Hernández - Pedagogía de La Fe

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Pedagogía de la Fe

Autor: Salvador Hernández


Capítulo 5: Postulados fundamentales de la pedagogía de la fe

Para hacer buenos programas de catequesis destinados a niños o adultos; para juzgar
seriamente un texto de catequesis; para evaluar la acción de un catequista de quien
dudamos de su capacidad; para mejorar los métodos prácticos y no caer en teatralismo o
esnobismo; para lograr todo esto, necesitamos de buenos principios catequéticos.
Siempre serán muy teóricos. Pero son como los cimientos: no se ven, pero nos
garantizan un resultado seguro.

Y lo mismo podemos decir desde el ángulo contrario: si los cimientos de una catequesis
son inseguros, de poco sirve la hermosa fachada.

Por eso, aunque hay muchos principios en catequética, unos serán obviamente más
fundamentales. Y otros serán secundarios. Nosotros deseamos fijarnos en los que a
nuestro juicio son fundamentales.

Los principios en catequética deben corresponder a la doble dimensión sobrenatural y


humana de la catequesis. ¿No hemos encontrado alguna vez sabios doctores en Teología
que no eran capaces de hacer llegar su sabiduría a otros? ¿O no hemos conocido
catequistas que eran brillantísimos, pero que decían inexactitudes sin darse cuenta
siquiera de su error? No podemos apoyarnos sólo en la fe ni sólo en las cualidades
humanas para hacer buena catequesis.

Tengamos en cuenta que la catequesis es la acción de la Iglesia dirigida a educar la fe


del creyente. Por eso, necesita regirse por principios teológicos, porque su meta es
sobrenatural: hacer crecer la fe. Pero necesita regirse también por principios
antropológicos, porque se dirige al hombre como destinatario de dicha fe. Así pues, una
buena catequesis debe orientarse por:

- Principios teológicos: son criterios de la Revelación que permiten una acción


catequética sólidamente centrada en la vida católica.

- Principios antropológicos: son criterios humanos que facilitan una acción eficaz y
equilibrada en la catequesis.

Los principios fundamentales de la catequética deben apoyarse, pues, en principios


antropológicos y en principios teológicos contemporáneamente. Si sólo nos guiáramos
por principios antropológicos, traicionaríamos a Dios, fuente y fin de la catequesis. Si
sólo nos guiáramos por principios teológicos, nuestra catequesis no seria fiel al hombre
a quien debemos catequizar. Por eso, la catequesis debe regirse, por ejemplo, tanto por
criterios bíblicos o dogmáticos como por criterios pedagógicos o sociológicos.

Debemos considerar también que los principios fundamentales de la catequética deben


garantizar una catequesis adecuada al objetivo, al destinatario y al contenido de cada
catequesis. Es común que los catequistas se preocupen mucho del contenido, de "lo que
van a dar". También se preocupan del destinatario, de "la edad y tipo de niños o jóvenes
a enfrentar". Pero es más raro que se preocupen del fin u objetivo de su catequesis,
como si se diera ya por descontado.

Sin embargo, la buena catequesis debe equilibrar la referencia a todos estos elementos.
De lo contrario, resultará una catequesis apoyada en cimientos disparejos. Para asegurar,
pues, este equilibro, podemos hacer el siguiente ejercicio: contar el número de
principios que se orientan a la definición del objetivo deseado; contar los que se refieren
a la adaptación al destinatario; y contar los que tratan sobre la selección del contenido.
Si el número de principios que manejamos tiene una proporción semejante para cada
uno de estos elementos, ¡felicidades! Porque nuestra catequesis está regida por un
conjunto de principios equilibrado. Pero, si no es así, hay que revisar nuestros
cimientos.

1. Principios catequéticos generales:

La teoría suele parecer poco práctica a la mayoría de las personas. Pero no es así. ¿Por
qué aparecen llamativos algunos métodos de catequesis que, después de poco tiempo,
todos dejamos de lado? Muy simple: porque no tenían buenas bases teóricas. Eran
intuiciones bien intencionadas... pero que no fueron fundamentadas y analizadas
seriamente con sólidos principios. Dicho de otro modo: una casa, con malos cimientos,
no puede durar.

La catequesis, pues, debe orientarse por unos principios. Algunos repercutirán en todos
los pasos de su acción: en los objetivos, en los contenidos y en los destinatarios. Pero
otros principios influirán principalmente sólo en algún aspecto. Por ejemplo, si decimos
que la catequesis debe seguir el principio básico de la adaptación, estamos tocando
todos los elementos de la acción catequística, pues el principio nos dice que debemos
adaptarnos al contenido, al fin y al método. Pero si decimos que la catequesis debe
seguir el principio de adaptarse al destinatario, estamos haciendo hincapié‚ en un sólo
aspecto: el destinatario.

Por esto, primero vamos a exponer los principios generales que repercuten m s
directamente sobre todos los pasos o elementos de la catequesis. Ser como poner los
cimientos del edificio. Después, presentaremos los principios que se fijan más en alguno
de los elementos. Será como levantar las columnas de la estructura.

He aquí los principios más generales:


La Iglesia es signo e instrumento de salvación. Es la primera beneficiaria de la salvación
y Cristo la ha hecho su colaboradora en la obra de la salvación universal, y ha sido
puesta como sacramento d universal de salvación; por eso es necesaria en orden a la
salvación (RM 9) y tiene un papel específico y necesario (RM 18) para difundir en el
mundo los valores evangélicos.
La Iglesia, cierto, no es fin en sí misma, estando ordenada al Reino de Dios, del cual es
germen, signo e instrumento ( RM 18) y su acción no se reduce como sacramento de
salvación para la humanidad entera, para quienes aceptan su mensaje ( RM 20).
(para fidelidad a la Iglesia) “ Conservar el depósito de la fe es la misión que el Señor
confió a su Iglesia y que ella realiza en todo tiempo... pues su misión es conducir a
todos los hombres, mediante el resplandor de la verdad del Evangelio a la búsqueda y
acogida del amor de Cristo (Cfr. FD 1).
Jesús señala a su Iglesia como camino normativo. No queda pues a discreción del
hombre aceptarla o no sin consecuencias, “quien a vosotros escucha a mí me escuda;
quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza” ( LC 10,16) (Puebla 223)
Pero la Iglesia es también depositaria y trasmisora del evangelio. Ella prolonga en la
tierra, fiel a la ley de la encarnación visible, la presencia y acción evangelizadora de
Cristo. (Puebla 224)
Es verdad que la fe en nuestros pueblos se expresa con evidencia, pero comprobamos
que no siempre ha llegado a su madurez y que esta amenazada por el secularismo, las
sectas y las ambigüedades teológicas. (Puebla 342)
2. Criterios teológicos fundamentales de la catequesis:

A. Fidelidad a Dios. En la catequesis y que se expresa como fidelidad a la palabra dada


por Jesucristo. El catequista no se predica a sí mismo sino a Jesucristo, siendo fiel a su
Palabra y a la integridad de su mensaje. (DT 632)

Necesitamos ser fieles a Dios transmitiendo toda su doctrina; debemos ser fieles a Dios
siguiendo todas las inspiraciones que nos vengan del Espíritu; debemos ser fieles al
mensaje de Dios, para presentarlo tal y como aparece en la Tradición, en la Escritura y
en el Magisterio eclesial; debemos ser fieles al ritmo de Dios, siguiendo el paso de la
gracia; debemos ser fieles a Dios, aunque nos cueste humillación y rechazo ocasional.

