La Piel Del Lagarto
La Piel Del Lagarto
La Piel Del Lagarto
Imagen de portada
Autor: Juan Calzadilla
Edicin: Karibay Velsquez
Al cuidado de: Coral Prez
Hecho el Depsito de Ley
Depsito Legal: N. Lf23420158002451
ISBN 978-980-253-657-3
FUNDARTE
Prefacio
El golpe tormentoso de La piel del lagarto
Los relatos de La piel del lagarto son el testimonio narrativo, largo tiempo postergado en su publicacin, de Jorge Rodrguez Gmez y su autorretrato generacional. Con su crueldad anecdtica,
su punzante humor negro, su desparpajo ertico, se
inscriben en este linaje literario que, quizs como
defensa o resistencia, opone la crudeza expresiva a
la inmisericordia propia de la urbe y de su fauna
humana.
La generacin y su subjetividad colectiva dibujada en esta secuencia de relatos, que trazan entre
s lneas de continuidad novelstica, resulta hoy, en
muchos aspectos, una suerte de generacin perdida o descontinuada. Son los jvenes universitarios,
estudiantes o pasantes rurales, comprometidos por
conviccin o por inercia con una aspiracin poltica
cada vez ms difusa y vaga, casi sin causa, en las
dcadas finales del decadente siglo pasado.
La convivencia del izquierdismo hurfano con el
yupismo emergente, y el inicio de las frustraciones
de la adultez, produce efectos trgicos y cmicos,
complacientes y crticos, antagnicos y agnicos,
que la prosa de Rodrguez Gmez retrotrae a la
memoria con la fluidez de su monlogo, la vitalidad
desembozada del deseo, la mordacidad del desapego y la rabia de la injusticia.
Hay aqu un realismo sucio, memorial de ju10
ventud y generacin frustrada, que dibuja con desenvuelta furia una estampa de esos aos 80 y 90 en
que la supervivencia espiritual deba aliarse necesariamente con el cinismo. De esa generacin universitaria polticamente entrampada, moralmente
inconsistente, erticamente sin freno, indolente en
el fondo ante el dilema tico, procede toda una camada de adultos contemporneos que se vern a
s mismos imberbes o hirsutos, con todas sus disociaciones, olvidos, apostasas, conversiones y renuncias, en estas pginas.
El sujeto de la enunciacin no es el sujeto del
enunciado, nos advierten los lingistas. Uno podra
temer que un lector moralista, buscador de valores trascendentes e impolutos, se horrorice con los
enunciados de este universo diegtico (que posee la
crueldad, la avidez de transgresin y el humor viscoso de esas ltimas dcadas del siglo: esa vivencia
de la posmodernidad) y adscriba al autor el autorretrato subjetivo, psicolgico, del personaje, que se
manifiesta casi siempre en primera persona.
Lo que reivindica este narrador que funde las
dos dimensiones del sujeto en un gesto de autobiografa fabulada y autocrtica, cnica pero irnica, es
un pathos de enunciar el deseo en toda la libertad
que permite el acto verbal. Lo que algn moralista
podra condenar (con susceptibilidad enfermiza) es
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Los peces
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II
III
No conozco Nueva York. Lo conozco y no lo conozco. Lo conozco porque la situacin con Martha
se iba haciendo insoportable. Un da me le plant
llorando y le pregunt si ya no me quera. Ella me
abraz, acarici mi cabeza mientras susurraba cosas
bonitas, permiti, despus de unas semanas de blindaje, que me la cogiera, es decir, abri las piernas
con la cualidad de un valium de cinco miligramos,
mientras me mova dentro de ella miraba detrs de
m, cuando me estaba viniendo me tom el rostro
con las dos manos abiertas y se qued escudrindome un rato, como si se preguntara qu cosa era ese
peso muerto que en ese momento jadeaba y arrojaba unos chorritos de leche en su vagina. Como el
llanto haba funcionado, segu llorndole a Martha.
Casi todos los das. Llanto, insomnio, amenazas de
suicidio: termin llevndome a su psicoterapeuta,
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Cancin
Se le ocurran unas cosas: y que sacarse el pasaporte. Ni idea de por qu. Le haca sentirse persona
mayor, como la primera que vez que fue al cine sola,
o la vez que le entregaron el sobre con la primera
paga en la fbrica, o la tarde que Pablo intent bajarle el blmer (empapada, hirviendo estaba) y ella
sac una fuerza lquida de los pulmones para susurrarle no, Pablo, no, Pablo, para, Pablo, en la oreja.
Se mont en una camionetica repleta, pag el
pasaje y limit con los codos a un viejo lagaoso
que intent recostrsele durante todo el viaje. En la
camioneta todo el mundo pareca como dentro de
una burbuja, los rostros sudados, las mujeres con las
carteras apretadas contra el cuerpo, un hombre plido sentado al fondo miraba por la ventanilla con
los ojos muy abiertos. Le encantaba esa cancin,
haba comprado el cd con el aguinaldo, la tarareaba
echndole unas miradas asesinas al viejo. Un nio
de cabeza inmensa jugaba con saliva, le haca gorgoritos hasta que la mam se dio cuenta y le solt
un bofetn que le dej la oreja roja. El nio se sob
la oreja y aguant las lgrimas. Cuando Laura se
baj de la camioneta, intent hacerle un gesto en la
cabeza que impidi el conductor al arrancar bruscamente.
Cabrn, dijo en voz baja.
