Casciari, Hernán - El Pibe Que Arruinaba Las Fotos
Casciari, Hernán - El Pibe Que Arruinaba Las Fotos
Casciari, Hernán - El Pibe Que Arruinaba Las Fotos
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A Chiri
ndice
I
La desgracia llega en
sobres papel madera
En la infancia yo siempre arruinaba las fotos. Todas las fotos. A los tres aos empec a desarrollar esta
patologa extraa, perversa, fruto de algn complejo
o trauma no resuelto. No s bien por qu lo haca,
pero no era capaz de evitarlo. Podra definirse como
un tic, pero no lo era. Poda pensarse que se trataba
de una gracia infantil, pero tampoco. Me pas durante aos y lo sufr en silencio hasta hoy, que me atrevo
a contarlo. Todava me causa un poco de vergenza
hablar del tema.
Cada vez que vea a alguien a punto de hacerme
una fotografa, individual o de grupo, casual o pautada, una fuerza ms poderosa que cien caballos me
obligaba a poner un determinado gesto histrinico.
Siempre el mismo gesto, durante dolorossimos aos.
En mi casa de Mercedes hay cantidad de fotos mas,
que van desde que tengo uso de razn hasta el otoo
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en que el presidente Videla vino en persona al colegio y nos regal una jaula gigante; en todas las fotos
de esa poca aparezco inmortalizado con esa cara de
idiota. Burlndome del buen gusto; despreciando la
posteridad de los lbumes familiares.
La mueca, tcnicamente hablando, era un homenaje involuntario a cuatro celebridades de entonces.
Un segundo antes del flash, yo inflaba las mejillas
como el actor mexicano Carlos Villagrn, pona la
trompa como el cmico argentino Jos Marrone, y
los ojos bizcos como la vedette Susana Gimnez. A la
vez, ladeaba un poco el cogote para la derecha, como
el cientfico Stephen Hawking. El resultado era de un
patetismo brutal.
Las primeras ocho o doce veces que lo hice me
festejaron la gracia. Segn mis estudios posteriores,
comenc a desarrollar esta enfermedad en Mar del
Plata, en el verano del setenta y cuatro. La primera
foto que arruin todava existe, descolorida, en algn
cajn de mi casa. En toda la serie de fotografas de
aquellas vacaciones tengo ese gesto infame. Pero mis
padres no captaron entonces la gravedad del suceso.
Al principio se rean, creyndome un gordito extravagante. Con el tiempo le restaron importancia al
asunto, con una frase que usaban mucho conmigo
para casi cualquier cosa:
Dejlo, quiere llamar la atencin.
Sin embargo los aos y las fotos se sucedan y yo
no lograba quitarme esa mueca de la cara cada vez
que oa el clic de una cmara. En la intimidad de mi
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habitacin, y an siendo muy nio para traumatizarme por algo, yo saba que tena un problema grave.
Los dems, en cambio, seguan pensando que aquello
era normal y pasajero.
Marcos, mi abuelo materno, fue el primero en
darle importancia al asunto. Durante la Navidad del
setenta y seis llam a mi madre aparte y le dijo que
yo era un pelotudo, que haba que hacer algo con
urgencia, que no poda ser que me burlase de toda la
familia y le arruinara, sistemticamente, las fotos de
las Fiestas y las Pascuas, y que si alguien no me encarrilaba a tiempo, yo de grande iba a terminar muy
mal: o muerto apualado en una zanja o, lo que es
peor, dijo mi abuelo tocando madera, haciendo bolos
en los programas de los hermanos Sofovich.
El regreso a casa en coche result ser la primera
confrontacin pblica con mi enfermedad secreta.
Mi madre, un poco cortada, me dijo que dejara de
hacer morisquetas en las fotos. Me lo dijo con calma,
pero dolorida por el sermn de su padre, al que respetaba mucho. Y sobre todo, me lo dijo como si esas
muecas fuesen algo manejable para m, como si yo,
realmente, pudiese controlar el problema. Me aconsej dejar de hacerlo, y se qued tranquila.
En marzo del setenta y siete comenc la escuela
primaria. Yo ya no era un chico de jardn de infantes,
ya no se me perdonaba todo: comenzaba a usar guardapolvo blanco, blizer, e iba al colegio engominado.
Ya saba leer, y ya saba escribir. A las dos semanas
de clase nos sacaron a todos al patio para hacernos la
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turera como el negro Jim, ni peligrosa como el Indio Joe; era ms bien una excentricidad del barrio.
De todos modos Chichita se pona en alerta mxima
Hernn, mette para adentro! cuando la loca
se acercaba demasiado.
Sus rarezas eran dos: iba vestida de maestra cuando no lo era, y se desvesta en la calle para ponerse el
guardapolvo del colegio. Por lo dems, la Loca Raquel era inofensiva y mi madre solo me resguardaba por temor a que yo pudiera verla sin ropa. Me
resguard bastante mal, porque fue la primera mujer
desnuda que vi en la vida.
La primera vez que la vi yo tena cinco aos y
esperaba en la vereda a que Roberto sacara el coche
del garaje para llevarme al Jardn. Haca un fro con
escarcha, pero Raquel se puso atrs de un rbol y se
quit el vestido por la cabeza, de un solo movimiento, como si fuera una tarde de verano. El momento fue intenso y memorable. Me qued hipnotizado
vindole las tetas cadas, el matorral esponjoso, las
estras, los brazos blancos como la leche. Pero no fue
la palidez del secreto lo que me impresion.
Hernn, mette para adentro!
Yo miraba otra cosa en el cuerpo de la mujer cuando Chichita se acerc a la Loca y la espant como si
fuese un perro, es decir, diciendo tres o cuatro veces
la palabra juira y haciendo ondular un repasador. Era
otra cosa lo que me dej boquiabierto. Ms tarde, en
el coche, Chichita me pregunt qu haba visto y yo
le dije que nada.
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Nada cmo.
No vi nada, mam.
Pero no era cierto. Yo haba visto algo en la Loca
Raquel. Lo nico que me llam la atencin de su
cuerpo, lo que sigue en mi memoria despus de tantos aos, fue la tremenda cicatriz de una cesrea que
le parta la barriga en dos mitades.
Al rato escuch, sin querer, una conversacin entre mis padres sobre la Loca Raquel. Chichita le deca
a Roberto:
La pobre mujer est as porque el marido la
traicion y yo entend que hablaban sobre aquella
herida horrible. Y por eso, desde aquella maana, la
palabra traicin signific, para m, un tajo de cuchillo
en el abdomen.
No era la primera vez que entenda mal las palabras. De chico yo tena dos enormes desperfectos:
uno era el problema de las muecas en las fotografas,
y el otro era que me gustaba or a los adultos cuando
susurraban y sacar mis propias conclusiones. A raz
de esta mala mezcla siempre confund todas las cosas. Me gustaba saltar al vaco de las definiciones sin
saber si abajo haba agua. Por inseguridad supongo,
pero tambin por orgullo, sospechaba significados
rocambolescos y los daba por buenos. Tambin cre,
durante aos, que el orgasmo era un pianito elctrico
que mi ta Luisa no haba tenido nunca.
Estos errores, casi siempre, se desvanecan gracias
a un sopapo no esperado. El problema de las palabras
malentendidas no estaba en acuar un falso significa24
Un chico que descubre la profundidad de la traicin se queda, de golpe, solo en medio de una casa
llena de juguetes sin pilas. Si los Reyes, que eran algo
trascendental, no existen, entonces puede que no
existan muchas otras cosas. La traicin nunca viene
sola: la escoltan, bravuconas y serviles, la sospecha
y la incredulidad. Ser adoptado? Mi abuela tambin sern los padres? Existe Mario Alberto Kempes,
Dios, el carnicero Antonio, las milanesas con papas?
Cunto ms me han engaado y han redo a mis
espaldas?
Yo cantaba tangos a los gritos. Yo deca arcnido
en tu pelo en El da que me quieras; y deca el pintor
escobroche en la segunda estrofa de Siga el Corso.
Cuando supe que esas letras no eran tales, que eran
otras, tuve vergenza de mi pasado cantor, de todas
las veces que los grandes me haban odo desafinar
y haban redo a mi costa sin marcar nunca el error,
para poder seguir riendo en el futuro. Cuntas veces
me qued esperando insomne en la noche, para or
las pisadas de los camellos en el patio, y ellos tambin
rean?
La traicin siempre es un descubrimiento tardo,
pero es la infancia donde ocurre por primera vez. Las
dems traiciones de la vida solamente son ecos de una
primera. El cornudo que descubre a la mujer en la
cama con otro se duele, antes que nada, de su infancia dolorida, de los pequeos detalles del pasado, y
no tanto por el delito que ve con sus ojos. No, yo no
estaba equivocado a los cinco aos: la traicin s es el
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me: diciendo la verdad desde el principio, escribiendo cosas como bueno, est bien, para empezar debo
decir que estoy loco y que voy a matar a ese viejo sin
ningn motivo. Y en el segundo prrafo yo empezaba a darme cuenta que la locura no consista en la
levedad de escapar de casa por la noche con el Chiri,
ni asustarme con los sonidos secretos de los animales
del bosque sino, por ejemplo, emparedar a tu esposa
en una columna del stano y esperar a que llegue la
polica a preguntar cosas inquietantes. O saber, de
golpe, que muchas veces hay misterios que traspasan
la lgica cartesiana de Holmes (e incluso la futurologa de Verne) y que solo se pueden explicar desde los
parmetros de la locura, el delirio y la traicin.
La pobre mujer est as porque el marido la traicion, haba explicado unos aos antes Chichita, sobre la Loca Raquel. Por eso se desvesta detrs de los
rboles. El tajo era nicamente una cesrea.
Las palabras volvan a tener sentido gracias a Poe.
En sus libros, un loco te explica con su fra coherencia
por qu comienza a sentir los latidos del corazn de
un muerto, y uno no puede ms que aceptar que un
muerto, enterrado a dos metros bajo la madera de la
habitacin de su verdugo, puede muy bien empezar
a hacer saltar los postigos de las ventanas con su sola
presencia. Muy bien poda ser. Era imposible pero era
probable, o no me pasaba algo parecido cuando le
falsificaba la firma a Chichita en el boletn, de regreso
a casa despus de la escuela? No almorzaba yo tambin mirando nada ms que el plato, invadido por la
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co que s es que no nos conocamos y que nos intercambiamos los libros y pusimos nuestros nombres en
la lnea de puntos. Me acuerdo de su letra alargada,
y de la s que pareca un cinco, y de la hache intermedia. Christian, puso el Chiri en mi libro. Y
yo despus firm el suyo: Hernn. Mucho tiempo
despus, ya de mayores, supimos que Dios es grande
por esa clase de boludeces.
