Los Caminos Del Conocimiento (Samaja)
Los Caminos Del Conocimiento (Samaja)
Los Caminos Del Conocimiento (Samaja)
Este escrito formará parte de un libro coordinado por el Dr. Daniel Dei. Se destina
al uso exclusivo de los alumnos de la Universidad.
La primera tarea que debemos llevar a cabo en esta Unidad consiste en justificar el
interés que ella puede tener, dada su naturaleza filosófica, para usted, cuyos intereses
seguramente están más orientados hacia la investigación científica que hacia las
especulaciones abstractas. La cuestión podría formularse así: ¿vale la pena destinar tiempo
de esta conversación a revisar las ideas que nos hacemos sobre la investigación científica,
o conviene emplear ese tiempo en apropiarnos directamente del recetario de
procedimientos y técnicas que se aplican en la actividad investigativa misma? Veamos.
Es sabido que los seres humanos nos sentimos inclinados a realizar nuestros objetivos
conforme a la idea que tenemos sobre la naturaleza de las actividades en juego.
Ciertamente, esto no es igualmente válido para todos los tipos de objetivos. Aquellos más
vinculados a funciones orgánicas dependen menos de la ideación que los vinculados a las
funciones sociales, y estas últimas menos aún que los vinculados a funciones estrictamente
técnicas o artificiales. Por ejemplo, la idea que nos hacemos acerca de la naturaleza del
caminar influye muy poco (si es que influye) en el caminar real, y lo mismo se puede decir
del digerir y otras funciones semejantes. Pero algo diferente sucede con el ser padre o ser
vecino: estas funciones comunales están influenciadas en una importante cuota por la
representación que tenemos acerca de la buena paternidad o de la buena vecindad.
En el extremo opuesto a las funciones orgánicas, que podemos llamarlas funciones
naturales, se encuentran las que denominaríamos funciones artificiales: por ejemplo,
construir un dique o un acelerador de partículas, etcétera. En estos últimos casos pareciera
que la realización de los objetivos depende en grado máximo de la manera cómo son
representadas las actividades: más aún, pareciera que lo decisivo en estas actividades es,
precisamente, disponer de una muy buena programación: tener una idea completamente
clara sobre los objetivos que se busca, los cursos de acción que se adoptará, los criterios de
evaluación de metas por utilizar, etcétera.
¿En qué posición de esa escala (que va de las funciones naturales a las funciones
artificiales) se encuentra la investigación científica? Parece ser un lugar común creer que la
investigación científica pertenece a aquellas actividades conscientes, deliberadas,
artificiales…Actividades, en definitiva, altamente dependientes de la exacta proyección de
los objetivos que tenemos que alcanzar. Es esa quizás la principal idea que el sentido
común “ilustrado” le adjudica a la noción de “método científico” o, mejor aún, a la noción
de “ciencia como conocimiento metódico”. En nuestro medio, Mario Bunge ha contribuido a
difundir esta idea. En un libro que ha tenido una amplia repercusión presenta a la ciencia
con las siguientes palabras:
Entre las consecuencias que se desprenden del texto, resalta la siguiente: que si la
ciencia se diferencia del resto del conocimiento por estos rasgos (racionalidad,
sistematicidad, exactitud y verificabilidad), entonces ese “conocimiento restante” (que con
frecuencia Bunge denomina “conocimiento ordinario”) carece de esos rasgos.
Ahora bien, ¿se pueden conceder estos supuestos y esta consecuencia? Esta idea que
nos hacemos de la ciencia, ¿es una idea efectivamente adecuada? ¿Qué consecuencias se
derivan de ella en la práctica de los científicos que la asumen? ¿Podría ser imaginada de
otra manera? Y si fuera así, ¿podría ese cambio afectar favorablemente las formas de
investigar?
Antes de contestar a estas preguntas, digamos, en justicia, que Mario Bunge escribió
los artículos que integran este libro entre 1957 y 1959, pero que ya en 1969 (fecha de la
edición de su voluminosa obra La Investigación Científica) presentó una versión de la
ciencia mucho más elaborada y menos lineal. En esta nueva obra la relación con el
conocimiento ordinario se ha vuelto más compleja; las fronteras son más borrosas; los
rasgos definitorios son menos precisos. En la presentación de La Investigación Científica,
mediante un ingenioso apólogo (ver “Un cuento para empezar”) Bunge proporciona un
bosquejo de la ciencia que la muestra como un tipo de saber cuyos rasgos ya no se no
resuelven (como en 1958) por sí o por no (mediante “credos en blanco y negro”).
