Hernández - Pedagogía de La Fe
Hernández - Pedagogía de La Fe
Hernández - Pedagogía de La Fe
Para hacer buenos programas de catequesis destinados a niños o adultos; para juzgar
seriamente un texto de catequesis; para evaluar la acción de un catequista de quien
dudamos de su capacidad; para mejorar los métodos prácticos y no caer en teatralismo o
esnobismo; para lograr todo esto, necesitamos de buenos principios catequéticos.
Siempre serán muy teóricos. Pero son como los cimientos: no se ven, pero nos
garantizan un resultado seguro.
Y lo mismo podemos decir desde el ángulo contrario: si los cimientos de una catequesis
son inseguros, de poco sirve la hermosa fachada.
Por eso, aunque hay muchos principios en catequética, unos serán obviamente más
fundamentales. Y otros serán secundarios. Nosotros deseamos fijarnos en los que a
nuestro juicio son fundamentales.
- Principios antropológicos: son criterios humanos que facilitan una acción eficaz y
equilibrada en la catequesis.
Sin embargo, la buena catequesis debe equilibrar la referencia a todos estos elementos.
De lo contrario, resultará una catequesis apoyada en cimientos disparejos. Para asegurar,
pues, este equilibro, podemos hacer el siguiente ejercicio: contar el número de
principios que se orientan a la definición del objetivo deseado; contar los que se refieren
a la adaptación al destinatario; y contar los que tratan sobre la selección del contenido.
Si el número de principios que manejamos tiene una proporción semejante para cada
uno de estos elementos, ¡felicidades! Porque nuestra catequesis está regida por un
conjunto de principios equilibrado. Pero, si no es así, hay que revisar nuestros
cimientos.
La teoría suele parecer poco práctica a la mayoría de las personas. Pero no es así. ¿Por
qué aparecen llamativos algunos métodos de catequesis que, después de poco tiempo,
todos dejamos de lado? Muy simple: porque no tenían buenas bases teóricas. Eran
intuiciones bien intencionadas... pero que no fueron fundamentadas y analizadas
seriamente con sólidos principios. Dicho de otro modo: una casa, con malos cimientos,
no puede durar.
La catequesis, pues, debe orientarse por unos principios. Algunos repercutirán en todos
los pasos de su acción: en los objetivos, en los contenidos y en los destinatarios. Pero
otros principios influirán principalmente sólo en algún aspecto. Por ejemplo, si decimos
que la catequesis debe seguir el principio básico de la adaptación, estamos tocando
todos los elementos de la acción catequística, pues el principio nos dice que debemos
adaptarnos al contenido, al fin y al método. Pero si decimos que la catequesis debe
seguir el principio de adaptarse al destinatario, estamos haciendo hincapié‚ en un sólo
aspecto: el destinatario.
Por esto, primero vamos a exponer los principios generales que repercuten m s
directamente sobre todos los pasos o elementos de la catequesis. Ser como poner los
cimientos del edificio. Después, presentaremos los principios que se fijan más en alguno
de los elementos. Será como levantar las columnas de la estructura.
Necesitamos ser fieles a Dios transmitiendo toda su doctrina; debemos ser fieles a Dios
siguiendo todas las inspiraciones que nos vengan del Espíritu; debemos ser fieles al
mensaje de Dios, para presentarlo tal y como aparece en la Tradición, en la Escritura y
en el Magisterio eclesial; debemos ser fieles al ritmo de Dios, siguiendo el paso de la
gracia; debemos ser fieles a Dios, aunque nos cueste humillación y rechazo ocasional.
Pero también tenemos que ser fieles al hombre, porque es a quien debemos catequizar.
Y somos fieles al hombre aceptando sus valores culturales; adecuándonos a su ritmo de
crecimiento en la fe; ayudándole a superarse integralmente, en lo humano y en lo
cristiano, aún a costa de nuestro sacrificio; hablándole claramente de las exigencias de
su compromiso bautismal.