*
Hicimos aquel cursillo completo y diez meses
ms tarde recibimos el cuerpo de Cristo, vestidos de
punta en blanco, en la Catedral de Mercedes. Bueno,
por lo menos Chiri lo recibi; yo tuve problemas para
asimilarlo.
Lo que ocurri la maana de mi Primera Comunin estuvo guardado en mi recuerdo como un secreto, lleno de candados, hasta una maana de muchos
aos despus. Yo ya viva en Barcelona, mi hija era
muy pequea, y haba sonado el timbre muy temprano por la maana. Era un vendedor. Tena esa sonrisa
amable que pide a gritos una trompada. Yo, en piyama, no tuve reflejos ni para cerrarle la puerta en la
nariz. Entonces l sac una planilla, me mir, y dijo
algo que no estaba en los planes:
Disculpe que lo moleste, seor Casciari su
acento era espaol, pero nos consta que usted todava es ateo.
Eso fue lo que dijo. Textual.
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Cuando mi padre me dej solo en el comedor segu escribiendo, una a una, las nueve copias del Sagrado Sacramento, para envirselas a nueve amigos y
que se cumpliera para ellos el milagro bueno, no el de
John Saldvar. Pero a la sexta copia, empec a sentir
un dj vu bastante cansino y muchas ganas de hacer
otra cosa. Di vuelta la hoja en la mquina y me puse
a inventar un cuento.
*
Hace tiempo, cuando todava vivamos en Barcelona, rescat de la basura una Lxicon 80 igual a
aquella de mi infancia. Haba cuatro, esperando que
pasara el camin de la basura. Solamente me traje
una para que Cristina, mi mujer, no me tomara por
loco. Si hubiera vivido solo me las traa a todas, porque la mquina de escribir es, de las cosas que no respiran, lo que ms quiero en este mundo. Pero sobre
todo me fascina esta, la Lxicon de Olivetti, porque
reproduce los anhelos de mi infancia. Mil veces me
levant descalzo de una siesta y persegu el ta-ca-tc
que llegaba desde el comedor de Mercedes.
Cuando tena cuatro aos no haba maravilla ms
grande que ver a Roberto sentado frente a su mquina, escribindole cartas a la Direccin General Impositiva. Yo arrastraba una silla blanca y me trepaba para
verlo. La fila de hormigas elegantes que apareca en la
hoja se detena nicamente cuando l se morda un
labio; el de abajo. Y cuando levantaba las cejas volva
53
56
*
Cuando naci la Nina, en el dos mil cuatro, no
tuve ganas de escribir ni de hablar sobre otra cosa que
no fuese el descubrimiento de la paternidad. Yo mismo notaba, en los ojos de todos, el cansancio de mi
discurso baboso. Con el tiempo consegu calmar el
borbotn, al menos de puertas para afuera. Cuando
mi hija estuvo a punto de cumplir tres aos, es decir,
cuando iba a empezar la escuela, decidimos irnos de
Barcelona, que es una ciudad preciosa pero inmensa,
para buscar un pueblo chiquito. Una casa con pasto,
un lugar con animales cerca.
Yo siempre cre que una buena parte de mi felicidad infantil tuvo que ver con haber crecido en
Mercedes, y probablemente con que mi abuelo Salvador haya vivido en una quinta. Y ms tarde, en la
juventud, con haber ido a un colegio con los mismos
compaeros desde el principio. Le tengo un respeto irracional a la amistad temprana, a conocer a mis
amigos desde la primera infancia. Con el Chiri tenemos recuerdos lcidos, limpios, que tienen ya ms
de treinta aos. Y a Guillermo, que viene a mi casa
todos los sbados a jugar, le recuerdo la cara desde
hace cuarenta. Con ellos no hay, no existe, la posibilidad del aburrimiento. Solo claridad y placer. Llega
un punto en que la serenidad es tan enorme, y la conversacin tan fluida, que es complicado, ms tarde,
no confundir una charla comn con un pensamiento
en solitario.
57
Cuando cumpl dieciocho y me fui a Buenos Aires (una ciudad preciosa, pero inmensa) entend que
la amistad de las grandes capitales era menos antigua
y ms frgil. Quiz porque los amigos infantiles se
perdan en la maraa, y los amigos nuevos se haban
conocido de grandes. Los chicos de las ciudades numerosas hacen el jardn en un barrio, la primaria en
otro, el secundario ms all... Se pierden el rastro,
cambian mucho de colectivo. El tango Tres amigos da
fe de esta desgracia:
Dnde andars, Pancho Alsina?
Dnde andars, Balmaceda?
Yo los espero en la esquina
De Surez y Necochea.
Hoy ninguno acude a mi cita.
Ya mi vida toma el desvo.
La guardia vieja me grita
Quin ha dispersado aquel tro?
Pobre cantor de Buenos Aires: sus amigos tambin haban cambiado de colegio... Pero no les pasa
a todos, claro. Algunos tienen la suerte de la perseverancia, o del anhelo, o de la casualidad, y entonces
hay reencuentros felices. Pero son los menos. En general, el medio ambiente de las capitales no ayuda a la
germinacin de la amistad temprana y para siempre.
Y despus est el asunto del pasto. Y el asunto del
ro. Y el asunto de los aromas. Crecer en los pueblos
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Empiezo a ser el hijo que haban soado tener. Cuando no hay nada que comprar en casa, me voy a lo de
mi abuela Chola y le toco el timbre con una sonrisa
de oreja a oreja.
Quers que vaya a hacerte los mandados,
abuela Chola?
Si me pide un kilo de pan, le compro tres cuartos.
Si me pide leche, le compro La Vascongada que es
ms barata. Me quedo con las monedas; me compro
figuritas. Pero la tarntula no aparece.
Al tiempo, adems, me voy poniendo flaco. Es
normal, porque hace ms de un mes que no pruebo
un sugus, ni un jack, ni una mielcita, ni una gallinita,
ni un chicle jirafa. Nada. Todo lo que tengo me lo
gasto en figuritas. Compro de a cuatro, de a seis paquetes. El quiosquero Pisoni se est construyendo la
pieza de arriba gracias a m.
A la tarde me encierro y doy vuelta las pginas del
lbum. Estn todas pegoteadas de plasticola, todos
los agujeros llenos, menos uno. Voy pasando las hojas
que estn completas y sonro triunfal. La mayora de
las figuritas tiene una historia: la cebra me la gan al
chupi en el recreo, el ornitorrinco me lo regal mi
primo de San Isidro, la anguila elctrica se la afan a
Agustn Felli cuando se durmi. Miro el lbum con
orgullo, hasta que llego a la hoja que me avergenza.
La hoja donde hay un hueco que dice: N 64. La tarntula (eurypelma californica).
Un fin de semana por medio vamos a San Isidro
a visitar a mis abuelos ricos. Me gusta ir, me gusta
62
Me dice:
Qu te parece si te compramos unas zapatillas
en El Revoltoso.
Le digo que me parece muy bien, pero que la plata se me acab. Mi mam se pone a llorar. Siempre
llora cuando menos te lo espers. Tambin te pega
cuando menos te lo espers. Cuando te pega es porque te mandaste una cagada normal. Pero cuando
directamente llora, es porque te mandaste una cagada gigante. Me dice que soy un imbcil, empieza a
buscar el lbum del Reino Animal para romperlo. Me
dice que la tengo recontra podrida.
Cmo te vas a gastar cincuenta mil pesos en
figuritas, anormal? me dice llorando. Vos sabs
cunto gana tu padre?
Cuando mi mam llora est ms o menos tranquila porque se preocupa de llorar y de que no se le
vaya la pintura. Pero cuando para de llorar empieza
a acordarse de por qu la hiciste llorar, y ah lo mejor
es que te esconds porque no te faja despacio. Te faja
a lo loco. A lo loco es cuando te faja repitiendo la
misma frase mientras te va pegando:
Vos sabs (zcate) cunto gana (zcate) tu padre (zcate)? as te pega Chichita, y va repitiendo el
ritmo: sujeto, chancletazo; predicado, sopapo; objeto
directo, chancletazo. Y no te queda otra que hacerte
un bollo y esperar que se le acabe la bronca, que es
ms o menos en el estribillo catorce.
Al final me voy a llorar a la pieza. Lloro un poco
porque me duele, pero ms que nada porque es me65
66
graciosos y hacer enojar a los malos con buenos chistes por la espalda.
Todos ellos, una tarde cualquiera en mitad de la
guerra de las islas Malvinas, tuvieron una idea genial:
hacer una revista como la transgresora Humor, pero
para chicos. Y entonces naci Humi, que no traa ilustraciones de prceres en la tapa, sino que se burlaba
de las cantantes infantiles de la poca. Stira e irona
para nios astutos, en lugar de fechas memorizadas o
historietas rancias. El proyecto fue un fracaso y dur
muy poco, porque los padres preferan seguir comprndoles, a sus hijos, cabildos para troquelar.
Durante las pocas ediciones que dur el encanto
de Humi, yo fui un fantico de aquella revista infantil. Devoraba cada pgina, haca guardia en el quiosco cada tarde para saber si haba llegado el ltimo
ejemplar (el quiosquero Pisoni volva a creer en m)
y despus me pasaba semanas enteras leyendo y releyendo cada artculo, cada vieta; me gustaba el olor
de esa revista y todo lo que nos deca. Me fascinaba,
sobre todo, que los mismos dibujantes y guionistas de
Humor (las mismas firmas subversivas) tuvieran tiempo tambin para conversar con gente de diez aos. Y,
adems, no tena que esconderme de Chichita para
leerlos, porque me hablaban a m; me hablaban directamente a los ojos.
