Los Obvios - Soledad Arrieta
Los Obvios - Soledad Arrieta
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Soledad Arrieta
LOS OBVIOS
Soledad Arrieta
LOS OBVIOS
Arrieta, Soledad Los obvios. - 1a. ed. - Buenos Aires : Creadores Argentinos, 2011. 140 p. ; 21x15 cm. ISBN 978-987-1377-95-4 1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Ttulo. CDD A863
Fecha de catalogacin: 22/03/2011 Diseo de Tapa e ilustraciones interiores: Carlos A. Arrieta [email protected]
Este libro se termin de imprimir en el mes de marzo de 2011 en: Creadores Argentinos Av. San Juan 1146 Piso 10 Dto. A (C.P. 1147) Ciudad Autnoma de Buenos Aires Telefax (054 11) 4-304- 7283 E-mail: [email protected] Sitio web: www.creadoresargentinos.com
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Creadores Argentinos
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A todas las Dudosas y todos los Dudosos. A quienes recin estn empezando a animarse a dudar. A quienes hace tiempo que dudan. A quienes con su trabajo diario se ocupan de combatir la obviedad.
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La seora lo mira como si la vida se estuviera derritiendo en una olla de fondue. El resto no lo nota, porque no fue fusilado. Lamen el cemento las suelas mientras las campanas de la catedral acribillan los tmpanos de los Obvios, quienes se persignan una y otra vez tras pasar frente a ella. Los Dudosos ya no creen en Dios, ni en las campanadas, pero ellos son otro tema. Inocencia no les sobra a los Obvios, aunque saben actuarla como profesionales del teatro. Magritte los hubiera pintado con una sanda por cabeza. Caminan hacindose los despistados y el mundo es una pelcula yanqui mal filmada, pero de Hollywood. No entienden mucho de filosofa ni de pasin, pero son ases en economa y en traicin; creen que una madre es una madre y que un tumor es un tumor. Transpiran con olor a rosas y se asustan cuando un lavacoches pronuncia sus palabras mgicas. Sostienen que el rock, las marchas y la homosexualidad son cosa de negros y diferencian con elevados fundamentos a los negros de alma de los de piel. Parafrasean a Maquiavelo con orgullo y alaban la obra de Santo Toms, pero jams se animaron a leer algo de Marx. Estn en todos lados y en ninguno a la vez, beben agua mineral, toman siempre un tentempi, firman con costosas lapiceras contratos importantes y no entienden nada del reino del revs. Sonren cmplices ante la perversa publicidad de su poltico preferido, siempre pensando en restituir la paz social. Reniegan de los precios y del mozo que no les trae el caf, del pibe que les pide una moneda, de la secretaria que se enferm, de la camisa beige que les quem la empleada con la plancha, de los subsidios, de las villas, del fro y del calor. Donan fortunas para que otros Obvios de menor categora (porque hay categoras de Obvios) les limpien las patitas a los pinginos, pero no se conmueven ni por falsedad al ver a un nio sin desayunar. Al menos dos veces a la semana juegan al tenis y sacan a sus perros de raza a caminar, nada como verlos dejar su pop lejos de casa piensan sin un mnimo intento de disimulo. Cuando se enteran de que hay una huelga, es mejor no estarles cerca. Sus hijos no aprenden castellano, pero es un honor escucharlos speak en ingls. Respetan mucho a las maestras, pero slo a esas (tambin Obvias) que jams cortaran un puente y sienten vergenza de ver a sus pares haciendo el ridculo ah, mientras murmuran por
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LOS OBVIOS lo bajo ojal den la orden, ojal den la orden. Tienen siete vidas, no prestan ninguna a veces las alquilan, pero no suees, a vos no; no tens ese nivel. Escondida en algn lugar de su casa suele haber siempre un arma, eso s: nunca est cargada, aunque por las dudas mejor prevenir que lamentar. Piden mano dura y colimba, porque saben que los mejores tiempos fueron de la mano de algn general que les mantuvo limpito de pobres el camino para salir a pasear sin que el olor les genere jaqueca. Usan corbatas serias y fruncen el ceo cuando alguien pisa sus lujosos zapatos. Los Obvios se ren despacito, con la boca cerrada y sin exagerar. Cambian de auto como de amante y de propiedades como de pesos por dlares o euros segn lo sugiera el diario Clarn. Extraan los tiempos del riojano traidor. Siempre caminan erguidos y sin mirar. Rezan todas las noches por un mundo mejor, sin abortos ni pobres ni contaminacin. Como saben que sin abortos los pobres se reproducen, porque son como conejos que no pueden parar de copular, consideran que como mucho a los tres aos de edad hay que matarlos, para que no crezcan y pretendan robar alguna de sus ostentosas adquisiciones ni arruinen el paisaje en los semforos de la ciudad. As de Obvios son los Obvios, tan distintos a los Dudosos que los miran de reojo mientras hablan sobre ellos sin que lo noten, que lloran por saberlos disgregando cada vez ms a la sociedad, que escriben y cantan y pintan sobre esto y suean con espiarlos disfrutando de su obra sin poderla interpretar.
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LOS OBVIOS de la cuerda. El Jorobado fue llevado a Roma, donde se lo ahorc pblicamente en la plaza.
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Julieta
Cierto da, Maitn especul con la posibilidad de no volver a despertar. Puso a calentar aceite para frer unos buuelos que haba preparado durante la maana, desconect los artefactos elctricos de la casa, abri dos centmetros cada una de las ventanas, quit las telaraas de los techos, almorz, lav su plato, llam a Ernesto para despedirse y se acost a dormir la siesta. Se llev un vaso con gisqui a la habitacin, vaci la caja de pastillas para dormir y se quit los anteojos dejndolos en la mesita de luz. Ya estaba lista. Record que no haba repasado los muebles del comedor y que haba dejado la llave puesta en la cerradura. Se levant y previno los dos posibles inconvenientes que podran suscitarse: que Ernesto no pudiera entrar y que quienes vinieran despus pensaran que era una mugrienta. Escuch la puerta, pero se qued quieta oyendo los pasos por el pasillo. l se arrodill junto a la cama mientras lloraba como un nio; ella estaba segura de que traa el cuchillo consigo. Tal como sospechaba, lo hizo. Esper unos minutos antes de sentarse y contemplarlo. Se baj de la cama por el otro lado y llam a la polica. Dos horas y media despus, un patrullero y una ambulancia llegaban a su casa. Al fin podra limpiar la sangre. Su plan haba sido magnfico: no era una asesina pero tampoco era Julieta. Qu orgullosa se senta de conocer tan a fondo la psiquis de ese hombre.
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Boceto
Sus ojos seran azules y se veran tristes. Tendra una cicatriz apenas perceptible sobre la ceja derecha y stas, las cejas, seran gruesas. Las pestaas, sin duda, arqueadas aunque no muy largas. Su nariz sera pronunciada, posiblemente con un lunar pequeo del lado izquierdo llegando a la punta. No, el lunar por ahora no. Y sus ojos bien podran ser oscuros, pero siempre tristes como el olvido, como los de Malena. Por el momento seran azules. Tendra los labios gruesos y una sonrisa amplia que no se vera porque sera impertinente en su estado. Y cuando sonriera se le haran hoyuelos. Pero esto no pasara, no debo distraerme. Su piel sera clara. Luego habr tiempo para oscurecerla. Cabello castao, desprolijo, como si en l se expresaran sus propias ideas. Tendra un sombrero encasillndolas. Un sombrero de paja, algo arruinado, viejo, de su abuelo. O de su padre, un sombrero no vive tanto tiempo. Sera alto, mas no se notara porque estara sentado sobre una mesa, con los pies sobre la silla. No, mejor al revs, sentado en la silla, con los pies sobre la mesa, estirado, casi recostado. Pero entonces s se notara su altura. Estara sentado, ya ver qu pasa con sus pies. Habra una botella en su mano. Aunque esos son accesorios, no suman por ahora. Tendra la espalda grande, un poco encorvada, amplia, fuerte. Y en ella un tatuaje, algo simple: una caja. Una caja es sencilla a primera vista, pero se vuelve misteriosa al pensar qu puede haber en ella, podra desviar la atencin. Mejor sin caja. Sin tatuaje, directamente. Aunque en realidad no se ve-ra, porque estara vestido, por lo tanto tendra una caja con todos sus misterios tatuada en el medio de la espalda, quizs inclinada hacia la derecha y un poco abierta, para generar ms intriga an. Usara camiseta blanca y un jardinero de jean aejo, gastado, bastante roto. Alpargatas blancas y sucias. De todas formas no dejara que se vean sus pies. Aunque quiz, si estuvieran sobre la mesa o sobre la silla Lo ideal sera que estn abajo, que no se vean. Tendra una pulserita tejida en la mueca. Se la habra comprado a un artesano que pasaba por el lugar. Tal vez podra apreciarse mejor la espalda si estuviera sentado mirando hacia la mesa con los brazos acunando su cabeza, descansando. Y se vera desde atrs. Pero entonces su rostro no tendra sentido. O sera una incgnita ms. Soledad Arrieta 13
LOS OBVIOS En una mano tendra la botella. Habra estado fumando, el cenicero estara repleto. La botella sera de vino. No, sera de vodka. Tendra la camiseta arremangada y se podran ver sus brazos poblados de pelos mientras sostienen su cabeza. El sombrero podra caerse y taparlos. Debera cuidar eso. Pensndolo bien, no aparecer. Habra estado all, porque estara la silla corrida, el cenicero lleno, la botella destapada. Pero l ya se habra ido. Que quede a merced de la imaginacin de quien lo observe.
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Ese mismo da comenc a preguntarme quin era esa mujer tan extraa que mi amigo Ernesto me present aquella tarde en la que conversbamos sobre el congreso.
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Cleopatra
La puerta se cerr y, como era de esperar, no reconoc a nadie. A menos de dos pasos una dama (creo) ya me estaba ofreciendo una copa que acept por cortesa. De alguna manera la situacin era divertida, aunque difcil. Implicaba ser un desconocido, un nadie o, peor an, un alguien que en nada se parece a quien se es de la puerta hacia fuera. Algunas mscaras eran graciosas, otras generaban una suerte de morbo mientras las ms ingeniosas evocaban ni ms ni menos que un fro temeroso desde la mismsima columna vertebral. Yo estaba vestida de Cleopatra, como siempre, pero mi cara (por si acaso) estaba cubierta con un antifaz en tonos violetas que esconda por completo cualquier rasgo distintivo. Slo quien supiera de mi lunar me reconocera. Pero no haba nadie en ese lugar que alguna vez lo hubiera visto. Ni ah ni en ningn lado. El vampiro miraba con erotismo mi cuello, predeciblemente, mientras la princesa rusa, a unos metros de distancia, le regalaba miradas de desprecio dejando en evidencia la pista de que algo haba entre ellos. El emperador romano miraba al sacerdote con cierta ansiedad, hasta que por fin ste se acerc y le roz la mano, invitndolo al juego de seguirlo, hasta donde yo los perd de vista. Tarzn y Gatbela preparaban tragos tras una barra de madera con lucecitas de colores. Me daba la impresin de que entre ellos exista cierto rechazo, de que no se llevaban bien. Pero este dato, a mi parecer, haca ms entretenido el espectculo. Segu caminando; brujas que jugaban a hechizar reyes, odaliscas que seducan sin piedad al To Sam, Batman que te-na unos anteojos ridiculsimos sobre el antifaz para poder contemplar mejor a la monja de minifalda, y yo, que segua mi rumbo intentando no perderme en esos absurdos detalles. Sub la escalera tropezando con todo tipo de personajes ya inconscientes, pas por el primer piso mirando slo hacia abajo a mi andar (no me pareca propio andar levantando la vista justo en el primer piso) y llegu a la ltima escalera, aquella que llevaba a la terraza donde estaba la pileta. (An no logro responderme cmo haca para sentirse cmodo el estpido sobre la reposera con el disfraz del gran pez). En ese sector de la casa estaban los disfraces ms cmicos. Bin Laden se desviva por las dos geishas que estaban sentadas respectivamente en sus rodillas. Alguien tir
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LOS OBVIOS algo muy pesado al agua haciendo que sta, enfurecida, salte empapando a todos los que estaban a su alrededor. Escuch su voz quejndose y la segu ansiosa. Cmodamente en una reposera, con una botella de champagne en la mano y la mirada irreconocible, mientras una sensual india le haca masajes en los hombros, estaba Ptolomeo XIII. Siempre suceden cosas similares en la modernidad cuando una se casa con un hombre menor, sobre todo si ese nio es su hermano. Me acerqu con cuidado por detrs, apartando a la india sensual, y le susurr al odo Te encontr. Gir bruscamente el cuello al reconocer mi voz y clav sus ojos, que temblaban de miedo, en los mos. Cmo supiste? pudo balbucear entre ese miedo que se iba convirtiendo, apacible, en un veneno letal. Es que esa mquina que hasta aqu te trajo, amor mo, fue diseada a mi orden, a tus espaldas, hacindote creer que era tu secreto y tu creacin. Puedo asegurarte que la us mucho ms de lo que podras imaginar. Desde el mismo lugar en el que estaba parada sostuve su cabeza mientras pasaba un dulce filo por su cuello sin piedad. Me fui siguiendo el mismo recorrido, quizs aprendiendo un poco ms de lo que vea. Cruc la puerta y orden que destruyeran la mquina del tiempo.
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Agona
Ernesto miraba el techo como esperando que le diera una seal, algn guio, un hasta siempre, quizs, un dormite de una vez. Sin embargo la fiebre no le permita relajarse, temblaba de a ratos con el calor o con el repentino fro que se colaba por sus sbanas. La puerta cerrada no le permita or los murmullos que seguramente lo evocaran en la sala, su madre, all, y Maitn. Maitn. Maitn que no paraba de llorar y haba salido de la habitacin para no angustiarlo con su propio dolor. Su madre deba estar abrazndola mientras le acomodaba la blusa coral y le corra el pelo de los hombros, despejndole el pecho y el cuello. En la ventana, acomodado bloqueando el nico espacio que permita que se filtre algo de luz solar, el gato gordo y antiptico que lo miraba de reojo burlonamente, sin sonrer. Seran las dos de la tarde, con suerte las tres. Saba que el calor era intolerable, pero no poda prescindir de las frazadas: el fro lo azotara sin piedad otra vez. La nieve comenzara a brotar del maldito techo nuevamente, luego se derretira porque hara calor llenando el piso de agua y, de repente, un viento glido que la congelara volvindola hielo. Hielo que podra hacer que Maitn o su madre al ingresar a la habitacin patinaran y cayeran y, quiz, se partieran la cabeza y l tuviera que llorar. Pero Ernesto no estaba con nimos de llorar. Si slo pudiera sacarle una sonrisa a ese gato Saba que la realidad distaba muchsimo de esa posibilidad. Que morira sin haberlo escuchado rer, sin haber conocido sus dientes. Desagradecido gato gordo, pensaba, desagradecido. Golpes suaves en la puerta. Ernesto aclar su voz para poder darle ese tono agonizante que tanto precisaba. Pas Maitn. Se abri la puerta con el crujido que lo fascinaba (de chico pas demasiadas horas abrindola y cerrndola slo por ese placer). Entr sigilosa, en puntitas de pie. Acerc el silln a la cama y se sent como si se estuviera acomodando en una nube. Estar muerto ya, pens Ernesto, y ella no pudo aguantarlo y se arroj a las vas del tren para acompaarme. Imposible, era el olor del gato el que invada an la habitacin. No lo crea capaz de seguirlo, con toda su antipata y su indiferencia. Soledad Arrieta 18
LOS OBVIOS Ella no tena rastros de dolor en las facciones. Tena el maquillaje intacto, una sonrisa disimulada pero que denunciaba una presencia reciente. l estaba seguro de haberla visto llorar. Quiz lo haba imaginado, producto de las alucinaciones que podan conllevarle tan alta fiebre. Cruz las piernas y encendi un cigarrillo esperando, con cara de inocente, que Ernesto tosiera. Se levant y camin sensual y pausadamente hasta la ventana, empuj al gato hacia adentro (siempre que era desplazado de algn lado haca un ruido que perturbaba a Ernesto. Lo saba y por eso lo segua haciendo). Levant la persiana y el sol lo invadi todo filtrndose por cada rincn de la habitacin. Esperaba ansioso por esa luz pero, al llegar, en el fondo le molest por no haber podido proversela l mismo. Las cuatro, seguramente eran las cuatro de la tarde ya. Adems de la luz, comenz a ingresar un calor agobiante por la ventana. El gato se haba subido a la cama y estaba a sus pies. Lo hubiera pateado de no quererlo tanto. Su mam ingres por la puerta sin previo aviso. Traa consigo una bandeja con una tetera y tostadas. Tres. Tres tostadas. Ni una ms ni una menos. Saba cmo alterarlo. Son el timbre. Ambas salieron de la habitacin dejndolo a solas con el felino que segua sin mirarlo. Media hora haba pasado, al menos. Puerta que se abre sin previo aviso otra vez, pnico que estremece cada rincn del cuerpo, sudor, calor, fro, miedo. Ambas entraron aceleradas, Maitn cerr nuevamente la persiana, la madre baj al gato de la cama que hizo su horrendo ruido acostumbrado y caminaron con prisa hacia la puerta, mientras l preguntaba qu pasa, quin era. Maitn dio media vuelta, se acerc a la cama, le dio un beso en la frente y le tap la cabeza. Era el mdico, Ernesto, hoy tampoco te vas a morir. La puerta se cerr de un golpe mientras l escuchaba al gato rer, por primera vez.
