cara de culo debidamente instalada llevndose
52

al viejito envuelto en una batica de tela blanca que


lo haca parecer un centurin escoetado por los
godos.
Y t te quedas un ratico para que me des los
datos. Pasar al tuteo es la antesala imperceptible del
polvo. Permite una calibracin de la vctima, una
sonda exploratoria a sus deseos, una evaluacin
concienzuda de las defensas, un leve soplido contra
la resistencia de la entrepierna.
Lo dems fue pan comido, seoras, seores.
Nombre: Aritza, y claro, haba que calarse el cuento
de la abuela Maritza y el rollo del tipo de la prefectura que se comi la M y as se qued Aritza, pero si
Aritza es ms bonito, t crees?, pero claro, si Aritza es el nombre de una diosa griega (vamos bien,
se sinti halagada, de mitologa griega no sabe un
coo, igual que el suscrito), estado civil, divorciada,
punto a favor, trabaja? Estudiante, de psicologa,
punto a favor, hijos? La joya con el que se cas
nunca quiso, punto a favor, religin? Evanglica,
punto en contra.
Dejarla hablar, seguir atentamente sus palabras
huecas, sus ntimas tristezas, desgranadas con ese
tono ronroneante que nos ha sido legado por las
hijas de la clase media caraquea en descenso.
Al poco rato estbamos besndonos, lamindonos con desespero, tensando pliegues y aplacando
53

las lenguas con nuestras salivas cristalinas. Le saqu


el vestido por arriba, ella sacudi la cabeza cuando
la tela de franela la ahog por instantes. Era muy
blanca, alta, los ojos entrecerrados, como si hubiera
despertado de un sueo de siglos entre esas paredes
desconchadas y la camilla oxidada. Le pas la mano
por la raja empapada, chup mis dedos aceitados,
y la obligu a besar el nuevo sabor marino de mis
labios. La volte, le dobl el torso como si fuera una
mueca de trapo, le aplast con suavidad la cabeza
contra el semicuero de la camilla. No s por qu,
pero a las flacas me gusta cogerlas por detrs, mi
psicoanalista dice unas vainas de la sumisin y mi
miedo a la oscuridad, para m que a ese viejo birriondo le encanta que yo le eche estos cuentos. Le
abr un poco las piernas y se la clav.
Pero me equivoqu de hueco. Se la met por el
culo.
Ella peg un grito salvaje y se la sac, se volte y
me peg en la cara, un anillo grueso que tena en el
anular derecho me lastim el pmulo.
Pero t ests loco (tuuuuuu ests locooooooo)
grit. Animal (Animaaaaaal)
Me equivoqu le dije me equivoqu, disculpa.
Pero ella segua gritando: hijo de puta, hijo de
puta, hijo de puta y yo disclpame, de verdad, dis54

clpame, fue un error. Trat de abrazarla, pero no


es fcil moverse con un pantaln doblado en las
rodillas. Ella se puso su vestido y sali dando un
portazo. Afuera haba un rumor que me angusti
un poquito. Repar que se haba dejado olvidada
la pantaleta que yaca en el piso como una gaviota
muerta. Cuando me quise subir el interior me di
cuenta de la mancha oscura en mi palo, del olor a
tierra mojada, a fruta podrida. Trat de lavarme en
el lavamanos del consultorio, pero claro, no haba
agua. Maldito mil veces cosimo de su madre Director. Me lo envolv con una gasa, me vest, abr la
puerta, llam al prximo paciente.
Entr una seora con un nio azulado. El olor
era muy fuerte, pero igual, lo consider un aporte
al tradicional aroma de nuestra casa de salud y yo
no tena tiempo que perder, tena una consulta por
sacar.

55

Wiscon

Antes de que a Wiscon lo matara un Metropolitano de un tiro en la cara se enamor de una flaca
de Economa que se la pasaba en la biblioteca de la
Escuela de Historia. La entrada de la biblioteca era
toda de vidrio, desde afuera se vea a los estudiantes
leyendo, absortos como peces dormidos. Por semanas Wiscon se la pas pegado a la puerta mirando
a Olivia Olivo, como la bautiz el rata de Ratael,
y tratando de que no lo vieran cuando le pasaba
la lengua al cristal, dejando una manchita de caracol, su deseo silente. Wiscon nunca le habl, que se
sepa, a veces la segua cuando Olivia iba al comedor o cuando caminaba ingrvida hacia la parada
del carrito y atravesaba la Tierra de Nadie como
una palmera estremecida por el viento violeta de las
tardes. Wiscon era un animal de costumbres: en las
maanas sala de su cueva de Arquitectura, haca
sus abluciones en un chorrito del jardn que daba a
las canchas de Ingeniera, se ejercitaba con los potes
de Pepsi y un saco de boxeo que se rob del Gim56

nasio Cubierto y luego caminaba como un tractor


al comedor a atiborrarse de la avena grumosa que
slo a l le gustaba. Le pareca un deleite, la verdad, se zampaba tres escudillas y luego raspaba el
peltre para no perdonar los restos que se quedaban
pegados del fondo. Despus del desayuno se iba al
Hospital a ver si se poda colar por una de las puertas pero ya los vigilantes andaban mosca. Se pona
como loco, el pobre Wiscon, si no lo dejaban entrar;
le encantaba sobre todo ir a las revistas de Medicina y a las reuniones anatomopatolgicas para sentar
ctedra mientras se atusaba los bigotes de charro
enhiestos por la avena seca. No se sabe cmo, pero
Wiscon apareca en cualquiera de las Asambleas
que pululaban por la universidad. De estudiantes,
de empleados, de profesores, de jubilados, de la
tercera va, de los mariguaneros del estadio, de los
obreros sindicalizados, de los cheerleaders de Arquitectura, de las lesbianas de la Escuela de Letras,
de filsofos cirrticos, de autoridades asustadas, de
revolucionarios cansados, de investigadores agobiados por el silencio; las reuniones de la FCU eran sus
preferidas, all iba y soltaba su teora del modelo
imperialista de la Escuela de Wiscon Wisconsin.
Una tarde estbamos Ratael, El Mesi, Asuracenturix y yo metindonos un cacho leve detrs del
Aula Magna y apareci Wiscon a adoctrinarnos de
57

los efectos devastadores del cannabis en la memoria


cognitiva.
Ese, Wiscon, cmo est la vaina le dijo Ratael.
Jejejejeje le respondi Wiscon entre dientes.
Y el Hospital, Wiscon? le pregunt yo.
Bien, jejejejejeje.
Y las jevas?
Por qu? cuando Wiscon cerraba los puos
a los costados, haba que cambiar de tema.
Por nada, por nada. Y el entrenamiento?
pregunt Ratael.
Y bueno, tena que venir el mamafruta de Asuracenturix a provocar, a joder el parque, como siempre
que el humo del monte le pellizcaba los pulmones:
Y se puede saber para qu se est entrenando
este gordo cabeza de gevo? Para el campeonato
mundial de Sumo?. Asura deca sumu, gevu,
ya ustedes saben cmo hablan los chilenos, pero a
nadie le dio gracia esta vez, porque Wiscon se le
ech encima y empez a ahorcarlo con sus manos
de hierro, extraamente limpias, de uas cortadas, y
a pegarle la cabeza contra el piso de mosaicos; nos
cost una bola que lo soltara, Ratael lo abrazaba
por detrs y le deca ya Wiscon, para, deja la vaina pero sonrea el muy cabrn, como preparndose
para declarar en la PTJ si es que alguna vez encon58

traban el cadver de Asura en la selva intrincada


del campus universitario. Nos cost una bola, ya les
dije, pero al final lo dej tirado, boqueando, con la
cabeza sangrante. Le acerc la boca al rostro crispado, le mordi duro la oreja y luego le susurr:
Voy a subir el Everest, cabrn. Y eso es muy
difcil.

59

Pediatra

Creo que fue esa maana que Manuela me estuvo hablando del corazn de los cangrejos. Estbamos en la casa de Caruao, desde la colina casi se
podan tocar las plumas de los pelcanos en vuelo.
La noche antes habamos recibido la invasin de
los sapos que aparecan por todos los rincones con
parsimonia de hacendados borrachos y habamos
visto por primera vez, Manuela, Kranya y yo, a una
mantis religiosa inmensa que vigilaba el bombillo
de la cocina. Un tuqueque feliz, al que Nela llamaba salamandra, se apendejeaba en los resquicios del
techo a la espera de la cena. Recuerdo que esa noche le cont a Nela un cuento sobre un sapo pirata
que rescataba tesoros de nios llorones y ella mova
las pestaas largas, asombrada por la valenta y la
caballerosidad de esos gordos verdes y feos. Nela
se fue quedando dormida, Kranya dorma a su lado
con una mano en la mejilla, hablando con voz ronca
sus sueos amables. S, fue esa maana, cuando bajamos por el camino de la playa, que encontramos
60

unas conchas secas de cangrejo y Nela me pregunt


dnde tenan el corazn los cangrejos. No recuerdo
bien qu le respond, pero no estuvo de acuerdo, me
dijo que debajo del caparazn deba estar, que los
cangrejos siempre tenan el corazn tibio, calentado por la arena, me dijo. Tom una de las tenazas y
la guard en su tobito amarillo, quera hacerse un
collar con la punta de la pinza rosada.
Todo ha ocurrido muy rpido, tampoco entiendo
nada. Kranya est cada vez ms flaca, las ojeras la
hacen lucir ms bella, ms distante. Aqu hay ruido
siempre, pasos, voces, pitos acompasados, llantos;
los mdicos no hablan mucho, parecen estar siempre cansados, como si estuvieran perdiendo la pelea
y no entendieran mucho adnde se dirigen. Manuela, sin pelo y con el tapabocas (aqu todos los
nios parecen de otra especie, extraterrestres extraviados en un gusano de luz) me mira con sus ojos
de miel como si quisiera preguntarme algo entre
jadeos. Hoy, que volv a faltar a la oficina, busqu,
en el revuelo de su cuarto deshabitado, la tenaza
del cangrejo que guardaba en su cajita de msica,
la atraves con una cinta de cuero y se la puse en el
cuello a la hora de la visita.

61

Infecciosas

Estas son las pruebas que nos manda Dios me


susurr el Obispo acariciando levemente mi mano
derecha, ms bien, la rama seca en que se haba
convertido mi mano derecha.
Debes tener fuerza, hijo, y templanza. Con ese
tono de quien ha hecho un tour por el cielo y le
dieron las indicaciones precisas de cmo hablarle
a los condenados, a los expulsados, a quienes nada
podan esperar de este trnsito llamado vida. Que
cursi soy, siempre he sido cursi, debo haber nacido
con unas cintas de raso azul atadas a mis manos
como un querubn, cursi desde la forma de mi cuerpo, abombado en las caderas como una pera, hasta
las pestaas tan largas que a madre tanto le gustaban, soy, era, el colmo de lo blando, de lo viscoso.
Este trnsito llamado vida. Hay que ver, hay que
ser capullo, hay que ser imbcil, hay que pasarse del
temor a Dios para llamar a la vida trnsito.
Por qu a m, monseor, por qu? por
queeeeeee a miiiiiiii, pooooorrrr queeeeeee?, gema
quedamente la pera podrida en los costados.
62

Hijo, hijo, slo Dios dispone, slo l y sus designios, slo l y el plan que ha trazado para nosotros. Aos de entrenar las cuerdas vocales para
obligarlas al tono que slo Paganini y nuestro Monseor. Aos de manos ocultas entre las mangas de
la sotana, aos de silencios y suspiros y pualadas
por la espalda de quien se le interpusiera en el ascenso a los cielos.
Ja ja ja ja. Ja. El Plan de Dios. Hostia, esa s es
buena. La escuela (el infierno en la tierra), mis queridos condiscpulos llamndome mariposn, mariquita, Santiago metindome la mano en el pantaln
para sobar mis nalgas fras, mi padre obligndome
a jugar ftbol, la primera vez que el entrenador me
vio corriendo en el campo, me mando en el acto
a las duchas (ah, las duchas, las duchas, pero eso
vino despus). Las confesiones cada semana en la
iglesia desierta, su olor a moho, siempre hmeda,
el sacerdote que de tan viejo descamaba como una
serpiente, sus manos artrticas, su boca pastosa lamindome el chapuln, blanco y suave como un botn de rosa. Madre obligndome a la palabra, a la
misa, a la bsqueda del perdn de Dios. Nueve aos
y pedir perdn, nueve aos y frotarme con jabn de
linaza cada noche para quitar de mis partes el olor
a tabaco rancio que me haba dejado la lengua del
padre Jos Luis.
63

Luego, el plan de Dios. Ja. Jaja. Ja: el seminario.


Las duchas, las duchas, las manos en la oscuridad,
los labios, las curvas, el rechinar de dolores deliciosos, la extrema tensin de cada msculo excepto los
del cuello, que se desgonzaban al sentir la cabeza
del palo que me exploraba las entraas. El plan que
Dios traz para m con cada mamada, con cada explosin de semen en mi cara, con cada cuerpo vuelto sombra sobre sombra. El plan que llev a cada
nio a mi oficina, al confesionario, a la enfermera
del Colegio, para que yo buscara en sus ojos asustados, en sus cuerpos ya rotos, algo de alivio. El plan
con que Dios dispuso que un da empezara a perder
peso. El plan que dej unos planetas violeta en mi
cara y en mi torso, el plan que aloj unas larvas de
gusano en mi cerebro, ayer me las mostr la doctora
Mata en la radiografa, se vean como unos capullos de algodn en un grabado japons, pero eran
gusanos, con un nombre misterioso, gusanos que
coman mi cerebro con un hambre atroz, devorando mis recuerdos, comindose mi vista, masticando
mis palabras, y que a veces, en el rumor de las palmeras que rozaban la ventana, me hacan escuchar
algo, no s, algo distinto que ya no importa.