El edificio de Extranjera pareca una cucaracha
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da siguiente su pap amaneci con un dolor fortsimo en la barriga y el rostro baado en sudor fro.
Se lo llevaron para el hospital y Laura pudo verlo
dos veces ms, tirado en una cama y flaqusimo, antes de que se muriera. Aunque su mam no quera
pudo verlo un ratico en la urna, le haba crecido una
barba de pelos rojizos y le pusieron el traje gris que
se haba comprado en Dorsay. Y en la mueca derecha estaba: un Seiko de correa negra y esfera azul.
A quin se le haba ocurrido enterrar a su pap con
el reloj puesto?
Qu pas, mi reina? Perdiste el viaje? le
pregunt un gordito de bigotes y corbata morada.
Laura mir para otro lado, pero el hombre se le
puso de frente, se le vea la credencial en el lado
izquierdo del pecho.
Qu venas a sacarte? le pregunt.
El pasaporte respondi Laura.
Te vas de viaje?
S minti Laura.
Cundo?
El viernes
Y para dnde?
Curazao.
Pues te jodiste, flaca, porque no hay pasaportes hasta nuevo aviso.
S, me jod dijo Laura. Volvi a suspirar.
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He aqu unos muertos cuyos huesos no blanquear la lluvia, lpidas donde nunca ha resonado el golpe
tormentoso de la piel del lagarto, inscripciones que
nadie recorrer encendiendo la luz de alguna lgrima;
arena sin pisadas en todas las memorias.
Olga Orozco
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Sala de Partos
pero algo no vena bien. Cuando se asom el tocn del cuello, Susana no hallaba qu hacer, sac el
cuerpo con un movimiento leve, cort el cordn, lo
examin un ratico, se lo entreg a la enfermera que
lo envolvi en un trapo como si fuera un pan recin
horneado, luego extrajo la placenta tratando de disimular el temblor de las manos, revis a la mujer
que se remova inquieta, la cosi cuidadosamente, y
esper la pregunta:
Pas algo, doctora? No lo oigo.
Despus hablamos, mi cielo le dijo Susana
mientras caminaba hacia el lavamanos, se quitaba
los guantes, el gorro y meta las manos bajo el chorro potente.
Tambin se apareci, en plena madrugada, Wiscon Wisconsin. As le decamos al loco Asdrbal,
uno que estudiaba con nosotros y se le fueron los
tapones en un examen de Anatoma II. Despus de
eso, y de una hospitalizacin de dos meses en Psiquiatra, Asdrbal no volvi nunca ms a su casa,
dorma bajo una escalera en la Facultad de Arquitectura y se la pasaba todo el da levantando unas
pesas que l mismo haba fabricado con unos potes
de pepsi de dos litros que haba rellenado de arena.
Sac unos msculos que cuando los vigilantes lo
intentaron expulsar de su cueva en Arquitectura le
fractur la mandbula a uno y a otro lo iba asfixian41
47-A
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Anatmico
Pedroza cuidaba los cadveres del Instituto Anatmico. Con bigote encrespado y una bata de botones heroicos que le haca parecer el Sargento Garca de la Universidad Central, recorra sus dominios
de urnas metlicas donde reposaban los cuerpos a
los que los hongos convertan en capullos de mariposas gigantes. Tambin era el encargado de la piscina de formol en la que dormitaban, guindados de
los pies, los restos humanos que cada mircoles y
viernes acribillbamos los estudiantes de Anatoma
Uno y Dos. Pedroza siempre estaba de buen humor,
con frecuencia nos haca la segunda: una vez me
prest un crneo en excelente estado, un corazn
no excesivamente deshilachado y la mitad inferior
de un pobre hombre por la que pude estudiar la regin gltea y el hueco poplteo. Un viernes Pedroza
se duch temprano y se fue para su casa en Hornos
de Cal. Cuando entr a la casa se asombr por una
humedad de helechos y un murmullo de peces, la
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cortina que daba a su cuarto le mostr movimientos de combate chino: Mara estaba tirando con un
malandrito de la zona. Pedroza sali y sin pensarlo
demasiado fue al Metro y se lanz al paso del tren.
Una de las ruedas le seccion la pierna derecha bastante arriba de la rodilla. Luego meses de hospitales
y psiquiatras y colectas para comprarle la prtesis.
Me contaron que todava anda sonriente por los
pasillos del Instituto mientras lleva acompasado
las urnas hacia los cubculos repletos de estudiantes
ateridos de miedo.
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Consulta Externa
Aunque fuera un solo da que llegara y no hubiera esa cola de pacientes que da la vuelta hasta
el estacionamiento. Un solo da sin este olor a carnicera, un da que no me recibieran los gatos comiendo sobre la camilla, un solo maldito da que el
aire acondicionado sirviera, un puto da que las historias estuvieran en su sitio, que hubiera tensimetro que funcionara, tampoco es para exagerar pero
cmo coo esperan que uno sea cardilogo si el cabrn electrocardigrafo vive daado. Un pequeo
pedazo de da que la enfermera no pusiera esa cara
de cocodrilo ofendido, de proletaria al borde de la
lucha de clases. Si yo mandara en este hospital, nojoda, una semana es lo que pido, una semanita y
arreglo esta mierda.
El siguiente.
