La Torre de Babel
La Torre de Babel
La Torre de Babel
Desde la Biblia los lenguajes están considerados como un galimatías que impiden la
comprensión entre los seres humanos y propician la confusión, y no sólo porque se
hablen muchos idiomas en el mundo: muchas veces tampoco se entienden los que
hablan el mismo idioma.
Las preguntas no tienen fundamento y ese mal planteamiento conduce a engendrar una
inexistente contradicción entre la teoría marxista del proceso cognoscitivo y una
supuesta teoría marxista del origen del lenguaje, porque -según algunos- el lenguaje es
producto de la capacidad de abstracción individual y no de las necesidades del trabajo
colectivo, como afirmaba Engels.
La conciencia práctica
Marx y Engels destacaron la prevalencia de la práctica, de la actividad social y del
trabajo sobre el pensamiento. Reaccionaron contra el idealismo que atribuía todos los
progresos humanos al cerebro y al intelecto, contra la tendencia a explicar las acciones
humanas como si brotaran de los pensamientos y no de las necesidades. Por eso Engels
insiste una y otra vez en la importancia de la mano, por encima de la del cerebro.
Existe otra circunstancia que abona el carácter práctico del lenguaje: los primeros
fonemas de carácter lingüístico eran verbos y denotaban acción, normalmente de tipo
imperativo, es decir, expresiones dirigidas a otras personas, exigencias y peticiones. Los
verbos, dice Diamond, no son más que la expresión de la fuerza física (3). Las demás
palabras son derivaciones de aquellos verbos, abstracciones y generalizaciones suyas.
En los lenguajes más primitivos que se conocen, la mayor parte del vocabulario se
compone de verbos; a medida que el vocabulario de un idioma se amplía,
cuantitativamente los verbos tienen un porcentaje de presencia cada vez menor entre las
palabras.
De ahí se desprende que, frente a las preguntas que vinculan exclusivamente el lenguaje
al pensamiento, la dialéctica materialista insiste en la vinculación del lenguaje a la
comunicación y, por tanto, destaca su carácter social. También en el lenguaje la práctica
es anterior a la teoría y tiene, además, un evidente carácter social, no individual: nadie
ha nacido hablando; el lenguaje se aprende desde niño porque los mayores se lo enseñan
y se mejora posteriormente con el uso, hablando con los demás. Cuando los niños
acuden a la escuela para estudiar el idioma en los libros, ya lo hablan. En el mundo hay
muchos analfabetos pero todos ellos se comunican en algún idioma. El castellano
apareció en el siglo X pero la primera gramática tardó 500 años más.
Esta relación entre el uso práctico del lenguaje y su teoría merece una explicación si se
quiere refutar el idealismo lingüístico.
Lengua y habla
En el lenguaje hay dos partes diferenciadas: la lengua y el habla, diferenciación
introducida por el suizo Ferdinand Saussure a comienzos del siglo XX. La lengua puede
definirse como la teoría del lenguaje, el manual de cómo se debe hablar y escribir
correctamente un idioma, el conjunto de reglas, de sintaxis, de vocabulario y de
gramática que lo caracterizan. El habla es la práctica, el uso vivo y habitual que se hace
del idioma en cada situación particular, un fenómeno que depende de cada región, grupo
social, cultural, edad o profesión y da lugar a lo que se conoce como jerga que, en
ocasiones, es una deliberada distorsión de la lengua.
En el último cuarto del siglo XIX este rechazo del habla coloquial era un clamor y
apareció una avalancha de lenguas ficticias, creaciones de laboratorio presentadas como
la panacea a muchos males de la humanidad. Es la época en la que -entre otros 57
idiomas universales- se inventa el esperanto. No es casualidad que, siguiendo a Leibniz,
un matemático como Giuseppe Peano (1858-1932) se preocupara de crear un nuevo
lenguaje universal y escribiera sus Principios de la Aritmética en 1889 en latín
(Arithmetices Principia Nova Methodo Exposita). En varios países del mundo
aparecieron los primeros periódicos en latín, una lengua muerta desde hacía siglos. No
es ninguna casualidad que este fenómeno aparezca entre los matemáticos y los
logicistas. Imitando a Peano, Russell y Whitehead titularon en 1913 su obra capital
como Principia Mathematica y Wittgenstein tituló la suya Tractatus logicus
philosophicus. Como en la Edad Media, los logicistas querían volver al latín rehuyendo
el habla coloquial. Al fin y al cabo los escolásticos habían sido los grandes maestros de
la lógica formal y su idioma había sido el latín.