64

Tcnica quirrgica

Me contaron, creo que fue el rata de Ratael, que


el Presidente de la Repblica haba estudiado en
esta misma facultad, que se haba meado borracho
en la estatua del Dr. Vargas que est en la entrada
del Hospital, s, esa donde est sentado todo solemne, con la mano levantada; una maana, cortesa del
rata de Ratael y el Mese, amaneci guindada en
la mano del pobre Vargas una cartulina que deca:
Cuando la mierda llegue aqu, me paro y me voy.
La que se arm, el decano estaba como loco, gritando y amenazando con expulsarnos a todos si no
decamos quin haba sido, que si Vargas fue el primer Presidente civil de Venezuela (gran vaina), que
si fue el primer Rector de esta Universidad (gran
vaina), que fue un gran mdico y cientfico (gran
vainota). Por supuesto que ese viejo poda caerse
muerto de una apopleja en el auditorio de la facultad y nadie iba a soltar nada ms que las risitas que
estallaban por todos lados protegidas por la pobre
luz del recinto.
65

Pero no era de eso de lo que bamos a hablar,


Ratael. Decamos, camaradas, compaeros
Y se puede saber por qu usted cada vez que
habla lo hace como si estuviera en una asamblea de
delegados, gevn? me interrumpi Asura. Sinceramente, con tanto chileno bueno que asesin Pinochet, y Asuracenturix ni se haba enterado que en
Chile haba una dictadura, pero es que ni un da de
cana pag antes de venirse a jodernos la paciencia
en este pobre rincn del trpico.
Cllate, chileno de mierda, o te echo al Wiscon para que termine el trabajo en tu cuello sali
en mi auxilio Ratael.
Esa era la mejor hora de la tarde en el pasillo
del Anatmico, bajo la placa de Marvin, un pendejo que se resbal justo all y las balas de la Guardia
Nacional lo dejaron tieso cuando allanaron la universidad en el 71. A la memoria de Marvin Marn
Snchez. Eso fue lo nico que qued del pobre
Marvin, eso y la flecha para encontrarnos cada tarde, las guacamayas con su rumba y nosotros a rendirle culto a la cannabis.
Decamos, antes de ser interrumpidos, camaradas, compaeros, pueblo universitario
Coo, no te pases me ataj Ratael.
Ok. Perdn, hermano. Lo que quera preguntar es cmo es posible que ese borracho cabrn haya
66

estudiado en estas mismas aulas y haya mandado a


los Metros a darnos la mam de las coazas que nos
dieron hoy nos dieron es un decir. Nuestro amado Comit de retaguardia se repleg a las canchas
de Sierra Maestra cuando la cosa se puso candela.
Ese jueves los panas encapuchados empezaron
desde temprano los preparativos. Mantenamos una
estructura simbitica perfecta: ellos no se metan
con nuestra vida vegetativa y nosotros les celebrbamos, desde nuestra tribuna no violenta, la justeza
de sus luchas. Prepararon las piedras, las molotov, los
rollos de alambre con los que soaban algn da enlazar por el cuello a algn Metro motorizado de los
que se lanzaban como Custer cuando quera joder
a Caballo Loco por la entrada de Plaza Venezuela.
La verdad, no recuerdo si la vaina iba por el presupuesto justo, o el pasaje estudiantil, o el comedor,
la verdad, no me acuerdo. O si era por el decano de
Ingeniera, que haba intentado violar a una estudiante, todo se confunde en la bruma de la trona de
esos das, que eran todos los das. Pero lo cierto es
que nuestros panas los Capu haban acopiado piedras, miguelitos, varias cajas de cohetones aliados,
y una o dos fucas para cubrir la retirada. Los Metros, por su parte, ya haban cercado el fuerte Apache, nuestra insigne Casa de Estudios, fundada por
el Libertador Simn Bolvar un da que pasaba por
67

aqu despus de tantas guerras y tanto aguantarle


vainas al lambiscn de Santander. La rutina de los
Metros inclua meterse unas arepotas fritas rellenas
de supuesto jamn y queso blanco que vendan en
un puestico al lado de la Plaza Las Tres Gracias,
medio litro de leche y un cafecito, antes de que iniciaran los combates. Los Capus, atentos a la rutina
alimentaria de Los Metros, los madrugaron y metieron para nuestra amada Tierra de Nadie nueve
autobuses con conductores y pasajeros incluidos, un
camin de Zapatos Santa Ninfa que quemaron all
mismo, al lado de la Biblioteca Central, vaina muy
curiosa que con tantos camiones quemados en ese
punto ni uno solo de los libros de la Biblioteca agarr llama nunca, y se dedicaron a iniciar un purificador incendio en la sede de Toyota que quedaba al
frente de la Facultad de Ciencias. An con la boca
llena, Los Metros se vinieron con todo, lacrimgenas y rifles de perdigones, estos tambin aderezados
con metras y tuercas, y avanzaron como si adentro
estuvieran el Chacal y el Che Guevara resucitado.
Lacrimgenas, perdigones a quemarropa y peinilla
por ese culo, un dos tres, conformaban el men del
da y, otra vez, Andrs, se volvieron a cagar en la
autonoma universitaria.
No me acuerdo si fue Ratael, o la Albina de Geo68

grafa que estaba enamorada de l, quien vino con


la noticia: mataron al Wiscon.
Recabando los partes de guerra, pudimos reconstruir algunos de los hechos: a las 7:35 am Wiscon
sali del comedor y ya pona rumbo hacia el hospital a ver por cul entrada poda colarse cuando vio
un poco de humo en Las Tres Gracias y hacia all
se fue a poner su granito de arena en la contienda
de esa maana de sol radiante. Cuentan que l solo
casi estrangula al conductor del camin de zapatos, cuentan que sali hacia el rincn donde ms
encarnizada estaba la lucha, cuentan que se acerc
peligrosamente al nido de Metros, dicen que intent levantar un matero de cemento de los que un
Gobernador haba puesto por toda la ciudad para el
ornato de la mansin que se compr en Courchevel
con la comisin que cobr por los respectivos materos; es posible que algunos Metros se aterraran
al ver esa mole que intentaba arrojarles unos cincuenta kilos de concreto encima, y est escrito en
el informe que el Comisario Forero, que diriga la
operacin, sac el arma de reglamento y le meti un
tiro en el ojo a Wiscon.
Al final de la batalla, la bruma de los gases lacrimgenos, las manchas negras en el piso, los heridos en la emergencia del hospital, las asambleas,
las jaulas de la Metro llevndose detenidos a todos
69

los bolsas que se atrevieron a salir por las entradas


sitiadas. Y nosotros, donde Marvin, en silencio mirando la montaa que a esa hora daba miedo de lo
rabiosamente violeta que estaba.
Coo, jodieron a Wiscon dijo Ratael.
S, le dieron al pana.
Sabes qu vamos a hacer? dije suavemente Vamos a soltar a todos los perros de tcnica
quirrgica. Que se jodan esos sdicos y aprendan a
operar con su madre.
Y nos fuimos al stano del Anatmico donde
estaban las jaulas de los perros, justo al lado de la
piscina de cadveres. A patadas rompimos las puertas de las jaulas, y azuzamos a los perros para que
salieran. Algunos no tenan ojos, a otros ya les haban amputado una pata, los ms tenan la barriga
atravesada por un mapa de cicatrices, suturadas una
y otra vez por los bachilleres de sexto y sptimo.
Con unos palos los fuimos sacando hasta el jardn,
ninguno quera moverse, se juntaban y se negaban
a caminar. El Mesi le clav una patada a uno de
los que luca ms completo, as empezaron a moverse hacia la puerta Tamanaco, desde atrs se vean
como el video de Michael Jackson versin perro, o
como una vaina bblica, algo as.
Vayan, son libres les grit Ratael.
T si eres ridculo, Ratael. T si eres bien im70

bcil de verdad. Mesi estaba llorando, las lgrimas le rodaban por debajo de los Rayban Esos
hijos de puta. Esos hijos malparos de la regrandsima puta.
Tranquilo, Mesi lo abrac. Tranquilo.
Cuando la tomba se esfume nos vamos al OGran
Sol a meternos unas birras le dije. Al fondo de la
calle, los perros se haban convertido en unos puntos difusos que avanzaban lentamente hacia la noche.

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El sueo de los ciegos

Todo idioma sagrado es secreto.

Octavio Paz

Es imposible concebir una cosa tan trastornada, irregular o mounstrosa que no podamos soar
Cicern
Y llevas el cao a tu sien
apretando bien las muelas

Charly Garca

El sordo, una winchester y el primer beso

Acaso la luz sea un nuevo tormento


Cavafy

De los Rocco, Lino era el ms ratn, unonoventa y el pecho como una montaa de tanto levantar
pesas. De la seleccin de volibol del liceo, primer
rebote del equipo de basque, me daba coscorrones
cada vez que me vea. Tena un hermano, Mximo,
de mi edad, una mierda completa. Me encantaba
cuando el viejo Rocco nos invitaba a cenar a Costa
y a m. Los ametrallaba a cachetadas, si eructaban,
si pegaban los mocos en la mesa, si hablaban con
la boca llena. El viejo sacaba la mano desde abajo
y fuiss, aterrizaba en la mejilla de Mximo, o en
Enzo, y a veces, cuando la rabia era superior a su
miedo, conectaba a Lino con el puo cerrado en la
costillas.
Yo le haca los mandados a Mximo; si quera,
me quitaba las barajitas del Mundial Mxico 70
que le faltaban. Yo le deca cmprate las tuyas y l
77

ni una palabra, me soltaba una patada en las rodillas


y as. Una mierda completa.
Cuando su mam sala, los dejaba encerrados
con llave. Costa y yo los llambamos desde el pasillo: era un espectculo verlos salir por la ventana y
caminar, Lino luego Enzo luego Mximo, por el filito, un paso, cierre, un paso, cierre, hasta siete pasos
exactos de trapecistas. Cuatro pisos y la brisa que
a veces ayudaba. Yo miraba hacia abajo fijamente
para y si caan? no perderme nada como el da que
lanzamos al gato de Carlangas en paracadas desde
la azotea, todo bien, orondo iba hasta el quinto que
se solt y fue un proyectil dejando cuatro vidas en el
sitio y las patas traseras inservibles. Se volvi un cagn: nos miraba y pegaba unos gritos salvajes. Una
vez agarr a Enzo de las piernas cuando ya llegaba,
hice como que lo empujaba y el muy cabrn deca: dale, dale. Lo solt asustado y l aprovech para
lanzarse sobre m: un diente menos, la rodilla en la
boca del estmago el coo de tu madre y luego vino
Mximo porque tambin era su mam y entonces
de nuevo la rodilla pero ahora en las bolas.
Un aire dej bizco a Mximo en el terremoto del
sesentaysiete y el ojo se le iba ms adentro cuando
planeaba una maldad, como si quisiera verla dentro
de la cabeza antes de que saliera. El da que me dijo
que furamos a la casa de en frente estaba ms biz78

co que nunca. All muri la vieja Salazar; que fumaba tabaco y echaba unos gargajos negros como un
uyuyuy desintegrado. All se la pasaban Lino y sus
amigos metindose cachos de marihuana y jamonendose a las jevas. All salan ruidos y humo por
las noches. All cagaban los borrachos. All, cuenta Costa, encontraron muerta a Rita, su hermana,
derretida por dentro porque se bebi un frasco de
limpiador de pocetas Mas. Era linda Rita, bonitos
los ojos, asustados como el mar. Casi me rajo pero
estaba Costa mirndome con nosequ en la cara y
dije pero entras t primero y me llevo mi winchester. Mximo intent ganarse el Winchester a cabezazos pero yo le negoci mi espada y la capa del
zorro, as acept: al rato me prestas el rifle y yo est
bien sabiendo que cuando se lo diera no me lo iba a
devolver y otra vez qu pena mi mam en la noche
tocndole la puerta a la seora Rosa que su nio se
volvi a quedar con los juguetes de Fernando.
Entrar con cuidado de piel roja. Costa abri los
ojazos como un lechuzo cuando peg el olor a mierda que sudaban las paredes. Mximo iba delante,
escupi sobre los huesos y pelos que quedaban de
un perro muerto y dijo, los ojos ms o menos fijos
en m: quien est cagado que se vaya. Yo me sent
sobre un ladrillo pensado seguro piso una plasta y
este hijodeputa se va a rer de m y tambin Costa
79

se va a rer y se lo van a contar a todos, se van a rer


en el patio del colegio cuando estemos cantando
el himno, se va rer la vieja del quiosco que me fa
los suplementos, se va a rer hasta mi pap cuando
regrese y eso si regresa.
Ahora, cada quien cuenta una historia dijo
Mximo, sobrado frente a Costa.
Yo me s una de cangrejos una noche en Tucacas,
me s la del avin que se estrell ayer en Colombia,
me s una de mujeres que van al liceo sin pantaletas, me s una de nios que se acuestan y amanecen
convertidos en cucarachas cmo t. Mximo, que
una noche vas dormir dormidito con las piernas de
Mximo y los brazos de Mximo y el pelo liso y
brillante mugriento y los ojos que no se van a ver
bizcos porque vas a estar dormido y cuando despiertes vas a ser marrn y duro, igual al volvagen de
mi padre pero chiquito, sucio como esa T, como esa
Q, como esa J pintadas all por alguien antes? de
que Rita dejara su silencio doblado entre las paredes.
No quiero dije.
Entonces se vino cerca, habl en mi odo
vamos a cogernos a Costa.
Y cmo se hace?
Con esto y sac una paleta de helado afilada
como un cuchillo, se la metemos por all y le da80

mos hasta que nos salga un taco de leche lo dibuj en el aire, grande y perfecto por sus lados iguales.
Y si no quiere?
T eres gevn? Dile que cague aqu frente a
nosotros.
Y para qu?
Y para quee? Para que se nos pare, para
quee ms?
Costa, haz pup.
Costa que toma con los dedos gordos el short y
las pantaletas a una y los baja en un movimiento de
bailarina, las nalgas lechosas de Costa alumbrando
como un nuevo sol que derrotaba la luz sucia de la
ventana, los ojos inmensos que miraban el cuerpo
de su hermana, el gesto de sabia: los codos en los
muslos y las manos haciendo reposar a la barbilla;
algo oscuro y suave se adivinaba al final del camino
que empezaba en sus rodillas, y se iba achicando: el
ojo, hmedo, de una cerradura.
No tengo ganas dijo Costa.
Y ahora?
Ahora Mximo, sin pantaln, que se lanza sobre
Costa y la ahoga con las manos, Mximo decidido
que la arrastra hacia el piso y le abre las piernas con
las suyas, la paleta de helado que se pierde entre las
piernas de Costa y penetra, sangre en la madera,
81

Mximo que no siente el can del rifle tapndole


las orejas.
Mssimo le cant sultala.
Sonri. Explor un poco ms con la paleta. Yo
apret el gatillo suavemente. Por un momento, mir
el polvo que se levant del suelo: flotaron, en el aire,
miles de pececitos. Mximo cay de lado, acurrucado como un caracol; un lquido verde sala entre los
dedos que se llev a la cabeza. No lloraba, abra y
cerraba la boca; yo tom a Costa de la mano, le dije
vstete. Salimos de la casa.
Caminamos un rato por la parte de atrs del edificio. Ella, en silencio, miraba las hojas cadas de los
rboles. Pregunt:
Y qu? Te cogi?
Me detuvo cerca, cerquita, de su aliento. La tarde
toda se volvi su cara, redonda como la luna de los
cuentos. No cerr los ojos. Ella chup mis labios,
mordi un poco mi lengua. Sali corriendo.
Con mi winchester al hombro camin con pasos
de viejo hacia el parque, a esperar la noche fugitivo ya bajo el rbol grande donde viven los murcilagos.