Veamos una breve síntesis de este “cuento para empezar” con que Bunge adornó el
comienzo de su libro. Imagina a cinco sabios de un país muy atrasado (¿Argentina?) que
regresan de un viaje por Reino Desarrollado (¿Inglaterra, los EEUU?) en donde se cultiva la
Ciencia. La Autoridad Soberana de este reino subdesarrollado (que Bunge imagina
encarnado en una mujer irascible) le pide a cada sabio que le describa a esa “cosa rara”
llamada “Ciencia”. El primero de los sabios, llamado Protós, sostuvo que la Ciencia es un
enorme Registro. El segundo, Déuteros, describió a la Ciencia como un Calculador. El tercer,
Trítos, propuso que la Ciencia era un Juego de Lenguaje. El cuarto, Tétartos, caracterizó el
trabajo de la Ciencia como el ejercicio de proponer ideas sobre la realidad para someterlas
a duras pruebas para descartarlas, en caso de resultaran falsas, pero, sin alegrarse nunca,
ante los éxitos (posiblemente efímeros); es decir, el trabajo propio de una especie de
Visionario Flagelante. Cada uno de estos sabios fue inmediatamente decapitado por la
Reina iracunda, siempre con el mismo argumento: no puede ser que la Ciencia sea eso,
puesto que eso también se hace en los reinos subdesarrollados. El quinto sabio, Pentós, que
Bunge imagina joven, huyó antes de que la Reina pudiera interrogarlo, y se refugió en la
Oficina de Bunge (en Montreal, Canadá), en donde está refugiado desde entonces, y en
donde escribió un voluminoso informe sobre la Ciencia. En este informe, como ya
3
anticipamos, la ciencia ya no es presentada mediante rasgos excluyentes como en la obra
anterior del propio Bunge:
Bunge remata su apólogo con esta oblicua justificación del “expediente” que ha
usado para anticipar el perfil general de su actual concepción de “ciencia”:
Todo eso explica al lector por qué el quinto informe acerca de la Cosa Rara
aparece con un título distinto y bajo otro nombre de autor [el de “Mario Bunge”].
Esperemos que este expediente salve a Pentós de la ira de los celosos
seguidores de credos sencillos.
(Loc. cit.) (La cursiva es nuestra –JS.)
Huelga decir, empero, que el sano sentido común no puede ser tachado en su
totalidad como mero amontonamiento de afirmaciones arbitrarias o de charlas
insustanciales; y, además, por la contraria, tampoco se puede decir que la ciencia sea
conocimiento completamente fundado o probado. Precisamente, un rasgo peculiar de la
ciencia consiste en la asunción explícita de su carácter falible: ninguna de sus
demostraciones es absoluta, ninguna de sus comprobaciones, definitoria.
Es decir, que junto con elementos de juicio que abonan la continuidad y la diferencia
gradual (cuantitativa) de la ciencia y el conocimiento ordinario, aparecen postulaciones
tajantes sobre diferencias cualitativas entre ambos tipos de saberes:
5
La ciencia no es una mera prolongación ni un simple afinamiento del
conocimiento ordinario, en el sentido en que el microscopio, por ejemplo,
amplía el ámbito de la visión. La ciencia es un conocimiento de naturaleza
especial: trata primariamente, aunque no exclusivamente, de acaecimientos
inobservables e insospechados por el lego no educado; tales son, por ejemplo,
la evolución de las estrellas y la duplicación de los cromosomas; la ciencia
inventa y arriesga conjeturas que van más allá del conocimiento común, tales
como las leyes de la mecánica cuántica o las de los reflejos condicionados; y
somete esos supuestos a contrastaciones con la experiencia con ayuda de
técnicas especiales, como la espectroscopia o el control de jugo gástrico,
técnicas que, a su vez, requieren teorías especiales.
(Op.cit.: 20)
Intentaremos recorrer otro camino. El que abrió Charles Peirce al publicar en 1877 su
artículo: “La fijación de las creencias” (The fixation of Belief).
La tarea que nos hemos trazado ahora consiste en reflexionar sobre la naturaleza del
conocimiento científico mediante un examen comparativo de su método con los otros
métodos que los hombres empleamos para producir conocimientos. Si, como dice Bunge,
los conocimientos científicos “son opiniones” (ut supra) que se diferencian de las restantes
opiniones por un cierto método (fundamentación y contrastabilidad), entonces, es lícito
pensar que comprenderemos mucho mejor su naturaleza en la medida en que apreciemos
en qué medida, por qué razones y con qué consecuencias esos procedimientos están
ausentes en las opiniones no-científicas. Dado que los seres humanos tenemos multitudes
de opiniones que pese a no ser científicas resultan en muchos aspectos satisfactorias (la
prueba es que las defendemos incluso en contra de lo que la ciencia nos pueda aconsejar),
la tarea encerrará interesantísimas cuestiones: 1. ¿Qué son las opiniones y qué función
cumplen en nuestra vida? 2. ¿En qué consisten esas dos grandes operaciones del método
científico, a saber: “fundamentar” y “contrastar” y cómo se conjugan entre ellas? 3. ¿Qué
ventajas y qué desventajas presentan aquellas opiniones que no son científicas,
precisamente porque: a) no están fundadas ni son contrastables; b) no son contrastables,
aunque sí están fundadas; y c) no están fundadas, pero sí son contrastables? Y, por último,
¿la vida humana constituye un escenario homogéneo en el que estos tipos de opiniones
compiten con las mismas posibilidades en cuanto a satisfacer las necesidades de los
hombres, o, por el contrario, eso que llamamos “vida humana” encierra “regiones” cuya
índole peculiar tornaría más propicia a una forma de conocimiento y no a otras? ¿No será
que los diversos tipos de opiniones están llamados a resolver distintas exigencias de la vida
humana y que constituye un gravísimo error pretender que un único tipo de conocimiento
impere en la totalidad de la existencia humana?
