Hora Santa

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Parroquia Jesús Niño

HORA SANTA Preparatoria de la Visita Pastoral 2009

EUCARISTÍA Y COMUNIDAD

Introducción

En esta Hora Santa nos proponemos, Señor, al caer de la tarde, pedirte


todos juntos, como comunidad parroquial, las gracias que necesitamos para
ser como los cristianos de los primeros tiempos, que vivían alrededor de la
celebración eucarística.

Queremos prepararnos para la Visita de nuestro Pastor, quien junto con los
presbíteros tienen la misión de santificar sus iglesias, de forma que en ellas
se advierta el sentir de toda la Iglesia de Cristo.

Para ello recordamos lo que dice la Carta Apostólica CRISTUM DOMINUS, la


que en su número 15 expresa:

Deber de santificar que tienen los Obispos

En el ejercicio de su deber de santificar, recuerden los Obispos que han sido


tomados de entre los hombres, constituidos para los hombres en las cosas
que se refieren a Dios para ofrecer los dones y sacrificios por los pecados.

Pues, los Obispos gozan de la plenitud del Sacramento del Orden y de ellos
dependen en el ejercicio de su potestad los presbíteros, que, por cierto,
también ellos han sido consagrados sacerdotes del Nuevo Testamento para
ser próvidos cooperadores del orden episcopal, y los diáconos, que, ordena-
dos para el ministerio, sirven al pueblo de Dios en unión con el Obispo y su
presbiterio.

Trabajen, pues, sin cesar para que los fieles conozcan plenamente y vivan el
misterio pascual por la Eucaristía, de forma que constituyan un cuerpo único
en la unidad de la caridad de Cristo, "atendiendo a la oración y al ministerio
de la palabra", procuren que todos los que están bajo su cuidado vivan uná-
nimes en la oración y por la recepción de los Sacramentos crezcan en la
gracia y sean fieles testigos del Señor.

En cuanto santificadores, procuren los Obispos promover la santidad de sus


clérigos, de sus religiosos y seglares, según la vocación peculiar de cada
uno, y siéntanse obligados a dar ejemplo de santidad con la caridad, humil-
dad y sencillez de vida. Santifiquen sus iglesias, de forma que en ellas se
advierta el sentir de toda la Iglesia de Cristo. Por consiguiente, ayuden
cuanto puedan a las vocaciones sacerdotales y religiosas, poniendo interés
especial en las vocaciones misioneras.

En esta hora santa nosotros vamos a ahondar en el misterio de la Eucaris-


tía, para ello meditaremos juntos sobre textos de Chiara Lubich, el Carde-
nal Van Thuan y el padre Enrique Gambón.
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Tratemos de respetar este momento de intimidad con Jesús, presente en la


Eucaristía, cuidando de evitar interrupciones, distracciones, estando
abiertos a su presencia, para que este momento sea sólo entre Jesús y cada
uno, por eso sugerimos apagar celulares por amor concreto al que está al
lado.

Canción
Preparemos el alma para este diálogo con Jesús.
Para ello cantamos juntos:…….

Lectura bíblica
Hacemos silencio para escuchar con el corazón las palabras de los Hechos
de los Apóstoles

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 2, 42-47


Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con
otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.
Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran
hechas por los apóstoles.
Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las
cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según
la necesidad de cada uno.
Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las
casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y
teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los
que habían de ser salvos.

Testimonio de Van Thuan


El cardenal vietnamita Francois-Xavier Nguyen Van Thuan, fue un “singular
profeta de la esperanza cristiana”, pues pasó trece años de su vida y
ministerio episcopal en diversas prisiones de su país a causa de su fe. Y se
encuentra ahora en proceso de beatificación
Compartiremos su experiencia con la Eucaristía en el tiempo de su
cautiverio.

Cuando en 1975 me metieron en la cárcel, se abrió camino dentro de mi


una pregunta angustiosa: Podré seguir celebrando la Eucaristía?”. Fue la
misma pregunta que más tarde me hicieron los fieles. En cuanto me vieron,
me preguntaron:”Ha podido celebrar la santa misa?