82

Crece en los rboles

El hombre se asom por la ventana y haba un nio


colgado de la rama ms alta de la mata de mango.
Tendr unos pocos meses, vesta lindo mono azul,
babero blanco y desesperaba por liberar una mano
atrapada entre las hojas como lanzas. Miraba hacia
arriba y frunca los labios, unas arrugitas graciosas
en su piel de durazno. El sol golpeaba con fuerza y
el hombre pens que era una lstima que el nio se
encontrara tan alto, desguarnecido. Crey recordar
a la madre como una de esas universitarias depresivas, de pelo corto y cuello largo y flexible de cisne,
que se encontraba de vez en cuando en el ascensor
y le lanzaba mirandas ora de desdn, ora de extraa
complacencia. Madre soltera, se dijo e imagin
un apartamento mnimo, un solo ambiente ms pasillo cocina y fregadero pero bao en su sitio a Dios
gracias por ms que ella se creyera parisina por los
pocos metros cuadrados disponibles pero tan cerca
del vila. Boxesprin en el suelo, libro de Kundera,
compasivo y cido como un padre tanta msica ne83

gra, palabras entrecordatas gemidos? desde la vista


area que le proporcionara cuando descendiera sabiamente hasta su entrepierna por supuesto a desatarle el cierre y buscar con manos vidas y secas
carne palpitante una roja cabeza perlada por una
levsima pelcula de sudor ya que el hombre ereccionaba cuando el nio que gira graciosamente y es
un pez en una nasa, casi un ave torpe y prehistrica,
slo la cabecita redonda y reluciente, los escasos pelos que a cualquiera despertaran ternura pero para
l un pichn en extrao nido la ayudo a subir las
bolsas del mercado se cuela por el caf o el vaso
de agua opinin sobre la ltima huelga de profesores y exposiciones en el Celarg dejar caer como una
bambalina la beca en Alemania comentario amable
sobre los amigos y jocoso sobre las monumentales
tetas que all dej y si se ofende no parece con esa
blusa que ensea el perfil levitante de unos pechos
pequeos cuando se inclina para alcanzar las tazas
y t mdico? no, psiquiatra ambos ren y el nio va
en serio hacia abajo rpido que cae y l se lanza a
salvarlo sin capa roja ni ridcula S en el pecho si lo
alcanzo antes de quin lo dira no dej nada, ni una
nota, tan amable, risueo era, as son los suicidas, yo
conoc a alguien que

84

La comida china

When you are sad and lonely


and have no place to go.
Hank Williams

Despirtate, mariquito.
Le cost abrir los ojos. Sinti el cuerpo arrugado,
un dolor en el cuello, la espalda. Mir sus pies, le
faltaba una media; las uas, largas, se doblaban sobre s mismas, como una lumpia. Le dio risa. Como
una lumpia.
Qu tal?
Levntate. Vamos a comprar mierda.
Se dirigi al bao lentamente, la boca llena de
arena. Busc saliva en los labios. Mir su rostro en
el espejo. Los ojos, dos puntos rojos, legaosos. Una
momia.
Estabas perdido.
Y qu hiciste anoche?, le pregunt el to.
Un pinchazo. Todos respiraban sobre l. La inyectadora se llen de sangre. Al final, la mujer ya
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no gritaba tanto: gema suavemente. Olor a vmito.


No, no, no.
Qu?
Qu hiciste anoche?
No me acuerdo. Estaba perdido.
Me llev dos carajitas para la playa. Estudiantes de Arte. Me las cog a las dos. Pareca una montaa rusa. Tetas por todos lados. Insaciables. Me
dejaron seco y seguan, chupndose la cuchara.
Menta. Ya Magda le haba contado. Hice lo que
pude. Me negu varias veces. No perda oportunidad para decirme, Pancho, que a ti no te importaba.
Que slo quera montarme una vez. Pens por qu
no y sin darme cuenta ya estaba ensartada. No s
qu paso. Acab ah mismo, casi me lo meti. Pobre, tu to, le dio pena. Es la coca, me dijo. No lo
quiero ver ms.
A Santa Mnica, juerte imitando un acento
nicaragense que no le sali.
Se dej la misma ropa y baj a buscar el carro. La
conserje limpiaba el piso. Olor a lavansn: el agua
jabonosa haciendo olas en el piso. Buenos das. La
vieja no le respondi. Fregaba el piso y resoplaba,
pero no levant la cabeza. Un pjaro marrn, de
cola larga, lo miraba desde el techo del carro. Piurrip, piurrip, lo llam. El pjaro retrocedi unos
pasos. Vol hacia el Guaire.
Ahora vais a ver qu buen perico. Le gustaba
86

cuando el to hablaba as, como un viejito. Sonri.


Pensaba en Magda.
La conoci en la Universidad. Las reuniones del
grupo. Horas planeando las manifestaciones, preparando las molotov. Magda abra los ojazos: unas
aceitunas. Mova el pelo rubio, llevaba al desgano
pauelo de seda, un bluyn roto, camisas que transparentaban las tetas pequeas. El coordinador deca hay que tener cuidado con sa, una burguesita,
y fijaba la mirada dolorosa en su cintura magnfica.
A ti te alimentaron con compota, compaera: as la
haba abordado. Las cervezas en O Gran Sol. Magda no bailaba salsa, se encantaba de verlo bailar con
las putas del bar. La fue enamorando de a poco, con
pausas de ajedrecista. El primer polvo. La cama sucia del hotel. Un chicle pegado al escaparate. Tres
veces se asombr por sus explosiones: la hmeda
determinacin de volverse hoja, piedra de ro. D a
m e p o r e l c u l o. Casi acaba mientras lo ensalivaba. Un pelito ensortijado asomaba entre sus nalgas.
Cuando lo sac, vio la cabeza oscurecida de su palo.
El olor a tierra del jardn de su abuela, las lombrices
entre los rosales.
No te comas la luz.
Baj por la colina sin prestar atencin al gemido del motor. Su vecino compraba el peridico en
un quiosco. Las calles estaban sucias, como siem87

pre. En la pared blanca de la morgue, escrita, una


promesa de amor. Pens: all dentro, en el piso, los
cadveres yacen, uno sobre otro. Aceler en la curva, descendi entre rboles y edificios. Una extraa calma. Resignado, se sumergi en el ruido de la
avenida. Un fiscal levantaba y bajaba las manos con
desesperacin. Sudaba. Luch contra el deseo de
echarle el carro encima, le pas a un lado, tan cerca
que crey ver miedo en el rostro del espantapjaros.
Las doce del medioda. Al norte, el cerro era una
ola cuajada en tierra, una amenaza de desgajarse sobre la ciudad.
Es lo nico que nos queda.
Qu?
El cerro, es lo que nos queda.
Lo que faltaba, no vas a llorar justo ahora.
Hace tiempo. Acostado, intentaba aserrar los barrotes de madera de la cama. Tena fiebre, las paredes se estiraban y recogan como un acorden. El
vrtigo. Su mam haba dejado t y aspirinas. Se
haba librado de un da de escuela, pero, a cambio,
las burbujas en la boca que le impedan comer. Tena sed, la eludi pensando en lo lejos que estaba
la nevera de su cuarto. Escuch el crujido exacto
de la cerradura. Alguien entraba. Pasos largos: su
pap? Cunto tiempo que no le vea? Era el to. Le
trajo unas llaves inmensas de plstico: una azul, una
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verde, una roja, una violeta, una gris, una negra, engarzadas en un aro blanco. Toma, para que abras las
puertas. Unas llaves. Bellas, nicas, y l qu era? El
guardin del Castillo del If, celador de la desgracia
de Edmundo Dants. Un esposo que llega a casa
cansado de la oficina. El propietario de un Maserati
rojo. Guard las llaves, con cuidado, bajo la almohada. Viste hoy El Zorro? Aparece un personaje
nuevo, el indio Pablo, un hijo de puta. Fino con el
cuchillo. No s cmo va a hacer El Zorro con ste,
no juega limpio, lo mira y le dice: el zurrooo y se le
echa encima. Se rob el cliz de la iglesia. Culpa del
cabrn del cura, lo acept de ayudante, y eso que la
cara del indio no engaaba. Medio maricn el cura,
con la barbita blanca y la batola.
Al pasar la arepera, cruz a la izquierda, atraves
el ro por la va que va hacia la universidad y busc
estacionamiento en una obra en construccin.
El to dijo: espera aqu, ya vengo. Baj del carro y
camin decidido hacia el boquete oscuro que bordeaba el ro. La luz del medioda haca del tnel y
las casas que se adivinaban en su interior algo ajeno,
de otro mundo. Una mancha.
Pancho encendi la radio. Satisfaction. Rolling
Stones. Subi el volumen. Un hombre corra a
quin persegua? Hua? Intentaba tomar un autobs? Un gato esperaba, paciente, la emergencia de
89

su presa desde la alcantarilla. Un polica coma una


arepa, la mayonesa, gris, chorreaba por los dedos.
Su to se acercaba al tnel: Barrio los Chaguaramos, fundado en 1959.
Yo quisiera que estuvieras aqu, a mi lado, que la
palabra siempre fuera una certeza, que la nuestra
sea una historia feliz y no historia a secas. Quisiera
que an gozaras con mis chistes y no los detuvieras
con esa mueca de hasto, que los cuentos de hadas
existieran al menos por esta vez. Quisiera despertar
en las maanas sin sentir a la cama de enemiga, registrar los distintos tonos de tus pezones cuando la
luz se tiende oblicua y derrotada sobre ellos, beberme el sabor marino de tu vulva, reivindicar la risa
con que explotas sobre m o explotabas, da igual. Yo
quisiera ganar una, ganar sta, abandonar el templo tal como las serpientes desechan la piel, pedir
perdn, mirarme perdonado en tus ojos, saberme
an amansador de tus hombros, dueo y protector
de tus muslos dorados. Magda, Magda, cabra, nube,
Magda, no me dejes solo en este grito.
Ya es tarde, yaestarde, yaes tarde.
Sinti que un rumor de piedras chocando recorra su abdomen. Abri la guantera. Sac la pistola,
una Glock negra, diecisiete tiros nueve milmetros.
Apunt hacia un hombre que estaba a punto de ser
tragado por el hueco negro.
Adis, to. Las lgrimas cambiaban el tamao
90

de las cosas. Trag todo el aire que pudo, exigi tensin y quietud a sus pulmones.
Dispar en el ltimo instante; la bala se perdi
en el caos que era, a esa hora, la ciudad. Mir a
su alrededor. Casi nada haba cambiando: el gato,
feliz, despanzurraba una lagartija. Esper un tiempo, el locutor anunciaba un concurso, luego pona
Honky Tonkyn. The the. El to sali del tnel como
un cristo que camina sobre la mierda. Se acerc a l
haciendo muecas. Entr al carro.
Dos gramos. Vamos a mi casa o nos la metemos aqu mismo?
Casi te mato.
Y qu? Te cagaste?
S.
Macaco bonito pellizcndole la mejilla.
Caminar por el medio de una autopista. Cientos
de kilmetro sin cansarme. Adivinar el destino de
los autos que pasen a mi lado. Despegar en un avin
y aterrizar de emergencia en una plaza. Levantar
los brazos magnficos y sobrevolar el continente.
Un cndor, un guila con una serpiente en la boca.
El anuncio de la agencia de viajes: Orlando dos noches tres das US 200. Un trabajo de ascensorista.
Dicen que en el sur los ros son negros como cocacola y las islas desaparecen en el invierno borradas
por las aguas. Tegucigalpa cmo ser una ciudad
91

que se llame as? Tegucigalpa. Deb haber enterrado aquella lata con las metras. Eliminar el domingo
de los calendarios. Por qu sern tan enanos los
yanomamis?
Al, al Pancho? golpendole la cabeza
aqu o en mi casa?
Mejor vamos al Kou San. A echarnos un palo
y mirar los pececitos.

