Entre La Aculturacion y La Transculturacion

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1

E NT RE L A AC ULT UR AC IÓ N Y L A T RA NS C ULT UR AC IÓ N :
E L “ T R AU MAT IS MO P E R S IS T E NT E ”
Claudia Rodríguez

“Hallámosles gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en
que no hubiese supersticiones y falsedades del demonio, se los quemamos todos, lo cual
sintieron a maravilla y les dio mucha pena”
Fray Diego de Landa: Relación de las cosas de Yucatán.

Desde una perspectiva histórica veremos cómo se desarrollan estos procesos. Se cuestiona sobre la
identidad en la medida que hay un conflicto y un desequilibrio que la pone en evidencia.
En América esta problemática se cristaliza desde fines del siglo XV, con el llamado “descubrimiento”. Es
a partir del reconocimiento de la diferencia en que se estructura y elabora la identidad y quizás este factor
fuese aún más determinante en los periodos de la conquista y la colonia en cuanto los grupos confrontados
eran claramente diferenciables (racial y culturalmente). No obstante, llegadas las independencias y la
época moderna, se consolidan las identidades nacionales, no supeditadas a la comparación
extracontinental, sino a partir de características internas, lo que se ha llamado la “mismidad”, como lo ha
señalado Raúl Dorra “pensar en la posible identidad de una posible cosa es implicar la existencia de un
espacio donde esa cosa es una consigo misma, una y única y ese espacio no es otro que el espacio del ser;
espacio donde la mismidad perdura, donde no hay otro acontecer que el de la presencia esencial o el de la
semejanza infinita” (Dorra, 1986: 48)

C H OQU E DE CULT U RAS

En la conquista, el primer encuentro no es otra cosa que un choque de ambas culturas (la indígena con la
occidental); y es tan fuerte, que ni unos ni otros logran comprenderlo y asimilarlo bien. En ese intento de
querer entender a los otros, ambos no hacen más que proyectar sus propias creencias, certezas y
expectativas, contrapuntos que se reducen, se tocan y se descifran, sin embargo, en el ámbito religioso.
Si en la conquista y colonización se intenta despojar y desprender a los indios de su cultura (proceso de
aculturación) es para imponer una nueva cultura (proceso de transculturación). No obstante, esta
planificación no resulta del todo certera y es que si la relación de la cultura dominada fuese de
transculturación, de asimilación, no habría disyuntiva, pues estaría aceptada sin más la cultura dominante.
No se desconoce que hubo aculturación, es decir, una pérdida cultural; empero la presencia del
“traumatismo persistente”1 devela otra realidad (el supuesto alto grado de transculturación no fue tal).
Desde un punto de vista etnoliterario percibimos la visión que tienen los indígenas en los periodos de la
conquista y de la colonia respecto a la llegada de los hombres blancos (dzules) y a la cultura que se
impone. Tal es el caso, en la cultura maya, de los libros del Chilam Balam, con las predicciones del Katún
11 Ahau. Estos textos nos muestran, no sólo la toma de conciencia, por parte de estos pueblos, del giro
histórico que les tocaba padecer, sino, principalmente la preocupación por el futuro de su civilización y su
cultura; no pueden, por tanto dejar de ser textos elegíacos. No obstante, a pesar de estos dolidos lamentos,
o quizás gracias a ellos, en tanto se dan a conocer, no sólo por la oralidad sino a través de su translación,
transcripción y plasmación a la escritura, logran revitalizar sus tradiciones, más allá de la pérdida que
supuso la supresión y destrucción de gran parte de sus patrimonios culturales (templos, bibliotecas,
pinturas, etc.), espacio vacío que, por otra parte, es “llenado” con la nueva cultura.
Lo que hay entonces es una presencia permanente de dos sistemas de valores, de dos culturas. Para
Wachtel:
“Hay pues, supervivencia de la tradición, pero sabemos también que dicha tradición,
considerada en términos globales, sufre los efectos destructores de la dominación española: la
descomposición de la sociedad indígena no se ve compensada por otro tipo de organización.
Hay deculturación sin verdadera aculturación. De modo tal que dos mundos quedan frente a
frente, uno dominante y el otro dominado. Si el traumatismo de la conquista continúa durante
el periodo colonial, es porque se renueva todos los días la coexistencia de dos sistemas de
valores, uno vencedor y opresivo, el otro vencido y alterado” (1976: 242).