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Cartero
El cartero malhumorado lleg como todos los jueves dando tres fuertes golpes en la puerta. Era el hombre ms feo que haba visto en mi vida. Yo lo observaba a travs del visor, demoraba slo para hacerlo enojar ms (me agradaba ver cmo su ojo derecho se enrojeca). Saba que jams se atrevera a matarme aunque le encantara. Camin sin prisa hacia la puerta, su alteracin ya estara al borde del colapso. Sin embargo sonrea. Me entreg el paquete que traa y se fue, dejndome ese sabor amargo en la boca. Puse a recalentar el agua para mate, cambi la yerba y, terminado el ritual, me sent con el paquete. No poda dejar de pensar en la sonrisa de ese siniestro hombre, por qu sonreira? Qu motivo tendra? Ya no podra esperar ansiosa los jueves ese acontecimiento. Aunque quiz me estaba adelantando a los hechos y el jueves siguiente volvera a la normalidad. Sin embargo, lleg con la misma estpida actitud feliz. Esper al prximo, lo mismo. Cuestin que al cuarto jueves con esa sonrisa espantosa, fui al correo dispuesta a quejarme. En cuanto puse un pie en el establecimiento not que estaba vaco, habiendo slo una persona en el mostrador, a quien me acerqu para preguntarle por el encargado. A los tres metros de distancia ya me haba dado cuenta de que era el mismo miserable que me llevaba la correspondencia, con la infame sonrisa del ltimo tiempo. Me sorprendi que lo hubiesen ascendido. Quizs ese fuera el motivo de su sonrisa. Tal vez la semana siguiente su reemplazo fuera mucho ms malhumorado y grun que l. Esa hiptesis me agradaba. Me hizo pasar por una incmoda puertita hacia un pasillo que me llevara al despacho de su jefe. Qued sola y nadie me atenda. Empec a molestarme. Diez minutos pasaron. Cuando la puerta se abri sent un mareo, cre que estaban tomndome el pelo. ERA L!! Otra vez era l!! Se habra escabullido por algn pasillo interno, pens. Lo mir con mi peor cara. Me invit a entrar amablemente. Era satisfactorio su gesto, haba vuelto a la normalidad. Pase por ac por favor, pngase cmoda dijo con mala voz. Disclpeme, no comprendo cmo es el organigrama en este lugar se ech a rer con maldad. Tom mi brazo y me acerc hacia una ventana por la cual poda verse todo el establecimiento. Mis ojos no podan creer lo que vean, pens en la posibilidad
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LOS OBVIOS de estar soando. Eran miles de hombres idnticos a l trabajando. Parecan clones. La angustia me posey, no entenda nada de lo que estaba sucediendo. Cmo puede ser esto? Es una secta? Son experimentos genticos? Qu es esto!? Evidentemente, mi alterado tono de voz alto alert a todos los trabajadores, quienes giraron hacia el vidrio. Debo admitir que me invadi un miedo tremendo y que lo nico que quera era salir corriendo de ese lugar. Pero la intriga me obligaba a quedarme. El que estaba dentro de la oficina conmigo sirvi dos vasos de agua. Lo agarr de inmediato. Espere, no se lo tome todava me dijo arrebatndome el vaso con cierta violencia. Prefiero que antes vea lo que va a suceder. Bebi toda el agua de un solo trago, se par y me dio la espalda. Al instante volvi a voltear y, para mi sorpresa, ya no era l. Era mucho ms siniestro de lo que yo esperaba, ms parecido al diablo que a un cartero clonado. Era Adolf Hitler.
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Espera
No le gustaba mucho el clima. A decir verdad, senta un poco de miedo. Colgaban unas telas rojas a modo de decoracin, estticamente no eran agradables a la vista. El olor era extrao, aunque lo conoca muy bien. Tabaco y sndalo. El segundo para tapar el primero, sin xito. Se escuchaba el dilogo lejano, sin distincin de las palabras: dos mujeres y ella. Pensaba en cmo sera fsicamente. Se imaginaba una mujer muy voluptuosa, con los labios y las uas y el vestido rojo. El vestido en realidad no, pero en su imaginacin combinaba perfectamente si era de ese color. La boca y las uas rojas. El pelo rubio, abultado, quizs algo ajado, unos rulos grandes armados adrede y desarmados por las horas all. Se imaginaba que usaba un perfume muy dulce, tal vez demasiado, que impregnaba por completo ese pequeo cuarto que, supona, no deba tener ms de dos por dos. Ese aroma probablemente s distraa del olor a cigarrillo. Y claro, sera lgico, qu altura tendra el lugar? Dos metros ms? Un cubo sera? Lo pona un poco nervioso la exactitud. Haba un gato gordo, muy grande, sentado en una de las sillas de lo que vena a ser una sala de espera. Tena los ojos entrecerrados y abra la boca enorme cada tanto para bostezar. Se acerc a hacerle una caricia, en afn de que fuera mimoso y jugara al cmplice de la espera. Pero en cuanto se levant, el gato despectivo dio un salto al suelo y se alej caminando con femineidad por el pasillo, hacia donde estaba ella, con sus labios y sus uas rojas, con su rubio cabello y sus ojos negros enormes. Esto ltimo se le haba ocurrido mientras tanto. Encendi un cigarrillo, imagin que no se poda, por eso el sndalo intentando disimular. Pero la espera lo tena demasiado ansioso como para no hacerlo. Y cmo le hubiese gustado tener alguna copita a mano. Pit ferozmente una y otra vez, lo devor en pocos minutos. No lo haba notado antes: en la pared haba un reloj. Con la angustia que le generaban los relojes Seis y veinticinco de la tarde. Ya haban pasado veinticinco minutos desde que aguardaba all, se estaba molestando lo suficiente como para irse, pero tena necesidad de verla, aunque sea, despus de tanto haberla imaginado. Se negaba a rendirse y escapar. Las intrigas, claro estaba, no residan slo en su apariencia, Soledad Arrieta 22
LOS OBVIOS sino en todo lo que luego vendra, eso que en realidad lo haba llevado hasta ese lugar. Se escuch la puerta, un sonido perturbador y alentador al mismo tiempo en ese preciso momento de dubitacin. Tacones deambulaban por el pasillo y de pronto se dirigan a la sala, a su sala, en la que l aguardaba transpirando de la emocin. Una de las mujeres estaba vestida de negro, con un vestido casi pintado en el cuerpo, y en sus ojos se adverta la resaca de un llanto desconsolado, mientras l se preguntaba cmo no la haba odo llorar. La otra la sostena del hombro, seguramente la habra acompaado a ella, porque no presentaba los signos que se imaginaba que l mismo tendra al salir. Pasaron por la puerta sin siquiera un ademn de saludo, unas irrespetuosas, pens, aunque comprendi que quiz no estaban en condiciones. Nuevamente puerta, tacos, cercana. Buenas tardes, seor. Buenas tardes, seorita. Pase por aqu. Mientras caminaban l la observaba; no se pareca en nada a lo que haba imaginado: ni el pelo, ni los labios, ni las uas. Pngase cmodo. Gracias. Conforme ella se acomodaba como una rutina vulgar que la abrumaba cotidianamente, l pensaba en cmo podra sentirse cmodo en un lugar as, lleno de misterios, ahogado de respuestas. Cunteme, qu lo trae por aqu? Bueno, quiz le suene raro, pero tengo 38 aos y jams me enamor. Aj respondi sin mirarlo a los ojos, mientras mezclaba las cartas. Deseo profundamente enamorarme y quiero saber si eso va a ocurrir. Ella termin de mezclar, le pidi que haga tres cortes y empez.
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Fascinacin
El mar se vea hermoso desde la roca en la cual estaba sentada. Mientras tanto, el sol me acariciaba sutilmente los pechos y la brisa fresca me devolva a la realidad. Escuch unos pasos sigilosos que venan desde atrs y, mucho antes de que pudiera darme vuelta, sent un golpe seco en la nuca que me desvaneci. Cuando me despert estaba sentada en una pequea laguna de losa, la mitad de mi cuerpo yaca bajo el agua. Ensordecida por el mareo que an me invada gir como pude el cuello buscando al culpable. Las paredes eran azulejadas y tenan una guarda con dibujos que me resultaban familiares. Me entristeca la imposibilidad de salir de ah, por ms fuerza que hiciera con mis brazos slo lograra dar un salto y quedar inmovilizada en el piso. Junto al lugar donde estaba sentada haba un recipiente con agua, de una forma extraa. Un poco ms lejos un recipiente de las mismas caractersticas, pero ms alto. No poda ver qu haba en su interior. Se me ocurra que de todo lo que haba ah adentro poda fluir algn lquido. El dolor en mi cuello me oblig a reposar la cabeza y no pude seguir observando. La amargura me inundaba. No saba qu hacer. No tena muchas opciones, as que comenc a cantar. De un momento a otro se escuch un fuerte ruido en la puerta y entr un hombre que no hizo ms que observarme, me temo que no se anim a dirigirme la palabra o crey que no lo comprendera. Baj una tapa que tena el recipiente que estaba ms cerca y se sent a disfrutar de mi voz. Hasta que no tuvo ms remedio que matarse. Las horas pasaban y yo segua esperando que un tritn azul viniera a mi rescate atravesando los obstculos de sequa para arrancarme de las garras de la bestia humana, como en aquellos cuentos que la abuela me contaba cuando era pequea.
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Manera
Entonces nos bajamos del auto, estaba oscuro y no andaba un alma por esa ruta. l me miraba como si yo de alguna manera (siempre teja esa manera en su habilidosa mente) tuviera la culpa. Ese mismo da habamos tenido una discusin bastante fuerte, basada en la posibilidad de que me trasladaran al exterior por trabajo. l no tena intenciones de mudase y yo no tena intenciones de dejar mi trabajo; despus de todo era gracias al mismo que sostenamos la mayora de nuestros gastos. Pero pas, discutimos y a la noche debamos ir a cenar a lo de unos amigos que vivan en la ciudad, por lo cual tratamos de componernos para parecer lo ms normales posible (pese a la consciencia que ambos tenamos de que esa normalidad no era ms que una polaroid que se iba oxidando con el tiempo y sin las ganas). Llegamos a lo de ellos, siempre tan cordiales y con sus tantos modales burgueses y las velas y el vino carsimo y la comida elaborada por la cocinera de la casa (porque tenan cocinera, adems de mucama) y luego el champagne y el postre y el veneno y la muerte. Todo como de costumbre, como toda vez que bamos a visitarlos. Nunca me qued bien claro qu era lo que nos una a ese matrimonio de burbujas (que flotaban por separado, alejadas del mundo y distanciados de ellos mismos por esa muralla de jabn que, supongo, en algn momento fusionaban, al menos para hacer el amor). Y cuando digo todo como de costumbre digo que en un momento de la velada, tambin, (en ese momento en que la situacin ya no soportaba ms hipocresa y que slo queramos teletransportarnos a nuestra propia locura de una vez por todas) explot la lamparita del comedor y los vidrios se desparramaron por el piso generando algn que otro rasguo en alguna que otra piel que alcanzaron a rozar. Digo, tambin, que su gato amorfo y siniestro vomit unas siete veces. Y digo, adems, que a ella le agarr una jaqueca insoportable y a su marido una descompostura de estmago fulminante (por desgracia no lo fulmin literalmente). Nos subimos al auto entorpecidos por el malhumor. Y nuevamente surgi el tema: Yo me quiero ir y no quiero una vida mediocre ac, Vos no quers vivir ac porque ests encaprichada, no, yo quiero progresar y vos quedarte aplastado y bla, bla, bla. Tenamos casi dos horas de viaje. Haban pasado unos diez minutos cuando dejamos de hablarnos. Imagnense ustedes lo tedioso de la situacin. A los cuarenta y cinco ya no Soledad Arrieta 25
LOS OBVIOS aguantaba ms, tena una necesidad urgente de que se detuviera, de descargar toda mi desesperacin a travs del aire, del soplo de una brisa encariada con el mundo que me permita arrojar alguna de todas esas lgrimas que tena acumuladas y se rehusaban a salir por su propia voluntad. Fren por favor, no me siento bien. No la hagas ms difcil, no nos retardemos, todo lo que quiero es llegar a casa y descansar. Mi rostro se fue deformando y proyectando una especie de reflejo de lo que la bronca puede generar cuando oprime el pecho desde la impotencia de no poder gritar, de no poder actuar. El auto se detuvo. Ahora s me das el gusto, ahora que ya me lo negaste, ahora que ya no te lo pido. Se par solo. No s que pudo haber pasado, voy a ver. Par, te acompao. l tena ese gesto de ira que yo bien conoca y tan insoportable me resultaba. Entonces nos bajamos del auto, estaba oscuro y no andaba un alma por esa ruta. l me miraba como si yo de alguna manera (siempre teja esa manera en su habilidosa mente) tuviera la culpa. Me alej para prender un cigarrillo. Y ese rbol que no haba visto (ni l), que no estaba enclenque (supongo) y que no azotaba ningn viento, se le cay encima. Me qued sola, ah, en el medio de la nada, sin una llovizna que me abrigue de esa realidad tan horripilante. Y me empec a rer como loca. A carcajadas, cada vez ms fuertes. No me rea por su muerte, no se vaya a malinterpretar. Me rea porque l lo saba todo. Y le daba tanto miedo esa verdad que nunca se anim a reprochrmela. La lamparita de la pareja burbuja, el gato amorfo vomitando compulsivamente, la cabeza de ella, el estmago de l, el auto descompuesto, el rbol derribado. Qu suerte que la mente a veces pueda ser tan poderosa. Qu suerte y qu desgracia. Pero qu suerte al fin.
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Cuenta regresiva
Haba empezado la cuenta regresiva. La bala se alejaba de l como si nunca le hubiese perforado un pulmn dejndolo inconsciente y, luego en el hospital, muerto. Sus tres viudas ya no lloraban en el funeral que l no quera tener. El polica lo miraba desafiante mientras emita palabras que no llegaba a distinguir por la distancia, pero ya no sacaba el arma para apuntarle y disparar, ni se interpona la mujer embarazada en la secuencia del primer balazo. El dueo de la joyera lo atenda con amabilidad y no apretaba ningn botn de alarma mientras l le exiga que pusiera el dinero y las joyas en su bolso, ya que decida no hacerlo, conmovido por la mirada confiada de su interlocutor. Esa maana optaba por no salir a robar y quedarse tomando mate con el sol acaricindole el rostro a travs de la ventana, mientras su perro lo miraba desde el rincn con cierta complicidad.
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LOS OBVIOS
Me declaro culpable
La conoc un 9 de enero en la biblioteca de la calle 67, trabajaba ah haca unos meses y ella iba al menos una vez por semana, aunque no llegaba a verme. Sus ojos parecan dos dagas con una gota de sangre en cada punta. As me envolvan en su misterio y asesinaban a cada hombre que con ellos se cruzaba. Qu estudis?. Te pregunt aquella tarde, te acords? Nada y todo, fue tu respuesta, mientras no le dabas tregua a mis ojos que se estaban desangrando. Sonreste como si me odiaras, como si odiaras a todo el que dentro de ese espacio estaba. Y yo me re. Los siete locos, de Arlt, estoy buscando me dijiste. Esperaba impaciente que alguna lmpara se encendiera en m para responderte algo que te cautivara. Enseguida te dije, siendo vctima de la absurda quietud mental que me generabas. Y cuando volv ya no estabas, te acords, Maitn? Te habas ido y yo te vi por la ventana, caminabas con un vestido celeste que volaba con el viento.
Seran las nueve de la maana cuando llegu. l me miraba como si me tuviera miedo. S s, a l me refiero. Me miraba como si yo fuese una psicpata, como si lo fuera a lastimar. Trat de hacerse el gracioso pero realmente daba pena verlo sonrer entre unos dientes nerviosos y llenos de mentiras. No, no me est entendiendo. l quera ser amable, pero se notaba que no poda, que algo lo inquietaba. Claro. Pero quera disimular.
Ella estaba casi todos los das ah. Al principio slo iba a retirar algn libro, luego tom la costumbre de quedarse all a leer. l? No, pobre hombre, si es un pan de Dios. Ella tambin lo es eh? No vaya usted a creer. Ah?, yo qumica. No. Y, porque empec a trabajar, los libros quedaron de lado, en fin, lo que sucede a menudo vio?
S, Ernesto, poco despus de esa tarde en que cruzamos esas pocas palabras te animaste. No entiendo cmo tardaste tanto. Soledad Arrieta 28
LOS OBVIOS Disculpe seor, me dirijo a usted. Yo estaba leyendo para ese entonces Noticia de un secuestro, lo recuerdo perfectamente porque l se acerc a hacerme un comentario sobre la obra. Se sent, cambi su cara de pobre hombre por una que inspiraba un poco ms de serenidad y conversamos un rato, hasta creo que nos remos. No, fui yo la que lo invit a mi casa. Hace falta que le relate eso? No estoy de acuerdo. Mejor as. Ms o menos hasta las 7 u 8 de la maana ya que, me dijo, tena que pasar por lo de sus padres a cambiarse antes de ir a la biblioteca.
Tres veces. Arroz con atn. Vino. Tinto. No recuerdo. No, la primera vez fue antes de cenar. Las otras dos despus. Tiene sentido? No, no lo recuerdo. Pero de qu le sirve saber qu msica escuchamos esa noche? No la despert, sal sin hacer ruido, aunque creo que cuando llegaba a la puerta se despert. No, no dijo nada, escuch crujir la cama, nada ms. Por eso. No, ese da no fue. Esa semana no fue, no apareci, cre que no quera volver a verme.
Una tarde que se sentaron juntos en la mesita del fondo. Se rean, parecan cmplices. Y despus se fueron juntos eh?, yo me qued silbando bajo cerca de la puerta hasta que cerraron. Y por una semana ella desapareci. Con don Ral cremos que la haba asesinado. Y, cara de loco tiene, pero tal como dijo doa Sonia, era un pan de Dios. Es, es, claro, disculpe.
LOS OBVIOS Claro, fue una semana. Porque mi novio volvi de Misiones, donde estaba haca un mes por trabajo. Le haban dado esa semana de vacaciones y quise disfrutarla con l, ya habra tiempo para los libros. No, seor, l lo saba. Y tambin era libre cuando nos separaba la distancia. No, seor, disclpeme pero no se lo voy a permitir. Dios sabe cunto am a ese hombre. No, seor, a mi novio. En Nigeria. S, ah lo mataron, junto a otros 6 voluntarios. No, no me voy a explayar sobre eso, no viene al caso. Volvi y me explic, no quera entrar en razn.
No, seor, yo no entenda. Pero lo acept. Me enamor perdidamente de ella. Siete meses juntos todos los das. Desapareci otra vez y no volv a verla. Hasta hoy. Cmo se le ocurre? No, no poda buscarla, supuse que habra vuelto su novio y que estara con l. Jams me imagin. Yo le pregunto, seor, qu tiene que ver esto con el crimen? Somos considerados sospechosos por amarnos? Ella le dijo eso? Es mentira, tambin me amaba. Se le empez a notar cuando sus ojos dejaron de ser dagas y se convirtieron en mariposas. Al fin, muchas gracias. Hasta maana.
Hasta maana.
Hasta maana.
Hasta maana.
Hasta maana.
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LOS OBVIOS Es verdad. Qu extrao cruzarnos ac. Y por esto. Por qu me mirs as? No s, ests raro. Cres que fui yo, no? Ay, Ernesto, por favor, siempre el mismo paranoico. Entonces decime, quin cres que fue? Sos ingenuo eh? Eso es algo que siempre me gust de vos. Dale, Maitn, qu penss? No pienso, s.
La verdad es que haba estado muy confundida. Pas un mes yendo y viniendo desde que mi novio me dijo que se haba enamorado de otra mujer, que no volvera. Iba de noche a la biblioteca, cuando ya no haba nadie. Velas, no poda prender la luz. No seor, hubiese sido muy evidente. Por la ventana de atrs, que no tena vidrio haca aos y nadie se haba dignado a arreglarla. Quiere dejarme continuar y despus hace las preguntas que se le antoje hacer? Gracias. Esa noche haca mucho fro y yo no me haba llevado abrigo. Entonces la vi. Estaba ah acomodada en una estantera. Toda su coleccin. Cada uno de sus libros. Si bien me gustaba como escriba, nunca pude leerlo mucho ya que lo relacionaba directamente con ciertos grupos sociopolticos que me alteraban. Me deja proseguir? Despus le contesto, le parece? Bueno, todas sus obras. Baj uno a uno sus libros. Los apil. Y los quem. As de simple. Ahora s, pregunte lo que quiera.