Esa cercana, esa amistad a destiempo, me dio valenta para enviarles una carta agradecindoles el esfuerzo. No recuerdo esa carta, seguramente escrita en
la Lxicon de Roberto y llena de faltas o borrones. Al
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Yo tena once aos. Comenzaba a estar obsesionado con escribir cosas que aparecieran despus en un
papel lejano, compuesto por otros, multiplicado por
otros, distribuido por otros. Ledo por otros. Cmo
pude haber olvidado aquella primera emocin hasta
el mail de Natalia Mndez, si de esa emocin surjo, si
de esa obsesin estuvieron diseados, despus, todos
mis pasos en la vida, cada uno de mis insomnios de
tinta y de papel, y mis patologas, y mis incertidumbres y mis cuentos?
Desde aquel da todo fue ms fcil, porque por
fin supe qu hacer con mis pasiones, supe a dnde tenan que ir a parar. Desde aquella tarde no pude dejar
de escribir, no quise dejar de hacerlo nunca ms. Mi
padre se dio cuenta del asunto y habl con su amigo
Bustos Berrondo, que diriga un diario en Mercedes.
Le pidi un favor complicado que, por suerte, el amigo de mi padre acept. Fue as como a los trece aos
tuve mi primer trabajo de periodista, cubriendo la
liga de bsquet para el diario El Oeste. Y me pagaban.
Todava me sigue pareciendo increble esa carambola: Roberto haba logrado unir sus dos pasiones (la
contabilidad y los deportes) fomentando al mismo
tiempo mi nica pasin. Ojal yo tenga esa suerte
con la Nina. Ojal los milagros ocurran de ese modo.
Las crnicas deportivas eran semanales y muy
cortas. Yo deba resumir el trmite del partido, los
mayores anotadores y las incidencias ms importantes. Tomaba notas a mano en la cancha, escriba el
artculo a mquina en casa letra por letra, usando
71
todo, sufr durante muchos sbados los chistes humillantes que, sin maldad, me ofrecan los obreros de
estos tres oficios. Como cualquier chico gordo, tengo
infinidad de malos recuerdos alrededor del asunto. Y
siempre el primero es el que duele ms. Una vez, en
un recreo, alguien not que yo tena tetas. Y otro, que
estaba en el mismo grupo, dijo:
Tens suerte, Gordo, pods tocar una teta
cuando quieras.
Me lo dijo de verdad, no era un chiste. Esa maana yo tena siete aos y estaba enamorado de Paola
Soto. A la noche me mir al espejo y me pregunt
cmo era posible tener ms tetas que el amor de mi
vida. No me pareci bueno experimentar el romanticismo en desventaja.
Aunque hubiera podido, jams utilic el sobrepeso como arma arrojadiza. Ni el panzazo al adversario distrado, ni arrojarme encima del enemigo y
asfixiarlo. Con el tiempo, en cambio, me convert en
comediante. Desarroll la irona y la autocrtica. Me
rea de m mismo con enorme esfuerzo y logr
ser un gran observador del defecto ajeno. Encontraba
fallos en todo el mundo. En todos menos en Paola
Soto, que era perfecta.
Paola Soto no tena tetas, pero tampoco le hacan falta. Tena algo mucho ms sutil: tena, para mi
gusto, la mejor risa de la escuela. Su felicidad obraba
con el mismo retraso que el trueno y el relmpago.
En la tormenta, primero aparece el destello y un rato
despus llega el estruendo. En la risa de Paola Soto,
74
primero le suban los colores a la cara, de un rojo ntimo, y despus le explotaba la boca de alegra. Yo no
poda sostener la vista cuando ella se rea, en grupo
de tres o cuatro, con sus amigas del recreo. Adems,
tena la virtud de rerse poco, y nunca porque s; no
regalaba esa magia a cualquiera. Yo no la poda hacer
rer, estaba minusvlido de sus dientes.
No la poda hacer rer porque vena mal acostumbrado desde la cuna. En casa y en el barrio diverta a
todos con cualquier morisqueta de nene gordo. Hasta
los cinco aos provocar la risa ajena era tan sencillo
como bajarse medio tarro de dulce de leche.
La infancia en general es fcil para el comediante;
los padres son crticos muy parciales y cualquier idiotez es bien recibida hasta un cierto punto. Antes de
la patologa fotogrfica, yo era Jerry Lewis en el hogar, y tambin en el jardn de infantes. Pero entonces
empec la escuela primaria y todo cambi. Apareci
Paola Soto, me top con el amor despiadado, con el
dolor de panza. Me top con la dificultad de su risa.
A Paola Soto mis morisquetas no le hacan ninguna gracia. Ni siquiera le result graciosa mi cara
en la foto de primer grado, la que ilustra este libro.
Yo poda ponerme bizco en su presencia, imitar el
sonido de un barco que zarpa o dar vueltas de carnero sin manos. Con cualquiera de mis rutinas lograba
desmayar de risa a mis compaeros de primer grado,
pero Paola se mantena impasible y lejana, como en
la foto. La seorita Norma tampoco se rea de mis
idioteces, pero yo no estaba enamorado de la seorita
75
cuando quieras me dijo Bugarn un da, y los dems asintieron con mezcla de respeto y asombro.
Juan Jos Bugarn fue el Rodrigo de Triana de mis
tetas. El primero que las vio, el que dio la voz de alerta. Igual que los reos de las tres carabelas, mis nuevos
compaeros, los que ms tarde iban a ser mis amigos,
se desesperaban por ver una teta, por tocarla, por acariciar la suavidad tersa de una carne humana acabada
en pezn.
Y yo estaba ah, turgente, en el tercer banco de las
posibilidades de todos. Disponible, amistoso, unisex.
Entonces supe que lo mo sera la risa afilada o sera el
escarnio. No haba opciones. Tena que ser gracioso,
punzante, certero, o tena que dejarme manosear en
los baos hasta el final de la secundaria.
La decisin era trascendente, porque de ninguno
de los dos caminos se puede regresar jams. Por eso
la primera vez que Diego Caprio me hizo una propuesta de canje fue, posiblemente, el momento ms
importante de mi infancia. No lo supe entonces: lo
s ahora.
Si me dejs que te toque una teta me dijo,
te doy este snguche.
No era una amenaza, y eso hablaba bien de Diego
Caprio. Tampoco era un ofrecimiento menor, y eso
hablaba bien de m. No me propona una trompada
ni un chicle. Me ofreca un snguche enorme a las
diez de la maana. De algn modo confuso, la propuesta me halag. Mis tetas, aunque anacrnicas, valan un snguche precioso, un ejemplar nico: el sol
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pero yo entonces sabra cmo distraerlo con la palabra bayonesa, con la palabra muuelo. Con nuevos
argumentos eficaces.
Pero eso no es lo ms importante. Tambin pas
algo que yo no esperaba. Cuando dije almndigas y
dije pito, en ese retruque infantil tan bsico, Paola
Soto baj la vista, se puso colorada de vergenza y
despus ri, con la boca enorme, iluminando el patio. Fue la primera vez que la hice rer a carcajadas.
Si no hubiera ocurrido aquello, posiblemente hoy
sera un escritor serio. O un travesti divertido. Si no
deca lo correcto, si no sacaba un chiste de alguna
parte, a los dos minutos alguien me estara manoseando en un bao y ahora, en este libro, tendra que
estar contando esa humillacin. Tuve suerte. O quizs hayan sido reflejos, no tengo idea. Pero si en todo
lo que escribo melodramas incluidos, no puedo
dejar de meter un chiste pavo, es porque durante media dcada quise hacer rer a Paola Soto.
*
Si hubo un da en el que descubr que el humor
se me poda dar ms o menos bien, fue aquella maana. Y despus hubo otro da, ms bien una tarde,
en la que descubr que el humor se me poda dar espantosamente. Empezamos, como todo el mundo,
haciendo bromas telefnicas inocentes. Cuando los
telfonos eran negros, a disco y del Estado. Las llambamos cachadas y eran tan antiguas como el inven79
to de Graham Bell. Haba una gran variedad de mtodos, pero casi todos tenan como objeto molestar a
un interlocutor desprevenido; desubicarlo, sacarlo de
las casillas. Con el Chiri nos convertimos en expertos
cuando promedibamos el secundario. ramos magos al telfono. Pero entonces ocurri una desventura
que nos oblig a abandonar el profesionalismo. Una
historia que an hoy me recuerda que llevo la maldad
dentro del cuerpo.
Las primeras cachadas infantiles siempre tienen
como vctima a personas que se apellidan Gallo. En
la gua telefnica de Mercedes haba nueve seores
con ese fatdico apellido y los llambamos a todos,
uno por uno.
Hola, con lo de Gallo?
S decan del otro lado.
Est Remigio?
Ac no vive ningn Remigio.
Disculpe, entonces me equivoqu de gallinero.
Y cortbamos, muertos de la risa.
Existan docenas de estas bromas bsicas, y siempre nos las copibamos de hermanos mayores o primos que ya se dedicaban a otras ms elaboradas.
Como se comprende, las primeras incursiones en el
oficio buscaban solo la propia risa: una carcajada limpia que no causaba grandes molestias a la vctima. Ah,
ojal nos hubisemos quedado en ese punto muerto
de la infancia, donde no existen la maldad y la culpa.
Pero no: debamos avanzar, y avanzamos.
En los pueblos chicos siempre circulan rumores,
80
La llegada de la tecnologa, antes que amilanarnos, propici nuevos mtodos de trabajo. Cuando
en casa tuvimos el segundo telfono (uno con cable,
otro no) con el Chiri inventamos la telefonocomedia,
que era una forma de cachada a dos voces con receptor pasivo. Consista en llamar a cualquier nmero y
hacer creer a la vctima que estaba interrumpiendo
una charla privada.
VCTIMA: Hola?
CHIRI (voz de mujer): ...claro, pero eso es lo
que te gusta.
VCTIMA: Diga?
HERNN (voz masculina): Lo que me gusta es
chuparte el redondel marroncito del culo.
CHIRI: Mmmm, no me digas as que me se ponen las tetas duras.
VCTIMA: Quin es?
HERNN: Yo lo que tengo dura es la poronga
(etctera).
El objetivo de este reto dramtico era lograr que
el interlocutor dejara de decir hola y se concentrara
en nuestra charla obscena, como si se sintiera escondido debajo de la cama de un albergue transitorio.