Ya hemos anticipado que tomaremos como punto de partida el artículo de Ch. Peirce
The fixation of belief, (1988a) y lo haremos por varias razones. Dos en particular: la
primera, porque la publicación de ese artículo puede ser considerada como acontecimiento
inaugural de la Metodología en general y de una de las escuelas metodológicas más
fecundas de la historia en particular: el Pragmatismo liderado por Ch. Peirce, y
representado por intelectuales tan notables como William James (1842-1910) y John Dewey
(1859-1952), este último, autor de una de las obras más trascendentes de la disciplina:
Lógica. Teoría de la Investigación (1950). La segunda razón para elegir este artículo es que
7
nos lleva al centro mismo del problema metodológico que tenemos planteado: a saber, la
pregunta por los rasgos primordiales de todos los métodos.
Los tres primeros, de diversa manera aparecen no sólo en el hombre, sino también en
los animales: sensación, instinto y aprendizaje pueden ser encontrados en los vivientes
prehumanos en distintas proporciones y combinaciones. Lo que Aristóteles denomina tecné,
τεχνη (y los latinos tradujeron como “arte”) implica, en cambio, la capacidad de enseñar, y
por ende, la capacidad de elevarse al saber de aquello que está presente en todos los casos
particulares (lo universal), y presupone, por ende, la facultad del lenguaje y del
razonamiento. Por su parte, la sabiduría no sólo es saber de las causas o de los principios
particulares de las diversas cosas, sino es saber de las causas últimas y de los primeros
principios que están implícitos en todas ellas.
El examen de los diversos tipos (o grados) del conocimiento fue una constante a lo
largo de toda la historia de la filosofía, pero recién en los siglos XIII y XIV, con el
renacimiento de la cultura grecolatina en las postrimerías de la Europa Medieval, madura la
idea de una forma más ambiciosa de conocimiento que la sabiduría aristotélica: el
conocimiento o ciencia experimental. Según algunos historiadores, el primer autor que
empleó el nombre de “ciencia experimental” (en su libro Opus Maius, de 1268) fue el
franciscano Rogerio Bacon (1214-1292), quien constituye sin duda uno de los precursores
más destacados, junto a Juan Duns Escoto (1265-1308) y Guillermo de Ockham (1280-
1346), de las obras de los grandes fundadores de la ciencia moderna, a saber: Francis
Bacon (1561 1626), Galileo Galilei (1564 a 1642), René Descartes (1595 a 1650) e Isaac
Newton (1642 a 1727).
Lo que quisimos comunicar con todas estas referencias históricas es que el tema del
artículo de Ch. Peirce no es de ninguna manera insólito. La relativa originalidad de Peirce
consiste en el modo de abordaje; en el espíritu con que parece examinar los métodos: en
1 El término “método” procede del dos palabras griegas “hodós” (= camino, sendero, procedimiento)
y “meta” (= en medio; en seguida, a continuación). El sentido literal del término compuesto “met
´hodós” es, aproximadamente: “secuencia de procedimientos”. [Se ha incluido esta nueva referencia
al término “método” y a las distinciones de Aristóteles que en el texto hará seguidamente el autor de
esta Unidad, con el objeto de ampliar la mención que de este mismo asunto se hace en la Unidad 2
del libro y porque estimamos importante los matices que aquí añade, tanto para su exposición como
para el aprovechamiento formativo que usted pueda hacer de ello. Nota del Editor].
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lugar de escoger uno de ellos (habitualmente el “más reciente”) y condenar a los demás
como errores o “ídolos” del entendimiento (como lo hizo Francis Bacon, en su Novum
Organum), los examina a todos como si tuvieran ganado legítimamente un lugar en la vida
por referencia a la función que cumplieron o eventualmente siguen cumpliendo en su
promoción. Hemos dicho “relativa originalidad” no sólo porque es muy difícil imaginar
alguna idea que no haya tenido precedentes, sino porque esta idea, en particular, fue
magistralmente desarrollada por Hegel en una obra portentosa, por su extensión y
profundidad, titulada Fenomenología del Espíritu de la cual Peirce tenía noticias, aunque no
nos conste que la haya leído completamente.
Volvamos a Peirce. Decíamos que tomaremos de él el espíritu amplio con que aborda
los métodos, evaluándolos no por referencia a un patrón concebido como un estado de
cosas absoluto llamado “verdad”, sino por referencia a uno concebido como función, que
podemos llamar “eficacia”, “adaptabilidad” o, para usar un término de la hora:
“sustentabilidad”. Además, tomaremos de Peirce el esquema de cuatro métodos, a saber:
1. método de la tenacidad; 2. de la autoridad; 3. de la metafísica; y 4. de la ciencia.