B. Fidelidad a la Iglesia: la fidelidad a Jesucristo va unida indisolublemente a la


fidelidad a la Iglesia ( (EN 16); el catequista con su labor edifica continuamente a la
comunidad y trasmite la imagen de la iglesia que debe a hacerlo en unión con los
obispos y con la misión de ellos recibida

C. Fidelidad al hombre. Exige de la catequesis que penetre, asuma y purifique los


valores de su cultura (DT 631). Por lo tanto que se empeñe en el uso y adaptación del
lenguaje catequístico.

Pero también tenemos que ser fieles al hombre, porque es a quien debemos catequizar.
Y somos fieles al hombre aceptando sus valores culturales; adecuándonos a su ritmo de
crecimiento en la fe; ayudándole a superarse integralmente, en lo humano y en lo
cristiano, aún a costa de nuestro sacrificio; hablándole claramente de las exigencias de
su compromiso bautismal.

Este equilibrio no es fácil. Sentiremos frecuentemente la tentación de dejar a un lado


algunos pasajes molestos del Evangelio; de conformarnos con un pequeño avance; de
callar y no exigir m s compromiso; o de gritar y pedir m s resultados, cuando
corresponda el momento de esperar pacientemente que la espiga madure. Pero es
necesario no ceder ante la tentación. Hay que ser fieles a Dios y al hombre.

D. La catequesis debe transmitir la fe en sus dos dimensiones:

La catequesis busca educar la fe. Pero la fe tiene dos dimensiones: la recepción del
mensaje evangélico y su aceptación. Es decir, la fe se logra recibiendo el mensaje de
Dios en la inteligencia. Y también aceptándolo con la voluntad. La catequesis, pues, no
debe convertirse sólo en la transmisión de "cultura religiosa". Ni tampoco en una simple
motivación nacida de experiencias espirituales. Debe lograr ambos resultados.

La catequesis que sólo se dirige a la inteligencia es nociva. Aunque enseñe muchas


cosas sobre Dios al catequizando. Y la catequesis que sólo se dirige a la voluntad
también es nociva. Aunque llene de amor a Dios al catequizando. La auténtica
catequesis debe lograr ambas cosas.

E. La catequesis debe equilibrar el uso de criterios teológicos y de criterios humanos:

Necesitamos seguir criterios teológicos. Porque la catequesis es una acción salvífica, no


solamente humana. Pero también debemos seguir criterios humanos, porque es una
acción en la que el catequista y el destinatario son humanos, aunque el Espíritu Santo
participe constante y contemporáneamente.

Por esto, tan importante es educar a los catequistas en la asimilación de la Historia de la


Salvación y de la Biblia como en enseñarles criterios disciplinares o técnicas de
metodología educativa.

F. La buena catequesis es adaptación e inculturación:


Podemos definir la catequesis, desde un punto de vista descriptivo, como la adaptación
del mensaje evangélico a un grupo humano. Es decir, el Evangelio es un mensaje
salvífico que fue presentado definitivamente por Cristo. No lo podemos cambiar. Pero
fue presentado por el Salvador con unos elementos culturales, históricos, lingüísticos,
etc, diferentes de los que tienen las personas que hoy escuchan al catequista. La tarea
fundamental del catequista es precisamente presentar ese mensaje de modo que sea
captado y comprendido por su destinatario.

Si el catequista hace una presentación adecuada a un individuo, está haciendo una


adaptación. Si el catequista hace una presentación adecuada a toda una comunidad, está
haciendo una inculturación. ¿Por qué? Porque inculturar es unir el Evangelio y la
cultura de un pueblo. Es unir los valores del Evangelio con los valores de un grupo
humano, como pueden ser su arte, sus tradiciones sociales, sus riquezas humanas, etc.
De este modo, se aprovechan todos los valores humanos que tiene una cultura y se
enriquecen con los valores evangélicos. El mérito de la inculturación es conservar los
valores del hombre y los del Evangelio, sin traicionar a ninguno de ellos.

G. La catequesis debe dar prioridad al catequista sobre el resto de los elementos: Hay
evangelizadores que ponen el éxito de su esfuerzo en los materiales didácticos. Hay
pastores que esperan mejorar la catequesis de su pueblo creando sólidas estructuras
organizativas en la comunidad. Hay instituciones que desgastan sus esfuerzos en
construir centros maravillosos y preparar programas serios para mejorar su acción. Pero
todo esto es secundario.

El eje de la catequesis eficaz está en el catequista. Un buen catequista supera las


deficiencias de un material didáctico mediocre. Un buen catequista no necesita de
muchas estructuras para transmitir el mensaje de Cristo. Un buen catequista da bien su
clase bajo un árbol o en un almacén de ladrillos. Es obvio que todos los medios
utilizables ayudan a mejorar la acción del catequista. Pero no lo sustituyen. La
catequesis eficaz inicia por la preparación de los catequistas.
PARA REFLEXIONAR:

"Las normas arriba indicadas que se refieren a la exposición de la materia de la


catequesis, deben aplicarse en las varias formas de la catequesis: es decir en la
catequesis bíblica, litúrgica, en el compendio doctrinal, en la interpretación de las
condiciones concretas de la existencia humana, etc.

De ellas, sin embargo, no puede deducirse el orden que ha de guardarse en la exposición


de la materia. Se puede partir de Dios para llegar a Cristo y al contrario; se puede partir
del hombre para llegar a Dios y al contrario, etc. etc. El método pedagógico se escogerá
de acuerdo con las circunstancias porque atraviesa la comunidad eclesial o los fieles a
quienes se dirige. De aquí la necesidad de investigar cuidadosamente para encontrar los
caminos y las maneras que mejor respondan a las condiciones de la realidad: (DGC 46).

3. Conseguir el objetivo de una completa educación en la fe:

La catequesis tiene como finalidad educar la fe. Pero podemos educar una fe
incompleta. Es obvio que debemos lograr una catequesis que supere las limitaciones de
una fe sólo teórica, de una fe reducida a la práctica litúrgica, de un cristianismo
superficial, de unos métodos sólo memorísticos, etc. Para lograr el completo desarrollo
de la fe, creemos que se deben seguir estos principios fundamentales:

La catequesis debe incorporar viva y activamente al cristiano en la vida de su


comunidad: La catequesis debe provocar la participación del creyente en la vida de la
comunidad. Puede lograrlo aumentando su compromiso apostólico, su responsabilidad
social, su presencia activa en la liturgia, etc.

Por comunidad, entendemos tanto la gran familia de la Iglesia universal como la


pequeña Iglesia doméstica. Las formas de compromiso también serán variadas: desde el
compromiso en un movimiento laical de alcance internacional hasta la acción más
sencilla en la atmósfera parroquial.

La catequesis debe formar la vivencia litúrgica: La catequesis debe llevar al cristiano no


sólo a participar en la liturgia. También debe llevarle a vivirla consciente y
profundamente. Por esto, la catequesis debe introducir al conocimiento de los signos
litúrgicos, a la promoción de los frutos de espiritualidad que produce cada sacramento,
al compromiso social que pide cada uno de ellos, etc.

Hay que buscar los frutos de catequesis adecuados a la etapa de desarrollo cristiano que
corresponde a cada persona: Tratándose de niños o adolescentes, este principio tiene
menos aplicación. Pero tratándose de jóvenes o adultos es de máxima importancia. ¿Por
qué? Porque la vida del cristiano pasa por varias etapas:

- primero, la conversión personal e inicial.


