La Torre de Babel

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La torre de Babel

Desde la Biblia los lenguajes están considerados como un galimatías que impiden la
comprensión entre los seres humanos y propician la confusión, y no sólo porque se
hablen muchos idiomas en el mundo: muchas veces tampoco se entienden los que
hablan el mismo idioma.

El interrogante acerca del origen del lenguaje y su prelación con respecto al


pensamiento se convierte en la repetición del círculo vicioso del huevo y la gallina: ¿qué
surge antes, el huevo o la gallina? En este caso la pregunta es: ¿qué surge antes, el
pensamiento o el lenguaje? Respondiendo a esa pregunta lo que indirectamente se
quiere sostener es que uno es causa del otro: o el lenguaje engendra el pensamiento o el
pensamiento engendra el lenguaje. ¿No será el lenguaje producto de la capacidad
humana de abstracción, de la capacidad de formar conceptos que expresen la realidad
objetiva? La pregunta nos quiere llevar a defender que el lenguaje es fruto del
pensamiento, y no es cierto, aunque tampoco es cierto lo contrario.

Si el lenguaje fuera fruto de la capacidad humana de abstracción, ¿de dónde proviene a


su vez la capacidad humana de abstracción? Desde Rómulo y Remo hasta Tarzán, en la
imaginación y en la vida real han existido seres humanos que crecieron entre animales y
que nunca hablaron, a pesar de que -supuestamente- tenían intacta su capacidad de
abstracción. Lo mismo podemos decir de los sordos, a quienes antiguamente se trataba
como a perturbados mentales, e incluso de algunas variantes de afasia, cuyos enfermos
han perdido el habla sin que aparentemente esté alterada su capacidad de abstracción.

Las preguntas no tienen fundamento y ese mal planteamiento conduce a engendrar una
inexistente contradicción entre la teoría marxista del proceso cognoscitivo y una
supuesta teoría marxista del origen del lenguaje, porque -según algunos- el lenguaje es
producto de la capacidad de abstracción individual y no de las necesidades del trabajo
colectivo, como afirmaba Engels.

El interrogante no tiene en cuenta la afirmación más contundente que expone Engels


cuando alude al lenguaje, la auténtica médula de la dialéctica: En la naturaleza nada se
produce en forma aislada. Todo afecta y es afectado por todo, y principalmente debido
a que se olvidan de estos movimientos e interacciones múltiples, nuestros naturalistas
no consiguen obtener una clara visión de las cosas más sencillas (1). El materialismo
dialéctico sostiene que el lenguaje y el pensamiento forman una unidad dialéctica cuyo
desarrollo está impulsado por una necesidad práctica, por el trabajo o, como
gráficamente dice Engels, por la mano. Es importante tener en cuenta que cuando
Engels se refiere al ‘trabajo’ alude a una interacción social, a una determinada forma en
que los hombres se relacionan entre sí (además de relacionarse con la naturaleza). Por
tanto, es práctica y es comunicación. En consecuencia, el lenguaje no sólo se debe poner
en relación con el pensamiento sino con la comunicación.

La conciencia práctica
Marx y Engels destacaron la prevalencia de la práctica, de la actividad social y del
trabajo sobre el pensamiento. Reaccionaron contra el idealismo que atribuía todos los
progresos humanos al cerebro y al intelecto, contra la tendencia a explicar las acciones
humanas como si brotaran de los pensamientos y no de las necesidades. Por eso Engels
insiste una y otra vez en la importancia de la mano, por encima de la del cerebro.

¿Se habrá quedado Engels desfasado? Abrimos un libro actual de lingüística, La


historia y orígenes del lenguaje escrita en 1959 por A.S. Diamond y leemos que
también relaciona la laringe con el uso enérgico de los brazos y sostiene que los
sonidos orales deben verse muy afectados por los esfuerzos enérgicos de los brazos y el
cierre de la glotis que los acompaña (2).

Existe otra circunstancia que abona el carácter práctico del lenguaje: los primeros
fonemas de carácter lingüístico eran verbos y denotaban acción, normalmente de tipo
imperativo, es decir, expresiones dirigidas a otras personas, exigencias y peticiones. Los
verbos, dice Diamond, no son más que la expresión de la fuerza física (3). Las demás
palabras son derivaciones de aquellos verbos, abstracciones y generalizaciones suyas.
En los lenguajes más primitivos que se conocen, la mayor parte del vocabulario se
compone de verbos; a medida que el vocabulario de un idioma se amplía,
cuantitativamente los verbos tienen un porcentaje de presencia cada vez menor entre las
palabras.

