Li Kan Habla Bajo El Árbol - Harry Martinson
Li Kan Habla Bajo El Árbol - Harry Martinson
Li Kan Habla Bajo El Árbol - Harry Martinson
Epicteto
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En sueos uno puede ver caer piedras hacia arriba. Y puede ver
fluir ros subiendo por escarpadas pendientes en bellos paisajes.
ste es un sueo de descanso. Uno est descansando en una barca
que sin ruido va subiendo por las pendientes de agua. Surgen esos
sueos porque nunca pueden ocurrir cosas semejantes. Si ocurriesen, entonces solaramos que los ros corren cuesta abajo. Los
suelos existen para liberar los sentimientos de la coercin que
radica en las leyes de la Naturaleza. El poder soar a voluntad es
un gran don. Puede llevarnos a la poesa, donde nosotros, en momentos en que las dificultades nos acosen el alma, podamos descansar y gozar la total ausencia del dolor a la sombra del bamb.
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Unos quedan ofuscados por las posibilidades del hombre y condenan sus limitaciones. Otros condenan las limitaciones sin ver
las posibilidades. Pero las limitaciones y las posibilidades estn en
mutua relacin como el germen y la tierra. El germen va creciendo
hasta convertirse en un roble o una brizna de hierba, de acuerdo
con el camino elegido por su especie entre los posibles. Pero la
hierba no es imperfecta porque un poco ms lejos crezca un roble.
La hierba responde a lo que se espera de ella y el que no se comporte como si fuese un roble es una virtud, no un defecto.
VI
Se habla con frecuencia de un camino dorado, el del trmino medio,
como si fuese el nico camino entre la montaa y la cinaga.
Pero la vida es multiplicidad y hay mil caminos dorados
y mil tiles atajos y el sol brilla sobre todos ellos.
Una mente libre, abierta a la multiplicidad, a la variedad,
junto con prcticos ejercicios vitales encaminados a la sabidura
nos llevan a la visin general ms verdadera que se pueda logra a la luz del sol y a luz de la una y a la luz del farol,
y nos obsequia con la facultad de caminar en las tinieblas.
El mundo en su totalidad se puede comparar a un bosque.
All uno tiene que caminar entre rboles,
sortearlos y dar rodeos para alcanzar un progreso.
A veces uno se pierde y tiene que descubrirlo
antes de llegar a un sendero que parezca adecuado.
Sobre el bosque brilla de da el sol
y por la noche la luna o la estrella,
y si uno las mira con la mente justa, unificadora,
renuncia en su interior a toda taimada zorrera en su caminar.
En la multiplicidad se ve el hombre ante su verdadera prueba,
pero si recuerda siempre que el sol alumbra y agrupa
entonces tiene en su interior la justa conciencia sobre lo evidente
y puede confiar en ello.
All donde existe una conciencia unificadora
los extravos son de corta duracin.
VII
Mucho depende de cunto le pida uno a la vida
y a cunto pueda uno renunciar.
Si uno posee muchas cosas y no puede animarlas
entonces es casi mejor dejarlas marchar
en lugar de conservarlas en su poder como objetos muertos cuya muerte uno ampla
todava ms mediante su actitud mortal hacia ellos.
Si uno tiene slo unas cuantas cosas
entonces se podrn animar con mayor facilidad,
ya que entonces uno no tiene el sentido del gusto sobrecargado,
ni necesita estar constantemente en tensin y convertirse uno mismo en una sobrecargada institucin del gusto.
Solamente algunos mandarines e intendentes imperiales
poseen la capacidad para dominar y abarcar un gran espacio con su gusto.
Pero claro se es su cargo.
Ser simplemente hombre no constituye cargo alguno.
El sentido del gusto es para el hombre una balanza de valores.
El que tiene gusto no devora.
La boca del devorador est muerta. Por eso devora.
La lengua del devorador no tiene la suficiente finura para
sentir el profundo aroma del pan y el sabor del agua fresca del manantial.
Los devoradores son rameras en la boca.