Es un punto interesante el ver cómo a partir de todos estos cambios se intenta reorganizar una cultura y se
toman en cuenta los nuevos modelos estructurales de sociedad (es decir, se reemplazan por estructuras
nuevas) sin dejar de renunciar a sus tradiciones que conservan intactas (los andamios y los pilares que la
sostienen). Esta capacidad de reubicación, y adaptación, permite paradójicamente su continuidad en el
tiempo.
Wachtel “una cultura no está formada por simple yuxtaposición de elementos parciales; constituye un
hecho global” (213). Según el autor, para muchos que conservan una postura eurocéntrica es mejor ver en
la aculturación una digna salida o una salvación para el pueblo dominado, pensamiento propio de una
mente colonial(ista).

1 E s t e t r a u m a t i s m o e s e l d e l a c o n q u i s t a q u e a ú n p e r s i s t e e n l a t r a d i c i ó n f o l k l ó r i c a . E n e l l i b r o d e Wa c h t e l , O p . C i t . , e l c a p í t u l o 2 “ l a d a n z a
de la conquista” o danza de las plumas, se refiere a la representación folklórica de la conquista que aún perdura. Esto lo lleva al autor a
cuestionarse sobre la fide lidad de los acontecimientos con e l transcurso de los siglos. Sin duda el folklore atestigua e l traumatismo
persistente que significó la conquista, pero e llo también involucr a aspectos no indígenas, adaptados e incorporados a sus tradiciones, es
d e c i r, c o m p u e s t a p o r m a t e r i a l e c l é c t i c o , p r o v e n i e n t e d e a m b a s c u l t u r a s .
2

Retomamos la idea de Wachtel respecto a la aculturación en los indios. El autor dice que es más bien una
aculturación en las formas que en los contenidos, es más de apariencias. El indio adopta ciertos elementos,
estructuras formales (sociales, políticas y religiosas), de hábitos como la alimentación, la vestimenta, etc.,
pero mantiene en lo substancial, las mismas estructuras mentales (que se resisten al cambio), mantienen su
lengua y sus creencias religiosas (aquí más bien se produce un sincretismo).
Wachtel resume estas ideas de forma clara y lúcida en el siguiente párrafo:
“Los resultados de la aculturación, hacia los años 1570, son limitados. A pesar de la
crisis de desintegración que proviene del choque con la civilización occidental, la masa
indígena presenta una relativa “rigidez cultural” y rechaza la mayor parte del aporte español.
En el juego de la continuidad y del cambio, podemos afirmar que la tradición se impone
sobre la aculturación. Cuando los indios se apropian de elementos extraños se limitan, por lo
general a añadirlos a los suyos o a utilizarlos como una especie de camuflaje. Una
civilización es un todo que no se descompone en átomos aislados cuya suma constituiría a su
vez un conjunto coherente. Incluso en el caso de los curacas más hispanizados comprobamos
a menudo la persistencia de las antiguas estructuras mentales: si adoptan ciertas costumbres
europeas en insertándolas en los sistemas de la cultura indígena” (239).
Desde los comienzos del contacto entre ambas culturas, la indígena y la española, este sentimiento
hacia lo ibérico ha estado marcado por la ambivalencia, como señala Jacques Lafaye: “Si bien el legado
cultural ibérico es el patrimonio común de los latinoamericanos… éste está afectado por una ambigüedad
secular” ya que el español ha sido a la vez fundador y opresor. “De tal forma que el “iberismo”
latinoamericano abarca las culturas ibéricas europeas, y las rechaza al mismo tiempo, en un constante
forcejear para ser distinto.” (1986:24).
Podemos, en síntesis, señalar que efectivamente hay una pérdida de las culturas indígenas, a favor de la
asunción de la cultura ibérica; en otras palabras, una aculturación en pro de la transculturación. No
obstante, ésta es una apropiación de elementos externos, pero no de forma pasiva, sino creadora y activa,
transformándolos y adaptándolos, es lo que llamaría Ángel rama “plasticidad cultural”. Ésta es una
apertura que paradójicamente se repliega y se torna contestataria, de este modo establece una ruptura (al
recobrar la memoria tradicional) dentro de la continuidad (legado cultural ibérico).