En su obra sobre el marxismo y la lingüística, Stalin destacó esta interrelación entre el


lenguaje y la comunicación, pero fue el lingüista soviético Miguel Bajtin (1895-1975)
quien más la desarrolló, considerando el lenguaje como un fenómeno de interlocución
(4). Al considerar la comunicación como una práctica multilateral, Bajtin rompe con
toda una tradición intelectual que consideraba que la función esencial del lenguaje era
un medio de expresión del hablante. Criticó la lingüística de Saussure porque presentaba
al hablante y al oyente como si a éste sólo le correspondieran los procesos pasivos de
recepción y la comprensión igualmente pasiva. Para Bajtin la comunicación es
interactiva, una respuesta que engendra respuesta: el oyente se convierte en hablante.
No hay palabra sin respuesta, de tal modo que las relaciones entre hablante y oyente,
escritor y lector, emisor y receptor, se modifican en el proceso mismo de la
comunicación.

Bajtin advierte también que la comunicación es posible porque el lenguaje es común a


toda una colectividad y que su construcción no es arbitraria ni libre. Ni el lenguaje ni la
conciencia son sólo fenómenos subjetivos, entendido además lo subjetivo como algo
opuesto a lo objetivo. Esta otra polarización ideológica (lo interior y lo exterior, el
pensamiento y la naturaleza) desconoce que lo uno refleja lo otro y que ese reflejo se
materializa también exteriormente (arte, cultura, ciencia), que es común a toda la
humanidad y que evoluciona con ella.

De ahí se desprende que, frente a las preguntas que vinculan exclusivamente el lenguaje
al pensamiento, la dialéctica materialista insiste en la vinculación del lenguaje a la
comunicación y, por tanto, destaca su carácter social. También en el lenguaje la práctica
es anterior a la teoría y tiene, además, un evidente carácter social, no individual: nadie
ha nacido hablando; el lenguaje se aprende desde niño porque los mayores se lo enseñan
y se mejora posteriormente con el uso, hablando con los demás. Cuando los niños
acuden a la escuela para estudiar el idioma en los libros, ya lo hablan. En el mundo hay
muchos analfabetos pero todos ellos se comunican en algún idioma. El castellano
apareció en el siglo X pero la primera gramática tardó 500 años más.
Esta relación entre el uso práctico del lenguaje y su teoría merece una explicación si se
quiere refutar el idealismo lingüístico.

Lengua y habla
En el lenguaje hay dos partes diferenciadas: la lengua y el habla, diferenciación
introducida por el suizo Ferdinand Saussure a comienzos del siglo XX. La lengua puede
definirse como la teoría del lenguaje, el manual de cómo se debe hablar y escribir
correctamente un idioma, el conjunto de reglas, de sintaxis, de vocabulario y de
gramática que lo caracterizan. El habla es la práctica, el uso vivo y habitual que se hace
del idioma en cada situación particular, un fenómeno que depende de cada región, grupo
social, cultural, edad o profesión y da lugar a lo que se conoce como jerga que, en
ocasiones, es una deliberada distorsión de la lengua.

La ideología burguesa se ha preocupado más de la lengua que del habla y ha defendido


una concepción normativa del lenguaje según la cual la lengua no es un reflejo del habla
sino que debe imponerse al habla, debe estudiarse desde la infancia en las escuelas para
que todos la utilicen bien. Consideran que existe un canon preciso de la lengua que debe
imponerse por encima de las incorrecciones del habla coloquial. El ideal es un habla
impoluta, idéntica a la lengua, y estática, inmóvil, cerrada de una vez y para siempre al
que todos los hablantes deben acomodar su discurso. Para ello la burguesía organiza en
el siglo XVIII las academias oficiales que codifican el lenguaje y alzan las consignas de
limpieza y fijeza. Son muchos los que han menospreciado el habla común para postular
un lenguaje universal, artificial, e incluso prefieren las lenguas muertas a las vivas.
Leibniz recomendaba someter el lenguaje a una serie de reglamentaciones estrictas. En
sus Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano se lamentaba: Las lenguas no
siempre están formadas de acuerdo con la reglas de la lógica, de forma que la
significación de cada término pudiera quedar expresada clara y exactamente por otros
dos términos (5). Lo que Leibniz proponía era crear un lenguaje científico, volcado
hacia el conocimiento. En su época el latín era una lengua no solamente universal,
hablada al menos en toda Europa, sino además, un vehículo privilegiado de la
comunidad científica.