Masculino. Setenta y tres aos. Cardiopata hipertensiva e isqumica. Insuficiencia Cardaca
Congestiva Global. Ya el corazn es una gomita
que vibra como un zapato roto. A comprar tierra,
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Wiscon
Antes de que a Wiscon lo matara un Metropolitano de un tiro en la cara se enamor de una flaca
de Economa que se la pasaba en la biblioteca de la
Escuela de Historia. La entrada de la biblioteca era
toda de vidrio, desde afuera se vea a los estudiantes
leyendo, absortos como peces dormidos. Por semanas Wiscon se la pas pegado a la puerta mirando
a Olivia Olivo, como la bautiz el rata de Ratael,
y tratando de que no lo vieran cuando le pasaba
la lengua al cristal, dejando una manchita de caracol, su deseo silente. Wiscon nunca le habl, que se
sepa, a veces la segua cuando Olivia iba al comedor o cuando caminaba ingrvida hacia la parada
del carrito y atravesaba la Tierra de Nadie como
una palmera estremecida por el viento violeta de las
tardes. Wiscon era un animal de costumbres: en las
maanas sala de su cueva de Arquitectura, haca
sus abluciones en un chorrito del jardn que daba a
las canchas de Ingeniera, se ejercitaba con los potes
de Pepsi y un saco de boxeo que se rob del Gim56
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Pediatra
Creo que fue esa maana que Manuela me estuvo hablando del corazn de los cangrejos. Estbamos en la casa de Caruao, desde la colina casi se
podan tocar las plumas de los pelcanos en vuelo.
La noche antes habamos recibido la invasin de
los sapos que aparecan por todos los rincones con
parsimonia de hacendados borrachos y habamos
visto por primera vez, Manuela, Kranya y yo, a una
mantis religiosa inmensa que vigilaba el bombillo
de la cocina. Un tuqueque feliz, al que Nela llamaba salamandra, se apendejeaba en los resquicios del
techo a la espera de la cena. Recuerdo que esa noche le cont a Nela un cuento sobre un sapo pirata
que rescataba tesoros de nios llorones y ella mova
las pestaas largas, asombrada por la valenta y la
caballerosidad de esos gordos verdes y feos. Nela
se fue quedando dormida, Kranya dorma a su lado
con una mano en la mejilla, hablando con voz ronca
sus sueos amables. S, fue esa maana, cuando bajamos por el camino de la playa, que encontramos
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Infecciosas
Hijo, hijo, slo Dios dispone, slo l y sus designios, slo l y el plan que ha trazado para nosotros. Aos de entrenar las cuerdas vocales para
obligarlas al tono que slo Paganini y nuestro Monseor. Aos de manos ocultas entre las mangas de
la sotana, aos de silencios y suspiros y pualadas
por la espalda de quien se le interpusiera en el ascenso a los cielos.
Ja ja ja ja. Ja. El Plan de Dios. Hostia, esa s es
buena. La escuela (el infierno en la tierra), mis queridos condiscpulos llamndome mariposn, mariquita, Santiago metindome la mano en el pantaln
para sobar mis nalgas fras, mi padre obligndome
a jugar ftbol, la primera vez que el entrenador me
vio corriendo en el campo, me mando en el acto
a las duchas (ah, las duchas, las duchas, pero eso
vino despus). Las confesiones cada semana en la
iglesia desierta, su olor a moho, siempre hmeda,
el sacerdote que de tan viejo descamaba como una
serpiente, sus manos artrticas, su boca pastosa lamindome el chapuln, blanco y suave como un botn de rosa. Madre obligndome a la palabra, a la
misa, a la bsqueda del perdn de Dios. Nueve aos
y pedir perdn, nueve aos y frotarme con jabn de
linaza cada noche para quitar de mis partes el olor
a tabaco rancio que me haba dejado la lengua del
padre Jos Luis.
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Tcnica quirrgica
bcil de verdad. Mesi estaba llorando, las lgrimas le rodaban por debajo de los Rayban Esos
hijos de puta. Esos hijos malparos de la regrandsima puta.
Tranquilo, Mesi lo abrac. Tranquilo.
Cuando la tomba se esfume nos vamos al OGran
Sol a meternos unas birras le dije. Al fondo de la
calle, los perros se haban convertido en unos puntos difusos que avanzaban lentamente hacia la noche.
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Octavio Paz
Es imposible concebir una cosa tan trastornada, irregular o mounstrosa que no podamos soar
Cicern
Y llevas el cao a tu sien
apretando bien las muelas
Charly Garca
De los Rocco, Lino era el ms ratn, unonoventa y el pecho como una montaa de tanto levantar
pesas. De la seleccin de volibol del liceo, primer
rebote del equipo de basque, me daba coscorrones
cada vez que me vea. Tena un hermano, Mximo,
de mi edad, una mierda completa. Me encantaba
cuando el viejo Rocco nos invitaba a cenar a Costa
y a m. Los ametrallaba a cachetadas, si eructaban,
si pegaban los mocos en la mesa, si hablaban con
la boca llena. El viejo sacaba la mano desde abajo
y fuiss, aterrizaba en la mejilla de Mximo, o en
Enzo, y a veces, cuando la rabia era superior a su
miedo, conectaba a Lino con el puo cerrado en la
costillas.