La catequesis busca educar la fe. Pero la fe tiene dos dimensiones: la recepción del
mensaje evangélico y su aceptación. Es decir, la fe se logra recibiendo el mensaje de
Dios en la inteligencia. Y también aceptándolo con la voluntad. La catequesis, pues, no
debe convertirse sólo en la transmisión de "cultura religiosa". Ni tampoco en una simple
motivación nacida de experiencias espirituales. Debe lograr ambos resultados.
G. La catequesis debe dar prioridad al catequista sobre el resto de los elementos: Hay
evangelizadores que ponen el éxito de su esfuerzo en los materiales didácticos. Hay
pastores que esperan mejorar la catequesis de su pueblo creando sólidas estructuras
organizativas en la comunidad. Hay instituciones que desgastan sus esfuerzos en
construir centros maravillosos y preparar programas serios para mejorar su acción. Pero
todo esto es secundario.
La catequesis tiene como finalidad educar la fe. Pero podemos educar una fe
incompleta. Es obvio que debemos lograr una catequesis que supere las limitaciones de
una fe sólo teórica, de una fe reducida a la práctica litúrgica, de un cristianismo
superficial, de unos métodos sólo memorísticos, etc. Para lograr el completo desarrollo
de la fe, creemos que se deben seguir estos principios fundamentales:
Hay que buscar los frutos de catequesis adecuados a la etapa de desarrollo cristiano que
corresponde a cada persona: Tratándose de niños o adolescentes, este principio tiene
menos aplicación. Pero tratándose de jóvenes o adultos es de máxima importancia. ¿Por
qué? Porque la vida del cristiano pasa por varias etapas:
Es evidente que cada persona puede vivir estas etapas en modo variado y mezclando
algunas etapas con otras. También podemos encontrar creyentes que hayan vivido las
primera etapas durante los períodos iniciales de su vida y están ya en las etapas más
avanzadas. Pero las crisis de la vida y el desarrollo personal exigen a la mayoría
readaptaciones y ajustes para ir creciendo en la fe. Por eso, el catequista debe tener buen
olfato para descubrir la etapa de desarrollo en la fe que vive cada uno de sus
destinatarios.
Lo común es que cada cristiano pase de una etapa a otra sin saltos bruscos. El
crecimiento espiritual, árbol robusto nacido de la semilla bautismal, crece lenta y
progresivamente. Por lo tanto, seria muy imprudente pretender que un adulto muy
alejado de Dios pase, en pocas semanas, de la conversión inicial a la profundización en
la fe y al compromiso apostólico. Lo normal es que suba las escaleras de su progreso
interior peldaño a peldaño.
Una catequesis que se reduzca a una sola de las facultades humanas o descuide alguna
de ellas ser una catequesis pobre. Pues ¿qué diríamos de un catequista que motiva
mucho a sus catecúmenos, pero no logra que conozcan todo el mensaje evangélico? O
¿qué fruto dejaría un catequista que logra hacer memorizar todas las bienaventuranzas a
sus alumnos sin que las comprendan?
Es obvio que estos cambios pueden ser internos y no percibirse en el exterior. Por
ejemplo, un catecúmeno decide ser más disponible o aumenta su compromiso de
caridad con más vigor. Estas transformaciones no se manifestarán de inmediato en su
actuar exterior. Pero ha habido una conversión real y profunda hacia la vida del
Evangelio.
La catequesis debe lograr la autoconvicción de la fe: La autoconvicción es la seguridad
personal que tiene el cristiano por haber hecho propio un valor del Evangelio. La falta
de autoconvicción es fundar las propias seguridades en lo que dicen los demás o en la
inercia. La fe no puede ser obviamente una rutina o mantenerse por la presión del
ambiente.
"Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la
humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad:
"He aquí que hago nuevas todas las cosas". Pero la verdad es que no hay humanidad
nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos, con la novedad del bautismo y de la
vida según el Evangelio. La finalidad de la evangelización es por consiguiente este
cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor seria decir que la
Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de
convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la
actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos" (EN 18).
La catequesis tiene que transmitir el mensaje evangélico. Pero no puede repetir hoy las
enseñanzas de Cristo como lo hizo Nuestro Señor por los senderos de Palestina. Debe
ordenar la doctrina en un sistema de ideas y principios adecuado y comprensible al tipo
de personas a quienes se dirige. Dicho de otro modo, debe ordenar las enseñanzas de la
fe en un esquema sistemático lo más correcto y actual posible.
