POMPEYA

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POMPEYA

La terrible erupción del Vesubio que el 29 de agosto del año 79 d.c. sepultó a Pompeya,
a Herculano y a otras poblaciones de la Campania fue presenciada desde lejos por Plinio
el Joven, que entonces contaba con dieciocho años. Su tío y padre adoptivo, el naturalista
Plinio el Viejo, mandaba la flota romana estacionada en Miseno, y en cuanto advirtió la
catástrofe se encaminó a las proximidades del volcán, lo que le costó la vida. Su sobrino
se quedó con su madre en Miseno, población que también sufrió de las consecuencias de
la erupción y de los terremotos, pero se retiraron al campo en los momentos de mayor
peligro. Más tarde Plinio en una carta explicará a su amigo el historiador Tácito cómo
vivió aquel terrible acontecimiento. Leed atentamente el relato y responded a las
cuestiones planteadas.

Epistulae VI, 20.


"Cayo Plinio a Tácito, salud. Inducido por la carta que, a instancia tuya, te escribí sobre
la muerte de mi tío, me dices que deseas saber sobre los temores por los que pasé cuando
me quedé en Miseno, que es donde interrumpía mi relato. Aunque mi ánimo se horroriza
al recordarlo, empezaré. Así que mi tío se hubo marchado me entregué al estudio, pues
para esto me había quedado; luego me bañé, cené y dormí con inquietud y poco. Hacía
muchos días habá sufrido un terremoto no muy alarmante, ya que es algo muy frecuente
en Campania. Pero aquella noche fue tan fuerte que parecía que todo, más que moverse,
se venía abajo...

Mi madre entró precipitadamente en mi habitación en el preciso momento que yo salía


con intención de despertarla si dormía. Nos sentamos en la explanada que había entre los
edificios y el mar. No sé si por provocación o por imprudencia, pues aún no tenía
dieciocho años, me llevé un volumen de Tito Livio, y para distraerme, me puse a leerlo y
a tomar notas, como había hecho antes. De pronto se acercó un amigo de mi tío, que
recientemente había llegado de España para visitarlo, y al vernos ahí sentados, y a mí que
aun estaba leyendo, reprochó a mi madre su paciencia y a mí mi confianza. No obstante,
yo seguí ocupado con mi libro. Llegó la primera hora del día y no era todavía claro. Los
edificios de los alrededores estaban tan agrietados que en aquel lugar descubierto y
angosto el miedo crecía por momentos. Entonces nos pareció oportuno abandonar la villa.
La multitud nos seguía admirada, pues en los momentos de pánico uno se suele guiar por
las decisiones de los demás, y todos empujaban a los fugitivos. Al llegar al campo, nos
paramos. Nos sorprendían muchas cosas dignas de admiración y de temor. Entre otras,
ocurría que los vehículos que habíamos ordenado que nos precedieran, a pesar de estar
en un campo llanísimo, emprendían diversas direcciones y no era posible mantenerlos
quietos. Además veíamos que el mar se recogía en si mismo, como si temiese los
temblores de la tierra. La playa se había ensanchado y muchos animales marinos habían
quedado en seco sobre la arena. Por otro lado una negra y horrible nube, rasgada por
torcidas y vibrantes sacudidas de fuego, se abría en largas grietas de fuego, que semejaban
relámpagos, pero eran mayores. Entonces aquel amigo que había venido de España nos
dijo seca y llanamente, a mi madre y a mí: "Si tu hermano, si tu tío, vive todavía, quiere
que vosotros también os salveís. Si ha muerto quiso que le sobreviviérais. Por tanto ¿qué
esperáis para emprender la huida?". Le respondimos que no buscaríamos nuestra
salvación mientras no supiéramos de la suya; y él sin esperar más se alejó del peligro lo
más velozmente que pudo. No tardó mucho tiempo en descender aquella nube hasta la
tierra y cubrir el mar; ya había rodeado y escondido a Capri, y, corriéndose hacia el
Miseno, lo ocultaba. Entonces mi madre me pedía, me rogaba y me mandaba que huyese
como pudiera, porque siendo yo joven bien lo podría hacer, y ella apesadumbrada por los
años y el cuerpo, moriría tranquila al no ser la causa de mi muerte. yo, por mi parte, no
me quería poner a salvo si no era justamente con ella; y asi la cogí de la mano y la obligué
a ir de prisa, lo que hizo acusándose a sí misma de constituir un estrobo para mí. Ya caía
ceniza, aunque poca, pero al volver el rostro vi que se aproximaba una espesa niebla por
detrás de nosotros que, como un torrente, se extendía por tierra.