Ciertamente, si quisiéramos profundizar este examen fácilmente encontraríamos motivos
para proponer variantes al interior de cada uno de ellos… Pero, tenemos muchas razones
para aceptar que el esquema mínimo se resume en la propuesta de los cuatro métodos que
hace Peirce. De modo que, en lo que sigue desarrollaremos una caracterización de estos
cuatro métodos para lograr creencias eficaces o sustentables.
Antes de concretar la tarea estamos obligados a advertir con el debido énfasis que los
contenidos en concreto que desarrollaremos, aunque se inspiran en el artículo de Peirce,
nos pertenecen a nosotros en su totalidad: no siguen los análisis de Peirce porque creemos
que lo rescatable de la propuesta peirciana se reduce a la identificación de lo peculiar de
cada método. Pensamos, en cambio, que presenta indudables desaciertos en la manera de
especificar y asociar cada métodos con los “escenarios” reales en que supuestamente ellos
se han desarrollado o han adquirido sus condiciones de posibilidad. Oportunamente iremos
haciendo referencias a los puntos de disenso para que el lector pueda contrastar lo dicho
por nosotros, con lo escrito por Peirce.
Si usted se tomara el trabajo de leer el artículo de Peirce encontraría una gama amplia
y arbitraria de ejemplos: desde la fe religiosa, o la “fe” en el libre cambio, hasta el instinto
de la avestruz. Es fácil constatar que las creencias implicadas en estos ejemplos han sido
obtenidas por medios muy disímiles: la fe religiosa tribal procede exclusivamente de la
autoridad o tradición; la fe religiosa feudal presenta en cambio una importante alianza con
la reflexión racional; y, por su parte, la fe en el librecambio tiene un fuerte alianza con
9
mirada de las ciencias positivas; sólo el instinto del avestruz (y en general, todos los
instintos animales) pareciera ajustarse completamente a lo peculiar del método de la
tenacidad. ¿Qué hay, entonces, de común en todos ellos? Sólo el dato de la fuerza con que
la conciencia se entrega a su creencia, es decir, la tenacidad con que se nos impone, lo cual
se aprecia en el hecho de que el intento de cambiar de creencia arrastra un costo
emocional muy grande que el sujeto se resiste a pagar.
[…]Con frecuencia oímos decir: «Oh, no podría creer así o asá, porque de
hacerlo me sentiría muy desgraciado». Cuando un avestruz al acercarse el
peligro entierra su cabeza en la arena, muy probablemente adopta la línea más
acertada. Oculta el peligro y dice entonces con toda tranquilidad que no hay
ningún peligro, y si se siente perfectamente seguro de no lo hay ¿por qué habría
de levantar la cabeza para mirar?
[Peirce, 1988a: 186]
Creemos que el error que Peirce comete es fácil de comprender: el destino general de
todas las creencias, no importa cuál haya sido el método originante de la creencia, cuando
se ha incorporado a nosotros de manera completa, se transforma en una forma de ver, y
adquiere el grado de una intuición. Todos hemos experimentado esa asombrosa vivencia
de que algo que antes no podíamos entender, una vez que se nos ha hecho carne, ya no
podemos dejar de “verlo”. Lo que en un tiempo no era obvio, se torna tan obvio que lo
tomamos como si fuera directamente perceptible: está allí y si los demás no lo ven es
porque son “ciegos”.
Que este método intuitivo es un buen método salta a la vista, apenas advertimos
cuánto esfuerzo realizamos para lograr apropiarnos de ciertos procedimientos a los que
arribamos por otra vía: por ejemplo, siguiendo las lecciones de un maestro o luego de
arduos esfuerzos de reflexión.
Los rasgos dominantes del método de la intuición son los siguientes: a) inmediatez; b)
involucramiento personal-corporal; c) individualismo e incomunibabilidad; d) emotividad; e)
resistencia (individual) al cambio; f) holismo o totalismo; g) presencia actual del pasado (o
olvido de la historicidad o recaída en la inmediatez).
Los rasgos dominantes del conocimiento que produce el método de la tradición son
los siguientes: a) mediación didáctica; b) comunicabilidad; b) colectivismo; c) fijeza o
inmutabilidad; d) carácter involuntario o supraindividual; e) carácter indiscutible; f)
3 Comparar este enfoque de Peirce con la revaloración de la tradición que se hace desde la
perspectiva metodológica hermenéutica, en especial el aporte de G. Gadamer, algunos de cuyos
aspectos se tratarán en la Unidad 22: “Aspectos críticos en la aplicación de modelos en ciencias
sociales”. Nota del Editor.
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constante referencia a la historicidad.
Premisa: ~Fa
_____________________
Se concluye: ~Ga v ~(x) (Gx ⊃ Fx)
Eso significa que cuando una hipótesis nos lleva a una predicción fallida, entonces
una de dos: o debemos descartar que estemos frente a un caso al que se le aplica la
hipótesis o debemos desechar la hipótesis misma.