Entre lo foráneo y lo vernáculo: las dos herencias


“O creamos o erramos” Simón Rodríguez

Existe disparidad de criterios entre los intelectuales que profundizan el tema de la identidad cuando
tratan el tema de las influencias, de las reminiscencias, de los ecos europeos. Están aquellos que opinan
que no hay tal influencia, que no somos un producto fabricado fuera de casa, entre ellos encontramos al
escritor colombiano Germán Arciniegas quien escribe:
“Nuestra cultura no es europea. Nosotros estamos negándola en el alma a cada
instante. Las ciudades que perecieron bajo el imperio del conquistador, bien muertas están. Y
rotos los ídolos y quemadas las bibliotecas mexicanas. Nosotros llevamos dentro una
negación agazapada. Estamos descubriéndonos en cada examen de conciencia, y no es
posible someter la parte de nuestro espíritu americano por más silencioso que parezca.”

Américo Castro hablaba de “la vividura”, es decir, de “resistencia a toda posibilidad de enajenación y
presencia constante de acción creadora: una práctica de nuestro ser en cada acto de crear (praxis
poiética)”2
También Mario Benedetti asume esta posición: “la identidad cultural a la que aspiramos no será jamás un
producto, ni mucho menos un corolario, de la dependencia”.
Encontramos, por otra parte, una postura más consensuada entre aquellos quienes afirman que existe, en
mayor o menor grado, de forma permanente o temporal, una dependencia cultural con Europa.
La suma de ciertos postulados como los de la Ilustración, los del europeísmo del XIX y la “avidez de
contemporaneidad histórica”, gatillaron la nueva perspectiva sobre la identidad cultural en Iberoamérica,
siendo sólo un modelo de lo que se importaba. Esto se refleja claramente en la literatura de la época
moderna, al copiar y calcar los modelos literarios europeos (los nombres, los lugares, las realidades, las
clases sociales de esos mundos novelados no eran otros que réplicas del mundo europeo). El otro modelo,
el que refleja el mundo autóctono y vernáculo es rechazado por no coincidir con las expectativas de los
lectores3.
Alfredo Roggiano señala que incluso se llegó a hablar de “cultura dirigida” como homólogo de
“americanismo”. Es la llamada “teoría de la dependencia” que aspira a la emancipación.
Para Magdalena García Pinto no se puede negar que la tradición literaria europea “ha provisto la
base de la que parten las diversas manifestaciones literarias en Latinoamérica”, justificable, empero, por
los modelos exportados e implantados desde la época de la colonia con toda la carga de su evolución
histórica. Continúa García Pinto:

2 Luego continúa “el pasado ha de funcionar como un mandato raigal, de raíces cósmicas, étnicas y cultura les, partiendo de los repositorios
indígenas que sobre vivieron a la conquista española y a los posteriores intentos de transformación y de dominio ejecutados en el Nuevo
Mundo por naciones y culturas dirigentes en la época moderna.” Citado por Roggiano, Op.cit. Página 14.

3 C o n f r ó n t e s e J o s é P r o m i s , Te s t i m o n i o s y d o c u m e n t o s d e l a l i t e r a t u r a c h i l e n a , E d i t o r i a l A n d r é s B e l l o , C h i l e , 1 9 9 5 .
3

“La cuestión que interesa deslindar es el momento en que se produce un cambio


sustantivo en la relación de dependencia en el campo de la creación artística. En este punto es
cuando el advenimiento de la vanguardia es específicamente significativo, de allí que sea
necesario establecer cuál es la dinámica en juego entre el centro europeo que actúa como
irradiador del arte nuevo y las manifestaciones de las vanguardias latinoamericanas.” (García
Pinto, 1986: 101).