En el momento en que vino a faltar todo, la Eucaristía estuvo e la cumbre


de nuestros pensamientos: el pan de vida. «Si uno come de este pan, vivirá
para siempre; y el pan que yo le vaya dar es mi carne por la vida del
mundo» (Jn 6,51).

¡Cuántas veces me acordé de la frase de los mártires de Abitene, que


decían: «¡No podemos vivir sin la celebración de la Eucaristía!» .

En todo tiempo, y especialmente en época de persecución, la Eucaristía ha


sido el secreto de la vida de los cristianos: la comida de los testigos, el pan
de la esperanza.

Eusebio de Cesaréa recuerda que los cristianos no dejaban de celebrar la


Eucaristía ni siquiera en medio de las persecuciones: «Cada lugar donde se
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sufría era para nosotros un sitio para celebrar..., ya fuese un campo, un


desierto, un barco, una posada, una prisión... ».

El Martirologio del siglo XX está lleno de narraciones conmovedoras de


celebraciones clandestinas de la Eucaristía en campos de concentración.
¡Porque sin la Eucaristía no podemos vivir la vida de Dios!

Cuando me arrestaron, tuve que marcharme enseguida, con las manos


vacías. Al día siguiente me permitieron escribir a los míos para pedir lo más
necesario: ropa, pasta de dientes... Les puse: «Por favor, enviadme un poco
de vino como medicina contra el dolor de estómago». Los fieles
comprendieron enseguida.

Me enviaron una botellita de vino de misa, con la etiqueta: «medicina


contra el dolor de estómago», y hostias escondidas en una antorcha contra
la humedad.
La policía me preguntó: -¿Le duele el estómago?
-Sí.
-Aquí tiene una medicina para usted.

Nunca podré expresar mi gran alegría: diariamente, con tres gotas de vino
y una gota de agua en la palma de la mano, celebré la misa. ¡Éste era mi
altar y ésta era mi catedral! Era la verdadera medicina del alma y del
cuerpo: «Medicina de inmortalidad, remedio para no morir, sino para vivir
siempre en Jesucristo», como dice Ignacio de Antioquía.

A cada paso tenía ocasión de extender los brazos y clavarme en la cruz con
Jesús, de beber con él el cáliz más amargo. Cada día, al recitar las palabras
de la consagración, confirmaba con todo el corazón y con toda el alma un
nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, mediante su sangre
mezclada con la mía. ¡Han sido las misas más hermosas de mi vida!

Así me alimenté durante años con el pan de la vida y el cáliz de la


salvación.
Sabemos que el aspecto sacramental de la comida que alimenta y de la
bebida que fortalece sugiere la vida que Cristo nos da y la transformación
que él realiza: «El efecto propio de la Eucaristía es la transformación del
hombre en Cristo», afirman los Padres.

Dice León Magno: «La participación en el cuerpo y la sangre de Cristo no


hace otra cosa que transformamos en lo que tomamos».
San Agustín da voz a Jesús con esta frase: «Tú no me cambiarás en ti,
como la comida de tu carne, sino que serás transformado en mí».
Mediante la Eucaristía nos hacemos -como dice Cirilo de Jerusalén-
«concorpóreo y consanguíneo con Cristo». Jesús vive en nosotros y
nosotros en Él, en una especie de «simbiosis» y de mutua inmanencia: Él
vive en mí, permanece en mí, actúa a través de mí.