En el último cuarto del siglo XIX este rechazo del habla coloquial era un clamor y
apareció una avalancha de lenguas ficticias, creaciones de laboratorio presentadas como
la panacea a muchos males de la humanidad. Es la época en la que -entre otros 57
idiomas universales- se inventa el esperanto. No es casualidad que, siguiendo a Leibniz,
un matemático como Giuseppe Peano (1858-1932) se preocupara de crear un nuevo
lenguaje universal y escribiera sus Principios de la Aritmética en 1889 en latín
(Arithmetices Principia Nova Methodo Exposita). En varios países del mundo
aparecieron los primeros periódicos en latín, una lengua muerta desde hacía siglos. No
es ninguna casualidad que este fenómeno aparezca entre los matemáticos y los
logicistas. Imitando a Peano, Russell y Whitehead titularon en 1913 su obra capital
como Principia Mathematica y Wittgenstein tituló la suya Tractatus logicus
philosophicus. Como en la Edad Media, los logicistas querían volver al latín rehuyendo
el habla coloquial. Al fin y al cabo los escolásticos habían sido los grandes maestros de
la lógica formal y su idioma había sido el latín.

Estas lenguas muertas no estaban ligadas a los sonidos sino a la escritura; habían sido
privadas de su contenido vivo y sólo restaba la pieza de museo de su esqueleto. Se
trataba de ideogramas o, como los llamó Frege, conceptogramas. La noción de
conceptografía que ofrece el mismo Frege lo dice todo: Un conjunto de reglas, según
las cuales, por medio de signos escritos o impresos, puedan expresarse directamente
los pensamientos, sin mediación de la voz (6). La alusión de Frege al carácter escrito del
lenguaje no deja dudas acerca de la finalidad puramente cognoscitiva de aquella
conceptografía.

De todo este fenómeno es fácil deducir varias divagaciones importantes que están
presentes en la ideología burguesa:

— la prevalencia de la teoría por encima de la práctica


— la prevalencia de la estabilidad lingüística sobre el cambio
— la prevalencia de la función cognoscitiva sobre la comunicativa
— la prevalencia de quien escribe por encima de quien lee.

El materialismo dialéctico no puede ignorar la importancia de este esfuerzo por


impulsar un lenguaje científico, universal y estable que mejore la creatividad pensante y
facilite las relaciones entre todos los hombres. Pero no se puede circunscribir la
lingüística al estudio de la lengua, eliminando el habla, que se presenta como el material
vivo de la lengua. Además de diferenciar la lengua del habla hay que correlacionarlas
entre sí. Incluso esa diferenciación es sólo relativa, como el propio Saussure afirmó: En
la actividad verbal existe un aspecto individual y otro social, con la particularidad de
que no es posible comprender el uno sin el otro. Ni en el arte ni en la ciencia existe un
dominio absoluto de quien habla (supuesta parte activa) por encima quien escucha
(supuesta parte pasiva), por lo que no podemos eliminar al que escucha y reducir el
lenguaje y el pensamiento a un monólogo, y menos a un monólogo interior, subjetivo.

La preferencia de los lingüistas por la lengua sobre el habla, es una de la


manifestaciones de la progresiva eliminación de la función comunicativa del lenguaje.
El habla es sobre todo comunicación; la lengua es sobre todo pensamiento. Eliminando
el habla sólo quedan las relaciones de la lengua con el pensamiento, o lo que es lo
mismo, el pensamiento no tiene relación con la comunicación, de donde tratan de
deducir que sólo existe la relación del pensamiento consigo mismo y a considerarlo
como algo exclusivamente individual y síquico.

Mecanicismo lingüístico
Todo el problema deriva de una mala comprensión de lo que es el lenguaje, difundiendo
afirmaciones que, como poco, cabe calificar de mecanicistas. Entre ellas destacaremos
tres.

En primer lugar, subyace en toda la discusión la consideración del lenguaje como un


fenómeno natural o fisiológico y no como un fenómeno social. No se puede equiparar el
lenguaje con aquellos órganos físicos que articulan la voz, como la laringe o las cuerdas
vocales, y aludir al lenguaje como a la capacidad de emitir sonidos claramente
diferenciados.