Homicidio? Pero yo no mat a Borges, quem sus libros! No, seor, me parece tremenda su acusacin. Son elementos inertes, no le encuentro explicacin a lo que dice. S, seor. No, en lo absoluto. Mire, puedo pagarlos. Un libro no es una persona.
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LOS OBVIOS Tampoco. No, seor, no puedo aceptar estos cargos. Hasta cundo? Est bien. Ya llegar mi abogado.
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Rquiem
Se acerc a l dndole un beso en la frente. No estaba segura de que fuera una despedida, slo ella tena la verdad. La ta abuela vestida de negro y transpirada le apretaba la mano contagindole un poco su sudor. La transmisin le haca imposible notar si ahora ella transpiraba o si los restos que quedaron en su palma izquierda eran ajenos. An no haba podido llorar, no para los dems, no hacia afuera, aunque la situacin le generaba una angustia muy ntima. El da tambin estaba muriendo, nadie sospechaba que iba a renacer. O quiz s, pero no los que rodeaban el atad con ese morbo que tanto caracteriza a las situaciones similares. Alguien estaba rechinando los dientes, seguramente alguien que no lo conoca como corresponda para acompaarlo en esa situacin, ya que a Ernesto le perturbaba ese sonido. La ta abuela se sonaba la nariz con un ruido desagradable, sus secreciones (que eran tan reales como su aspecto) atormentaban el ambiente, volvan tediosa la situacin, ya no la aguantaba. Estaba a punto de rogarle que se fuera. Pero no poda, Ernesto se lo reprochara. Opt por salir a fumar un cigarrillo alejndose de ese grupo de animales que nada entendan de la circularidad. Camilo, el padre, sali apurado tras ella y comenz a hablarle montonamente sobre cosas que ni siquiera estaba escuchando, era como una voz lejana que no llegaba a llamar la atencin de sus sentidos. Y de repente la abraz y llor y sus secreciones tambin le molestaban. Estaba desesperada, no saba dnde ir. La muerte estaba ms presente entre esa gente que en el atad. Entr alterada solicitando a los visitantes que la dejaran a solas con l. No soportaba ms sus presencias, pese a que ya estaba escrito que en algn momento deban irse. En cuanto ingres de nuevo sinti algo de pnico producto de la situacin, se senta observada, sealada. Despus de todo era la primera vez que vea a su marido muerto. Y esperaba que fuera la ltima, le resultaba un sufrimiento demasiado severo, demasiado intenso, demasiado real. Superado el pnico, esper a que saliera del lugar la ltima persona para sentarse en paz. Sin embargo bien saba que la paz, al menos esa noche, no existira para ella. Siempre haba estado en contra de ese rito de los velorios, al igual que l. No crean en la muerte definitiva y les generaba muchsima repulsin el pensar en un cadver Soledad Arrieta 33
LOS OBVIOS expuesto de esa forma tan siniestra. No entenda quin la haba convencido de todo ese circo, pero ya no tena opcin; estaba en el baile y deba bailar. Se sent cerca y le dio otro beso en la frente. Poda notar la resaca de una mueca, quizs una sonrisa. Lo miraba fija e intensamente a los ojos (siempre que se haca el dormido eso le generaba gracia y se echaba a rer, dejando al descubierto la falsedad de su sueo). Pero nada haca, ningn gesto. Sus fuerzas estaban centradas en desconcentrarlo, en traerlo de vuelta. En tomar sus manos tibias y besar sus labios que en ese momento parecan los de una estatua. Por fortuna para ella faltaba poco tiempo, muy poco, unos minutos quiz. Aunque todo eso que faltaba era an lo peor. Ahora era ella quien estaba transpirando y quien secretaba esas sustancias que tanto repudiaba; imploraba que nadie se le acerque. Todos los personajes ingresaron otra vez, sin previo aviso. La ta abuela volvi a tomar su mano y a transmitirle su secrecin, apretndola cada vez ms fuerte, hasta que en un rapto de valenta la abraz, haciendo que sienta todo su cuerpo pegajoso y sus ropas adheridas y ese olor tan de cerca. Mientras la abrazaba, la ta abuela sac de su bolso un cuchillo. Y se lo clav en la espalda dejando que su punta le saliera por el pecho, quedando ste a la vista de todos. Las caras horrorizadas que an poda reconocer con sus ojos entrecerrados la desesperaban un poco ms de lo que ya estaba. La secrecin roja, intensa, brotaba inconteniblemente manchando sus manos, su vestido, el piso, el atad, a su difunto marido. Nadie se esperaba ese final. No para ella. Era extrao, pero siempre haba planificado su muerte de una forma menos dramtica. Quizs encerrada en un bao con un frasco de pastillas. Quizs encerrada en un ascensor con un ataque de claustrofobia que le cortara la respiracin. Pero no as. No en manos de una ta abuela transpirada. No con un cuchillo atravesndola de lado a lado. Los aplausos retumbaron en toda la sala. Las luces se encendieron. Los ocho personajes se pararon dando las gracias. El teln se cerr. Maitn se acerc a su marido (an chorreando pintura roja) y le pregunt, al odo y entre risas, cmo lograba mantenerse as durante tanto tiempo.
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Trabajos
Su trabajo es el ms divertido del mundo le dijo la nia pelirroja. Cuando sea grande quiero ser como usted. Ver: mis paps nunca sonren cuando trabajan y tampoco cuando vuelven a casa porque todava estn mal por lo que hicieron durante el da. Yo pensaba que estaban enojados, pero mam me explic que no siempre que los grandes tienen mala cara es que estn enojados, a veces estn pensativos. Ellos siempre estn as. El otro da fui a visitar a mi pap a su trabajo y vi que estaba contento, jams lo est. Se ve que la rubia que sali de abajo del escritorio cuando entr le estaba haciendo cosquillas en los pies. Cuando fui a contarle muy contenta a mi mam, se puso muy pensativa, yo crea que se iba a alegrar. Y un da se suspendieron las clases en mi escuela y, cuando llegu a casa, mam estaba en la pieza con el seor que haba ido a arreglar la cama. Pero mi pap dijo que la cama no estaba rota y se puso ms pensativo todava. Por eso, yo no quiero ser pensativa, quiero ser feliz como usted. Esa noche, cuando el payaso lleg a su casa, se lav la cara y se acost junto al cuerpo dormido de su mujer. Simplemente la abraz y llor.
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Instinto
l no advierte que lo estoy mirando. Y si lo supiese, por la ms fra respiracin, sera fatal. l no sabe que nunca, jams, haba conocido a nadie como l y que ahora estoy a unos pasos de su presencia. Que tan slo con imaginar su mirada clavada en algn sitio de mi cuerpo, muero del temor y de la intriga que me provocan proyectar lo que luego va a pasar. l ni siquiera pensara que alguien como yo lo acechara sabiendo, al mismo tiempo, que l me acecha y que calcul tantas veces y tan minuciosamente este encuentro cmo se-ra, cada paso, cada movimiento, cada sensacin, por mi hechizo, por este conjuro que sabe a muerte, ma, suya, de ambos. Y pensar que en el fondo nos gustara ser amigos.
Pero es aqu donde aparece el instinto del hombre, y el mo. Algunos lo llaman supervivencia. Sin embargo, mucho tiempo despus, mi piel estar abrigando su fro por las noches o ser la alfombra que sus pasos han de adorar. Quiz me venda o me regale burlndose del alma que me arrebat. l, fuerte, con una mirada un tanto violenta (y otro tanto temerosa) detenida cerca mo. Con su arma de fuego temblando por escupir su amargura en medio de esta selva que no esperaba su visita... Y yo... un simple tigre.
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Reconocidos desconocidos
La habitacin estaba vaca por completo, slo sus sillas y ellos o viceversa. No tenan mucho por hacer ms que mirarse en sus propias soledades, en sus propias rutinas, observar ciertos tics que a esas instancias podan resultar incluso entretenidos. Lo ms divertido de la situacin era que jams se haban visto la cara hasta entonces (aunque sabamos que se haban deseado en silencio cientos de noches, relamindose entre sueos, gozando el cuerpo del otro). Era estimulante por ms que a ellos les generara un temor que no les haca tanta gracia. Primera vez que pasaban un tiempo juntos y ya estaban aburridos, no encontraban qu hacer para pasar el rato y no tenan ms opcin que esperar (ms all de la historia del mes entero en Grecia reposando y saltando en la cama de aquella casa prestada por alguien que no recordbamos quin era y esa otra semana y media en Andaluca tan lejos y tan cerca de todo en ese hotelucho del frente azul). Intentaron hablar pero no se llevaron bien, no reconocan sus propias voces (aquellas que conocan a la perfeccin despus de tantas y tan largas manifestaciones de sensaciones al odo), incluso iban notando de a poquito, con las pocas palabras que pronunciaban, que ni siquiera coincidan en el idioma. Probaron sintindose, acaricindose: l los pechos de ella, ella la espalda de l, probaron respirndose, rozando casi los labios, enfrentando el aliento a fin de reconocerse (era sabida la adiccin que les generaban sus cuerpos). Intentaron degustarse, lamindose mutuamente el cuello, sentir ese sabor que deba recordarles algo, que deba regalarles alguna sensacin positiva (recordbamos los detalles de cmo se baaban en saliva para luego secarse con el calor de sus propias pieles). Nos sentamos un poco intrusos en esa vida que no nos perteneca (no del todo), pero era nuestro trabajo y no podamos dejar de hacerlo por ms que las emociones se nos estuvieran haciendo pedazos. As estbamos, tras el vidrio cuyo espejo de su lado impeda que ellos nos vieran, con los ojos repletos de lgrimas contenidas. Nos daba tanta pena saber que habamos ideado a estos seres sin haber previsto que tendran sentimientos Se enamoraron y no lo sabamos. Cmo evaluarlo previamente, cmo conocer el amor antes de que se manifieste. Pero era demasiado peligroso para el
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LOS OBVIOS resto de la humanidad que ellos sintieran. Nos cost muchsimo llegar a esta decisin, mas optamos por resetearlos. Y doli, ms para nosotros que para ellos, quienes no lo notaron, creamos. Quitamos algunos componentes que podran ser los precursores de estas emociones indeseadas, pensando que sera el fin. Al despertar yo estaba con l y mi compaero con ella, cada uno en un consultorio. Lo primero que hizo l al abrir sus ojos fue preguntar por ella. Lo primero que hizo ella al abrir sus ojos fue preguntar por l. Nos enternecimos mucho, por eso elegimos reunirlos en esa habitacin. Y sin embargo no logran reconocerse, todava. Si al menos pudiramos confesarles lo que no son
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Bulimia de poesa
Qu horrorosas son las mscaras, qu mentira.
Cunta bulimia de poesa que termina en una cloaca se da atracones de versos burgueses.
Y sals vos con el antiguo antifaz del cotilln iluminado de la esquina a mentirles una vez ms la estupidez que necesitan escuchar para sentirse volar lejos de los olores que generan arcadas bulimia de poesa, pienso nadie puede leer los pensamientos.
Sonren son las mscaras ms caras desalmadas aplauden con euforia intolerante.
Vomitan lo que no pudieron digerir, una verdad. Tal vez. O una desidia.
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Qu bonita vecindad
Celebrbamos esa tarde que los vecinos terminaron de mudarse. No tendramos que soportar ms esos domingos en los que desde temprano ya empezaban a hacer ruido y desapareceran para siempre las peleas con los palos de escoba a travs de la pared. Cmo no nos avivamos antes? me dijiste con tu oscura mirada desde la penumbra del living. Tal vez en el fondo nos gustaba te respond. Con eso bast. Te paraste, por primera vez en tantos aos, y me dejaste ver que no llegabas ni a la mitad de la altura que tenas en 1994. Y ni hablemos de cuando estaban de moda las plataformas camufladas con los pata de elefante Ciento y pico tenas. Ms de ciento veinticinco aos, seguro; me acuerdo que cuando los cumpliste te hicimos una fiesta, cinco al cubo, al cubo!, qu manera de tomar y bailar, pareca que tenas la mitad. Cuando los infelices de al lado llegaron, lo primero que hicieron fue ese agujerito en la pared del bao. Me daba gracia que no te dieras por aludido, era todo tan obvio. Cmo le excitaba a la rubia verte defecar, abuelo! Pasa que vos ya no escuchabas bien y an no tenamos plata para el audfono, pero enseguidita se encerraba en la habitacin con el marido la muy sucia. Cabalgaba toda la tarde sobre ese pobre pedazo de carne que ya ni para el desquite serva. Yo vea todo el espectculo a travs del espacio por el que les robbamos el cable; qu lamentable ese hombre, cmo no se iba a excitar ella viendo a un viejo defecar. Cundo va a dejar de llorar ese beb? me preguntaba todas las noches Laurita. Calma, preciosa, ten paciencia, ya va a pasar, en algn momento va a dejar de ser beb le explicaba. Pero su odio fue creciendo todas las noches hasta que el nene tambin creci. Qu desgracia, abuelo! Te acords? La rubia regaba la madreselva y puteaba contra las abejas. De repente vio que algo atrs de los jazmines se mova sin cesar. Y los enganch justo, abuelo, qu quilombo que hizo. Est bien que Laurita ya estaba pisando los cuarenta, soltera y virgen como le
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LOS OBVIOS aconsej, y que el chico cuyo nombre no recuerdo apenas si tena once. Pero no se abus eh?, pongo las manos en el fuego por mi hija, l la sedujo hasta que la pobrecita no aguant ms. Cunto tiempo dur lo de las ratas envenenadas? Te acords cuando te comiste una y te tuvimos que llevar al hospital? Te la bancaste como un duque eh?, ni un gemidito largaste. No parabas de piropear a la enfermera gorda. Ah fue cuando les prend fuego el patio, ya no toleraba ms tanta violencia. Concretamente, lo que termin de sacarme de mis cabales fue la carta de lectores repleta de injurias que publicaron en el diario. Eso s que no poda dejrselos pasar. Nunca te enteraste, pero decid jugar a la bruja de Blancanieves y darles de comer de su propia manzana. Cocin un bizcochuelo de vainilla e inclu, como parte del mejunje, una rata envenenada. Los muy ingenuos creyeron que de verdad iba en son de paz. Al pibito lo tuvieron que operar de apendicitis y a nosotros nos cay la cana con una orden de arresto (ahora sabs por qu). Menos mal que pude convencer al polica de que ramos inocentes, a los ochenta y cinco es innegable que an conservo intactos mis talentos. Como era de esperar, una de las dos familias sobraba en el vecindario. Obviamente yo no hubiese dado el brazo a torcer. Esa tarde celebrbamos nuestro triunfo cuando te paraste y eras tan pequeo que no llegabas ni a los cincuenta centmetros No me dejaste disfrutar ni eso, abuelo, ni eso. O sera que en el fondo nos gustaba y que, en realidad, despus de veinte aos de convivencia los extraaramos. Cerramos las ventanas y sellamos los agujeros hasta que lleguen los prximos, a quienes an esperamos. Si mi intuicin no falla, ser un matrimonio de jvenes recin casados, sin hijos ni ruidos; tendremos que esforzarnos en inventar otro pretexto.
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Toco tu boca
Me miraba serio desde el otro lado del vidrio. Cualquiera que no supiera hubiese dicho que vena a matarme. No se mova, sus ojos tampoco. Nadie comprendera cunto habamos vivido juntos. Estaba viejo, pero yo tambin lo estaba. Haba escrito algo sobre l la noche anterior. Luego haba abollado el papel y lo haba arrojado al cesto de basura. Generalmente asuma esa actitud cuando no me gustaba lo que lea. Tambin cuando no me gustaba lo que pensaba, por esa torpeza y esa ignorancia que me obligaron a adoptar. Movi sus labios desde afuera mientras haca una sea. Beb el ltimo trago de ese caf quemado, me abrigu y sal. Nevaba como aquella tarde que yo no protagonic. En el fondo no me sorprenda la ausencia de gente, siempre haba sido as. Te ests congelando dije mientras besaba su mejilla. Estoy acostumbrado murmur mientras abra la petaca para tomar un trago. El viento helado rasguaba nuestras caras al descubierto. Saqu del bolsillo de mi campera un cigarrillo que a los pocos segundos de tensin se haba consumido. Su mirada silenciosa me inquietaba y esperaba con ansiedad su prxima palabra. Hurg aceleradamente en su bolso y sac un paquete envuelto con papel madera. Agarr mi mano y lo puso all. Mis labios se congelaban de no hablar. Le agradec mientras se me escapaba una lgrima. Es tuyo respondi mientras se alejaba. Nunca ms volvera a verlo. Ahora estaba sola en el medio de un desierto blanco repleto de ausencias, recuerdos y dolores. Hubiese preferido esos ojos fros que no desentonaban con el clima. Entr nuevamente al lugar, dejando el paquete sobre la mesa. Me desabrigu y me sent, sealndole al mozo que me trajera otro caf. An tiritaba. Permanec un rato mirndolo sin tocarlo. Tena la seguridad de que mi vida poda cambiar en un instante. Lo agarr agitndolo cerca de mi odo, esperando escuchar algo, todava no le encuentro sentido a esa actitud. Lo dej otra vez en la mesa y empec a desenvolverlo con lentitud. Llevaba aos escondida en ese pueblo. Mi dolorosa experiencia me deca que no poda permitir que volvieran a atraparme. Era ese libro. Doblada en su interior, la carta, mi pasaje a la salvacin.
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Paris, 12 de febrero de 1984 Estimada Luca: Tengo claro que esta carta llegar a tus manos muchos aos despus de este momento. Es muy probable que para entonces no me reconozcas y que, incluso, me haya cambiado el nombre para poder seguir mi vida. Desconozco el paradero al que te la har llegar, por el momento. Muchas cosas habrn cambiado, pero s que voy a encontrarte. Hoy ha muerto nuestro secuestrador y estoy feliz, porque somos libres. Comienza una nueva vida. Ya lo ves, Maga, podrs volver a la realidad. Adjunto el resultado de lo que hizo con nosotros. Te resultar incomprensible, pero me conmovi leerla. Te recomiendo que la guardes en un lugar seguro y que, si algn da quers recordar esos tiempos que compartimos, aunque ms no fuera a la fuerza, la leas.
