Teologia Moral (Internet)
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1.4
Analizando la definicin de Teologa Moral, encontramos los siguientes elementos: a) Es parte de la Teologa porque, como explica Santo Toms de Aquino (cfr. S.Th., I, q. 2, prol.), se ocupa del movimiento de la criatura racional hacia Dios, siendo precisamente la Teologa la ciencia que se dedica al estudio y conocimiento de Dios. b) Que trata de los actos humanos, es decir, de aquellos actos que el hombre ejecuta con conocimiento y con libre voluntad y, por tanto, son los nicos a los que puede darse una valoracin moral. De esta manera se excluyen otro tipo de actos:
Los que, aunque hechos por el hombre, son puramente naturales y en los que no se da control voluntario alguno: p. ej., la digestin o la respiracin. Los que se realizan sin pleno conocimiento: p. ej., aquellos realizados por un demente, o la omisin de algo por un olvido inculpable. Los que se realizan sin plena voluntad: p. ej., una accin realizada bajo el influjo de una violencia irresistible.
c) En orden al fin sobrenatural. Esos actos humanos no son considerados en su mera esencia o constitutivo interno (lo que es propio de la psicologa), ni en orden a una moralidad puramente humana o natural (lo que corresponde a la tica o filosofa moral), sino en orden a su moralidad sobrenatural: es decir, en cuanto acercan o alejan al hombre de la consecucin del fin sobrenatural eterno. De acuerdo con esto, podemos encontrar en la Moral cuatro elementos, que de alguna manera la constituyen:
1) El fundamento en que descansa, es decir, el motivo en el cual se apoya para prohibir o prescribir las acciones humanas. Se trata de un fundamento inmutable: la Voluntad santa de Dios, guiada por su Sabidura. 2) El fin que se propone con un mandato o con una prohibicin: encaminar al hombre a la posesin eterna del bien infinito. 3) La obligacin que impone, que es el vnculo moral que liga a la voluntad estrictamente, para que acte conforme al mandato divino. 4) La sancin con que remunera: el premio eterno que merece quien cumple la Voluntad de Dios, o el castigo tambin eterno a que se hace acreedor quien la quebranta.
COMO
CIENCIA
DE
LA
La Teologa Moral se presenta como la ciencia de la felicidad porque muestra los caminos que a ella conducen. Los preceptos que ensea tienen sentido precisamente por la promesa de la bienaventuranza eterna que Dios ha hecho a quienes los cumplen.
Todos los razonamientos sobre la conducta no son sino una respuesta a la pregunta sobre la felicidad del hombre: El hombre no tiene otra razn para filosofar m s que su deseo de ser feliz, escribi San Agustn en la Ciudad de Dios (1. XIX, c. 1). Felicidad terrena y orientacin al fin ltimo son cuestiones paralelas: quien se encuentra orientado en la direccin correcta va teniendo ya aqu iniciada la felicidad que poseer luego en plenitud: La felicidad en el cielo es para los que saben ser felices en la tierra (J. Escriv de B., Forja, 1005).
Y ya que el conocimiento y la prctica de las normas morales resulta la ms importante realidad en la vida del hombre, no se limit Dios a imprimir en la naturaleza humana esa ley moral, sino que adem s la ha revelado explcitamente para que sea conocida por todos, de modo fcil, con firme certeza, y sin mezcla de error alguno (Catecismo, n. 38).
A los auxilios extrnsecos de la Revelacin, Dios aade la ayuda de la gracia divina luz en la inteligencia y fuerza en la voluntad para la mejor comprensin y ejercicio de la vida moral. Esta mltiple accin divina deja ver que la ciencia de la moral ha de ser rectora de todos los actos humanos, para que estn siempre conformes con su fin sobrenatural eterno. De lo anterior se deduce la importancia y la necesidad de conocer, del modo m s completo y perfecto posible, los postulados, desarrollos y conclusiones de la ciencia moral.
concurso de las dems fuentes, de modo especial del juicio infalible del Magisterio de la Iglesia.
la doctrina de fe y de la ley moral (III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Documento de Puebla, n. 374).
La infalibilidad del Magisterio eclesistico no se da slo en cuestin de fe, sino tambin en cuestiones de moral y, dentro de sta, no exclusivamente en los principios generales, sino que llega hasta las normas particulares y concretas. Aclaramos lo anterior ante el error de quienes afirman que las normas concretas de la ley moral natural no pueden ser enseadas infaliblemente por el Magisterio de la Iglesia y, por tanto, es posible disentir de sus enseanzas cuando hay motivos justos.
Sostienen estos autores que el Magisterio slo puede ensear de modo infalible las normas morales reveladas por Dios explcitamente como de valor permanente, o las derivadas inmediatamente de ellas. El Concilio Vaticano II ensea, por el contrario, que el objeto posible de la enseanza infalible de la Iglesia no es slo lo que se contiene en la Revelacin explcita o implcitamente, sino tambin todo lo necesario para custodiar y exponer fielmente el depsito revelado. As fue explicado oficialmente por la Comisin Teolgica del Concilio en relacin al n. 25 de la Const. Lumen gentium (cfr. Acta Synodalia Sacr. Oecum. Conc. Vat. II, II, III, 1, p. 251. Tambin la Decl. Mysterium Ecclesiae de la S. C. para la Doctrina de la Fe, del 24-VI-1973).