En realidad la laringe no aparece inicialmente relacionada con el lenguaje sino con la


respiración, aunque finalmente también se utilizó para emitir sonidos.
También habría que insistir con mayor énfasis en los órganos auditivos porque el
requisito fundamental del lenguaje es aprender, memorizar e imitar las voces y los
sonidos que se escuchan. La gama de frecuencias a las que el oido humano es sensible
se corresponde con la gama de frecuencias de la voz humana. Por eso los sordos tienen
enormes dificultades para hablar con fluidez y, antiguamente, cuando sus posibilidades
de comunicación eran casi nulas, estaban equiparados a los locos y a los retrasados
mentales. Por eso, una vez más acertando plenamente, Engels dijo que, además del
cerebro, el lenguaje requiere un refinamiento de todos los sentidos.

Pero evidentemente todo eso es sólo la voz o los gritos, pero no el lenguaje, que es algo
parecido a eso (fonemas) pero es mucho más que eso. Si el lenguaje es tanto hablar
como oir, quiere decir que es social o, como diríamos hoy, interactivo. Además el
lenguaje también tiene una semántica; las palabras significan algo que está socialmente
impuesto.

En segundo lugar, se identifica el lenguaje con cualquier clase de comunicación, cuando


el lenguaje es comunicación pero un tipo cualitativamente superior de comunicación,
mucho más potente, que no solamente depende de la laringe o el tímpano. Entre las
demás formas de comunicación y el lenguaje no hay sólo un grado de diferencia, un
paso, sino un gran salto cualitativo. El perfeccionamiento de las formas de
comunicación en los homínidos (que no en los hombres), de las cuales los órganos
físicos de la voz son una parte importante, evoluciona hasta tal extremo que da origen al
lenguaje. Esto no existe en otras especies por lo que no se puede afirmar que los perros
tienen su propia forma de lenguaje. Por el contrario, Engels dice que lo poco que
inclusive los animales de más alto grado de desarrollo necesitan comunicarse entre sí
no exige el habla articulada (7). En las personas que han crecido entre animales, la
incapacidad de hablar conduce a severos retrasos intelectuales.

El debate propone buscar el origen del lenguaje exclusivamente en la historia remota de


la humanidad, cuando eso mismo podría estudiarse también en los primeros balbuceos
de los niños o en las etapas en las que el lenguaje se pierde o se altera por
perturbaciones patológicas (físicas o intelectuales, lingüísticas o mentales).

En tercer lugar, como consecuencia de lo anterior, lo que diferencia al lenguaje de las


demás formas de comunicación es que el lenguaje, además, está ligado al pensamiento y
eso es exclusivo del hombre. No se puede separar el lenguaje del pensamiento y el
pensamiento del lenguaje, o considerarlos como externos el uno del otro, conectados
por lazos mecánicos. En muchas ocasiones, por ejemplo Leibniz (8), se ha puesto de
manifiesto que el lenguaje desempeña esas dos funciones, comunicativa y cognoscitiva.
Pero esas dos funciones se han presentado como si fueran cosas independientes cuando
esa distinción sólo es válida si, al tiempo, se tiene en cuenta su estrecha unión.

Lenguaje y pensamiento
Hasta ahora hemos insistido en que el lenguaje está vinculado a la comunicación; ahora
nos corresponde insistir en la íntima vinculación entre el lenguaje y el pensamiento.

En este punto cabe cometer los dos errores posibles. Por un lado, vincular el lenguaje a
la comunicación, sin tener en cuenta el pensamiento y, por el otro, vincularlo sólo al
pensamiento sin tener en cuenta la comunicación. El pensamiento exige comunicación
pero no toda comunicación está dirigida hacia el conocimiento, ni tampoco toda
comunicación es de tipo lingüístico.

Como hemos observado al exponer la diferencia entre la lengua y el habla, la ideología


burguesa viene padeciendo una deriva simplista y reduccionista que elimina la función
comunicativa del lenguaje (el habla) para quedarse sólo con la cognoscitiva (la lengua).
Este error es posible porque la burguesía considera el pensamiento de una manera
individual (individualista), como un monólogo interior donde la conciencia es sólo la
conciencia de uno mismo. Cuando previamente elimino a todos los que me rodean, sólo
quedo yo, que no necesito comunicarme con nadie y aprendo por mis propios medios.
Por eso a la burguesía le parece posible separar el pensamiento del lenguaje, de modo
que para pensar no es necesario el lenguaje porque -normalmente- sólo se habla cuando
hay alguien delante que escucha. La importancia creciente de la escritura ha reforzado
esta tendencia burguesa porque cuando alguien escribe -normalmente- no hay nadie
delante. Los modernos medios de comunicación (radio, televisión, cine, internet)
refuerzan esa misma impresión; parece que los oyentes y los espectadores no existen.
En el teatro sólo se ilumina el escenario, mientras el patio de butacas permanece a
oscuras, como si allí no hubera nadie.