Estas lenguas muertas no estaban ligadas a los sonidos sino a la escritura; habían sido
privadas de su contenido vivo y sólo restaba la pieza de museo de su esqueleto. Se
trataba de ideogramas o, como los llamó Frege, conceptogramas. La noción de
conceptografía que ofrece el mismo Frege lo dice todo: Un conjunto de reglas, según
las cuales, por medio de signos escritos o impresos, puedan expresarse directamente
los pensamientos, sin mediación de la voz (6). La alusión de Frege al carácter escrito del
lenguaje no deja dudas acerca de la finalidad puramente cognoscitiva de aquella
conceptografía.
De todo este fenómeno es fácil deducir varias divagaciones importantes que están
presentes en la ideología burguesa:
Mecanicismo lingüístico
Todo el problema deriva de una mala comprensión de lo que es el lenguaje, difundiendo
afirmaciones que, como poco, cabe calificar de mecanicistas. Entre ellas destacaremos
tres.
Pero evidentemente todo eso es sólo la voz o los gritos, pero no el lenguaje, que es algo
parecido a eso (fonemas) pero es mucho más que eso. Si el lenguaje es tanto hablar
como oir, quiere decir que es social o, como diríamos hoy, interactivo. Además el
lenguaje también tiene una semántica; las palabras significan algo que está socialmente
impuesto.
Lenguaje y pensamiento
Hasta ahora hemos insistido en que el lenguaje está vinculado a la comunicación; ahora
nos corresponde insistir en la íntima vinculación entre el lenguaje y el pensamiento.
En este punto cabe cometer los dos errores posibles. Por un lado, vincular el lenguaje a
la comunicación, sin tener en cuenta el pensamiento y, por el otro, vincularlo sólo al
pensamiento sin tener en cuenta la comunicación. El pensamiento exige comunicación
pero no toda comunicación está dirigida hacia el conocimiento, ni tampoco toda
comunicación es de tipo lingüístico.
Pero, por otro lado, unidad no es identidad. La estructura del lenguaje es la gramática,
mientras la estructura del pensamiento es la lógica. En consecuencia, no es posible
reducir el pensamiento a la lengua porque el pensamiento humano no se circunscribe a
la generalización de los fenómenos de la realidad sedimentados en la lengua.
Ahora bien, que lenguaje y pensamiento formen una unidad no significa que esa unidad
sea la de forma y contenido. En ocasiones leemos que las palabras son la forma del
pensamiento y su manera de expresión. Si no se utiliza con mucha precaución, la
dualidad entre forma y contenido puede conducirnos a la deriva. En este caso podemos
llegar a incurrir en el error de sostener que el pensamiento es el contenido del lenguaje,
o su significado y, a la inversa, que la forma del pensamiento es el lenguaje. El
pensamiento tiene su propia forma: la lógica, y el lenguaje tiene su propio contenido: la
semántica, el significado. Marx y Engels decían que el pensamiento, el espíritu, nace ya
con la maldición de estar preñado de materia bajo la forma de lenguaje porque el
lenguaje es la conciencia práctica, la realidad inmediata del pensamiento (9).
Cuando se separa el lenguaje del pensamiento se produce lo que Marx y Engels habían
previsto: en su época los filósofos idealistas habían defendido la independencia del
pensamiento respecto a la realidad; pero si el pensamiento está tan ligado al lenguaje,
también cabe sostener al lenguaje como un reino propio y soberano (10). Tardó un
poco, pero en el siglo XX la burguesía llegó a argumentar esta tesis absurda con toda la
seriedad que se merecía.
Damos ahora otra vuelta a la tuerca y entramos a comprobar qué pretenden quienes,
como el obispo Berkeley, pretenden separar pensamiento y lenguaje y hacia dónde nos
quieren llevar.
Berkeley parte de que la función del lenguaje es cognoscitiva. El lenguaje abstrae de las
cosas una u otra propiedad y objetiva en una palabra el concepto de dicha propiedad.