- después, la educación de la fe básica.
- tercero, la participación comunitaria.
- cuarto, la vivencia sacramental.
- quinto, la profundización en la fe.
- finalmente, el compromiso apostólico.

Es evidente que cada persona puede vivir estas etapas en modo variado y mezclando
algunas etapas con otras. También podemos encontrar creyentes que hayan vivido las
primera etapas durante los períodos iniciales de su vida y están ya en las etapas más
avanzadas. Pero las crisis de la vida y el desarrollo personal exigen a la mayoría
readaptaciones y ajustes para ir creciendo en la fe. Por eso, el catequista debe tener buen
olfato para descubrir la etapa de desarrollo en la fe que vive cada uno de sus
destinatarios.

Lo común es que cada cristiano pase de una etapa a otra sin saltos bruscos. El
crecimiento espiritual, árbol robusto nacido de la semilla bautismal, crece lenta y
progresivamente. Por lo tanto, seria muy imprudente pretender que un adulto muy
alejado de Dios pase, en pocas semanas, de la conversión inicial a la profundización en
la fe y al compromiso apostólico. Lo normal es que suba las escaleras de su progreso
interior peldaño a peldaño.

La catequesis debe educar la fe atendiendo a todas las facultades de la persona: La


buena catequesis llena la inteligencia de informaciones; refuerza la voluntad para que se
adhiera más al mensaje de Cristo; motiva más a la voluntad ofreciéndole los valores
evangélicos con renovado atractivo; refuerza la memoria con las fórmulas y símbolos
básicos de la Iglesia; reaviva la vivencia de la fe favoreciendo situaciones de fuerte
experiencia cristiana, etc.

Una catequesis que se reduzca a una sola de las facultades humanas o descuide alguna
de ellas ser una catequesis pobre. Pues ¿qué diríamos de un catequista que motiva
mucho a sus catecúmenos, pero no logra que conozcan todo el mensaje evangélico? O
¿qué fruto dejaría un catequista que logra hacer memorizar todas las bienaventuranzas a
sus alumnos sin que las comprendan?

La catequesis debe llevar a consecuencias prácticas: La fe debe desembocar en


compromisos sociales, en participación litúrgica, en servicios pastorales, en crecimiento
espiritual, en comportamientos morales rectos, en experiencias eclesiales, etc. No puede
reducirse a un desarrollo de la cultura religiosa o a alguno de los aspectos que hemos
enunciado.

Necesitamos lograr todos estos frutos prácticos. Y es lo más difícil. Porque la


catequesis, a diferencia de otras actividades docentes, esta íntimamente relacionada con
la vida. Y debe producir conversión. La mejor sesión de catequesis no es la que gozan
los alumnos y el catequista por su belleza, por su intensidad emocional o por su claridad
de ideas. La mejor sesión de catequesis es la que logra transformar alguna actitud o
comportamiento en los destinatarios de acuerdo con los principios del Evangelio.

Es obvio que estos cambios pueden ser internos y no percibirse en el exterior. Por
ejemplo, un catecúmeno decide ser más disponible o aumenta su compromiso de
caridad con más vigor. Estas transformaciones no se manifestarán de inmediato en su
actuar exterior. Pero ha habido una conversión real y profunda hacia la vida del
Evangelio.
La catequesis debe lograr la autoconvicción de la fe: La autoconvicción es la seguridad
personal que tiene el cristiano por haber hecho propio un valor del Evangelio. La falta
de autoconvicción es fundar las propias seguridades en lo que dicen los demás o en la
inercia. La fe no puede ser obviamente una rutina o mantenerse por la presión del
ambiente.

La fe es la adhesión consciente a Cristo y a la Iglesia. Se apoya en Dios. Se fía de Dios.


Y la catequesis debe procurar que todos los cristianos que reciben la fe de su ambiente
familiar o social, hagan suya la adhesión a Cristo como la hicieron los primeros
cristianos. La catequesis, pues, debe tener una dimensión kerigmática. El catequista
necesita saber si sus catecúmenos requieren de una primera sacudida evangelizadora
que despierte su postura ante Cristo Salvador, para pasar después a profundizar su fe.

La catequesis debe favorecer la promoción humana del catecúmeno: La catequesis no


puede reducirse al desarrollo de los valores humanos del catecúmeno. Pero tampoco
puede dejar de atenderlos. Porque la vida cristiana es un paso superior en el crecimiento
del hombre. Primero somos hombres. Y, luego, cristianos.

¿Qué‚ diríamos de un catequista despreocupado de la limpieza, de la puntualidad o del


respeto mutuo en sus catecúmenos? Es hermoso constatar como el catequista puede
desarrollar a sus alumnos elevando sus valores cívicos, su aprecio por los derechos del
hombre y su estima por la cultura o el arte. Claro que, si el catequista acentúa estos
valores subordinándolos a los valores religiosos, ha equivocado su tarea: se ha
convertido en un asistente social.
PARA REFLEXIONAR:

"Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la
humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad:
"He aquí que hago nuevas todas las cosas". Pero la verdad es que no hay humanidad
nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos, con la novedad del bautismo y de la
vida según el Evangelio. La finalidad de la evangelización es por consiguiente este
cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor seria decir que la
Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de
convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la
actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos" (EN 18).

4. Sistematizar el contenido de la catequesis:

La catequesis tiene que transmitir el mensaje evangélico. Pero no puede repetir hoy las
enseñanzas de Cristo como lo hizo Nuestro Señor por los senderos de Palestina. Debe
ordenar la doctrina en un sistema de ideas y principios adecuado y comprensible al tipo
de personas a quienes se dirige. Dicho de otro modo, debe ordenar las enseñanzas de la
fe en un esquema sistemático lo más correcto y actual posible.

Y no es fácil. ¿Cuántas veces hay programas de catequesis que privilegian los temas
sacramentales y olvidan los morales? ¿Cuántas veces hay programas de catequesis que
producen ideas confusas sobre la vida espiritual en los catequizandos? O ¿cuántas veces
los dogmas enseñados no tiene bases o contienen herejías semiocultas? Para lograr una
transmisión de la fe completa y adecuada, creemos que deben seguirse estos principios:

La catequesis debe usar equilibradamente las fuentes de la Revelación: Nos quejamos


de que los evangelistas se limitan a la sola Escritura. Pero ¿cuántos católicos se olvidan
de una sólida referencia a la Tradición, según aparece en los Santos Padres de la Iglesia?
Todos luchamos por hacer una catequesis bíblica, que ayude al catecúmeno a entrar en
contacto con la Palabra de Dios. Pero ¿nos preocupamos del mismo modo en ponerle en
contacto con las enseñanzas de los Concilios y de los Papas?

Necesitamos usar la Tradición, la Escritura y el Magisterio. Las fuentes de la


Revelación tienen algo que enseñar a nuestro pueblo. Y no podemos hacerlo sólo
teóricamente. Es preciso que el católico medio haya crecido en su fe por el contacto con
las páginas de la Biblia, con los escritos de los primeros cristianos y con las fórmulas
fuertes del Magisterio eclesial.

Necesitaremos seleccionar los textos y fuentes que proponemos a nuestros catecúmenos.


Y no debemos asustarnos. Podemos fundadamente temer que unos niños no sean
capaces de entender a los Santos Padres Griegos. Puede ser. Pero no enriquecerán su fe
si contemplan las imágenes de las catacumbas y, al mismo tiempo, oyen algunas frases
escogidas de la liturgia Ambrosiana o de las Actas de los Mártires de San Dámaso?