El lenguaje está ligado a la capacidad de razonar y formar conceptos abstractos, no sólo


a la comunicación y a la voz. Forma una unidad dialéctica con el pensamiento, con la
abstracción y, por tanto, permite comunicar información de tipo general, no vinculada a
ninguna clase de acción concreta. No pueden existir el uno sin el otro. El pensamiento
presupone el lenguaje y el lenguaje presupone el pensamiento. Ninguna de ambas cosas
se explican de forma separada porque ambos están estrechamente relacionados, hasta el
punto de que no es posible pensar sin lenguaje. El sicólogo soviético Vigotski escribió
que el pensamiento no se expresa en la palabra sino que se perfecciona en ella. El
lenguaje es la condición necesaria para que surja el pensamiento, su envoltura material.
La comunicación verbal por medio de la lengua constituye un intercambio mutuo de
experiencias, de sensaciones o de afectos.

Pero, por otro lado, unidad no es identidad. La estructura del lenguaje es la gramática,
mientras la estructura del pensamiento es la lógica. En consecuencia, no es posible
reducir el pensamiento a la lengua porque el pensamiento humano no se circunscribe a
la generalización de los fenómenos de la realidad sedimentados en la lengua.

No obstante, aunque pensamiento y lenguaje no coinciden, en el lenguaje encontramos


el pensamiento ya que, por sí mismo posee un cierto contenido cognoscitivo. A
diferencia de lo que ocurre con el habla, la lengua contiene el resultado estable de la
labor cognoscitiva de las generaciones precedentes. La semántica de la lengua, los
significados de las palabras que entran en el léxico del idioma, constituyen el resultado
estable de la previa labor intelectual de un pueblo.

Ahora bien, que lenguaje y pensamiento formen una unidad no significa que esa unidad
sea la de forma y contenido. En ocasiones leemos que las palabras son la forma del
pensamiento y su manera de expresión. Si no se utiliza con mucha precaución, la
dualidad entre forma y contenido puede conducirnos a la deriva. En este caso podemos
llegar a incurrir en el error de sostener que el pensamiento es el contenido del lenguaje,
o su significado y, a la inversa, que la forma del pensamiento es el lenguaje. El
pensamiento tiene su propia forma: la lógica, y el lenguaje tiene su propio contenido: la
semántica, el significado. Marx y Engels decían que el pensamiento, el espíritu, nace ya
con la maldición de estar preñado de materia bajo la forma de lenguaje porque el
lenguaje es la conciencia práctica, la realidad inmediata del pensamiento (9).

Cuando se separa el lenguaje del pensamiento se produce lo que Marx y Engels habían
previsto: en su época los filósofos idealistas habían defendido la independencia del
pensamiento respecto a la realidad; pero si el pensamiento está tan ligado al lenguaje,
también cabe sostener al lenguaje como un reino propio y soberano (10). Tardó un
poco, pero en el siglo XX la burguesía llegó a argumentar esta tesis absurda con toda la
seriedad que se merecía.

Damos ahora otra vuelta a la tuerca y entramos a comprobar qué pretenden quienes,
como el obispo Berkeley, pretenden separar pensamiento y lenguaje y hacia dónde nos
quieren llevar.

Berkeley parte de que la función del lenguaje es cognoscitiva. El lenguaje abstrae de las
cosas una u otra propiedad y objetiva en una palabra el concepto de dicha propiedad.
Las argumentaciones científicas franquean los límites del contenido sensorial inicial,
pasando a la esfera del pensamiento abstracto y descubriendo aspectos y propiedades
inaccesibles a la percepción sensorial inmediata. Según Berkeley esa función
cognoscitiva del lenguaje es perversa porque, como buen nominalista, él lucha contra la
abstracción y eso le lleva a luchar contra el lenguaje mismo. Para el obispo los
conceptos abstractos no existen; sólo son palabras, de manera que si eliminamos las
palabras eliminaremos también esas ideas universales abstractas: De no existir el signo
universal del lenguaje, jamás se hubiera pensado en las ideas abstractas (11). Sin
palabras el mundo sería más simple y sencillo; por ejemplo, no habría planetas sino sólo
Venus, Júpiter, Marte y los demás.

Para Berkeley no sólo era posible separar el lenguaje del pensamiento sino que era
necesario hacerlo para introducir el solipsismo: no existen más que mis propias
percepciones subjetivas. El idealismo subjetivo del obispo es consecuencia de su
individualismo burgués.