92

La fiesta de las larvas

El Pecas odiaba viajar en autobs. Desde los trmites engorrosos en el terminal, todo le pareca una
cadena humillante, una explosin de vergenza: las
putas pintarrajeadas, los guardias empujando, los
insultos de los conductores, el humo, el humo, el
humo, los borrachos renegridos tirados en el andn, entre charcos de un lodo pastoso hecho de
grasa de motor acumulada por aos. Por ms pequeo burgus que le pareciera a sus ex camaradas, se prometi nunca ms viajar en esas latas de
mierda. Estamos haciendo la revolucin para que
todos vivamos dignamente, libres y dignos pens
y guard la frase, que le haba quedado redondita,
para una prxima reunin con los hijos de puta que
lo haban expulsado de la organizacin slo porque
haba pedido una misin diferente, ya estaba harto
de servir de cabrn del secretario general, harto de
parar maridos celosos con el poder disuasorio de
una nueve milmetros clavada en sus narices, harto
de hacerse la paja en la habitacin de al lado mien93

tras escuchaba los jadeos de su jefe catando la sopa


caliente de las cuquitas abiertas de las compaeras.
Logr montarse en un autobs con nombre extrao al frente, soport con estoicismo el olor a sudor y a fritanga que entraba por las ventanas y busc un asiento sin nios ni reclutas cerca. El chofer
tena pinta de fascista, o a lo mejor era que para
el Pecas todo panzn con bigotes chorreados era
fascista hasta que se demostrara lo contrario. Dos
horas despus de lo que le dijo el colector, el aparato arranc, tosiendo. Pecas senta una emocin
como hacia tiempo que no, un picor que le suba
por el pecho, como el da que cumpli once aos y
le regalaron su primer reloj, un Soligar de cuerdas,
con un tictac ruidoso como si llevara una bomba
dentro, ochenta bolos en la tienda de los chinos de
la avenida veinte. Veinticuatro aos y tanta decepcin, militante en el movimiento juvenil de la organizacin desde los catorce, los estudios de medicina
abandonados en el primer semestre porque lo haban mandado de refuerzo al sur, dnde habra de
nacer la revolucin obrera y campesina. Ni un solo
obrero o campesino haba sabido del hambre del
Pecas en esos das, de la revisin minuciosa de los
cubos de basura de los restaurantes para aplacar el
estmago estragado, del peso de las tardes en que se
paraba en los portales de las fbricas para arengar a
94

las masas que salan cansadas de sus trabajos. Hombres ciegos, aturdidos por el calor de los grandes
hornos. El secretario general le puso el ojo al Pecas
en un viaje clandestino en que le sirvi de enlace.
Le gust su silencio, su andar de pelirrojo tranquilo,
la chaqueta de pana que no se quitaba nunca. Desde entonces se lo llev de chofer, de guardaespaldas,
de mayordomo.
Quieres refresco? Era gruesa, de labios vulgares, tena el pelo sucio. Intento intil de ponerle
conversacin, de motivarlo con sus escasos recursos,
la sonrisa que podra suavizar su rostro si no tuviera
los ojos tan separados. El Pecas clavaba la mirada
en los valles que atravesaban, largos galpones de fbricas recortados frente a montaas violetas.
Eres de Caracas? El Pecas pens mandarla
al carajo, preguntarle qu coo te importa, tirarse
un peo, pero lo detuvo el tono de voz ronca que por
momentos se haca gangosa, de niita. Como la voz
de Elisa, delgada, con teticas pequeas, limones, limoncitos, naranjas chinas, le deca l mientras las
besaba, mientras buscaba concienzudo cubrir toda
esa piel suave, acariciada por aos de cremas humectantes, de protectores solares. Elisa sonreda en
los pasillos de la facultad, el largo cabello que se enroscaba en sus dedos mientras se contaban las vidas
en la Tierra de Nadie, su rincn amable, el nico
95

que al final les qued. Elisa que desabrochaba con


ternura su pantaln y le deca que quera tenerlo un
poquito en la boca, que lo liberaba con un conocimiento de siglos y comenzaba golosa a cubrirlo de
besos hmedos y luego pasaba a engullirlo, a meterlo ms en su boca y ms hasta la garganta y ambos asombrados por la ausencia de reflejo nauseoso.
Despus los gemidos suaves cuando la penetraba,
los ojos bien abiertos, las dos manos crispadas en su
rostro, morderse los brazos buscando el hueso, su
disposicin de escolar aplicada, el afn exploratorio
y el grito, el anuncio de no poder ms, no poder
ms hasta que los dientes se refugiaban en el cuello
del Pecas, agradecida.
La gorda se fue durmiendo en su hombro, llegaron a la costa cuando la luz del medioda paralizaba
a las lagartijas que miraban la carretera desde las
piedras iridiscentes de la orilla, el mar era un recuerdo de mejores tiempos, la refinera era un monstruo
de metal, una pelcula futurista. Siguieron hasta que
el paisaje tom el tono oscuro de los bosques, llegaron a San Felipe. El sol, sin reconocer su derrota,
arrancaba brillos rosados a las hojas de grandes rboles que estallaban por todos lados, produciendo
una sensacin de campamento minero, de poblado
transitorio, a la capital de estado. En un bar cercano
al terminal ya lo esperaba el flaco Prada, desertor
96

como l, recostado sobre un muro, la mirada atenta


tras los lentes de carey. El Pecas haba decidido tirar
la parada cuando lo abordaron en la universidad.
Execrado de la organizacin, acusado de sopln y
varias desviaciones ms, era un leproso al que nadie
acompaaba en las mesas de los cafetines. Pero ya
veran, reagrupamiento de las guerrillas le dijeron.
Frente en tres polos del pas, l en Occidente, les
vamos a meter un cohete en el culo a todos esos
revolucionarios enconchados en el Este de Caracas
y de mitin en la Universidad Central. Elisa vestida
de blanco en el apartamento de la playa de sus padres, el pelo hmedo y el bronceado que borraba
sus ojeras, Elisa de cejas y mirada luminosa cuando el Pecas despertaba gritando cada noche, que lo
arrulla, lo besa, besa sus ojos, besa su pecho agitado,
le sopla quedo su amor, la caricia que lo obliga a un
sueo tranquilo.
Subimos en la madrugada, Carlos. Hotel Terepaima, ya pagu el cuarto.
Cuntos vamos a ser?
Mejor si no preguntas y sali del bar con
andar encorvado de revolucionario nuevo.
Pecas durmi mal esa noche. So que estaba
en una litera en la casa de su to en Tucacas, tena
calor y sed, la boca seca, el sonido del mar como si
algo quisiera decirle, abra los ojos y cientos, miles
97

de cangrejos que le apuntaban con sus antenas, movindolas a un lado y otro, rastrillando el piso con
las tenazas. El cangrejo ms grande se pareca al
que haba quedado en la maana bajo las ruedas del
carro, aplastado contra el piso, el cuerpo reventado
como una porcelana rota. Algo le reprochaba y su
ta, mucho ms vieja, le deca ese es tuyo, llvatelo a
Caracas en una caja de zapatos y el Pecas despertaba con ganas de explicar que l no estaba manejando, que no era su culpa.
An estaba oscuro cuando comenzaron a subir el
cerro; los rezagados de los grupos que venan a examinarse, a dejar gente marcada, a obligar a volver a
los amores, bajaban con los ojos inyectados, oliendo
a cocuy y a plvora y dejando un reguero de velas
encendidas y conchas de limn en las riberas de las
quebradas. El Pecas tena fro y el barro se le meta
en los zapatos, que pena traer esos mocasines para
esta montaa, seguro que lo iban a criticar despus
pero pens que el ltimo regalo de Elisa slo poda traerle suerte. Cuando llegaron al claro se impresion de ver tanta gente, todos jvenes, algunos
sonriendo, otros con el ceo fruncido, la vanguardia
revolucionaria que no poda ocultar el miedo que le
produca la montaa donde viven los espritus.
Fueron horas organizando la agenda, levantando
planes de accin, estableciendo posiciones y distan98

cias con los aliados extranjeros, manejando medios


para obtener finanzas. Cuando son el primer tiro
se haban retardado en la eleccin del Comit Poltico Militar. Y luego un eco profundo que parti en
dos un arbusto al lado del Pecas.
Creo el chirrido de las palabras contra los
dientes apretados me cagu los pantalones. No
tuvo tiempo de pensar en nada, slo la vergenza
por el olor inconfundible de la mierda fresca que
empezaba a subir, la sensacin pastosa y fra del
bluyn manchado contra su culo, el deseo ferviente
de que en ese lugar no hubiera moscas. Despus
ruido. Una campanita en el cerebro. Un pedazo de
cielo entre las ramas de los rboles.
Lpez esperaba en la ltima mesa del bar de carretera, bebindose una cerveza lentamente. Alto y
fuerte, con barba canosa, pareca uno de esos tos
complacientes que llevan a los sobrinos al cine todos los domingos. Mir entrar a Smith, su lugarteniente, un negro inmenso que cuidaba un bigote
ridculo.
Smith se sent, cubierto de polvo, y esper la
pregunta:
Bajas?
Todos. Los setenta y cinco.
Y de los nuestros?
Ninguno. Uno. A un tal cabo Flores, de la
99

Guardia, un comando tuyo le vol un brazo con un


tiro de Fal.
El mocho Flores Lpez gustaba de esas
bromas, que quede siempre constancia de su dureza, que todos sepan que para llevrselo a l por
delante haba que traer bolas de repuestos.
Bonita operacin dijo Smith con media
sonrisa.
Acabamos con un nuevo brote guerrillero, y
en plenos ochenta, habrase visto.
Eso djalo para la rueda de prensa del ministro. Los reagrupamos nosotros, los convocamos
aqu nosotros y los muy pendejos ni vieron el hoyo
de la fosa comn.
Eran larvas de comunistas entonces, los acabamos antes de nacer.
Coo, Lpez, te pareces al Dr. Sabn, descubridor de la vacuna contra el polio. Entonces todo
fue por profilaxis.
Y porque los reales llegan cuando se chorrean
los gobiernos.
Siguieron bebiendo hasta llenar la mesa de botellas marrones, atentos al rumor de la noche que bajaba de la montaa, extasiados con los escarabajos
que estrellaban, con un golpe seco, su vuelo metlico contra las luces de nen.
100

Dime cunto ros son hechos de tus


lgrimas

Esto se acab, vida, la ilusin se fue, vieja


y el tiempo es mi enemigo.
Rubn Blades

Al negro Smith le encantaba atravesar la universidad en las maanas camino del trabajo. Senta, al
contacto de la 357 en la espalda, que violaba la autonoma universitaria, las consigas que envejecan
en las paredes. Con la fuerza de su mirada lograba
hacer descender hasta los tobillos los bluyines de
las delicadas nias que con el pelo an hmedo corran hacia los edificios de las aulas. Ri fascinado
con la imagen de decenas de pantaleticas aleteando
como mariposas por los jardines de la UCV. El templo del saber, pens con rabia, mientras mostraba
los dientes a una flaca espigada, con ojos asustados
de gacela. Euclides Smith continu su camino, orgulloso de su estatura y del andar reposado de sus
piernas poderosas. Desconfa de las mujeres senta101

das record las palabras de Proto, su padre, cuando


retard los ojos en una morena que sobre un banco,
miraba al frente sin esperar nada.
Un sabio, el viejo Proto.
Tambin a l le gustaba dar consejos, ser escuchado por la gente, decir frases ingeniosas en los
bares: un psiquiatra, un curador de almas.
Desayun como cada da en una mnima arepera de Las Tres Gracias, una empanada de carne,
una malta, un marrn pequeo. Suspir al mirar la
grasa de la masa aguada que se pegaba del papel.
Otro da de mierda, sentenci. Limpi con cuidado el bigote delgado, pag e hizo un gesto vago a
la portuguesa detrs del mostrador. Camin las dos
cuadras que lo separaba de su oficina, un edificio
viejo, Prez Jimnez era una verga, dos pisos por las
escaleras anchas, de granito verde. Abri la reja, la
puerta en la que siempre se atascaba la llave y sinti
alivio al notar que la sala oscura an permaneca
vaca. Un escritorio, tres sillas unidas por las patas,
una puerta gris que daba al rincn de la verdad,
como llamaba Smith al cuarto de interrogatorios,
una ventana amplia: ringside para ver a los encapuchados de la universidad quemando camiones
y tirando piedras. Desde aqu no los pelo con un
dosveintidos pens guiando un ojo cuando repi102

c el telfono. Una vez, dos, tres, cuatro, cinco, hasta


que alarg la mano lentamente y atendi.
S?
Hola, Proteo.
Me llamo Euclides Qu tienes?
Mujer blanca, veinticinco aos, fenecida el sbado entre las once de la noche y las dos de la madrugada. Fue encontrada en las riberas del Guaire
ayer en la tarde, bajo el elevado que pasa sobre el
estadio.
Violada? Smith pensaba en el lenguaje potico que siempre usaba el Dr. Miguel Delibes cuando hablaba con l. Fenecida; lo imagin
frunciendo los labios con su barbita corta y los lentes sin montura.
No seas morboso, negro, su cuerpo no fue hollado por el semen del asesino.
Causa de la muerte?
Estrangulada, con un objeto elstico, creo.
Present hemorragia intracraneal, probablemente
al ser golpeada con una piedra, o el pavimento. Por
qu no te vienes y haces tu trabajo en vez de estar
preguntando pendejadas por el telfono como una
negrita remilgada?
Remilgada. Es el colmo pens Smith.
Desde la ventana de su oficina, los hombres y mujeres que entraban y salan de la estacin del Me103

tro parecan hormigas cansadas. Smith detestaba el


transporte pblico, lo consideraba promiscuo, bajo.
La sede de la morgue se encontraba en un stano
al que se acceda por una rampa que terminaba en
dos puertas pintadas de azul. Un letrero con grandes letras blancas: NO PASE si no est autorizado.
La eterna antesala de madres llorosas reclamando
sus muertos. Aqu se hunde un Titanic cada sbado, pens Smith. Entr al galpn que siempre le
pareci un sitio ideal para hacer fiestas clandestinas.
Contra una pared dos urnas metlicas, oxidadas, olvidadas por todos. Camin con cuidado para no pisar los charcos de sangre y lleg hasta una superficie
de madera donde yacan cinco cadveres desnudos,
una etiqueta colgada de sus pies los converta en
material de archivo. Saba que, desde algn rincn,
Delibes lo acechaba. Reprimi el gesto de asco que
luchada por salirle desde muy hondo. El olor dulce,
indefinible, que explotaba por todos lados. Dios
mo, la empanada: dios mo, la malta.
Por aqu, negro lindo. Miguel Delibes, alto
de grueso pelo negro cuidadosamente peinado hacia atrs, bata impecable, pantalones de rayas y corbata de flores violeta, le hacia un gesto con el dedo
ndice desde la oscuridad de un cuartito que tena
escrito en la puerta, casi con burla: Sala de Autopsias.
104

Hola, Delibes tono oficial, los dientes blanqusimos.