La Eucaristía en el campo de reeducación:


Así, en la prisión, sentía latir en mi corazón el corazón de Cristo. Sentía que
mi vida era su vida, y la suya era la mía.
La Eucaristía se convirtió para mí y para los demás cristianos en una
presencia escondida y alentadora en medio de todas las dificultades. Jesús
en la Eucaristía fue adorado clandestinamente por los cristianos que vivían
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conmigo, como tantas veces ha sucedido en los campos de concentración


del siglo XX.
En el campo de reeducación estábamos divididos en grupos de 50 personas;
dormíamos en un lecho común; cada uno tenía derecho a 50 cm. Nos
arreglamos para que hubiera cinco católicos conmigo. A las 21.30 había que
apagar la luz y todos tenían que irse a dormir. En aquel momento me
encogía en la cama para celebrar la misa, de memoria, y repartía la
comunión pasando la mano por debajo de la mosquitera. Incluso fabricamos
bolsitas con el papel de los paquetes de cigarrillos para conservar el
Santísimo Sacramento y llevarlo a los demás. Jesús Eucaristía estaba
siempre conmigo en el bolsillo de la camisa.

Una vez por semana había una sesión de adoctrinamiento en la que tenía
que participar todo el campo. En el momento de la pausa, mis compañeros
católicos y yo aprovechamos para pasar un saquito a cada uno de los otros
cuatro grupos de prisioneros: todos sabían que Jesús estaba en medio de
ellos. Por la noche, los prisioneros se alternaban en turnos de adoración.
Jesús eucarístico ayudaba de un modo inimaginable con su presencia
silenciosa: muchos cristianos volvían al fervor de la fe. Su testimonio de
servicio y de amor producía un impacto cada vez mayor en los demás
prisioneros. Budistas y otros no cristianos alcanzaban la fe. La fuerza del
amor de Jesús era irresistible.

Así la oscuridad de la cárcel se hizo luz pascual, y la semilla germinó bajo


tierra, durante la tempestad. La prisión se transformó en escuela de
catecismo. Los católicos bautizaron a sus compañeros; eran sus padrinos.

En conjunto fueron apresados cerca de 300 sacerdotes. Su presencia en


varios campos fue providencial, no sólo para los católicos, sino que fue la
ocasión para un prolongado diálogo interreligioso que creó comprensión y
amistad con todos.
Así Jesús se convirtió -como decía santa Teresa de Jesús- en el verdadero
«compañero nuestro en el Santísimo Sacramentos».

Canción
Ahora cantamos todos juntos: ...

Meditación 1:
Jesús Eucaristía, ¡que presunción, que audacia hablar de ti, que en las
Iglesias de todo el mundo conoces las secretas confidencias, los ocultos
problemas, los anhelos de millones de hombres, las lágrimas de felices
conversiones, conocidas sólo por ti, corazón de los corazones, corazón de La
Iglesia!
No lo haríamos para no romper la debida reserva a un amor tan alto que
produce vértigo, si no fuera precisamente porque nuestro amor que quiere
vencer todo temor desea ir un poco más allá de las apariencias de la blanca
hostia y el vino del cáliz dorado.
¡Perdona nuestro atrevimiento! Pero el amor quiere conocer para amar más,
para no terminar nuestro camino sobre la tierra sin descubrir al menos un
poco quién eres tú. (Chiara Lubich)

Van Thuan nos dice:


Y Jesús nos ha hecho ser Iglesia.
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«Porque uno solo es el pan, aun siendo muchos, un solo cuerpo somos,
pues todos participamos del mismo pan».

He ahí la Eucaristía que hace a la Iglesia: el cuerpo eucarístico que nos hace
Cuerpo de Cristo. O con la imagen joanica: todos nosotros somos una
misma vid, con la savia vital del Espíritu que circula en cada uno y en todos.

Sí, la Eucaristía nos hace uno en Cristo. Cirilo de Alejandría recuerda: «Para
fundirnos en unidad con Dios y entre nosotros, y para amalgamarnos unos
con otros, el Hijo unigénito... inventó un medio maravilloso: por medio de
un solo cuerpo, su propio cuerpo, él santifica a los fieles en la mística
comunión, haciéndolos concorpóreos con él y entre ellos»

Somos una sola cosa: ese «uno» que se realiza en la participación en la


Eucaristía. El Resucitado nos hace «uno» con Él y con el Padre en el
Espíritu. En la unidad realizada por la Eucaristía y vivida en el amor
recíproco, Cristo puede tomar en sus manos el destino de los hombres y
llevarlos a su verdadera finalidad: un solo Padre y todos hermanos.