Si Leibniz pretendía unir pensamiento y lenguaje, Berkeley pretendía separarlos.

El lenguaje como sistema de signos


A una errónea concepción del lenguaje sigue una errónea concepción del pensamiento.
Consecuencia de ello es que no se logra comprender la relación entre los conceptos y el
lenguaje. Pero ya sólo por aludir a los ‘conceptos’ se tiene una mala imagen de lo que es
el pensamiento, en donde caben muchas cosas. Así, caben pensamientos ilógicos,
absurdos, deseos y sentimientos. El intelecto no se limita al pensamiento racional ni a
las ideas. Aunque se identifique el pensamiento con la lógica, con la racionalidad,
además de los conceptos hay que aludir también a los enunciados y a las inferencias.
Los conceptos sólo cabe comprenderlos dentro de las definiciones y de las
argumentaciones científicas. Como veremos, hay palabras que pueden significar varias
cosas y todos tenemos la experiencia de que muchas veces el sentido exacto depende del
contexto en el que se utilice cada palabra.
Hay quien afirma que todos los seres vivos piensan y que la cuestión determinante es la
complejidad del pensamiento. Nos lo presentan como si fuera un problema de grado de
complejidad de nuestros pensamientos: los hombres sólo pensamos un poco más que los
demás seres vivos. Es otro grave error conceptual: los animales ni hablan ni piensan, y
los humanos criados entre animales tampoco. Las máquinas tampoco hablan ni piensan,
incluidos los ordenadores y los robots. Hablar de lenguajes artificiales, de inteligencia
artificial y de edificios inteligentes no pasa de ser una mala metáfora.

Se confunde el pensamiento con el instinto o el hábito; éstos forman el primer sistema


de señales, los reflejos incondicionados, mientras que el pensamiento forma el segundo
sistema de señales, los reflejos condicionados. Decía Engels que todos los animales
tienen capacidad de actuar de manera consciente y deliberada y que eso está en relación
con el sistema nervioso central (12). Posteriormente ésto fue confirmado Pavlov, que lo
explicó de la forma siguiente: Es el primer sistema de señales de la realidad que nos es
común con los animales. El lenguaje constituye el segundo sistema de señales de la
realidad y es específicamente nuestro, siendo la señal de las primeras señales. Si bien
es verdad que las múltiples excitaciones del lenguaje nos han alejado de la realidad
(cosa que debemos recordar continuamente para no dejar que se deformen nuestras
actitudes para con la realidad), no lo es menos que el lenguaje ha hecho de nosotros lo
que somos: hombres, extremo en el que no hay que entrar en detalle aquí. Sin embargo,
no puede caber ninguna duda de que las leyes que han sido establecidas para el primer
sistema de señales deben regir el trabajo del segundo, ya que se trata del mismo tejido
nervioso (13).

En definitiva, el lenguaje es un sistema de señales o signos. Desde la antigüedad


sabemos que integra dos componentes distintos que se han llamado de muchas maneras,
predominando hoy los de signo y significado. El signo es un objeto, fenómeno o acción
material perceptible sensorialmente que interviene en los procesos cognoscitivos o
comunicativos representando o sustituyendo a otro objeto y que se utiliza para percibir,
conservar, transformar y transmitir una información relativa al objeto representado o
sustituido. Mientras, el significado del signo es la información sobre el objeto
designado, fijado y expresado en un signo.

Los signos no son las cosas sino los representantes de las cosas. Por eso decía Pavlov
que el lenguaje nos aleja de la realidad, porque podemos hablar de ella a través de los
signos que la simbolizan, sin necesidad de que las cosas estén presentes de manera
concreta. En medicina, la fiebre no es una enfermedad sino el síntoma (el signo) de una
enfermedad que nos avisa de que algo está fallando. Una huella dactilar no es una
persona pero la puede identificar y representar. La hoz y el martillo no es el comunismo
sino su símbolo representativo.

A veces hay varios signos para poder representar una misma cosa. Por ejemplo, además
de su nombre propio, Cervantes se puede identificar como el manco de Lepanto, o
como el autor del Quijote. Aunque se refieren a la misma persona, esos signos
transportan una información diferente sobre Cervantes, en un caso sobre la vida y en el
otro sobre la obra.

También ocurre, como hemos avanzado antes, que hay signos polisémicos, que tienen
varios significados. Así la voz china significa tanto una piedra pequeña como una mujer
de aquella nacionalidad asiática. Por eso, para saber el significado preciso con el que se
está utilizando el signo ‘china’ necesitamos escuchar todo el contexto, la frase entera o
el razonamiento. En términos lógicos eso se expresa diciendo que los conceptos no se
pueden concebir de forma aislada sino en relación con los enunciados y las inferencias.