Supongamos, a modo de ejemplo, que hemos arribado a la siguiente hipótesis: “La
enfermedad Z (v.g. la sífilis) es producida por la bacteria X (digamos, el Treponema
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pallidum).” Si esa hipótesis fuese buena, entonces estaríamos en condiciones de predecir
que todo sujeto que todo caso de sífilis debería implicar que el paciente diagnosticado
habría entrado en contacto con la bacteria X. Supongamos ahora que nos reportan un
nuevo caso (digamos, el caso a, en cierto Hospital. Conforme a nuestras premisas (es decir,
1. La hipótesis y 2. el diagnóstico que afirma que a es un caso de sífilis) estamos obligados
lógicamente a predecir que el paciente ha entrado en contacto con la bacteria el
Treponema pallidum. ¿Qué pasaría en caso de que no se encontrara ningún rastro de dicha
bacteria? En esas circunstancias (si el rastreo fuese confiable) sólo quedan dos caminos: 1.
el diagnóstico ha sido mal hecho: no estamos frente a un caso de sífilis; o 2. la hipótesis de
que la sífilis es causada por esa bacteria debe ser abandonada, ya que la enfermedad sífilis
no la tiene como causa principal.
A partir de este ejemplo, hagamos una comparación del método de la ciencia con los
tres métodos anteriores. Según lo dicho, la creencia en torno a la causa de esta
enfermedad no obtendría su validez o sustentabilidad por el sólo hecho del grado de
persuasión que ella me produce; tampoco surge del hecho de ser una idea sostenida por
alguna tradición venerable; ni tampoco surge (esto es importante advertirlo) de la
congruencia que ella tenga con el resto de los saberes bien establecidos, es decir, nuestra
fuente de adhesión a ella no se desprende de su buena fundamentación especulativa; no se
valida invocando una supuesta razonabilidad. El corazón mismo de la validación científica
de una creencia está en otro lado: ni en la persuasión interna, ni en la tradición, ni en la
razonabilidad, sino sólo en la eficacia que pueda exhibir esa creencia a la hora de anticipar
cómo se comportarán los hechos. Este método haría suyo de buen grado aquel adagio que
dice: “hechos son amores y no buenas razones”.
Ahora bien, esta apelación a los hechos que caracteriza a la ciencia no sólo funciona
como un criterio de validación, sino también como un nuevo modo de orientar los
descubrimientos. Es decir, la experimentación no sólo funciona como un test para
determinar la bondad de una hipótesis sino también como un camino para alumbrar nuevas
hipótesis. La búsqueda deja de orientarse de modo predominante por las preguntas que se
derivan de la especulación para hacerlo por los interrogantes que plantean las posibilidades
de los controles empíricos, además de los resultados de los mismos hechos experimentales.
Ya no nos podemos detener ante preguntas de extremada generalidad como ¿qué es la
inteligencia?. O ¿cuáles son los factores que intervienen en los procesos formadores de la
inteligencia?, sino que habrá que avanzar hasta alcanzar los niveles suficientemente
particulares que posibiliten constataciones empíricas, por ejemplo: ¿qué relación guardan
los procesos de socialización con las estructuras cognitivas?; y, particularmente, ¿de qué
manera aparecen modificadas las estructuras cognitivas X cuando se alteran los procesos
de socialización Z ?, etcétera.
Reiteramos: la adopción de la “contrastación empírica” como criterio de
sustentabilidad de las hipótesis no sólo implica un nuevo criterio de validación sino también
nuevos criterios heurísticos, es decir, nuevos criterios para elegir los contextos de
descubrimiento. Una consecuencia trascendental de este nuevo criterio metodológico es la
definitiva irrupción de un nuevo carácter en el conocimiento: el carácter operatorio. Las
creencias parecieran distanciarse de modo creciente del saber predominantemente
contemplativo o teórico del método metafísico para pasar de manera decisiva a un saber
activo, operativo y pragmático.
La observación intencional (no ocasional) en situaciones controladas o
deliberadamente provocadas engendró la noción misma de “experimento” o de
“observación de laboratorio”, y por esa vía, comenzó a desarrollarse un nuevo concepto de
tradición y de autoridad: la autoridad de los tribunales evaluadores de los informes, y de la
“cultura de laboratorio” como de la tradición de los hechos bien establecidos. Cultura
esencialmente escrita y difundida; compuesta por protocolos, memorias de experimentos y
por informes (publicados) que sintetizan y extraen consecuencias generales del conjunto de
aquellas observaciones que pueden acreditar dos virtudes esenciales: validez y
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confiabilidad.
Más adelante, tendremos oportunidad de examinar con mayor riqueza de detalles y
mayor profundidad todo lo que implica esta nueva base metódica de la ciencia. Por ahora,
nos conformaremos con esta primera presentación esquemática que reduce el método de
la ciencia a estos dos conceptos primordiales: hipótesis y contrastación empírica. Nos
conformaremos con aceptar esta versión de la ciencia que, no obstante, se mostrará
posteriormente como una versión restringida o disminuida del trabajo científico. El supuesto
central del método científico, según esta primera versión, consiste en el control de las
opiniones mediante las contrastaciones empíricas de laboratorio de las consecuencias
implicadas en creencias hipotéticas (es decir, tomadas a título de hipótesis):
Su hipótesis fundamental, expresada en un lenguaje más familiar, es ésta.