Cuanto mejores eran nuestras tramas, ms tardaba la
vctima en aburrirse y colgar. Fue, supongo, un gran
ejercicio literario que nos servira en el futuro
para mantener a los lectores atrapados en la ficcin
de un relato. Una tarde, despus de diez minutos de
telefonocomedia, una de nuestras vctimas comenz
a jadear, y nos dio asco.
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cerr. Ahora creo que la maldad ya me haba invadido. Creo que no era yo el que hablaba. Eso que no sabemos qu es, eso que nos hace humanos y horribles,
ahora estaba enquistado en m y yo era su marioneta.
Tengo que hacer un par de cositas antes, y despus voy a casa dije. Escuchme, mam. Me
hacs canelones? Estoy muerto de hambre.
Claro, Dani.
Siempre extrao tus canelones.
Apurte, yo ahora te hago.
Un beso.
Chau, nene. Estoy toda temblando, apurte.
Y la mujer colg.
Lo mir a Chiri, que tena la vista en el suelo. No
me miraba, supongo que no poda verme a la cara.
Ni siquiera se acord de parar el cronmetro, as que
tampoco supimos quin gan.
Estuvimos un rato largo en los sillones, sin decirnos nada.
Media hora ms tarde entendimos que en alguna
parte de Mercedes haba una casa, que en esa casa haba una mesa, y que en esa mesa ya humeaba un plato
caliente. Nuestra infancia tarda, aquella ingenuidad,
supimos entonces, iba a durar hasta que se enfriaran
los canelones de Daniel.
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II
La culpa la tiene
Dustin Hoffman
Mi madre roncaba igual que una Vespa con la buja empastada, y mi padre con un silbido musical. Los
dos juntos, sincopados, se oan como un motociclista
al que no le importa haber quedado en mitad del camino. Me hizo ilusin quedarme un rato y comenzar
a escucharlos.
Ms all del pasillo la puerta de la cocina estaba
cerrada, pero se adivinaba una hendija de luz del otro
lado. Reconoc entonces el tecleo apagado de una
mquina de escribir. Supe sin sorpresa ni escndalo,
sin asombro ninguno, que del otro lado estaba yo
mismo con quince aos, quiz diecisis, escribiendo
mi primera novela.
Ahora mismo, mientras narro estos detalles sensoriales, todava no decid si estoy recordando un sueo o escribiendo un cuento. Preferira que fuese lo
segundo: me gustara caminar hasta la cocina, abrir
la puerta y conversar con el adolescente que escribe,
lleno de esperanzas y de trabas, su primera historia de
largo aliento.
Me gustara ayudarlo con la estructura del relato, y tambin lo confieso poder narrar aqu esa
charla completa, ms para m que para ustedes, pero
tengo demasiado presente El Otro, aquel cuento muy
famoso en el que Borges, ya viejo, se topa con Borges
joven en un banco de Cambridge, a la vera del ro
Charles, y el ms viejo logra convencer al ms joven
de que son el mismo, y conversan sobre literatura.
Hubiera sido vergonzoso, entonces, ir hasta la
cocina y conversar conmigo mismo, porque esta
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historia, que podra llamarse El rincn blanco, perdera muchsimo en comparacin con la historia de
El Otro. Mala suerte, hay cosas que ya no se pueden
escribir mejor de lo que han sido escritas.
Pero ya que estaba all, decid recorrer un poco
la casa a oscuras, intentando no hacer nada que pudiera parecer borgeano. Comenc a caminar hasta el
comedor tanteando las paredes con las manos abiertas y los brazos extendidos, dando pasos temblorosos,
sin darme cuenta de que, en mi afn de no imitar
la escritura de Borges, estaba plagiando su forma de
moverse por las casas.
Me re solo, mientras sacaba del bolsillo un encendedor para darme luz y no parecer un ciego.
Ahora estaba de pie frente a la habitacin de mi
hermana. Entr con cuidado y acerqu el encendedor
para verla dormir. Ella tendra doce aos si yo tena
quince, y me sorprendi al verla dormida cunto se pareca a mi hija. Ese descubrimiento, insospechado, fue quiz lo mejor del sueo, porque lo que
viene despus ser mejor olvidarlo.
La cara interior de su puerta fue otro hallazgo feliz. Haca aos que se haba borrado de mi memoria
ese pastiche rosa, espantoso. Florencia, en su primera
juventud, escriba frases en la madera y en el marco,
con rotuladores de mil colores. Y tambin haca dibujitos cursis.
Si lo amas djalo libre le ahora, si regresa
siempre fue tuyo y si no viene nunca lo fue.
Tambin haba esta otra:
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pueblos chicos, y solo quedarn estas otras, las siliconadas, las lectoras de best sellers de quince pesos,
las sexuadas, las contemporneas, las de los perfumes
penetrantes, las compradoras de teletienda, las que
ven en sus nietos no una segunda oportunidad, sino
un dedo que las humilla o las delata. Y en no muchos
aos, las criaturas ya no sabrn que en el mundo haba ancianas cocineras que empezaban a preparar el
estofado cuatro horas antes, ancianas reales con canas
y trucos para el mal de amor, cebadoras de los primeros mates dulces, que recitaban coplas antiguas y las
repetan mil veces por las tardes de la infancia y que
ya son coplas inolvidables.
Negrito, quers caf?
No mama, que me hace mal,
Y entonces, qu quers?
Chocolate, pal carnaval.
Coplas incluso inolvidables treinta aos despus,
cuando el nio ya no es un nio ni vive a la vuelta,
ni puede ya despedirse, ni sacar la llave para dejarla
entrar. Para dejarla ser inoportuna una ltima vez.
En cambio la llegada de la mucama Mabel, aunque tambin inoportuna, era necesaria. Alguien tena
que limpiar toda la mugre del fin de semana, y estaba
clarsimo que no seramos nosotros. Entonces yo decida dejar abierta la puerta los lunes a la madrugada,
para que la domstica entrase a hacer la cocina, a repasar el bao y ms que nada a limpiar los vmitos,
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Yo tambin escriba poemas en esos tiempos. Sonetos y verso libre. Pero no eran tan buenos como
los de Snchez. Escriba muchsimos poemas de diversa ndole, y los esconda con habilidad para que
mi pap no me pensara poco hombre. Siempre tuve
mucho cuidado de que Roberto no sospechara cules eran mis verdaderas inclinaciones, por eso iba sin
quejarme a rugby, a bsquet, a tenis, a vley y a cualquier cosa con pelota, durante sacrificados aos. Pero
igual, entre los torneos provinciales y los viajes a otros
clubes bonaerenses, yo segua escribiendo poesa. Y
tambin miraba novelas en la tele: Rosa de lejos, Los
ricos tambin lloran, Herencia de amor y Un mundo de
veinte asientos.
En mi casa haba que cuidarse mucho de lo que
veas, porque la ficcin tambin era sntoma incontrastable de ser redondamente puto. En la tele, para
ser hombre, haba que ver ftbol, frmula uno, bsquet, tenis y turismo carretera. Mi mam y mi hermana tenan derecho a las artes menores, pero no yo.
Una tarde de domingo, sin embargo, mi pap me
descubri en un descuido tan grande, que desde entonces dej de escribir versos y la vergenza me dura
hasta el da de hoy.
Se jugaba un Boca-Racing, en directo por TyC
Sport. Yo ya no era tan chico, ni siquiera viva en
Mercedes. Pero me gustaba ir los fines de semana a
ver el ftbol. El partido empezaba a las seis de la tarde. Mi pap tena un campeonato de tenis en La Liga
y llegara muy sobre el partido. Invit al Chiri a ver el
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partido, porque saba que la respuesta se poda encontrar rpidamente en Google. l me preguntaba
siempre cosas extraas:
Viste antinoche los octavos de final de la Copa
de frica? por ejemplo.
Claro: Mozambique dos, Madagascar uno le
deca yo, transpirando, y acotaba, para certificar la
veracidad: Qu buen arquero el negro!
S, gran arquero... Fue tremendo lo que le pas
a los dieciocho minutos del segundo tiempo me
deca l, y esperaba a que yo completara la frase.
Si yo le deca lo que haba ocurrido, todo estaba
bien. Si no le deca nada o cambiaba de tema, yo era
puto. No haba modo de engaarlo nunca. Por eso
desde el inicio de este siglo me pas los primeros aos
del exilio mirando deportes, da y noche. Cuando me
iba a dormir, dejaba grabando la NBA. A la maana, mientras lea con desesperacin el diario Ol para
memorizar los resultados del descenso, con el otro
ojo recuperaba los videos nocturnos. Un sbado me
tuve que volver de una fiesta divertida porque empezaba el Gran Premio de Australia a las cinco y media
de la madrugada.
De verdad te vas? me decan los anfitriones
espaoles Tan fantico eres del automovilismo?
No, me aburro como un hongo. Pero mi pap
va a llamarme ms tarde para preguntarme los tiempos de Renault.
Hoy tengo ms de cuarenta aos y, con la mano
en el corazn, no s si me gusta el ftbol, ni el tenis,
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suerte ya no queda casi ninguno. Tengo un vago recuerdo sobre la mediocridad de esas lneas, y adems
el Chiri todava hoy se acuerda de memoria un par de
aquellos poemas; son espantosos. Los recuerda solamente para poder humillarme en las sobremesas, que
no est mal. Chichita es mucho ms peligrosa en ese
sentido, porque tambin guarda unos pocos papeles
viejos de mi literatura adolescente poesas, cuentos tempranos, pero no para burlarse, sino porque
realmente cree que son buenos. En general me avergenza cuando mi madre llega a Espaa y saca, de su
bolsito, una hoja de cuaderno en donde reconozco
mi letra antigua, o un folio amarilleado con tinta de
Olivetti. Sin embargo no hace mucho me sorprendi
al mostrarme (y no me lo quiso regalar) el original de
mi primer cuento.