Para esta autora la identidad cultural latinoamericana constituye un continuum, en cuyos comienzos
se alimenta del “proceso de transferibilidad de otras culturas más desarrolladas”, para, en una fase
posterior retomar “un curso de evolución que le es propio”, emancipación y salto independentista que se
refleja en la vanguardia latinoamericana. Es lo que hemos descrito como el paso de la apropiación a la
innovación, de la réplica al cambio.
En esta misma línea están autores como Fernando Aínsa, Saúl Yurkievich, Rosalba Campra, Angel
Rama, etc., quienes sostienen que la subordinación es inevitable en un comienzo por la historia en común,
constituyéndose básicamente como cultura receptora; pero que a partir de las independencias, la cultura -
y la literatura - continental cobra un giro diferente, debiéndose emancipar del logocentrismo europeo, se
torna entonces cultura “dadora”, y “gestora de latinoamericanidad” capaz de autoabastecerse y
autogenerarse.
Debemos recordar que para algunos eruditos europeos la primera literatura que aparece en América
Latina era Española, como sostenía Marcelino Menéndez Pelayo (tesis hispanista), quien desconocía la
influencia de las manifestaciones artísticas precolombinas, hecho bastante común en la época. Rosalba
Campra explica este fenómeno tomando en cuenta la visión objetual que se tenía de América durante la
conquista y la colonia; se habla sobre ella en las crónicas, pero su voz no aparece y si lo hace se la niega:
“Un sistema textual se constituye pues, sobre América, no en ella, ni por ella, y mucho menos para ella”
(1986:111), de esta manera se logra borrar un pasado (aunque luego se intente recuperar). ¿A partir de
qué se puede fundar entonces una cultura y una literatura emergente en América si no se tiene una
herencia literaria a la que pueda remitirse?. Paralela a esta ausencia está la presencia de libros - permitidos
- que llegan desde el viejo continente, proceso que facilita la apropiación de esas voces y escrituras
ajenas. Recordemos además, que durante la colonia estaba en plena gestación una nueva clase social culta:
la criolla, que admitiría en esos años la réplica y el calco en ese afán de querer ser, o aparentar ser, como
sus padres o abuelos españoles pertenecientes a un estrato social más alto. Estos asiduos lectores de textos
europeos son escritores que escriben sobre aquellas lecturas. “La literatura hispanoamericana nace así
como literatura derivada: su régimen natural es el de la hipertextualidad; su sistema de referencia el de la
literatura española.” (1986: 112).

Toda esta influencia se va a ver menguada después, al estar consolidadas las independencias;
emancipación que busca nuevamente sus raíces, sus otros genes negados; deviene entonces una
preocupación por la recuperación de las culturas precolombinas.
José Carlos Rovira comparte esta postura sobre las herencias de la literatura hispanoamericana, del
sello del universo colonial y la emergencia de las antiguas culturas:
“Desde el ámbito americano, se profundiza una creatividad literaria que tiene dos
direcciones principales : la atención a Europa, a la cultura francesa principalmente, con forma
de universalización de unos paradigmas, determinados muchos años por el filtro colonial
español; y el nuevo interés que en la mirada a América surge mediante la insistencia en el
propio pasado: en esa mirada hacia atrás la masiva emergencia de lo precolombino determina,
junto a una línea cultural, un fermento de la creación literaria contemporánea. Los mitos del
pasado reemergen en el mundo contemporáneo, a través de la sistematicidad que plantean los
antropólogos culturales, o mediante las secuencias que generan los creadores.” (1995: 20)
Podemos hablar entonces de una bipolaridad de la literatura hispanoamericana; por una parte, como
un imán, está la atracción hacia la literatura europea y, por otra, la búsqueda de una identidad y una
herencia en las culturas precolombinas. Esta recuperación si bien comienza en el XVIII4 y el XIX, va a ser
en el siglo XX cuando se consolide a través de la nueva literatura que se generará en América, no ya sólo
de corte indigenista sino también y, principalmente, indígena.
Además de los conceptos de dependencia y emancipación, existen varias parejas de términos binomios
que apuntan a este mismo sentido: continuidad y ruptura; asimilación e innovación, y de la retórica
clásica, imitatio y transformatio. Ahora bien, en qué medida la ruptura, la innovación, la emancipación son
totales. En este sentido es que Rama habla de “transculturación” en que se adopta y se adapta la cultura
dominante, previa pérdida - relativa - de la propia cultura (deculturación).
Se ha cuestionado, por su parte, los criterios con los cuales se estudia la cultura, la historia, la
identidad y la literatura, y se ha señalado que son criterios epocales, conceptos y modelos de análisis
europeos; se ha criticado a Latinoamérica por la imposibilidad de generar una metalengua explícita propia
y se contente con apellidar de “latinoamericano” los conceptos generados en Europa.
Tal es la postura de Paul Verdevoye quien sostiene que además de imponerse en el continente
americano la lengua y la cultura occidental, la propia terminología que utiliza para describir su historia
literaria es europea; lo que lleva a pensar entonces - según el autor - en qué consiste la identidad cultural
latinoamericana, si ella misma se define desde esta metalengua, desde estos códigos importados, es decir,