En el proceso de conocimiento el papel de ambas entidades es completamente diferente:


el signo simboliza al objeto real mientras que el significado lo refleja.

Por sí mismos los signos no son verdaderos o falsos porque pueden ser arbitrarios, y
muchas veces lo son. Por tanto, el pensamiento no está vinculado a los signos sino a la
unión del signo y el significado. El significado debe reflejar la realidad para que el
pensamiento sea cierto, de modo que no se puede hablar de verdad sino cuando se tiene
en cuenta el significado. La voz ‘imperialismo’ es un signo lingüístico cuyo significado
es ‘la fase superior del capitalismo’. Desde el punto de vista lógico, cuando decimos ‘el
imperialismo es la fase superior del capitalismo’, estamos utilizando un enunciado, una
definición que relaciona dos conceptos distintos: ‘imperialismo’ y ‘capitalismo’.

Las teorías formales


El distinto papel que signos y significados desempeñan permite que ambos se puedan
separar. Con su sistema de signos y significados el lenguaje ya lograba un importante
grado de abstracción. Al hacerse más generales los significados de los signos, se hace
más amplia su utilización y menos limitadas las deducciones que pueden extraerse de
ellos. El paso siguiente consiste en la generalización absoluta, la máxima universalidad:
crear sistemas de signos potencialmente aplicables a realidades muy distintas y
separadas entre sí.

Eso son las teorías formales, así llamadas porque el fondo (el significado) se ha
eliminado de la forma (el signo), de modo que no aluden a ningún fenómeno concreto, o
quizá sería más exacto decir que aluden a muchos fenómenos distintos a la vez.

Uno de los grandes avances del siglo XIX consistió en prescindir del significado para
poder operar exclusivamente con los signos, creando álgebras o modelos abstractos,
normalmente de tipo matemático, aplicables a varios aspectos diferentes de la realidad.
Liberando al signo del significado se consigue mayor potencia de cálculo. Al apartarla
de la experiencia concreta la formalización libera a la imaginación de las restricciones
que la habitual interpretación de los signos establece para la construcción de nuevas
teorías. En lugar de el imperialismo es la fase superior del capitalismo se puede escribir
A=B, donde A es el imperialismo y B es la fase superior del capitalismo. Pero también
se puede escribir y=f(x), que es otra manera de decir que los conceptos x e y están
relacionados entre sí. Al sustituir imperialismo por la letra A no sólo se cambia el signo
sino que finalmente A puede tener muchos signficados diferentes.

Entonces a esos viejos signos lingüísticos convertidos ahora en letras arbitrarias se les
llama variables y, como su propio nombre indica, pueden tomar muchos valores
diferentes, o lo que es lo mismo, muchos significados o interpretaciones diferentes,
pueden aplicarse a muchas parcelas distintas de la realidad. Por ejemplo, A puede
significar Júpiter y B puede significar planeta y entonces también resulta cierta la
ecuación A=B. La expresión simbólica y=f(x) puede tener significados tales como la
producción de un país depende de la acumulación de capital o la presión de un gas
depende de la temperatura. Las variables están vacías y se relacionan entre sí como
formas puras. Que no tengan ninguna clase de significado concreto quiere decir que
pueden tener muchos, que pueden ser muchas cosas diferentes, tanto conceptos como
animales, e incluso objetos. Sólo interesa la forma, no aquello a lo que la forma se
refiera, respecto de lo cual (conceptos, animales, objetos) la forma es indiferente.

Además de útil operativamente, la formalización permite comparar y observar que


fenómenos muy alejados de la realidad funcionan de una manera análoga, tienen la
misma estructura. A partir de ahí es posible crear categorías de fenómenos y equiparar
ámbitos de la realidad que antes se creía apartados unos de otros. Por ejemplo, un
ingeniero holandés, Baltasar Van der Pol (1889-1959), estableció una comparación
entre los latidos del corazón y el circuito eléctrico de un triodo montado sobre un
oscilador, donde la intensidad de la corriente eléctrica cambiaba amortiguándose cuando
la resistencia era grande y aumentando cuando era pequeña. Esta comparación permitió
observar que el corazón funciona como un circuito eléctrico oscilante, inventar el
electrocardiograma y estimular las paradas cardiacas mediante descargas eléctricas.
Insospechadamente resulta que las cosas más diferentes funcionan de la misma manera.
Éste es también el fundamento de la cibernética.