Esos papeles mecanografiados solan estar, doblados en cuatro partes, en unos cuadernos Rivadavia
tapa dura donde Chichita guardaba moldes viejos
del Para Ti, fotos de mi hermana cuando era chica y
tickets de supermercados que ya no existen. Mi adolescencia fue un tiempo de inseguridad literaria, y yo
quemaba mis papeles cada dos o tres meses. Si todava quedaba alguno vivo ahora, era porque Chichita
sola robarlos del cajn del escritorio y los resguardaba de mis fantasmas pirmanos. El cuento se llam,
y se llama, Un detalle sin importancia. Cuando aquel
relato lleg a mis manos otra vez, haban pasado
dos dcadas enteras desde su primera redaccin; fue
una sorpresa inesperada. Me qued mirndolo como
118
nario de sinnimos. Con el tiempo logr tanta eficacia en este ritual que lo haba automatizado por
completo. Es decir: lleg un momento en que ya no
tuve que pensar en eso: la cabeza trabajaba sola en el
problema de las slabas y los espacios, sin quitarme
energa para la imaginacin o el deseo de narrar. Lleg un momento, casi a principio de los aos noventa,
en el que yo era capaz de escribir, a una velocidad
increble, textos con el margen derecho impoluto, sin
darme casi cuenta.
Aquellos fueron tiempos en que las computadoras personales eran un rumor de progreso que no se
poda confirmar, y tenan ms que ver con ser millonario que con el ao dos mil. Y seguramente yo hubiera seguido as toda la vida, esquivando el serrucho
de la derecha, si entonces no hubieran aparecido las
mquinas electrnicas, despus las elctricas (que ya
justificaban el texto a placer) y por fin las primeras
computadoras a precios razonables, llamadas con cario dos-ocho-seis.
La del serrucho fue la primera de una interminable seguidilla de rituales que todava me persiguen
cuando escribo, y que muchas veces son solamente
excusas para disfrazar la escasez de voluntad o la falta de inspiracin. De joven tena ms de la segunda;
ahora casi nicamente de la primera.
La nica obsesin que conservo desde las primeras
pocas es el pantaln de escribir. Esta prenda que
no ha tenido ms de cuatro o cinco versiones a lo largo de mi vida es con lo nico que puedo sentarme
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a la mquina, desde el ao ochenta y cinco hasta la fecha. Debe ser un piyama azul de invierno, recortado
a tijera a la altura de la rodilla. Debe tener el elstico
roto, algunos agujeros de cenizas cadas y, esencialmente, ms de cinco aos de antigedad para que me
resulte cmodo y, sobre todo, amistoso. Pero ms que
otra cosa, debo tener siempre un poco de fro, como
si estuviese a la intemperie y hubiese un ro no muy
lejos. Me resulta necesario, desde que vivo en un pas
que no es mo, sentir en algn momento de la noche
una especie de excitacin infantil que solamente me
produca el ir a pescar solo cuando tena diez aos.
Es difcil que hoy pueda recordar algo mejor que un
ro bonaerense, que un puado de lombrices vivas en
una lata de duraznos y un paquete de cigarros en el
bolsillo secreto de la campera. Sin an escribir, empec a sentir la necesidad de los rituales en esa poca.
Las ciudades ms hermosas tenan ro: Areco, San
Pedro, Flandria, Gualeguaych, Concepcin, Baradero. Los domingos todos dorman hasta tarde. Yo
sala de la canadiense ya vestido, con el primer rayo
del sol. La noche anterior ya haba preparado todo
para no perder el tiempo: las dos caas (anzuelo de
mojarra y anzuelo de bagre), la lnea para los pescados grandes, el termo con agua caliente, las lombrices
en tierra mojada, un poco de corazn (no del verbo mpetu, sino del verbo pollo muerto) y las botas
amarillas para meter las patas en el agua. Tambin el
librito de Agatha Christie, o de Conan Doyle, o de
Twain. Y el paquete miedoso de Galaxy suaves.
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Indagando y rebuscando en el pasado del cliente, al cabo de hora y media logrbamos dos objetivos
fundamentales: llenar dos pginas con mentiras piadosas y que Estelita nos empezara a ver de otra forma:
con la inconfundible mirada de admiracin que solo
irradian las tetonas sin trabajo estable.
Un compositor de currculum serio saba muy
bien que no hay en el mundo ser ms desprotegido
ni ms necesitado de amor que una seorita que no
llega a fin de mes. Por eso haba que lograr que se sintiera cmoda, sentadita a nuestra derecha, mirando
embobada un monitor en el que nosotros teclebamos, con destreza, la esperanza de un futuro mejor.
Si el cliente no era una chica tetona sino un amigo ntimo no haca falta ninguna floritura, ni mucho
menos sentar al amigo cerca, ni alardear de conocimientos dactilogrficos. Lo mejor era poner al amigo
a escuchar discos de Led Zeppelin en la otra punta de
la habitacin y llamarlo al rato, cuando todo estuviera impreso y engrampado.
Incluso, muchas veces resultaba menos trabajoso
darle al amigo, directamente, un empleo en nuestra
propia oficina. Lo habitual era ponerlo a hacer fotocopias o mandarlo a los bancos por la maana.
Estos favores directos (dar empleo) eran solo para
los amigos varones: jams deba emplearse a una vecina o una chica faldicorta, puesto que las mujeres
resultan mucho ms agradecidas cuando les solucionamos una urgencia temporal que cuando les resolvemos la vida.
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fechas inauditas, sabindolo suyo para siempre, imaginndolo ya anillado y dentro de un sobre color madera, de camino al buzn de la esquina.
Estelita nos miraba entonces con la boca entreabierta sin saber de qu modo agradecer el tiempo
invertido en ella, mientras en nuestra habitacin comenzaba a oscurecer porque ya era tarde, y el protector de pantalla de la PC se llenaba de fugaces estrellas
de colores, y sobrevolaba en el ambiente ese silencio
sensual que precede a la paga en especies que las tetonas solan brindarme, a veces, a cambio de mis favores desinteresados.
*
Los noventa tuvieron esa ventaja, casi la nica.
Fue la poca que ms flaco estuve en la vida, o mejor,
el nico tiempo en que estuve flaco de verdad, y eso
me ayud bastante con las tetonas sin currculum. Yo
no haba hecho ningn esfuerzo por adelgazar: todo
lo haba logrado Alfonsn, l solito con su alma. Para
m los noventa llegaron un ao antes, en el ochenta y
nueve, justo en el momento que Spinetta cantaba No
seas fantica en los jardines de ATC y la transmisin
en directo se interrumpi para emitir un discurso del
ministro de Economa, Juan Carlos Pugliese, dndole
la bienvenida a una crisis espantosa. En ese instante,
cuando se cort una cancin y empez la otra, en
casa dijimos:
Cagamos, los noventa.
128
nada, ni lo bueno ni lo malo. Para confirmar la teora, me acerqu a la cajera vieja y, sin bajarle la vista,
agarr dos sanguchitos de miga triples que haba sobre el mostrador. Uno de atn y lechuga, y el otro de
algo rosa con pedacitos de huevo duro. Los dobl, los
aplast y me los met en la boca.
Mastiqu durante cuarenta segundos con la mirada puesta en los ojos de la mujer. Me atragant y la
cara se me puso borravino. Respir con la boca abierta para recuperar el aire y segu masticando hasta tragar. La otra chica tambin me miraba.
Algo ms? me pregunt la empleada, con
las medialunas en un paquetito.
Dije que no con la boca llena. La cajera segua
muy seria y me extendi el ticket. En el recibo no
figuraban los tentempis espontneos, solo las medialunas originales, el primer y nico pedido formal.
Pagu, esper el vuelto y dije que muchas gracias.
Antes de salir a la vereda, me par en seco. Abr
una vitrina del fondo y me met en el bolsillo del traje
tres o cuatro caones de dulce de leche. Por las dudas,
me volv para observarlos a todos, a ver si haba sido
claro. Y s, todos me estaban viendo robar a la luz de
la maana, en pleno centro de Palermo. Me observaban sin chistar, maravillados. Sal a la calle y el sol me
peg en los ojos.
Respir todo el aire que pude por la nariz.
Los noventa fueron, para m, esa maana. Los
puedo concentrar all: muchsima gente gorda y roosa encerrada por un rato en cuerpos de involunta131
joven, sino que cerr el puo y lo movi varias veces, como si se estuviera clavando una escarpia en el
pecho, o zamarreando de los pelos a una criatura inquieta pero invisible.
La violan, quieren decir?
Entre los cuatro, seor puntualiz el ms joven, que s repiti el gesto corporal y provoc otra vez
las risas.
Violar, violar... Dicho as queda feo matiz
el albail ms viejo, que hasta entonces haba permanecido al margen. Usted en realidad les est haciendo a los muchachos una pregunta tramposa.
Me interes. El albail viejo se dio cuenta que haba logrado seducirme con su respuesta serena, ms
moderada que las del resto, y me puso una mano
sobre el hombro. Habl con la misma cadencia que
usan los hombres de campo cuando estn a punto de
decir algo sobre pjaros:
La hembra no responde al chiflido, compaero
dijo. Nunca.
Los otros tres asintieron en silencio.
Yo empec como aprendiz de obra en el ao
cincuenta y dos continu el viejo, y desde esa
poca las chiflo a todas. No me importa que sean vistosas o bagres, ni que sean gordas, ni que sean viejas.
Mire usted: yo debo de haber chiflado... hizo una
larga suma en el aire, entrecerrando los ojos, debo
de haber chiflado a un milln doscientas mil mujeres,
por abajo de las patas. Y no es solamente que nunca
vino ni una: ni siquiera dan vuelta la cabeza para ver
135
En cambio a las que tiemblan mucho (pasa bastante si son vrgenes o epilpticas) las obligo a que me
chupen la pija para que se metan en situacin; igual
no lo disfruto tanto porque le que hay unas histricas
que, aunque las ests punteando con el tramontina,
te la pueden morder y dejarte mocho. Siempre que
me hago chupar la pija me pongo nervioso y no gozo
una mierda. Pero igual vale la pena. Que te la chupen
mientras lloran es medio pattico, as visto objetivamente, pero para uno que est ah es el desidertum.
Y cuando les agarra hipo mientras te la chupan es un
espectculo aparte, ah uno entiende que hay Dios,
que no puede ser que la vida sea un caos a la deriva.
Pero no todo es color de rosa: una que embosqu
hace un ao tuvo un nene mo. Fue medio un drama
para la familia, porque como son muy catlicos el
Obispo no la dej abortar. Sali en El Nuevo Cronista, en pgina uno, la semana entera. Todo el mundo
se peleaba por el tema del aborto de la piba. Unos
decan que en caso de violacin vale que la mina se
haga raspar. Otros decan que ni siquiera, que hay
que aguantrsela cristianamente. Yo siempre tuve la
misma postura: al chico te lo pods sacar, nicamente, si en la radiografa sale que el feto viene con tres
brazos o alguno de esos caprichos de la gentica; pero
si es sanito no, porque la criatura no tiene la culpa
de que la madre haya andado de noche por un barrio
oscuro.