4 L a r e c u p e r a c i ó n p o r e s t e p a t r i m o n i o c u l t u r a l p r e c o l o m b i n o c o m i e n z a e n l a m i s m a E u r o p a ya e n e l X V I I I , p o r e j e m p l o , c o n e l r e s c a t e y l a
t r a d u c c i ó n d e l P o p o l Vu h
4

con “términos ajenos en gran parte a su ser”5. Para Verdevoye esta ambigüedad se percibe también en la
literatura ya que se utiliza una nomenclatura de origen europea para designar conceptos literarios
hispanoamericanos que, además, son “poco satisfactorios” debido a que los contextos no son los mismos,
“no cubren exactamente las idiosincrasias de las literaturas hispanoamericanas” (257). Es lo que sucede,
por ejemplo, con algunos movimientos literarios que en Europa tuvieron ciertos significados y en América
tuvieron otras características y dimensiones, como el surrealismo que cambia de signo “va perdiendo su
cerebralidad francesa para transformarse en recreación de surrealidades hispanoamericanas que se
expresan en las cosmogonías tradicionales y también echa raíces en la imaginación colectiva” (Verdevoye,
1986: 258). Sin embargo, este autor reconoce que no sólo se utilizan términos de origen europeo sino que
también son capaces de generar una nomenclatura propia y local (por ejemplo, poesía gauchesca,
indígena, novela criolla, etc.). A esta complejidad de utilizar una terminología fusionada se le agrega otra
más que tiene que ver con el hecho que los movimientos literarios provenientes de Europa llegan
tardíamente a América, es decir, no coinciden cronológicamente. Hace hincapié este autor en el hecho que
no son sólo los autores extranjeros que estudian América6 quienes utilizan conceptos europeos, sino
también los propios hispanoamericanos en continuidad con la idea del calco, de las influencias, de
América receptora.
Pero a esta postura también llega su réplica: no hay que padecer la “angustia de las influencias”. Como
dice Carpentier:
“Entender, conocer, no es equivalente a dejarse colonizar. Informarse no es sinónimo
de someterse. (…)El enfoque asiduo de culturas extranjeras, del presente o del pasado, lejos
de significar un subdesarrollo intelectual, sea, por el contrario, una posibilidad de
universalización para el escritor latinoamericano. (…) Somos un producto de varias culturas,
dominamos varias lenguas y respondemos a distintos procesos, legítimos de
transculturación.” (21).

Si bien es cierto que muchas veces se ha hecho mal uso de la asimilación, sin cuestionarla, sin adaptarla,
sin innovarla, por otra parte, y desde una reflexión más lúcida y crítica a la vez, se la ve como una
influencia positiva y enriquecedora, movimiento centrífugo que permite, sin embargo, que se torne
centrípeto.

I DE NT ID AD Y L IT E RAT UR A HI S PA NO AME RI CA NA

“No hay letras, que son expresión, hasta que no haya esencia que
expresar en ellas. No habrá literatura hispanoamericana hasta que no
haya Hispanoamérica” José Martí

“En Europa y los Estados Unidos los críticos literarios se preguntan asombrados de dónde
sacan los escritores latinoamericanos esa desbordante fantasía, cómo inventan esas mentiras
tremendas de muchachas que se elevan al cielo envueltas en sábanas de bramante, de
emperadores que construyen ciudadelas con cemento y sangre de toros, de aventureros que
mueren de hambre en la selva con un saco de diamantes a la espalda,... de huracanes y
terremotos que ponen el mundo patas arriba, de revoluciones hechas a machetazos, a balas, a
versos y a besos, de paisajes demenciales donde la razón se pierde.
Cuesta mucho explicarles a esos intelectuales prudentes que estas cosas no son producto de
nuestra imaginación enferma. Están escritas en la historia, podemos leerlas en los periódicos del
día, las oímos por las calles; las sufrimos, a veces en carne propia. Habitamos una tierra de
grandioso contraste y nos toca actuar en un tiempo de desmesurada violencia, dos estupendos
ingredientes para la literatura, aunque para cada uno de nosotros, ciudadanos de esa realidad, la
vida está siempre suspendida de un hilo” Isabel Allende7