La catequesis debe fundamentar sólidamente la fe: Necesitamos dar pruebas o bases


válidas a cada enseñanza. No podemos excusarnos de la falta de capacidad en nuestros
catecúmenos. Si sólo transmitimos los datos de la fe sin fundamentos sólidos, con el
pasar del tiempo provocaremos la aparición de dudas e incertidumbres. Si sabemos
fundamentar sabiamente nuestras enseñanzas, evitaremos futuras crisis innecesarias.

Por otro lado, según cada edad o capacidad cultural, siempre podemos respaldar
nuestras enseñanzas con una referencia a las fuentes de la Revelación. Podemos lograrlo
con un simple proceso deductivo que arranca de un símbolo de fe; o con un ejercicio
inductivo que compara varios escritos. No se trata de grandes complicaciones
científicas. Se trata de ofrecer la fe apoyada en sus cimientos históricos y racionales.

La catequesis debe equilibrar la presentación de todas las áreas fundamentales de la vida


cristiana: Aunque sea discutible la división de la doctrina cristiana en tres o cuatro
partes, siempre deber buscarse el equilibrio entre ellas al seleccionar el contenido a
tratar. Nosotros nos inclinamos por la división en cuatro partes:

- credo: que engloba los axiomas básicos de la vida cristiana.


- sacramentos: que encierran los ritos propios de la fe.
- mandamientos: que presentan las leyes básicas de la moral cristiana.
- vida espiritual: que presenta las actitudes y los medios que debe vivir el cristiano para
modelar su personalidad conforme a la de Cristo.

Elegimos esta división porque consideramos que la última parte no se puede reducir
válidamente a las anteriores.

Un programa de catequesis que descuide una o algunas de las cuatro partes, es un mal
programa para educar la fe. Es obvio que puede haber algún acento e inclinación sobre
una de las partes. Pero no podemos caer en el olvido o en una reducción notoria.

El mensaje de la catequesis debe aparecer Cristocéntrico y Trinitario: Todo programa de


catequesis tiene a Dios como origen y punto de llegada. De Él recibimos la invitación a
seguirle y a Él debemos llegar como meta de salvación. Pero Dios nos ha propuesto un
camino: Cristo. Él se hizo hombre para enseñarnos y ayudarnos a salvarnos. Por eso, la
catequesis necesita estructurar sus temas y mecanismos educadores de la fe siguiendo el
único camino que lleva a Dios: Cristo Jesús.

Y Cristo nos introducirá en el misterio de Dios, nos conectará inmediatamente con el


Padre y con el Espíritu. Preguntémonos repetidamente si nuestra catequesis habla de
muchas doctrinas o más bien lleva al destinatario hasta la experiencia personal con
Cristo y con Dios.

La catequesis debe presentar sistemáticamente el mensaje básico de la fe: Para educar la


fe, la catequesis debe presentar el mensaje de Cristo. Pero el conjunto de la doctrina
evangélica es muy amplio. Es necesario seleccionarlo. Si disponemos de seis meses para
preparar a un niño a su primera comunión, sólo podremos presentarle una parte de la
doctrina de Cristo. Pero, aunque sea sólo una parte, debemos seleccionar los elementos
básicos. No podemos desperdiciar nuestro valioso tiempo catequístico en elementos
secundarios.

Podemos decir, pues, que hay un tronco básico de la doctrina cristiana y muchas ramas
frondosas. Para educar la fe de nuestro destinatario, necesitamos ayudarle a asimilar
sólidamente el tronco que sostiene todo el árbol de fe. En la medida de que
dispongamos de más tiempo, iremos completando el perfil de todo el mensaje
evangélico con los demás elementos. Pero sólo lograremos este objetivo si nuestra
catequesis es sistemática y orgánica. Es decir, si sabemos distinguir lo nuclear de lo
periférico. Y si sabemos iniciar desde la base y construir ordenadamente desde una
articulación hasta la siguiente.
PARA REFLEXIONAR:

"Un catecismo debe presentar con fidelidad y de modo orgánico la doctrina de la


Sagrada Escritura, de la Tradición viva de la Iglesia, del Magisterio auténtico, así como
de la herencia espiritual de los Padres, y de los santos y santas de la Iglesia, para dar a
conocer mejor los misterios cristianos y afianzar la fe del pueblo de Dios. Así mismo,
debe tener en cuenta las declaraciones doctrinales que en el decurso de los tiempos el
Espíritu Santo ha inspirado en la Iglesia" (FD 3).

5. Impartir una catequesis eficaz.

La eficacia es una palabra arriesgada. Produce terror a los hermanos separados. Ellos
consideran que sólo Dios puede dar eficacia en el alma. Y despierta recelos en los
estudiosos católicos. Porque temen volver a posibles polémicas del siglo XVIII sobre
las complicadas relaciones entre la libertad y la gracia. Pero es imprescindible referirnos
a la eficacia a la hora de hablar de catequesis. Porque, si una catequesis es ineficaz,
¿para qué hacerla? Y, si queremos dar buenos frutos en la catequesis, ¿cómo dejar de
analizar lo que apoya o frena nuestra tarea?

Para evitar desconciertos sobre al eficacia en catequesis, vamos a precisar enseguida el


punto de arranque: en la catequesis, intervienen tanto el Espíritu Santo, que es el
auténtico educador de la fe, como el catequista. Es una acción que no se puede realizar
por la acción de uno sólo. Por lo tanto, la eficacia de la catequesis depende de la
correcta participación de ambos. El Espíritu Santo aporta la eficacia sobrenatural, que el
catequista, limitado ser humano, nunca puede aportar. Pero el catequista, aún siendo
colaborador imperfecto de la gracia divina, tiene un papel insustituible. Porque el
Espíritu Santo no tiene voz humana ni camina por las calles de las ciudades humanas.

Por esta razón, cuando hablamos aquí de catequesis eficaz, nos referimos a la eficacia
que nace de los mecanismos y recursos humanos. Es decir, la eficacia salvífica, esa que
está más allá de nuestro horizonte, la dejamos a la acción amorosa y libremente
comprometida de Dios. Pero ¿qué podríamos decir de un catequista que no se esforzara
por mejorar la eficacia de su labor, dejando al Espíritu Santo toda la tarea? O ¿qué
diríamos de un catequista que entorpece la acción de la gracia por su pereza o descuido
al preparar la catequesis?

Recordémoslo una vez más: la catequesis se rige por principios teológicos y


antropológicos. Por eso, necesitamos preguntarnos: ¿Qué principios fundamentales
rigen la eficacia humana del catequista? O dicho más simplemente: ¿Hemos precisado
cuáles medios o leyes ayudan más al catequista a realizar mejor su catequesis?

La catequesis participativa es m s eficaz: La catequesis tiene como meta educar la fe.


Algunas personas necesitan encontrar la fe. Otras ya la tienen, pero necesitan crecer en
ella. En ambos casos, es el resultado de una búsqueda. Lo importante en catequesis,
pues, no es ultimadamente la acción del catequista, sino del catequizando. Si ‚l no se
pone en camino, nada lograr el catequista.

Los protagonistas, pues, de la catequesis son los catecúmenos. El catequista que m s


logre involucrarles y hacerles participar, tendrá más éxito que quien sólo les hable y
dirija infantilmente de la mano.

La mejor catequesis es la que relaciona el contenido de la fe con la experiencia del


destinatario: Cristo nos trajo una doctrina. Nos trajo la salvación. La fe no es aprender
una doctrina, sino aceptar a Cristo como salvador y guía de vida. La catequesis, pues, no
puede ser eficaz si sólo explica la fe. Aunque la presente con mucha claridad. La
catequesis debe lograr injertar la fe en la vida real y diaria del destinatario, en sus
problemas, en sus ansiedades y en sus ilusiones.