Yo le haca los mandados a Mximo; si quera,
me quitaba las barajitas del Mundial Mxico 70
que le faltaban. Yo le deca cmprate las tuyas y l
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co que nunca. All muri la vieja Salazar; que fumaba tabaco y echaba unos gargajos negros como un
uyuyuy desintegrado. All se la pasaban Lino y sus
amigos metindose cachos de marihuana y jamonendose a las jevas. All salan ruidos y humo por
las noches. All cagaban los borrachos. All, cuenta Costa, encontraron muerta a Rita, su hermana,
derretida por dentro porque se bebi un frasco de
limpiador de pocetas Mas. Era linda Rita, bonitos
los ojos, asustados como el mar. Casi me rajo pero
estaba Costa mirndome con nosequ en la cara y
dije pero entras t primero y me llevo mi winchester. Mximo intent ganarse el Winchester a cabezazos pero yo le negoci mi espada y la capa del
zorro, as acept: al rato me prestas el rifle y yo est
bien sabiendo que cuando se lo diera no me lo iba a
devolver y otra vez qu pena mi mam en la noche
tocndole la puerta a la seora Rosa que su nio se
volvi a quedar con los juguetes de Fernando.
Entrar con cuidado de piel roja. Costa abri los
ojazos como un lechuzo cuando peg el olor a mierda que sudaban las paredes. Mximo iba delante,
escupi sobre los huesos y pelos que quedaban de
un perro muerto y dijo, los ojos ms o menos fijos
en m: quien est cagado que se vaya. Yo me sent
sobre un ladrillo pensado seguro piso una plasta y
este hijodeputa se va a rer de m y tambin Costa
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mos hasta que nos salga un taco de leche lo dibuj en el aire, grande y perfecto por sus lados iguales.
Y si no quiere?
T eres gevn? Dile que cague aqu frente a
nosotros.
Y para qu?
Y para quee? Para que se nos pare, para
quee ms?
Costa, haz pup.
Costa que toma con los dedos gordos el short y
las pantaletas a una y los baja en un movimiento de
bailarina, las nalgas lechosas de Costa alumbrando
como un nuevo sol que derrotaba la luz sucia de la
ventana, los ojos inmensos que miraban el cuerpo
de su hermana, el gesto de sabia: los codos en los
muslos y las manos haciendo reposar a la barbilla;
algo oscuro y suave se adivinaba al final del camino
que empezaba en sus rodillas, y se iba achicando: el
ojo, hmedo, de una cerradura.
No tengo ganas dijo Costa.
Y ahora?
Ahora Mximo, sin pantaln, que se lanza sobre
Costa y la ahoga con las manos, Mximo decidido
que la arrastra hacia el piso y le abre las piernas con
las suyas, la paleta de helado que se pierde entre las
piernas de Costa y penetra, sangre en la madera,
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La comida china
Despirtate, mariquito.
Le cost abrir los ojos. Sinti el cuerpo arrugado,
un dolor en el cuello, la espalda. Mir sus pies, le
faltaba una media; las uas, largas, se doblaban sobre s mismas, como una lumpia. Le dio risa. Como
una lumpia.
Qu tal?
Levntate. Vamos a comprar mierda.
Se dirigi al bao lentamente, la boca llena de
arena. Busc saliva en los labios. Mir su rostro en
el espejo. Los ojos, dos puntos rojos, legaosos. Una
momia.
Estabas perdido.
Y qu hiciste anoche?, le pregunt el to.
Un pinchazo. Todos respiraban sobre l. La inyectadora se llen de sangre. Al final, la mujer ya
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verde, una roja, una violeta, una gris, una negra, engarzadas en un aro blanco. Toma, para que abras las
puertas. Unas llaves. Bellas, nicas, y l qu era? El
guardin del Castillo del If, celador de la desgracia
de Edmundo Dants. Un esposo que llega a casa
cansado de la oficina. El propietario de un Maserati
rojo. Guard las llaves, con cuidado, bajo la almohada. Viste hoy El Zorro? Aparece un personaje
nuevo, el indio Pablo, un hijo de puta. Fino con el
cuchillo. No s cmo va a hacer El Zorro con ste,
no juega limpio, lo mira y le dice: el zurrooo y se le
echa encima. Se rob el cliz de la iglesia. Culpa del
cabrn del cura, lo acept de ayudante, y eso que la
cara del indio no engaaba. Medio maricn el cura,
con la barbita blanca y la batola.
Al pasar la arepera, cruz a la izquierda, atraves
el ro por la va que va hacia la universidad y busc
estacionamiento en una obra en construccin.
El to dijo: espera aqu, ya vengo. Baj del carro y
camin decidido hacia el boquete oscuro que bordeaba el ro. La luz del medioda haca del tnel y
las casas que se adivinaban en su interior algo ajeno,
de otro mundo. Una mancha.
Pancho encendi la radio. Satisfaction. Rolling
Stones. Subi el volumen. Un hombre corra a
quin persegua? Hua? Intentaba tomar un autobs? Un gato esperaba, paciente, la emergencia de
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de las cosas. Trag todo el aire que pudo, exigi tensin y quietud a sus pulmones.
Dispar en el ltimo instante; la bala se perdi
en el caos que era, a esa hora, la ciudad. Mir a
su alrededor. Casi nada haba cambiando: el gato,
feliz, despanzurraba una lagartija. Esper un tiempo, el locutor anunciaba un concurso, luego pona
Honky Tonkyn. The the. El to sali del tnel como
un cristo que camina sobre la mierda. Se acerc a l
haciendo muecas. Entr al carro.
Dos gramos. Vamos a mi casa o nos la metemos aqu mismo?
Casi te mato.
Y qu? Te cagaste?