Las argumentaciones científicas franquean los límites del contenido sensorial inicial,
pasando a la esfera del pensamiento abstracto y descubriendo aspectos y propiedades
inaccesibles a la percepción sensorial inmediata. Según Berkeley esa función
cognoscitiva del lenguaje es perversa porque, como buen nominalista, él lucha contra la
abstracción y eso le lleva a luchar contra el lenguaje mismo. Para el obispo los
conceptos abstractos no existen; sólo son palabras, de manera que si eliminamos las
palabras eliminaremos también esas ideas universales abstractas: De no existir el signo
universal del lenguaje, jamás se hubiera pensado en las ideas abstractas (11). Sin
palabras el mundo sería más simple y sencillo; por ejemplo, no habría planetas sino sólo
Venus, Júpiter, Marte y los demás.
Para Berkeley no sólo era posible separar el lenguaje del pensamiento sino que era
necesario hacerlo para introducir el solipsismo: no existen más que mis propias
percepciones subjetivas. El idealismo subjetivo del obispo es consecuencia de su
individualismo burgués.
Los signos no son las cosas sino los representantes de las cosas. Por eso decía Pavlov
que el lenguaje nos aleja de la realidad, porque podemos hablar de ella a través de los
signos que la simbolizan, sin necesidad de que las cosas estén presentes de manera
concreta. En medicina, la fiebre no es una enfermedad sino el síntoma (el signo) de una
enfermedad que nos avisa de que algo está fallando. Una huella dactilar no es una
persona pero la puede identificar y representar. La hoz y el martillo no es el comunismo
sino su símbolo representativo.
A veces hay varios signos para poder representar una misma cosa. Por ejemplo, además
de su nombre propio, Cervantes se puede identificar como el manco de Lepanto, o
como el autor del Quijote. Aunque se refieren a la misma persona, esos signos
transportan una información diferente sobre Cervantes, en un caso sobre la vida y en el
otro sobre la obra.
También ocurre, como hemos avanzado antes, que hay signos polisémicos, que tienen
varios significados. Así la voz china significa tanto una piedra pequeña como una mujer
de aquella nacionalidad asiática. Por eso, para saber el significado preciso con el que se
está utilizando el signo ‘china’ necesitamos escuchar todo el contexto, la frase entera o
el razonamiento. En términos lógicos eso se expresa diciendo que los conceptos no se
pueden concebir de forma aislada sino en relación con los enunciados y las inferencias.
Por sí mismos los signos no son verdaderos o falsos porque pueden ser arbitrarios, y
muchas veces lo son. Por tanto, el pensamiento no está vinculado a los signos sino a la
unión del signo y el significado. El significado debe reflejar la realidad para que el
pensamiento sea cierto, de modo que no se puede hablar de verdad sino cuando se tiene
en cuenta el significado. La voz ‘imperialismo’ es un signo lingüístico cuyo significado
es ‘la fase superior del capitalismo’. Desde el punto de vista lógico, cuando decimos ‘el
imperialismo es la fase superior del capitalismo’, estamos utilizando un enunciado, una
definición que relaciona dos conceptos distintos: ‘imperialismo’ y ‘capitalismo’.
Eso son las teorías formales, así llamadas porque el fondo (el significado) se ha
eliminado de la forma (el signo), de modo que no aluden a ningún fenómeno concreto, o
quizá sería más exacto decir que aluden a muchos fenómenos distintos a la vez.
Uno de los grandes avances del siglo XIX consistió en prescindir del significado para
poder operar exclusivamente con los signos, creando álgebras o modelos abstractos,
normalmente de tipo matemático, aplicables a varios aspectos diferentes de la realidad.
Liberando al signo del significado se consigue mayor potencia de cálculo. Al apartarla
de la experiencia concreta la formalización libera a la imaginación de las restricciones
que la habitual interpretación de los signos establece para la construcción de nuevas
teorías. En lugar de el imperialismo es la fase superior del capitalismo se puede escribir
A=B, donde A es el imperialismo y B es la fase superior del capitalismo. Pero también
se puede escribir y=f(x), que es otra manera de decir que los conceptos x e y están
relacionados entre sí. Al sustituir imperialismo por la letra A no sólo se cambia el signo
sino que finalmente A puede tener muchos signficados diferentes.