Las posibles aplicaciones diversas de un mismo modelo científico formal desvelan las
conexiones íntimas de todos los objetos de la naturaleza y, en consecuencia, la unidad
interna de todas las ciencias o, como decía Engels, que todo afecta y es afectado por
todo.

Como ya hemos advertido, cuando el signo se desprende de cualquier significado ya no


podemos hablar de verdad o falsedad. Una vez alcanzada esa fase de abstracción
formalista, la veracidad o falsedad se sustituyen por la coherencia o la consistencia. Las
teorías formales son un saber acerca de nada, lo que potencialmente significa, a la vez,
que son un saber acerca de todo. Incluso el sicólogo soviético Rubinstein decía que ni
siquiera se podían considerar como una forma de saber en sentido estricto, sino tan sólo
un armazón del saber (14).

En efecto, las teorías formales no son un punto de llegada, el final del proceso del
conocimiento sino sólo una etapa. La teoría no tiene ningún sentido sin la práctica. El
pensamiento parte de lo concreto para ir hacia lo abstracto, pero también debe recorrer
el camino inverso y volver a lo concreto, regresar al punto de partida, a la realidad de
donde ha surgido o a otra realidad diferente. La privación de significado a las variables
sólo puede ser momentánea. Decía Lenin que la primera característica del concepto es
su universalidad pero que el desarrollo posterior de la universalidad es la particularidad:
De la intuición viva al pensar abstracto, y de éste a la práctica, tal es el camino
dialéctico del conocimiento de la verdad, de la realidad objetiva (15) Al final siempre
hay que volver a encontrar un significado a los signos, una utilidad al modelo. El propio
Frege así lo reconocía: En otros lugares he señalado ya los fallos de las teorías
formalistas corrientes de la aritmética. En ellas se habla de signos que no tienen
ningún contenido, ni lo deben tener, pero luego se les atribuye, no obstante,
propiedades que sólo pueden corresponder razonablemente a un contenido del signo.
Lo mismo ocurre también aquí: una mera expresión, la forma de un contenido, no
puede ser lo esencial de la cosa, sino que sólo lo puede ser el contenido mismo (16).

Los filósofos burgueses se asombran de que eso sea posible, de que un modelo formal
encaje en la realidad como un guante en la mano. Parece que eso es posible porque los
científicos introducen en la realidad con una especie de calzador, de una manera
forzada, algo que en ella no hay. Olvidan el proceso previo: que ese modelo teórico se
ha extraído antes de esa misma realidad y, en consecuencia, nada hay menos
sorprendente que al regresar a ella encaje como el vestido confeccionado por un sastre
experimentado. Del mismo modo que el sastre no se inventa de la nada los cortes que
debe realizar en la tela sino que previamente ha tomado medidas a su cliente, y por eso,
una vez confeccionado, el vestido cuelga con elegancia de los hombros, también el
científico primero toma medidas de la realidad y luego sus teorías encajan en ella. Aquí
no hay ningún milagro: sólo se devuelve a la realidad lo que previamente se ha tomado
prestado de ella. Los signos nos alejan de la realidad, decía Pavlov, pero sólo para
volver a ella, con más fuerza, cabría añadir por nuestra parte.

Notas:

(1) «El papel del trabajo en la transición del mono al hombre», en Dialéctica de la
naturaleza, Madrid, 1978, pg.144
(2) La historia y orígenes del lenguaje, Madrid, 1974, pgs.267 y stes.
(3) La historia y orígenes del lenguaje, pg.231
(4) V.N. Voloshinov: El marxismo y la filosofía del lenguaje, Madrid, 1992.
(5) Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, Madrid, 1977, pg.400
(6) «¿Qué es una función?», en Escritos filosóficos, Barcelona, 1996, pg.176
(7) El papel del trabajo, pg.138
(8) Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, pg.397
(9) La ideología alemana, Montevideo, 3ª Ed., 1971, pgs. 31 y 534
(10) La ideología alemana, pg.534
(11) Principios del conocimiento humano, Barcelona, 1999, §33.
(12) El papel del trabajo, pgs.144 y 145
(13) Fisiología y psicología, Madrid, 5ª Ed., 1978, pgs.40-41
(14) El ser y la conciencia, México, 2ª Ed., 1963, pg.144
(15) «Cuadernos filosóficos», en Obras Completas, tomo 29, pg.150.
(16) «Función y concepto», en Escritos filosóficos, pg.18

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