En la mesa que los separaba, el silencio humillado
del cuerpo sin vida de una mujer. Aunque hinchada
y con tintes violceos en el abdomen, an conservaba algo de juventud: el caballo rubio, los tobillos no
corrompidos, el anillo de plata en su mano. El aro
ciantico que le atravesaba el cuello pareca una extraa joya. Tena las rodillas flexionadas, muy juntas, como si estuviera dispuesta a patear con fuerza
a quien se le acercara.
De buena familia dijo Smith.
No me canso de afirmar, Proteo, que tus jefes
no hacen justicia a tus habilidades, la preclara inteligencia que te ha llevado a resolver dos casos en
todos los aos de tu dilatada carrera.
No soy yo quien nombra los jueces de este pas.
Claro, Proteo, otra vctima del sistema, y negra adems. Has considerado escribir a Amnista
Internacional?
Me llamo Euclides Quin es?
Ana Isabel Carvallo, hija de Tato Carvallo,
fabricante de botas industriales, militares, etctera,
etctera.
Y qu haca esa nia tan cerca del Guaire?
Bien pensado. No fue llevada all por la fuerza,
los signos de violencia no parecen tener que ver con
105

traslado alguno. De huellas dactilares, nada. Rastros de piel en las uas, menos. Aparentemente se
dirigi a su destino por propia voluntad y encontr
a la parca agazapada entre los bejucos y el ro de
mierda.
Delibes, a veces me cansas.
Acepto que me envidies, Proteo. Es ms, lo
entiendo. Parece que esta fue vista ltimamente
en un parque de Los Chaguaramos, es decir, en los
predios de nuestro comn amigo Juan de Dios Segundo.
Jack The Ripper?
Ese acento britnico, Euclides.
El viejo Proto, un sabio, siempre desconfi de
los nombres bblicos. Algo esconden, Euclides, y
desde hace cinco mil aos deca. Por eso me puso
nombre de gentiles. Extendi su mano hacia el cadver; preocupado de que no se le viera la mancha
de desodorante de la camisa: All, que tiene?
Entre las mamas, ya desdibujadas, un punto violeta pareca algo fuera de lugar, un planeta perdido.
Le clavaron esto, absolutamente equidistante
de las dos tetas. Sac del bolsillo de la bata un objeto de metal y lo entreg a Smith: una medalla
en forma de estrella, atada con una cinta tricolor.
Smith la volteo. El reverso deca, en relieve: Honor
al Mrito.
106

Me huele a perversin, a alguien se le fue la


mano en la bsqueda del placer, Miguel.
Se despidi con una palmada de Delibes, y sali
con paso de pantera hambrienta por la puerta de
personal, ms discreta. En el muro blanco frente a
la morgue un perrocalentero que lo conoca le sirvi sin preguntar un emparedado a su gusto: pan,
salchicha y papitas, sin salsas, ni cebolla.

II

Smith decidi caminar hasta la oficina. Encendi el primer panatela del da, un Montecristo. Un
gusto caro, regalo de un amigo de la Embajada cubana. Busc un telfono pblico que funcionara,
llam a su secretaria y gir instrucciones. Treinta
cuadras hasta la oficina. Se demor complacido en
un sendero con edificios residenciales a cada lado,
extraamente en silencio a esa hora del da. El cerro
brillaba como hecho del papel lustrillo, siempre lo
senta como un acompaante silencioso, un monstruo benvolo, comprensivo.
Lleg a su oficina en cuarenta minutos. Seal a
su secretaria el cuarto de interrogatorios y ella afirm en silencio. Smith abri la puerta y se mantuvo
bajo el marco unos segundos, conocedor de la im107

presin que producan sus cientocuatro kilos distribuidos armnicamente en uno noventa de estatura.
Hola, Juanico.
Juan de Dios Segundo era bajo, delgado, nervioso. Sentado en el centro de la habitacin pareca
un diablo menor cumpliendo una tarea. Calvo, bien
afeitado, grandes ojeras cultivadas por un insomnio
perenne. Vesta camisa de seda roja, bluyn de buena marca y cazadora mostaza.
Buenos das, comisario.
Olvidas que ya no soy comisario.
Espero que haya sanado esa herida.
An no, o a lo mejor s, pero ese no es tu problema. Y hablando de problemas, apareci una joven muerta. En el Guaire. Dicen que t la conocas.
S? Y quin dice? una mueca casi imperceptible de burla.
Se llamaba Ana Carvallo.
Bella muchacha. De pechos suaves. Multiorgsmica.
Con ahorro extremo de movimientos, Smith
camin hacia Segundo y como de rutina le clav
la punta del zapato en el plexo solar. El hombre
cay hacia atrs, enredado con la silla y la falta de
aire. En el piso, pataleaba como una cucaracha boca
arriba. Smith camin hacia la ventana.
Tu vida sexual no me interesa, Juan de Dios.
108

No te la des de gran hombre conmigo que nos conocemos hace aos: a ti no hay cartel que te proteja ni crcel de mxima seguridad que te espere.
Lo tuyo es Retn de Catia, Hotel Las Flores, pues.
Recuerdas a Brazoenio, tu amor eterno compaero de celda? Su palo de treinta y tres centmetros
alisndote los pliegues por detrs?
El hombre se levant penosamente. Con un resto de dignidad acomod la silla y se sent, la mano
en el abdomen. Smith encendi un panatela.
La habr visto cuatro veces, mximo. Iba por
mi zona algunos fines de semana, un poco de cocana para sus fiestecitas, monte, frecuentaba bares de
ambiente, las cosas buenas de la vida que jams le
mostraron sus padres. De repente ya no tena tanto
dinero como al principio y pagaba en especies.
Siempre sola?
En un Mustang convertible del sesenta y cinco. Rojo: una belleza. A veces con amiguitos, compaeros de la Universidad, supongo. Iba mucho al
parque donde trabajo, pero a m me buscaba los
viernes. De resto se sentaba a ver los nios jugar
o enseaba a hablar a un viejo en silla de ruedas.
Fulminado por una trombosis, t sabes.
No me tutees, Juanico. Contina.
No hay mucho ms, Smith. Este viernes iba
acompaada de una seora algo mayor, cuaren109

ta aos o ms, vestida como ama de casa. Se rean


mucho. Le vend un poco de punto rojo; la seora
fue quien le dio el dinero. Se encontraban a veces
con otro cliente mo, Rangel, coronel del ejrcito.
Ana lo trataba con cierto desdn, en una oportunidad los vi hablando en un banco del parque, Ana lo
insultaba en voz baja, l creo que lloraba mirando a
los carros pasar.
Agarr a Juan de Dios por la chaqueta y lo sac
de su oficina. Luego llam a Arsenio, un contacto
en informtica de las Fuerzas Armadas y le pidi
verlo.
S te vienes ya, pero en taxi, ni se te ocurra
venir a pie le dijo.
Smith sonri. Hizo otra llamada: Pndulo Prez,
un peruano que haca las veces de ayudante. Le dio
instrucciones de meter la nariz en casa de los Carvallo y las ventas de trofeos cercanas y traerle un
informe antes de las seis de la tarde.
Al otro lado de la lnea, silencio. Smith imagin
el gesto de asentimiento de su ayudante.
Cmo ahorras palabras, Pndulo.
Silencio.
Smith suspir al poco tiempo y colg. Baj a la
calle y tard unos minutos rechazando taxis en estado de descomposicin. Al fin se decidi por un
Ford del setenta y ocho, amplio y grasiento como
110

un barco. El chofer lo mir desconfiado e intent


entablar conversacin.
Smith necesitaba pensar:
Seor, no me interesa su opinin sobre la situacin del pas, ni sobre los precios de los cauchos,
ni sus deseos de dictaduras firmes. Agradezco su
comprensin y su silencio. A Los Prceres por favor.
El taxista solt un negro de mierda entre los
dientes que Smith decidi ignorar. En poco tiempo
entraban al paseo de fuentes humillados por pequeos charcos de agua verde y descompuesta, grandes
leones de piedra ennegrecidos por el humo y estatuas de mujeres desnudas que tomaban un bao
eterno con los pechos opulentos al aire. Smith baj
frente a un edificio de pocos pisos que pareca un
panal, pag sin regatear lo que pidi el taxista y
busc la oficina del Capitn Arsenio Lander.
El Capitn Lander era an joven, con esa mirada resignada de los militares que se saben fuera
de la lista de ascensos en los prximos veinte aos;
cierto descuido en la vestimenta, compensado por
su genialidad con las computadoras, lo hacan un
hombre de oficina. Soldado de la retaguardia, como
lo llamaba Smith.
Arsenio, al grano: una nia bien, que responda
al nombre de Ana Carvallo, amaneci estrangulada
111

el domingo pasado en el Guaire. Era hija de Tato


Carvallo, con quien ustedes hacen algunos negocios. Tengo una pista pobre, un tal Coronel Rangel.
Como yo s que en esas mquinas tienes hasta los
nombres de quienes se acuestan con las esposas de
los generales, me vas a buscar los coroneles Rangel dispuestos a encuerarse con una joven de rostro
inocente, rubia y drogadicta.
Carvallo, el de las botas de cartn? pregunt Lander con el tono ajeno de siempre.
El mismsimo.
Interesante, por aqu las cosas arden a fuego
lento, y eso de las botas va a explotar como explota
todo en este pas: un diputado insultndose con un
ministro y dos o tres generales construyendo una
tasca anexa a sus viviendas.
Diez aos estacionado en capitn te han vuelo
mordaz, Arsenio.
Por qu? Los jamones guindando, el terciopelo rojo y los afiches de fiesta brava con los nombres del dueo de casa constituyen el sueo de futuro de todo cadete.
que llegue a General, al menos Coronel. Se
vera ridcula esa decoracin en tu apartamento de
dos ambientes.
Quieres ayuda, Smith? O viniste a joderme
la vida?
112

Quiero que me ayudes, Arsenio. Por los viejos


buenos tiempos.
Lander sonri, la nostalgia en los ojos. La imagen del fracaso. Al menos, Smith no se haba hecho
nunca ilusiones de s mismo. En cambio l, segundo
de su promocin, becado en Panam, hasta el da en
que se le fue la mano con aquel recluta. Se extravi
en el recuerdo de la cara del hombre, el sudor fro
que le corra por la frente. El llanto: gema como un
condenado a muerte: eso era.
Sera demasiado fcil que tu hombre fuera el
Jefe de Intendencia que dirigi por el ejrcito las
negociaciones con Carvallo, un Coronel de hoja intachable: Leonidas Rangel.
Smith ocult cualquier gesto, la mscara de ttem, una pantera que acecha a la presa a la orilla del
ro.
Y a este Rangel, le gusta la carne joven?
Estaba arrechsimo con Carvallo, las comisiones, t sabes.
Pero le gusta la carne joven? repiti Smith
dispuesto a mantener la pregunta hasta fin de sus
das.
Tanto como a ti o a m, pero distinto y volvi
a sonrer su desprecio por el mundo.
No me digas que su hoja intachable
Exacto. Es un maricn que se viste de luces a
113

la cada del sol y amanece repartindolo en el Flames.

III

La tristeza invadi a Smith como cada tarde.


Una suave parlisis que ascenda por sus vasos desde la tierra como una savia lechosa, densa. Llam
a la oficina: nada se saba de Pndulo. Luego llam
a Laura, la invit a almorzar, ella se neg. Smith
adivin su gesto cansado al otro lado de la lnea, el
odio reposado con que lo trataba desde haca ocho
aos, el gesto de la fiera que an lame sus heridas.
En qu punto se fue todo al carajo, cundo se hicieron insorpotables los ruidos de cada maana al
cepillarse los dientes, las canciones de Zitarrosa
compartidas, las noches en que Smith buscaba a
Laura en la escuela de Periodismo y se encerraban
en su cuartucho alquilado de La Candelaria, cmo
haba alisado esa piel, cuntas veces haba lamido su
barbilla, mordido su cuello de cisne, dnde qued la
ternura con que la levantaba entre sus brazos mientras ella gritaba como loca, penetrada y feliz.
Siempre me extraaron tus gustos, Euclides,
un hombre de derechas que escucha la msica de
nuestra juventud, en Pars, sesentayocho.
114

Difcil explicarle a Laura que Zitarrosa era una


tarde de lluvia en San Juan de las Galdonas, el olor
a sexo de la tierra mojada, la mirada de perfil de la
espalda y ancas de esa mujer que una vez jug a la
mentira de acogerloen su seno, la caida despreocupada de su brazo blanco sobre la entrepierna tranquila del negro.
Est bien, Laura, recuerda a Sadel: No le cuentes a nadie mi historia.
Qu romntico, Eucli, casi igual que el da que
termin en la Emergencia del Clnico Te recuerdas que nadie se crey el cuento de la cada por las
escaleras?
Est bien, Laura. Saludos a la nia.
A veces pienso que ni te acuerdas de su nombre.
Laura, que te coja un burro y colg suavemente.
El caso del poeta que ahogaron en una piscina
sus compaeros. Todos libres: el poeta no saba nadar, los hematomas en la regin occipital fueron
atribuidos a los azulejos de la pileta. Demasiados
muertos importantes en este pas para preocuparse
por un pobre diablo. Record un verso encontrando
entre sus papeles, en el cuarto del hotel de putas
donde viva: la tristeza es una vaca amarrada a un
ro.
115

Decidi ver pasar las horas sentado en un banco


contando sus respiraciones y mirando a los patinadores en la avenida.
La noche lleg arrancndole al cielo fogonazos,
haciendo todo rojo por instantes, iluminando por
ltima vez en ese da rostros aliviados que vuelven a
sus madrigueras. Smith pens que no haba comido nada desde la maana y se dispuso a entrar en
accin.