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9:06
Me despert y eran las 9:06 exactamente, al igual que los ltimos tres das. La alarma no haba sonado. Algo dentro de mi cabeza me obligaba a abrir los ojos a esa hora. Rug como todas las maanas mientras me arrastraba a la cocina. A medida que avanzaba, una baba verde iba dejando su huella en el piso. Otra vez no iba a salir de mi casa y segua pensando en Gregorio Samsa, el muchacho que me haba robado el corazn.
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Unicornio
Me preguntaba si realmente vala la pena estar sentada en ese silln mirando el reloj en lugar de estar montando un unicornio en una playa desierta. Mi gur me haba contado que cuando no queremos estar en un lugar, cerramos los ojos e instantneamente estamos en otro. Entonces ahora estaba all, en la playa con el unicornio. Pero la sombra de su cuerno proyect la hora en la arena y eso me estremeci. Mejor vuelvo al silln y a esa manitica utopa de querer que el tiempo se detenga. Golpean la puerta y me obligo a deslizarme hasta ella. Cuando la abro, una avalancha de arena ingresa a mi hogar. Descubro que estoy en el lugar inadecuado y que el tiempo se quebr sin pedirme permiso. Me ahogo con el polvillo que qued suspendido en el aire y empiezo a cantar con los ojos cerrados. Al abrirlos me encuentro en esa plaza que tantas veces compartimos, recostada en el csped, junto al unicornio que me mira con tus pupilas clavadas en las mas. Me asusta esa coincidencia y lo empujo alejndolo de m. Noto que a su lado hay un precipicio y lo veo caer sin distinguir el fondo en que iba a estrellarse. Mis lgrimas empiezan a rodar y me despierto a tu lado, ests mirndome con los ojos del unicornio.
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Copos de nieve
El primer copo de nieve cay justo en mi mesita de luz, donde estaba ese libro de rimas de Bcquer que nunca me gust pero haca unas semanas que intentaba leer porque se me haban terminado los libros de la biblioteca del comedor, donde el segundo copo de nieve cay: justo sobre el libro de Galeano que l me haba regalado cuando todava era mi amigo. Pero volvamos al primer copo de nieve que cay justo en mi mesita de luz apagando tambin el cigarrillo que an no haba terminado de fumar mientras pensaba en el budn de chocolate que estaba sobre la mesada, mas el tercer copo de nieve cay justo arriba de l y se derriti estropendolo y dejndome con las ganas de saborearlo. Pero volvamos al primer copo de nieve que cay justo en mi mesita de luz donde estaba la libreta naranja en la cual anotaba, al despertar, los sueos que me haban resultado interesantes y, tal como era de esperar, corri la tinta; igual daba lo mismo, porque saba que esa noche iba a tener un sueo de lo ms interesante si no hubiese sido porque el cuarto copo de nieve cay justo en mi frente despertndome. Pero volvamos al primer copo de nieve que cay justo en mi mesita de luz donde estaba la foto en la que l me rodeaba con su brazo izquierdo y, como no me gusta que me fotografen, admito que festej que se arruinara mientras se me ocurra imprimir una nueva para reemplazarla aunque, previsiblemente, el quinto copo de nieve cay justo en la impresora estropendola. Pero volvamos al primer copo de nieve que cay justo en mi mesita de luz al lado de la cama en la cual estaba acostada y me levant molesta a mirar por la ventana qu pasaba afuera, pero fue en vano: del otro lado del vidrio no nevaba y el sexto copo de nieve cay justo en la cabeza del gato que peg un grito desgarrador y me pregunt por qu carajo est nevando ac adentro? Y los ltimos copos de nieve caan justo sobre m, ahogndome.
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Extraterrestres
El paisaje montono me generaba un aburrimiento indescriptible, hasta que apareci la nave espacial junto al colectivo en que viajaba y pude ver a ese extraterrestre parado frente a mi ventana, inspeccionando. Al cabo de unos minutos, muchos de ellos rodearon el vehculo y lo destruyeron con ametralladoras creyendo, en su ignorancia, que haban asesinado a todos los que all viajbamos. Al ingresar al micro y descubrirme, uno de ellos me dijo algo as como venimos en son de paz y yo pens inmediatamente estos deben ser los neurticos asesinos de la Tierra, mientras agradeca una vez ms a la vida ser habitante de Marte.
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Fantasma
Hace diez aos yo estaba muerto. Caminaba por la avenida San Juan cuando un motociclista pas y me dispar por error. Fallec en el acto. No s qu fue de mi cuerpo, pero mi alma se qued a hacerte compaa por las tardes, esas en que te duele tanto tomar mates sola. Pons la msica del Polaco bien fuerte para no escuchar mi voz que todava te asusta y te sents a mi lado en la mesa. No lo sents, pero mi mano izquierda siempre est sobre tu hombro derecho. Aquella tarde de marzo te fuiste corriendo y te segu. Cunto morbo en esta sociedad! Muri, te dijo el mdico con cara de nada. Cmo que mor? Eso fue hace diez aos! Qu locura que te hayan hecho esperar tanto para liberarte. No recuerdo qu pas el resto de ese da. Mas s que a la tarde siguiente me cebaste un mate y acariciaste mi mejilla mientras se te escapaba de los labios la promesa de una eternidad abrazndome, mam.
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No es lo que parece
Ahora no puedo explicarte claramente de qu corno se trata todo esto pero, con ms tiempo y mayor claridad conmigo misma, intentar que lo comprendas. No te voy a mirar a los ojos y decir una frase tpica al estilo no es lo que parece; entraste y lo viste, no te puedo mentir. No me grites, yo te estoy hablando con tranquilidad. Es que haca fro, hace fro, y yo estaba sola y la cama estaba helada. Cuando lo vi ah parado, en lo primero que pens fue en el calor que podra darme. No, no me estoy justificando, estoy tratando de entender mi propia actitud para que vos tambin la entiendas. Lo hice pasar porque me senta sola y, no te lo voy a negar, ya planeaba algo ms que compaa. Esper, no te vayas; hablemos o, al menos, escuchame, porque l ya est muerto, qu ms penss hacer? Aunque te resulte increble, en este momento todo lo que siento es culpa y una fuerte angustia. Lo nico que necesitaba era su piel. Y ahora todo lo que necesito es tu abrazo, me abrazs? S que ests triste, pero no llores, ven. Hay muchos corderos como l, aunque fuera tu preferido.
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Ganas
Tena tantas ganas de pedirle otro caf pero el mdico se lo haba prohibido, as que las hizo un bollito que guard en el bolsillo. En cuanto sali del bar, Braulio encendi el cigarrillo permitido del da y lo disfrut como si faltaran veinticuatro horas para el prximo. Cruz hacia la plaza y not que alguien haba escrito algo en el rbol junto a su banco. Se acerc a inspeccionar.
Mientras tanto, en el bolsillo, la gana de caf dialogaba con la gana de otro cigarrillo. Estoy harta de que me guarde ac, qu se cree ste? S, yo tambin estoy harta. Pero a vos al menos no intent matarte, como a m. Shhhh, hablen ms despacio que algunas ac queremos dormir susurr la gana de chocolate desde el fondo. Y vos qu hacs ac? A qu te refers con estamos? chill indignada la gana de caf. A ver, a ver, qu es esto? No hay paz en este bolsillo? se intrometi la gana de gisqui. Ah, no! Esto es un descontrol, cuntas somos? pre-gunt desconcertada la gana de cigarrillo. Una, dos siete, nueve diecisis. Diecisis! Mmm Somos muchas para un solo bolsillo me parece. Ni siquiera estamos cmodas reflexion la gana de caf. Y si nos fugamos? Eso, eso! Organicemos una fuga! De a poquito todas las ganas comenzaron a planificar su fuga. Saldran de a una, sin que nadie lo note. Aun no haba consenso acerca de qu haran una vez que estn en libertad, la votacin sera en contacto con la naturaleza.
Braulio se haba olvidado los anteojos en su casa antes de salir. Resignado por no poder leer el mensaje del rbol, se sent en su banquito a reflexionar. En medio de esa introspeccin, comenz a notar que le faltaba algo. El cigarrillo le gener asco y tos, as que lo apag, pensando que quizs ahora s podra dejarlo para siempre. Pero de a poco iba sintiendo que se deshaca, que le empezaban a faltar cosas. Siguiendo con su
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LOS OBVIOS reflexin, not que ya no tena ganas de nada, ni siquiera de vivir, y se acurruc esperando a que la muerte se lo llevara, tal como lo hizo unas horas despus.
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El pastorcito
Es probable que esta vez no sea en serio, pens el pastorcito, mas a quin le importa. Ni bien se acomod bajo el naranjo, comenz a silbar jugando al distrado. De repente, de atrs de una montaa de paja, apareci el lobo. Su cara se transform, horrorizada, mientras se atragantaba con el silbido. Viene el lobo! Viene el lobo!, empez a gritar de manera consecutiva y alzando cada vez ms la voz. Como en el pueblo ya estaban acostumbrados al poco original chiste del pastorcito, lo ignoraron. El lobo, indignado por la situacin, se acerc a una casa y sopl con todas sus fuerzas, dejando al descubierto a los tres chanchitos que tomaban cerveza mientras miraban un partido de ftbol. Uno de ellos se hizo pis encima. El otro se tap los ojos con sus patitas de adelante y se acurruc junto al ltimo que, ebrio como estaba, no poda parar de rer. Ya fuera de sus cabales ante la irrespetuosidad del chancho borracho, el lobo sac de su bolsillo una escopeta con la que rompi la cerradura de la casa de la nia de la caperuza roja. El problema fue que no recordaba cuntos aos haban pasado desde la ltima visita y, esa nia, ya era toda una mujer que estaba en el silln apretando con el prncipe que se ha-ba casado un lustro atrs con la muchacha blanca envenenada, de quien se haba separado haca dos meses. Cuestin que, sin comerse a nadie (porque con la abuelita se haba empachado en su momento y recordaba tristemente lo mal que le haba cado su carne), decidi marcharse. Una paloma desafiante defec en la cabeza del pastorcito, despertndolo. Tampoco esta vez, suspir.
Soledad Arrieta
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Narracin
El telfono no paraba de sonar, las hojas volaban por la habitacin. Y vos ah, ah mirando como si todo estuviera en orden. Si tan slo ella no hubiera sido tan taxativa, si me hubiese dejado respirar nueve minutos ms. Esa puta nube que no se mueve de arriba de mi techo, lo que dara porque deje de llover. Necesito encontrar ese cuaderno. No pods descolgar esa mierda?! Ya s, no pods. Y ese tipo que est desesperado revoleando papeles por los aires soy yo, cmo me creci la barba, qu demacrado estoy, mir la panza que tengo, el olor no te afecta? No, qu te va a afectar a vos. A ver, levantate. Correte digo! Qu guacho que sos, no pods haber estado sentado encima todo este tiempo mientras yo revolva la habitacin sin decirme nada, sos una porquera. A ver, pgina 48: La lluvia ces y pudo ver a travs de la ventana un rayo de sol. Se acomod suavemente en la silla azul y el gato se le sent encima. Atendi el telfono sabiendo que era ella dicindole que an estaba viva. Al escuchar su voz respir profundo y dispar.
Soledad Arrieta
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Los Ernestosaurios
Cuentan que hace muchos aos un hombre llamado No construy un arca para salvarse, junto a su familia y otros animalejos, del supuesto diluvio universal. En la conocida fbula bblica, este seor rene a diversas especies para preservarlas llevando dos ejemplares de cada una. Por entonces an exista una clase de ser vivo que nadie jams quiso volver a recordar: los ernestosaurios. Tenan forma esfrica, su piel era violeta y su tamao poda compararse con la estatua del Buda de Leshan. Lo ms asombroso de estos bichos era que tenan la capacidad de, a medida que rodaban, absorber todo lo que a su paso se cruzaba llevndolo a su interior. Nunca se supo a ciencia cierta qu les deparaba a las vctimas all, pero era sabido que no las masticaban ni digeran: simplemente las guardaban. Los rumores oscilaban desde la posibilidad de que al traspasar la piel se murieran hasta que cada uno tuviera en sus adentros a sociedades reducidas, idea que necesariamente llevaba a nuevas hiptesis acerca de cmo seran las mismas. Con el tiempo dejaron de estar en circulacin, casi ni se vean. Cuando No inici el proceso de seleccin de los animales record su existencia. Jirafa! Jirafa! Ven y treme un pedazo de ernestosaurio urgente. Pero No, eso es injusto respondi la jirafa en su idioma. Ests llevando una pareja de cada especie, por qu reducir a los ernestosaurios a slo una fraccin de ellos? Cllate o te degello, haz lo que te pido. La jirafa se fue cabizbaja en busca de uno de ellos y cumpli con su cometido.
Dicen los que saben que el diluvio jams lleg y que un ernestosaurio qued agujereado y sali por all el primer hombre que, al ver y recordar lo que suceda afuera, decidi volver a entrar y enmendar con urgencia, desde adentro, la piel de su animal sin lograrlo, ya que fue interceptado por un hipoptamo bajo las rdenes de No y sometido a un interrogatorio. No puede ser que ests igual si han pasado tantos aos, cul es el secreto que se esconde en el interior de estos seres? No puedo revelarlo. Slo decirte que all la eternidad est asegurada, as como la felicidad y la bondad. Pero slo para los pocos que somos dignos de ingresar.
Soledad Arrieta
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LOS OBVIOS Patraas. Quiero entrar y verlo, llvame contigo! El hombre neg esta posibilidad a No y fue sometido a un sinnmero de torturas para que aceptara. Aunque haba olvidado el detalle de que jams podra daarlo. Alterado por la situacin, el constructor del famoso Arca decidi enviar al simio a curar al nico espcimen que quedaba a la vista para que, luego, los elefantes lo hicieran rodar sobre l a fin de ser absorbido, seguro de su dignidad para ingresar a ese submundo. No muri aplastado por el ernestosaurio y nunca se volvi a hablar de esta especie, bajo amenaza de muerte.
Soledad Arrieta
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Otoo
En el mismo pueblo que cada uno de los aos anteriores de su vida, Ernesto pintaba el paisaje que recreaba con oleos durante los otoos, frente al lago, habindole colocado previamente la fecha al marco que luego usara, para no confundirse. A medida que los otoos iban pasando, Ernesto se ocupaba de recomponer cualquier cambio que se hubiera suscitado en el paisaje, como las ramitas y el pjaro naranja que faltaban en esta ocasin respecto a la primera, all por 1984. Tena la mana de dejar el cielo para el final, aunque la lgica le dijera que debera ser lo primero; gozaba de desafiarla. Llegado este paso, descubri que le faltaban los oleos necesarios para recrear su color. Pens en quitarse la vida, pero decidi romper sus propios esquemas y pintar, esta vez, un cielo rosado que anunciara el viento inexistente. Al finalizar, y sin previo aviso, el pueblo sufri la misma tragedia que aquel ficticio Macondo.
Soledad Arrieta
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Poeta
A qu te dedics? me preguntan a menudo. Soy poeta respondo orgullosa. Pero, de qu trabajs? insisten. Mi trabajo es escribir. Bueno, cmo coms? Con lo que escribo. Quin te paga? Nadie. Con qu comprs la comida? No compro comida. Qu coms? Hojas en este punto la conversacin se vuelve tediosa y la cara de mi interlocutor siempre denota desprecio. Cmo hojas y bebo tinta! reafirmo. Disculpame, pero no te cae mal alimentarte as? No te genera indigestin, por ejemplo? ren. No, porque luego vomito poemas; pero no te esfuerces vuelvo a sentirme orgullosa, jams lo entenderas.
Soledad Arrieta
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Punta Alta
El pueblo ola muy raro, lo not desde que me baj del colectivo. Ola a porquera, a ciudad estresada, a que algo (ms all de su ya lejana muerte) haba cambiado en l. Las veredas seguan desprolijas, torcidas, malhumoradas. El perro que asomaba la mitad de su cuerpo por sobre el medio paredoncito sin ladrar, segua ah. Los loros gritando por el cielo y chocndose entre s a lo pavote me obligaron a mirar hacia arriba. Entonces, descubr que los rboles y las palmeras estaban pelados, desnudos, y me preocup. Anunciarn algo estas aves? An no me haba cruzado con ningn habitante humano, pero el horario volva comprensible la situacin. Cuando llegu a la esquina, mirando hacia abajo como de costumbre, vi los primeros pies con zapatos marrones recin lustrados. El pantaln gris pinzado, el cinturn con la hebilla plateada reluciente, la camisa blanca marcando la perfecta redondez de la panza dura, los hombros aburridamente cados. Segu subiendo mi vista y not que era acfalo. Me alarm mucho al principio, mas al continuar con mi caminata comprob que todos all tenan la misma condicin. Con el bolso an en la mano regres a la terminal y sub al primer micro que me trajera de nuevo a mi ciudad, donde la acefala existe, pero las cabezas fisonmicas de la gente estn en su lugar.
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Rutina
Haca unos das que estaba durmiendo en el living de la casa. Fue Maitn quien tom la decisin, desacertada y malintencionada, ya que a las cinco de la maana el sol me pegaba en todo el cuerpo asfixindome con su calor. Era insoportable estar ah, pero aguantaba normalmente hasta las ocho, cuando ella se iba a trabajar. A las seis y media encenda la radio (tengo la certeza de que saba cunto me molestaba escuchar a ese locutor gritando desde tan temprano) y daba vueltas entre el bao y la habitacin durante una hora. Mientras tanto, con mi malhumor, escuchaba:
Buenos das queridos oyentes, comienza un calurossimo da en la ciudad (como si no lo hubiera notado), la temperatura actual es de 34 y se espera un importante ascenso para lo que resta de la jornada (creo que ese hombre estaba complotado con Maitn para deprimirme). El cielo est completamente despejado. Vamos con el resumen de lo que hay que saber antes de salir a la calle (claro, como salgo tanto): El puente carretero se encuentra cortado por manifestantes frutcolas; una seora se arroj del sptimo piso de un edificio ubicado en la avenida principal, slo se habra quebrado las piernas; el gobernador de la provincia decide dejarse los bigotes en busca de dejar de pasar desapercibido evocando a su antecesor; la presidenta de la nacin anuncia que utilizar el equivalente al dinero invertido en ftbol para todos a la construccin de casas de emergencia en el norte del pas; la oposicin, por su parte, sugiere que con el equivalente que menciona podra construir al menos cuarenta y tres barrios nuevos en Capital, proponen que no se construya nada y que sea destituida por Duhalde. Y, por si esto fuera poco, la respuesta a la pregunta que todos se estn haciendo en sus casas: se viene el fin del mundo? En minutos desarrollaremos esta informacin, qudese ah, no se mueva, una breve tanda comercial y enseguida regresamos. (Uffff)
Menos mal que antes de irse la apaga. Termina con su rutina y, previo a su partida, me riega, me hace algn comentario al estilo: qu linda que ests hoy!, qu te pasa Soledad Arrieta 62
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La Vieja
Hace tiempo que aqu nadie cree en los milagros. El da que Roberto lleg agitado a casa y me dijo que haba sucedido uno, sin pensarlo hice sus maletas y lo puse de patitas en la calle. Para mi sorpresa, cuando fui al hospital, el enfermero que se pareca a Rick Blaine me confirm que la abuela Clotilde haba salido del coma. Cabe aclarar que haban pasado ms de seis dcadas desde entonces y que ahora tena ciento cuarenta y siete aos. Inmediatamente llam a mi marido pidindole que volviera, quien retruc que slo un milagro lo hara volver conmigo sabiendo que tendra a la vieja en casa, y que yo no crea en ellos.