Este principio implica que la catequesis no puede presentar la doctrina cristiana


desencarnada, en teoría. Tiene que arrancar de las inquietudes de los destinatarios,
ofreciéndoles respuestas desde el Evangelio, e interpelando sus valores y
comportamientos con el mensaje cristiano.

Y no podemos reducir la aplicación de este principio a salpicar de anécdotas


imaginativas o frases llamativas el contenido de la fe. Debe lograrse un enlace vivo y
fuerte entre experiencia humana y enseñanza evangélica, que introduzca y sacuda
profundamente al catecúmeno ante las exigencias de Cristo.

La buena catequesis educa la fe concentrándose en lo básico: La educación de la fe es


una tarea amplia y de largo alcance. Transmitir todo el mensaje de Cristo y lograr la
total e incondicional adhesión a Dios, no se logra en un día. Ni en unos meses. Por eso,
es más útil dar pequeños pasos cada vez. Pero seguros.

Es mejor que cada sesión de catequesis se concentre en un sólo objetivo. Es mejor que
cada sesión de catequesis se concentre en un sólo mensaje. Muchos catequistas caen en
la tentación de enseñar muchas cosas; de querer transmitir, en unos minutos, todo lo que
han contemplado o asimilado a lo largo de muchos años; de no conformarse con hacer
crecer al catecúmeno un poco cada día; de no tener paciencia ante el crecimiento
espiritual de sus destinatarios. Se olvida la ley del "poco y bueno, dos veces bueno".

En la educación de la fe, ayuda m s enseñar a caminar que mostrar la meta: Podemos


realizar una catequesis dogmática, en la que mostramos las verdades que debemos creer;
podemos tener una catequesis muy moralista, en la que hay una larga lista de reglas
sobre lo que debe hacerse y lo que no puede hacerse; podemos caer en una catequesis en
donde la liturgia es una serie de fórmulas que debemos repetir para uniformarnos con la
comunidad. Pero ser una catequesis parcialmente útil.

La buena catequesis debe ayudar al catecúmeno a descubrir la relación de una verdad


con otra; debe facilitar la comprensión de como una acción repercute en el resto de la
vida; debe aportar las motivaciones que hay detrás de cada ley o el espíritu que se
encierra detrás de cada tradición católica. La forma de lograrlo es dejar muy claras las
conexiones que hay entre las verdades de la fe; explicar las razones por las que pasamos
de una explicación a otra; mostrar la radiografía de cada misterio cristiano, que permita
al catecúmeno percibir los senderos que le lleven hasta Dios. Y debe lograrlo abriéndole
al ancho horizonte que se dibuja más allá de su mirada humana.

La catequesis necesita equilibrar la inducción con la deducción: Hay catequistas que


siempre arrancan de las grandes verdades para hacer comprensible el mensaje cristiano
a sus catequizandos. Suelen ser muy aburridos, aunque muy sólidos en su doctrina. Hay
otros que se pierden en multitud de casos y experiencias, y que no logran estructurar
bien la mente de sus destinatarios con un mensaje sólido. Ambos extremos son
desaconsejables. Conviene utilizar la inducción y la deducción equilibradamente. ¿Por
qué?

La inducción favorece la inserción de la fe en la vida del destinatario. Aporta muchos


datos que permiten al catecúmeno ir descubriendo por sí mismo el misterio. La
deducción ayuda a recibir dócilmente la Revelación. Porque la verdad viene de Dios y
tenemos la opción de aceptarla como es o de resistirnos ante ella. La catequesis debe,
pues, facilitar el proceso inductivo (que va de las cosas concretas y variadas a los
principios generales de la fe), porque favorece la asimilación y apropiación de la
doctrina. Y debe aprovechar el proceso deductivo (que parte de las verdades máximas
hasta las aplicaciones m s inmediatas), porque desarrolla la subordinación del propio
criterio al superior mensaje de Dios.

Toda catequesis debe motivar: Motivar es poner en movimiento los motores que
mueven a la persona desde dentro. No es producto del simple proceso intelectual. No es
producto de los simples sentimientos. No es el resultado de la presión. Todos estos
elementos mueven a las personas. Pero las mueven superficial y temporalmente.

La auténtica motivación viene de los valores. Cuando la persona descubre un valor,


desea poseerlo. Y se mueve hasta conseguirlo. La catequesis debe motivar, para que los
valores del Evangelio atraigan al destinatario y desee apropiárselos. No basta con
explicarlos, rodearlos de un envoltorio sensible o tratar de imponerlos por presión de
premio o castigo. Todos estos elementos ayudan. Pero necesitan algo m s: compararlos
con los antivalores, jerarquizarlos, descubrirlos por experiencia propia, verlos
encarnados en testigos...

La catequesis debe facilitar la memorización: La catequesis no se reduce a la


memorización. Y la memorización no es tampoco el primer paso de la catequesis. La
memoria tiene, sin embargo, un papel insustituible: grabar para el futuro el esfuerzo
didáctico. Es decir, una vez asimilado, experimentado y comprendido el mensaje
evangélico, seria una pena que se olvidara a los pocos minutos o días.

Por eso, ayudar a memorizar los datos fundamentales de la doctrina es una labor
imprescindible para una catequesis eficaz. Se puede lograr con diversos medios. Pero es
evidente que la transmisión de la fe depende del memorial que la Iglesia, es decir los
creyentes, conserven del Evangelio.

La catequesis debe adaptarse siempre al destinatario: Para poder educar la fe, es preciso
adecuarse al lenguaje, a la cultura, a las circunstancias sociales o ‚étnicas de quien va a
recibir el mensaje. Es la ley del recipiente: el mejor licor necesita de un buen recipiente
para poder conservarse y paladearse. Todo esfuerzo de adaptación es, pues, inestimable.
Y necesita hacerse constantemente. Pues ¿c¢mo puede un catequista utilizar un
catecismo o explicar un misterio de la fe igual hoy que hace cincuenta años?

Es obvio que estos principios deben bajarse a aplicaciones concretas. Pero este apartado
se realiza en el curso de metodología.
PARA REFLEXIONAR:

"Las Iglesias particulares profundamente amalgamadas, no sólo con las personas, sino
también con las aspiraciones, las riquezas y límites, las maneras de orar, de amar, de
considerar la vida y el mundo que distinguen a tal o cual conjunto humano, tienen la
función de asimilar lo esencial del mensaje evangélico, de trasvasarlo, sin la menor
traición a su verdad esencial, al lenguaje que esos hombres comprenden, y, después, de
anunciarlo en ese mismo lenguaje.

Dicho trasvase hay que hacerlo con el discernimiento, la seriedad, el respeto y la


competencia que exige la materia, en el campo de las expresiones litúrgicas, pero
también a través de la catequesis, la formulación teológica, las estructuras eclesiales
secundarias, los ministerios. El lenguaje debe entenderse aquí no tanto a nivel semántico
o literario cuanto al que podría llamarse antropológico y cultural.

El problema es sin duda delicado. La evangelización pierde mucho de su fuerza y de su


eficacia, si no toma en consideración al pueblo concreto al que se dirige, si no utiliza su
"lengua", sus signos y símbolos, si no responde a las cuestiones que plantea, no llega a
su vida concreta. Pero por otra parte, la evangelización corre el riesgo de perder su alma
y desvanecerse, si se vacía o desvirtúa su contenido, bajo pretexto de traducirlo; si
queriendo adaptar una realidad universal a un espacio local, se sacrifica esta realidad y
se destruye la unidad sin la cual no hay universalidad. Ahora bien, solamente una Iglesia
que mantenga la conciencia de su universalidad y demuestre que es de hecho universal
puede tener un mensaje capaz de ser entendido, por encima de los límites regionales, en
el mundo entero.