IV

En el Flames es fcil entrar si la estatura se convierte en una promesa. Humo y el calor de cientos
de cuerpos desesperados, frotndose, rostros sudados y bocas chupando otras bocas, msica a todo
volumen, gemidos entrecortados desde las cornetas:
una negra afirma que sobrevivir. Una nia muy
delgada y blanca baila con una gorda que le habla
al odo. La nia niega con una sonrisa, la gorda le
pasa los brazos por el cuello e insiste, la nia asiente
resignada, mira al piso con un suspiro y se deja llevar de la manos hacia un pasillo oscuro. Hombres
con aspecto prspero sonren a Euclides desde una
mesa. Un trago le llega a las manos, invita un viejo
116

calvo que lo mira fijamente desde la barra. Un muchacho maquillado se le acerca y se presenta:
Hola, me llamo Stayfree.
Bonito nombre.
Bonito lo que adivino debajo de ese pantaln
tan horroroso. No te da alergia el polister?
Smith sonre y Stayfree se contorsiona arrancndole brillo a su franelilla empapada, se agacha
siguiendo el ritmo de la msica con habilidad pasmosa e intenta tocar a Euclides en la entrepiernas,
la boca entreabierta, anticipatoria.
No tan rpido, negrito le detiene Euclides
sonriendo feliz de su buena suerte. Tmate un
trago conmigo y le seala una mesa en un rincn
oscuro.
Yo no bebo cmo crees que me mantengo as?
y pasa su mano por el vientre plano.
Stayfree result buen conversador, hablaba de
sus clases de danza en Parque Central, de lo mucho
que quera a su mam, de la primera vez que un to
lo viol, retardndose en los detalles de la cpula
incitando a Euclides con la mirada mientras se describa abandonado y abierto.
Raro que no te doliera le dijo Euclides
pero en el fondo se senta agradado con el muchacho, lo palmeaba a veces en el cuello con algo de
nerviosismo.
117

Coo, me haces dao deca Stayfree gozoso.


Al poco tiempo entr. Cincuenta, cincuenta y
cinco aos, delgado y fuerte, cabello corto bien peinado, canas en las sienes, una esclava de oro brillaba
en su mueca izquierda con gesto cansado y se acomod en una esquina de la barra.
Euclides lo seal en silencio, adivinando su
identidad. Stayfree frunci los labios, mir al techo:
Ese es un vicioso, le gustan las emociones fuertes, hacer dao, mi amiga Diosa termin en el hospital, tuvieron que operarlo para sacarle una cadena
de oro del culo. Es un pesado. Militar. Un enfermo.
A Smith le cost convencerlo, Stayfree se levant y se acerc a Rangel con pasos leves, al poco
tiempo caminaban hacia el bao: Stayfreee delante,
danzando como rumbera y el coronel atrs, marcial
y dueo del mundo.
Se encerraron en una de las cabinas, donde ya estaba Smith sentado en la poceta. El coronel orden
en voz baja:
Este mariquito que te la chupe, negro bello,
mientras yo lo trabajo por detrs.
El puo de Smith estall en el centro de las bolas
de Rangel, que se dobl con la boca abierta, buscando aire. Stayfree ensay un gritito histrico que
Smith call de un golpe en la nuca, obligndolo
118

a sentarse en la poceta. Levant a Rangel por los


hombros y le tap nariz y boca con la mano como
una garra mientras le deca lentamente:
Unas palabras me debe, coronel, sobre la joven
Ana Carvallo.
El coronel mova los ojos aterrado. Negaba, intentaba desasirse de la zarpa que lo atenazaba con
fuerza.
S, coronel, Ana, Ana, Ana repitiendo su nombre como si de repente descubriera lo mucho que le
gustaba ese sonido, suave como msica antigua.
Al fin habl Rangel, Smith escuchaba atentamente. Cuando sali del Flames la madrugada se
haba derramado sobre la ciudad. El pavimento
mojado, un choque en la avenida Libertador. Nadie
se ocupaba de recoger a los heridos. Con cansancio
repentino en la mirada, Smith se alej por las calles
que parecan haber sido abandonadas por todos.
Un carro pas lentamente: sonaba Gilberto Santa
Rosa. Smith no poda explicarse por qu el ruido de
sus pasos le provocaba tantas ganas de llorar.

A las cinco de la maana Smith llam a Pndulo;


pocos cabos le faltaban por atar:
119

Cuntame de los Carvallo, Pndulo.


Desolados.
Las ventas de trofeos? Qu hemos sacado de
las ventas de medallas?
Una lista.
Adis, Pndulo, que duermas bien.
Camin hacia el edificio de tres pisos donde haba vivido por cinco aos. Hogar, mascull entre
dientes. Abri la puerta con la llave que an llevaba
consigo y camin hacia el cuarto donde Laura lo
esperaba en silencio.
Cuando vena hacia ac record tu pequeo
defecto congnito, Laura, la ausencia de lgrimas.
Todava usas de las artificiales?
S.
Y cuando lloras, cmo haces?
Para llorar las lgrimas son lo de menos, Euclides.
Es probable, pienso en Ana Carvallo, otra que
no va llorar nunca ms, verdad, Laura?
Qu sabes t de eso, Euclides? le pregunt
Laura quedamente.
Poco, muy poco: s que se revolcaban, conozco
de tu aficin por las heridas punzantes, me imagino
que tu psicoanalista tendr algo que decir de todo
esto.
No metas mi anlisis en esta vaina.
120

Disculpa, ahora pienso que en el fondo siempre me excitaba sorprenderte mirando a las rubias
jvenes con ojos de tigresa. Pero, por favor, Laura,
una mujer tan fina como t cogindose carajitas a
la orilla del Guaire, entre las palmeras y los recogedores de lata. A propsito, geomtrica la herida
entre las tetas.
Y qu vas hacer?
No te preocupes, no saques el frasquito de lgrimas todava. Por all debe haber algn gevn
que no aguante la coaza en la Judicial, ese crimen
hay que resolverlo rpido, t sabes. Una ltima cosa,
Laurita: no uses las medallas que le dan a la nia en
el colegio para tus sesiones de amor: Siempre cre
que estbamos muy orgullosos de que fuera la primera de la clase aos tras aos.
Y sali a la calle con ganas de agradecer la luz de
la maana, bostez, se oli las axilas y se pregunt
si la arepera de la esquina estara ya llena de gente.

121

La ltima guardia

como alguien que he amado, y que me ama


desde un atad lleno de piedras
Eugenio Montejo

De noche, los pasillos del hospital se vuelven tristes como los aeropuertos. Las habitaciones oscuras,
el suave rumor del sueo de los psicticos. Detesto las guardias, la sensacin de estar encerrado en
un Fuerte Apache rodeado de locos. Duermo mal
esas noches, en ocasiones despierto de madrugada
baado en sudor, un sabor cido en la boca: mis
pesadillas, encerradas entre las paredes de la residencia, desatadas en una danza feroz. Peor an si
hay trabajo que hacer: si fallan las drogas, tenemos
aullidos y silbidos hasta el amanecer.
Mi ltima guardia. La enfermera toc la puerta con insistencia, siempre fue difcil levantarme:
Doctor, est malita la del 45. Ped la historia, garabate unas indicaciones, trat de dormir un poco
ms. No fue posible. Me levant y camin por el
122

hospital, la hora en que me gusta, los mdicos se


recogen asustados en sus habitaciones y los enfermos invaden todo con su miedo. Hay cdigos secretos entre quienes van a morir: la cancerosa de
la 13A implora una ampolla de morfina, el marico
de la 22B pasa cada noche a la cama de al lado y
vive, contradiciendo su rostro esqueltico y la fiebre
que lo muerde en las maanas, intensas y sigilosas
sesiones de amor, la enfermera que vende medicamentos, la hija de la cardipata que se la chupa cada
noche al residente de Ciruga. Recibe, a cambio,
un trato especial para su madre, una palmada de
aliento, unos minutos ms de atencin a los latidos
cansados de la vieja. De repente tuve una ereccin.
Dura, dolorosa bajo la delgada tela del mono. En
un arranque, llam a Marla. Le ped que me esperara donde siempre, Hotel Waldorf.
Sal furtivamente y me dirig al hotel. Era antiguo, tena un restaurant chino en la planta baja,
rejas engrosadas por varias capas de pintura. Acosado por las cucarachas. El chino de la recepcin
me conoca, dijo 103 y se sumi nuevamente en el
silencio. Quise pagar, Marla ya lo haba hecho. Sub
por unas escaleras de granito verde, falsas como en
las pelculas de Fred Asteire. La puerta de madera,
sin pistillo, se sostena por su descuadre con el marco. Empuj: todo a oscuras, como le gustaba a ella.
123

Supuse techos altos, un escaparate derruido, una


cama ancha en el centro. Ella esperaba en posicin
de yoga, me angustiaba no verle la cara, saba que
sus jugos estaran manchando la sbana, probablemente se estaba tocando cuando llegu.
No me esperaste le dije mientras le quitaba
la ropa. Creo que sonri. Me acerqu a su entrepierna que ola a jabn y a arroz a la marinera. Le
acarici el botn con la punta de la nariz y ella se
puso tensa como un violinista. Met la nariz con
afn de periscopio. Luego lam hasta el cansancio,
mord dos rodetes gordos y suaves, alis con mis
dedos la carne rosada que asomaba entre los pelitos recin afeitados. Marla segua mis maniobras
con respiraciones entrecortadas, sostena mi cabeza como temerosa de que decidiera meterme en un
viaje sin regreso. Ahogado en un lquido caliente.
Recorrer su piel con tristeza de hurfano, procur
hundir mis dientes sin hacer mucho dao. Sus tetas me observaban como ciervas insomnes. Me dijo
murdelas y yo mord. Primero suavemente, alternando las dentelladas con lametones amables. Sus
bufidos sobre mi cabeza servan de gua, me encontr con fuerza en sus pezones y afloj slo cuando
sent un sabor metlico. Ella jadeaba. Cuando me
retir, un moretn adornaba la sana redondez de
sus senos. Al llegar a la cara, me premi con sus
124

besos. Pidi mi lengua e intent arrancarla de raz.


Yo gem y ella la solt avergonzada. La penetr festivo, gozoso de su recibimiento. Nos concentramos
en movimientos suaves y espasmdicos como un
mambo, al final de cada embestida ella daba un saltito con sus muslos para sentir la raz, su parte ms
gruesa, accediendo a las entraas. Unos minutos?
Y explot en un orgasmo de cinco puntas. Temblaba como epilptica, yo la abrazaba con gesto de
timonel. Como un espadachn lo sac de su vaina y
me pregunt, generosa:
Qu quieres? y se inclin para ensalivrmelo con ternura.
Metrtela por detrs.
Pareca el sastrecillo valiente. Suspir:
Est bien, dame por el culo.
La acerqu cauteloso y apart sus nalgas con mis
manos, explorando sus profundidades. En el fondo se vislumbraba un huequito que emita una luz
tenue. Se lo acomod decidido, ocupando el tnel
angosto. Ella estir el cuello como una yegua asustada y dijo que no en el ltimo instante. Puso cara
de disculpa. Yo me masturb y le acab en el pecho.
Plcidos nos dedicamos a tocar nuestros cuerpos.
Marla me hablaba de su padre, un alcohlico y yo le
hablaba del mo (no contarle de quemaduras como
planetas en el antebrazo de los golpes concienzu125

dos al hgado con un bate, del rostro sumergido en


la mierda de la sonrisa final con que despidi a los
torturadores liberadores que lo metan a coazos en
un hueco de tierra hmeda y todo lo que quera, el
afn egosta de los suicidas). Nuestros olores bailaban por el cuerpo, reposaban sobre la cobija de tela
basta, en el brillo perlado de mi palo. Mientras me
baaba pregunt si estaba de guardia.
S, la ltima respond.
Camino del hospital agradec la brisa en el rostro, la luna menguante, el trfico escaso. Entr por
la lavandera y me col por los stanos: un cementerio de camas inservibles y equipos oxidados. Excusas sobraban para mi ausencia. Al llegar al Servicio supe que algo haba ocurrido: el movimiento
era inusual. La enfermera me miraba con reproche:
La del cuarenta y cinco, doctor, est muy mal.
Llam al de Terapia.
Se estaba muriendo. Era gorda y blanca como la
ballena de Ahab. Boqueaba con el cansancio que
sigue a la batalla. El residente de Terapia Intensiva
le clavaba un largo catter en el cuello. La lengua,
que sala entre sus labios resecos, era un pergamino oscuro y arrugado. No responda al llamado, ni
al dolor, ni a mi miedo. Tom una inyectadora y
busqu en el nacimiento de los muslos la arteria
femoral, convencido de que no serva de nada. El de
Terapia, que me odiaba, pregunt con burla:
126

Y no te diste cuenta? Debe tener como ocho


horas as.
Negu lentamente con la cabeza. Escuch los
craquidos de sus pulmones, imagin mi destino
ante comisiones de tica. (Qu postura asumir?
El mdico digno que admite su error? Culpar a la
enfermera?), mir su pobre cuerpo mancillado por
agujas y frascos intiles de solucin y los pechos de
Marla temblando azules en la noche.