Hay cosas reales cuyas características son enteramente independientes de
nuestras opiniones sobre las mismas; estos reales afectan a nuestros sentidos
siguiendo unas leyes regulares, y aun cuando nuestras sensaciones son tan
diferentes como lo son nuestras relaciones a los objetos, con todo,
aprovechándonos de las leyes de la percepción, podemos averiguar mediante el
razonar cómo son real y verdaderamente las cosas; y cualquiera, teniendo
suficiente experiencia y razonando lo bastante sobre ello, llegara a la única
conclusión verdadera. La nueva conclusión implicada aquí es la de realidad.
(Peirce. 1988a:194 y 195.)
Cuando Galileo hizo rodar por el plano inclinado las bolas cuyo peso había
determinado él mismo; cuando Torricelli hizo soportar al aire un peso que, de
antemano, había pensado igual al de una determinada columna de agua que le
era conocida; cuando más tarde Stahl transformó los metales en cal y la cal en
metal, quitándoles o restituyéndole algo, esto fue una luminosa revelación
para todos los físicos. Ellos comprendieron que la razón sólo ve lo que ella
misma produce previamente, según sus propios planes...” [Kant, “Prefacio” de
1787 a la Crítica de la Razón Pura]
…en la lengua no hay más que diferencias. Todavía más: una diferencia
supone, en general, términos positivos entre los cuales se establece; pero en la
lengua sólo hay diferncias sin términos positivos. (1959:203)
Sustancia Dependencia
Comunidad
(dependencia/sustancia)
Pareciera que la respuesta es un SÍÍÍ rotundo: es obvio que estamos seguros que
nosotros mismos nos alimentamos y lo hacemos en esa rutina imperiosa que son nuestras
comidas diarias. Y sin embargo, la disciplina científica que investiga los procesos como el
de la alimentación (la fisiología) nos informa de algo asombroso: a saber, que cuando
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nosotros desarrollamos ese acto casi siempre deliberado que llamamos “comer”, en
realidad no estamos agotando (¡ni muchos menos!) el trabajo de la alimentación y que
nosotros, en tanto sujetos conscientes, no somos de ninguna manera los únicos sujetos
de esos procesos. Antes incluso de que hallamos decidido comer ese pan o esa fruta,
otros sujetos (es decir, otros centros de acción) están actuando, es decir, conglomerando
sus acciones para que suceda eso que llamamos “nuestra alimentación”. Antes incluso
de que se haya deglutido un bolo alimenticio, las seis glándulas salivares que tenemos en
nuestro cuerpo han comenzado a producir secreciones que se mezclarán (en condiciones
normales) con los trozos de pan o de fruta que están siento masticados. Esta sustancia
llamada “saliva” cumple funciones imprescindibles según se puede leer en cualquier
enciclopedia, y de las que como sujetos conscientes no tenemos ni la menor idea, por
ejemplo, romper el almidón en maltosa, glucosa y oligosacáridos; disolver, gracias a una
de las enzimas que contiene, los alimentos sólidos para ponerlos en condición para las
secreciones intestinales puedan actuar posteriormente; estimular la secreción de enzimas
digestivas; lubricar la boca y el esófago para permitir el paso de sólidos, etc., etc.
Con lo ya dicho sobre el proceso alimentario basta. Volvamos a la pregunta que nos
hicimos: ¿quién se alimenta cuando nosotros nos alimentamos? La respuesta es: “Ça
depend”. ¿De qué depende? Del nivel de sujeto al que nos estemos refiriendo, ya que lo
que hacemos nosotros (en tanto organismo multicelular total, con relativa capacidad para
actuar deliberadamente) es, a lo sumo, aportar a las condiciones de posibilidad para que
otros sujetos hagan su propio trabajo, hasta llegar finalmente al proceso de alimentación de
los agentes mínimos (?): los individuos unicelulares, agrupados en numerosísimas
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poblaciones de todo tipo: algunas, sí forman parte del “glorioso cuerpo humano”, pero
muchísimas otras no pertenecen al género humano, y pese a ello colaboran con nuestra
especie (al mismo tiempo que nosotros contribuios con sus propias condiciones de
alimentación): la humilde Escherichia coli, por ejemplo.
Pues bien, así como la cuestión sobre la alimentación resultó
mucho más compleja que lo que creíamos, análogamente podríamos imaginar que no han
de ser simples las respuestas a preguntas como: ¿quién percibe cuando percibimos? o
¿quién habla cuando hablamos? o ¿quién piensa cuando pensamos?
Podemos ahora, usando la analogía (sólo útil para dirigir la búsqueda, mas no para
culminarla), imaginar que hay en la percepción, en el habla, en el pensamiento una
inmensa cantidad de sujetos actuantes que aunque no sean reconocidos por nosotros
cuando percibimos, hablamos o pensamos, sin embargo, están haciendo también su
trabajo: para nosotros pero también en nosotros, por nosotros y para algún Otro, aunque no
lo sepamos: es decir, para la Comunidad, el Estado y la Sociedad Civil. Así como nosotros
nos aprovechamos de los procesos de putrefacción o fermentación que ejecuta la flora
intestinal, así también, quizás nuestras charlas o nuestras fiestas y canciones, por ejemplo,
aprovechen a la “vida” de una Comunidad, o un Estado o una Sociedad Civil que se “nutre”
de esos perpetuos episodios protagonizados por nosotros, los individuos orgánicos.