S.
Macaco bonito pellizcndole la mejilla.
Caminar por el medio de una autopista. Cientos
de kilmetro sin cansarme. Adivinar el destino de
los autos que pasen a mi lado. Despegar en un avin
y aterrizar de emergencia en una plaza. Levantar
los brazos magnficos y sobrevolar el continente.
Un cndor, un guila con una serpiente en la boca.
El anuncio de la agencia de viajes: Orlando dos noches tres das US 200. Un trabajo de ascensorista.
Dicen que en el sur los ros son negros como cocacola y las islas desaparecen en el invierno borradas
por las aguas. Tegucigalpa cmo ser una ciudad
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que se llame as? Tegucigalpa. Deb haber enterrado aquella lata con las metras. Eliminar el domingo
de los calendarios. Por qu sern tan enanos los
yanomamis?
Al, al Pancho? golpendole la cabeza
aqu o en mi casa?
Mejor vamos al Kou San. A echarnos un palo
y mirar los pececitos.
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El Pecas odiaba viajar en autobs. Desde los trmites engorrosos en el terminal, todo le pareca una
cadena humillante, una explosin de vergenza: las
putas pintarrajeadas, los guardias empujando, los
insultos de los conductores, el humo, el humo, el
humo, los borrachos renegridos tirados en el andn, entre charcos de un lodo pastoso hecho de
grasa de motor acumulada por aos. Por ms pequeo burgus que le pareciera a sus ex camaradas, se prometi nunca ms viajar en esas latas de
mierda. Estamos haciendo la revolucin para que
todos vivamos dignamente, libres y dignos pens
y guard la frase, que le haba quedado redondita,
para una prxima reunin con los hijos de puta que
lo haban expulsado de la organizacin slo porque
haba pedido una misin diferente, ya estaba harto
de servir de cabrn del secretario general, harto de
parar maridos celosos con el poder disuasorio de
una nueve milmetros clavada en sus narices, harto
de hacerse la paja en la habitacin de al lado mien93
las masas que salan cansadas de sus trabajos. Hombres ciegos, aturdidos por el calor de los grandes
hornos. El secretario general le puso el ojo al Pecas
en un viaje clandestino en que le sirvi de enlace.
Le gust su silencio, su andar de pelirrojo tranquilo,
la chaqueta de pana que no se quitaba nunca. Desde entonces se lo llev de chofer, de guardaespaldas,
de mayordomo.
Quieres refresco? Era gruesa, de labios vulgares, tena el pelo sucio. Intento intil de ponerle
conversacin, de motivarlo con sus escasos recursos,
la sonrisa que podra suavizar su rostro si no tuviera
los ojos tan separados. El Pecas clavaba la mirada
en los valles que atravesaban, largos galpones de fbricas recortados frente a montaas violetas.
Eres de Caracas? El Pecas pens mandarla
al carajo, preguntarle qu coo te importa, tirarse
un peo, pero lo detuvo el tono de voz ronca que por
momentos se haca gangosa, de niita. Como la voz
de Elisa, delgada, con teticas pequeas, limones, limoncitos, naranjas chinas, le deca l mientras las
besaba, mientras buscaba concienzudo cubrir toda
esa piel suave, acariciada por aos de cremas humectantes, de protectores solares. Elisa sonreda en
los pasillos de la facultad, el largo cabello que se enroscaba en sus dedos mientras se contaban las vidas
en la Tierra de Nadie, su rincn amable, el nico
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de cangrejos que le apuntaban con sus antenas, movindolas a un lado y otro, rastrillando el piso con
las tenazas. El cangrejo ms grande se pareca al
que haba quedado en la maana bajo las ruedas del
carro, aplastado contra el piso, el cuerpo reventado
como una porcelana rota. Algo le reprochaba y su
ta, mucho ms vieja, le deca ese es tuyo, llvatelo a
Caracas en una caja de zapatos y el Pecas despertaba con ganas de explicar que l no estaba manejando, que no era su culpa.
An estaba oscuro cuando comenzaron a subir el
cerro; los rezagados de los grupos que venan a examinarse, a dejar gente marcada, a obligar a volver a
los amores, bajaban con los ojos inyectados, oliendo
a cocuy y a plvora y dejando un reguero de velas
encendidas y conchas de limn en las riberas de las
quebradas. El Pecas tena fro y el barro se le meta
en los zapatos, que pena traer esos mocasines para
esta montaa, seguro que lo iban a criticar despus
pero pens que el ltimo regalo de Elisa slo poda traerle suerte. Cuando llegaron al claro se impresion de ver tanta gente, todos jvenes, algunos
sonriendo, otros con el ceo fruncido, la vanguardia
revolucionaria que no poda ocultar el miedo que le
produca la montaa donde viven los espritus.
Fueron horas organizando la agenda, levantando
planes de accin, estableciendo posiciones y distan98
Al negro Smith le encantaba atravesar la universidad en las maanas camino del trabajo. Senta, al
contacto de la 357 en la espalda, que violaba la autonoma universitaria, las consigas que envejecan
en las paredes. Con la fuerza de su mirada lograba
hacer descender hasta los tobillos los bluyines de
las delicadas nias que con el pelo an hmedo corran hacia los edificios de las aulas. Ri fascinado
con la imagen de decenas de pantaleticas aleteando
como mariposas por los jardines de la UCV. El templo del saber, pens con rabia, mientras mostraba
los dientes a una flaca espigada, con ojos asustados
de gacela. Euclides Smith continu su camino, orgulloso de su estatura y del andar reposado de sus
piernas poderosas. Desconfa de las mujeres senta101
traslado alguno. De huellas dactilares, nada. Rastros de piel en las uas, menos. Aparentemente se
dirigi a su destino por propia voluntad y encontr
a la parca agazapada entre los bejucos y el ro de
mierda.