Entonces a esos viejos signos lingüísticos convertidos ahora en letras arbitrarias se les
llama variables y, como su propio nombre indica, pueden tomar muchos valores
diferentes, o lo que es lo mismo, muchos significados o interpretaciones diferentes,
pueden aplicarse a muchas parcelas distintas de la realidad. Por ejemplo, A puede
significar Júpiter y B puede significar planeta y entonces también resulta cierta la
ecuación A=B. La expresión simbólica y=f(x) puede tener significados tales como la
producción de un país depende de la acumulación de capital o la presión de un gas
depende de la temperatura. Las variables están vacías y se relacionan entre sí como
formas puras. Que no tengan ninguna clase de significado concreto quiere decir que
pueden tener muchos, que pueden ser muchas cosas diferentes, tanto conceptos como
animales, e incluso objetos. Sólo interesa la forma, no aquello a lo que la forma se
refiera, respecto de lo cual (conceptos, animales, objetos) la forma es indiferente.
Las posibles aplicaciones diversas de un mismo modelo científico formal desvelan las
conexiones íntimas de todos los objetos de la naturaleza y, en consecuencia, la unidad
interna de todas las ciencias o, como decía Engels, que todo afecta y es afectado por
todo.
En efecto, las teorías formales no son un punto de llegada, el final del proceso del
conocimiento sino sólo una etapa. La teoría no tiene ningún sentido sin la práctica. El
pensamiento parte de lo concreto para ir hacia lo abstracto, pero también debe recorrer
el camino inverso y volver a lo concreto, regresar al punto de partida, a la realidad de
donde ha surgido o a otra realidad diferente. La privación de significado a las variables
sólo puede ser momentánea. Decía Lenin que la primera característica del concepto es
su universalidad pero que el desarrollo posterior de la universalidad es la particularidad:
De la intuición viva al pensar abstracto, y de éste a la práctica, tal es el camino
dialéctico del conocimiento de la verdad, de la realidad objetiva (15) Al final siempre
hay que volver a encontrar un significado a los signos, una utilidad al modelo. El propio
Frege así lo reconocía: En otros lugares he señalado ya los fallos de las teorías
formalistas corrientes de la aritmética. En ellas se habla de signos que no tienen
ningún contenido, ni lo deben tener, pero luego se les atribuye, no obstante,
propiedades que sólo pueden corresponder razonablemente a un contenido del signo.
Lo mismo ocurre también aquí: una mera expresión, la forma de un contenido, no
puede ser lo esencial de la cosa, sino que sólo lo puede ser el contenido mismo (16).
Los filósofos burgueses se asombran de que eso sea posible, de que un modelo formal
encaje en la realidad como un guante en la mano. Parece que eso es posible porque los
científicos introducen en la realidad con una especie de calzador, de una manera
forzada, algo que en ella no hay. Olvidan el proceso previo: que ese modelo teórico se
ha extraído antes de esa misma realidad y, en consecuencia, nada hay menos
sorprendente que al regresar a ella encaje como el vestido confeccionado por un sastre
experimentado. Del mismo modo que el sastre no se inventa de la nada los cortes que
debe realizar en la tela sino que previamente ha tomado medidas a su cliente, y por eso,
una vez confeccionado, el vestido cuelga con elegancia de los hombros, también el
científico primero toma medidas de la realidad y luego sus teorías encajan en ella. Aquí
no hay ningún milagro: sólo se devuelve a la realidad lo que previamente se ha tomado
prestado de ella. Los signos nos alejan de la realidad, decía Pavlov, pero sólo para
volver a ella, con más fuerza, cabría añadir por nuestra parte.
Notas:
(1) «El papel del trabajo en la transición del mono al hombre», en Dialéctica de la
naturaleza, Madrid, 1978, pg.144
(2) La historia y orígenes del lenguaje, Madrid, 1974, pgs.267 y stes.
(3) La historia y orígenes del lenguaje, pg.231
(4) V.N. Voloshinov: El marxismo y la filosofía del lenguaje, Madrid, 1992.
(5) Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, Madrid, 1977, pg.400
(6) «¿Qué es una función?», en Escritos filosóficos, Barcelona, 1996, pg.176
(7) El papel del trabajo, pg.138
(8) Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, pg.397
(9) La ideología alemana, Montevideo, 3ª Ed., 1971, pgs. 31 y 534
(10) La ideología alemana, pg.534
(11) Principios del conocimiento humano, Barcelona, 1999, §33.
(12) El papel del trabajo, pgs.144 y 145
(13) Fisiología y psicología, Madrid, 5ª Ed., 1978, pgs.40-41
(14) El ser y la conciencia, México, 2ª Ed., 1963, pg.144
(15) «Cuadernos filosóficos», en Obras Completas, tomo 29, pg.150.
(16) «Función y concepto», en Escritos filosóficos, pg.18