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Meteorito
Todava no era el momento, aunque tampoco saba si podra distinguirlo. Haban pasado siete horas y cuarenta y dos minutos: todo segua en su lugar. Algo haba hecho mal, se imaginaba. Sino, todo eso era un disparate al mejor estilo de su to el sanjuanino. Volvi a mirar por el telescopio y not que el meteorito estaba un poco ms cerca o se vea un poco ms grande. Nuevamente se arrodill y suplic a Jehov que no llegara a su tierra. Pequeo, qu es lo que haces? pregunt un espectro que apareci a su lado, por qu no ests advirtindole al resto del mundo que son sus ltimas horas? No me creeran, no tiene sentido. Mas Jehov lo va a detener y nada suceder. Ay mi nio, no s qu clase de historias te han contado, pero es importante que sepas que t eres Jehov, Al, Dios o como quieras llamarlo. Este es tu universo y puedes hacer lo que gustes con l. No seor, est usted equivocado. Mi to el sanjuanino me dijo que si yo rezaba poda salvar a todos, que era la nica forma. Mira pequeo: si has llegado hasta aqu es porque necesitabas un desafo. Aqu lo tienes, no lo desperdicies con palabras. Anda, tienes el poder de hacer lo que desees. Tan pronto como el espectro se fue disolviendo en el aire, el nio frunci el ceo, alz el puo derecho y se inclin imitando a algn superhroe de historieta. Casi sin notarlo comenz a flotar y en pocos minutos lleg al meteorito. Contrariamente a lo que pensaba, se encontr con una mesa grande y seis tipos sentados jugando a las cartas. Quines son ustedes? Qu hacen ac tan panchos? Por qu no frenan esta cosa? El ms anciano lo mir mientras pitaba el habano que te-na en la mano: Ese es tu universo y este el nuestro. Vos ves estrellitas, una luna y polticos gritones que no tienen idea de nada, te diverts con la televisin o con una pelota. Nosotros jugamos la misma partida de cartas todas las noches y sabemos quin va a ganar y con qu estrategia, pero no hacemos nada para detenerlo. Ustedes hacen exactamente lo mismo. El nio se ech a llorar desconsoladamente mientras suplicaba entre lgrimas que lo detuvieran.
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LOS OBVIOS Pasados cinco minutos ya estaba acomodado en la mesa jugando a las cartas por primera vez, aquella en la que aprendera quin ganara cada partido y cmo lo lograra.
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LOS OBVIOS
Pauelo
Todas las maanas se acercaba a ella para dejarle un beso en el hombro mientras dorma boca abajo. Ese da, como tantos otros, encontr un pauelo en la mesa de luz. Sin hacer ruido lo agarr y, hacindolo un bollito, lo guard en su bolsillo. Camino al trabajo decidi inspeccionarlo. Estaba seco y endurecido. Quiz llevaba unos das all, pero cmo no lo haba notado? De cundo sera? Enceguecido por la ira, agarr el pauelo y lo rompi en siete pedazos. Al medioda, de regreso en su hogar, not que su mujer an estaba dormida. Se acerc con sigilo a ella y le bes nuevamente el hombro, pero no se despert. Estaba fra, seca y dura. Cmo no lo haba notado? Desde cundo estara as?
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LOS OBVIOS
Pensamiento
Qu estabas pensando? Pensaba en un pensamiento. No es gran cosa, pero es lo que pienso cuando me pregunts en qu estoy pensando y bloques lo que verdaderamente tena en la cabeza. Y cmo es ese pensamiento? Tiene forma de signo de pregunta y pies muy grandes y ojos muy oscuros. Clav su mirada en la ma y sonro. Alejate mejor. Nunca sale nada productivo de nuestros encuentros tpica frase del espejo siempre que empiezo a responderle pavadas.
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LOS OBVIOS
tero
Y de pronto, casi sin cerrar los ojos, estaba otra vez dentro de aquella mujer. Le costaba distinguir si era la misma. Hubiese dado cualquier cosa por poder encender alguna lmpara. El regocijo que senta le indicaba que ciertamente ya haba estado all, aunque fuera irreconocible para su capacidad memorial. De golpe se hizo la luz y ya no la quera, no necesitaba escapar sino quedarse para siempre en esa piscina confortable pese a que, saba, no poda. No poda no pasar a ser un neonato y luego un nio y un adolescente y de nuevo l, que se reincorporaba en su sesin de hipnosis regresiva mientras su terapeuta lo miraba atento ante su posicin fetal rgida y temblorosa al despertar.
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Ruido
No saba exactamente de dnde provena ese sonido. Pareca un taladro, pero era imposible que lo fuera: no haban taladros en ese pueblo. Pens en el inventario de herramientas de sus habitantes, ninguna poda retumbar as. Luego de una ardua bsqueda despert a su esposa, quien lo asisti de inmediato, para que le indicara dnde hallara la libretita de los interrogatorios. Tard unos minutos en alistarse, se retoc el peinado con gomina, lustr de manera veloz pero eficiente sus zapatos de cuero marrn, se coloc la bufanda y el sobretodo y sali. Ya en la calle, con la libretita celeste y la lapicera en mano, Teodoro comenz a golpear puertas a fin de actualizar el inventario. Tiene usted algn elemento ruidoso clandestino? preguntaba increpante. Todos respondieron que no, excepto uno: Debo confesarle algo, Sr. intendente balbuce don Adriano. Yo tengo un telfono celular aqu. Vlgame Dios! exclam Teodoro. Cmo se atreve? Conoce muy bien las reglas de Silenciolandia y las ha violado don Adriano se lamentaba. No queda otra opcin ms que desterrarlo del pueblo. Tiene doce horas para juntar a su familia y a sus partencias e irse. Y recuerde muy bien: Si menciona a alguien la existencia de este lugar, no tendremos ms remedio que buscarlo y asesinarlo. Luego del mal trago, el intendente sigui su rumbo, apenado por la certeza de que el ruido que se oa jams podra ser el de un telfono celular. Termin de recorrer las casas y nada. Decidi caminar hasta la plaza Sin Pjaros y sentarse a buscar una explicacin lgica al suceso. Tom asiento en el banquito de la interseccin entre los caminitos Charles Chaplin y Mmica y encendi un cigarrillo. De pronto, el ruido se hizo mucho ms intenso y escuch un duro golpe detrs de l. Se par, dio media vuelta con tranquilidad y los vio: eran tres hombres chinos vestidos del mismo color que, luego, con la ayuda del traductor de los diecisiete idiomas, pudieron explicar que buscaban escapar de prisin y sin notarlo atravesaron el mundo, apareciendo inintencionadamente en el secreto pueblo de la tranquilidad. Los tres chinos fueron perdonados y aceptados en la comunidad como habitantes dado que nadie, salvo el traductor de los diecisiete idiomas, se entenda con ellos y no seran motivo de bullicios molestos. Soledad Arrieta 70
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Inquilina
La mujer de la foto sonrea. Su gesto era malicioso, no lo haca por placer. Otras veces lloraba, sobre todo cuando yo sonrea. Pero me fui adaptando a su presencia en la casa que, despus de todo, era prestada. Quin era yo para andar desacomodando los adornos? En esas tres semanas no pude dejar de sentirme observada por ella. Hasta que, a punto de irme, comprend que mi foto tambin estara all.
Soledad Arrieta
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Vos, el universo y yo
El vino flota en la habitacin deberas abrir los ojos de vez en vez o escuchar cuando las sombras de los postes de luz hacen el amor sin gozar.
Por entonces ramos tan viejos que no podamos ni mover las piernas para dar el salto a aquello que ya no es ni se animara a ser.
Nosotros tambin flotamos y el humo se disuelve en el mar que an no existe pero existir aunque te empees en crucificarte sobre una duda de metal.
No insistas ms record que en esos tiempos tenamos la sonrisa de la ilusin la utopa del viajante que cree que llegar y todo lo dems lo podamos ver o tocar respirando por la piel de los poros del maana que nunca fue despus.
Soledad Arrieta
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LOS OBVIOS que se parti junto a la cama antes de que naciramos vos, el universo y yo.
Soledad Arrieta
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LOS OBVIOS
Un navajazo a la ilusin
Un navajazo a la ilusin
Soledad Arrieta
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LOS OBVIOS
Se acerca
Casi se puede respirar su presencia. Tiene un aroma agridulce, extrao, nauseabundo. Sus pasos se escuchan lejanos pero s que viene en esta direccin, despacio, sin levantar sospechas. Yo no la espero. Me pregunto hace cunto que se est acercando, por qu eligi acecharme a escondidas y sealarme como su prxima vctima. Qu le hice yo o, simplemente, qu hice. Ya siento su mirada clavada en mi nuca, ella no lo sabe. Un huracn de viejas sensaciones se cuela en el sabor de mi boca llevndome a un pasado no tan lejano, en el cual nada se pareca a lo que es o era demasiado similar. Miro a mi alrededor y el mundo se tie de aquel color que hoy no s definir porque no recuerdo. Puedo abrir mi mano y ver en sus lneas una quimera tan lastimosa que se parece a mi existencia. Me reprocho no haberla abierto y destruido antes. Ahora es tarde, ella est llegando. En este instante respira en mi espalda creyendo que no la siento. Juega con mi pelo asumindome inconsciente, sin presentir siquiera que estoy an despierta y que algo en m amenaza con levantarse. Sabe que no lo har. Me dejo tomar por el cuello, sus dedos fros aprietan mi garganta sin hacerme llorar. Entonces usa la otra mano y, con ambas, logra abrir mi piel, pero no me duele. Observo la sangre que fluye, recorre todo mi cuerpo, mancha el piso, salpica mis pies Tal vez me vaca. Gira a mi alrededor hasta quedar frente a m. Inyecta el veneno de sus ojos en los mos y la veo meter su cabeza por la herida, comienzo a llorar por primera vez. De a poco va ingresando todo su cuerpo, me posee, dejo de ser yo para, en unos instantes, ser ella y borrar todo lo que hasta aqu escrib.
Soledad Arrieta
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Canje
Quise abrir los ojos pero estaban tapados con una venda. Oscuridad, solamente. No se escuchaban sonidos cercanos, s quejidos lejanos. S un eco que no estaba en el mismo lugar que yo, que no me perteneca. Tena la boca seca, todo me dola, estaba sentada, atada y poco poda comprender. No era que no recodaba, tal vez no quera hacerlo. Y de pronto unos pasos que se acercaban y una puerta que se abra y los mismos pasos que se acercaban ms an. No senta miedo. No pasaban por mi mente los momentos ms felices ni mis personas queridas. Slo intentaba controlar la respiracin. Llevarla al punto en el que ella fuera la nica capaz de protegerme. Ola a alcohol. Una mano acariciaba mi pierna perversamente. Deba evitar emitir cualquier sonido. Otra vez la puerta, nuevos pasos, conversacin. Qu familiar me resultaba una de las voces. No entenda de qu hablaban, no quera entenderlo. Encendieron la radio con el volumen altsimo. Empec a temblar. No s de qu, no s por qu, por quin, si por ellos o por m. Manos en mi pelo, en mi mejilla, en mi escote, entre mis piernas. Se escuch un golpe, apagaron la radio y apareci en escena una tercera voz. Y pude distinguir a lo lejos un llanto, varios llantos, quejidos; sufrimiento que se respiraba. Un cachetazo. Me preguntaban por l, no responda. No poda darme el lujo de que conozcan mi voz, no as, no en este momento en que mis gestos no podan cobrar vida. Creo que empec a llorar. Me costaba mantener esa respiracin y ese silencio. Arrastraron algo por el piso; tiempo despus comprend que no era algo sino alguien.
Muchos aos despus entend un poco de lo que haba sucedido, nunca todo, aunque la historia la escuch cientos de veces. Sucede que luego de que sal de ese infierno quise borrarlo, no saber ms. Hasta hoy, que elijo contarlo casi como si lo estuviera viviendo, como si estuviera escuchando esos quejidos, ese llanto.
Junio del 79, para entonces tena diecisis aos. En mi pueblo no se saba muy bien lo que suceda en el resto del pas, aunque los grandes estaban muy preocupados. Pap y
Soledad Arrieta
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LOS OBVIOS mam siempre se reunan por la noche con sus amigos, quienes contaban historias espeluznantes sobre lo que estaba pasando en la capital. Hacia all haba partido mi amigovio, como le llamaban mis viejos, a estudiar medicina. Cada dos semanas vena a visitarnos. La ltima vez vi en sus ojos tanto miedo que me costaba confrontar esa mirada. Me acuerdo que me dijo que iba a pasar mucho tiempo hasta que volviera. Cunto llor, no poda desprenderme de su abrazo. Parti, como todas aquellas veces, pero sabiendo que no volvera.
Hace poco supe de l, fue lo que me motiv a escribir mi historia. Est viviendo en Polonia, tiene una esposa, dos hijos (una nena y un nene) y un perro. Tiene heridas que jams cicatrizaron producto de esa partida sobre la que nunca me cont. Pero dice que es feliz. Aunque yo imagine su mirada.
Eso (ese) que arrastraron, qued inmvil a mis pies. Se rean, disfrutaban. Se escuch un disparo. Hablaban de que haba llegado l, evidentemente eso los haca felices. De golpe me qued dormida. Quiz yo misma induje ese sueo. S que tuve pesadillas; en ellas estaban mis paps, mis hermanos y el abrazo de Ernesto. Cuando me despert cre que haba pasado un siglo, que ya estara en un lugar a salvo o, en su defecto, muerta. Pero segua ah. El olor a alcohol que me invadi el primer da se haba convertido en un olor hediondo. Me senta lastimada, que cada rincn de mi cuerpo estaba herido, ultrajado, violado. Otra vez preguntaron por l. Otra vez no respond. Me pegaron hasta desmayarme. Y no tuve ms opcin que dejarme morir, abandonar mis fuerzas y permitirle a la muerte que hiciera su trabajo.
As estaba cuando irrumpi nuevamente esa voz que tan familiar me resultaba. Orden que me quitaran la venda y me oblig a mantener los ojos cerrados. Es ella. La puta que lo pari, es ella. Llvenla ya mismo. No entenda nada. Quin era l, por qu yo era ella. Esta vez me durmieron de un golpe. Me despert en un terreno baldo en mi propio pueblo, con las manos y los pies atados y los ojos an vendados. Grit hasta cansarme. Un hombre se acerc y me auxili. Recuerdo que no poda mantenerme en pie, que me llev en brazos hasta lo de mis padres. Ellos lloraban desconsoladamente y yo segua sin entender. Estaba mareada, slo mi cuerpo estaba ah, aunque ya no era el de entonces. Soledad Arrieta 77
LOS OBVIOS
Cuando cumpl los dieciocho, mis paps me contaron de esa voz familiar que me atorment y me regal la posibilidad de vivir sin que yo se lo haya pedido porque, en verdad, lo nico que quera era morir. Me recordaron a ese to, hermano de mi madre, al que dejamos de ver cuando yo tena diez. Me explicaron las diferencias ideolgicas que provocaron ese distanciamiento y que fue a la primera persona a la cual recurrieron cuando desaparec. Y todo lo que eso les cost. Me contaron que sus amigos, Tito y Roxi, fueron parte de ese canje, entre otras cosas.
Noviembre del 2009, hoy tengo cuarenta y seis aos. El tiempo pasa rpido. Pero nunca pas tan lento como aquella vez. Desde que Ernesto se contact conmigo no hay un solo da en el cual no busque al hermano de mam. Yo tambin quiero hacer un canje.
Soledad Arrieta
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Pared
Ests despierto? S, ac estoy. Todava no dorms? No, tengo mucho fro trag saliva, y estoy muerta de miedo. Pero no pasa nada, che. Quedate tranquila, linda, de verdad, yo te voy a cuidar. Vos? Ests tranquilo? Claro, estoy cerca tuyo. Quers que inventemos una cancin? Yo no canto bien. Yo tampoco, pero s tocar la guitarra. Dale, hagamos una cancin y te prometo que en cuanto nos vayamos la cantamos desafinado con msica y todo ella escuch cmo sacaba del bolsillo un papel y lo desdoblaba. Se par y empez a moverse. Qu hacs? Busco luz, no veo nada as. Ah est, te quiero leer algo un fuerte ruido impidi la lectura, l rpidamente se acomod, ambos hicieron silencio. Ya pas, linda, ests bien? No llores, por favor. Cmo sos? Como me imagines. Vos cmo me imagins? Como sos. Vamos a salir algn da de ac? S, bonita, intent dormirte, dale. No quiero que nos separe esta pared, me gustara acurrucarme con vos para no tener tanto fro. Pens que es as, imaginate que te estoy abrazando. Te gusta? S, me gusta.
Ambos se fueron quedando dormidos y la noche pas entre ruidos que los despertaban cada tanto hasta que la luz del amanecer comenz a filtrarse por pequeos atajos hacia el mundo exterior. Buen da, linda, cmo dormiste? ella no responda. Eu! Despertate! Decime algo!
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LOS OBVIOS A quin le habls, pibe? interrumpi una voz ronca y masculina. Dnde est? el otro empez a rer sarcsticamente. Ruffo! gritando hacia la habitacin contigua. Ac el zurdito este quiere saber qu pas con la piba que estaba guardada al lado de su sucucho, ven a darle las explicaciones que reclama!
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Frente a frente
Sentados frente a frente, en silencio, con su respiracin y sus gestos casi imperceptibles, cabizbajos, tristes, con una canto por dentro y ninguna voz por fuera. Con una caricia en el alma y un regocijo en el cuerpo. As, como pasaron los aos. Con una suerte de nostalgia y alegra. Con una incomunicacin presente en todos los sentidos. Con un dolor acostumbrado y una felicidad perezosa. Como dos soledades acomodadas en la cotidianidad de quien no tiene por qu rer. Como dos amantes que alguna vez gozaron de un encuentro o dos o tres. Como dos secuencias aburridas de una rutina pero encaminadas con y para ella. Como un disco que no puede mantener la armona de la meloda que regala. Como un libro sobre el cual se ha derramado caf borroneando sus mejores textos. Como un cigarrillo que se apaga posado en su boca. Ola a melancola y a aburrimiento. Sonaba a un tic tac aletargado por su propia voluntad. Ni siquiera una tecla de aquel piano, pensaban. Saba a frustraciones y a ginebra. Ambos estaban cansados. Sus prpados pesaban como juicios, como no deberan salvarse, como recordaban a Mario. Ya lo saban. Estaban listos, las salidas ya no existan, no eran posibles. Eran los mismos rostros de haca treinta y siete aos y se haban visto de tantas formas diferentes en sus tantas facetas... Ernesto se par. Descolg el espejo y lo dio vuelta apoyndolo contra la pared mientras se despojaba del terror que senta cada vez que se pensaba en soledad.