"Apartémonos -dije- mientras veamos, a fin de que la multitud no nos atropelle en la calle
empedrada cuando vengan las tinieblas". Apenas había dicho esto cuando anocheció, no
como en las noches sin luna o nubladas sino con una oscuridad igual a la que se produce
en un sitio cerrado en el que no hay luces. Allí hubieras oído chillidos de mujeres, gritos
de niños, vocerío de hombres: todos buscaban a voces a sus padres, a sus hijos, a sus
esposos, los cuales también a gritos respondían. Unos lamentaban su desgracia, otros la
de sus parientes, y había quienes que por miedo a la muerte la imprecaban. Muchos eran
los que elevaban las manos hacia los dioses, y otros se habían convencido de que los
dioses no existen, creían que era la última noche del mundo. No faltaban los que con
terror falso y fingido exageraban los peligros reales. Algunos notificaban a los crédulos
con falsedad que se había desmoronado e incendiado el Miseno. Cuando aclaró un poco
nos pareció que no amanecía sino que el fuego se iba aproximando; pero se detuvo un
poco lejos y luego volvieron las tinieblas y otra vez la densa y espesa ceniza. De cuando
en cuando nos levantábamos para sacudirnos las cenizas, de lo contrario nos hubiera
cubierto y ahogado con su peso. Me podría envanecer de no haberme lamentado y no
haber proferido ningún grito fuerte en medio de tantos peligros, pero me consolaba, en
mi mortalidad, la idea de que todos y todo acababa conmigo.

Aquel vaho caliginoso, no obstante, se desvaneció en humo y niebla, y pronto amaneció


de veras y hasta lució el sol, aunque algo sombrío, como cuando se produce un eclipse.
Ante nuestros ojos parpadeantes todo parecía distitnto y cubierto de espesa ceniza, como
si fuera nieve. Tras haber curado como pudimos nuestros cuerpos volvimos a Miseno y
pasamos una noche angustiosa y terrible entre la esperanza y el miedo. Prevaleció el
miedo, porque todavía duraba el terremoto, y eran muchos los que añadían a las
desventuras propias y ajenas terroríficos vaticinios. Pero nosotros no determinamos
marcharnos, aunque todavía estábamos expuestos al peligro, porque esperábamos noticias
de mi tío. Ten salud."

Cuestiones
• ¿Dónde estaba el almirante Plinio mientras su sobrino permanecía en Miseno?
• ¿Era este el primer terremoto que sufría la región de la Campania?
• ¿Había habido algún otro terremoto en años anteriores?
• ¿Actúan prudentemente Plinio y su madre cuando comienza el terremoto?
• ¿Qué tipo de lectura se lleva consigo: novela, filosofía, religión o historia'?
• ¿Por qué los carros, a pesar de estar en terreno llano, se mueven en todas las
direcciones?
• ¿Qué fenómeno suele ocurrir después de las señales que observa Plinio en el mar?
• ¿A qué se refiere Plinio al describir la “negra y horrible nube” del Vesubio?
• ¿Cómo describe la oscuridad del anochecer? ¿Por qué es así?
• ¿Por qué son frecuentes los terremotos en esa zona?
• ¿Por qué fueron simultáneos el terremoto y la erupción del volcán?
• ¿Qué fases se dan en la explosión de un volcán?
• ¿Actualmente hay algún volcán activo? ¿En qué parte del mundo?

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