Oración en silencio
Los invitamos a hacer un momento de silencio para que en este diálogo de
tú a tú con Jesús, escuchemos lo que Jesús quiere decirnos.

(Luego de dos minutos):

Oración de los fieles: Nos ponemos de pie para orar juntos, a cada súplica
respondemos: ¡Jesús, Pan de Vida, óyenos!

- Por la Iglesia de la que somos miembros vivos, a través de la cual tribu-


tamos culto al Padre por Cristo. Oremos al Señor.
- Por la santidad de los Obispos, sacerdotes, religiosos y laicos para que
reflejemos en nuestra vida, los signos sacramentales que realizamos.
Oremos al Señor
- Para que la Eucaristía produzca los frutos necesarios para que Cristo
pueda vivir y actuar a través de nosotros en la sociedad. Oremos al Se-
ñor.
- Para que nuestra Eucaristía Dominical exprese plenamente la unidad de
la Iglesia y pueda nutrir nuestra mente y corazón con el Pan de la Ver-
dad y el Pan de la Vida. Oremos al Señor.
- Para que nos dejemos ‘comer’ por los demás, y nos volvamos en cierto
sentido eucaristía para ellos. Oremos al Señor
- Por toda la comunidad, para que se esmere en la preparación y en la
profundización del culto que celebra unida a la Iglesia Diocesana y Uni-
versal. Oremos al Señor.
- Para que los laicos cumplamos nuestra vocación de consagrar el mundo
a través de nuestra vida y de nuestro trabajo. Oremos al Señor.
- Para que la presencia del Obispo fomente en la familia parroquial víncu-
los de unidad y de reconciliación profunda con Cristo. Oremos al Señor
- Para que nuestra comunidad sea acogedora y hospitalaria y no cierre su
corazón a ningún hermano. Oremos al Señor.

Nos sentamos para meditar juntos

Meditación 2:
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En memoria mía
En la última cena, Jesús vive el momento culminante de su experiencia
terrena: la máxima entrega en el amor al Padre y a nosotros expresada en
su sacrificio, que anticipa en el cuerpo entregado y en la sangre derramada.
Él nos deja el memorial de este momento culminante no de otro, aunque
sea espléndido y estelar, como la transfiguración o uno de sus milagros. Es
decir, deja en la Iglesia el memorial-presencia de ese momento supremo del
amor y del dolor en la cruz, que el Padre hace perenne y glorioso con la
resurrección. Para vivir de Él, para vivir y morir como El.

Jesús quiere que la Iglesia haga memoria de Él y viva sus sentimientos y


sus consecuencias a través de su presencia Viva. «Haced esto en memoria
mía». (Van Thuan)

En “La dimensión social de la Eucaristía”, Enrique Gambón nos dice:

Si tales son las características comunitarias de la Eucaristía, ello no puede


dejar de producir consecuencias decisivas en toda la vida social.

Ante todo porque la humanidad que no está en contacto directo con la


Eucaristía, lo está sin embargo con los cristianos nutridos por ella. Serán
éstos quienes, si viven coherentemente y dejan a la Eucaristía producir sus
efectos típicos, permitirían que Cristo pueda vivir y actuar a través de ellos
de manera privilegiada, en la sociedad. Los cristianos “dejándonos ‘comer’
por los demás, nos hacemos en cierto sentido eucaristía para ellos.
Comiéndonos a nosotros comen también a Jesús, ya que dejarse comer
significa amar, es decir ser personas que no se imponen a los demás, ni
singularmente ni colectivamente, sino que se hacen uno con todos, sufren
con quien sufre, se alegran con quien está alegre, participan de la vida, los
problemas, los gozos, las luchas de los demás”.