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Homicidio
l se comportaba como un hombre cualquiera. Llegaba los martes a las siete de la tarde, pagaba mi alquiler a quien maneja este alboroto y se quedaba conmigo durante dos horas. En ese lapso de tiempo, como todos, haca lo que quera conmigo. Utilizaba mi cuerpo creyendo que yo no tena sentimientos (como los dems) en su egosta bsqueda de placer. Mientras me ultrajaba, vea en su rostro un gesto de euforia casi pervertida. El sudor espeso bajaba por su cuello en esos meses de abrumante calor mientras yo soportaba la abrasante y desagradable textura de sus manos en mi cuerpo, a veces vestido, a veces desnudo, mezclada con el hediondo aroma que se escapaba de su piel. Cuando terminaba (con una satisfaccin que le sala por los poros, por los ojos, por las orejas, por la nariz con ese aire brusco y agitado) me daba un beso en la frente y me tiraba en ese silln, testigo de tantos cuerpos, de tantas manos, de tantos proyectos de personas que nunca se concretaron. En cuanto cruzaba la puerta me limpiaba la frente con un asco y una repugnancia que no senta por los dems. Me incorporaba para demostrarme que era verdad que yo tena vida, aunque se encargaran de querer recordarme una y otra vez que no era ms que un objeto de satisfaccin. Hoy creo que s lo saba, tena gestos que el resto de los clientes no. De alguna manera notaba en sus ojos una especie de expectativa, como si esperara que de repente mi boca se abriera para decirle que no era uno ms, que lo mirara profundamente, no con la mirada perdida al igual que a los otros, que le dijera algo, que senta al menos una cosquilla, que el placer fuera alguna vez compartido. Incluso tengo la certeza de que terminaba diez minutos antes del horario pautado slo para prender su cigarrillo negro y echarme el humo en la cara aguardando la posibilidad de que, al menos, le dedique una tos. Esa vez no termin diez, sino cuarenta y cinco minutos antes. Me sent sobre sus rodillas, en el rooso silln, y me habl al odo. Me cont que l no era feliz. Y que lo que haca conmigo era slo para aprender, para cuando llegara el momento oportuno. Pero aquella tarde fue distinto. Ese martes extremadamente caliente que impeda la respiracin de cualquier ser vivo, yo presenta que iba a pasar algo diferente. Algo distinto, pero no tanto como se fueron dando las cosas. Todo transcurri con
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LOS OBVIOS normalidad, hizo lo que quiso conmigo, con mi cuerpo cansado y frgil tras una jornada con muchos ms clientes que de costumbre y, diez minutos antes de partir, prendi su agobiante tabaco negro. Me agarr casi con ternura por el cuello y clav sus ojos en los mos durante un eterno instante, con la mirada un poco perdida y otro poco emocionada. De pronto empez a gritar Hablame, hablame, por favor, decime algo, emit un puto sonido, una msera palabra, rete, llor, hac algo pero ya! Debo admitir que me asust pero prosegu inmutable, no poda aceptar la idea de regalarle esa satisfaccin. Me arrastr hasta el bao y (tal como no esperaba) sumergi mi cabeza en el inodoro dejndome varios segundos all mientras yo, an, segua inmvil. Salvajemente me sac de all, entre sollozos y una desesperacin que se le notaba en el temblor neurtico de la voz, me levant por el aire y me arroj contra la pared. Pero no esperaba mi actuacin final, eso es lo que ms placer me gener, saber que en el fondo jams se lo hubiese podido imaginar. Agarr su saco desteido por el uso, su aburrido maletn y camin hacia la puerta, a la cual slo poda llegar a travs del pasillo, debiendo pasar s o s por la puerta del bao, donde estaba yo, en teora agonizando una sin vida de la que siempre goz. En ese mismo momento di un salto con la tijera en la mano y llegu a su espalda, sitio que eleg para clavarla unas doscientas treinta y cuatro veces. Y me dej caer. Llor, debo admitirlo. Pero de rabia. Enseguida dej la tijera en su sitio y corr hacia el silln, acomodndome en la posicin en la cual l siempre me dejaba. No habra pasado ni un minuto cuando el que maneja todo este alboroto vino a golpear la puerta alertando sobre el tiempo transcurrido. Al no or respuesta alguna ingres. Y lo vio. Llam a la mucama llenndola de preguntas absurdas. Llam a la polica, a la ambulancia, esperando que an estuviera vivo. Se llevaron el cuerpo. Y la amable seora, que seguramente conoca mi secreto, se puso a limpiar el lugar. Cuando estuvo a solas conmigo se acerc al silln, me mir con un tinte amenazante y me dijo: vos sabs que yo s que fuiste vos y que no puedo decirlo. Decirlo? Decirlo a quin? Para qu?! Saba que si hablaba la iban a incriminar, hay que tener muchas evidencias por cubrir para terminar diciendo que un ttere que se alquila para practicantes del arte fue el autor de un homicidio.
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LOS OBVIOS
Beige
Y nunca lo olvidaste. Yo saba que las cosas iban a ser as, estaba segura, aunque pintramos las paredes de otro color y cambiramos la ubicacin de los muebles. Aquella tarde en que te dije que ya no te quera como entonces, te desvaneciste en la silla sin despegar tu mirada de la ma, sin regalarme ni una sola lgrima. Dijiste que llamaras a tu padre, pese a mi advertencia de que no te aceptara: ya nadie te aceptaba. Te acords que la iguana se puso como loca? Qu miedo que me dio, pens que iba a salirse de la pecera. O que vos ibas a entrar en ella, como esa vez cuando eras ms menudito. En cuanto recobraste la consciencia, te paraste y fuiste con calma hasta el equipo de msica a poner los grandes xitos de Gardel, supongo que con la nica intencin de molestarme. Me puse a llorar como una loca, aunque eso ya lo sabs. Si hubiese tenido un hacha a mano, no dudes que te habra partido la cabeza. Empezaste a rerte cada vez ms fuerte y fue ah cuando me acerqu y te abrac, sin intenciones de lastimarte, por ms que te haya clavado un poco las uas en los brazos. Entonces tus ojos se llenaron de pena y aprovech para apagar la msica y disfrutar de tu respiracin compungida rodeada de silencio. Te llev hasta la cama como pude y te recost antes de salir, sabs que no soy el tipo de mujer que puede dejar a un hombre enclenque tambaleando en la cocina. Agarr mis cosas y cruc la puerta dispuesta a no regresar jams. Comenc a caminar hacia el centro para despejarme, pero a las cinco cuadras me di cuenta de que me haba olvidado el rouge en el mueblecito negro del bao. Y pens en que seguro ya lo habas quemado. No me entusiasmaba la idea de volver, aunque lo hice. Cuando llegu no vi humo ni fuego desde afuera, lo cual me reconfort. Pero ya habas cambiado la cerradura, siempre tan impulsivo. Golpe con fuerza y no salas, hasta que tras mi insistencia la puerta se abri y apareci ella. Toda una princesa rusa pasendose en bata por la que hasta hace menos de diez minutos era mi casa. Fue un golpe bajo. Pero lo peor fue entrar y ver las paredes de otro color y los muebles ubicados de otra manera. Qu rapidez para deshacerte de los recuerdos! No dije nada y atraves la cocina enfurecida, directo al bao a buscar mi rouge. Decid aprovechar la ocasin del espejo para retocarme los labios all, sin Soledad Arrieta 84
LOS OBVIOS embargo al abrirlo descubr que no era el tono que yo usaba: era beige. Eso s que era imperdonable. Sal enloquecida, con toda mi rabia salindome por la piel, dispuesta a matarlos a los dos. Pero la princesa rusa ya no estaba y las paredes haban vuelto a su color original y los muebles a su ubicacin. Vos estabas otra vez tirado en la cama fingiendo que nada haba sucedido. Te pegu un cachetazo para que te despiertes y no hubo reaccin de tu parte. La iguana dorma en calma. Volv a salir y decid no regresar nunca ms. Camin por el centro hasta el amanecer, esquivando borrachos y perros en celo que no me dejaban en paz. Estaba fulminada y no tena dnde ir a dormir. Todava no me perdono haber reincidido otra vez haciendo caso omiso a mi decisin. Pero de nuevo la cerradura estaba cambiada. La princesa rusa me abri la puerta en bata, ahora con cara de demacrada y una pizca de enojo. Entr y los colores y los muebles eran otros, nuevamente, los mismos que la primera vez. Vos te levantaste molesto, recuerdo que me preguntaste qu haca ah y te respond que viva ah. Le dijiste a la chica alta, morocha y linda que me alcance un vaso de agua y me acomodaste en una silla sentndote a mi lado. Dijiste palabras tan tontas, tan vulgares. Te hubiese perdonado cualquier cosa, hijo, pero no la vulgaridad. Repitiendo palabras como un loro estpido, remarcndome la disolucin de nuestro amor. La princesa, que escuchaba paradita en un rincn, se iba poniendo poco a poco de peor humor. Hasta que encendi un cigarrillo y eso me termin de alterar. Con la tijera chiquita que siempre llevaba en la cartera le pinch los ojos hasta que se durmi. Cmo llorabas, hijo, cmo llorabas cuando te despertaste y todo era como entonces y yo ya me haba deshecho de su cadver S que vas a poder olvidarte, algn da, tengo fe. Mientras tanto, no pienso dejarte solo ni una vez, mi amor.
Soledad Arrieta
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Flotando
Me agarraste desprevenido, che dijo en tono nervioso mientras se refregaba los ojos y esconda algo en su mano derecha. Siempre desprevenido vos Vamos? Dale, dejame un minuto que termino con unas cositas y estoy con vos. Roco sali de la habitacin y se acomod en el silln del respaldo cado. Escuchaba lejana la voz de su marido pero no llegaba a distinguir sobre qu hablaba ni con quin, aunque tampoco le interesaba demasiado. Llegaron al cine e hicieron el amor como todas las semanas. A la salida se acercaron a los grupos que comentaban sobre la pelcula para tener argumento cuando les preguntaran qu tal haba estado. Volvieron a su casa y se acostaron a dormir. A la maana siguiente, mientras l an descansaba, Roco se sinti tentada de revisar entre sus cosas, pero desisti. Luego, cada uno parti por su lado y no volvieron a verse hasta la noche. Cenaron las empanadas que les haban sobrado a los dueos de casa y se sentaron en el silln del respaldo cado con dos copas de vino rosado a conversar mientras todos dorman. En qu andabas hoy? Eh En nada. Dale, mi amor, no te conoc ayer, andabas en algo raro. No quers contarme? Estimo que te vas a enojar Ella bebi el vino que quedaba en la copa de un solo trago y se inclin hacia l. Ni lo pienses le dijo con la mirada eyectada de ira. Ya pasamos por esto, preciosa, no me lo hagas otra vez. Por eso, ya pasamos esto, cre que era una etapa superada. Pero Pero nada. Si quers reencarnarte, hacelo solo, yo vivo feliz as y no lo pienso cambiar. No tenemos obligaciones, nada por pagar, nada por cumplir, nadie nos ve, nadie nos controla. Es la vida ideal. No quieras convencerme, de verdad quiero dejar de ser un fantasma, pero no puedo permitirme volver sin vos. No llorisquees, que cada vez que lo hacs se desvela el nene. Soledad Arrieta 86
LOS OBVIOS A la maana siguiente, cuando l se despert, Roco ya no estaba a su lado. En su lugar haba una nota en la cual deca que haba reflexionado y lo dejaba en libertad, que se iba para siempre a fin de que hiciera lo que verdaderamente senta. Transcurridas unas pocas horas, l volvi a nacer y ella est junto a su cuna cuidndolo mientras su mam se repone del parto.
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Soledad
Caa el sol mientras sus prpados se mecan como dos abanicos que van en cmara lenta dejando entrever el camino gris de una lgrima de ausencia. No dorma y tampoco despertaba. Fumaba y pensaba. Con mucha voluntad respiraba y se permita vivir. Por momentos tambin se permita sonrer.
Vivan en una casa de colores clidos y de aromas delicados. Humilde, pequea, pero acogedora. Aquella maana atolondrada en que se haban visto por primera vez decidieron no dejar de verse jams. Aquella tarde escondida tras algn rbol en que se dieron ese primer beso decidieron no dejar de besarse jams. Aquella noche de invierno estremecedor en que por primera vez degustaron sus cuerpos salvajes, desnudos de etiquetas, decidieron no dejar de amarse jams.
Ella lo esperaba en el caf de los gallegos de a la vuelta, en el cual le permitan al polaco porteo tocar el bandonen cobijndose del fro de la vereda y quedarse con el cincuenta por ciento de lo que recaudara entre los clientes. Apretaba el cigarrillo con rabia y su mano an temblaba un poco. Mientras tanto, se deleitaba con el agradable sonido que emita el instrumento del msico (seguramente fuera un motivo ms para su temblequeo). Entr apurado, acelerado, agitado. Se sent, volvi a pararse para darle un beso en la mejilla, y de nuevo se sent. Ambos callados. Constantemente l, con un aire nervioso, miraba hacia atrs esperando a que el mozo se acerque. Qu pas ahora, Maitn? No est por ningn lado. Hace das que no est por ningn lado. No s qu hacer, Ernesto, ayudame por favor. No s qu espers. Dale, no te pongas as. Es grande, se sabe cuidar sola. Nada ms dale un poco de libertad. Ven, vamos a caminar de la mano como tanto te gusta. Olvidate por un rato. Te va a hacer bien. Quiero ir a visitar a mi familia. Pero esta vez quiero que me acompaes, no quiero viajar sola. Maitn, ya lo hablamos muchas veces esto. And vos, yo no puedo ir y lo sabs.
Soledad Arrieta
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LOS OBVIOS Era de noche en el colectivo, miraba por la ventanilla y no vea nada, slo su reflejo en la ventana, que a veces le generaba miedo y otras veces pena. Qu habra pasado con Malena. Dnde estara. Por qu desaparecera as, tan abruptamente. Por qu Ernesto estara tan tranquilo. La habra asesinado? No podra, con esos ojos no podra, pensaba. No entenda, de todas formas, cmo an l no perdonaba a sus padres. Nada tena coherencia con nada. Pero as le gustaba, con las dudas incluidas. Y mientras menos preguntas hiciera, ms a salvo se encontrara y ms feliz se sentira.
Introdujo la llave en la cerradura con cuidado, Ernesto an estara durmiendo. Entr casi en puntillas, dej lentamente el bolso en el suelo aunque tal vez lo dej en el aire sin notarlo. Se demor en el bao intentando despabilarse. Puso la pava al fuego y prepar el mate. Arm la bandeja como de costumbre e ingres en silencio a la habitacin. Pero l no estaba all. Tambin me abandon, al igual que Malena, pens. Como todos aquellos a quienes de verdad amaba. No la sorprenda: la aterraba. Y otra vez ese temblor... Sus padres llegaron cuando la luna empezaba a asomarse. Era inconcebible lo que decan. Era ilgico. Era anormal para ella. Quizs eran los dueos de la razn. Y ni Ernesto ni Malena existieron jams. Qu sola estaba Qu sola y qu vaca. Con quin habra hablado todo este tiempo, a quin habra besado, con quin habra hecho el amor. A quin habra criado durante diecisiete aos.
Caa el sol mientras sus prpados se mecan como dos abanicos que van en cmara lenta dejando entrever el camino gris de una lgrima de ausencia. No dorma y tampoco despertaba. Fumaba y pensaba. Con mucha voluntad respiraba y se permita vivir. Por momentos tambin se permita sonrer. Sonrer de su propia locura, de su propia soledad, que la acechaba en cada rincn. Maitn, se deca, ya va a aparecer alguien que te quiera. Comenzaba a plantearse la posibilidad de que ella tampoco existiera, mientras corra entre lgrimas a mirarse al espejo.
Soledad Arrieta
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Tiempos
Saba que estaba respirando en su nuca. Poda escuchar su respiracin, poda sentirla, hmeda y espesa en el cuello. Saba que sus labios no estaban rozndola, pero la distancia era nfima. No lo iba a mirar. No le iba a hablar. No le iba a decir ni siquiera con el pensamiento que se fuera, tampoco le iba a rogar que se quedara. Sus manos contorneaban su cuerpo sin llegar a tocarla pero generando ese calor que tanto deseaba. Haba dejado de or la msica y sin embargo poda escuchar los pasos del reloj. Cualquier movimiento poda espantarlo, era imposible darse el lujo de moverse. Un hombre y una mujer estaban pegados al vidrio, espiando, entre burlona y sensualmente. De pronto eran muchos hombres y mujeres. Su respiracin segua marcando los tiempos del momento. Cada vez era ms veloz y ms intensa. Pero no tena voz. Ella necesitaba tanto que la toque... Tampoco tena tacto. Y no poda mirarlo. Jams se haba animado a voltear la cabeza, saba que lo perdera. La respiracin se espesaba ms an y le brotaban tres lgrimas de los ojos. Una se perda en su boca, otra en su escote y la ltima no llegaba a desprenderse de su mejilla. Eran su lengua, esa que nunca haba logrado sentir. De repente su jadeo comenz a normalizarse y dej de sentir su cercana y las lgrimas dejaron de ser su lengua para convertirse en su veneno. En cuanto sinti que se alejaba se fue aflojando, volte lentamente y l ya no estaba all. Las caras en la ventana tampoco. Otra vez, como todas esas noches, se sent en la cama a llorarlo como llorara a un amor perdido, a un amor inconcluso o a cualquier amor. Y sin embargo tena tan claro que no lo era. Cunto lo deseaba, cunto aoraba la noche, el reloj, las manos que no la tocaban. Algn da, pensaba, le iba a pedir que se fuera para siempre. A medida que pasaban los minutos iba volviendo en s, al lugar en el que estaba, que no tena ventanas, puertas, colores, cama, reloj, nada. Que no tena ms respiracin que la suya. Que no tena aire ya, siquiera.