Es indudable que hay algunas normas morales concretas contenidas en la Sagrada Escritura y en la Tradicin como permanentes y universales (especialmente el Declogo), que el Magisterio de la Iglesia puede ensear de modo infalible (cfr. CIC, c. 749).
Existen normas morales que tienen un preciso contenido, inmutable e incondicionado (...): por ejemplo, la norma que prohibe la contracepcin, o la que prohibe la supresin directa de la vida de la persona inocente. Slo podra negar que existan normas que tienen tal valor, quien negase que exista una verdad de la persona, una naturaleza inmutable del hombre, fundada en ltimo trmino en la Sabidura creadora que es la medida de toda realidad (Juan Pablo II, Discurso al Congreso Internacional de Teologa Moral, 10-IV-1986, n. 4).
La no aceptacin prctica de esas normas o de esa enseanza por parte de un elevado nmero de fieles, no puede aducirse para contradecir el Magisterio moral de la Iglesia (cfr. Ibid., n. 5). Cabe, adems, recordar que aunque las enseanzas del Magisterio acerca de la fe y de las costumbres no sean propuestas como infalibles, se les debe prestar un asentimiento religioso del entendimiento y de la voluntad (CIC, c. 752).
Es verdad que Dios quiere ante todo la opcin por El, la intencin recta, pero quiere adems las buenas obras (cfr. Sant. 3, 17-18). El error base de esta doctrina es olvidar que la libertad del hombre es la libertad limitada de una criatura herida por el pecado original y que, adems, se encuentra inmersa en el tiempo y en el espacio. Por eso, realmente no se decide por Dios en un slo acto y opcin como los ngeles, sino a lo largo de toda la vida, con muchos actos que van enderezando su voluntad hacia el Seor, de manera que su decisin de amarlo y de servirlo debe ser mantenida mediante una continua fidelidad. Es, por tanto, posible, que el hombre cometa pecados mortales no slo porque directamente se opone a Dios, sino tambin por debilidad. S.S. Juan Pablo II desautoriza expresamente este planteamiento cuando aclara: se deber evitar reducir el pecado mortal a un acto de opcin fundamental como hoy se suele decir contra Dios, entendiendo con ello un desprecio explcito y formal de Dios o del prjimo. Se comete, en efecto, un pecado mortal tambin, cuando el hombre, sabiendo y queriendo elige, por cualquier razn, algo gravemente desordenado (Exh. Ap. Reconciliacin y Penitencia, 2-XII-84, n. 17).
Contra esta desviacin, la doctrina catlica ensea desde siempre que la primera razn de la moralidad viene dada por la accin misma; que hay acciones intrnsecamente graves e ilcitas, al margen de situaciones lmite de cualquier tipo. An ms, puede haber circunstancias en las que el hombre tenga obligacin de sacrificarlo todo, incluso la propia vida, por salvar el alma.
Recordando la enseanza del Concilio de Trento (ses. VI, cap. XV) el Papa Juan Pablo II sale al paso de este error: existen actos que, por s y en s mismos, independientemente de las circunstancias, son siempre gravemente ilcitos por razn de su objeto. Estos actos, si se realizan con el suficiente conocimiento y libertad, son siempre culpa grave (Id., n. 18). As, siendo consecuentes con esta clara doctrina, diremos que nunca es lcito abortar, perjurar, blasfemar, etc., sean cuales fueren las circunstancias alrededor del individuo.
los mayores beneficios en la economa del mercado. Por ejemplo, si una publicidad inmoral alcanza enormes niveles de incidencia en el pblico consumidor, no habra nada que objetarle, ya que los beneficios que reporta son ptimos. Veamos las razones por las cuales es inaceptable el consecuencialismo tico.
PRIMERA: El hombre ha de saber que acta bien o mal al comienzo de su accin, y no al final, cuando sta ya fue realizada y es irremediable. Las consecuencias se dan al trmino de la accin y, en el mejor de los casos, podemos saber a posteriori, a partir de ellas, si la accin fue buena o no. Pero este conocimiento se da cuando menos interesa saberlo: ser til slo como experiencia para una actuacin futura, pero no para el momento en que se emite el juicio. SEGUNDA: La bondad o maldad de una accin basada slo en sus futuras consecuencias no puede constituirse en criterio de moralidad ya que en toda accin voluntaria y libre las consecuencias no ocurren infaliblemente: se suponen como meras hiptesis que pueden darse o no. Una ciencia de la moral no puede sustentarse en solas posibilidades. TERCERA: Las consecuencias que resultan de una accin est n necesariamente integradas dentro de la totalidad de ocurrencias del universo entero. Una consecuencia ser a su vez causa de una nueva consecuencia, y sta a su vez de otra, y as sucesivamente. El hombre cargara sobre s la responsabilidad de todo el universo; no slo de su mbito econmico y poltico, sino del universo entero, lo cual no puede hacer vlidamente, ya que no es Dios. Para que el hombre se aventurase a cargar con tal peso requerira al menos dos condiciones: que el nmero de consecuencias fuese finito, y que todas las consecuencias fuesen conocidas. Cualquier hombre sabe que ello es imposible, y que quien lo ha intentado se ha visto conducido al fracaso, p. ej., en la pretendida ilusin de gobernar todo a base de un totalitarismo centralista. TEOLOGIA MORAL Ricardo Sada y Alfonso Monroy