La síntesis y conclusión de este largo circunloquio es que: es razonable concebir a
los conglomerados de moléculas y células, de individuos, de Comunidades, y de Estados
como genuinos sujetos de los métodos que producen creencias, y que, en tanto tales,
tienen funciones imprescindibles para la autorregulación de cada uno de tales
conglomerado. Es decir, que cuando nosotros aplicamos algunos de estos métodos, en
realidad, estamos siendo agentes mediadores de estas instancias sustantivo/subjetivas 6que
hemos llamado: individuo orgánico, Comunidad, Estado y Sociedad Civil. (A usted le queda
la difícil tarea de no olvidar ni un instante que estos es sólo un esquema y que donde
nosotros señalamos cuatro niveles y cuatro métodos sean identificables otros más, con sólo
cambiar la escala del análisis.)
En definitiva, nuestra propuesta consiste en sostener que el método de la tenacidad
es el método propio del individuo orgánico; que el método de la autoridad es el método
propio de las Comunidades; que el método de la reflexión es el procedimiento peculiar que
emplean las sociedades con Estado y, finalmente, que el método de la ciencia es el
“camino” por el cual producen sus opiniones las Asociaciones Civiles.
Dado que estos órdenes de la realidad se han ido constituyendo a lo largo del tiempo
en esa secuencia (1º los individuos; 2º las Comunidades; 3º los Estados y 4º las Sociedades
Civiles), y si admitimos además que toda génesis escalonada (o “epigénesis”), como ésta,
implica que lo anterior es relativamente más simple y es condición de desarrollo de lo
posterior, deberemos también aceptar que los métodos respectivos presentan estos rasgos
epigenéticos; este escalonamiento.
Resta, para concluir, una cuestión crucial: despejar qué relaciones guardan entre sí
los cuatro métodos.
Comencemos con la cuestión más notable, a saber, que pareciera haber entre todos
estos métodos oposiciones irreductibles en virtud de sus rasgos esenciales: la tenacidad (en
tanto método que atiende y se aferra al parecer individual) no puede menos que oponerse
a los otros métodos. La intuición (=tenacidad), cuando impera metódicamente, no admite
autoridad externa; excluye la reflexión; se opone a ser tratada como una “mera hipótesis” y
ciertamente no nos permitiría abandonarla frente eventuales fallidos durante la
contrastación empírica. Lo mismo se repite para cualesquiera de los restantes métodos. En
síntesis, ellos se oponen entre sí, y es lógico que así sea. Es una verdad de razón dado que
se impone por razones de principio. Sin embargo, por otro lado, es una verdad de hecho
7 Aún cuando no hay doctrina universalmente admitida respecto del uso de estos términos, impera
cierto consenso básico: “estar constituido por”, se usa como sinónimo de “estar integrado o formado
por”. En cambio, “estar regulado por” sería sinónimo de “estar esencialmente supeditado a”. En ese
sentido, nuestros constituyentes nos condicionan. “Estar condicionado”, querrá decir, “poder hacer” o
“tener la posibilidad de hacer”. En cdambio, “Estar regulado” significará “deber hacer” o “tener la
obligación de hacer”. Si la “razón” fuese nuestra esencia (o diferencia especifíca), en ese caso, sus
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alcanza en esta ocasión con hacer referencia a la metáfora espacial implícita en la noción
de “niveles de integración” y sugerir que los términos “constitución” y “condición” hacen
referencia a lo que aporta el nivel “inferior” al “superior”: toda realidad está constituida o
condicionada por sus componentes; por sus ingredientes; es decir, por los niveles de
integración “inferiores”. En cambio, decimos de cada realidad que está regulada o
determinada por el todo del cual depende, o del cual forma parte. Es decir, por los niveles
superiores en los cuales se encuentra incluida (suprimida, conservada y superada).
Ayudémonos con una imagen que tome en cuenta algunos de los principales niveles
de integración que podemos imaginar en la realidad tal como la reconocemos actualmente:
Sociedad Civil
(eficacia)
Comunidad Cultural
(Tradición)
Bio-Comunidad 8
(tenacidad/”tradición”)
Organismos
(tenacidad)
metazoa
ORGANISMOS
protozoa
BACTERIAS CÉLULAS
rios
copresentes (constituyentes)
Las bacterias (protozarios) que están fuera del rectángulo de los metazoarios están,
por así decirlo, en una relación de copresencia con los metazoarios. Pero, las células
(también protozoarios) que están dentro del rectángulo, forman parte constitutiva de los
metazoarios: son “sus células”, y están supeditados, determinados, regulados por su
integración en la totalidad organísmica.