Soledad Arrieta
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Sesin
Mis ojos se volvieron claros como los tuyos. Quiz lo miraste demasiado y te mimetizaste dijo mi psicloga minutos antes de que la matara. Puede ser que te haya mirado mucho, que haya buscado mi reflejo por ah y, al no encontrarlo, me convert en vos. Y qu? Tambin sigo siendo un poco yo, pero por qu tena que notarlo? Qu ganaba con refregarme esa verdad en la cara? Me acuerdo de la tarde en que te vi por primera vez, estabas encandilado, como si la lmpara bajo la cual estabas te molestara. No quera intimidarte, odio molestar a la gente. Pero parece que mi cometido fracas. Hasta creo que lloraste. Me preocupa tu conducta. Tu soledad te est asfixiando, ests buscando sentimientos que no existen, que invents jugaba con sus anteojos, pareca nerviosa . No es la primera vez que actus as. No, no era la primera vez que me enamoraba, no te voy a mentir justo a vos, Ernesto, que tanto me conocs. Pero tus ojos tienen un algo que me pierde, a lo que no puedo resistirme, sabs? No quera dejarte ciego cuando te los saqu, esa no era la intencin. A ver si entiendo: le recortaste los ojos a una foto y los pegaste en el espejo? tena esa voz tan chillona que destrua los tmpanos, sobre todo cuando preguntaba. Te das cuenta de lo que est pasando ac? Qu penss? Qu le iba a responder? Qu estaba enamorada? Si igual no iba a creerme. Si ni vos me cres. Esboc algunas palabras ridculas refirindome a tu belleza, a todo lo que me generabas, mientras observaba cmo su ceja izquierda se iba arqueando hacia arriba con ese toque irnico tpico de los psicoanalistas, hasta que se escap de su boca esa frase, con ese sarcasmo que no podra transmitirte aunque quisiera. Salt sobre ella y la ahorqu, apret su cuello con la violencia contenida durante toda la sesin por varios minutos hasta que empez a cambiar el color de su piel. Vos y yo sabemos que tus ojos no estn en el espejo. Ahora mi propio cuello est morado pero s que sali de m para siempre.
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Sinfona
Conoca a la perfeccin ese sonido. Era como un canto que haba estado involucrado en toda su vida y que, en realidad, muy poco tena que ver con ella. El aroma a eucalipto se colaba por la ventana, entrometindose en sus sentidos, violentamente. Pero cunta paz que le traa. La msica de las hojas se calmaba y se excitaba y se volva a calmar. Una sinfona exquisita, pensaba. El sol le regalaba su ltima luz, advirtindole que en unos instantes morira hasta el da siguiente. Las sombras se volvan largas y agresivas, como anunciando la desgracia, la soledad. Buscaba llenar su copa y seguir, con el tmido silencio de quien ya ha dicho demasiado o no tiene qu decir. De quien ya ha gritado y ha corrido y ha volado y ahora, en su vejez, ya no puede hacerlo. Le gustaba estarse as, quieta, con ese goce que estremece, que confunde, que motiva y a la vez apabulla. Olvidndose de que alguna vez haba existido un reloj, un tiempo, una edad, un amor, un amante, una melancola. De que alguna vez slo habra sentido ese goce entre algunas sbanas y, de pronto, entre algunas risas. Y olvidarse del reproche de lo que no fue, de lo que pudo haber sido y no se anim o, simplemente, de lo que s fue y no disfrut. Ese aroma del eucalipto, esos colores a su alrededor, esa msica estimulante del viento y de la primavera, ese beso de hace tantos aos, ese no, no puedo irme con vos, me quedo. Esa mirada de ternura y de complacencia que intentaba cubrir con ramas una angustia imposible de disimular. Todo lo que no fue y todo lo que fue. Y el aroma y los colores y la msica fueron inducindola a ese sueo hermoso, lleno de cobarda, que fue su vida.
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LOS OBVIOS
Calle
Ni una hoja cae de este rbol, ni una hoja. Ni una gota que pueda saciar mi sed esta tarde de calor avasallante. Ni un suspiro tan cerca de mis hombros como necesitara para guardar en mis prpados esta noche. Ni la palmera tiene intenciones de hacerme compaa para guardarme reparo del sol que amenaza con calcinarme. La noche, pronto llegar. No me alcanza con que el reloj de su casa tambin se haya derretido. No hoy, no su casa, que tan ma fue. Hoy espero algo ms, algo que me deslumbre, que me sorprenda, que me desvele una vez ms. Que no me tenga piedad. Especial, para guardar como un tesoro pero sin valor. Algn resto de la comida que a alguien le sobr en el cesto de basura. La sombra de algn obsesionado que se acerque a conversarme como si no estuviera en soledad, como si necesitara ser comprendido sin asumir que yo ya no estoy para entender a nadie, ni siquiera a m. Que el viento me trajera el aroma de alguna reunin ajena no estara mal. El olor a la felicidad de saberse acompaado. Que de pronto algn pjaro me dedicara una cancin o dejara de agredirme. Que un gato se acomodara en mis pies, que el perro de la esquina no me ladrara ms. Que en el barcito de a la vuelta se juntaran tres muchachos a hacer msica y pudiera identificarme con alguna meloda y, con suerte, hasta recibir alguna caricia. l ya no va a volver conmigo, lo s. Presiento que yo tambin me voy a morir. Cuntas veces me lo dijo: tens que aprender a valerte por tus medios, el da que yo me muera te vas a quedar en la calle, mientras yo me diverta hacindole creer que no lo entenda y jugaba a que me retara, as era ms agradable todo. Supona ese final. El ltimo tiempo, aunque no me dijera nada, yo me daba cuenta de que los mdicos entraban y salan y de que l tena los ojos muy tristes, no era el mismo de siempre. Para qu preguntar, si igual no iba a entender que yo necesitaba la verdad, por ms que me destrozara el alma. Todava haca fro por entonces, el verano an no nos hostigaba. Me despert ms temprano que l, como de costumbre. Pero cuando lo quise despertar, por muchos intentos que hice, no pude. Me qued as, sintiendo lo poco que quedaba de su calor en esa helada maana. No quera salir a pedir ayuda y tener que desprenderme de su Soledad Arrieta 93
LOS OBVIOS cuerpo, algn da llegara alguien. Tres das pasaron hasta que vinieron por nosotros. A l se lo llevaron, supongo que a enterrarlo o a tirarlo a la basura, si despus de todo no haba nadie que lo quisiera en el mundo, ms que yo. Y a m, a la calle, ni siquiera una familia sustituta me buscaron. Aprend a valerme por mis medios. Me divierto muchsimo cada vez que pasa alguien en una moto o una bicicleta y los corro para que aceleren y se asusten. Me divierto cobijando a los gatos cuando los otros perros se les hacen los malos. Pero a veces tengo hambre, porque no encuentro nada que comer. Y otras, muchas otras, lo extrao demasiado... Se acerca el camin basurero, quizs all est eso tan especial que esperaba para esta noche.
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Salvo el nio
Cuando se me terminaron las telas empec a pintar las paredes. Us tantos colores como pude crear, todo tena sentido. A mi derecha poda ver el parque, con una fuente de agua, con personas paseando, felices; con personas paseando, angustiadas; con personas robando, resignadas; con personas vendiendo, agobiadas; con personas jugando, entusiasmadas. A mi izquierda haba un muelle, el mar precioso me regalaba algunos reflejos, la luna me miraba da y noche, las estrellas eran inamovibles, la calma no permita que ni una brisa irrumpa en ese instante preciso en que todo se detuvo. Frente a m, el living de una casa, una familia, padre, madre y tres hijos, todos acomodados armoniosamente en el espacio. El padre sentado en el silln con un vaso de gisqui, la cabeza reclinada reflejando el estrs que lo abrumaba. La madre en el otro extremo con una falda que cubra sus rodillas, las piernas cruzadas y un cigarrillo en la mano izquierda. Dos de los nios eran mellizos, armaban un rompecabezas con una expresin de dicha que daba pena interrumpir. Y el tercer hijo sentado en la alfombra, tipo indiecito, con cara de aburrido, la cabeza reclinada hacia la derecha apoyada en su manito apuada. Detrs de m, estaba la vista de una ciudad. Se podan ver los edificios perfectamente acomodados, las calles atiborradas de gente y de autos de muchos colores. Era un da soleado aunque las altas edificaciones robaban un poco de esa maravillosa luz a quienes transitaban. Y el techo. No fui muy original, pero me pareci potico. El techo era el cielo. No era la continuidad del cielo del muelle ni de la ciudad ni del parque. Era un cielo distinto. Estaba cubierto por nubes cargadas que amenazaban con que en pocos instantes poda comenzar a llorar desconsoladamente inundndolo todo, el parque, el muelle, el living de la familia feliz salvo el nio y la ciudad. Era un cielo en el que no podan distinguirse estrellas ni lunas ni soles, ni siquiera me quedaba claro a m, siendo su creador, si era un cielo de noche o de da. Era tan real Fui muy dichoso mientras todo permaneca as. Cuando vi mi obra terminada romp en una emocin intensa. Me sen-ta ah, en el lugar que quera estar y en todos los lugares al mismo tiempo, lo sabas, eras consciente de ello. Y sin embargo en cuanto pusiste un pie en la sala tenas que escupirme esa aterradora verdad en la cara. El piso
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LOS OBVIOS no haba sido pintado. Pero, qu iba a pintar en el piso? Pasto? Tierra? Cemento? No poda soportar tantas ideas vulgares. En cuanto te fuiste tuve que darte la razn aunque supiera que ya no volveras a corroborarlo. Y mezcl tantos, tantos colores, tantos. Y todo el piso eran manchas de uno y de otro color. Y no me gust. Y decid pintar una escalera. Y la pint. Una escalera que bajaba al mismsimo infierno, que me asust y opt por pintarle encima un ro, donde poda ahogarme. Lo pint y despus no me animaba a entrar en la habitacin por miedo a no poder salir. Entonces se me ocurri una idea an mejor, quizs algn da lo sepas. Pint, en todo el piso de esa sala, un gran espejo. En l se reflejaban el parque, el muelle, la familia feliz salvo el nio y la ciudad. Pero no era un espejo si en l no estaba yo. Porque sino jams podra pisarla. Y se me ocurri que ira pintando mi reflejo ante cada posicin que tomase all dentro. Eso hice, hasta que se me acab el espacio. Descubr que ya todo era en vano. Que mi reflejo haba recorrido cada instante, cada milmetro de ese lugar. Y eleg pasar al lado de adentro. Quiz, si me meta en el espejo, luego podra pasar a las paredes y al techo, descubrir cada espacio vivindolo, sin ningn tipo de lmites. Lo hice, aunque no lo creas. Entr a este otro mundo sin advertir que estaba por llover y que ya no tendra forma de salir porque el espejo se borrara con las lgrimas feroces del cielo, tal como ocurri. No me cres, ya lo s. Porque ahora me visits en este lugar tan fro, tan horriblemente blanco y hmedo en el que no tengo ni un pincel, ni un color, aunque te esmeres en traerme, ni nada que se parezca a m, ni a un espejo, ni a vos ni a nadie.
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Me abandon
Esa maana despert y no la sent conmigo. Se haba ido, me haba abandonado sin ms, sin decirme nada ni dejar una cortante nota sobre la mesa. Sus cosas an estaban desparramadas por la casa, su aroma impregnaba las paredes y el vaso de agua en la mesa de luz todava tena su sabor. Quise mentirme y pensar que podra superarlo, que ya llegara otra a suplir su inquietante ausencia. Creer que no me haca falta, que no iba a extraarla, incluso que la odiaba por su partida abrupta y desconsiderada. Al segundo da el nerviosismo me gan y sal a buscarla por las calles, en todos los rostros, debajo de todas las copas de todos los rboles. Vagu seis noches por veredas inhspitas sin resultados favorables. Pegu carteles con su rostro en las columnas del alumbrado pblico, para que quien la reconociera le avisara cunta falta me haca, por lo menos, una elocuente explicacin. De nada sirvi. Con el paso de las horas que se hacan das que se hacan meses, comprend que no llegara otra y que ella, tan cocorita a la hora de escapar, haba sido la nica. Mi vida no tendra ms sentido. Debera buscar otra profesin, ya no llegara a buen puerto con la pintura. Mientras tanto, me quedar en casa. Mi inspiracin seguir paseando por ah, quiz muy lejos de mi lugar en el mundo. La seguir esperando y le tender los brazos sin rencor por si algn da decide volver.
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Ausencia de Dos
Desde aqu el cielo parece an ms lejos. Cuatro pequeos de unos seis aos fabrican su prxima ilusin de tierra que, como toda ilusin, se la lleva el tiempo y la consume el azar. Uno de ellos tiene la cara totalmente sucia; no puedo identificar si sus marcas provienen de un simple juego, manchas de barro, o son signos que olvid el odio, la violencia, la crueldad de aquel que no se anim a dar amor. Hay un grupo de palomas a mis pies a las que acostumbro alimentar. No es una cuestin de solidaridad o amabilidad, ms bien un puado de lstima, un desconsuelo que tiende a identificarme. A lo lejos un murmullo invariable suele atraer mi atencin por su monotona. Las hormigas gozan en su desfile la triste misin de servir, pese a que el sol las aplasta, as, como el pie de uno de los nios que juega con tierra puede hacerlo. Se acerca un hombre que pide limosnas, no lo veo, lo intuyo. Mi vista no alcanza a ver lo que teme. La miseria. El resentimiento. Intil esperanza. Pero, qu es una esperanza hoy? An no conozco la famosa fe ante un beso fro de adis que carga en sus espaldas un hasta nunca, escurrido en la deformidad que demuestran los ojos transparentes con lgrimas, sabiendo que sus hombros poseen un lenguaje oculto. Por qu siento que tantos dedos me sealan, que tantas miradas me perforan? S, el sol desaparece, como toda vida eterna, al atardecer. La noche comienza a imponerse, como la guerra y el dolor. Los nios ya no estn, pero un par de ojos oscuros an inquietan algo en m. La tortura. El pueblo comienza a morir su sueo, ha de morir el mo? No padezco sed ni hambre. Comienzo a acurrucarme en este banco hasta quedar parcialmente dormida (uno de mis ojos debe mantener la vigilia).
Han pasado seis horas. El sol volver a empalagarme en unos minutos. Otra vez es hoy y presiento que maana tambin va a serlo. Camino hasta mi casa. All me espera mi mejor aliada, mi acompaante, mi amiga, mi nico vnculo desde aquel tan lejano y tan cercano abril: la ausencia. Y qu es la ausencia si existe un espejo que reclama una explicacin sobre en dnde pas la noche? Me delata el polvo en los ojos y el ropaje desgarrado del alma. Soledad Arrieta 98
LOS OBVIOS Otra vez ese murmullo invariable. Otra vez esa prfida cancin. Otra vez la sangre, el grito soy eso. Slo un grito en medio de una plaza que nadie quiere escuchar. Y ya ni siquiera estoy en ella. Pero mi perseverancia se pone en pie y camina esas tres cuadras. Aqu estoy otra vez. Arrullando en mis brazos siete meses de amor que, acurrucado en mi vientre, an oigo galopar. Lo cuid, juro que lo am. A l tambin. Es que tal vez se torna difcil sumergir la mano en sangre y olvidar. Mis manos continan teidas de rojo y de color caf. Cmo se mantiene un mundo apartado del mundo? El grito de un pequeo desesperado. Quiz fue sin querer. Pero de la mano se escaparon juntos. La tierra comienza a desgarrarse y mi reclamo es an ms intenso. De sus grietas surgen manos y, a medida que se escapan, una estaca las perfora. Mas sus uas prosiguen, como todo, araando los troncos de los rboles. Y mi voz logra opacarse ante una joven pareja con un beb en brazos.
Otra vez las sombras me anuncian la llegada de la noche. Y voy a dormir en mi cama. Mis prpados comienzan a despedirse. Alterada por la inmune certeza de volver a respirar, obligo a mis ojos a expulsar sus deshechos. Pero mis lgrimas estn en aquel cielo, que desde aqu parece an ms lejano. Aturdida por el quejido de mis pies me deslizo hacia un pasaje al mundo exterior.
Y aqu estn nuevamente esas palomas eufricas, ansiosas por las migajas de pan que mi mano (ya no como aquella) otorga. Ellas tambin reclaman lo que les arrebataron. Ellas jams eligieron volar, es una mera fbula. Me veo en el reflejo que otorga la tierra y aquella nube me recuerda que hoy es hoy y que no debo olvidarlo. Esta tierra que impacta mi desdicha no es ms que aquella que derrumb el sueo de los cuatro nios. Puede que sean latidos. Nunca quise verlo. An no logro recordar cmo se llaman. S, as tambin est bien. Qu hacer cuando el aciago destino se impone ante la piel de seres tan pequeos como uno y tan inmensos como l? Cmo manumitir esta dolencia? Nada puede captar tanto mi atencin como los minuciosos pasos de la gente, parece que anduviera descalza sobre un pavimento ardiente al que teme pisar. Soledad Arrieta 99
LOS OBVIOS El mundo gira en s como ha de girar un desquiciado sobre su vida. La vida gira en s tal como el mundo sobre mi eje. Es que l (ellos) fueron mi nico eje. En los rboles nacen nuevas hojas, nuevas vidas que luego el viento va a desparramar, as, como desparrama el amor y el odio, el dolor y la alegra, el orgullo y la vanidad. Es extrao, estamos en otoo y en este momento el viento debera estar haciendo su cruento deber. Ser que para l tambin existe el arrepentimiento? Seguramente jams halle el perdn, as como tampoco una retribucin por el grandioso acto de atraer la lluvia que se aproxima. El cielo se me torna gris. Logro sentir sus lgrimas en mis hombros, comprender su mensaje: llora por m, por ellos, por nosotros, conmigo. Calla la palabra muerte, no estremezcas ms mi nuca, por favor, meditador silencioso.
Parto en busca de un techo y lo imagino cubierto entre mis brazos, protegido de la lluvia, con sus ojos inmensos, con sus pequeas manos. Jams voy a olvidar esta tarde. Hace unas horas recib la noticia. Y aunque hayan pasado dos meses nunca voy a olvidar esa maana de marzo, esa en que me anunci que deba irse all en busca de un msero pedazo de tierra que reconstruira el honor de muy pocos. A pesar de todo vamos a ganar. S que el diario va a sorprenderme en su portada con la noticia y l, el ms valiente.
Siento que la habitacin se mueve. Siento que no hay nada, ni cama, ni piso. Slo un sueo. Y qu lindo sera despertar de este cuento. Saldra de l y asesinara al todopoderoso que me esclaviz hacindome partcipe de esta infamia, manejando mi vida. Jugando con ella, con la muerte, con un ser muy chiquitito. Y con un amor muy gigante. Veo luces de colores en todos lados, ya no siento la piel, ya no quiero despertar. Quiero dormir un sueo eterno y abrir los ojos, por ejemplo, en un 29 de noviembre de otro ao, mucho ms lejano. Poder despegarlos y no reconocer el velador que no funciona ni el quejido de una cama abandonada. Pero ya no voy a despertar. No quiero seguir soando lo mismo tantas noches. No quiero aborrecer el montono paisaje. No quiero escuchar ms gemidos de dolor ni llantos desesperados, ni orlo, ni verlo en un espejo, abrazndome. En un retrato. En mi inmortal profeca. Soledad Arrieta 100
LOS OBVIOS Ya que maana, otra vez, va a ser el mismo da y mi vida ronda en l. Posiblemente logre arrastrarme hasta la cocina y beber a tibios sorbos un caf acalambrado. Y escapar de mi casa e ir al lugar en que me pidi casamiento. Aorando que llueva, para que se haga ms corto pero ms duradero, que el agua me llegue al cuello y me ahogue llevndome en su corriente hasta algn lugar oscuro ms all y que luego me vuelque y me halle sin reclamo, sin dolor, sin espasmos de amargura, ni envidia y resentimiento hacia la felicidad.
