Plinio El Joven (Texto para Blog)

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LITERATURA LATINA

Carta XX
C. Plinio el joven (61-113)

C. Plinio a su amigo Cornelio Tácito. Salud.


Dices que la carta que te escribí a la muerte de mi tío, que deseabas conocer, te ha
excitado el deseo de saber qué temores y qué peligros he soportado en Miseno,
donde permanecí, porque en este punto interrumpí mi relato:
"Aunque el recuerdo sólo me estremece...
Comenzaré..."
Habiendo marchado mi tío, continué el estudio que me había impedido seguirle.
Tomé un baño, cené, me acosté y dormí algo, aunque con sueño inquieto. Durante
muchos días se habían sentido terremotos, extrañándonos muy poco por lo sujetos
a ellos que están los caseríos y ciudades de la Campania. Durante esta noche
aumentó con tal violencia el temblor, que parecía que no se conmovía, sino que se
derrumbaba todo. Mi madre entró bruscamente en mi habitación y me encontró
levantándome para ir a despertarla, si estaba dormida. Nos sentamos en el patio
que separa en corto espacio la casa del mar. Como tenía yo dieciocho años
solamente, ignoro si debo llamar firmeza o prudencia a lo que hice: pedí el libro de
Tito Livio, me puse a leer, y continué extractándolo como podía haberlo hecho en
medio de la mayor tranquilidad. Llegó un amigo de mi tío, recién venido de España
para verle. Al vernos sentados a mi madre y a mí, teniendo yo un libro en la mano,
nos reconvino, a ella por su tranquilidad y a mí por mi confianza. Por mi parte, no
levanté los ojos del libro. Eran ya las siete de la mañana y apenas aparecía una luz
débil, a manera de crepúsculo. En este momento se conmovieron las habitaciones
con sacudidas tan fuertes, que ya no era seguro permanecer en aquel punto que,
aunque descubierto, era muy estrecho. Resolvimos salir de la ciudad; asustado, el
pueblo nos siguió en tropel, estrechándonos, empujándonos, y apelando a lo que
en el terror sirve de prudencia; cada cual no creía nada más seguro que hacer lo
que veía a los otros. Cuando nos encontramos fuera de la ciudad nos detuvimos, y
allí nos asaltaron nuevos prodigios y nuevos terrores. Los carruajes que habíamos
llevado, a pesar de encontrarse a campo raso, se agitaban de tal manera, que ni
sujetándolos con piedras gruesas se les podía mantener en su sitio. El mar parecía volver
sobre sí mismo, como repelido de la orilla por el terremoto. La playa era más ancha, en
efecto, y se encontraba llena de diferentes pescados que habían quedado en seco en la
orilla. En el opuesto lado veíase una nube negra y horrible, surcada por fuegos que
brotaban serpenteando, abriéndose y dejando escapar llamaradas como relámpagos,
pero mucho más grandes. Entonces volvió por segunda vez el amigo de que acabo de
hablar, instando con mayor ahínco: "Si tu hermano, si tu tío vive —dijo—, desea, sin duda,
que os salvéis; si ha muerto, ha deseado que le sobreviváis. ¿Qué esperáis, pues? ¿Por
qué no os ponéis en salvo?" Nosotros le contestamos que no podíamos pensar en
nuestra seguridad, mientras estuviésemos inquietos por la muerte de mi tío. El español
partió sin esperar más, buscando su salvación en precipitada fuga. Casi en el acto cayó
a tierra la nube cubriendo los mares, ocultándonos la isla de Capri, a la que envolvía, y
haciéndonos perder de vista el promontorio Miseno. Mi madre me rogó, me instó, me
mandó que me pusiera en salvo "de cualquier manera que fuese", me hizo observar
que era cosa fácil a mi edad, y que ella, cargada de años y muy gruesa, no podía
hacerlo; que moriría contenta, si no era causa de mi muerte. Yo le dije que no había