Y no es fácil. ¿Cuántas veces hay programas de catequesis que privilegian los temas
sacramentales y olvidan los morales? ¿Cuántas veces hay programas de catequesis que
producen ideas confusas sobre la vida espiritual en los catequizandos? O ¿cuántas veces
los dogmas enseñados no tiene bases o contienen herejías semiocultas? Para lograr una
transmisión de la fe completa y adecuada, creemos que deben seguirse estos principios:
Por otro lado, según cada edad o capacidad cultural, siempre podemos respaldar
nuestras enseñanzas con una referencia a las fuentes de la Revelación. Podemos lograrlo
con un simple proceso deductivo que arranca de un símbolo de fe; o con un ejercicio
inductivo que compara varios escritos. No se trata de grandes complicaciones
científicas. Se trata de ofrecer la fe apoyada en sus cimientos históricos y racionales.
Elegimos esta división porque consideramos que la última parte no se puede reducir
válidamente a las anteriores.
Un programa de catequesis que descuide una o algunas de las cuatro partes, es un mal
programa para educar la fe. Es obvio que puede haber algún acento e inclinación sobre
una de las partes. Pero no podemos caer en el olvido o en una reducción notoria.
Podemos decir, pues, que hay un tronco básico de la doctrina cristiana y muchas ramas
frondosas. Para educar la fe de nuestro destinatario, necesitamos ayudarle a asimilar
sólidamente el tronco que sostiene todo el árbol de fe. En la medida de que
dispongamos de más tiempo, iremos completando el perfil de todo el mensaje
evangélico con los demás elementos. Pero sólo lograremos este objetivo si nuestra
catequesis es sistemática y orgánica. Es decir, si sabemos distinguir lo nuclear de lo
periférico. Y si sabemos iniciar desde la base y construir ordenadamente desde una
articulación hasta la siguiente.
PARA REFLEXIONAR:
La eficacia es una palabra arriesgada. Produce terror a los hermanos separados. Ellos
consideran que sólo Dios puede dar eficacia en el alma. Y despierta recelos en los
estudiosos católicos. Porque temen volver a posibles polémicas del siglo XVIII sobre
las complicadas relaciones entre la libertad y la gracia. Pero es imprescindible referirnos
a la eficacia a la hora de hablar de catequesis. Porque, si una catequesis es ineficaz,
¿para qué hacerla? Y, si queremos dar buenos frutos en la catequesis, ¿cómo dejar de
analizar lo que apoya o frena nuestra tarea?
Por esta razón, cuando hablamos aquí de catequesis eficaz, nos referimos a la eficacia
que nace de los mecanismos y recursos humanos. Es decir, la eficacia salvífica, esa que
está más allá de nuestro horizonte, la dejamos a la acción amorosa y libremente
comprometida de Dios. Pero ¿qué podríamos decir de un catequista que no se esforzara
por mejorar la eficacia de su labor, dejando al Espíritu Santo toda la tarea? O ¿qué
diríamos de un catequista que entorpece la acción de la gracia por su pereza o descuido
al preparar la catequesis?
Es mejor que cada sesión de catequesis se concentre en un sólo objetivo. Es mejor que
cada sesión de catequesis se concentre en un sólo mensaje. Muchos catequistas caen en
la tentación de enseñar muchas cosas; de querer transmitir, en unos minutos, todo lo que
han contemplado o asimilado a lo largo de muchos años; de no conformarse con hacer
crecer al catecúmeno un poco cada día; de no tener paciencia ante el crecimiento
espiritual de sus destinatarios. Se olvida la ley del "poco y bueno, dos veces bueno".
Toda catequesis debe motivar: Motivar es poner en movimiento los motores que
mueven a la persona desde dentro. No es producto del simple proceso intelectual. No es
producto de los simples sentimientos. No es el resultado de la presión. Todos estos
elementos mueven a las personas. Pero las mueven superficial y temporalmente.
Por eso, ayudar a memorizar los datos fundamentales de la doctrina es una labor
imprescindible para una catequesis eficaz. Se puede lograr con diversos medios. Pero es
evidente que la transmisión de la fe depende del memorial que la Iglesia, es decir los
creyentes, conserven del Evangelio.