Delibes, a veces me cansas.
Acepto que me envidies, Proteo. Es ms, lo
entiendo. Parece que esta fue vista ltimamente
en un parque de Los Chaguaramos, es decir, en los
predios de nuestro comn amigo Juan de Dios Segundo.
Jack The Ripper?
Ese acento britnico, Euclides.
El viejo Proto, un sabio, siempre desconfi de
los nombres bblicos. Algo esconden, Euclides, y
desde hace cinco mil aos deca. Por eso me puso
nombre de gentiles. Extendi su mano hacia el cadver; preocupado de que no se le viera la mancha
de desodorante de la camisa: All, que tiene?
Entre las mamas, ya desdibujadas, un punto violeta pareca algo fuera de lugar, un planeta perdido.
Le clavaron esto, absolutamente equidistante
de las dos tetas. Sac del bolsillo de la bata un objeto de metal y lo entreg a Smith: una medalla
en forma de estrella, atada con una cinta tricolor.
Smith la volteo. El reverso deca, en relieve: Honor
al Mrito.
106
II
Smith decidi caminar hasta la oficina. Encendi el primer panatela del da, un Montecristo. Un
gusto caro, regalo de un amigo de la Embajada cubana. Busc un telfono pblico que funcionara,
llam a su secretaria y gir instrucciones. Treinta
cuadras hasta la oficina. Se demor complacido en
un sendero con edificios residenciales a cada lado,
extraamente en silencio a esa hora del da. El cerro
brillaba como hecho del papel lustrillo, siempre lo
senta como un acompaante silencioso, un monstruo benvolo, comprensivo.
Lleg a su oficina en cuarenta minutos. Seal a
su secretaria el cuarto de interrogatorios y ella afirm en silencio. Smith abri la puerta y se mantuvo
bajo el marco unos segundos, conocedor de la im107
presin que producan sus cientocuatro kilos distribuidos armnicamente en uno noventa de estatura.
Hola, Juanico.
Juan de Dios Segundo era bajo, delgado, nervioso. Sentado en el centro de la habitacin pareca
un diablo menor cumpliendo una tarea. Calvo, bien
afeitado, grandes ojeras cultivadas por un insomnio
perenne. Vesta camisa de seda roja, bluyn de buena marca y cazadora mostaza.
Buenos das, comisario.
Olvidas que ya no soy comisario.
Espero que haya sanado esa herida.
An no, o a lo mejor s, pero ese no es tu problema. Y hablando de problemas, apareci una joven muerta. En el Guaire. Dicen que t la conocas.
S? Y quin dice? una mueca casi imperceptible de burla.
Se llamaba Ana Carvallo.
Bella muchacha. De pechos suaves. Multiorgsmica.
Con ahorro extremo de movimientos, Smith
camin hacia Segundo y como de rutina le clav
la punta del zapato en el plexo solar. El hombre
cay hacia atrs, enredado con la silla y la falta de
aire. En el piso, pataleaba como una cucaracha boca
arriba. Smith camin hacia la ventana.
Tu vida sexual no me interesa, Juan de Dios.
108
No te la des de gran hombre conmigo que nos conocemos hace aos: a ti no hay cartel que te proteja ni crcel de mxima seguridad que te espere.
Lo tuyo es Retn de Catia, Hotel Las Flores, pues.
Recuerdas a Brazoenio, tu amor eterno compaero de celda? Su palo de treinta y tres centmetros
alisndote los pliegues por detrs?
El hombre se levant penosamente. Con un resto de dignidad acomod la silla y se sent, la mano
en el abdomen. Smith encendi un panatela.
La habr visto cuatro veces, mximo. Iba por
mi zona algunos fines de semana, un poco de cocana para sus fiestecitas, monte, frecuentaba bares de
ambiente, las cosas buenas de la vida que jams le
mostraron sus padres. De repente ya no tena tanto
dinero como al principio y pagaba en especies.
Siempre sola?
En un Mustang convertible del sesenta y cinco. Rojo: una belleza. A veces con amiguitos, compaeros de la Universidad, supongo. Iba mucho al
parque donde trabajo, pero a m me buscaba los
viernes. De resto se sentaba a ver los nios jugar
o enseaba a hablar a un viejo en silla de ruedas.
Fulminado por una trombosis, t sabes.
No me tutees, Juanico. Contina.
No hay mucho ms, Smith. Este viernes iba
acompaada de una seora algo mayor, cuaren109
III
IV
En el Flames es fcil entrar si la estatura se convierte en una promesa. Humo y el calor de cientos
de cuerpos desesperados, frotndose, rostros sudados y bocas chupando otras bocas, msica a todo
volumen, gemidos entrecortados desde las cornetas:
una negra afirma que sobrevivir. Una nia muy
delgada y blanca baila con una gorda que le habla
al odo. La nia niega con una sonrisa, la gorda le
pasa los brazos por el cuello e insiste, la nia asiente
resignada, mira al piso con un suspiro y se deja llevar de la manos hacia un pasillo oscuro. Hombres
con aspecto prspero sonren a Euclides desde una
mesa. Un trago le llega a las manos, invita un viejo
116
calvo que lo mira fijamente desde la barra. Un muchacho maquillado se le acerca y se presenta:
Hola, me llamo Stayfree.