Una legítima atención a las Iglesias particulares no puede menos de enriquecer a la


Iglesia. Es indispensable y urgente. Responde a las aspiraciones más profundas de los
pueblos y de las comunidades humanas de hallar cada vez más su propia fisonomía"
(EN 63).

La catequesis no es sólo fruto de recursos humanos: hay que dejar espacio a la acción
del Espíritu Santo:

La educación de la fe necesita del catequista tanto como de la acción del Espíritu Santo.
No es una obra al alcance de las fuerzas humanas. Necesita de la acción vivificante de
Dios que da al hombre la fuerza para aceptar en su corazón el elevado misterio del
Infinito. Por eso, nunca debe faltar la oración sincera, la vida sacramental
comprometida, la docilidad constante al Espíritu que pide entrega y dedicación
desinteresadas.

6. Lograr una visión adecuada del destinatario.

Hemos insistido en la necesidad de adaptarse al destinatario. Pero, para lograrlo,


necesitamos una visión correcta de cómo es. De lo contrario, podemos imaginarnos que
todos los niños son inocentes o que todos los adolescentes son unos egoístas. O, lo que
nos sucede m s comúnmente, juzgaremos a quienes debemos educar en la fe según nos
ha ido a nosotros en la feria. Es decir, aplicaremos nuestra forma de ver las cosas,
nuestras preferencias y nuestros problemas a los demás. Y daremos explicaciones,
soluciones y puntos de vista que son útiles para nuestro modo de ver. Pero que, muy
probablemente, no sean del todo útiles a quienes nos escuchan.

Hay que conocer bien, pues, a nuestros destinatarios. He aquí¡ algunos principios que
pueden orientar nuestro esfuerzo por conocer bien a las personas con quienes
trabajamos:

a. El catequista debe descubrir las raíces culturales de sus destinatarios: Entendemos por
raíces culturales el conjunto de valores humanos, artísticos, sociales, morales y
religiosos que tiene cada grupo social o comunidad. Normalmente, el catequista tiene
las mismas raíces culturales de sus alumnos. Suele ser miembro de su misma comunidad
y tiene su mismo pasado. Pero, si no pertenece a la comunidad en la que imparte su
catequesis, necesita urgentemente conocer los fundamentos humanos sobre los que
viven sus catecúmenos.

También puede suceder que alguno o algunos de los alumnos han venido de otra
comunidad y tienen unas raíces diferentes. Es una complicación mayor. Pero el
catequista deber hacer un esfuerzo por tener en cuenta las posibles diferencias de puntos
de vista para hacer las aclaraciones oportunas durante su catequesis.

b. Hoy es necesario tomar las previsiones necesarias porque vivimos en una etapa de
transición cultural: Vivimos un momento de grandes cambios culturales. Basta pensar
cómo era la vida hace treinta años y cómo ser dentro de otros treinta. Y los cambios no
son sólo en los aparatos eléctricos que ocupan nuestro hogar o en la facilidad para viajar
o comunicarnos con personas alejadas. Est n cambiando nuestros valores. Se van
imponiendo los valores materialistas y no religiosos. Vivimos tendencias mundiales de
unión y estandarización de vida. Y, así como es buena la unidad, no es beneficiosa la
tendencia a hacernos todos iguales... en lo malo.

Los enemigos del cristiano van cambiando. Pero el Cristianismo debe seguir siendo el
elemento crítico que exija al mundo crecer en los valores integrales del hombre. Es un
momento de siembra. Ganar quien coloque la semilla m s profundamente. Pero, si nos
distraemos, las respuestas del Evangelio que demos a nuestros alumnos, no les servir n
dentro de unos años. La catequesis debe ser hoy m s profunda y sólida que hace treinta
años, cuando se vivía un ambiente uniformemente católico en nuestra sociedad.

c. El catequista debe buscar la atención personalizada a sus destinatarios:


La urbanización, la electrificación, la tecnificación y, sobre todo, la masificación
aumentan por un lado las relaciones interpersonales y las dependencias mutuas. Pero
también han provocado una cultura de soledad opresora y de aislamiento espiritual no
experimentados antes tan agudamente y en número tan elevado de personas.

Las frecuentes relaciones sociales se realizan casi siempre a niveles periféricos y


externos. Pocas veces llegan a ser auténticamente personales. Vivimos una cultura
tecnificada, llena de informaciones, pero masificadora y despersonalizadora, sobre todo
en las grandes ciudades. Se comprende fácilmente que el hombre actual busque
relaciones m s personales, sinceras y profundas, que sólo pueden lograrse a escala
restringida, de hombre a hombre, en el terreno del diálogo personal. La Nueva
Evangelización necesita crecer en la atención directa a sus destinatarios. La convivencia
y las experiencias de fe comunes permiten una cercanía mayor.

d. Hay que dar prioridad a las personas sobre la organización o los instrumentos: La
realidad latinoamericana es muy cambiante. Vivimos en una etapa de transición cultural
e histórica. Lo que hoy es muy útil, puede quedar obsoleto en pocos años. Hacer
hincapié en que nuestra catequesis ser mejor si tenemos mucha organización, o que
disponer de muy buenos catecismos y audiovisuales nos dar mucho fruto, es un error
muy común. Necesitamos personas. Son los catequistas quienes pueden adaptarse a los
cambios rápidos y variados de nuestro alocado mundo. Son los catequistas quienes
pueden adaptarse verdaderamente a las personas y a sus nuevas situaciones.

e. Hay que buscar objetivos profundos y actualizar constantemente las metas


intermedias y los programas: Los cambios rápidos que suceden en nuestro continente
provocan nuevas problemáticas sociales, diferente sensibilidad en las personas y
peligros imprevistos para la vivencia del Evangelio. Por eso, un elemento operativo de
primer orden es no hacer programas a largo plazo, pues fácilmente quedan obsoletos. Es
más importante hoy el desarrollar semillas y raíces naturales que el hacer transplantes.
La Nueva Evangelización requiere, sobre todo, personas que sean fermento y motor de
transformación evangélica, según las exigencias cambiantes de nuestro ambiente. Y no
tanto utilizar esquemas y mecanismos superados.

f. El catequista necesita actualizarse constantemente para comprender y adaptarse mejor


a sus destinatarios. La actualización del catequista debe ser tanto en el orden cristiano
(conocer las nuevas tendencias positivas y negativas, mejorar su método y sus técnicas,
etc.), como en el orden humano (actualizar su lenguaje, descubrir la sensibilidad de las
nuevas generaciones, etc). De lo contrario, todo lo verá desde posiciones superadas.
Leer y tener buenos cursos de formación son los mejores medios.

g. La catequesis debe ser misionera. El catequistas no puede limitar su acción a quienes


tocan a la puerta del templo. Hoy, muchos bautizados avanzan por caminos diferentes
del Evangelio, alejándose cada día m s de Cristo. La evangelización debe llegar a sus
corazones. El catequista debe superar las fronteras de su grupo, de su colonia y de su
parroquia para llevar la fe en Cristo más allá de sus fronteras naturales. No
necesariamente deber marchar a tierras lejanas. Pero deber vivir su vocación misionera
por atraer hacia la fe a quienes viven al margen de su sello bautismal.
PARA REFLEXIONAR

"Así pues, el Catecismo ha de presentar lo nuevo y lo viejo (cf. Mt 13,52), dado que la
fe es siempre la misma y, a la vez, es fuente de luces siempre nuevas. Para responder a
esa doble exigencia, el Catecismo de la Iglesia católica, por una parte, toma la estructura
"antigua", tradicional, ya utilizada por el catecismo de San Pío V, distribuyendo el
contenido en cuatro partes: Credo, sagrada Liturgia, con los sacramentos en primer
lugar; el obrar cristiano, expuesto a partir del Decálogo; y, por último, la oración
cristiana. Con todo, al mismo tiempo, el contenido se expresa a menudo de un modo
"nuevo", para responder a los interrogantes de nuestra época" (FD 2).