¿Es la literatura, al mismo tiempo, causa y efecto de la identidad cultural del continente?. América, al
parecer, se alimenta de este proceso dialéctico ya que necesita de una literatura para fundar su identidad,
pero su literatura sólo puede existir en función de una realidad americana. En términos lotmanianos, esta
literatura corresponde a textos portadores de cultura, que al mismo tiempo son modelos de cultura (texto
cultural).
En este mismo sentido, es decir, que la literatura tiene el poder de servir como causa y como efecto
de los procesos culturales, Yurkievich señala:
“La literatura es a la vez reflejo y configuración de esa concepción global que toda
cultura conlleva. Es el lugar donde la identidad cultural se imprime, organiza y expresa como
experiencia viva, como diseño simbólico(…).Es en la literatura donde más notablemente se
registra la idiosincrasia cultural, donde se ve cómo la mentalidad entrama el acaecer personal

5 P a u l Ve r d e v o y e . “ Va l i d e z o / e i n s u f i c i e n c i a d e l o s c o n c e p t o s e u r o p e o s p a r a e l e s t u d i o d e l a l i t e r a t u r a h i s p a n o a m e r i c a n a ” . P á g i n a 2 5 6 , e n
Identidad cultural de Iberoamérica en su literatura, Alhambra, Madrid, 1986.

6 Josefina Vásquez la menta que “ los autores extranjeros introduzcan en sus estudios conceptos y proble mas de sus propios países, sin tener
e n c u e n t a l a t r a y e c t o r i a h i s p á n i c a ” . C i t a d a p o r Ve r d e v o y e .

7 “ Va m o s a n o m b r a r l a s c o s a s ” ( 2 9 1 - 3 0 , e n Te s t i m o n i o s y d o c u m e n t o s d e l a L i t e r a t u r a C h i l e n a , S a n t i a g o , C h i l e , A n d r é s B e l l o . P á g i n a 2 9 3 .
5

con el colectivo, cómo los procederes empíricos se imbrican con las propensiones
imaginarias, cómo la subjetividad se relaciona con la realidad extrema.(…)Para los
latinoamericanos, la literatura es el lugar del reconocimiento… como espacio del
señalamiento identificador, a la vez como registro y como dotación de identidad
cultural.”(…) Ella (la literatura) propone a los lectores de cualquier provenencia la imagen
más convincente de ese fervoroso entrevero de disparidades en pugna que es América Latina”

La literatura, según, Yurkievich, ha sabido moldear y figurar la heterogeneidad de nuestras