Por lo visto la mayora habr pensado como yo,
porque el mes pasado el chico vio la luz y a otra cosa
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diese conseguirlo, y se lo dije. Envalentonado, porque el tema lo haba sacado l, me anim entonces
a preguntarle por el secreto de su juventud eterna.
Cmo haba sido capaz de vivir tanto y de tener, adems, las ilusiones intactas. Yo haba ledo algunas entrevistas a don Juan, y estaba bastante seguro de que
me hablara del automvil; deseaba, adems, que me
contase la teora del automvil. Estaba yo frente a un
hombre que no se haba subido jams a un coche, y
muchas veces, en conferencias o en reportajes, haba
dicho que caminar dos leguas al da era el truco para
vivir mucho tiempo. Una vez le haba confesado a
Ricardo Zelarrayan que el coche era un instrumento mortfero, porque por su culpa el hombre perda
el hbito de caminar. Usted ha visto la gente que
anda en automvil? Son culones y tienen la cintura
pesada, deca. Pero aquella maana no me explic
la misma historia. Me dio una explicacin diferente
sobre su longevidad.
Despus de mi pregunta, Juan Filloy se levant
despacio y sali de la habitacin. No le costaba andar,
pero s incorporarse. Volvi un rato despus con un
lbum y un peridico. Busc una foto en el lbum y
me la mostr. Era, me dijo, un daguerrotipo, la prehistoria de las fotografas. Vi a unos quince o veinte
escolares de seis o siete aos, posando en la escuela
rural General Belgrano.
Usted podra adivinar cul soy yo? me ret.
Hice dos intentos fallidos, sealando cabezas de
nios idnticos, mientras l me miraba con picarda
163
A cuarenta metros, en la mesa donde todos conversan, mi hermana se levanta aterrada y grita el
nombre de su hija. Mi madre, o mi abuela, alguien,
tambin grita:
La agarr!
Entonces me doy cuenta de que mi vida, tal y
como estaba transcurriendo, haba llegado al final.
Mi vida ya no era. Lo supe inmediatamente. Supe
que mi sobrina Rebeca, de cuatro aos, estaba detrs
del auto; supe que, a causa de su altura, yo no habra
podido verla por el espejo antes de hacer marchatrs;
supe, por fin, que efectivamente acababa de matarla.
Diez segundos es lo que tardan todos en correr
desde la mesa hasta el auto. Los veo levantarse, con el
gesto desencajado, veo un vaso de vino interminable
cayendo al suelo. Los veo a ellos, de frente, venir hasta m. Yo no hago nada; ni me bajo del coche, ni miro
a nadie: no tengo ojos que dedicarle al mundo real,
porque ya ha empezado mi viaje fatal en el tiempo,
mi largusimo viaje que en la superficie durara diez
segundos pero que, dentro de mi cabeza, se convertir en una eternidad pegajosa.
En ese momento (no s por qu es tan grande la
certeza) no tengo dudas sobre lo que acabo de hacer.
No pienso en la posibilidad de que sea un tronco lo
que he embestido, ni pienso que mi sobrina est durmiendo la siesta dentro de la casa. Lo veo todo tan
claro, tan real, que solamente me queda pensar por
ltima vez en m antes de dejarme matar.
Ojal el Negro me mate pienso, ojal sea
167
tan grande su enajenacin de padre salvaje, tan grande su rabia, que me pegue hasta matarme y no me
d la opcin de tener que suicidarme yo mismo, esta
noche, con mis propias manos, porque soy cobarde y
no podra hacerlo, porque cometera la peor de todas
las bajezas: me ira a Finlandia. Utilizo esos diez segundos, los ltimos de calma que tendr en toda mi
vida, para pensar en quien ya no ser nunca ms.
Tena casi veinticinco aos, estaba escribiendo
una novela largusima y placentera, viva en una casa
preciosa del barrio de Villa Urquiza, con una mesa de
pimpn en la terraza y toda la vida por delante, trabajaba en una revista donde me pagaban muy bien, tena una vida social intensa, era feliz, y entonces mato
a mi ahijada de cuatro aos y se apagan todas las luces
de todas las habitaciones de todas las casas en las que
podra haber sido feliz en el futuro. Lo pienso de ese
modo, desapasionadamente, porque ya no tengo ni
cuerpo con el que temblar.
En esos diez segundos, en donde el tiempo real
se ha roto literalmente, en donde el cerebro trabaja
durante horas para instalarse en un recipiente de diez
segundos, descubro con nitidez que mis nicas opciones si mi cuado no me hace el favor de matarme all mismo son las de huir (huir de inmediato,
sobornar a alguien y escapar del pas) o suicidarme.
Lo que ms me duele, tal como estn las cosas, es que
no podr volver a escribir literatura, ni a rer.
Durante mucho tiempo, durante aos enteros,
me sigui sorprendiendo la frialdad con que asum la
168
171
III
Tarifa plana de
porro y otros avances
Hay varios precios. Yo tengo el servicio de Vodafone, que sale once minutos al mes.
Once minutos?
En el futuro no hay dinero me dice el chino
Woung. El valor ms preciado es el tiempo. Todos nacemos ricos, digamos. Cada chico que nace,
tiene unos cien aos de crdito. Despus crecs y vas
gastando tiempo. Quers comprarte una moto? Te
cuesta seis meses. Una casa? Un ao y pico. Todo lo
que comprs se te va debitando. Y todo lo que vends, se te acumula.
No entiendo.
Imaginte que te vas con una puta me dice
Woung. Una puta cobra treinta minutos un servicio completo. Cuando termins de cogerte a la puta,
vos tens media hora menos de vida, y la puta media
hora ms. Es fcil.
Y entonces quines son los ricos en el futuro?
El concepto de riqueza vara segn los intereses
de cada quin. Por ejemplo, yo tengo veintitrs aos,
es decir, tengo un capital suficiente para tener siete
coches, dos chalets, y darme la gran vida durante cinco aos ms y morir. O tambin tengo la posibilidad
de vivir sin lujos hasta que cumpla los ochenta o los
noventa. Cada uno hace lo que quiere.
Y la gente qu suele hacer?
Hay de todo. Los conchetos se mueren jvenes me dice Woung. Yo soy del grupo que vive
despacio para llegar ms lejos. Hasta ahora, mi gasto
ms extravagante fue el de venir a verte.
187
Es muy caro?
Este viaje me cost tres aos.
Te vas a morir tres aos antes por mi culpa?
No, no se mide de esa manera... Digamos que
voy a vivir lo que me quede con la alegra de haber
hecho lo que tena ganas de hacer.
Y el trabajo? quiero saber. Cmo funciona, cunto gana la gente en el futuro?
La gente gana lo que trabaja me dice
Woung. El que trabaja seis horas al da, gana seis
horas al da. El que trabaja cuarenta horas a la semana, gana eso. Y se puede vivir sin trabajar, pero claro,
vivs menos.
Entonces el trabajo cualificado no cuenta le
digo. Un carpintero que tarda dos horas en hacer
una silla, y un poeta que tarda dos horas en componer un poema ganan lo mismo.
Exacto: cada uno gana dos horas.
Pero si el poema es maravilloso?
Esa es una supersticin de tu poca... Creer
que un poema puede ser ms valioso que una silla.
Y los ladrones qu roban, si no hay dinero?
No hay ladrones me dice Woung, ni crmenes econmicos. Solo algn crimen pasional.
Entonces habr crceles.
No. Hay multas. Te multan con los aos exactos que le quedaban de vida a la vctima. Si mats a
un tipo de treinta aos que tena setenta de capital, tu
multa son cuarenta aos. Muchas veces significa pena
de muerte. Casi nadie mata a nadie. Tampoco hay
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suicidios. Para qu vas a suicidarte, si pods comprarte lo que quieras con lo que te resta de tiempo y
morir en la opulencia?
Entonces no hay malos?
Claro que hay malos! Los pesados, por ejemplo. Esa gente que te cruzs en la calle y se te pone a
hablar y te hace perder el tiempo. Los densos. Esa es
la gran escoria de mi poca. Los que tardan mucho
para contarte un chiste, los que te hacen esperar en el
auto, los que te invitan a fiestas aburridas... El que te
hace perder el tiempo; esos, son lo malos.
Y la poltica, cmo funciona?
Ya te dije, no hay ladrones.
Pero me imagino que en cada pas habr un
presidente, y que al presidente lo elegirn entre todos. Una democracia, algo as.
Cuando acabamos con las enfermedades me
dice Woung, y pudimos lograr que el mayor capital humano fuese la salud (es decir: el tiempo de sobrevida) acabamos tambin con el capitalismo y con
el comunismo. Acabamos con todo. Nadie tiene nada
que otro pueda robar para su beneficio. Si mats a
alguien, no te queds con su tiempo extra. Entonces,
para qu matarlo? En el mismo sentido, para qu
necesitamos democracia y boludeces si todo est en
orden siempre?
Me emociona esto que me ests contando,
Woung le digo sinceramente, pero tiene que haber fallos. Somos humanos, y estamos hechos para
cagarlo todo y hacerlo mierda. Dnde est el error?
189
El error tambin es una supersticin de tu poca, abuelo. Con el tiempo las cosas irn mejorando
mucho. Te lo garantizo.
Woung se fue de casa casi de noche, y me dej
una sensacin extraa de paz. Estaba claro que yo no
llegara a vivir de esa manera (fumo demasiado para
tener esperanzas a largo plazo) pero quizs Nina, mi
hija, s pueda ver ese mundo en donde el capital humano ms importante es el tiempo.
Parpade tres veces, no fuera cosa que el wifi de
porro con tarifa plana durase todava en el comedor
de casa, pero no pas nada. Entonces abr la cajita feliz
y me arm uno de los antiguos, de los que se enrollan
con los dedos, de los que cuestan diez euros o veinte
pesos en cualquier esquina. Y me qued pensando en
Woung, en el pasado, en los futuros posibles. Y en
una cuestin de la que habla mucho Javier Maras
en sus novelas, que tiene que ver con que la gente, a
veces, te cuenta cosas que no quers saber. Pasadas o
futuras, no importa. Dice Maras: No debera uno
contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias
ni hacer que la gente recuerde. Cunta razn.