7. La Pedagogía de Dios modelo de pedagogía de la fe

El Directorio General para la Catequesis da mucha importancia al conocimiento de la


pedagogía divina a través del proceso catequético de la enseñanza de la fe.

En la escuela de Jesús Maestro, el catequista une estrechamente su acción de persona


responsable con la acción misteriosa de la gracia de Dios. La catequesis es, por esto,
ejercicio de una pedagogía original de la fe.
La transmisión del Evangelio por medio de la Iglesia es, ante todo y siempre, obra del
Espíritu Santo y tiene en la revelación el fundamento y la norma básica.
Pero el Espíritu se vale de personas que reciben la misión de anunciar el Evangelio y
cuyas capacidades y experiencias humanas entran a formar parte de la pedagogía de la
fe.
Brotan de aquí¡ una serie de cuestiones ampliamente tratadas a lo largo de la historia de
la catequesis, referentes al acto catequético, a las fuentes, a los métodos, a los
destinatarios y al proceso de Inculturación.
Se pretende exponer aquellos puntos que tienen una particular importancia hoy para
toda la Iglesia. Corresponder a los directorios y a otros instrumentos de trabajo de las
distintas Iglesias particulares considerar de manera apropiada los problemas específicos.

A. La pedagogía de Dios

Como a hijos os trata Dios; y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige? (Hb 12,7). La
salvación de la persona, que es el fin de la revelación, se manifiesta también como fruto
de una original y eficaz pedagogía de Dios a lo largo de la historia. En semejanza con
las costumbres humanas y según las categorías culturales de cada tiempo, la Sagrada
Escritura nos presenta a Dios como un padre misericordioso, un maestro, un sabio que
toma a su cargo a la persona -individuo y comunidad- en las condiciones en que se
encuentra, la libera de los vínculos del mal, la atrae hacia sí con lazos de amor, le hace
crecer progresiva y pacientemente hacia la madurez de hijo libre, fiel y obediente a su
palabra. A este fin, como educador genial y previsor, Dios transforma los
acontecimientos de la vida de su pueblo en lecciones de sabiduría adaptándose a las
diversas edades y situaciones de la vida. A través de la instrucción y de la catequesis
pone en sus manos un mensaje que va transmitiendo de generación en generación, lo
corrige recordándole el premio y el castigo, convierte en formativas las mismas pruebas
y sufrimientos. En realidad, favorecer el encuentro de una persona con Dios, que es la
tarea del catequista, significa poner en el centro y hacer propia la relación que Dios
tiene con la persona y dejarse guiar por Él.

B.La pedagogía de Cristo

Llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a la humanidad a su Hijo, Jesucristo. Él


entregó al mundo el don supremo de la salvación, realizando su misión redentora a
través de un proceso que continuaba la pedagogía de Dios, con la perfección y la
eficacia inherente a la novedad de su persona. Con las palabras, signos, obras de Jesús, a
lo largo de toda su breve pero intensa vida, los discípulos tuvieron la experiencia directa
de los rasgos fundamentales de la pedagogía de Jesús, consignándolos después en los
evangelios: la acogida del otro, en especial del pobre, del pequeño, del pecador como
persona amada y buscada por Dios; el anuncio genuino del Reino de Dios como buena
noticia de la verdad y de la misericordia del Padre; un estilo de amor tierno y fuerte que
libera del mal y promueve la vida; la invitación apremiante a un modo de vivir
sostenido por la fe en empleo de todos los recursos propios de la comunicación
interpersonal, como la palabra, el silencio, la metáfora, la imagen, el ejemplo, y otros
tantos signos, como era habitual en los profetas bíblicos. Invitando a los discípulos a
seguirle totalmente y sin condiciones, Cristo enseña la pedagogía de la fe en la medida
en que comparten plenamente su misión y su destino.

C.La pedagogía de la Iglesia.

Desde sus comienzos la Iglesia, que es en Cristo como un sacramento, vive su misión en
continuidad visible y actual con la pedagogía del Padre y del Hijo. Ella, siendo nuestra
Madre es también educadora de nuestra fe.
Estas son las razones profundas por las que la comunidad cristiana es en sí misma
catequesis viviente. Siendo lo que es, anuncia, celebra, vive y permanece siempre como
el espacio vital indispensable y primario de la catequesis.
La Iglesia ha generado a lo largo de los siglos un incomparable patrimonio de pedagogía
de la fe: sobre todo el testimonio de las catequistas y de los catequistas santos; una
variedad de vías y formas originales de comunicación religiosa como el catecumenado,
los catecismos, los itinerarios de vida cristiana; un valioso tesoro de enseñanzas
catequéticas, de expresiones culturales de la fe, de instituciones y servicios de la
catequesis. Todos estos aspectos constituyen la historia de la catequesis y entran con
derecho propio en la memoria de la comunidad y en el quehacer del catequista.

D. La pedagogía divina, acción del Espíritu Santo.

Dichoso el hombre a quien corriges tú, Yahvé‚ a quien instruyes con tu ley (9 Sal
94,12). En la escuela de la Palabra de Dios acogida en la Iglesia, gracias al don del
Espíritu Santo enviado por Cristo, el discípulo crece como su Maestro en sabiduría,
edad y gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2,52) y es ayudado para que se
desarrolle en ‚l la ® educación divina ¯ recibida, mediante la catequesis y las
aportaciones de la ciencia y de la experiencia. De este modo, conociendo cada vez m s
el misterio de la salvación, aprendiendo a adorar a Dios Padre y siendo sinceros en el
amor, trata de crecer en todo hacia Aquel que es la cabeza, Cristo. (Ef 4,15).
Se puede decir que la pedagogía de Dios alcanza su meta cuando el discípulo llega al
estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo (Ef 4,13). Por eso no se
puede ser maestro y pedagogo de la fe de otros, sino se es discípulo convencido y fiel de
Cristo en su Iglesia.