Si los cristianos, además de la lucidez y competencia necesarias, poseemos


esta experiencia personal y comunitaria de la Eucaristía, permitimos que
ésta adquiera un lugar y una influencia determinantes en la sociedad.
Hacemos realidad aquello de que “la eucaristía está en el mundo como un
fuego en la noche; contra las pasiones del odio, la lujuria y la avaricia,
purifica los corazones, recrea el gusto de la fraternidad, despierta el
sentido del servicio social, restablece la comunicación. Tanto en cuanto la
eucaristía actúa en la sociedad, en esa medida la sociedad se unifica y se
eleva: a medida que la conciencia eucarística decae, la sociedad se degrada.
Vivida en profundidad, la Eucaristía “en la enfermedad es salud, en el
desaliento es alegría, en el bienestar es sabiduría. Da inspiración al arte,
alimenta la política, transfigura la economía, es vida es paz. Es
renovación perenne”. (Enrique Gambón)

Oración en Silencio
Hacemos nuevamente silencio, tratando de que nuestro corazón le diga a
Jesús presente en la Eucaristía lo que sentimos, tratando de rumiar lo hasta
ahora escuchado. Si alguna expresión nos enciende el corazón, volvamos a
decirla en silencio, aprovechando este momento de gracia.

Luego de dos minutos:


Meditación 3:
El Cielo en la tierra
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¡No, no se ha quedado fría la tierra: Tú te has quedado con nosotros! ¿Qué


sería de nuestra vida si Tú no estuvieses en los sagrarios? Te desposaste
una vez con la humanidad y has permanecido fiel a ella.
Te adoramos, Señor, en todos los sagrarios del mundo. Ellos están con
nosotros y son para nosotros. No están lejanos, como las estrellas en el
Cielo que también nos has dado. En cualquier sitio podemos encontrarte,
¡Rey de las estrellas y de toda la creación!
Gracias, Señor, por este don inmenso. El Cielo se ha volcado sobre la tierra.
El Cielo estrellado es pequeño. La tierra es grande porque está jalonada
por doquier de Eucaristía: Dios con nosotros Dios entre nosotros, Dios para
nosotros.
El momento más importante del día, importante sin comparación, es cuando
Tú vienes a nuestro corazón. Es la audiencia Todopoderoso.
Y allí, diciéndote y repitiéndote las mil necesidades nuestras y de la
humanidad, dándote gracias por los dones sobrenaturales y naturales,
adorándote y pidiéndote que saludes de nuestra a tu Madre, sentimos que
alcanzamos la cumbre del día, y nos damos cuenta de que muchas veces no
hemos sabido comprender en presencia de quién estábamos y cuánto
podíamos, de tú a tú con Dios en esa habitacioncita íntima, de nuestra
alma.
Jesús no se quedó en la tierra para poder estar en todos los lugares de ella
a través de la Eucaristía. Era Dios y, como germen divino, fructificó
multiplicándose.
De igual modo, nosotros tenemos que morir para multiplicarnos.
(Chiara Lubich)

Canción: El pan del cielo

Oración final
Nos ponemos de rodillas para rezar juntos

Acción de gracias: A cada intención respondemos “Gracias Señor”

Por tu muerte y resurrección que nos salva


Por haber instituido la Eucaristía que nos alimenta
Por este tiempo que nos has concedido para adorarte y venerarte.
Por todos los beneficios que nos concedes.
Por esta hora de comunión contigo
Por tus palabras que reconfortan y sanan
Por tu cruz que tanto enseña
Por tu sangre que a tantos salva
Por tu amor sin tregua y sin fronteras
Por olvidar nuestras traiciones e incoherencias
Por perdonar nuestras distracciones en esta hora Santa
Por ese pan partido en la mesa de la última cena
Porque aún siendo Dios, te arrodillas y a servir nos enseñas
Por tu sacerdocio que es generosidad, ofrenda y entrega
Por tu amor sin límites y en la cruz hecho locura
Por la Madre que al pie del madero nos dejas

Canto de Despedida: Cantamos a nuestra Madre: “A tu corazón, María”

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