127

Historia de una alfombra

Cuando llueve, el ro deja de ser espejo y se vuelve una fiesta de chispazos. Aquella tarde venamos
de Comunidad, una isla con habitantes de ojos rojos. La selva haba borrado el paso del tiempo, la
lluvia se haba metido en nuestros cuerpos como
un dolor, una larga enfermedad. En la voladora ramos tres los tripulantes: el teniente de la guardia, el
motorista y yo, mdico rural, harto de aquel caldo,
pueblo de mierda llamado Maroa.
A lo lejos, un punto sobre el ro negro. Una presencia que rompa el ruido montono del motor,
algo vivo distinto a los chillidos que emergan del
laberinto de manglares. El motorista enfil la voladora cuando lo seal, el teniente levant la mirada
desde el aburrimiento: un indio en una canoa inverosmil, remando con un rifle entre las piernas tras
un bulto un animal? mancha peluda unida a l por
hilos invisibles, como las mascotas a sus dueos, las
madre a sus hijas, la mujer a los sueos que la protegen del pene flcido de su marido.
128

Era un oso que nadaba hacia el medio del ro, su


larga cola empapada como un felpudo de edificio.
Levantaba la cabeza para oler el peligro y luego la
sumerga con piruetas de atleta olmpico. Confiaba
en salir bien librado cuando la corriente lo ayudara
a voltear la frgil embarcacin. Para el indio, que lo
segua con cautela conoca de sus garras curvadas ya era comida de los prximos das.
El teniente decidi que el oso era nuestro; el indio detuvo el esfuerzo de sus brazos cuando nos
acercamos lo suficiente y pudo ver la nueve milmetros en la mano del militar. Sonri resignado, como
si supiera algo que nosotros ignorbamos. Mir hacia la orilla y se abandon ro abajo conversando
con las aves que anunciaban el amansamiento de la
lluvia.
chatele encima dijo el teniente. Ponte de lado, que de aqu no le doy y levant la
mano armada como un prcer con exceso de peso.
El animal continuaba hacia el centro, sin tiempo
para cambiar sus planes. Fcilmente lo alcanzamos.
Pude ver su lomo erizado, el castao de sus cerdas,
la mancha clara en la cola, el hocico largo y simptico. Me sent al fondo de la voladora, repentinamente agobiado por su suerte: la cobarda que me
acompaa desde siempre. Dije no suavemente en el
momento en que el teniente dispar. El oso busc
el fondo hasta perderse entre las aguas oscuras.
129

Le di?
No.
Luego el golpe seco que estremeci la lancha, la
mirada asustada del motorista, mi miedo devuelto
por la cara del teniente.
Lo pelaste, gevn y ahora?
Ahora aprieta ese culo. Es l o nosotros
mientras el animal continuaba contra el costado de
la voladora y el gordo disparaba con desespero hacia el celaje, los pelos, el remolino, la amenaza.
Pens si merecamos esa muerte. Detest la escasa puntera de los efectivos de nuestro ejrcito. Dese que en el ltimo momento el bicho se ensaara
con la carne abundante de su asesino.
Un grito ronco con el ltimo disparo. El oso irgui la mistad del cuerpo y mir asombrado el otro
cielo en el reflejo del ro. Otro grito: la agona, y se
volte de lado como quien busca descanso; la sangre
oscura manaba de su nariz. Lo halamos por la cola
hasta un banco de arenas blancas, an no tragado
por las aguas. Entre los tres lo sacamos a la orilla.
Era alto y grueso como un dolo. El motorista lo
abri en canal y sali humo de sus vsceras.
Carne, doctor; olvdese del diablito por unos
das dijo el teniente con burla, extasiado por su
victoria.
Como dueo de la embarcacin, me correspon130

dieron cuatro kilos y la garra que te regal, Kranya.


Una cena de carne brillante y escarlata olorosa a
perfume barato, arroz quemado, la soledad y el llanto suave que anticipa las pesadillas de cada noche.

131

Vida moderna

Tal como est dicho, ella levant las cejas hirsutas y le exigi, con un gesto, permanencia. Las
paredes sin ngulo en los bordes, la sensacin de
largas distancias que proporcionaba la luz del dbil
fuego de la entrada, le producan agobio. Tambin
un recurso: existi o so con un tiempo de lluvias
eternas, de comidas compartidas entre bocas ptridas, cubiertas de sangre? Nunca se senta feliz en las
maanas: persista la desazn por los sonidos que
traa la noche, la desmesura de su fragilidad. No
era an la era de las aves, de los bosques fecundos,
los perros eran animales fieros, casi desprovistos de
pelo, que corran en grupo tras la presa. Igual que
l, ahora y para siempre, condenado a regir en ese
mundo incompleto.
Se levant con cuidado, examin las ronchas y
las heridas de la anterior cacera. Confi, por su olfato explorando el brazo tumefacto, en seguir siendo un macho til, uno ms, sin seas especiales que
lo acercaran a la muerte, al desprecio por su inva132

lidez; tema que le obligaran a renunciar a ella (le


haba costado conseguirla, ahora no poda vivir sin
su cabellera dura, sus carnes crecientes, el acre de su
aliento) y a la cosa pequea que lloraba envuelta en
pieles en un rincn.
Su cueva era la ms elevada de la montaa, la ms
discreta, la ms fresca en los das de verano. Desde
all observaba la costra rgida de las extensiones del
gran valle, el rumor de las manadas, su alimento, el
peligro que poda venir de cualquier lado: los grandes lagartos, la infeccin, el celo de su vecino. Los
altos montes a lo lejos, grises y cubiertos de bruma,
eran el recinto de sus dioses y tambin fue, aquella
tarde, el lugar donde vivi su peor pesadilla.
Con disimulado desgano ofrend un cntico y se
aplic en el examen de sus lanzas. Sali abrigado y
camin en silencio al lado de sus compaeros, tras
la huella del mamfero dentado.
Ella suspir y esper que se alejaran los pasos de
su marido. Amamant a la criatura y esper. Se retard en la bsqueda de piojos en su piel, le encantaba su sabor salobre, el crujido exacto que hacan
entre los dientes. Al fin entr el joven. Le gru
con placer, regocijada por la marca perfecta de sus
msculos. Se arroj sobre ella y busc con su miembro duro. La penetr entre la mata de pelos donde
hervan las ladillas. Sus quejidos se confundan con
133

el llanto del nio. Afuera, las otras mujeres respiraban el riesgo en el aire. Algunas cmplices, otras
aparentemente indiferentes, las ms despreciando
la tradicin. Ella se senta rebosante de leche; el joven, extraamente lampio, reposaba con la cabeza
entre sus mulos. Despus, la puso en cuatro patas y
la cubri por detrs: dos conchas marinas, dos insectos persiguindose en el aire. Al final se retir,
dejndola derrengada en el suelo de tierra. Se despidieron con la mirada.
En la noche, ella calentaba un trozo de carne verde. l miraba el fuego, luego la extraa pintura de la
pared que hablaba de pocas felices, luego el rostro
apacible de ella. As fue escrito que el hombre levant la cara y emiti un gemido ululante, un grito
desesperado devuelto por miles de estrellas cautelosas, con qu nombre llamar ese nuevo destino.

134

Escualos

Al amanecer el canto de los pjaros desciende


del cerro, atraviesa el pueblo y cae derrotado por el
ruido persistente del mar. Ellos desayunaban en silencio, acompaados tan slo por el chirrido leve de
los cubiertos rasgando los platos, por los suspiros de
l cuando vea el cabello largo y hmedo de Kranya
recogido en una cola que le acariciaba la nuca. La
nia, a un lado, jugueteaba con un trozo de panqueca convertida en un trencito.
A qu playa quieres ir hoy?
Ella se encogi de hombros, mir a la nia, le
limpi la nariz, la reprendi.
No s, di t. Da igual
Pero quieres ir o no? Mierda mascull l
mientras apartaba el plato bruscamente.
Muy lejos el recuerdo del da que la conoci. El
andar de pantera por el pasillo de la oficina de arquitectos adnde haba acudido para construirse una
casa nueva, los trazos seguros de ella, acometiendo
habitaciones sobre un plano segn sus deseos, aqu
135

la habitacin de los nios, aqu un jacuzzi, aqu un


sitio donde estar solo, por favor. Las tetas algo pequeas rozaban la mesa, se insinuaban bronceadas,
sin sostn, los logros del topless en Martinica. Un
da se le sent a horcajadas, mojndole el pantaln
con un jugo caliente. Luego todo fue muy rpido:
la separacin de Hercilia, los bienes partidos con un
hacha, la casa vendida a medio terminar, el rgimen
de visitas a los nios.
Mario, no dije que no quera ir, escoje t la
playa y vamos, sin peos, por favor.
El nfasis cansado de sus palabras produca en
Mario el efecto de un estilete, de una descarga elctrica recorriendo su columna vertebral, otra vez el
temblor de las manos, el sudor leve sobre la frente
quemada.
Lo de anoche fue demasiado.
Qu?
Todo lo que pas anoche. O ya no te acuerdas?
No mucho, no te queda bien ese tono misterioso palurdo, as que dime qu es lo que te tiene
arrecho y paramos s?
No mucho, pero nada? nada? nada?
Ya te dije: no mucho. T s recuerdas muy bien,
verdad, Mario?
S.
136

Entonces dime, coo, y para el jueguito.


Se le llenaron los ojos de lgrimas. Mario saba
que hacerla llorar era mal negocio. Luego se revolvera la rabia, la indignacin, las ganas de humillarlo hasta verle el hueso.
Repito, fue demasiado El perico sobre el
muro del malecn, Martha y Carmen comindote
las muecas, y todos los negros que te cogieron all,
contra la estatua sabes cuntos fueron?
No. T s verdad? Los contaste verdad? Te
gust verme verdad?
No s, Kranya, no lo s.
Le acarici la mejilla. Ella se lade un poco, a la
manera de los gatos satisfechos, cerr los ojos enmarcados en ojeras profundas, unas arruguitas se le
hacan alrededor de los labios: los aos, los trasnochos, la cocana, los insomnios.
Salieron hacia el sol que daba a las cosas apariencia de ser hechas de cristal. Ellos delante, la nia
atrs, tocada con un sombrero ancho de paja bajo el
que se derramaban los bucles, un angelito de esos
que representan al viento en los mapas antiguos.
Se dirigan al muelle en busca de un bote que los
llevara a la playa. Los gritos en la calle, los carros
repletos de gente, la licorera hasta el tope. Mario
meti el hielo, las cervezas y los refrescos en la cava,
complaci a la nia con un chocolate, a ltima hora
137

compr tambin una botella de ron y dos vasos de


plstico.
Cuando llegaron al muelle, un movimiento extrao. Sobre la arena, como vctima de una guerra,
decenas de tiburones abiertos en canal. Cuerpos
metlicos, de vientres blancos y speros, la boca terrible entreabierta en una mueca de hasto, los pescadores tomaban las vsceras humeantes y las arrojaban al mar, los pelcanos y las gaviotas se lanzaban
feroces tras los despojos. La nia dijo:
Los tiburones son malos.
Los pescadores continuaban tasajendolos, cortaban las aletas con desdn y las arrojaban en unos
huacales de madera. Mario pens en una comiquita
de su infancia, llegaba un cliente a un restaurant y
peda sopa de aleta de tiburn y el mesonero traa
un plato humeante donde sobresala, nadando, una
aleta. Se pregunt por qu nunca haba ido a un
sitio donde le sirvieran una sopa de esas. La nia
continuaba extasiada viendo cmo la arena se tea
de prpura. Un nio del pueblo haba arrancado
los ojos de uno de los tiburones y se los pona en la
cara, persiguiendo a otros nios que corran sonrientes. De repente, todos participaban del festn:
los pescadores, los habitantes del pueblo, que esperaban su parte en el asunto, Mario tomaba fotos, el
nio corra con sus prtesis oculares, la nia miraba
138

en silencio. Kranya tena una sonrisa extraa que


llen a Mario de espanto.
Como en cmara lenta, la nia estir la mano
hacia los tiburones. Dijo en voz baja:
No.
Y luego ms fuerte: No. No. Gritaba, se llevaba
las manos a la cara, lloraba. Mario la abraz. La llev al bote. Kranya los sigui, cargando la cava. El
motorista les pregunt adnde iban.
A Valle Seco dijo Mario.
Y a qu hora regresan?
Respondi algo que se trag la brisa que soplaba
del mar hacia la montaa coronada con la imagen
desvada del santo del pueblo, blanca, olvidada, sola,
cagada por los pjaros. Mario cerr los ojos hasta
que todo fue rojo.