*
Un poco antes, cuando la Nina todava no haba
nacido, fui el involuntario Woung de otra persona.
Quiero decir, me met en la vida de alguien sin pedir
permiso, para narrar, desde el futuro, sucesos muy
antiguos que el otro no me haba pedido conocer.
190
sentado a la mesa con Fellini. La puta madre. Despus vimos los cuadros. Estabas terminando la serie
de los zapatos. No me acuerdo si el Autorretrato estaba all, o si lo vi ms tarde, otro ao, en otra parte.
Nos sentamos en unos sillones. Pusiste de fondo
la MTV. Ni siquiera me acordaba al da siguiente de
qu hablamos todo ese tiempo. As que es imposible
que me acuerde ahora. Desde que llegamos, borrachos paulatinos tambin nosotros, todo se me desdibuja. Solamente me queda una sensacin de pequeo
viaje al fondo de Buenos Aires, de conversacin fluida, hiperactiva y absurda.
Creo que nunca supiste nuestros nombres. Nosotros te los dijimos un par de veces, porque vos lo
preguntabas bastante, como cualquier borracho. Pero
tambin como cualquier borracho nos bautizaste.
Toda esa noche fuimos Tito y Cepillo. A Chiri le pusiste Cepillo porque tena el pelo gracioso. A m no s
por qu me bautizaste Tito.
El milagro de entrecasa ocurri ya entrada la madrugada. Hablbamos de algo y dijiste que habas nacido el diecisis de marzo. Obviamente, dije yo tambin con la sorpresa que te da descubrir esas idioteces
en medio de la borrachera, en medio de las grandes
ocasiones. Hiciste un escndalo. Me pediste los documentos, te cercioraste, despus nos abrazamos y dijimos que ramos hermanos. Para festejar nos llevaste
a la azotea. Vos corregime si me equivoco, pero creo
que estbamos en un piso veinticinco. Por lo menos
eso pareca. Ya en la terraza, incluso nos subimos al
194
Nicanor Parra, de Juan Jos Arreola, de Nlida Pin, de Julio Ribeyro, pero no me encuentran por
ninguna parte.
Pap, pap, dnde est Cayota? pregunta
Libertad, que entonces tiene cuatro o cinco aos.
Un guardia de la Universidad, morocho y alto,
que sigue al tro con la mirada desde el principio, se
les acerca.
Les puedo ayudar en algo?
Disculpe le dice Comequechu, estamos
buscando el monumento de Cayota, pero no est.
Perdn, seor?
Que estamos buscando el monumento de Cayota repite Comequechu, ms despacio. Todava no lo construyeron?
Cuando Comequechu nos narra este dilogo, dos
meses despus de su viaje, el Chiri y yo nos desparramamos de la risa. l todava no conoce el error, y est
convencido de que soy un mentiroso:
Que Cayota mentiroso! Vos no te sacaste ningn premio! me dice. El polica me llev con el
rector, y yo le dije que era amigo tuyo, y que vos te
habas ganado el premio Juan Rulfo de este ao, y el
rector se pens que yo era amigo de Monte Hermoso.
Monterroso! corrige la mujer de Comequechu desde la cocina, y a nosotros nos duele la panza
de la risa.
Algunas horas ms tarde el Chiri y yo volvamos a
la Capital, despus de haber pasado el da en la quinta de Comequechu, y no nos podamos sacar de la
200
cabeza esas imgenes mexicanas, absurdas y hermosas. Yo estoy seguro que fue all, de camino a Plaza
Italia, cuando Chiri utiliz por primera vez las palabras ancdota mejorada para referirse a esa clase de
obsequio.
Cmo habr sido en realidad? pregunt.
Yo creo que pas por la Universidad de Guadalajara intu, pero que ni entr.
Pero entonces la historia se le tuvo que haber
ocurrido ah, los dilogos, todo.
Y vos penss que sabe que hay dos premios?
Claro que sabe!
No puede ser tan gracioso, el hijo de puta.
Quiz lo supiramos desde antes, pero fue all
cuando le dimos verdadera dimensin a la honestidad que implica regalar una mentira donde es uno
el narrador quien queda mal parado.
La mentira tiene mala prensa porque en general
se utiliza con mezquindad: para sacar provecho, para
vengarse de otros, para obtener crdito espurio, para
fingir o alardear. Esa es la mala mentira. La buena
mentira, en cambio, es generosa: ah reside la nica
virtud de la mentira y de las mujeres feas. Ese pequeo detalle es lo que convierte a la mentira en arte, lo
que le da categora de ficcin.
La mentira es un alimento nutritivo, pero debe
ser emitida para salvar a otros del aburrimiento, no
para salvarse uno de su realidad o su frustracin. La
historia de Pinocho no es verdad, pero Collodi no
escribi esa mentira para ostentar, ni para dejar de
201
Nada respond.
Quin ha llamado a estas horas? Por qu tienes esa cara?
Era Chichita verdad de arriba. Dice que
mi pap est muy enfermo mentira del medio,
tenemos que ir a Buenos Aires verdad de abajo.
Ese mismo jueves, por la noche, conseguimos tres
pasajes dos adultos, una menor para el viernes
temprano. No pudimos salir antes porque haba que
encontrar billetes a precios razonables, hacer maletas,
adelantar trabajo, etctera. Hice lo que pude, pero
nos fue imposible salir ms temprano. Llegaramos
a Ezeiza el viernes a las nueve de la noche. All nos
esperara un taxi para llevarnos a Mercedes. Ciento
ochenta kilmetros ms (unas dos horas) y estaramos por fin en mi casa paterna.
Durante el vuelo, y aprovechando que la Nina
dorma a pata suelta en un asiento de tres vaco, le
dije a Cristina toda la verdad. El snguche piadoso tena como objetivo que se subiera al avin, era solamente un engao puntual. A nueve mil pies de altura
ya no era necesaria la mentira. A dnde iba a ir la
pobre? Qu poda pasar si le deca la verdad?
Ocurri lo peor; Cristina, al conocer la verdad,
tuvo un ataque de nervios.
Tres mil cuatrocientos euros ms tasas! gritaba en plena noche, con el avin a oscuras. Cmo
es posible que estemos tirando ese dinero solo porque
tu madre est loca?
No est loca, Cris intentaba calmarla yo.
210
posible por llegar antes de la medianoche. Fue un viaje trabado, denso, en el que no pude disfrutar de un
paisaje que haca cinco aos que no contemplaba. La
llanura... Haca tanto que no vea el horizonte real,
las vacas sonsas.
Cuando pasamos Lujn tuve ganas de empezar
a llorar. Eran las doce menos cuarto y yo estaba volviendo a Mercedes para enterrar a mi padre. Lo vera al menos vivo por ltima vez, o ni siquiera eso?
Podra escuchar sus ltimas palabras? Recostado en
el taxi nocturno, pasando Flandria, record una madrugada en la que el ascensor de mi departamento de
Almagro se qued entre el tercero y el cuarto, y tuve
que salir por el hueco junto a otros dos pasajeros. Del
lado de afuera, el portero nos deca que lo hiciramos sin problemas, que no habra riesgos. Y entonces
descubr mi fobia a partirme en dos y me paralic de
terror. Sudando la gota fra, inmvil de pnico, empec a desarrollar imgenes de m mismo saliendo de
la cabina; imagin que el artefacto volva a funcionar
en ese instante y que mi cintura quedaba en medio
de la guillotina casual, partindome en dos como a
un durazno. No poda moverme. Como mi abuelo
Salvador era un poco campestre, crec viendo a las gallinas correr unos segundos sin la cabeza, o a las ranas
en la sartn mover las ancas a ritmo de foxtrot. Saba
que morirse en serio es posterior al desgarramiento
que te mata. Saba que siempre hay unos segundos
donde falla el sistema (seas rana, cristiano o gallina)
en los que la sangre sigue subiendo por la cabeza y
212
Entre por la avenida Cuarenta, por aquella rotonda le dije al taxista, que era porteo.
Entonces apareci mi barrio, las casas de mis
amigos, los quioscos cerrados, las motitos con chicos
nuevos encima. La penumbra de siempre, los mismos
baches. El taxista segua mis indicaciones, porque no
conoca Mercedes. Le dije que pasara de largo por
la avenida Veintinueve y que siguiera hasta la calle
Treinta y Cinco, y despus a la izquierda.
El choque fue justo ah, en la esquina de la Treinta
y Cinco y la avenida Cuarenta. Mi pap vena a pie,
supe despus, desde la casa de un cliente. El taxista se
haba volteado para preguntarme la altura de la calle
y no lo vio cruzar. Lo agarramos de lleno, a la altura
de la cadera.
No fui al entierro.
214
IV
Backstage de un
milagro menor
creci, el blog del ama de casa se llen de gente desconocida. Cada vez haca menos sacrificios en el empleo
nocturno: dedicaba las noches, ya casi al completo, a
escribir aquellos cuentos, que sin querer se estaban
convirtiendo en una novela rara y espontnea.
Yo saba que, tarde o temprano, mis jefes se daran cuenta de mi inoperancia descarada, pero busqu
hasta el final un equilibrio entre el mnimo esfuerzo y
el ocio permanente. Entonces, una tarde, naci Nina.
Al mismo tiempo acab aquel blog del ama de casa y
comenc otro de textos breves, en el que me dediqu
a despotricar contra Espaa con la voz de un argentino quejoso. Poco despus, y gracias a esos hobbies,
ya no tuve que ir a ninguna parte a fingir un empleo,
porque haba encontrado sin buscarlo mucho el
modo de hacer redituable el ocio, aniquilando el esfuerzo por completo.
Cuando tuve todo el tiempo del mundo otra vez
conmigo, e incluso papeles que me permitan salir
y entrar de Espaa, tampoco volv a Buenos Aires.