Bonito nombre.
Bonito lo que adivino debajo de ese pantaln
tan horroroso. No te da alergia el polister?
Smith sonre y Stayfree se contorsiona arrancndole brillo a su franelilla empapada, se agacha
siguiendo el ritmo de la msica con habilidad pasmosa e intenta tocar a Euclides en la entrepiernas,
la boca entreabierta, anticipatoria.
No tan rpido, negrito le detiene Euclides
sonriendo feliz de su buena suerte. Tmate un
trago conmigo y le seala una mesa en un rincn
oscuro.
Yo no bebo cmo crees que me mantengo as?
y pasa su mano por el vientre plano.
Stayfree result buen conversador, hablaba de
sus clases de danza en Parque Central, de lo mucho
que quera a su mam, de la primera vez que un to
lo viol, retardndose en los detalles de la cpula
incitando a Euclides con la mirada mientras se describa abandonado y abierto.
Raro que no te doliera le dijo Euclides
pero en el fondo se senta agradado con el muchacho, lo palmeaba a veces en el cuello con algo de
nerviosismo.
117
Disculpa, ahora pienso que en el fondo siempre me excitaba sorprenderte mirando a las rubias
jvenes con ojos de tigresa. Pero, por favor, Laura,
una mujer tan fina como t cogindose carajitas a
la orilla del Guaire, entre las palmeras y los recogedores de lata. A propsito, geomtrica la herida
entre las tetas.
Y qu vas hacer?
No te preocupes, no saques el frasquito de lgrimas todava. Por all debe haber algn gevn
que no aguante la coaza en la Judicial, ese crimen
hay que resolverlo rpido, t sabes. Una ltima cosa,
Laurita: no uses las medallas que le dan a la nia en
el colegio para tus sesiones de amor: Siempre cre
que estbamos muy orgullosos de que fuera la primera de la clase aos tras aos.
Y sali a la calle con ganas de agradecer la luz de
la maana, bostez, se oli las axilas y se pregunt
si la arepera de la esquina estara ya llena de gente.
121
La ltima guardia
De noche, los pasillos del hospital se vuelven tristes como los aeropuertos. Las habitaciones oscuras,
el suave rumor del sueo de los psicticos. Detesto las guardias, la sensacin de estar encerrado en
un Fuerte Apache rodeado de locos. Duermo mal
esas noches, en ocasiones despierto de madrugada
baado en sudor, un sabor cido en la boca: mis
pesadillas, encerradas entre las paredes de la residencia, desatadas en una danza feroz. Peor an si
hay trabajo que hacer: si fallan las drogas, tenemos
aullidos y silbidos hasta el amanecer.
Mi ltima guardia. La enfermera toc la puerta con insistencia, siempre fue difcil levantarme:
Doctor, est malita la del 45. Ped la historia, garabate unas indicaciones, trat de dormir un poco
ms. No fue posible. Me levant y camin por el
122
127
Cuando llueve, el ro deja de ser espejo y se vuelve una fiesta de chispazos. Aquella tarde venamos
de Comunidad, una isla con habitantes de ojos rojos. La selva haba borrado el paso del tiempo, la
lluvia se haba metido en nuestros cuerpos como
un dolor, una larga enfermedad. En la voladora ramos tres los tripulantes: el teniente de la guardia, el
motorista y yo, mdico rural, harto de aquel caldo,
pueblo de mierda llamado Maroa.
A lo lejos, un punto sobre el ro negro. Una presencia que rompa el ruido montono del motor,
algo vivo distinto a los chillidos que emergan del
laberinto de manglares. El motorista enfil la voladora cuando lo seal, el teniente levant la mirada
desde el aburrimiento: un indio en una canoa inverosmil, remando con un rifle entre las piernas tras
un bulto un animal? mancha peluda unida a l por
hilos invisibles, como las mascotas a sus dueos, las
madre a sus hijas, la mujer a los sueos que la protegen del pene flcido de su marido.
128
Le di?
No.
Luego el golpe seco que estremeci la lancha, la
mirada asustada del motorista, mi miedo devuelto
por la cara del teniente.
Lo pelaste, gevn y ahora?
Ahora aprieta ese culo. Es l o nosotros
mientras el animal continuaba contra el costado de
la voladora y el gordo disparaba con desespero hacia el celaje, los pelos, el remolino, la amenaza.
Pens si merecamos esa muerte. Detest la escasa puntera de los efectivos de nuestro ejrcito. Dese que en el ltimo momento el bicho se ensaara
con la carne abundante de su asesino.
Un grito ronco con el ltimo disparo. El oso irgui la mistad del cuerpo y mir asombrado el otro
cielo en el reflejo del ro. Otro grito: la agona, y se
volte de lado como quien busca descanso; la sangre
oscura manaba de su nariz. Lo halamos por la cola
hasta un banco de arenas blancas, an no tragado
por las aguas. Entre los tres lo sacamos a la orilla.
Era alto y grueso como un dolo. El motorista lo
abri en canal y sali humo de sus vsceras.
Carne, doctor; olvdese del diablito por unos
das dijo el teniente con burla, extasiado por su
victoria.