La catequesis debe adaptarse siempre al destinatario: Para poder educar la fe, es preciso
adecuarse al lenguaje, a la cultura, a las circunstancias sociales o ‚étnicas de quien va a
recibir el mensaje. Es la ley del recipiente: el mejor licor necesita de un buen recipiente
para poder conservarse y paladearse. Todo esfuerzo de adaptación es, pues, inestimable.
Y necesita hacerse constantemente. Pues ¿c¢mo puede un catequista utilizar un
catecismo o explicar un misterio de la fe igual hoy que hace cincuenta años?
Es obvio que estos principios deben bajarse a aplicaciones concretas. Pero este apartado
se realiza en el curso de metodología.
PARA REFLEXIONAR:
"Las Iglesias particulares profundamente amalgamadas, no sólo con las personas, sino
también con las aspiraciones, las riquezas y límites, las maneras de orar, de amar, de
considerar la vida y el mundo que distinguen a tal o cual conjunto humano, tienen la
función de asimilar lo esencial del mensaje evangélico, de trasvasarlo, sin la menor
traición a su verdad esencial, al lenguaje que esos hombres comprenden, y, después, de
anunciarlo en ese mismo lenguaje.
La catequesis no es sólo fruto de recursos humanos: hay que dejar espacio a la acción
del Espíritu Santo:
La educación de la fe necesita del catequista tanto como de la acción del Espíritu Santo.
No es una obra al alcance de las fuerzas humanas. Necesita de la acción vivificante de
Dios que da al hombre la fuerza para aceptar en su corazón el elevado misterio del
Infinito. Por eso, nunca debe faltar la oración sincera, la vida sacramental
comprometida, la docilidad constante al Espíritu que pide entrega y dedicación
desinteresadas.
Hay que conocer bien, pues, a nuestros destinatarios. He aquí¡ algunos principios que
pueden orientar nuestro esfuerzo por conocer bien a las personas con quienes
trabajamos:
a. El catequista debe descubrir las raíces culturales de sus destinatarios: Entendemos por
raíces culturales el conjunto de valores humanos, artísticos, sociales, morales y
religiosos que tiene cada grupo social o comunidad. Normalmente, el catequista tiene
las mismas raíces culturales de sus alumnos. Suele ser miembro de su misma comunidad
y tiene su mismo pasado. Pero, si no pertenece a la comunidad en la que imparte su
catequesis, necesita urgentemente conocer los fundamentos humanos sobre los que
viven sus catecúmenos.
También puede suceder que alguno o algunos de los alumnos han venido de otra
comunidad y tienen unas raíces diferentes. Es una complicación mayor. Pero el
catequista deber hacer un esfuerzo por tener en cuenta las posibles diferencias de puntos
de vista para hacer las aclaraciones oportunas durante su catequesis.
b. Hoy es necesario tomar las previsiones necesarias porque vivimos en una etapa de
transición cultural: Vivimos un momento de grandes cambios culturales. Basta pensar
cómo era la vida hace treinta años y cómo ser dentro de otros treinta. Y los cambios no
son sólo en los aparatos eléctricos que ocupan nuestro hogar o en la facilidad para viajar
o comunicarnos con personas alejadas. Est n cambiando nuestros valores. Se van
imponiendo los valores materialistas y no religiosos. Vivimos tendencias mundiales de
unión y estandarización de vida. Y, así como es buena la unidad, no es beneficiosa la
tendencia a hacernos todos iguales... en lo malo.