Pues bien, análogamente como hay vivientes unicelulares fuera del organismo
(copresentes) y células que forman parte de él (constituyentes), también hay intuiciones
fuera de la ciencia e intuiciones dentro de la ciencia; hay tradiciones fuera de la ciencia y
tradiciones que forman parte de ella; hay metafísica fuera de (e incluso contra) la ciencia y
metafísica dentro de la ciencia. Esta afirmación puede ser visualizada en el diagrama
anterior así:
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Filosofía
Sociedad Política (Estado) Científica
(reflexión/escritura)
Bio-Comunidad imitaciones
(percepción/mímesis) científicas
Organismos intuiciones
(percepción) científicas
(Instintos)
“… Suele ser más fácil –escribió un gran científico- descubrir una verdad que
asignarle el puesto que le toca.” (F. de Saussure 1959:130.)
Pregunta 3. ¿Qué ventajas y qué desventajas presentan aquellas opiniones que no son
científicas, precisamente porque: a) no están fundadas ni son contrastables; b) no son
contrastables, aunque sí están fundadas; y c) no están fundadas, pero sí son contrastables?
Las ventajas y desventajas de los métodos no pueden ser examinados en abstracto
sino por referencia a la forma de vida respecto de la cual son funcionales y esto nos remite
a la última de las preguntas que quedaron planteadas:
Pregunta 4. ¿la vida humana constituye un escenario homogéneo en el que estos tipos de
opiniones compiten con las mismas posibilidades en cuanto a satisfacer las necesidades de
los hombres, o, por el contrario, eso que llamamos “vida humana” encierra “regiones” cuya
índole peculiar tornaría más propicia a una forma de conocimiento y no a otras? ¿No será
que los diversos tipos de opiniones están llamados a resolver distintas exigencias de la vida
humana y que constituye un gravísimo error pretender que un único tipo de conocimiento
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impere en la totalidad de la existencia humana?
Sin duda, cuando un individuo está interesado en adquirir un cierto bien (digamos un
inmueble) será para él predominante la función referencial de las proposiociones mediante
las cuales le trasmiten lo que va a encontrar en dicho objeto. ¿Qué entendemos por
“función referencial”? Entre las diversas funciones que los lingüistas le asignan al lenguaje
(emotiva o expresiva, fática, conativa, etc. -cfr. R. Jakobson, 1985:352 y ss) la función
referencial es aquella que consiste en asumir un compromiso sobre la objetividad del
estado de cosas a las que la proposición alude. Es fácil admitir que el método de la ciencia
está esencialmente preocupado por la función referencial, ya que su preocupación
primordial es, precisamente, confirmar o refutar el estado de cosas referido por la
predicción hipotético.
Pero, el valor referencial de las proposiciones que expresan nuestros conocimientos
¿es siempre y en toda circunstancia el principal valor de las creencias? Huelga contestar
que NO.
Supongamos las siguientes circunstancias:
1. Pedro siente frío: se estremece y se acurruca...
2. Pedro dice: ¡Chuy, chuy! o, simplemente, exclama “¡brrrr... qué frío que hace!”
3. Pedro sostiene en una reunión: “Para la estación en la que estamos este frío no es
normal.”
4. Y, por último, Pedro informa: “Hace una temperatura de 12 grados en la escala
Celsius, y una sensación térmica de 10 grados y estos valores están por encima de la media
de los últimos 10 años.”
Todas esas son opiniones; son creencias. ¿Qué distingue una de otras? Sin duda que
la expresión que figura en cuarto lugar no protege a Pedro del frío como sí lo hace la que
figura en primer lugar. Su cuerpo no sólo ha expresado el frío (circunstancia quizás
indeseada), sino, ante todo, lo ha conjurado o, más correctamente, lo ha contrarrestado. La
circunstancia que aparece en segundo término, ha tenido como especial intención
comunicar a otros, con los cuales se comparten códigos muy primarios, como pueden ser
las interjecciones (“chuy, chuy”; “brrrr”…). La tercera pretende, en cambio, expresar una
verdad general, por referencia a un patrón universal. Tal como está formulada no es
constatable, pero sí implica la referencia a una trama de relaciones, con el propósito de
establecer una afirmación absoluta. Sólo la cuarta presenta con compromiso referencial que
es susceptible de confirmación o refutación, mediante alguna operación concreta. Pero, de
ninguna manera desprenderemos de ese hecho que las otras creencias carecen de todo
valor. Cada una de estas expresiones cumple funciones fácilmente apreciables para nuestra
vida y no tiene caso proponer algún mecanismo que reduzca a la unidad esta variedad de
alternativas.
Concluiremos diciendo, entonces, que la concepción de la ciencia como el
conocimiento resultante de la operación hipotético-deductiva es, en verdad, una
concepción de una ciencia restringida (o, quizás habría que decir, “ciencia disminuida”). Si,
por el contrario, pretendemos tener una visión rica, rigurosa, abarcativa de los rasgos
fundamentales de la práctica científica, entonces, deberemos reconocer que el método de
la ciencia en sentido riguroso es el arte de combinar los cuatro métodos: la intuición, la
tradición, la reflexión o fundamentación y la contrastación, en una labor que sólo alcanza su
plenitud como ideal: el de la perpetua búsqueda de la verdad para todos.
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