Prefer traer aqu a personas queridas que nunca haban visitado Europa. Invit primero a mi hermana
Florencia para que conociera a su cuada; despus a
Roberto y a Chichita, para que conocieran a su nieta;
al Chiri para el Mundial de Alemania dos mil seis, etctera. Volver a un sitio no siempre es regresar, a veces
volver es sentarse a tomar mate con los de siempre,
donde sea. Cada vez que ellos venan a casa, yo de
alguna manera cruzaba el mar. La ltima invitacin
haba sido para Roberto y Chichita. Estuvieron en
219
ir: yo era muy chico, y se rumoreaba que podan poner bombas en la cancha. Pero l insisti. Le dijo a
mi madre:
Si no lo llevo al Mundial en su propio pas, vos
te penss que cuando sea grande me lo va a perdonar?
*
Me result conmovedora esa fiesta de los ojos,
todos aquellos gritos y colores; entonces le pregunt
a Roberto cada cunto tiempo habra mundiales en
la vida. Me dijo que cada cuatro aos, y empec a
medir nuestra historia con esa vara. Creo que tard
todo el segundo tiempo en sacar la cuenta (porque la
matemtica nunca fue mi fuerte) pero al rato conclu
que durante el prximo el del ochenta y dos yo
ya tendra once aos. Mierda, voy a ser grande, me
dije desde la pequea altura de mis siete.
Durante el partido inaugural del Mundial de Espaa, otra vez le pregunto a Roberto cundo ser el
prximo mundial. En el ochenta y seis, me dijo, un
rato antes de que Blgica nos metiera ese gol injusto,
en orsai clarsimo. Carajo pens, esta vez s voy
a ser grande. En esas temporadas de mis once aos,
la frontera entre chico y grande eran los catorce. No
s por qu, cuando sos chico alguien de trece todava
puede ser un amiguito, pero alguien de catorce ya es
un seor y te caga a palos.
Cuando lleg Mxico ochenta y seis yo ya tena
quince y me di cuenta de que, a pesar de mis predic221
A los cinco minutos son la chicharra del telfono. Mi amigo haba escrito:
Por supuesto bombn,
decime dnde hay que ir.
A Nina, antes de dormir, le cuento historias reales que me ocurrieron en mil novecientos ochenta y
nueve. No s por qu resultan ser las ms adecuadas,
supongo que se trata de un tiempo sencillo, intenso,
donde ocurrieron cosas que un chico de cuatro aos
puede entender con facilidad: una temporada llena
de sorpresas. Fue la poca en que acabamos el colegio
y con el Chiri nos fuimos a vivir a Buenos Aires.
A mi hija le gustan las tramas en donde hay chicos que se van de casa a vivir aventuras nocturnas,
sin adultos, con brujas y con cuchillos. Y ms an
si uno de los chicos, generalmente el ms gordito, es
tambin su pap.
Contame desde el principio.
Como el semforo segua en rojo, hice memoria y
me recost en el asiento.
Fue la noche en que Dustin Hoffman gan un
Oscar por la pelcula Rain Man, le dije a Nina. Una
madrugada de abril. (El taxista, creo, puso atencin.)
Estbamos en la plaza San Luis, aguantando despiertos la ltima noche mercedina antes del gran viaje hacia la edad adulta. Durante toda la secundaria habamos querido que llegara el da de irnos a la Capital,
y ahora solamente faltaba que saliera el sol. Con el
Chiri hicimos planes. Conversamos sobre el futuro.
Qu es el futuro?
Para nosotros, el futuro era esa casa, la que est
justo ah en la esquina. No era una casa para nosotros
solos, sino un cuarto chiquito adentro de una casa:
una habitacin en alquiler. bamos a compartir la co227
cina y el bao con una seora, con una viuda desconocida que, para peor, era directora de una escuela.
Una bruja.
Exacto, nos bamos con una bruja. Aquello no
estaba en nuestros planes cuando fantasebamos con
vivir lejos y solos, pero tampoco estaba en nuestros
planes la hiperinflacin. Ni mis padres ni los de Chiri
tuvieron resto, en aquel tiempo de australes devaluados, para alquilarnos un departamento. La opcin era
vivir en la casa de una bruja o quedarnos en Mercedes. Ni siquiera lo dudamos.
La seora se llamaba Tita y tena una amiga en comn con mi madre; por ese camino haba aparecido
la opcin del hospedaje. Ella tampoco tena planeada
la hiperinflacin, y tuvo que alquilar la pieza a dos
jvenes desconocidos. Camos a su casa con algunas
referencias falsas que daban a entender que nosotros,
el Chiri y yo, ramos chicos saludables y normales,
hijos de dos familias decentes de pueblo. La segunda
parte de la frase era verdad.
Chichita, como es lgico, se senta responsable
por nuestro comportamiento en casa de Tita. La maana del viaje nos recomend cien veces que no hiciramos nada fuera de lugar, que no pusiramos la
msica alta, que no metiramos melenudos adentro
de la pieza, que no fumramos porqueras. Es decir,
nos enumer sus propios padecimientos desde el ao
ochenta y seis.
Con el Chiri tuvimos la intencin, profunda y
sincera, de ser personas excelentes durante el tiempo
228
me preocupa todava muchsimo ms. Me genera terror saber que buena parte de mi biografa est ahora
en manos del Gordo Casciari. Por eso no me divierte
su xito. Para nada. Y adems veo, con horror, que
cada vez hay ms gente que lo lee. Todo mi entorno, por ejemplo. El inmediato, pero tambin aquellas
personas a las que uno no les contara ciertas cosas.
Cada vez son ms los que me dicen:
Che, viste lo que public el Gordo de vos en
internet?
Y yo tiemblo.
Algunos de mis allegados se han hecho fanticos,
y me persiguen todo el tiempo con preguntas idiotas.
A m me rompe las bolas que me pregunten si es verdad la historia de los canelones. Me parece bien decirlo ahora, ante ustedes, por si nos llegamos a cruzar
a la salida del teatro.
Me da miedo lo que pueda suceder de ac en adelante. Y me pregunto adnde me llevar toda esta locura, si de la noche a la maana estoy en un teatro
repleto de gente hablando de m.
Segn l, nos conocimos durante la Primera Comunin. Sin embargo yo tengo un recuerdo anterior
de l grabado para siempre. Y lo voy a contar ahora.
Camino por la calle Treinta y Cinco, seis meses
antes del texto de Hernn. Probablemente estoy volviendo de la casa de mi abuela materna, porque queda de paso. Tengo siete aos, a lo mejor ya cumpl
los ocho. En los escalones de la puerta de la casa de
Hernn, un grupo de chicos, en silencio, escucha una
236
238
tu madre como este propio libro, y todos los que publiqu hasta la fecha, estn basados, desde el principio, en esa premisa secreta. Haber tenido a Roberto
y al Chiri a doce mil kilmetros me ayud siempre a
hilvanar sin fisuras ese discurso literario intermedio.
A mediados de dos mil ocho, sin embargo, descubr que el sistema tiende a tambalearse cuando uno
de tus comodines muere, cuando ya no hay manera
de contarle nada nunca. Esto no significa que yo ya
no pueda escribir pensando en mi padre como lector.
Significa que, fatalmente, ya no puedo saber si el texto ha funcionado para l. Y eso me ha dejado, si no
ciego, un poco tuerto.
La ceguera completa lleg hace poco ms de un
mes, en avin, con toda su familia.
Tenerlo al Chiri a mano para contarle cosas ha generado que ya no tenga la necesidad de decirle nada a
travs del colador literario. O incluso mejor: preferimos contar cuentos a cuatro manos para la tele o para
el teatro, o para donde sea, con tal de afilar otra vez la
frecuencia antigua del arte en colaboracin.
Estamos absorbidos y felices dentro de estas nuevas ficciones, pero ya no en una direccin enfrentada,
ya no desde puntos diferentes del ocano, sino desde
la misma orilla y dirigindonos a otros. Y al mismo
tiempo redescubrimos las bondades de vivir otra vez
en el mismo barrio, y de cenar todos juntos en una
casa o en la otra, y de mirar a la vez el ftbol, y de ver
las mismas pelculas.
No es grave lo que me ocurre, se trata de un pro246
Y lo repite, y lo repite una vez ms, porque los reproches intiles, en las casas vacas, suenan mejor con la
insistencia.
Con el tiempo aprender a conversar en silencio,
sin hacer uso de los gestos ni la boca, pero ahora la
mujer es inexperta y le habla a su esposo a viva voz.
Le habla al silln, en realidad. Ya no le grita: de a
poco la escena se convierte en una conversacin tpica del matrimonio, en una crisis menor, en uno de los
muchos monlogos nocturnos en donde ella siempre
grit y el otro siempre hizo silencio.
Siempre igual vos le dice. Cuando hay
problemas, calladito.
En el coche dos de mis sobrinos duermen; Manuela no. Ella sigue mirando las luces por la ventanilla, con el telfono todava en la mano. Se llev ese
telfono porque nadie ms lo iba a usar, y porque ella
todava no tiene uno. Ms tarde confesara que no fue
un robo: dos o tres veces quiso pedrselo a su mam,
pero ella siempre estaba llorando o dejndose abrazar
por gente. En un momento se lo mostr a su abuela
y le dijo, con mucha vergenza:
Chichita, lo puedo usar yo ahora?
Y su abuela hizo que s con la cabeza, pero era
un s a cualquier cosa, no estaba mirando a ninguna
parte. Por eso ahora la chica piensa en la abuela triste,
en su cara de agotamiento y pena, y siente culpa por
haberla dejado sola, en Mercedes. Se despidieron en
la puerta, sus padres le ofrecieron quedarse, o que se
fueran todos a La Plata, pero la abuela no quiso:
250
botn y repasa las cuatro palabras que hace diez segundos ha escrito Manuela desde el coche.
No ests triste, descans.
Se queda un rato largo mirando la pantalla, con
los dedos inmviles. No parpadea ni respira. Tiene
la luz verde del telfono en los ojos, y los ojos muy
abiertos.
Despus la mujer sale del comedor ms serena,
sin mirar el silln ni decir una palabra ms. Tiene
la garganta seca de tanto monlogo. Apaga las luces
de la cocina, entra a su cuarto y se acuesta. Se queda
dormida y descansa.
Este libro acaba as, no hay nada ms. Podra haber explicado la ltima historia omitiendo las escenas del coche, y habra salido un cuento ms o menos prodigioso, con una viuda que pide una seal y
un marido muerto que le responde. Pero no fue as.
Cont las cosas como ocurrieron, con el backstage incluido, porque las ancdotas son mejores cuando no
tienen nada del otro mundo.
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