Me siento ms sola que nunca. Hoy, esta noche, slo abro la ventana y veo ante m un cielo opaco en el que no lo encuentro. Miro a todos lados y l no est. Hoy est marcada mi sentencia, quizs una abrupta reconciliacin. Hoy estoy decidida a asumir que alguna vez fui amada y me brind al amor. Que fuimos las personas ms felices, que nuestra vida era ideal, como la luna (que ya no me mira). Que lo vi a los ojos empapados de ilusin y le dije que en julio o agosto nacera la ternura proveniente de este amor. Esa misma tarde nad en un mar de dulzura junto a una propuesta de miles de esta luna juntos, de miles de noches, de toda la vida, all en nuestro banco. Luego naufragu en ese mismo mar. Y todos esos dedos me sealaron y todos esos ojos me interrogaron, mucho despus. Pero todos los rostros que me apualan, que me asesinan, que me torturan, an no logran derribarme.
No aguanto ms sufrir por un cielo lejano, por desilusiones ajenas a mi dolor y a mi rencor, a pesar de que no s a qu se debe, a pesar de que an no encuentro el papel empapado y desteido que debo llevar en el cuello, el que me colgaron sin preguntar. Saber que tras mis pisadas hacia una casa que cree ser mi esclava, los nios comentan sus hiptesis mientras me siguen y susurran y ms de una vez, al ver mi rostro despedazado por la humedad, se asustan y salen corriendo.
Recibo la noticia de tu muerte, sin motivo, sin excusa. El miedo, la desolacin, la muerte. Quise retenerlo al lado mo, puedo jurarlo. Pero prefiri irse con vos y confo que all (dnde, no s) lo cuids muy bien.
Es hoy cuando me hallo frente a un frasco de pastillas oxidadas y reflexiono: cada nuevo da (an casi treinta aos despus) es aquel da. Para qu? Y decido escapar Soledad Arrieta 101
LOS OBVIOS
Secreto
Entonces, cul es tu secreto? Secreto? Yo no tengo secretos respondi Ernesto sin despegar la vista del ovillo que estaba formando con la lana. Vamos, no sos tan distinto como quers creer. Todos tenemos secretos. No creo que sea tan as como lo plantes. Y si fuera as, el tuyo cul sera? No te lo puedo decir contest Maitn, intentando captar su atencin. Tan grave es? No, pero si te lo dijera ya no sera secreto. Y? Y me tendra que buscar otro nuevo, todos necesitamos tener secretos. Y justo ahora sera bastante complicado. Hace rato que no me toca un mate Porque tengo las manos ocupadas, sosteniendo la lana. No quers saber por qu quiero saber tu secreto si yo no te voy a contar el mo? pregunt mientras se desmaraaba para cebar un mate lavado y tibio. Debera? No, no deberas. Pero supuse que te intrigara. Son pocas las cosas que me intrigan hoy, linda. Por ejemplo Por ejemplo qu? Algo que te intrigue A ver soltando el ovillo y adaptando la postura de Le Penseur No s, no se me ocurre nada. Dale, pens un poco ms, hac el esfuerzo. Qu es lo que en realidad quers saber? Nada, simplemente estoy buscando pasar el tiempo, estoy aburrida con esta porquera. Me intriga lo que va a pasar ahora. Ves? Ah vamos bien. A m tambin me intriga. Incluso me genera un poco de culpa. A vos? le entreg el mate sealndole Soledad Arrieta 102
LOS OBVIOS que lo contine. Muchsima. Es difcil pensar cmo vamos a hacer para seguir, se nos puso demasiado difcil todo tom el mate de un solo sorbo y volvi a cebar para l. Falta poquito para terminar esto. Esperemos que dure. S suspir profundamente, haciendo un ruido notorio Creo que tendramos que empezar a pensar en tener hijos. Hijos? Pero vos ests completamente loca! grit alterado, dejando con bronca el mate sobre la mesa y tirando la lana ovillada hacia la pared, arruinando el trabajo de toda la tarde. Somos hermanos, Maitn vos me ests tomando el pelo? No, Ernesto. No te pongas as, por favor suplic llorisqueado. Ese sera nuestro secreto. Adems, no tenemos que hacer nada nosotros. Ac hay jeringas como para no tener que contactarnos fsicamente. Sera difcil, pero es cuestin de probar. Disculpame se sent suavemente, intentando disimular su enojo, pero creo que todo lo que vino pasando termin con lo poco de cordura que te quedaba. No, no nos estamos entendiendo. Decime sino, qu va a pasar? Vamos a quedarnos sentados esperando la muerte sin hacer nada por nuestra especie? Ya sabs lo que pens siempre de nuestra especie, eso no ha cambiado. Ernesto, por favor, razon. A ver, supongamos que en un ao o dos yo me muriera y te quedaras solo en el mundo, qu haras? Saldra. Y listo. Si ese es el objetivo de que estemos ac, entonces salgamos ahora y terminemos con toda esta ridiculez se par y fue hacia el bao, dando un portazo. Permaneci all al menos media hora. Al fin sals. Ven, sentate y charlemos un rato con un tono de voz dulce, mientras ella, como si fuera una nia, se acurrucaba sobre sus rodillas. Esto fue una decisin de ambos. Podramos habernos quedado como todos y haber sufrido las mismas consecuencias. Sin embargo, decidimos resguardarnos ac para sobrevivir, para estar un rato ms juntos, o qu s yo. Pero jams para salvar a la especie. Cuando nos muramos nosotros dos, ya est. Creo que, como humanos, ya es demasiado pedir que ahora estemos conversando, deberamos habernos derretido como el resto. Te ests olvidando de una cuestin dijo, trasladndose a su silla. No te considero tan ingenuo como para creer que en verdad somos los nicos. Quizs ac en la tierra s, es muy probable. Pero antes de detonar, seguramente los yanquis se fueron. Convengamos que decidieron sacrificar a la humanidad porque el 99,3% se estaba Soledad Arrieta 103
LOS OBVIOS muriendo de hambre y el 0,7% que no, estaba all. En eso puede ser que tengas razn. Pero de todas formas, nunca vamos a poder salir, no sabemos qu hay arriba, puede ser muy peligroso. Por eso, Ernesto, empecemos a armar nuestra estirpe insisti mientras se llevaba la pava a la cocina para calentar el agua. Y cmo sera eso exactamente...?
Soledad Arrieta
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LOS OBVIOS
Un domingo
Los domingos tienen tendencia destructiva. No importa si estamos en pareja, con amigos, con familia o solos. Los domingos tienen un instinto asesino en su esencia. Muchas veces pens que era un da que debera desaparecer. O que la consigna generalizada debera ser quedarse durmiendo todo el da, no abrir los ojos. Y esto, aunque parezca una locura, sucedi un domingo. Un domingo de junio, para ser precisa, ya con mucho fro acechando tras la ventana, tras la puerta, tras las paredes. Un domingo de sos sola, sin nadie a quien recurrir, con un suplicio de desahogo dando vueltas por mi imaginacin, con miles de ideas inconclusas, con todos los proyectos que dej en el aire aquel da en que decid morirme de una fantasa. Y fue morirme de ella, no destruirla. Porque viva en ella. Algn da, alguien encontrar pedacitos suyos por distintos lugares y la reconstruir. Eso no era mi vida. Cuatro aos de un matrimonio lleno de soledades, mentiras y terceros me dejaron en claro que la vida no se parece a ese mapa que nos plantean. Es slo la que se quiere vivir y no la que nos imponen o nos imponemos. Pero lo interesante comenz aquel domingo de junio, con mucho fro acechando tras la ventana, tras la puerta, tras las paredes. Un domingo dos aos despus, en que me levant medio atontada por el vodka que el sbado me haba acompaado. Recuerdo que no sala el sol, que era todo gris, nubes, intento de lluvia que no llegaba a serlo. No estaba deprimida. Tampoco estaba feliz. Me cambi sin poder cambiar mi dolor de cabeza y la rabia que senta porque mi existencia fuera esa y no otra. Un amor que se disolvi. Un proyecto que fracas. Un rbol que nunca creci. Un libro que jams pude terminar de leer. Algo que cre me perteneca.
Sal, respir, camin, fum, llor, pens, me quise, me odi. Y volv. Estaba sonando el telfono cuando entr. La voz que me llam por mi nombre nada tena de familiar. Era un hombre. Un hombre con una voz atrapante, melanclica, como la msica de un bandonen, que me hablaba sin conocerme, a quien no le importaba si an tena el maquillaje del da anterior o si tena las medias corridas. Que estaba ah, del otro lado del telfono, quien sabe dnde, ocupando mi tiempo vaco de m y de todo y de todos.
Soledad Arrieta
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LOS OBVIOS As iba mi domingo, con una voz poco familiar, con un desconocido hacindome hablarle de m misma y yo gustosa respondiendo, despus de todo haca tanto que no me preguntaban por m que ya ni siquiera saba describirme. Qu me hace bien, qu me hace mal, qu me perturba, qu me estimula, no lo saba. Slo saba que haba pasado mucho tiempo en el lugar equivocado, con la persona, el entorno y mi propia personalidad equivocados. No deca nada de l. Ni su nombre, ni su edad, ni por qu. Porqu. Y de repente se hizo lunes. Se hizo lunes y yo no estaba en el trabajo. Lunes y an no haba dormido. Lunes y no me haba dado cuenta del paso de la noche. Me segua preguntando y segua respondiendo. En un momento yo misma me pregunt si sera un loco buscando una vida para escribir el guin de una pelcula, o algo similar, pero enseguida me respond que hubiese buscado una persona ms interesante. Lunes y segua hablando con el desconocido. Martes, y segua hablando con el desconocido. Mircoles y as. Ca en la cuenta de que no haba comido en esos das. No haba ido al bao, no haba tomado pastillas, no haba hecho nada ms. Me preocup. Cort el telfono bruscamente y corr al bao a vomitar nada. Me mir al espejo y no vi a nadie. Camin por el pasillo y no o mis pasos. Respir y no sent el aire. Abr las ventanas y el viento helado no me destruy la piel. Quise agarrar el vaso y no poda. Me mir la mano y no estaba. Me mir los pies y no estaban. Me busqu y me busqu y no me encontr. Me acurruqu en un rincn, despacito, por miedo a quebrarme por no ser nada. El telfono no paraba de sonar, me atormentaba. Tena tantas ganas de llorar, pero las lgrimas no salan. Golpes en la puerta, leves, despus desesperados. Voces del otro lado, ests ah?, y cmo responder, si en verdad no estaba. Horas ms tarde un seor que abre la puerta. Mis dos hermanos ingresan acelerados, sin verme, revolviendo todo, buscando algo, algn indicio, un nosequ. Y yo sin poder hablarles, gritndoles en vano que no se asusten, cada vez ms fuerte, en un estado de locura y desesperacin que slo en ese momento conceb. Se fueron. Pasaron los das, semanas, gente extraa exploraba el lugar, mis padres y mis hermanos a menudo, hasta Ernesto vino a recoger algunas cosas. Poco a poco la casa se fue quedando vaca, sola. Aunque estaba yo.
Soledad Arrieta
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LOS OBVIOS Un mes habra transcurrido y ahora una familia vive conmigo. l, un ejecutivo aburrido y absurdo. Ella, un ama de casa postergada, gritona e infiel. Y el hijo Un pequen de 3 4 aos que todos los das se sienta un rato a hacerme compaa.
Soledad Arrieta
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LOS OBVIOS
LOS OBVIOS La gente no me mira a los ojos. Se ve que el tiempo me ha vuelto ms insulsa de lo que esperaba. O ser que me volv invisible, el inconsciente es tan alucinante como los elefantes de Dal, esos de piernas largas, araas de elefantes o elefantes de araas de cuatro patas. Ya s, voy a entrar a un kiosco. Seorita, cmo le va...? Seorita SE O RI TA! S, soy invisible, que ingrata noticia. Cunto puede durar? Un par de horas ms? Sern las cinco? Las seis? Voy a ir hasta la plaza a ver el reloj. Qu espanto, todo decorado festivamente, que mal gusto que tengo. Pensar que en verdad odio las navidades. Y EL RELOJ? No, era lo nico que me faltaba. As nunca voy a saber cundo termina todo esto. Si me acuesto a dormir, seguramente, cuando me toque despertarme dentro de este sueo ser la hora de despertarme del sueo real. Me gusta esto de poder sentir tan ntidamente esta locura, el pasto est mojado y me perturba, pero no va a impedirme dormir. Dormir. Dulces sueos, Maitn. Descans, hay mucho por hacer cuando despiertes. Qu pasa? Qu es esto? Qu est pasando ahora? Voy para atrs, estoy corriendo hacia atrs, vrtigo, vrtigo, quiero despertar urgente, despertate Maitn, dale, despertate, por favor, Maitn. Feliz 2020? 2020?! Mi cabeza no tiene lmites, no lo puedo creer. Despertate de una vez, o vas a vomitar todo. No, no, el hospital otra vez no, por favor, por favor, por favor De nuevo las luces perversas, cmo me gustara que fueran rayos de luz colndose por mis ventanas. Sigo con esta tos insoportable, no la haba tenido en el paseo. Ah! S! Es la luz en mi ventana! Uff, que tranquilidad. Voy a darme una ducha urgente as me despabilo, qu lejos que llegu esta vez, son las siete y media de la maana. Lo que me faltaba, no se calienta el agua, detesto hacerlo con agua fra. Bueno, no hay tiempo, voy a dejar la pava puesta para el mate as est lista cuando termine. Que refrescante. Ahora a desayunar. Qu buenos mates, que lindo clima, me quedara ac, no quiero salir a trabajar. Y si llamo para avisar que estoy enferma? No s, no sera correcto. Aunque podra ser una buena opcin. Timbre, quin puede ser tan temprano? Par, Maitn, ese no es tu timbre. Y si lo fuera alguien estara prendido a l como si de una urgencia se tratara. No, no, no, qu pasa? No otra vez. Hacia atrs, vrtigo, vrtigo otra vez, mi panza, me duele la panza, basta por favooooor El sonido, no es un timbre. Es mi ritmo cardaco. La luces, la camilla. Se escucha acelerado, no me gusta, algo no anda bien, otra vez. Peleala, Maitn, peleala, vos pods Soledad Arrieta 109
LOS OBVIOS salir de sta. Escucho el sonido final, como en las pelculas. Seguir siendo un sueo? Todava me puedo levantar.
Soledad Arrieta
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LOS OBVIOS
Muerte de vos
Muerde con el hombro la mejilla de un anciano y no importa mira de reojo a los nios infelices y a los nuestros de ellos propios y ajenos cargados de siniestros piropos. Prendo un cigarrillo que sabe tambin a ella como si estuviera comprimida en un absurdo cilindro de cianuro tan cerca est y tan lejana como la vida calma durmiendo en un colchn de telaraas. Est en mi copa y en mis manos solitarias en mi cuello inspido y mis labios amargos esperando a que el hartazgo le venda un navajazo a la ilusin y la lluvia sea cida mientras me bao sin tu piel acariciando ni un msero arrebato de locura.
Aqu la espero con las piernas cruzadas y las venas atentas tardar en llegar, me anunci en un guio, pero estoy sola y ya no la respeto para no desafiarla con porta ojeras en ayunas y temblores de huracanes que no matan ni rasguan.
Soledad Arrieta
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NDICE
Los Obvios ....................................................................................................................... 7 Atracones de versos burgueses ...................................................................................... 9 Las trece campanadas ....................................................................................................... 9 Julieta .............................................................................................................................. 12 Boceto ............................................................................................................................. 13 El misterioso amigo de Ernesto ...................................................................................... 15 Cleopatra......................................................................................................................... 16 Agona ............................................................................................................................ 18 Cartero ............................................................................................................................ 20 Espera ............................................................................................................................. 22 Fascinacin ..................................................................................................................... 24 Manera ............................................................................................................................ 25 Cuenta regresiva ............................................................................................................. 27 Me declaro culpable........................................................................................................ 28 Rquiem .......................................................................................................................... 33 Trabajos .......................................................................................................................... 35 Instinto ............................................................................................................................ 36 Reconocidos desconocidos ............................................................................................. 37 Bulimia de poesa ........................................................................................................... 39 Las sombras de los postes de luz ................................................................................. 40 Qu bonita vecindad ....................................................................................................... 41 Toco tu boca ................................................................................................................... 43 Y vivieron infelices para siempre ................................................................................... 45 9:06 ................................................................................................................................. 46 Unicornio ........................................................................................................................ 47 Copos de nieve ............................................................................................................... 48 Extraterrestres ................................................................................................................. 49 Fantasma ......................................................................................................................... 50 El agua estaba por todos lados........................................................................................ 51 No es lo que parece......................................................................................................... 52 Ganas .............................................................................................................................. 53 El pastorcito .................................................................................................................... 55
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LOS OBVIOS Narracin ........................................................................................................................ 56 Los Ernestosaurios .......................................................................................................... 57 Otoo .............................................................................................................................. 59 Poeta ............................................................................................................................... 60 Punta Alta ....................................................................................................................... 61 Rutina ............................................................................................................................. 62 La Vieja .......................................................................................................................... 64 Meteorito ........................................................................................................................ 65 Pauelo ........................................................................................................................... 67 Pensamiento .................................................................................................................... 68 tero ............................................................................................................................... 69 Ruido .............................................................................................................................. 70 Inquilina .......................................................................................................................... 71 Vos, el universo y yo ...................................................................................................... 72 Un navajazo a la ilusin ............................................................................................... 74 Se acerca ......................................................................................................................... 75 Canje ............................................................................................................................... 76 Pared ............................................................................................................................... 79 Frente a frente ................................................................................................................. 81 Homicidio ....................................................................................................................... 82 Beige ............................................................................................................................... 84 Flotando .......................................................................................................................... 86 Soledad ........................................................................................................................... 88 Tiempos .......................................................................................................................... 90 Sesin ............................................................................................................................. 91 Sinfona........................................................................................................................... 92 Calle ................................................................................................................................ 93 Salvo el nio ................................................................................................................... 95 Me abandon .................................................................................................................. 97 Ausencia de Dos ............................................................................................................. 98 Secreto .......................................................................................................................... 102 Un domingo .................................................................................................................. 105 Sueo de papel Muerte de papel ................................................................................ 108 Muerte de vos ............................................................................................................... 111 Soledad Arrieta 114
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