139

Zamuros

Me vers caer
como una flecha salvaje
Cerati

Soy mdico. Traumatlogo. Por culpa de pap


llevo nombre de reloj: Casio, Casio Peralta. Pap
deca que ese era un nombre famoso en el Imperio
Romano, que se lo cuente a los jodedores del servicio. Hasta hay una tienda que pasan por la radio a
cada rato: la casa del casio, la casa del casio y sigue
la joda. Pero a lo que iba:
El telfono son en la madrugada, eso es normal: soy mdico, traumatlogo y siempre habr a
quien se le quiebre una pata a horas increbles o algn tiroteado que despus de dar gracias a Dios por
quedar vivo requiera de mis servicios. Hercilia, en
su sptimo mes de embarazo, slo se lade y apur
un poco la respiracin de ballena cansada mientras
murmuraba quin es, a esta hora.
Una emergencia. No para de llover.
140

Era Irene. Insomne y clara y pura y con los ojos


de gata recin parida que me esperaba.
En esta ciudad las noches amenazan siempre.
Pero hoy, con la lluvia y el terror que atravesaba
como una hoja de bistur N3, las calles solitarias parecan fotos de Marte enviadas por una sonda gringa. Conduje como loco, regocijndome por las olas
que levantaba el carro al pasar por los charcos, tan
slo lament que no hubiera nadie a quien mojar.
Me pareci extrao escuchar ruido de aviones en la
oscuridad: un rumor ahogado, un aviso que viniera
de lejos y no se pudiera descifrar. Estacion frente a
la casa de Irene. Amaneca y, esta vez, el cerro no me
devolvi la paz como haca siempre. Pareca prisionero, enyesado por nubes grises que lo sobaban con
lascivia. No se adivinaba el sol, derrotado de antemano por el agua que caa con saa. En el edificio
de Irene, una sola luz, la de su cuarto, me guiaba.
Viva sola en un apartamento de un ambiente decorado por su ex esposo, un fotgrafo alcohlico a
quien Irene llamaba el amor de su vida. Ese es otro
cuento: Irene zahirindome, mortificndome, ningunendome a cuenta de que no era intelectual. Ni
ganas que tengo, ni falta que me hace. A todos esos
drogadictos y maricones lambucios de subsidios me
los paso por el forro. Yo soy mdico de la Universidad del Zulia, con postgrado en la UCV y PhD
141

en la Univeridad de Stanford (se escribe PhD pero


se pronuncia piechdi). Se dice fcil aunque fueron
trece aos desde el primer examen de Anatoma y
el primer profesor que me pidi la hora con sorna.
Esa es otra historia, ya les dije.
Irene me esperaba con una franelilla que le respetaba el ombligo y le daba apariencia de deportista
aplicada. La pantaleta era mnima, casi un suspiro
que protega intil sus nalgas poderosas y el nacimiento de las piernas, largas y blancas como los fantasmas. Ni un reclamo, ni un aspaviento, cero irona
acerca de la fecha de nacimiento del primognito,
ninguna duda tantas veces argumentada sobre el
diagnostico de paternidad. Slo la mirada tierna de
miope, el gesto de niita cuando se rascaba los pelitos suaves dnde la naca el pubis.
Viste las noticias?
No. Qu?
Coo, Casio, desapareci La Guaira, se desbordaron tres represas hay como cien mil muertos.
Siempre exageran con el nmero de muertos.
Termina convirtindose en una puja macabra, una
posesin celosamente guardada, quien tiene la cifra
ms alta de difuntos, quien corta el aliento de los
dems con un nmero inverosmil y por eso irrefutable.
Decid que no era mi problema. La tom en mis
142

brazos para de nuevo sentir el asombro por su liviandad, por la lisura cuidada de su piel, me hund
nufrago en la hondonado en la que desemboca su
cuello y bes ese trozo de Irene, ese rincn terso
bajo el que se adivinaba el hueso.
Deja, no estoy de humor. Y esgrimiendo el
control remoto del televisor como una sentencia
apunt a la pantalla.
Un mapa del desastre. Barro y troncos de rboles,
casas, cuerpos y vehculos adentrados en el mar, que
ya no pareca el mar, si no una olla de sopa podrida.
Otra toma y unos nios corren, una mujer se mesa
los cabellos y llora, un hombre sostiene los restos
de una cocina sobre los hombros, la mirada obligada al suelo. Grandes rocas azules aplastaban lo que
ahora era el fsil de un camin, empollaban una
quinta de dos pisos o adornaban la azotea de un
edificio con una calma pasmosa, como si siempre
hubieran estado all, como si ese fuera su sitio en
el planeta, la tierra prometida tantas veces buscada. Vuelta a los estudios, los locutores con la cara
ms compungida posible, el decorado parecido al
que sacaban en tiempos de elecciones: una bandera, grficos, una palabra que rimara con el slogan
del canal y las circunstancias. Entrevistaban a un
ministro, o a un meteorlogo, incluso a psiclogos
clnicos, o eso deca que era el seor que hablaba
143

del trauma psquico de modo convincente, como


si fuera de su dolor ms oculto del que discurriera, de su propio abandono, de su ntimo insomnio.
Vuelta al lugar de los acontecimientos y las aguas
furiosas tragndose un barrio entero. Un periodista
descenda como un zamuro hasta un sobreviviente
y le mostraba el micrfono como una garra: Se te
muri alguien? Cmo te sientes porque perdiste
la casa, y a tu hijo? Excelente hubiera sido, digo yo,
que un damnificado hubiera rescatado un bate, un
bate de madera o de aluminio, da igual, olvdate de
Sammy Sosa, y le hubiera hecho swing en el temporal, un poco por arriba del audfono, para hacer
la pregunta igual de obvia: Te duele? Ms hacia la
frente o hacia atrs?
Segua parecindome ajeno. Por ningn lado
apareca el club donde aprend a nadar unas vacaciones, ni la playa a la que Hercilia y yo nos escapbamos del hospital algunas tardes para mirar el mar
en silencio, la agresividad perseverante de las olas,
las aves indiferentes y disciplinadas. En momentos as creo que amaba a Hercilia, sus manos suaves
que calmaban el temblor de las mas, sus hombros
de persona que siempre dice la verdad (era cierto,
jams menta, al menos que yo sepa).
Se me meti el diablo. No me fue difcil desnudar a Irene, aunque se resista, me araaba, pateaba.
144

La bes con afn de entomlogo, cubr su cuello de


saliva, obligue a sus msculos a relajarse un poco.
Bes su boca entreabierta y busqu la lengua, que
se negaba a jugar. La volte con la habilidad de Basil Batta en el Nuevo Circo y as, de espalda, tuve
tiempo de admirar sus omplatos perfectos, el hueco que se haca en su espalda cuando le apliqu la
llave que la inmoviliz, el fin de la columna vertebral
donde pareca faltar la cola erizada que las antepasadas de Irene habrn lucido coquetas hace miles
de aos. Las nalgas hmedas que parecan respirar. Hacia all me dirig exploratorio y las mord
suavemente, como una atraccin pasajera mientras
me diriga al objetivo, abrirle las nalgas y buscar,
buscar, buscar el huequito luminoso y apretado. All
lam con la indolencia de los condenados a muerte,
Irene empezaba a responder, lo notaba en los movimientos sinuosos, como de serpiente bailando, que
empezaba a hacer su esfnter, en el silencio de sus
dientes apretados, en los brazos descoyuntados a los
lados. Cuando la penetr por detrs, gimi agradecida. La obligu a mirar el televisor mientras me
mova en su interior, adivinando nuevamente sus
pliegues suaves y valles recnditos con el mismo
vrtigo de los astronautas cuando pisan la luna por
primera vez. Irene emita unos ruidos entrecortados, creo que lloraba un poco, pero yo estaba lejos
145

de all, como envuelto en una burbuja de ltex, slo


atento a los golpes secos contra sus ijares que detenan, como una muralla, mis embestidas. Cuando
me fui, chup su cuello diciendo algo ridculo: soy
un vampiro, soy un vampiro.
Nos buscamos una y otra vez sobre la cama empapada mientras las imgenes se repetan en el televisor. Casi se poda sentir el olor de los muertos,
la carne de miles de cuerpos eructando bajo los escombros. Hacia el medioda llam al servicio. El cabrn del jefe me pregunt dnde estaba, murmur
algo sobre un operativo y no tuve ms remedio que
decirle que desde temprano estaba abajo, ayudando
por los lados de Carmen de Uria. All se me quebr
un poco la voz, en ese pueblo me haba comido los
mejores helados de coco del mundo, los haca un
viejo que tena una bola enorme que le tensaba el
pantaln y lo obligaba a andar siempre con el cierre
abierto. Pareca como si alguien se hubiera equivocado con l y en lugar de testculos le hubieran
injertado un baln de basket slo para ver como se
las arreglaba. Cada tarde nos ibamos a comer un
helado, mis primos y yo, y mirbamos de reojo el
fenmeno. El jefe atribuy mi actitud a la situacin
que estaba viviendo, me pidi que me mantuviera
en contacto y que por favor me cuidara. Puse voz
de Bruce Willis y lo despach. Hice otras llama146

das: A Hercilia le dice que estaba en un hospital


de campaa recibiendo heridos. Lo mismo: cudate,
cudate, esto es horrible. Cara de culo de Irene e
ida al bao a lavarse hasta que yo la rescatara y la
regresara a nuestra concha, nuestro refugio antiareo. A mi mam, la pobre vieja ni se haba enterado,
me pidi un rcipe de valium, no haba dormido en
toda la noche. Luego te lo llevo, adis. Incluso di
unas declaraciones para la radio desde mi celular,
no recuerdo bien pero creo que habl de fracturas
abiertas y la forma correcta de inmovilizar heridas
con lo primero que se tenga a mano. Hablaba en
murmullos, entre jadeos, porque Irene, encogida
como un caracol, me lo trabajaba con la lengua, se
lo tragaba, haca gorgoritos, lo ensalivaba con dedicacin. Me desped del locutor antes de que tuviera
tiempo de darme las gracias, me escuch por la radio y casi cre en la veracidad de mis palabras.
En la tarde, a la hora que ms odio, decid que
era el momento de irme. Irene me pidi que me
quedara, que durmiera all esa noche, que le daba
miedo quedarse sola. Y de mi miedo nadie se ocupa, pens.
Casio, eres un cobarde. Los amores cobardes
Irene, por Dios, a tu edad y citando al cubano
ese.
Bast y sobr para que empezara a insultarme
147

con la tenacidad de un alpinista. Insulto, pausa, insulto, pausa, como en clave morse. Pareca una sacerdotisa que inventaba una nueva religin y estaba
desentraando los cdigos dictados por una fuerza
superior.
Cobarde. Egosta. Cnico. Cabrn. Hijo de
puta. Coo de tu madre. Maldito. Mal parido. Parsito. Mierda. Maricn. Pelele. Mediocre. Cagn.
Acomplejado. Mojn. Bruto. Maracucho. Pendejo.
Hijo de la grandsima puta.
Cuando empez a repetirse, ya yo estaba convenientemente vestido. Intent despedirme pero
ella continuaba cantando la misma cancin: cnico,
cobarde, etctera. Sal del apartamento pensando
que Irene estaba un poco loca. Afuera ya no llova.
Tom un poco de barro con el que embadurn las
botas y los pantalones y abr el tanque de gasolina
para borrar de mis manos el olor del sexo de Irene
que se me haba incrustado como un recuerdo. La
gente comenzaba a salir a las calles y recorra las
tiendas con remordimiento. Yo segua envuelto en
una bruma leve, extraamente ingrvido, las manos me brillaban, traslcidas, sin temblor alguno, lo
cual era muy raro a esa hora. Decid que no ira al
hospital en varios das. Los hroes merecemos algo
de descanso. Creo haber hecho algo por el prjimo
cuando dese con fervor que a la maana siguiente
148

saliera algo de sol que nos quitara la sensacin de


que el mundo estaba a punto de acabarse y endureciera un poco el lodo para proporcionar cierta paz
a los cadveres.

149

ndice

Prefacio
El golpe tormentoso de La piel del lagarto

I
Los peces
Cancin

15
26

La piel del lagarto

114-B

37
40
43
48
50
56
60
62
65

Sala de Partos
47-A

Anatmico
Consulta Externa
Wiscon
Pediatra
Infecciosas
Tcnica quirrgica

El sueo de los ciegos
El sordo, una winchester y el primer beso
Crece en los rboles

La comida china
La fiesta de las larvas
Dime cuntos ros son hechos de tus lgrimas
La ltima guardia
Historia de una alfombra
Vida moderna
Escualos
Zamuros

153

77
83
85
93
101
122
128
132
135
140

La piel del lagarto,


de Jorge Rodrguez Gmez
se termin de imprimir en julio de 2015
en los talleres grficos del IMP,
Caracas - Venezuela
Para su composicin se emple
Adobe Caslon Pro 14 y 12.
Son Dos Mil ejemplares de esta edicin.

La narrativa venezolana se caracteriz a todo lo largo del siglo XX por


producir, a travs de novelas o de conjuntos de cuentos, el retrato
urbano y el paisaje psicolgico de sus respectivas generaciones.
Pensemos en Al sur del Ecuanil, de Renato Rodrguez; Piedra de mar,
de Francisco Massiani; Historias de la calle Lincoln, de Carlos Noguera.
Los relatos de La piel del lagarto son el testimonio narrativo, largo
tiempo postergado en su publicacin, de Jorge Rodrguez Gmez y su
autorretrato generacional. Con su crueldad anecdtica, su punzante
humor negro, su desparpajo ertico, se inscriben en este linaje literario
que, quizs como defensa o resistencia, opone la crudeza expresiva a la
inmisericordia propia de la urbe y de su fauna humana. La generacin
y su subjetividad colectiva dibujada en esta secuencia de relatos, que
trazan entre s lneas de continuidad novelstica, resulta hoy, en
muchos aspectos, una suerte de generacin perdida o descontinuada.
Son los jvenes universitarios, estudiantes o pasantes rurales,
comprometidos por conviccin o por inercia con una aspiracin
poltica cada vez ms difusa y vaga, casi sin causa, en las dcadas finales
del decadente siglo XX. La convivencia del izquierdismo hurfano con
el yupismo emergente produce efectos trgicos y cmicos,
complacientes y crticos, antagnicos y agnicos, que la prosa de
Rodrguez Gmez retrotrae a la memoria con la fluidez de su
monlogo, la vitalidad desembozada del deseo, la mordacidad del
desapego y la rabia de la injusticia.

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