Los enemigos del cristiano van cambiando. Pero el Cristianismo debe seguir siendo el
elemento crítico que exija al mundo crecer en los valores integrales del hombre. Es un
momento de siembra. Ganar quien coloque la semilla m s profundamente. Pero, si nos
distraemos, las respuestas del Evangelio que demos a nuestros alumnos, no les servir n
dentro de unos años. La catequesis debe ser hoy m s profunda y sólida que hace treinta
años, cuando se vivía un ambiente uniformemente católico en nuestra sociedad.
d. Hay que dar prioridad a las personas sobre la organización o los instrumentos: La
realidad latinoamericana es muy cambiante. Vivimos en una etapa de transición cultural
e histórica. Lo que hoy es muy útil, puede quedar obsoleto en pocos años. Hacer
hincapié en que nuestra catequesis ser mejor si tenemos mucha organización, o que
disponer de muy buenos catecismos y audiovisuales nos dar mucho fruto, es un error
muy común. Necesitamos personas. Son los catequistas quienes pueden adaptarse a los
cambios rápidos y variados de nuestro alocado mundo. Son los catequistas quienes
pueden adaptarse verdaderamente a las personas y a sus nuevas situaciones.
"Así pues, el Catecismo ha de presentar lo nuevo y lo viejo (cf. Mt 13,52), dado que la
fe es siempre la misma y, a la vez, es fuente de luces siempre nuevas. Para responder a
esa doble exigencia, el Catecismo de la Iglesia católica, por una parte, toma la estructura
"antigua", tradicional, ya utilizada por el catecismo de San Pío V, distribuyendo el
contenido en cuatro partes: Credo, sagrada Liturgia, con los sacramentos en primer
lugar; el obrar cristiano, expuesto a partir del Decálogo; y, por último, la oración
cristiana. Con todo, al mismo tiempo, el contenido se expresa a menudo de un modo
"nuevo", para responder a los interrogantes de nuestra época" (FD 2).
A. La pedagogía de Dios
Como a hijos os trata Dios; y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige? (Hb 12,7). La
salvación de la persona, que es el fin de la revelación, se manifiesta también como fruto
de una original y eficaz pedagogía de Dios a lo largo de la historia. En semejanza con
las costumbres humanas y según las categorías culturales de cada tiempo, la Sagrada
Escritura nos presenta a Dios como un padre misericordioso, un maestro, un sabio que
toma a su cargo a la persona -individuo y comunidad- en las condiciones en que se
encuentra, la libera de los vínculos del mal, la atrae hacia sí con lazos de amor, le hace
crecer progresiva y pacientemente hacia la madurez de hijo libre, fiel y obediente a su
palabra. A este fin, como educador genial y previsor, Dios transforma los
acontecimientos de la vida de su pueblo en lecciones de sabiduría adaptándose a las
diversas edades y situaciones de la vida. A través de la instrucción y de la catequesis
pone en sus manos un mensaje que va transmitiendo de generación en generación, lo
corrige recordándole el premio y el castigo, convierte en formativas las mismas pruebas
y sufrimientos. En realidad, favorecer el encuentro de una persona con Dios, que es la
tarea del catequista, significa poner en el centro y hacer propia la relación que Dios
tiene con la persona y dejarse guiar por Él.
Desde sus comienzos la Iglesia, que es en Cristo como un sacramento, vive su misión en
continuidad visible y actual con la pedagogía del Padre y del Hijo. Ella, siendo nuestra
Madre es también educadora de nuestra fe.
Estas son las razones profundas por las que la comunidad cristiana es en sí misma
catequesis viviente. Siendo lo que es, anuncia, celebra, vive y permanece siempre como
el espacio vital indispensable y primario de la catequesis.
La Iglesia ha generado a lo largo de los siglos un incomparable patrimonio de pedagogía
de la fe: sobre todo el testimonio de las catequistas y de los catequistas santos; una
variedad de vías y formas originales de comunicación religiosa como el catecumenado,
los catecismos, los itinerarios de vida cristiana; un valioso tesoro de enseñanzas
catequéticas, de expresiones culturales de la fe, de instituciones y servicios de la
catequesis. Todos estos aspectos constituyen la historia de la catequesis y entran con
derecho propio en la memoria de la comunidad y en el quehacer del catequista.
Dichoso el hombre a quien corriges tú, Yahvé‚ a quien instruyes con tu ley (9 Sal
94,12). En la escuela de la Palabra de Dios acogida en la Iglesia, gracias al don del
Espíritu Santo enviado por Cristo, el discípulo crece como su Maestro en sabiduría,
edad y gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2,52) y es ayudado para que se
desarrolle en ‚l la ® educación divina ¯ recibida, mediante la catequesis y las
aportaciones de la ciencia y de la experiencia. De este modo, conociendo cada vez m s
el misterio de la salvación, aprendiendo a adorar a Dios Padre y siendo sinceros en el
amor, trata de crecer en todo hacia Aquel que es la cabeza, Cristo. (Ef 4,15).