salvación para mí sin ella; cogíle la mano y la obligué a acompañarme, haciéndolo con
trabajo y lamentando lo que me retrasaba. Comenzaba a caer sobre nosotros la ceniza,
aunque en pequeña cantidad. Vuelvo la cabeza y veo a la espalda densa humareda que
nos perseguía, extendiéndose por el terreno a manera de torrente. "Mientras vemos —dije
a mi madre—, dejemos el camino carretero, no sea que la multitud que nos sigue nos
ahogue en la oscuridad." Apenas nos habíamos separado, de tal manera aumentaron las
tinieblas, que parecía nos encontrábamos no en noche oscura, sino en una habitación en
que se hubieran apagado todas las luces. No se oían más que lamentos de mujeres,
gemidos de niños y gritos de hombres. Uno llamaba a su padre, otro a su hijo, aquél a
su esposa, no reconociéndose más que por la voz. Éste deploraba su desgracia, el otro
la suerte de sus parientes, habiendo alguno a quien el temor de la muerte le hacía
invocar a la muerte misma. Muchos imploraban el auxilio de los dioses, muchos creían
que no los había, considerando que esta noche era la última y eterna noche en que había
de quedar sepultado el mundo, y ni siquiera faltaban quienes aumentaban el temor
razonable y justo con terrores imaginarios y quiméricos, diciendo que en Miseno había
caído esto, había ardido lo otro, dando el miedo crédito a sus mentiras. Apareció una
claridad que nos anunciaba, no el regreso del día, sino la proximidad del fuego que nos
amenazaba; sin embargo, se detuvo lejos de nosotros. Volvió la oscuridad y comenzó de
nuevo la lluvia de ceniza más fuerte y más espesa. Veíamonos obligados a levantarnos
de tiempo en tiempo y a sacudir las ropas, porque de no hacerlo así, nos habría cubierto
y sepultado. Podría alabarme de que en medio de tantos peligros no se me escapó ni una
queja, ni un lamento, sosteniéndome la consideración, poco razonable, pero natural al
hombre, de que todo el universo perecía conmigo. Al fin se disipó poco a poco aquel
denso y negro vapor, desapareciendo por completo como una humareda o una nube.
Poco después apareció la luz, se vio el sol, aunque amarillento y a la manera que
aparece en los eclipses. Todo aparecía cambiado a nuestros ojos, perturbado todavía, no
viendo nada que no estuviese oculto bajo montones de ceniza, como bajo la nieve.
Volvimos a Miseno, y cada cual se acomodó lo mejor que pudo, pasando nosotros una
noche entre el temor y la esperanza, pero principalmente entre temores, porque
continuaba el terremoto. No se veía más que personas asustadas aumentando su terror
y el ajeno con siniestras predicciones. Sin embargo, no se nos ocurrió retirarnos hasta
que recibiésemos noticias de mi tío, aunque continuábamos amenazados de un peligro
tan espantoso y que tan de cerca habíamos visto. No leerás esto para escribirlo,
porque no merece aparecer en tu historia; y solamente debes culparte a ti mismo, que
lo has exigido, si ni siquiera lo encuentras digno de una carta. Adiós.
Cartas, México, SEP, 1984, pp. 200-202.

A. Reconstruye con tus compañeros los acontecimientos detallados que


presenta el texto:
1. Discute sobre las actitudes que presenta cada personaje y plásmalo por escrito.
2. Comenta el tipo de lenguaje que se usa en el texto.
3. Analiza si este tipo de texto se puede considerar descriptivo.

B. Escribe un cuento que se base en la historia del texto. Usa libremente tu


imaginación y cuida tu expresión escrita.
Puedes navegar en esta o demás direcciones para tu mejor elaboración del trabajo:
http://es.wikipedia.org/wiki/Vesubio
http://es.wikipedia.org/wiki/Plinio_el_Joven
http://atenea-nike.com/pagina_66.html

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