La avaricia y la codicia de las rameras son bien conocidas.
Por eso las rameras son repelentes: porque se acuestan
contigo dominadas por el disgusto y sin sentir placer voluptuoso.
Su sexo est muerto. Pero ellas lo venden, lo alquilan
y lo utilizan con una intencin que no es la del deseo vehemente.
El deseo verdadero es simple y ardiente
y tiene la ardiente majestad de la desnudez.
No es un devorador muerto.
Su sexo est lleno de nervios
que transforman el modesto acto en una borrachera de felicidad.
Su falo est lleno de nervios que transforman el sencillo acto en un paraso.
El deseo verdadero conserva su lmpido valor con una abierta mirada.
No necesita los inmensos instrumentos del lujo para ser excitado.
Todo deseo verdadero est desnudo y con las manos vacas.
Pero los devoradores de bocas muertas y sexos muertos
abarrotan el mundo con todo el amor no necesita.
VIII
Uno tiene que aprender las diferencias de la naturaleza
que existen entre lo que es real, factual, y lo que es verdad.
Los hechos los tenemos por todas partes.
Lo real se arremolina como la arena ante nuestros ojos
y ante todo lo que ocurre realmente nos quedamos sordos finalmente
y nos damos con nuestros cuerpos en el embrutecimiento de lo real.
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El arte no tiene nada que ver con la verdad, excepto en lo que respecta a la temtica.
Por qu iba a dar la verdad un rodeo por la imagen?
Por qu iba a disfrazarse el sol de imagen?
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donde son juzgados sueos y sentimientos, donde las corazonadas reciben su castigo.
La fra luz de la vanidosa verdad
ilumina con una claridad absurdamente reveladora todos los rboles solemnes.
Entonces uno querra preguntar:
de qu trata vuestra caza, cazadores?
de qu trata su caza del hombre?
Y en el otro lado: los sentimientos estn de jueces,
la sensatez es ultrajada, la inteligencia es insultada,
la sabidura es colocada contra el muro y bautizada como asesina de la alegra,
a la seora de expresin amargada y cncer de estmago
la nombran bruja.
De qu se trata vuestra caza, cazadores?
Aqu podemos ver ante nosotros las batallas humanas en el paisaje de la caza del hombre:
si la Naturaleza, en tales circunstancias, no le solucionase la mayor parte de sus problemas la hombre,
refrescndolo, encendindole el sol, lloviendo
sobre l y la tierra, divirtindolo y arrastrando hacia s
sus pensamientos, sentimientos y miradas, alejndolos de l mismo
y de todos los prjimos y adversarios,
entonces el hombre no sera ms que un cazador de hombres.
Ahora la Naturaleza le prepara un mundo al hombre desde su carcter agresivo
va poco a poco desvanecindose al viento, en la desolacin y el olvido.
Le proporciona una carne de buena encarnadura y
una mente de fcil cicatrizacin que no es la del yo ni la de las multitudes, sino la de la Naturaleza.
As pues el hombres es algo que no se debe tomar en serio. Le falta
autntica credibilidad, seriedad.
Unas veces revolotea; otras est inmvil.
Raras veces descubre el arte de ver realmente lo que l es.
Odiarlo carece totalmente de sentido.
Despreciarlo es una fatua presuncin.
Amarlo es un arte
que a menudo tiene que aprenderse laboriosamente en su compaa.
Pero el sol que se levanta al alba es siempre ms que amor,
siempre ms que odio, ridculo, tristeza o desprecio,
siempre ms que belleza.
Es la verdad situada por encima de esas menudencias que llamamos hechos y datos
y que nos lanzamos mutuamente a los ojos en una cantidad que parece un cegador remolino de arena.
El sol, nuestro comn amor, se levanta
y recorre con su luz vivificadora el mundo
donde retumba los cuernos de caza y de caza del hombre.
Las olas de toda rebelin envejecen pronto
y los senderos de toda rebelin pronto se convierten en amplias carreteras.
Queda una cierta nostalgia hacia algo que no
es la rueda del deseo o la de la venganza.
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