E. Pedagogía divina y catequesis.

La catequesis, en cuanto comunicación de la Revelación divina, se inspira radicalmente


en la pedagogía de Dios tal como se realiza en Cristo y en la Iglesia, toma de ella sus
líneas constitutivas y, bajo la guía del Espíritu Santo, desarrolla una sabia síntesis de esa
pedagogía, favoreciendo as¡ una verdadera experiencia de fe y un encuentro filial con
Dios. De este modo la catequesis:

F.Se inspira radicalmente en la pedagogía de Dios.

a. Es una pedagogía que se inserta y sirve al diálogo de la salvación entre Dios y la


persona: poniendo de relieve debidamente el destino universal de esa salvación; en lo
que concierne a Dios, subraya la iniciativa divina, la motivación amorosa, la gratuidad,
el respeto de la libertad; en lo que se refiere al hombre, pone en evidencia la dignidad
del don recibido y la exigencia de crecer constantemente en Él.

b. Acepta el principio del carácter progresivo de la Revelación, de la trascendencia y


carácter misterioso de la Palabra de Dios, así como su adaptación a las diversas
personas y culturas.

c. Reconoce la centralidad de Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne que determina a la


catequesis como pedagogía de la encarnación, por la que el evangelio se ha de proponer
siempre para la vida y en la vida de las personas.

d. Reconoce el valor de la experiencia comunitaria de la fe, como propia del Pueblo de


Dios, en la Iglesia.

e. Se enraíza en la relación interpersonal y hace suyo el proceso del diálogo.

f. Se hace pedagogía de signos, en la que se entrecruzan hechos y palabras, enseñanza y


experiencia.

g. Encuentra tanto su fuerza de verdad como su compromiso permanente de dar


testimonio en el inagotable amor divino, que es el Espíritu Santo, ya que ese amor de
Dios es la razón última de su revelación.

La catequesis se configura de este modo como proceso, o itinerario, o camino del


seguimiento del Cristo del Evangelio en el Espíritu hacia el Padre, emprendido con
vistas a alcanzar la madurez de la fe según la medida del don de Cristo (Ef 4,4) y las
posibilidades y necesidades de cada uno.

G. La catequesis como pedagogía original de la fe.


La catequesis, que es por tanto pedagogía en acto de la fe, al realizar sus tareas no puede
dejarse inspirar por consideraciones ideológicas o por intereses meramente humanos; no
confunde la acción salvífica de Dios, que es pura gracia, con la acción pedagógica del
hombre, pero tampoco las contrapone y separa. El diálogo que Dios mantiene
amorosamente con cada persona se convierte en su inspiración y norma; de ese diálogo
la catequesis es eco incansable, buscando constantemente el diálogo con las personas,
según las indicaciones fundamentales que ofrece el Magisterio de la Iglesia. He aquí
unos objetivos concretos que inspiran sus opciones metodológicas:

a. Promover una progresiva y coherente síntesis entre la adhesión plena del hombre a
Dios y los contenidos del mensaje cristiano.

b. Desarrollar todas las dimensiones de la fe, por las cuales ésta llega a ser una fe
conocida, celebrada, vivida, hecha oración.

c. Impulsar a la persona a confiarse por entero y libremente a Dios: inteligencia,


voluntad, corazón y memoria.

d. Ayudar a la persona así una acción que es, al mismo tiempo, de iniciación, de
educación y de enseñanza.

Ya en la práctiva el esquema básico de cualquier sesión de catequesis debe tener los


siguientes apartados

* Título del tema: que define la temática a tratar

* Objetivo moral: es el resultado práctico, vivencial, o motivacional que se desea


obtener en el tema.

* Objetivo doctrinal: es el núcleo de la doctrina que se busca transmitir al alumno.

* Enlace: Es una experiencia o un hecho de vida del que arranca la presentación del
tema. Es muy conveniente iniciar siempre de algo vital y cercano a la vida de los
alumnos y no de la teoría, para sumergir al alumno en la realidad vital del tema a tratar
y no exponer simplemente un conjunto de conceptos desligados de la existencia
cotidiana y personal.

* Puntos doctrinales: constituyen el esquema doctrinal de la sesión.

*Texto bíblico: Elegir un texto de la Palabra de Dios como so porte y fuente de


reflexión bíblica para el tema.

- Oración: se sugiere una fómula.

- Textos de apoyo:Para complementar el tema y para una reflexión ulterior por parte del
alumno.
H. La catequesis comunica la palabra de Dios y el credo de la Iglesia.

Queriendo hablar a los hombres como a amigos, Dios manifiesta de modo particular su
pedagogía adaptando con solícita providencia su modo de hablar a nuestra condición
terrena.
Eso comporta para la catequesis la tarea nunca acabada de encontrar un lenguaje capaz
de comunicar la Palabra de Dios y el Credo de la Iglesia, que es el desarrollo de esa
Palabra, a las distintas condiciones de los oyentes; y a la vez manteniendo la certeza de
que, por la gracia de Dios, esto es posible, y de que el Espíritu Santo otorga el gozo de
llevarlo a cabo.
Por eso son indicaciones pedagógicas válidas para la catequesis aquellas que permiten
comunicar en su totalidad la Palabra de Dios en el corazón mismo de la existencia de las
personas.
I. La pedagogía de Maria de Guadalupe.

Nuestra catequesis mexicana tiene en Maria de Guadalupe un ejemplo de pedagogía que


nos muestra cómo se educa a un pueblo a partir de su cultura. Por ser tan cercana a
nuestra vida y a la historia de nuestra fe, la pedagogía de Santa Maria de Guadalupe no
puede estar ausente de nuestra catequesis, sobre todo ante el desafío de la
evangelización de las culturas antiguas y nuevas.
A la luz del relato tan conocido por los mexicanos del Nican Mopohua, indicamos
algunos rasgos de la pedagogía Guadalupana, que la catequesis podría asumir en su
quehacer:

a. Maria tiene la iniciativa y provoca el encuentro a través de algo que al indígena le


llega mucho "el canto de los pájaros". Conoce su alma, sabe sus reacciones, lo toma en
su realidad.

b. Entabla una relación de amistad con él, a través de un diálogo franco y sencillo, lleno
de cariño, de respeto y de confianza.

c. Lleva a Juan Diego a que se supere. Lo promueve con delicadeza y caridad. No le


acepta las excusas de que él no es digno para la tarea que le confía. De hombre
convencido de su inutilidad y opresión lo convierte en alguien convencido de su
dignidad. Lo lleva a descubrirse no sólo evangelizador del Obispo, sino también de sus
hermanos a quienes dedicó el resto de su vida.

d. Habla a Juan Diego de manera que la entienda. No usa el castellano sino la lengua
náhuatl. Utiliza las formas que tienen los indígenas para hablar de Dios. "El Dios por
quien se vive", "El Señor de cerca y de junto". Se vale de las figuras y de los símbolos
con los cuales ellos manifestaban su modo de ver el mundo: el sol, la luna, las estrellas.

e. Le deja una imagen que los indígenas entender n muy bien. Una imagen que es señal
permanente de la alianza de Dios con su pueblo, como un libro abierto donde podrá leer
cada detalle como parte de un mensaje encarnado en la cultura del indígena:

1. Una mujer que tiene en su vientre el trébol de 4 hojas, símbolo del Dios por quien se
vive a quien Ella dice traer. Una mujer ni india ni española que se dirige al "pueblo del
sol".

2.La luna y las estrellas la adornan, mostrándola como señal de unidad en un pueblo que
creía que estos elementos eran eternos contrincantes.

3.Las nubes, el viejo con alas, el tipo y el color de las plumas, cada detalle es parte del
mensaje que la Señora da a los indígenas, que lo entendían porque estaba encarnado en
su cultura.

Los primeros misioneros hablan de que a partir del hecho Guadalupano los indígenas se
convirtieron en masa. La historia de la fe nos dice que Maria de Guadalupe se posesionó
del corazón de nuestro pueblo de tal forma que aún hoy sigue siendo el signo m s eficaz
para convocar a los mexicanos y la fuente indispensable de energías espirituales para la
lucha diaria.
Maria de Guadalupe es como una catequesis viviente en nuestro pueblo y puede enseñar
a la catequesis mexicana cómo hay que educarlo a través de una pedagogía encarnada
en la cultura de cada época.

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