realidades. Fernando Ainsa también se adhiere a esta relación estrecha entre literatura e identidad,
reconoce que la literatura de América Latina (especialmente la narrativa) juega un rol vital en la difusión
y definición de una identidad cultural continental, que sobrepasa las barreras locales, para insertar lo
americano en lo universal. Por su parte Raúl Dorra reflexiona sobre la relación entre una obra maestra y la
identidad: “Toda gran obra surgida entre nosotros tiene que ver con nuestra identidad en la medida en que
se incorpora profundamente a la cultura y termina por volverse un elemento esencial de su evolución”
Y es que la ficción es un buen modo de explicar la realidad “lo real y lo imaginario han andado
siempre juntos en América Latina y es evidente que ambos conforman una identidad cultural específica,
hecha de unidad y diversidad”8. Una postura diferente tiene Siebenmann, ya que se cuestiona que la
escritura narrativa sea capaz de promulgar y generar una identidad cultural; reconoce que en los textos
donde se trata la identidad como problema, ésta se verbaliza pero no significa que presenten una solución,
ni que ese sea su objetivo.
La realidad americana como sustrato de la creación artística y literaria no puede dejar de definirse
sino a partir de la historia, como dice Carpentier: “de un pasado mucho más presente de lo que suele
creerse”, que permite descifrar las claves de la identidad hispanoamericana. Esta historia se remonta a los
orígenes prehispánicos de las culturas establecidas y nómades que configuraban el mapa continental. Pero
también, y principalmente, se refiere al cambio brusco, al corte que significa el choque de las culturas en
la conquista, historia que se puede estudiar desde distintas perspectivas, de la oficial, de la contestataria, es
decir, la visión de los vencidos, o también desde el revisionismo historiográfico que se hace de la “leyenda
negra”. Estos aportes ayudan a entender los procesos que se han vivido y se han gestado desde entonces
en América, cristalizados a comienzos del XIX en las independencias, la consolidación de las repúblicas y
la emancipación - más tardía - en el ámbito cultural y literario.
La literatura vuelca la mirada hacia ese pasado y ese lugar por tanto tiempo negado y vedado;
busca, como una pesquisa de retazos arqueológicos, las manifestaciones artísticas precolombinas, material
que se identificará con lo originario, lo vernáculo, lo particular del continente.
Paradojalmente, esta búsqueda de la americanidad en el pasado, en el anclaje de las tradiciones,
desde una perspectiva histórica, es la experimentación necesaria para la elaboración de una auténtica
expresión continental, identitaria, tras la pista de una fórmula literaria actualizada, inserta y vigente en el
quehacer literario universal. Fórmula que parece haber dado buenos resultados al inscribir lo diacrónico en
lo sincrónico, lo particular en lo universal y lo universal en lo particular9. Como ha dicho Fernando Ainsa:
“Estas ideas contribuyen a que la identidad cultural de esta región, especialmente la
resultante de las expresiones literarias, debe entenderse como una noción dinámica, reflejo de
un proceso dialéctico permanente entre tradición y novedad, continuidad y ruptura,
integración y cambio, evasión y arraigo apertura hacia “otras” culturas y repliegue
aislacionista y defensivo sobre sí misma, dinámica que se traduce en un doble movimiento: el
centrípeto nacionalista y el centrífugo universalista. Estos movimientos marcan la historia
cultural de América Latina y por lo tanto de su identidad.” (1986: 37)
Esta expresión de lo americano legitima la identidad cultural, no sólo al operar desde la alteridad, sino
desde la “mismidad”.
Recordemos que hasta fines del siglo pasado se hablaba de las letras americanas como parte de la
literatura española, obviamente se desconocían las manifestaciones literarias de los pueblos
precolombinos (“culturas condenadas” como escribiría Roa Bastos), quizás por desconocer los códigos y
categorías ausentes de su ámbito cultural occidental. Al independizarse, la literatura hispanoamericana
busca en esas raíces un discurso de identidad, desde el origen precolombino, que pasa por la identidad de
corte europea de las colonias, hasta el discurso identitario contemporáneo que intenta prevalecer a pesar
de la fuerza con que arrasa la modernización hegemónica, con el componente negativo de la uniformidad.
Refuerza esta posición respecto a la razón de ser del texto literario y de la función del escritor, la
postura que tiene Angel Rama, quien señala que:
“Las obras literarias no están fuera de las culturas sino que las coronan y en la medida
en que estas culturas son invenciones seculares y multitudinarias hacen del escritor un
productor que trabaja con las obras de innumerables hombres. Un compilador hubiera dicho
Roa Bastos. El genial tejedor, en el vasto taller histórico de la sociedad americana”.

8 Define Aínsa identidad cultural en América Latina como “el conjunto de obras que permiten reconocer y aprehender a una sociedad a
través de la historia. Estas obras, creaciones de todo tipo, forman un patrimonio con el cual se identifican los sistemas de valores
espirituales, estéticos, mitos y creencias de una comunidad deter minada. Sin embargo, identificar una cultura no es elaborar un inventario de
un conjunto estático de obras (…) El cará cter de proceso “ no terminado” y abierto de toda identidad cultural viva resulta, pues, fundamental
p a r a e n t e n d e r, s i n o p a r a j u s t i f i c a r, e l r e p l a n t e o p e r m a n e n t e d e l a n o c i ó n e n u n a r e g i ó n c o m o A m é r i c a L a t i n a , d o n d e l a b ú s q u e d a d e l a
identidad parec e más importante que la definición” . Op. Cit. Páginas 36 -37.

9 C o mi e n z a n a i n c o r p o r a r s e c o m o p r o p i o s , a a m e r i c a n i z a r s e , l o s m i t o s y s í m b o l o s d e c a r á c t e r u n i v e r s a l .

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