Se puede decir que la pedagogía de Dios alcanza su meta cuando el discípulo llega al
estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo (Ef 4,13). Por eso no se
puede ser maestro y pedagogo de la fe de otros, sino se es discípulo convencido y fiel de
Cristo en su Iglesia.
a. Promover una progresiva y coherente síntesis entre la adhesión plena del hombre a
Dios y los contenidos del mensaje cristiano.
b. Desarrollar todas las dimensiones de la fe, por las cuales ésta llega a ser una fe
conocida, celebrada, vivida, hecha oración.
d. Ayudar a la persona así una acción que es, al mismo tiempo, de iniciación, de
educación y de enseñanza.
* Enlace: Es una experiencia o un hecho de vida del que arranca la presentación del
tema. Es muy conveniente iniciar siempre de algo vital y cercano a la vida de los
alumnos y no de la teoría, para sumergir al alumno en la realidad vital del tema a tratar
y no exponer simplemente un conjunto de conceptos desligados de la existencia
cotidiana y personal.
- Textos de apoyo:Para complementar el tema y para una reflexión ulterior por parte del
alumno.
H. La catequesis comunica la palabra de Dios y el credo de la Iglesia.
Queriendo hablar a los hombres como a amigos, Dios manifiesta de modo particular su
pedagogía adaptando con solícita providencia su modo de hablar a nuestra condición
terrena.
Eso comporta para la catequesis la tarea nunca acabada de encontrar un lenguaje capaz
de comunicar la Palabra de Dios y el Credo de la Iglesia, que es el desarrollo de esa
Palabra, a las distintas condiciones de los oyentes; y a la vez manteniendo la certeza de
que, por la gracia de Dios, esto es posible, y de que el Espíritu Santo otorga el gozo de
llevarlo a cabo.
Por eso son indicaciones pedagógicas válidas para la catequesis aquellas que permiten
comunicar en su totalidad la Palabra de Dios en el corazón mismo de la existencia de las
personas.
I. La pedagogía de Maria de Guadalupe.
b. Entabla una relación de amistad con él, a través de un diálogo franco y sencillo, lleno
de cariño, de respeto y de confianza.
d. Habla a Juan Diego de manera que la entienda. No usa el castellano sino la lengua
náhuatl. Utiliza las formas que tienen los indígenas para hablar de Dios. "El Dios por
quien se vive", "El Señor de cerca y de junto". Se vale de las figuras y de los símbolos
con los cuales ellos manifestaban su modo de ver el mundo: el sol, la luna, las estrellas.
e. Le deja una imagen que los indígenas entender n muy bien. Una imagen que es señal
permanente de la alianza de Dios con su pueblo, como un libro abierto donde podrá leer
cada detalle como parte de un mensaje encarnado en la cultura del indígena:
1. Una mujer que tiene en su vientre el trébol de 4 hojas, símbolo del Dios por quien se
vive a quien Ella dice traer. Una mujer ni india ni española que se dirige al "pueblo del
sol".
2.La luna y las estrellas la adornan, mostrándola como señal de unidad en un pueblo que
creía que estos elementos eran eternos contrincantes.
3.Las nubes, el viejo con alas, el tipo y el color de las plumas, cada detalle es parte del
mensaje que la Señora da a los indígenas, que lo entendían porque estaba encarnado en
su cultura.
Los primeros misioneros hablan de que a partir del hecho Guadalupano los indígenas se
convirtieron en masa. La historia de la fe nos dice que Maria de Guadalupe se posesionó
del corazón de nuestro pueblo de tal forma que aún hoy sigue siendo el signo m s eficaz
para convocar a los mexicanos y la fuente indispensable de energías espirituales para la
lucha diaria.
Maria de Guadalupe es como una catequesis viviente en nuestro pueblo y puede enseñar
a la catequesis mexicana cómo hay que educarlo a través de una pedagogía encarnada
en la cultura de cada época.