Como dueo de la embarcacin, me correspon130
131
Vida moderna
Tal como est dicho, ella levant las cejas hirsutas y le exigi, con un gesto, permanencia. Las
paredes sin ngulo en los bordes, la sensacin de
largas distancias que proporcionaba la luz del dbil
fuego de la entrada, le producan agobio. Tambin
un recurso: existi o so con un tiempo de lluvias
eternas, de comidas compartidas entre bocas ptridas, cubiertas de sangre? Nunca se senta feliz en las
maanas: persista la desazn por los sonidos que
traa la noche, la desmesura de su fragilidad. No
era an la era de las aves, de los bosques fecundos,
los perros eran animales fieros, casi desprovistos de
pelo, que corran en grupo tras la presa. Igual que
l, ahora y para siempre, condenado a regir en ese
mundo incompleto.
Se levant con cuidado, examin las ronchas y
las heridas de la anterior cacera. Confi, por su olfato explorando el brazo tumefacto, en seguir siendo un macho til, uno ms, sin seas especiales que
lo acercaran a la muerte, al desprecio por su inva132
el llanto del nio. Afuera, las otras mujeres respiraban el riesgo en el aire. Algunas cmplices, otras
aparentemente indiferentes, las ms despreciando
la tradicin. Ella se senta rebosante de leche; el joven, extraamente lampio, reposaba con la cabeza
entre sus mulos. Despus, la puso en cuatro patas y
la cubri por detrs: dos conchas marinas, dos insectos persiguindose en el aire. Al final se retir,
dejndola derrengada en el suelo de tierra. Se despidieron con la mirada.
En la noche, ella calentaba un trozo de carne verde. l miraba el fuego, luego la extraa pintura de la
pared que hablaba de pocas felices, luego el rostro
apacible de ella. As fue escrito que el hombre levant la cara y emiti un gemido ululante, un grito
desesperado devuelto por miles de estrellas cautelosas, con qu nombre llamar ese nuevo destino.
134
Escualos
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Zamuros
Me vers caer
como una flecha salvaje
Cerati
brazos para de nuevo sentir el asombro por su liviandad, por la lisura cuidada de su piel, me hund
nufrago en la hondonado en la que desemboca su
cuello y bes ese trozo de Irene, ese rincn terso
bajo el que se adivinaba el hueso.
Deja, no estoy de humor. Y esgrimiendo el
control remoto del televisor como una sentencia
apunt a la pantalla.
Un mapa del desastre. Barro y troncos de rboles,
casas, cuerpos y vehculos adentrados en el mar, que
ya no pareca el mar, si no una olla de sopa podrida.
Otra toma y unos nios corren, una mujer se mesa
los cabellos y llora, un hombre sostiene los restos
de una cocina sobre los hombros, la mirada obligada al suelo. Grandes rocas azules aplastaban lo que
ahora era el fsil de un camin, empollaban una
quinta de dos pisos o adornaban la azotea de un
edificio con una calma pasmosa, como si siempre
hubieran estado all, como si ese fuera su sitio en
el planeta, la tierra prometida tantas veces buscada. Vuelta a los estudios, los locutores con la cara
ms compungida posible, el decorado parecido al
que sacaban en tiempos de elecciones: una bandera, grficos, una palabra que rimara con el slogan
del canal y las circunstancias. Entrevistaban a un
ministro, o a un meteorlogo, incluso a psiclogos
clnicos, o eso deca que era el seor que hablaba
143
con la tenacidad de un alpinista. Insulto, pausa, insulto, pausa, como en clave morse. Pareca una sacerdotisa que inventaba una nueva religin y estaba
desentraando los cdigos dictados por una fuerza
superior.
Cobarde. Egosta. Cnico. Cabrn. Hijo de
puta. Coo de tu madre. Maldito. Mal parido. Parsito. Mierda. Maricn. Pelele. Mediocre. Cagn.
Acomplejado. Mojn. Bruto. Maracucho. Pendejo.
Hijo de la grandsima puta.
Cuando empez a repetirse, ya yo estaba convenientemente vestido. Intent despedirme pero
ella continuaba cantando la misma cancin: cnico,
cobarde, etctera. Sal del apartamento pensando
que Irene estaba un poco loca. Afuera ya no llova.
Tom un poco de barro con el que embadurn las
botas y los pantalones y abr el tanque de gasolina
para borrar de mis manos el olor del sexo de Irene
que se me haba incrustado como un recuerdo. La
gente comenzaba a salir a las calles y recorra las
tiendas con remordimiento. Yo segua envuelto en
una bruma leve, extraamente ingrvido, las manos me brillaban, traslcidas, sin temblor alguno, lo
cual era muy raro a esa hora. Decid que no ira al
hospital en varios das. Los hroes merecemos algo
de descanso. Creo haber hecho algo por el prjimo
cuando dese con fervor que a la maana siguiente
148
149
ndice
Prefacio
El golpe tormentoso de La piel del lagarto
I
Los peces
Cancin
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26
114-B
37
40
43
48
50
56
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65
Sala de Partos
47-A
Anatmico
Consulta Externa
Wiscon
Pediatra
Infecciosas
Tcnica quirrgica
El sueo de los ciegos
El sordo, una winchester y el primer beso
Crece en los rboles
La comida china
La fiesta de las larvas
Dime cuntos ros son hechos de tus lgrimas
La ltima guardia
Historia de una alfombra
Vida moderna
Escualos
Zamuros
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77
83
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